Esparza, Michel - Una Vision Cristiana de La Autoestima
Esparza, Michel - Una Vision Cristiana de La Autoestima
Esparza, Michel - Una Vision Cristiana de La Autoestima
2) SLO EL AMOR DE DIOS OFRECE SOLUCIONES ESTABLES Toda una vida buscando lo que ya se tiene Qu difcil es enfrentarse a la verdad sobre uno mismo! El hijo mayor de la parbola 3) DIVERSAS MANIFESTACIONES DEL AMOR DE DIOS Filiacin divina Amistad recproca con Cristo Valemos toda la sangre de Cristo 4) EL AMOR MISERICORDIOSO Qu significa ser misericordioso? Cristo revela la misericordia del Padre Se puede estar orgulloso de la propia flaqueza? Dos condiciones: amor recproco y buena voluntad Vida de infancia espiritual Estupendas perspectivas de futuro EPLOGO
INTRODUCCIN Las intuiciones aqu recogidas son ante todo fruto de la experiencia. Estudio y reflexin fueron posteriores. Esta experiencia es propia y ajena, ya que conversaciones con todo tipo de personas durante los ltimos diez aos me han ayudado a matizar las intuiciones originales. Este libro se dirige ante todo a cristianos corrientes que, a pesar de sus limitaciones, se afanan da tras da por mejorar la calidad de su amor. Tambin podran ser tiles para personas menos familiarizadas con la vida cristiana. A quin no le interesa conocer algo capaz de proporcionarle una paz interior estable, una autoestima sin engaos y una mejora notable de su capacidad de amar? Mucho ms si, viviendo inmerso en un mundo estresante en el que reina el Prozac y otros psicofrmacos, se da cuenta de que ya es hora de buscar una solucin alternativa. Pienso que la mejor publicidad para la vida cristiana consiste en mostrar que es capaz de colmar los anhelos ms profundos de todo corazn humano. Al escribir estas lneas pienso de modo especial en personas que se desaniman fcilmente cuando constatan sus fallos, ya sea en su vida cristiana, como en cualquier otro mbito. Observo que suelen ser personas de buen corazn, con cierta tendencia al perfeccionismo y, por tanto, permanentemente insatisfechas o, al menos, nunca satisfechas del todo. Viven como a disgusto consigo mismas porque no saben ser indulgentes con sus errores. Incluso sus xitos no logran compensar la negativa opinin que tienen de s mismas. Convierten casi todo
lo que hacen en una obligacin y dejan poco margen para disfrutar. Saben sufrir pero no saben ser felices con lo que tienen: siempre ponen condiciones de futuro a su felicidad. Quisiera hacer ver a esas personas que, en la vida cristiana al menos, sus imperfecciones y fracasos, lejos de ser causa de agobio o de desaliento, podran convertirse en motivo de agradecimiento. Quisiera que comprendan lo contradictorio que es que uno se sepa realmente hijo de Dios y no viva en paz consigo mismo. A veces, cuando explico a esas personas que la vida cristiana bien entendida, ya que a veces tienen de ella una imagen algo deformada puede ayudarles a asumir sus imperfecciones, aportando as una buena solucin a sus problemas de inseguridad, me piden que les aconseje algn libro para profundizar en esas ideas. No s bien qu aconsejarles, pues los libros que conozco oscilan entre simples manuales de autoayuda y libros ms profundos pero en los que esta temtica se toca slo de modo colateral (pienso por ejemplo en la autobiografa de Santa Teresa de Lisieux). sa es una de las razones por las que me he decidido a escribir estas lneas. Como ya se indica en el ttulo de este libro La autoestima del cristiano, nos manejamos entre dos mbitos: uno psicolgico o antropolgico y otro ms espiritual. En la primera parte, se abordan principalmente cuestiones de tipo antropolgico, como la importancia de cultivar una actitud positiva hacia uno mismo sin alejarse de la verdad, la afectividad y el desarrollo de la personalidad. El anlisis de los problemas derivados del orgullo nos permitir ilustrar la importancia que tiene la virtud de la humildad. La segunda parte del libro se centra ms en la espiritualidad cristiana como medio de solucionar de modo estable los problemas del yo. Veremos que el Amor que Dios nos ha manifestado en Cristo es una premisa necesaria de cara al desarrollo de una actitud ideal hacia uno mismo. Empleo a propsito el trmino autoestima porque, hoy por hoy, resulta ms comprensible para el hombre de la calle. En su lugar, el mundo clsico se refera quiz a algo ms profundo, como es la virtud de la magnanimidad. Bajo el nombre de magnnimo, Aristteles recogi el resultado de la vida virtuosa, esto es, el modo de ser del hombre cabal que logra hacer propias las virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza[1]. Mientras el trmino humildad hace pensar de modo inmediato en la virtud de no exagerar las propias cualidades, el trmino autoestima hace resaltar la actitud positiva hacia uno mismo. Al leer estas pginas, algunos se sentirn como retratados y otros pensarn que nada tiene que ver con ellos. Hay en todo ello, sin embargo, un fondo que, en diferente medida, puede ser til para todos, puesto que nadie est exento de los problemas del yo. Hay un vicio escribe Lewis a propsito del orgullo del que ningn hombre del mundo est libre, que todos los hombres detestan cuando lo ven en los dems y del que apenas nadie, salvo los cristianos, imagina ser culpable. He odo a muchos admitir que tienen mal carcter, o que no pueden abstenerse de mujeres, o de la bebida, o incluso que son cobardes. No creo haber odo a nadie que no fuera cristiano acusarse de este otro vicio[2]. En mayor o menor grado, todos tenemos que aprender a conciliar nuestra miseria con nuestra grandeza por ser hijos de Dios. Se trata de compaginar dos aspectos: humildad y autoestima. La humildad cristiana, bien entendida, los compagina. La humildad, afirma San Josemara Escriv, es la virtud que nos ayuda a conocer, simultneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza[3]. Con eso, todo est ya dicho. Se trata, sin duda, de una valiosa intuicin. De
todos modos, es preciso desglosar su significado. Esa afirmacin necesita una aclaracin porque, a primera vista, conciliar miseria y grandeza parece algo contradictorio. Habra que explicar por qu humildad es dignidad. Espero que estas pginas ayuden al lector a asimilar esa aparente contradiccin: a entender y a vivir el gozo de sentirse a la vez miserable pero inmensamente querido por Dios. Pienso que conocer, simultneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza es la clave para vivir la humildad cristiana, una de las virtudes ms difciles e importantes. Desarrollar y consolidar una buena relacin con uno mismo no es tarea fcil. Pero vale la pena intentarlo porque su importancia es decisiva de cara a la felicidad que puede procurar el amor. En efecto, la experiencia muestra que de esa sana autoestima depende nuestra paz interior y la calidad de nuestras relaciones con los dems. Ya el viejo Aristteles deca que para ser buen amigo de los dems, es preciso ser primero buen amigo de uno mismo. Hay personas a quienes les puede resultar extrao que se hable de la importancia de que nos amemos a nosotros mismos, como si de algn tipo de egosmo se tratase, algo en todo caso incompatible con la idea que tienen de la virtud de la humildad. Sin embargo, la experiencia muestra que este recto amor a uno mismo y el amor propio egosta son inversamente proporcionales. Como veremos, el individuo egosta, en el fondo, ms que amarse demasiado a s mismo, se ama poco o se ama mal. El individuo humilde, en cambio, tiene paciencia y comprensin con sus propias limitaciones, lo cual le lleva a tener la misma actitud comprensiva hacia las limitaciones ajenas. La relacin equilibrada que mantiene el magnnimo consigo mismo le confiere cierto seoro sobre las metas que acomete. No necesita lograr el xito a cualquier precio, pero mantiene siempre despierta la disposicin a seguir mejorando. Existe una estrecha relacin entre ser amado, amarse a s mismo y amar a los dems. Por una parte, necesitamos ser amados para poder amarnos a nosotros mismos. Ver que alguien nos ama, favorece nuestra autoestima. Por otra parte, existe una relacin entre la actitud hacia nosotros mismos y la calidad de nuestro amor a los dems. Para vivir en paz con los dems, es preciso que vivamos primero en paz con nosotros mismos. Nada nos separa tanto de los dems como nuestra propia insatisfaccin. Es lgico que una actitud conflictiva hacia uno mismo dificulte el buen entendimiento con los dems. En primer lugar, porque es difcil que quien est absorbido por sus propias preocupaciones preste atencin a las preocupaciones ajenas. En segundo lugar, porque quien est a disgusto consigo mismo se suele volver susceptible con los dems. No es fcil soportar a los dems en momentos en los que uno ni siquiera se soporta a s mismo. La experiencia muestra que con frecuencia los mayores criticones son aquellos que han desarrollado una actitud hostil hacia s mismos. Nada me ayuda tanto a valorarme como experimentar un amor incondicional. Si no, cmo podra yo amarme a m mismo sabiendo que tengo tantos defectos? Quiz por eso anhelo ser amado de modo incondicional. Y es que los complejos, tanto de inferioridad como de superioridad, deterioran mi paz interior y mis relaciones con los dems, y slo desaparecen en la medida en que amo a alguien que me ama tal como soy. Pero podra yo recibir de una criatura un amor estable e incondicional? No es acaso Dios el nico capaz de amarme de ese modo? Sin duda, el amor humano es ms tangible, pero de una calidad muy inferior a la del amor divino. En el amor de una buena madre, por ejemplo, encuentro destellos de ese amor
divino. Pero mi madre no puede estar toda mi vida a mi lado, ni es capaz de mostrarse siempre benvola hacia cada uno de mis defectos. El amor de mis padres o de buenos amigos me ayuda a asegurar mis primeros pasos en la vida, pero la experiencia me muestra que ese amor, a la larga, resulta insuficiente. En definitiva, puesto que no somos capaces de amar de modo plenamente estable e incondicional, concluiremos que el desarrollo de nuestra capacidad afectiva depende, en ltima instancia y de modo decisivo, del descubrimiento del amor de Dios. Para poder amarnos a nosotros mismos tal como somos, sin ningn tipo de engao fraudulento, necesitamos descubrir las ventajas que tiene nuestra propia flaqueza de cara a un Amante misericordioso. Ningn progreso espiritual es posible sin la ayuda de la gracia divina. Juan Pablo II, en su Carta apostlica al comienzo del tercer milenio, recuerda este principio esencial de la visin cristiana de la vida: la primaca de la gracia[4]. Todo es gracia, pero comprender y vivir el humilde orgullo de los hijos de Dios lo es, por as decir, todava ms. Y es que la humildad cristiana supone un cambio de mentalidad tan profundo y radical, que slo es posible como consecuencia de una estrecha colaboracin entre la gracia de Dios y la libertad del interesado. Se trata de una progresiva y misteriosa transformacin interior, al calor de la gracia y, a veces, en medio de circunstancias vitales particularmente dolorosas, que hacen que el alma est especialmente receptiva a las mociones divinas. Como para todo en esta vida, para poder avanzar en este progresivo abandono de la propia estima en las manos de Dios, hace falta querer, saber y poder: buena voluntad, formacin y capacitacin. La ayuda divina facilita las tres cosas: fortalece nuestra voluntad, ilumina nuestro entendimiento y cura nuestra incapacidad. Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, escribe San Pablo[5]. Pero Dios, que tanto respeta nuestra libertad, quiere siempre contar con nuestra colaboracin: con nuestro empeo por mejorar y por aprender a ser humildes. Si me he decidido a poner por escrito estas intuiciones, es porque espero que faciliten la insustituible accin de la gracia de Dios en el alma de cada uno de los lectores. Para que este libro resulte asequible a todo tipo de personas, he incluido ancdotas y pasajes procedentes de novelas o de autores especialmente amenos como Clives Staples Lewis. El autor ms citado ser Juan Pablo II. Por lo dems, los santos que ms saldrn a colacin sern Teresa de Lisieux (proclamada Doctora de la Iglesia en 1997) y Josemara Escriv de Balaguer (proclamado santo en 2002), en razn de una deuda de gratitud que tengo hacia ambos. Logroo, 7 de febrero de 2006
1) El ser humano en busca de su dignidad El orgullo es un problema universal que no se resuelve mientras cada uno de nosotros no reconozca que est personalmente implicado en el asunto. Si alguien quiere adquirir la
humildad afirma Lewis, creo que puedo decirle cul es el primer paso. El primer paso es darse cuenta de que uno es orgulloso. Y este paso no es pequeo. Al menos, no se puede hacer nada antes de darlo. Si pensis que no sois vanidosos, es que sois vanidosos de verdad[6]. El problema ms fundamental en el hombre consiste en no saber asumir sus carencias. Ante la propia limitacin caben tres actitudes posibles: a) no aceptarla y hacerse creer que no existe o que se podr resolver con mero esfuerzo (optimismo ingenuo o soberbia clsica), b) exagerar la propia flaqueza y caer en una especie de complejo de inferioridad (pesimismo radical o falsa modestia) c) y, por ltimo, reconocer la propia limitacin y buscar pacficamente los medios para solucionarla (humildad). Las dos primeras actitudes se derivan del orgullo y se alejan de la verdad. La humildad, en cambio, es la nica actitud realista y verdadera. Vale la pena afrontar los problemas del yo, porque son la fuente de muchos quebraderos de cabeza. Casi todos los disgustos provienen de buscar una complacencia para el propio yo. Y la soberbia no genera slo falta de paz interior, sino que enturbia tambin las relaciones con los dems. Los cristianos tienen razn: es el orgullo el mayor causante de la desgracia en todos los pases y en todas las familias desde el principio del mundo. Otros vicios pueden a veces acercar a las personas: es posible encontrar camaradera y buen talante entre borrachos o entre personas que no son castas. Pero el orgullo siempre significa enemistad: es la enemistad. Y no slo la enemistad entre hombre y hombre, sino tambin la enemistad entre el hombre y Dios[7]. Por desgracia, las consecuencias de la soberbia son patentes y, a veces, graves. En un relato sobre horribles situaciones en frica, en el que se sacan a colacin las terribles matanzas entre miembros de distintas tribus de Ruanda, pregunta un nio: Y por qu se odian tanto?. A lo que una persona mayor responde: Muy buena pregunta, y te aseguro que si alguien conociera la respuesta, tendra la respuesta a todas las preguntas. Quiz se odian porque siendo iguales se empean en querer ser diferentes[8].
De dnde proviene tanta miseria? El origen de la soberbia es remoto. Viene de muy lejos, tanto en la historia de la humanidad, como en la vida de cada uno de nosotros. Es un problema con el que nacemos todos y que se puede agravar desde nuestra tierna infancia.
Origen remoto de la soberbia Segn la Revelacin cristiana, la soberbia est presente desde los albores de la historia de la humanidad. Si Dios no nos lo hubiese revelado, lo podramos intuir racionalmente. Es como un rompecabezas en el que falta un dato y, cuando te lo dan, todo cuadra. En esta lnea, autores como Santo Toms de Aquino y Newman afirman que se puede mostrar que los defectos que
constatamos actualmente en nuestra naturaleza tienen que provenir de un pecado al principio[9]. El hecho es que, a causa del pecado original, el hombre qued separado de Dios. En vez de dejarse engrandecer por su Creador, prefiri independizarse y buscar su propia excelencia. Como criatura, el hombre es necesariamente un ser limitado, pero es la nica criatura que Dios ha amado por s misma[10], y fue creado a imagen y semejanza de Dios[11], con un alma inmortal capaz de recibir los dones divinos. La estructura de la persona humana puede ser comparada con un edificio en cuya terraza se podra seguir construyendo hasta el cielo: hasta Dios. Como simple ser humano, el hombre no vale gran cosa, pero Dios le destin a ser libremente enaltecido por medio de un don que le diviniza: el don de la filiacin divina. Si el hombre emplea bien su libertad y acepta la oferta divina, recibe la mayor dignidad que se pueda concebir: la dignidad de los hijos de Dios. Desgraciadamente, nuestros primeros antecesores rechazaron la propuesta divina. Desde ese desgarrn original, el hombre anda como loco buscando su dignidad perdida. Lo que dio lugar al primer pecado de la historia, la lcida soberbia, se ha instalado en nuestra naturaleza. Y todos los pecados posteriores no han hecho ms que agravar la situacin. Uno dira que las heridas del pecado terminan anclndose en los genes, en los hbitos y en las neuronas... Cunto dolor trae consigo el pecado! No hay ni un solo pecado que no acarree sufrimiento, propio o ajeno. El estado en el que ha quedado la humanidad como consecuencia del pecado es realmente penoso. No nos damos cuenta porque estamos acostumbrados a ello. Pero si pudisemos visitar un planeta en el que tambin hubieran sido puestos los hombres y en el que no hubiera habido pecado, el gran contraste que apreciaramos nos abrira los ojos. All, todos se pareceran a la Virgen Mara. Y, al volver a esta tierra, suplicaramos con vehemencia a Dios que nos enviase un Redentor. Afortunadamente, eso ya ha sucedido. Hace veinte siglos, en la plenitud de los tiempos, Dios se compadeci de nuestra miseria y su Hijo se hizo hombre para redimirnos. La redencin operada por Cristo nos ha obtenido una gracia capaz de curar las secuelas del pecado y de devolvernos la dignidad de hijos de Dios. La salvacin que nos brinda Jesucristo supone, pues, la mejor medicina para nuestra miseria y la posibilidad de recuperar la dignidad original. Pienso que los cristianos no se detienen lo suficiente a meditar esta maravillosa promesa de Cristo. El Hijo Unignito de Dios ensea Santo Toms de Aquino, queriendo hacernos partcipes de su divinidad, asumi nuestra naturaleza, para que, habindose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres[12]. Nos quiere divinizar! Si no nos asombramos ms ante esta maravilla, es quiz porque no lo tomamos en sentido realista. Hablando de esas promesas, escriba San Pedro que el Verbo se encarn para hacernos partcipes de la naturaleza divina[13]. Uno de los Padres de la Iglesia que ms claro lo afirma es San Atanasio: Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios[14]. No entendemos cmo es posible endiosar a un hombre, pero si Dios se hizo verdadero hombre sin dejar de ser Dios, bien puede suceder lo contrario. Aqu est la clave para solucionar todos los problemas que aparecern a lo largo de estas pginas. No es lgico que quien sea consciente de su filiacin divina en Cristo, se siga
preocupando por su propia dignidad. Entre los defectos de un ser creado a imagen de Dios y llamado a una divinizacin progresiva, no hay ninguno peor que ste: la negacin de su propia dignidad[15]. Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes, escriba el Apstol Santiago[16]. Puesto que Dios siempre respeta nuestra libertad, la accin de su gracia redentora no es automtica. Para que surta efecto, tenemos que desandar progresivamente el camino recorrido, abdicando de nuestra autosuficiencia, muriendo a nosotros mismos para poder vivir en l. Ya en el Bautismo morimos a nosotros mismos y resucitamos con Cristo a una vida nueva. Pero no basta con el Bautismo: ese germen de vida sobrenatural tiene que desarrollarse con nuestra colaboracin. Cristo espera que participemos activamente, con humildad y empeo, en la transformacin interior que su gracia opera en cada uno de nosotros. Como afirma Juan Pablo II, el cristiano debe, por decirlo as, entrar en l con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnacin y de la Redencin para encontrarse a s mismo[17]. Sin una progresiva y sincera conversin interior, no se curan en el cristiano las huellas del pecado. Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del egosmo y del orgullo[18]. El orgullo est profundamente anclado en el corazn humano. Por tanto, para compensar esa realidad, es preciso que, de modo progresivo, la conciencia de nuestra filiacin divina hunda sus races en lo ms profundo de nuestro ser. Como iremos viendo a lo largo de estas pginas, la herida del orgullo es la fuente de casi todas nuestras desgracias, y el hondo sentido de nuestra filiacin divina en Cristo es el antdoto ideal.
El orgullo es competitivo y cegador Si el hombre desconoce o, por autosuficiencia, rechaza la dignidad de hijo de Dios que le brinda Cristo, queda atrapado en las redes de su orgullo. Y lo peor que tiene el orgullo es que es insaciable y competitivo. El orgullo de cada persona escribe Lewis est en competencia con el orgullo de todos los dems. Es porque yo querra ser el alma de la fiesta por lo que me molest tanto que alguien ms lo fuera. Dos de la misma especie nunca estn de acuerdo. Lo que es necesario aclarar es que el orgullo es esencialmente competitivo es competitivo por su naturaleza misma, mientras que los dems vicios son competitivos slo, por as decirlo, por accidente. El orgullo no deriva del placer de poseer algo, sino slo de poseer algo ms de eso que el vecino. Decimos que la gente est orgullosa de ser rica, o inteligente, o guapa, pero no es as. Cada uno est orgulloso de ser ms rico, ms inteligente o ms guapo que los dems. Si todos los dems se hicieran igualmente ricos, o inteligentes o guapos, no habra nada de lo que estar orgulloso. Es la comparacin lo que nos vuelve orgullosos: el placer de estar por encima de los dems. Una vez que el elemento de competicin ha desaparecido, el orgullo desaparece. Por eso digo que el orgullo es esencialmente competitivo de un modo en que los dems vicios no lo son. El impulso sexual puede empujar a dos hombres a competir si ambos desean a la misma mujer. Pero un hombre orgulloso os quitar la mujer, no porque la desee, sino para demostrarse a s mismo que es mejor que vosotros. La codicia puede empujar a dos hombres a competir si no hay bastante de lo que sea para los dos, pero el hombre orgulloso, incluso cuando ya tiene ms de lo que necesita, intentar obtener an ms para afirmar su poder. Casi todos los males del mundo
que la gente atribuye a la codicia o al egosmo son, en mucha mayor medida, el resultado del orgullo[19]. La soberbia, por ser esencialmente competitiva e insaciable, engendra envidia e insatisfaccin. Si no se corrige a tiempo, la envidia genera todo tipo de tensiones. Lo vemos con frecuencia en la sociedad actual, donde no se trata de ser competente, sino de ser competitivo. No basta con ser rico: tengo que serlo ms que mi cuado. Lo importante no es escribir un buen libro, lo importante es que se venda ms que el anterior. Tengo prestigio, s, pero todava no el suficiente. Mi carrera profesional es bastante brillante, pero an me falta mucho para llegar a la cima[20]. Conoc a una persona que nunca consegua calmar su insatisfaccin profesional. Llevaba ya cursadas seis carreras universitarias. En cuanto consegua un puesto laboral, por el que haba luchado durante aos, lo abandonaba para aspirar a otro. Los peligros de la soberbia no slo se derivan de ser esencialmente competitiva, sino tambin de ser cegadora. La soberbia pone gafas que distorsionan la realidad, de modo que, si falta autocrtica, uno ni siquiera se percata de ello. Es como un virus que se introduce en lo ms recndito y que no suele ser combatido porque el interesado no es consciente de estar infectado. Y es que la soberbia tiende a presentarse de forma ms retorcida que otros vicios. Se cuela observa un agudo pensador por los resquicios ms sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas. La soberbia sabe que si ensea la cara, su aspecto es repulsivo, y por eso una de las estrategias ms habituales es esconderse, ocultar su rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que siempre queda contaminada[21]. La soberbia se puede disfrazar de lo ms noble: de sabidura, de coherencia con uno mismo, de apasionado afn de hacer justicia, de afn de defender la verdad, de espritu de servicio, de generosidad... Cualquier anhelo humano puede estar viciado por el yo. La soberbia introduce un elemento de falsedad tanto en la percepcin de uno mismo, como en la percepcin de los dems y de Dios. Siendo a la vez cegadora y competitiva, la soberbia lleva a ver a los dems como potenciales rivales que ponen en peligro la propia excelencia. Se les proyecta as el propio afn de querer ser el mejor. Los dems se convierten en contrincantes o, lo que es peor, aparecen como tirnicos dominadores que amenazan con subyugar la propia independencia. Ese mecanismo de autoproyeccin es especialmente nefasto de cara a Dios. El hombre orgulloso prefiere jugar el papel de rey, aunque slo sea en el reino de su propia miseria. Se vuelve competitivo y desconfiado incluso de cara a su Creador. Cae as en una especie de megalomana, creyndose capaz de igualar a Dios. De este modo, aunque con menor lucidez, sucumbe ante la misma tentacin que nuestros primeros padres. Desde el momento en que tenemos un ego explica Lewis, existe la posibilidad de poner a ese ego por encima de todo de querer ser el centro de querer, de hecho, ser Dios. Ese fue el pecado de Satn: y ese fue el pecado que l ense a la raza humana. [...] Lo que Satn puso en la cabeza de nuestros antepasados remotos fue la idea de que podan "ser como dioses", que podan desenvolverse por s solos como si se hubieran creado a s mismos, ser sus propios amos, inventar una especie de felicidad para s mismos fuera de Dios, aparte de Dios. Y de ese desesperado intento ha salido casi todo lo que llamamos historia humana el dinero, la pobreza, la
ambicin, la guerra, la prostitucin, las clases, los imperios, la esclavitud, la larga y terrible historia del hombre intentando encontrar otra cosa fuera de Dios que lo haga feliz[22]. A la larga, en efecto, el orgullo siempre resulta ser el peor de los vicios y la humildad la ms importante de las virtudes morales. Piensa el ladrn que todos son de su condicin. Desgraciadamente es bastante comn proyectar sobre los dems la propia miseria. Si la criatura proyecta sobre Dios su propia soberbia, es posible que, como al principio de la historia, se rebele contra su Creador. ste quiere ser ante todo un padre amantsimo, pero la criatura le convierte en una especie de dspota celoso por custodiar su supremaca. Segn Juan Pablo II, este mecanismo explica el origen del atesmo, como reaccin del hombre que huye ante la imagen falsa de Dios que se ha forjado. Su soberbia le lleva a cambiar la actitud padre-hijo que Dios siempre quiso, en una relacin amo-esclavo: Los "rayos de paternidad" encuentran una primera resistencia en el dato oscuro pero real del pecado original. Esta es la verdadera clave para interpretar la realidad. El pecado original no es slo la violacin de una voluntad positiva de Dios, sino tambin, y sobre todo, de la motivacin que est detrs. La cual tiende a abolir la paternidad, destruyendo sus rayos que penetran en el mundo creado, poniendo en duda la verdad de Dios, que es Amor, y dejando la sola conciencia de amo y esclavo. As, el Seor aparece como celoso de su poder sobre el mundo y sobre el hombre; en consecuencia, el hombre se siente inducido a la lucha contra Dios. Anlogamente a cualquier poca de la historia, el hombre esclavizado se ve empujado a tomar posiciones en contra del amo que le tena esclavizado[23].
Orgullo incluso en la vida cristiana No todos los que tienen esa falsa imagen de Dios se rebelan contra l. Otros no le abandonan, pero se le someten con mentalidad de esclavos: cambian el temor filial miedo a herir el gran amor de su Padre Dios, que no excluye el temor reverencial o actitud de profundo respeto ante lo divino, por un temor servil. Se limitan a cumplir sus deberes religiosos por temor a ser castigados. Temen caer en desgracia ante un Dios al que ven ante todo como dominador. Este temor servil proviene de haber empequeecido el Amor de Dios. San Josemara Escriv acostumbraba a decir que no entenda otro temor de Dios que no sea el del hijo que sufre porque ha disgustado a su padre. Si uno interioriza con hondura la realidad de la filiacin divina, si uno es consciente de la cercana constante y solcita de Dios, ya no hay espacio para la actitud fra y encogida, entre farisaica y puritana, que reduce la religiosidad a un mero intentar estar en regla con un Dios de la severidad. Ni tampoco para la superficialidad o rutina en el trato con Dios[24]. Detrs de actitudes religiosas de corte escrupuloso y perfeccionista, encontramos siempre una mezcla explosiva de buena voluntad, amor propio y temor servil. En cambio, quien se sabe hijo de tan buen padre, slo teme herir el amor de ste. El temor excluye el amor: quien teme no es perfecto en la caridad, sentencia San Juan[25]. Para nosotros escribe San Hilario, el temor de Dios radica en el amor[26]. Ms que temer a Dios, habra que temerse a s mismo, pues, si uno hace mal uso de su libertad, se priva del regalo eterno que Dios le quiere otorgar.
Dan mucha pena esos malentendidos que provienen de empequeecer el Amor de Dios. Una malsana relacin del cristiano consigo mismo deteriora su relacin con Dios y puede dar lugar a todo tipo de quebraderos de cabeza. Hay quienes se agobian tanto en su lucha por mejorar, que prefieren cruzarse de brazos. Otros luchan, pero lo hacen de modo perfeccionista. El orgullo inspira su lucha y hace que sta est ante todo motivada por un afn obsesivo de estar en regla con Dios. Cuando pienso en el reino de Dios escribe Henri Nouwen, en seguida me viene a la mente la idea de Dios como guardin de un enorme marcador celestial, y siempre temo no llegar a la puntuacin necesaria. Pero cuando pienso en la bienvenida de Dios al mundo, descubro que Dios ama con un amor divino, un amor que da a cada hombre y a cada mujer su unicidad sin establecer nunca comparaciones[27]. El Amor de Dios puede liberarnos de nuestra miseria, pero, para quien no lo entiende de modo correcto, podra convertirse incluso en un peso sobreaadido. En el fondo, que nuestras acciones ofendan a Dios conlleva algo muy positivo: que nos ama. La evidencia de que nuestras acciones puedan ofenderle afirma Mons. Javier Echevarra presupone que el Seor nos ama [...]. Ms an as lo dice el libro del xodo, es un Dios que se alegra con nuestro cario y al que le duele nuestro desamor[28]. Y Dios no nos ama porque lo merezcamos, sino porque l es bueno. El Amor de Dios es un amor que ninguno merece, ni siquiera el ms bueno de nosotros. Es un amor gratuito[29]. El Amor de Dios siempre precede al nuestro. No espera que demos la talla. Espera ms bien que abdiquemos de nuestra autosuficiencia y aceptemos su Amor. Dios es como un profesor que, de entrada, nos pone matrcula. De nada sirve, por tanto, hacer trabajos extra con el propsito de subir nota. Somos sus hijos y nos ama tal como somos. Si nos invita a mejorar, es por nuestro propio bien, y no porque as consigamos que l nos ame ms. Dios quiere que le correspondamos porque sabe que seremos felices en la medida en que nos unamos amorosamente a l. Sabiendo que Dios me ama tal como soy, ser capaz de hacer las cosas slo por l, sin buscar mi propio provecho. Me da as la clave de la rectitud de intencin. Al liberarme de m mismo, me hace capaz de hacerlo todo por amor a l y a los dems. Lo har ante todo por l, ya que, si bien a l nada le falta, habindome creado por amor, se podra decir que lo nico que le falta es mi amor. Quiere que yo le agrade correspondiendo a su Amor, pues tiene puestas sus complacencias en m. Este amor recproco culminar en el Cielo con una sempiterna unin amorosa. Cuando falta esa rectitud de intencin, el orgullo, de modo solapado, puede desvirtuar el ideal cristiano de la santidad. sta no consiste en una perfeccin a secas, sino en una perfeccin de amor, en un empeo eficaz por contentar al Seor, que lleva tanto al esfuerzo heroico por mejorar, como a la humildad de dejarse querer en las propias carencias. La santidad no es una plenitud que adquirimos por nuestra cuenta. Es ms bien un vaco que descubrimos y aceptamos, y que Dios llena en la medida en que nos abrimos a su plenitud. Ciertamente el quid de la santidad es cuestin de confianza: lo que el hombre est dispuesto a dejar que Dios haga en l. No es tanto el yo hago, como el hgase en m[30]. No se trata de una actitud meramente pasiva, sino de una cooperacin activa con el Espritu Santo, cuya gracia nos santifica transformndonos interiormente. De la Virgen Mara, la criatura ms santa que haya existido jams, aprendemos esa actitud de libre confianza y entrega. Su hgase en m segn
tu palabra[31] es la expresin ms sublime de rendicin amorosa al querer divino. No es de extraar que el Seor haya podido y pueda! obrar maravillas en Ella y a travs de Ella[32]. En cambio, el empeo del cristiano orgulloso por mejorar, en vez de estar motivado por el deseo de agradar a Dios, hunde sus races en el afn de demostrarse a s mismo que es bueno. En el fondo, ese empeo encubre un yo insatisfecho. El amor propio siempre exige grandes sacrificios, pero nunca est satisfecho del todo. Es como una voz interior que nos reprende al mnimo fallo, como un aguafiestas que no para de incordiarnos por dentro. A causa de esa insatisfaccin el cristiano puede volverse rigorista, olvidando que el cristiano no es un manaco coleccionador de una hoja de servicios inmaculada[33]. A propsito de un caso extremo, se dice en una novela: Es un religioso que jams perder una hora de oracin, que jams infligir un precepto, que jams discutir una orden. Es un religioso perfecto para hacer carrera [...]. Sin embargo, es un hombre que no tiene corazn. En su lugar est la ley y, camuflada bajo ella, la ambicin, una terrible, devoradora ambicin[34]. Lo mejor puede encubrir lo peor. Es terrible afirma Lewis que el peor de todos lo vicios pueda infiltrarse en el centro mismo de nuestra vida religiosa. Pero podemos comprender por qu. Los otros, y menos malos, vicios, vienen de que el demonio acta en nosotros a travs de nuestra naturaleza animal. Pero se no viene de nuestra naturaleza animal en absoluto. ste viene directamente del infierno. Es puramente espiritual, y en consecuencia, es mucho ms mortfero y sutil. Por la misma razn, el orgullo puede ser a menudo utilizado para combatir los vicios menores. Los maestros, de hecho, a menudo acuden al orgullo de los alumnos, o, como ellos lo llaman, a la estimacin que sienten por s mismos, para impulsarles a comportarse correctamente: ms de un hombre ha superado la cobarda, la lujuria o el mal carcter aprendiendo a pensar que estas cosas no son dignas de l... es decir, por orgullo. El demonio se re. Le importa muy poco ver cmo os hacis castos y valientes y dueos de vuestros impulsos siempre que, en todo momento, l est infligiendo en vosotros la dictadura del orgullo... del mismo modo que no le importara que os curasen los sabaones si se le permitiera a cambio infligiros un cncer[35]. Nunca se hablar lo suficiente de la importancia que tiene la humildad en la vida cristiana. Esta virtud es condicin necesaria de fecundidad sobrenatural. Sin ella, el Seor no se puede lucir: es como si le atsemos las manos. En cambio, si reconocemos nuestra indigencia, le permitiremos a l poner todo lo que nos falte. El orgullo puede corromper las mejores aspiraciones, pero esto no es excusa para desistir del deseo de perfeccin. Es mejor aspirar a la santidad de modo incorrecto, que cruzarse de brazos. Se trata ms bien de purificar esas aspiraciones, de intentar superar ese estadio imperfecto del amor. En la lucha por la santidad, todo esfuerzo es poco, pero es preciso realizarlo con esa gran paz interior propia de quien busca ante todo agradar a un Padre tan bueno. Es preciso abandonar confiadamente en manos de Dios la propia perfeccin. Deca Santa Teresa de Lisieux que el Seor le haba enseado a no hacer recuento de sus actos virtuosos. Se trataba ms bien de intentar convertir cualquier circunstancia diaria, por muy pequea que fuese, en ocasin de amarle. Tu Teresa escribe a una de sus hermanas no se encuentra en este momento en las alturas, pero Jess le ensea a sacar provecho de todo, del bien y del mal que halla en ella. Le ensea a jugar a la banca del amor, o, mejor, l juega
por ella sin decirle cmo se las arregla, pues eso es asunto suyo y no de Teresa. Lo nico que ella tiene que hacer es abandonarse, entregarse sin reservarse nada para s, ni siquiera la alegra de saber cunto rinde su banca[36].
