La Conejita Rosa
La Conejita Rosa
La Conejita Rosa
PRÓLOGO
La siguiente es una narración hecha unas cinco semanas después del aconteci-
miento que pone fin a la historia a petición de una de sus protagonistas, basada
critura. Accedí sin embargo con dos condiciones: Una, que todas las demás in-
Luis Astaíza Echavarría, un joven pintor que, tras cursar la carrera de Literatu-
Corría el quinto semestre de un total de ocho, que la configuraban. Pero bien sea
bien fuera por cualquier otra razón, esa carrerita de mierda me tenía desinflado
y la verdad es que la continuaba cursando por pura inercia. Pero con una inercia
Sin contar que había optado por esta carrera en lugar de Ingeniería Electrónica,
cidad conceptual y analítica. Una carrera con todas las de la ley, como se dice. Y
no sólo eso. Había pasado, además, con el mayor puntaje en las pruebas de ad -
culo, etc.) en todo el bachillerato y el mejor también de física en los dos últimos
una excelente memoria, como por ejemplo la biología, la química y los idiomas,
me destaqué como uno de los peores estudiantes del salón. En el mejor de los
casos, regular.
En fin, esta carrerita la hacía ya por aquello de que “las cosas hay que terminar -
las, no dejar nada empezado”. Como ustedes saben, la consabida cantaleta que,
LA CONEJITA ROSA
Estaba decidido. El viernes de esa misma semana lo haría. Además, era una
buena idea. Podría escoger los cuerpos, tonos de piel y estaturas que quisiera.
Con ir una sola vez no perdía nada, además. Eso sí, no llevaría muchas “lucas”
(billete, mi gente, billete) por si acaso. No estaba para nada seguro de que el lu-
bocetos de arte erótico para los talleres de Dibujo a Mano Alzada, que eran de lo
poco que todavía me agradaba de todo ese fárrago de “materias sin materia gris”
porque... para expresar toda esa poesía, todo ese aroma de versos, que despide
por los poros la piel de un cuerpo desnudo de mujer, lo mejor, para mediana-
mente expresarla, sería hacerlo con una modelo de carne y hueso y no sólo de
memoria (para eso sí tenía y tengo una buena memoria) o basado en.… fotogra-
fías. Estaba la opción de hacerlo con una de las dos chicas que trabajaban para
mellando”. Fue así como concebí esa idea que en principio no le quise comuni-
car a nadie. El viernes de esa misma semana iría –nadie podría ya disuadirme–
a “La Conejita Rosa”, uno de los elegantes... prostíbulos que había visto de paso
en una de las calles del barrio San Nicolás que, aunque no se encontraba ubica -
do, como a primera vista su nombre lo hacía parecer, en la zona “rosa” de la ciu-
dad, no obstante, era un barrio tan de salsa, “perdición” y bohemia como cual-
La Conejita Rosa era un burdel que contaba, en el momento de esta historia, con
las demás de diversas ciudades del país: Cali, (sede y mayor proveedora), Mede-
De todas ellas sólo cinco hicieron parte de la presente narración como protago-
nistas. Este libro es también un homenaje a una de ellas. Quienes lo lean sabrán,
El sitio era apto por diversos motivos, pero sobre todo por dos: Uno, porque era
sentaba unos riesgos que nadie, de ninguna manera, se atrevería a negar. Y dos,
porque no era demasiado ostentoso, pero tampoco se veía de mala muerte. Y eso
significaba que, si bien los precios no serían muy bajos, tampoco, probablemen-
te, serían demasiado altos... para mi bolsillo. Esto si se tiene en cuenta que yo
iba a pagar, mínimo con la misma tarifa, por horas, como si fuera a usar los ser -
na”. No sabía qué tan lejos del lugar había parqueadero y eso, con seguridad, me
drían salirle al paso y ¡tenga! eso sería el acabose. Así que, tocaba taxi, no había
más que hablar. Lo que tenía la gran ventaja de poder llegar al sitio sin tener
que caminar una sola cuadra por un barrio tan áspero, tan candela como ése de
San Nicolás.
Cuando llegué, los parceros que hacían guardia en la entrada me hicieron entrar
por una especie de zaguán oscuro, levemente iluminado por luces violeta, que
conducía a una gran pista de baile, en torno a la cual se hallaban las mesas con
sus cuatro o seis o a veces más sillas para la concurrida clientela del estableci-
miento. Alrededor de la pista había una especie de pasarela para los espectácu-
los de estriptis, vale decir para las “empelotadas” que, en ocasiones con mucho
arte, casi siempre con total dominio y siempre con provocación y un abierto de-
safío a las convenciones de la moral y del pudor de marras, llevaban a cabo las
rra.
ra yo mismo.
sonal femenino en oferta. Era una sala especial, muy bien ornamentada, con si-
nas, como si se tratara de una pequeña y proscrita feria de las vanidades. Y, ha-
lino. Esto es, donde acudían los varones, ya bisoños ya curtidos, pero eso sí, falo
en ristre y unas dos o más copas en la cabeza a escoger, como si tal cosa, la presa
más codiciada y complaciente de su procacidad. ¡Lo que hay que ver en este
cita con la mujer de sus sueños. Al fin de cuentas iba con un propósito distinto,
mento, unas quince féminas de diversas edades. Otras quince, o más, se en-
edad. Era también la más entrada en carnes del grupo que allí se encontraba.
ne. Sus pletóricos senos en el acto me hicieron pensar en una vía láctea a punto
de desparramarse hacia la media luz de los salones, apenas se libraran del yugo
Para romper el hielo le pregunté cuánto tiempo llevaba en aquel sitio. Me pre-
guntó a su vez que para qué quería saber. Le dije que por simple curiosidad pero
que no estaba obligada a contestar. “Ocho años... Soy de las más antiguas” dijo
por fin.
–Y ¿cuánto tiempo lleva de haber comenzado operaciones este lugar? –me aven-
turé de nuevo.
–Creo que intentaré con otra –dije, después de unos minutos de incómodo si-
lencio–, si no te molesta.
–Aunque… ¿sabe? Es la primera vez que voy a hacer esto. Le voy a recomendar a
alguien…
–Se llama Julieta. Es la de cabellera negra abundante y crespa que está vestida
Y en seguida desplazó sus generosas carnes, vía láctea incluida, hacia la sala de
con muchas dudas. Esta Alicia acababa de rechazar olímpicamente “el país de
ría más preciso decir de táctica. La estrategia era al fin de cuentas la misma:
conseguir mis dibujos. Y eso no iba a ser posible sin una buena modelo. Una,
Me acerqué para observar la tal Julieta. No se veía nada mal, a decir verdad. Y
edad. Veintidós años, como supe después. Y digo mediana porque en ese burdel
había mujeres que oscilaban entre los 15 y los 36 años. Con las, demasiado jóve-
tendidos. Y con las muy veteranas, como me acababa de pasar, problemas quizá
de desconfianza.
Julieta tenía una piel de tono trigueño, no muy oscuro, que me agradó en el
acto, pensando en una eventual versión a color, una acuarela, por ejemplo... De
estatura mediana y una cabellera castaña, muy oscura, casi negra y abundante
y a la que ya me veía destilándole todo el jugo posible con mis pinceles, grafitos
y acuarelas.
Una vez en la mesa luego de las debidas presentaciones, notando de entrada una
acuerdo, un litro de ron, esperé un poco a que ella tomara la iniciativa en la con-
versación.
–¿A qué se dedica, don Lucho? ¿Puedo llamarlo así? –me preguntó, mientras
–Está bien. Pero no es así, mujer, si a quien te estás dirigiendo es joven, soltero
–Está bien, voy a intentarlo... ¿Y es en serio eso de que eres pintor y escritor? –
y libros con el de ella, hecho de alcohol, sexo y hastío– Nunca había conocido a
vaso con gaseosa y con nostalgia. No me pregunten por qué, pero a las prostitu-
–Claro que es en serio –le dije– ¿por qué habría de mentirte? Y... ¿conocés al-
–Conozco un pintor, ahora que lo pienso –suspiró ella–. Pero, a ningún escri-
–Lo que más hago es poesía, la practico mucho, aunque también hago uno que
–No, mentira, es que me da pena... No sé cómo decirlo... Mejor no, luego te pre-
gunto.
–No seas bobita, dale. Preguntame lo que querás, que yo no me voy a burlar, ni
–Es que me da pena. –la remedé–. No sé cómo decirlo. Mejor no, luego te pre-
gunto.
–Ok, entonces, ahí va la pregunta ¿Te gustaría que algún día te dibujara... que te
era que ¿cómo te parecía yo o, es decir, mi cuerpo como para un dibujo así? A
mí nunca, nadie, me ha hecho un dibujo de esos. En fin, ésa era la pregunta ¿te
cepillo ni nada de eso. Pero, sobre todo, tu cutis. Se ve muy delicado y agrada-
ble. Creo que es por el color. De verdad que es muy agradable, si no, no te hubie-
–¡Claro que sí! ¡me encantaría! –me interrumpió– pero ¿por qué, algún día?
JULIETA
En realidad, todo resultó más fácil de lo que había imaginado ¿se dan cuenta? El
En especial por ese fallido intento con la Alicia de abundante pechuga, pero es-
casas palabras. Por eso fui más circunspecto esta vez, más sutil y misterioso, si
suplicaba.
–Pues la verdad es que nada mejor quisiera que dibujarte –le dije–. No me lo
vas a creer, pero es a eso a lo que he venido hoy... Necesito hacer varios bocetos
para un trabajo que debo presentar para un taller de dibujo en mi carrera de Be-
llas Artes y pensé, nada mejor que venir a un sitio como éste... No sé si esto lo
hagan con frecuencia los estudiantes o los pintores, pero fue lo que se me ocu-
pago el valor que tenga ese tiempo tuyo aquí en el negocio, pero sólo que noso-
tros no tendremos... sexo ni nada por el estilo... a propósito, necesito saber ese
valor... Y, además yo te obsequio uno de los dibujos que haga durante ese tiem-
$80.000 por una hora, pero como vos me vas a regalar un dibujo tuyo, que ya
grande, porque todo lo que yo consigo en este sitio es para mis dos chinitos ¿no
te lo había dicho? tengo dos criaturitas... Y, además, una parte es para la admi-
nistración ¡Los avivatos se quedan casi con la mitad!... Así que, ahí te estoy res-
pondiendo...
pero no. Es más, al contrario, creo que te puedo ajustar hasta $90.000 esa hora.
Lo de tus chicos es sagrado (no sabía que tenías dos). El dibujo es un obsequio
aparte, que te hago con mucho gusto. No lo tengamos en cuenta... Estaba pen-
sando, eso sí, que una hora sería demasiado poco pues necesito hacer suficientes
bocetos... Creo que dos horas estaría bien. Así que, si es así, te podría pagar
$180.000... más el dibujo... Aunque pueden ser dos dibujos. Sin ningún proble-
ma.
–¿En serio? … Bueno, pues entonces cuando gustés –dijo ella–, pero... ¿estás se-
–Totalmente. Muy bien, muy bien –fue mi respuesta–. Entonces, antes que
dis del bohemio y casi me avergoncé ante mí mismo, es decir ante mi otro yo,
–¡Gracias! Yo brindo por haberte conocido y.… por tu linda amistad –sonrió ella
en forma lamentable. “¡Qué horror! –pensaba– En serio ¿qué irá a decir mi otro
yo?”
una vez que recogimos mi papelera con mi bitácora para bocetos, la bebida, la
gaseosa, las copas y un tazón de maní con uvas pasas que habían puesto en la
mesa, ella me condujo hacia una de las habitaciones del segundo piso.
aquella noche ¡Aunque fuera sólo por esa noche! de esa vergüenza humana, o
inhumana, más bien, que le obligaba a diario a vender su sexo y su cuerpo, de-
gradado a rango de mercancía, para que fuera penetrado por un montón de falos
sedientos y desconocidos. ¿No estaría ella pensando también que aquella noche,
por una sola vez en su vida, un artista le ofrecía la posibilidad de exhibir con
cente placer sexual de una horda incontinente de cerdos reprimidos, sino para el
disfrute y la inspiración artísticas? ¿No era acaso por eso mismo que ella había
¿No era yo acaso ¡Aunque sólo fuese por esa simple noche! su generoso y grato
salvador?
otra índole. Curiosamente noté que ella también lo tenía. En mi caso por el do-
ble motivo de tener una experiencia nueva y porque me iba a enfrentar, además,
Porque ahora, en ese preciso momento, me había surgido la idea, o el sueño, se-
ría mejor decir, de realizar una gran exposición individual de arte erótico. Una
óleos, en una muy bien escogida galería. Lo que no significaba otra cosa que ten-
nerviosismo con raíz en el hecho de que la experiencia era para ella todavía más
aquí no se trataba de un jurado sino del ojo de un artista sin duda exigente, por
lo apasionado con su trabajo, pero con la ventaja también de que aquí no tenía
rivales y sólo era ella y su desnudez frente al artista. Por lo demás éramos como
Así que empezamos a poner manos a la obra y, un poco a la manera del famoso
poema de García Lorca “yo me quité la corbata, ella se quitó el vestido, yo el cin-
turón con revólver, ella sus cuatro corpiños”, sólo que en este caso yo no me qui-
Aunque ya traído a colación, los versos siguientes “ni nardos ni caracolas tienen
En aquella oportunidad realicé 18 bocetos. Los hice todos con lápiz de grafito y
nas partes de su cuerpo como sus glúteos y sus senos. No quise usar el carbonci -
llo o el pastel por lo engorroso de la técnica. Son lápices (y peor aún si son ba-
rras) que sueltan mucho pigmento pulverizado, que ensucian y… en pocas pala-
Durante el tiempo que duró la sesión de aquella noche, que fue hecha con un in-
tervalo de casi dos horas, ella me contó su historia, la razón por la que había ido
eran esquivos. Secretos asomándose con tiento por una claraboya de la infancia.
yo, por otra parte, interrumpí en los momentos en que fue estrictamente necesa-
rio. Para hacer algún comentario o una pregunta, o para cambiar alguna pose, o
de lugar.
Tenía un hermano al que le llevaba cinco años, de nombre Alberto. Sus padres,
junto con ella y Alberto, lo mismo que uno de sus dos tíos paternos (un hermano
tenía diez años, el tío que vivía con ellos había intentado violarla. Aunque la ha-
bía a manoseado, sin que ella supiera muy bien lo que estaba pasando, aquella
vez se salvó porque cuando él se bajó los pantalones y sacó su miembro enhiesto
y comenzó a arrimárselo, ella había descargado un berrido por el susto que, se-
gún cree, debió escucharse a más de una cuadra de distancia. Le pareció (ahora
lo puede recordar entre risas) estar viendo un animal extraño porque se movía y
mató fue porque mi abuelo lo agarró por las muñecas y le decía que por favor se
controlara, que tuviera en cuenta de que era su hermano pero mi papá, le con-
testó «¿Mi hermano? ¡Papá, date cuenta de que intentó violar a tu nieta! ¿Es
que no lo ves?» entonces mi abuelo, ahí mismo le reviró «Pero hijo, eso no está
era de los que se quedaba callados, le volvió a revirar «Eso es suficiente para mí.
hermano. Y si vos lo vas a defender, entonces me quedé sin papá también ¿me
de la verdad –y dirigiéndose a mi tío que todavía estaba allí, con un ojo negro y
sangrando por la nariz– ¡Andá buscando dónde vas a vivir! ¡So perro! Yo no voy
a mantener aquí hijos que son una deshonra para la familia... ¡Te vas de esta
–Era lo justo ¿no? –le comenté–. Y menos mal que tu papá te creyó, porque sue-
le suceder que a una niña de esa edad ningún adulto le cree, incluidos los pa-
dres. Ahí está la prueba con tu propio abuelo, sin ir muy lejos.
–¿Nocierto?... La prueba está en que otro de mis tíos, es decir otro de los herma-
nos de mi papá (el que no vivía con nosotros) le dio asilo por unos dos meses,
mientras consiguió un trabajo para así poder pagarse una habitación. Mi mamá,
mi pobre vieja, murió de cáncer un poco más de un año después de todo eso. Yo
creo que eso fue lo que la llevó a la tumba. ¡Y eso que el hijo de perra no me al-
canzó a violar! Pero para ella fue como si lo hubiera hecho. Ésa es la verdad.
–Tenía mucha imaginación –comenté yo–, creo que habría sido una buena es-
–¿Tú crees?... Seguramente –continuó–. Tal vez hasta se sentía culpable. Y eso
la enfermó... En cuanto al viejo, ¿te cuento una cosa? Mi papá cambió mucho
conmigo a raíz de toda esa joda con mi tío. No es que me haya reprochado lo que
pasó ese día. No. Pero yo siento, o llegué a sentir que, de alguna manera, me ha-
¡de por vida! Entonces yo, con esa actitud de la persona que me había dado la
vida, hacía mí, quedé como sin rumbo ¿me entendés, Lucho? Sobre todo, des-
pués de que murió mi mamá. Con ella perdí la persona que más me quería en
Porque encima de todo mi papá empezó a tener preferencias, muy notorias ¿me
tener “relaciones” desde muy temprana edad, desde los trece. Como al año de
sé que iba a poner el grito en el cielo o que me iba a echar de la casa. Pero, nada
de eso, gracias a Dios. Todo lo que hizo fue preguntar quién era el papá y que si
quería tener a la criatura. Yo le contesté que sí, que lo quería tener y que el papá
“Cuando tenía yo 18 años murió mi papá. Le dio un ataque al corazón, una tarde
razón porque tuvo un... ¿cómo es que se dice cuando a una persona le intenta
–Eso y a una muy probable cirugía de corazón abierto porque tenía las arterias
tapadas, pero no quiso. Te cuento que mi papá era más terco que una mula. Se
le metió en esa cabeza que los médicos exageraban, que él de todas maneras iba
a esperar un tiempo a ver cómo iban las cosas. Pero las cosas no fueron para
ningún lado. Yo lo que creo es que él lo que quería era morirse y ¡se murió! Así
de simple.
“Sin la ayuda económica de mi papá, con mi pequeño Federico de 2 años, las co-
sas se pusieron feas. Antonio José se tuvo que retirar a mitad de su media carre-
ra y se pasó a vivir con nosotros (mi hijo, mi hermano y yo) en casa de los abue-
los. Entre tanto quedé de nuevo embarazada... y esta vez tuve una niña.
que se pusiera de pie para realizar algunos bocetos con poses nuevas, como por
“Aunque con dificultades todo marchaba normal. Por esos días Antonio José,
para agilizar la movilidad, había comprado una moto. Pero un mal día, dirigién-
blico se tragó un semáforo en rojo y arrojó al pobre Antonio José, con moto y
todo, a una distancia, según cuentas, de unos seis metros, cayendo su cuerpo de
espaldas contra el borde de un andén y dejándolo medio muerto. El tipo del bus,
sabiéndose culpable y cagado del susto, se bajó a mirar qué le había pasado y, al
verlo con vida, con la ayuda de un funcionario de salud pública, que por una
bendita casualidad iba de pasajero en el bus, lograron subir con mucho cuidado
a Antonio José y lo llevaron de inmediato a la clínica más cercana que había
salvaron la vida, gracias a Dios, pero quedó inválido el pobre. Perdió totalmente
sitio. Yo, en un principio te había dicho que debía conseguir sólo para mis dos
Antonio José. Y ¿Te digo una cosa? Él no sabe en las que yo ando. O lo sabe,
pero no me lo dice, porque también se da cuenta que no hay más remedio, por-
que yo empecé como vendedora, desde que él quedó inválido, pero con ese suel-
do no alcanzaba a cubrir toda la cantidad de gastos que tenemos. Yo, aún traba-
jo en ventas, pero sólo medio tiempo. Fue un arreglo que hice con el dueño, gra-
le tuve que decir que ahora sigo trabajando con turnos nocturnos, en un alma-
cén que funciona las 24 horas, pero él qué se va a estar tragando ese cuento. Só -
En todo caso, el “pajarito” no le funciona muy bien que digamos. Así que le toca
“La vaina es que tengo que vérmelas de lo lindo, porque lo de él no es sólo cues-
tión de alimentos, sino también de unos berracos medicamentos que debe to-
mar de por vida porque, para rematar, quedó con un dolor crónico intratable
el berraco seguro.
–Claro que te creo –le dije–. Con lo malo y corrupto que es el puto servicio de
te la conté toda.
Con seguridad ustedes, mis eventuales y amables lectores de este relato com-
las cinco horas o más en que estuve con ella, mientras terminábamos de beber el
litro de ron, gracias al cual, justo es decirlo, Julieta adquirió la suficiente locua-
la inhibición y la censura.
que sí, que sabía bastante de eso, pero que no le había sido posible conseguir
conseguirle algo de trabajo en línea, de tal forma que pudiera hacerlo en casa.
Que eso se llamaba freelance, que lo averiguaría y le avisaría. Me dijo que eso
En la práctica, sin que nos diéramos cuenta, el tiempo en que ella posó fue de
más de dos horas, unas dos horas y cuarto, pero ella me dijo que eso no impor-
taba. Sin embargo, al final y conmovido, como es obvio, por su situación, cuan-
do le cancelé lo que se había ganado, decidí hacerle un nuevo reajuste y le entre-
gué $200.000, que ella no me quería recibir, alegando que era demasiado.
ROSARIO
que eso se lo debía casi exclusivamente a ella. Le dije que ya lo del trabajo a pre -
sentar en la tal Escuela de Bellas Artes no era lo que más me interesaba y que
mis intenciones iban mucho más allá de eso. Que tenía el firme propósito de
completar una serie de trabajos con diferentes modelos, de tal manera que los
dibujos y pinturas fueran, lo más diverso posible, no sólo por la técnica y los me-
dios a emplear, sino también por lo representado, vale decir las modelos con sus
cuerpos, rostros, cabelleras y con sus cutis mestizos, negros, blancos, mulatos,
etc., todo ello con el propósito de realizar en principio una gran exposición de
Su comentario fue tan honesto como amable “Yo de eso no sé nada, Luchito,
pero me suena maravilloso todo eso. No sé explicar por qué. Además, si vos lo
decís, por algo será. Yo lo único que te puedo decir es que podés contar conmigo
pa’ las que sea... Porque supongo que necesitarás hablar con algunas de ellas y
–Nada te agradecería yo tanto como eso –le dije. Y además sería una ayuda la
berraca. No te imaginás…
–Lo haré con todo gusto, ya sabes –contestó.
–Hay unas... tres. –dijo, dirigiendo su mirada hacia el techo, como quien hace
cuentas o trata de recordar– pero yo sólo he tratado a una. Eso sí, es del otro
no mañana le hablo y le cuento de qué se trata. Estoy segura de que eso de que
yo ya haya sido tu modelo le va a dar más confianza... Mejor dicho, la sola envi-
dia, ya verás...
que todavía tengo bastante camello para dejar listo lo que voy a exponer además
de los bocetos. Eso me toma quizá la semana entera. Te voy a dar mi número ce-
lular, por si... cualquier cosa. Sólo quiero hacerte una recomendación: no le ha-
formas tiene una tarifa diferente a la mía, un poco más elevada. No sé si eso sea
problema...
–No estoy muy segura –me dijo–, pero me parece que cobra $100.000 por la
hora...
–Bueno, si no es más de cien mil, se los puedo pagar, en ese caso, sin ningún
reajuste.
–Lo vas a hacer de buena gana, ya verás. ¿La cito entonces para el próximo vier-
nes?
Fue así entonces como conocí a Rosario. Julieta la había contactado telefónica-
mente y la había citado en el burdel para comentarle, con pelos y señales, todo
lo que había sucedido, enseñándole incluso los dos dibujos. Conviniendo con
ella, en conclusión, una cita conmigo a las siete de la noche de ese viernes si-
todo el burdel. Pero ella le había asegurado que eso de que la dibujaran, por
nada del mundo se lo iba a perder. En efecto, la envidia de la que hablaba Julie-
Rosario era una muchacha negra escultural. Y digo “negra”, no “afro”, ni “more-
na”, ni “de color”, ni nada por el estilo, porque no he conocido otra etnia como
ésa, del Litoral Pacífico Colombiano, que deteste más los eufemismos, sin que
incluso tengan la menor idea de qué es eso. ¡Ellos son negros y negras y punto!
Era muy joven. Y no había nada en ella que no llevara el sello del África profun-
acento, –en que se reflejaba un espíritu alegre y jocoso, típico del Litoral Pacifi-
co–, hundía sus raíces en el gran continente africano. Y todo lo demás, su risa
y sus glúteos de una casi perfecta redondez. Como les digo, el continente afri-
cano retoñando en esa hermosa muchacha a distancias enormes del tiempo, del
mar y de la tierra.
historia. De tal manera que el asunto empezó a ser algo parecido a un ritual y
era una buena manera de encontrar confianza mutua. Estas mujeres siempre
tienen algo que contar. En realidad, mucho que contar. Lo que no tienen es in-
las circunstancias no daban para otra cosa. No está demás insistir en algo que ya
ninguna publicación, ninguna divulgación. Ésa fue una idea que luego surgió.
