Richard Baxter - Instrucciones para Los Inconversos

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Directions to unconverted
Instrucciones para los inconversos
 
Copyright © 2022 Richard Baxter
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Costa Rica
Serie de escritos puritanos: 006
 
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Clasificación decimal Dewey: 277/ PURITANOS
 
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de ninguna forma ni por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, ni por
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con la excepción de citas cortas o reseñas.
 
El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera 1960 ® © Sociedades
Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas,
1988. Reina-Valera 1960 ® es una marca registrada de las Sociedades Bíblicas
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ÍNDICE
PREFACIO
INTRODUCCIÓN
INSTRUCCIÓN 1: No permanezcas en un estado de ignorancia
INSTRUCCIÓN 2: Procura comprender el estado de pecado y el estado de gracia
INSTRUCCIÓN 3: Conoce lo que es una vida de santidad
INSTRUCCIÓN 4: Atiende con seriedad la Palabra de Dios, libros edificantes y la
Palabra predicada si quieres ser salvo
INSTRUCCIÓN 5: Usa la razón y piensa en las cosas que tienen que ver con tu
salvación
INSTRUCCIÓN 6: Evita los impedimentos de Satanás para que tengas pensamientos
serios
INSTRUCCIÓN 7: No seas enemigo de los que quieren que seas salvo
INSTRUCCIÓN 8: Examínate si estás en un estado de no conversión
INSTRUCCIÓN 9: Comprende y considera lo que es el estado de no conversión
INSTRUCCIÓN 10: Considera la pérdida que hay en el pecado
INSTRUCCIÓN 11: Considera las posesiones dichosas de los santos
INSTRUCCIÓN 12: Considera si la condición de inconverso te proporciona
tranquilidad
INSTRUCCIÓN 13: Considera entregarte a Dios de manera sincera y completa
INSTRUCCIÓN 14: Abandona tu vida pecaminosa pasada
INSTRUCCIÓN 15: Demuestra tu entrega a Dios con la santidad
INSTRUCCIÓN 16: Utiliza los medios que Dios ha designado para alcanzar la
salvación
INSTRUCCIÓN 17: Examina si no tienes una conversión falsa
INSTRUCCIÓN 18: Acude con deleite a Dios
INSTRUCCIÓN 19: Ponte en contra de tus deseos corruptos
INSTRUCCIÓN 20: Renuncia a todo mérito propio
 
 
 
 
SERIE DE ESCRITOS PURITANOS
 
 
La serie de escritos puritanos es una recopilación de diversos escritos
específicamente puritanos que P&D PUBLICACIONES se ocupará en poner a
disposición al pueblo de Dios de habla hispana. Estos escritos comprenden
diferentes sermones, catecismos, extractos de libros olvidados, tratados
pequeños que diferentes ministros puritanos han escrito en su época, y los
cuales hicieron gran beneficio en su tiempo. Los temas de estos escritos serán
diversos, como, por ejemplo, de vida cristiana, casos de consciencia, instrucción
cristiana, etc. El propósito que esta serie busca es primeramente la edificación
de la iglesia para la gloria de Dios, pero también procura que estos escritos sean
accesibles a todas las personas, de manera que muchos no se vean abrumados
con escritos extensos, y también que sean apropiados para regalar a un amigo
cristiano e incluso a aquellas personas que todavía no conocen a Cristo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PREFACIO
1. BIOGRAFÍA DE RICHARD BAXTER
RICHARD BAXTER (1615 - 1691) fue uno de los hombres más
extraordinarios que han vivido en este o en cualquier otro
país. Nació en Rowton, Shropshire, el 12 de noviembre de
1615. Desde muy temprana edad fue objeto de impresiones
religiosas. Sobre su educación, habla así en una carta a
Anthony Wood:
«En cuanto a mí, mis faltas no son deshonra para ninguna
universidad, pues no fui a ninguna. Y no tengo poco más que lo que
obtuve de los libros, y la pequeña ayuda de los tutores del país. La
debilidad y el dolor me ayudaron a estudiar cómo morir; eso me puso
a estudiar cómo vivir; y eso a estudiar la doctrina de la que debo
obtener mis motivos y consuelos. Y comenzando por las necesidades,
procedí por grados, y ahora voy a ver aquello por lo que he vivido y
estudiado».

Cuando tenía unos dieciséis años, le atacó una tos violenta,


con escupitajos de sangre y otros síntomas de tisis. Empezó
a preocuparse más por su bienestar eterno.
«Yo no era en ese momento —dice— sensible a la incomparable
excelencia del santo amor y deleite en Dios; ni muy dedicado en dar
gracias y alabar. Más bien, todos mis gemidos eran por más
contrición y un corazón quebrantado; yo oraba más por lágrimas y
ternura».

A los dieciocho años, se le convenció para que probara su


suerte en la Corte, por lo que fue a Whitehall, donde fue
recibido amablemente por Sir Henry Herbert, entonces
maestro de ceremonias (o entretenimientos). Sin embargo,
los modales de la Corte no eran de su gusto y, al cabo de un
mes, regresó a casa de su padre. Poco después de esto fue
nombrado maestro de la escuela libre de Dudley, donde
predicó su primer sermón, tras haber sido ordenado por el
obispo Thornborough de Worcester. De Dudley se trasladó a
Bridgenorth, donde ofició como asistente del señor
Madstard, «un teólogo serio y estricto, muy honesto y
concienzudo». En 1640 aceptó una invitación para ser
pastor de la iglesia de Kidderminster y, tras permanecer allí
dos años, se vio obligado a abandonar el lugar como
consecuencia de su adhesión a los intereses del Parlamento.
Se retiró a Coventry, y predicaba una parte del día del Señor
a los soldados de la guarnición; y la otra parte a los
habitantes de la ciudad. Después de la batalla de Naseby,
por consejo de varios ministros, aceptó el cargo de capellán
del regimiento del coronel Whalley, pero nunca participó en
ningún combate. Sin embargo, se vio obligado a abandonar
el ejército en 1647, como consecuencia de una enfermedad
repentina y peligrosa. Cuando se recuperó, regresó a
Kidderminster, donde trabajó durante catorce años con un
éxito sin precedentes.
«Cuando llegué allí por primera vez —observa— no había más que
una familia por calle que adorara a Dios e invocara Su nombre. Y
cuando me marché, había algunas calles en las que no había más
que una pobre familia que no lo hiciera, y que, al profesar una piedad
seria, no nos dieran esperanzas de su sinceridad».

Su apego a Kidderminster se mantuvo a través de todos los


cambios de su vida futura. En sus Poetical Fragments
[Fragmentos poéticos] habla de ello conmovedoramente:
Pero entre todos, ninguno abundó tanto
Con fructíferas misericordias, como esa tierra estéril,
Donde hice mi mejor y más larga estancia,
Y soporté el calor y la carga del día.
Las misericordias crecían allí más gruesas que las flores de verano,
Sobrepasaban en número mis días y horas.
Allí estaba mi rebaño más querido y mi carga especial,
Nuestros corazones con amor mutuo Tú ensanchaste:
Fue allí donde Tu misericordia bendijo mis labores,
con el más grande y maravilloso éxito.

Durante la Mancomunidad, Lord Broghill y el Conde de


Warwick llevaron a Baxter a predicar ante Cromwell, el
Protector.
«No sabía —comenta— qué manera de provocarlo mejor a su deber
que predicando sobre 1 Corintios 1:10, contra las divisiones y
distracciones de la iglesia, y mostrando lo malicioso que era que los
políticos mantuvieran tales divisiones para sus propios fines. Poco
después, Cromwell envió a alguien a buscarme para hablar conmigo,
cuando le dije que considerábamos que nuestra antigua monarquía
era una bendición y no un mal para la tierra. Y humildemente le pedí
paciencia para preguntarle cómo Inglaterra había perdido alguna vez
esa bendición, y a quién se había hecho esa pérdida. Ante esto, se
despertó en él cierta pasión, y entonces me dijo que no era ninguna
pérdida, sino que Dios la había cambiado a como Él quería. Y
entonces se lanzó contra el Parlamento, que lo frustró; y
especialmente por nombre, contra cuatro o cinco de aquellos
miembros que eran mis principales conocidos, a quienes me atreví a
defender contra su pasión. Y así pasaron cuatro o cinco horas».

Visitó de nuevo Londres justo antes de la deposición de


Richard Cromwell, y predicó ante el Parlamento el día
anterior a la votación de la Restauración de Carlos II.
También predicó ante el alcalde y los concejales en St.
Paul’s. Cuando el rey fue restaurado, Baxter se convirtió en
uno de sus capellanes y predicó una vez ante él. Asistió a la
Conferencia de Saboya y allí redactó una liturgia reformada.
Se le ofreció el obispado de Hereford, pero se negó a
aceptarlo. No deseaba mayor cargo que la libertad de
predicar en su amada ciudad de Kidderminster, pero esto no
pudo obtenerlo. Por lo tanto, se fue a Londres, donde
predicó ocasionalmente, sobre todo para el Dr. Bates en St.
Dunstan’s, Fleet-street. Pero al acercarse el día de
Bartolomé, decidió dar un temprano ejemplo de la
concienzuda labor que se proponía desempeñar, predicando
su sermón de despedida en Blackfriars, el 15 de mayo de
1662, y luego se retiró a Acton. En septiembre siguiente,
contrajo matrimonio con Margaret, la amable y piadosa hija
de Francis Charlton, Esq. Dice lo siguiente:
«Ella aceptó las siguientes condiciones de nuestro matrimonio: 1.
Que yo no tuviera nada de lo que antes de nuestro matrimonio era
suyo, para que yo, que no deseaba suministros terrenales, no
pareciera que me casaba con ella por codicia. 2. Que ella modificaría
sus asuntos de tal manera yo no me viera envuelto en acciones
legales. 3. Que ella no esperara nada de mi tiempo que mi trabajo
ministerial requiriera».