En la vida de cada uno El origen de la soberbia no es slo remoto en la historia de la humanidad. Tambin en la vida de cada adulto, el amor propio viene de lejos. Las carencias en nuestra naturaleza pueden ser agravadas por circunstancias vitales desfavorables y por los propios pecados. Cuando el nio comienza a discurrir, comienza a percatarse de su propia indigencia, pero no es an capaz de racionalizarla: no es consciente de la inalienable dignidad que le corresponde como ser humano. En la medida en que sus padres no le hagan ver que lo vale todo a los ojos de Dios y que, en su lugar, ellos le aman tal como es, el nio tender a llamar la atencin, a querer ser el centro del universo. Si los padres descuidan a sus hijos, comienzan las inseguridades y se incoan los dramas posteriores. A veces, los adultos no se dan cuenta de que pueden provocar en el alma de sus hijos pequeos heridas que les duran de por vida. Cuando veo a hermanos que, tras la muerte de sus padres, se pelean con motivo de la herencia, pienso que la razn profunda de esos enfrentamientos habra que buscarla en una larga historia de orgullo herido desde la infancia. Qu difcil es educar bien! Ms que una ciencia, es un arte. Cuntos padres transmiten sus propios defectos a sus hijos! En la educacin de los nios, al mismo tiempo que se les encarece a portarse bien, no hay nada tan importante como ensearles a amar sus propias limitaciones. Habra que mostrarles que se les quiere de modo incondicional, esto es, por lo que son, y no por lo que tengan, sepan o consigan realizar: que se les ama tal como son! No hay nada tan corriente y tan peligroso como el chantaje afectivo: mostrar a un nio que se le quiere en la medida en que se comporte conforme a los gustos de los mayores. Qu importante es que nos enseen desde pequeos a hacer el bien por amor, porque nos da la gana tratar bien a los dems, y no porque stos nos dictaminen el modo de comportarnos a cambio de su aprecio! En la misma lnea, a la hora de educar a alguien en el deseo de perfeccin, si se pierde de vista la importancia de que se acepte tal como es, se le podra inducir a alimentar un falso yo irreal. Sin una actitud de humilde autoestima, el sujeto en cuestin vivir de acuerdo a ese falso yo idealizado. Tendr entonces tendencia a imitar a un personaje ideal, que no es, mientras reprime todo lo personal porque contrasta con ese yo idealizado. Sirva de ilustracin un pasaje de una novela en la que la protagonista, rememorando la mala relacin que tuvo con su madre, escribe: Yo era muy diferente a ella y ya a los siete aos, una vez superada la dependencia de la primera infancia, empec a no soportarla. Sufr mucho por su causa. Todo el tiempo estaba agitada y siempre se trataba nicamente de motivos externos. Su presunta perfeccin me haca sentir que yo era mala, y la soledad era el precio de mi maldad. Al principio incluso haca intentos de ser como ella, pero eran intentos desmaados que siempre fracasaban. Cuanto ms me esforzaba, ms destrozada me senta. Renunciar a uno mismo lleva al desprecio. Del desprecio a la rabia el paso es corto. Cuando comprend que
el amor de mi madre era un asunto relacionado con la mera apariencia, con cmo tena que ser yo y no con cmo era realmente, en el secreto de mi cuarto y en el corazn comenc a odiarla[37]. Si no aprenden algo tan importante en el ambiente familiar, mucho menos lo aprendern fuera de casa. En efecto, cuando comienzan a ir a la escuela, se topan con la ley de la jungla: el que chille ms o el ms atrevido de todos se convierte automticamente en el jefe. Segn su carcter, unos acentan su arrogancia y se autoconfirman humillando a los dems; otros, como mecanismo de autodefensa, acentan su timidez e intentan autoafianzarse a travs de xitos escolares. Los introvertidos se aslan y tienen pocos amigos; los arrogantes, en cambio, llevan la voz cantante en su pandilla y, para no perder su prestigio, se ven obligados a comportarse de modo cada vez ms excntrico. Por tanto, una misma falta de autoestima hace que unos se vuelvan arrogantes y otros retrados.
Tres estadios en la vida El camino ordinario para tomar conciencia de la propia vala es a travs de personas a las que tenemos en alta estima, quienes, al juzgarnos, nos inducen a formarnos una idea sobre nosotros mismos. Hay autores que hablan al respecto de interlocutores relevantes[38]. Podemos distinguir tres tomas de conciencia de uno mismo a lo largo de la vida: en la infancia, en la adolescencia y en la madurez. En la infancia los interlocutores relevantes suelen ser los padres. Al llegar a la edad de razn, el nio se percata de la propia indigencia y se acoge al parecer de sus padres para saber lo que vale. La pubertad suele traer un perodo difcil pero necesario, en que la persona empieza a buscar su propia identidad con independencia de sus padres. En la adolescencia, aproximadamente entre los trece y los veinte aos, los interlocutores relevantes suelen ser los amigos y la persona de la que uno se enamora. El adolescente se da cuenta de que tiene que saber por s mismo lo que vale, pero no lo suele lograr y, para valorarse, sigue dependiendo de la opinin de quienes ms admira. Si aprende a no hacer comedia, a defender sus propias opiniones, y sabe rodearse de buenos amigos esto es, de personas que le valoran por lo que es y no por lo que l les pueda aportar, todo va bien. Pero si en vez de ser autntico y de rodearse de buenos amigos, no se atreve a mostrarse tal como es y se codea con colegas desaprensivos, entonces su mimetismo de adolescente puede tener consecuencias funestas. Actualmente, muchos adolescentes, para no sentirse desplazados, imitan cualquier comportamiento que est de moda. Eso, en ambientes escasos de valores, puede tener efectos autodestructores. La sobreproteccin que recibieron en la infancia se traduce ahora en debilidad afectiva. Los jvenes de la Generacin X son propensos a la depresin y buscan muchas veces la afectividad perdida en la promiscuidad sexual, aliada inevitablemente con el miedo al SIDA. Otra salida es la msica mquina y las drogas de diseo[39]. Dan especial pena esas chicas fciles que se degradan a s mismas entregando sus encantos al primer postor. Y la razn no es tanto el atractivo sexual cuanto la vanidad. Para gustarse a s
mismas, necesitan experimentar que gustan a los chicos y alardear de ello ante sus emancipadas amigas. Ya lo deca Lewis: Me pregunto [...] si no se habr perdido en tiempos de promiscuidad ms veces la virginidad por obedecer al seuelo de la camarilla poltica que por someterse a Venus. Cuando est de moda la promiscuidad, los castos quedan desplazados[40]. La adolescencia es una poca en la que uno se va formando juicios propios con independencia de lo que opinen los padres y los educadores. A los veinticinco aos ya se espera que uno haya adoptado una actitud personal y estable en la vida. Los padres juegan el papel ms importante durante esos aos. Una actitud demasiado protectora y posesiva impide la maduracin de los hijos. Habra que ayudarles, con delicado respeto de su libertad, a construir un proyecto de vida propio, adoptando una actitud de acompaamiento que fomente su legtima independencia. Los hijos, para autoafirmarse, suelen adoptar posturas contrarias a las de los padres. Slo habrn madurado cuando aprendan a dialogar y a estar por encima de las opiniones de sus padres. Como afirma una escritora italiana, cada uno debe crecer con respecto a los padres. Estoy convencida de que una persona es adulta cuando deja de vivir por reaccin. Hasta una cierta edad se acta por reaccin ante lo que sucede; pero, luego, a partir de cierto momento, se comienza a actuar siguiendo el propio proyecto. ste es el despegue definitivo. Es muy importante conseguir madurar: sucede a travs del dilogo y, simultneamente, a travs de ese distanciamiento. Sin embargo tengo la impresin de que muchas personas se quedan ancladas en el pasado en sentido negativo, de contraposicin o, en todo caso, de inacabamiento respecto a los padres[41]. La tercera y definitiva toma de conciencia de la propia dignidad tendra que tener lugar en la edad adulta, pero, por desgracia, muchas personas supuestamente adultas se rigen por los mismos mecanismos de autoconfirmacin que observamos en la infancia y en la adolescencia. Si fuesen personas realmente maduras, sabran por s mismas lo que valen. Sin embargo, siguen jugando toda la vida una especie de comedia, con el agravante de que su afn de hacerse valer suele ser ms enmaraado que en los nios. En vez de valorarse a s mismos, permiten que otros dictaminen su valor. Hay tambin quienes logran vencer los respetos humanos. Son personas independientes a quienes ya no les importa el qu dirn, pero lo logran a base de autosuficiencia: no les importa lo que piensen los dems simplemente porque pasan de ellos. A muchas de estas personas les viene muy bien tener hijos alrededor de los veinticinco aos, pues de otro modo sus relaciones humanas se empobreceran cada vez ms. Sin hijos, algunas mujeres que desconfan del amor de sus maridos se deprimiran, mientras que la enfermedad de los hombres adictos al trabajo sera una profesionalitis crnica y progresiva. Dan pena quienes dependen tanto de la opinin ajena. Unos se las dan de independientes, otros van mendigando aprecio. Con tal de quedar bien, son capaces de sacrificar cualquier cosa. De ese modo se compromete seriamente la autenticidad de nuestras relaciones. En cuanto nos reunimos unos cuantos se dice en una novela, no nos atrevemos a ser como somos en realidad, porque tememos ser distintos a como creemos que son nuestros semejantes, y nuestros semejantes temen ser distintos a como creen que somos nosotros. Y,
en consecuencia, todos pretenden ser menos piadosos, menos virtuosos y menos honrados de lo que realmente son. [...] Es lo que yo llamo la nueva hipocresa [...]. Antes, la gente pretenda hacerse pasar por mejor de lo que era, pero ahora todos pretenden parecer peores. Antes, un hombre deca que iba a misa los domingos aunque no fuese, pero ahora dice que va a jugar al golf y le fastidiara mucho que sus amigos descubriesen que en realidad va a la iglesia. En otras palabras: la hipocresa, que antes era lo que un escritor francs llamaba "el tributo que el vicio paga a la virtud", ahora es "el tributo que la virtud paga al vicio"; y, en mi opinin, esto es muchsimo peor, porque significa que vamos perdiendo la nocin de la decencia y pronto no nos atreveremos a ser buenas personas ni siquiera en privado, puesto que en vez de ocultar nuestros defectos nos complacemos en exteriorizarlos, por mviles de respeto humano[42]. Menuda esclavitud la de los respetos humanos! Me contaban que los chinos se sienten muy avergonzados si cometen un error en pblico. Lo llaman perder la cara. Deca Confucio que el hombre necesita su cara como el rbol necesita su corteza. Ese miedo a perder la cara no se ve slo en los orientales, sino tambin en el carcter de muchos. Es lgico que as sea, si no se conoce a Aquel ante quien uno nunca puede perder la cara. Los respetos humanos son comprensibles si tenemos en cuenta nuestra tendencia a vernos a nosotros mismos a travs de los ojos de los dems. Es algo que se ve ms en las personas sensibles. Por ejemplo, observa un autor, la mujer para gustar tiene que gustarse. De alguna manera, cuando se ve fea se rechaza, no est bien consigo misma, se deprime[43]. Por otra parte, lo que ms teme el varn es a no servir o a ser incompetente. Compensa ese temor entregndose a aumentar su poder y su competencia. El xito, el logro y la eficiencia son lo ms importante en su vida[44]. Por tanto, de un modo o de otro, todos tenemos cierta tendencia a vernos a travs de los ojos de los dems. Pero no vale la pena regirse por estos respetos humanos, porque la gente nos juzga segn criterios superficiales: si somos simpticos, si tenemos un coche grande, etc. Slo las personas que nos quieren bien, se fijan ms en lo que somos que en lo que tenemos, sabemos o podemos. Tenemos tendencia a reflejarnos en los dems como en un espejo, y no hay espejo ms adulador que los ojos del enamorado. Por eso, slo desaparecern nuestros problemas de autoestima cuando nos veamos a nosotros mismos a travs de los ojos de Dios. Slo quien toma a Dios como su ms relevante Interlocutor va por la vida sin ningn tipo de complejos. Los nios dependen de la estima que reciben de sus padres. Los adolescentes dependen del aprecio que reciben de sus amigos y de la persona de la que se han enamorado. Pero la persona verdaderamente madura se hace independiente de todos porque se ve a s misma como le ve su Padre Dios. Habra, pues, que pedir a Dios lo que le peda Jos Mara Pemn: Que no me turbe mi conciencia la opinin del mundo necio; que aprenda, Seor, la ciencia de ver con indiferencia
la adulacin y el desprecio[45].
2) Personalidad y afectividad: independencia y dependencia De ordinario la edad y las experiencias de la vida nos ayudan a superar el miedo al qu dirn. Nos damos cuenta de que los respetos humanos coartan nuestra libertad y son un sntoma de inmadurez. Adems, a veces, las decepciones nos hacen ver que no vale la pena depender de la opinin ajena: que tenemos que saber por nosotros mismos lo que valemos. Pero a muchos les sucede que, para adquirir esa madurez, se desentienden de los dems. En la prctica, slo logran superar esas dependencias a base de desamor. En el fondo, no se hacen verdaderamente independientes, sino ms bien indiferentes. Es frecuente confundir la independencia con la frialdad. Pero no. La verdadera independencia procede de la libertad interior y de la capacidad de amar de modo desprendido, no de la frialdad. No se trata de pasar de los dems, sino de aprender a no depender de su estima. Veamos ahora cmo el hombre ideal desarrolla al mismo tiempo una gran personalidad, que le hace ser independiente, y una gran capacidad afectiva, que le hace ser dependiente.
La generosidad de dar y la humildad de recibir Como afirma Edith Stein, el amor, para su perfeccionamiento, exige el don recproco de las personas[46]. Sin ese don recproco, todo queda a mitad de camino. En esa entrega recproca, cuando uno de los amantes da, el otro recibe. La unin de amor presupone que ambos sean capaces de dar y de recibir. El arte de amar no consiste slo en la generosidad a la hora de dar, sino tambin en la humildad a la hora de recibir. No s cul de las dos virtudes es ms asequible. Lo que s est claro es que una relacin de amor slo funciona cuando va en las dos direcciones. Si uno sabe dar pero no sabe recibir, slo cabe una direccin. Si uno no sabe recibir, el otro no puede dar. No se puede afirmar sin ms que el hombre generoso es el que da y el egosta el que recibe. Cuando la independencia no hunde sus races en una humilde autoestima, se puede caer en la autosuficiencia de no aceptar que uno necesita el amor y la ayuda de los dems. De hecho, hay personas serviciales pero motivadas por un turbio afn de sentirse superiores. Su generosidad tiene algo de vanidad. Mientras pueden dar, se ven a s mismas desde una perspectiva halagadora. Necesitan hacer favores para sentirse importantes. Parece que quieren ayudar a los dems para demostrarse a s mismos que son superiores. Este egosmo de dar hace pensar en lo que deca irnicamente Chateaubriand de su amigo Joubert: Es un perfecto egosta, pues slo se ocupa de los dems...[47].
Adems, el hombre autosuficiente sabe dar, pero no sabe darse. Parece ignorar que el modo ms radical de dar es darse a uno mismo: poseerse para darse a quien nos ama[48]. En efecto, el mejor de los amores se da entre personas independientes dispuestas a hacerse dependientes. En el matrimonio ideal, por ejemplo, los esposos podran decirse uno a otro:
en cierto sentido, paso de lo que pienses de m, y, en otro sentido, me muero de ganas de hacerte feliz. A la hora de amar, la persona perfecta es duea de s misma: no se deja avasallar, pero es capaz de entregar su libertad; sabe decir que no, pero dice que s: es capaz de contraer vnculos amorosos con plena libertad interior. Amar, es no pertenecerse, estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazn, a una voluntad ajena... y a la vez propia[49]. Si en el amor perfecto uno se somete libremente a una voluntad ajena... y a la vez propia, antes de pertenecer a otro, uno tendra que poseerse a s mismo. Si el amante no es soberano y seor de s mismo es decir, si no tiene libertad interior, se entrega de modo servil, lo cual, a la larga, no le satisface ni a l ni a la persona amada. Por tanto, el amor verdadero no es posible sin libertad interior. El amor es entrega recproca y libre de lo ms ntimo entre un yo y un t. He aqu una de las mejores definiciones que he encontrado acerca del amor verdadero: Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino slo regalar libre y recprocamente[50].
Conjugar dependencia e independencia En la medida en que uno se perfecciona, adquiere esa libertad que le permite conjugar un gran sentido de independencia con una gran dependencia respecto a las personas que ama. En la personalidad ideal se conjugan elementos que, a primera vista, parecen contradictorios. La persona perfecta tiene la bondad de decir que s aun teniendo suficiente personalidad como para decir que no, logra ser a la vez sensible y fuerte, dependiente a causa de los lazos que crea el amor e independiente gracias al orgullo santo de quien se sabe hijo de Dios. Instintivamente, nos resultan atractivas esas personas realmente maduras. Admiramos a personas a la vez sensibles y fuertes, y nos disgusta tanto el individualismo como el infantilismo. En una novela, una mujer afirma que, para amar a un hombre, necesita encontrarlo a la vez ms fuerte y ms dbil que yo[51]. En efecto, si uno asume su propia debilidad, reconoce que necesita ser amado y la fortaleza ajena le proporciona seguridad. Pero de poco sirve que la persona amada sea fuerte si, al no asumir su propia debilidad, no se deja querer. Ya se ve que no es fcil adquirir la personalidad ideal. Habra que evitar tanto las falsas dependencias a costa de legtima independencia, como las falsas independencias a costa de legtima dependencia. Una falsa dependencia denota servilismo. La vemos en esas personas inseguras que se muestran incapaces de decir que no por miedo a caer mal a los dems. La falsa independencia est emparentada con la autosuficiencia y denota egosmo. La vemos en esas personas seguras de s mismas, algo arrogantes, que se desentienden de los dems. Por una parte, la dependencia servil adolece de falta de libertad interior. Por otra parte, el deseo de preservar a toda costa la propia autonoma pone de manifiesto un concepto errneo de libertad. De poco sirve la libertad si no es para entregarla por amor. La falsa independencia es ms nociva que falsa dependencia. Es preferible el histerismo a la soledad: es mejor llamar la atencin que hacer como si uno no necesita a nadie. El orgullo
tiene dos tipos de manifestaciones: la vanidad y la autosuficiencia. La vanidad se da ms en personas sensibles, mientras que la autosuficiencia se ve ms en personas fras. sta es ms peligrosa que aqulla, en cuanto que la falsa independencia nos asla de los dems, mientras que la vanidad, si bien nos hace demasiado dependientes de los dems, al menos nos lleva a tenerlos en cuenta. Es mejor amar mal que no amar. La vanidad argumenta Lewis, aunque es la clase de orgullo que ms se muestra en la superficie, es realmente la menos mala y la ms digna de perdn. La persona vanidosa quiere halagos, aplauso, admiracin en demasa, y siempre los est pidiendo. Es un defecto, pero un defecto infantil e incluso (de modo extrao) un defecto humilde. Demuestra que no ests del todo satisfecho con tu propia admiracin. Das a los dems el valor suficiente como para querer que te miren. Sigues de hecho siendo humano. El orgullo autnticamente negro y diablico viene cuando desprecias tanto a los dems que no te importa lo que piensen de ti. Naturalmente, est muy bien, y a menudo es un deber, el no importarnos lo que los dems piensen de nosotros, si lo hacemos por razones adecuadas; por ejemplo, porque nos importe muchsimo ms lo que piense Dios. Pero la razn por la que al hombre orgulloso no le importa lo que piensen los dems es diferente. l dice: "Por qu iba a importarme el aplauso de esa gentuza, como si su opinin valiera algo? E incluso si su opinin tuviera algn valor, soy yo de esa clase de hombre que se ruboriza de placer ante un cumplido como una damisela en su primer baile? No, yo soy una personalidad integrada y adulta. Todo lo que he hecho ha sido para satisfacer mis propios ideales o mi conciencia artstica, o las tradiciones de mi familia o, en una palabra, porque soy esa clase de hombre. Si eso le gusta al vulgo, que le guste. Esa gente no significa nada para m". De este modo el puro y autntico orgullo puede actuar como un freno de la vanidad, porque [...] al demonio le encanta curar un pequeo defecto dndonos a cambio uno grande. Debemos tratar de no ser vanidosos, pero jams hemos de recurrir a nuestro orgullo para curar nuestra vanidad: la sartn es mejor que el fuego[52]. En la prctica, es difcil evitar tanto la autosuficiencia como la vanidad. Slo los santos lo logran; experimentan lo que afirma San Pablo: Siendo libre de todos, me hice siervo de todos[53]. Los dems, dentro de nuestras limitaciones, nos las arreglamos como podemos. Cada uno hace sus propios equilibrios. Por lo general, unos son demasiado independientes (no se entregan a nadie), y otros se hacen demasiado dependientes (se entregan de modo servil). Los primeros son fuertes pero indolentes, mientras que los segundos se muestran sensibles pero son dbiles. Los independientes, por temor a perder su autonoma, evitan compromisos afectivos y viven en soledad. Los dependientes, por un afn de aprecio difcil de satisfacer, van como con el corazn en la mano y se atan a cualquiera. Veamos ahora cmo la verdadera independencia conlleva libertad interior y sta, a su vez, hunde sus races en la humilde conciencia de la propia dignidad.
Libertad interior y humildad Al tratar de la importancia de ser a la vez personas dueas de s mismas y capaces de entregar su propia libertad por amor, ha salido a relucir el concepto de libertad interior. En el fondo, la libertad, ms que un mbito, es una capacidad de autodeterminacin. No soy libre slo porque
nadie me obligue, sino sobre todo porque soy capaz de hacer las cosas porque me da la gana. La libertad no es slo ausencia de coaccin externa, sino tambin de cierta coaccin interna. Unos, por falta de bondad, no saben decir que s, mientras que otros, por falta de personalidad, no saben decir que no. stos se suelen quejar de que otros no respetan su libertad, cuando, en el fondo, el problema consiste en que ellos mismos no son capaces de hacer las cosas porque les da la gana. La persona excelente siempre sabe ser ella misma: se siente libre por dentro aun cuando personas o circunstancias le coaccionen por fuera. No es que haga lo que le da la gana, sino que hace el bien porque le da la gana. Libertad es capacidad de autodeterminacin, en el mejor de los casos hacia el bien, y no tanto por imperiosa obligacin, cuanto por amor. La persona verdaderamente libre no se gua por un obsesivo sentido del deber, sino que interioriza la virtud. Al obedecer, por ejemplo, no se somete slo externamente, sino tambin de corazn, porque su amor le lleva a identificar su voluntad con el correspondiente imperativo moral; su obediencia, lejos de ser servil, denota seoro. Libertad y necesidad no siempre son realidades opuestas. Segn Lewis, la necesidad no tiene por qu ser lo contrario de la libertad, y quizs el hombre sea ms libre cuando, en vez de manifestar sus motivos, puede limitarse a decir "soy lo que hago"[54]. La libertad interior, o capacidad de hacer el bien por amor, es el objeto de una ardua conquista espiritual. Slo personas generosas y verdaderamente maduras contraen vnculos amorosos con plena libertad interior. Para ello, no basta con buenas intenciones; adems de bondad, se precisa una buena dosis de humilde conciencia de la propia dignidad. La libertad interior presupone la madurez propia de quien tiene una buena relacin consigo mismo. Somos capaces de entregarnos libremente a los dems en la medida en que somos generosos y dueos de nosotros mismos. Por tanto, una baja autoestima pone en peligro la calidad de nuestro amor. La plena madurez espiritual slo la logra quien se ve a s mismo a travs de los ojos de Dios. Slo quien se abandona en las manos de Dios, se siente realmente libre ante los dems: les permite juzgarle como les plazca. Quien aprenda a juzgarse a s mismo como Dios le juzga, no necesitar compararse con los dems. En la medida en que se percate del Amor de Dios, dejar de estar a disgusto consigo mismo. As, su amor a los dems podr ser cada vez ms desprendido y desinteresado. En cambio, si su autoestima depende slo de sus propios xitos y del aprecio de otros, quiz tras varias decepciones se desanime y pierda la confianza en s mismo. Si ve a los dems como potenciales rivales, el miedo a no dar la talla le har estar ansioso cada vez que est en juego su propia vala. Adems, si no controla su sed de aprecio, es posible que su afectividad se deteriore, tornndose susceptible y posesiva: quien no est satisfecho consigo mismo suele sentir una gran necesidad de acaparar a los dems. Llegados a este punto, hagamos una breve incursin en el mundo de la afectividad.
Afecto y desprendimiento Veamos ahora las cosas desde el punto de vista de la dependencia. No hay nada que nos haga tan dependientes, en el mejor y en el peor de los sentidos, como el cario. El mejor de los carios es desprendido, mientras que el cario barato es posesivo. Por mucho que quiera a
una persona, no puedo obligarle a que acepte mi don de amor. Cuanto ms quiero a alguien, ms necesito que me quiera; por eso, si no tengo cuidado, le coaccionar para que me corresponda. En el fondo, el afn posesivo es una forma de egosmo. Existen diversos tipos de afn posesivo, desde el acaparamiento espiritual propio de una persona soberbia y autoritaria que impone sus gustos y caprichos, hasta el acaparamiento sexual propio de quien convierte a la persona amada en mero objeto de placer, pasando por el acaparamiento afectivo propio de quien necesita recibir innumerables piropos. Actitudes afectivamente posesivas son propias de personas absorbentes y celosas. Me quiere mucho, tanto que a veces me agobia, se dice en una novela[55]. El amante posesivo piensa que tiene derechos exclusivos sobre la persona amada. De modo ms o menos consciente, pretende acapararla para s mismo. La coacciona con la excusa de su gran afecto. Las personas sensibles, si no tienen cuidado, pueden caer en este tipo de chantaje afectivo. No imponen su voluntad a base de arrogancia, sino a base de reproches que parecen bienintencionados. Dicen, por ejemplo: Cmo me haces esto a m que te quiero tanto?. Respetar la libertad ajena, no avasallar a los dems es todo un arte. En la pareja ideal se suele decir nadie manda: los dos obedecen. Es ste uno de los aspectos ms difciles de conseguir en una relacin de amor. Sirva de ilustracin este pasaje, en el que un escritor recuerda la relacin con su difunta esposa: La nuestra era una empresa de dos, uno produca y el otro administraba. Normal, no? Ella nunca se sinti postergada por eso. Al contrario, le sobr habilidad para erigirse en cabeza sin derrocamiento previo. Declinaba la apariencia de autoridad, pero saba ejercerla. Caba que yo diese alguna vez una voz ms alta que otra pero, en definitiva, ella era la que en cada caso resolva lo que convena hacer o dejar de hacer. En toda pareja existe un elemento activo y otro pasivo; uno que ejecuta y otro que se allana. Yo, aunque otra cosa pareciese, me plegaba a su buen criterio, aceptaba su autoridad. [...] Crea que el hombre cuida la fachada, y declina la direccin. [...] Si entre nosotros no hubo un explcito reparto de papeles, tampoco hubo fricciones; nos movimos de acuerdo con las circunstancias[56]. El riesgo de afn posesivo del corazn aumenta en funcin de la intensidad del afecto. De ah su alta frecuencia entre novios o entre una madre y sus hijos. Todo lo que se diga sobre las virtudes de las madres es poco. Pero, si no purifican su afecto, tienden a proteger a sus hijos con la seguridad envolvente y posesiva de una gallina clueca. Otras veces, ese egosmo del corazn da lugar al favoritismo. No me refiero a esa virtud de las buenas madres que saben tratar desigualmente a sus hijos desiguales, sino a la discriminacin de algunos padres que benefician injustamente al hijo preferido. Tratan mejor a un hijo que a otro con la excusa de que al primero le quieren ms. Estamos ante un amor imperfecto. Hay en l una especie de autoconfirmacin egocntrica[57]. Cunto dao se puede causar a los otros hijos por culpa de ese amor al hijo preferido! De algn modo, ese afn posesivo del corazn es comprensible. Lewis habla al respecto de la necesidad que siente el afecto de ser necesario[58]. Si quiero a alguien, me expongo a ser herido. Si tomo riesgos, necesito asegurarme de que mi cario no ser desdeado ya que esto me har dudar de m mismo. El afn posesivo del corazn proviene de la necesidad de sentirse til, de ser apreciado por otros para ver as confirmada la propia vala. Quien pide cario, no
busca slo lo que ste tenga de agradable en s, sino, todava ms, que se valore su dignidad como persona. Para distinguir entre lo bueno y lo malo del corazn, conviene distinguir entrecorazn herido y orgullo herido o susceptibilidad. Detrs de nuestra necesidad de cario, si lo miramos de cerca con valenta y sinceridad, encontramos con frecuencia una mezcla variable de esos dos elementos. Cuando una persona muy querida me rechaza, puede ocurrir que no me duela slo el corazn, sino tambin el orgullo. Si slo hiriese mi corazn, mi pena sera legtima; no me enfadara, a lo sumo llorara en silencio. El amor propio, en cambio, engendra mosqueo. Los que se pelean se desean, se suele decir acerca de quienes se quieren mucho (aunque mal). En todo caso, por razones ms o menos rectas, tanto el dolor como el gozo son inseparables del corazn humano. Segn la respuesta de la persona amada, la afectividad hace que el amante sea vulnerable y agradecido: hace que sufra ms si es rechazado y que se alegre ms si es correspondido. Cunto podemos hacer sufrir a quienes nos aman y qu horrendo poder para herir tenemos sobre ellos, observa un escritor recordando a su difunta madre[59]. Hay quien no se atreve a mostrar sus afectos por miedo a ser tildado de cursi, pero la mayora no lo hace por miedo al rechazo. Prefieren pisar sobre seguro. Son quiz personas muy correctas y equilibradas, pero no saben querer, no saben intimar. Amar, de cualquier manera es ser vulnerable. Basta que amemos algo para que nuestro corazn, con seguridad, se retuerza y, posiblemente, se rompa. Si uno quiere estar seguro de mantenerlo intacto, no debe dar su corazn a nadie, ni siquiera a un animal. Hay que rodearlo cuidadosamente de caprichos y de pequeos lujos; evitar todo compromiso; guardarlo a buen recaudo bajo llave en el cofre o en el atad de nuestro egosmo. Pero en ese cofre seguro, oscuro, inmvil, sin aire cambiar, no se romper, se volver irrompible, impenetrable, irredimible[60]. Ciertamente, el afecto dificulta el desprendimiento, pero sin el calor del cario la vida se torna inhumana. Cuando falta el corazn, lo notamos. En el mundo laboral, por ejemplo, la frialdad de corazn lleva a descuidar el factor humano: a dar ms importancia a las cosas que a las personas, a sacrificar lo importante en aras de lo urgente. Esta falta de humanidad perjudica tambin la autenticidad en las relaciones familiares y sociales. En ambientes especialmente refinados se respira con frecuencia una frialdad que hiela el alma convirtiendo la misma convivencia en artificial[61]. Sin afecto, la urbanidad degenera en formalismo. Los detalles y buenos modales se agradecen en la medida en que son una expresin sincera de cario. La pasin afectiva, como tal, no es ni buena ni mala. El corazn supone una gran ayuda, pero, para que no nos traicione, necesita un correctivo espiritual. En vez de achicar el corazn para evitar posibles inconvenientes, habra que purificarlo, quitndole su tendencia al afn posesivo. El lema podra ser: siempre con el corazn, pero nunca slo con el corazn! Se trata de amar con afecto intenso y desprendido. Por una parte, a la hora del sacrificio generoso, el afecto pone alas a la voluntad. Por otra parte, la conciencia de la propia dignidad libera al corazn de su afn posesivo. Detengmonos ahora en esas ventajas que tiene el corazn de cara a la entrega.
Las energas del corazn No hay que dejarse llevar slo por el corazn, pero conviene servirse de todos sus recursos. El corazn humano es un motor que empuja a amar, a darse. Poned atencin observa Antonio Machado: un corazn solitario no es un corazn[62]. Si el corazn rebosa de afecto, deseamos ardientemente la felicidad de quienes amamos y estamos dispuestos a cualquier sacrificio con tal de conseguirlo. Y si lo conseguimos, la felicidad que les procuramos recompensa con creces nuestro sacrificio, ya que cuanto mayor es el afecto, mayor es la felicidad de hacer feliz. En el hombre virtuoso, corazn y voluntad se apoyan mutuamente. Por un lado, sin cario, los sacrificios realizados para hacer feliz a la persona amada resultan muy arduos. En cambio, cuando hay cario, la entrega va sobre ruedas. Por otro lado, el mejor de los amantes es capaz de sacrificarse gustosamente, aunque no tenga ganas. Aunque su corazn est fisiolgicamente fro, su voluntad inflama su corazn. En efecto, la perfeccin moral consiste en que el hombre no sea movido al bien slo por su voluntad, sino tambin por su "corazn"[63]. En el hombre virtuoso, con el paso del tiempo, la bondad impregna su inteligencia, su voluntad y su corazn. Como afirma un filsofo, una buena formacin del carcter es aqulla que consiste en que llegue a gustarme lo bueno y a desagradarme lo malo. Porque entonces ser seal de que mi libertad est dejando poso en mi propio cuerpo, de que la sensibilidad recta se me est entraando en la masa de mi sangre. Consigo as superar la esquizofrenia, tan tpica de hoy en da, entre el fro racionalismo que domina de lunes a viernes, y la fiebre de la dispersin que campea el fin de semana. Voy logrando una vida unitaria, aunque no unvoca ni monocorde. Integro progresivamente en mi vida aquellos bienes que se encuentran en la base de mi propia personalidad. La poesa del corazn va penetrando en la prosa de la inteligencia[64]. El hombre virtuoso consigue, pues, aunar todos sus recursos inteligencia, voluntad y afectividad al servicio del amor. Su inteligencia inspira buenas intenciones y su voluntad, sostenida por el corazn, las pone en prctica. Es impresionante la bondad que es capaz de irradiar un hombre virtuoso. Se dira que el afecto pone alas a su voluntad. Yo todo lo que he hecho en mi vida, en todos los terrenos, lo he hecho a base de cario, deca Eduardo Ortiz de Landzuri, un clebre catedrtico de medicina, admirado tanto por su ciencia como por su santidad de vida[65]. Lo mismo podran decir innumerables madres. Admirable energa la del amor maternal, santo destello del amor divino que para todo encuentra fuerzas y jams se cansa de los sacrificios y fatigas ms insoportables!, se dice en una novela[66]. Es llamativa la capacidad de abnegacin que tiene la mujer que se apoya en sus recursos afectivos. Por lo general, su espritu de sacrificio supera con creces al del varn. La mujer sucumbe quiz superficialmente ante las pequeas contradicciones, pero ante el gran dolor, se muestra mucho ms entera que el varn. Una mujer, mientras se sienta querida, es capaz de los mayores sacrificios. Dadle amor a una mujer y no habr nada que ella no haga, sufra o arriesgue, se afirma en una novela[67]. El corazn es a la vez fuerte y dbil. A primera vista, la persona insensible parece ms fuerte, pero, a la larga, es menos perseverante en la adversidad. En contrapartida, el problema de la persona sensible consiste en ser ms vulnerable, en tener mayor necesidad de sentirse
querida. Eso le expone a mayores decepciones. Si esa persona no cuenta con otros recursos, su fortaleza depende de la medida en que se sienta querida. Para completar el cuadro, si a todo eso le aadimos la irracionalidad que la sensibilidad puede traer consigo, entendemos mejor los problemas de las personas sensibles. stas suelen dar ms importancia a sentirse queridas que a saberse queridas. Necesitan que el amor, por va de afecto, les entre por los ojos. A veces, sufren innecesariamente: se dejan llevar por su imaginacin de modo que sus decepciones amorosas no tienen una base del todo real. Se originan as no pocos malentendidos entre esposos. Es ms fcil que una mujer se convenza del amor de su marido si le ve llorar por ella, que si ste se lo explica con argumentos racionales. Cuanto ms insegura es una mujer, mayor es su tendencia a dudar de que su marido la quiera de verdad. No se da cuenta de que, en el fondo, su miedo al rechazo proviene de las dudas que tiene acerca de s misma. Poniendo en duda su propia amabilidad, es lgico que no se fe del amor de su marido. Ya lo deca Cicern: Hay quienes hacen molestas las amistades, creyendo que los desprecian; lo cual rara vez sucede sino a los que se tienen a s mismos por despreciables[68]. Este tema merecera un tratamiento ms extenso, pero eso excede los objetivos de este estudio. En todo caso, pienso que se evitaran no pocos problemas matrimoniales si cada cnyuge aprendiese a ponerse en la piel del otro y, ms en concreto, si las esposas especialmente sensibles aprendiesen a dar ms importancia al saber que al sentir y los maridos especialmente viriles aprendiesen a tener un poco ms de mano izquierda...
Sensibles y fuertes En el mejor de los casos, una persona es a la vez tierna y desprendida. Tambin aqu hay que hacer equilibrios, porque no es fcil conjugar ambos aspectos. De hecho, la mayora de la gente tiene una de las dos cualidades a costa de la otra. El mundo est lleno de personas cariosas pero demasiado dependientes, o independientes pero poco afectuosas. Una vez ms, slo los santos logran conciliar ambos elementos. Slo ellos consiguen acrecentar su capacidad afectiva y doblegar ese egosmo que tantas veces envenena la afectividad. Slo quienes se parecen a Jesucristo logran conjugar el ms intenso afecto con el ms delicado respeto de la libertad ajena. En un hombre cuyo centro de respuesta al valor y al amor ha superado victoriosamente el orgullo y la concupiscencia, la afectividad nunca puede ser demasiado grande. Cuanto ms grande y profunda sea la capacidad afectiva del hombre, mejor[69]. A la hora de conjugar afecto intenso y desprendimiento, sucede algo anlogo a lo visto sobre la dificultad de conjugar dependencia e independencia. No sabiendo cmo desarrollar un afecto intenso pero exento de afn posesivo, unos son desprendidos pero silencian su corazn; otros tienen gran corazn pero no respetan la libertad ajena. Los primeros se vuelven insensibles y se muestran indiferentes, mientras que los segundos se vuelven posesivos y se muestran susceptibles. Los primeros, por miedo al rechazo, atrofian su corazn. Los segundos, por miedo a perder su fuente de autoestima, se sirven del chantaje afectivo para acaparar a quienes aman.
