Citas Seleccionadas Del Papa Francisco Por Tema

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Citas seleccionadas del papa Francisco por tema

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Citas seleccionadas del papa Francisco por tema | USCCB

Este documento del Departamento de Justicia, Paz y Desarrollo Humano de la USCCB es

una recopilación de citas y extractos útiles de discursos, mensajes, homilías y audiencias

del papa Francisco. Esta recopilación informal no es exhaustiva; no cubre todas las

cuestiones. Este documento es una obra en proceso y se actualizará periódicamente.

Cómo utilizar este documento:

Las citas están ordenadas por tema. Los temas están en orden alfabético. La lista por tema

que presenta abajo el Índice de contenido lleva a la sección correspondiente del documento.

Cada cita de este documento va seguida por una referencia entre paréntesis que indica la

fecha (por ejemplo, 5 de junio de 2013). Cada fecha corresponde a una comunicación oral o

escrita del papa Francisco que se produjo en esa fecha. Cuando se produjeron dos

comunicaciones en la misma fecha, la referencia entre paréntesis indica la fecha seguida

por el tema (por ejemplo, “28 de marzo de 2013, Misa Crismal” y “28 de marzo de 2013,

Centro Penitenciario para Menores”).

Una lista de las comunicaciones del papa Francisco ordenadas por fecha aparece en la

última página de este documento.

Ejemplo: la primera cita de la sección titulada “Pobreza” va seguida por una referencia

entre paréntesis que dice “(19 de marzo de 2013)”. Para determinar la fuente de la cita, el

lector que vaya a la última página del documento verá que 19 de marzo de 2013 se refiere a

la homilía del papa Francisco en la misa por el comienzo de su ministerio petrino, y puede

utilizar el vínculo proporcionado para acceder al texto íntegro del discurso.

Índice de contenido

Los temas que presenta abajo el Índice de contenido llevan a la sección correspondiente de

este documento.

Alimentación/Hambre
Bien común

Caridad/Amor

Caridad/Servicio

Cuidado por la creación/Medio ambiente

Derechos y responsabilidades

Desarrollo

Diálogo cívico

Economía/Justicia económica/Desigualdad

Ecumenismo/Relaciones interconfesionales

Estructuras del pecado

Familia/Comunidad

Gobierno y líderes

Jóvenes

Libertad religiosa (internacional)

Migrantes y refugiados

Misericordia

Misión/Encuentro

Mujeres

Nueva Evangelización

Participación cívica/política

Paz

Pena de muerte/pena capital

Pobreza

Presos/Encarcelamiento

Sacramentos y justicia

Solidaridad y subsidiaridad

Tierra Santa

Trabajo/Empleo

Trata de personas

Vida sencilla/materialismo

Vida y dignidad
Vivienda

Miscelánea

Alimentación/Hambre

Si en tantas partes del mundo hay niños que no tienen qué comer, eso no es noticia, parece

normal. ¡No puede ser así! (5 de junio de 2013, Medio ambiente)

Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles también al derroche y al desperdicio de

alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo,

lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. (5 de junio de

2013, Medio ambiente)

El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano

de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de

los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es

como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre! (5 de junio de 2013, Medio

ambiente)

Invito a todos a reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a

fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo

de solidaridad y de compartición con los más necesitados. (5 de junio de 2013, Medio

ambiente)

…cuando el alimento se comparte de modo equitativo, con solidaridad, nadie carece de lo

necesario, cada comunidad puede ir al encuentro de las necesidades de los más pobres.

Ecología humana y ecología medioambiental caminan juntas. (5 de junio de 2013, Medio

ambiente)

Estamos llamados no sólo a respetar el medio ambiente natural, sino también a mostrar

respeto y solidaridad con todos los miembros de nuestra familia humana. Estas dos

dimensiones están estrechamente relacionadas; hoy estamos sufriendo de una crisis que no

sólo tiene que ver con la gestión equitativa de los recursos económicos, sino también con la

preocupación por los recursos humanos, por las necesidades de nuestros hermanos y

hermanas que viven en la extrema pobreza, y especialmente por los muchos niños de

nuestro mundo que carecen de una adecuada educación, atención de salud y nutrición. El

consumismo y una “cultura del descarte” han llevado a algunos de nosotros a tolerar el
desperdicio de recursos preciosos, incluso los alimentos, mientras que otros están,

literalmente, consumiéndose de hambre. Les pido a todos que reflexionen sobre este grave

problema ético en un espíritu de solidaridad basado en nuestra común responsabilidad por

la Tierra y por todos nuestros hermanos y hermanas de la familia humana. [Traducción no

oficial] (5 de junio de 2013, Medio ambiente)

Somos conscientes de que uno de los primeros efectos de las graves crisis alimentarias, y

no sólo las causadas por desastres naturales o por conflictos sangrientos, es la erradicación

de su ambiente de personas, familias y comunidades. Es una dolorosa separación que no se

limita a la tierra natal, sino que se extiende al ámbito existencial y espiritual, amenazando y

a veces derrumbando las pocas certezas que se tenían. Este proceso, que ya se ha hecho

global, requiere que las relaciones internacionales restablezcan esa referencia a los

principios éticos que las regulan y redescubran el espíritu auténtico de solidaridad que

puede hacer incisiva toda la actividad de cooperación. (20 de junio de 2013)

Es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo. No se trata sólo de

responder a las emergencias inmediatas, sino de afrontar juntos, en todos los ámbitos, un

problema que interpela nuestra conciencia personal y social, para lograr una solución justa

y duradera. (16 de octubre de 2013)

Paradójicamente, en un momento en que la globalización permite conocer las situaciones

de necesidad en el mundo y multiplicar los intercambios y las relaciones humanas, parece

crecer la tendencia al individualismo y al encerrarse en sí mismos, lo que lleva a una cierta

actitud de indiferencia —a nivel personal, de las instituciones y de los estados— respecto a

quien muere de hambre o padece malnutrición, casi como si se tratara de un hecho

ineluctable. Pero el hambre y la desnutrición nunca pueden ser consideradas un hecho

normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema. (16 de octubre de

2013)

El tema elegido por la FAO para la celebración de este año habla de “sistemas alimentarios

sostenibles para la seguridad alimentaria y la nutrición”. Me parece leer en él una

invitación a repensar y renovar nuestros sistemas alimentarios desde una perspectiva de la

solidaridad, superando la lógica de la explotación salvaje de la creación y orientando mejor

nuestro compromiso de cultivar y cuidar el medio ambiente y sus recursos, para garantizar
la seguridad alimentaria y avanzar hacia una alimentación suficiente y sana para todos. Esto

comporta un serio interrogante sobre la necesidad de cambiar realmente nuestro estilo de

vida, incluido el alimentario, que en tantas áreas del planeta está marcado por el

consumismo, el desperdicio y el despilfarro de alimentos. (16 de octubre de 2013)

A este respecto, la persistente vergüenza del hambre en el mundo me lleva a compartir con

ustedes la pregunta: ¿cómo usamos los recursos de la tierra? Las sociedades actuales

deberían reflexionar sobre la jerarquía en las prioridades a las que se destina la producción.

De hecho, es un deber de obligado cumplimiento que se utilicen los recursos de la tierra de

modo que nadie pase hambre. (8 de diciembre de 2013)

Es de sobra sabido que la producción actual es suficiente y, sin embargo, millones de

personas sufren y mueren de hambre, y eso constituye un verdadero escándalo. Es

necesario encontrar los modos para que todos se puedan beneficiar de los frutos de la tierra,

no sólo para evitar que se amplíe la brecha entre quien más tiene y quien se tiene que

conformar con las migajas, sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, de

equidad y de respeto hacia el ser humano. En este sentido, quisiera recordar a todos el

necesario destino universal de los bienes, que es uno de los principios clave de la doctrina

social de la Iglesia. Respetar este principio es la condición esencial para posibilitar un

efectivo y justo acceso a los bienes básicos y primarios que todo hombre necesita y a los

que tiene derecho. (8 de diciembre de 2013)

Hoy tengo el placer de anunciarles la “Campaña contra el hambre en el mundo”, lanzada

por nuestra Caritas Internationalis y comunicarles que es mi intención darle todo mi

apoyo. Esta Confederación, junto a sus 164 organizaciones miembros, está hoy

comprometida en 200 países y territorios del mundo y su labor está en el corazón de la

misión de la Iglesia y su atención hacia todos aquellos que sufren por ese escándalo del

hambre, con el que el Señor se identificó cuando dijo: “Tuve hambre y me disteis de

comer”. (9 de diciembre de 2013)

Nos encontramos ante un escándalo mundial de casi mil millones de personas. Mil millones

de personas que todavía sufren hambre hoy, no podemos mirar a otra parte, fingiendo que

el problema no exista. ... La parábola de la multiplicación de los panes y los peces nos

enseña precisamente eso: que cuando hay voluntad, lo que tenemos no se termina, incluso
sobra y no se pierde. Por eso, queridos hermanos y hermanas, les invito a que hagan un

lugar en su corazón para esta urgencia, respetando ese derecho que Dios concedió a todos,

de tener acceso a una alimentación adecuada. Compartamos lo que tenemos, con caridad

cristiana, con todos aquellos que se ven obligados a hacer frente a numerosos obstáculos

para satisfacer una necesidad tan primaria y, a la vez, seamos promotores de una auténtica

cooperación con los pobres, para que a través de los frutos de su trabajo y de nuestro

trabajo puedan vivir una vida digna. (9 de diciembre de 2013)

Invito a todas las instituciones del mundo, a toda la Iglesia y a cada uno de nosotros, como

una sola familia humana, a dar voz a todas las personas que sufren silenciosamente el

hambre, para que esta voz se convierta en un rugido capaz de sacudir al mundo. Esta

campaña quiere ser también una invitación a todos nosotros, para que seamos conscientes

de la elección de nuestros alimentos, que con frecuencia significa desperdiciar la comida y

usar mal los recursos a nuestra disposición. Es también una exhortación para que dejemos

de pensar que nuestras acciones cotidianas no tienen repercusiones en la vida de quienes —

cerca o lejos de nosotros— sufren el hambre en su propia piel. (9 de diciembre de 2013)

Roguemos al Señor para que nos conceda la gracia de ver un mundo en el que nadie jamás

deba morir de hambre. Y pidiendo esta gracia, les doy mi bendición. (9 de diciembre de

2013)

Ayer Cáritas lanzó una campaña mundial contra el hambre y el despilfarro de alimentos,

con el lema: “Una sola familia humana, alimentos para todos”. El escándalo de los millones

de personas que sufren hambre no debe paralizarnos, sino más bien impulsarnos a actuar —

todos, individuos, familias, comunidades, instituciones, gobiernos— para eliminar esta

injusticia. El Evangelio de Jesús nos muestra el camino: confiar en la providencia del Padre

y compartir nuestro pan de cada día sin desperdiciarlo. Aliento a Cáritas a llevar adelante

este compromiso, e invito a todos a unirse a esta “ola” de solidaridad. (11 de diciembre de

2013)

La paz además se ve herida por cualquier negación de la dignidad humana, sobre todo por

la imposibilidad de alimentarse de modo suficiente. No nos pueden dejar indiferentes los

rostros de cuantos sufren el hambre, sobre todo los niños, si pensamos a la cantidad de

alimento que se desperdicia cada día en muchas partes del mundo, inmersas en la que he

definido en varias ocasiones como la “cultura del descarte”. Por desgracia, objeto de
descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos

seres humanos, que vienen “descartados” como si fueran “cosas no necesarias”. (13 de

enero de 2014, Cuerpo Diplomático)

Los que trabajan en estos sectores [políticos y económicos] tienen una responsabilidad

precisa para con los demás, especialmente con los más frágiles, débiles y vulnerables. Es

intolerable que todavía miles de personas mueran cada día de hambre, a pesar de las

grandes cantidades de alimentos disponibles y, a menudo, simplemente desperdiciados. (17

de enero de 2014)

Defender a las comunidades rurales frente a las graves amenazas de la acción humana y de

los desastres naturales no debería ser sólo una estrategia, sino una acción permanente que

favorezca su participación en la toma de decisiones, que ponga a su alcance tecnologías

apropiadas y extienda su uso, respetando siempre el medio ambiente. Actuar así puede

modificar la forma de llevar a cabo la cooperación internacional y de ayudar a los que

pasan hambre o sufren desnutrición. (16 de octubre de 2014)

Para vencer el hambre no basta paliar las carencias de los más desafortunados o socorrer

con ayudas y donativos a aquellos que viven situaciones de emergencia. Es necesario,

además, cambiar el paradigma de las políticas de ayuda y de desarrollo, modificar las reglas

internacionales en materia de producción y comercialización de los productos agrarios,

garantizando a los países en los que la agricultura representa la base de su economía y

supervivencia la autodeterminación de su mercado agrícola. (16 de octubre de 2014)

¿Hasta cuándo se seguirán defendiendo sistemas de producción y de consumo que excluyen

a la mayor parte de la población mundial, incluso de las migajas que caen de las mesas de

los ricos? Ha llegado el momento de pensar y decidir a partir de cada persona y comunidad,

y no desde la situación de los mercados. En consecuencia, debería cambiar también el

modo de entender el trabajo, los objetivos y la actividad económica, la producción

alimentaria y la protección del ambiente. Quizás ésta es la única posibilidad de construir un

auténtico futuro de paz, que hoy se ve amenazado también por la inseguridad alimentaria.