Así que no quedó registro de ninguna índole de todo lo que escuché. Recurro,
compartirlo con ustedes. Pero lo peor que puede pasar es que se me escapen al-
A diferencia de Julieta, Rosario era locuaz por naturaleza. Y eso que la retahíla
mos la certeza de que no fue por cohibición o parvedad alguna. Simplemente eli-
gió para contar lo que era de su interés y nada más. Como el pescador cuando
recoge su atarraya repleta y escoge solamente los ejemplares de su interés y los
demás se los devuelve al río, para que sigan siendo peces, no pescados.
salir pa’ ningún lado. Quería tenerme todo el día camellando en una venta de
empanadas que tenía, sin pagarme un centavo. Y eso no aguanta ¿diga? Ade-
más, esa señora era un ogro, gruñón y regañón, que me trataba muy feo. Ni mi
papá, que era un buscapleitos de lo peor, me llegó a tratar tan mal. Claro que él
no vivía con nosotras. Él nos había abandonado cuando yo tenía cinco años. Y
de remate, unos años después, lo mataron en una riña que tuvo con unos mato-
nes cuando salieron ¡de una riña de gallos! ¿Podés creer? Bueno, pero eso es ha-
“Me largué con un buen fajo de billetes que la Cornelia, mi “cucha”, guardaba en
un armario bajo llave. Lo que pasó fue que un buen día dí con el escondite de
esa berraca llave. Y en un descuido de ella fui y le hice sacar una copia. De allí en
adelante todo no fue sino cuestión de prepararme para el viaje. Así que metí
toda la ropa que más pude en una mochila y cuando estuve lista, aprovechando
una visita que la vieja le debía a su hermana abrí el berraco armario, saqué todo
“Me fui derechito pa'l Terminal de buses y compré el pasaje del viaje que ya es-
taba próximo a salir, sin importarme a dónde iba porque me imaginaba que a
¿diga? El que más rápido salía iba con destino a Pereira y había que esperar a
que se llenara. Por fortuna sólo le faltaban tres pasajeros. Pero aun así se demo-
ró casi media hora y ya te imaginarás lo que sufrí esperando. Esa media hora se
me hizo un siglo. Cuando arrancó yo volví a nacer y ¿me creerás si te digo que
cuando el bus atravesó la ciudad –lo que obligatoriamente tenía que hacer–, al-
cancé a ver a mi cucha que iba caminando, como alma que lleva el diablo, sin
sospechar en lo más mínimo que yo iba en ese berraco bus, encogida y echada
hacia abajo para que no me viera y a menos de diez metros de donde ella estaba?
“El caso es que a Pereira fui a dar. Aunque, para ser franca, tenía un culillo muy,
muy, pero muy grande, porque ¿no ves que ¡una toda sardinita, allí!? ¡Ay no! ¿Y
sin conocer a nadie? ¿Y en una ciudad bien lejos de la de uno? No, llave, eso no
aguanta…
“Pues no me vas a creer lo que pasó –prosiguió–. Unas dos horas después de
que me bajé de ese bus y comí algo en la terminal de Pereira, me puse a averi -
guar dónde podía pasar la noche Y estando en esas, una señora que me alcanzó
miento, pero lo que es mejor, te puedo hacer ganar algún billetico, y así, de paso,
me podrás pagar la piecita ¿Qué te parece? ¿No te gustaría ganar un buen bille -
te?’ ‘¿Y yo qué tengo que hacer?’ fue todo lo que le contesté, sin saber en qué
diablos me estaba metiendo, pero como no tenía de otra. ‘Tranquila, mi amor –
me dijo–, no tendrás que matar a nadie ni nada por el estilo. Tampoco es nada
de drogas’.
“Mejor dicho, Lucho, para no echarte todo el rollo, la señora ésa, que se llamaba
tipos muy adinerados y con altos cargos públicos la mayoría, que la conocían y
la buscaban para eso. Y esa señora, que tenía una casa enorme, de dos plantas,
como con nueve piezas y hasta sótano, lo que tenía allí era una casa de citas disi-
mulada ¿diga? Sólo que las muchachas no vivían allí. Ella les cobraba el alquiler
por horas a cada una y a los clientes una comisión. Yo sé que te estarás pregun -
tando por qué rayos hizo una excepción conmigo. Bueno, eso es algo que sabrás
a continuación.
–Pero, por lo que me estás contando –le dije–, ni tan disimulada era la tal ‘casi-
ta’ ésa. Mejor dicho, era una verdadera casa de citas. Ni más ni menos.
–Pues sí, tenés razón. En todo caso las cosas marchaban bien ¿diga? Yo cobraba
mi billetico a los tipos, a lo bien, y de allí sacaba para pagarle a doña Zoyla su
arriendo, sin problema. Y hubo una cosa rara, en serio, es de no creer... como a
los cinco meses de estar allí, doña Zoyla no me volvió a recibir lo del arriendo.
Me dijo que no lo necesitaba, que ella ganaba más que suficiente. En todo caso
ese rollo me desconcertó mucho, la verdad. Pero, en fin, todo de maravillas. Me-
jor, imposible...
“Hasta que un día un marrano de esos se quiso pasar de listo y se iba a volar sin
pagarme. Y eso que ya me debía dos cuotas, porque una semana antes me había
pedido el favor de que le diera espera, que lo que pasaba era que se le había que-
que yo entré un momento al baño, se fue yendo calladito, el hijueputa. Sin em-
bargo, yo me alcancé a dar cuenta y salí, pero antes agarré un espray plástico, de
esos que se usan para echarse antibacterial, pero grande... y estaba llenito, lleni-
to; fue lo más apropiado que encontré por allí, así que cuando lo tuve a tiro,
como a unos dos o tres metros, se lo arrojé con toda la fuerza que pude y le di en
salí disparada y me encerré con llave en mi cuarto. Él, claro, cuando se repuso
la puerta y gritando ‘¡Salí so gran puta y verás! Vos no sabés con quién te estás
metiendo, animal. Te voy a poner una demanda por intento de asesinato ¡salí,
nomás!’ Pero en ese momento doña Zoyla había bajado y le decía al tipejo ese
‘¿Qué es lo que pasa doctor?’, y el tipo: ‘su hija intentó asesinarme. Y eso no se
va a quedar así. La voy a demandar penalmente. Qué pena con usted’ y entonces
ella me preguntó ‘¿Qué es lo que sucede Rosario? ¿Es cierto lo que este señor
dice?’ ‘No, mamá, no le crea nada, le contesté, y era la primera vez que le decía
mata a nadie. Ese tipo es una rata, mamá, me quería hacer ‘conejo’ y son dos
cuotas las que me debe’ a lo que el hijo de puta, que se seguía agarrando la cabe-
za, contestó ‘Pues, ahora ni la una ni la otra voy a pagar. Esta misma semana ve-
rán quién soy yo. ¡Aténganse a las consecuencias!’ Y este señor que dice eso y es
como si se le hubiera metido el mismo diablo a esa señora. Así que le dijo bien
claritico ‘Mire, doctor, a mí, usted no me viene a amenazar. Vaya ponga las de-
abogado, conocido... Ya verá cuando todo esto se riegue como pólvora. Acuérde-
se que hoy tenemos las redes sociales, doctor. Vaya, nomás, vaya. Y aténgase a
–Pero tenés una excelente memoria, mujer –le dije yo–. Estoy realmente sor-
prendido.
“Entonces la rata esa salió sin despedirse y yo le pregunté a doña Zoyla ‘¿Ya se
fue?, ¿puedo salir?’ Pero ella, muy cautelosa me dijo ‘No, mi amor, no vayas a
salir todavía... Hasta que estemos bien seguras de que se fue’... Y, preciso. El in-
feliz se devolvió, con el dinero y dijo ‘Aquí tiene, toda su berraca plata junta, se-
ñora. Pero dígale a su hija que es mejor que se cuide. Esto no ha terminado. Us-
tedes no tienen ni tendrán nunca, cómo probarme nada’. En ese momento, doña
Zoyla esperó a que saliera y le hizo señas de que aguardara a una de las niñas
que hacía unos minutos había salido con su fulano de una de las habitaciones y
preciso instante, le dijo al zoquete del abogado, sacando su celular del delantal
que casi siempre llevaba, ‘Aquí le tengo, doctor, y le mostraba el celular, grabada
toda la conversación que tuvimos ahora. Con sus amenazas... Usted que me le
toca un pelo a mi niña y yo que, no sólo lo demando, sino que empiezo a regar
este audio por las redes sociales y por todas partes. Además, aquí tengo dos tes-
tigos, por si hace falta’. A la rata esa aún le quedaron ganas, después de todo, pa’
A esta altura la llevé a adoptar diversas poses de pie, con escorzos más difíciles
aún que los de la silla. Escorzos que, a ella no obstante se le facilitaban mucho
dada su contextura elástica que parecía de una atleta. Cosas, ésas, que de todos
¿Lo sabías?…
–Por supuesto que sí –le dije– ¿Por qué te iba a mentir?... Pero, dale. No quiero
–Está bien –me dijo–. Pero puedo hacerte una pregunta algo… cómo se dice…
–¿Indiscreta?
–¿A vos no te entran ganas, Lucho, de estar, con alguna de nosotras? De estar,
quiero decir…
mente la pregunta. Vos qué creés ¿qué soy gay? ¡Claro que me entran ganas!
Con semejantes bellezas ¿cómo no me van a dar ganas? ¿a quién no le van a dar
–Claro que te entiendo –me aclaró a su vez ella–. Pero en mi caso, no tendrías
que pagar por una revolcada… ¡Ups! ¡qué vergüenza, lo que acabo de decir!...
–No tenés por qué avergonzarte, linda –de nuevo le aclaré–. Por el contrario,
me parece muy valiente, y muy generoso, lo que acabás de decir. Muy tentador,
además. Pero no. Me voy a mantener en la raya. Aunque parezca el más maricón
de los maricones…
–No sos ningún maricón, Lucho –me afirmó ella–. Por el contrario, creo que así
son los varones de verdad. Son firmes. Los maricas son los que no tienen volun-
–Gracias por entenderme, preciosa –intenté concluir–. Pero por favor, seguí
–Bueno, está bien –continuó–. Lo que después sucedió fue que doña Zoyla me
dijo, cuando ya se habían ido los otros dos también, ‘Aquí tienes mi niña toda tu
platita junta. La hemos recuperado’ Y yo, lo menos que podía hacer, luego de re-
cibirle los billetes, fue prácticamente arrojarme sobre ella para darle el mejor de
los abrazos ¿diga? Y ella, claro que también me abrazó, pero con una emoción,
no llore, mamá Zoyla, no llore’, pero ella más lloraba... ‘Ahora lo que más me
preocupa, me dijo entre sollozos, es que el cabrón ese te llegue a hacer algún da-
ño... Hasta tu vida puede estar en peligro. Y eso no me lo perdonaría jamás’. ‘No
se preocupe, mamá, le dije, ya sé lo que voy a hacer. Pero por ahora, no hable-
mos más de eso. Luego le cuento. En todo caso fue muy buena idea de su parte,
–Eso te iba a decir –comenté yo–, qué astucia la de esa señora, con eso de la
grabación…
“Pero no, Lucho –me aclaró Rosario– ¿sabés que me contestó? Que ella no ha-
bía grabado nada, que había dicho eso nomás por asustarlo.
–Pues eso es, o igual de astuto, o más astuto todavía. ¡Qué inteligente debe ser
esa señora!
–Eso ni lo dudés Luchito, pero más que lo inteligente es lo linda que es. Lo bue-
preguntarle ‘Mamá Zoyla, ¿puedo preguntarte algo, y era la primera vez que la
tuteaba, sin que te vayas a ofender?’ ‘Vamos, mi niña, me contestó, con esa pre-
que me tutees’. ‘De acuerdo, le contesté yo, pero antes quiero dejarte muy en
claro que tú, para mí, has sido más que una bendición. Mucho más que una ben-
dición ¿Está bien?... Ahora sí, le dije, la pregunta que yo te quiero hacer desde
hace días es... ¿Por qué eres tan especial conmigo, por qué me quieres tanto, si
te bendición?’
“Doña Zoyla en ese instante se quedó como muda, pero reaccionó rápido y dijo
‘Ok., mi amor. Te voy a confesar algo que con nadie me gusta hablar en esta
vida. Este diciembre van a ser cinco años, que yo perdí una hija que tenía casi tu
misma edad. Ella vivía en Cali y para la navidad de ese diciembre, exactamente
el día 23, ella me llamó para anunciarme que vendría a visitarme, que viajaría el
Y yo, por supuesto, qué alegría hija, qué alegría mi corazón. Aquí estaré aguar-
desde antes de las siete. Antes de continuar ¿sabes qué es lo mejor de esta histo-
ria? Que mi Juanita (así se llamaba mi niña) era una negrita así de linda como
tú. Su papá era un señor afro muy apuesto de Quibdó que se llamaba, o se llama,
porque no se ha muerto, Plutarco. En todo caso ella había decidido viajar por
tierra porque los pasajes por avión desde Cali son costosísimos. Lo cierto es, co-
“Debo aclararte, en este punto, Lucho, que la voz de mamá Zoyla le salía entre-
cortada y como entumecida por el dolor. Así y todo, continuó: ‘Nada se supo de
ella ¡durante diez días! Al cabo de esos días supe por las noticias que su cuerpo
había sido encontrado sin vida, maltratado... Y había sido violada’, y aquí su voz
prendo mucho tu dolor, mamá Zoyla, no sabes cuánto lo siento’, entonces ella
fin regresando de Cali. Incluso me siento bastante mal, muy avergonzada, por
haberte ofrecido lo que te ofrecí en ese momento... Pero era lo que tenía ¿Te das
cuenta?’
“Entonces yo le contesté: ‘No tienes por qué culparte por eso. Para mí ha sido de
veo nada malo... Y ganarse unos pesos con eso, pues, tanto mejor’... ‘No digas
tá nada bien. ¿No viste lo que te acaba de pasar?’ ‘Bueno sí, pero eso es ocasio-
nal’ le dije yo. ‘Mira, mamá, cambiando de tema, le seguí diciendo, yo también
tengo mi secretico. Ese día que tú me encontraste en el terminal, yo venía de vo-
lármele a mi mamá. Y no la quería volver a ver. Luego te cuento por qué. Así que
mira cómo son las cosas... Yo perdí a mi mamá y te encontré a ti... y tú perdiste
una hija y me encontraste a mí’... Entonces, en ese preciso instante, nos dimos el
abrazo más grande, como de madre y de hija de verdad. Y esta vez lloramos jun-
“Pero entonces yo aproveché ese momento para contarle lo que tenía pensado
para ponerme a salvo del tinterillo ese, como le llama mamá Zoyla: ‘Mira, ma-
má, el plan del que te había hablado es el siguiente: Yo me voy de Pereira duran-
te algún tiempo para la ciudad de Cali. Lo que sucede es que una de las chicas
que he conocido acá es caleña y conoce un sitio que se llama La Conejita Rosa.
Ella me ha dado todas las indicaciones para llegar allá. Una vez que lo encuentre
voy a trabajar allí para seguir ganando plata y ahorrando. Como te digo, sólo por
algún tiempo... ¿Qué te parece?’ A lo que ella me contestó ‘Pues el plan, como
tal, está muy bueno, pero ¿por qué tiene que ser Cali? Yo no es que sea supersti -
le dije ‘¡Cómo se te ocurre! No me vas a perder. Vuelvo y te repito, será sólo por
con eso que me estás diciendo, pero pongámosle energía positiva… mira, se me
acaba de ocurrir una cosa. Es buena onda que sea en Cali, precisamente ¿Sabes
por qué? Porque cuando yo regrese de allí vas a sentir que es tu propia Juanita
la que por fin regresa de Cali’... ‘Qué inteligente eres, mi corazón me dijo ella.
Ahora sí me desarmaste. Está bien, me has convencido, pero en cualquier caso
yo voy a estar pendiente de ti. Porque quiero que, cuando regreses empieces a
estudiar y te retires de esta basura. Yo me hago cargo de ti’ ‘Está bien, le dije, te
lo prometo, pero con una condición, mamá: que cuando regrese, te hayas desen-
me dices?’ ‘Ay mi amor, me dijo, tú si eres una diablilla. Me has puesto entre la
De acuerdo’.
“Así que, ésa es mi historia, Lucho. Ahora ya sabés por qué estoy aquí”...
–Estupe qué?...
–Ay Luchito, esas palabras tuyas. Hablame en cristiano ¿sí?... Escritor tenías
que ser...
quiriste una nueva. Eso es de no creer... Y con eso de que suspendiera el prostí-
tu parte...
–Gracias, Lucho ¿cierto que sí?... ¿Sabés en qué estaba pensando? En la cara
todo eso...
–¿Creés que le gustará?... Yo lo que creo, por lo que me has contado, es que se
va a poner celosa...
–Bueno, mirá, ya es bastante tarde –la apremié–; te propongo una cosa, cora-
–Con seguridad que sí. Pero no dejemos la mesa sola. Si querés esperame, yo
voy y la busco...
Cuando Rosario regresó con Julieta, lo que hicimos fue concretar la próxima in-
vitada. Y esta vez fue Rosario la que afirmó conocer una chica muy linda cuyo
nombre era Salomé. Julieta sabía quién era, aunque no la había tratado. Y las
dos se comprometieron en hablar con ella. Les recordé que debí ser con una se-
mana de por medio, para yo tener tiempo de realizar mi trabajo como lo hice en
el caso de ellas.
Les dije, eso sí, que yo me encontraba muy complacido, muy contento de lo que
estaba haciendo, pero sobre todo de haberlas conocido. Me aseguraron que ellas
todavía más. Les dije también que, al paso que iban las cosas, la futura exposi-
ción a ayudarme en lo que fuera necesario, de todo corazón. “Lo sé –les dije–,
Ese par de muchachas, que con seguridad más de uno trataba con desprecio o
hacerlo andar sobre ruedas, o sobre aguas, casi sin mi intervención. Así de sim-
ple.
una lámpara encantada ante mis ojos, un toque humano que tampoco fue pla-
neado. Este proyecto había surgido casi por generación espontánea, no como la
totalmente diferente.
SALOMÉ
Salomé fue sin duda una excelente selección del grupo de modelos que hasta ese
En el arte, sin embargo, existe una norma generalizada según la cual lo que vale
caso de la pintura y el dibujo esto equivale a decir que la realidad (el modelo, en
este caso) no es más que un pretexto para la ejecución de una obra interpretada
tista y en la que éste da rienda suelta a su imaginación. Esto, claro está, a condi-
ción de que no se trate de un simple retrato, con el que no se busque más que la
allá hasta lograr una manifestación plástica muy personal, pero sin llegar a ser
ellas, al seleccionarlas (y, de hecho, lo acababa de hacer con Salomé), los atribu-
los que yo, mediante la ejecución de la obra, daba un cauce distinto, esta vez sí
estético, más que sexual o, dicho de otra manera, un cauce en que lo sexual pa-
saba por el filtro de lo estético mediante un proceso que, si mal no entiendo, po-
dría llamarse acaso sublimación. A propósito ¿qué habría dicho Freud al respec-
to?
Su cutis era trigueño claro, con una vellosidad en sus brazos a medio camino en-
trigal. Sus ojos eran grandes y vivaces y su boca llamaba la atención por un ric-
tus permanente de sonrisa que, como si fuera un sello, daba a su rostro una ex-
paradoja? por sus bellas mujeres, como lo pueden ser Cali, Medellín, Ibagué,
Cúcuta o Barranquilla por nombrar sólo algunas. Es gente, eso sí, con fama bien
cepción.
Expondría los trabajos que estaba realizando con cada una de ellas (hasta ese
tos, es decir, los dibujos realizados “en acción” (con el modelo presente), para
un total de 60.
Todos los demás para trabajo sobre mesa o caballete distribuidos así:
suficientemente grande como para requerir, con seguridad una sala de muy
buen tamaño.
Y, otra cosa: Ahora toda la ayuda económica que yo recibía de parte de mis pa-
ni de mi exposición ni de nada.
Por otra parte, la bola de que yo era un pintor que andaba en el burdel consi-
guiendo chicas para pintarlas y no para “culeárselas” y que además les pagaba
bien, ya se había regado, no sólo entre ellas, sino también entre la abundante
clientela “fálica” que visitaba el prostíbulo sobre todo los fines de semana y es-
pecialmente los viernes y los sábados. De tal manera que, sin pretenderlo y casi
las “conejitas” querían conocer para conversar y, de ser posible, posar para que
las dibujara. Mientras que para los “cerditos”, que frecuentaban el afamado bur-
del, yo debía ser, o bien motivo de envidia o, de seguro un marica, porque es que
eso de acudir a un sitio como éste y no comerse a ninguna de estas bellezas era,
del eventual público consumidor un deleite aún mayor que el producido por un
desnudo a secas, toda vez que la semitransparencia de una prenda de tal natura-
na, por la simple razón de que estimula la imaginación, constituyendo todo ello,
Reto que yo con el mayor de los placeres asumí, pues al final de cuentas el ver-
dadero desafío estaba en saber transmitir –con un lápiz o carboncillo, trazos, es-
sentía, en vivo y en directo, digamos, a ese futuro público observador, que lo dis-
Ese reto me confería a mí, en tanto artista, una doble misión: por un lado, la
ese deleite o, lo que es lo mismo, de un placer erótico. Pero, por otro lado, la
transmisión, por parte del dibujo mismo (o la pintura misma), de un placer esté-
propósito), deja de ser el simple y llano referente de una realidad, vivida o no,
cindir de esa realidad. Deja de ser, como dijo algún crítico cuyo nombre he olvi-
mente cierto para las que florecieron durante todo el incandescente y prolífico
siglo XX– se logró ganar a plenitud el reconocimiento del mundo como una
ella, como sucede por ejemplo con el arte abstracto. Pero no son esas cotas, por
de un rato en todo caso, y bajo el efecto de unos cuantos rones, el racimo se em-
pezó a descolgar...
Había vivido buena parte de su infancia en el campo, en una finca muy pequeña
que sus papás tenían muy cerca del municipio conocido como San Martín de los
Llanos. Además de sus padres vivía, en el mayor hacinamiento, con seis herma-
nos y cuatro hermanas, siendo ella la tercera de toda la camada después de una
En su más temprana adolescencia, sin duda por ese mismo hacinamiento, había
vez las había tenido con su hermana mayor. Esta última, en un arranque de ce-
los los había “aventado”, a Salomé y a su hermano, con sus padres, sin importar -
le que éstos fueran a hacer lo mismo con ella. Lo que, en efecto, hicieron. El es -
cándalo y el castigo por parte de los padres fueron mayúsculos. Cada uno de
ellos fue azotado con un rejo de arrear bestias, tanto por parte de la madre como
del padre. En la espalda de Salomé aún podían verse algunas cicatrices que nun-
ca se borraron.
Unos meses después ella fue trasladada a Villavicencio a casa de una tía, con el
pretexto de que pudiera cursar estudios de bachillerato. Estudios que nunca ter-
minó porque conoció una amiga que la inició en el consumo de drogas alucinó-
tivo y anfibológico ya que evoca tanto el Lejano Oriente como los Llanos Orien-
tales. Ella había aceptado meterse en todo ese par de rollos por dos razones.
Una, porque el ambiente familiar con sus hermanos y papás era para ella opresi-
rollo era además el medio para obtener los recursos que el primer rollo deman-
sentimiento y el odio hacia sus padres que, igual que las cicatrices de su espalda,
–Lamento mucho todo por lo que has pasado –le dije–. Son cosas muy terribles
y penosas.
que había en la habitación para sugerirle otras poses. Luego añadí–. Y, si te pue-
–Lo que pasó –contestó ella–, fue que, pasado un buen tiempo en ese burdel
¿cuánto? no sé, unos dos años y medio, tal vez más, conocí un tipo que era para-
jante apodo. El tipo en un comienzo se portó bien conmigo, para qué… No sólo
me sacó de ese hueco y de ese oficio, para que lo acompañara en sus actividades
que, por lo que empecé a darme de cuenta, eran muy peligrosas, sino que me ha-
cía buenos regalos, más que todo joyas y ropa. Pero cuando me dí de cuenta
como era que conseguía el billete y que el tipo era un asesino de lo peor, que ya
se había “llevao”, como mínimo, a cinco cristianos, por lo que pude averiguar y
que además sacaba pecho diciéndolo, no sólo caí en cuenta de lo del apodo, sino
que caí en cuenta también de que lo que tenía que hacer era volarme de allí. Lo
“Con decirte que en una ocasión había dirigido una operación contra un grupo
de once «guerrillos» que se habían reunido en una finca para planear no sé qué
por un chivato que tenían entre los guerrilleros. Pues resulta que los cercaron y
como los «guerrillos» en ese momento no tenían armas suficientes, los acribilla-
ron y de una vez habían muerto tres. A los que quedaron vivos (según me contó
‘Gatilloflojo’ que se llamaba Alirio, no te había dicho), los cuales se habían ren-
dido, los amarraron a unas sillas que había allí y los habían degollado con… ¿có-
mo se llaman esos aros de alambre que se ponen alrededor de algo y a los que
con una varilla atravesada por un lado se les va dando vuelta para apretar?...
flojo” ése me contó, dándoselas de muy berraquito, que él les ordenó a algunos
de los suyos que fueran por alambre de púas del que había en las cercas de la
finca y que hicieran unas especies de bandas entorchadas alrededor del cuello
de cada guerrillero para que él, con una varilla que encontraron por allí, pudiera
darle vueltas al torniquete hasta ver sangrar los cuellos en medio de los aullidos
desgraciado que lo que más le divertía era ver como los cuellos y las caras de los
tipos se iban poniendo coloradas por toda la sangre que se les iba acumulando
en la cabeza con cada vuelta del torniquete. Me dijo finalmente que cuando lle-
vaba cinco degollados les había dejado los tres restantes a los demás porque las
que, además, él mejor se iba a dar una vuelta por allí cerca porque el griterío de
“Cuando terminó de contarme, Lucho, yo, de pura bruta, me atreví a decirle que,
amarrado, que además ya se había rendido. Pues ¿sabés lo que hizo el malpari-
do? (porque éste sí que es un verdadero malparido) me lanzó una bofetada con
su manaza que de una vez me arrojó al suelo para luego rematarme con su voza-
rrón «¡Silencio, perra, que no sabés de lo que estás hablando! ¡esos hijueputas
animal. Me lo merezco».