Mientras no se purifiquen nuestros afectos, es preferible amar mucho y mal, o amar poco y bien? Ante la disyuntiva entre amar mucho y mal y amar bien y poco, a algunos les sucede como a esa adolescente, ltima princesa de la corte otomana, que escriba en su diario: Ah!, siempre somos culpables, o porque no amamos lo suficiente, o porque amamos demasiado. Su madre intentaba educar su afectividad tratndole con dureza y ella no lo entenda. No se daba cuenta de que lo que le haca posesiva, era precisamente el gran afecto que senta por su madre. La nica solucin que sta le aconsejaba consista en no quererla tanto. Si pudiera quererla menos escribe la hija en su diario, no ser tan torpe, no mostrarme tan ansiosa de complacerla, si pudiera mostrarle indiferencia... Entonces me querra, estoy segura[70]. A la vista del afn posesivo y de la dependencia que engendra el afecto, sobre todo cuando es intenso, no es de extraar que algunos desconfen sistemticamente del corazn. Se asfixian a causa de necesidades afectivas insatisfechas o a causa del afn posesivo ajeno, y prefieren curarse en salud. No conociendo una solucin, para evitarse problemas, optan por achicar su corazn. En cualquier caso, la solucin no consiste en despreciar la afectividad. Si el corazn se atrofia, se pierde una gran fuente de energa de cara a la entrega. Si la voluntad no se nutre de afecto, habra que forzarla a base de puos, como si la perfeccin moral slo estuviese reservada a personas capaces de realizar titnicos esfuerzos de voluntad. Es ste uno de los factores que conducen al voluntarismo. Sealemos de paso que el voluntarismo es un fenmeno ms amplio, que no tiene nicamente que ver con el desprecio de los recursos afectivos. El voluntarista pone tanto el acento en la voluntad, que tiende a desdear cualquier otro tipo de recursos, como son el corazn, la inteligencia y la gracia. Aparte de un problema de recursos, el voluntarismo suele entraar tambin un problema de falta de rectitud de intencin. Con frecuencia, la inspiracin y la fuente de energa del voluntarista hunde sus races no tanto en una razn de amor, cuanto en una razn de amor propio. Es evidente que la lucha cristiana por la santidad es imposible sin esfuerzo, pero se trata de un herosmo gustoso. Todos los santos han vivido las virtudes en grado heroico, pero saben que la santidad, como perfeccin de amor, no es lo mismo que heroicidad. Todo santo es heroico, pero no todo hroe es santo. Tanto el santo como el hroe realizan proezas, pero la motivacin del hroe no est exenta de cierta vanidad. El santo, en cambio, consciente de su dignidad de hijo de Dios, purifica su amor propio y se hace as capaz de sacrificarse por el Seor y por los dems de modo ms desinteresado. Sabe que Jess no mira tanto la grandeza de las obras, ni siquiera su dificultad, cuanto el amor con que se hacen...[71]. No necesita hacer obras buenas con el fin de estar en paz consigo mismo, puesto que el Amor que recibe de Dios le reconcilia consigo mismo. Pero est enamorado del Seor y, como veremos ms adelante, intuye que Jess necesita Cirineos corredentores que alivien sus padecimientos redentores, de modo que todo sacrificio, incluso heroico, le parece pequeo con tal de aportar alegras a su Seor (directamente o, indirectamente, aportando alegras a cada una de las personas de su entorno).
Una humilde autoestima es la clave para evitar tanto el afn posesivo como la autosuficiencia. Para entender de dnde proviene la dificultad para conjugar dependencia afectiva y personalidad independiente, nos centramos ahora en la actitud ideal hacia uno mismo. Si no es fcil superar los respetos humanos, mucho menos lo es superar los respetos propios: que a uno no le importe lo que piensa de s mismo, que est en paz consigo mismo an conociendo todos sus defectos. Para purificar la actitud hacia uno mismo, es preciso reconciliarse con las propias carencias: superar lo que Santa Teresa de Lisieux llamaba la prueba de no gustarnos a nosotros mismos[72].
Diversos enfoques de la autoestima Se ha hablado mucho de autoestima en los ltimos aos. Ha habido una creciente toma de conciencia de la importancia de la autoestima de cara al desarrollo equilibrado de la personalidad. Los libros de autoayuda estn de moda. Quien entra hoy en da en cualquier librera americana cuenta un autor, encuentra enseguida toda una seccin muy bien surtida de bestsellers bajo la sigla autosuperacin. [...] En el fondo, lo que ponen en relieve dichos libros es que, antes de poder ayudar a los dems, es preciso llegar a ser uno mismo. Dicho de otro modo: que ante todo hay que encontrar, aceptar y desarrollar la propia identidad[73]. Los libros de autoayuda contienen sin duda una buena dosis de sentido comn, pero son eficaces? Estn bien orientados? Por una parte, existen mtodos de dudosa eficacia. Recuerdo que, visitando la casa de un amigo bastante inseguro, me ense una compleja y cara instalacin estereofnica capaz de enviarle mensajes subliminales, apenas perceptibles, durante sus horas de sueo. Dorma con unos cascos, oyendo una serie de cintas con sugestivas frases de este estilo: Eres formidable, vales mucho, eres nico; aunque otros no se den cuenta, eres genial... Por otra parte, hay enfoques del problema de la autoestima que pueden resultar nocivos, por ejemplo cuando, por miedo al sentimiento de culpabilidad, se hace creer a la gente que no tienen defectos: se les intenta inculcar autoestima a costa de la verdad sobre s mismos[74]. En Estados Unidos, desde hace varios decenios, se ha intentado fomentar a toda costa la autoestima de los jvenes. Pero no es mejor ayudarles a asumir la verdad sobre s mismos? De qu sirve hacerles creer que son mejores de lo que son? La psicologa del ante todo, cueste lo que cueste, sintete bien contigo mismo dificulta la percepcin de la realidad. Tarde o temprano sta se impone y la frustracin es mayor. Sirva de ilustracin una conferencia que he encontrado en Internet. El conferenciante menciona un estudio realizado en 1989 en el que se compararon las destrezas matemticas de estudiantes de ocho pases. Los estudiantes Norteamericanos sacaron los peores resultados y los Coreanos fueron los mejores. Los investigadores evaluaron tambin la autoestima de esos mismos estudiantes y les preguntaron qu pensaban de sus propias aptitudes matemticas. El resultado subjetivo result ser contrario a la realidad objetiva: los Norteamericanos se crean los mejores y los Coreanos pensaban que eran los peores[75]. Conviene hablar de autoestima para evitar su carencia, pero si se exagera, se puede caer en el polo opuesto. Tanto el deterioro como el exceso de autoestima reflejan de modo diferente un
mismo amor propio daino y frustrado. A quien exagera sus defectos, habra que ayudarle a no desorbitarlos, pero se le hace un flaco servicio si se le hace creer que no los tiene. Ms que fomentar el autoengao, habra que ayudarle a asumir toda la verdad. Slo la verdad es garanta de libertad. Si la autoestima hunde sus races en la verdad sobre uno mismo, se evita tanto el complejo de superioridad como el complejo de inferioridad. No se trata de pensar que todo lo que se hace est bien por el mero hecho de que lo hacemos nosotros, sino de no tratarse demasiado duramente. Somos quienes somos, y al final debemos ser nuestro mejor amigo. No cerraremos los ojos a todo cuanto hay en nosotros que podra o debera mejorar, pero no nos obligaremos a esa mejora mediante el castigo o el menosprecio. [...] Reconozcamos lo bueno que hay en nosotros sin estridencias ni entusiasmos desaforados, pero si hay motivos para estar orgullosos, pues vamos a estarlo, qu caramba[76].
Dos posibles actitudes ante uno mismo No basta, pues, con hablar de autoestima en general. A fin de enfocar correctamente esta temtica, es preciso hacer matices. Ante todo, debemos establecer una clara diferencia entre dos tipos de actitudes hacia uno mismo: un orgullo bueno (humilde autoestima) y otro malo (egosmo del yo). La actitud hacia uno mismo est a caballo entre el amor que recibimos de otros y el amor que les damos. Cuanto ms y mejor amor recibo, ms y mejor me amo a m mismo y a los dems. Por una parte, me amo a m mismo en la medida en que soy amado; como afirma Pieper, slo por la confirmacin en el amor que viene de otro consigue el ser humano existir del todo[77]. Por otra parte, amo bien a los dems en la medida en que me amo a m mismo; si no sabes amarte a ti mismo, tampoco sabrs amar de verdad a los dems, sentencia San Agustn[78]. Quien se siente despreciado por otros, es posible que desarrolle una actitud conflictiva hacia ellos y hacia l mismo. Por muy curioso que parezca, no resulta fcil amarse rectamente a s mismo: sentirse bien consigo mismo, sin narcisismo, sin vanidad, sin envidias. En qu consiste ese recto amor a uno mismo? Curiosamente, es lo contrario al amor propio: el amor propio disminuye en la medida en que uno se ama rectamente a s mismo. Dicho al revs: el amor propio se acrecienta en la medida en que se deteriora la relacin del hombre consigo mismo. Su insatisfaccin personal desaparece en la medida en que vive en paz consigo mismo. El individuo egosta, en el fondo, ms que amarse demasiado a s mismo, se ama poco o se ama mal. Por tanto, el recto amor a uno mismo y el amor propio son inversamente proporcionales. En el hombre perfecto, como Jesucristo, nada hay de amor propio: todo es recto amor a s mismo. Al or hablar de la importancia de que uno se ame a s mismo, es posible que algunos piensen que se trata de una actitud egosta. Sin embargo, tanto la filosofa como la teologa han enseado desde siempre la importancia del recto amor hacia uno mismo. La tradicin filosfica ha enseado que en todo hombre existe un amor natural de s mismo: un afn, ineludible e irrenunciable, de conservar el propio ser y de desplegarlo perfectivamente hasta
conseguir su apogeo terminal; un anhelo, por decirlo de otro modo, de ser feliz[79]. Como ensea Santo Toms de Aquino, nada tiene de malo el que el hombre ame su propio bien, ya que por naturaleza est hecho para amar todo bien, incluido el suyo. Eso significa que uno se orienta hacia su propio acabamiento natural, sin olvidar que su propio perfeccionamiento pasa necesariamente a travs del amor desinteresado a los dems. Por eso, el amor que uno siente por otro procede del amor que uno siente por la propia persona[80]. Se trata, pues, de un amor a uno mismo rectamente ordenado, acorde con la verdad del bien y de la jerarqua de bienes. El desorden estara en poner el propio bien por encima de un bien superior o ms general[81]. El amor a uno mismo no estara bien ordenado si, como en el amor propio, supusiese un repliegue egosta sobre uno mismo, en oposicin al bien general. Tambin la teologa corrobora la importancia de la caridad hacia uno mismo. Si Dios ama al hombre, ste debe amarse a s mismo. El precepto de la caridad amars a tu prjimo como a ti mismo[82] pone de manifiesto la estrecha relacin entre caridad y autoestima. La caridad bien ordenada comienza con uno mismo, afirma la sabidura popular. Santo Toms de Aquino lo explica argumentando que en el amor perfecto uno ama a alguien de la misma manera que se ama a s mismo[83]. Es lgico que la relacin con uno mismo sea el modelo hacia el que se ha de orientar la relacin con otro, puesto que la primera es de unidad, mientras que la segunda expresa solo unin de afectos, y la unidad es ms noble que la unin[84]. En Cartas del diablo a su sobrino, Lewis pone en evidencia, con gran sentido del humor, las estratagemas del diablo a la hora de tentar a los hombres. En una de esas cartas, afirma un experimentado demonio: Para anticiparnos a la estrategia del Enemigo [Dios], debemos considerar sus propsitos. [...] Quiere que cada hombre, a la larga, sea capaz de reconocer a todas las criaturas (incluso a s mismo) como cosas gloriosas y excelentes. l quiere matar su amor propio animal tan pronto como sea posible; pero Su poltica a largo plazo es, me temo, devolverles una nueva especie de amor propio: una caridad y gratitud a todos los seres, incluidos ellos mismos; cuando hayan aprendido realmente a amar a sus prjimos como a s mismos, les ser permitido amarse a s mismos como a sus prjimos[85]. No slo es bueno que el hombre se ame a s mismo; es incluso muy conveniente, ya que quien se ama poco a s mismo no es capaz de amar bien a otros. Como se afirma en una novela, lo peor del egosta es que no se quiere nada a l mismo [...] y es por eso incapaz de querer a los otros, porque de donde no hay no se puede sacar[86]. Una inadecuada relacin consigo mismo puede generar toda clase de fricciones en el trato con los dems. La experiencia muestra que quien no es indulgente y benigno consigo mismo, tampoco lo suele ser con los dems. La intolerancia con los defectos ajenos suele provenir de no aceptar los propios: cuanto menos se soporta uno a s mismo, ms critica a los dems. En cambio, la actitud humilde y paciente hacia las propias limitaciones facilita la actitud comprensiva hacia las limitaciones ajenas. El orgulloso distorsiona la realidad y proyecta hacia otros sus propios defectos. Si alguien nos cae mal o nos irrita, es quiz simplemente porque estamos cansados, pero si ahondamos en el conocimiento propio, descubrimos motivos ms turbios. Si alguien nos resulta molesto, es quiz por una de estas tres razones: porque tiene una virtud que no tenemos (envidia), porque compartimos con l un defecto que nos cuesta
reconocer (orgullo), o porque hemos vencido ese defecto y pensamos que tambin l debera superarlo (pinsese por ejemplo en la intolerancia de algunos ex-fumadores para con quienes siguen fumando). Por lo dems, una persona que duda demasiado de s misma, tiene ms miedo al rechazo y necesita ms el aprecio ajeno. Esta excesiva necesidad de ser apreciado por los dems hace que esa persona, a la hora de amar, se sienta menos libre y que sus intenciones sean menos rectas. En vez de acercarse a los dems porque le da la gana y con intenciones desinteresadas, ser ms bien el amor propio el que inspire compulsivamente su comportamiento.
El orgullo pone en peligro la salud psquica Ahora podemos entender mejor de dnde proviene el afn posesivo del corazn. Lo que pervierte la afectividad es precisamente esa imperiosa necesidad de que otros confirmen la propia vala. En la entraa misma de un corazn posesivo, encontramos un desordenado deseo de ser amado[87]. Y es que es propio del cario el hacer particularmente patente el amor, de modo que estimula la autoestima del que lo recibe; de ah que, por lo general, una persona insegura necesite ms cario. En estas circunstancias, el mnimo indicio de desprecio por parte de otros puede desencadenar una reaccin de autodefensa que, si no se controla con la voluntad, da lugar al afn posesivo. Pero no slo la voluntad se torna posesiva. Tambin el recto uso de la inteligencia se ve afectado por la tirana del corazn. Las personas susceptibles no desean consultar al intelecto para determinar si realmente han sido tratadas de manera poco caritativa. El hecho de sentirse ofendidas les parece razn suficiente[88]. El amor propio es, pues, como un virus oculto que, desde dentro, contamina la afectividad. El desprendimiento afectivo es ms fcil si el hombre es consciente de su propia dignidad, entre otras cosas porque desaparece su miedo a que otros no le aprecien y hieran as su orgullo. La susceptibilidad, en cambio, suele ser sntoma de inseguridad y de orgullo herido. Refirindose a una persona posesiva, escribe Lewis: habla de s mismo y su amabilidad es un reproche continuo, una continua peticin de compasin, gratitud y admiracin[89]. El comportamiento del sujeto en cuestin suele oscilar entre dos extremos opuestos: histerismo y soledad. Unas veces, se comporta de modo histrico, como un nio que pretende ser el centro de la atencin. Recurre incluso hasta la simulacin del dolor, de la tristeza y de la enfermedad: para que los dems lo cuiden y lo mimen. Llama la atencin como para pedir a gritos un poco de amor y de compasin. A propsito de un sujeto as, se afirma en una novela: Se dira que quera sorprendernos e inquietarnos con sus actos extraordinarios, con sus caprichos y sus extravagancias...[90]. Otras veces, el comportamiento del sujeto en cuestin sigue el rumbo contrario: ya sea porque hace acopio de toda su buena voluntad o porque desea evitarse dolorosas decepciones, en vez de reclamar la atencin, se asla de los dems y no traba amistad con nadie. Por no dar la lata o por temor al rechazo, opta por encerrarse en s mismo y no abrirse a nadie; para elevar su autoestima, suele intentar conseguir xitos personales de tipo profesional, social, religioso... Se trata en todo caso de un callejn sin salida: si se comporta de modo histrico, provoca
rechazo, y si opta por la soledad, consigue sobrevivir, pero lo hace a costa de todo amor y, por tanto, a costa de toda verdadera felicidad. Y es que, como afirma un escritor, al hombre sin amor se le encogen las entraas y le parece que el pecho se le ha convertido en madera seca[91]. Es, pues, peor la soberbia de aislarse que la vanidad de llamar la atencin: mejor amar mal, que no amar nada. No tiene, pues, fcil arreglo el problema de autoestima de esas personas, sobre todo cuando su necesidad de aprecio es insaciable. Les espera un largo calvario. Si encuentran alguien que les quiere, o consiguen xitos personales, todo va bien durante un tiempo. Pero sin solucionar el problema de fondo, en el momento ms inesperado, a raz de cualquier rechazo o fracaso, esa herida oculta, que no haba cicatrizado del todo, se abre y se hace cada vez ms profunda. Esas personas necesitan toda nuestra comprensin, pues tienen el alma en carne viva. De todos modos, la verdadera compasin busca remediar la miseria ajena y no excluye, por tanto, la exigencia. Esas personas suelen estar atrapadas en las redes de la autocompasin: una falsa comprensin que les hace irracionales y merma su capacidad de reaccin; se enquistan en su yo, de modo que, si no se exigen, si tienen demasiado en cuenta sus sentimientos negativos, nunca se liberarn de ese crculo vicioso. Qu difcil es en esos casos conjugar exigencia y comprensin! Por lo dems, a la hora de ayudar a esas personas, no olvidemos que quiz estn enfermas y necesiten ante todo un buen mdico. No es fcil saber dnde acaba el problema moral y dnde empieza la enfermedad neurtica. En cualquier caso, el remedio apropiado suele ser a la vez mdico y espiritual. Detrs de bastantes enfermedades del cuerpo encontramos el malestar del alma. Hay quienes, no conociendo la solucin a su problema de soledad, se refugian en ocupaciones muy absorbentes; algunas madres limpiando la casa tres veces por da, algunos padres trabajando hasta la noche. No es bueno reprimir los problemas: hacer como que no existen. Adems, a la larga, eso no es posible, ya que la persona forma una unidad, y si el alma est enferma, el cuerpo lo transparenta y da la voz de alarma. No se puede engaar a la naturaleza. Se le puede ser fiel o no, pero ella siempre es fiel a s misma. En la mayora de casos, el cuerpo expresa el malestar del alma mediante toda clase de enfermedades psicosomticas (jaquecas, asma, eczema, desrdenes intestinales...). En otros casos, si existe propensin en la personalidad del sujeto y se dan circunstancias conflictivas que lo desencadenan, se producen desequilibrios squicos de tipo neurtico: el alma est enferma no hay felicidad verdadera por ausencia de amor verdadero y el cuerpo lo expresa de ese modo: con trastornos psquicos como son la ansiedad y la depresin. Todos tenemos una determinada capacidad de aguantar peso psicolgico. En cuanto nos ponen un kilo de ms, nos descompensamos. Somos comparables a un coche que necesita combustible para poder funcionar. Cada coche tiene un depsito de gasolina de mayor o menor capacidad. El arte de preservar la estabilidad psquica consiste en aprender a gestionar de modo ptimo el combustible. Para no quedarnos sin gasolina, debemos vigilar el nivel de combustible y no conducir cuando observamos que ya estamos en la reserva. Hay que evitar a toda costa que el depsito quede vaco: nos entrara una depresin que tardara meses en curarse; nos sucedera como a los coches con un motor diesel que se quedan sin gasolina. Lo que ms combustible consume es el estrs. Repostamos gasolina cada vez que disfrutamos y
descansamos, durmiendo lo necesario y desconectando de lo que nos agobia. Personas con propensin neurtica tienen que optimizar la gestin del combustible, ya que su depsito es pequeo y, adems, pierde gasolina. Para cerrar las posibles fugas de combustible, habra que cimentar la paz interior solucionando establemente los problemas del yo. De poco servira llenar un depsito agujereado... En las sociedades modernas, se ha disparado el nmero de enfermedades neurticas. La depresin es actualmente la quinta enfermedad ms frecuente en nuestra sociedad y se prev que, hacia el ao 2020, ser la segunda ms frecuente. Esto se debe, entre otras cosas, al creciente clima competitivo y al deterioro de la familia. Es lgico que se incremente el nmero de enfermedades neurticas en sociedades deshumanizadas. En sociedades que no estn impregnadas por el espritu cristiano, no le basta a cada individuo, para ser tenido en cuenta, con su inalienable dignidad como persona; en vez de sentirse reconocido por lo que es, se ve obligado a demostrar sus cualidades a los dems. En esta lucha por la supervivencia, los ms dbiles los que menos saben, tienen o pueden son las primeras vctimas. La verdad es que ese tipo de enfermedades han existido en todas las pocas. Un sucedido en la vida de Santa Teresa de Jess puede ilustrarlo[92]. Cuentan de esta santa que tuvo que ir a Toledo para ayudar a una noble seora que estaba sumida en la ms profunda melancola (as se llamaba por entonces a la depresin), como consecuencia de la prematura muerte de su esposo. Sin conocimientos de psicologa, pero con mucho sentido comn y sobrenatural, la santa de vila la cur llevando a cabo un doble procedimiento. Por una parte, la ayud a olvidarse de s misma, hacindole ver las necesidades de los dems. Por ejemplo, nunca le preguntaba cmo se encontraba, y le pona al corriente de los problemas que tenan sus sirvientas. Por otra parte le habl de la Pasin de Cristo, hacindole ver la necesidad de ofrecerle todas nuestras penas como medio de aliviar su sufrimiento redentor.
4) La humildad se rige por la verdad Despus de todo lo visto, ya podemos hacer matices a la hora de explicar en qu consiste la humildad cristiana, pues se trata de una virtud que, no pocas veces, se presta a equvocos. Es evidente que la soberbia lleva a exagerar la propia excelencia y va acompaada de la presuncin de juzgarse superior a los dems. Pero siendo la humildad lo contrario a la soberbia, algunos piensan errneamente que habra que fomentar a toda costa una baja autoestima, confundiendo as la verdadera humildad con la falsa modestia o el complejo de inferioridad. Durante mucho tiempo refiere Henri Nouwen consider la baja autoestima una virtud. Me haban prevenido tanto contra el orgullo y la presuncin que llegu a considerar que despreciarme era bueno. Pero ahora me he dado cuenta de que el verdadero pecado es negar el amor de Dios hacia m, ignorar mi vala personal. Porque sin reclamar este primer amor y esta vala, pierdo el contacto con mi verdadero yo y comienzo a buscar en lugares equivocados lo que slo puede encontrarse en la casa del Padre[93]. Esto es especialmente importante de cara a la formacin cristiana de personas inseguras. Si se da la impresin de que el nico problema es el engreimiento arrogante, se correr el riesgo de hundir ms en la miseria a quienes necesitan precisamente aprender a amarse a s mismos. Si
una persona tmida, por ejemplo, en un intento de abrirse a los dems, empieza a llamar la atencin y se le corrige diciendo que debe ser ms humilde, es probable que se le desanime profundamente y que termine por replegarse sobre s misma, lo cual, eliminando toda perspectiva de amor, equivale a la muerte espiritual. Ser humilde no equivale a tener angustia o temor. No consiste en pensar que uno vale menos de lo que vale. Siguiendo el ejemplo de Cristo[94], la humildad lleva al cristiano a colocarse a s mismo por debajo del nivel que naturalmente le corresponde, pero sin perder de vista su propia dignidad. No es que haga dejacin de derechos por cobarda o por complejo de inferioridad. Se trata ms bien de la libre condescendencia propia de quien abandona en Dios su propia estima. No valgo nada, suelen decir los santos. Y no les produce desasosiego alguno porque son conscientes de su dignidad de hijos de Dios y conocen la gran ventaja que supone su propia flaqueza de cara a un Amante misericordioso. Pero hablar de humildad sin hacer matices se presta a equvocos. sta no se identifica con la modestia de quien no tiene un elevado concepto de s mismo y por lo tanto permanece en un segundo plano en actitud resignada[95]. La humildad, siendo la verdad entre dos extremos, no es lo contrario a la arrogancia. Una persona puede ser orgullosa sin ser arrogante. El orgullo se refiere ms a nuestra opinin sobre nosotros mismos; la arrogancia, a lo que deseamos que los dems piensen de nosotros[96]. Si se entendiese errneamente la humildad cristiana como hbito de infravalorarse, se correra el riesgo de encubrir bajo capa de virtud algo que resulta tener la misma raz que la soberbia clsica. Puede suceder incluso que el orgullo que se esconde detrs de la falsa modestia sea ms peligroso que la vanagloria. En una obra de teatro de Georges Bernanos, hay una joven religiosa que afirma que su deseo es esconderse y desaparecer. Yo no pido ms que pasar inadvertida..., dice, a lo que la priora del convento, con gran sabidura, le responde: Ay! Eso slo se alcanza con el tiempo, y desearlo con excesiva vehemencia no facilita las cosas [...]. Oh, s! Deseis fervientemente tomar el ltimo lugar. Desconfiad tambin de ese deseo, hija... El que quiere rebajarse demasiado, corre el peligro de excederse. Y es que en la humildad, como en todo, la desmesura engendra el orgullo, y ese orgullo es mucho ms insidioso y peligroso que el del mundo, que muchas veces no pasa de ser vanagloria[97].
La humildad evita la arrogancia y el autorrechazo Hace aos, cay en mis manos un libro de Mark Kinzer, un judo convertido al cristianismo[98]. Comenzaba contando lo que le ocurri a un amigo suyo que, recin convertido, interpret mal un texto en el que San Pablo aconseja la humildad de tenerse en menos que los dems[99]. El Apstol se refiere al espritu de servicio, a esa disposicin interior que lleva a servir a los dems, pero el amigo en cuestin lo interpret en sentido literal e indujo que deba convencerse a s mismo de que todos los dems eran mejores que l. Para vivir en consecuencia, formul el propsito de pensar que cada persona con la que se encontraba era mejor que l. Al final acab deprimido y tuvo que reconocer que era incapaz de hacerse creer que era la persona ms horrible del mundo, aparte de que encontraba bastante gente que,
desde un punto de vista objetivo, no pareca ser mejor que l. Lo peor de todo fue que se dio cuenta de que nunca haba gastado tanto tiempo en pensar en s mismo y en compararse con los dems[100]. La humildad es la verdad, sentencia Santa Teresa de vila. La humildad es el arte de valorarnos a nosotros mismos tal como somos, asumiendo tanto nuestras cualidades, como nuestras limitaciones. Humildad es mirarnos tal como somos, sin paliativos. Como vimos, la soberbia pone gafas que colorean todo lo que vemos, de modo que el trato con los dems est influido por el deseo morboso de quedar bien. La humildad, en cambio, proviene de conocer esa dignidad que nada ni nadie nos puede quitar. Quien, mientras lucha por mejorar, se ama a s mismo tal como es, pierde los respetos humanos y permite a los dems que le corrijan y le juzguen como quieran. San Pablo afirma que debemos juzgarnos a nosotros mismos con sobriedad[101]. Lo contrario a la sobriedad, la borrachera, lleva a algunos a actuar como si fuesen hroes, mientras que a otros les deja sumidos en una depresin. Todos tenemos das en los que nos levantamos pletricos y otros en los que todo se nos hace cuesta arriba. De modo anlogo, ya en un mbito moral, podemos distinguir dos tipos de soberbia: arrogancia o engreimiento, y autorrechazo o complejo de inferioridad. Ambos resultan de desconocer la propia dignidad. En el fondo, la arrogancia y el autorrechazo son el anverso y reverso de la misma moneda, de ah que el malsano autodesprecio sea una especie de soberbia invertida. La misma falta de humildad se esconde detrs de la arrogancia, que detrs del autorrechazo. Hay quienes presumen y se muestran muy seguros de s mismos, mientras que por dentro estn temblando igual que los que apenas se atreven a levantar la voz. Un mismo amor propio lleva a unos a ser fanfarrones, y a otros a no atreverse a intervenir por miedo a hacer el ridculo. Bien lo explica Nouwen, cuando escribe: Con el correr de los aos me he ido percatando de que el peligro ms importante para nuestra vida no es tanto el xito, la popularidad o el poder, sino el autorrechazo. Es evidente que las tentaciones del xito, de la popularidad o de la prepotencia son considerables, pero nuestra vulnerabilidad ante ellas depende de la medida en que hemos consentido ante otra tentacin ms grave que es el autorrechazo. Si escuchamos esas voces que nos susurran que no tenemos dignidad y que nadie nos ama, entonces caemos en la trampa del rechazo de s y a continuacin somos seducidos por la aureola del xito, de la popularidad o de la prepotencia, buscando en ello ese aprecio que echamos de menos. [...] Quiz pienses que la arrogancia es una tentacin mayor que el rechazo de s. Pero, no son arrogancia y autorrechazo anverso y reverso de la misma moneda? No significa la arrogancia que te pones encima de un pedestal para evitar que los dems te vean como realmente eres?[102]. Problemas de infravaloracin son ms corrientes de lo se piensa. A quien est convencido de pertenecer al grupo de los que deberan moderar su ambicin, podra ocurrirle que, cuando se conozca mejor a s mismo, se d cuenta de que su arrogancia era consecuencia de su tendencia a infravalorarse. Siempre me ha impresionado refiere Nouwen encontrar hombres y mujeres con un talento indiscutible y con grandes compensaciones por sus logros, que dudan de su propia vala. En vez de considerar sus xitos signos de su belleza interior, los viven como un encubrimiento de su baja estima personal. No pocos me han confesado: "Si la
gente supiera lo que hay en lo ms profundo de m mismo, dejaran de aplaudirme y de alabarme"[103]. Al mismo descubrimiento lleg Mark Kinzer. Con gran sinceridad, cuenta sobre s mismo: Nunca pens que eso del rechazo de s mismo fuese mi problema. De haber problema, mis dificultades y defectos iban en la otra direccin: un exceso de confianza, de seguridad en m mismo y de soberbia. Siempre saqu muy buenas notas en la escuela y nunca me faltaron buenos amigos. Manifestaba claramente mis opiniones y aceptaba con agrado el reto de un buen argumento. En mi trabajo era un perfeccionista: si Mark Kinzer lo hace, seguro que est bien hecho. Tambin albergaba grandes ambiciones para mi futuro. [...] Todo pareca estar a mi alcance. Cuando me hice cristiano, me pareci evidente que necesitaba renunciar a mi anterior soberbia, perfeccionismo y ambicin. Durante aos luch contra esas tendencias, arrepintindome de nuevo una y otra vez. Por fin, un cristiano mayor que yo y de probada sabidura me dijo que mi problema era quiz algo ms que una simple cuestin de ambicin y soberbia. Concluy dicindome: "pienso que padeces de falta de confianza en ti mismo y de un excesivo deseo de aprobacin y seguridad". Me qued helado. Era acaso posible atribuir mis energticas ansias de gozar de una posicin excelente en parte a un deseo de autoconfirmacin? Pensando en mi vida, me di cuenta de que en efecto ese era mi caso. No slo deba arrepentirme de mi ambicin, sino que me haca tambin falta crecer en la conciencia de ser un hijo de Dios que no necesita autoconfirmarse ante su Padre[104].
El olvido de uno mismo y los autoengaos En la prctica, la verdadera humildad conduce al espontneo olvido de uno mismo, lo cual facilita la entrega desinteresada a los dems. No imaginis observa Lewis que si conocis a un hombre realmente humilde ser lo que la mayora de la gente llama "humilde" hoy en da. No ser la clase de persona untuosa y reverente que no cesa de decir que l, naturalmente, no es nadie. Seguramente lo que pensaris de l es que se trata de un hombre alegre e inteligente que pareci interesarse realmente en lo que vosotros le decais a l. Si os cae mal ser porque sents una cierta envidia de alguien que parece disfrutar con tanta facilidad de la vida. Ese hombre no estar pensando en la humildad: no estar pensando en s mismo en absoluto[105]. No se trata, por tanto, ni de decir que uno no vale nada ni de defender a toda costa la propia dignidad, sino que se trata ms bien de no andar preocupado por el propio valor o por el qu dirn. Sera una contradiccin afirmar que uno es verdaderamente humilde y empearse en demostrarlo a toda costa. Si en vez de abandonar la propia vala en manos del Seor, la humildad consistiese en pensar que uno vale menos de lo que en realidad vale, el olvido de uno mismo sera imposible. Tanto el arrogante como el acomplejado no paran de darse vueltas a s mismos. Intentan hacerse creer que son mejores o peores de lo que en realidad son, pero nunca lo consiguen del todo puesto que su inteligencia est hecha para la verdad y esa es una realidad inamovible. Lewis pone en boca de un demonio este malvolo consejo: Debes ocultarle al paciente la verdadera finalidad de la humildad. Djale pensar que es, no olvido de s mismo, sino como una especie de opinin (de hecho, una mala opinin) acerca de sus propios talentos y carcter.
Algn talento, supongo, tendr realmente. Fija en su mente la idea de que la humildad consiste en tratar de creer que esos talentos son menos valiosos de lo que l cree que son. [...] Por ese mtodo, a miles de humanos se les ha hecho pensar que la humildad significa mujeres bonitas tratando de creer que son feas y hombres inteligentes tratando de creer que son tontos. Y puesto que lo que estn tratando de creer puede ser, en algunos casos, manifiestamente absurdo, no pueden conseguir creerlo, y tenemos la ocasin de mantener su mente dando continuamente vueltas alrededor de s mismos, en un esfuerzo por lograr lo imposible[106]. A decir verdad, ese autoengao no es del todo imposible y, de hecho, puede ir muy lejos. Fuera de las crceles cuenta un testigo de los horrores vividos en los campos de concentracin comunistas, muchos hombres de la Seguridad del Estado solan comportarse con gran seguridad en s mismos afirmando cosas como sta: "Nunca he hecho dao a nadie en mi vida, quiz he dejado de ayudar a alguien por inadvertencia". Suena casi irnico, pero ha sido lo tpico en los ms sdicos[107]. La experiencia muestra que quien confiesa a menudo sus pecados suele saber de qu confesarse, mientras que quien nunca lo hace no sabe de qu confesarse. Cuando un hombre se va haciendo mejor, comprende con ms claridad el mal que an queda dentro de l. Cuando un hombre se hace peor, comprende cada vez menos su maldad. Un hombre moderadamente malo sabe que no es muy bueno: un hombre totalmente malo piensa que est bastante bien. Esto, despus de todo, es de sentido comn. Comprendemos el sueo cuando estamos despiertos, no mientras dormimos[108]. Quien se miente habitualmente a s mismo puede terminar creyndose sus propias mentiras. Su vida entera podra terminar siendo una mentira: ante l mismo, y ante los dems. El hombre que se miente a s mismo y escucha sus propias mentiras advierte Dostoiewski llega a encontrarse en situacin tal que no sabe ver la verdad ni en s mismo ni a su alrededor, y pierde la propia estimacin y el respeto de los dems[109]. Es la triste historia del deterioro moral del hombre a causa de su soberbia. Mientras su conciencia le siga susurrando que se engaa, hay todava esperanza de salvacin: significa que an queda algo de su yo real. Lewis, en uno de sus libros[110], muestra que en el infierno el autoengao es mximo; examinando la vida de diversos habitantes del infierno, sugiere que su soberbia les habra llevado a tal desconocimiento de s mismos, que ya nada quedara de su verdadero yo: al final de su vida, slo quedara su falso yo, estaran completamente alienados de s mismos, totalmente fuera de la realidad, todo sera mentira! En el drama del autoengao, lo primero que se pierde es la conciencia; despus, la cabeza: el entendimiento. Quien vive como piensa, acaba pensando como vive. Sirva de ilustracin un elocuente pasaje de una obra de teatro de Jacinto Benavente. Cuando el astuto Crispn propone al buen Leandro que engae por amor, dice ste: Yo no puedo engaarme, Crispn. No soy de esos hombres que cuando venden su conciencia se creen en el caso de vender tambin su entendimiento; a lo que replica Crispn: Por eso dije que no servas para la poltica. Y bien dices. Que el entendimiento es la conciencia de la verdad, y el que llega a perderla entre las mentiras de su vida, es como si se perdiera a s mismo, porque nunca volver a encontrarse ni a conocerse, y l mismo vendr a ser otra mentira[111].