Durante la peste de 1665, fue a Buckinghamshire, pero


después regresó a Acton. Cuando expiró la ley contra los
conventos, su audiencia llegó a ser tan numerosa que su
casa no podía contenerlo. Muchos se reformaron, pero los
despreciables y los malvados se opusieron a él, y fue
apresado y encarcelado. Sin embargo, al conseguir un
habeas corpus , fue puesto en libertad. La siguiente es una
dolorosa declaración de lo que soportó:
«Estuve tanto tiempo cansado de mantener mis puertas cerradas
contra los que venían a embargar mis bienes por la predicación, que
estuve a punto de salir de mi casa y vender todos mis bienes, y
esconder mi biblioteca primero, y después venderla. De modo que si
los libros habían sido mi tesoro, y lo que valoraba poco más sobre la
tierra, ahora me había quedado sin tesoro. Durante unos doce años
estuve alejado de ellos cien millas; y cuando hube pagado caro el
transporte, al cabo de dos o tres años, me vi obligado a venderlos».

En 1682 se dictó una orden de arresto contra su persona y


cinco órdenes contra sus bienes. Dice que nunca tuvo la
menor noticia de alguna acusación, ni de quiénes eran los
acusadores o testigos, y mucho menos recibió ninguna
citación para comparecer o responder por sí mismo, ni vio
nunca a los jueces o acusadores. Envió al juez las escrituras
que probaban que los bienes de la casa en que vivía no eran
suyos, ni nunca lo fueron. Sin embargo, esto no significó
nada, todo fue embargado y vendido.
«En 1684 —dice—, mientras yo yacía en dolor y languideciendo, los
jueces enviaron órdenes para apresarme. Pensé que me enviarían
seis meses a prisión por no prestar el juramento de Oxford y vivir en
Londres, por lo que me negué a abrirles la puerta de mi habitación,
ya que su orden no era romperla. No obstante, pusieron seis oficiales
en la puerta de mi estudio, que vigilaron toda la noche y me
mantuvieron alejado de la cama y la comida, por lo que al día
siguiente me rendí a ellos, quienes me llevaron, casi sin poder
mantenerme en pie, a las sesiones y me apresaron con una fianza de
400 libras para buena conducta».

El 28 de febrero de 1685, fue encarcelado en la prisión


King’s Bench, por orden del notorio juez del tribunal
supremo Jefferies. Fox, en su History of the Reign of James II
[Historia del reinado de Jacobo II], señala lo siguiente:
«Antes de que este magistrado fuera llevado a juicio, por un jurado
suficientemente predispuesto a favor de la política tory, el reverendo
Richard Baxter —un ministro disidente, un hombre piadoso y culto,
de carácter ejemplar, siempre notable por su apego a la monarquía,
y por inclinarse a medidas moderadas en las diferencias entre la
iglesia y los de su persuasión— [fue perseguido]. El pretexto de esta
persecución fue una supuesta referencia de algunos pasajes de una
de sus obras a los obispos de la iglesia de Inglaterra; una referencia
que ciertamente no era pretendida por él, y que no podría haber sido
hecha a ningún jurado que hubiera estado menos prejuiciado, o bajo
ninguna otra dirección que la de Jefferies.
Como Baxter estaba muy indispuesto, fue instado por su
consejero a pedir más tiempo, pero Jefferies gritó apasionado: “No le
daré ni un momento más para salvarle la vida. Hemos tenido que
tratar con otros tipos de personas, pero ahora tenemos que tratar
con un santo; y yo sé tratar con santos tanto como con pecadores.
Ahí está Oates en la picota, y dice que sufre por la verdad, y lo
mismo dice Baxter. No obstante, si Baxter se pusiera al otro lado de
la picota con él, yo diría que dos de los mayores granujas y bribones
del reino estaban allí”.
Cuando Baxter dijo: “Milord, he sido tan moderado con respecto a
la iglesia de Inglaterra, que he incurrido en la censura de muchos de
los disidentes por ese motivo”. Jefferies exclamó: “¡Baxter a favor de
los obispos! Esa es una alegre presunción en verdad. Vuélvete a ella,
vuélvete a ella”. Ante esto, uno de sus consejeros se dirigió al lugar
donde se dice que “se debe gran respeto a los que verdaderamente
han sido llamados a ser obispos entre nosotros”. “Ay —dijo Jefferies
—, esta es la cantinela presbiteriana de ustedes: ‘Verdaderamente
llamados a ser obispos’; es decir, él mismo y tales bribones llamados
a ser obispos de Kidderminster, y otros lugares semejantes. Obispos
apartados por presbiterianos llorones y facciosos como él. Se refiere
a un obispo de Kidderminster”.
Baxter comenzó a hablar de nuevo, y Jefferies lo injurió: “Richard,
Richard, ¿crees que te oiremos envenenar a la corte? Richard, eres
un tipo viejo, un viejo bribón; has escrito libros suficientes como para
cargar un carro; cada uno tan lleno de sedición, yo podría decir
traición, como un huevo está lleno de nutrimiento. Si hubieras sido
expulsado de tu oficio de escritor hace cuarenta años, habría sido
feliz. Pretendes ser un predicador del evangelio de la paz, y tienes un
pie en la tumba. Es hora de que empieces a pensar qué cuentas
pretendes dar. Pero déjate a ti mismo, y veo que seguirás como has
empezado. Pero, por la gracia de Dios, yo me ocuparé de ti. Sé que
tienes una facción poderosa, y veo a gran parte de la hermandad en
los rincones, esperando a ver qué será de su poderoso don, y a un
doctor de la facción (mirando al doctor Bates) en tu codo. Pero, por la
gracia del Dios todopoderoso, los aplastaré a todos. Vamos, ¿qué
dices en tu favor, viejo bribón? ¡Vamos, habla! ¿Qué dices? No te
tengo miedo por todos los becerros llorones que tienes a tu alrededor
(aludiendo a algunas personas que lloraban)”.
“Su señoría no tiene necesidad —dijo Baxter—, pues no le haré
daño. Pero estas cosas, con toda seguridad, se entenderán algún día;
qué necios se hacen una clase de protestantes para perseguir a los
demás”. Y levantando los ojos al cielo, dijo: “No me interesa
responder a tales cosas, sino que estoy dispuesto a presentar mis
escritos para la refutación de todo esto. Y mi vida y conversación son
conocidas por muchos en esta nación”. Después de que el juez se
hubo dirigido al jurado, Baxter le dijo: “¿Cree su señoría que algún
jurado pretenderá emitir un veredicto sobre mí en un juicio así?” “Se
lo garantizo, señor Baxter”, dijo él; “no se preocupe por eso”. El
jurado se reunió inmediatamente y lo declaró culpable . El 29 de
j y p
junio se dictó sentencia contra él. Se le impuso una multa de 250
libras, se le condenó a permanecer en prisión hasta que la pagara y
se le obligó a mantener una buena conducta durante siete años. Sin
embargo, el 24 de noviembre de 1686 fue puesto en libertad; y de
nuevo, en la medida en que su salud se lo permitía, ayudó al Sr.
Sylvester en sus labores públicas».

El Dr. Bates dice lo siguiente:


«Continuó predicando por un largo tiempo, a pesar de su cuerpo
consumido y lánguido, de modo que la última vez casi murió en el
púlpito. No hay duda de que su gozo habría sido transfigurarse en el
monte. Este excelente santo fue el mismo en su vida y en su muerte;
sus últimas horas las pasó preparando a los demás y a sí mismo para
presentarse delante de Dios. Decía a los amigos que le visitaban:
“Vienen aquí para aprender a morir; no soy la única persona que
debe seguir este camino. Les aseguro que toda su vida, por larga que
sea, es suficientemente poca para prepararlos para la muerte.
Cuídense de este mundo vano y engañoso, y de los deseos de la
carne; asegúrense de elegir a Dios como su porción, el cielo como su
hogar, la gloria de Dios como su fin, Su palabra como su regla, y
entonces nunca tendrán que temer, sino que nos encontraremos con
consuelo”. Cuando un amigo le consolaba por el bien que muchos
habían recibido por su predicación y sus escritos, dijo lo siguiente:
“Yo no era más que una pluma en las manos de Dios, ¿y qué
alabanza se le debe a una pluma?” Cuando le preguntaron cómo
estaba su hombre interior, respondió: “Bendigo a Dios porque tengo
una certeza bien fundada de mi felicidad eterna, y una gran paz y
consuelo en mi interior”».

Expiró el martes por la mañana, alrededor de las cuatro, el 8


de diciembre de 1691, a la edad de setenta y seis años, y
fue enterrado en Christchurch, Newgate-street. La persona
de Baxter era alta y delgada; su semblante era sereno y
serio, algo inclinado a sonreír. Tenía una mirada penetrante,
un habla muy articulada y su porte era más sencillo que de
cortesía. Pero la mente es el estandarte del hombre, en él
era aguda, penetrante, poderosa, comprensiva, creativa,
boyante e infatigable. El Dr. Bates dice lo siguiente:
«Sus oraciones eran una efusión de las expresiones más vivas y
entrañables de sus afectos íntimos y ardientes hacia Dios. De la
abundancia del corazón hablaban sus labios. Su alma alzaba el vuelo
hacia el cielo y envolvía con él las almas de los demás. Nunca vi ni oí
a un santo ministro dirigirse a Dios con más reverencia y humildad
respecto a Su gloriosa grandeza; nunca con más celo y fervor,
correspondientes al infinito momento de sus peticiones, ni con más
filial confianza en la divina misericordia. En sus sermones había una
rara unión de argumentos y motivos para convencer la mente y
ganar el corazón. Todas las fuentes de la razón y la persuasión
estaban abiertas a su ojo discernidor. Era imposible resistirse a la
fuerza de sus discursos sin negar la razón y la revelación divina.
Tenía una felicidad y copiosidad maravillosas al hablar. Había una
noble negligencia en su estilo, pues su gran mente no podía
rebajarse a la elocuencia fingida de las palabras. Despreciaba la
oratoria ostentosa; pero sus expresiones eran claras y poderosas, tan
convincentes para el entendimiento, tan penetrantes en el alma, tan
atractivas para los afectos, que los que no se dejaban seducir por un
encantador tan sabio estaban sordos como víboras. Estaba animado
con el Espíritu Santo, y soplaba fuego celestial, para inspirar calor y
vida a los pecadores muertos, y para deshelar a los obstinados en
sus tumbas heladas».