–Yo lo que creo es que fuiste muy valiente –le dije–, ¡demasiado valiente!
–¿Pero ves, Lucho? Ese señor era un peligro. Era un asesino con todas las de la
ley, en resumidas cuentas. Un bestia que por cualquier salario de mierda o hasta
le pareciera sospechoso. Sin dársele nada. Pero nada, es nada. Y yo no iba a ser
Salomé llegaba a esta conclusión –pensaba yo– por una simple combinación
rales y sociales) del contexto político nacional o cosa parecida, en que se desa-
rrollaban los hechos que, a ella, tanto como a cualquier otra persona, podían
afectar. Las coordenadas políticas en que se podía situar este relato estaban a
que no tenían nada que ver con ninguna guerrilla pero que, en operativos con-
las crestas más altas del accionar del paramilitarismo bajo el pomposo nom-
–Para completar –continuó ella– se jalaba unos celos que ni te imaginás, Lucho.
necesidad, sino porque era una puta sin arreglo. Y en cierta forma tenía razón,
porque, como ya te dije, yo me inicié en esta vaina, bueno, sí... necesitaba dine-
ro, no voy a decir que no, pero no fue tanto por eso, sino porque me daba una
ción yo me sentía, y me siento libre, por la sencilla razón de que se lo puedo dar
más, de que alguien me vaya a azotar por eso ¿te das de cuenta?
“El hecho es que yo empecé a tenerle miedo también por su maldita desconfian-
tipo con que me encontrara, sin averiguar nada, o bien me pasaba al papayo a
mí, o a los dos juntos a la vez… Así que empecé a juntar todo el billetico posible
con lo que me ganaba como ‘mula’, haciendo entregas de droga y pasándola, con
pios. Cuando junté lo suficiente, en una de esas salidas que hacía casi siempre
para llevar a cabo alguno de esos encargos que ya sabemos, me pisé, primero
para Bogotá. Pero como Villavicencio está tan cerca, yo no me sentía segura para
un par de meses, más que todo con el fin de averiguar sitios buenos en otras ciu-
dades, como Cali o como Medellín o como Bucaramanga. En todo caso, lo más
“Fue así como supe de ‘La Conejita Rosa’, que de inmediato me llamó la aten-
ción por todo lo que me contaron. Además, por estar ubicada en Cali. Esta ciu-
dad me mata. Siempre me ha parecido muy bacana. Así que aquí me tenés, Lu-
estándar, ya que no podía pagarles menos a unas que a las otras, si su trabajo
era el mismo– ¿creés que es posible encontrar a Julieta y a Rosario, para que
–De acuerdo ¡Andá a buscarlas!, te prometo que aquí estaré aquí –le dije yo ce -
lebrando su apunte.
Salomé regresó unos quince minutos después, pero sólo con Julieta. No había
vieran le hicieran saber que el pintor y ellas la estaban buscando. En todo caso
yo las convidé a ellas para que hiciéramos el primer brindis de la noche, lo que
les agradó… Seguidamente Salomé llenó las copas y cuando nos las hubo entre-
–Ok., que sean ustedes quienes comiencen a brindar… Pero, por favor, no me
vayan a hacer llorar, como Julietaaaa –y en ese momento le abrí los ojos a ella,
brindis!
–¿En serio? Está bien… Ahí va… Brindo por la amistad. En especial por la de
–Ya comenzaron ¿no le digo? No, mentira, gracias, Salomé querida… El turno es
de Julieta, que alce su copa y brinde por… –y ahí estaba otra vez el cursi y senti -
–Brindo por el arte… Y por la futura exposición de Lucho, ¡que van a ser todo un
éxito!
yo, pero en ese momento hizo su aparición la reina negra del burdel, que se sen-
brindo por la amistad también. Por haberlas conocido a ustedes, que son la cla-
–¡Salud!
–¡Salud! –dijeron todas, haciendo lo mismo.
hasta sobrenombres graciosos que a ellas les gusta ponerse, les dije:
–Bueno, chiquillas. Quiero decirles dos cosas. En primer lugar, que ya sólo falta
la escogencia de una más de las cuatro que van a ir en la serie de dibujos y pin -
turas para la exposición o exposiciones... Espero me puedan ayudar con esa se-
lección…
–Sólo hay un problema, Luchito –dijo Julieta–. Y es que esta vez está más difícil
que antes, pues prácticamente todas quieren posar para vos. Ya casi todas saben
del asunto porque además Rosario, Salomé y yo les hemos enseñado, a casi to-
das las demás, los dibujos que nos has hecho y están que se mueren de la envi-
dia. Incluso hubo una que nos dijo que, aunque no le pagaras, que eso no le im-
–Ok, claro que les creo, pero ustedes saben, queridas, que eso no lo voy a hacer
yo. Y para la selección de la chica que falta, a mí me da mucha pena con todas
las demás, pero el hecho es que hay que escoger una y sólo una. El problema es
ante todo de tiempo, no quiero que se alargue tanto el día, tanto del lanzamiento
del libro como el de la exposición… Y el criterio para esa selección debe ser el
se que necesito ante todo variedad… Variedad, incluso racial, por aquello del co-
lor de las pieles ¿me entienden? Y el caso es éste: ustedes tres, hablando clara-
mente representan, dos, al mestizaje, que son Julieta y Salomé; y una, a la raza
negra, es decir, Rosario. Así que me haría falta, o una indígena, o una blanca
–Bueno, pero hablando de indígenas, sólo hay una –dijo Julieta–, sólo que,
cuando le comentamos Rosario y yo del asunto, nos dijo que le interesaba, pero
que pertenecía. Yo le dije que por eso no había ningún inconveniente porque
ella no estaba obligada a mencionar ningún nombre. Le aclaré que las demás te
que el propósito, además, no era ninguna publicación. Que vos eras una persona
muy confiable y correcta. Entonces quedamos en que yo hablaría con vos y que
luego le confirmaba.
“En todo caso, lo que sí hay es blancas, incluso hay una rubia, aunque no esta -
mos seguras si es peliteñida… o, si es una chica RCN –y cuando dijo esto miró
–¿RCN? –pregunté yo, intrigado– ¿y eso qué diablos es?... ¡con qué me irás a
salir!
–Rubia de Cuca Negra –contestó Julieta y todas se echaron a reír y yo, por su-
rás qué hago ¿Hablo con Matilde? Así se llama la indígena. Es muy linda, eso
more ¿diga?…
intervenido, con una picardía que acentuaba el rictus alegre de su boca– ¿cierto,
muchachas?
–¡Uy sí! ¡Celosísimas! –dijo Julieta continuando la broma y con no menos picar-
día.
–¡A ver, seriedad, jovencitas, seriedad! –les dije en el mismo tono– Pues… yo
diría que sí. Invítenla ¿Por qué no?... –y al cabo de unos segundos añadí– Aho-
ra, cambiando de tema ¿recuerdan que les dije que les iba a hablar de una se-
gunda cosa? Bueno, pues es lo siguiente... Es una locura, eso sí. Ustedes me es-
tán volviendo loco… Como ya les había dicho escribo mucha poesía. Fruto de eso
los más recientes, son poemas eróticos relativos al amor, a la sensualidad, algu-
nos más abiertos a la sexualidad, y con los cuales tengo ya material suficiente
como para editar un libro ¿me entienden? Bien pues les cuento que algunos de
esos poemas los he venido trabajando un poco más, desde que estoy con uste-
–Eso es lo mejor que he escuchado hoy –dijo Salomé, y todas aprobaron al tiem-
po.
–¿Sí? Pues hay algo todavía mejor que les quiero decir. Estoy pensando en hacer
una locura… imagínense por un momento que yo reúno todos esos poemas en
un libro con un título que tengo que cranearme, para que sea bien acorde con el
–¿Sí? Pero eso todavía no es lo mejor, todavía no es… la locura… Ahora imagí-
nense que yo me decido a hacer el lanzamiento de ese libro en un sitio que tenga
de Cali. En ese escenario cada una de ustedes hace lo que yo lo llamo un ‘perfor-
debe ser algo sensual, con mucho estilo. Muy erótico, eso sí, pero no pornográfi-
co. Por ejemplo, nada de arrojarle calzones al público o rastrillarle las puchecas
o el trasero (en el hocico o en cualquier otra parte del cuerpo) a ninguno de los
allí presentes ¿me hago entender? En todo caso, mientras todo esto sucede, yo,
u otro declamador, ya veremos quién (yo no soy tan bueno para eso que diga-
mos) va declamando el poema correspondiente ¿Cuál creen que va a ser la reac-
–Van a quedar estupe ¿cómo fue esa palabra que me dijiste hace ocho días? –
dijo Rosario.
–Extasiados. –dijo Julieta– Van a quedar extasiados ¿está bien esa palabra?
–Muy bien –le dije yo– ¿dónde la escuchaste? –Se la escuché al pintor que te
–Los vas a dejar locos, –remató Salomé– dejen de complicarse por una simple
palabra…
–Muy buena pregunta, –dije yo– la exposición se hará por lo menos tres sema-
nas después del lanzamiento. O, mejor un mes, hay que dejar un margen de
tiempo suficiente para preparar ambas cosas. Me refiero a la propaganda, las in-
vitaciones, etc… Así que el lanzamiento, digamos, puede ser también dentro de
un sueño…
–A mí también. –dijo Salomé– Pero no creés, Lucho, ¿que tendríamos que ha-
cer un ensayo? Es que eso es algo muy importante, que no nos puede salir mal
¡qué nervios!
–Tenés toda la razón, parcera, para allá iba. –dije yo– Es necesario hacer ese
ensayo. Sobra decir que yo les haré el obligado y merecido reconocimiento eco-
cen?
–Por mí, mañana mismo. –dijo Salomé– No tengo inconveniente. Ojalá tem-
–Ok, mañana sábado, descartada la mañana entonces –dije yo–. Sólo que el en-
pista. Y allí, en donde está la barra hacemos el montaje del performance o del
show, haciendo de cuenta de que es el escenario del teatro. Aunque hay diferen-
cias importantes, como por ejemplo la distancia con el público, que en el teatro
va a ser bastante mayor que acá, no creo que eso vaya a ser un problema. En
todo caso no tenemos opción. El ensayo tiene que ser acá. Así que hay que pedir
–Eso no va a ser problema –dijo Julieta– ahora mismo podemos pedir el permi-
so. Aunque a mí se me está ocurriendo otra locura. Creo que me contagiaste Lu-
cho… y ¿por qué no hacer el lanzamiento, no en ese teatro que dijiste… sino aquí
algo desconcertado–. Eso sí que es una verdadera locura, ¡pero genial! ¿sabés?...
pues… ¡seguro que sí! Puede llegar a ser fabuloso. Algo me dice…
–A mí también me parece buena idea –dijo Salomé–. Además, aquí se nos facili-
invitar con más confianza que si fuera en cualquier otra parte y eso es una ven-
–Entonces definamos la hora del ensayo –dijo Salomé–. Ya dijimos que maña-
na, aunque yo estoy pensando si no será mejor hacer el ensayo el día lunes. Es
que mañana es un día muy pesado, para todas nosotras. Hay mucho jaleo. Y
creo que debe ser por la tarde. Porque por la noche no es conveniente, hay mu-
–A mí me parece bien. Y también que sea por la tarde –dije yo–. Así tengo más
tiempo para repasar y memorizar bien los poemas que voy a declamar pues en el
ensayo, al menos, voy a ser yo quien asuma ese papel… Y ustedes… pueden tam -
bién prepararse mejor. Por ejemplo ¿Tienen todo lo que necesitan quitarse? En-
que ella hablara primero para que me presentara y yo pudiera explicar en qué
La respuesta de ellos (una vez que yo expliqué el asunto y les comenté incluso
que si era del caso yo le podía pagar una comisión o porcentaje) principalmente
de Ligia, la dueña, fue mucho mejor de lo que yo esperaba. Dijo “para nosotros
es un honor, maestro, que usted haya escogido La Conejita Rosa para ese lanza -
miento. Porque somos nosotros y nosotras aquí quienes ganamos. No tiene por
qué pagarnos nada. Además, si las cosas se le dan, Dios mediante, el consumo
de licor va a ser mejor que de costumbre y con eso ya nos habrá pagado. Y con el
horario que ha escogido no interfiere, para nada, con el trabajo de las chicas.
Todo está muy bien pensado. Así que no se preocupe maestro, yo ya sé de qué se
trata. Me enteré por el “correo de las brujas”. Y téngalo por seguro que las puer-
tas de este lugar siempre estarán abiertas para una iniciativa tan maravillosa
Mejor no pudo ser. Y una vez más, allí fue clave el acompañamiento, la presen-
cia de Julieta. Fue como una palanca sin la cual no se habría logrado. Yo solo no
habría podido. Estoy más que seguro de eso. Que otros le agradezcan a “Dios”,
están en todo su derecho; yo, de mi parte, estoy en deuda con Julieta. Por esa
razón es a ella a quien agradezco. Y a toda su gallada. Aunque, para el caso, val-
–Sólo queda pendiente un asunto –les dije después de que regresamos alboro-
zados de donde doña Ligia–. Y es hablar con Matilde a ver si se anima a acom-
sesión de los dibujos y es probable que aún no tenga la confianza que ya tienen
ustedes…
–Y, ¿por qué no hablamos de una vez con ella? –dijo Julieta– Aprovechemos
que estás aquí… Rosario y yo podemos ir a buscarla. Y ustedes dos nos esperan
–Pero no se nos vayan a volar –dijo Rosario–. Y nos hizo soltar la carcajada.
Pasada casi una media hora, Rosario y Julieta aparecieron con Matilde.
–Casi que no encontramos a esta muchachita, –dijo Julieta– por eso fue la de-
me hablaron de ti…
–El gusto es mío, –dijo Matilde– ellas me han hablado maravillas de su perso-
na.
–Gracias, Matilde. –dije yo– Y gracias, Rosario, gracias, Julieta, no es para tan-
to… pero, bueno, cuéntenme una cosa ¿le contaron a Matilde lo de mañana?
–Claro que sí, –dijo Matilde– ellas me contaron lo del ensayo ¿no es así?
–Que me gusta mucho, señor Lucho, lo que usted quiere hacer. Todo, lo de la
creo que a nadie se le ha ocurrido algo así. En lo que yo pueda, no es sino que
–Gracias, Matilde, qué gentileza, aunque podés llamarme Lucho, sin eso de se-
ñor ¿vale? Con más confianza… ¿Y estarías dispuesta para lo de mañana, para el
ensayo?
–Y que si tenés listo todo lo que te vas a quitar –dijo Rosario– Y de nuevo solta-
mos la carcajada.
Y acto seguido, una vez servidas todas las copas, al unísono exclamamos
–¡Salud!
frecuente en los burdeles y en general en todo sitio que concentra mucho perso-
nal en forma permanente, como las fábricas, entre los trabajadores y los cuarte-
les, entre la tropa. Allí me enteré de que a Rosario le decían ‘Nigeria’, a Julieta
PARÉNTESIS
¿Cómo fue que todo esto sucedió? Ni yo mismo lo sé muy bien. Lo único que po-
dría decir es que se fue formando. Día a día. Cada cosa era para mí, por lo tanto,
en la casi totalidad, no digamos que nueva, puesto que era a mí, la mayoría de
las veces, que se me ocurría. Pero sí inesperada, puesto que eran inesperadas las
iban surgiendo.
cuando tenía 14 o 15 años, había ido con mi viejo a uno. Me había llevado para
que yo aprendiera los asuntos y las “lides” de la vida. Pero sólo había servido
una manera desoladora. Ídolo con pies de barro. Muerte tardía del padre.
cuento de Rudyard Kipling, llevado al cine por John Huston, “El hombre que
pudo ser rey”. Ellos consiguen engañar a los nativos del reino de Kafiristán al
Hasta lograr que sean reconocidos como dioses y uno de ellos es declarado so-
berano del reino. Pero cuando son descubiertos por los propios nativos, ente-
Y, mientras, la putita que mi propio padre había llamado y había hecho sentar a
tura. Pero no me fue nada bien con la tarea pues tomé a mi “heroína” como un
Como si la vida no fuera ella misma una maestra autónoma y suficiente y necesi-
Pero esta experiencia fue, pese a lo negativa, o tal vez debido a ello, una buena
experiencia.
Porque años después, cuando de manera semejante yo fui aquel primer día a La
Conejita Rosa, con mi mochila de utensilios terciada y una bitácora para dibujos
bajo el brazo, con ese julepe nocturno tan tenaz y con la pretensión de persua-
esa brisita –con el preámbulo de un intento fallido– se fue convirtiendo, casi sin
decir, a aquel moralista de mi temprana juventud dispuesto con furor, más que
figura”, a cercenar cabezas de toda suerte de pecadores con las palabras más
cortantes y afiladas que pudiera encontrar en los bastimentos y silos del lengua-
je. Sin capacidad alguna para entender la dimensión humana de todos los asun-
tos... humanos. Ya había hecho mías, por demás, a la manera de aquel sesudo y
que Julieta me dijo en la mesa en que la conocí “¿Vamos?”. Y yo fui tras ella por
las escaleras.
cuando las tres se apropiaron de él, convencieron sin ninguna dificultad a Matil-
de. Y… (sí, iba a decir “Y cuando las cuatro…” porque hay una quinta. Pero todo
lo, el mejor equipo que yo pudiera haber deseado o contratado... con el que yo
camente a la deriva, sin cultura, sin educación, sin conocimientos, sin aspiracio-
Y sin embargo puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que nada de lo que
sayos, etc. Pero éstas eran acciones obligadas y dictadas por una iniciativa de
EL ENSAYO
Así que el sábado fue el día del ensayo. Yo memoricé muy bien (con todo el es-
fuerzo del mundo, dada mi “prodigiosa” escasez de memoria que ustedes ya sa-
ben) los cuatro poemas del caso, cada uno de los cuales correspondía a una de
ellas. Lo que hicimos fue el montaje de un performance para cada uno de los
mismo poema. Era por consiguiente para cada caso diferente. Cada uno de los
performances fue ensayado hasta tres veces para ajustar y corregir tal o cual de-
ficiencia. Fue una experiencia maravillosa, tanto para ellas como para mí y de la
Antes de seguir adelante, no está demás aquí aclarar que el tiempo empleado
por ellas fue, por mi parte, debidamente retribuido a cada una, como si se trata-
ra del mismo que empleaban con sus clientes en el burdel que, como ya se ha
táculo que con todo su boato y banalidad entrega el estriptis de los burdeles a la
avidez voyerista del público, con lo cual, lejos de promover el mismo erotismo,
lo socaba y lo contamina, prenda por prenda para el consumo mudo, aunque an-
ta, las luces están apagadas, lográndose una total oscuridad. Y justo en el mo-
uno de los focos se prende iluminando a Rosario que, desnuda, había tomado
montón de cojines forrados con terciopelo azul para simbolizar la laguna men-
contorsiones con una sensualidad como sólo a ella le es dado hacer. Mientras yo
Todos los performances tienen en común el fondo acústico o sonoro de una ma-
rimba de chonta, un guasá y un tambor con temas diferentes, eso sí, que provi-
miento definitivo, ese sonido será interpretado por un magnífico grupo musical
Cultura.
sanguijuelas aladas!
¡Ojo, amor!
¡Te llevan a un lugar, infestado de nubes,
tu tristeza y tu hastío!
ángeles la toman de una de sus manos y con la mano libre señalan hacia arriba,
convidándola con gestos a levantarse para subir al cielo. Al mismo tiempo yo,
jidad dramática de todos los que finalmente montamos. Y, sin duda, el que pre-
El castaño en la ruta
y el carmesí o el púrpura
quizá de tu partida,
Para este caso Julieta aparece con un ropaje sencillo del que se va despojando
hago rayones sobre una hoja de papel mientras lo declamo. Aquí la iluminación
también es focal.
Como pueden apreciar, con todos estos montajes de escenografía ligera, lo que
físicos. Emociones que van más allá (¿o más acá?) de la simple excitación ani-
mal y ese impetuoso morbo con que se acude a los burdeles (para no hablar del
guno, vale decir haciendo uso de todos los recursos posibles del erotismo y la
sensualidad.
Por otra parte, buscaba también, esta vez sí de todo el público por igual, desper-
tar un interés por los poemas y por lo tanto por el libro, conocedor como era de
como se dice, el propósito de todo el espectáculo era que “Pétalos de piel”, final-
mente, se vendiera.
Pero yo tenía el reto de, con todo este montaje, dotar ese propósito comercial, de
erotismo y el frenesí de los sentidos. Y para ello debía ¡he aquí el verdadero de-
carmesí o escarlata
o púrpura o granate,
o en la oración celeste
Creo en su cabellera,
Creo en la providencia
Creo en la epifanía
de su sensual sonrisa,
y en la sacra solvencia
Y aquí Matilde se hace presente con una manta guajira, sandalias y trenzas
como dice el poema, más algunas prendas propias de las mujeres de su comuni-
extendidos hacia arriba, “elevo” el poema hacia los cielos. Un solo con la marim-
Con este ensayo, quedaba asegurada la presentación para el día del lanzamiento.
De mi parte restaba por elaborar un flyer o volante de invitación para ser difun-
dido por las redes sociales, así como una tarjeta de invitación impresa para ser
entregada físicamente a quienes más nos interesaba que asistieran, vale decir
los clientes del establecimiento, las diversas amistades de ellas y, de ser posible,
Tenía entre mis planes invitar personal de la prensa y de la radio y, de ser posi-
cimiento. La razón que me animaba a eso era muy simple: lo mío era una triple
de tal cilindraje que podía, por desgracia, mimetizarse, a primera y somera vis-
ta, con la práctica sexual como valor de cambio, con su etiqueta de precio en el
mercado. Pero era justamente por eso que los medios de comunicación podían y
tenía (así lo creía yo) pleno derecho a su Carta de ciudadanía. Los medios po-
dían hacer algo para que lo lograra. Y a eso había que sacarle provecho. En el
mejor sentido.
cos, algunos con nudismo completo, hasta donde yo sé era algo totalmente iné-
que era un quebrantamiento, mediante un erotismo crudo pero limpio, a las “le-
yes” (lo cual es sólo un decir) que rigen la práctica degradante de la prostitución.
acontecimiento escandaloso, lo cual era algo de doble filo. O bien eso lograba
conquistar el gusto, o al menos la curiosidad del público de tal forma que el libro
metido inmaterial, vale decir algún tipo de sensibilización hacia la poesía erótica
o, lo que es casi igual, hacia el lado poético del erotismo. O bien lo que eso logra-
propósitos.
Dicho de otra manera, estaba jugando con candela.
me publicara cien libros con tecnología láser sobre la base de un diseño y una
diagramación que yo mismo realicé en los programas adecuados para tal cues-
tión. Él me preguntó por curiosidad que cuántos libros aspiraba vender. Cuando
dije “¿Por qué me pregunta?” y él me contestó “No lo tome a mal, pero me pare-
ce un poco desfasado, lo digo porque conozco algo sobre este tipo de eventos... y
cuando se venden cuarenta, eso es ya una buena venta... pero no tome muy en
bro, entre ellos un amigo editor que yo conocía en Cali y a quien había comenta-
lanzamiento era algo de pronóstico reservado, pues nunca habían oído hablar de
algo que se le pareciera ¡ni siquiera de lejos! a lo que yo iba a hacer. Me decían
algunos, entre ellos mi amigo, que lo pensara muy bien y que si no estaba re-
Pero yo puse oídos sordos a todos estos comentarios y consejos, por muy erudi-
tos que parecieran. Esto me lo dictaba la intuición. Y decidí sólo prestar aten-
ción a la convicción con que se habían expresado las cuatro “conejitas”, a la for-
ma tan incondicional de asumir tanto el procedimiento como el porvenir de am-
ejecutarlos. Quizá sea difícil de creer, pero, si no hubiera sido por ellas, yo jamás
MATILDE
Antes de comenzar la sesión con Matilde, para los dibujos, que fue el viernes si-
guiente y con el cual dábamos cierre a estas sesiones, se acercó Julieta para ex-
presarme algo que le interesaba y preocupaba. El asunto era que había llegado
una chica nueva a La Conejita Rosa. Llevaba apenas tres semanas de haber lle-
gado y a ella le había parecido muy interesante, sobre todo por el aspecto, la
personalidad y la historia tan increíble, aunque muy triste que tenía, según lo
poco que le había contado. Me dijo que además ella misma, Rosita (como curio-
dos proyectos, tanto el de la exposición como el del lanzamiento del libro, cuan-
do se los había explicado y que estaba segura –le había dicho– de que ambos
tendrían mucho éxito… También me dijo que le había asegurado que estaba dis-
puesta a colaborar en lo que fuera necesario, con muchísimo gusto y que no ha-
Julieta por lo visto, se había tomado tan en serio el futuro de mi proyecto, espe-
cialmente el de la exposición, que ya hasta las indagaba. Me dijo que además era
muy hermosa y “de un tono de piel claro, casi blanco y pues, teniendo en cuenta
que faltaba todavía ese color, ese tono entre las elegidas, como nos has dicho, yo
que simplemente la conozcás, y luego… luego vos mismo tomás la decisión ¿te
chándola, que sin conocerla ¿No es así? En todo caso, es lo que yo te sugiero.