La verdadera humildad y libertad del cristiano La humildad del cristiano sabe conjugar miseria y grandeza, pues hunde sus races en el conocimiento propio y en el Amor de Dios. Es incluso un santo orgullo, como si la modestia estuviese fuera de lugar. Como observa Lewis: la humildad perfecta prescinde de la modestia. Si Dios est satisfecho de su obra, la obra puede estar satisfecha consigo misma[112]. La conciencia de las propias limitaciones, si se tiene buena voluntad, ya no es un peso que aplasta. La humildad no proviene de la temeraria presuncin de quien se cree invulnerable. Es ms bien consecuencia de la madurez propia de quien est en paz consigo mismo. En ese sentido, la humildad acrecienta la libertad interior y favorece el desarrollo de la propia personalidad. Si se entiende mal la humildad cristiana, parece como si a los cristianos se les propusiese un ideal que coarta su personalidad. Es verdad que Jesucristo pide que uno se niegue a s mismo, pero este morir a uno mismo, bien entendido, no consiste en perder la propia personalidad. Bien al contrario, el buen cristiano se encuentra a s mismo en Dios. Nadie es tan dueo de s mismo como el que se siente amado por Dios tal como es. Y es precisamente esa humilde autoestima la que permite al cristiano morir a s mismo, en el sentido de morir a su amor propio. En consecuencia, esa conciencia de su dignidad le hace capaz de entregarse a los dems con gran libertad interior. El Amor de Dios le libera de sus problemas personales, de modo que en adelante puede dedicar todas sus energas a ocuparse de los dems. Como afirma un autor, la intervencin divina en la existencia histrica hace surgir la theia mania, la locura divina, el "estar fuera de uno mismo" propio de los hombres verdaderamente grandes, que no es destruccin de la identidad personal, sino que la dilata casi hasta el infinito, para conducirla a su plenitud[113]. El ser humano alcanza su plenitud en la medida en que ama de verdad: encuentra su verdadero yo entregndolo por amor a un t. Pues donde yo soy tuyo, es cuando soy completamente mo, dice un soneto de Miguel ngel a Vittoria Colonna[114]. Quien ama de verdad se olvida de s mismo para poder contribuir a la felicidad de la persona amada. As se entiende correctamente lo que significa morir a uno mismo por amor. Se trata de morir al propio egosmo, de entregar el yo, de inmolarlo, pero no de suicidarlo. Psicolgicamente y metafsicamente observa Thibon, la inmolacin se sita en las antpodas del suicidio. Inmolarse, no es saltar ms all de la vida, sino ms all de mi vida en todo lo que tiene de limitado y cerrado. El sacrificio supremo slo puede ser concebido como una ruptura de los lmites, una apertura absoluta, no la muerte del yo, sino su transmutacin total en amor... [115]. La libre entrega de uno mismo por amor requiere, por tanto, una buena dosis de humilde autoestima, de fortaleza y de grandeza de nimo. En conclusin, el Amor de Dios y el propio empeo hacen posible aquello que ms engrandece al hombre: amar de verdad. Quien, con la ayuda divina, pierde su vida por amor, la gana, no slo en esta vida pues encuentra su verdadero fin: realizarse a travs del amor, sino tambin en la Otra[116]. Poseeris vuestras almas, deca Cristo a los que le seran fieles, negndose a s mismos por amor[117]. Hoy en da, est de moda hablar de la importancia de ser uno mismo. Pues bien, Dios es el primero que lo desea y que lo hace posible. Lewis pone este consejo en boca de un astuto
demonio en una carta a otro demonio menos hbil: S, naturalmente, que el Enemigo tambin quiere apartar de s mismos a los hombres, pero en otro sentido. Recuerda que a l le gustan realmente esos gusanillos, y que da un absurdo valor a la individualidad de cada uno de ellos. Cuando l habla de que pierdan su "yo", se refiere tan slo a que abandonen el clamor de su propia voluntad. Una vez hecho esto, l les devuelve realmente toda su personalidad, y pretende (me temo que sinceramente) que, cuando sean completamente Suyos, sern ms "ellos mismos" que nunca. Por tanto, mientras que Le encanta ver que sacrifican a Su voluntad hasta sus deseos ms inocentes, detesta ver que se alejen de su propio carcter por cualquier razn. Y nosotros tenemos que inducirles siempre a que hagan eso. Los gustos y las inclinaciones ms profundas de un hombre constituyen la materia prima que el Enemigo les ha proporcionado. Alejar al hombre de ese punto de partida es siempre, pues, un tanto a nuestro favor[118]. No viven bien lo que acabamos de exponer quienes pretenden olvidarse de s mismos, pero a costa de s mismos. En esa lnea, algunos autores ateos han afirmado que el cristianismo llevara al hombre a despersonalizarse. Tendran algo de razn si la mxima cristiana segn la cual uno debe negarse a s mismo fuese interpretada como una invitacin a traicionarse a s mismo o al servilismo propio de quien carece de libertad interior. Bien entendido, el cristianismo es fuente de libertad interior, pero mal vivido puede justificar esas crticas. No es que haya algo errneo en el mensaje cristiano. Sucede ms bien que hay personas que no lo ensean correctamente, quiz porque ellos mismos lo viven de modo errneo. Sirva como ejemplo lo que transcribe San Josemara de una carta: Me encanta la humildad evanglica. Pero me subleva el encogimiento aborregado e inconsciente de algunos cristianos, que desprestigian as a la Iglesia. En ellos debi de fijarse aquel escritor ateo, cuando dijo que la moral cristiana es una moral de esclavos[119]. Ese escritor ateo quiz podra ser Nietzsche, uno de esos autores que no logran conciliar libertad y entrega. Ya vimos que hay personas que, por miedo a perder su legtima autonoma, reafirman su propia independencia a costa de toda dependencia amorosa. Son libres, pero no aman a nadie. San Josemara, respondiendo a esa carta, afirma: Realmente somos siervos: siervos elevados a la categora de hijos de Dios, que no desean conducirse como esclavos de las pasiones[120]. Examinemos ahora algunos malentendidos acerca de la libertad. En su Epstola a los Romanos, San Pablo distingue tres tipos de personas: paganos, judos y cristianos. Existen dos modos de corromper la verdadera libertad: el libertinaje del pagano que se hace esclavo de sus pasiones, y la falta de libertad interior del judo que se hace esclavo de la ley. El cristiano, en cambio, conoce esa verdadera libertad que Cristo nos ha ganado[121], por la que no se esclaviza ni al pecado ni a la ley[122]. Al pagano habra que recordarle que cuando el hombre quiere liberarse de la ley moral y hacerse independiente de Dios, lejos de conquistar su libertad, la destruye[123]. Al judo habra que felicitarle por su fidelidad a la ley; no obstante, habra que ayudarle a superar su moralismo, hacindole ver que no se trata de abolir la ley, sino de sujetarse a ella por amor[124]. Si el Hijo os alcanza la libertad, seris verdaderamente libres, dijo Jess[125], pues la verdadera libertad es un don divino. Saboreamos esta soltura de movimientos testifica San Josemara como un regalo de Dios[126].
Una persona de profunda vida cristiana hizo esta afirmacin, que se presta a equvoco pero que sintetiza bien la libertad de los hijos de Dios: En el fondo, jams me rebaj, excepto ante Dios o en nombre de Dios. Si bien es verdad que mientras contemplo a Dios mi yo ya no existe, tambin es verdad que no abdica ante nadie ms[127]. Es un buen ejemplo de cmo el buen cristiano sabe conjugar humildad y seguridad en s mismo. En el fondo, lo peligroso no es tener un carcter fuerte, sino esa autosuficiencia de pensar que uno no necesita ni a Dios ni a los dems... Nuestra seguridad proviene de Dios, afirma San Pablo[128]. Los malentendidos en relacin a la humildad no van slo en la lnea de pensar que el ideal cristiano consiste en infravalorarse. Otras veces, la fuerte personalidad y sana seguridad en s mismos de los santos hacen pensar que son soberbios. No soy una santa deca Santa Teresa de Lisieux. Soy un alma muy pequea a la que el buen Dios ha colmado de gracias...[129]. Deca San Josemara que se vea delante de Dios como un pobre pirulero, o como cuatro huesos ya sin fuerza fsica, lleno de costras y miserias, como un personaje bien feillo. Pero, al mismo tiempo, qu me importa todo esto si s que Dios me quiere, si s que Dios me espera, si s que Dios se sirve de m tal y como soy, y no desea darme nada ms aqu en la tierra! Soy feliz, porque as me quiere l![130]. Puesto que la humildad cristiana excluye tanto el engreimiento como la baja autoestima, no es de extraar que esa virtud d lugar a malentendidos en ambas direcciones. Los santos, por una parte, conociendo con gran realismo su propia miseria y la grandeza divina, afirman con pleno convencimiento que no valen nada; por otra parte, no confunden humildad con gazmoera: conscientes de su filiacin divina y apoyados en la misericordia de Dios, son capaces de acometer las ms audaces empresas. Precisamente porque se saben poca cosa, se apoyan ms en Dios y no se arrugan ante las dificultades. Los santos, en suma, nos desconciertan porque han podido revestirse de esa fortaleza que se consuma en la debilidad a la que se refiere San Pablo[131]. Todo lo puedo en Aquel que me conforta, deca el Apstol[132]. Muchos santos fueron criticados a causa de ese santo orgullo. Pero se trata de un sentimiento de superioridad, que no es soberbia, sino un grito de humildad verdadera, porque se fundamenta en la conviccin de que solos no podemos nada, pero con el amor y la ayuda del Seor somos capaces de todo. Soy pequeo y grande afirma San Gregorio Nacianceno, humilde y excelso, mortal e inmortal, terreno y celestial; me conviene ser sepultado con Cristo, resucitar con Cristo, ser coheredero con Cristo, hacerme hijo de Dios[133].
1) Querer, saber y poder En las pginas anteriores han ido saliendo todo tipo de problemas: autosuficiencia, respetos humanos, falta de madurez, afn posesivo, susceptibilidad, resentimiento, odio, envidia, problemas matrimoniales, neurosis, autorrechazo, autoengao... Dada la importancia de la
cuestin que nos ocupa, es urgente buscarle una solucin definitiva. La solucin no ser de tipo meramente asctico, como si todo pudiese resolverse mediante el empeo decidido de la voluntad por evitar las manifestaciones de orgullo. Ya hemos visto que el problema es ms profundo, puesto que tiene que ver con la actitud de uno hacia s mismo. Pero vayamos por partes, preguntndonos si es posible solucionar establemente los problemas relativos al orgullo.
Ir al fondo de los problemas Dios nos ha creado para ser felices amando como l ama. Pero, por culpa del pecado, somos comparables a una lavadora averiada por haber sido mal utilizada. Dios mismo se ha hecho hombre para darnos los medios con que arreglar los desperfectos. Nuestra felicidad depende de la calidad de nuestros amores, pero, aunque nos esforcemos por mejorarla, con nuestras solas fuerzas no conseguimos superar del todo nuestros egosmos. A veces, queremos pero no podemos. Quisiramos, por ejemplo, no sentir resentimiento hacia alguien que nos ha ofendido, pero lo sentimos igualmente; quisiramos olvidar algn agravio ya perdonado, pero no lo logramos. Y es que, como vimos al principio de estas pginas, nuestra naturaleza se ha deteriorado a causa del lastre que deja el pecado. La experiencia muestra, en efecto, que el egosmo anida en el corazn del hombre. Se ve muy claro en los nios, incluso antes de alcanzar el uso de razn. Hay nios sanos que lloran por la noche nicamente para llamar la atencin de sus padres. Me contaba un experto pediatra que incluso nios de varios meses pueden llegar a comportarse de modo histrico. Me refera el caso de un nio de seis meses que tuvo un episodio de apnea. La madre, al ver que su hijo no poda respirar, se azor muchsimo. Desde entonces el nio, para que su madre le prestara atencin, simulaba episodios de apnea. Yo se lo curo le dijo el pediatra a la madre: basta con que me lo traiga una semana a la clnica. En efecto, una semana ms tarde el nio estaba totalmente curado. Cuando la madre pregunt al mdico qu tratamiento haba empleado, ste le dijo que todo haba sido muy sencillo: haba bastado con no hacer caso al nio cada vez que pareca que no poda respirar. En la prctica, no basta, pues, con la sola fuerza de voluntad por contrarrestar todo movimiento de soberbia, porque, como ya vimos al introducir estas pginas, en la raz de todo mal moral, encontramos siempre tres posibles causas entremezcladas: mala voluntad (no querer), ignorancia (no saber), e incapacidad (no poder). Al revs, para amar de verdad, hacen falta tres cosas: idoneidad y gracia de Dios (poder), buena voluntad (querer) y formacin (saber). Adems de buena voluntad, necesitamos aprender a curar nuestra incapacidad. Para poder vencer en esas peleas que nos superan, conviene indagar las causas ms profundas, remover cimientos, operar sobre nuestras ideas y sentimientos de fondo. Si no basta con el mero esfuerzo de voluntad para solucionar establemente los problemas de autoestima, se precisar toda una curacin interior que sane de raz el problema. Hablando de una manifestacin de la soberbia, afirma un bigrafo de Don Bosco: la clera es la espuma exterior de ese torrente que hierve dentro de nosotros: la soberbia. Hay quienes logran comprimirla y disimularla; y quienes la dejan derramarse en el exterior. Lo que importa es
cegar la vertiente donde nacen el torrente y su espuma[134]. Pero se puede objetar que, dada la profundidad con la que el amor propio est enraizado en cada alma, resulta imposible desarraigarlo. Ciertamente, como afirma el refrn popular, la soberbia slo desaparece media hora despus de habernos muerto. Sin embargo, al menos, se podra buscar un medio para neutralizar, o al menos paliar de modo ms o menos estable, ese amor propio. El amor propio no desaparece nunca del todo, pero un profundo cambio de mentalidad permite compensarlo. Por tanto, para que la lucha contra la soberbia sea realmente eficaz, habra que cambiar nuestras actitudes de fondo, lo que Stephen Covey llama paradigmas bsicos: algo as como las gafas a travs de las cuales lo vemos todo. En vez de quedarnos en recetas superficiales, debemos ir a la raz del problema; no limitarnos slo a contrarrestar las manifestaciones externas de nuestros defectos, sino intentar tambin cambiar nuestras disposiciones ltimas. Si queremos cambios relativamente pequeos en nuestras vidas, nos limitaremos a enfocar nuestras actitudes y comportamientos. Pero si queremos cambios importantes y significativos, necesitamos operar sobre nuestros paradigmas bsicos[135]. A pesar de todos sus desaciertos, Freud mostr que todos tenemos todo un mundo interior que escapa al mero control de la voluntad. Por eso, se pregunta un autor: Se es suficientemente consciente en ambientes espirituales cristianos, del hecho de que la parte de la psyche humana que se puede controlar por fuerza de voluntad y lucha asctica, es solamente la cumbre del iceberg, y de que muchas necesidades y deseos se encuentran en el mbito de lo inconsciente?[136]. En efecto, no basta con la voluntad: slo la gracia de Dios, no sin nuestra colaboracin, puede curar las heridas de nuestro corazn. Crea en m, oh Dios!, un corazn puro y renueva dentro de m un espritu recto, reza David en su famoso salmo penitencial[137]. Largo es el camino de la purificacin interior, pues el pecado inflige heridas y desrdenes profundos en el alma. Es asombrosa en nuestra naturaleza la unidad existente entre elementos tan dispares como el cuerpo y el alma. Desde un punto de vista descriptivo, llamamos corazn a esa esfera intermedia o punto de encuentro entre lo meramente somtico y lo meramente espiritual. En funcin de la perfeccin moral de la persona, el corazn se animaliza o se espiritualiza. Hacerse ms espiritual no significa deshumanizarse. Significa poner las pasiones al servicio de las potencias espirituales: consolidar progresivamente nuestra unidad. Segn cmo evolucionemos, nos hacemos o nos deshacemos. En el mejor de los casos, se da una perfecta integracin de las diversas potencias espirituales y afectivas. La virtud congrega, el vicio disgrega. El hombre se perfecciona y es feliz en la medida en que integra todos sus recursos con el fin de amar cada vez ms y mejor. Si lo logra, vive en armona con Dios, consigo mismo y con los dems. El desamor, en cambio, surte el efecto contrario; como afirma Juan Pablo II, el pecado aleja al hombre de Dios, lo aleja de s mismo y de los dems[138]. Como al comprar un electrodomstico, se podra decir que nuestra naturaleza nos presenta un libro de instrucciones para el usuario. Cuanto mejor sigue uno esas instrucciones, ms se perfecciona y mayor es la unidad entre todos sus recursos. En cambio, quebrantar las instrucciones resulta daino, pues conlleva una progresiva disgregacin de las diversas esferas. Como ensea Mons. Javier Echevarra, pecar implica, a la vez, ofender a Dios y causarnos
dao a nosotros mismos. El pecado no se queda en algo perifrico que deja inmutado al que lo realiza. Precisamente por su condicin de acto contra nuestra verdad, contra lo que verdaderamente somos y lo que verdaderamente estamos llamados a ser, incide en lo ms ntimo de nuestra naturaleza humana, deformndola. Todo pecado hiere al hombre, descompone el equilibrio entre la dimensin sensible y la espiritual, y genera en el alma un desorden ntimo entre las diversas facultades: la inteligencia, la voluntad, la afectividad[139]. Para purificarnos, debemos desandar el camino equivocado: debemos poner orden en el desbarajuste interior que ha causado el pecado. Y no se trata de rectificar nicamente actos puntuales. Es preciso corregir tambin orientaciones y actitudes de fondo egocntricas. Sera una pena malgastar nuestras energas persiguiendo fines que no nos hacen mejores. Hay quienes trabajan duramente a lo largo de muchos aos por conseguir algo que, en realidad, les est destruyendo como personas. Es pattico pero frecuentsimo[140]. La felicidad humana pasa necesariamente a travs de la apertura al amor. El hombre, como persona, slo se realiza plenamente a travs de la libre entrega de s mismo por amor. Nuestro yo slo alcanza su plenitud entregndose a un t. Lo queramos o no, estamos hechos de tal forma que slo llegamos a dar lo mejor de nosotros mismos en la medida en que amamos, es decir, en la medida en que nos entregamos libre y desinteresadamente a otra persona. Vale la pena desandar el camino del pecado. Se trata de una penitencia que, tarde o temprano, tendremos que hacer. Si queremos ser felices en esta vida y entrar en el Cielo, aqu o en el Purgatorio, nos tendremos que purificar. Para ello, necesitamos una profunda conversin interior al calor de la gracia divina y de nuestra buena voluntad. Dios quiere cimentar nuestra autoestima, pero esto slo es posible en la medida en que no antepongamos nuestro orgullo. Comentando la conversin del hijo prdigo, afirma San Agustn: Esto es lo que hicieron los santos: despreciaron las cosas exteriores [...] Penetraron en s mismos y miraron hacia s; se encontraron dentro de s y se desagradaron a s mismos; corrieron hacia aquel que deba reformarlos y devolverles la vida, a aquel en el cual deban colocar su morada y en el que deba perecer lo que haban formado por s mismos y permanecer lo que l en ellos haba creado. Eso es negarse a s mismo; esto es amarse a s mismo rectamente[141]. Cuanto ms conscientes somos de nuestras incapacidades y de nuestras heridas, mejor entendemos que la perfeccin del amor no es posible sin una especial ayuda divina. Adems, cuanto ms tiempo se cultive una incapacidad, ms difcil ser erradicarla (no es lo mismo, por ejemplo, la falta de autoestima en una persona sana que en un enfermo neurtico). Cuanto ms conscientes seamos de las profundas races de nuestras heridas interiores, mejor entendemos la necesidad de esa gracia divina que sana, y por qu la Iglesia recomienda la confesin frecuente, aunque no haya pecados mortales, como medio de curar nuestras incapacidades.
Una gracia que dignifica y sana Cristo no se limita a ensearnos a amar. Nos ofrece tambin una gracia que nos capacita para amar como l ama. En la ltima Cena, al darnos su mandamiento nuevo, nos pidi que nos amsemos unos a otros como l nos ha amado[142]. Esto implica una velada promesa de
asistencia para lograrlo. Su mandamiento es nuevo, entre otras cosas porque la calidad del amor que nos pide excede nuestras posibilidades naturales. Sin la ayuda de la gracia, el ejemplo de Cristo sera inimitable. Imitar y revivir el amor de Cristo ensea Juan Pablo II no es posible para el hombre con sus solas fuerzas. Se hace capaz de este amor slo gracias a un don recibido[143]. Para amar como Jesucristo ama, se requiere toda una purificacin interior. Slo la gracia de Dios no sin nuestra correspondencia puede llevarla a cabo, puesto que gran parte del egosmo del yo que enturbia el corazn escapa al control de la voluntad.Hay que purificarlo para que de l puedan salir cosas buenas. El hombre bueno, del buen tesoro del corazn saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo, afirma Jess[144]. Aparte del esfuerzo de voluntad, necesitamos una gracia de Dios capaz de sanar de raz nuestras malas inclinaciones. Con lo dicho, no pretendo restar importancia a la lucha asctica, a ese empeo por adquirir buenos hbitos y por contrarrestar malas tendencias. Todo es gracia, pero Dios la otorga a quien se predispone con humildad y buenas obras para recibirla. La voluntad es comparable a un msculo que hay que entrenar diariamente para que responda bien cada vez que se le necesita. Si est debilitado, deja mucho que desear a la hora de hacer el bien y de evitar el mal. Quiero simplemente recordar que la sola fuerza de voluntad es insuficiente. Se precisa tambin toda una curacin interior de nuestras incapacidades, que, purificando desde dentro nuestras pasiones y facultades espirituales, ayude a poner orden en nuestro complejo mundo interior. Necesitamos, en suma, esa gracia que Cristo nos comunica a travs de los sacramentos, sobre todo a travs de la Confesin y de la Eucarista; necesitamos esa fuerza que transforma interiormente al hombre[145], ese don del Espritu Santo que transforma el mundo humano desde dentro, desde el interior de los corazones y de las conciencias[146]. Dios, que es Amor[147], se revela y comunica a travs de Cristo. El hombre ha sido creado para amar como Cristo ama, pero el pecado se lo impide y necesita que la gracia cure su incapacidad. La gracia santificante es el don del Espritu Santo obtenido por Cristo en la Cruz. La gracia que surge de Cristo redentor consiste en el don de la vida divina a la humanidad[148]. Se trata de un don sobrenatural que, al transformarnos interiormente, nos capacita para amar como Cristo ama. Para llevar a cabo esa misteriosa transformacin, el Espritu Santo opera en nosotros de modo progresivo tres efectos conjuntos: ilumina nuestro entendimiento para comprender el Amor de Dios, inflama nuestra voluntad para encendernos en deseos de corresponderle, y purifica nuestro corazn para conformar cada vez ms nuestros afectos con los afectos del Corazn de Cristo. La santidad, como perfeccin de amor, no es posible sin la ayuda divina. Salvacin viene de salud: para salvar hay que sanar. Slo Dios es Santo: slo l ama de modo plenamente perfecto. Y es Cristo Dios hecho hombre para salvarnos quien, por medio de la gracia santificante, nos eleva a la dignidad de hijos de Dios y cura el poso de egosmo que el pecado ha depositado en nuestra naturaleza. La gracia sana y eleva, se afirma en teologa: la gracia cura nuestra incapacidad de amar bien de modo libre, desprendido y desinteresado, y nos eleva a la dignidad de hijos de Dios. Si lo que hay que curar es ante todo ese amor propio que pervierte nuestro amor, no es de extraar que uno de los caminos que sigue la gracia para llevar a cabo esa curacin consista en ayudarnos a tomar conciencia de la elevacin a la dignidad de hijos de Dios.
En definitiva, Cristo es a la vez modelo y fuente de amor perfecto. Nos ensea a amar y, mediante esa gracia que nos cura y dignifica, nos capacita para amar como l ama. Por tanto, en la medida en que nos dejamos penetrar por la gracia, podemos alcanzar esa verdadera felicidad que consiste en dar y en recibir un amor de gran calidad. La gracia de nuestro Redentor abre, pues, perspectivas insospechadas de santidad, pero, acostumbrados a nuestra propia limitacin, solemos empequeecer esas perspectivas. Si nos percatsemos del amor de Cristo, nos convenceramos ms fcilmente de la necesidad de transformarnos interiormente. El gran drama de la especie humana afirma Frossard consiste en no comprender el amor y fijarle lmites que no existen ms que en nuestro propio corazn[149].
Los problemas de perseverancia Quiz una de las circunstancias ms dolorosas en la vida es vivir de cerca cmo se rompe un compromiso de amor. Uno se pregunta: Cmo es posible que dos personas que se queran tanto se torturen ahora de ese modo? Cmo se podra haber evitado? Si se aborda precipitadamente esta cuestin, se corre el riesgo de perder de vista su complejidad. Por una parte, la cercana dificulta la ponderacin. Por otra parte, no resulta fcil aunar una multiplicidad de situaciones diversas. Consciente de ello, espero no simplificar demasiado las cosas al preguntarme por las posibles causas de los problemas de perseverancia. En resumidas cuentas, pienso que para ser feliz y perseverar tanto en una vida de entrega exclusiva a Dios, como en cualquier otro compromiso de amor para toda la vida, como es el matrimonio, hay que aprender a amar de verdad: con obras de entrega facilitadas por una gran capacidad afectiva, y con la libertad interior, el desprendimiento y la rectitud de intencin propios de quien es consciente de su propia dignidad. Es ah, en primer lugar, donde hay que buscar la causa de que alguien tenga problemas para perseverar en su compromiso de amor. Es importante tener todo esto en cuenta en vistas a juzgar correctamente a las personas, cuando hay que hacerlo y reservando el ltimo juicio a Dios. En rasgos generales el mal empleo de la propia libertad es culpable, la incapacidad es inculpable y la ignorancia puede ser tanto lo uno como lo otro segn sea vencible o invencible. En la infidelidad a un compromiso adquirido, siempre suele haber algo de ignorancia. Raros son los casos en los que todo sea incapacidad o mala voluntad. Si profundizamos ms veremos que hay dos clases de incapacidad: innata (heridas en nuestra naturaleza a causa del pecado original y tara gentica) y adquirida (educacin, malos hbitos, etc.). En los malos hbitos y en la reaccin ante lo que cuesta gran esfuerzo, s que hay lugar para la responsabilidad personal. En vez de enjuiciar a las personas, sera mucho ms positivo ofrecerles soluciones. Puesto que, detrs del mal moral, encontramos una mezcla de tres causas posibles incapacidad, mala voluntad e ignorancia, si alguien no es feliz despus de haber contrado con Dios o con una criatura un firme compromiso de amor, se le podr decir, con razn, que algo falla en la intensidad y en la calidad de su amor. Pero en vez de culpabilizarle sin ms, sera mejor ayudarle a descubrir por qu no consigue amar ms y mejor. Quiz falte buena voluntad por su parte, pero es tambin posible que sea algo que le supere, o que haya ignorancia en cuanto a
los medios humanos y sobrenaturales. En la prctica, rara vez es blanco o negro, lo uno o lo otro; suele ser ms bien gris, una mezcla de los tres elementos. Ante problemas de perseverancia, no sera, pues, justo atribuir sistemticamente la culpa a falta de empeo por parte del interesado. Hay personas de muy buena voluntad, incluso muy sacrificadas, que no irradian alegra porque, sin darse cuenta, han planteado su entrega desde una perspectiva voluntarista. En vez de reprocharles su tristeza, habra que ensearles ms bien a renovar su enamoramiento y a ser humildes: ensearles a volcar todo su afecto en la persona con la que se han comprometido y tener la humildad de dejarse querer. Necesitan aprender a potenciar su capacidad afectiva y a doblegar su amor propio mediante esa humilde autoestima que les confiere su filiacin divina y el amor misericordioso de su Padre Dios. En efecto, como veremos, la grandeza del cristiano, adems de su dignidad de hijo de Dios, proviene tambin del reconocimiento de su propia miseria ante un amante misericordioso. En sntesis, la solucin estable que buscamos consiste en entender y vivir a fondo el Amor de Dios. Cristo es el nico capaz de devolver a cada hombre su dignidad perdida, no slo mediante esa gracia que le diviniza, restableciendo as la dignidad perdida por el pecado original, sino tambin mediante ese Amor misericordioso que le lleva a amarnos tal como somos: con nuestras limitaciones, con motivo de ellas e incluso gracias a ellas. Hablando de soluciones concretas, no olvidemos que cada persona es diferente. Pastores de almas saben que aplicar indiscriminadamente recetas prefabricadas denota, como mnimo, una falta de respeto. En lo que exponemos, hay aspectos universales, aplicables a todos (aunque en diferente medida), pero no olvidemos que, en ltima instancia, cada alma tiene su propia historia.
2) Slo el Amor de Dios ofrece soluciones estables Dios me ama. Esa es la ltima y suprema razn de mi existencia. Sobre esta conviccin, sobre esta realidad fecunda, debo construir toda mi vida espiritual[150]. La nica solucin estable de los problemas del orgullo pasa a travs de la toma de conciencia de la dignidad que me confiere el Amor de Quien ms y mejor me ama. Objetivamente, quiz no valgamos mucho, pero Dios nos ama tal como somos y su Amor nos confiere una dignidad inestimable. Y no es que Dios nos ame slo de modo general: cada persona individual puede afirmar que lo es todo para l. Se trata, pues, de contraponer a la soberbia el gozo humilde de saberse amado por Dios, no porque yo lo merezca sino porque Dios es bueno, es todo amor. Y hay que saberse amado singularmente, como alguien nico, como alguien delante de Dios. Como una persona, como una excepcin. Esa conviccin metafsica constituye la fuerza ms radical del hombre[151]. Saberse objeto de la complacencia divina es algo que nos purifica el alma. El arte de la humildad y de la santidad consiste en vaciarse de uno mismo para poder llenarse de Dios, y tambin en llenarse de Dios para poder vaciarse de uno mismo. El amor de Dios confiere una dignidad inestimable. La verdad ms importante, capaz de procurarnos un buen nivel de autorrespeto y de autoestima, es la verdad segn la cual Dios
nos estima[152]. Se evitan as las preocupaciones por el qu dirn. Quien se valore a s mismo como Dios le valora, ya no se preocupar tanto de cmo le valoran los dems: perder el miedoal desprecio ajeno. Qu triste cosa es, sabiendo lo mucho que Dios me ama, lloriquear y lamentarme porque no me quieren tanto como yo deseara! Es algo tan estpido como la actitud del multimillonario que se lamenta porque ha perdido cinco duros en una mquina tragaperras[153]. Con toda razn, escribe Luis de Moya, un sacerdote que qued tetrapljico tras un accidente de coche: Creo que un Amor inmenso preside mi vida. Y la de todos, aunque muchos no se den cuenta. Por resumir mi problema, dira que soy un multimillonario que ha perdido slo mil pesetas[154]. En la medida en que nos hacemos conscientes de nuestra dignidad de hijos de Dios, desaparecen los respetos humanos. Los cambiamos por respetos divinos. Nuestra autoestima es, sin duda, facilitada por el aprecio que otros nos tengan, pero, a fin de cuentas, de forma estable, slo puede radicar en la conciencia de nuestra dignidad a los ojos de Dios. Debemos aprender a vernos y a valorarnos como Dios nos ve y valora. Cada vez que nos quejamos de que otros no nos consideran lo suficiente, deberamos acordarnos de lo mucho que Dios nos estima. Honores humanos son slo importantes para quien haga depender su autoestima de la opinin ajena. Es muy aleccionador al respecto lo que dijo al Seor San Josemara Escriv en momentos en que era objeto de numerosas calumnias: Seor, si T no necesitas mi honra, yo para qu la quiero?!. Tiempo despus, lo contaba l mismo diciendo: Y me costaba, me costaba porque soy muy soberbio, y me caan unos lagrimones... Desde entonces, me importa un pito todo![155]. Esa noche comenta Pilar Urbano, desmarrado de su propia estima [...], ha traspasado el umbral de la genuina libertad[156].
Toda una vida buscando lo que ya se tiene El protagonista de una novela, estando en plena crisis, pregunta a su psiclogo: Es que esa ansia ma de ser amado, de ser amado tierna, apasionada y exclusivamente no va a verse satisfecha nunca?[157]. Lo reconozca o no, necesito un amor absoluto, duradero e incondicional. Mi mayor grandeza proviene de ser amado por Dios. El amor de mis semejantes es ms patente, pero, a la larga, slo el Amor de Dios logra llenar mi vaco interior, otras soluciones de recambio (xito y amor de otros) no me satisfacen del todo. En pocas exitosas de mi vida, advierto menos mi profundo vaco, pero tarde o temprano resurge esa imperiosa necesidad y, si soy sincero conmigo mismo reconozco que tengo un corazn hambriento de amor en busca de caminos falsos para conseguir mi propia autoestima[158]. Qu gran razn tiene San Agustn cuando, al final de su vida, tras una larga bsqueda, exclama: Nos has hecho, Seor, para Ti y nuestro corazn est inquieto hasta que descanse en Ti! El ser humano posee una capacidad de infinito que slo el Infinito, Dios mismo, puede saciar. Hay en nosotros un fondo que nada ni nadie, excepto Dios, logra llenar; y en consecuencia existe incluso en las ms grandes amistades y en los ms grandes amores una cierta experiencia de lmite, de soledad no superada[159]. Todo ser humano nace con un
gran vaco interior, pero al principio no sabe que slo Dios lo puede colmar. La vida es un continua bsqueda de lo que podra aplacar el hambre de un yo insatisfecho. Respecto al yo hambriento, los xitos personales son como un aperitivo. Lo que ms aplaca el hambre del yo es el amor. Nada llena tanto nuestro vaco interior como sentirnos o sabernos amados por las personas que ms estimamos. Sentirse til para otro es algo gratificante, mientras que sentirse intil es algo deprimente. Cuando se nos hace patente el amor de una persona, pensamos: eso significa que hay algo en m que le atrae, que es digno de ser amado. Recibir amor verdadero nos dignifica. Para la persona que nos ama, nos convertimos en lo ms preciado que existe. Qu importantes nos sentiramos si conocisemos la intensidad del Amor divino! A quienes no lo conocen slo les queda una solucin intermedia que no puede tener efectos duraderos: obtener xitos personales y experimentar el amor de otros (familiares y amigos). Dios, familiares, amigos, trabajo: es preciso tenerlo todo bien jerarquizado y esperar de cada uno de ellos slo lo que pueden dar. Si Dios ocupa el primer lugar en mi corazn, mejora mi actitud hacia m mismo y, en consecuencia, hacia los dems y hacia mi trabajo profesional. En cambio, si Dios no ocupa el primer lugar, se deteriora mi actitud hacia lo personal y hacia lo ajeno, aparte de que empeoran las perspectivas futuras. As, por ejemplo, para quienes lo principal es la familia, mientras todo va bien, su vaco interior est parcialmente colmado. Pero si la situacin familiar se deteriora, slo les queda la alternativa de amigos y activismo laboral. Peor lo tienen esos hombres que descuidan la familia y buscan autoestima en su trabajo. Slo le queda un eslabn antes de hundirse en la miseria. Por mucho xito profesional que tenga, tarde o temprano se jubila. Aunque haya construido todo un emporio econmico y est rodeado de admiradores, llega un momento en que siente, o se le hace sentir, que est de ms. Al principio, quiz, se justifica diciendo que quiere ganar dinero para sacar adelante a su familia. Pero tarde o temprano queda claro que lo que ms le motivaba era el orgullo. La codicia observa Lewis har sin duda que un hombre desee el dinero, para tener una casa mejor, mejores vacaciones, mejores cosas que comer y beber. Pero slo hasta cierto punto. Qu es lo que hace que un hombre que gane 10.000 libras al ao anse ganar 20.000 libras? No es la ambicin de mayor placer. 10.000 libras le darn todos los lujos que un hombre realmente pueda disfrutar. Es el orgullo... el deseo de ser ms rico que algn otro hombre rico, y (an ms) el deseo de poder. Puesto que, naturalmente, el poder es lo que el orgullo disfruta realmente: no hay nada que haga que un hombre se sienta superior a los dems como ser capaz de manipularlos como soldados de juguete[160]. Tambin el amor humano deja mucho que desear. Tambin aqu, sin el convencimiento de ser amados por Dios de modo incondicional, nos exponemos a toda clase de frustraciones a lo largo de la vida. Por lo general, si un nio tiene buenos padres, piensa inconscientemente que le aman de modo incondicional. En concreto, el amor de una buena madre es lo que ms se parece al amor incondicional de Dios. El amor materno es muy diferente al de esas chicas vidas de romances fciles; stas como afirma un autor rememorando a su madre aman a los hombres fuertes, enrgicos, resueltos, a los gorilas, en una palabra. Nuestras madres nos aman desdentados o no, fuertes o dbiles, jvenes o viejos. Y cuanto ms dbiles somos, ms nos aman. Amor de nuestras madres, a ningn otro semejante[161].
De todos modos, no se puede vivir toda una vida al amparo de las faldas maternas. Tarde o temprano, si se quiere crecer, hay que emanciparse. Aparte de que es ley de vida que la madre deje este mundo antes que sus hijos. Con la muerte de mi madre cuenta Lewis desapareci de mi vida toda felicidad estable, todo lo que era tranquilo y seguro. Iba a tener mucha diversin, muchos placeres, muchas rfagas de Alegra; pero nunca ms tendra la antigua seguridad. Slo habra mar e islas; el gran continente se haba hundido, como la Atlntida[162]. Siendo adolescentes, nos damos cuenta de que el amor de los padres no es tan incondicional como pareca; entendemos que debemos hacernos independientes y saber por nosotros mismos lo que valemos. Como primera solucin de recambio, si no intentamos colmar el vaco a travs de xitos acadmicos, esperamos encontrar en la amistad ese amor incondicional que tuvimos siendo nios. A la larga, sin embargo, el problema no queda resuelto establemente, ya que incluso las mejores amistades de esta vida tienen limitaciones. En una novela en la que dos amigas de adolescencia se vuelven a encontrar treinta aos ms tarde, escribe una de ellas en una carta: Hemos crecido. Crecer es empezar a separarse de los dems, claro, reconocer esa distancia y aceptarla. El entusiasmo de aquellos encuentros juveniles con personas que despertaban nuestro inters se basaba en que dbamos por supuesta una permeabilidad continua entre nuestra vida y la de ellos, entre nuestros problemas y los de ellos, pareca posible la anexin. Es cierto que an se dan momentos en que surge esa ilusin de permeabilidad, pero son momentos extraordinarios y fugaces, a los que no se puede pedir continuidad, vigencia permanente. Yo de jovencita y a ti te pasaba lo mismo estaba segura de que las gentes que me queran nunca se iban a desentender de m, que mi vida era indispensable para la suya. Pero en el fondo, lo que quera es que no me dejaran nunca de necesitar. Pues no. Luego ves que no, y adems, es mejor que nadie te necesite mucho[163]. El amor entre hombre y mujer tiene una gran capacidad de satisfacer el hambre del yo. Por eso, con ocasin del primer xito amoroso, suelen desaparecer bastantes problemas de inseguridad. Sucede a menudo que quienes durante su adolescencia tuvieron problemas de autoestima, se curen de golpe cuando se enamoran y se ven correspondidos. Es lgico ya que el enamoramiento produce una especie de encantamiento que a uno le hace pensar que vive un amor incondicional, divino, sin mezquinos clculos de conveniencia. El enamorado vive como fuera de s mismo, est como enajenado pensando de continuo en el objeto de su amor. Ya Platn deca que este tipo de amor es un reflejo de la divinidad. Lo que se escriben los novios podra ser puesto en boca de Dios mismo, con la diferencia de que, a Dios, el amor no le ciega. En cambio, el espejismo del enamoramiento hace que uno apenas vea los defectos del otro, piense que no hay nadie mejor. No es de extraar que personas enamoradas se digan te adoro, algo que en sentido estricto slo corresponde a Dios. Como reconoce el poeta decimonnico: Lo que el salvaje que con torpe mano hace de un tronco a su capricho un dios, y luego ante su obra se arrodilla, eso hicimos t y yo[164].
