Watzlawick 5 Axiomas

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CINCO PROPOSICIONES

*La imposibilidad de no comunicar

*El término «comunicación» se utiliza en lo sucesivo de dos mane-


ras*: como título genérico de nuestro estudio y como una unidad de
conducta definida de un modo general. Trataremos de ser ahora más
precisos. Desde luego, seguiremos denominando simplemente «co-
municación» al aspecto pragmático de la teoría de la comunicación
humana. Para las diversas unidades de comunicación (conducta), hemos
tratado de elegir términos que ya no son generalmente comprendidos.
Así, se llamará mensaje a cualquier unidad comunicacional singular o
bien se hablará de una comunicación cuando no existan posibilidades
de confusión. Una serie de mensajes intercambiados entre personas
recibirá el nombre de interacción. (Para quienes anhelan una cuanti-
ficación más precisa, solo podemos decir que la secuencia a que nos
referimos con el término «interacción» es mayor que un único mensaje,
pero no infinita.)*
Además, incluso con respecto a la unidad más simple posible, es
evidente que una vez que se acepta que toda conducta es comunicación,
ya no manejamos una unidad-mensaje monofónica, sino más bien
un conjunto fluido y multifacético de muchos modos de conducta
—verbal, tonal, postural, contextual, etcétera—, los cuales limitan el
significado de los otros.

En primer lugar, hay una propiedad de la conducta que no podría ser


más básica, por lo cual se la suele pasar por alto: no hay nada que sea
lo contrario de conducta. En otras palabras, no hay no-conducta, o,

15
No es posible no comunicar

para expresarlo de modo aún más simple: es imposible no comportarse.


Ahora bien, si se acepta que toda conducta en una situación e interac-
ción1 tiene un valor de mensaje, es decir, es comunicación, se deduce
que por mucho que uno lo intente, no puede dejar de comunicar.
Actividad o inactividad, palabras o silencio tienen siempre valor de
mensaje: influyen sobre los demás, quienes, a su vez, no pueden dejar
de responder a tales comunicaciones y, por ende, también comunican.
Debe entenderse claramente que la mera ausencia de palabras o de aten-
ción mutua no constituye una excepción a lo que acabamos de afirmar.
El hombre sentado ante un abarrotado mostrador en un restaurante,
con la mirada perdida en el vacío, o el pasajero de un avión que perma-
nece sentado con los ojos cerrados, comunican que no desean hablar
con nadie o que alguien les hable, y sus vecinos por lo general «captan
el mensaje» y responden de manera adecuada, dejándolos tranquilos.
Evidentemente, esto constituye un intercambio de comunicación en
la misma medida que una acalorada discusión.2

1. Cabría agregar que, incluso cuando se está solo, es posible sostener diálogos en la
fantasía, con las propias alucinaciones (15) o con la vida. Quizá esa «comunicación»
interna siga algunas de las mismas reglas que gobiernan la comunicación interpersonal;
sin embargo, los fenómenos inobservables de este tipo están más allá del alcance del
significado con que empleamos el término.
2. Una investigación muy interesante en este campo es la efectuada por Luft (122),
quien estudió lo que él llama «deprivación de estímulo social». Reunió a dos desconocidos
en una habitación, los hizo sentarse uno frente al otro y les indicó que no hablaran ni
se comunicaran de manera alguna. Entrevistas posteriores revelaron la enorme tensión
inherente a esta situación. Dice el autor: «[...] tiene delante de sí al otro individuo único,
que despliega una cierta conducta, pero muda. Se postula que en ese momento tiene
lugar el verdadero análisis o estudio interpersonal, y solo parte de ese análisis puede
hacerse conscientemente. Por ejemplo: ¿cómo responde el otro sujeto a su presencia y a
los pequeños indicios no verbales que él envía? ¿Existe algún intento de comprender su
mirada inquisidora, o se la ignora fríamente? ¿El otro sujeto manifiesta indicios posturales
de tensión, que demuestran cierto malestar ante la posibilidad de enfrentarlo? ¿Se siente
cada vez más cómodo, indicando alguna clase de aceptación, o lo tratará como si fuera una
cosa, como si no existiera? Estas y muchas otras clases de conducta fácilmente discernibles
parecen tener lugar [...]».

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1. Cinco proposiciones

Tampoco podemos decir que la «comunicación» solo tiene lugar


cuando es intencional, consciente o eficaz, esto es, cuando se logra
un entendimiento mutuo. Que el mensaje emitido sea o no igual
al mensaje recibido constituye un orden de análisis importante pero
distinto, pues, en última instancia, debe basarse en la evaluación de
datos específicos, introspectivos y proporcionados por el sujeto, que
preferimos dejar de lado en la exposición de una teoría de la comu-
nicación desde el punto de vista de la conducta. Con respecto a los
malentendidos, nuestro interés, dadas ciertas propiedades formales de
la comunicación, de las motivaciones o intenciones —y, de hecho, a
pesar de ellas—, se refiere al desarrollo de patologías afines relacionadas,
aparte de los comunicantes.

La imposibilidad de no comunicarse es un fenómeno de interés no


solo teórico; por ejemplo, constituye una parte integral del «dilema»
esquizofrénico. Si la conducta esquizofrénica se observa dejando de lado
las consideraciones etiológicas, parecería que el esquizofrénico trata de
no comunicarse. Pero, puesto que incluso el sinsentido, el silencio, el
retraimiento, la inmovilidad (silencio postural) o cualquier otra forma
de negación constituyen en sí mismos una comunicación, el esquizo-
frénico enfrenta la tarea imposible de negar que se está comunicando
y, al mismo tiempo, de negar que su negación es una comunicación
(cf. infra, p. 158). La comprensión de este dilema básico en la esquizo-
frenia constituye una clave para muchos aspectos de la comunicación
esquizofrénica que, de otra manera, permanecerían oscuros. Puesto
que, como veremos, cualquier comunicación implica un compromiso
y, por ende, define el modo en que el emisor concibe su relación con
el receptor, debe sugerir que el esquizofrénico se comporta como si
evitara todo compromiso al no comunicarse. Es imposible verificar
si este es su propósito, en el sentido causal, o no; *en cualquier caso*
este es el efecto de la conducta esquizofrénica.

En síntesis, cabe postular un axioma metacomunicacional de la prag-


mática de la comunicación: no es posible no comunicar.