Vos me dirás…”
–Efectivamente sí. –le dije– Esto nos cambia un poco los planes porque yo ya
prácticamente daba por cerrado el ciclo de los dibujos. Pero también me estás
pierde con entrevistarla, tenés razón, antes se gana… ¿Me decís que también tie-
–Sí, –contestó ella– la historia que tiene es muy interesante y la está viviendo en
ya te darás cuenta… ¡Ah! Tiene tres hijos, no te lo había dicho, una niña y un par
–Rosa María, pero todo el mundo la conoce como Rosita… Para qué horas que-
–No sé, también depende de ella. En realidad, depende más de ella, si tiene tres
hijos, como me has dicho, debe ser una mujer muy ocupada. Preguntale y me
decís ¿vale?
–Vale, le hablaré ahora mismo. Debe estar por acá. Si no, mañana la llamo –res-
pondió ella y tras despedirse me dejó con Matilde para que me ocupara de la se-
sión artística.
Matilde era la indígena del pequeño grupo. Más oscura que las dos mestizas,
pero bastante menos que Rosario era el puente entre unas y otra. O, para decirlo
en términos más poéticos, era el crepúsculo entre la tarde del mestizaje y la no-
che de la negritud.
Era, para mi gusto, la que poseía el cutis más atractivo de las seleccionadas. De
un tono otoñal canelo, sin la más ligera vellosidad incluso en las axilas. De esta-
tura promedio, algo delgada, bastante estilizada sin llegar a ser flaca, lo que era
poco común entre los miembros tanto femeninos como masculinos de las comu-
medida a la gordura. Entre otras cosas porque los patrones de belleza de algu-
Endomingada esta vez, para algunos bocetos, con una buena muestra de atuen-
dos indígenas que yo había llevado con ocasión del ensayo para el lanzamiento,
tono de su piel.
Pertenecía a una de las comunidades indígenas que hay en el Amazonas. Se ha-
bía tenido que escapar de manera escondida, al igual que Salomé. Sólo que Ma-
tilde, de su comunidad (cuyo nombre ojalá nos sepan ustedes excusar por no po-
derlo revelar, pues es algo que ella nos ha pedido muy especialmente porque
teme represalias de distinta orden). De la misma manera que a las otras tres, la
lengua se le fue soltando poco a poco bajo el efecto inapelable de los rones.
una silla y en el caso de ella hasta una pequeña escalera portátil de biblioteca
su cuerpo subiendo los peldaños. Fue también, uno de ellos, parte de los dos que
–La verdad Lucho, me apena decirlo –comenzó diciendo–, pero es que yo fui,
má más bien fue la engañada (mi papá no vivía con nosotras). Lo que pasó fue
que unos tipos muy amables y bien presentados... nos embobaron, sobre todo a
que yo era una niña muy especial, que tenía mucho futuro porque era inteligente
cosas y me podían ayudar... ¡Ah! Y ahora que recuerdo uno de ellos me dijo que
si le podía traer un vaso con agua, y mi mamá ahí mismo dijo ‘andá mija y les
traés dos vasos con agua a los señores. Y yo, claro, los fui a traer. En todo caso,
cuando llegué uno de ellos estaba diciendo ‘confíe en nosotros, señora, somos
gente de bien y somos profesionales muy capacitados’ o algo así recuerdo que le
decían, pero nosotras qué íbamos a saber que eso era parte de un engaño... de
una red o algo así... de eso que llaman... trata de no sé qué cosa… ¿de blancas?
la un poco al respecto–. Lo que sucede, querida Matilde, es que esa práctica as-
–Perdón –me disculpé–, vulnerables, aplicado en este caso a las personas, quie-
re decir que son fáciles de engañar o de corromper por diversos motivos, como
–No. Creo que sí te entendí –se apresuró a aclararme–. Según eso, mi mamá y
me equivoco?
–Creo que es así, linda –le dije con franqueza–. Aunque no estoy del todo segu-
ro con respecto a tu mami. Como vos misma has dicho, es imposible que ella,
con su edad y con su malicia, como no puede ser menos, siendo indígena, no
dre misma, en el caso de que sea inocente, por supuesto, porque, al menos la po-
breza y la ignorancia, son o deberían ser responsabilidad del Estado. De los que
nos gobiernan…
“Pero volvamos al asunto. Como esa tal trata de personas era algo que sucedía
más que todo en Europa con mujeres, incluso niñas, de ese continente, por eso
dido por todo el mundo, y el término ya no sirve para referirse, por ejemplo, a
–Sí, creo que sí… Bueno, Trata de personas… el hecho es que convencieron a mi
mamá y ella dejó que me llevarán. Los bandidos esos me llevaron a Puerto Nari-
ño, a un bar muy grande que había a orillas del Amazonas. Al día siguiente me
explicaron que yo iba a pasar la noche con un turista extranjero muy importante
que tenía mucha “mosca” (así le llamaban ellos al dinero) y que era una de las
personas que iban a ayudar para que yo pudiera estudiar y conseguir un “came-
“Yo sí sospechaba desde un comienzo que estaba haciendo algo malo y que nos
habían engañado. Pero como mi mamá lo autorizó, eso fue lo que me confundió.
pasara las noches o parte de las noches o hasta de día, porque a veces eran dos o
más los clientes, casi todos extranjeros, que ellos tenían y los cuales me obliga-
Con decirte que no me alcanzaba ni pa’ comprar un colorete, porque los que se
quedaban con toda la ‘mosca’ que pagaban los clientes ¡y pagaban más que bien!
eran los desgraciados esos que me aseguraban que la estaban ahorrando para
que yo pudiera ir ‘a estudiar y a trabajar, como Dios manda, tal como se lo diji-
“El resto del tiempo, cuando no estaba con algún cliente me mantenía dentro de
ese bar y me tenían prohibido salir sola de allí. Pero a ese bar iba mucha gente,
casi todos narcotraficantes con mucha plata y sobre todo los fines de semana.
Pero era así también como se hacían los negocios para acordar el precio de lo
que las mujeres o niñas que allí estábamos valía. O, mejor dicho, lo que valía la
“montada” (así le llamaban al rato que íbamos a estar en la cama con los clien-
tes). En todo caso, aunque también me tenían prohibido tomar trago con la
clientela, empecé a conocer gente. Toda clase de gente… Por eso, como me utili-
zaban para esa vaina asquerosa, como vos decís, me tocó mentirle a todo el
mundo. Decía que yo era de una comunidad brasileña del Amazonas y hasta el
nombre me lo cambié. Y así estuve algunos meses. Mis taitas no volvieron a sa-
“Hasta que un día un tipo que estaba metido en el narcotráfico, por lo que pude
–Es posible que se haya compadecido, no lo sé–le dije–, pero lo que sí es evi-
“Ese tipo fue el que me abrió los ojos. Me dijo que allí lo que me estaban era ex -
plotando y engañando de la manera más sucia y que todo lo que me habían di-
cho esos cabrones era pura mentira, ‘física mierda’, fueron sus palabras… No sa-
bés, Lucho, lo bien que me sentaron las palabras de ese tipo. Y el tipo mismo. Y
eso que eran palabras muy crudas. O, mejor dicho, eso fue lo que me gustó, que
hablaba sin adornos. No sé, pero sentí que por fin alguien me comprendía. Y me
Mientras tanto yo pensaba, cada vez con mayor convicción, que había una
verdad muy dolorosa escondida en todo este asunto. Algo que para mí ya re-
sultaba evidente, a pesar de que se ocultaba tras una capa de sentimientos mal
concebidos o apócrifos, como un amor maternal al que había que coger con
pinzas o incluso el amor propio mismo, “mi madre, mi propia madre (¿mi san-
“Perdón, jovencita, pero ella recibió el tal canasto con víveres ¿No es acaso eso
una venta? ¿un intercambio? Y yo estoy por creer que ella recibió algo más.
Algo que te ocultó. Y sucedió cuando te mandó por los vasos con agua. Eso es lo
que pienso” “Bueno, pero, si es así, al menos no fue por un simple canasto de
víveres ¿no?” “Una hija o un hijo, jovencita, no tienen precio para una madre
que se respete; es igual por lo tanto que haya sido por un canasto o por un con-
tainer” Pero la verdad es que no pasé de sólo pensar eso. Jamás se lo dije. Al
menos claramente…
“La cosa es que el tipo me preguntó en una de esas –continuó ella–, un sábado
sí, claro que sí! pero… ¿cómo sé que no me está engañando?’ y él entonces dijo
‘¡Ay mi pobre niña! Ya no confía en nadie ¿cierto? No. ¡Cómo se le ocurre que yo
contesté ‘es que tengo miedo’ a lo que él, ya como perdiendo la paciencia llega y
me dice ‘pero entonces, qué es lo que quiere ¿seguir aquí?’ y yo, en seguida le
volví a contestar ‘¡no, no! ¡por favor!... ¡Quiero irme con usted! ¡Lléveme con us-
“Cuando le pregunté que cuándo iba a ser la cosa, me dijo ‘No sé si hoy se pue-
da, por los guardas, pero en todo caso aliste sus cosas ¿son muchas? ¿dónde las
tiene?’ ‘no son muchas… en mi habitación’ le dije, ‘vaya las alista y baja, pero to-
davía no las traiga con usted, me dijo él, de nuevo… voy a ver cómo está el asun-
to’…
“Mientras yo alistaba mi mochila él había bajado hasta la portería y les había di-
cho a los guardas que necesitaba hablar con Arcesio, uno de los dueños, pero
uno de ellos le había dicho que en ese momento no estaba ninguno de los due -
ños y que estaba muy tarde para llamarlos pero que qué se le ofrecía y él les ha-
bía dicho que necesitaba salir ese fin de semana conmigo, que él dejaba algo
que correspondía pues por una sola noche se pagaban allí $300.000. Y a los ti-
pos cuando habían visto todo ese platal junto se les habían abierto los ojos y el
mismo guarda le había dicho “pero no se preocupe don Mateo que con usted no
hay problema ¿cierto Toño?” y el otro que seguía lelo mirando el billetal había
contestado “ningún problema, claro que no, don Mateo”. “Bueno, aquí tienen
para sus cigarrillos” les estaba diciendo él en el momento en que yo bajaba sin la
mochila, como me había dicho y les estaba calentando la mano a cada uno, con
un billete de $50.000. Luego, dirigiéndose a mí, me dijo “vaya entonces por sus
dijo él disimulando (porque era muy astuto) “¡qué tanto es lo que lleva allí!” Y
ellos cayeron en la trampa, porque uno de los dos dijo “Todas las mujeres son
“Y fue así como salimos y yo me pude liberar de ese hueco. Yo no lo podía creer
y menos que hubiera sido tan sencillo, tan rápido, yo bailaba en una pata de la
dicha. Creo que la cosa fue posible porque a él le tenían mucho respeto y hasta
miedo, porque allí debían saber que él era guerrillero y además comandante de
–Claro que sí –confirmó ella–. Eso también. Aunque falta saber si a los dueños
les habrá gustado el asunto. Nunca lo supimos porque Mateo (así se llamaba, te
lo había dicho ¿no?) jamás volvió por esos lados. ¡Qué iba a volver! Mejor dicho,
“De todas maneras, cuando salimos de allí, yo le pregunté que a dónde íbamos y
él, a su vez me preguntó que adónde me gustaría ir. Yo le dije que quería ir a vi-
sitar a mi mamá, que, aunque fuera a saludarla nomás, porque no había vuelto a
saber nada de ella desde que fui a dar a ese hueco y de eso hacía ya seis meses.
Él me dijo que no había problema, pero que no nos podíamos demorar mucho
porque tenía algo que hacer urgente en el Departamento del Cauca. Yo le con-
“Así que eso hicimos y al final nos quedamos tres días porque a mi mamá le cayó
muy bien Mateo, una vez que yo le conté todo lo que me había pasado y pues,
creo que se sentía muy agradecida de haberme abierto los ojos y sobre todo de
idea de que era lo que tenía pendiente y no le quise preguntar, pero la verdad es
do que se le había presentado un incidente que le impedía viajar pero que lo es-
que ellos ya sabían y que además faltaban los tamales y no sé qué cosas más que
no me acuerdo... Todo lo que él hablaba por teléfono, Lucho, era así, como dis-
–Claro que tenía que hablar en clave –le dije–. Ya me imagino la tal “pachanga”,
“Ya verás como fue la “pachanga” –continuó ella–. Ni te imaginás. Al tercer día,
que disimulando... pero él le dijo que si no se los recibía él no podía volver a visi-
“Pero mi historia tiene un mal final, Lucho. Cuando llegamos al Cauca, un día
jaba tenía en el monte, ya casi de noche. Allí, cuando me vieron con él, le hacían
chanzas, le decían “con que ése era el inconveniente ¿no, comandante?” pero él
les explicó diciendo que quien había tenido un inconveniente médico había sido
mi mamá y que a él le había tocado quedarse un par de días en Leticia para solu -
“Ese día él me dijo que yo debía esperar allí en el campamento, que él regresaría
por la tarde o, a más tardar, al día siguiente pero que con seguridad volvería.
Que no me decía a donde iba porque era mejor que no lo supiera, por mi propia
seguridad y la de ellos, aunque yo después supe que la famosa “pachanga” era en
“Bueno, para resumir lo que pasó, el asunto es que Mateo no regresó esa tarde,
habían dado de baja. Me dijo llorando que, tanto a Mateo como al compañero de
ella, junto con otros once, habían sido emboscados y acribillados en una man-
“Me explicó que ellos estaban haciendo un trabajo para el cartel de Medellín que
dos con un buen billete, pue ahí había sido la falla. Mejor dicho, el tiro dizque
les había salido por la culata, como se dice. Me dijo también que de los doce se
habían logrado escapar cinco, uno de ellos muy malherido. Que siete de ellos ha-
Esta breve pasaje, Matilde dejaba ver en pequeña escala y sin saberlo, el grado
te colombiano. Hasta tal punto que terminaron siendo apéndices de los carte-
“Ella me dijo también –continuó diciendo– que lo que me aconsejaba era que
me escapara de allí con ella, porque ellos, sobre todos los comandantes, eran
gente muy desconfiada y tenían la sospecha de que alguien los había delatado y
por eso había fracasado la operación. Que ella estaba prácticamente en la misma
situación, aunque llevaba allí casi seis meses y que de todas maneras ella ya te-
nía un plan para escapar al día siguiente por la mañana con la ayuda de uno de
los guardias nocturnos que tenían en el frente, pero que el problema era que por
esa vuelta el tipo le exigía un millón y medio de pesos porque para él era muy
peligroso, que incluso se estaba jugando el pellejo y que lo malo era que ella sólo
tenía $800.000 disponibles porque no le podía dar todo lo que ella tenía porque
debía dejar algo para el viaje. Entonces yo le dije que sí, que me iría con ella,
donde ella quisiera y que yo incluso le podía completar lo que faltaba, pero que
por qué no esperábamos siquiera un día más porque yo tenía el pálpito de que
Mateo estaba entre los cinco que se habían escapado. Ella me dijo que qué bue-
no lo del dinero, que eso la tranquilizaba pero que no me hiciera ilusiones con lo
de Mateo, porque si así fuera, si él estuviera con vida, ella ya lo sabría, que deja-
ra de ser tan ilusa y que entre más rápido saliéramos de ese hueco, tanto mejor.
volvería y que él nunca me había fallado. Pero ella también me replicó, me dijo
que él, Mateo, podía ser el tipo más cumplido y puntual del mundo, pero, si es-
taba muerto ¿cómo diablos iba a hacer pa’ cumplir? Y yo, una vez más le insistí
que yo mismita me diera cuenta de lo equivocada que estaba, que con mi terque-
dad nadie podía y que ojalá no fuera un error lo que estaba haciendo, pero eso
sí, que debíamos salir a las tres de la mañana de los dos días siguientes, o sea el
viernes a la madrugada, que ella en ese mismo momento iba a ir donde el com-
pinche centinela y que de una vez le iba entregar el billete que le estaba pidien-
do. Yo sin embargo le dije que si no estaba siendo demasiado confiada, que si no
era mejor que no le diera todo de una vez y que le explicara que estaba tratando
que ella se comprometía a conseguir el resto y que, si no era así, él tenía el dere-
cho a deshacer el trato. Me dijo que yo tenía razón, que qué astucia la mía y que
dónde había aprendido a ser tan desconfiada. Le dije que con todas las que me
habían pasado, no daba pa’ más y que no se olvidara que yo era indígena. Y en-
tonces ella dijo ‘Claro ¡cómo no se me ocurrió antes! ¡Eso es la purita malicia in-
dígena!’. Luego me preguntó que, si yo tenía donde ir y yo le dije que no, que te-
nía a mi mamá en Leticia pero que no quería volver por allá. Entonces ella me
dijo ‘¿y no te llama la atención Cali?’ le dije que no conocía y ella me dijo que co-
–Qué paradoja –le dije yo–, mirá que siguen siendo compañeras. Allá en un
–Se dice paradoja, corazón, cuando las coincidencias, en este caso que sean
jan la una con la otra. Bueno, yo pienso que un movimiento como el de la guerri-
–Bueno, por lo que yo entiendo –le dije– ellos combaten el sistema capitalista
que sólo reciben un salario por su jornada de trabajo–, por otros –los dueños de
la capital, de los bancos y de las fábricas– . Pues bien, en este sistema todo lo
En pocas palabras las guerrillas, se supone que combaten todas las injusticias y
males que produce o se dan bajo este sistema. Y la prostitución es uno de esos
males. Y es uno de esos males, repito, porque es una forma de comercio con el
lo que produzca capital, ganancias. Es lo único que a los capitalistas les interesa.
Por eso todo lo que puede lo convierte en mercancía, en cosas que se cambian
como decir, capital ¿Me comprendes?... Por esa razón, al convertirlo en una
mercancía, envilece y degrada el sexo y lo que es más grava degrada a quienes lo
ejercen, que en su inmensa mayoría son mujeres. En otras palabras, para que
es del caso hasta en el amor ¿De acuerdo?... Bueno, sólo te estoy dando mi opi-
nión.
–Sí, creo que algo te entiendo. No mucho pero, algo. Lo que sucede es que ese es
–Lo sé, mujer –le dije–, y el tema es algo pesado hasta para mí. Sólo espero no
–No, eso sí que no –me dijo–. Al contrario, yo sin saber nada de eso, más o me -
nos te entendí.
–Qué bien –le dije–, eso me parece muy bien. Okay, mi niña, creo que ha sido
todo por hoy... Aquí está lo tuyo, –dije entregándole los $200.000 que les esta-
–Sólo que yo te pago por algo muy diferente –le dije–, no te estoy juzgando,
Cuando Matilde regresó con Julieta, venía con ella una chica que yo no conocía.
Supuse de inmediato que era Rosa María. Era más bonita de lo que me había
imaginado.
–El placer es mío, Lucho. –dijo ella– Es como si ya te conociera. Con todo lo que
–¿De veras? –dije yo– ¿Y sí te han hablado bien de mí, estas muchachas? Y an -
un brindis. Pero en esta ocasión las invité a que brindaran conmigo por la nueva
integrante del grupo y por el grupo mismo. Así que, levantando mi copa y espe-
“¡Salud!”.
como del libro, el lanzamiento y el ensayo del performance, cosas en las que, de
par. Se convino también con ella la sesión de dibujo para la semana siguiente y
ROSITA
Y hablando de paradojas miren ustedes ésta. Rosita, a quien por poco rechazo
para las sesiones de dibujo y en consecuencia para los performances, por “sobre-
cupo” resultó ser a la postre no sólo la más especial de todas ellas, sino –excep -
tuando a Amaranta de la que ya les hablaré– una de las personas más excepcio-
nales e inolvidables que yo he conocido hasta la fecha en que escribo este relato,
Era ella una mujer entusiasta, como Julieta, y mucho más sociable que cualquie-
ra de ellas. Así que fue una pieza que encajó a la perfección casi desde el primer
momento en el grupo y en sus actividades. Con ella realicé también unos 16 bo-
cetos. Estuvo muy dispuesta para las poses y demás. Para tal fin utilicé también
guiera.
mismo que les había dicho a las otras, que eso no era ninguna exigencia, sino
algo totalmente voluntario y que no sería grabado ni nada por el estilo porque
respuesta.
Rosita tenía una piel rosada, levemente veteada de pecas nacaradas, en algunas
partes más que en otras, por ejemplo, en los brazos, los hombros y sobre todo en
a su rostro de ojos grandes y vivaces, muy expresivos. Se podría decir que real-
Una de las primeras cosas que me manifestó fue su gusto por la poesía, debido a
habían inculcado desde muy niña. Hasta tal punto que se sabía algunos de me-
Por eso no puedo ocultar cuánto me llegó a intrigar, e incluso turbar, el hecho de
que una mujer como ella, con su dulzura, con su sensibilidad y hasta con su cul-
tura y nivel social pudiera haber descendido a los abismos en que ahora se en-
Mercedes, que convivía con ellos (con Rosita, sus hijos y su madre), tanto de mí
dije que también me gustaría conocerla y que, por supuesto, desde ya estaba in-
vitada. Su tía, me dijo, era una mujer de avanzada edad, pero de espíritu alegre,
juvenil y de una personalidad encantadora, con una charla amena y jocosa que
lo podía tener a uno lelo y divertido horas enteras con sus ocurrencias, no sólo
Sobra decir que con ella llevé a cabo todo el ritual de poses, escorzos, expresio-
nes y gestos –cama y sillón incluidos– que había llevado con las otras cuatro,
–Por donde querás, Rosita, estará bien… Lo que realmente querás darme a co-
nocer.
–De acuerdo. Comenzaré por el principio. Es lo lógico ¿no? A ver, yo soy hija de
un matrimonio que, desde que se contrajo, hace más de 60 años, comenzó con el
propósito, especialmente de mi padre, de tener una niña. No fue así con el pri-
tampoco lo fue. Y lo mismo sucedió con el tercero y con el cuarto y así sucesiva-
mente. De tal manera que cada que nacía un nuevo varoncito comenzaron a ver-
lo como una desgracia o como un castigo de Dios y se culpaban por la falta de fe.
Aunque para ser justos era más mi papá quien culpaba a mi mamá por falta de
fe y le exigía, cada vez más, una mayor colaboración y empeño ¿Ah, Lucho? ¿Lo
ba un polvo. (risas)
séis güevones (bueno en realidad fue en medio de quince porque hubo uno que
murió algunos años antes de que yo naciera) que chillaban, se insultaban, se pe-
leaban, así que ya te imaginarás cómo fue eso. O, mejor dicho, no imaginás có-
mo fue eso. Para papá yo era la bendición del Señor y era por lo tanto intocable.
No consentía nada conmigo. Por esta razón prácticamente todos ellos me cogie-
ron bronca, fastidio... Algunos hasta me odiaban. Yo no los culpo ¿sabés? Yo hoy
da.
tirme me volvió un parásito, una inútil. Eso es algo que yo no puedo negar. No
me gano nada con eso. Porque yo era para ellos, pero sobre todo para papá, una
porcelana, un peluche. Y mirá cómo son las cosas de este mundo, Lucho, pero,
sobre todo, cómo es el amor... Porque mi padre, la persona que más me quiso a
mí en la vida, fue también sin proponérselo la que más daño me hizo. Yo nunca,
lo que se dice nunca, aprendí a hacer nada, pero lo que se dice nada, nada, en
fui una persona dependiente y mantenida ¿Te das cuenta? Para qué voy a negar
yo eso.
“Así las cosas, cuando tenía 17 años conocí al hombre de mis sueños. O eso creí
entonces. El hecho es que me enamoré de él, con alma, vida y sombrero, como
se dice. Joaquín (como se llamaba), era un hombre robusto, algo brusco, de voz
gruesa, muy trabajador, de profesión marquetero. Aunque le gustaba demasiado
“A los pocos meses de casados tuvimos nuestro primer hijo y fue una niña. Le
pusimos por nombre Lucero. Y de nuevo, a los tres años, quedé embarazada y en
esta ocasión de mellizos. Cuando cumplieron el primer año de haber nacido, hi-
cimos una celebración con nuestras amistades. Esa celebración la habíamos he-
cho también en el primer año de la niña. El combo de amigas mías estaba con-
formado por tres compañeras de bachillerato y dos vecinas, pero éramos insepa-
rables. Los amigos de Joaquín eran dos viejos amigos de colegio y un ayudante
de la marquetería.
“El cuento viene, Lucho, a que, en esa ocasión, al cabo de algunas horas de jol-
gorio, y trago va, trago viene, como comprenderás, yo, con mi responsabilidad
festejo, en parte por la hora, en parte también porque ya habían bebido dema-
siado. Al final, de todos ellos, había quedado sólo Rebeca (una de las dos vecinas
“No me vas a creer, Lucho, lo que pasó a continuación. El asunto es que yo, a
esas alturas, percibí unos ruidos, como gemidos, casi gritos, que me hicieron
pensar lo peor. Entonces me levanté, como alma que lleva el diablo, y ¿qué es-
pectáculo presencian mis ojos desorbitados? Pues a este par de gonorreas, per-
–Yo empecé a gritarles como loca –continuó ella su relato– que ambos eran un
par de hijueputas; a mi amiga, que era una perra sucia y traicionera y a ambos
petable, no como para que un par de marranos la vinieran a ensuciar con sus pe-
zuñas y que se fueran a revolcar ya mismo a los infiernos “¡pero ya, ya, ya!”, les
gritaba. Para entonces mi mamá ya había bajado de la segunda planta para ver
“Ellos dos, en medio de su borrachera y aturdidos por mis gritos y como sin dar-
afuera lo último que les dije, a todo pulmón como para que los vecinos oyeran,
fue ‘¡Y aquí no vuelven más, par de gonorreas!... ¡Nunca más!’ y en seguida les di
un portazo con furia y pasé el seguro. A continuación, me dejé caer en una silla y
me solté a llorar...