De todos modos, el enamoramiento es un sentimiento que no dura. Es un buen punto de partida que hay que superar gracias a un amor ms maduro. El amor no se alimenta slo de simple pasin: es una profunda unidad, mantenida por la voluntad y deliberadamente reforzada por el hbito[165]. El matrimonio ideal consta de dos personas conscientes de su dignidad que, al mismo tiempo, se quieren con locura. Son a la vez independientes y dependientes. Independientes porque el Amor de Dios fundamenta de modo estable su autoestima; dependientes porque estn enamorados y lo nico que desean es hacer feliz al otro. En un matrimonio, las cosas se tuercen por una mezcla de egosmo y de mala comunicacin. En todo caso, no conviene que el amor de una criatura se convierta en la nica fuente de nuestra autoestima. No se trata de amar menos a los dems, sino de amar ms a Dios; slo as podemos amar mejor a los dems, con gran dependencia afectiva pero tambin con esa independencia propia de quien se sabe ante todo amado por Dios. Para no estar a la merced de las inciertas circunstancias futuras, Dios tendra que ser el amor ms importante de nuestra vida, de modo que le amramos tambin en cada ser querido. El amor de Dios antecede siempre el nuestro y nunca lo perdemos sin nuestra culpa. l siempre es fiel. En cambio, en el amor humano, segn la respuesta de la persona amada, tenemos tres posibilidades: amor correspondido, amor no correspondido y amor imposible. En el tercer caso, cuando la persona que amamos ni siquiera se deja querer, slo podemos seguir amndola y ser felices si amamos a Dios en esa persona. Ofreciendo al Seor el dolor que nos causa el rechazo, le damos una alegra y, a travs de l, contribuimos al bien de la persona que no se deja querer. Si el amor de una criatura se convierte en la razn ltima que da sentido a una vida, la felicidad ser incierta: depender de eventualidades futuras. Quin no ha visto personas deprimidas tras la decepcin, la traicin o la muerte del ser querido? Y es que nada tiene sentido cuando se pierde ese amor humano que daba sentido a toda una existencia, el sol que alumbraba todos y cada uno de los actos cotidianos. En una novela, el protagonista, un mdico que ha perdido al amor de su vida, expresa su profundo malestar en estos trminos: Existen la paciencia, el servicio a los dems, el mundo infinito... Sin embargo, ya ves, todo eso est vaco, misteriosamente vaco si tus intereses no estn motivados por ninguna corriente. Esa corriente extraa que hay entre tu persona y la otra... La vida se reduce a eso. Por supuesto, hay otras cosas que nos permiten pasar por la vida. Pero la maquinaria va funcionando sin sentido, sin servir para nada[166]. Las decepciones matrimoniales suelen ser ms agudas en la mujer, quiz por su tendencia a idealizar y porque su cario es ms constante que el del varn. He aqu, tal como aparece en una novela, el extracto de una carta escrita por la amiga de una esposa descontenta: Hablando con experiencia te dir lo que he observado. Las jvenes recin casadas, que sienten un profundo amor por sus esposos y tal es tu caso, suelen cometer un muy grave error: como regla general, esperan demasiado de sus maridos. Los hombres, mi pobre Sara, no son como nosotras. Su amor, incluso cuando es sincero, no es como el nuestro; no es tan constante y fiel como el que nosotras les ofrecemos; no es su nica esperanza ni la razn de sus vidas, como lo es para nosotras. Por mucho que los amemos y los respetemos, no tenemos ms remedio que reconocer y aceptar esta notable diferencia entre la naturaleza del hombre y la de la mujer[167].
Por lo general, las mujeres, como todas las personas sensibles, entienden mejor los problemas de inseguridad. Ellas, afirma una escritora, estn ms afectadas por la carencia de amor que los hombres, ms atormentadas por la bsqueda de una identidad que les haga ser apreciadas por los dems y por s mismas[168]. En su diario ntimo, un rey santo (Balduino de Blgica) peda a Dios para su esposa (Fabiola) una mayor autoestima en estos trminos: Ensame a amarla con ternura. Dale una visin ms positiva de s misma. Que se sepa amada por Ti con un amor de predileccin[169]. Pero el problema es universal. Muchos hombres esconden el mismo problema tras una capa de autosuficiencia. Detrs de su aparente arrogancia, detrs de su aparente seguridad, los hombres son extremadamente frgiles[170]. A primera vista, parece que el varn se las arregla mejor, pero todo tiene sus ventajas e inconvenientes. Los hombres se quejan menos pero se emborrachan (y se suicidan) ms; las mujeres esconden menos ese problema de fondo, que es comn a ambos, por lo que se les puede ayudar ms. Cunto cuesta reconocer la propia indigencia o necesidad de recibir amor! Crecemos pero, en el fondo, seguimos siendo como nios. Somos dbiles por dentro, pero hacia afuera, por miedo al rechazo, lo ocultamos. Sin humildad, no hay veracidad, ni hacia s mismo ni hacia los dems. Son pocos los que se atreven a manifestar la verdad de modo total, sin atenuar ni retocar nada, sin ningn tipo de arreglo ms o menos fraudulento[171]. La careta de mentira slo cae ante quien ama de veras. A veces pienso dice la protagonista de una novela que se miente por incapacidad de pedir a gritos que los dems te acepten como eres. Cuando te resistes a confesar el desamparo de tu vida, ya te ests disfrazando de otra cosa, le coges el tranquillo al invento y de ah en adelante es el puro extravo, no paras de dar tumbos con la careta puesta, alejndote del camino que podra llevarte a saber quin eres [...] Cada vez me doy ms cuenta, sed de aprecio, o como lo quieras llamar[172]. Sirva de ilustracin este texto annimo, quiz un tanto exagerado, pero que refleja bien la problemtica de fondo. Lleva por ttulo Escuchad, por favor, lo que no digo: No os dejis engaar por mi cara, pues llevo puestas mil mscaras y ninguna es mi verdadero yo. Os suplico por el amor de Dios que no os dejis engaar. Os doy la impresin de estar muy seguro de m mismo, lleno de confianza y de tranquilidad, de que no necesito a nadie. No me creis. Bajo esta mscara est mi verdadero yo confuso, miedoso y solitario. Por eso me he forjado una mscara para esconderme, para protegerme ante la mirada que ve, y eso que esa mirada podra ser precisamente mi salvacin: condicin de que la acepte, si contiene amor, es lo nico que puede liberarme de los altos muros de prisin que yo mismo he erigido. Tengo miedo de no valer nada, de no servir para nada, y de que lo veis y me rechacis. Es entonces cuando comienza el desfile de disfraces. Charlo con vosotros, os digo todo de lo que menos me importa, y nada de lo que ms me importa y est llorando dentro de m. Por favor, escuchad atentamente, intentando or lo que no digo. Tengo realmente ganas de ser sincero, verdadero, espontneo, de ser yo mismo. Pero hace falta que me ayudis, que me tendis una mano. Cada vez que me animis, que sois benevolentes y delicados, cada vez que os esforzis con verdadero inters por comprender, mi corazn recibe alas para volar, alas muy dbiles, s, pero alas a fin de cuentas. Por vuestra delicadeza, vuestra simpata, vuestra capacidad de comprensin, sois los nicos que podis liberarme de la oscuridad de mi incertidumbre, de mi
solitaria prisin. La verdad es que no lo tenis fcil, pues cuanto ms os acercis a m, ms me defiendo. Pero se me dice que el amor es ms fuerte que los muros de las prisiones: en eso tengo puesta mi nica esperanza. Os ruego por favor que intentis derribar esos muros con mano fuerte pero delicada, pues a un nio le afecta mucho todo. Quiz os preguntis quin soy. En el fondo, soy alguien que conocis muy bien, pues soy cada hombre, soy cada mujer que os cruzis por la calle, y soy tambin cada uno de vosotros. Dejarse querer no es signo de debilidad. Reconocer la propia indigencia requiere una buena dosis de humildad y de fortaleza. El amor que recibimos nos ayuda a querernos a nosotros mismos y, en consecuencia, a querer mejor a los dems, aunque, a la larga, slo el Amor de Dios fundamenta definitivamente nuestra capacidad de amar. A esta misma conclusin lleg un psiquiatra, tras sufrir un accidente de trfico que le dej en coma durante varios das, a la vez que propici que cuantos le conocan le prodigasen innumerables muestras de cario. Resumiendo lo que aprendi, escribe: Has aprendido al fin que la experiencia de ser querido ni contradice ni impide la experiencia de querer, sino que ms bien la perfecciona. De hecho, ambas se necesitan mutuamente acrecindose en una fusin cada vez ms veraz e intensa. [...] Concluiste, robusteciendo tu conviccin, que si no se tiene la experiencia de haber sido querido es muy difcil que se pueda querer. Pero esa experiencia no es suficiente. No basta con ese cario horizontal entre padres e hijos, marido y mujer. Es necesaria, adems, la experiencia vertical, la de la persona con Dios. Entre otras cosas, porque el amor humano por s slo es insuficiente. El amor humano slo se esclarece y adquiere su sentido y pleno significado en el amor divino[173]. En definitiva, todos necesitamos percatarnos del gran amor que Dios nos tiene. De otro modo, no experimentaremos esa felicidad que, mientras tengamos buena voluntad, nada ni nadie nos puede quitar y es independiente de cualquier eventualidad futura. La mayora de la gente hace depender su felicidad de condiciones de futuro; se dicen: ahora no estoy del todo satisfecho, pero cuando obtenga ese diploma, o cuando me case, o cuando se arregle mi situacin matrimonial, o cuando desaparezcan mis problemas econmicos, o cuando salgan adelante mis planes, etc., entonces s que me sentir realizado. No se dan cuenta de que es imposible satisfacer establemente las expectativas del propio yo. En cambio, estar a bien con Nuestro Padre Dios es muy fcil. El nico modo de vivir en paz con nosotros mismos consiste en vivir en paz con Dios: que l sea nuestro espejo, que intentemos vernos cada vez como l nos ve. Si no estamos satisfechos hoy y ahora, tal como somos y con lo que tenemos, no lo estaremos nunca...
Qu difcil es enfrentarse a la verdad sobre uno mismo! Qu importante es tener la valenta de hacerse preguntas impertinentes: De qu vivo yo?, qu es lo que ms me llena?, qu es lo que ms ambiciono? Para que el Amor de Dios nos purifique, se precisa toda una conversin interior. Hace falta tomar una clara decisin, elegir lo que uno sabe que vale realmente la pena. En momentos de crisis es ms fcil, pero, al calor de la gracia, tambin en momentos tranquilos es posible un cambio de rumbo.
Fundamentalmente somos indigentes, pero nos cuesta mucho reconocerlo. Estamos quiz acostumbrados a vivir de falsas seguridades y, aunque sabemos que no tienen buenas perspectivas de futuro, nos produce vrtigo dejarlas de lado. Pisamos un suelo de arenas movedizas, pero entretanto nos mantiene a flote y nos da pnico abandonarlo, sobre todo si no vivimos de cerca el Amor de Dios. Nos sentimos como una persona que, en la oscuridad de la noche, est en el balcn de un tercer piso en llamas mientras desde abajo le gritan que se lance al vaco porque, aunque no la vea, le tienen preparada una colchoneta con la que amortiguar la cada. La cuestin es la siguiente escribe Nouwen: "A quin pertenezco? A Dios o al mundo?" Muchas de mis preocupaciones diarias me sugieren que pertenezco ms al mundo que a Dios. Una pequea crtica me enfada, y un pequeo rechazo me deprime. [...] El mundo est lleno de "ses". El mundo dice: "Te quiero si eres guapo, inteligente y gozas de buena salud. Te quiero si tienes una buena educacin, un buen trabajo y buenos contactos. Te quiero si produces mucho, vendes mucho y compras mucho". Hay interminables "ses" escondidos en el amor del mundo. Estos "ses" me esclavizan, porque es imposible responder de forma correcta a todos ellos. El amor del mundo es y ser siempre condicional. Mientras siga buscando mi verdadero yo en el mundo del amor condicional, seguir enganchado al mundo, intentndolo, fallando, volvindolo a intentar. Es un mundo que fomenta adicciones porque lo que ofrece no puede satisfacerme en lo profundo de mi corazn[174]. No es fcil desandar el camino del pecado. El amor propio est profundamente arraigado en cada uno de nosotros. Cuando nos hablan de nuestra dignidad a los ojos de Dios, llevamos ya muchos aos funcionando con otros esquemas, y no es posible cambiar de un da para otro. Cada persona suele presentar tres modos de ser: como es en realidad, como cree que es y como se manifiesta ante los dems. Quien se siente dbil por dentro tiende a ocultarlo hacia afuera bajo una capa de falsa seguridad en s mismo. Si salen a relucir sus flaquezas, tanto ante s mismo como ante los dems, se pone a la defensiva. No es fcil arrancar esa coraza de hierro. Uno se acostumbra a jugar cierto papel de comedia, tanto ante s mismo como ante los dems. Cuanto ms seguros estamos del amor que nos tiene alguien, ms espontneo es nuestro comportamiento ante l. Si hubisemos conocido a fondo el Amor de Dios desde nuestra infancia y viviramos de continuo en su presencia, no haramos tanta comedia. No es fcil cambiar el rumbo de toda una vida. Viene a mi memoria una novela histrica que narra la vida de un holands que, gracias a su gran tesn, tiene mucho xito en sus negocios, pero que, por orgullo, fracasa en su matrimonio y es incapaz de dar su brazo a torcer cada vez que sus enemigos le proponen hacer las paces. Slo en el ocaso de su vida, con motivo del suicidio de su mujer (Jenny), comienza a percatarse de sus errores; entonces, dice la novela, ya no se senta tan orgullosamente seguro. Desde que haba perdido a Jenny, se preguntaba si haba algo de verdad en el reproche que ella le hiciera tantas veces: que lo haba sacrificado todo, la vida de ella y la suya propia, y la infancia de sus hijos, por culpa de su enconado afn de protagonismo, que le impulsaba a trajinar y bregar continuamente, y de su incapacidad de olvidar y de perdonar cualquier trato que pudiera antojrsele ofensivo o despreciativo[175]. Cuando una persona lleva muchos aos ocultando su debilidad ante s mismo y ante los dems, es lgico que al explicarle la hondura del Amor de Dios, no quiera o no pueda cambiar
de esquemas. Si no tiene problemas graves, su modo de enfocar las cosas le proporciona cierto equilibrio y seguridad. Es lgico, por tanto, que no acepte la alternativa que le proponemos: en vez de revoluciones interiores, prefiere continuar con sus viejos hbitos. Incluso cuando se tienen problemas, hay quienes siguen prefiriendo esconder su debilidad detrs de esa coraza de hierro forjado. Si no existiese otra solucin, sera mejor no dinamitar esa coraza protectora, ya que es mejor vivir de falsas seguridades que desplomarse. Pero, qu pena dan los cristianos que, conociendo la solucin, no quieren o no pueden? quitarse esa mscara de mentira...! Para arrancarnos toda mscara de mentira, es preciso hablar a solas con Dios. Slo quien se ve a s mismo como l le ve, es capaz de reconocer toda la verdad sobre su miseria. Dios la conoce, pero nos ama tal como somos. Desea que intentemos doblegar nuestros defectos, pero no hace depender su amor de que efectivamente lo logremos. Slo quien se mira a s mismo con los ojos de Dios, puede ser plenamente sincero consigo mismo y con los dems. Tenemos que imitar la sinceridad y el abandono con que Jess se confi a su Padre en el Huerto de los Olivos. All aprendemos a tocar el fondo de nuestros miedos. All, Jess nos ensea que rezar no es jugar a rezar, sino arrancar a Dios aquello que necesitamos para hacer lo que espera de nosotros.
El hijo mayor de la parbola Particularmente difcil es la conversin interior del cristiano perfeccionista. Como esclavo de la ley, cumple escrupulosamente todos los preceptos con el fin no tanto de agradar a Dios cuanto de mostrarse a s mismo que es bueno. Se parece al hermano mayor en la parbola del hijo prdigo, se que, en vez de alegrarse por el retorno a casa de su hermano y unirse a la fiesta que su padre organiza para celebrarlo, se irrit y no quera entrar[176]. Su padre le suplica que entre, pero l, lleno de resentimiento, le replica: Hace tantos aos que te sirvo, y jams dej de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para l el novillo cebado![177]. Ntese cmo marca sus distancias. Ese hijo tuyo, dice. Ni siquiera reconoce al converso como hermano. Su orgullo pervierte la caridad. El egosmo le hace celoso, le endurece el corazn, le ciega y le hace cerrarse a los dems y a Dios[178]. La parbola del hijo prdigo es uno de los pasajes ms elocuentes del Evangelio. Se inscribe en el contexto de la crtica de Jess a los fariseos que no entienden su Amor misericordioso. Al principio de nuestro caminar cristiano, quiz seamos como el hijo prdigo que traiciona a su padre. Tras una primera conversin, es posible que nos convirtamos en el hermano mayor. Dejamos de vivir como un pagano y cierto orgullo nos lleva a vivir como un judo escrupuloso en el cumplimiento de la ley. La meta la santidad del cristiano, consiste en hacernos como el Padre de la parbola: una persona capaz de olvidarse de s mismo para servir a los dems. A primera vista, parece que slo el hijo menor necesita arrepentirse, el que se march a un pas lejano donde malgast su hacienda viviendo como un libertino[179]. Pero, en realidad, tambin el hijo mayor necesita convertirse. Parece ms perfecto, pero, por orgullo, est
resentido y tambin necesita el amor misericordioso de su padre. No slo se perdi el hijo menor, que se march de casa en busca de libertad y felicidad, sino tambin el que se qued en casa. Aparentemente, hizo todo lo que un buen hijo debe hacer, pero interiormente, se fue lejos de su padre. Trabajaba muy duro todos los das y cumpla sus obligaciones, pero cada vez era ms desgraciado y menos libre[180]. Ciertamente, la conversin del hijo mayor de la parbola es ms difcil que la del menor. Parece mucho ms fcil volver desde una aventura de lujuria que volver desde una ira fra que ha echado races en los rincones ms profundos de m mismo, observa Nouwen[181]. El extravo del mayor es ms difcil de reconocer, ya que el amor propio que inspira su empeo voluntarista est estrechamente ligado a su deseo de ser virtuoso. Al fin y al cabo, lo haca todo bien. Era obediente, servicial, cumplidor de la ley y muy trabajador. La gente le respetaba, le admiraba, le alababa y le consideraba un hijo modlico. Aparentemente, el hijo mayor no tena fallos. Pero cuando vio la alegra de su padre por la vuelta de su hermano menor, un poder oculto sali a la luz. De repente, aparece la persona resentida, orgullosa, severa y egosta que estaba escondida y que con los aos se haba hecho ms fuerte y poderosa[182]. El padre de la parbola se compadece tambin del hijo mayor, sale a su encuentro y, para facilitar su conversin, le recuerda las consecuencias de su filiacin. Hijo, t siempre ests conmigo, y todo lo mo es tuyo, le dice[183]. No sabemos si el hijo mayor, al final, se convierte. Sabemos, eso s, que es muy duro reconocer la propia imperfeccin cuando el perfeccionismo ha estado inspirando durante muchos aos la propia vida. Vislumbrar, tras aos de conducta ejemplar, una falta de rectitud de intencin latente detrs del deseo mismo de perfeccin, es algo capaz de sacar de quicio a cualquier persona orgullosa. Quiz piense: Acaso no es bueno ser obediente, servicial, cumplidor de leyes, trabajador y sacrificado? Mis rencores y quejas parecen estar misteriosamente ligadas a estas elogiables actitudes. Esta conexin me desespera[184]. A estas personas habra que recordarles, con delicadeza pero con firmeza, los reproches de Jess a los fariseos: a esas personas que pensaban que sus buenas obras les otorgaban un especie de derecho a salvarse. Especialmente aleccionadora es la parbola del fariseo y del publicano. Al rezar, el fariseo, lleno de s mismo, se pavonea de sus mritos. Oh Dios! dice, te doy gracias de que no soy como los dems hombres, rapaces, injustos, adlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces a la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo[185]. Si nos salvamos, no es tanto porque seamos buenos, cuanto porque el Seor es bueno y nosotros nos dejamos querer. Somos indigentes pero muy amados. Debemos confiar ms en la bondad de Dios que en nuestros propios mritos, por muchos que stos sean. Como afirma Lewis, cada vez que pensemos que nuestra vida religiosa nos est haciendo sentir que somos buenos y sobre todo que somos mejores que los dems, creo que podemos estar seguros de que es el diablo, y no Dios, quien est obrando en nosotros. La autntica prueba de que estamos en presencia de Dios es que, o nos olvidamos por completo de nosotros mismos, o nos vemos como objetos pequeos y despreciables. Y es mejor olvidarnos por completo de nosotros mismos[186].
Para poder convertirse, el hijo mayor de la parbola debera abandonar plenamente su propia estima en las manos de Dios. Esta confiada y total rendicin supone una singular gracia de Dios. Si el perfeccionismo est muy arraigado, puede llegar a ser obsesivo, de modo que se precise un cambio de mentalidad tan profundo que supere con creces las posibilidades humanas. Puede suceder, por ejemplo, que el sujeto en cuestin, tras aos de lucha contra sus defectos desde una perspectiva inconscientemente orgullosa, haya desarrollado tal aversin hacia todo lo que conlleve imperfeccin, que al descubrir la suya propia, se desespere. Ese mismo abatimiento podra propiciar su conversin interior. Al constatar que su sistema falla, quiz se percate de que lo nico que realmente nos llena interiormente consiste en dar y en recibir amor verdadero. La solucin para el orgullo del hijo mayor de la parbola es conocer el Amor de Dios. Tiene poca paz interior porque no sabe ser indulgente consigo mismo. Para cambiar de mentalidad, necesita percatarse de su inigualable dignidad de hijo de Dios y recordar la predileccin divina por los indigentes que reconocen su indigencia. Debera grabar a fuego en su alma la ternura con la que el padre abraza al hijo prdigo. Adems, al percatarse del gran amor de su Padre, pensar menos en su propio problema y ms en el dolor de su Padre a causa de su alejamiento. Tras el pecado, a no ser que sea un desalmado, no tardar en volver al Padre. Pguy pone estas palabras en boca de Dios: Me hacis esperar mucho. Me hacis esperar demasiado la penitencia tras la falta y la contricin tras el pecado[187]. Si el hijo prdigo hubiese sabido que su Padre se pasaba el da mirando a ver si volva, no le habra hecho esperar tanto. Qu elocuente es la parbola del hijo prdigo comenta Juan Pablo II! Desde que se aleja de casa, su padre vive preocupado: aguarda, espera su regreso, escruta el horizonte. Respeta la libertad de su hijo, pero sufre. Y cuando su hijo se decide a volver, lo ve de lejos y sale a su encuentro, lo abraza con fuerza y, rebosante de alegra, ordena: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle..." (Lc. 15, 22)[188]. Ha llegado, pues, el momento de profundizar en el Amor de Dios.
3) Diversas manifestaciones del Amor de Dios Se preguntaba un artista holands: Sabiendo que existe un Dios todopoderoso que me ama y que se compadece de m, cmo es posible que me preocupe o me intranquilice?[189]. Quiz nos suceda algo similar. Si perdemos a menudo la paz interior y no cambiamos radicalmente es quiz porque el conocimiento que tenemos del Amor de Dios es demasiado terico. No es igual que te digan que te han transferido cien millones de euros a cierta cuenta bancaria en Suiza, que te entreguen contantes y sonantes doscientos mil billetes de quinientos euros. Para que el Amor de Dios cale hondo en nuestras vidas, no basta con un conocimiento meramente terico o sentimental: es preciso palparlo. Poco a poco deca San Josemara el amor de Dios se palpa aunque no es cosa de sentimientos, como un zarpazo en el alma[190]. De cara a cimentar slidamente nuestra autoestima, examinemos ahora las manifestaciones del Amor de Dios que ms nos dignifican: filiacin divina, Encarnacin y Redencin.
Filiacin divina El camino por excelencia para que un cristiano se percate de su dignidad pasa a travs de la conciencia de su filiacin divina en Cristo. Si Dios es el Gran Rey del universo, su hijos somos prncipes. Y no se trata de un mero ttulo honorfico, sino de una gozosa realidad. Ya en el Antiguo Testamento, Dios empieza a revelar su amor por cada hombre. Nos dice a travs del profeta Isaas: No temas, porque yo te he rescatado, yo te llam por tu nombre y tu me perteneces. [...] Porque eres a mis ojos de muy gran estima, de gran precio y yo te amo[191]. Es Cristo quien nos revela nuestra dignidad de hijos de Dios. Aunque el Hijo nos hubiera dicho nicamente esas palabras comenta Juan Pablo II, nos habra bastado. "Qu gran amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios! Y lo somos" (1 Jn. 3,1). No somos hurfanos; el amor es posible. Porque, como sabis muy bien, nadie puede amar si no se siente amado[192]. Nada vale tanto como ser hijos de Dios. La filiacin divina, la llamada de Dios a ser hijos suyos en Jesucristo es un tesoro que no tiene comparacin, por su riqueza, con el bien ms precioso de la tierra[193]. Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda ser divinizado. Quien entienda tal dignidad, experimentar ese sano orgullo de hijo de Dios que, con justificado atrevimiento, haca exclamar a San Juan de la Cruz: Mos son los cielos y ma es la tierra. [...] Pues qu pides y buscas, alma ma? Tuyo es todo esto, y todo para ti[194]. Nunca meditaremos suficientemente acerca de esta dichosa realidad. Bien lo resume San Len Magno cuando afirma: Reconoce, oh cristiano, tu dignidad y, ya que ahora participas de la naturaleza divina (cfr. 2 Petr. 1, 4), no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada. [...] pues el precio con que has sido comprado es la sangre de Cristo[195]. Nunca nos asombraremos suficientemente al considerar esta realidad. Vale la pena meditarlo asiduamente, pues tenemos una gran capacidad para acostumbrarnos a los misterios ms maravillosos. La filiacin divina constituye el fundamento de la vida cristiana. Si nos sabemos hijos de tan buen Padre, le tratamos con toda confianza, nos abandonamos en l. Es algo que ilumina todas y cada una de nuestras acciones. El cristianismo brota de una relacin personal con Dios como Padre, con un sentido inmediato, vivido[196]. Se puede aprender mucho de el nio que busca el arrimo de su padre. Orgulloso de ser su hijo, le dirige una mirada sonriente y le pide una mera caricia. Y se aprieta contra l y all se queda, gozndose en sentir su contacto, en tenerle a su lado. De cuando en cuando se cruzan las miradas y el nio se deleita al ver que su padre le mira con cario. As tambin el cristiano que se sabe hijo de Dios le pide que le mire espiritualmente, recordndole lo mucho que le quiere. Para l, vivir permanentemente en presencia de Dios se convierte poco a poco en una necesidad del alma. El Seor afirma San Josemara, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea lo nuestro y lo nuestro lo suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con l que nos hace pedir, como el nio pequeo, la luna![197]. La analoga con la paternidad humana nos puede ayudar a ahondar en la bondad de Dios Padre, a la vez que estimula nuestra humildad. Me cuenta un amigo que su hijo de 4 aos, muy ufano, le ha regalado uno de los primeros dibujos que ha hecho. Como es de suponer, el dibujo
no vale gran cosa, pero para mi amigo tiene valor inestimable. Lo lleva en la cartera para recordar que, si bien todo lo que ofrece a Dios parece insignificante, a ste le encanta puesto que le ama mucho ms que l a su hijo. En efecto, a menudo no estamos contentos con nuestro dibujo el yo criticn que llevamos dentro no se suele mostrar satisfecho, pero, si somos sencillos como los nios pequeos, no nos detendremos demasiado sopesando el valor de nuestro dibujo. Nos reconfortar ms bien saber lo mucho que le gusta a nuestro Padre Dios cuando se lo regalamos con todo cario. No pondremos, por tanto, el acento en nuestros mritos, sino en el Amor misericordioso con que nos mira nuestro buen Padre. Con toda razn, afirmaba San Bernardo: Mi nico mrito es la misericordia del Seor. No ser pobre en mritos, mientras l no lo sea en misericordia. Y porque la misericordia del Seor es mucha, muchos son tambin mis mritos[198].
Amistad recproca con Cristo Me produce una honda alegra cuenta San Josemara considerar que Cristo ha querido ser plenamente hombre, con carne como la nuestra. Me emociona contemplar la maravilla de un Dios que ama con corazn de hombre[199]. Cuanto ms contemplamos el misterio de un Dios tan grande que ha querido hacerse tan pequeo, mayor es nuestro asombro. Cunto tenemos que importarle para que se digne compartir nuestra humilde naturaleza! Como afirma Juan Pablo II, debemos tomar conciencia de lo grande que se hace todo hombre a travs de este misterio[200]. El Verbo se hizo carne, no slo con el fin de culminar la Revelacin y llevar a cabo la Redencin, sino tambin con el fin de hacrsenos cercano. Bien sabe Dios que, para nosotros, el amor humano es mucho ms asequible que el divino. Esa es una de las razones por las que ha querido hacerse hombre, igual a nosotros en todo menos en el pecado[201]. Necesitamos que lo ms elevado nos penetre a travs de realidades tangibles. Con la Encarnacin, el que era invisible por su naturaleza se hace visible en la nuestra, el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse accesible, el que exista antes del tiempo empez a existir en el tiempo[202]. As, Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios que es amor; se hace signo del Padre[203]. El Amor de Dios Padre es inenarrable, pero Cristo nos lo revela de modo comprensible. Nuestro camino hacia Dios culmina con un hondo sentido de la filiacin divina, pero conviene que pase a travs del trato asiduo con la Humanidad Santsima de Cristo. Todo lo que afirmamos acerca de la naturaleza humana de Cristo es infinitamente ms excelso en su naturaleza divina, pero siendo lo divino inefable, es muy de agradecer que podamos acceder a lo divino a travs de lo humano. Cristo-Hombre es como una copia reducida de la inmensa ternura de Dios Padre. Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, pero en Jess el parecido es mximo. Como la Palabra Eternaes la imagen invisible del Padre en la que ste se ve reflejado, as la Palabra Encarnadaes la imagen visible del Padre para los ojos humanos[204]. La luna es slo reflejo del sol, pero siendo menos brillante, resulta ms visible. Dios, al encarnarse, ha querido asumir los sentimientos humanos; en Cristo, Dios ha asumido verdaderamente [...] un corazn humano, capaz de todas las expresiones de afecto[205]. Por eso, la familiaridad con Dios es ms fcil a travs de Jess. Sin faltarle al debido respeto,
podemos tratarle como a nuestro mejor amigo, con mayor libertad y confianza, como de igual a igual. Gracias a la Encarnacin comprendemos mejor la reciprocidad existente en nuestra relacin con Dios. Ya vimos que a Dios nada le falta, si no es nuestro amor; que nuestro cario le alegra y nuestro desamor le duele. Juan Pablo II afirma que en la humanidad de Cristo se verifica el "sufrimiento" de Dios[206]. Nos es imposible hacernos una idea del dolor y de la alegra en un Ser infinito, pero los sentimientos del Corazn de Jess s que nos los podemos imaginar. Su amor humano es una expresin reducida de su inconmensurable amor divino, pero no deja de ser la ms fiel expresin de las amorosas expectativas divinas. En varias ocasiones, Jess expresa que desea nuestro amor diciendo que tiene sed. Jess tiene sed afirma el Catecismo de la Iglesia Catlica, su peticin llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oracin, sepmoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de l[207]. Saber que el Seor nos desea, que nuestras acciones le afectan tanto cuanto nos ama, supone una gran ayuda a la hora de tratarle. Quienes ignoran esa reciprocidad se dirigen al Seor slo cuando tienen algo que pedirle, olvidando lo mucho que pueden ofrecerle. Todos los bautizados estamos llamados a la santidad, a amar lo ms y lo mejor posible al Seor y a los dems. Pero si se desconoce esta reciprocidad, parece como si slo quedasen dos posibilidades extremas: la tibieza de no querer complicarse la vida o la entrega voluntarista. Imaginemos una persona que cumple fielmente sus deberes religiosos y sus deberes de estado. Cada domingo asiste puntualmente a la Santa Misa, se confiesa con regularidad, a nadie hace dao, intenta incluso comportarse lo mejor posible con los dems, tiene un trabajo absorbente pero no descuida a su familia... Si a esa persona le decimos que con eso no basta, y le animamos a intensificar su trato con el Seor, a sacar tiempo para asistir a medios de formacin cristiana, a retiros espirituales..., es posible que nos diga que no ve la razn por la que tendra que complicarse tanto la vida. Es ms fcil que cambie de actitud si, aparte de explicarle que la cercana del Seor mejora la calidad y, por tanto, tambin la felicidad en todos sus amores, se le hace ver la urgencia que inspira el ardiente amor del Corazn de Cristo. Como observa San Juan Crisstomo, nada hay que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada, de que aquel que la ama desea en gran manera verse correspondido[208]. Las necesidades ajenas espolean nuestra generosidad. Si vemos llorar a un ser querido, nos apresuramos a consolarle. Si una madre descubre una pena en un hijo, no escatima esfuerzos en aliviarla; poderle ayudar le da la energa necesaria para sobrellevar ese sacrificio. Deca un buen padre de familia: Supondra para m un gran sacrificio no levantarme por la noche cuando oigo que est llorando alguno de mis hijos pequeos. Recuerdo mi asombro al orselo, pues era una persona de difcil despertar, espeso por la maana y lcido por la noche. Qu difcil es amar a quien no se deja querer! Nada nos desanima tanto de cara al sacrificio como la imposibilidad de aportar algo a la persona que amamos. Quin sabe hasta qu punto el amor puede anular todas nuestras fuerzas cuando de pronto perdemos la posibilidad de ayudar a quien ms amamos?, se observa en una novela[209]. Permaneced en m, como yo en vosotros, nos dijo Jess[210]. Segn Juan Pablo II, esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana[211]. En esta relacin
recproca, es un mismo amor el que lleva a dar con generosidad y a recibir con humildad. Recibir sin estar dispuesto a dar, denotara una pasividad impropia del amor. Al Seor le alegra nuestro cario porque nos ama. Ese mismo amor le hace vulnerable ante nuestro desamor. Si dejase de amarnos, dejara de sufrir. Pero l nunca dejar de amarnos. De ah la urgencia de desagraviarle por el dolor que le causan nuestras ofensas. Comentando la Pasin, exclama un autor: Cmo me gustas as!, necesitado de consuelos! [...] Creo que no hay nada ms grande que un Dios que da pena... si la pena es de amor[212]. Una de las expresiones ms hermosas de las apremiantes expectativas amorosas de Jesucristo es este soneto que le dedica Lope de Vega: Qu tengo yo, que mi amistad procuras? Qu inters se te sigue, Jess mo, Que a mi puerta cubierto de roco, Pasas las noches de invierno oscuras?
Oh, cunto fueron mis entraas duras Pues no te abr! Qu extrao desvaro, Si de mi ingratitud el hielo fro Sec las llagas de tus plantas puras!
Cuntas veces el ngel me deca: Alma, asmate agora a la ventana Vers con cunto amor llamar porfa!
