Los Orígenes de La Edad Media

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Los orígenes de la edad media

En el año 476, el emperador del Imperio Romano de Occidente, Rómulo Augústulo fue derrocado por Odoacro, un
jefe bárbaro. Si bien este acontecimiento no es la única causa de la desintegración del Imperio, para los historiadores
tiene una gran importancia simbólica: marca el inicio de una nueva etapa histórica: la Edad Media, la cual finaliza en
1453 cuando los turcos otomanos conquistan Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente. Fue un
proceso lento en el cual se produjeron una serie de transformaciones que llevaron a la división política,
administrativa, económica y cultural de la cuenca del Mar Mediterráneo. Durante los primeros siglos de la edad
media esta división dio lugar a tres espacios culturales diferenciados donde antes había existido uno solo, el Imperio
Romano:

● El Imperio Bizantino: fue capaz de resistir a las invasiones germanas y continuó por mucho tiempo más. Se lo
conoce con el nombre de Imperio Bizantino porque su capital, Constantinopla, se había construido en el lugar
donde se localizaba una antigua colonia griega llamada Bizancio, actual Estambul, una de las ciudades más
importantes de Turquía.
Entre las causas más importantes que explican su duración, se encuentran la existencia de un poderoso y
organizado ejército, la ubicación estratégica de Constantinopla, que favorecía la defensa ante los ataques de
pueblos enemigos y por su cruce de rutas comerciales entre Europa, Asia y África, un cuerpo de diplomáticos
que mantenían las relaciones con otros Estados y sus grandes riquezas.
El comercio y las ciudades conservaron la importancia que tuvieron durante la antigüedad.
Durante el reinado de Justiniano I (527 a 565) alcanzó su mayor extensión territorial a través de una serie de
conquistas realizadas con el objetivo de recuperar territorios del imperio romano de occidente.
A partir del siglo XII, el imperio no pudo contener el avance de los turcos, que se apoderaron de parte de Asia
Menor. Desde allí, los turcos fueron atacando el Imperio que, gradualmente, fue perdiendo territorios que ya
no lograría recuperar. Ya en el siglo XIV, el territorio imperial quedó reducido solo a Constantinopla, que
gracias a su posición estratégica logró defenderse hasta el año 1453, cuando los turcos otomanos,
finalmente, lograron conquistarla.
● El islam: a comienzos de 610, Mahoma, un mercader de la ciudad árabe de La Meca, comenzó a predicar la
existencia de un único Dios, Alá. A medida que crecía el apoyo a Mahoma, su relación con los poderosos
comerciantes de la ciudad empeoró, ya que su prédica atacaba al politeísmo y al modo de vida tradicional.
Finalmente, en el año 622 Mahoma abandonó La Meca y se refugió en Medina. Este acontecimiento es
conocido como la Hégira (la huida). En Medina, organizó la primera comunidad de seguidores, quienes
recibieron el nombre de musulmanes (sometidos a la voluntad de Dios). La nueva religión, llamada Islam
(sumisión a la voluntad de Dios, se impuso en toda Arabia. Luego, los sucesores de Mahoma expandieron el
islam por Asia, por medio de Yihad o Guerra Santa. Hacia el occidente, controlaron el norte de África y la
península ibérica. El islam medieval tuvo gran influencia en la cultura occidental.
Las revelaciones que Mahoma recibió de Alá fueron memorizadas por sus seguidores y, tras su muerte, se
recopilaron en el Corán. Además de ser el libro sagrado, es un código de leyes: establece los preceptos
básicos de la religión, pero también regula todos los aspectos de la vida de los musulmanes.
El islam tiene 5 pilares fundamentales:
1- La profesión de fe en Alá, único dios, y reconoce que Mahoma es su profeta.
2- La oración, consiste en rezar cinco veces al día en dirección a la Meca.
3- El ayuno, que se realiza durante el mes de Ramadán (noveno mes del calendario islámico).
4- La contribución social (zaqat) que se da al necesitado.
5- La peregrinación a La Meca, al menos una vez en la vida. El lugar de oración y de reunión de fieles en la
mezquita.

• Europa Occidental: en este territorio, el poder político, antes centralizado en el Imperio, se disgregó.
Surgieron, así, los reinos romano-germánicos. Estas unidades políticas eran inestables y, en general, desaparecían al
poco tiempo. Algunos de los más importantes fueron: los visigodos, los ostrogodos, el reino franco, los reinos
anglosajones y los vándalos.