Grainger le da el siguiente carácter:


«Richard Baxter fue un hombre famoso por la debilidad de su cuerpo
y la fortaleza de su mente; por tener él mismo el sentido más fuerte
de la religión, y por suscitar el sentido de esta en los irreflexivos y
libertinos; por predicar más sermones, participar en más
controversias y escribir más libros que cualquier otro no-conformista
de su época. Hablaba, discutía y escribía con facilidad; y descubrió la
misma intrepidez cuando reprendió a Cromwell y reconvino con
Carlos II, que cuando predicaba a una congregación de mecánicos.
Su celo por la religión era extraordinario, pero parece que nunca lo
impulsó a la división ni lo llevó al entusiasmo. Este campeón de los
presbiterianos era el blanco común de los hombres de cualquier otra
religión y de los que no tenían religión alguna. Pero esto tuvo muy
poco efecto sobre él. Su presencia y su firmeza de ánimo no le
abandonaron en ninguna ocasión. Era el mismo hombre antes de
entrar en la cárcel, mientras estuvo en ella y cuando salió de ella; y
mantuvo una uniformidad de carácter hasta el último suspiro de su
vida. Sus enemigos lo han colocado en el infierno, pero todo hombre
que no tenga diez veces el fanatismo que tenía el propio Sr. Baxter
debe concluir que está en un lugar mejor. Este es un esbozo muy
débil e imperfecto del carácter del Sr. Baxter. Hombres de su tamaño
no pueden ser retratados en miniatura. Su retrato, en plena
proporción, está en su narrativa de su propia vida y tiempos, que,
aunque es una rapsodia, compuesta a la manera de un diario,
contiene una gran variedad de cosas memorables, y es en sí misma,
hasta donde llega, una historia del no-conformismo».

El Dr. Barrow dijo: «Sus escritos prácticos nunca fueron


mejorados, y los polémicos rara vez fueron refutados». El
Honorable Robert Boyle declaró lo siguiente: «Fue el hombre
más adecuado de la época para ser casuista, porque no
temía el disgusto de nadie, ni esperaba el favor de nadie».
El obispo Wilkins observó de él lo siguiente: «Cultivó cada
tema que había manejado, de modo que si hubiera vivido
en los tiempos primitivos, habría sido uno de los padres de
la iglesia, y que era suficiente para una época producir una
persona como el Sr. Baxter». El Dr. A. Clarke dijo de sus
obras lo siguiente: «Han hecho más por desarrollar el
entendimiento y reparar los corazones de sus compatriotas
que las de cualquier escritor de su época. Mientras perdure
la lengua inglesa, y el cristianismo bíblico y la piedad hacia
Dios sean tenidos en cuenta, sus obras no dejarán de ser
leídas y apreciadas por los sabios y piadosos de todas las
denominaciones». Cuando Boswell preguntó a Johnson qué
obras de Baxter debía leer, dijo lo siguiente: «Lee cualquiera
de ellas —respondió el gran lexicógrafo—, pues todas son
buenas». El célebre Wilberforce dice lo siguiente: «Debo
rogar que se clasifique entre los ornamentos más brillantes
de la iglesia de Inglaterra a este gran hombre, quien, junto
con sus hermanos, fue tan vergonzosamente expulsado de
la iglesia en 1662, en violación de la palabra real así como
de los queridos principios de justicia. Sería un servicio muy
valioso para la humanidad revisar [las obras de Baxter], y
tal vez abreviarlos para hacerlos más adecuados al gusto de
los lectores modernos». Baxter fue sin comparación el más
voluminoso de todos sus contemporáneos. Sus obras fueron
ciento sesenta y ocho, y no podían abarcarse en menos de
sesenta volúmenes octavo, de más de quinientas páginas
cada uno. Sus sermones en Morning Exercises [Los
ejercicios matutinos] son: What is that light which must
shine before men in the works of Christ's disciples? [¿Cuál
es la luz que debe brillar ante los hombres en las obras de
los discípulos de Cristo?] What are the best preservatives
against melancholy and overmuch sorrow? [¿Cuáles son los
mejores remedios contra la melancolía y el exceso de
tristeza?] Christ, and not the pope, universal head of the
church   [Cristo, y no el papa, cabeza universal de la
iglesia]. [1]
2. SOBRE LA EDICIÓN DE ESTE ESCRITO
En primer lugar, el título de este escrito fue tomado de la
sección como tal de la que forma parte, el cual es 
Directions to unconverted [Instrucciones para los
inconversos]. Esta porción es parte del A Christian Directory
[Directorio cristiano] de Baxter, que es un escrito que
consta de varios volúmenes sobre teología práctica. [2]
Esperamos en un futuro sacar de manera completa esta
teología práctica de Richard Baxter.
En segundo lugar, los títulos y subtítulos interiores fueron
añadidos por el traductor, de manera que al lector le pueda
ser más fácil entender la estructura de este sermón.
En tercer lugar, este escrito contiene originalmente citas
en latín como referencias hechas por Baxter, pero se han
omitido, de modo que este escrito no sea muy tedioso al
respecto. No obstante, se añadirán y se traducirán en el
volumen completo, que pretendemos sacar.
3. SOBRE EL CONTENIDO ESTE ESCRITO

El escrito que tiene el lector en sus manos es uno de


carácter evangelístico, el cual tiene la intención de que los
pecadores e impenitentes puedan ser guiados a «alcanzar la
verdadera gracia salvífica». De la misma manera, este
escrito pretende que «sospechemos de nosotros mismos,
seamos cuidadosos para no ser engañados en un asunto tan
grande, seamos diligentes en escudriñar y examinar
nuestros corazones, para saber si estamos verdaderamente
santificados o no». Consta de 20 instrucciones claras y
potentes, como no permanecer en un estado de ignorancia,
abandonar la vida pecaminosa, la pérdida que existe en
entregarse al pecado, en atender con seriedad la Palabra de
Dios, etc., puntos sumamente importantes en cuanto a la
salvación del alma.
Baxter ha escrito numerosos escritos de este tipo, de los
cuales podemos mencionar los siguientes: A Call to the
Unconverted [Un llamado a los inconversos]; A Treatise of
Conversion [Un tratado sobre la conversión]; Now or Never
[Ahora o nunca]; Directions for a sound Conversion
[Instrucciones para una conversión sana]; A Saint or a Brute
[Un santo o un necio]; A Treatise of Judgment [Un tratado
sobre el juicio], etc. Todos de los cuales se puede decir que
han hecho un gran beneficio a las almas de las personas en
su tiempo. De uno de estos escritos se dice «que ha sido
bendecido por Dios con un éxito maravilloso para rescatar a
las personas de su impiedad. Seis hermanos fueron
convertidos una vez leyéndolo. Y en poco más de un año se
imprimieron y distribuyeron veinte mil ejemplares, etc.» Y
este escrito no es la excepción en cuanto a este respecto.
Por lo tanto, esperamos y deseamos que este escrito
pueda también llevar la bendición del Señor para traer
muchas almas a la salvación en Cristo Jesús, de tal manera
que sus vidas también se caractericen por volverse de sus
malos caminos a los dichosos caminos de la santidad, que
dejen las cosas mundanales y pongan sus miradas en las
cosas de arriba, que aborrezcan la mentalidad carnal y
amen la mentalidad celestial, etc.
4. NOTA PARA EL LECTOR