Y Cuntas, hermosura soberana, Maana le abriremos, responda, Para lo mismo responder maana! Conocer esas expectativas amorosas de Cristo facilita nuestra correspondencia. Cuanto ms le conocemos, con la inteligencia y el corazn, ms le amamos. Siendo el Seor tan bueno, es difcil conocerle a fondo y no quererle con locura. Que Cristo nos ama es el gran secreto escribe Dietrich von Hildebrand, el secreto ms ntimo de cada alma. Es la realidad ms inconcebible; es una realidad que cambiara la vida de cualquiera que se diera cuenta de ello plenamente. Pero para darse cuenta de ello no basta un mero conocimiento terico, sino una vivencia de ese amor similar a la que se tiene del amor de la persona amada[213]. El ideal
cristiano no es posible sin esa estrecha relacin de amor con Jesucristo. Este ideal consiste, ante todo, en una vida vivida por amor a Quien, dentro de los lmites que le impone su delicado respeto de nuestra libertad, ha hecho todo lo posible por revelarnos su Amor. Comentando la conversin de San Pablo, afirma Frossard: El cristianismo no es una concepcin del mundo, y ni tan siquiera una regla de vida; es la historia de un amor que recomienza con cada alma. Para el ms grande de los apstoles, fascinado hasta el final por la belleza de un rostro entrevisto en el camino de Damasco, la verdad no es una idea a la que haya que servir, sino una persona a la que hay que amar[214]. Jess desea establecer con cada uno de nosotros una relacin de amistad. A vosotros os he llamado amigos, dijo a los apstoles[215]. Cristo es el amigo ideal. Nadie nos entiende como l. Slo l nos ama con el respeto propio de los mejores amigos y con el intenso cario propio de los enamorados. Como afirma San Josemara: Jess es tu amigo. El Amigo. Con un corazn de carne, como el tuyo. Con ojos de mirar amabilsimo, que lloraron por Lzaro... Y tanto como a Lzaro, te quiere a ti[216]. Podemos tratar a Jess como a un viejo amigo a quien contamos lo ms ntimo, alguien, en suma, a quien queremos con locura. As le han tratado todos los santos. Santa Teresa de Jess, por ejemplo, escribe sobre su Amigo ms fiel: Qu ms queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejar en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe s[217]. Se podra objetar que no es fcil entablar amistad con alguien que no se ve. Pero charlar con alguien que no vemos no es tan difcil si le conocemos bien. Si leemos regularmente el Evangelio, terminamos conociendo a Jesucristo como conocemos a personas cercanas. Si conversamos todos los das con l, aprendemos a reconocer su voz en lo ms ntimo de nuestra alma. No le vemos, pero le tenemos en cada Sagrario. Podemos tratarle como trataramos a un ser querido despus de habernos vuelto ciegos y medio sordos, con la misma naturalidad. A pesar de no verle ni orle bien, sabramos que ese ser querido nos ve y nos oye. Conocindole bien, adivinaramos sus reacciones, sabramos, por ejemplo, cmo le sienta lo que le contamos. Sucedera como al escribir una carta a un ser querido. Mientras escribimos, nos vamos imaginando sus reacciones. Si un hijo que est de viaje escribe a su madre, al punto de decirle que donde est se come mal, se detiene y modifica su texto. En esos momentos no ve a su madre, pero advierte que las malas noticias culinarias podran preocuparle excesivamente. Todava no vemos a Jess, pero l s que nos ve de continuo. Aunque no se deja ver para no intimidarnos, nuestra vida entera debera transcurrir bajo su mirada. Una mirada sincera es capaz de expresar todo el amor que alberga un alma. La mirada de Cristo es siempre amorosa, aunque con tonalidades diversas que, segn cmo le tratemos, oscilan entre el agradecimiento y la misericordia, entre la mirada amorosa al joven rico, cuando ste le dijo que intentaba guardar los mandamientos[218], y la mirada misericordiosa que hizo estallar en lgrimas a Pedro poco despus de su vil traicin[219]. Gracias, Jess mo! reza San Josemara, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazn amante y amabilsimo, [...] que se llena de gozo y de dolor; [...] que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia[220]. Esa misericordia nos ayuda a no perder la intimidad con el Seor. Nada nos ayuda tanto a recuperar la confianza en l y en nosotros mismos como los actos de
contricin. Cuando fallamos, tendemos a proyectar sobre el Seor nuestra propia falta de indulgencia, como si su Amor no fuese gratuito, como si pudiramos merecerlo con nuestras buenas obras. Es ms fcil encariarse con personas visibles con las que uno comparte toda clase de aficiones, pero, en el fondo, es ms interesante la amistad que resiste cualquier ausencia y distancia fsica. Hay incluso momentos en la vida, en los que uno aprecia mucho ms tener un buen amigo con quien congenia a distancia, que numerosos conocidos cercanos, que prestan favores materiales pero que son incapaces de penetrar en la propia intimidad. Qu gran consuelo supone tener un verdadero amigo que, a pesar de la distancia, sin mediar palabras, se hace cargo de todo lo que uno vive y entiende, incluso de los pensamientos inexpresados! As es la amistad con Jess. En momentos de apuro, basta conocer una amistad verdadera para poder resistir la peor soledad, aunque el amigo carezca de medios para ayudar. Basta con que exista. Esa amistad no mengua con la distancia ni con la adversidad. Es all donde ms hondamente arraiga. Viktor Frankl, al relatar sus experiencias en Auschwitz, afirma que en los momentos ms terribles de su cautiverio encontraba gran consuelo con slo pensar en su mujer, que no haba vuelto a ver desde su llegada a ese campo de exterminio y de la que ni siquiera saba con certeza si segua estando viva. Comprend que el hombre concluye Frankl, desposedo de todo en este mundo, todava puede conocer la felicidad aunque sea slo momentneamente si contempla al ser amado. [...] Por primera vez poda comprender el significado de las palabras: "los ngeles del Cielo se pierden en la contemplacin perpetua de la gloria infinita"[221]. Jesucristo es el camino[222] hacia el Padre. Con el tiempo, lo que empieza siendo amistad con Jess, termina siendo una locura de amor, ya incoada en la tierra, que se consuma en la inefable y sempiterna unin de amor en el Cielo. Esa locura de amor comienza siendo humana y termina siendo divina. Se cumple as la peticin hecha por Jess al Padre durante la ltima Cena: Para que el amor con que t me has amado est en ellos[223]. Jess nos introduce progresivamente en la ms alta contemplacin de la Vida intratrinitaria, en esa plenitud de Verdad y de Amor en el contemplarse y donarse recproco (comunin) del Padre, del Hijo y del Espritu Santo[224]. El Seor se comunica al alma en la intimidad de la oracin, y se entrega por entero Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucarista, ese misterio de la vida divina comunicada a la carne humana, a travs de la carne de Cristo[225]. El alma se abre y el Seor se entrega. Si el alma corresponde, ese mutuo pertenecerse ya en la tierra, da lugar a una alegra indescriptible que prefigura la beatitud celeste. La ntima unin entre dos corazones que laten al unsono hace vislumbrar lo que ser el abrazo eterno en el Cielo. Realmente, Dios ha hecho todo lo que est a su alcance para hacrsenos ms cercano. No slo se ha encarnado y se ha quedado en la Eucarista. Por si eso fuera poco, nos ha dado por madre a su propia madre, Mara, hacindonos as miembros de su familia humana y divina, que es la Iglesia. La vida espiritual del cristiano comienza con un trato confiado con la Virgen Mara y con Jess, y se dirige hacia un trato ntimo, en la ms sublime contemplacin, con cada una de las tres Personas de la Santsima Trinidad. Mara nos lleva a Jess y, de la mano de ambos, nos adentramos en la Vida intratrinitaria. En nuestro ascenso hacia Dios, nos conviene, pues, servirnos de los escalones intermedios que l ha puesto a nuestra disposicin.
Valemos toda la sangre de Cristo Detengmonos ahora en otro aspecto del Amor de Cristo que nos dignifica: su Sacrificio Redentor. Para redimirnos del pecado, Cristo ha dado su vida en la Cruz. Habis sido comprados a gran precio, recuerda S. Pablo[226]. La palabra precio es muy interesante, ya que tiene que ver con otras palabras que hemos empleado mucho al hablar del sentido de la propia dignidad: afn de hacerse valer, tendencia a supravalorarse (arrogancia) o a infravalorarse (autorrechazo), a ser estimados, deseo de que nos aprecien, de ser algo preciado o precioso ante los ojos de alguien; cuando alguien nos trata mal, solemos decir que nos ha despreciado... La Pasin de Cristo pone en evidencia lo mucho que nos aprecia. La palabra redimir significa rescatar pagando una fianza. Es como sucede en un secuestro. Si un malhechor nos secuestrara y, en rescate, pidiese una alta cantidad de dinero, podramos saber lo que nuestros familiares estn dispuestos a pagar. Si en rescate pagasen de hecho todo lo que poseen, nunca jams podramos ya dudar de lo mucho que nos estiman. Para liberarnos, Cristo ha pagado el inestimable precio de su propia vida; para rescatarnos, ha derramado su preciossima Sangre. Valemos, pues, toda la Sangre de Cristo. Al preguntarme si alguien me ama de verdad, ms que ponerme a juzgar sus intenciones, debo ceirme a los hechos. Qu hace para manifestarme su amor? Se sacrifica por m con independencia de las ganas que tenga o del esfuerzo que le cueste? Quien ama de verdad est dispuesto a cualquier sacrificio con tal de contribuir a la felicidad de la persona que ama. En principio, debo confiar en el amor de los dems, pero slo estar realmente seguro en la medida en que lo demuestren con hechos, porque la certeza del cario la da el sacrificio[227]. Solo en momentos de adversidad puedo saber quines son mis verdaderos amigos. El sacrificio revela, pues, no slo la verdad, sino tambin la intensidad del amor. Si alguien se sacrifica por m, sabr que me quiere de verdad. Adems, el tipo de sacrificio realizado me dar informacin acerca de lo mucho que me quiere. Cunto me quieres?, suelen preguntar quienes se aman. No es fcil responder a esa pregunta. Habra que preguntar ms bien: en momentos de apuro, qu estaras dispuesto a hacer por m? Slo el sacrificio permite cuantificar tangiblemente el amor. Nadie tiene amor ms grande que el que da la vida por sus amigos, dijo Jess[228]. Amo a una persona tanto cuanto estoy dispuesto a sacrificarme por ella. Todos tenemos un precio... Si consideramos la Pasin de Cristo, tendremos la certeza de que nadie nos ama tanto como l. En sentido estricto, teniendo en cuenta su infinita dignidad, no era necesario que sufriera tanto. Habra podido redimirnos con un sacrificio nfimo y, de hecho, bien pudo haberse evitado tanto sufrimiento[229]. Al igual que Jess resucit cuando quiso, muri tambin en el momento que quiso. Doy mi vida haba dicho, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo[230]. Como mdico, pienso que el asombro del centurin ante el modo activo como expir Jess[231] corrobora que el Seor decidi el momento de su muerte. Habra podido
morir antes, evitndose horas de sufrimiento, pero no quiso. De ordinario, cuando un hombre se desangra, tras un tiempo en estado consciente, entra en estado de shock y, horas despus, muere. El Seor, en cambio, no estuvo inconsciente en ningn momento: muri conscientemente. Entreg su espritu hacia las tres de la tarde, despus de tres largas horas en la Cruz, justo despus de pronunciar sus ltimas palabras. No quiso, pues, evitarse ningn sufrimiento consciente: decidi morir en el preciso momento en que estaba a punto de desmayarse. Bien entrada la tarde, los otros dos ajusticiados, aunque inconscientes, seguan vivos. Cuando los soldados van a acelerar el proceso, se sorprenden de que el Seor ya est muerto y no le quiebran las piernas. A pesar de que no haca falta sufrir tanto, observamos enla Pasin una clara voluntad de sufrir todo lo sufrible en el ms horrible de los suplicios. No poda ser de otro modo si recordamos que el amor humano de Cristo revela su amor divino. En la Cruz, sufriendo lo mximo que un hombre puede sufrir, amndonos hasta el extremo, quiso mostrarnos a lo humano, de modo palpable, la inefable intensidad del amor divino. Y, sabiendo que entre los hombres la certeza del cario la da el sacrificio, Jess quiso que no quedara ninguna duda acerca de lo mucho que nos quiere. Sin el sufrimiento y la muerte de Cristo, el amor de Dios a los hombres no se habra manifestado en toda su profundidad y grandeza[232]. Para explicar a unos nios por qu quiso Cristo beber las heces del cliz, les pregunt si su padre, sufriendo ellos una enfermedad crnica y con el fin de obtener el nico medicamento capaz de remediar su dolencia, estara dispuesto a irse hasta Bruselas disponiendo slo de una bicicleta. Todos al unsono respondieron que s, pero se fueron retirando poco a poco a medida que se fueron alargando las distancias: hasta Berln, Mosc, Hong Kong, Sidney... Se dieron cuenta de que Cristo no dejara de dar vueltas al mundo en busca del medicamento salvfico. Se percataron tambin de la terrible ingratitud que supone el desamor respecto a Quien tanto nos ama. Todo pecado es ms feo despus de la Pasin. Si yo diese uno de mis riones para salvar la vida de un hermano mo que necesitaba dilisis, y poco despus l se negase a concederme un pequeo favor, sera ms doloroso para m que si no hubiese arriesgado yo mi vida por l. La Pasin no slo nos ayuda a conocer la intensidad, sino tambin la calidad del amor de Cristo. No me refiero ahora al aspecto desinteresado de su holocausto, sino a la plena libertad interior con que lo llev a cabo. Jesucristo quiso libremente sufrir lo indecible y lo sufri gustosamente! Abraz la Cruz porque amaba ms de lo que padeca[233]. De por s, ya es muy meritorio estar dispuesto a sufrir mucho en bien de la persona que se ama, pero tiene an ms mrito si se sufre con alegra. A quien saque fuerzas slo de su sentido del deber, no le ser fcil ocultar su cara de disgusto. Pero si le empuja el deseo de ver feliz a quien ama, su gozo ser mayor que el dolor que comporta su sacrificio. Estas reflexiones nos pueden ayudar a vislumbrar el sentido cristiano del sufrimiento, tanto voluntario (mortificacin) como involuntario (contradicciones), como modo de asociarnos a la Pasin de Cristo. Como afirma Juan Pablo II, cada hombre est llamado a participar de aquel sufrimiento por medio del cual se realiz la Redencin[234]. Aparte de purificarnos, el sufrimiento nos permite corredimir con Cristo. Slo as se puede volver gozoso el dolor. Qu importa padecer sintetiza San Josemara si se padece por consolar, por dar gusto a Dios
nuestro Seor, con espritu de reparacin, unido a l en la Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?...[235]. El sentido cristiano del sufrimiento es un misterio que resulta casi impenetrable a la mente humana, pero aparte de contar con los datos revelados contamos tambin con la ayuda eficaz de la "teologa vivida" de los santos[236]. stos se sacrifican gustosamente porque la alegra que experimentan al aliviar los padecimientos redentores de Cristo es mayor que su dolor. Jess, siento muchos deseos de reparacin escriba San Josemara cuando tena treinta aos. Mi camino es amar y sufrir. Pero el amor me hace gozar en el sufrimiento, hasta el punto de parecerme ahora imposible que yo pueda sufrir nunca. Ya dije: a m no hay quien me d un disgusto. Y an aado: a m no hay quien me haga sufrir, porque el sufrimiento me da gozo y paz[237]. Los santos se han percatado de que el dolor de los redimidos es redentor. Estamos, pues, ante un gran misterio: Jesucristo resucitado no cesa de ofrecerse por nosotros[238] y nosotros estamos llamados a convertir toda nuestra existencia en corredencin de Amor[239]. Corredimir con Cristo significa compartir sus sufrimientos redentores[240]. Se dira que una de sus cinco Llagas la del costado sigue abierta y reclama alivio. Nuestras ofensas hieren el Corazn de Cristo y nuestro amor le reconforta. Con ese dolor de amor, Jess nos redime, y nuestros actos de amor alivian su Corazn doliente. Comentando el Tengo sed! de la Pasin, escribe Santa Teresita: Ah! Me doy cuenta, ms que nunca, de que Jess est sediento. Entre los discpulos del mundo slo halla ingratos e indiferentes, y entre los discpulos suyos encuentra, ay!, pocos corazones que se entreguen a l sin reserva, que comprendan toda la ternura de su amor infinito. Hermana querida, dichosas nosotras que comprendemos los ntimos secretos de nuestro Esposo![241]. La consideracin del dolor del Seor a causa de nuestros pecados es un buen revulsivo contra el pecado y un incentivo eficaz para fomentar el espritu de reparacin. Deca Pascal que Jess estar en agona hasta el fin del mundo: es preciso no dormirse durante todo ese tiempo. As como Dios quiso que un ngel confortara a Jess en el Huerto de los Olivos, as tambin afirma Po XI nosotros ahora, de un modo admirable y verdadero, podemos y debemos consolar ese Corazn Sacratsimo, continuamente herido por los pecados de los hombres desagradecidos[242]. Todo lo que hacemos por amor a Jess le consuela por el desamor que recibe, y compensa el amor que otros le niegan; como dice Santa Teresa de Lisieux, nuestro pequeo amor enjuga las lgrimas que los malos le hacen derramar[243]. Entendemos as mejor aquellas misteriosas palabras de San Pablo, cuando afirma: con Cristo estoy crucificado[244] y completo en mi carne lo que falta a la Pasin de Cristo[245]. Si, como buenos Cirineos, cargamos con la Cruz de Cristo, le ayudamos a llevarla. Identificados con l, podemos echar una mano a Quien, siendo totalmente inocente, quiere cargar con el peso de nuestros pecados. De este modo, nos hacemos otro Cristo, Cristo mismo[246]. Qu gran dignidad! Nuestras pequeas cruces se convierten en la Cruz misma de Cristo, ya que mientras la llevamos nosotros, no la tiene que llevar l. Aunque nuestras cruces sean pequeas en comparacin con la totalidad de la Cruz de Cristo, no por ello dejan de formar parte de la nica Cruz redentora; si tuviramos una reliquia dela Santa Cruz, aunque fuese una pequea astilla, poseeramos algo de sumo valor, algo digno de ser venerado en el mejor
relicario. As pues, cada vez que Dios nos pide un sacrificio o permite que pasemos por una tribulacin, eso significa que nos est invitando a cargar sobre nuestros hombros con la Cruz de Cristo. Y si realmente le amamos, al saber que de ese modo aliviamos sus padecimientos redentores, nuestro sufrimiento se vuelve gozoso. Qu dicha [...] poder consolar al Corazn Agonizante de nuestro Jess con pequeos actos de amor...!, escriba, en medio de fuertes dolores, una santa mujer que muri a causa de una tuberculosis intestinal[247]. El gran amor que el Seor tiene por cada uno de nosotros le hace muy vulnerable. Parece que su quinta Llaga no ha cicatrizado todava porque nuestros pecados e ingratitudes hieren terriblemente su Corazn amantsimo. Nos urge, pues, desagraviarle por tanto agravio. Mira recuerda San Josemara que a Jess se le ofende de continuo y, por desgracia, no se le desagravia con ese ritmo[248]. Ojal no pueda decir el Seor, como el Salmista: Mi corazn ha recibido oprobios y afrentas; esper compasin, y no la hay; consoladores, y no encuentro ninguno...[249]. Ciertamente existen abundantes motivos para la compasin. Sentimos cierto vrtigo al tratar de imaginar cunto pesa la Cruz de Cristo. Por desgracia, heridas infligidas al Sagrado Corazn de Jess no faltan ni un solo da. Para hacernos cargo de la magnitud de su sufrimiento moral, basta pensar en los muchos cristianos que no le corresponden, o en tantas misas diarias en las que no falta desamor (la vulnerabilidad de Jess es mxima all donde ms ama: en la Eucarista). En suma: al considerar la ingratitud tremenda del corazn humano, entendemos por qu pesa tanto la Cruz de Jess[250]. No sabemos cunto pesa exactamente la Cruz de Cristo, pero sabemos que l quiere cargar con el peso abrumador de todos nuestros pecados. Cada uno de nosotros puede aumentar o disminuir ese peso redentor. Y si decidimos ayudarle, cada uno de nosotros puede libremente determinar cmo se distribuye ese peso amoroso. Si no le ayudamos, es seguro que l no protesta. Pero, si le queremos de verdad, nos urge echarle una mano, conscientes de que cuanto ms peso carguemos sobre nuestras espaldas, menos tendr que llevar l. Si mi madre estuviese enferma, la alegra que le procuran mis visitas me ayudara a volcarme con ella. Pero si de los diez hijos que tiene yo fuese el nico que le corresponde, para compensar el desamor de los otros nueve, me sentira an ms urgido a manifestarle mi cario... De todos modos, corredimir con Cristo es mucho ms que aligerar su Cruz. Al redimirnos, Jesucristo nos reconcilia con Dios Padre y nos abre las puertas del Cielo. Si corredimimos con Cristo, no slo aliviamos sus sufrimientos redentores, sino que, adems, le ayudamos a satisfacer a Dios Padre y a salvar almas. Nuestros pecados provienen del mal uso que hacemos de nuestra libertad, de modo que, en justicia, deben ser reparados. En esa lnea, San Josemara aconseja ofrecer al Padre de continuo los dolores del Seor y los de Mara para pagar por tus deudas y por todas las deudas de los hombres[251]. Pero no es slo una cuestin de justicia, como si Dios Padre fuese un celoso protector de sus derechos sobre las criaturas. Ms all de una mera satisfaccin de justicia, el espritu de reparacin consiste ante todo en desagravio amoroso: en ayudar a Jess a consolar el infinito dolor de Dios Padre a causa de nuestros agravios. Por ltimo, corredimir con Cristo significa colaborar con l a la hora de obtener gracias para la salvacin de las almas. El cristiano coherente con su fe desea que todos sus semejantes
participen de su felicidad. Corredime, pues, con Cristo intentando acercarles a Dios. Pero esta accin apostlica del cristiano slo es fecunda en la medida en que est unida a la Cruz de Cristo. En efecto, slo el Espritu Santo es capaz de mover a los corazones, y esta efusin inagotable del Espritu es el fruto maduro de la Cruz. Por tanto, si con alma sacerdotal nos asociamos a la Cruz de Cristo, participamos en la empresa ms insigne que jams pueda ser concebida en la historia de la humanidad. Si las unimos al Sacrificio que se renueva diariamente en la Santa Misa, todas las acciones de nuestra vida diaria, incluso las ms anodinas, adquieren una trascendencia extraordinaria. En medio de nuestros afanes y ocupaciones cotidianas, poniendo amor en el deber de cada instante, aligeramos la Cruz de Cristo y contribuimos a la Redencin del universo, a recapitular todas las cosas en Cristo[252]. Los tres elementos de la Corredencin con Cristo estn bien resumidos en las ltimas palabras de cada plegaria eucarstica: Por Cristo, con l y en l. Contienen todo un programa de vida. Poniendo en la patena todos nuestros sacrificios, aparte de ofrecer por l algn sacrificio, nos ofrecemos con l al Padre en reparacin por los pecados, y, en l, obtenemos la gracia del Espritu Santo para la salvacin de todas las almas. Es, pues, una triple razn de amor: a Cristo, a Dios Padre y, a travs del Espritu Santo, a todas las almas. Para el cristiano que se identifique con Cristo, se abre, pues, todo un panorama de esfuerzo diario motivado por el deseo de aliviar las penas de su Corazn. Contempla y vive aconseja San Josemara la Pasin de Cristo, con l: pon con frecuencia cotidiana tus espaldas cuando le azotan; ofrece tu cabeza a la corona de espinas[253]. Si realmente amamos a Jess, la posibilidad de aligerar su Cruz nos har capaces de sobrellevar cualquier sacrificio. Por Ti, Jess, me crucificara si as evitase yo tu sufrimiento, deca un joven poeta[254]. Contemplando compasivamente los dolores de Cristo, surge espontneamente el deseo de remediarlos. Contemplando un crucifijo, exclama otro poeta: Cuerpo llagado de amores yo te adoro y yo te sigo! Yo, Seor de los seores, quiero partir tus dolores subiendo a la Cruz contigo[255]. El amor hace fecundo al dolor y el dolor hace profundo al amor, sentencia Juan Pablo II[256]. Existen dos caminos para llegar a amar con locura a una persona: experimentar su bondad y sufrir por ella. Si los buenos padres aman tanto a sus hijos, es quiz porque llevan mucho tiempo sacrificndose por ellos. As tambin nosotros amaremos con locura al Seor en la medida en que, al meditar su Pasin, nos percatemos de su Amor y seamos generosos a la hora de sacrificarnos por l. La entrega sacrificada suele estar precedida por la compasin. Si veo sufrir a una persona que me quiere mucho y puedo aliviar su sufrimiento, me sentir urgido a sacrificarme por ella. Anlogamente, no puedo ser indiferente ante los padecimientos redentores de Jess.
Hay quienes no se compadecen con los dolores de Cristo porque le ven ms como Dios que como hombre. Pero l es verdadero Dios y verdadero hombre en todo igual a nosotros menos en el pecado y lleva la Cruz sobre sus espaldas de hombre. Es difcil no sentir gran compasin al considerar que Alguien que se ha hecho verdadero hombre, siendo plenamente inocente, est cargando con el peso de nuestros pecados: est sufriendo dolores humanos con los que consuela a Dios Padre y nos obtiene el antdoto ideal para curar nuestra miseria. Por tanto, el ardiente amor de Jess su Corazn doliente imprime un fuerte sentido de urgencia a nuestro empeo por corresponderle. El Seor, con los brazos abiertos, te pide una constante limosna de amor, afirma San Josemara contemplando al Crucificado[257]. Quien pide limosna no obliga. Pero conocer estas realidades supone una gran responsabilidad, algo que, sin obligar, ata. Nos urge la caridad de Cristo!, exclama San Pablo[258]. Es algo que nos saca de nosotros mismos. La tibieza es incompatible con la apremiante urgencia de corredimir con Cristo. Como deca un santo sacerdote belga, un corazn sacerdotal que no sangra, no es un corazn sacerdotal[259]. Si presencisemos un grave accidente de trfico y visemos que el conductor se est desangrando en el suelo, nos sentiramos urgidos a socorrerle. No sentira acaso la misma urgencia quien se enterase de que el corazn de su hermano y mejor amigo, y el corazn de su madre, sufren grandes pesares de amor? Si amar es salir de uno mismo, el amor ser posible en la medida en que uno descubra las necesidades ajenas (aumenta lo centrfugo) y en la medida en que uno supere sus necesidades egostas (disminuye lo centrpeto). Amor es atencin. Para poder prestar atencin a las necesidades ajenas, es preciso solucionar las propias: olvidarse de uno mismo. La consideracin de la Pasin nos ha hecho descubrir muchas razones por las que salir de nosotros mismos. Adentrmonos ahora en un ltimo aspecto del Amor de Dios: su Amor misericordioso. Es quiz lo que ms nos ayuda de cara al humilde olvido de nosotros mismos, pues muchos de nuestros problemas de autoestima provienen de no aceptar nuestros defectos.
4) El Amor misericordioso Ya hemos visto algunas de las manifestaciones del Amor de Dios que ms nos dignifican: en Cristo, nos adopta como hijos queridsimos, comparte nuestra naturaleza, se entrega hasta el holocausto para redimirnos y nos eleva a la categora de corredentores. Pero an falta un aspecto decisivo para cimentar nuestra autoestima y reconciliarnos con nuestra miseria: su Amor misericordioso. Ha llegado el momento de ahondar en este aspecto del Amor de Dios, que est ligado al sentido de nuestra filiacin divina. El buen cristiano, sin dejar de combatir sus defectos, no se agobia ante sus faltas. Le duelen sus pecados porque le duelen a l y a los dems, pero si acude contrito y confiado al tribunal de la misericordia divina, en cierto sentido, podra incluso alegrarse con motivo de sus fallos, porque sabe que al Seor le encanta perdonrselos. El sacramento de la reconciliacin es una maravilla! Si alguien no se alegra despus de confesar sus pecados, es quiz porque no se perdona a s mismo y porque no se percata de la alegra que proporciona a su Padre. Es
impresionante la ternura con la que el Padre abraza al hijo prdigo: se ech a su cuello dice la parbola y le bes efusivamente[260]. Es hermoso poder confesar nuestros pecados, y sentir como un blsamo la palabra que nos inunda de misericordia y nos vuelve a poner en camino[261]. Dios no ama el pecado, pero s al pecador. El sacramento de la confesin y los actos de contricin con los que no se pierden ni siquiera las batallas perdidas[262] devuelven la paz a su alma. Cada vez, con palabras de la liturgia pascual, el pecador puede exclamar: Feliz culpa!. Como afirma un Padre de la Iglesia, nada hay tan grato y querido por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a l con sincero arrepentimiento[263]. Y no nos perdona de buen grado una sola vez. Si estamos arrepentidos, nos perdona con el mismo gozo la misma falta incluso mil veces al da. Cuentan de Santa Teresa de Lisieux cmo se conmovi cuando una novicia le vino a pedir perdn. Nunca he sentido tan vivamente le dijo la santa con qu amor Jess nos recibe cuando le pedimos perdn despus de haberle ofendido. Si yo, su pobre criatura, he sentido tanto amor por Usted, en el momento en que ha venido a m, qu debe suceder en el corazn del Buen Dios cuando se vuelve a l?[264]. Una ancdota puede ilustrar lo anterior. Me contaba una seora lo que le sucedi con su marido, que era muy despistado y llegaba siempre tarde a las citas. El da de una cita muy importante, le inst repetidas veces para que fuese puntual. Pero, como de costumbre, su marido lleg tarde. Vindole llegar tarde, su mujer estaba a punto de descargar toda su clera, pero en ese momento se percat de que su marido, en signo de arrepentimiento, traa bajo el brazo un ramo de rosas que le haba comprado. Ella sinti entonces dos movimientos contradictorios: o explotar arrojando las flores al suelo, u olvidar todo lo sucedido gracias al detalle de las flores. Se daba cuenta de que su reaccin dependa de la calidad de su amor. Pues bien, el amor divino es tan perfecto, que nuestro arrepentimiento le supone ms que todas las flores del mundo...
Qu significa ser misericordioso? La Sagrada Escrituraasevera ms de 300 veces que Dios es compasivo y misericordioso. Misericordia significa mucho ms que estar dispuesto a perdonar. Significa ms bien tener predileccin por las personas necesitadas, compadecerse de ellas, sufrir con ellas. Es propio de las madres tener un corazn misericordioso. Si yo fuese leproso escribe San Josemara, mi madre me abrazara. Sin miedo ni reparo alguno, me besara las llagas[265]. Por eso, para expresar que Dios tiene entraas de misericordia, el Antiguo Testamento emplea una palabra (rahamim) que significa seno materno. Dios es maternalmente paternal deca San Francisco de Sales. Ms que misericordia, habra que decir amor misericordioso. Dios tiene misericordia de nosotros porque nos ama como una madre que siente predileccin por su hijo ms dbil. Cuenta el Evangelio que Jess, al ver a la muchedumbre, sinti compasin de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor[266] Qu significa sentir compasin? Esta expresin puede dar lugar a malentendidos. En algunas lenguas, se ha perdido el significado original y se equipara a tener piedad, lo cual por nuestro orgullo
quiz podra provocar desconfianza por tener cierta connotacin despectiva e incluso humillante. Compadecerse viene a ser como decir a alguien que le ayudaremos a pesar de lo poco que nos importa lo referente a su persona. Al decir que tengo piedad de una persona necesitada, puedo dar a entender que mi situacin es mejor que la suya, que me inclino hacia ella, que me rebajo. As, querer a alguien por compasin viene a significar no quererle de verdad. Sin embargo, compasin del latn compatire significa ms bien sufrir con quien sufre, vivir con otro su desgracia, lo cual no es posible sin una identificacin afectiva. En algunas lenguas, se emplea un trmino ms positivo y amplio (el alemn Mitgefhl equivale literalmente a acompaar en el sentimiento). Significa compartir cualquier tipo de sentimiento: alegra y dolor, felicidad y angustia... Por tanto, en la jerarqua de los sentimientos, la compasin es sin duda el sentimiento ms elevado. La misericordia de Cristo no le lleva, pues, a mirarme con aires de superioridad, sino a sentir como propio todo lo mo, a identificarse con mis alegras y con mis penas. Amndome ms de lo que yo me amo a m mismo, lo mo le importa incluso ms que a m. Seor, ten piedad, apidate de m que soy un pobre pecador, le solemos decir, con el debido respeto, en la liturgia. No olvidemos, sin embargo que, al implorar su misericordia, apelamos al aspecto ms hermoso de su Amor. No nos ocurra como a quienes, proyectando inconscientemente su propio orgullo, cambian la relacin padre-hijo por una relacin amo-esclavo. El Seor no es un Dominador tirnico, ni un Juez rgido e implacable: es nuestro Padre. Nos habla de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestra falta de generosidad: pero es para librarnos de ellos, para prometernos su Amistad y su Amor[267]. Por eso, hemos de acudir al sacramento de la confesin con las mismas disposiciones con las que acudiramos a pedir perdn a nuestra madre. Si alguien se estuviera metiendo en algn lo consumiendo droga, por ejemplo y supiera que su madre lo sabe y sufre en silencio, al decidir enmendarse, se apresurara a decirle: Perdona, mam, que te haya hecho sufrir, pero no te preocupes ms, porque he decidido dejarlo!. Las entraas de misericordia del Corazn de Cristo le hacen, en efecto, tan cercano como la mejor de las madres. Esta vertiente misericordiosa de su amor es ciertamente la ms conmovedora. En la Cruz, me ama de modo individual ha muerto por todos y lo hara si yo fuese el nico, pero en su amor misericordioso me ama de modo excepcional: me ama tal como soy, no ama a nadie como me ama a m, pues nadie es como yo. En el fondo, la vertiente generosa del amor de Cristo es una consecuencia de su vertiente misericordiosa, ya que un corazn que se compadece con la miseria ajena est dispuesto a hacer cualquier sacrificio incluso de Cruz! con tal de aliviarla. En efecto, la misericordia acrecienta la generosidad. Quien es compasivo con la miseria ajena, intenta remediarla. No sabis pregunta San Agustn que tener misericordia significa hacerse uno mismo miserable, condolindose con el otro?[268]. El trmino misericordia tiene que ver con miseria y con corazn. Es como decir que alguien tiene miseria en el corazn, en el sentido de que le entristece la miseria ajena como si fuese propia. Por eso quiere desterrar la miseria ajena como si fuese propia. ste es el efecto de la misericordia[269]. La Encarnacin del Verbo es una de las consecuencias de esa identificacin amorosa. Hay algo pregunta San Bernardo que pueda declarar ms inequvocamente su misericordia, que el hecho de haber aceptado la misma miseria?[270]. Tambin la Redencin procede del Amor
misericordioso. En Cristo, Dios no se ha limitado a compartir nuestra miserable condicin humana; sus entraas de misericordia le han llevado tambin a dar su vida para liberarnos de la miseria del pecado.
Qu es la misericordia se pregunta Juan Pablo II sino esa medida particularsima del amor, que se expresa en el sufrimiento? Qu es, en efecto, la misericordia sino esa medida definitiva del amor, que desciende al centro mismo del mal para vencerlo con el bien? Qu es sino el amor que vence el pecado del mundo mediante el sufrimiento y la muerte?[271]. De ah que la Redencin de Cristo se derive del Amor misericordioso de Dios Padre. Nos ama tanto, que ha querido liberarnos del pecado por medio de la Cruz de su Hijo. Es lo que dijo Jess a Nicodemo: Tanto am Dios al mundo que entreg a su Hijo nico para que no perezca ninguno de los que creen en l, sino que tengan vida eterna[272]. Como explica San Pablo, Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos am, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo[273]. Dios se nos revela todopoderoso en su misericordia. En l, la omnipotencia es aliada de la misericordia. En cambio, en culturas que no estn inspiradas por el cristianismo, la misericordia es considerada como una debilidad[274]. Sin embargo, la humildad de ofrecer y de aceptar el perdn exige una gran valenta. Reconciliacin no es sinnimo de debilidad o cobarda. Al contrario, requiere una gran valenta y a veces incluso herosmo: pues la reconciliacin es la victoria contra uno mismo, no contra los dems. La reconciliacin jams debe ser considerada un deshonor[275]. Sin humildad, no hay reconciliacin, y sin sta, no hay paz, tanto en las relaciones interpersonales como en las relaciones entre las naciones. Segn Juan Pablo II, los sucesos humanos de cada da sacan a la luz, con gran evidencia, cmo el perdn y la reconciliacin son imprescindibles para llevar a cabo una real renovacin personal y social[276].