(16 de octubre de 2014)

El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable. (28 de octubre de 2014)

En el mundo, incluso dentro de los países pertenecientes al G20, hay demasiadas mujeres y
hombres que sufren a causa de la desnutrición severa, por el aumento del número de

personas sin empleo, por el altísimo porcentaje de jóvenes sin trabajo y por el aumento de

la exclusión social que puede conducir a favorecer la actividad criminal e, incluso, el

reclutamiento de terroristas. Además, se verifica una agresión constante al ambiente

natural, resultado de un consumismo desenfrenado; y todo ello producirá graves

consecuencias para la economía mundial. (6 de noviembre de 2014, Carta)

Ante la miseria de muchos de nuestros hermanos y hermanas, a veces pienso que el tema

del hambre y del desarrollo agrícola se ha convertido hoy en uno de los tantos problemas en

este tiempo de crisis. Y, sin embargo, vemos crecer por doquier el número de personas con

dificultades para acceder a comidas regulares y saludables… Debemos responder al

imperativo de que el acceso al alimento necesario es un derecho para todos. Los derechos

no permiten exclusions. (11 de junio de 2015)

¡Cuánto se ha progresado, en este sentido, en tantas partes del mundo! ¡Cuánto se viene

trabajando en estos primeros años del tercer milenio para sacar a las personas de la extrema

pobreza! Sé que comparten mi convicción de que todavía se debe hacer mucho más y que,

en momentos de crisis y de dificultad económica, no se puede perder el espíritu de

solidaridad internacional. Al mismo tiempo, quiero alentarlos a recordar cuán cercanos a

nosotros son hoy los prisioneros de la trampa de la pobreza. También a estas personas

debemos ofrecerles esperanza. La lucha contra la pobreza y el hambre ha de ser combatida

constantemente, en sus muchos frentes, especialmente en las causas que las provocan. Sé

que gran parte del pueblo norteamericano hoy, como ha sucedido en el pasado, está

haciéndole frente a este problema. (24 de septiembre de 2015, Congreso)

El hambre hoy ha adquirido las dimensiones de una verdadero “escándalo” que amenaza la

vida y la dignidad de muchas personas —hombres, mujeres, niños y ancianos—. Todos los

días tenemos que enfrentar esta injusticia, me atrevo a decir, este pecado, en un mundo rico

en recursos alimenticios, gracias también a los enormes avances tecnológicos, demasiadas

personas no tienen lo necesario para sobrevivir; y esto no sólo en los países pobres, sino

cada vez más también en las sociedades ricas y desarrolladas. La situación se ve agravada

por el aumento de los flujos migratorios, que llevan a Europa miles de refugiados que

huyen de sus países y necesitan de todo. Frente a un problema tan inconmensurable,


resuenan las palabras de Jesús: “tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25:35). Vemos en

el Evangelio que el Señor, cuando se da cuenta de que las multitudes que vinieron a oírlo

tienen hambre, no ignora el problema, ni da un bello discurso sobre la lucha contra la

pobreza, sino que hace un gesto que deja sorprendidos a todos: toma lo poco que los

discípulos han traído consigo, lo bendice y multiplica los panes y los peces, tanto que al

final “recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos” (Mt 14:20). (3 de octubre de

2015, Banco de Alimentos)

Es Jesús mismo quien nos invita a hacer espacio en nuestro corazón a la urgencia de

“alimentar a los hambrientos”, y la Iglesia ha hecho de ello una de las obras de misericordia

corporales. Compartir lo que tenemos con los que no tienen los medios para satisfacer una

necesidad tan básica, nos educa en la caridad, que es un don desbordante de pasión por la

vida de los pobres que el Señor nos hace encontrar. (3 de octubre de 2015, Banco de

Alimentos)

Al compartir la necesidad del pan de cada día, encuentran ustedes cada día cientos de

personas. No olviden que son personas, no números, cada uno con su carga de dolor que a

veces parece imposible de soportar. Teniendo siempre esto presente, podrán mirarlos a la

cara, mirarlos a los ojos, darles la mano, ver en ellos la carne de Cristo, y también

ayudarlos a recuperar su dignidad y ponerse de pie nuevamente. (3 de octubre de 2015,

Banco de Alimentos)

Tantos hermanos nuestros…, no obstante los esfuerzos realizados, pasan hambre y

malnutrición, sobre todo por la distribución inicua de los frutos de la tierra, pero también

por la falta de desarrollo agrícola. Vivimos en una época donde la búsqueda afanosa del

beneficio, la concentración en intereses particulares y los efectos de políticas injustas

frenan iniciativas nacionales o impiden una cooperación eficaz en el seno de la comunidad

internacional. (16 de octubre de 2015)

Somos testigos, a menudo mudos y paralizados, de situaciones que no se pueden vincular

exclusivamente a fenómenos económicos, porque cada vez más la desigualdad es el

resultado de esa cultura que descarta y excluye a muchos de nuestros hermanos y hermanas

de la vida social, que no tiene en cuenta sus capacidades, llegando incluso a considerar

superflua su contribución a la vida de la familia humana. (16 de octubre de 2015)

Las condiciones de las personas hambrientas y malnutridas ponen de manifiesto que no es


suficiente ni podemos contentarnos con un llamado general a la cooperación o al bien

común. Tal vez la pregunta sea otra: ¿Es aún posible concebir una sociedad en la que los

recursos queden en manos de unos pocos y los menos favorecidos se vean obligados a

recoger sólo las migajas? (16 de octubre de 2015)

Tener en cuenta los derechos de los hambrientos y acoger sus aspiraciones significa ante

todo una solidaridad transformada en gestos tangibles, que requiere compartir y no sólo una

mejor gestión de los riesgos sociales y económicos o una ayuda puntual con motivo de

catástrofes y crisis ambientales. (16 de octubre de 2015)

La protección social no puede limitarse al incremento de los beneficios, o quedar reducida a

la mera idea de invertir en medios para mejorar la productividad agrícola y la promoción de

un justo desarrollo económico. Se debe concretizar en ese “amor social” que es la clave de

un auténtico desarrollo (cf. ibíd., 231). Si se considera en su componente esencialmente

humana, la protección social podrá aumentar en los más desfavorecidos su capacidad de

resiliencia, de asumir y sobreponerse a las dificultades y contratiempos, y a todos hará

comprender el justo sentido del uso sostenible de los recursos naturales y del pleno respeto

de la casa común. Pienso, en particular, en la función que la protección social puede

desarrollar para favorecer la familia, en cuyo seno sus miembros aprenden desde el inicio lo

que significa compartir, ayudarse recíprocamente, protegerse los unos a los otros.

Garantizar la vida familiar significa promover el crecimiento económico de la mujer,

consolidando así su papel en la sociedad, como también apoyar el cuidado de los ancianos y

permitir a los jóvenes continuar su formación escolar y profesional, para que accedan bien

capacitados al mundo laboral. (16 de octubre de 2015)

La Iglesia no tiene la misión de tratar directamente estos problemas desde el punto de vista

técnico. Sin embargo, los aspectos humanos de estas situaciones no la dejan indiferente. La

creación y los frutos de la tierra son dones de Dios concedidos a todos los seres humanos,

que son al mismo tiempo custodios y beneficiarios. Por ello han de ser compartidos

justamente por todos. Esto exige una firme voluntad para afrontar las injusticias que nos

encontramos cada día, en particular las más graves, las que ofenden la dignidad humana y

afectan profundamente nuestra conciencia. Son hechos que no permiten a los cristianos

abstenerse de prestar su contribución activa y su profesionalidad, sobre todo a través de


diversas organizaciones, que tanto bien hacen en las zonas rurales. (16 de octubre de 2015)

Son muchos los rostros, las historias, las consecuencias evidentes en miles de personas que

la cultura del degrado y del descarte ha llevado a sacrificar bajo los ídolos de las ganancias

y del consumo. Debemos cuidarnos de un triste signo de la “globalización de la

indiferencia, que nos va ‘acostumbrando’ lentamente al sufrimiento de los otros, como si

fuera algo normal” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación 2013, 16 octubre

2013, 2), o peor aún, a resignarnos ante las formas extremas y escandalosas de “descarte” y

de exclusión social, como son las nuevas formas de esclavitud, el tráfico de personas, el

trabajo forzado, la prostitución, el tráfico de órganos. “Es trágico el aumento de los

migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son

reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus

vidas abandonadas sin protección normativa alguna” (Carta enc. Laudato si’, 25). Son

muchas vidas, son muchas historias, son muchos sueños que naufragan en nuestro presente.

No podemos permanecer indiferentes ante esto. No tenemos derecho. (26 de noviembre de

2015, U.N.O.N.)

Que hoy en pleno siglo XXI muchas personas sufran este flagelo, se debe a una egoísta y

mala distribución de recursos, a una “mercantilización” de los alimentos. La tierra,

maltratada y explotada, en muchas partes del mundo nos sigue dando sus frutos, nos sigue

brindando lo mejor de sí misma; los rostros hambrientos nos recuerdan que hemos

desvirtuado sus fines. Un don, que tiene finalidad universal, lo hemos convertido en

privilegio de unos pocos. Hemos hecho de los frutos de la tierra —don para la

humanidad— commodities de algunos, generando, de esta manera, exclusión. (13 de junio

de 2016)

Nos hará bien recordar que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del

pobre, del que tiene hambre. Esta realidad nos pide reflexionar sobre el problema de la

pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando

seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más

necesitados (cf. Catequesis [5 junio 2013]). (13 de junio de 2016)

Deseo que la lucha para erradicar el hambre y la sed de nuestros hermanos y con nuestros

hermanos siga interpelándonos, que no nos deje dormir y nos haga soñar, las dos cosas.
Que nos interpele a fin de buscar creativamente soluciones de cambio y de transformación.

(13 de junio de 2016)

Jesús se preocupa de dar de comer a todas aquellas personas, cansadas y hambrientas y

cuida de cuantos le siguen. Y quiere hacer participes de esto a sus discípulos.

Efectivamente les dice: “dadles vosotros de comer” (v. 16). Y les demostró que los pocos

panes y peces que tenían, con la fuerza de la fe y de la oración, podían ser compartidos por

toda aquella gente. Jesús cumple un milagro, pero es el milagro de la fe, de la oración,

suscitado por la compasión y el amor. Así Jesús “partiendo los panes, se los dio a los

discípulos y los discípulos a la gente” (v. 19). El Señor resuelve las necesidades de los

hombres, pero desea que cada uno de nosotros sea partícipe concretamente de su

compasión. (17 de agosto de 2016)

¿De qué tiene sed el Señor? Ciertamente de agua, elemento esencial para la vida. Pero

sobre todo de amor, elemento no menos esencial para vivir. Tiene sed de darnos el agua

viva de su amor, pero también de recibir nuestro amor. (20 de septiembre de 2016)

Es por eso que, entre las obras de misericordia, se encuentra la llamada del hambre y de la

sed: dar de comer a los hambrientos —hoy hay muchos— y de beber al sediento. Cuantas

veces los medios de comunicación nos informan sobre poblaciones que sufren la falta de

alimento y de agua, con graves consecuencias especialmente para los niños. (19 de octubre

de 2016)

En la Biblia, un Salmo dice que Dios es aquel que “da el alimento a todos los seres

vivientes” (136, 25). La experiencia del hambre es dura. Algo sabe quien ha vivido

periodos de guerra o carestía. Sin embargo esta experiencia se repite cada día y convive

junto a la abundancia y el desperdicio. Siempre son actuales las palabras del apóstol

Santiago: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga tengo fe, si no tiene obras?

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¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están sin ropa y desprovistos del

alimento cotidiano y uno de vosotros les dice: ‘Iros en paz, calentaos y hartaos’, pero no les

dais lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está

realmente muerta” (2, 14-17) porque es incapaz de hacer obras, de hacer caridad, de amar.

Siempre hay alguien que tiene hambre y sed y me necesita. No lo puedo delegar a alguien.