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No es posible no comunicar

Los niveles de contenido y las relaciones de la comunicación

El aspecto referencial de un mensaje transmite información y, por ende,


en la comunicación humana es sinónimo de contenido del mensaje.
Puede referirse a cualquier cosa que sea comunicable al margen de que
la información sea verdadera o falsa, válida, no válida o indeterminable.
Por otro lado, el aspecto conativo se refiere a qué tipo de mensaje debe
entenderse que es, y, por ende, en última instancia, a la relación entre
los comunicantes.
Algunos ejemplos contribuirán a una mejor comprensión de estos
dos aspectos. Si apelamos a un cierto nivel de abstracción, constituyen
la base de la siguiente adivinanza:

Dos guardias vigilan a un prisionero en una habitación que tiene dos


puertas. El prisionero sabe que una de ellas está cerrada con llave y la otra
no, pero no cuál de ellas es la que está abierta. También sabe que uno de
los guardias siempre dice la verdad y que el otro siempre miente, pero no
cuál de ellos hace una cosa u otra. Por último, se le ha dicho que la única
manera de recuperar su libertad consiste en identificar la puerta que no
está cerrada con llave haciéndole una pregunta a uno de los guardias.3

El encanto de esta improbable situación radica no solo en el hecho


de que un problema con dos incógnitas (las puertas y los guardias)
se resuelve elegantemente mediante el descubrimiento de un simple
procedimiento de decisión, sino también en que la solución solo
resulta posible si se tienen en cuenta los aspectos de contenido y
relacionales de la comunicación. Al prisionero se le han dado dos ór-
denes de información, como elementos para solucionar el problema.

3. El prisionero medita durante largo tiempo acerca de este problema aparentemente


insoluble, pero eventualmente hace la pregunta correcta: señala una de las puertas y pre-
gunta a uno de los guardias (no importa qué puerta o qué guardia): «Si yo le preguntara
a su compañero si esa puerta está abierta, ¿qué diría? Si la respuesta es sí, entonces esa
puerta está cerrada y, viceversa, si es no, está abierta».

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1. Cinco proposiciones

Una de ellas tiene que ver con objetos impersonales (las puertas) y
la otra con seres humanos como emisores de información, y ambas
son indispensables para alcanzar la solución. Si el prisionero pudiera
examinar las puertas por sí mismo, no necesitaría comunicarse con
nadie acerca de ellas, pues le bastaría con confiar en la información
que le proporcionan sus propios sentidos. Como no puede hacerlo,
debe incluir la información que posee acerca de los guardias y sus
maneras habituales de relacionarse con los demás, esto es, diciendo
la verdad o mintiendo. Por ende, lo que el prisionero hace es deducir
correctamente el estado objetivo de las puertas mediante la relación
específica entre los guardias y él mismo y, así, llega eventualmente
a una comprensión correcta de la situación empleando información
acerca de los objetos (las puertas y el hecho de que estén o no cerradas
con llave) junto con información acerca de esa información (los guardias
y sus formas típicas de relacionarse específicamente, transmitiendo a
los demás información sobre los objetos).
Y ahora veamos un ejemplo más probable: si una mujer A señala el
collar que lleva otra mujer B y pregunta: «¿Son auténticas esas perlas?»,
el contenido de su pregunta es un pedido de información acerca de un
objeto. Pero, al mismo tiempo, también proporciona —de hecho, no
puede dejar de hacerlo— su definición de la relación entre ambas. La
forma en que pregunta (en este caso, sobre todo el tono y el acento de
la voz, la expresión facial y el contexto) indicarían una cordial relación
amistosa, una actitud competitiva, relaciones comerciales formales,
etcétera. B puede aceptar, rechazar o definir, pero, de ningún modo,
ni siquiera mediante el silencio, puede dejar de responder al mensaje
de A. Por ejemplo, la definición de A puede ser maliciosa y condes-
cendiente; por otro lado, B puede reaccionar a ella con aplomo o con
una actitud defensiva. Debe notarse que esta parte de su interacción
nada tiene que ver con la autenticidad de las perlas o con las perlas
en general, sino con sus respectivas definiciones de la naturaleza de su
relación, aunque sigue hablando sobre las perlas.
O consideremos mensajes como: «Es importante soltar el embra-
gue en forma gradual y suave», y «Suelta el embrague y arruinarás la

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No es posible no comunicar

transmisión en seguida». Aproximadamente tienen el mismo contenido


(información) pero evidentemente definen relaciones muy distintas.
Para evitar malentendidos con respecto a lo dicho, queremos aclarar
que las relaciones rara vez se definen deliberadamente o con plena con-
ciencia. De hecho, parecería que cuanto más espontánea y «sana» es una
relación, más se pierde en el trasfondo el aspecto de la comunicación
vinculado con la relación. Del mismo modo, las relaciones «enfermas»
se caracterizan por una constante lucha acerca de la naturaleza de la
relación, mientras que el aspecto de la comunicación vinculado con
el contenido se hace cada vez menos importante.

Resulta interesante que antes de que los científicos conductistas co-


menzaran a indagar en estos aspectos de la comunicación humana, los
expertos en computadoras hubieran tropezado con el mismo problema
en su propia labor. Se hizo evidente en tal sentido que, cuando se co-
municaban con un organismo artificial, sus comunicaciones debían
ofrecer aspectos tanto referenciales como conativos. Por ejemplo, si
una computadora debe multiplicar dos cifras, es necesario alimentar
tanto esa información (las dos cifras) como la información acerca de
esa información: esto es, la orden de multiplicarlas.
Ahora bien, lo importante para nuestras consideraciones es la co-
nexión que existe entre los aspectos de contenido (lo referencial) y
relacionales (lo conativo) en la comunicación. En esencia ya se la ha
definido en el párrafo precedente al señalar que una computadora
necesita información (datos) e información acerca de esa información
(instrucciones). Es evidente, pues, que las instrucciones son de un tipo
lógico superior al de los datos; constituyen metainformación puesto que
son información acerca de información, y cualquier confusión entre
ambas llevaría a un resultado carente de significado.

Si volvemos ahora a la comunicación humana, observamos que esa


misma relación existe entre los aspectos referencial y conativo: el pri-
mero transmite los «datos» de la comunicación y el segundo, cómo
debe entenderse dicha comunicación.