–Yo lamento mucho contarte todo esto, pero necesitaba comentárselo a alguien
–Gracias, Lucho. En ese momento mi mamá, que por lo visto había escuchado
todo, hizo un comentario que fue como el remate a mi desolación. “Eso fue cues-
tión de tragos mijita. Mañana todo pasará. Hay que empezar a echarle tierra al
asunto”, “¿Y mi dignidad –le contesté yo, con mis ojos inundados de rabia–
dónde queda mi dignidad?” A lo que ella me respondió “De dignidad nadie vive,
“Te cuento que ese comentario Lucho, hecho por la persona que me trajo a este
mundo y que se supone debía enseñarme la dignidad ¡sobre todo en ese mo-
mente sola en este mundo.... Dos de las personas que yo más quería en este pe-
–Me has dejado si palabras, Rosita. –le dije yo– Pero no, miento. Sí hay algo
que quiero decirte... Y es que podés contar conmigo “pa' las que sea”, como dice
Acto seguido serví dos copas y la invité a que brindáramos por nuestra amistad.
ella continuó...
–Sólo falta el final de esta historia tan larga... Si te estoy aburriendo me decís
¿vale?
mamá que de ninguna manera iba a perdonar a Joaquín la canallada que acaba-
ba de hacer con mi, hasta ese momento, mejor amiga. Entonces mi mamá me
salió con lo peor de todo lo que faltaba: “¿Y el dinero que cuesta mantener tres
bocas, de dónde va a salir?” Lucho, mi mamá es una persona que recibe la renta
bendita, nos dejó al morir. A ella el dinero le sobra porque todos sus dieciséis hi-
jos trabajan y en realidad no lo necesitan. Otra cosa es que algunos, los más pí-
caros, aprovechen para estarle ordeñando el maldito billete con toda clase de ar-
timañas y chantajes.
“En cualquier caso ¿no se supone que hay prioridades? ¿No es acaso lo primero
una hija que acaba de ser traicionada por su marido y que la deja con tres hijos?
Una hija, además, sin ninguna profesión, escasamente con el bachillerato, por-
que a ellos mismos, a mis padres, no les pareció que su ‘niña’ debería estudiar
nada... ¿No creés, Lucho, que una madre que no le da la mano a su hija y a sus
–Pero por supuesto que tenés razón, Rosita. Eso que me estás contando es la
peor bellaquería, la peor vileza, por parte de una madre. Otra cosa que no cabe
en la cabeza... De nadie.
–Pero todo fue así, tal como te lo he contado. Mi mamá es un ser ruin y avarien -
to. Y ella es la causa de que yo ande en éstas, Lucho, consiguiendo el dinero para
Es más, creo que eso era lo que esperaba... o por qué creés que se propuso aplas-
tar mi dignidad… Era otra de sus artimañas. Ella no da puntada sin dedal. ¡Esa
señora es un monstruo! ¡Una arpía! Mirá, Lucho que, viéndolo bien, ella, con su
tres criaturas: o volver con ese miserable del Joaquín y echarle tierra al asunto
como ella decía, cosa que para mí estaba descartada, o me dedicaba a esto, a la
prostitución, por el tiempo que fuera necesario. Mejor dicho, Lucho ¡cuáles dos
Rosita como la más impactante de todas las que hemos escuchado. Y eso que to-
día siguiente con la presencia de las demás “conejitas” del grupo haciendo las
veces del público. La pieza que elegí fue una que no coincidía mucho con el per-
fil de ella y tuve que ajustar lo mejor que pude contra el tiempo. Fue el poema
contra su compostura…
y un cortejo alebrestan
de hormonas y latidos…
infalible señuelo
con su ensueño...
y convierten su hechizo
en mi dilecto vicio...
Porque me turba el ansia que parece
se estremece y se aviva
si la rozo…
Eso es todo...
terizo por todo ropaje y representa a la amada y destinataria del poema, mien-
cien ejemplares impresos en láser. Les propuse que nos reuniéramos brevemen-
te ese día para que lo conocieran, lo cual aceptaron emocionadas. Les comenté
que esa misma noche tenía que decidir el título para el libro y que quería escu-
char sus opiniones sobre tres opciones: “Manual de instintos y latidos”, “Pétalos
de piel” y “La sazón del deseo”, teniendo en cuenta que en cualquiera de las op-
ciones iba el subtítulo “Libro de poesía erótica” y que había que pensar cuál po-
Llegado el día, las que opinaron con algún argumento fueron Rosita, Julieta y
–Pienso que el mejor título es “Pétalos de piel”. Por lo breve y, como vos decís,
–¡Muy bien Rosita! –dije yo– Son muy buenos argumentos... ¿Quién más quiere
–Yo no sé nada de esto, pero el que más me gusta es el tercero “La sazón del de-
quiere opinar?
Miren que ya se han referido a las tres opciones con muy buenos argumentos
cada una... Si Salomé o Matilde tienen algo qué decir, las escucho...
–Yo estoy de acuerdo con Rosario –dijo Matilde–. Ese título me parece, además,
–Muy bien, muy bien, muy bien –dije yo–. Esto se pone interesante…
–Yo estoy de acuerdo con Rosita –dijo inmediatamente Salomé–. Además, ese
les dije
–Pues bien, ya habiendo escuchado todos los argumentos y en vista de que hay
por... por… ¡por “Pétalos de piel”!... Y no crean que fue una elección fácil, puesto
que todos los argumentos son buenos… Pero, nada, había que tomar una deci-
debemos invitar a todos los posibles lectores y compradores, por ahora de boca,
por teléfono y hasta por las redes y por el correo electrónico. Si ustedes también
lo manejan, por favor háganlo, parece que es una herramienta eficaz... aunque
yo soy un poco troglodita para esas cosas tecnológicas y prefiero muchas veces
¡un telefonazo y ya! En todo caso como a ustedes les parezca mejor ¿vale?
–Tengo una buena noticia, Lucho. –dijo Rosario– Mi mamá Zoyla quiere venir
–¡Bravo! –exclamé yo– Un aplauso para Rosario y para doña Zoyla –fue aplau-
dida–. Y otro aplauso también para Rosita y para su tía Mercedes que también
LA TÍA MERCEDES
El lunes de la siguiente semana fui a visitar a Rosita para conocer a su tía Mer -
to de Mercedes, porque quería evitar conocer a la tal Consuelo, esa mamá de pa-
Aunque a su tía ya casi la conocía por la descripción que Rosita me había hecho,
misma casa de Rosita, adecuado con baño y cocineta y por el cual, por lo que en -
–La misma que canta y baila –me contestó ella–. Pero seguí y te ponés cómo-
do...
que éste había muerto de un infarto fulminante cuando Rosita tenía catorce
años recién cumplidos. También supe que Consuelo había conseguido con unas
veladoras, “sin proponérselo, pero con la ayuda de Dios”, según sus propias pa-
hasta cubrir completamente de libros de diversa pero selecta laya una de las pa-
redes de la enorme sala, no tanto porque fuese un buen lector, sino porque esti-
mulaba el hábito de la lectura en todos sus hijos y creía firmemente que el futu-
Tal como había dicho Rosita, Mercedes poseía un gran sentido del humor y una
cuencia de su experiencia política del pasado, en las filas del partido liberal, ha-
Se sabía de memoria algunos poemas incluso tan kilométricos como “Los moti-
vos del lobo” de Rubén Darío o “Anarkos” de Guillermo Valencia. Por lo visto
–Decime qué te provoca beber, –me dijo– mientras esperamos a Rosita que se
ciar.
Acto seguido, brindamos. Yo por la amistad y por haberlas conocido a ellas y ella
Me dijo que yo era un loco completo pero que eso era lo que más le había agra-
dado de mí cuando Rosita le contó todo. Y que tenía la sospecha de que ese lan-
zamiento iba a ser un éxito rotundo... “la gente va a asistir hasta por curiosidad,
pues en su vida habrán visto nada igual”. Palabras en que no se advertía la me-
nor hipocresía, el menor “cepillo” y por esa razón me llenaban de más confianza
–Gracias, Mercedes. De todas formas, ya tenía pensado reservar uno para obs-
equiarte.
le creo ni lo que reza. Esa granuja no sólo empujó a su propia hija por la senda
de la prostitución, sino que además ¡reza! ¿me podés creer?... reza para que a
Rosita le vaya bien, cada que se va para ese antro de mierda ¿ah?... ¡para que
consiga buenos clientes y le paguen bien los polvos! Porque eso es lo único que
…“Te cuento, Lucho, que me siento tan impotente con lo de Rosita –prosiguió
es parecida, porque yo dependo de una pensión que a duras penas alcanza para
vez en cuando se acuerdan de que tienen mamá. Aunque para ser justos no pue-
do decir lo mismo de Jacinta, mi única hija que vive en Medellín. Bueno y, cam-
biando de tema, sé que Rosita te contó una buena parte de todo ese calvario que
es su vida...
–Sí, –le dije– me contó por las que está pasando ahora con el tal Joaquín, lo de
su matrimonio, lo de sus hijos (la niña y los mellizos), lo de sus dieciséis herma-
–Es que es algo triste y penoso. –dijo ella– Aunque Rosita nunca lo conoció, no
es algo fácil de contar. Sin embargo, a vos te lo voy a contar. Es importante que
–Ya lo sabía –me aclaró–, Rosita me lo había dicho... Te estaba diciendo que
ellos vivían en Popayán con todos sus hijos y los habían “fabricado” allá como
agüeros ni nada por el estilo, pero ese número no me gusta nada... ¡vaya uno a
saber! El hecho es que por esos días desapareció Manuel, que tenía unos dieci-
séis o diecisiete años, y no se volvió a saber nada de él hasta después de tres se-
manas o algo más –y aquí a Mercedes los sollozos le cortaban la voz mientras
sus ojos se anegaban con el recuerdo y el dolor–. Cómo te parece que el cadáver
la vía panamericana que sale por el sur de Popayán hacia Timbío y como a unos
–Ahora veo por qué Rosita no me lo contó –le dije– ¡Qué tragedia tan terrible!
“Gracias, mijo. Y tenés razón, el dolor de toda esta familia, de la cual hago parte,
pero sobre todo de los padres, fue algo que nos marcó de manera brutal durante
muchos años y a ellos, claro está, para el resto de la vida. Ellos, pero sobre todo
Argemiro, que era un creyente todavía más fanático que la misma Consuelo, que
es una campeona olímpica sin competencia para bolear camándula ¿te podés
imaginar? decían que eso era un castigo de dios. De su dios será –y aquí hubo ri-
sas, y las lágrimas todavía alcanzaban para humedecer su risa– porque yo, gra-
“Con el tiempo empezó a circular por la ciudad una versión que ponía los pelos
de punta. Había un desquiciado asesino que deambulaba por las calles de Popa-
yán con la más completa impunidad por porque nunca se le podía probar nada,
que no le paraba ni cinco de bolas, además cómo iba a ser que lo hiciera con un
pretendiente con la hoja de vida de un desquiciado como él. Y sucedió que ca-
ron de novios. Lo demás, Lucho, como podés ver, es fácil imaginarlo. El salvaje
ese se las ingenió para emburundangar a mi pobre sobrino y llevarlo quién sabe
dónde, amarrarlo, torturarlo ¡hasta le sacó un ojo, Lucho!... Pero nada de prue-
bas. Esa es una de esas cosas que todo mundo sabe porque ata cabos, pero nadie
puede probar ¿Te das cuenta? Lo cierto es que, a raíz de ese acontecimiento, de-
cidieron trasladarse y radicarse en Cali. Querían apartarse de todo lo que les re-
–Al respecto hay una anécdota curiosa que quiero que sepás –continuó diciendo
Mercedes–. Es como una anécdota dentro de la anécdota... Por esos días un es-
tudiante paisa de la Universidad del Cauca había compuesto una diatriba en for-
porque es de mal gusto, demasiado vulgar. Tanto que a mí, que me ha gustado
moria para poderlo declamar en cuanta reunión participaba y así dar rienda
suelta a su amargura...
–Es, por lo visto, un poema solidario con su odio hacia Popayán y como si se lo
dictara el dolor –subrayé yo–. No sé, pero yo pienso que, a Consuelo, aunque es-
tuviera en el mismísimo infierno, le haría falta declamar ese poema para poder,
cómo decirlo, pintarrajearse con él, para poder… alimentarse de él. Por eso se lo
aprendió, a pesar de lo largo. Para poder llevar con ella a donde sea tanto ese
–Así es, Lucho. ¡Qué bien dicho eso! En otras palabras, es como un amuleto. Por
eso Argemiro vendió dos casas que tenían ellos en Popayán y una finca muy bo-
nita y grande atravesada por un río que tenía una gran población de la famosa
trucha arco iris. De hecho, él, Argemiro, era un muy hábil pescador de trucha.
Esa finca está ubicada en Sotará, que como vos debés saber, como buen “pato-
papá, dos tíos y varios primos. Y con ellos hacíamos jornadas de pesca en varios
ríos trucheros del Cauca, además de Sotará, en Rio Blanco, en Paletará, en el Va-
lle de las Papas, en Silvia, en Jambaló, en la laguna de San Rafael y otros que
ahora no recuerdo…
–Qué bien, Lucho –continuó ella–. Otra cosa que tenemos en común. Como te
decía, allí pasaban ellos con frecuencia temporadas de vacaciones con sus hijos.
Y en muchas ocasiones conmigo. Fue una lástima que la vendieran, pero, no tu-
char la llegada de Rosita, ya que sólo las separaba un muro con ventanales al-
Ella le contestó diciéndole que se tardaba unos 20 minutos porque debía prepa-
rar un biberón para los mellizos. Entre tanto, Mercedes continuó no sin antes
“Sí, como te decía –continuó ella–, con lo obtenido por la venta compró esta
más, porque el precio de la vivienda es mucho más bajo en Cali que en Popayán.
chinos que tuvieron hasta completar los dieciséis porque la niñita nada que lle-
gaba. Pero por fin llegó en el embarazo número 17. De tal manera que Rosita fue
ves... ah?
“Ahí tenés, Lucho, a grandes rasgos, la historia de esta familia.
–Pues me has dejado mudo, –dije yo– estoy muy impactado con toda esa histo-
ria.
–Imaginate. Pero bueno, mejor cambiemos de tema... Ahora viene Rosita y...
–¡Exacto! –dijo– Contáme por ejemplo, con más detalle, lo del lanzamiento y lo
nes, con ellas en la pista y vos declamando, me parece espectacular... ¿Será mu-
–De ninguna manera –le dije–. El único problema es que no he logrado apren-
dérmelos todos…
o tu risa,
o tus miradas
o tus labios,
las dos copas) Pero es que sos todo un artista... Todo un poeta y además pintor.
No, no, no. Estoy deslumbrada... Uno más, por favor. ¿sí? ¿sí?... y no te molesto
más.
de luciérnagas y grillos
un lupanar, si se quiere...
Muchachita arrabalera,
de sandalias y de túnica,
Y se animó la conversa
y rellenamos la noche
de acelerados latidos
tu corazón peregrino.
Y la carne no se olvida.
–¡Eh, Ave María! ¡qué cosa tan bárbara! ¿Sabés qué? Te encargo dos libros, el
de sibila délfica.
En ese momento apareció Rosita como si fuera un fantasma por una puerta pos-
terior que yo no había advertido. Lucía radiante. Más, me pareció, que la regis-
del lupanar.
–Vení acá mijita y te tomás un vino. Yo aquí escuchando al bardo sus rapsodias,
Muy bien tía... –dijo Rosita y, dirigiéndose a mí– Es la primera venta ¿no es así?
–Yo estaré allí puntualmente, –dijo Mercedes– pero si no puedo, por alguna ca-
–¡Ah! En ese caso –dijo, levantándose– creo que te los puedo pagar de una vez...
MI HISTORIA
Una semana después del ensayo con Rosita, Julieta me llamó para decirme que
necesitaban hablar conmigo. Así que el viernes acudí a La Conejita Rosa para
Allí lo primero que me dijeron fue que, como cada una de ellas había contado su
–Pero... me toman por sorpresa –les dije–, no estoy preparado para eso.
sentenció Rosario.
–Está bien –les dije–, por lo visto no tengo escapatoria... Y ustedes son mis par-
–Y para animarte, parce –enfatizó Matilde–, nosotras invitamos al ron, esta vez,
no te preocupés.
dre, una educación cristiana, “como los cánones mandan”, como dice León de
creencias, tanto las políticas como las religiosas, hasta mis 17 años. Por ese en-
tonces comencé a hacerme esas grandes preguntas o interrogantes que uno sue-
edad a otra, que era precisamente lo que yo estaba viviendo en ese momento. El
nada consciente. Pero no tiene importancia, porque lo vivía, que es lo que real-
mente interesa.
“Miren que es ahora, que me pongo a rememorar, cuando veo bien lo que me
“Así que esas preguntas fueron ¿Por qué diablos yo soy cristiano y además cató-
lico? ¿Por qué soy liberal? ¿Porque mis padres son así? ¿Y si mis padres hubie-
ran sido ateos y comunistas, no sería yo también ateo y comunista? Pero las pre-
guntas fueron más allá ¿Por qué diablos, mi papá y mi mamá, son cristianos?
“Así que ¡Al diablo con todo! me dije, voy a empezar a investigar sobre las dis -
tintas religiones y doctrinas del mundo y sobre los diferentes partidos y sistemas
políticos. Entonces me dediqué a comprar y a leer libros con ese propósito, co-
menzando por la Biblia, pero también el Corán, los Cuatro Libros del budismo,
del Partido Comunista’ de Marx y Engels, ‘El contrato social’ de Rousseau ‘Mi
lucha’ de Adolfo Hitler y otros que no recuerdo... ¿No las estoy aburriendo? –se
me ocurrió preguntarles.
–Y yo –dijo Rosario.
–Dale, dale, Lucho –dijo Salomé– Tranquilo que nosotras te avisamos, si nos
aburrimos...
ateo y socialista. Yo qué culpa. Aunque debo confesar que de todas las religiones
de ese montón de libros que me empetaqué, la que más me atrajo fue el budis-
mo. Y las que más repudié, aunque sería mejor decir “reputié” (inevitables ri-
“Y en cuanto a las diversas corrientes y doctrinas que hay dentro del marxismo o
y por lo tanto ajenas al marxismo que es una doctrina y una corriente ante todo
–Por mi parte, creo que te entiendo –dijo Rosita–, pero me surge una inquietud.
–Muy buena pregunta Rosita, pero para allá iba. La respuesta es NO. Quiero de-
cir sí existe, sólo que pasa por un mal momento. Lo que sucedió, por lo que pude
averiguar, fue que en la Unión Soviética se enfrentaron las dos corrientes, des-
era, después de Lenin, el principal dirigente del partido bolchevique, que dirigió
ahora el caso traer a cuento, la partida fue ganada por Stalin quien a raíz de eso
alcanzó un poder tan grande que no sólo convirtió a la naciente república socia-
lista en una dictadura burocrática, sino que impuso un régimen de terror totali-
tario y de partido único, muy parecido, como régimen, al de Hitler. Y eso, a pe-
nuevas para ustedes y lo que de pronto hago es confundirlas más… Bien, bien,
mis primeros pasos en el campo del arte, aunque no me lo crean, los di a la edad
de cuatro años no cumplidos. A esa edad sucedió algo que prácticamente trazó
una libreta donde estaba escrito mi nombre. Estaba escrito a mano, si mal no re-
cuerdo, por mi madre. Pero el hecho es que yo sabía eso y me propuse copiarlo.
Cuando lo hice, corrí a mostrárselo a Julián, mi hermano mayor, que por aquel
“Como él no me creyó, lo volví a hacer delante de él, esta vez ya más rápido que
–Exactamente, ni más ni menos –le contesté–. Muy bien, Rosario, muy bien.
Prosigo. Cuando mis padres llegaron de su trabajo, lo primero que hizo Julián
fue contarles a ellos mi proeza. Ellos tampoco daban crédito a lo que veían, aun-
con la mayor velocidad y destreza posibles para mi edad. Eso fue un aconteci-
contradictorio, por una parte yo pensaba que lo que había hecho no era nada del
otro mundo (de hecho, no me costaba ningún esfuerzo) y que ellos estaban, por
lo tanto, exagerando. Pero por la otra también pensaba que no me costaba nin-
gún esfuerzo, por alguna razón, porque tal vez era algo así como un genio (digo,
tal vez, porque yo no era todavía consciente de lo que eso significaba). Y enton-
ces sí que valía la pena todo ese alboroto. En todo caso le marcó un derrotero a
mi vida.
casas, paisajes, pero muy especialmente los cómics de moda como Tarzán, Su-
nes de algunos libros, como el ‘Libro de las tierras vírgenes’ de Ruyard Kipling o
óleo y las témperas. Y también de dibujo, como el carboncillo, el grafito, los pas-
teles y la plumilla.
“Cuando empecé a crecer comencé también a leer y a escribir. Leía libros cada
vez más “mamonudos”. Empezando por los ya mencionados. Pero también a los
grandes novelistas como Dostoievski con ‘Crimen y castigo’ y ‘El jugador’ o Bal-
zac con ‘Papá Goriot’. Bueno, sin olvidar ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo, ‘La vo-
rágine’ de José Eustasio Rivera y ‘La María’ de Jorge Isaacs. Incluso comencé a
Cervantes Saavedra, ‘Los miserables’ de Víctor Hugo o los cuentos de ‘Las mil y
“Y eso sin hablar de los grandes poetas, como Walt Whitman, Federico García
Lorca, Rubén Darío, Pablo Neruda, Miguel Hernández, José Asunción Silva,
nos como pintor y poeta. Lo del dibujo, en cambio, no lo adquirí por formación,
sino por una destreza innata que se manifestó a los cuatro años ¿se dan cuenta?
conflictos que tiene con su padre. De tal manera que, durante una celebración
caserón en que se celebra la fiesta, se apunta a la sien con uno de los revólveres
bargo, el arma estaba descargada, cosa que él ignoraba, y como en ese preciso
momento estalla uno de los cohetes manuales de pólvora que le están queman-
Cuando despierta cree que todo es irreal porque él ya estaba muerto. Y con esa
convicción empieza a crecer, lo que lo lleva tener osadas aventuras en las que
desafía toda clase de peligros por la sencilla razón de que él cree que ya está
muerto y no corre peligro, pues nadie puede morir dos veces. Pues bien, mis
parceras, del desarrollo de esas aventuras trataba el relato, que constaba de doce
páginas y habían podido ser más, pero ése era el máximo admitido.
“Un año después repetí el primer premio en el Primer Concurso Intercolegial de
obra fue declarada ‘fuera de concurso’ por tratarse de ‘una temprana obra maes-
tra, hecha por un niño de tan sólo doce años de edad’, según las palabras del
“Lo mejor del cuento, queridas parceras, es que, para esta ocasión, yo había rea-
lizado una acuarela a toda máquina, como en veinte minutos (cuando habían
otros. Mi padre me convenció de que lo que yo había hecho era una irresponsa-
bilidad, que ese dibujo era un mamarracho con el cual no me iban a dar ni si-
el gran Auditorio del Orfeón Obrero de la ciudad, mi papá se tuvo que tragar
curioso, pero yo pensaba que mi padre de alguna manera tenía razón. Porque,
cuando yo hice el trabajo con el que concursé, lo hice como por no dejar, pues
una parte de mí, conforme a lo que les he dicho, estaba convencida de antemano
Por esta razón (porque pensaba que mi padre tenía parcialmente la razón) deci-
zó dos años después, pero haciendo un dibujo con mucha técnica, esmero y de-
talle, empleando las cuatro horas completas que daban para su ejecución. El re-
sultado, esta vez, fue un tercer premio, compartido con otros cuatro concursan-
tes. Esto, para mí fue una humillación. Como una cosa del diablo que se burlaba
de mí. Todo esto, menos que menos, lo pude entender y generó en mí una con -
Yo no quise pasar a recibir ese premio y lo que hice fue retirarme de ese evento
recibirlo.
–Nos hiciste llorar a todas –dijo Rosita y, en efecto, estaban las cinco lagrimean-
do.
–¡Bah! No sean cursis –dije yo, sonriendo–, que van a despertar el cursi que
también tengo yo adentro... Más vale otra ronda de roncito ¿Les parece?
Y nos lo aplicamos.