Este pobre me necesita, necesita mi ayuda, mi palabra, mi compromiso. Esto nos afecta a
todos. (19 de octubre de 2016)

Una ojeada, incluso rápida, sobre la situación mundial revela la necesidad de un mayor

compromiso en favor del sector agrícola no sólo para mejorar los sistemas de producción y

comercialización, sino también y sobre todo, para acentúar el derecho de todo ser humano a

tener acceso a alimentos sanos y suficientes y a ser alimentado en la medida de sus

necesidades, participando en las decisiones y estrategias que se actúen. Es cada vez más

evidente la necesidad de situar en el centro de cada acción a la persona, sea ésta sujeto del

trabajo agrícola que comerciante o consumidor. Este enfoque, si se comparte como acicate

ideal y no como dato técnico, nos permite considerar la estrecha relación entre la

agricultura, el cuidado y la protección de la creación, el crecimiento económico, los niveles

de desarrollo y las necesidades actuales y futuras de la población mundial. (28 de marzo de

2017)

No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan

expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de nuestra vida. Todo lo que

Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la

precariedad de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a

Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las palabras de los pobres que recurren al

único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración

que se dice en plural: el pan que se pide es “nuestro”, y esto implica comunión,

preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de

superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación. (13 de

junio de 2017)

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Bien común

Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la

creación. (19 de marzo de 2013)

Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente

por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la

periferia de nuestro corazón. (19 de marzo de 2013)

A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta

mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio,
y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que

tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto,

rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y

acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más

débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al

hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-

46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar. (19 de marzo de 2013)

Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es

abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. (19 de

marzo de 2013)

La Iglesia, por su parte, siempre se esfuerza por el desarrollo integral de las personas. En

este sentido, insiste en que el bien común no debe ser un simple añadido, una simple idea

secundaria en un programa político. La Iglesia invita a los gobernantes a estar

verdaderamente al servicio del bien común de sus pueblos. (16 de mayo de 2013)

…”cultivar y custodiar” no comprende sólo la relación entre nosotros y el medio ambiente,

entre el hombre y la creación; se refiere también a las relaciones humanas. Los Papas han

hablado de ecología humana, estrechamente ligada a la ecología medioambiental. Nosotros

estamos viviendo un momento de crisis; lo vemos en el medio ambiente, pero sobre todo lo

vemos en el hombre. (5 de junio de 2013, Medio ambiente)

La persona humana está en peligro: esto es cierto, la persona humana hoy está en peligro;

¡he aquí la urgencia de la ecología humana! Y el peligro es grave porque la causa del

problema no es superficial, sino profunda: no es sólo una cuestión de economía, sino de

ética y de antropología. (5 de junio de 2013, Medio ambiente)

La vida humana, la persona, ya no es percibida como valor primario que hay que respetar y

tutelar, especialmente si es pobre o discapacitada, si no sirve todavía —como el nascituro—

o si ya no sirve —como el anciano—. (5 de junio de 2013, Medio ambiente)

La hermandad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no

son un sueño fantasioso sino el resultado de un esfuerzo concertado de todos hacia el bien

común. Los aliento en éste su compromiso por el bien común, que requiere por parte de

todos sabiduría, prudencia y generosidad. (27 de julio de 2013, Clase dirigente)

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La creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni, mucho

menos, es una propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un don

maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de

todos, siempre con gran respeto y gratitud. (21 de mayo de 2014)

La fe y el testimonio cristiano se enfrenta a desafíos tales, que sólo uniendo nuestros

esfuerzos podremos hacer un servicio efectivo a la familia humana y permitir a la luz de

Cristo llegar a todos los rincones oscuros de nuestro corazón y de nuestro mundo. Que el

camino de la reconciliación y la paz entre nuestras comunidades siga acercándonos, para

que, movidos por el Espíritu Santo, podamos traer vida a todos, y traerla en abundancia (cf.

Jn 10:10). (16 de febrero de 2015, Escocia)

Los bienes están destinados a todos, y aunque uno ostente su propiedad, que es lícito, pesa

sobre ellos una hipoteca social. Siempre. Se supera así el concepto económico de justicia,

basado en el principio de compraventa, con el concepto de justicia social, que defiende el

derecho fundamental de la persona a una vida digna. (7 de julio de 2015, Sociedad civil)

La migración, la concentración urbana, el consumismo, la crisis de la familia, la falta de

trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que constituyen una

amenaza a la convivencia social. Las normas y las leyes, así como los proyectos de la

comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, espacios de

encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control

desmedido y la merma de libertades. La esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer

oportunidades reales a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, creando empleo, con un

crecimiento económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas

macroeconómicas, crear un desarrollo sostenible que genere un tejido social firme y bien

cohesionado. Si no hay solidaridad esto es imposible. (7 de julio de 2015, Sociedad civil)

Cada uno a su manera, todos los aquí presentes compartimos la vocación de trabajar por el

bien común. Ya hace 50 años, el Concilio Vaticano II definía el bien común como “el

conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a los grupos y a cada uno de

sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección”. ... Que este esfuerzo

ayude siempre a crecer en un mayor respeto a la persona humana en cuanto tal, con

derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral, a la paz social, es decir,

la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular
a la justicia distributiva (cf. Enc. Laudato si’, 157). Que la riqueza se distribuya, dicho

sencillamente. (8 de julio de 2015, Autoridades)

El bien común, en cambio, es algo más que la suma de intereses individuales; es un pasar

de lo que “es mejor para mí” a lo que “es mejor para todos”, e incluye todo aquello que da

cohesión a un pueblo: metas comunes, valores compartidos, ideales que ayudan a levantar

la mirada, más allá de los horizontes particulares. (8 de julio de 2015, Autoridades)

La distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es

un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata

de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino universal de los

bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad

anterior a la propiedad privada. (9 de julio de 2015, Movimientos Populares)

13

Queridos amigos, en la voluntad de servicio y de trabajo por el bien común, los pobres y

necesitados han de ocupar un lugar prioritario. (10 de julio de 2015)

Los fieles laicos, llamados a animar las realidades temporales con el fermento evangélico,

no pueden abstenerse de trabajar también dentro de los procesos políticos dirigidos al bien

común. (12 de noviembre de 2015, Obispos)

No puede haber una renovación de nuestra relación con la naturaleza, sin una renovación de

la humanidad misma (cf. Laudato si’, 118). En la medida en que nuestras sociedades

experimentan divisiones, ya sea étnicas, religiosas o económicas, todos los hombres y

mujeres de buena voluntad están llamados a trabajar por la reconciliación y la paz, el

perdón y la sanación. La tarea de construir un orden democrático sólido, de fortalecer la

cohesión y la integración, la tolerancia y el respeto por los demás, está orientada

primordialmente a la búsqueda del bien común. La experiencia demuestra que la violencia,

los conflictos y el terrorismo que se alimenta del miedo, la desconfianza y la desesperación

nacen de la pobreza y la frustración. En última instancia, la lucha contra estos enemigos de

la paz y la prosperidad debe ser llevada a cabo por hombres y mujeres que creen en ella sin

temor, y dan testimonio creíble de los grandes valores espirituales y políticos que inspiraron

el nacimiento de la nación. (25 de noviembre de 2015)

Les animo a trabajar con integridad y transparencia por el bien común, y fomentar un

espíritu de solidaridad en todos los ámbitos de la sociedad. Yo les exhorto, en particular, a


preocuparse verdaderamente por las necesidades de los pobres, las aspiraciones de los

jóvenes y una justa distribución de los recursos naturales y humanos con que el Creador ha

bendecido a su país. (25 de noviembre de 2015)

Renuevo el propósito de esta Iglesia particular de contribuir cada vez más a la promoción

del bien común, especialmente a través de la búsqueda de la paz y la reconciliación. La

búsqueda de la paz y la reconciliación. No me cabe duda de que las autoridades

centroafricanas, actuales y futuras, se esforzarán sin descanso para garantizar a la Iglesia

unas condiciones favorables para el cumplimiento de su misión espiritual. Así podrá

contribuir todavía más a “promover a todos los hombres y a todo el hombre” (Populorum

progressio, 14), por usar la feliz expresión de mi predecesor, el beato Papa Pablo VI, que

hace casi 50 años fue el primer Papa de los últimos tiempos que vino a África, para

alentarla y confirmarla en el bien, en el alba de un nuevo amanecer. (28 de noviembre de

2015, Clase dirigente)

En el Evangelio de hoy hay una pregunta que se repite tres veces: “¿Qué cosa tenemos que

hacer?” (Lc 3:10, 12, 14). Se la dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas:

primero, la multitud en general; segundo, los publicanos, es decir los cobradores de

impuestos; y tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos pregunta al profeta qué

debe hacer para realizar la conversión que él está predicando. A la pregunta de la multitud

Juan responde que compartan los bienes de primera necesidad. Al primer grupo, a la

multitud, le dice que compartan los bienes de primera necesidad, y dice así: “El que tenga

dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo” (v.

11). Después, al segundo grupo, al de los cobradores de los impuestos les dice que no

exijan nada más que la suma debida (cf. v. 13). ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos.

Es claro el Bautista. Y al tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de

14

acontentarse con su salario (cf. v. 14). Son las respuestas a las tres preguntas de estos

grupos. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta en

compromisos concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda

su predicación: el camino del amor real en favor del prójimo. (13 de diciembre de 2015)

La gracia de Cristo, que lleva a su cumplimiento la esperanza de la salvación, nos empuja a

cooperar con él en la construcción de un mundo más justo y fraterno, en el que todas las
personas y todas las criaturas puedan vivir en paz, en la armonía de la creación originaria

de Dios. (1 de enero de 2016, Santa María)

En el corazón del hombre y en la memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el

anhelo de una tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad,

la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz. (15 de

febrero de 2016, Homilía)

El lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, están al servicio del bien

común. Y, cuando el bien común es forzado para estar al servicio del lucro, y el capital la

única ganancia posible, eso tiene un nombre, se llama exclusión, y así se va consolidando la

cultura del descarte: ¡Descartado! ¡Excluido! (17 de febrero de 2016, Mundo del trabajo)

La riqueza y el poder son realidades que pueden ser buenas y útiles para el bien común, si

se ponen al servicio de los pobres y de todos, con justicia y caridad. Pero cuando, como

ocurre con demasiada frecuencia, se viven como un privilegio, con egoísmo y prepotencia,

se transforman en instrumentos de corrupción y muerte. (24 de febrero de 2016)

A la concepción moderna del intelectual, empeñado en la realización de sí mismo y en

busca de reconocimiento personal, a menudo sin tener en cuenta el prójimo, es necesario

contraponer un modelo más solidario, que trabaje por el bien común y por la paz. Sólo así

el mundo intelectual se vuelve capaz de construir una sociedad más sana. Quien tiene el

don de poder estudiar tiene también una responsabilidad de servicio por el bien de la

humanidad. El saber es una vía privilegiada para el desarrollo integral de la sociedad; y el

ser estudiantes en un país distinto del propio, en otro horizonte cultural, permite aprender

nuevos idiomas, nuevos usos y costumbres. Permite mirar el mundo desde otra perspectiva

y abrirse sin temor al otro y al diferente. Esto lleva a los estudiantes, y a los que los acogen,

a volverse más tolerantes y hospitalarios. Al aumentar las habilidades sociales, crece la

confianza en uno mismo y en los otros, los horizontes se expanden, la visión del futuro se

amplía y nace el deseo de construir juntos el bien común. (1 de diciembre de 2016)

Aquello de lo que estamos hablando es del bien común de la humanidad, del derecho de

cada persona de tener parte de los recursos de este mundo y de tener las mismas

oportunidades para desarrollar su potencial, potencialidad que en un último análisis se basa

en la dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza. Nuestro gran desafío es

el de responder a los niveles globales de injusticia promoviendo un sentido de


responsabilidad local, es más, personal, de manera que nadie quede excluido de la

participación social. Por lo tanto, la pregunta que debemos plantearnos es cuál es la mejor

manera de animarnos los unos a los otros y motivar a nuestras respectivas comunidades

para responder al sufrimiento y las necesidades que vemos, tanto lejos como entre nosotros.