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1. Cinco proposiciones

El lector habrá notado que el aspecto relacional de una comunica-


ción es, desde luego, un *tipo de metacomunicación. Esta expresión
se limita* al marco conceptual y al lenguaje que el experto en análisis
comunicacional debe utilizar cuando comunica algo acerca de la co-
municación. Ahora bien, es deseable observar que no solo ese experto
sino todos nosotros enfrentamos dicho problema. La capacidad para
metacomunicarse de forma adecuada constituye no solo una condi-
ción sine qua non de la comunicación eficaz, sino que también está
íntimamente vinculada al complejo problema concerniente a la per-
cepción del self y del otro. *Por el momento, y como ilustración, solo
queremos* señalar que es posible construir mensajes, sobre todo en la
comunicación escrita, que ofrecen indicios metacomunicacionales muy
ambiguos. Como señala Cherry (34, p. 120) la oración: «¿Crees que
bastará con uno?», puede encerrar una variedad de significados, según
cuál de esas palabras se acentúe, indicación que el lenguaje escrito no
siempre proporciona. Otro ejemplo sería un cartel en un restaurante
que dice: «Los parroquianos que piensan que nuestros mozos son gro-
seros deberían ver al gerente», lo cual, por lo menos en teoría, puede
entenderse de dos maneras totalmente distintas. Las ambigüedades de
este tipo no constituyen las únicas complicaciones posibles que sur-
gen de la estructura de niveles de toda comunicación; consideremos,
por ejemplo, un cartel que dice: «No preste atención a este cartel».
Como veremos en el capítulo sobre la comunicación paradójica, las
confusiones o contaminaciones entre estos niveles —comunicación y
metacomunicación— pueden llevar a impasses idénticos en su estructura
a los de las famosas paradojas en el campo de la lógica.

Por el momento, limitémonos a resumir lo antedicho y establecer


otro axioma de nuestro cálculo tentativo: Toda comunicación tiene un
aspecto de contenido y un aspecto relacional tales que el segundo clasifica
al primero y es, por ende, una metacomunicación.4

4. En forma algo arbitraria hemos preferido decir que la relación clasifica, o incluye, el as-
pecto del contenido, aunque en el análisis lógico es igualmente exacto decir que la clase

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No es posible no comunicar

La puntuación de la secuencia de hechos

La siguiente característica básica de la comunicación que deseamos


explorar se refiere a la interacción —intercambio de mensajes— entre
comunicantes. Para un observador, una serie de comunicaciones puede
entenderse como una secuencia interrumpida de intercambios. Sin em-
bargo, quienes participan en la interacción siempre introducen lo que,
siguiendo a Whorf (211), ha sido llamado por Bateson y Jackson la
«puntuación de la secuencia de hechos». Según estos autores:

Los psicólogos de la escuela «estímulo-respuesta» limitan su atención a


secuencias de intercambio tan cortas que es posible calificar un ítem de
entrada como «estímulo» y otro ítem como «refuerzo», al tiempo que lo
que el sujeto hace entre estos dos hechos se entiende como «respuesta».
Dentro de la breve secuencia así obtenida, resulta posible hablar de la
«psicología» del sujeto. Por el contrario, las secuencias de intercambio que
examinamos aquí son mucho más largas y, por lo tanto, presentan la carac-
terística de que cada ítem en la secuencia es, al mismo tiempo, estímulo,
respuesta y refuerzo. Un ítem dado de la conducta de A es un estímulo
en la medida en que lo sigue un ítem proveniente de B y este último, por
otro ítem correspondiente a A. Pero, en la medida en que el ítem de A está
ubicado entre dos ítems correspondientes a B, se trata de una respuesta.
Del mismo modo, el ítem de A constituye un refuerzo en tanto sigue a
un ítem correspondiente a B. Así, los intercambios que examinamos aquí
constituyen una cadena de vínculos triádicos superpuestos, cada uno de
los cuales resulta comparable a una secuencia estímulo-respuesta-refuerzo.
Podemos tomar cualquier tríada de nuestro intercambio y verla como un
ensayo en un experimento de tipo aprendizaje por estímulo-respuesta.
Si observamos desde este punto de vista los experimentos conven-
cionales sobre aprendizaje, notamos de inmediato que los ensayos repe-

está definida por sus miembros y, por ende, cabe afirmar que el aspecto del contenido
define el aspecto relacional. Puesto que nuestro interés central no es el intercambio de
información sino la pragmática de la comunicación, utilizaremos el primer enfoque.

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1. Cinco proposiciones

tidos equivalen a una diferencia de la relación entre los dos organismos


participantes: el experimentador y su sujeto. La secuencia de ensayos
está puntuada de tal manera que siempre es el experimentador el que
parece proporcionar los «estímulos» y los «refuerzos», mientras el sujeto
proporciona las «respuestas». Estas palabras aparecen deliberadamente
entre comillas porque las definiciones de los roles de hecho solo dependen
de la disposición de los organismos a aceptar el sistema de puntuación.
La «realidad» de las definiciones de rol pertenece, por cierto, al mismo
orden que la realidad de un murciélago en una lámina de Rorschach, una
creación más o menos sobredeterminada del proceso perceptual. La rata
que dijo: «Ya he adiestrado a mi experimentador. Cada vez que presiono
la palanca, me da de comer», se negaba a aceptar la puntuación de la
secuencia que el experimentador trataba de imponer.
Con todo, es indudable que en una secuencia prolongada de intercam-
bio, los organismos participantes —especialmente si se trata de personas—
de hecho puntúan la secuencia de modo que uno de ellos o el otro tiene
iniciativa, predominio, dependencia, etcétera. Es decir, establecen entre
ellos patrones de intercambio (acerca de los cuales pueden o no estar de
acuerdo) y dichos patrones constituyen de hecho reglas de contingencia
con respecto al intercambio de refuerzos. Si bien las ratas son demasiado
amables como para modificar los rótulos, algunos pacientes psiquiátricos
no lo son y producen más de un trauma psicológico en el terapeuta. (16,
pp. 273 s.)