“Tanto mis estudios primarios como secundarios los cursé siendo el mejor estu-
diante, pero sólo en las materias que me gustaban, que eran también para las
que mayor aptitud tenía, como las matemáticas, las manualidades y el dibujo.
en la de física. En casi todas las demás materias y sobre e todo aquellas que re-
era un estudiante regular, por no decir malo. De este tipo de materias, con alta
“No está demás agregar que en el quinto de bachillerato me dio por hacer cari-
caturas de casi todos mis compañeros y profesores con un gran éxito, pues era la
cuerpo de camello, con las dos jorobas. Lo que divirtió hasta las lágrimas a todos
me desafió a pelear cuando tocaran la campana al final del día. En aquella oca-
sión me salvaron posiblemente de una buena tunda los mismos compañeros que
tuvo más remedio que salir para su casa como perro regañado. O como camello
regañado (algo de risas). Aunque debo aclararles que mis intenciones, por lo ge-
neral, no eran las de hacer daño a nadie, sino divertir a los demás, con el retrato
caricaturizados. El carecamello del que les hablo era un tipo que me caía hasta
bien. Aunque también debo confesarles que descubrí que con las caricaturas yo
caían mal y por esa razón también me respetaban mucho. Creo que hasta me te-
mían. Sin embargo, casi siempre, mis caricaturas no eran ofensivas, simplemen-
del salón de clase. Era un tipo muy bravo y grosero y parecía un Bulldog. Yo lo
hice por supuesto, no sólo con cara, sino también con cuerpo de Bulldog, aun-
que también se podían apreciar los rasgos fisonómicos y un gesto típico del pro-
fesor. Les cuento que esa caricatura fue la diversión de todo el salón. Alguno de
mis compañeros le sacó incluso fotocopias y las repartió. Hasta que otro de
ellos, o tal vez el mismo, la puso sobre el escritorio del profesor que desde ese
un conflicto, pero esta vez institucional porque el tal “Bulldog” mandó llamar al
rector del colegio para acusarme ante todo el curso de mi insolencia por la cari-
“¿Es usted el autor de esta caricatura?” dijo el rector, dirigiéndose a mí. “Sí, así
es, señor rector” contesté yo. “¿A quién representa con esta caricatura?” me pre-
ma que hace alusión a él” objetó el rector. “Yo dibujé un Bulldog –continué di-
ciendo en el mismo tono– no sé por qué el profesor dice que se parece a él”. (ri-
sas desbordadas de todo el salón). “Es evidente señor rector –dijo el profesor–
quiero decir algo, en nombre de todos los estudiantes de este curso. Lo que su-
cede es que el profesor Contreras –tal era su apellido– nos trata a todos de una
cluso con ofensas racistas, como «negro estúpido» o «indio imbécil». Ésas no
ponsable número uno de esta institución académica es mi deber velar por el or-
consecuencia, lamento decirle que debo suspenderlo por tres semanas a las cla-
ses del profesor Contreras. En cuanto a usted, señor profesor Armando Contre-
los estudiantes de su parte hacia ellos. El estudiante Zapata tiene razón en seña-
lar esas maneras como antipedagógicas. No las puedo permitir en este estableci-
miento. Eso sería sentar un mal precedente”. “Señor rector, si me permite –dije
yo–. Con todo respeto quiero dejar constancia de que se está cometiendo una
injusticia en contra mía. Nadie me ha demostrado que yo haya hecho una cari-
cabellos”. “Si me permite, señor rector –dijo entonces el profesor–, quiero decir
presente en lo sucesivo ese asunto del trato del que se habla. En segundo lugar,
Echavarría. La razón es que él es, a pesar de todo, si no el mejor, uno de los me-
jores alumnos que tengo en las clases de Filosofía, la asignación que me corres-
incluso si en realidad la hizo, yo estoy dispuesto a pasar por alto el asunto y que
sigamos adelante”. “Muy bien, muy bien –concluyó el rector–. Eso dirime el
es un arte y un don que usted tiene. El problema está en que se ofenda y se falte
claro está, en caso de que efectivamente sea ésa una caricatura del profesor
Y así quedó zanjado el asunto. Pero se los he contado para que vean los proble-
–Yo no sé –dijo Rosita–, pero lo que es a mí, no me molestaría, para nada, que
do, de pocos trazos. En un momento de estos te la hago… Igual para las demás,
ler nada ¿me oyeron? Eso sí, debo advertirles que es inevitable que una caricatu-
Y yo sé que, a las mujeres, en general y por vanidad, les gusta menos que a los
asistía, me pidió que le hiciera una caricatura. Recuerdo que le hice la misma
advertencia que les estoy haciendo a ustedes, pero ella hizo caso omiso del asun-
to. El hecho es que el día que se la llevé al gimnasio ella todavía no llegaba y yo
Pues les cuento que les causó tanta gracia que inmediatamente empezaron a cir-
cularla por todo el gimnasio. De tal manera que, cuando ella llegó, no sabía de
qué diablos era que se reían, pero como la risa es contagiosa, ella también se
tura. Y la verdad es que ya no quería que la viera. Al cabo de un rato, una de sus
taba esa mujer. Pero era una furia mezclada con amargura, y no era tanto por la
caricatura, como me aclaró seis semanas después, cuando logré que me volviera
de la ciudad. Me dijo allí que lo que no le había gustado era que se la hubiera
mostrado primero a los demás que a ella. Yo, por supuesto, admití mi error y le
pedí que me perdonara. Ella me dijo que sí, que claro que me perdonaba, que ya
no importaba y que de todas maneras la caricatura era muy buena. Que la prue-
–Bueno –concluí entonces–, les conté esto para que vean lo que puede pasar.
Eso sí, les prometo que esta vez no se las voy a mostrar primero a otras o a otros
mo quedan Rosita y Julieta ¿diga? –Cosa con la cual que reímos a mandíbula
suelta.
–Ningún problema, Rosario –dije yo–. Y esto va también para Salomé y Matil-
de, si quieren tomen la decisión una vez vean las caricaturas de Julieta y Rosita
que, por lo visto, son las más valientes del grupo –Y aquí fui yo quien soltó la
–Muy bien, continúo –les dije–. Así las cosas, al terminar el bachillerato, con
muchas dudas, pues no sabía qué derrotero tomar, de los dos que me presenta-
Rosario) a todos mis profesores. Toda la carrera la hice con matrícula de honor.
crear una asociación o gremio de poetas jóvenes que finalmente se fundó con el
bre todo muchas, muchas expectativas. Pero esta carrera, no sé si por el nivel de
–Gracias, Lucho –dijo Rosita–. Para mí fue una maravilla escuchar tu historia.
–Gracias, Lucho –dijo Julieta–, creo que estamos todas sorprendidas. Aunque
tengo una pregunta ¿Por qué no nos contás algo de tu vida sentimental?... Si no
es problema…
–Ningún problema –dije–. Lo que sucede es que no hay mucho que contar. Lo
cierto es que, lo que se dice novia, sólo he tenido una de verdad, Luisa Fernan-
da, era, o es, su nombre. Pero el asunto no alcanzó a durar ni siquiera un año.
Aunque no lo crean, soy una persona muy tímida en cuestiones de citas, de con-
quistas… y todo ese cuento, en serio. Creo que estoy casado con el arte y la lite-
ratura.
–Es increíble –dijo Salomé– que una persona que tiene tanta facilidad para ha-
novia.
rio– pero la poesía no es, al menos para mí, un buen medio para enamorar. Por
do, por la sencilla razón, según las poquísimas experiencias que he tenido, de
que se le sube el poema a la cabeza y siente así que tiene las riendas de la rela -
ción y eso lo utiliza en contra de uno, de muchas maneras. Por ejemplo incum-
que la pareja no lo vea a uno tan enamorado, tan necesitado de amor, especial-
Y miren ustedes la paradoja (a estas alturas ellas ya sabían, por Salomé, el signi-
sa. En otras palabras, el tiro le sale a uno por la culata. Es algo que sucede in-
peor porque esa persona sería entonces maquiavélica. La mayoría de mis poe-
mas de amor los he hecho inspirado en la novia de que les hablo, pero ella no lo
sabe, porque, si con unos pocos que yo le dediqué pasó lo que pasó, imagínense
durado ni dos meses. Sin embargo, les confieso, yo he seguido haciendo muchos
–Pero ya se enterará –dije yo y agregué– ¿saben una cosa? Cuando ella tenga el
–¿Saben una cosa, parceras? –dijo Rosita, dirigiéndose a las demás y jugando a
ignorarme– Yo creo que cuando eso suceda, la tal Luisa Fernanda, va a querer
–Se le va a abrir de piernas ¿diga? –dijo Rosario, provocándonos esta vez sober-
bia carcajada.
–Ella podrá querer y todo lo que ustedes digan –dijo Matilde, con su elemental
–Gracias a todas por lo que han dicho –dije yo, dando respuesta a la pregunta
que Matilde, tácitamente, insinuaba en nombre de todas–. Creo que tienen ra-
como muy sabiamente dice Matilde, es que, en el caso de que ella, como ustedes
dicen, quiera reanudar la relación, yo, la verdad es que ya di vuelta a esa página.
No creo que dé marcha atrás. Pienso que sería un error. Entre otras cosas por-
que con plena seguridad, por todo lo que les he dicho, eso va a ser un rotundo
fracaso. Y, como dice el dicho, “el palo no está como pa’ cucharas”… Bueno par -
EL LANZAMIENTO
El miércoles de esa semana fui por los cien ejemplares de “Pétalos de piel”. El
editor me dijo que sólo había unos sesenta libros listos, pero que si volvía al día
siguiente me los podía entregar completos. Le dije que prefería llevarme esos se-
senta y que pasaría el jueves por el resto, que no había inconveniente. Agregó al
final que por un error de cálculo habían salido diez libros más y que si de ese nú-
mero, si no había inconveniente, podía quedarse con dos libros para que yo to-
mara los ocho restantes. Le dije que dejara cuatro, que con seis me daba por
bien servido ya que, al fin de cuentas yo sólo contaba con cien libros. Quedamos
mutuamente agradecidos.
La edición estaba impecable. Yo había diseñado la cubierta con uno de los boce-
tos que hice de Salomé. Finalmente me entregó sesenta y tres ejemplares en tres
Así que ese mismo miércoles por la noche me dirigí a La Conejita Rosa para reu -
nirme con ellas, tal como habíamos acordado. Llevaba siete ejemplares bajo el
brazo.
La emoción que manifestaron las cinco “conejitas” fue enorme, sobre todo cuan-
do les dije que esos ejemplares eran para cada una de ellas. Los dos que resta -
ban eran los de Mercedes que Rosita se encargó de llevarle. Salomé no cabía en
que les tenía eran las quince ilustraciones –para ambientar un buen número de
los poemas que aparecen en el libro, muy especialmente los concernientes a los
aguada, en tinta china negra que hice en mi estudio sobre la base de los bocetos
También les entregué las tarjetas de invitación en tamaño postal y a todo color
que yo había diseñado con una fotografía del libro para que repartieran a todas
Cada una llevó 30 invitaciones y les dije que si les faltaba me avisaran para en-
tregárselas.
De ahí en adelante sólo restaba la preparación que se hizo de la manera más di-
ligente y entusiasta, sobre todo por parte de ellas. La clave de ese entusiasmo es-
taba en el orgullo que sentían por hacer parte “carnal” (nunca mejor dicho) de
ese libro, tanto por los poemas como por las ilustraciones. No se les quedó un
solo cliente del burdel, según me dijeron, ni parientes en caso de que los tuvie-
ran en la ciudad como era el caso de Rosita y aún en otra ciudad como era el
Hasta que llegó el día del lanzamiento. Fue un viernes, finalmente un mes des-
pués de la sesión de dibujo con Rosita. Aunque muchas personas nos habían
nervioso, sobre todo por la asistencia. Pero no tanto por el tipo de libro que es-
taba promoviendo, sino por el sitio en que lo pensaba hacer. Y esa preocupación
sólo me vino a acosar, eso sí, en forma vehemente, ese mismo día, desde que me
lanzamiento de un libro de poesía, por muy erótica que fuera, en un sitio como
ese. Llegué a pensar que Mercedes tenía razón al decir que yo era un loco y que
sólo por consideración veía eso como una cualidad, prácticamente como una
virtud. Y mis amigos editores, ni se diga. Me habían dado a entender que yo es-
prostitución –sí, muy cariñosas, es cierto, no lo puedo negar– pero también, con
la sola excepción de Rosita, muy limitadas, muy básicas, con una escasez de co-
nocimientos desoladora.
Lo mejor del cuento (o lo peor) es que ese estado de ánimo, esa “malparidez” (si
que había tenido hasta el día anterior hasta el punto de haber alquilado 30 sillas
Para decirlo de otra manera, esa parte negativa de mí, la que llegó a creer en el
pasado que mi padre tenía razón con aquello de que yo era un irresponsable, ha-
bía emergido de entre las sombras y me había tomado por sorpresa. Un visitante
Así las cosas, a medida que se acercaba la hora comencé a arrepentirme de ha-
berme metido en todo ese rollo –y ese bollo– y lo que ya al final quería era des-
aparecer, que la tierra me tragara y que toda esa mierda acabara de una vez por
todas.
Pero no había caso, la suerte estaba echada. Y por fin llegó la hora. Los invitados
fueron llegando en forma irregular y “graneada”, desde un poco antes de las seis
que, hacia las seis y media, ya había llegado casi todo el mundo y el local estaba
cuerpo...
De nuevo Mercedes tenía la razón, la mayor parte de los asistentes estaba allí
por curiosidad. Querían saber en qué iba a parar toda esa locura. Aunque tam-
bién había sin duda un buen número de los únicamente movidos por el morbo...
puesto, un número tal vez no muy numeroso de asistentes que acudía allí por un
Así que ahora había que enfrentar al público con los performances. Convencerlo
en función del mismo espectáculo, sino en función del libro. El objetivo, el reto
verdadero, era que el público se enamorara del libro. Pero en ese aspecto, en el
del montaje mismo, tanto yo como las chicas nos sentíamos con mucha seguri-
Cabe mencionar que, entre los asistentes, fuera de los ya mencionados, estaban,
con excepción de Rebeca, las amigas del parche de Rosita que ella me presentó
minutos antes de iniciarse el evento. Éstas eran Lorena, Lucrecia, Marta y Ama-
ranta. Contra todo pronóstico estaba también Federico a quien –muy reacio a
venir porque detestaba los pasos por los que andaba su “hermanita del alma”–
Mercedes había sabido convencer diciéndole que ella también odiaba eso que
hacía su sobrina del alma, pero que había que entender que ella misma, la pro-
pia Rosita, también odiaba lo que hacía y que prácticamente no le había queda-
mínimo”, sino bastante más, para la manutención de los tres hijos del matrimo-
nio ¡los propios nietos de Consuelo! le había recalcado. El hecho es que allí esta -
Dimos apertura al evento a las 6:45 en punto de la noche con el local a reventar.
Cabe aclarar que con la ayuda de los guardas de la entrada se mantuvo despeja -
ser ocupada.
Yo había convidado, como ya dije, a un amigo poeta payanés que había sido pre-
y de la cual fui, como ya les había dicho en mi relato a las conejitas, su primer
poeta como pintor, lo cual, según dijo, no solía ser frecuente y que como fruto y
lanzaba, era ilustrado por el mismo autor. Explicó al público que apenas conclu-
yera el espectáculo se daría un tiempo de máximo una hora para que los intere-
sados en el libro lo pudieran adquirir y para que (si así lo deseaban) se lo lleva -
ran con una breve dedicatoria y la firma del autor. Aprovechó incluso la oportu-
nidad para informar que en unas tres o cuatro semanas, a más tardar, tendría
lugar una exposición de arte erótico con toda la obra que yo había realizado con
cinco de las jóvenes que hacían parte de La Conejita Rosa, en un lugar, día y
Acto seguido, después de los aplausos y tras agradecer las palabras de mi amigo,
hice una breve presentación del libro, de su contenido y de las ilustraciones que
había hecho con base en los bocetos realizados allí mismo y tomando como mo-
delos a cinco de ellas (aquí di sus nombres) y de cómo había surgido la idea de
hacer con ellas mismas el lanzamiento en ese lugar, mediante los montajes o
performances con poemas extraídos del mismo libro, que verían y escucharían a
todos ustedes conocen. Sólo cabe mencionar y destacar que la presencia del gru-
sultado fue mejor del que esperábamos. Sobre todo, del que yo esperaba, por-
que, a decir verdad, ellas las cinco “parceritas del alma” nunca perdieron la con-
por el morbo, debieron salir algo decepcionados ya que para ellos los estriptis
comunes y corrientes “son sin tanta milonga, van a lo que van, a destapar el cue-
ro y el coño y punto. No más”. Pero esto es sólo una suposición, nada que se hu-
biera comprobado o cosa por el estilo. Una suposición –eso sí– nada traída de
una lectura erótica y no morbosa del cuerpo femenino, a una mirada –sin me-
noscabo de la excitación– estética y, hasta donde ello era posible (dada la baste-
poco también Rosita– el espectáculo desbordó, por todo lo que hemos dicho, las
expectativas de quienes esperaban algo que fuera más allá del morbo y la degra-
dación.
Por último, cabe anotar que todos los performances fueron frenéticamente
TAN. Creo entender que fue por el poema (más precisamente por su contenido)
y no por Salomé y su presentación que estuvo impecable como todas las demás.
Pero aparte de eso todo nos salió del carajo. Mucho mejor de lo que esperába-
llamé a la pista a las demás conejitas y el público, poniéndose de pie, las vitoreó
en medio de un aplauso prolongado, enérgico y emotivo. Algo de verdad inolvi-
No les voy a ocultar finalmente que, pese a los esfuerzos que hacía para conte-
solitas por mis mejillas junto a las de ellas mientras las abrazaba y gritaba (ha-
Sólo restaba la venta del libro. Pero debo aclarar que, a estas alturas, ya no me
Yo había llevado noventa y dos ejemplares, descontando del total los siete que
les había entregado a las “conejitas” y siete que dejé en mi haber como reserva y
por si los necesitaba para algún regalo especial o algo por el estilo. De esos no-
el consejo de Mercedes de no regalar un solo libro, tuve a bien separar uno para
Zoyla que tuvo el gesto de venir desde Pereira a presenciar y apoyar a su hija.
Aun así, ella después compró tres para llevarse a Pereira y hacer unos regalos
según dijo, aunque era fácil suponer que ante todo lo hacía como una forma de
colaboración.
Los libros se organizaron sobre una de las mesas y Julián, con la ayuda de Julie-
y la contabilidad...
Lo cierto es que, ante la presencia del atónito impresor que también estaba allí,
profesión arquitecto, se acercó para comprar tres libros, pero sólo había uno.
llegar los otros dos. Y no se preocupe por el pago, lo puede hacer cuando le lle-
guen.” A lo que él respondió “De ninguna manera, maestro. Aquí se los pago, de
una vez... –y, tras pensarlo un segundo, agregó– es más, para que se justifique el
Unos dos o tres minutos antes de lo del arquitecto se presentó un sujeto que co-
menzó disculpándose pues se había perdido casi todo el evento porque se había
despistado con la hora. El sujeto compró dieciocho ejemplares sin pedir ningún
descuento o cosa por el estilo, asegurando que los necesitaba para la biblioteca
del barrio donde vivía. Como nos pareció muy extraño, a mi hermano, a Merce-
des y a mí, que se estuvieran comprando libros de poesía erótica para la biblio -
cirle al tipo que, aunque agradecía mucho esa compra, mi obligación era aclarar-
le que ese libro, si bien era de poesía, su contenido era erótico, con láminas ilus-
que él sabía muy bien lo que estaba haciendo y que ése era exactamente el libro
que necesitaba, ante lo cual no tuve más remedio que disculparme por si había
Mercedes nos comentó que ella no se tragaba ese cuento de la biblioteca del ba-
rrio. Que ella lo que creía era que el pisco era un malandro de alguno de los car-
teles de la droga y “quién sabe para qué diablos o por qué motivos será que ad-
quirieron el libro, pero bueno, nada podemos hacer, al menos se hizo ahí una
buena venta”
–Eso, sin duda –dije yo–, aunque también me interesa el destino del libro.
–Pero no me parés muchas bolas, Lucho –dijo Mercedes–, yo sólo estoy hacien-
do cábalas.
algún regalo, de esos que se hacen entre capos, y lo peor que puede pasar, en ese
Julián ¿vale?
–¿Cien mil pesos? –le pregunté yo tratando de salir del desconcierto– ¿A qué se
refiere?
–Es que cuando le pregunté hace unos días que cuántos libros aspiraba vender
–continuó él– y usted me contestó que sesenta, estuve a punto de apostarle que
si pasaba de cincuenta le pagaría cien mil pesos o más, si era del caso. Pero yo,
–Entonces, yo perdí cien mil pesos –le respondí–, o quién sabe cuánto más–. Y
Quiero, mi gente, darles a conocer, por último, la importancia que tuvo la pre-
sencia del periodista en el evento, quien hizo publicar una buena nota en el ma-
tanto lo inusitado del evento como la calidad del montaje y la edición de “Péta-
los de piel” del cual aparecía una fotografía a todo color. La breve pero oportuna
una fina y emotiva sensibilidad con un erotismo abierto, vehemente y por mo-
mentos salvaje que lo hacen único en el ámbito de poetas, al menos del Surocci -
AMARANTA
¿Cómo podía yo siquiera sospechar que a ese inolvidable día –día de todo, de re-
le pudiera faltar algo? Y, sin embargo, aún faltaba algo... Algo que bien podría
Se habían quedado hasta el final, Matilde, las cuatro amigas del parche y el her-
iniciativa, dijo
apartamento que, aunque es un solo espacio, es suficiente para los que estamos
aquí.
–Sólo pediría una pequeña contribución económica a los que puedan, pues mis
arcas son muy abundantes, pero... de escasez –agregó Mercedes, con su acos-
tumbrada chispa.
–No, no –dije yo–, lo que se necesite va por cuenta mía. No te preocupés por
eso, Mercedes...
–Pero algunas queremos aportar, Lucho –dijo Amaranta–. No es justo que te to-
que a ti toda la carga, sólo porque hiciste una buena venta de libros...
–Gracias, Amaranta –dije yo–, qué dulce de tu parte... Gracias, Julián... Está
bien –agregué dirigiéndome a todos–. Entonces les propongo una solución salo-
tal razón nos desplazamos desde allí hasta el apartamento de Mercedes en tres
taxis, más el coche de Federico que como buen caleño conocía la ciudad como la
palma de la mano.
Una vez allí, un total de dieciséis personas, nos acomodamos en las sillas que te-
nía Mercedes, más otras cuantas que pasó Federico con la ayuda de Lourdes, su
compañera (a quién conocimos ahí mismo), más Amaranta y Lorena desde la
Lo primero que hizo Mercedes una vez instalados fue, después de darnos la
–Ése es el motivo –dijo– de estar aquí reunidos. ¡Sean todos bienvenidos! Espe-
ro que no sea la última vez... Y, antes de seguir con la rumba, te pediría Lucho
que nos hablaras un poco sobre tus impresiones con respecto al evento de hoy y
Mercedes y dando espacio a que captaran la cantinflada. Una vez que lo hicieron
desde que les comuniqué la idea a Julieta, a Rosario, a Salomé y a Matilde, que
tuvo entre ustedes cuatro y ni se diga cuando Rosita hizo parte de este maravi-
lloso grupo de parceras que yo con mucho cariño llamo “mis conejitas”. No, no,
cir verdad, ella la cogió en el aire, como se dice, y se la fue transmitiendo a las
demás. De tal manera que, cuando a las cinco les sonó, fueron ustedes la que me
entusiasmaron a mí. Y lo hicieron además con el mejor interés. Es decir, con de-
“Bueno... Y les tengo una buena noticia. Como ustedes cinco tuvieron, además
del entusiasmo del que hablamos, una presentación estelar el día de hoy, he de-
cidido disponer de lo recaudado por las ventas del libro, el veinticinco por cien-
to, para ser distribuido entre las cinco, es decir el cinco por ciento para cada
te? De ninguna manera. Es apenas lo justo. Yo sé que es algo con lo que ustedes
tal vez no contaban, pero eso se debe a un error de mi parte. Lo que a su vez es
fruto de una, cómo llamarla... incertidumbre que con respecto a las posibilida-
des de venta del libro tenía en ese momento. Aunque tenía en mente, de todas
vender para saber cuál sería el monto definitivo. Pero ya ven, el resultado rebasó
nuestras expectativas. O al menos las mías... Y las del editor que también está
aquí presente... En fin, eso es apenas lo justo. Por el contrario, no es más porque
de allí también hay que sacar el costo del libro, la propaganda impresa, etc. En
publicar mil libros y ya no en láser sino en litografía. Esto significa que habrá
que encontrar nuevas estrategias de venta, nuevos medios, pero también más
lanzamientos con los mismos performances que todos ustedes vieron hoy, pero
adaptados a la censura que muy probablemente se van a presentar. ¡Qué sé yo!
el destape total, por ejemplo, en el performance con Salomé y el poema “Mi cre-
do”, ya no va a ser posible y seguramente ella tendrá que quedar al final, con dos
–Y que esas dos prendas –dijo Mercedes, con su chispa que no podía faltar–
cómo no.
para lo que viene. Tengo el propósito de hacer uno o dos eventos más como el de
hoy en Cali, otro en Popayán, uno o dos en Bogotá y uno en Medellín. Pero eso
será en el transcurso del año y dependiendo de cómo se den las cosas. Por el
rán dos exposiciones, una en Cali, en la Sala de Exposiciones del Club de Ejecu-
abrirá en dos meses... Sobra decir que están cordialmente invitados. Gracias
Debo aclarar, para lo que sigue, que, desde que me fue presentada hasta ese mo-
síntomas inequívocos. Desde los latidos del corazón, que temía que me lo fueran
a oír, hasta las famosas mariposas en el estómago, que en mi caso debían ser
toda una colonia. Por razones tanto físicas como inmateriales. Sus ojos y su
de los años 70s)... En pocas palabras, la parte de ella que apenas conocía me ha-
Pero me pareció también que, hasta ese momento –quizá con una presunción
mis primeros tanteos, cuando bailando apretaba, en efecto, su delicado talle con
cautela.
–No puedo entender por qué Rosita no me había hablado de vos –le dije yo, ya
Sonora Matancera.
–Con tanto problema que tiene la pobre –me respondió–, no creo que le quede
–¡Ah, claro! Pero eso es distinto –trató de aclararme ella–. Rebeca es parte del
problema...
–A propósito, ¿qué opinión te merece todo ese asunto de Rosita? –le pregunté
entonces.
–Muy grave... Gravísimo –me dijo ella–. La canallada de ese par de miserables
ha sido otra mierda con Rosita. A propósito ¿sabés acaso algo sobre el problema
–No estoy muy segura –me dijo en tono algo misterioso–, pero parece que Rosi-
ta tiene cáncer...
–Te voy a comentar, pero tratemos de ser prudentes –dijo en el mismo tono.
–Por supuesto, aunque si tenés dudas, mejor no me lo contés –le dije para tran-
quilizarla.