15

La renovación, la purificación y el refuerzo de sólidos modelos económicos depende de

nuestra personal conversión y generosidad hacia los necesitados. (3 de diciembre de 2016)

Se trata todavía de integrar la dimensión individual y la comunitaria. Es innegable que

seamos hijos de una cultura, por lo menos en el mundo occidental, que ha exaltado al

individuo hasta hacer como una isla, casi como si se pudiera ser felices solos. Por otra

parte, no faltan visiones ideológicas y poderes políticos que han aplastado a la persona, la

han masificado y privado de esa libertad sin la cual el hombre ya no se siente hombre. A tal

masificación están interesados también poderes económicos que quieren aprovechar la

globalización, en lugar de favorecer una mayor repartición entre los hombres, simplemente

para imponer un mercado global del cual son ellos mismos quienes dictan las reglas y

obtienen provecho. El yo y la comunidad no son competidores entre sí, pero el yo puede

madurar solo en presencia de relaciones interpersonales auténticas y la comunidad es

generadora cuando lo son todos y singularmente sus componentes. Esto vale aún más para

la familia, que es la primera célula de la sociedad y en la cual se aprende a vivir juntos. (4

de abril de 2017)

Como dice el conocido dicho egipcio: “Después de mí, el diluvio”. Es la tentación de los

egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo

en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se

justifican. La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación

de un miembro está vinculada a la santidad de todos (cf. 1Co 12,12-27; Lumen gentium, 7).

El individualista es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto. (29 de abril de 2017,

Viaje apostólico)

16

Caridad/Amor

A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta

mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio,
y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que

tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto,

rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y

acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más

débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al

hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-

46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar. (19 de marzo de 2013)

Vosotros nos decís que amar a Dios y al prójimo no es algo abstracto, sino profundamente

concreto: quiere decir ver en cada persona el rostro del Señor que hay que servir, y servirle

concretamente. Y vosotros sois, queridos hermanos y hermanas, el rostro de Jesús. (21 de

mayo de 2013)

Para nosotros, cristianos, el amor al prójimo nace del amor de Dios y es de ello la más

límpida expresión. Aquí se busca amar al prójimo, pero también dejarse amar por el

prójimo. Estas dos actitudes caminan juntas; no puede haber una sin la otra. En el papel con

membrete de las Misioneras de la Caridad están impresas estas palabras de Jesús: “Todo lo

que hayáis hecho a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,

40). Amar a Dios en los hermanos y amar a los hermanos en Dios. (21 de mayo de 2013)

“Dios es amor”. No es un amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está en el

origen de cada vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y resucita, el amor del Espíritu

que renueva al hombre y el mundo. Pensar en que Dios es amor nos hace mucho bien,

porque nos enseña a amar, a darnos a los demás como Jesús se dio a nosotros, y camina con

nosotros. Jesús camina con nosotros en el camino de la vida. (26 de mayo de 2013)

Un Dios “que se hace cercano por amor —añadió— y camina con su pueblo. Y este

caminar llega a un punto inimaginable: jamás se podría pensar que el Señor mismo se hace

uno de nosotros y camina con nosotros, y permanece con nosotros, permanece en su Iglesia,

se queda en la Eucaristía, se queda en su Palabra, se queda en los pobres y se queda con

nosotros caminando. Esta es la cercanía. El pastor cercano a su rebaño, a sus ovejas, a las

que conoce una por una”. (7 de junio de 2013, Sagrado Corazón)

Jesús “quiso mostrarnos su corazón como el corazón que tanto amó. Por ello hoy hacemos

esta conmemoración. Sobre todo del amor de Dios. Dios nos ha amado, nos ha amado

mucho. Pienso en lo que nos decía san Ignacio; ... nos indicó dos criterios sobre el amor.
Primero: el amor se manifiesta más en las obras que en las palabras. Segundo: el amor está

más en dar que en recibir”. (7 de junio de 2013, Sagrado Corazón)

Estos dos criterios son como pilares del verdadero amor: las obras y darse. (7 de junio de

2013, Sagrado Corazón)

¿Cuál es la ley del pueblo de Dios? Es la ley del amor, amor a Dios y amor al prójimo

según el mandamiento nuevo que nos dejó el Señor (cf. Jn 13, 34). Un amor, sin embargo,

17

que no es estéril sentimentalismo o algo vago, sino que es reconocer a Dios como único

Señor de la vida y, al mismo tiempo, acoger al otro como verdadero hermano, superando

divisiones, rivalidades, incomprensiones, egoísmos; las dos cosas van juntas. ¡Cuánto

camino debemos recorrer aún para vivir en concreto esta nueva ley, la ley del Espíritu

Santo que actúa en nosotros, la ley de la caridad, del amor! Cuando vemos en los periódicos

o en la televisión tantas guerras entre cristianos, pero ¿cómo puede suceder esto? En el seno

del pueblo de Dios, ¡cuántas guerras! En los barrios, en los lugares de trabajo, ¡cuántas

guerras por envidia y celos! Incluso en la familia misma, ¡cuántas guerras internas!

Nosotros debemos pedir al Señor que nos haga comprender bien esta ley del amor. Cuán

hermoso es amarnos los unos a los otros como hermanos auténticos. ¡Qué hermoso es! Hoy

hagamos una cosa. (12 de junio de 2013)

La luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor

se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la

vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en

ella se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. (29 de junio de

2013, no. 34)

En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado

por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se

para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. No se dejen robar la esperanza.

Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos

como si no vemos. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende

la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35). Queridos amigos, creo que aquí, en este hospital, se

hace concreta la parábola del Buen Samaritano. Aquí no existe indiferencia, sino atención,

no hay desinterés, sino amor. (24 de julio de 2013, Providencia)


Nuestras misiones tienen este objetivo: identificar las necesidades materiales e inmateriales

de las personas y buscar satisfacerlas como podamos. ¿Usted sabe qué es el “ágape”? Es el

amor por los demás, como nuestro Señor lo predicó. No es proselitismo, es amor. Amor por

el prójimo, levadura que sirve al bien común. (1 de octubre de 2013)

Una fe vivida de modo serio suscita comportamientos de caridad auténtica. (31 de octubre

de 2013)

El verdadero discípulo del Señor se compromete personalmente en un ministerio de la

caridad, que tiene como dimensión las multiformes e inagotables pobrezas del hombre. (31

de octubre de 2013)

Cada día estamos llamados todos a convertirnos en una “caricia de Dios” para aquellos que

tal vez han olvidado las primeras caricias, que tal vez jamás en su vida han sentido una

caricia. (31 de octubre de 2013)

Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los

demás, ya no entran los pobres. (24 de noviembre de 2013, no. 2)

Lo que cuenta es ante todo “la fe que se hace activa por la caridad” (Ga 5,6). Las obras de

amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu:

18

“La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en

la fe que obra por el amor”. (24 de noviembre de 2013, no. 37)

El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en

los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en

ninguna circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta

respuesta de amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la

Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor

peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos

doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje

correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener “olor a Evangelio”. (24 de

noviembre de 2013, no. 39)

En una civilización paradójicamente herida de anonimato, y a la vez obsesionada por los

detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la

Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro
cuantas veces sea necesario. (24 de noviembre de 2013, no. 169)

La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su

existencia. Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad,

compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y

espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres,

lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo.

(24 de noviembre de 2013, no. 269)

Benedicto XVI ha dicho que “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en

ciegos ante Dios”, y que el amor es en el fondo la única luz que “ilumina constantemente a

un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar”. Por lo tanto, cuando vivimos la

mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para

recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser

humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez

que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a

Dios. Como consecuencia de esto, si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos

dejar de ser misioneros. (24 de noviembre de 2013, no. 272)

“Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’. Yo, en

cambio, os digo: ‘Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen’ (Mt 5, 43-

44). A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar

recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones

humanas, en las familias, en las comunidades y en el mundo. (23 de febrero de 2014)

“Sois templo de Dios...; santo es el templo de Dios, que sois vosotros” (1 Co 3, 16-17). En

este templo, que somos nosotros, se celebra una liturgia existencial: la de la bondad, del

perdón, del servicio; en una palabra, la liturgia del amor. Este templo nuestro resulta como

profanado si descuidamos los deberes para con el prójimo. Cuando en nuestro corazón hay

cabida para el más pequeño de nuestros hermanos, es el mismo Dios quien encuentra

puesto. Cuando a ese hermano se le deja fuera, el que no es bien recibido es Dios mismo.

19

Un corazón vacío de amor es como una iglesia desconsagrada, sustraída al servicio divino y

destinada a otra cosa. (23 de febrero de 2014)

El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta
alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien

está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad.

Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre. El don de piedad

que nos da el Espíritu Santo nos hace apacibles, nos hace serenos, pacientes, en paz con

Dios, al servicio de los demás con mansedumbre. (4 de junio de 2014)

Dar el primado a Dios significa tener el valor de decir no al mal, no a la violencia, no a los

atropellos, para vivir una vida de servicio a los demás y en favor de la legalidad y del bien

común. Cuando una persona descubre a Dios, el verdadero tesoro, abandona un estilo de

vida egoísta y busca compartir con los demás la caridad que viene de Dios. Quien llega a

ser amigo de Dios, ama a los hermanos, se compromete en salvaguardar su vida y su salud

incluso respetando el medio ambiente y la naturaleza. (26 de julio de 2014, Homilía)

En su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los discípulos en la lectura del

Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón

destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: “Señor,

socórreme”. La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor,

acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas,

de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren

persecución y muerte en el nombre de Jesús: “Señor, socórreme”. Este mismo grito surge a

menudo en nuestros corazones: “Señor, socórreme”. No respondamos como aquellos que

rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con

estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le

pide ayuda con amor, misericordia y compasión. (17 de agosto de 2014, Juventud)

En efecto, el signo visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar al mundo y a los

demás, a su familia, el amor de Dios es el amor a los hermanos. El mandamiento del amor a

Dios y al prójimo es el primero no porque está en la cima de la lista de los mandamientos.

Jesús no lo puso en el vértice, sino en el centro, porque es el corazón desde el cual todo

debe partir y al cual todo debe regresar y hacer referencia. (26 de octubre de 2014)

Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo,

comprendía también el deber de hacerse cargo de las personas más débiles, como el

extranjero, el huérfano, la viuda (cf. Ex 22, 20-26). Jesús conduce hacia su realización esta

ley de alianza, Él que une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un


único misterio de amor. Ahora, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la

fe, y la fe es el alma del amor. Ya no podemos separar la vida religiosa, la vida de piedad

del servicio a los hermanos, a aquellos hermanos concretos que encontramos. No podemos

ya dividir la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de

la proximidad a su vida, especialmente a sus heridas. Recordad esto: el amor es la medida

de la fe. ¿Cuánto amas tú? Y cada uno se da la respuesta. ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo

amo. Y la fe es el alma del amor. (26 de octubre de 2014)

20

[Jesús] nos entrega dos rostros, es más, un solo rostro, el de Dios que se refleja en muchos

rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil,

indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios. Y deberíamos

preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer

en él el rostro de Dios: ¿somos capaces de hacer esto? De este modo Jesús ofrece a cada

hombre el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero Él, sobre todo, nos

donó el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón

libre y generoso. (26 de octubre de 2014)

La fe abre la puerta de la caridad haciéndonos que deseemos imitar a Jesús, nos insta al

bien, dándonos el valor para actuar siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano. (20 de

diciembre de 2014)

Jesús, que vino al mundo para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos

los hombres, muestra una predilección particular por quienes están heridos en el cuerpo y

en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados.

Así, Él se revela médico, tanto de las almas como de los cuerpos, buen samaritano del

hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana. (8 de febrero de

2015)

Quien se nutre con fe de Cristo Pan vivo su amor lo impulsa a dar la vida por los hermanos,

a salir, a ir al encuentro de quien es marginado y despreciado. (4 de marzo de 2015,

Focolares)

La vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que se refiere a algo

más allá de uno mismo, descentra a la persona, inicia un “camino permanente, como un

salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de


este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios”

(Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6). (29 de marzo de 2015)

Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y

extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa

compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que

le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes

muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino

la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus

necesidades más reales. (11 de abril de 2015, no. 8)

Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para

indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace

visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su

misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se

verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros.

Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de

alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor

misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es

misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.