No se trata aquí de determinar si la puntuación de la secuencia comuni-


cacional es, en general, buena o mala, pues resulta evidente que la pun-
tuación organiza los hechos de la conducta y, por ende, resulta vital para
las interacciones en marcha. Desde el punto de vista cultural, com-
partimos muchas convenciones de puntuación que, si bien no son ni
más ni menos precisas que otras versiones de los mismos hechos, sirven
para reconocer secuencias de interacción comunes e importantes. Por
ejemplo, a una persona que se comporta de determinada manera dentro
de un grupo, la llamamos «líder» y a otra «adepto», aunque resultaría
difícil decir cuál surge primero o qué sería del uno sin el otro.

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No es posible no comunicar

La falta de acuerdo con respecto a la manera de puntuar la secuencia


de hechos es la causa de incontables conflictos en las relaciones. Su-
pongamos que una pareja tiene un problema marital al que el esposo
contribuye con un retraimiento pasivo, mientras que la mujer colabora
con sus críticas constantes. Al explicar sus frustraciones, el marido
dice que su retraimiento no es más que defensa contra los constan-
tes regaños de su mujer, mientras que esta dirá que esa explicación
constituye una distorsión burda e intencional de lo que «realmente»
sucede en su matrimonio, a saber, que ella lo critica debido a su pa-
sividad. Despojados de todos los elementos efímeros y fortuitos, sus
discusiones consisten en un intercambio monótono de estos mensajes:
«Me retraigo porque me regañas» y «Te regaño porque te retraes». En
forma gráfica, con un punto inicial arbitrario, su interacción adquiere
un aspecto similar a este:

Esposo 1 3 5 7 9 11
se retr

se retr

se retr

se retr
regaña

regaña

regaña

regaña
se retr

regaña
ae

ae

ae

ae

ae

Esposa 2 4 6 8 10

Puede observarse que el marido solo percibe las tríadas 2-3-4, 4-5-6,
6-7-8, etcétera, donde su conducta (líneas de punto). En el caso de la mu-
jer, las cosas ocurren exactamente al revés: puntúa la secuencia de hechos
en las tríadas 1-2-3, 3-4-5, 5-6-7, etcétera, y entiende que solo reacciona
frente a la conducta de su esposo, pero no que la determina.
En la psicoterapia de parejas, a menudo sorprende la intensidad
de lo que en la psicoterapia tradicional se llamaría una «distorsión de
la realidad» por parte de ambos cónyuges. A menudo resulta difícil
creer que dos individuos puedan tener visiones tan dispares de muchos

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1. Cinco proposiciones

elementos de su experiencia en común. Y, sin embargo, el problema


radica fundamentalmente en un área que ya se mencionó en numerosas
acciones: su incapacidad para metacomunicarse acerca de su respectiva
manera de pautar su interacción. Dicha interacción es de una naturaleza
oscilatoria de tipo sí-no-sí-no-sí que, teóricamente puede continuar
hasta el infinito y está casi invariablemente acompañada, como veremos
más adelante, de las típicas acusaciones de maldad o locura.
También las relaciones internacionales están plagadas de patrones
análogos de interacción; considérese, por ejemplo, el análisis de las
carreras armamentistas que hace C. E. M. Joad:

[...] si, como mantienen, la mejor manera de conservar la paz consiste en


preparar la guerra, no resulta del todo claro por qué todas las naciones
deben considerar los armamentos de otros países como una amenaza para
la paz. Sin embargo, así lo hacen y se sienten llevadas por ello a incremen-
tar su propio armamento para superar a aquellos por los que creen estar
amenazadas [...]. Este aumento de los armamentos, a su vez, significa una
amenaza para la nación A, cuyo armamento supuestamente defensivo lo
ha provocado, y es entonces utilizado por la nación A como un pretexto
para acumular aún más armamentos para defenderse contra la amenaza. Sin
embargo, este incremento de armamentos es interpretado a su vez por las
naciones vecinas como una amenaza, y así sucesivamente [...]. (99, p. 69)

También las matemáticas proporcionan una analogía descriptiva: el


concepto de una «serie alternada infinita». Si bien el término mismo
fue introducido mucho después, las series de este tipo fueron estudia-
das de manera lógica y persistente por primera vez por el sacerdote
austríaco Bernard Bolzano poco antes de su muerte, acaecida en 1848,
cuando, según parece, se hallaba dedicado al estudio del significado de
la infinitud. Sus ideas aparecieron de forma póstuma en un pequeño
libro titulado Paradoxien des Unendlichen [Paradojas del infinito] (27)
que se convirtió en un clásico de la literatura matemática. En dicho
libro, Bolzano estudió diversas clases de series (S), de las cuales la más
simple tal vez sea la siguiente:

25
No es posible no comunicar

S = a – a + a – a + a – a + a – a + a – a + a – ...

Para nuestros propósitos, puede considerarse que esta serie representa


una secuencia comunicacional de afirmaciones y negociaciones del
mensaje a. Ahora bien, como demostró Bolzano, esta secuencia puede
agruparse, o como diríamos ahora, puntuarse, de varias maneras distin-
tas, pero aritméticamente correctas.5 El resultado es un límite diferente
para la serie según la manera en que se elija puntuar la secuencia de sus
elementos, resultado que consternó a muchos matemáticos, incluido
Leibniz. Por desgracia, hasta donde alcanza nuestro entendimiento,
la solución de la paradoja ofrecida eventualmente por Bolzano no
resulta útil en el dilema análogo que se plantea en la comunicación.
En este último caso, como sugiere Bateson (18), el dilema surge de la
puntuación espuria de la serie, a saber, la pretensión de que tiene un
comienzo, y es este precisamente el error de los que participan en tal
situación.

Así, podemos incorporar un tercer axioma de la metacomunicación:


La naturaleza de una relación depende de la puntuación de las secuencias
de comunicación entre los comunicantes.

5. Los tres posibles agrupamientos (puntuaciones) son:


S = (a – a) + (a – a) + (a – a) + (a – a) + ...
= 0 + 0 + 0 + ...
=0
Otra manera de agrupar los elementos de la secuencia sería:
S = a – (a – a) – (a – a) – (a – a) – (a – a)...
= a – 0 – 0 – 0 – ...
=a
Una tercera manera sería:
S = a – (a – a + a – a + a – a + a – ...)
y puesto que los elementos encerrados entre paréntesis no son otra cosa que la serie
misma, se deduce que:
S=a–S
Por lo tanto: 2 S = a y S = a/2 (27, pp. 49 s.).