Queremos hacer de consideración al lector que P&D


PUBLICACIONES es una editorial autosostenida, de modo que no
dependemos económicamente de ninguna institución,
solamente de las ventas de estos escritos. De la misma
manera, el trabajo detrás de la publicación de escritos como
estos es enorme, que va desde la traducción, revisión,
corrección, edición, etc., con el fin de cada escrito pueda
llegar al lector con la mayor calidad posible. Por lo tanto,
primeramente agradecemos profundamente de antemano a
aquellos que han tenido bondad para con nosotros en
comprar este material. En segundo lugar, exhortamos a no
piratear estos materiales, dado que nos afecta grandemente
para seguir publicando dichos escritos. En tercer lugar,
pedimos sus oraciones para con la editorial para tener la
capacidad de traer estas obras edificantes. En cuarto lugar,
damos la gloria al Señor por permitirnos y darnos el
privilegio de edificar a Su pueblo en diferentes partes del
mundo de esta manera. Solo a Él sea la gloria por los siglos
de los siglos. Amén.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INTRODUCCIÓN
Instrucciones para los pecadores inconversos y sin
gracia con el fin de que puedan alcanzar la verdadera
gracia salvífica.
Si los pecadores impíos y miserables fuesen tan pocos,
como el diablo y su amor propio quieren hacer creer, podría
prescindir de esta parte de mi obra por considerarla
innecesaria. Porque el sano no necesita al médico, sino el
enfermo. Si vas a veinte familias y les preguntas a todos si
alguno de ellos está en un estado no santificado, no
renovado y no perdonado, y bajo la ira y la maldición de
Dios, encontrarás a pocos que no te digan que esperan que
suceda mejor con ellos que de esa manera, y que, aunque
son pecadores (como lo son todos), son pecadores
arrepentidos y perdonados. Es más, hay difícilmente uno de
los más malvados y notoriamente impíos, que no espere
estar en un estado de arrepentimiento y perdón. Incluso los
que odian a Dios dirán que lo aman. Y los que desprecian la
piedad dirán que no son impíos, y que no es más que
hipocresía y el comportamiento inusual lo que ridiculizan. Y
les convendría si presentaran pruebas al decir esto. El que
será su Juez tomará sus palabras. Pero Dios no será
engañado, aunque los hombres necios sean lo
suficientemente sabios como para engañarse a sí mismos.
La maldad será maldad cuando se haya revestido de los
nombres más hermosos. Dios la condenará cuando esta
haya encontrado los pretextos y excusas más plausibles.
Aunque los impíos piensen corroborarla con orgullo y
desprecio en cuanto a los más santos adoradores del Señor,
y piensen ser salvos con su servicio hipócrita de labios,
«serán como el tamo que arrebata el viento; no se
levantarán en el juicio, ni los pecadores en la congregación
de los justos» (Sal. 1:4-6). Y si Dios sabe más que los
hombres necios, entonces ciertamente es pequeño el
rebaño al que el «Padre dará el reino» (Lc. 12:32). Y «ancha
es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición,
y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son
los que la hallan» (Mt. 7:13-14). Cuando le preguntaron a
Cristo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?», respondió:
«Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo
que muchos procurarán entrar, y no podrán» (Lc. 13:23-24).
Pero, ¡ay!, no necesitamos más información que la
experiencia común para decirnos si la mayor parte de los
hombres son santos, celestiales y abnegados; que buscan
primero el reino de Dios y su justicia; que aman a Dios por
encima de todo; y que dejarán todo lo que tienen por causa
de Cristo. E indudablemente nadie sino los tales son salvos,
como puedes ver en los siguientes pasajes: Hebreos 21:14;
Mateo 6:20-21, 33; Lucas 14:33.
Viendo, pues, que los piadosos son tan pocos y los impíos
tantos; y que Dios no tendrá nada por santidad que no lo
sea; y viendo que es una cosa tan terrible para cualquier
hombre que permanece en calma vivir un día en un estado
inconverso debido a que el que muere así está perdido para
siempre; creo que sería sabio el hecho de sospechar de
nosotros mismos, ser cuidadosos para no ser engañados en
un asunto tan grande, ser diligentes en escudriñar y
examinar nuestros corazones, para saber si están
verdaderamente santificados o no. Pues no puede hacer
daño el asegurar la obra para nuestra salvación. Mientras
que la presunción, el descuido y la negligencia pueden
traernos a la miseria y a la desesperación sin remedio. [Por
lo tanto, se presentarán las siguientes instrucciones]…
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 1:
NO PERMANEZCAS EN UN ESTADO DE IGNORANCIA
Si estás verdaderamente dispuesto a ser santificado e hijo
de Dios, no permanezcas en un estado de ignorancia, sino
haz todo lo posible por llegar a la luz y entender la Palabra
de Dios en los asuntos de la salvación.
Si el conocimiento es innecesario, ¿por qué tenemos
entendimiento? ¿Y en qué supera el hombre a la bestia? Si
algún conocimiento es necesario, ciertamente debe ser el
conocimiento de las cosas más grandes y necesarias. Y
nada es tan grande y necesario como obedecer a tu
Hacedor y que tu alma sea salva. El conocimiento debe ser
valorado según su utilidad. Si es algo de tan gran
importancia el saber cómo hacer tus negocios terrenales, y
comerciar y acumular riquezas terrenales, y entender las
leyes, y mantener tu honor, en comparación con saber
cómo ser reconciliado con Dios, ser perdonado y justificado,
agradar a tu Creador, prepararte a tiempo para la muerte y
el juicio, y la vida sin fin, entonces que la sabiduría terrenal
tenga la preeminencia. Pero si todas las cosas terrenales
son sueños y sombras, y valen solo en la medida en que nos
sirven en el camino hacia el cielo, entonces no hay duda de
que la sabiduría celestial es la mejor. ¡Ay, qué lejos está de
ser sabio el hombre que conoce todos los detalles nimios de
la ley, que es excelente en el conocimiento de todas las
lenguas, ciencias y artes, y que, sin embargo, no sabe vivir
para Dios, mortificar la carne, vencer el pecado, negarse a
sí mismo, ni responder en el juicio por su vida carnal, ni
escapar de la condenación! Tan lejos está ese hombre culto
de ser sabio como de ser feliz.
 