(11 de abril de 2015, no. 9)

21

Esto es lo que se me ocurre decirte. Que esto no sea para nosotros simple beneficencia, sino

que convierta nuestro corazón. Y esta inquietud que te da el Espíritu Santo para encontrar

caminos para ayudar, para promover a los hermanos y hermanas, esto te une a Jesucristo:

esto es penitencia, esto es cruz, pero esto es alegría. Una alegría grande, grande, grande que

te da el Espíritu cuando das esto. (30 de abril de 2015)

Lo que hace que un joven no se jubile es el deseo de amar, el deseo de dar lo más hermoso

que tiene el hombre, lo más hermoso que tiene Dios, porque la definición de Dios que da

san Juan es “Dios es amor”. Y cuando el joven ama, vive, crece, no se jubila. Crece, crece,

crece y da. (21 de junio de 2015, Jóvenes)

El amor tiene dos ejes sobre los que se mueve, y si una persona, un joven, no tiene estos

dos ejes, estas dos dimensiones del amor, no es amor. Ante todo, el amor está más en las
obras que en las palabras: el amor es concreto… El amor es concreto, está más en las

obras que en las palabras… El amor se da… Y la segunda dimensión, el segundo eje sobre

el que gira el amor, es que el amor siempre se comunica, es decir, el amor escucha y

responde, el amor se manifiesta en el diálogo, en la comunicación: se comunica. (21 de

junio de 2015, Jóvenes)

Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro,

esa proximidad del día a día, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos

cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos

sino a partir del encuentro genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura del

encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman. Nadie ama un concepto, nadie ama

una idea; se aman las personas. La entrega, la verdadera entrega surge del amor a hombres

y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades… rostros, rostros y nombres que

llenan el corazón. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias

olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la

exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar

este mundo. (9 de julio de 2015, Movimientos Populares)

Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos

a los que “se vive”, se usa, se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de

servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a quien Él sirve. Su amor cura

nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo

políticamente correcto. (21 de septiembre de 2015, Homilía)

Dejémonos mirar por el Señor en la oración, en la Eucaristía, en la Confesión, en nuestros

hermanos, especialmente en aquellos que se sienten dejados, más solos. Y aprendamos a

mirar como Él nos mira. Compartamos su ternura y su misericordia con los enfermos, los

presos, los ancianos, las familias en dificultad. Una y otra vez somos llamados a aprender

de Jesús que mira siempre lo más auténtico que vive en cada persona, que es precisamente

la imagen de su Padre. (21 de septiembre de 2015, Homilía)

Esa caridad que nace de la llamada de un Dios que sigue golpeando nuestra puerta, la

puerta de todos para invitarnos al amor, a la compasión, a la entrega de unos por otros.

Jesús sigue golpeando nuestras puertas, nuestra vida. No lo hace mágicamente, no lo hace

con artilugios o con carteles luminosos o con fuegos artificiales. Jesús sigue golpeando
22

nuestra puerta en el rostro del hermano, en el rostro del vecino, en el rostro del que está a

nuestro lado. (24 de septiembre de 2015, Sintecho)

En la oración, todos aprendemos a decir Padre, papá, y cuando decimos Padre, papá, nos

encontramos como hermanos. En la oración, no hay ricos o pobres, hay hijos y hermanos.

En la oración no hay personas de primera o de segunda, hay fraternidad. En la oración es

donde nuestro corazón encuentra fuerza para no volverse insensible, frío ante las

situaciones de injusticias. En la oración, Dios nos sigue llamando y levantando a la caridad.

(24 de septiembre de 2015, Sintecho)

Jesús quiere ponernos en guardia también a nosotros, hoy, del pensar que la observancia

exterior de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos. Como entonces para los fariseos,

existe también para nosotros el peligro de creernos en lo correcto, o peor, mejores que los

demás por el solo hecho de observar las reglas, las costumbres, aunque no amemos al

prójimo, seamos duros de corazón, soberbios y orgullosos. La observancia literal de los

preceptos es algo estéril si no cambia el corazón y no se traduce en actitudes concretas:

abrirse al encuentro con Dios y a su Palabra, buscar la justicia y la paz, socorrer a los

pobres, a los débiles, a los oprimidos. (30 de agosto de 2015)

Contemplando a la Familia de Nazaret, el hermano Charles se percató de la esterilidad del

afán por las riquezas y el poder; con el apostolado de la bondad se hizo todo para todos;

atraído por la vida eremítica, entendió que no se crece en el amor de Dios evitando la

servidumbre de las relaciones humanas, porque amando a los otros es como se aprende a

amar a Dios; inclinándose al prójimo es como nos elevamos hacia Dios. A través de la

cercanía fraterna y solidaria a los más pobres y abandonados entendió que, a fin de cuentas,

son precisamente ellos los que nos evangelizan, ayudándonos a crecer en humanidad. (3 de

octubre de 2015, Asamblea)

Descubrimos así, como dijo don Guanella, que “el amor al prójimo es el consuelo de la

vida”. (12 de noviembre de 2015, Familia)

Don Guanella, que recomendaba mirar a Jesús a partir de su corazón, nos invita a mirar con

la misma mirada del Señor: una mirada que infunde esperanza y alegría, capaz, a la vez, de

experimentar un “vivo sentimiento de compasión” hacia los que sufren. (12 de noviembre

de 2015, Familia)
La carestía más grande es la de la caridad: hacen falta sobre todo personas con ojos

renovados por el amor y miradas que infundan esperanza. Porque “el amor hará que se

encuentren maneras y discursos para confortar a quien es débil”, decía de nuevo vuestro

fundador. (12 de noviembre de 2015, Familia)

¿Que nos dirá Jesús para abrirnos las puertas del cielo? “Estaba hambriento y me diste de

comer; no tenía un techo y me has dado una casa; estaba enfermo y has venido a visitarme;

estaba en la cárcel y has venido a verme” (cf. Mt 25, 35-36). Jesús está en la humildad. (18

de diciembre de 2015)

El amor verdadero, en efecto, no es un acto exterior, no es dar algo de modo paternalista

para tranquilizar la conciencia, sino aceptar a quien necesita de nuestro tiempo, de nuestra

23

amistad, de nuestra ayuda. Es vivir el servicio, venciendo la tentación de complacernos. (10

de febrero de 2016)

Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o

permitir que nos traten como objetos. (19 de marzo de 2016, no. 92)

En todo el texto se ve que Pablo quiere insistir en que el amor no es sólo un sentimiento,

sino que se debe entender en el sentido que tiene el verbo “amar” en hebreo: es “hacer el

bien”. Como decía san Ignacio de Loyola, “el amor se debe poner más en las obras que en

las palabras”. Así puede mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la

felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin

reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir. (19 de marzo de 2016, no. 94)

El amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, “sin esperar nada a cambio”

(Lc 6,35), hasta llegar al amor más grande, que es “dar la vida” por los demás (Jn 15,13).

(19 de marzo de 2016, no. 102)

Esto me recuerda aquellas palabras de Martin Luther King, cuando volvía a optar por el

amor fraterno aun en medio de las peores persecuciones y humillaciones: “La persona que

más te odia, tiene algo bueno en él; incluso la nación que más odia, tiene algo bueno en

ella; incluso la raza que más odia, tiene algo bueno en ella. Y cuando llegas al punto en que

miras el rostro de cada hombre y ves muy dentro de él lo que la religión llama la ‘imagen

de Dios’, comienzas a amarlo ‘a pesar de’. No importa lo que haga, ves la imagen de Dios

allí. Hay un elemento de bondad del que nunca puedes deshacerte...” (19 de marzo de 2016,
no. 118)

Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende. El llanto de

Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos. Ese llanto

enseña a sentir como propio el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las

dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas. (5 de mayo de

2016).

Vemos cuánta tristeza hay en muchos de los rostros que encontramos. Cuántas lágrimas se

derraman a cada momento en el mundo; cada una distinta de las otras; y juntas forman

como un océano de desolación, que implora piedad, compasión, consuelo. Las más amargas

son las provocadas por la maldad humana: las lágrimas de aquel a quien le han arrebatado

violentamente a un ser querido; lágrimas de abuelos, de madres y padres, de niños... Hay

ojos que a menudo se quedan mirando fijos la puesta del sol y que apenas consiguen ver el

alba de un nuevo día. Tenemos necesidad de la misericordia, del consuelo que viene del

Señor. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el

consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos (cf. Is 25:8;

Ap 7:17; 21:4). (5 de mayo de 2016)

“Amor est in via”, recordaba San Bernardo, el amor está siempre en la calle, el amor está

siempre en el camino. Con Don Orione, yo también os exhorto a no permanecer encerrados

en vuestros ambientes, sino a salir “afuera”. Hay tanta necesidad de sacerdotes y religiosos

que no se detengan solo en las instituciones de la caridad —también necesarias— sino que

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sepan ir más allá de sus fronteras, para llevar a cada ambiente, incluso al más lejano, el

perfume de la caridad de Cristo. (27 de mayo de 2016)

No los cálculos ni los intereses, sino el amor humilde y generoso atrae la misericordia del

Padre, la bendición de Cristo y la abundancia del Espíritu Santo. (25 de junio de 2016,

Oración por la paz)

Jesús busca corazones abiertos y tiernos con los débiles, nunca duros. (30 de julio de 2016,

Homilía)

En esta tarde, queridos jóvenes, el Señor os invita de nuevo a que seáis protagonistas de

vuestro servicio; quiere hacer de vosotros una respuesta concreta a las necesidades y

sufrimientos de la humanidad; quiere que seáis un signo de su amor misericordioso para


nuestra época. Para cumplir esta misión, él os señala la vía del compromiso personal y del

sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz. La vía de la cruz es la vía de la felicidad de

seguir a Cristo hasta el final, en las circunstancias a menudo dramáticas de la vida

cotidiana; es la vía que no teme el fracaso, el aislamiento o la soledad, porque colma el

corazón del hombre de la plenitud de Cristo. La vía de la cruz es la vía de la vida y del

estilo de Dios, que Jesús manda recorrer a través también de los senderos de una sociedad a

veces dividida, injusta y corrupta. (29 de julio de 2016, Vía Crucis)

Mirando a nuestro alrededor, comprobamos que el hombre y la mujer de hoy, están

sedientos de Dios. Ellos son la carne viva de Cristo, que grita “tengo sed” de una palabra

auténtica y liberadora, de un gesto fraterno y de ternura… Cuanto más se salga a saciar la

sed del prójimo, tanto más seremos predicadores de verdad, de esa verdad anunciada por

amor y misericordia, de la que habla santa Catalina de Siena (cf. Libro della Divina

Dottrina, 35). (4 de agosto de 2016, Dominicos)

El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida que nos arrolla pero sin

aniquilarnos… Cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera

nuestra vida. (3 de septiembre de 2016)

El compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que cada

discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cada día en el amor. (4 de

septiembre de 2016)

A Dios le agrada toda obra de misericordia, porque en el hermano que ayudamos

reconocemos el rostro de Dios que nadie puede ver (cf. Jn 1, 18). (4 de septiembre de 2016)

[Madre Teresa] nos ayude a comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción

es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin

distinción de lengua, cultura, raza o religión. (4 de septiembre de 2016)

Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades. El

Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a

inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o

decir: “Te ayudaré mañana, hoy no tengo tiempo, te ayudaré mañana”. Y esto es un pecado.

El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro

tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra. (25 de septiembre de 2016)

25
Nos sostiene en esto el amor que transformó la vida de los Apóstoles. Es el amor sin igual,

que el Señor ha encarnado: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus

amigos” (Jn 15,13); y que nos lo ha dado para que nos amemos unos a otros como él nos ha

amado (cf. Jn 15,12)… Realmente el amor del Señor nos eleva, porque nos permite

alzarnos por encima de las incomprensiones del pasado, de los cálculos del presente y de

los temores del futuro. (30 de septiembre de 2016, Discurso en Georgia)

En las próximas Catequesis nos detendremos sobre estas obras, que la Iglesia nos presenta

como el modo concreto de vivir la misericordia. En el curso de los siglos, muchas personas

simples las han puesto en práctica, dando así genuino testimonio de su fe. La Iglesia por

otra parte, fiel a su Señor, nutre un amor preferencial por los más débiles. A menudo son las

personas más cercanas a nosotros las que necesitan nuestra ayuda. No debemos ir en busca

de quién sabe cuáles empresas por realizar. Es mejor iniciar por las más simples, que el

Señor nos indica como las más urgentes. En un mundo desgraciadamente afectado por el

virus de la indiferencia, las obras de misericordia son el mejor antídoto. Nos educan,

efectivamente, a ocuparnos de las exigencias más elementales de nuestros “hermanos más

pequeños” (Mt 25, 40), en los cuales está presente Jesús. Siempre Jesús está presente allí.

Donde hay necesidad, una persona que tiene una necesidad, sea material que espiritual,

Jesús está ahí. Reconocer su rostro en el de quien se encuentra necesitado es un verdadero

desafío contra la indiferencia. (12 de octubre de 2016, Audiencia general)

Pedimos el mandamiento nuevo que Jesús nos dio: “Que os améis unos a otros; como yo os

he amado” (Jn 13,34); es lo que nosotros le imploramos que nos dé: su amor para ser

capaces de amar. Dios nos da de muchas maneras este amor; Dios siempre nos está dando

este amor y se hace presente en nuestra vida. Miramos al pasado y damos gracias por tantos

dones recibidos. (20 de octubre de 2016)

En esto [Jesús] es muy claro, no anda con vueltas ni eufemismos: Amen a sus enemigos,

hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los

difaman… Al enemigo, al que te odia, al que te maldice o difama: ámalo, hazle el bien,

bendícelo y ruega por él… El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios

no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y

clasificamos a las personas. Dios tiene hijos y no precisamente para sacárselos de encima.