26
1. Cinco proposiciones

Comunicación digital y analógica

En el sistema nervioso central las unidades funcionales (neuronas) reci-


ben los llamados paquetes cuánticos de información a través de elemen-
tos conectivos (sinapsis). Cuando llegan a las sinapsis, estos «paquetes»
producen potenciales postsinápticos excitatorios o inhibitorios que la
neurona acumula y que provocan o inhiben su descarga. Esta parte
específica de actividad nerviosa, que consiste en la presencia o ausencia
de su descarga, transmite, por lo tanto, información digital binaria.
Por otro lado, el sistema humoral no está basado en la digitalización
de información. Este sistema comunica liberando cantidades discretas de
sustancias específicas en el torrente circulatorio. Asimismo, se sabe que
las modalidades neuronal y humoral de comunicación intraorgánica
no solo existen la una junto a la otra, sino que se complementan y
dependen mutuamente a menudo de manera muy compleja.
Estos dos modos básicos de comunicación aparecen también en el
campo de los organismos fabricados por el hombre:6 hay computa-
doras que utilizan el principio del «todo o nada» de los tubos al vacío
o los transistores a las que se llama digitales, porque básicamente son
calculadoras que trabajan con dígitos. En las computadoras digitales
tanto los datos como las instrucciones son procesados bajo la forma de
números, de modo que a menudo (sobre todo en el caso de las instruc-

6. Existen motivos para creer que los expertos en computadoras llegaron a este resultado
sin conocer lo que los fisiólogos ya sabían en ese momento, hecho que en sí mismo cons-
tituye una hermosa ilustración del postulado de von Bertalanffy (23) de que los sistemas
complejos tienen sus propias leyes inherentes, que pueden ser detectadas a través de los
diversos niveles del sistema, es decir, atómico, molecular, celular, organísmico, individual,
social, etcétera. Se cuenta que durante una reunión interdisciplinaria de científicos inte-
resados en los fenómenos de la retroalimentación (probablemente una de las reuniones
de la Josiah Macy Foundation), el gran histólogo von Bonin tuvo ocasión de examinar el
diagrama de un aparato de lectura selectiva, y de inmediato manifestó: «Pero este es preci-
samente un diagrama de la tercera capa de la corteza visual [...]». No podemos garantizar
la autenticidad de esta historia, pero pensamos que se aplica aquí el proverbio italiano:
«Se non è vero, è ben trovato» (Si no es cierto, es una buena historia).

27
No es posible no comunicar

ciones), solo existe una correspondencia arbitraria entre la información


y su expresión digital. En otros términos, estos números son nombres
codificados arbitrariamente asignados, que tienen tan poca similitud
con las magnitudes reales como los números telefónicos con aquellos
a los que están asignados. Frente a las computadoras digitales existen
otro tipo de máquinas que operan con medidas físicas reales, siempre
positivas, y presentan una analogía de los datos. Estas llamadas compu-
tadoras analógicas trabajan, por ejemplo, el número de revoluciones
de una rueda, el grado de desplazamiento de los componentes y, sobre
todo, con la intensidad de la corriente eléctrica.

En la comunicación humana, es posible referirse a los objetos —en el


sentido más amplio del término— de dos maneras totalmente distin-
tas. Se los puede representar por un símil, tal como un dibujo, o bien
mediante un nombre. Así, en la siguiente oración escrita: «El gato ha
atrapado un ratón», los sustantivos podrían reemplazarse por dibujos;
si se tratara de una frase hablada, se podría señalar a un gato y a un
ratón reales. Evidentemente, esta constituiría una manera insólita de
comunicarse y lo normal es utilizar el «nombre» (escrito o hablado),
es decir, la palabra. Estos dos tipos de comunicación —uno mediante
una semejanza autoexplicativa y el otro mediante una palabra— son,
desde luego, equivalentes a los conceptos de las computadoras ana-
lógicas y digitales, respectivamente. Puesto que se utiliza una palabra
para nombrar algo, resulta obvio que la relación entre el nombre y
la cosa nombrada está arbitrariamente establecida. Las palabras son
signos arbitrarios que se manejan de acuerdo con la sintaxis lógica
del lenguaje. No existe ningún motivo por el cual las cuatro letras
«g-a-t-o» denotan a un animal particular. En última instancia, se trata
solo de una convención semántica del lenguaje español y fuera de tal
convención no existe otra correlación entre ninguna palabra y la cosa
que representa, con la posible aunque insignificante excepción de las
palabras onomatopéyicas. Como señalan Bateson y Jackson: «No hay
nada “parecido a cinco” en el número cinco; no hay nada particular-
mente “similar a una mesa” en la palabra “mesa”» (16, p. 271).

28
1. Cinco proposiciones

Por otro lado, en la comunicación analógica hay algo particular-


mente «similar a la cosa» en lo que se utiliza para expresarla. Es más
fácil referir la comunicación analógica a la cosa que representa. La di-
ferencia entre ambos modos de comunicación se volverá algo más clara
si se piensa que, por ejemplo, por mucho que escuchemos un idioma
extranjero por la radio no lograremos comprenderlo, mientras que es
posible obtener con facilidad cierta información básica si observamos
el lenguaje de signos y los llamados movimientos intencionales, incluso
cuando los utiliza una persona perteneciente a una cultura totalmente
distinta. Sugerimos que la comunicación analógica tiene sus raíces en
períodos mucho más arcaicos de la evolución y, por lo tanto, encierra
una validez mucho más general que el modo digital de la comunicación
verbal, relativamente reciente y mucho más abstracto.*

El hombre es el único organismo que utiliza tanto los modos de comu-


nicación analógicos como los digitales.7 La significación de tal hecho
no ha sido aún del todo comprendida, pero puede vislumbrarse su
gran importancia. Por un lado, no cabe duda de que el hombre se
comunica de manera digital; de hecho, la mayoría de sus logros —si
no todos— resultarían impensables sin el desarrollo de un lenguaje di-
gital. Ello asume particular importancia en lo que se refiere a compartir
información acerca de objetos y a la función de continuidad temporal
inherente a la transmisión de conocimientos. Y, sin embargo, existe un
vasto campo donde utilizamos en forma casi exclusiva la comunicación
analógica, a menudo sin introducir grandes cambios con respecto a
la herencia analógica recibida de nuestros antepasados mamíferos. Se
trata aquí del área de la relación. Basándose en Tinbergen (189) y
Lorenz (120), así como en su propia investigación, Bateson (12) ha
demostrado que las vocalizaciones, los movimientos intencionales y los
signos de estado de ánimo de los animales constituyen comunicaciones
analógicas para definir la naturaleza de sus relaciones antes que para

7. Existen motivos para creer que las ballenas y los delfines pueden utilizar también la
comunicación digital, pero la investigación en este campo aún no es concluyente.