–No, no. Sólo digo. Lo que pasa es que me pareció escucharle algo a Mercedes –
Rosita que se relajara y que tomara lo del compromiso contigo, allá en la tal Co-
nejita Rosa, como una diversión, que igual no era nada seguro lo que el médico
examen, creo que es una biopsia, que le tomaron. Pero no estoy segura, como te
reunión, desde el comienzo... Lo había atribuido a los mellizos. Igual debe estar
pendiente de ellos...
–Por supuesto, aunque ¿sabés? –sugerí– Creo que es mejor no hablar más aho-
–De acuerdo, así es –trató de concluir ella– aunque no fui yo quien trajo el
tema...
–Bueno, digamos que se nos coló –respondí–. Es inevitable. Contame mejor có-
mo se conocieron...
con el cuento, especialmente Julieta y demás “conejitas”, de que había que “ro-
tar parejas”) que ella y Rosita habían estudiado juntas todo el bachillerato, que
Amaranta había ganado una beca para estudiar Ciencias Políticas en Roma y
que allá había permanecido cinco años, razón por la cual era bilingüe. Y algo
más, porque dominaba muy bien el inglés. Había pasado también una buena
Me pareció que entre ella y Rosita no había nada en común. Exceptuando quizá
algunos aspectos culturales, gusto por la poesía, cierto grado de sensibilidad ar-
tística y, pare de contar; en casi todo lo demás diferían. Amaranta era una mujer
independiente, con muy sólidos conceptos de la vida, del trabajo, de las relacio-
nes humanas y sociales. Tenía principios definidos y era muy estricta, incluso
apasionada, al defenderlos. Por esa razón, aunque eran amigas, incluso buenas
amigas, no eran íntimas amigas. Como sí lo habían sido, por ejemplo, Rosita y la
que ella no era propiamente artista o al menos no ejercía ninguna actividad ar-
tística permanente, era una amante pasiva, por así decirlo del arte. Y la otra so-
cial, nos movían y conmovían las iniquidades y las injusticias sociales, como la
viera tan al tanto del cine por países. Lo pudo confirmar cuando le mencioné las
películas y los autores que yo conocía del cine italiano y francés. Nos identificá-
la escuela del Psicoanálisis (habíamos leído algo de Freud, Jung y Lacan princi-
get, su fundador).
A determinada altura del festejo, Mercedes anunció que se haría un alto con el
baile y la música porque había un plato de cena y se iba a servir para que todos
comiéramos sentados...
Amaranta y yo buscamos la forma de quedar juntos para la tal cena, con lo que
fue quedando claro para toda la concurrencia que allí había nacido algo. Algo
que ninguno de los dos imaginó –como no podía ser, en ese momento, de otro
Porque una fiesta, una celebración como ésa, si bien podía ser, y de hecho lo era,
Pero tanto esa fiesta como los días subsiguientes le marcaron un derrotero firme
Algunos días después la convidé a un café con el pretexto de que debía comuni-
carle algo muy importante, pero con el propósito de expresarle formalmente mis
sentimientos. Le dije –en medio de pausas y titubeos no dictados por duda algu-
na, sino por físicos nervios y la natural incertidumbre que suele presentarse en
casos como éste– que estaba muy interesado en cultivar con devoción, en princi-
pio, su amistad, que me gustaba mucho ella y que me sentía muy identificado en
sino ya, creo que nos está conduciendo… ¿por qué no? a un proyecto de vida…
el matrimonio, por la sencilla razón de que ese tipo de compromiso era contra-
rio a una auténtica relación de parejas, mejor dicho, al verdadero amor y que
por eso “no te estoy proponiendo que nos casemos… o no propiamente que nos
casemos, pero sí que tengamos algo que vaya más allá de la amistad ¿me com-
prendes?” pero que en fin quería saber su sentir y su opinión sobre lo que le ha -
bía expresado…
–Te entiendo perfectamente. En qué orden, querido, querés que te conteste –me
Claro que me turbó su ironía. Pero pensé que era el tono que mi excesiva forma -
lidad se merecía.
–En el que te parezca mejor, corazón –le contesté con un nerviosismo muy mal
disfrazado de seguridad.
de acuerdo –me confirmó ella todavía con algo de ironía aunque también dulzu-
ra, pero, sobre todo, con una serenidad que contrastaba con el racimo de mis ti-
tubeos–, también yo lo rechazo por las mismas razones que vos. Tanto el civil
por mis creencias. No profeso ninguna religión. Creo que ya te lo había dicho.
Soy atea.
–Sí, ya me lo habías dicho… Otra cosa en que coincidimos –le contesté con el
mismo nerviosismo, pero desprovisto ahora de todo disfraz–. ¿Y… en cuanto a...
la proposición que...
Pero ella me interrumpió la pregunta con su boca. Y, como en la canción de Or-
lando Contreras, que es como el himno nacional de todas las cantinas, extrapolo
dos versos de su contexto triste para decir en un beso la vida (...) me sentenció
el destino...
13
JOAQUÍN
guntarme si tenía tiempo de ir hasta su domicilio. Le dije que sí, lo que en efecto
tablemente.
acepté venir sin vacilar. Algo me había comentado Amaranta... Pero ella no esta-
–Si. Está adentro, con los mellizos... Esta mañana la acompañé donde el oncólo-
go. Ella ya estaba preparada para la mala noticia. Por eso ha estado relativamen-
te tranquila. O tal vez sólo lo aparenta... Ese cáncer es el resultado de tantos pro-
salida...
–Pobre Rosita –dije yo–. Aunque ¿sabés? Creo que el problema número uno de
ella se llama Joaquín. Todo ese odio que le envenena el alma es la principal cau-
sa del cáncer que tiene, pero también es una prueba de lo enamorada que vive
–Creo que tenés razón. Y ¿sabés una cosa? Él también la quiere muchísimo.
Aunque no lo parezca. Allí donde está debe estar super arrepentido de la cagada
que le hizo con la perra ésa de la Rebeca... Bueno, y ¿vos no creés, estoy pensan-
do en voz alta, que, si este cafre del Joaquín volviera y le pidiera perdón, no
–No lo sé, pero creo que le perdonaría –dije–. Sólo tengo una duda... ¿Él ya sabe
–No –respondió–. No creo que lo sepa y ¿cómo creés que va a reaccionar él,
cuando se entere?
quiere tanto, se va a sentir culpable. No sé, incluso hasta puede ser un móvil
–¿Eso creés? –dijo, y después de unos pocos segundos agregó– Pues entonces
–Creo que es algo maquiavélico, lo que voy a sugerir –dije yo– pero es por una
causa justa. ¿Qué tal a través de una de las amigas de Rosita?... No sé, por ejem-
Maquiavelo!
acuerdo...
–Hablá con ella. Yo por mi parte lo haré con Lorena. Así, si no es la una es la
otra...
Al día siguiente hablé con Amaranta, que ya conocía los resultados de la biopsia.
Cuando le expuse el plan que teníamos con Mercedes (que yo seguía juzgando
maquiavélico) ella se opuso en un primer instante, alegando que ese tipo era un
marrano y que lo mejor para Rosita era que no diera su brazo a torcer, que lo
mantuviera a raya... Yo le dije que pensaba casi lo mismo con respecto al tipo,
pero que en la que había que pensar ahora era en Rosita, no en él. Y que ella es -
taba en peligro de muerte. Que, si él volvía y le pedía perdón, ella no sólo lo per-
–Pero no me vayas a decir –replicó ella– que también se va a curar del cáncer...
–No me atrevo a asegurarlo, querida, pero podría apostar a que sí. Casos se han
visto...
–De acuerdo. Está bien, supongamos que es lo correcto... ¿Quién en ese caso ha-
blaría con él? ¡Porque, lo que es yo, ni de fundas hablaría con un sujeto de esos!
–Bueno, la idea que yo tengo es que hablen todas con él... Que una de ustedes lo
una cafetería y allí le cuenten todo lo que está viviendo Rosita, desde el proceder
mente padece...
–En ese caso entonces el problema es quién lo llama al tipo para citarlo...
–Bueno, cualquiera de ustedes podrá hacer ese pequeño esfuerzo por Rosita...
de que va a aceptar...
ras bastas. En ningún caso como en este se podría apreciar mejor esa atracción
mutua que se ejercen entre sí dos personas, no sólo distintas sino totalmente
opuestas por el vértice. Porque todo lo que había en él de ordinario y hasta pa-
de la misma manera que dos imanes se atraen tanto más cuanto mayor es la car-
nera que bordeaba lo caricaturesco en el aspecto físico. Él, aunque no muy alto,
era macizo, de manos gruesas, piel áspera y velluda, mientras ella era menuda,
de piel delicada, manos finas y delgadas. Una versión tropical en suma de la be-
lla y la bestia.
Esa poderosa atracción mutua y no otra cosa fue el ingrediente que más obró
para que tanto él volviera a suplicar su perdón, como para que ella se lo conce-
nida con las amigas de Rosita, en la que éstas le pintaron sin miramientos la
junto con eso, el –para ella– aborrecible y, en cualquier caso, degradante oficio
so de “las conejitas”.
Fue tal la alegría de ella que nos la contagió a todos. Mercedes, de común acuer-
yo tuve a bien contratar un trío de boleristas que por espacio de tres horas (sin
contar los descansos) animó a los presentes, pero muy especialmente al par de
tórtolos homenajeados, a los que complacieron con las mejores piezas de su re-
cidad de ambos resaltando que ésa era una segunda oportunidad que la vida y
ellos mismos se estaban concediendo y que, aunque sobraba decirlo, con un to-
En seguida Mercedes tomó la palabra para decir “no sólo me sumo a tus pala-
ta, porque, a decir verdad, se merecen uno al otro. Quiero manifestar también
que esta noche el AMOR, con mayúsculas, visita este humilde aposento. Eso
quiere decir que brindo también por la felicidad de otros dos que se merecen.
Me refiero a Lucho y Amaranta, cuyo amor vimos todos florecer en nuestras na-
rices, hace ocho días... en este mismo lugar “por este mismo canal y a esta mis-
Y, entre risas, todos brindamos y celebramos. Amaranta y yo, además... con una
les y un borrachín empedernido que solía ponerse violento en ese estado. Y eso,
como se verá, era una parte ya segura de la herencia que le dejaría a Joaquín, al
día, pues su caso era de vida o muerte y la operación tan perentoria que los mé-
dicos no pudieron esperar a que la juma se le pasara. Fue, puede decirse, una
borrachera de la que nunca despertó. Murió, por lo tanto, puede también decir-
grada de Historia del Arte. Tiene, además, disposición para la cerámica y la foto-
grafía, aunque sólo las practica como entretenimiento. Es harto probable que el
cedencia materna. Aunque, para ser justos, no le hace mucho honor, con esas
aquella ocasión, pero sobre todo en los días posteriores, fue de naturaleza ambi-
valente, por decir lo menos. Por una parte, no cabe duda, era un personaje muy
tenía unas copas en la cabeza. Pero había un momento en que el número de co-
diablo, se tornaba sarcástico, pesado y podía ponerse agresivo con mucha facili-
dad. Salto de cantidad en calidad, habría dicho el viejo Hegel. El número de tra-
gos hasta determinado punto mantenían su cabeza en los límites del buen hu-
da escala temporal, bajo el efecto del alcohol. Era también un sujeto algo sober-
LAS EXPOSICIONES
Un mes después tuvo lugar la que llamé de manera un tanto ostentosa, por
De los 150 trabajos realizados (incluyendo los 30 que hice sobre Rosita) tan sólo
expuse 70 debido tanto al tamaño del Salón de Exposiciones del Club de Ejecuti-
vos como al hecho de que había que dejar una reserva para la siguiente, o si-
Nos encargamos, junto con el equipo –al que no sólo siguió integrada Rosita,
quín– de una propaganda y profusión aún más intensa que la que habíamos
desplegado para el lanzamiento del libro. Para esta ocasión yo le encargué al im-
logos a todo color con una buena selección de la muestra de la exposición. Este
car aquí la importante colaboración de Joaquín, que fue el que más propaganda
jar, como si fuera otro equipo, al parche de amistades de Rosita del que ahora
comenzaba a hacer parte de nuevo la mismísima Rebeca, a quien ella, inexplica-
sa. Tanto en asistencia como en ventas. Esto es algo que yo tenía casi totalmente
previsto, a diferencia del lanzamiento, por la simple y llana razón de que era
contra $4'080.000), esto debido al mayor precio promedio de los trabajos ex-
puestos y al tiempo total (quince días) en que estuvieron expuestos. Pero no sólo
nero que, en esta oportunidad pude poner a un precio de $30.000 debido al cos-
to menor unitario que la impresión de 1.000 unidades permitía. Todo esto para
tar las “conejitas”, separé no obstante el 10% ($618.000) del total para ellas.
Popayán, es decir, mis padres, mi hermano Julián y dos hermanas más, Floren-
te” que su aporte económico había adquirido, puso un previsible grito en el cie-
había quedado otro camino debido a que los costos de mi carrera (materiales,
alcanzaba a cubrirlos. Con lo cual, con suma habilidad, hizo toda una metamor-
También estaban allí dos primas que residían en Popayán y un primo residente
cuatro del “parche” de Rosita (sin Rebeca); Joaquín con su ayudante; y en esta
ocasión, además de Federico, otros tres hermanos del contingente de los quince,
presentes allí sin duda como una forma de agradecimiento por el “milagro” de
Rosita, ya que la gran sorpresa del día fue la noticia que nos dio Mercedes al fi-
bro al constatar que el cáncer linfático de segundo grado, y del cual sólo se ha-
bían practicado dos quimioterapias del total de seis que le habían programado
Por otra parte, el periodista también en esta oportunidad hizo una magnífica
era muy útil si se tiene en cuenta que dicho periódico circulaba muy ampliamen-
te también en Popayán.
Finalmente, junto con mi hermano Julián, más Florencia y Josefina, nos encar-
mejante al de Mercedes, aunque un poco más grande. Era un local dividido por
un biombo plegable, que al ser recogido contra la pared y al plegar la cama ado-
Así que, contando a dos de los tres hermanos de Rosita (uno de ellos no podía
asistir) y a mis tres hermanos, esta vez hubo veintiún personas en la celebra-
ción. Como las sillas que había eran veinte (yo había alquilado ese mismo día
abollonadas con espuma y tela) más la del caballete que era un armatoste alto,
hacer juegos o dinámicas colectivas en que el perdedor debía ocupar esa butaca
hasta que se iniciara la siguiente ronda. Pues la tal ocurrencia hizo de la velada
algo en verdad divertidísimo ya que nadie quería perder las dinámicas para te-
sa, aunque no tanto como la de Cali. Y la razón parece obvia: a pesar de que allá
total de ventas fue de $3'780.000 con respecto a las obras expuestas. Y los libros
de $4'620.000.
En esta ocasión convidé a las cinco “conejitas” (contando aquí a Rosita, sin ser
ya ella una “conejita”). Esta invitación incluía pasajes en bus de ida y regreso,
una cena y alojamiento por una noche. De todas maneras, les dí a cada una de
Mis hermanos, Florencia, Josefina y Julián organizaron por cuenta propia una
por el estilo de las celebraciones de Cali, quizá por aquello de no perder la cos-
tumbre.
piel” que hicimos tres meses después del primero. Aunque no fue propiamente
Tanto la asistencia del público como la venta del libro en este segundo lanza-
miento –que finalmente se hizo en la sede del Teatro Experimental de Cali– es-
ejemplares.
Como lo había previsto, los performances tuvimos que ajustarlos a las expectati-
vas de un público bastante diferente del que concurre a un sitio como La Coneji-
ta Rosa. Y no sólo por el tipo de público, sino porque el sitio mismo provoca ex-
salida a los casi 900 libros que tenía, los debería hacer en lo sucesivo, bien sea
especiales con sus propietarias o propietarios, pues estaba claro que los perfor-
mances serían los mismos que ya estaban montados con las “conejitas” y con
nadie más– o bien en las diferentes ferias del libro en ciudades como Cali, Popa-
yán, Medellín o Bogotá. También estaba el recurso de la venta del libro en las di-
del país, pero para éstas debería tener un nuevo acopio de dibujos y pinturas, no
Pero esta tarea se me facilitaba ahora enormemente pues yo era ya para enton-
¡Cuánto había cambiado todo desde el día en que yo llegué lleno de dudas a la
Conejita Rosa, con mi bitácora y mi mochila, errando el primer tiro con la pu-
jante Alicia! ¡Cuánto cambió todo con el arribo de Julieta a esta aventura, des-
providencial desde que inicié las sesiones de dibujo en La Conejita Rosa, Corne-
ortodoxa, a decir verdad, hacer realidad una idea que yo le había comentado al-
guna vez, como quien habla pensando en voz alta. Le había hablado yo de lo in-
teresante que podría ser un evento nacional de poesía erótica. Cornelio, había
reunión del Concejo Académico de la Escuela. En esa misma reunión había co-
cosa que no era exactamente así, y que él pensaba que la Escuela debía avalarme
ese proyecto debido antes que nada a la altura en yo había dejado el nombre de
la institución, cosa que tampoco era cierta pues, que yo recordara, en ningún
Troya luego de presentar la propuesta toda vez que él había llevado mi libro y,
como quien esgrime un alfanje para el combate, lo había dado a conocer a sus
integrantes. Ese Concejo estaba integrado por siete personas, de las cuales dos
pertenecían al gremio estudiantil, dos al de profesores, dos al sindicato de traba-
y por ende “Pétalos de piel”, en una relación de cinco a dos. Así los dos profeso-
res, los dos estudiantes y al parecer el trabajador del sindicato estarían por el
aval.
del director, quien se veía a gatas por estar en minoría, era que independiente-
mente de lo interesante que pudiera ser el proyecto, lo que yo debía hacer, antes
que nada, era definir mi situación con respecto a la Escuela pues la verdad es
que simplemente la había abandonado sin dar ninguna explicación y eso por es-
tución ante un eventual reingreso. Que una vez yo definiera esa situación se po-
dría entrar a considerar lo del aval y el proyecto. Antes no. Cornelio había suge-
rido finalmente que, además del requisito de la carta, me cursaran una invita-
ción para que yo pudiera plantear directamente en qué consistía y cuáles eran
Como se puede ver yo había ganado indulgencias con camándula ajena, gracias
ocurrido esa mentirilla para ver de qué manera podrían ellos tomar esa iniciati-
va. Me dijo que lo que él había visto era muy positivo. Que en el Concejo Acadé -
mico había una disposición mayoritaria para apoyar ese proyecto, aunque él
Ernesto me planteó finalmente que aceptara la invitación, que allí podría aclarar
pondía hablar con la verdad y eso lo podría poner a él en una situación muy
complicada con los miembros del tal Concejo Académico. Me sugirió una salida
–Si les decís, no que tenés un proyecto listo –explicó él–, sino uno entre manos
y que apenas está en sus inicios; al fin de cuentas, Lucho, la sola idea es ya un
comienzo. Así que no estarías mintiendo. Además, yo nunca les planteé que ya
–De acuerdo –dijo él–, reconozco que fue inadecuada la forma en que traté de
afianzar el asunto, pero lo que hay que buscar es la manera de sacar adelante el
–Pero yo creo que va a ser una realidad –le precisé–. Lo que voy a hacer es re -
dactarlo conforme a las normas oficiales, para lo cual contrataré los servicios de
qué entidad presentarlo. Y para serte franco, Cornelio, aunque reconozco y agra-
dezco mucho todo el interés que le has puesto al asunto, no es que me trasnoche
mucho, que digamos, el aval del tal Concejo Académico. Si se da, muy bien. Pero
por ahora. Y, en cuanto a los motivos, también diré la verdad, que tengo entre
tual. ¿Estamos?
–Me parece muy bien. Pero, en todo caso –insistió él–, yo creo que vale la pena
dar la pelea. Ese libro tuyo fue muy impactante. Bueno, y así sea sólo para que el
opone al proyecto sólo por su contenido erótico. Ese tipo es una caverna com-
–¡Perfecto! –remató él–. Sólo una cosa más, como vas a definir tu situación aca-
tas abiertas por parte de la Institución, frente al eventual caso de tu parte de una
greso ¿No te parece? Es como para que el director no tenga argumentos o excu-
Así que, un mes después, asistí a la reunión del tal Concejo Académico para ex-
poner mis propósitos, como había convenido con Cornelio. Todos me felicitaron
por el libro e incluso vendí cuatro ejemplares de los cinco que había llevado “por
Cuando terminé mi intervención –en la que fui lo más explícito posible, mencio-
director tomó la palabra para darme las gracias, felicitarme de nuevo en nombre
rar si sincero, que las puertas de la Escuela estaban abiertas para el día en que
decidiera regresar. Acto seguido, entendiendo que con esas palabras se estaba
to.
Apreciado maestro
Valle del Cauca, en su sesión del día........ y habida cuenta de que escuchó de su
Lo de que sea un concurso-recital es algo que se aclarará en las bases del con-
Por último, ha sido otra de las decisiones del Concejo Académico de la Escuela
ción de dicho concurso, bien sea con destino al premio (o a los premios), o bien
Cali el día......
abundante siega obtenida con esa pródiga siembra que fue la sesión de dibujos
na, si se tiene en cuenta que no había entregado más que un simple testimonio
verbal de un proyecto que estaba casi totalmente crudo. Estaba claro también
que al director le había tocado tragarse, en la más reciente sesión del Concejo
cio al permitir el aval de un evento con ribetes eróticos ¡santo cielo! por parte
De tal manera que ahora el camino a seguir no era otro que la elaboración del
proyecto para poder pasar al paso siguiente: la presentación del proyecto a una
entidad competente.
Y eso fue lo que hice, con la asesoría de un viejo conocido que poseía una consi -
dad del proyecto que ya contaba con un generoso aval y patrocinio de la Escuela
de Artes Plásticas del Departamento del Valle. La fecha para la realización del
Ésa fue una elección alegórica, alusiva al periodo de gestación del embrión hu-
idéntica. Son, cada cual, a su manera, mágicas. (Sí, ya sé que, a más de una, o
de uno, no le faltarán ganas de ponerme entre la espada y la pared con algo
así como “A ver señor narrador, se acaba de caer usted con nosotros ¡¿Qué es
eso de creer en energías cuánticas y totémicas o como las quiera llamar?! ¿No
es acaso todo eso lo mismo que creer en Dios? ¿Dónde está entonces su ateís -
mo?” Y yo, algo nervioso, no se los voy a negar, me quedo mudo unos segundos
que yo ‘creo’ –las mías no son creencias, son convicciones– son naturales, son
de este mundo, tienen una base material. ‘Dios’, en cambio, es una ‘energía’ so-
brenatural, algo que, para mí, no existe. Y no es que yo vaya a negar que a las
personas que se encomiendan con mucha ‘fe’ a ‘Dios’ las cosas se le den. Pero a
condición de que no esperen esas cosas con los brazos cruzados. La explicación
que yo le doy a eso, antes de que me salgan con que me estoy contradiciendo,
es que cuando se tiene un gran propósito, siempre y cuando no sea una quime-
ra, pero se luche por él con ahínco, lo más seguro es que se va a ver realizado,
desde mi punto de vista, es una energía natural que los creyentes atribuyen a
yecto bajo sus alas se hizo también bajo la guía y criterio de mi experto amigo.
Elegimos una del orden nacional, el Ministerio de Cultura, por ser la que mejor
proyecto.
tres meses después con la fecha para la realización del encuentro, a los nueve
brían de ser empleados en los tiquetes aéreos (algunos por vía terrestre) de los
LA EX-CONEJITA
testé que iría esa misma tarde alrededor de las seis y le pregunté si podía ir con
Amaranta. Me dijo que por supuesto y que, por el contrario, sería muy bueno
Cuando ya nos disponíamos a partir salió por la puerta principal de la casa una
cuando Amaranta me la presentó. Era, dicho sea de paso, lo que yo menos espe-
raba y deseaba.
Después de la presentación nos dijo que ellas estaban por llegar, que Mercedes
la había llamado para decirle que nos hiciera seguir y por favor las esperamos.
No tuve más remedio que entrar. Una vez en la sala nos ofreció café. Le dije que
Mientras se fue a traerlo salió la hija mayor de Rosita, una niña muy lista y boni-
denado la mamá. Entonces yo le dije “me encantó conocerte Isabel, eres una ni-
me encantó conocerte”.
Cuando Isabel se fue de la sala, Consuelo nos dijo que Rosita y Mercedes habían
salido a tempranas horas porque Rosita tenía una cita médica, pero se les había
prolongado la cuestión por una tardanza inesperada del médico que la atendía.
tonado con una vehemencia que podía mover primero a la hilaridad, pero en se-
guida a la compasión, pues era evidente que todo ese histrionismo era el fruto
vivo de una incurable herida a flor de piel en la memoria. Una vehemencia quizá
mayor por el hecho de saber que yo, al igual que ella, pertenecía a la misma ciu -
por su parte, ya había escuchado muchas veces la bárbara diatriba y se sabía in-
La llegada de ellas, a mitad del poema, no fue impedimento alguno para que la
conseguir una copia del poema. Me respondió que ella, cuando todavía vivían en
Popayán había hecho imprimir en dos hojas por ambos lados unas mil copias.
Durante varios meses las había estado repartiendo a diestra y siniestra en el
“muchísimo mejor” con los arreglos. Finalmente me dijo que me podía regalar
una copia de varias que le quedaban. Cosa que, por supuesto acepté, no sin ofre-
Para que todos ustedes se formen una idea más acabada, seleccioné aquí algu-
nas estrofas de la extensa diatriba anónima en que palpitan febriles las rimas del
resentimiento.
(...)
(...)