El amor de Dios tiene sabor a fidelidad con las personas, porque es amor de entrañas, un
amor maternal/paternal que no las deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado.

Nuestro Padre no espera a amar al mundo cuando seamos buenos, no espera a amarnos

cuando seamos menos injustos o perfectos; nos ama porque eligió amarnos, nos ama porque

nos ha dado el estatuto de hijos. Nos ha amado incluso cuando éramos enemigos suyos (cf.

Rm 5,10). El amor incondicionado del Padre para con todos ha sido, y es, verdadera

exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y

condenar. Saber que Dios sigue amando incluso a quien lo rechaza es una fuente ilimitada

de confianza y estímulo para la misión. Ninguna mano sucia puede impedir que Dios ponga

en esa mano la Vida que quiere regalarnos. (19 de noviembre de 2016)

Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, estas dos obras de misericordia

tampoco están lejos de nuestra vida. Cada uno de nosotros puede esforzarse en vivirlas para

poner en práctica la palabra del Señor cuando dice que el misterio del amor de Dios no ha

26

sido revelado a los sabios e inteligentes, sino a los pequeños (cf. Lc 10, 21; Mt 11. 25—26).

Por lo tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a transmitir y la certeza más

segura para salir de la duda, es el amor de Dios con el cual hemos sido amados (cf. 1 Gv 4,

10). Un amor grande, gratuito y dado para siempre ¡Dios nunca da marcha atrás con su

amor! Sigue siempre hacia adelante y espera; dona su amor para siempre, del cual debemos

sentir una fuerte responsabilidad, para ser testimonios ofreciendo misericordia a nuestros

hermanos. (23 de noviembre de 2016)

Oh María, nuestra Madre Inmaculada,

en el día de tu fiesta vengo a ti, y no vengo solo:

Traigo conmigo a todos aquellos que tu Hijo me ha confiado,

en esta ciudad de Roma y en el mundo entero,

para que tú los bendigas y los salves de los peligros.

Te traigo, Madre, a los niños,

especialmente aquellos solos, abandonados,

que por ese motivo son engañados y explotados.

Te traigo, Madre, a las familias,

que llevan adelante la vida y la sociedad

con su compromiso cotidiano y escondido;


en modo particular a las familias que tienen más dificultades

por tantos problemas internos y externos.

Te traigo, Madre, a todos los trabajadores, hombres y mujeres,

y te encomiendo especialmente a quien, por necesidad,

se esfuerza por desempeñar un trabajo indigno

y a quien el trabajo lo ha perdido o no puede encontrarlo.

Necesitamos tu mirada inmaculada,

para recuperar la capacidad de mirar a las personas y cosas

con respeto y reconocimiento

sin intereses egoístas o hipocresías.

Necesitamos de tu corazón inmaculado,

para amar en modo gratuito

sin segundos fines, sino buscando el bien del otro,

con sencillez y sinceridad, renunciando a máscaras y maquillajes.

Necesitamos tus manos inmaculadas,

para acariciar con ternura,

para tocar la carne de Jesús

en los hermanos pobres, enfermos, despreciados,

para levantar a los que se han caído y sostener a quien vacila.

Necesitamos de tus pies inmaculados,

27

para ir al encuentro de quienes no saben dar el primer paso,

para caminar por los senderos de quien se ha perdido,

para ir a encontrar a las personas solas.

Te agradecemos, oh Madre, porque al mostrarte a nosotros libre de toda mancha de pecado,

nos recuerdas que ante todo está la gracia de Dios,

está el amor de Jesucristo que dio su vida por nosotros,

está la fortaleza del Espíritu Santo que hace nuevas todas las cosas.

Haz que no cedamos al desánimo,

sino que, confiando en tu ayuda constante,

trabajemos duro para renovarnos a nosotros mismos,


a esta ciudad y al mundo entero.

¡Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios! (8 de diciembre de 2016, Oración)

La cercanía y el calor de toda la Iglesia deben hacerse todavía más intensos y cariñosos, y

deben asumir la forma exquisita de la compasión, que no es tener lástima: la compasión es

padecer con el otro, sufrir con el otro, acercarme a quien sufre; una palabra, una caricia,

pero que venga del corazón; esta es la compasión. Para quien tiene necesidad del conforto y

la consolación. Esto es importante más que nunca: la esperanza cristiana no puede

prescindir de la caridad genuina y concreta. (8 de febrero de 2017)

El peligro es negar al prójimo y así, sin darnos cuenta, negar su humanidad, nuestra

humanidad, negarnos a nosotros mismos, y negar el más importante de los mandamientos

de Jesús. Esa es la deshumanización. Pero existe una oportunidad: que la luz del amor al

prójimo ilumine la Tierra con su brillo deslumbrante como un relámpago en la oscuridad,

que nos despierte y la verdadera humanidad brote con esa empecinada y fuerte resistencia

de lo auténtico. (10 de febrero de 2017)

Sabemos bien que el gran mandamiento que nos ha dejado el Señor Jesús es el de amar:

amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y amar al prójimo

como a ti mismo (cf Mateo 22,37-39), es decir estamos llamados al amor, a la caridad: y

esta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia; y a esta está unida

también la alegría de la esperanza cristiana. Quien ama tiene la alegría de la esperanza, de

llegar a encontrar el gran amor que es el Señor. (15 de marzo de 2017)

La hipocresía puede insinuarse en cualquier parte, también en nuestra forma de amar. Esto

se verifica cuando el nuestro es un amor interesado, movido por intereses personales; y

cuántos amores interesados hay... cuando los servicios caritativos en los que parece que nos

esforzamos se cumplen para mostrarnos a nosotros mismos o para sentirnos satisfechos:

“¡Pero qué bueno soy!” ¡No, esto es hipocresía! O incluso cuando tendemos a cosas que

tengan “visibilidad” para hacer una demostración de nuestra inteligencia o de nuestras

capacidades. Detrás de todo esto hay una idea falsa, engañosa, es decir, que, si amamos, es

porque nosotros somos buenos; como si la caridad fuera una creación del hombre, un

producto de nuestro corazón. La caridad, sin embargo, es sobre todo una gracia; un regalo;

poder amar es un don de Dios, y debemos pedirlo. Y él lo da con gusto, si lo pedimos. La

caridad es una gracia: no consiste en hacer ver lo que somos, sino lo que el Señor nos dona
28

y que nosotros libremente acogemos; y no se puede expresar en el encuentro con los otros

si antes no es generada del encuentro con el rostro manso y misericordioso de Jesús. (15 de

marzo de 2017)

Es la posibilidad de vivir también nosotros el gran mandamiento del amor, de convertirse

en instrumento de la caridad de Dios. Y esto sucede cuando nos dejamos sanar y renovar el

corazón de Cristo resucitado. El Señor resucitado que vive entre nosotros, que vive con

nosotros es capaz de sanar nuestro corazón: lo hace, si nosotros lo pedimos. Es Él que nos

permite, aun en nuestra pequeñez y pobreza, experimentar la compasión del Padre y

celebrar las maravillas de su amor. Y se entiende entonces que todo lo que podemos vivir y

hacer por los hermanos no es otra cosa que la respuesta a lo que Dios ha hecho y continúa

haciendo por nosotros. Es más, es Dios mismo que, habitando en nuestro corazón y en

nuestra vida, continúa haciéndose cercano y sirviendo a todos aquellos que encontramos

cada día en nuestro camino, empezando por los últimos y los más necesitados en los cuales

Él, en primer lugar, se reconoce. (15 de marzo de 2017)

Esto significa que el Señor Jesús debe convertirse siempre cada vez más en nuestro modelo:

modelo de vida y que nosotros debemos aprender a comportarnos como Él se ha

comportado. Hacer lo que hacía Jesús. La esperanza que habita en nosotros, entonces, no

puede permanecer escondida dentro de nosotros, en nuestro corazón: pues, sería una

esperanza débil, que no tiene el valor de salir fuera y hacerse ver; sino nuestra esperanza,

como se observa en el Salmo 33 citado por Pedro, debe necesariamente salir fuera, tomando

la forma exquisita e inconfundible de la dulzura, del respeto, de la benevolencia hacia el

prójimo, llegando incluso a perdonar a quien nos hace daño. Una persona que no tiene

esperanza no consigue perdonar, no consigue dar la consolación del perdón y tener la

consolación de perdonar. Sí, porque así ha hecho Jesús, y así continúa haciendo a través de

quienes le dejan espacio en su corazón y en su vida, con la conciencia de que el mal no se

vence con el mal, sino con la humildad, la misericordia y la docilidad. (5 de abril de 2017,

Audiencia)

Y aquí nos ayuda otra imagen bellísima, que Jesús ha dejado a los discípulos durante la

Última Cena. Dice: “La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su

hora, pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto, por el gozo de que ha
nacido un hombre en el mundo” (Juan 16, 21). Así es: donar la vida, no poseerla. Y esto es

lo que hacen las madres: dan otra vida, sufren, pero después están alegres, felices porque

han dado a luz otra vida. Da alegría; el amor da a luz la vida y da incluso sentido al dolor.

El amor es el motor que hace ir adelante nuestra esperanza. Lo repito: el amor es el motor

que hace ir adelante nuestra esperanza. Y cada uno de nosotros puede preguntarse: “¿Amo?

¿He aprendido a amar? ¿Aprendo todos los días a amar más?”, porque el amor es el motor

que hace ir adelante nuestra esperanza. (12 de abril de 2017)

La herencia viva de los mártires nos dona hoy a nosotros paz y unidad. Estos nos enseñan

que, con la fuerza del amor, con la mansedumbre, se puede luchar contra la prepotencia, la

violencia, la guerra y se puede realizar con paciencia la paz. Y entonces podemos rezar así:

Oh Señor, haznos dignos testigos del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre

la humanidad; renueva tu Iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede pronto la

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paz al mundo entero. A ti, Señor, la gloria y a nosotros, Señor, la vergüenza (cf. Daniel 9,

7). (22 de abril de 2017)

Una comunidad de cristianos debería vivir en la caridad de Cristo, y sin embargo es

precisamente allí que el maligno “mete la pata” y nosotros a veces nos dejamos engañar. Y

quienes lo pagan son las personas espiritualmente más débiles. Cuántas de ellas —y

vosotros conocéis algunas— cuántas de ellas se han alejado porque no se han sentido

acogidas, no se han sentido comprendidas, no se han sentido amadas. Cuántas personas se

han alejado, por ejemplo, de alguna parroquia o comunidad por el ambiente de chismorreos,

de celos, de envidias que han encontrado ahí. También para un cristiano saber amar no es

nunca un dato adquirido una vez para siempre; cada día se debe empezar de nuevo, se debe

ejercitar por que nuestro amor hacia los hermanos y las hermanas que encontramos se haga

maduro y purificado por esos límites o pecados que lo hacen parcial, egoísta, estéril e infiel.

Cada día se debe aprender el arte de amar. (21 de mayo de 2017)

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Caridad/Servicio

Pero también vosotros, ayudadnos: ayudadnos siempre. Los unos a los otros. Y así,

ayudándonos, nos haremos bien. (28 de marzo de 2013, Centro Penitenciario para Menores)

No debemos olvidar nunca que el verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que
tiene su vértice luminoso en la Cruz. Benedicto XVI, con gran sabiduría, ha recordado en

más de una ocasión a la Iglesia que si para el hombre, a menudo, la autoridad es sinónimo

de posesión, de dominio, de éxito, para Dios la autoridad es siempre sinónimo de servicio,

de humildad, de amor; quiere decir entrar en la lógica de Jesús que se abaja a lavar los pies

a los Apóstoles (cf. Ángelus, 29 de enero de 2012), y que dice a sus discípulos: “Sabéis que

los jefes de los pueblos los tiranizan... No será así entre vosotros —precisamente el lema de

vuestra Asamblea, “entre vosotros no será así”—, el que quiera ser grande entre vosotros,

que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro

esclavo” (Mt 20, 25-27). (8 de mayo de 2013)

Una oración que no conduce a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo,

necesitado de ayuda, el hermano en dificultad, es una oración estéril e incompleta. Pero, del

mismo modo, cuando ... no se reserva tiempo para el diálogo con Él en la oración, se corre

el riesgo de servirse a sí mismo y no a Dios presente en el hermano necesitado. San Benito

resumía el estilo de vida que indicaba a sus monjes en dos palabras: “ora et labora”, reza y

trabaja. Es de la contemplación, de una fuerte relación de amistad con el Señor donde nace

en nosotros la capacidad de vivir y llevar el amor de Dios, su misericordia, su ternura hacia

los demás. Y también nuestro trabajo con el hermano necesitado, nuestro trabajo de caridad

en las obras de misericordia, nos lleva al Señor, porque nosotros vemos precisamente al

Señor en el hermano y en la hermana necesitados. (21 de julio de 2013)

La vida de Jesús es una vida para los demás, la vida de Jesús es una vida para los demás. Es

una vida de servicio. (28 de julio de 2013, JMJ)

Cuando los cardenales me eligieron como Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia

católica, tomé el nombre de “Francisco”, un santo muy famoso, que amó profundamente a

Dios y a todo ser humano, hasta el punto de ser llamado “hermano universal”. Él amó,

ayudó y sirvió a los necesitados, a los enfermos y los pobres; tuvo también gran cuidado de

la creación. (10 de julio de 2013)

La sola acogida no basta. No basta con dar un bocadillo si no se acompaña de la posibilidad

de aprender a caminar con las propias piernas. La caridad que deja al pobre así como es, no

es suficiente. La misericordia verdadera, la que Dios nos dona y nos enseña, pide la justicia,

pide que el pobre encuentre el camino para ya no ser tal. Pide —y lo pide a nosotros,

Iglesia, a nosotros, ciudad de Roma, a las instituciones—, pide que nadie deba tener ya
necesidad de un comedor, de un alojamiento de emergencia, de un servicio de asistencia

legal para ver reconocido el propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona.