Dos clases entre nosotros viven tranquilamente en una
ignorancia condenatoria:
1. En primer lugar, la abundancia de gente pobre que
piensa que puede continuar en [la ignorancia] debido a que
fue criada en ella; y que debido a que no son instruidos en
el libro [la Biblia], no necesitan aprender cómo ser salvos; y
que debido a que sus padres descuidaron enseñarles
cuando eran jóvenes, pueden descuidarse a sí mismos, y no
necesitan aprender las cosas para las que fueron hechos.
Ay, señores, ¿para qué tienen sus vidas, su tiempo y su
razón? ¿Creen que es solo para saber cómo hacer sus
negocios terrenales? ¿O es para prepararse para un mundo
mejor? Más les valdría no saber comer, ni beber, ni hablar,
ni andar, ni vestirse, que no conocer la voluntad de Dios y el
camino de su salvación. Oye lo que dice el Espíritu Santo:
«Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los
que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este
siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no
les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo,
el cual es la imagen de Dios» (2 Co. 4:3-4). Las tinieblas son
inseguras y están llenas de temores; la luz es segura y
confortable. Un hombre en la ignorancia nunca puede
acertar en su camino; no puede saber si está dentro o fuera;
no puede saber qué enemigo o peligro tiene cerca. El diablo
es el príncipe de las tinieblas, y su reino es un reino de
tinieblas, y sus obras son obras de tinieblas (cf. Ef. 6:12; Col.
1:13; 1 Jn. 2:11; Lc. 11:34-35). La gracia convierte a los
hombres de las tinieblas a la luz (Hch. 26:18) y les hace
desechar las obras de las tinieblas (Ro. 13:12), porque
somos hijos de la luz y del día, y no de las tinieblas ni de la
noche (1 Ts. 5:5). Los que en otro tiempo fueron tinieblas,
son luz en el Señor cuando son convertidos, y deben andar
como hijos de la luz (Ef. 5:8). En la oscuridad, el diablo y los
impíos pueden engañarte, y hacer casi lo que quieran
contigo. No compres mercancías en la oscuridad, ni viajes,
ni hagas tu trabajo en la oscuridad. ¿Y juzgarás el estado de
tu alma en la oscuridad? ¿Y harás la obra de tu salvación en
la oscuridad? Te digo que el diablo nunca podría seducir a
tantas almas al infierno si no apagara primero la luz o les
apagara los ojos. Nunca le seguirían las multitudes a los
tormentos eternos a la luz del día y con los ojos abiertos. Si
los hombres supieran bien lo que hacen cuando están
pecando y hacia dónde van en una vida carnal, se
detendrían rápidamente y no irían más lejos. Todos los
demonios del infierno no podrían atraer a tantos hacia allí si
la ignorancia de los hombres no fuera la ventaja de las
tentaciones.
2. Otra clase entre nosotros, que es ignorante de las
cosas de Dios, son los caballeros sensuales y los eruditos,
que tienen tanta formación como para entender las
palabras, y hablan algo mejor que la clase más iletrada,
pero en verdad nunca conocieron la naturaleza, la verdad y
la bondad de las cosas de las que hablan. [3] Muchos de ellos
son tan ignorantes de la naturaleza de la fe, de la
santificación y de la obra del Espíritu Santo para plantar la
imagen de Dios en el alma, y de la comunión de los santos
con Dios, y de la naturaleza de una vida santa, como si
nunca hubieran oído o creído que existe algo de esto en el
ser. Nicodemo es un ejemplo vivo en este caso. Él fue un
gobernante en Israel y un fariseo y, sin embargo, no sabía lo
que era nacer de nuevo. Y el orgullo de estos grandes hace
que su ignorancia sea mucho más difícil de curar que la de
otros hombres, porque les impide conocerla y confesarla. Si
alguien quiere convencerlos de ello, dicen con desprecio
como los fariseos a Cristo: «¿Acaso nosotros somos también
ciegos?» (Jn. 9:40). Sí, son propensos a insultar a los hijos
de la luz, que son sabios para la salvación, porque difieren
de las opiniones laxas o hipócritas de estos señores en
algunos asuntos del culto a Dios; cuyas adoraciones son
jueces tan competentes como los fariseos sobre la doctrina
de Cristo, o como Nicodemo sobre la regeneración, o como
Simón el Mago, o Juliano, o Porfirio sobre los dones del
Espíritu Santo. Estos honorables y miserables hombres no
soportan que los contraríen ni los reprendan. ¿Quién se
atreve a ser tan poco educado, desobediente o atrevido
como para decirles que están fuera del camino del cielo y
extraños a él (por no decir enemigos), y presumir de
detenerlos en el camino al infierno o impedirles que se
condenen a sí mismos y a todos los que puedan? Piensan
que esta plática sobre Cristo, la gracia y la vida eterna, si no
es más que seria (y no como la suya, en la forma, o la
ligereza, o el desprecio), no es más que la precisión molesta
de los hipócritas, humoristas, necios. Y dicen de los
piadosos como los fariseos: «¿También vosotros habéis sido
engañados? ¿Acaso ha creído en él alguno de los
gobernantes, o de los fariseos? Mas esta gente que no sabe
la ley, maldita es» (Jn. 7:47-49).
Pues bien, caballeros o pobres, quienesquiera que sean
que no saben las cosas del Espíritu (Ro. 8:5-7, 13), sino que
viven en la ignorancia de los misterios de la salvación,
sepan que la verdad celestial y la santidad son obras de la
luz, y nunca prosperan en la oscuridad, y que su mejor
entendimiento debe ser usado para Dios y su salvación si es
que para alguna cosa. Es el diablo y sus engaños los que
temen la luz. No hagan más que entender bien lo que hacen
y luego sean impíos si pueden, y ¡luego pon luz por Cristo y
la santidad si se atreven! Oh, salgan de las tinieblas a la luz
y verán lo que los hará temblar el vivir impíos e inconversos
un día más, y verán lo que los hará lamentar con
remordimiento penitente su tan prolongado abandono del
cielo, y se asombrarán de que hayan podido vivir tan lejos y
tanto tiempo fuera de su juicio como para elegir un curso de
vanidad y bestialidad en las cadenas de Satanás, antes que
la gozosa libertad de los santos. Y aunque no debemos ser
tan descorteses como para decirles dónde están y qué
están haciendo, entonces se llamarán a sí mismos más
descortésmente «sumamente locos e insensatos,
desobedientes, engañados, sirviendo a diversas
concupiscencias y deleites», como hizo uno que antes se
creía tan sabio y bueno como cualquiera de ustedes (Hch
26:11; Tit. 3:3). No vivan en un estado de ignorancia
adormecida si alguna vez quieren tener la gracia salvífica.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 2:
PROCURA COMPRENDER EL ESTADO DE PECADO Y EL
ESTADO DE GRACIA
Primero esfuérzate de manera particular en comprender la
naturaleza verdadera del estado de pecado y del estado de
gracia. Es probable que digas que todos son pecadores, que
Cristo murió por los pecadores, que fuiste regenerado en tu
bautismo, que por los pecados que desde entonces has
cometido, te has arrepentido de ellos y, por lo tanto,
esperas que sean perdonados. Pero detente un poco,
hombre, y entiende bien el asunto mientras continúas,
porque es tu salvación la que está en juego.
Es muy cierto que todos son pecadores, pero también es
cierto que algunos están en un estado de pecado y otros en
un estado de gracia; algunos son pecadores convertidos y
otros son pecadores inconversos; algunos viven en pecados
inconsistentes con la santidad (que, por lo tanto, pueden ser
llamados mortales) y otros no tienen más que debilidades
que aparecen en la vida espiritual (que en este sentido
pueden ser llamadas veniales); algunos odian su pecado y
anhelan ser perfectamente liberados de él, y otros lo aman
tanto que se resisten a dejarlo. ¿Y no hay diferencia,
piensas, entre estos?
También es cierto que Cristo murió por los pecadores (de
lo contrario, ¿dónde estaría nuestra esperanza?), pero
también es cierto que murió para «salvar a Su pueblo de
sus pecados» (Mt. 1:21) y «para que se conviertan de las
tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios» (Hch.
26:18) y «para redimirnos de toda iniquidad y purificar para
sí un pueblo propio, celoso de buenas obras» (Tit. 2:14) y
«que el que no nazca de nuevo, y sea convertido, y se haga
como un niño pequeño (en humildad y comenzando el
mundo de nuevo), no puede entrar en el reino de los cielos»
(Jn. 3:3, 5; Mt. 18:3) y que incluso el que murió por los
pecadores, condenará finalmente a los hacedores de
iniquidad, y dirá: «Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno» (Mt. 25:41). «Nunca os conocí» (Mt. 7:23).
Es muy cierto que fuiste regenerado sacramentalmente
en el bautismo, y que el que cree y es bautizado, será salvo,
y todos los que son hijos de la promesa, y tienen esa
promesa sellada para ellos por el bautismo, son
regenerados. Los antiguos enseñaban que el bautismo pone
a los hombres en un estado de gracia; es decir, que todos
los que renuncian sinceramente al mundo, al diablo y a la
carne, y se entregan sinceramente a Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo, según el pacto de gracia, y lo profesan y
sellan con su bautismo, serán perdonados y hechos
herederos de la vida. Pero así como es cierto que el
bautismo salva de esa manera, también lo es que no basta
con el «lavamiento exterior de la inmundicia de la carne»,
sino con la «respuesta de una buena conciencia para con
Dios» (1 P. 3:21); y que «el que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn. 3:5).
Simón el Mago y muchos otros han tenido el agua del
bautismo, pero nunca tuvieron el Espíritu, sino que aún
permanecen en «hiel de amargura y en prisión de maldad, y
no tuvieron parte ni suerte en ese asunto, pues sus
corazones no eran rectos a los ojos de Dios» (Hch. 8:13, 21,
23). Y nada es más seguro que el hecho de que «si alguno
no tiene el Espíritu de Cristo (por todo su bautismo) no es
de Él» (Ro. 8:9), y que si tiene Su Espíritu, «no anda
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu», «no tiene
mente carnal, sino espiritual», está «vivo para con Dios» y
«muerto al mundo» (Ro. 8:1, 5-8, 10, 13-14). Si todos los
que fueron bautizados son como estos, cuando lleguen a la
edad, juzguen ustedes.
También es cierto que si te arrepientes de manera
verdadera, eres perdonado; pero también es cierto que el
arrepentimiento verdadero es la conversión misma del alma
del pecado a Dios, y no deja a nadie en el poder del pecado.
No es que un hombre, cuando ha tenido todo el placer que
le produce el pecado, desee entonces no haberlo cometido
(lo que puede hacer entonces con facilidad) y, sin embargo,
conserve el resto que todavía es agradable y provechoso
para su carne. Tal como un hombre que tira la botella que
ha bebido vacía, pero conserva la que está llena; o como los
hombres que venden sus vacas estériles y compran vacas
lecheras en su lugar. Esta clase de arrepentimiento es una
burla y no una cura para el alma. Si tienes un
arrepentimiento verdadero, este ha alejado tanto tu corazón
del pecado que no lo cometerías, si tuvieras la oportunidad
de volver a hacerlo, aunque tuvieras todas las mismas
tentaciones. Y ha vuelto tanto tu corazón a Dios y a la
santidad que vivirías una vida santa si tuvieras todo para
volver a cometerlo, aunque tuvieras las mismas tentaciones
que antes contra ella (porque no tienes el mismo corazón).
Esta es la naturaleza del arrepentimiento verdadero. Tal
arrepentimiento en verdad nunca es demasiado tarde para