29
No es posible no comunicar

hacer aseveraciones denotativas acerca de los objetos. Así, para dar uno
de sus ejemplos, cuando abro la heladera y el gato se acerca, se frota
contra mis piernas y maúlla, ello no significa: «Quiero leche», como
lo expresaría un ser humano, sino que invoca una relación específica:
«Sé mi madre», porque tal conducta solo se observa con los gatitos en
relación con gatos adultos y nunca entre dos animales maduros. Del
mismo modo, quienes aman a los animales domésticos a menudo
están convencidos de que aquellos «comprenden» lo que se les dice.
Evidentemente, lo que el animal sí entiende no es por cierto el signi-
ficado de las palabras, sino el caudal de comunicación analógica que
acompaña al habla. De hecho, puesto que la comunicación se centra en
aspectos relacionales comprobamos que el lenguaje digital carece casi
por completo de significado. Esto ocurre no solo entre los animales,
y entre el hombre y los animales, sino en muchas otras situaciones de
la vida humana, por ejemplo, el galanteo, el amor, los actos de salva-
mento, el combate, y, desde luego, todo trato con niños muy pequeños
o enfermos mentales muy perturbados. A los niños, los discapacitados
y los animales se les ha atribuido siempre una intuición particular con
respecto a la sinceridad o insinceridad de las actitudes humanas, pues
resulta muy fácil proclamar algo verbalmente pero muy difícil llevar
una mentira al campo de lo analógico. Un gesto o una expresión facial
pueden revelar más que cien palabras.8

8. *En cuanto a* la transmisión de definiciones de relación por canales analógicos


y sus efectos pragmáticos sobre el emisor y el receptor (cf. infra, pp. 46 ss.). Sin embargo,
a estas alturas es necesario referirse a las investigaciones pioneras de Robert Rosenthal y
sus colaboradores en la Universidad de Harvard, sobre la influencia de las expectativas
del experimentador sobre los resultados de los experimentos psicológicos y la comunica-
ción, evidentemente muy extraconsciente, de tales expectativas a los sujetos. Su trabajo
cuenta con un curioso predecesor en la literatura psicológica al que Rosenthal (157, pp.
131 ss.) hace plena justicia. Se trata de Clever Hans, el caballo del señor van Osten, que
hace aproximadamente sesenta años alcanzó fama internacional debido a su sorprendente
capacidad para realizar operaciones de aritmética. Clever Hans podía señalar con uno
de sus cascos el resultado correcto de un problema aritmético que le planteaba su amo,
siempre presente, u otra persona. El psicólogo alemán Pfungst, no muy satisfecho con

30
1. Cinco proposiciones

En síntesis, si recordamos que toda comunicación tiene un aspecto


de contenido y un aspecto relacional cabe suponer que comprobare-
mos que ambos modos de comunicación no solo existen lado a lado,
sino que se complementan entre sí en cada mensaje. Asimismo, cabe
suponer que el aspecto relativo al contenido se transmite en forma
digital, mientras que el aspecto relativo a la relación es de naturaleza
predominantemente analógica.

En esta correspondencia radica la importancia pragmática de ciertas


diferencias entre los modos digital y analógico de comunicación que
examinaremos ahora. Para que tales diferencias resulten claras, volve-
remos a los modos digital y analógico tal como se dan en los sistemas
de comunicación artificiales.

el conmovedor supuesto de un caballo genial, llegó a la conclusión correcta de que el


señor van Osten (de cuya honestidad no podía dudarse) de alguna manera le indicaba
al caballo cuándo había dado suficientes golpes con el casco y debía detenerse. Pfungst
pudo demostrar que el caballo nunca comenzaba a dar golpes hasta que su amo le miraba
el casco con actitud expectante, y que van Osten levantaba la cabeza casi imperceptible-
mente y miraba hacia arriba cuando el caballo había dado el número necesario de golpes.
Evidentemente, la permanente admiración del público y el orgullo de su amo deben haber
constituido poderosos refuerzos para el desempeño del animal. Se dice que poco después
del descubrimiento de Pfungst, el señor van Osten literalmente murió de pena, hecho que
nos proporciona una idea adicional en cuanto a la profundidad del rapport emocional
que debe haber existido entre amo y caballo.
En su propia investigación, Rosenthal pudo reproducir este fenómeno con animales
y con seres humanos. Por ejemplo, demostró que las ratas de laboratorio cuyos experi-
mentadores estaban convencidos de que esos animales eran particularmente inteligentes,
tenían un desempeño significativamente mejor que el de otras ratas de la misma cepa,
pero cuyos experimentadores habían llegado a creer que los animales eran «estúpidos».
Los experimentos de Rosenthal con seres humanos resultan casi perturbadores. También
en ellos se pudo demostrar que existían comunicaciones muy sutiles, pero sumamente
poderosas, cuya transmisión está fuera de la percepción de emisores y receptores, pero
que influyen en gran medida sobre la conducta y el desempeño de los segundos. Por el
momento, ni siquiera se puede tentativamente evaluar la importancia de estos hallazgos
para la educación, la dinámica de la vida familiar y otras relaciones humanas, en particular,
la psicoterapia.