(10 de septiembre de 2013)

El aporte de la Iglesia en el mundo actual es enorme. ... [Los cristianos] ayudan a tanta

gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas

esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan

31

en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de

comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que

muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre.

(24 de noviembre de 2013, no. 76)

La gratuidad debería ser una de las características del cristiano, que, consciente de haber

recibido todo de Dios gratuitamente, es decir, sin mérito alguno, aprende a donar a los

demás gratuitamente. Hoy, a menudo, la gratuidad no forma parte de la vida cotidiana,

donde todo se vende y se compra. Todo es cálculo y medida. La limosna nos ayuda a vivir

la gratuidad del don, que es libertad de la obsesión del poseer, del miedo a perder lo que se

tiene, de la tristeza de quien no quiere compartir con los demás el propio bienestar. (5 de

marzo de 2014, Ceniza)

El ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe.

La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad

de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba

las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento

del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las

necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos

en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más

denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos

sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros

hermanos necesitados. (16 de agosto de 2014, Beatificación)

En lugares como éste, todos confirmamos nuestra fe, se nos hace más fácil creer, porque

vemos la fe hecha caridad concreta. La vemos dar luz y esperanza a situaciones de gran

dificultad; vemos que se enciende de nuevo en el corazón de personas tocadas por el


Espíritu de Jesús, que decía: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a

mí” (Mc 9, 37). Esta fe que actúa en la caridad mueve las montañas de la indiferencia, de la

incredulidad y de la indolencia, y abre los corazones y las manos para hacer el bien y

difundirlo. La Buena Noticia de que Jesús ha resucitado y está vivo en medio de nosotros

pasa a través de gestos humildes y simples de servicio a los pequeños. (21 de septiembre de

2014, Niños)

En efecto, ¿de qué otro modo podríamos seguir al Señor, si no es comprometiéndonos

personalmente en el servicio a los enfermos, a los pobres, a los moribundos y a los

necesitados? De la fe en Cristo, nacida tras reconocer nuestra necesidad de Él, que vino a

curar nuestras heridas para enriquecernos, para darnos la vida, para alimentarnos, “brota la

preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad” (Evangelii

gaudium, n. 186). Os agradezco que estéis tan cerca de los enfermos y de todos los que

sufren, brindándoles la amorosa presencia de su pastor. (6 de noviembre de 2014)

La compasión evangélica, en cambio, es la que acompaña en el momento de la necesidad,

es decir, la del buen samaritano, que “ve”, “tiene compasión”, se acerca y ofrece ayuda

concreta (cf. Lc 10, 33). (15 de noviembre de 2014)

32

Si creemos en la acción libre y generosa del Espíritu, podemos comprendernos bien unos a

otros y colaborar para servir mejor a la sociedad y contribuir de modo decidido a la paz. (1

de diciembre de 2014)

“La Iglesia ‘en salida’ es la comunidad de discípulos misioneros que toman la iniciativa,

que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan… La comunidad

evangelizadora experimenta que el Señor toma la iniciativa, la ha precedido en el amor (cf.

1 Jn 4, 10); y, por eso, ella sabe dar el primer paso, tomar la iniciativa sin miedo, salir al

encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los

excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado

la infinita misericordia del Padre” (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24). (12 de

diciembre de 2014)

Interesarse por las necesidades de los pobres, los que más sufren y los que están más solos,

porque quien escogió amar a Jesús, no puede no amar al prójimo. (18 de diciembre de

2014)
Admiro el trabajo que estáis haciendo, especialmente a través de Cáritas y con la ayuda de

otras organizaciones caritativas católicas de diferentes países, ayudando a todos sin

distinción. A través del testimonio de la caridad, ofrecéis el apoyo más valioso a la vida

social y también contribuís a la paz, de la que la Región está tan hambrienta como de pan.

Pero también en el ámbito de la educación está en juego el futuro de la sociedad. Qué

importante es la educación en la cultura del encuentro, del respeto de la dignidad de la

persona y del valor absoluto de todo ser humano. (21 de diciembre de 2014).

Damos gracias a Dios, que suscita en muchos el deseo de convertirse en prójimo y seguir

así la ley de la caridad, que es el corazón del Evangelio. Pero la caridad es aún más

verdadera e influyente cuando se la vive en comunión. La comunión testimonia que la

caridad no consiste sólo en ayudar al otro, sino también en una dimensión que impregna

toda la vida y rompe todas las barreras del individualismo que nos impiden encontrarnos.

La caridad es la vida íntima de la Iglesia y se manifiesta en la comunión eclesial. (10 de

enero de 2015)

Os pido a todos, especialmente a los que podéis hacer y dar más: Por favor, ¡haced más!

Por favor, ¡dad más! Qué distinto es todo cuando sois capaces de dar vuestro tiempo,

vuestros talentos y recursos a la multitud de personas que luchan y que viven en la

marginación. Hay una absoluta necesidad de este cambio, y por ello seréis abundantemente

recompensados por el Señor. (18 de enero de 2015)

El Evangelio de la curación del leproso nos dice que si queremos ser auténticos discípulos

de Jesús estamos llamados a llegar a ser, unidos a Él, instrumentos de su amor

misericordioso, superando todo tipo de marginación. Para ser “imitadores de Cristo” (cf. 1

Cor 11, 1) ante un pobre o un enfermo, no tenemos que tener miedo de mirarlo a los ojos y

de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y abrazarlo. He pedido a menudo a las

personas que ayudan a los demás que lo hagan mirándolos a los ojos, que no tengan miedo

de tocarlos; que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación: también nosotros

tenemos necesidad de ser acogidos por ellos. Un gesto de ternura, un gesto de compasión...

Pero yo os pregunto: vosotros, ¿cuando ayudáis a los demás, los miráis a los ojos? ¿Los

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acogéis sin miedo de tocarlos? ¿Los acogéis con ternura? Pensad en esto: ¿cómo ayudáis?

¿A distancia, o con ternura, con cercanía? (15 de febrero de 2015, Ángelus)


Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de

misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia,

muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el

corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La

predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos

cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras demisericordia

corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger

al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos

las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no

sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia

las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. (11 de abril de 2015,

no. 15)

Se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones

es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de

personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la

pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a

quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la

violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con

nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y

hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se

hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga...

para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No

olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos

juzgados en el amor”. (11 de abril de 2015, no. 15)

El servicio es trabajo de humildes, hoy lo hemos escuchado en el Evangelio. Jesús vino a

servir, no a ser servido. Y la esperanza es virtud de los humildes. Creo que este puede ser el

camino. Te digo con sinceridad: no se me ocurre decirte otra cosa. Humildad y servicio:

estas dos cosas custodian la pequeña esperanza, la virtud más humilde, pero la que te da la

vida. (30 de abril de 2015)

Si el amor es respetuoso, si el amor está en las obras, si el amor está en la comunicación, el

amor se sacrifica por los demás… El amor es servicio. Es servir a los demás. Cuando
Jesús, después del lavatorio de los pies, explicó el gesto a los Apóstoles, enseñó que hemos

sido creados para servirnos unos a otros, y si digo que amo pero no sirvo al otro, no ayudo

al otro, no le permito ir adelante, no me sacrifico por el otro, esto no es amor. Habéis

llevado la cruz [la cruz de la Jornada mundial de la juventud]: allí está el signo del amor. La

historia de amor de Dios comprometido en las obras y en el diálogo, con respeto, con

perdón, con paciencia durante tantos siglos de historia con su pueblo, termina allí: su Hijo

en la cruz, el servicio más grande, que es dar la vida, sacrificarse, ayudar a los demás. No

es fácil hablar de amor, no es fácil vivir el amor. (21 de junio de 2015, Jóvenes)

Y esta es la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más

importante, quién sería seleccionado como el privilegiado —¡eran los discípulos, los más

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cercanos a Jesús, y discutían sobre eso!-, quién estaría exceptuado de la ley común, de la

norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría

más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas. Y Jesús les trastoca su lógica

diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el

prójimo. Es decir, sirviendo. (20 de septiembre de 2015, Misa)

La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir

significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras

familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y

angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se

plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como

ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Son personas de carne y hueso, con su vida, su

historia y especialmente con su fragilidad, las que Jesús nos invita a defender, a cuidar y a

servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la

dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es

invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la

mirada concreta de los más frágiles. (20 de septiembre de 2015, Misa)

Hay un “servicio” que sirve a los otros; pero tenemos que cuidarnos del otro servicio, de la

tentación del “servicio” que “se” sirve de los otros. Hay una forma de ejercer el servicio

que tiene como interés el beneficiar a los “míos”, en nombre de lo “nuestro”. Ese servicio

siempre deja a los “tuyos” por fuera, generando una dinámica de exclusión. Todos estamos
llamados por vocación cristiana al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer

en las tentaciones del “servicio que se sirve”. Todos estamos invitados, estimulados por

Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y esto sin mirar de costado para ver

lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. (20 de septiembre de 2015, Misa)

Queridos amigos, a través de gestos sencillos, a través de acciones sencillas y generosas,

que honran a Cristo en sus hermanos y hermanas más pequeños, conseguimos que la fuerza

de su amor entre en el mundo y lo cambie realmente. (28 de noviembre de 2015, Casa de la

Caridad)

A partir del amor misericordioso con el que Jesús ha expresado el compromiso de Dios,

también nosotros podemos y debemos corresponder a su amor con nuestro compromiso. Y

esto sobre todo en las situaciones de mayor necesidad, donde hay más sed de esperanza.