(...)”
compañía –y agregó con sorna–. Eso tuvo que haber sido una tortura para vos
Lucho...
ranta.
–¿Te diste cuenta? –agregó Mercedes– Lo que te había dicho. Dispara ese poe-
ma como si fuera una flecha, con una ballesta... Pero bueno, dejemos a un lado a
“Bueno, sucede, Lucho y Amaranta, que la razón por la que hoy los he citado es
algo muy triste. Hace un par de semanas Rosita me comentó que estaba sospe-
chando lo peor de la pécora ésa del Joaquín. Pues resulta que ayer, Lucrecia,
una de sus amigas, le contó que, desde un bus de servicio público en que se des-
plazaba, había visto a Joaquín por el centro, sobre la calle quinta, con alguien
que ella casi estaba segura de que se trataba de Rebeca. Pues bien, hoy ella me
hora del almuerzo, él, Joaquín, le dijo que iba a salir, después de la siesta, a visi-
tar un cliente que le debía no sé qué cantidad de dinero de unos marcos. Rosita
entonces con el pretexto de ir a traer algo a la tienda, lo que hizo fue llamar a Fe-
derico para pedirle ese favor, de seguir con prudencia al muy canalla, que segu-
ya que Rebeca vivía a unas doce cuadras. Esto, seguramente, haría más difícil la
pisteada.
“De manera que eso hicimos. Tan pronto él salió acudimos Rosita y yo, que nos
que así sólo se hacía más daño ella misma. Finalmente, y ya en un mar de lágri-
mas nos preguntó ‘¿Y ahora qué va a ser de mí?’ ‘Nos tenés a nosotros, mi niña
–le contesté yo–, no te vamos a abandonar’. Y Federico añadió que así era. Que
de su parte se comprometía a hablar muy seriamente con Consuelo. Que ella te-
nía la obligación, con los recursos que tenía disponibles, que les perteneceían a
todos sus hijos, de apoyar a los que más lo requerían, que en este caso era ella,
su hermanita. Que tanto él como los demás hermanos no iban a permitir esta
vez que tuviera que recurrir de nuevo a la maldita prostitución. Yo por supuesto
“Entonces, ella ya más animada nos dijo que al hijo de puta del Joaquín, no lo
iba a dejar poner un solo pie en la casa. Que como él no sabía que ella sabía, esta
noche iba a llegar como si nada. Que ahora mismo iba a recoger todos su chivo y
sus chiros y se los metía en una o dos maletas que él tenía allí y se los echaba a la
calle, con una nota que iba a hacer para que ni se le fuera a ocurrir tocar la puer -
ta a pedir explicaciones. Y que a la casa le iba a poner seguro para que no pudie-
ra entrar, porque él tenía la llave. Sobra decir que tanto Federico como yo le ma-
–O sea que ella –dije yo–, ahora debe estar preparando esas maletas...
–Si es que ya no las sacó –conjeturó ella aguzando el oído– me pareció escuchar
unos ruidos...
–Tal cual –confirmó ella–. Ya las puso afuera, al pie de la puerta... Ahora falta
Pero a los pocos minutos apareció Rosita por la puerta de atrás para decir que
quería compartir con nosotros la nota que había escrito para ponerla con las
“Ni crea usted, señor sanguijuela, que esta vez me va a engañar. Hoy lo vi con
mis propios ojos saludarse de beso con esa perra de la Rebeca igual de falsa y
Así que lárguese, por favor, lo más lejos posible. No haga que lo odie más de lo
que ya lo odio.
Dolores.”
–Está muy bien, mijita, breve, sentida y precisa –apuntó Mercedes–. Es lo que
–Opino igual que Mercedes, Rosita –dijo Amaranta–. Con esa nota los ponés en
–También opino igual que Mercedes –dije yo–. Estás diciendo allí, justo lo que
se necesita decir. Yo había pensado que con las maletas en la calle quedaba todo
claro y que la nota era redundante, pero al escuchártela ahora cambié de pare-
cer. Con eso él va a quedar más desmoralizado aún y sin nada de ganas para pe-
–Muy bien, les agradezco. Voy ya mismo entonces a poner la nota allí antes de
que llegue.
–Ánimo, Rosita –añadí poniendo el mayor énfasis a cad palabra–, como podés
ver, no estás sola. Y, de nuevo, te digo lo que ya te dije la otra vez. Podés contar
fue al parecer definitivo. Rosita decía que había sido una burrada haberlo perdo-
no había tal. Que al menos así se había recuperado su salud. De lo contrario ha-
bía podido hasta morir. Que a la que nunca debió perdonar, eso sí, fue a la “be-
rraca” de la Rebeca.
Por su parte Federico, cumplió con creces su promesa, no sólo de persuadir sino
Para conseguirlo convocó a todos sus hermanos (en realidad a los doce que vi-
vían en Cali) con el fin de tratar el problema como debía ser, como un asunto de
familia, además de primer orden. Tras un breve esbozo de los hechos por parte
sus hijos eran la prioridad número uno. Ninguno de ellos demandaba tanto la
vería a suceder.
De tal manera que a Consuelo no le quedó más alternativa que ceder al inexpug-
tución para Rosita y con ellas también las de La Conejita Rosa. Aunque, con ex-
no sólo Rosita sino también Julieta, Rosario y Salomé habían dejado de pertene-
permanente. Por esta razón Julieta –con la ayuda de Amaranta– había logrado
importarle demasiado que sus ingresos fueran menores que los que solía obte-
Rosario vivía desde hacía unos pocos días en la ciudad de Pereira, con su queri-
da mamá Zoyla. Ésta se había hecho cargo, con el dinero que obtenía de los
picapleitos que le había intentado hacer conejo alguna vez nunca volvió a rezon-
gar. Ya Zoyla lo había sentenciado: “perro que ladra no muerde”. Y, fiel a la ín-
grado que la contrataran por horas como modelo en sus talleres de dibujo en la
Academia de Bellas Artes. Por esta razón sus visitas a La Conejita Rosa eran ya
sólo... “saltitos”.
Sólo Matilde continuaba siendo una asidua visitante de La Conejita Rosa, aun-
la del concejal.
17
ÚLTIMOS LANZAMIENTOS
Dos meses después del lanzamiento en las instalaciones del TEC, decidí probar
cinco cuadras de La Conejita Rosa, muy semejante a éste, aunque de mayor ca-
tegoría, a juzgar por las tarifas. Tenía el impactante nombre de “Las Sultanas del
vo con el equipo base de las conejitas con la excepción de Rosario a la que susti -
tuí con una hermosa mulata, pero del nuevo burdel. Se llamaba Zoraida y era
que Mercedes la convenció de que lo peor que podía hacer era dejarse acorralar
por la tristeza y era lo mejor, por el contrario, hacer las cosas que más la entrete-
nían y qué mejor que ese performance que, además, era todo un reto, no sólo
ra, claro está, los requisitos que, por el contrario, tenía de sobra, sino por razo -
nes de tiempo. Necesitaba ahora, más que nada, darle salida a la venta de los li-
bros. Había hecho allí una inversión importante y estaba el stock del millar casi
entero.
ner ella las trazas africanas tan acendradas que se podían percibir en Rosario,
su historia supe que había tenido que abandonar su pueblo natal porque su pa-
dre estaba amenazado de muerte por los paramilitares por ser un enlace del así
Llevaba cerca de un año radicada en Cali y casi el mismo tiempo de haberse co-
Elegí para el performance con ella un poema diferente al que había usado con
contenido es:
Zoraida, en este caso, aunque sosteniendo una sábana con sus manos desde su
pecho, posa desnuda para mí, que hago las veces de pintor y declamador, frente
(este establecimiento contaba con dos pistas) sentada sobre un taburete sin es-
paldar con el fin de que no quedara oculta su propia espalda a una parte del pú-
blico espectador. Una lámpara de luz focal dirige el chorro de luz hacia su cuer-
acometí tu aposento,
saboreé tu aliento,
inhalé tu silencio
Entonces,
y se avivó en tu piel
la táctil potestad de mi alegría…
En tu mesa de noche
dez. No es necesario. Y no pierde nada por ello. Simplemente reina una media
luz y ella aparece cubierta con un suave terciopelo que muestra a medias el color
y el encanto de su piel.
cama. Con el último verso en efecto apago una lámpara que hay sobre la mesa
de noche.
con uno que aludía mucho más a su talante indígena. Era el poema NAUFRA-
de su risa, de su piel,
y escondido en el paréntesis
mi voluntad naufragaba
mi voluntad naufragó.
En este performance, Matilde aparece con la cabellera recogida y el par de pin-
chos atravesados como dice el poema y con un kimono del cual se despoja a la
Con estos tres nuevos performances y poemas y la nueva parcera de las “coneji-
tas”, programé la realización del evento con un despliegue publicitario muy se-
descansó mucho en Zoraida, aunque tuvo un abnegado apoyo por parte de Ju-
lieta, Matilde, en parte Rosita, pero sobre todo Salomé, su pana. Zoraida, a
apoyarse en tres amigas suyas del establecimiento, pero sobre todo en los dos
panas que hacían guardia en la portería. También a estos cinco personajes les
hice llegar sendos libros por intermedio de Zoraida para ganar su compromiso.
Cuando llegó el día del lanzamiento, tres semanas después de los ensayos y tras
más tranquilo que el día en que hicimos el de La Conejita Rosa. Era como una
tigio con que ahora contaba sin duda alguna gracias al antecedente de La Cone-
jita Rosa. Pero lo superó hasta en ventas, con un total de 97 ejemplares vendidos
y autografiados.
Por esos días recibí una llamada de Rosario, desde Pereira. Además de ponerme
al día sobre sus días en Pereira, darme saludes de parte de mamá Zoyla y pre -
guntarme por todas sus parceras, me llamaba para contarme que allá en Pereira
del clandestino de mamá Zoyla, acerca de un sitio de mucho turmequé, que te-
pensaba que se podría hacer lo mismo que habíamos hecho en La Conejita Rosa.
Yo por supuesto sin pensarlo dos veces le dije que, de una, pero que me esperara
un par de días para confirmarle pues tenía encima el lanzamiento en Las Sulta-
nas del Paraíso. Así que al día siguiente de este evento fui yo quien la llamó para
contarle lo bien que nos había salido y para acordar una fecha tentativa, ya que a
mí me tocaba viajar a Pereira para acordar con la dueña del establecimiento una
fecha definitiva. Se cuadró a tres semanas. De regreso a Cali con Amaranta le co-
Mientras estaba en Pereira Mercedes me había llamado para darme una mala
noticia. A Rosita la había visitado de nuevo el mismo tipo de cáncer de la vez an-
terior. Era una verdad de a puño. Ese cáncer que rondaba a Rosita tenía nombre
propio y se llamaba Joaquín. Así que, antes de reunirme con las demás, decidí ir
gándole el perdón a Rosita. Hasta le había enviado una carta en que le decía que
él no negaba que en aquella ocasión en que lo habían pisteado había ido a visitar
a Rebeca, pero le recontra aseguraba que había ido precisamente a hablar sobre
su matrimonio, el que no quería perder por nada del mundo. Pero el asunto
ahora era que Rosita ya no le creía y que, si lo llegaba a perdonar, ya nunca vol-
El otro asunto era que Rosita había tenido que volver a visitar La Conejita Rosa.
ción de los niños, aprovechando que Federico andaba desde hacía dos semanas
de viaje por Europa y se demoraba otras dos en regresar. De todas maneras, nos
dijo que Rosita quería hablar con nosotros, con Amaranta y conmigo y, como
nosotros asentimos, Mercedes inmediatamente la llamó para decirle que ahí es-
pasar y nosotros le dijimos que claro, que no había problema alguno. Al fin de
cuentas, pensaba yo, esta vez Consuelo no iba a tener oportunidad de atender-
nos sola y de ir a recitar sus “versos satánicos” contra Popayán. De hecho, ni si-
Lo que Rosita quería saber era cuál era nuestra opinión con respecto a Joaquín.
Ella lo único que sabía y de lo cual estaba más que segura era que por el mo-
mento no quería nada con él. Le tenía terror a irse a equivocar de nuevo. Ama-
ranta le dijo que eso era apenas comprensible y que Joaquín no se merecía una
problema en Joaquín y “lo que a mí ante todo lo que me preocupa sos vos Rosi-
ta, tu salud, ese maldito cáncer que te visita cuando Joaquín no está y, al contra-
pero si por casualidad, esta vez estuviera diciendo la verdad ¿No se merecería –
digo– el beneficio de la duda? Eso sí, tenés que estar muy segura de cualquier
paso que vayás a dar. Pero no te cerrés a la banda. Siempre puede haber una luz
de esperanza. En fin. Es lo que yo pienso.” “Creo que tenés razón –dijo Rosita–.
Pero si no estuviera de por medio tu salud y, más aún, tu vida, al tal Joaquín ha-
bría que mandarlo a la mierda. Pero no. No me parés bolas, Rosita. Dale ese
–Hay algo que quiero agregar –dije yo, finalmente–. A ver, estas cosas hay que
o más precisamente la respuesta a esa carta, no puede ser tanto que le dé espa-
cio al cáncer para avanzar hasta un momento en que ya no haya caso. Tampoco
estoy diciendo que tiene que ser ya, o mañana, pero no sé… pienso que una se-
mana, o máximo dos. No sé ustedes qué dicen, sobre todo vos, Rosita ¿qué de-
cís?”
–Es difícil –dijo Amaranta–, yo sí entiendo a Lucho, con lo del tiempo y todo
eso, pero es que todo es muy complejo, porque al tipo hay que hacerle coger es-
carmiento. También debe sufrir. Para que no lo vuelva a hacer ¿me hago enten-
der?… Yo me inclinaría por los quince días. Aunque es poco para lo de Joaquín,
también está lo del cáncer. Y, bueno, no creo que en quince días ese maldito
Rosita quien se animó. En esta reunión les comenté de la iniciativa que ahora te-
nía Rosario en Pereira y que yo necesitaba saber ellas qué opinaban, aclarándo-
etc.) pues yo les cubría todo. Además, Rosario me había manifestado que Zoyla
nos invitaba a todos a pasar unos días en su magnífica casona de Pereira, tanto
animar a Rosita quien, como era comprensible, tenía dudas con respecto a la
ida. Acordamos viajar a Pereira una semana antes para poder preparar lo mejor
Para esta ocasión las cosas marchaban casi de manera automática, pues ya te-
níamos la experiencia tanto de lo que nos había salido bien como de lo que no.
bría salvado ya la inversión, sino que empezaba a dejar una utilidad. Y ya vería-
mos como gestionar los futuros eventos. Uno de los factores clave para tomar la
decisión sobre un nuevo sitio era (así lo había demostrado hasta ahora la expe-
mejor. Y si era el dueño o la dueña, mejor que mejor. Esto, por supuesto, tiene
un componente de suerte, aunque yo veo más en ello el juego del azar, de la ca-
fianza de que en cualquier momento las cosas se van a dar, las cosas se terminan
pudo acompañarnos, aunque tenía todas las intenciones de hacerlo. Sus dolen-
cias se lo hicieron imposible. La reemplacé con una de las chicas que trabajaba
número de performances sin Rosita quedaba completo, ya que ahora volvía a in-
razón por la que lo hice fue porque otro de los factores clave para el éxito de la
campaña de difusión y propaganda (también era algo que nos estaba demos-
lo menos una de las integrantes del nuevo establecimiento. Sin esa inclusión,
como se podrán imaginar, resultaba casi imposible hacer una campaña publici-
taria exitosa en un sitio y peor aún en una ciudad que desconocíamos por com-
pleto.
Claro está que nuestra querida Zoyla, que nos brindó su apoyo de la manera más
desinteresada, contribuyó enormemente para que las cosas nos salieran tan
que dice
Este lanzamiento aunque no obtuvo el resonante triunfo de los de Cali (sin con-
tar el del TEC) también se sumó al listado de los que habían tenido éxito pues
Colombia, de la misma manera que San Nicolás puede ser el barrio caliente de
mado “Las ninfas del Otún”. Téngase presente que Pereira es llamada común-
LA DANZA DE LA PARCA
Un día antes de regresar del primer lanzamiento, Mercedes nos dio, vía telefóni-
ca, una trágica noticia. Casi dos semanas después de la última conversación que
Fue el día, o la víspera del día, en que ella esperaba que él se hiciera presente
para decirle que había resuelto perdonarlo, como lo había decidido bajo nuestra
narlo porque la confianza se había acabado y tenía mucho miedo de que ese ma-
gracia, puesto que ella era la que más había insistido para que se demorara en
mura del tiempo. Yo, como también cabe suponer, le dije que ésa era una fatali -
dad con la que nadie contaba, así que no había razón para que acarreara culpa
semejante.
–Sí, pero si ella le hubiera perdonado la primera semana –me replicó ella–,
como vos, mi amor, sugeriste, él estaría vivo. Ésa es la verdad ¿Y ahora? ¿Qué va
que con los demás hermanos no creo que podamos contar –le respondí yo–. Sin
embargo los cuatro ahora debemos estar más cerca de ella, mi amor, para alen-
tarla, para apoyarla en su lucha contra esa maldita enfermedad... Pero es muy
que es así. Te lo digo más claramente: cuando yo insinué que, a los ocho días, o
a más tardar a los quince, lo que tenía en mente no era más que ese puto cáncer
que ella tiene, para nada me pasó siquiera por la cabeza que este señor iba a ha-
cer semejante barbaridad. Que iba a autodespacharse de este mundo. Por eso, al
final, yo también estuve de acuerdo con los quince días ¿Te das cuenta?
–Sí. Nos tiene a nosotros –dijo ella–, pero vos mismo has dicho que la única es-
–De acuerdo –le contesté–, dije algo parecido. Dije que el cáncer de ella tenía
nombre propio y se llamaba Joaquín. Pero fijate, corazón, que eso tiene doble
como un cáncer para ella. Era, además del motivo de su felicidad, el motivo de
sus desdichas. El que le quitaba las defensas y el que se las devolvía. Bueno, en
lla. Esa sí es la pura verdad. Algo al mismo tiempo malo y bueno para ella…
–Aunque viéndolo bien, mucho más malo que bueno –concluí yo–, porque sig-
veríamos en qué cantidad, los planes que tenía, tanto para los lanzamientos,
como para las exposiciones. Sólo había un evento que no podía ser aplazado, por
Concejo Académico. Pero para ese evento faltaban aún cinco meses y su prepa-
Así que le pude, junto con Amaranta, Mercedes y Federico, quien acababa por
esos días de llegar de España, dedicar un tiempo importante a las visitas y con-
cerla de todas las maneras posibles de la necesidad del tratamiento al que opo-
nía franca resistencia. Con Amaranta la visitábamos dos o tres veces a la sema-
na. En algunas ocasiones juntos y en otras uno de los dos. Con alguna frecuencia
visitarla.
salud. No sabía por cuánto tiempo, pero, según le dijo a Rosita, por no menos de
dos semanas. Su permanencia se prolongó más allá de las dos semanas, pero la -
a la edad de 75 años.
Otra pérdida tan grande como irreparable, ante todo para Rosita, que se sumaba
en un abrazo cálido, prolongado y silencioso. Las “exequias”, si cabe aquí esa pa-
labra, fueron lo más simple posible, de conformidad con su varias veces expresa
también de su hija Jacinta, desde unos dos años antes del viaje en que encontró
hija. Las cenizas fueron depositadas en una cajita de madera y ésta fue enterra-
da en una finca que tienen Jacinta y su esposo en las cercanías de Bello, Antio-
ron un urapán (una variedad de fresno de origen chino que crece muy rápido y
mentalismo a flor de piel, que le daba un “guayabo” y una tristeza muy grandes
no poder tener los restos de su tía en Cali, la ciudad en que vivió Mercedes la
El mayor problema de todos lo constituía el efecto que este par de pérdidas re-
dijo en una ocasión que en una de sus visitas podía asegurar, en realidad ya lo
Todo parecía indicar que Rosita quería irse de un mundo al que no le veía ya
ningún encanto. A pesar de sus tres hijos. Era, en todo caso, algo imposible de
Cuando faltaba un mes para el Encuentro tuve que concentrarme en muchas ac-
difusión del evento (no podía dejar todo en manos del Concejo Académico de la
modo de ponencia durante la realización del evento. Razón por la cual tuve que
dejar la atención a Rosita en manos de Amaranta, cosa que también hacía, por
Demás está decir que Rosita se había convertido en otra de las cosas importan-
tes de la vida que teníamos en común Amaranta y yo. Su vieja amiga del colegio,
cada día más entrañable, era también para mí como si la hubiera conocido de
venía encima, algo que nos implicaba por igual. Todo lo cual ayudó, en gran me-
dida, diría yo, a cimentar y fortificar nuestra, todavía algo reciente, pero ya sóli-
da unión.
19
EL ENCUENTRO
PIEL”, CIUDAD DE CALI, no es mucho lo que hay que decir, aclarando, eso sí,
que fue un evento exitoso, a juicio de todos los miembros del concejo de la Es-
cuela, incluido su director, lo que es mucho decir, con una excelente acogida del
público local y una muy buena recepción en el ámbito nacional. Se realizó du-
El acto inaugural fue presentado ¡quién lo creyera! por el mismo rector de la Es-
las circunstancias.
por ciudad, de conformidad con las bases del concurso. Éstas fueron Medellín,
to, Cartago, Palmira, Popayán y Cali. Lo que daba un total de 26 delegados ple-
los delegados que fue de $36.ooo.ooo) y cada delegado tenía derecho a partici -
par con no más de dos poemas siempre y cuando éstos no excedieran los 25 ver-
sos.
Rompiendo todos los esquemas que hay con respecto a la poesía erótica, en un
dad de Pasto. Gilma Lina Bastidas de 18 años quien sorprendió a todo el jurado
no? del erotismo. De ser así ése sería, sin lugar a dudas, el logro más espectacu-
lar alcanzado por mi libro y por mi poesía. ¡Lo que hay que ver en este mundo,
parche de Rosita, las “conejitas”, con Julieta a la cabeza, la generosa mamá Zoy-
la, desde Pereira ¡vaya detalle! y por supuesto mi adorable y adorada Amaranta.
con la televisión, además de la prensa y la radio, dando para todas ellas un buen
cabe destacar de todos ellos uno de los dos delegados de Medellín, una de los
dos de Cartagena y los dos de Bogotá. Casi sobra decir que yo, por ser uno de los
principales promotores del evento y por darle el nombre con mi libro al concur-
so, me abstuve de participar. Tampoco leí mis poemas con el hilarante argu-
Así las cosas, aquí se cerraba un ciclo de la maravillosa aventura que comenzó
EPÍLOGO
vamos frutas. También estaban allí Julieta y Salomé, y al rato llegó Lorena. Era
dían percibir los huesos de los brazos y ya no se levantaba por sus propios me-
dios. Los oncólogos habían dicho que ya no había nada que hacer, exceptuando
Dos meses después, cuando le hacíamos la que sería la última visita, el estado de
Rosita era prácticamente preagónico, pero aún podía hablar. En esta visita tam-
bién se hizo presente Consuelo portando un rosario que hacía girar mecánica-
pues yo la había dejado de ver tan sólo unos cinco meses, seis a lo sumo. Cuando
nos vio le preguntó a Rosita que quiénes éramos y ella con un hilo de voz le dijo
que Amaranta, su amiga de toda la vida y ella contestó como llevándole la co-
rriente
–¡Oh! Popayán cual escondida oruga… –La diatriba de marras que parecía diri-
En ese momento Rosita trató de callarla, pero Consuelo, sin ponerle ninguna
blo. Yo, para tranquilizar a Rosita le hice señas de que la dejara, diciéndole que
parte yo esperaba que recitara unos dos o tres versos, y en desorden, debido a su
renglón.
Demás está decir lo asombroso, lo aterrador, que fue para mí y, aunque en me-
nor medida, también para Amaranta. Una señora en un estado tal de demencia
que hacía poco le había preguntado a su misma hija que quién era ella, y cuando
Rosita le había respondido “soy yo, Rosita, tu hija” ella le había contestado
“¿Hija? ¡Como si yo tuviera hijos!”, ahora nos acababa de declamar una sarta de
borado algo que yo le había insinuado a Mercedes en alguna ocasión: que esa
cantinela que destilaba injuria y veneno contra la ciudad en que murió su hijo,
batar de su cabeza. Dicho de otra manera, no era ella sino el dolor, quien tenía
expresa hecha por ella a Federico y a dos hermanos más. Uno de ellos llevó las
cenizas en una cajita y la depositó en una pequeña finca que tenía por Los Fara -
llones de Cali. Sobre ella sembró Federico también el esqueje de un urapán. Fue
De sus hijos se había hecho cargo el mismo Federico con Lourdes y era él tam-
bién quien ahora administraba, de común acuerdo con sus hermanos, los bienes
físicas ni mentales de tener esa responsabilidad. Tampoco podía ser de otra ma-
nos.
estas líneas que dan fin a la historia. Y es en la práctica su muerte la que le dicta
le pareció que todo lo que había ocurrido, tanto en La Conejita Rosa como en
otros lugares, así como las historias, muy especialmente la de Rosita, y mi ro-
mance con Amaranta, debían darse a conocer. Yo estuve de acuerdo con ella,
por supuesto. Y a Amaranta le ha encantado la idea. Por eso este libro va dedica-
Hay pendientes algunos lanzamientos para dar salida a los cerca de 500 libros
que aún me quedan, teniendo en cuenta aquí los que se han vendido en algunas
librerías. Lo que casi no tengo es cuadros y dibujos, quedan sólo unos pocos.
que los lanzamientos. Con la ayuda del tiempo y de las circunstancias, como ha
no me resta más que agregar: Pero eso podría ser el asunto de un nuevo relato;