31
No es posible no comunicar

El rendimiento, la exactitud y la versatilidad de los dos tipos de


computadoras —digitales y analógicas— son enormemente distintos.
Los analogon utilizados en las computadoras analógicas en lugar de
magnitudes reales nunca pueden ser más que aproximaciones a los valo-
res reales, y esta fuente permanente de inexactitud aumenta durante el
proceso de las operaciones que realiza la computadora. Nunca pueden
construirse de manera perfecta levas, engranajes y transmisiones, y
aunque las máquinas analógicas se basan totalmente en intensidades
discretas de corriente eléctrica, resistencias eléctricas, reostatos, etcétera,
tales análogos siguen estando sometidos a fluctuaciones virtualmente
incontrolables. Por otro lado, se podría decir que una máquina digital
trabaja con precisión perfecta si el espacio para acumular dígitos no
estuviera limitado, lo cual hace necesario redondear todos los resultados
que tienen más dígitos de los que contiene la máquina. Quien haya
utilizado una regla de cálculos (excelente ejemplo de una computa-
dora analógica) sabe que solo puede obtener un resultado aproximado,
mientras que cualquier máquina de calcular proporcionará un resultado
exacto siempre que los dígitos requeridos no excedan el máximo que
la calculadora pueda manejar.
Aparte de su precisión perfecta, la computadora digital ofrece la
enorme ventaja de ser una máquina no solo aritmética, sino también
lógica. McCulloch y Pitts (125) han mostrado que las dieciséis fun-
ciones de verdad del cálculo lógico pueden representarse mediante
combinaciones de elementos de tipo «todo o nada» de modo que, por
ejemplo, la suma de dos pulsaciones representa el «y» lógico, la mutua
exclusión de dos pulsaciones representa el «o» lógico, una pulsación que
inhibe la descarga de un elemento representa una negación, etcétera.
Nada siquiera remotamente comparable puede lograrse con las compu-
tadoras analógicas. Dado que operan solo con cantidades positivas
discretas, no pueden representar ningún valor negativo, incluidas la
negación misma, o cualquiera de las otras funciones de verdad.
Algunas de las características de las computadoras se aplican tam-
bién a la comunicación humana: el material del mensaje digital es de
mucha mayor complejidad, versatilidad y abstracción que el material

32
1. Cinco proposiciones

analógico. Específicamente, comprobamos que la comunicación analó-


gica no tiene nada comparable a la sintaxis lógica del lenguaje digital.
Ello significa que en el lenguaje analógico no hay equivalentes para
elementos de tan vital importancia para el discurso como «si... luego»,
«o... o», y muchos otros, y que la expresión de conceptos abstractos
resulta tan difícil, si no imposible, como en la escritura ideográfica
primitiva, donde cada concepto solo puede representarse por medio
de una similitud física. Además, el lenguaje analógico comparte con
la computación analógica la falta del negativo simple, esto es, de una
expresión para «no».
Por ejemplo: hay lágrimas de tristeza y lágrimas de alegría, el puño
apretado puede indicar agresión o control, una sonrisa puede transmitir
simpatía o desprecio, la reticencia puede interpretarse como discreción
o indiferencia, y cabe preguntarse si todos los mensajes analógicos no
tienen esta cualidad curiosamente ambigua, que recuerda al «Gegensinn
der Urworte» (sentido antitético de las palabras primarias) de Freud.
La comunicación analógica carece de calificadores para indicar cuál
de los dos significados dispares está implícito, y tampoco cuenta con
indicadores que permitan establecer una distinción entre pasado, pre-
sente o futuro.9 Desde luego, tales calificadores o indicadores existen
en la comunicación digital, pero lo que falta en esta es un vocabulario
adecuado para referirse a la relación.
En su necesidad de combinar estos dos lenguajes, el hombre, sea
como receptor o emisor, debe traducir constantemente de uno al otro,
y al hacerlo debe enfrentar curiosos dilemas. En la comunicación hu-
mana la dificultad inherente a traducir existe en ambos sentidos. No
solo sucede que la traducción del modo digital al analógico implica
una gran pérdida de información, sino que lo opuesto también resulta
sumamente difícil: hablar acerca de una relación requiere una traduc-
ción adecuada del modo analógico de comunicación al modo digital.

9. El lector habrá descubierto ya por sí solo cuán sugestiva es la similitud que existe
entre los modos analógico y digital de comunicación y los conceptos psicoanalíticos de
proceso primario y secundario, respectivamente. Si se la lleva del marco intrapsíquico al marco

33
No es posible no comunicar

Por último, podemos imaginar problemas similares cuando ambos


modos deben coexistir, como señala Haley en su excelente capítulo,
«Marriage Therapy» [Terapia de matrimonio]:

Cuando un hombre y una mujer deciden legalizar su vínculo mediante una


ceremonia matrimonial, se plantean un problema que persistirá durante
su vida marital: ahora que están casados, ¿siguen juntos porque lo desean
o porque deben hacerlo? (82, p. 119).

A la luz de todo esto, diríamos que, cuando a la parte fundamental-


mente analógica de su relación (el galanteo) se agrega una digitalización
(el contrato matrimonial), la definición inequívoca de su relación se
vuelve muy problemática.10
En resumen, nos encontramos con un cuarto axioma sobre la meta-
comunicación: Los seres humanos se comunican tanto digital como ana-
lógicamente. El lenguaje digital cuenta con una sintaxis lógica sumamente
compleja y poderosa, pero carece de una semántica adecuada en el campo
de la relación. Por contra, el lenguaje analógico posee la semántica pero
no una sintaxis adecuada para la definición inequívoca de la naturaleza
de las relaciones.

interpersonal de referencia, la descripción que Freud hace del Ello se convierte virtualmente
en una definición de la comunicación analógica: «Las leyes de la lógica —sobre todo, la ley
de la contradicción— no son válidas para los procesos que tienen lugar en el Ello. Impulsos
contradictorios existen lado a lado sin neutralizarse o excluirse [...]. Nada hay en el Ello que
pueda compararse a la negación, y nos quedamos atónitos al encontrar allí una excepción a
la afirmación de los filósofos en el sentido de que el espacio y el tiempo constituyen formas
necesarias de nuestros actos mentales» (59, p. 104; las cursivas son nuestras).
10. Por este mismo motivo parece del todo razonable la presunción de que el carácter
definitivo de un divorcio impactaría mucho más en sentido emocional si a la entrega
generalmente fría y banal de la sentencia de divorcio se le añadiera alguna forma de ritual
de divorcio (parecida a la ceremonia del matrimonio).