Cristo revela la misericordia del Padre Al igual que otros aspectos del Amor de Dios, Jess nos revela las entraas de misericordia de Dios Padre. En el Evangelio, sale continuamente a relucir la predileccin de Cristo por los ms necesitados. A quienes se extraan de su comportamiento con los pecadores, les dice: No tienen necesidad de mdico los sanos, sino los enfermos. Id, pues, y aprended qu significa: "Misericordia quiero y no sacrificios"; pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores[277]. De ah la importancia de reconocer humildemente nuestras necesidades para que Cristo las pueda satisfacer. Nos insiste en que nos hagamos como nios[278], porque stos, en su sencillez, reconocen su indigencia y se dejan querer. Saber que Cristo se compadece de nuestras miserias nos ayuda a reconocerlas, y a aliviar sus penas pidindole perdn por nuestros pecados. Jess nos ensea a ser humildes: Aprended de m, que soy manso y humilde de corazn; y hallaris descanso para vuestras almas[279]. Su amor misericordioso es la fuente de nuestra paz interior. De ah que sea costumbre decirle: Corazn de Jess, Sacratsimo y Misericordioso, danos la paz!. Ya que el amor verdadero engendra tanto generosidad como
misericordia, es lgico que a Sacratsimo se le aada el adjetivo Misericordioso. Un mismo amor lleva a Jess al sacrificio heroico en la Cruz y a la piedad ilimitada hacia nuestra miseria Histricamente, la devocin al Amor Misericordioso surgi como complemento y desarrollo de la devocin al Sagrado Corazn de Jess. Ambas devociones reflejan la progresiva toma de conciencia por parte de la Iglesia, no sin ayuda divina, de los tesoros que encierra la Revelacin de Cristo. La devocin al Amor misericordioso procede de Francia y de Polonia. En Francia, se origin en torno a la figura de Santa Teresa de Lisieux. En Polonia fue promovida por Santa Faustina Kowalska (1905-1938), una religiosa canonizada por Juan Pablo II el 30 de abril de 2000. Ese da el Santo Padre anunci que, conforme al deseo de esa santa polaca, en cada segundo domingo de Pascua se celebrara en toda la Iglesia la Divina Misericordia. Esta devocin pone el acento en la confianza en la Bondad divina. Quiero que los pecadores se me acerquen sin temor de ninguna clase, habra dicho el Seor a Santa Faustina. Esta religiosa aconsejaba repetir la jaculatoria Jess, confo en Ti. En sntesis, la misin de esa santa polaca consisti en extender la devocin al Amor misericordioso, en rezar para que los pecadores se acojan a l y en comportarse de modo misericordioso con los dems. Hacindose eco de ello, Juan Pablo II, en la Encclica Dives in misericordia, indic que es funcin principal de la Iglesia proclamar, practicar y pedir la Misericordia divina. Desde el comienzo de mi Pontificado ha dicho este Papa he considerado este mensaje como mi cometido especial. La Providencia me lo ha asignado[280]. El 17 de agosto de 2002, Juan Pablo II consagr el Santuario de Cristo Misericordioso en Lagiewniki, un lugar cercano a Cracovia donde muri y est enterrada Santa Faustina. Si imitamos a Cristo, conjugaremos exigencia y comprensin. l mismo, a la vez que nos pide una entrega total, se compadece de nuestra miseria. En nuestra lucha por la santidad, el empeo por mejorar y la misericordia nunca se deben separar. Un mismo amor lleva tanto a la exigencia como a la comprensin; esta actitud debera reflejarse tanto respecto a uno mismo como respecto a los dems. La santidad cristiana se la reconoce por este doble signo: esfuerzo heroico hacia la pureza absoluta y piedad ilimitada respecto a la impureza[281]. Esas palabras resumen toda la sabidura cristiana! No son dos signos dispares, sino dos aspectos inseparables de un mismo amor: generosidad y humildad, lucha asctica y misericordia, exigencia y comprensin, hacia uno mismo y hacia los dems. As se entiende que en Dios no haya contradiccin posible entre su justicia y su misericordia. No slo no se oponen, sino que se exigen mutuamente. Bien lo entendi la santa de Lisieux; se atrevi a afirmar que no tema la justicia divina: que cuando se presentara ante Dios y ste le mostrase todo lo que no consigui realizar, no se acogera a su misericordia sino ms bien a su justicia. Si Dios es justo, argumenta ella, no pide cosas que superan la capacidad de una persona dbil[282]. Nos conviene meditar asiduamente sobre el amor misericordioso de Cristo. Podemos intentar imaginarnos su mirar misericordioso, aunque es inefable. Es la mirada de Jess a Lev, a Zaqueo, a la adltera, al ladrn, a la samaritana y, de modo especial, a Pedro[283]. Nos sera imposible plasmar satisfactoriamente en un cuadro aquella mirada de Jess a su gran amigo Pedro despus de la triple negacin. Despus de un pecado, nos suele ocurrir que, proyectando nuestra incapacidad de mirar como l nos mira, nos lo imaginamos muy severo;
es como si no nos atrevisemos a mirarle a los ojos. Pero la mirada misericordiosa de Cristo, lejos de recriminar, revela todo el amor de su alma e invita a la reconciliacin. Es mezcla de tierna compasin y de reproche amoroso; expresa, al mismo tiempo y por una misma razn de amor, dolor por la ofensa y deseo de hacer las paces: pena que se intenta esconder y esperanza de feliz desenlace. Ese mirar misericordioso de Cristo debe ser tan irresistible, que bastara contemplar una sola vez su rostro amabilsimo agradecido despus de haber hecho algo por l, o misericordioso despus de haberle contrariado, para no olvidarlo jams...
Se puede estar orgulloso de la propia flaqueza? Basta con lo visto para que cada uno de nosotros se reconcilie plenamente consigo mismo? Recuerdo una conferencia que dio un conocido psiquiatra sobre el tratamiento de enfermedades neurticas. Segn el conferenciante, ante problemas de depresin reactiva, angustia o insomnio, es preciso distinguir entre tres tipos de factores, que l denominaba variables qumicas (sntomas como consecuencia de desarreglos qumicos), variables precipitantes (estados de fatiga y estrs a causa de algn conflicto o adversidad con cariz de frustracin) y variables predisponentes (causas profundas en la personalidad del sujeto, como son el perfeccionismo y la baja autoestima). En primer lugar, para paliar el desarreglo qumico, se recetan medicamentos (antidepresivos, ansiolticos y somnferos). En segundo lugar, para solucionar las variables precipitantes, el mdico encarece al paciente a descansar desconectando de lo que le agobia y ocupndose de tareas con las que disfruta. En cuanto a las causas profundas de esas enfermedades, las variables predisponentes, el experto admiti que no vea una solucin clara. En ese momento de la conferencia, alguien del pblico intervino diciendo: Segn usted, detrs de esas enfermedades se encuentra siempre una baja autoestima, de modo que, mientras no se solucione ese problema de fondo, el paciente podr ser ayudado en momentos de crisis, pero no habr modo de evitar que se exponga a nuevas recadas. No conoce usted alguna solucin definitiva? Qu hace usted en concreto a la hora de ayudar a esas personas a superar ese rasgo negativo de su personalidad?. El especialista respondi que no conoca ninguna solucin estable y definitiva. En cuanto a remedios concretos, dijo que, en primer lugar, peda al paciente que rellenase unos cuestionarios con el fin de analizar los diversos rasgos negativos en su personalidad. En segundo lugar, al comentar esos defectos con el interesado, se limitaba a darle algunos consejos prcticos acerca de la salud mental (esforzarse por no tomarse las cosas tan a pecho y por ser ms tolerante consigo mismo). En tercer lugar, intentaba infundirle nimos alegando que todo ser humano tiene algn que otro rasgo neurtico. Por ltimo, le encareca a esforzarse por potenciar los rasgos positivos con el fin de compensar as los negativos. Esa conferencia me confirm algo que ya intua: que slo el Amor misericordioso de Dios es capaz de proporcionarnos una visin positiva de nuestros defectos y carencias. Ya vimos que somos comparables a un coche que necesita combustible para poder funcionar, de modo que el arte de preservar la salud psquica consiste en optimizar la gestin del combustible. Veamos tambin que personas con propensin neurtica disponen de un depsito pequeo que, adems, pierde gasolina. Por tanto, para ayudarles, no basta con aplicar todos esos remedios
mdicos. Recetar medicamentos y descanso sin solucionar establemente los problemas del yo, sera como echar combustible a un depsito agujereado. Si con el fin de animar a una persona deprimida, se le dice que todos tenemos defectos, podra alegar: De acuerdo, pero es que a m me gustara cambiar mis defectos y cualidades por los del vecino, o por los de cierta persona que conozco. Nada en la vida es tan duro y tan corriente como el no gustarse a s mismo. Es algo que quita la paz hasta en lo ms recndito del alma. En una novela en la que dos personas mayores rememoran su vida, dice uno a otro: En el fondo de tu alma habitaba una emocin convulsa, un deseo constante, el deseo de ser diferente de lo que eras. Es la mayor desgracia con la que el destino puede castigar a una persona. El deseo de ser diferentes de quienes somos: no puede latir otro deseo ms doloroso en el corazn humano. Porque la vida no se puede soportar de otra manera que sabiendo que nos conformamos con lo que significamos para nosotros y para el mundo. Tenemos que conformarnos con lo que somos, y ser conscientes de que a cambio de esa sabidura no recibiremos ningn galardn de la vida: no nos pondrn ninguna condecoracin por saber y aceptar que somos vanidosos, egostas, calvos y tripudos[284]. No habr felicidad estable mientras no resolvamos ese problema de fondo. Nuestra autoestima no estar suficientemente cimentada mientras no encontremos razones por las que estar contentos de ser como somos. Amor misericordioso es ms que amor incondicional. Si sabemos que el Seor nos quiere a pesar de nuestros defectos, podramos sentirnos orgullosos de l, pero no de nosotros mismos. No basta con estar orgullosos de su Amor: algo en nosotros tiene que justificar tambin ese sano orgullo. Si penssemos: soy un miserable, pero menos mal que hay Alguien que no se lo toma a mal, no habramos calado en la profundidad del Amor misericordioso. Amor de uno mismo es mucho ms que aceptacin de uno mismo. Lo primero conlleva cierto orgullo que lleva a no querer cambiarse por nadie. Si a una mujer con problemas de autoestima le dijese su marido cien veces por da lo mucho que la quiere, saldra reconfortada pero no curada. Mientras piense que ella no vale nada pero que su marido es muy bueno, el amor de ste no resolver el problema de fondo, que es su baja autoestima. Slo se curar el da que descubra que el amor de su marido no se debe slo a lo bueno que es l, sino tambin a cierta amabilidad suya que resulta atractiva para su marido y facilita que ste la quiera. Evidentemente hay algo de amor propio en el hecho de necesitar ser amado no slo gracias a la bondad ajena sino tambin gracias a algo propio, pero es ley universal. Si alguien nos dijese: eres insoportable, pero estoy dispuesto a vivir la caridad cristiana contigo y te soportar, en el mejor de los casos slo lograra contrariarnos. Es evidente que, en mayor o menor grado, todos necesitamos la caridad de los dems, puesto que en cada uno de nosotros hay aspectos que no son amables en cuanto tales, pero tambin es cierto que cuanto ms perfecto sea el amor que recibimos, ms seremos amados tal como somos y por lo que somos. Qu puede ser ese algo en nosotros que justifique ese sano orgullo? Se podra responder que cada uno posee un mnimo de cualidades propias, aunque, de hecho, la mayor parte de ellas no las tenemos por mrito propio, pues las hemos recibido por la gentica, la educacin o la gracia. Qu tienes que no hayas recibido?, pregunta S. Pablo[285]. Pero aunque las tuvisemos por mrito propio, eso no bastara para asegurar nuestra autoestima: nuestro yo
seguira estando insatisfecho mientras no aprendamos a amar tambin nuestras carencias. Slo las amaremos si presentan ciertas ventajas de cara al amor de alguien que nos ama de verdad. Slo Dios es plenamente capaz de amarnos no slo a pesar de nuestros defectos, sino tambin con ocasin de o gracias a ellos. Nuestro amor no es tan desinteresado. Conseguimos quiz amar algunos defectos ajenos en la medida en que aumenta la calidad de nuestro amor. Hay algo divino, por ejemplo, en el amor de una madre que adopta a un nio deficiente al que le faltan los brazos. Recuerdo que cuando lo hizo, nos dej a todos atnitos. Hay defectos que son fciles de amar. Si un hombre, por ejemplo, ve llorar a una mujer, es fcil que se compadezca de ella y se encienda en deseos de ayudarla. Algo anlogo sucede con los nios: nos resulta fcil amarles porque no ocultan su indigencia. Pero amar de continuo un defecto molesto en s mismo, como el mal genio o la falta de buena educacin, eso s que es difcil! Si sacamos consecuencias del Amor misericordioso de Cristo, entenderemos su predileccin por nuestra flaqueza. Slo quien se mire a s mismo con sus ojos misericordiosos, se amar a s mismo con sus propias limitaciones e incluso, en cierto sentido, gracias a ellas. Qu podra atraerle en nosotros fuera de nuestra flaqueza? Lo que le atrae en nosotros no pueden ser las cualidades l las tiene todas, sino las necesidades que l puede aliviar. Cuando, despus de una cada, volvemos a l, es tan grande el consuelo que le damos, que casi resulta para nosotros un beneficio, porque entonces nos mira con particular amor. Y, si le queremos de verdad, nos alegramos con la alegra que le proporcionamos. Este sano orgullo est exento de toda vanidosa autocomplacencia. Significa ms bien que uno se sabe miserable, pero no quiere cambiarse por nadie, ya que complace a la Persona que ms quiere y que ms le quiere. Este humilde orgullo de la propia flaqueza es el mejor antdoto contra el amor propio y el mejor medio de canalizar adecuadamente la actitud hacia uno mismo. Puesto que necesitamos sentirnos orgullosos no slo gracias a la benevolencia ajena sino tambin gracias a algo propio, cultivemos el orgullo de la propia flaqueza! Slo as doblegaremos nuestra tendencia a supravalorarnos y a infravalorarnos. El Seor es tan bueno que siente predileccin por los ms dbiles. Es como si un accionista pobre, que slo posee una accin de una gran empresa, se siente fuerte en las negociaciones con un magnate, a quien slo le falta una accin para completar la mayora absoluta de participaciones. O como si alguien posee un objeto de escaso valor en s, como una silla antigua y destartalada, y, en el momento en que est a punto de tirarla a la basura, se encuentra a un multimillonario que colecciona sillas antiguas y que est dispuesto a pagar una millonada por aquella silla. Desde ese momento, la antigua silla se revaloriza. Algo anlogo sucede con nuestras flaquezas, limitaciones y debilidades de cara a Cristo! Basta abrir el Evangelio por cualquier pgina para darse cuenta de que Cristo tiene predileccin por los pobres, es decir, todos aquellos que carecen de algo. Afirma continuamente que no ha venido para los justos sino para los pecadores, que ha venido a buscar lo que estaba perdido, que hay mayor alegra en el Cielo con un pecador que se convierte que con noventa y nueve justos, que el Buen Pastor va en busca de la oveja perdida...
Adems, esa lgica nueva del Evangelio ha sido vivida por todos los santos. En primersimo lugar, por la Virgen que, en el Magnificat, atribuye a su pequeez todos los privilegios divinos de los que fue objeto[286]. El Magnificat es el ms bello himno de alabanza que jams se ha pronunciado! Tambin San Pablo descubri esa lgica, cuando afirma que se glora de sus flaquezas[287]. Teresa de Lisieux es, sin duda, la santa que ms ha puesto en evidencia ese humilde orgullo. El Todopoderoso ha hecho en m cosas grandes, reconoca ella con las palabras de la Virgen en el Magnificat, a lo que aada: y la ms grande es haberme mostrado mi pequeez, mi impotencia para todo bien[288].
Dos condiciones: amor recproco y buena voluntad Llegados aqu, para evitar malentendidos y asegurar la lgica de lo que exponemos, nos detenemos en dos condiciones sin las cuales no es posible estar orgulloso de la propia flaqueza: amar de verdad a Cristo y luchar para mejorar la calidad de nuestro amor. Por una parte, de poco nos servira que Cristo ame nuestras carencias si no le amamos a l. Por otra parte, no afirmo que no debamos combatir y corregir nuestros defectos. Eso denotara un amor barato, incompatible con el amor verdadero. El Seor perdona, pero no niega la culpa, nos comprende pero espera que mejoremos. Su misericordia nada tiene que ver con ese sentimentalismo dulzn que facilita reincidencias en el pecado, ni con esa exigencia que no tiene en cuenta las posibilidades reales del pecador. Pinsese, por ejemplo, en el episodio de la mujer adltera[289]. Gloriarse de las propias flaquezas y amor a Cristo son realidades interdependientes. Por un lado, ya hemos visto que no es posible amar algo negativo mientras no descubramos lo que tiene de positivo de cara a alguien que nos ama. Por otra parte, no podremos amar nuestra flaqueza, mientras no amemos a quien la ama. En efecto, el descubrimiento de las ventajas que presentan nuestras limitaciones slo ser motivo de alegra para nosotros en la medida en que deseemos ardientemente contentar a Aquel que las ama. Por su parte, no es que al Seor le guste nuestra flaqueza como tal: la ama porque nos ama a cada uno de nosotros y, puesto que desea contribuir a nuestra felicidad, se deleita en perdonarnos y ayudarnos, siempre a condicin de que nuestra miseria humildemente reconocida lo permita. Anlogamente, si no le amamos si no nos alegramos con sus alegras, no nos consuela su predileccin por nuestra indigencia. Ilustremos con un ejemplo esa primera condicin. Imaginemos una chica acomplejada por tener unas orejas muy grandes. De pequea todo el mundo le toma el pelo diciendo que tiene orejas como Dumbo. Con el tiempo, ni siquiera se atreve a mirarse al espejo. Si no camufla las orejas bajo su melena, rehuye todo contacto con chicos por pensar que a ninguno le puede gustar. Otra posibilidad es que le eche cara al asunto y decida ponerse el pelo a modo de cola de caballo, pero cada da que lo hace se acordar de que su complejo no est plenamente superado. Si un buen da un desconocido le echa un piropo, dicindole que tiene unas orejas preciosas, pensar que le toma el pelo, o tras una instantnea complacencia vanidosa seguir teniendo el mismo complejo. El nico medio de curarlo del todo es que se enamore con locura de alguien a quien le encantan las orejas superlativas. En efecto, si el enamoramiento es recproco, y un buen da descubre que su novio se enamor de ella gracias
a sus prominentes orejas tengo una gran debilidad por mujeres con grandes orejas como las tuyas, le dice, el problema quedar definitivamente resuelto. Esa chica se sentir incluso orgullosa de tener esas orejas y no querr cambiarse por nadie en el mundo... Es curioso que se pueda estar orgulloso de cosas que antes eran motivo de envidia y daban vergenza. Y en vez de grandes orejas, cada uno de nosotros podra poner toda una retahla de carencias: flaquezas, imperfecciones, limitaciones, heridas del pasado, ineptitud, insipiencia, incapacidad, miseria, pequeez...: todo aquello que preferiramos no tener. Qu fcil resulta hacer examen de conciencia o recibir correcciones, si el descubrimiento de nuestras carencias se puede convertir en motivo de alegra: si lo que objetivamente es feo se convierte, desde un punto de vista subjetivo, en algo hermoso gracias al amor que uno recibe. Pero para que podamos alegrarnos con ocasin de nuestras derrotas, es preciso que amemos al Seor. Slo si le amamos, nos alegramos tanto con ocasin de las victorias como con ocasin de las derrotas. Es lgico que nos alegremos con ocasin de nuestras victorias, pero existen dos posibles razones para esa alegra, una buena (por la alegra que le damos), y otra mala (por vanidad). Si no sabemos alegrarnos con motivo de nuestras derrotas, algo falla en nuestra rectitud de intencin: Eso significa que l no es la principal razn de nuestra alegra en las victorias. Es, pues, importante entender que es un nico y mismo amor el que nos lleva a ofrecerle generosamente sacrificios y a dejarnos querer con ocasin de nuestros errores y limitaciones. Podemos compararlo con un abrazo: sirve para manifestar afecto de modo recproco. Abrazar y ser abrazado son inseparables. Cuando dos personas se abrazan, no es posible saber quin toma la iniciativa: quin abraza y quin es abrazado. Sera raro que alguien pretendiese dar un abrazo pero no permitiese que se lo den. Cuando dos personas se quieren de verdad, slo desean el bien del otro, ya sea dando o recibiendo el abrazo. Pues bien, cuando nos dejamos perdonar por Cristo, es como si le dejamos darnos un abrazo. Y cuando le ofrecemos algo, es como darle un abrazo. Si el amor es verdadero, en ambos casos la alegra es mutua. Si nos esforzamos por ofrecerle regalos y no tenemos la humildad de dejarnos querer, eso significa que nuestras intenciones no son rectas. Y si no intentamos ofrecerle regalos, eso significa que no le amamos de verdad, en cuyo caso tampoco nos alegramos cuando los recibamos. Entendemos ahora mejor la diferencia entre contricin perfecta e imperfecta. En el mejor de los casos, cuando amamos al Seor, nos entristece el pecado porque le entristece a l, pero esa tristeza se convierte en gozo al pedirle perdn, pues sabemos que le encanta perdonarnos. En cambio, cuando lo que buscamos no es tanto contentarle a l cuanto contentar a nuestro yo, seguimos estando tristes tras pedirle perdn: l nos perdona pero nosotros no nos perdonamos a nosotros mismos. Es muy fcil contentar al Seor, pero el amor propio no se satisface nunca. El amor propio slo desea victorias; el Seor, en cambio, slo pide que nos dejemos querer y que nos esforcemos por mejorar como medio de manifestarle nuestro amor. As, pues, la segunda condicin (buena voluntad) se deriva de la primera (amar de verdad al Seor): el Amor misericordioso no es excusa para no combatir nuestros defectos. Hemos visto que, gracias a ese Amor, ya no hacen falta victorias: porque las derrotas, si le amamos, las convertimos en alegras. Pero lo que s hace falta es lucha por mejorar. No olvidemos que nuestra relacin de amor con el Seor es recproca. Ya no necesitamos victorias, pero si
tenemos en cuenta que somos corredentores con l, todo esfuerzo por darle alegras y consolarle por tanto desamor nos parecer poco. Hay que luchar! deca Santa Teresita Luchar hasta el final! Incluso sin esperanza de vencer. Incluso en plena derrota. Hasta la muerte! Combatamos sin tregua! Incluso sin esperanza de ganar la batalla. Qu importa el xito?[290]. Si no intentsemos enmendarnos, no sera verdad que amamos al Seor. Sera como abusar de su bondad. Todo resultara ser un engao. Si faltase la voluntad de entrega, el dejarse querer encubrira egosmo. Cristo puede amar en nosotros todo menos la mala voluntad o la falta de buena voluntad, aunque si a posteriori la reconocemos y le pedimos perdn, nos podemos llenar de gozo. Quien pensase que tiene asegurado el Cielo por ser Dios tan bueno, no habra entendido ni el Cielo ni el amor verdadero. Dios quiere que todos vayamos al Cielo porque desea el bien y la unin de amor con quienes ama, pero dicha unin no es posible si no le amamos. El Cielo es la consumacin eterna de un amor recproco ya incoado en la tierra. Slo podrn salvarse quienes libremente hayan correspondido a la invitacin amorosa de Dios. No nos hagamos ilusiones. Al calor de la gracia y benevolencia divinas, la santidad cristiana conlleva un esfuerzo diario por crecer en todas las virtudes. Decan los clsicos que la virtud es una habilidad prctica. Las virtudes morales se adquieren por repeticin de actos. Una virtud no se aprende slo en los libros. Uno no llega a ser un buen cirujano slo porque haya ledo muchos manuales; necesita hacer prcticas. Apliqumoslo a la virtud de la humildad. Del mismo modo que aprendemos a andar caminando, as tambin, practicando el sano orgullo de los hijos de Dios nos hacemos humildes, volviendo una y otra vez a la Casa del Padre, con un rendido acto de contricin, removemos los obstculos que nos impiden ser magnnimos. Gracia y libertad. Algunas virtudes son objeto de un don infuso por Dios en el alma. Para el cristiano, las virtudes son al mismo tiempo metas que alcanza con esfuerzo, y dones sobrenaturales que recibe. Por tanto, para aprender a practicar las virtudes, es preciso acudir con regularidad a las fuentes de la gracia los sacramentos, que nos ayudan a crecer en todas las virtudes, especialmente en las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Poco a poco, esas virtudes van configurando nuestra personalidad. Con el tiempo, las pasiones y los sentimientos tanto en relacin con las cosas, como en relacin con uno mismo se van asumiendo adecuadamente en la vida virtuosa[291]. Progresivamente, la virtudes vienen a constituir como una segunda naturaleza que contrarresta las desviaciones de nuestra primera naturaleza. En todo caso, el Amor misericordioso no es, pues, una excusa para el quietismo espiritual. Santa Teresa de Lisieux temi que sus enseanzas fuesen mal interpretadas: como si fuesen excusa para no esforzarse. A una de las novicias que se mostraba muy entusiasta, le dijo la santa: Nuestra pequea va, mal comprendida, podra ser tomada por quietismo o iluminismo. [...] No pienses que vivir nuestra pequea va es seguir un camino de reposo, lleno de dulzura y de consuelo. Ay! es todo lo contrario![292]. Este malentendido ya se daba en tiempos de San Pablo, cuando explicaba a los Romanos y a los Glatas que el cristiano no se rige tanto por la ley a secas, cuanto por la fe. Algunos judos de mentalidad estrecha pensaban que agradaban a Dios por cumplir a rajatabla un sinfn de preceptos morales. Se fiaban ms de sus propios mritos que del Amor de Dios. El mensaje de
Cristo supona una gran novedad respecto a esa mentalidad farisaica. En este contexto, San Pablo les dice que no son las obras las que salvan, sino la fe. Rompe as sus esquemas farisaicos y algunos le acusan de querer abolir la ley. Por eso, San Pablo se pregunta: Luego nosotros destruimos la ley por la fe? No hay tal, antes bien confirmamos la ley[293]. Un poco ms adelante, escribe: Mas qu?, pecaremos, ya que no estamos sujetos a la ley, sino a la gracia? No lo permita Dios[294]. San Pablo, por tanto, no afirma que la fe elimina el peso normativo de la ley; no viene a decir que la ley queda anulada, sino que la fe ratifica la ley dndole su verdadero sentido y llevndola a la perfeccin[295]. El Apstol no se refiere a la vigencia normativa de la ley, sino al modo de cumplirla. Pienso que, en el fondo, intenta explicar que la gracia de Cristo nos libera de la mentalidad perfeccionista del judo, en suma: que el Amor misericordioso nos quita el temor servil y nos otorga la soltura del hijo que slo teme contristar a su buen Padre. El Amor misericordioso nos ayuda ante todo a reconciliarnos con nuestra pequeez, lo cual nos permite plantear de modo realista nuestra lucha cristiana. En vez de soar con grandes aventuras, la humildad nos conduce a la generosidad en lo ordinario. En vez de soar con sacrificios ilusorios, intentaremos mostrar ms amor a travs de todas las menudencias de la jornada. En una carta a su hermana Cline, escribe Santa Teresita: Yo lo he visto por experiencia: cuando no siento nada, cuando soy incapaz de orar y de practicar la virtud, entonces es el momento de buscar pequeas ocasiones, naderas que agradan a Jess ms que el dominio del mundo e incluso que el martirio soportado con generosidad. Por ejemplo, una sonrisa, una palabra amable, cuando tendra ganas de callarme o de mostrar un semblante enojado, etc. Comprendes? No es para labrar mi corona, para ganar mritos, es por agradar a Jess...[296]. El Amor misericordioso da lugar a paradojas gozosas. Por un lado, nos gustara mejorar, y estamos dispuestos a luchar para conseguirlo con el fin de alegrar al Seor y de hacer ms agradable la vida de quienes amamos; pero, por otro lado, de cara al Seor, se podra decir que nos da igual si lo logramos o no, pues le podemos agradar tanto entregndole regalos como permitindole que nos perdone y nos ayude. Santa Teresa de Lisieux lleg incluso a afirmar que si en nuestras cadas no hubiese frecuentemente algo que ofende al Seor, entonces ella casi caera a propsito para poder as darle al Seor la alegra de ayudarle a levantarse. Si nos esforzamos por ejemplo por sonrer ante las adversidades, y nos damos cuenta, al hacer el recuento al final del da, de que, de diez veces, slo nos hemos vencido en dos, entonces le entregamos primero las dos, y despus nos dejamos querer en las otras ocho. Qu alegra poder terminar cada da procurando a Quien ms amamos toda la felicidad posible! Si la finalidad ltima de nuestra vida es realmente agradar al Seor, entonces es motivo de gran alegra percatarse de que se le puede agradar tanto con victorias como con derrotas. Por tanto, cuanto ms luchemos, mejor: acertando o fallando, tendremos ms ocasiones de darle alegras. Podramos seguir nombrando gozosas paradojas, pero conviene que cada uno las saque por s mismo. Slo aado una que nos cuentan los santos: si alguna vez nos asombramos de recibir inesperadamente importantes gracias de Dios, estemos seguros de que es a causa de nuestra
pequeez humildemente reconocida! Por ah va la respuesta a la pregunta del soneto de Lope de Vega: Qu inters se te sigue, Jess mo. Sin duda, Jess tiene puesto todo su inters en las posibilidades de amarnos que le brindan nuestras flaquezas amorosamente reconocidas. Cuanto menos queramos brillar, ms se podr lucir el Seor! Como deca San Vicente de Pal a Santa Luisa de Marillac, solamente cuando renunciamos totalmente a buscarnos a nosotros mismos, cuando nos arrojamos verdaderamente convencidos de nuestra nada en el corazn de Dios y cuando nos abandonamos sin reservas a su voluntad, solamente entonces comprobamos que el Seor lleva mucho tiempo a nuestra puerta, para traernos su paz, su luz, sus consuelos[297].
Vida de infancia espiritual Santa Teresita como ella misma pidi, antes de morir, que la invocasen nos leg una espiritualidad basada en el camino de infancia espiritual. En los manuales clsicos sobre la humildad, se haca hincapi en las ventajas de las propias faltas de cara a la humildad: la propia miseria es humillante, pero ayuda a progresar en la vida cristiana, porque nos lleva a reconocer la necesidad de ser perdonados por un Dios que nos ama a pesar de nuestros defectos[298]. Sin embargo, a partir de Santa Teresa del Nio Jess, se introduce un nuevo matiz: Dios nos ama no slo a pesar de, sino, de algn modo, tambin gracias a nuestra flaqueza. Es lo que hemos visto en estas pginas, desde la perspectiva de una relacin de amor recproco con Jesucristo. El Seor es muy generoso y desea volcarse con quienes ama. Tiene predileccin por los dbiles que luchan. Si stos reconocen su debilidad, l puede volcarse ms con ellos. Ya San Pablo lo intuye cuando el Seor le dijo: Mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza; el Apstol aade: Por tanto, con sumo gusto seguir glorindome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en m la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas[299]. Nos conviene, pues, ser como nios que no se extraan de su flaqueza. Dios no nos da de qu hacernos fuertes, sino ms bien de qu vivir con fortaleza mientras permanecemos en esa flaqueza que atrae sus dones. El pequeo es aquel a quien l puede dar. El grande es aquel que comienza a pensar que ya se las puede arreglar solo. Est perdido. Al menos, perdido para la santidad. Con su propia vida Santa Teresita demostr que su pequea va es todo un atajo hacia la santidad. Leyendo su vida, se ve que tena un carcter muy inseguro. Pero en cuanto descubri la gran ventaja que supona su flaqueza, todo fue sobre ruedas. Su espritu, liberado de sus escrpulos, se expansion. Tambin nosotros podemos ser santos, y no slo a pesar de nuestras miserias, sino contando con ellas. Al barruntar en nuestra alma testimonia San Josemara el amor, la comprensin, la ternura con que Cristo Jess nos mira, comprenderemos en toda su hondura las palabras del Apstol: virtus in infirmitate perficitur [mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza] (2 Cor. 12, 9); con fe en el Seor, a pesar de nuestras miserias mejor, con nuestras miserias seremos fieles a nuestro Padre Dios[300]. La infancia espiritual colorea todas nuestras relaciones con nuestro Padre Dios: nos lleva a imitar la oracin sencilla de los nios, la confianza ilimitada que tienen en sus padres, la
espontaneidad y las pilleras que les son propias. Como afirma Santa Teresita, ser pequeo... es no desanimarse por las propias faltas. Pues los nios caen con frecuencia. Pues son demasiado pequeos para hacerse dao[301]. Podemos aprender mucho del comportamiento de los nios. El ejemplo de los nios a la hora de pedir perdn es particularmente aleccionador. La santa francesa rememoraba as una de esas escenas: Fjate en un niito que acaba de disgustar a su madre montando en clera o desobedecindola. Si se mete en un rincn con aire enfurruado y grita por miedo a ser castigado, lo ms seguro es que su mam no le perdonar su falta; pero si va a tenderle sus bracitos sonrindole y dicindole: "Dame un beso, no lo volver a hacer", no lo estrechar su madre tiernamente contra su corazn, y olvidar sus travesuras infantiles...? Sin embargo, ella sabe muy bien que su pequeo volver a las andadas en la siguiente ocasin, pero poco importa, si l vuelve a ganarla por el corazn, nunca ser castigado...[302]. Tambin San Josemara describe escenas parecidas, sacando sabrosas consecuencias del camino de infancia espiritual[303]. Quiz uno de sus mritos sea que consigue hacer asequible esa vida de infancia espiritual a cristianos corrientes en medio del mundo, nada familiarizados con los ambientes conventuales. Sus reflexiones al respecto se adaptan a todas las mentalidades; son siempre tiernas y viriles al mismo tiempo. Hay consideraciones suyas que se le graban a uno indeleblemente en la memoria, como sta a propsito de la filiacin divina: Es preciso convencerse de que Dios est junto a nosotros de continuo. Vivimos como si el Seor estuviera lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que tambin est siempre a nuestro lado. Y est como un Padre amoroso a cada uno de nosotros nos quiere ms que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos, ayudndonos, inspirndonos, bendiciendo... y perdonando. Cuntas veces hemos hecho desarrugar el ceo de nuestros padres dicindoles, despus de una travesura: ya no lo har ms! Quiz aquel mismo da volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazn, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, qu esfuerzos hace para portarse bien! Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Seor que est junto a nosotros y en los cielos[304]. El sentido de nuestra filiacin divina y, en particular, la vida de infancia espiritual constituyen el antdoto ideal contra actitudes encogidas y voluntaristas, ya que ayuda a entender que la santidad se asienta sobre una base de humilde autoestima, de modo que es obvio que no se trata de hacer esfuerzos titnicos con el fin de compensar la negativa opinin que uno pueda tener de s mismo. San Josemara llega incluso a afirmar: Jess: nunca te pagar, aunque muriera de Amor, la gracia que has derrochado para hacerme pequeo[305]. Ya hemos visto que esta actitud positiva hacia las propias carencia no tiene por qu mermar el deseo de luchar por mejorar. Lo que s cambia es la motivacin que inspira esa lucha. El amor, y slo el amor, se hace la fuente de la entrega generosa.
Otro tanto puede decirse acerca de Santa Teresa de Lisieux. Con cndida sencillez, afirma que desde que tena tres aos, no recordaba haber negado algo a Dios. Saberse hija pequea y predilecta de Dios confera ms bien otro cariz a su lucha. Escribe en una de sus cartas: Jess no me ensea a contabilizar mis actos, me ensea ms bien a hacerlo todo por amor, a no negarle nada, a estar contenta cuando me proporciona una ocasin de probarle que le amo. Pero todo eso se realiza con paz, con abandono![306]. En suma, la humildad permite comprender la verdadera esencia de la santidad. Ayuda a entender que Dios no pide perfeccin a secas, sino perfeccin de amor. Ser como los nios consiste en abandonarse plenamente en las manos de Dios. Este abandono significa en primer lugar rendimiento amoroso: dejarse querer, poner toda nuestra vida en sus manos, permitirle que haga con nosotros lo que quiera. Es tambin una cuestin de fe y de humildad. Abandonarse en Dios significa no preocuparse por el futuro: tener plena confianza en su Providencia omnipotente y amorosa. Significa tambin no sobrevalorar las propias fuerzas, no desanimarse a causa de los propios defectos, pues el Seor tiene predileccin por quien reconoce sus incapacidades. Se trata, pues, de abandonar en el Seor la propia vala y estima. Nunca se tiene suficiente confianza en el buen Dios, tan poderoso y misericordioso, afirma Santa Teresita. Llegar a ese abandono total supone un largo camino. Ya vimos que para abandonarse en el Amor de Dios, hay que abdicar de las seguridades humanas. Tras aos prefiriendo seguridades falsas pero tangibles, no es fcil cambiar de actitud; es como dar un salto en el vaco. Pero, si se hace, todo lo dems empieza a ir sobre ruedas. Hay quienes no se sienten especialmente atrados hacia ese camino, quiz porque piensan errneamente que se trata de nieras y puerilidades[307]. Parecen no entender que todo esto no es una bobera, sino una fuerte y slida vida cristiana[308]. A otros, la vida de infancia espiritual les pone nerviosos, quiz porque les falta humildad para reconocer que son los que ms la necesitan. A fin de cuentas, ser como los nios significa, en primer lugar, tener la humildad de reconocer la propia indigencia. Ciertamente, no se puede imponer a nadie ese camino de infancia espiritual. De todos modos, la experiencia muestra que, a todas las almas de oracin, el Espritu Santo les hace descubrir tarde o temprano la maravilla de esta vida de infancia espiritual. Cuanto antes, mejor!
Estupendas perspectivas de futuro El total abandono en el Amor misericordioso trae consigo toda clase de frutos sabrossimos. Quienes lo han vivido cuentan que experimentaron un gran cambio en su vida: fue el inicio de una novedad de vida en sentido cristiano In novitate sensu[309], que penetra, adems de la inteligencia y de la voluntad, los sentidos y todo su ser. Incluso la salud mejora. He visto personas que han dejado de tomar medicamentos que tomaban desde hace muchos aos atrs. El Amor misericordioso cambi radicalmente su actitud hacia s mismos y hacia los dems.