salvar, pero estoy seguro de que nunca llega demasiado
pronto.
Ahora bien, les ruego que observen qué es un estado de
pecado y qué es un estado de santidad.
El que está en un estado de pecado, tiene habitual y
predominantemente un mayor amor a algunos placeres,
ganancias u honores de este mundo que a Dios y a la gloria
que Él ha prometido. Él prefiere, busca y retiene (si puede)
su prosperidad carnal en este mundo antes que el favor de
Dios y la felicidad del mundo venidero. Su corazón se aparta
de Dios para dirigirse a la criatura, y se fija principalmente
en las cosas de la tierra. De ahí que su pecado sea la
ceguera, la locura, la perfidia y la idolatría de su alma, y su
abandono de Dios y de su salvación por una cosa sin
importancia. Es para su alma lo que el veneno, la muerte, la
enfermedad, la cojera y la ceguera son para su cuerpo. Es
tal trato para con Dios como el que tiene el hombre con su
amigo o padre más querido, que le odia a él y a su
compañía, y ama la compañía de un perro o de un sapo
mucho mejor que su compañía, y obedece a su enemigo
contra él. Y esto es similar al trato de un loco con su
médico, que procura matarlo como a su enemigo, porque
contraria su apetito o voluntad para curarlo. Piensa bien en
esto, y luego dime si este es un estado en el que se debe
continuar. Este estado de pecado es algo peor que un
simple acto desconsiderado del pecado, de manera
diferente en alguien que vive una vida obediente y santa.
Por otro lado, un estado de santidad no es otra cosa que
la devoción y dedicación habitual y predominante del alma,
el cuerpo, la vida y todo lo que tenemos a Dios. Es estimar,
amar, servir y buscarlo a Él antes que a todos los placeres y
la prosperidad de la carne. Es hacer de Su favor y felicidad
eterna en el cielo nuestro fin, y de Jesucristo nuestro
camino. Es referir todas las cosas del mundo a ese fin, y
hacer de esto el objetivo, el propósito y el cometido de
nuestras vidas. Es volverse del mundo engañoso a Dios. Es
preferir al Creador antes que a la criatura, al cielo antes que
a la tierra, a la eternidad antes que a una pulgada de
tiempo, a nuestras almas antes que a nuestros cuerpos
corruptibles, a la autoridad y las leyes de Dios (el
Gobernador universal del mundo) antes que a la palabra o
la voluntad de algún hombre, por grande que sea. Es
someter nuestras facultades sensitivas a nuestra razón, y
hacer avanzar esta razón por la revelación divina. Es vivir
por la fe y no por la vista. En pocas palabras, es poner
nuestro tesoro en el cielo, y poner nuestros corazones allí, y
vivir de una manera celestial, poniendo nuestros afectos en
las cosas de arriba y no en las cosas que están en la tierra.
Es un regocijo en la esperanza de la gloria venidera, cuando
los sensualistas no tienen nada más que placeres
transitorios y brutos para regocijarse.
Este es un estado y una vida de santidad. Cuando los
persuadimos a que sean santos, no los persuadimos a nada
peor que esto. Cuando les recomendamos la vida de piedad
para que la elijan, esta es la vida a la que nos referimos y
que les recomendamos. ¿Y puedes entender esto bien y, sin
embargo, no estar dispuesto a ello? No puede ser. Solo
conozcan bien lo que es la piedad y la impiedad, lo que es la
gracia y el pecado, y el trabajo está casi hecho.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 3:
CONOCE LO QUE ES UNA VIDA DE SANTIDAD
Cree en la Palabra de Dios y en los que la han probado, y no
creas en las calumnias del diablo y de los hombres impíos,
que nunca han probado ni conocido las cosas que
reprochan.
La razón no puede cuestionar lo razonable de este
consejo. ¿Quién es más sabio que Dios, o a quién hay que
creer antes que a Él? ¿Y qué hombres son más aptos para
saber de qué hablan, que los que hablan por su propia
experiencia? Nada es más familiar para con los hombres
impíos que calumniar y reprochar los caminos santos y los
siervos del Señor. Ninguna sabiduría, ninguna medida de
santidad o justicia, eximirá a los piadosos de su malicia. De
lo contrario, el propio Cristo habría estado exento, si no Sus
apóstoles y otros santos, a quienes han calumniado y dado
muerte. Cristo nos ha predicho lo que podemos esperar de
ellos: «Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha
aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el
mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo,
antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es
mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a
vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra,
también guardarán la vuestra» (Jn. 15:18-21).
La verdad es que los hombres impíos son la simiente y
los hijos del diablo, y tienen su imagen, y le obedecen, y
piensan, y hablan, y hacen lo que él quiere que hagan. Y los
piadosos son la simiente y los miembros de Cristo, y llevan
Su imagen, y le obedecen. ¿Y crees que el diablo dirá a sus
hijos que hablen bien de los caminos o seguidores de
Cristo? Debo confesar que hasta que no descubrí la verdad
de esto por experiencia, no era consciente de lo insolentes
que son Sus enemigos mundanos y malintencionados a la
hora de calumniar y abusar de manera cruel de los siervos
de Cristo. [4] Había leído muchas veces cuán pronto se
estableció una enemistad entre la simiente de la mujer y la
de la serpiente, y había leído y me había maravillado de que
el primer hombre que nació en el mundo asesinó a su
hermano por adorar a Dios más aceptablemente que él
mismo, «porque sus propias obras eran malas, y las de su
hermano justas» (1 Jn. 3:12). Había leído esta inferencia:
«No os extrañéis si el mundo os aborrece» (v. 13), pero no
comprendí tan plenamente que los hombres impíos y los
demonios son tan parecidos y tan cercanos hasta que las
palabras de Cristo en Juan 8:44, expuestas con
demostraciones visibles, me lo habían enseñado. En efecto,
el apóstol dice, en 1 Juan 3:12, que Caín era del maligno, es
decir, del diablo. Pero Cristo dice más claramente: «Vosotros
sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro
padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio,
y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en
él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es
mentiroso, y padre de mentira». Observa aquí que el
asesinato cruel y la mentira son las principales acciones de
un demonio, y que, como padre de estas, es el padre de los
impíos, que son los más notoriamente adictos a estos dos
cursos contra los siervos más inocentes del Cordero. Qué
justo es que habiten juntos en la otra vida aquellos que en
la tierra son tan semejantes en disposición y acción, así
como habrán de habitar con Cristo los justos que llevaran
Su imagen e imitaran Su vida santa y sufriente.
Concluyo, pues, que si nunca te volverás a Dios y a una
vida santa hasta que los impíos dejen de calumniarte y
reprocharte, bien puedes decir que nunca te reconciliarás
con Dios hasta que el diablo se reconcilie primero con Él; y
que nunca amarás a Cristo hasta que el diablo lo ame, o te
mande amarlo; o que nunca serás santo hasta que el diablo
sea santo, o te lo permita; y que no serás salvo hasta que el
diablo esté dispuesto a que seas salvo.
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 4:
ATIENDE CON SERIEDAD LA PALABRA DE DIOS, LIBROS
EDIFICANTES Y LA PALABRA PREDICADA SI QUIERES SER
SALVO
Para que tu entendimiento sea iluminado, y tu corazón
renovado, lee mucho y con seriedad la Palabra de Dios, y los
libros que son apropiados para los hombres en un estado
inconverso, y especialmente en escuchar la predicación
clara y escudriñadora de la Palabra.
Hay una luz, un poder y una majestuosidad celestiales en
la Palabra de Dios, de modo que al leerla u oírla con
seriedad, puede traspasar el corazón, pincharlo y abrirlo,
para que salga la corrupción y entre la gracia. «La ley del
SEÑOR es perfecta, que convierte el alma; el testimonio del
SEÑOR es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos
del SEÑOR son rectos, que alegran el corazón…» (Sal. 19:7-8).
Además, «por ellos somos amonestados, y su observancia
tiene gran recompensa» (v. 11). El eunuco estaba leyendo la
Escritura cuando Felipe fue enviado a exponerla para su
conversión (Hch. 8). La predicación de Pedro compunjo el
corazón de muchos miles para la conversión de ellos (Hch.
2:37). El corazón de Lidia fue abierto para atender a la
predicación de Pablo (Hch. 16:14). «La palabra de Dios es
viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y
penetra hasta partir el alma y el espíritu» (He. 4:12). Estas
«armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas
en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando
argumentos y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento
a la obediencia a Cristo» (2 Co. 10:4-5). ¿Has leído y oído [la
Palabra de Dios] ya muchas veces y, sin embargo, no
encuentras ningún cambio en tu corazón? No obstante, lee
y escucha una y otra vez. Los ministros no deben dejar de
predicar cuando han trabajado sin éxito. ¿Por qué entonces
deberías dejar de escuchar o leer [la Palabra de Dios]? Así
como el labrador trabaja y espera la lluvia y la bendición de
Dios, así debemos hacer nosotros y así debes hacerlo tú.
Mira a Dios. Recuerda que es Su palabra en la que te llama
al arrepentimiento y te ofrece misericordia, y trata contigo
sobre tu felicidad eterna. Lamenta tu anterior negligencia y
desobediencia, y pide Su bendición sobre Su Palabra, y
encontrarás que no será en vano.
Y la lectura seria de los libros que exponen y aplican las
Escrituras de manera adecuada a tu caso, puede ser eficaz
para tu conversión por la bendición de Dios. Yo mismo he
escrito tantos para este uso, de modo que seré el más breve
sobre este tema ahora, y deseo que los leas (algunos de
ellos) si no tienes otros más adecuados a la mano: A Call to
the Unconverted [Un llamado a los inconversos]; A Treatise
of Conversion [Un tratado sobre la conversión]; Now or
Never [Ahora o nunca]; Directions for a sound Conversion
[Instrucciones para una conversión sana]; A Saint or a Brute
[Un santo o un necio]; A Treatise of Judgment [Un tratado
sobre el juicio]; A Sermon against making light of Christ [Un
sermón en contra de despreciar a Cristo]; A Sermon of
Christ's Dominion [Un sermón sobre el dominio de Cristo];
Another of his Sovereignty [Otro sobre Su soberanía], etc.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 5:
USA LA RAZÓN Y PIENSA EN LAS COSAS QUE TIENEN
QUE VER CON TU SALVACIÓN
Si no quieres estar desprovisto de la gracia salvífica, deja
que tu razón esté dedicada en los asuntos de tu salvación
con cierta proporción de pensamientos frecuentes, sobrios y
serios, así como se requiere que estés convencido de la
importancia del asunto.
«… no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda
rencor…» (1 Co. 13:5). «Temblad, y no pequéis; meditad en vuestro
corazón estando en vuestra cama, y callad. Selah Ofreced sacrificios
de justicia, y confiad en el SEÑOR. Muchos son los que dicen: ¿Quién
nos mostrará el bien? Alza sobre nosotros, oh SEÑOR , la luz de tu
rostro. Tú diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos cuando
abundaba su grano y su mosto» (Sal. 4:4-7). «Pruébese cada uno a sí
mismo, y coma así del pan, y beba de la copa» (1 Co. 11:28).