La vida en Europa occidental se ruralizó. Las ciudades entraron en decadencia, e incluso muchas fueron
abandonadas. Los aristócratas se instalaron en sus propiedades rurales. El comercio se redujo y la actividad más
importante fue la agricultura, dando paso a una sociedad feudal.
El Imperio Carolingio

A fines del siglo VII el reino franco gobernado por la dinastía merovingia, ocupaba casi todo el territorio de la actual
Francia. Pero la autoridad de los reyes merovingios se había debilitado, y, de hecho, el poder estaba en manos de los
mayordomos de palacio, que eran funcionarios que se ocupaban de la administración del dicho lugar y de la dirección
de los ejércitos.

Un
mayordomo
de palacio, el
duque Carlos
Martel,
obtuvo gran
prestigio
cuando logró
detener en la
batalla de
Poitiers (732)
a los
musulmanes
que
intentaban
conquistar el
reino franco.
Su hijo,
Pipino el
Breve, pudo
destronar al
último rey
merovingio, y se hizo coronar rey, inaugurando la DINASTÍA CAROLINGIA. A su muerte, en el año 768, asumió su hijo
Carlos, quien se propuso recrear la unidad religiosa y cultural del Imperio romano de Occidente. De este modo,
Carlomagno (Carlos el Grande) logró extender el territorio del reino que había heredado, luchando contra los
sajones, lombardos y musulmanes.

Al igual que su padre, Carlomagno continuó la alianza con el papado e, incluso, la fortaleció. Así que llevó adelante
una serie de campañas de cristianización en los territorios conquistados. Por esto, y por su lucha contra los
musulmanes, el papa León III lo coronó “Emperador, por la gracia de Dios”.
La extensión del Imperio Carolingio hizo necesaria la organización de un sistema de gobierno que le diera cierta
unidad administrativa. Por eso, Carlomagno dividió el imperio en condados, ducados y marcas. Los condados estaban
en manos de un conde, los ducados y las marcas, situados en las zonas fronterizas, estaban gobernados por duques y
marqueses.

Luego de la muerte de Carlomagno (814), el imperio comenzó a caer. Su heredero Ludovico Pío, tuvo grandes
dificultades para mantener el control sobre los grandes territorios y los funcionarios. Lentamente, los condes, duques
y marqueses lograron cada vez mayor libertad de poder central en los territorios que administraban.

A ello, se le sumaron una serie de peleas por la sucesión entre los hijos de Ludovico: Carlos, Lotario y Luis que,
finalmente, se resolvieron con el Tratado de Verdún (843). Este tratado dividió al imperio en 3 partes:

⮚ Luis obtuvo las tierras al este del río Rin, es decir, la Francia oriental.

⮚ Carlos, recibió la Francia occidental aproximadamente.

⮚ Lotario, obtuvo el título imperial (de manera honorífica) y el territorio que se encontraba entre los de sus
hermanos.

La división alivió el conflicto, pero debilitó el poder


centralizado que habían conseguido los primeros
monarcas de la dinastía, sumado a nuevas oleadas
de invasiones.

En busca de protección

Los violentos ataques de los invasores que llegaban


desde todas las direcciones aterrorizaron a los
pobladores de Europa, muchos de los cuales
huyeron desde las ciudades al campo. Los reyes de
los nuevos territorios no tenían el prestigio ni el
poder de Carlomagno y, mucho menos, recursos
para defender sus extensos territorios y las vidas de
sus habitantes.

Si los reyes no eran capaces de brindar protección,


¿quiénes fueron los encargados de la defensa? Los
poderosos locales, dueños de castillos y fortalezas,
se encargaron de la protección y defensa de las tierras y sus habitantes. Para huir de los ataques, estos pobladores,
en su mayoría campesinos, se refugiaban en los castillos y se ofrecían trabajar para estos poderosos, llamados
Señores, a cambio de protección, ya que contaban con propios ejércitos para resistir los ataques. Así, el poder del
ban, como se llamaba a la capacidad de mando, pasó de estar en manos del Rey a estar en manos de los señores, que
tenían el poder de las armas. Esta situación provocó la fragmentación del poder (es decir, que se reparte entre
distintas personas), dando origen a un nuevo modo de organizar la sociedad, la economía y la vida política, conocido
como FEUDALISMO, que predominó en Europa occidental entre los siglos XI y XIII.

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