Una Cultura de La Formación Permanente
Una Cultura de La Formación Permanente
Una Cultura de La Formación Permanente
El tema de la formación permanente es hoy tan importante y central que hay que
pensar algo estructural y sistemático como estructura estable, tanto para los sacerdotes
como para los consagrados y consagradas. No nos podemos contentar con iniciativas
esporádicas y ocasionales.
Los elementos más significativos que integran la cultura de la formación permanente los
podríamos sintetizar de la manera siguiente:
No se puede olvidar que ese camino pasa por las situaciones críticas de la vida y
por la capacidad de crecer a través de ellas.
Si aprendemos a descubrir la mano de Dios que nos forma a través de las crisis –
personales y colectivas – que estamos viviendo, puede decirse que la formación
permanente es el único problema de la vida sacerdotal y religiosa.
En el plano del método, el tiempo se vive con sabiduría cuando captamos las
dimensiones esenciales. El tiempo concentrado es el tiempo intensamente vivido en la
tensión, interna o también externa, hacia el centro, o en la celebración (en sentido
amplio) del misterio; se trata de un tiempo fuerte.
Viene después el tiempo distendido, que nace del tiempo concentrado y revive su
sentido, extendiéndolo al resto de la jornada, a todas las acciones y proyectos, palabras
y deseos; se trata de un tiempo que va del centro a la periferia y narra el misterio en la
vida y en las actividades del creyente.
No todos advierten esta acción divina ni se hacen disponibles en relación con ella. La
vida habla sólo si hay un corazón que escucha; Dios actúa en todos los instantes de
nuestra vida y nos forma si encuentra una actitud inteligentemente disponible; es decir
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Una consecuencia de esto es que si Dios me forma en todo instante y a través de toda
situación vital, eso significa que todos los instantes y situaciones contienen una
“densidad formativa”; son propuestas eficaces de crecimiento, son gracia.
Por eso es muy difícil que sepamos vivir con tal consciencia y disponibilidad formativa
todo momento. Por eso es necesario recuperar continuamente nuestra historia para
descubrir la riqueza de gracia que el Señor nos ha ofrecido en ella y, de alguna manera,
recuperar, impedir que se pierda, revivirla en positivo.
A manera de conclusión.
Algo que preocupa especialmente sobre la vida religiosa actual es la falta de una
cultura real de formación permanente, de una mentalidad y sensibilidad en tal sentido,
de una espiritualidad de formación permanente.
Se habla mucho de este tema, pero se termina por reducirlo a algún curso de
actualización, de renovación espiritual o de recuperación psicológica.
Desgraciadamente se sigue pensando en la formación permanente como una manera
de adaptación-inserción progresiva de los jóvenes en la realidad pastoral ministerial. Se
olvida que cada edad de la vida tiene necesidad de ser acompañada y sostenida, sobre
todo la última etapa, la que nos preparará para el encuentro definitivo y que significará
la conformación plena, a través de la muerte, con la vida del Hijo, con sus sentimientos.