Tener razón es común a todos los hombres, incluso a los


adormecidos y distraídos. Usar la razón es común a todos
los que tienen sus sentidos despiertos, y aptos para servir a
sus mentes. Usar la razón en los asuntos más importantes
es propio de los hombres sabios, de modo que saben para
qué fin Dios los hizo razonables. [5] Los hombres
desconsiderados son todos hombres impíos, porque la razón
no usada es tan malo como la falta de razón, y resultará
mucho peor en el día del juicio. La verdad es que, aunque
los pecadores son sumamente ciegos y erróneos respecto a
las cosas de Dios, todos los preceptos de Dios son tan
razonables y tienden tan claramente a nuestro gozo y
felicidad, que si el diablo no ganara la mayoría de las almas
silenciando la razón y adormeciéndola, o ahogando su voz
con el ruido y la multitud de los asuntos terrenales, el
infierno no tendría tantos habitantes tristes. Difícilmente
creo que Dios condenará a algún pecador que haya vivido
en el mundo que haya tenido uso de razón. Incluso a los
paganos que solo hayan tenido un talento podrá decirles,
como en Lucas 19:22: «Mal siervo, por tu propia boca te
juzgo. Sabías…» Servir a Dios y trabajar diligentemente por
la salvación, y preferir esto a todas las cosas terrenales, es
algo tan razonable que todo aquel que se vuelve al curso
contrario, lo llama desde Su corazón una locura impía. La
razón debe ser necesariamente para Dios que la hizo. La
razón debe ser necesariamente para lo que es su propio fin
y uso. El pecado, tal como se encuentra en el
entendimiento, no es más que irracionalidad; una ceguera y
un error; una pérdida y corrupción de la razón en los
asuntos de Dios y de nuestra salvación. Y la gracia, tal como
se encuentra en el entendimiento, no hace más que curar
esta necedad y distracción, y hacernos razonables de
nuevo; no es más que abrir nuestros ojos y hacernos sabios
en los asuntos más importantes. No es más inadecuado
amar y abogar por la ceguera, la locura y las enfermedades,
y odiar tanto la vista como la salud y el ingenio, que amar y
abogar por el pecado, y odiar y vilipendiar una vida santa.
Concédeme solo esto: que ejercites sobriamente tu razón
sobre estas grandes e importantes cuestiones: «¿Dónde
habré de permanecer para siempre? ¿Qué debo hacer para
ser salvo? ¿Para qué he sido creado y redimido?». Y espero
que tu propio entendimiento, por erróneo que sea, descubra
algo que promueva tu bien. Solo retírate una hora al día de
las compañías y otros asuntos, y considera tan sobria y
seriamente tu fin y tu vida —como sabes que la naturaleza y
la importancia del asunto lo requieren—, y estoy persuadido
de que tu propia razón y conciencia te llamarán al
arrepentimiento, o al menos te pondrán en un camino
mucho mejor que en el que estabas antes. Cuando andes
solo, o cuando te despiertes por la noche, recuerda
sobriamente que Dios está presente, que el tiempo está
apresurándose al final, que el juicio está cerca —donde
debes dar cuenta de todas tus horas, tus lujurias, pasiones y
deseos; de todos tus pensamientos, palabras y obras—, y
que tu gozo o tu miseria sin fin dependen total y
ciertamente de este poco tiempo. Piensa no más que
sobriamente en estas cosas (solo una hora en un día o dos)
y prueba si no te restablece una vez a la cordura y a la
piedad, y la necedad y el pecado se desvanecerán ante la
fuerza de la consideración de la razón, tal como las tinieblas
se desvanecen ante la luz. Te ruego ahora —como si
estuvieras en la presencia de Dios, y como si fueras a
responder por la negación de una petición tan razonable en
el día del juicio— que te propongas a probar este curso de
una consideración sobria y seria acerca de tu pecado, tu
deber, tu peligro, tu esperanza, tu rendición de cuenta y tu
estado eterno. Pruébalo algunas veces, especialmente en
los días del Señor, y observa el resultado de todo. ¿Hacia
dónde te dirige o conduce esa consideración sobria? ¿No es
hacia una vida diligente, santa y celestial? Si me niegas así
en gran medida, Dios y tu conciencia darán testimonio de
que consideras que tu salvación es de poco valor y, por lo
tanto, se te puede negar justamente.
¿No sería extraño que fuera penitente y piadoso un
hombre que ni una sola vez en su vida ha pensado en el
asunto con alguna seriedad? ¿Pueden curarse tantas y tan
grandes enfermedades del alma, antes de haber
considerado sobriamente una vez que se tienen, y cuán
grandes y peligrosas son, y con qué remedios deben
curarse? ¿Puede obtenerse y ejercitarse la gracia mientras
no se piensa en ella? ¿Pueden los principales asuntos de
nuestra vida realizarse sin ningún pensamiento serio,
cuando creemos conveniente dedicar tantos [pensamientos]
a los asuntos triviales de este mundo? ¿Merecen el mundo y
la carne ser recordados todo el día, la semana y el año? ¿Y
no merecen Dios y tu salvación ser pensados una hora al día
o un día a la semana? Juzga estas cosas no más que como
un hombre de razón. Si crees que Dios, que te ha dado una
razón para guiar tu voluntad y una voluntad para ordenar
tus acciones, debe llevarte al cielo como una piedra o
salvarte en contra de tu voluntad o sin ella, antes de pensar
sobriamente en ello alguna vez, podrás tener tiempo en el
infierno para lamentar la necedad de tales expectativas.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 6:
EVITA LOS IMPEDIMENTOS DE SATANÁS PARA QUE
TENGAS PENSAMIENTOS SERIOS
No permitas que el diablo te desvíe o impida estas serias
consideraciones por medio de la compañía, el placer o los
asuntos terrenales.
El diablo solo tiene dos maneras de procurar tu
condenación. La primera es impedirte recordar sobriamente
las cosas espirituales y eternas; y la otra es —si piensas en
ellas— engañarte con pensamientos falsos y erróneos. Para
llevar a cabo lo primero (que es el medio más común y
poderoso), su manera ordinaria es mediante la desviación,
[6]
encontrándote todavía algo más que hacer, poniendo
algunos otros pensamientos en tu mente y algún otro
trabajo en tu mano, de modo que nunca puedas tener
tiempo para algún pensamiento sobrio sobre Dios. Siempre
que el Espíritu de Dios llama a tu puerta, estás tan ocupado
con otra compañía u otra ocupación que no puedes oír o no
le abres. Muchas veces ha estado dispuesto a enseñarte,
pero tú no estabas en condiciones de escuchar y aprender.
Muchas veces ha sacudido secretamente tu conciencia, te
ha frenado en tu pecado y te ha llamado a considerar
sobriamente tu estado espiritual y eterno, cuando el ruido
de la juerga y de los placeres necios, o el bullicio de los
afanes y de las ocupaciones engorrosos, te han hecho tapar
tus oídos, apartarlo y rechazar la propuesta. Y si el abusado
Espíritu de Dios se aleja, y te deja con tus amadas juergas y
asuntos, y a ti mismo, no es más que justo; y entonces
nunca tendrás un pensamiento serio y eficaz sobre el cielo
quizás hasta que lo hayas perdido; ni un pensamiento sobrio
sobre el infierno hasta que estés en Él; a menos que sea
algún pensamiento desesperado o algún pensamiento
insensible e ineficaz.
Oh, por lo tanto, si amas tu alma, no ames tanto tu
placer o tus ocupaciones como para negarte a tratar con el
Espíritu de Dios, que viene a ofrecerte mayores placeres y a
involucrarte en un asunto más importante. Oh, deja de lado
todo para escuchar un poco lo que Dios y la conciencia
tienen que decirte. Ellos tienen mayores asuntos contigo
que cualquier otro con el que converses. Tienen mejores
ofertas y propuestas que hacerte, que las que escucharás
de cualquiera de tus antiguos compañeros. Si el diablo no
puede más que ocuparte por un tiempo con un placer un día
y otra ocupación otro día, y mantenerte alejado de la obra a
la que viniste al mundo, hasta que el tiempo se acabe y te
deslices inconscientemente a la condenación, entonces él
tiene su deseo y tiene el fin que pretendía, y ha ganado el
día y tú estás perdido para siempre.
Es posible que pongas algunos límites a tu necedad y te
propongas a hacerlo solo por un tiempo, pero cuando un
placer se agota, el diablo te proporcionará uno nuevo; y
cuando se acaba una ocupación (que te hace pretender
necesidad), otro, otro y otro te sucederá, y pensarás que
todavía tienes tal necesidad hasta que el tiempo se acabe y
veas demasiado tarde cuán burdamente fuiste engañado.
Resuelve, por lo tanto, que cualquier compañía, placer u
ocupación que te desvíe, no serás engañado en tu
salvación, ni te apartarás de tener tu mente en la única
cosa necesaria. Si las compañías alegan un interés en ti,
piensa si ellas son mejor compañía que el Espíritu de Dios y
tu conciencia. Si el placer quiere retenerte, averigua si son
placeres más puros y duraderos que los que puedes tener
en el cielo, atendiendo a la gracia. Si las ocupaciones aún
pretenden ser una necesidad, averigua si son una ocupación
mayor que preparar tu alma y tus cuentas para el juicio, y
de mayor necesidad que tu salvación. Si no es así, no dejes
que tenga precedencia. Si eres sabio, haz primero lo que es
necesario hacer, y deja de lado lo que mejor se pueda
evitar. ¿De qué te servirá ganar todo el mundo y perder tu
alma? Al menos, si te atreves a decir que tu placer y tus
ocupaciones son mejores que el cielo, podrías dejarlos a
veces, mientras piensas seriamente en tu salvación.
 