Pienso —por ejemplo— en nuestro compromiso con las personas abandonadas, con los que

cargan minusvalías muy pesadas, con los enfermos más graves, con los moribundos, con

los que no son capaces de expresar gratitud. A todas estas realidades nosotros llevamos la

misericordia de Dios a través de un compromiso de vida, que es testimonio de nuestra fe en

Cristo. Debemos siempre llevar esa caricia de Dios —porque Dios nos ha acariciado con su

misericordia—, llevarla a los demás, a aquellos que tienen necesidad, a aquellos que llevan

un sufrimiento en el corazón o están tristes: acercarse con esa caricia de Dios, que es la

misma que Él nos ha dado a nosotros. (20 de febrero de 2016)

El amor no son palabras, son obras y servicio; un servicio humilde, hecho en el silencio y

escondido, como Jesús mismo dijo: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu

derecha” (Mt 6, 3). Esto comporta poner a disposición los dones que el Espíritu Santo nos

ha dado, para que la comunidad pueda crecer (cf. 1 Cor 12, 4-11). Además se expresa en el

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compartir los bienes materiales, para que nadie tenga necesidad. Este gesto de compartir y

de dedicarse a los necesitados es un estilo de vida que Dios sugiere también a muchos no

cristianos, como un camino de auténtica humanidad. (12 de marzo de 2016)

El amor, la caridad es el servicio, ayudar a los demás, servir a los demás. (12 de marzo de

2016)

Es de importancia capital promover en la sociedad el aumento del nivel de empatía, de

modo que nadie permanezca indiferente a los gritos de auxilio del prójimo, incluso cuando
está afligido por una enfermedad rara. Sabemos que a veces no se pueden encontrar

soluciones rápidas a patologías complejas, pero siempre se puede responder con solicitud a

estas personas, que a menudo se sienten abandonadas y descuidadas. La sensibilidad

humana, sin embargo, debería ser universal, independiente de las creencias religiosas, de la

condición social o del contexto cultural. (29 de abril de 2016)

En África, demasiadas madres mueren durante el parto y demasiados niños no superan el

primer mes de vida por la malnutrición y las grandes endemias. Os aliento a permanecer

entre esta humanidad herida y que sufre: es Jesús. (7 de mayo de 2016)

El que sirve no es esclavo de la agenda que establece, sino que, dócil de corazón, está

disponible a lo no programado: solícito para el hermano y abierto a lo imprevisto, que

nunca falta y a menudo es la sorpresa cotidiana de Dios. El siervo está abierto a la sorpresa,

a las sorpresas cotidianas de Dios. El siervo sabe abrir las puertas de su tiempo y de sus

espacios a los que están cerca y también a los que llaman fuera de horario, a costo de

interrumpir algo que le gusta o el descanso que se merece. (29 de mayo de 2016, Diáconos)

Estos son también los rasgos de mansedumbre y humildad del servicio cristiano, que es

imitar a Dios en el servicio a los demás: acogerlos con amor paciente, comprenderlos sin

cansarnos, hacerlos sentir acogidos, a casa, en la comunidad eclesial, donde no es más

grande quien manda, sino el que sirve (cf. Lc 22:26). (29 de mayo de 2016, Diáconos)

Dios habita donde se ama, especialmente donde se atiende, con fuerza y compasión, a los

débiles y a los pobres. Hay mucha necesidad de esto: se necesitan cristianos que no se dejen

abatir por el cansancio y no se desanimen ante la adversidad, sino que estén disponibles y

abiertos, dispuestos a servir; se necesitan hombres de buena voluntad, que con hechos y no

sólo con palabras ayuden a los hermanos y hermanas en dificultad; se necesitan sociedades

más justas, en las que cada uno tenga una vida digna y ante todo un trabajo justamente

retribuido. (25 de junio de 2016, Homilía)

Una cuestión es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Parafraseando las

palabras de Santiago apóstol (cf. 2, 14-17) podríamos decir: la misericordia sin las obras

está muerta en sí misma. ¡Es precisamente así! Lo que hace viva la misericordia es su

constante dinamismo para ir al encuentro de las carencias y las necesidades de quienes

viven en pobreza espiritual y material. La misericordia tiene ojos para ver, oídos para

escuchar, manos para levantar... ¡Cuántos son los aspectos de la misericordia de Dios hacia
nosotros! Del mismo modo, cuántos rostros se dirigen a nosotros para obtener misericordia.

Quien ha experimentado en la propia vida la misericordia del Padre no puede permanecer

insensible ante las necesidades de los hermanos. La enseñanza de Jesús que hemos

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escuchado no admite vías de escape: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me

disteis de beber; estaba desnudo, refugiado, enfermo, en la cárcel y me ayudasteis (cf. Mt

25, 35-36)… A causa de los cambios de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas

materiales y espirituales se han multiplicado: por lo tanto, dejemos espacio a la fantasía de

la caridad para encontrar nuevas modalidades de acción. (30 de junio de 2016)

Preguntémonos —cada uno de nosotros responda en su propio corazón—, preguntémonos:

¿Nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe produce obras buenas? ¿O es más bien estéril, y por

tanto, está más muerta que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de lado? ¿Soy de

aquellos que seleccionan a la gente según su propio gusto? Está bien hacernos estas

preguntas y hacérnoslas frecuentemente, porque al final seremos juzgados sobre las obras

de misericordia. El Señor podrá decirnos: Pero tú, ¿te acuerdas aquella vez, por el camino

de Jerusalén a Jericó? Aquel hombre medio muerto era yo. ¿Te acuerdas? Aquel niño

hambriento era yo. ¿Te acuerdas? Aquel emigrante que tantos quieren echar era yo.

Aquellos abuelos solos, abandonados en las casas para ancianos, era yo. Aquel enfermo

solo en el hospital, al que nadie va a saludar, era yo. (10 de julio de 2016)

Ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo de Jesús

es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es la actitud de servicio. Si

uno, que se dice cristiano, no vive para servir, no sirve para vivir. Con su vida reniega de

Jesucristo. (29 de julio de 2016, Vía Crucis)

Jesús, por lo tanto, ha permitido a sus discípulos seguir su orden. De esta manera ellos

conocen la vía que hay que recorrer: dar de comer al pueblo y tenerlo unido; es decir, estar

al servicio de la vida y de la comunión. Invoquemos al Señor, para que haga siempre a su

Iglesia capaz de este santo servicio, y para que cada uno de nosotros pueda ser instrumento

de comunión en la propia familia, en el trabajo, en la parroquia y en los grupos de

pertenencia, una señal visible de la misericordia de Dios que no quiere dejar a nadie en

soledad o con necesidad, para que descienda la comunión y la paz entre los hombres y la

comunión de los hombres con Dios, porque esta comunión es la vida para todos. (17 de
agosto de 2016)

En este momento, pienso con gratitud en los comedores donde tantos voluntarios ofrecen su

servicio, dando de comer a personas solas, necesitadas, sin trabajo o sin casa. Estos

comedores y otras obras de misericordia —como visitar a los enfermos, a los presos...—

son gimnasios de caridad que difunden la cultura de la gratuidad, porque todos los que

trabajan en ellas están impulsados por el amor de Dios e iluminados por la sabiduría del

Evangelio. De esta manera el servicio a los hermanos se convierte en testimonio de amor,

que hace creíble y visible el amor de Cristo. (28 de agosto de 2016)

La misericordia de Dios no es una idea bonita, sino una acción concreta. No hay

misericordia sin obras concretas. La misericordia no es hacer un bien “de paso”, es

implicarse allí donde está el mal, la enfermedad, el hambre, tanta explotación humana. (3

de septiembre de 2016)

Estamos llamados a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y profesamos

en la fe. (4 de septiembre de 2016)

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El seguimiento de Jesús es un compromiso serio y al mismo tiempo gozoso; requiere

radicalidad y esfuerzo para reconocer al divino Maestro en los más pobres y descartados de

la vida y ponerse a su servicio. (4 de septiembre de 2016)

“Dondequiera que haya una mano extendida que pide ayuda para ponerse en pie, allí debe

estar nuestra presencia y la presencia de la Iglesia que sostiene y da esperanza”. (4 de

septiembre de 2016)

Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa dispensadora de la

misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa

de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Se ha

comprometido en la defensa de la vida proclamando incesantemente que “el no nacido es el

más débil, el más pequeño, el más pobre”. Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas,

que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les

había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus

culpas ante los crímenes —¡ante los crímenes!— de la pobreza creada por ellos mismos. La

misericordia ha sido para ella la “sal” que daba sabor a cada obra suya, y la “luz” que

iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni siquiera lágrimas para llorar su pobreza y
sufrimiento. (4 de septiembre de 2016)

Las iniciativas caritativas son el fruto maduro de una Iglesia que sirve, que ofrece

esperanza y manifiesta la misericordia de Dios. Por lo tanto, queridos hermanos y

hermanas, tenéis una misión muy grande. Continuad viviendo la caridad en la Iglesia y

manifestándola en toda la sociedad, con el entusiasmo del amor que viene de Dios. (1 de

octubre de 2016, Saludo)

En el Evangelio, en efecto, el Señor pone las palabras sobre el servicio después de las

referidas al poder de la fe. Fe y servicio no se pueden separar, es más, están estrechamente

unidas, enlazadas entre ellas… Cuando a la fe se enlaza el servicio, el corazón se mantiene

abierto y joven, y se ensancha para hacer el bien. Entonces la fe, como dice Jesús en el

Evangelio, se hace fuerte y realiza maravillas. Si avanza por este camino, entonces madura

y se fortalece, a condición de que permanezca siempre unida al servicio. (2 de octubre de

2016, Homilía)

Por tanto, no estamos llamados a servir sólo para tener una recompensa, sino para imitar a

Dios, que se hizo siervo por amor nuestro. Y no estamos llamados a servir de vez en

cuando, sino a vivir sirviendo. El servicio es un estilo de vida, más aún, resume en sí todo el

estilo de vida cristiana: servir a Dios en la adoración y la oración; estar abiertos y

disponibles; amar concretamente al prójimo; trabajar con entusiasmo por el bien común. (2

de octubre de 2016, Homilía)

Contemplando la vida de Jesús y mirando la nuestra como peregrinos en este mundo, con

tantos desafíos, sentimos la necesidad de una profunda conversión y la urgencia de reavivar

nuestra fe en Él. Sólo entonces podremos servir a nuestro prójimo en la caridad. Todos los

días estamos llamados a renovar nuestra confianza en Cristo y encontrar inspiración en su

vida para cumplir con nuestra misión, porque “Jesús es ‘el primero y el más grande

evangelizador’”. (10 de octubre de 2016)

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Entonces ¿cómo podemos ser testigos de misericordia? No pensemos que se trata de

cumplir grandes esfuerzos o gestos sobrehumanos. No, no es así. El Señor nos indica una

vía mucho más simple, hecha de pequeños gestos que sin embargo ante sus ojos tienen un

gran valor, hasta tal punto que nos ha dicho que sobre estos seremos juzgados.

Efectivamente, una página entre las más bonitas del Evangelio de Mateo nos muestra a la
enseñanza que podremos considerar de alguna manera como el “testamento de Jesús” por

parte del evangelista, que experimentó directamente sobre él mismo la acción de la

Misericordia. Jesús dice que cada vez que damos de comer a quien tiene hambre y de beber

a quien tiene sed, que vestimos a una persona desnuda y acogemos a un forastero, que

visitamos a un enfermo o un encarcelado, se lo hacemos a Él (cf. Mt 25,31-46). La Iglesia

ha llamado estos gestos “obras de misericordia corporales”, porque socorren a las personas

en sus necesidades materiales. (12 de octubre de 2016, Audiencia general)

Las emergencias sociales actuales requieren que se ponga en marcha lo que san Juan Pablo

II definió como una “nueva imaginación de la caridad” que se concretiza no sólo en la

eficacia de las ayudas prestadas, sino sobre todo en la capacidad de hacerse prójimo,

acompañando con actitud de compartición fraternal a los más desfavorecidos. Se trata de

que resplandezcan la caridad y la justicia en el mundo con la luz del Evangelio y de la

enseñanza de la Iglesia, involucrando a los mismos pobres para que se conviertan en

protagonistas de su propio desarrollo. (17 de noviembre de 2016, Caritas Internationalis)

Os animo a… buscar vías cada vez más creativas para transformar las instituciones y las

estructuras económicas de manera que sepan responder a las necesidades de hoy y estén al

servicio de la persona humana, especialmente de los que están marginados y excluidos.

Ruego también para que podáis comprometer en vuestros esfuerzos a los que intentáis

ayudar; dadles voz, escuchad sus historias, aprended de sus experiencias y comprended sus

necesidades. Ved en ellos a un hermano y a una hermana, a un hijo y a una hija, a una

madre y a un padre. Entre los desafíos de hoy, mirad el rostro humano de aquellos que

sinceramente intentáis ayudar. (3 de diciembre de 2016)

Jesús lo dice de forma clara: “El que ama su vida, la pierde” (Juan 12, 25). Tú eres voraz,

buscas tener muchas cosas pero... perderás todo, también tu vida, es decir: quien ama lo

propio y vive por sus intereses se hincha solo de sí mismo y pierde. Quien acepta, sin

embargo, está disponible y sirve, vive a la forma de Dios: entonces es vencedor, se salva a

sí mismo y a los otros: se convierte en semilla de esperanza para el mundo. Pero es bonito

ayudar a los otros, servir a los otros... ¡Quizá nos cansaremos! Pero la vida es así y el

corazón se llena de alegría y de esperanza. Esto es amor y esperanza juntos: servir y dar.

(12 de abril de 2017)

Un odre nuevo con esta concreción inclusiva nos lo regaló el Señor en el alma samaritana
que fue Madre Teresa. Él llamó y le dijo: “Tengo sed”, “pequeña mía, ven, llévame a los

agujeros de los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen, y por eso no me

quieren. Llévame hasta ellos”. Y ella, comenzando por uno concreto, con su sonrisa y su

modo de tocar con las manos las heridas, llevó la Buena Noticia a todos. El modo de tocar

las heridas con las manos: las caricias sacerdotales a los enfermos, a los desesperados. El

sacerdote hombre de la ternura. Concreción y ternura. (13 de abril de 2017, Misa Crismal)

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La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y

más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente,

sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para

derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir,

a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos

da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al

desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los

huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt

25,31-45). La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la

misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad,

cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la

conciencia de ser pequeño. (29 de abril de 2017, Misa)

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