La conciencia del Amor misericordioso de Cristo libera de aquello que ms obstaculiza el desarrollo de la capacidad de amar. Es algo que trae consigo una felicidad insospechada. Se entiende la sinrazn del amor propio y se comienza a doblegarlo. Se est profundamente convencido de que ya no vale la pena actuar por motivos egocntricos. No slo no merece la pena: se experimenta que ya no hace falta! Se intenta mejorar, pero resulta ridculo hacerlo para hacerse valer o para sentirse bien. Ya slo quedan motivos altruistas por los que mejorar. Las intenciones se vuelven ms desinteresadas y se experimenta una gran libertad interior. Para quien experimenta el Amor misericordioso, ya no hay humillaciones posibles: las habr quiz desde el punto de vista objetivo, pero no desde el punto de vista subjetivo: nada ni nadie puede humillarle. Por razones subjetivas, hay gente susceptible que se molesta por cualquier cosa, mientras que los santos alaban incluso a quienes les humillan. Los dems pueden herir su corazn, pero no su orgullo. Si les imitamos, entendemos que gran parte de lo que antes nos resultaba hiriente, se deba a orgullo herido. Si cambiamos los respetos humanos por respetos divinos, ya no molesta el yo y lo nico que nos interesa es que los dems se dejen querer. En la medida en que nos percatamos del Amor de Dios, desaparece el afn posesivo del corazn y, por consiguiente, perdemos por fin el miedo a querer a los dems de todo corazn. Si alguien nos muestra su afecto, se lo agradeceremos de veras, pero ya no lo necesitamos tanto como antes. Menuda libertad y cario desinteresado! Antes, el nico modo de evitar el afn posesivo del corazn consista en disminuir el cario. Por el contrario, la conciencia del Amor de Dios permite un amor desinteresado que no excluye el afecto. Es un gran descubrimiento para quienes durante aos se debatieron por conciliar aspectos aparentemente contradictorios: cario y desprendimiento, dependencia e independencia, fortaleza y sensibilidad... Descubrir el Amor de Dios no cambia slo nuestra actitud hacia los dems, sino tambin hacia l. Desaparecen las conciencias estrechas. Desaparecen esas escrupulosidades que tanto hacan sufrir. Las prcticas de piedad ya no son producto del afn de estar en regla con l. Sabiendo lo mucho que nos quiere, le tratamos de modo diferente. Podemos por fin mantener con l una estrecha relacin de amistad, como de igual a igual, sin dejar de ser l todo y nosotros nada. Objetivamente, l puede darnos mucho ms que nosotros a l, pero nosotros disponemos de algo que le es muy precioso: nuestras carencias. Nos ama tanto que si no se las entregamos, si no nos dejamos querer, le duele tanto cuanto nos quiere. Es como cuando alguien se enamora de nosotros: con slo hacer posible ese amor, le procuramos gran felicidad. No todo es de color de rosa. La experiencia muestra que la conciencia del Amor de Dios no elimina del todo el amor propio, pero proporciona medios para neutralizarlo. Hay que estar en guardia porque, en esta vida, el orgullo no muere. Resurge incluso con fuerza cada vez que fallamos. Otras veces el amor propio resurge de modo imperceptible cada vez que, en vez de apoyarnos en el Seor como nios conscientes de su pequeez, empezamos a apoyarnos en nuestras propias fuerzas como adultos autosuficientes. Nos pasaremos toda la vida haciendo el papel del hijo prdigo, volviendo una y otra vez a la casa del Padre. Viviremos en un permanente estado de conversin. La conversin a Dios ensea Juan Pablo II es siempre el fruto del "reencuentro" de este Padre, rico en misericordia. El autntico conocimiento de
Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversin, no slo como momentneo acto interior, sino como disposicin estable, como estado de nimo. Quienes lo "ven" as, no pueden vivir sino convirtindose sin cesar a l[310]. Podramos preguntarnos por qu el Seor no nos libera definitivamente del orgullo. A primera vista, parece como si su Redencin fuera imperfecta. Tambin San Pablo se lo pregunt, y he aqu su conclusin: Para que no me engra con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijn a mi carne, un ngel de Satans que me abofetea para que no me engra. Por este motivo tres veces rogu al Seor que lo apartase de m. Pero l me dijo: "Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza". Por tanto, con sumo gusto seguir glorindome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en m la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas[311] Pienso que Dios no nos quita definitivamente el orgullo porque no nos conviene. Y es que el orgullo nos proporciona mucha materia de lucha interior y sirve, adems, de indicador que nos advierte que nos estamos alejando de Dios. En cuanto dejamos de ser como nios y nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos, el orgullo hace que nos sintamos mal. Cerca del Seor respiramos aire puro, mientras que, en cuanto nos separamos de l, el aire se vuelve enrarecido. Sin orgullo, nos separaramos del Seor sin apenas darnos cuenta. Gracias a lo mal que lo pasamos lejos de l, volvemos una y otra vez a su intimidad. La humildad se convierte as en una fuente de gozo. Cada vez que nuestros fallos enturbien la paz de nuestra alma, sentiremos la necesidad de refugiarnos en los brazos misericordiosos de Cristo. Ahora podemos entender por qu la humildad perfecta prescinde de la modestia. Para evitar malentendidos con quienes no han descubierto estas cosas, nos mostraremos modestos hacia afuera, pero, hacia dentro y en el trato con el Seor, nos llenaremos de ese santo orgullo de quien es consciente de su propia miseria y grandeza. En el fondo, mientras no perdamos de vista el Amor misericordioso y luchemos por combatir nuestros defectos, viviremos la humildad ya en la tierra como se vivir en el Cielo. Lewis afirma que en el Cielo no habr lugar para la vanidad. El alma estar libre de la miserable ilusin de creer que es mrito suyo. Sin el menor rastro de mancha de lo que ahora podramos llamar autocomplacencia, se alegrar inocentemente de que Dios le haya dado el ser, curar para siempre su viejo complejo de inferioridad cuando entierre su orgullo ms profundamente que el libro de Prspero[312]. sta podra ser nuestra lucha cotidiana si nos percatamos del Amor misericordioso y de la reciprocidad existente en nuestra relacin con el Seor: que cada humillacin nos recuerde el mirar amabilsimo y misericordioso de Jess, y que cada adversidad o pena encienda nuestro deseo de corresponderle aliviando as las heridas de su Corazn; que cada orgullo herido nos lleve a acordarnos de lo mucho que valemos ante los ojos de Cristo y a hacer de hijo prdigo, y que cada corazn herido se convierta en una ocasin de reconfortar su Corazn y de corredimir con l. Podemos emplear cada humillacin y contrariedad como una especie de letras de cambio: se ofrecen por amor, convirtindose as en motivo de gozo. El humilde amor de uno mismo engendra, por ltimo, una paz interior inamovible. Se vive en paz consigo mismo y con Dios. Es como si la vida se detiene y uno tiene la impresin de ir cuesta abajo: a la vez que se intenta mejorar la generosidad en la entrega amorosa, se vive despreocupadamente, como un nio de tres o cuatro aos (ms no, pues alrededor de los
cinco aos, el nio comienza a discurrir, percatndose de su propia indigencia y, entonces, los problemas comienzan). Si la felicidad consta de alegra y paz interiores, ya se tiene la mitad. La otra mitad, la alegra, puede seguir aumentando indefinidamente en la medida en que contribuyamos a la felicidad de personas queridas. Todo es presagio de beatitud celeste. Resumiendo el aspecto liberador de la humildad cristiana, el escritor ingls afirma que el autntico contacto con Dios nos hace alegremente humildes, sintiendo el infinito alivio de habernos librado por una vez de toda la necia insensatez de nuestra propia dignidad, que nos ha hecho sentirnos inquietos y desgraciados toda la vida. Dios est intentando hacernos humildes para que este momento sea posible; est intentando despojarnos de todos los vanos adornos y disfraces con los que nos hemos ataviado y con los que nos paseamos como pequeos imbciles que somos. Ojal yo mismo hubiese llegado un poco ms lejos con la humildad: si as fuera, probablemente podra deciros ms acerca del alivio, la comodidad de quitarme ese disfraz... de quitarme ese falso ego con todos sus "Miradme" y "No soy un buen chico?" y todas sus poses y posturas. Acercarse un poco ms a ese alivio, aunque slo sea por un momento, es como un vaso de agua fresca para un hombre en medio del desierto[313].
EPLOGO Seor, perdona lo que soy, por lo que amo, deca Lope de Vega en su oracin. Parafraseando esas palabras del poeta, cada uno de nosotros podra aadir: y si no supiese yo amarte, entonces mame T: perdona lo que soy, por lo que me dejo querer! Para entender y vivir todo lo anterior, se precisa una singular gracia de Dios. Podemos mostrarle nuestra buena voluntad, considerndolo con frecuencia en nuestra oracin personal. Descubriremos as nuevos matices y, poco a poco, el Seor lo grabar a fuego en nuestra alma. En el momento de poner punto final a estas lneas, un amigo belga me enva por carta un texto en francs que lleva por ttulo: mame tal como eres!. Contiene unas palabras que se ponen en boca de Dios mismo. Las transcribo porque nos pueden servir para meditar todo lo que hemos visto: Conozco tu miseria, tanto las luchas y tribulaciones de tu alma, como la flaqueza de tu cuerpo enfermizo; conozco tu cobarda, tus pecados, tus desfallecimientos; y sin embargo te lo digo: "Dame tu corazn, mame tal como eres!" Si esperas a ser un ngel antes de abandonarte y de entregarte al Amor, no Me amars nunca. Aunque caigas con frecuencia en esas faltas que no quisieras cometer nunca, aunque seas tan dbil en la prctica de la virtud: lo soporto todo, menos que no Me ames. En cualquier instante y en cualquier disposicin en que te encuentres, tanto en el fervor como en la aridez, mame tal como eres! Quiero el amor de tu indigente corazn; si, para amarme, esperas a ser perfecto, no Me amars nunca. Acaso no podra Yo hacer de cada grano de arena un serafn radiante de pureza, de nobleza y de amor? Acaso no podra yo, con un solo signo de mi Voluntad, hacer surgir de la nada millares de santos mil veces ms perfectos y amables que los
que he creado? Acaso no soy el Todopoderoso? Y si quisiese dejar en la nada para siempre a esos seres maravillosos y prefiriese tu pobre amor al suyo?! Hijo mo, djame amarte. Quiero tu corazn. Evidentemente tengo previsto formarte, pero entretanto, te quiero tal como eres. Y quisiera que t hicieses lo mismo; deseo ver ascender el amor desde lo ms profundo de tu miseria. Amo en ti incluso la flaqueza. Me place el amor de los pobres; quiero que, de la indigencia, se eleve continuamente este grito: "Seor, te amo". Para qu quiero yo tu ciencia y tus talentos? Habra podido destinarte a grandes empresas; pero no, tu sers el siervo intil. Slo te pido que ames! El amor te llevar a conseguir todo lo dems sin que te des cuenta; intenta solamente llenar de amor el momento presente; procura cumplir por amor todos tus pequeos deberes. Hoy me presento como un mendigo ante la puerta de tu corazn, Yo, el Seor de los seores. Llamo y espero: date prisa en abrirme, no alegues que eres miserable, no me digas que no eres digno. Si hubieses conocido del todo tu indigencia, te habras muerto de dolor. La nica cosa que podra herir Mi Corazn, sera verte dudar o faltar a la confianza. Quiero que pienses en M cada hora del da y de la noche; no quiero que hagas la ms mnima accin por un motivo que no sea el amor. Te dar un amor mucho ms perfecto que lo que jams soaste. Pero acurdate de esto: mame tal como eres! No esperes a ser santo para abandonarte y entregarte al Amor, si no, nunca amars. Terminemos con la Virgen Mara. Tras un pecado, es posible que la soberbia nos haga perder de vista el rostro misericordioso del Seor. Sin embargo, es difcil que no nos atrevamos a acudir a nuestra Madre. Despus de Jess, el Corazn de Mara es el ms fiel reflejo del Amor divino. Qu cercano se nos hace en Ella el rostro maternalmente misericordioso de Dios Padre!
-------------------------------------------[1]. Cfr. Aristteles, tica a Nicmaco, libro IV. [2]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, Rialp, Madrid 1995, p. 134. [3]. J. Escriv, Amigos de Dios, n. 34. [4]. Juan Pablo II, Novo millenio ineunte, n. 38. [5]. Filip. 2, 13. [6]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., p. 141. [7]. Ibidem, p. 136. [8] A. Vzquez-Figueroa, frica llora, Plaza & Jans, Barcelona 1994, pp. 204 y 205. [9]. Cfr. T. de Aquino, Summa contra gentiles, lib. IV, cap. LII, y J.H. Newman, Apologia pro vita sua, Brand, Bussum 1948, p. 312314. [10]. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 24. [11]. Cfr. Gen. 1, 26-27.
[12]. T. de Aquino, Opusc. 57 in festo Corporis Christi, lect. 1. [13]. 2 Petr. 1, 4. [14]. A. de Alejandra, In incarnatione, 54, 3. [15]. E. Mounier, Laffrontement chrtien, Pars 1945, p. 87. [16]. Jac. 4, 6. [17]. Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 10. [18]. Juan Pablo II, Alocucin del 6 de septiembre de 2000. [19]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., pp. 135-136. [20]. A. Llano, La vida lograda, Ariel, Barcelona 2002, p. 86. [21]. A. Aguil, Soberbia yo?, en Hacer familia, noviembre de 2001. [22]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., p. 66. [23]. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Jans, Barcelona 1994, pp. 221. [24]. J. Echevarra, Itinerarios de vida cristiana, Planeta, Barcelona 2001, p. 16. [25]. 1 Jn. 4, 18. [26]. San Hilario, Tratado sobre los salmos, Salmo 127, 1-3: CSEL 24, p. 630. [27]. H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo prdigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, PPC, decimosexta edicin, Madrid 1997, p. 111. [28]. J. Echevarra, Itinerarios de vida cristiana, o.c., pp. 88 y 89. [29]. S. Martn, Mara, camino de perfeccin, Martnez Roca, Barcelona 2001, p. 34. [30]. P. Urbano, El hombre de Villa Tevere, Plaza & Jans, Barcelona 1994, p. 168. [31]. Cfr. Lc. 1, 38. [32]. Cfr. Lc. 1, 49. [33]. J. Escriv, Es Cristo que pasa, n. 75. [34]. S. Martn, El suicidio de San Francisco, Planeta, Barcelona 1998, pp. 177-178. [35]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., pp. 137-138. [36]. T. de Lisieux, en J. P. Manglano, Orar con Teresa de Lisieux, Descle, Bilbao 1997, p. 78. [37]. S. Tamaro, Donde el corazn te lleve, Seix Barral, Barcelona 1995, pp. 38-39. [38]. La expresin interlocutores relevantes (significant others) proviene de G. H. Mead (cfr. H. Arts, Een Kluizenaar in New York, Nederlandsche Boekhandel, Amberes 1986, p. 23). [39]. C. Goi, Filosofa impura, EIUNSA, Barcelona 1995, p. 78. [40]. C. S. Lewis, El diablo propone un brindis, Rialp, Madrid 1993, pp. 56-57. [41]. S. Tamaro, El misterio y lo desconocido, Seix Barral, Barcelona 1999, p. 101. [42]. B. Marshall, El mundo, la carne y el Padre Smith, Crculo de Lectores, Barcelona 1962, pp. 111-112. [43]. J. M. Contreras, Pequeos secretos de la vida en comn, Planeta, Barcelona 1999, p. 86.
[44]. J. Gray,Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus, Grijalbo, Barcelona 1993, p. 83. [45]. J. M. Pemn, La Pasin segn Pemn, Edibesa, Madrid 1997, p. 88. [46]. E. Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz), Las ms bellas pginas de Edith Stein, Monte Carmelo, Burgos 1998, p. 32. [47]. En C. Pujol, Siete escritores conversos, Palabra, Madrid 1994, p 31. [48]. R. Yepes, Fundamentos de Antropologa. Un ideal de la excelencia humana, EUNSA, Pamplona 1996, p. 200. [49]. J. Escriv, Surco, n. 797. [50]. Juan Pablo II, Carta a las familias, 2 de febrero de 1994, n. 11. [51]. A. Maurois, El instinto de la felicidad, Planeta, Barcelona 2001, p. 93. [52]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., pp. 138-139. [53]. 1 Cor. 9, 19. [54]. C. S. Lewis,Cautivado por la Alegra. Historia de mi conversin, Encuentro, Madrid 1989, p. 229. [55]. C. Martn Gaite, Lo raro es vivir, Anagrama, Barcelona 1996, p. 89. [56]. M. Delibes, Seora de rojo sobre fondo gris, Destino, Barcelona 1991, pp. 41-42. [57]. D. von Hildebrand, El corazn, Palabra, Madrid 1997, p. 129. [58]. C. S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid 1991, p. 81. Affections need to be needed, dice el texto original (The four loves, Fount Paperbacks, Glasgow 1977, p. 66). [59]. A. Cohen, El libro de mi madre, Anagrama, Barcelona 1992, p. 60. [60]. C. S. Lewis, Los cuatro amores, o.c., p. 135. [61]. M.-A. Mart Garca, La afectividad. Los afectos son la sonrisa del corazn, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid 2000, p. 43. [62]. A. Machado, Canciones, n. LXVI, en J. P. Manglano, Orar con poetas, o.c., p. 48. [63]. Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 1775. [64]. A. Llano, La vida lograda, o.c., p. 79. [65]. En E. Lpez-Escobar y P. Lozano, Eduardo Ortiz de Landzuri, Palabra, Madrid 1994, p. 279. Don Eduardo como le llambamos quienes tuvimos la dicha de ser sus amigos muri en 1985. Llamaba la atencin por su humilde caridad para con sus innumerables pacientes y conocidos. En la actualidad, se le puede invocar como Siervo de Dios, ya que, en diciembre de 1998, fue incoado su proceso de beatificacin. [66]. E. Gil y Carrasco, El seor de Bembibre, Rialp, Madrid 1999, p. 103. [67]. W. Collins, La ley y la dama, Rialp, 2 edicin, Madrid 1995, p. 20. [68]. M. T. Cicern, De amicitia, XX, 72, Gredos, Madrid 1988, p. 94. [69]. D. von Hildebrand, El corazn, o.c., p. 111. [70]. K. Mourad, De parte de la princesa muerta, Muchnik, Barcelona 1988, p. 175. [71]. T. de Lisieux, en J. P. Manglano, Orar con Teresa de Lisieux, o.c., p. 67. [72]. T. de Lisieux, en M. Van der Meersch, Santa Teresita, Palabra, Madrid 1992, p. 84. [73]. H. Arts, Zelfontplooiing en spiritualiteit, Davidsfonds, Lovaina 1994, p. 11.
[74]. Vase por ejemplo la crtica del socilogo americano Christopher Lasch, La rebelin de las lites. Y la traicin a la democracia, Paids, Barcelona 1996. [75]. Cfr. P. C. Vitz, The Problem with Self-Esteem, en www.catholiceducation.org. [76]. P. Gmez Borrero, La alegra, Martnez Roca, Barcelona 2000, pp. 12 y 13. [77]. J. Pieper, El amor, Rialp, Madrid 1972, p. 58. [78]. A. de Hipona, Sermo 368, Migne, Patrologia Latina, 39, p. 1655. [79]. T. Melendo, Ocho lecciones sobre el amor humano, Rialp, Madrid 1993, p. 175. [80]. T. de Aquino,Summa Theologiae, III, q. 28, a. 1, ad 6. [81]. Cfr. ibidem, I, q. 60, a. 5; II-II, q. 19, a. 6. [82]. Mc. 12, 31. [83]. T. de Aquino, De spe, a. 3, c. fine. [84]. T. de Aquino,Summa Theologiae, II-II, q. 26, a. 4. Esa unidad es modelo inalcanzable de toda unin amorosa del hombre con sus semejantes. De hecho, slo las Tres Personas Divinas se unen constituyendo una perfecta unidad. [85]. C. S. Lewis,Cartas del diablo a su sobrino, Rialp, 4 ed., Madrid 1994, pp. 70-71. [86]. C. Martn Gaite, Nubosidad variable, Anagrama, Barcelona 1992, p. 348. [87]. D. von Hildebrand, El corazn, o.c., p. 129. [88]. Ibidem, p. 131. [89]. C. S. Lewis, Cautivado por la Alegra. Historia de mi conversin, o.c., p. 150. [90]. F. Dostoiewski, Humillados y ofendidos, Juventud, Barcelona 1985, pp. 292-293. [91]. J. Steinbeck, La luna se ha puesto, Edhasa, Barcelona 1970, p. 90. [92]. Cfr. J. L. Olaizola, Los amores de Teresa de Jess, Planeta, Barcelona 1992, pp. 106-115. [93]. H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo prdigo, o.c. p. 116. [94]. Cfr. Lc. 14, 7-11. [95]. D. von Hildebrand, El corazn, o.c., p. 169. [96]. J. Austen, Orgullo y prejuicio, Plaza & Jans, Barcelona 1997, p. 27. [97]. G. Bernanos, Dilogos de Carmelitas, Plaza & Jans, Barcelona 1976, p. 31. [98]. Cfr. M. Kinzer, The Self-Image of a Christian. Humility and Self-Esteem, Servant Books, Michigan 1980. [99]. Cfr. Filip. 2, 3. [100]. M. Kinzer, The Self-Image of a Christian, o.c., pp. 15-16. [101]. Cfr. Rom. 12, 3. [102]. H. Nouwen, Een parel in Gods ogen, Lannoo, Tielt 1992, p. 23-24. [103]. H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo prdigo, o.c., pp. 116-117. [104]. M. Kinzer, The Self-Image of a Christian, o.c., p.18-19. [105]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., pp. 140-141.
[106]. C. S. Lewis,Cartas del diablo a su sobrino, o.c., p. 71. [107]. I. Socas, Sin miedo a la verdad. Conversaciones con Silvester Krcmry, Palabra, Madrid 1999, p. 144. [108]. C. S. Lewis, Mero cristianismo, o.c., p. 108. [109]. F. Dostoiewski, Los hermanos Karamazov, Mateu, 3 edicin, Barcelona 1960, p. 37. [110]. Cfr. C. S. Lewis, El gran divorcio. Un sueo, Rialp, Madrid 1997. [111]. J. Benavente, Los intereses creados, Biblioteca Bsica Salvat, Madrid 1970, p. 109. [112]. C. S. Lewis, El diablo propone un brindis, o.c., p. 124. [113]. G. Torell, Pazzo damore . La personalit del Beato Josemara Escriv, en Studi Cattolici, VII-VIII 1993, p. 421. [114]. En G. von Le Fort, La mujer eterna, Rialp, Madrid 1965, p. 88. [115] G. Thibon, La crisis moderna del amor, Fontanella, Barcelona 1976, p. 48. [116]. Cfr. Lc. 9, 23-25. [117]. Cfr. Mc. 8, 34-37. [118]. C. S. Lewis,Cartas del diablo a su sobrino, o.c., pp. 66-67. [119]. J. Escriv, Surco, n. 267. [120]. Ibidem. [121]. Cfr. Gal. 3, 41. [122]. Cfr. Rom. 1, 18-8, 12. [123]. S. Congregacin para la Doctrina de la Fe, Instruccin Libertatis conscientia del 22 de marzo de 1986, n. 19. [124]. Cfr. Rom. 3, 31 y 6, 15. [125]. Jn. 8, 36. [126]. J. Escriv, Amigos de Dios, n. 35. [127]. En H. Caffarel, Camille C. ou lemprise de Dieu, Feu nouveau, Troussures 1982, p. 321. [128]. 2 Cor. 3, 5. [129]. T. de Lisieux, en M. Van der Meersch, Santa Teresita, o.c., p. 140. [130]. En J. Echevarra, Memoria del Beato Josemara Escriv, Rialp, Madrid 2000, p. 81. [131]. 2 Cor. 12, 9. [132]. Filip., 4, 13. [133]. G. Nacianceno, Ex orationibus, Or. 7,23; PG 35, p. 786. [134]. H. Waust, Don Bosco y su tiempo, Palabra, Madrid 1987, p. 77. [135]. S. R. Covey, The 7 habits of highly effective people. Restoring the character ethic, Simon & Schuster, New York 1990, p. 31. [136]. H. Arts, Zelfontplooiing en spiritualiteit, o.c., p. 10. [137]. Ps. 51 (50), 12. [138]. Juan Pablo II, Dies Domini, n. 63.
[139]. J. Echevarra, Itinerarios de vida cristiana, o.c., p. 90. [140]. A. Llano, La vida lograda, o.c., p. 42. [141]. A. de Hipona, Sermo 330, 3-4. [142]. Cfr. Jn. 13, 34. [143]. Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 22. [144]. Lc. 6, 45. [145]. Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 18. [146]. Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, n 59. [147]. Cfr. 1 Jn. 4, 8. [148]. Comit para el Jubileo del ao 2000, La Eucarista, Sacramento de vida nueva, BAC, Madrid 1999, p. 26. [149]. A. Frossard, Preguntas sobre Dios, Rialp, 3 edicin, Madrid 1992, p. 93. [150]. L. Trese,Dios necesita de ti, Palabra, 6 edicin, Madrid 1990, p. 25. [151]. C. Cardona, Metafsica del bien y del mal, EUNSA, Pamplona 1987, p. 130. [152]. M. Kinzer, The Self-Image of a Christian, o.c., p. 34. [153]. L. Trese,Dios necesita de ti, o.c., p. 22. [154]. L. de Moya, Sobre la marcha. Un tetrapljico que ama la vida, Edibesa, Madrid 1997, p. 68. [155]. En P. Urbano, El hombre de Villa Tevere, o.c., p. 337. [156]. Ibidem. [157]. A. J. Cronin, El jardinero espaol, Palabra, Madrid 1994, p. 105. [158]. H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo prdigo, o.c., p. 54. [159]. J. Echevarra, Itinerarios de vida cristiana, o.c., p. 132. [160]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., p. 136. [161]. A. Cohen, El libro de mi madre, o.c., p. 73. [162]. C. S. Lewis, Cautivado por la Alegra. Historia de mi conversin, o.c., p. 29. [163]. C. Martn Gaite, Nubosidad variable, o.c., p. 57. [164]. G. A. Becquer, Rimas y leyendas, Eleccin Editorial, Madrid 1983, rima n. L, p. 37. [165]. C. S. Lewis, Mero cristianismo, o.c., p. 123. [166] . S. Mrai,Divorcio en Buda, Salamandra, Barcelona 2002, p. 172. [167]. W. Collins, La ley y la dama, Rialp, 2 edicin, Madrid 1995, p. 153. [168]. C. Martn Gaite, Cuentos completos, Prlogo, Alianza Editorial, Madrid 1981, p. 8. [169]. En L. J. Cardenal Suenens, Le Roi Baudouin. Une vie qui nous parle, F.I.A.T., Ertvelde 1995, p. 67. [170]. S. Tamaro, Donde el corazn te lleve, o.c., p. 108. [171]. J. Green, Libertad querida, Plaza & Jans, Barcelona 1990, p. 103.
[172]. C. Martn Gaite, Lo raro es vivir, o.c., p. 149. [173]. A. Polaino-Lorente, Una vida robada a la muerte, Planeta, Barcelona 1997, p. 203. [174]. H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo prdigo, o.c., p. 47. [175]. H. S. Haasse, Los seores del t, Pennsula, Barcelona 1999, p. 328. [176]. Lc. 15, 28. [177]. Lc. 15, 29-30. [178]. Juan Pablo II, Reconciliatio et poenitentia, n. 6. [179]. Lc. 15, 13. [180]. H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo prdigo, o.c., pp. 75-76. [181]. Ibidem, p. 82. [182]. Ibidem, p. 78. [183]. Lc. 15, 31. [184]. H. J. M. Nouwen, El regreso del hijo prdigo, o.c., p. 82. [185]. Cfr. Lc. 18, 11-12. [186]. C. S. Lewis, Mero cristianismo, o.c., p. 137. [187]. Ch. Pguy, El misterio de los santos inocentes, en J. P. Manglano, Orar con poetas, o.c., p. 140. [188]. Juan Pablo II, Mensaje para la XIV Jornada Mundial de la Juventud (1999), n. 4. [189]. T. Hermans,Gebedenboekje, Fontein, Baarn 1989, p. 29. [190]. J. Escriv, Es Cristo que pasa, n. 8. [191]. Is. 43, 1 y 4. [192]. Juan Pablo II, Mensaje para la XIV Jornada Mundial de la Juventud (1999), n. 3. [193]. J. Echevarra, Itinerarios de vida cristiana, o.c., p. 11. [194]. J. de la Cruz, Oracin del alma enamorada. [195]. Len Magno, Homila 1 en la Navidad (en el Oficio divino, Segunda lectura del 25-XII). [196]. J. Maras, La perspectiva cristiana, Alianza, Madrid 1999, p. 52. [197]. J. Escriv, Es Cristo que pasa, n. 64. [198]. B. de Clairvaux, Sermones sobre el Cantar de los cantares, Sermn 61, 5, en Opera Omnia, 2, p. 151. [199]. J. Escriv, Es Cristo que pasa, n. 107. [200]. Juan Pablo II, Alocucin del 5 de junio de 1979. [201]. Hebr. 4, 15. [202]. Len Magno, Carta28, a Flaviano, 4: PL 54, p. 767. [203]. Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 3. [204]. E. Stein, Pensamientos, Monte Carmelo, Burgos 1999, p. 24.
[205]. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, n. 26. [206]. Juan Pablo II, Encclica Dominum et vivificantem, n. 39. [207]. Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 2560. [208]. J. Crisstomo, Homila 14, 1; PG 61, p. 498. [209]. J. Dobraczynski, Cartas a Nicodemo, Herder, Barcelona 1990, p.17. [210]. Jn. 15, 4. [211]. Juan Pablo II, Tertio millenio ineunte, n. 32. [212]. J. P. Manglano, Se puede aprender a sufrir?, Descle de Brouwer, Bilbao 1999, pp. 52 y 56. [213]. D. von Hildebrand, o.c., p. 16. [214]. A. Frossard, Los grandes pastores, Rialp, Madrid 1993, p. 115. [215]. Jn. 15, 15. [216]. J. Escriv, Camino, n. 422. [217]. Teresa de vila, Autobiografa, Captulo 22, n. 7. [218]. Cfr. Mc. 10, 20-21. [219]. Cfr. Lc. 22, 61. [220]. J. Escriv, Surco, n. 813. [221]. V. E. Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 1989, p. 46. [222]. Cfr. Jn. 14, 6. [223]. Jn. 17, 26. [224]. Juan Pablo II, Discurso del 28 de mayo de 1986. [225]. Comit para el Jubileo del ao 2000, La Eucarista, Sacramento de vida nueva, o.c., p. 28. [226]. 1 Cor. 6, 20. [227]. J. Escriv, Via Crucis, V estacin, n. 1. [228]. Jn. 15, 13. [229]. Cfr. Mt. 26, 50-54 y Jn. 19, 11. [230]. Jn. 10, 17-18. [231]. Cfr. Lc. 23, 46-47 y Mc. 15, 39. [232]. Juan Pablo II, Alocucin del 19 de octubre de 1998. [233]. J. Escriv, Via crucis, XII estacin, n. 3. [234]. Juan Pablo II, Salvifici doloris, n. 19. [235]. J. Escriv, Camino, n. 182. [236]. Juan Pablo II, Tertio millenio ineunte, n. 27.
[237]. J. Escriv, Apuntes ntimos, n. 582; en A. Vzquez de Prada, El Fundador del Opus Dei. I: Seor, que vea!, Rialp, Madrid 1997, pp. 418-419. [238]. Misal Romano, Prefacio Pascual III. [239]. J. Escriv, Surco, n. 255. [240]. Cfr. 1 Petr. 3, 14. [241]. T. de Lisieux, en J. P. Manglano, Orar con Teresa de Lisieux, o.c., pp. 16-17. [242]. Po XI, Miserentissimus Redemptor, 9 de mayo de 1928, n. 17. [243]. T. de Lisieux, en J. P. Manglano, Orar con Teresa de Lisieux, o.c., p. 67. [244]. Gal. 2, 19. [245]. Col. 1, 24. [246]. Cfr. Gal. 2, 19-20. Ver tambin: Rom. 6, 4 y Filip. 2, 5. [247]. En J. M. Cejas, La paz y la alegra. Mara Ignacia Garca Escobar en los comienzos del Opus Dei, Rialp, Madrid 2001, p. 179. [248]. J. Escriv, Surco, n. 480. [249]. Ps. 58, 21. [250]. J. Escriv, Via Crucis, III estacin. [251]. J. Escriv, Camino, n. 288. [252]. Ef. 1, 10. [253]. J. Escriv, Forja, n. 442. [254]. B. Llorens, en J. I. Poveda, Bartlom Llorens. Una sed de eternidades, Rialp, Madrid 1997, p. 138. [255]. J. M. Pemn, Ante el Cristo de la buena muerte, en Pasin segn Pemn, Edibesa, Madrid 1997, p. 87. [256]. Juan Pablo II, Homila del 11-X-1998 en la Canonizacin de Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein). [257]. J. Escriv, Forja, n. 404. [258]. 2 Cor. 5, 14. [259]. Priester Poppe. Leven en zending, Amberes 1978, p. 17. Edward Poppe (1890-1924) es un sacerdote flamenco beatificado por Juan Pablo II el 3 de octubre de 1999. [260]. Lc. 15, 20. [261]. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes del 25 de marzo de 2001, n. 10. [262]. P. Urbano, El hombre de Villa Tevere, o.c., p. 371. [263]. M. Confesor, Carta 11: PG 91, p. 454. [264]. En M.-D. Poinsenet, Thrse de Lisieux, tmoin de la foi, o.c., p. 351. [265]. J. Escriv, Forja, n. 190. [266]. Mt. 9, 36. [267]. J. Escriv, Es Cristo que pasa, n. 64. [268]. A. de Hipona, De moribus, 1, 28, 56.
[269]. T. de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 21, a. 3. [270]. B. de Clairvaux, Sermn 1 en la Epifana del Seor, 1-2: PL 143. [271]. Juan Pablo II, Alocucin del 27 de julio de 1986, n 2. Cfr. Discurso del 29 de mayo de 1999, n. 3. [272]. Jn. 3, 16. [273]. Ef. 2, 4. [274]. Cfr. Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 2. [275]. Juan Pablo II, Homila de la Beatificacin de fray Cyprian Michael Iwene Tansi, en Observatore Romano del 25 de marzo de 1998, p. 2. [276]. Juan Pablo II, Mensaje para la Cuaresma de 2001, n. 2. [277]. Mt. 9, 12. [278]. Cfr. Mt. 18, 1-4; Mc. 10, 14; Lc. 18, 15-17; 9, 46-48. [279]. Mt. 11, 29. [280]. Discurso del 22 de noviembre de 1981 en el Santuario del Amor Misericordioso en Collevalenza (Italia). [281]. G. Thibon, Lchelle de Jacob, ditions universitaires, Bruselas 1945, p. 94. [282]. Cfr. T. de Lisieux, Carta del 9 de mayo de 1897 al P. Roulland en M.-D. Poinsenet, Thrse de Lisieux, tmoin de la foi, Mame, Tours 1968, p. 326. [283]. Cfr. Mc. 2, 13-17; Lc. 19, 1-10; Jn. 8, 1-11; Lc. 23, 39-43; Jn. 4, 1-30 y Lc. 22, 61. [284]. Sndor Mrai, El ltimo encuentro, Emec, Barcelona 1999, p. 120. [285]. 1 Cor. 4, 7. [286]. Cfr. Lc. 1, 48. [287]. Cfr. 2 Cor. 12, 9-10. [288]. T. de Lisieux, en M. Van der Meersch, Santa Teresita, o.c., p. 141. [289]. Cfr. Jn. 8, 1-11. [290]. T. de Lisieux, en M. Van der Meersch, Santa Teresita, o.c., p. 133. [291]. Cfr. Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 1768. [292]. En M.-D. Poinsenet, Thrse de Lisieux, tmoin de la foi, o.c., p. 362. [293]. Rom. 3, 31. [294]. Rom. 6, 15. [295]. Cfr. Comentarios a Rom. 3, 27-31 en el Tomo VI del Nuevo Testamento, EUNSA, Pamplona 1984, p. 148. [296]. T. de Lisieux, en J. P. Manglano, Orar con Teresa de Lisieux, o.c., p. 61. [297]. En W. Hnermann, El Padre de los pobres. Vida de San Vicente de Pal, Palabra, Madrid 1995, p. 209. [298]. Vase, por ejemplo, el clsico libro de Joseph Tissot, El arte de aprovechar nuestras faltas (Palabra, Madrid 1972), escrito a mediados del siglo XIX, que recoge las enseanzas de San Francisco de Sales. [299]. 2 Cor. 12, 8-10.
[300]. J. Escriv, Amigos de Dios, n. 194. [301]. T. de Lisieux, en M. Van der Meersch, Santa Teresita, o.c., pp. 134-135. [302]. T. de Lisieux, en J. P. Manglano, Orar con Teresa de Lisieux, o.c., p. 14. [303]. Cfr. especialmente Camino, nn. 864, 882, 887, 894 y 896; y Forja, nn. 345-347. [304]. J. Escriv, Camino, n. 267. [305]. Ibidem, n. 901. Obsrvese el doble sentido de la palabra pequeo. [306]. En M.-D. Poinsenet, Thrse de Lisieux, tmoin de la foi, o.c., p. 323. [307]. J. Escriv, Camino, n. 854. [308]. Ibidem, n. 853. [309]. Cfr. Rom. 6, 4. [310]. Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 13. [311]. 2 Cor. 12, 8-10. [312]. C. S. Lewis, El diablo propone un brindis, o.c., p. 124. [313]. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., p. 140.