34
1. Cinco proposiciones

Interacción simétrica y complementaria

En 1935, Bateson (11) describió un fenómeno de interacción que


observó en la tribu Iatmul de Nueva Guinea y que en su libro Naven,
publicado un año después, examinó con mayor detalle. Denominó a
este fenómeno cismogénesis y lo definió como un proceso de diferen-
ciación en las normas de la conducta individual resultante de la inte-
racción acumulativa entre los individuos. En 1939, Richardson (154)
aplicó este concepto a sus análisis de la guerra y la política exterior;
desde 1952 Bateson y otros han demostrado su utilidad en el campo
de la investigación psiquiátrica (cf. 197, pp. 7-17, también 173). Este
concepto, que, como podemos ver, posee un valor heurístico que va
más allá de los límites de cualquier disciplina particular, fue elaborado
por Bateson en Naven de la siguiente manera:

Cuando definimos nuestra disciplina en términos de las reacciones de


un individuo frente a las de otros individuos, se hace inmediatamente
evidente que debemos considerar que la relación entre dos individuos
puede sufrir alteraciones de tanto en tanto, incluso sin ninguna perturba-
ción procedente del exterior. No solo debemos considerar las reacciones
de A ante la conducta de B, sino que también debemos examinar la
forma en que ello afecta la conducta posterior de B y el efecto que ello
tiene sobre A.
Resulta obvio que muchos sistemas de relación, sea entre individuos o
grupos de individuos, manifiestan una tendencia hacia el cambio progre-
sivo. Por ejemplo, si una de las pautas de la conducta cultural, considerada
adecuada para el individuo A, está culturalmente concebida como pauta
de autoridad, en tanto que se espera que B responda a ella con lo que cul-
turalmente se considera sometimiento, es probable que tal sometimiento
promueva una nueva conducta autoritaria y que esta última exija un nuevo
sometimiento. Así, encontramos una situación potencialmente progresiva
y, a menos que otros factores intervengan para restringir los excesos de
la conducta autoritaria y sometida, A debe necesariamente volverse cada
más autoritario, mientras que B se volverá cada vez más sometido; y este

35
No es posible no comunicar

cambio progresivo se producirá sean A y B individuos independientes o


miembros de grupos complementarios.
Cabe describir los cambios progresivos de este tipo como cismogénesis
complementaria. Pero existe otro patrón de relaciones entre individuos
o grupos de individuos que también contiene los gérmenes del cambio
progresivo. Por ejemplo, si encontramos que la jactancia es el patrón
cultural de conducta en un grupo, y que el otro grupo responde a aquel
con jactancia, puede desarrollarse una situación competitiva en que la
jactancia da lugar a más jactancia, y así sucesivamente. Este tipo de cambio
progresivo, podría denominarse cismogénesis simétrica (14, pp. 176 s.).

Los dos patrones descritos han llegado a utilizarse sin hacer referencia
al proceso cismogénico, y en la actualidad se los suele denominar sim-
plemente interacción simétrica y complementaria. Puede describírselo
como relaciones basadas en la igualdad o en la diferencia. En el primer
caso, los participantes tienden a igualar especialmente su conducta recí-
proca, y así su interacción puede considerarse simétrica. Sean debilidad
o fuerza, bondad o maldad, la igualdad puede mantenerse en cualquiera
de esas áreas. En el segundo caso, la conducta de uno de los participantes
complementa la del otro, constituyendo un tipo distinto de Gestalt y
recibe el nombre de complementaria. Así pues, la interacción simétrica
se caracteriza por la igualdad y por la diferencia mínima, mientras que la
interacción complementaria está basada en un máximo de diferencia.
En una relación complementaria hay dos posiciones distintas. Un
participante ocupa lo que se ha descrito de diversas maneras como
la posición superior o primaria mientras el otro ocupa la posición
correspondiente inferior o secundaria. Estos términos son de igual
utilidad en tanto no se los identifique con «bueno» o «malo», «fuerte»
o «débil». Una relación complementaria puede estar establecida por
el contexto social o cultural (como en los casos de madre e hijo, mé-
dico y paciente, maestro y alumno), o ser el estilo idiosincrásico de
relación de una idea particular. En cualquiera de los dos casos, es
importante destacar el carácter de mutuo encaje de la relación en la
que ambas conductas, disímiles pero interrelacionadas, tienden cada

36
1. Cinco proposiciones

una a favorecer a la otra. Ninguno de los participantes impone al


otro una relación complementaria, sino que cada uno de ellos se com-
porta de una manera que presupone la conducta del otro, al tiempo
que ofrece motivos para ella: *se puede afirmar *que sus definiciones
de la relación encajan.

Se ha sugerido un tercer tipo de relación, a saber, la «metacomplemen-


taria», en la que A permite u obliga a B a ejercer el control de la relación;
mediante idéntico razonamiento, podríamos arreglar la «pseudosime-
tría», en la que A permite u obliga a B a ser simétrico. Sin embargo,
este potencial regretio ad infinitum puede evitarse si se recurre a la
diferenciación ya planteada entre la observación de las redundancias
en la conducta y las explicaciones inferidas bajo la forma de mitologías;
esto es, nos interesa saber cómo se comporta la pareja sin distraernos
tratando de averiguar por qué (creen ellos que) se comportan así.

De lo expuesto arriba podemos formular el quinto axioma: Todos los


intercambios comunicacionales son simétricos o complementarios, según
estén basados en la igualdad o en la diferencia.

En relación con los axiomas citados queremos señalar, a modo de re-


sumen, ciertas reservas. En primer lugar, debe quedar claro que tienen
carácter tentativo, que han sido definidos de modo bastante informal
y que son, por cierto, más preliminares que exhaustivos. Segundo,
son heterogéneos entre sí en tanto tienen su origen en observaciones
muy variadas de los fenómenos de la comunicación. Su unidad no
surge de sus orígenes, sino de su importancia pragmática, la cual a su
vez depende no tanto de sus rasgos particulares como de su referencia
interpersonal (y no monádica). Así, la imposibilidad de no comunicarse
hace que todas las situaciones en las que participan dos o más personas
sean interpersonales y comunicacionales; el aspecto relacional de tal
comunicación subraya aún más este argumento. La importancia prag-
mática, interpersonal, de los modos digital y analógico radica no solo
en su supuesto isomorfismo con los niveles de contenido y de relación,

37
No es posible no comunicar

sino también en la inevitable y significativa ambigüedad que tanto el


emisor como el receptor enfrentan en lo relativo a los problemas de
traducción de una modalidad a la otra. La descripción de los problemas
de puntuación se basa precisamente en la metamorfosis subyacente del
modelo clásico de acción-reacción. Por último, el paradigma simetría-
complementariedad es, quizá, lo que más se acerca al concepto ma-
temático de función. Así, las posiciones de los individuos son meras
variables con una infinidad de valores posibles, cuyo significado no es
absoluto sino que surge solo en la relación recíproca.

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