 
INSTRUCCIÓN 7:
NO SEAS ENEMIGO DE LOS QUE QUIEREN QUE SEAS
SALVO
Si quieres ser convertido y salvo, no seas un enemigo
malicioso o molesto de los que quieren que seas convertido
y salvo; no te enfades con los que te hablan de tu pecado o
de tu deber, como si te hicieran mal o daño.
Dios obra por medio de instrumentos. Cuando quiere
convertir a un Cornelio, un Pedro ha de ser enviado y
escuchado de buen grado. Cuando quiere hacer volver y
salvar a un pecador, por lo general tiene un ministro público
o un amigo privado que será el mensajero de esa verdad
escudriñadora y convincente, que es adecuada para
despertarlos, iluminarlos y restablecerlos. Si Dios
proporciona a estos instrumentos suyos con compasión para
sus almas y con disposición para instruirlos, y ustedes los
toman por sus enemigos, riñen con ellos con enfado, los
contradicen, tal vez los reprochan y les hacen un daño por
su buena voluntad, ¡qué curso inhumano y bárbaro de
ingratitud es este! ¿Se enfadarán con los hombres por
esforzarse en salvarlos del fuego del infierno? ¿Acaso se
esfuerzan por obtener alguna ganancia o ventaja de
ustedes, o es solo por ayudar a sus almas a ir al cielo? En
efecto, si sus esfuerzos se emplearan para algún propósito
ambicioso propio —como poner al mundo (como lo harían el
papa y su clero) bajo su propia jurisdicción—, tendrían
entonces razones para sospechar de su fraude. Pero la
verdad es que Cristo ha designado a propósito a Sus más
grandes oficiales eclesiásticos no más que como ministros o
servidores de todos con el propósito de gobernar y salvar a
los hombres como voluntarios, sin ningún poder coercitivo,
mediante el manejo de Su poderosa Palabra en sus
conciencias. [Y los ha designado] con el propósito de que
supliquen y rueguen a los más pobres del rebaño, como
aquellos que no son señores de la herencia de Dios, ni
dueños de la fe de ellos, sino sus servidores en Cristo y
ayudantes de su gozo. De modo que, siempre que les
demos nuestro mensaje, puedan ver que no ejercemos
dominio sobre ellos y que no pretendemos honores
terrenales, ni ganancias, ni ventajas para nosotros, sino la
mera conversión y salvación de sus almas. Mientras que, si
nos hubiera permitido ejercer autoridad como reyes de los
gentiles, ser llamados señores misericordiosos y
sobrecargarnos con los asuntos de esta vida, nuestra
doctrina habría sido rechazada por la generalidad del
mundo y siempre habríamos llegado a ellos con esta gran
desventaja, de modo que habrían pensado que no los
buscábamos a ellos, sino lo de ellos; y que no predicábamos
para ellos, sino para nosotros mismos para hacer un premio
de ellos. [7] Tal como los jesuitas, cuando procuran la
conversión de los indios, siguen encontrando esto como su
gran impedimento, los príncipes y el pueblo suponen que
pretenden el evangelio no más que como un medio para
someterlos a ellos y a sus dominios al papa, porque les
dicen que deben estar todos sujetos al papa si quieren ser
salvos. Ahora bien, cuando Cristo ha designado un
ministerio pobre, abnegado y suplicante —contra el cual no
puedes tener ninguna de estas pretensiones— con el
propósito de que se incline a tus pies con las más sumisas
súplicas a que te vuelvas a Dios y vivas, no tienes
justificación para tu propia ingratitud bárbara: si te opones a
ellos, los tienes como tus enemigos y te ofendes con ellos
por tratar de salvarte. Tienes claro que ellos pueden
mantener sus diezmos y su sustento mediante la gentileza,
la honestidad y la predicación general, así como mediante
un trato más fiel (si no mejor). Tienes claro que no pueden
obtener ninguna ventaja terrenal tratando tan claramente
contigo. Tienes claro que arriesgan con ello su reputación
con personas como tú, y no pueden ignorar que es probable
que se expongan a tu mala voluntad e indignación.
Y ellos son hombres como tú y, por lo tanto, no hay duda
de que desean la buena voluntad y la buena palabra de los
demás, y no se complacen en ser despreciados u odiados.
No hay duda de que se abren paso a través de muchas
tentaciones y resistencias de la carne antes de poder
negarse a sí mismos como para esforzarse por tu salvación
en tales términos. Y considerando que todo es a favor de ti,
me parece que deberías ser su principal animador. Si otros
se opusieran a ellos, deberías estar a favor de ellos, porque
ellos están a favor de ti. Si voy con un convoy para ayudar a
una guarnición asediada, esperaré la oposición del enemigo
que los asedia, pero si los propios asediados nos disparan y
nos tienen como enemigos por aventurar nuestras vidas
para ayudarlos, es hora de irnos y dejar que se lleven lo que
obtengan con ello.
Tal vez pienses que el predicador, o el amonestador
privado, es demasiado claro contigo, pero deberías
considerar que el amor propio es probable que te haga
parcial en tu propia causa y, por lo tanto, un juez más
incapaz que ellos. Y debes considerar que Dios les ha
ordenado que actúen con claridad y les ha dicho que de lo
contrario la sangre del pueblo será requerida de sus manos
(Is. 58:1; Ez. 18). Dios sabe mejor que nadie cuál es la
medicina y la dieta más adecuada para tu enfermedad;
sabe que el caso es de tan gran importancia (si vivirás en el
cielo o en el infierno para siempre) que es difícilmente
posible que un ministro sea demasiado claro y serio contigo;
y sabe que tu enfermedad es tan obstinada que los medios
más suaves han sido frustrados durante demasiado tiempo
y, por lo tanto, hay que probar medios más fuertes, de lo
contrario, ¿por qué no han sido convertido con un trato más
suave hasta ahora? Si te desmayas, o estás a punto de
ahogarte, darás permiso a los que transeúntes para que te
traten con un poco más de brusquedad que en otro
momento, y no interpondrás tu acción contra ellos por
ponerte las manos encima, o por revolver tus sedas o
vestimenta esplendorosa. Si tu casa está en llamas, darás
permiso a los hombres para que hablen de otra manera que
cuando modulan sus voces en un tono civilizado y elogioso.
Puede ser que pienses que son censuradores al juzgarte
como inconverso cuando no lo eres, que son peores y están
en más peligro que tú, y que hablan más duro de ti de lo
que mereces, pero eres tú el que debe sospechar más de ti
mismo y temer estar engañado en un asunto tan grande. Un
espectador puede ver más que un jugador. Estoy seguro de
que el que está despierto puede saber más de ti que tú
mismo cuando estás dormido.
Pero supón que fuera como imaginas, es su amor el que
erróneamente intenta tu bien, no tiene intención de hacerte
daño, es tu salvación lo que desea, es tu condenación lo
que quiere evitar. Tienes motivos para amarlo y agradecerle
su buena voluntad, y no para enojarte con él y reprocharle
sus errores. No es ninguno de los que te llevan a la
inquisición y te multan, ni te encarcelan, ni te destierran, ni
te queman, ni te cuelgan, ni te atormentan, para que te
conviertas y seas salvo. Lo peor que hace es decir esas
palabras que, si son verdaderas, se te sugieren a que
consideres; y si son equivocadas, no pueden hacerte daño a
menos que tú mismo seas la causa. Si se trata de una
predicación pública, generalmente habla por descripciones
y no por nombramiento; no más de ti que de otros en tu
caso; ni de ti en absoluto si no estás en ese caso. Si te habla
en privado, no hay más testigo que tú mismo y, por lo tanto,
no es motivo de deshonra. Nunca, por vergüenza, pretendas
que estás dispuesto a ser convertido y salvo cuando odias a
aquellos que quieren promoverlo y te enojas con todos los
que te hablan de tu caso, y podrías encontrar en tu corazón
el taparles la boca o hacerles un mal.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 8:
EXAMÍNATE SI ESTÁS EN UN ESTADO DE NO CONVERSIÓN
Si en verdad estás dispuesto a ser convertido, haz lo posible
por descubrir que aún no te has convertido, y que estás en
un estado perdido y miserable.
¿Se esforzará por curar una enfermedad aquel que
piensa que no tiene ninguna enfermedad? ¿O se esforzará
por vomitar el veneno aquel que piensa que nunca tomó o
que no cree que sea veneno? ¿O se esforzará por salir del
foso aquel que piensa que no está en él? ¿O se volverá atrás
aquel que cree que está en el camino correcto? ¿Se
esforzará por ser convertido aquella persona que piensa que
ya ha sido convertida? ¿O acudirá a Cristo como médico de
su alma aquel que piensa que no está enfermo o que ya
está curado? La causa común de que los hombres vivan y
mueran sin la gracia del arrepentimiento, la santificación y
la justificación —que los salvaría—, es porque creen que la
tienen cuando no la tienen: que ya están arrepentidos,
justificados y santificados. No es mi deseo hacer que
ninguno de ustedes piense que su condición es peor de lo
que es, pero si no saben lo que es, no serán aptos para la
gracia restauradora, ni usarán los medios para su propia
recuperación. Piensa en el hecho de que es una conclusión
tan triste el encontrarse en un estado de condenación de tal
manera que eres sumamente reacio a saberlo o confesarlo.
Pero te ruego que consideres solo estas dos cosas: o es
verdad que estás en un estado tan miserable, o no es
verdad. Si no es verdad, la prueba más minuciosa no hará
más que consolarte al descubrir que ya estás santificado.
Pero si es verdad, ¿crees que te salvará el ser ignorante de
tu peligro? ¿Curará tu enfermedad el creer que no la tienes?
¿Pensar falsamente que estás bien demuestra que estás
bien verdaderamente? [8] ¿Es el camino de la gracia pensar
que la tienes cuando no la tienes? ¿Te llevará al cielo pensar
que vas allí cuando estás en el camino del infierno? ¿No
sabes que la principal tentación del diablo es alejar a los
hombres del estado de arrepentimiento y salvación,
engañándolos así y persuadiéndolos de que ya están en ese
estado? Juzga sobriamente el caso. ¿Crees que si todos los
pecadores impenitentes e inconversos del mundo tuvieran
la certeza de que están realmente en un estado sin gracia
—en el que si murieran, ya no tendrían esperanza— no
mirarían rápidamente a su alrededor, y comprenderían
mejor los ofrecimientos del Salvador, y vivirían en continua
solicitud y temor hasta que se encontraran en un estado
más seguro? Si tú mismo estuvieras seguro de que aún
deben ser hecho nueva criatura o ser condenado, ¿no te
pondrías a trabajar para buscar la gracia con más diligencia
que nunca? El diablo sabe muy bien que no podría
mantenerte tranquilo esta noche en sus trampas, sino que
te verías propenso a arrepentirte y pedir misericordia, y
decidirte a una vida nueva antes de mañana, si estuvieras
seguro de que todavía estás en un estado de condenación.
Y por eso hace todo lo que puede para ocultar tu pecado y
peligro de tus ojos, y para tranquilizarte con la idea de que,
aunque eres pecador, estás arrepentido, perdonado y a
salvo.
Bien, señores, no puede haber ningún daño en conocer la
verdad. Y, por lo tanto, ¿se probarán a sí mismos si están
sin santificar o no? Fueron bautizados en el nombre del
Espíritu Santo como su santificador, y si ahora descuidan o
se burlan de la santificación, ¿qué hacen sino burlarse de su
bautismo, o descuidar lo que es su sentido y fin? No les
debe interesar saber si viven la vida de la naturaleza tanto
como saber si la santificación los ha hecho espiritualmente
vivos para Dios.
Y permítanme decirles esto para alentarlos: que no los
llamamos a que sepan que son inconversos, no perdonados,
miserables y hombres irremediables con el propósito de que
permanezcan en la desesperación y sean atormentados con
el conocimiento previo de sus interminables dolores antes
de tiempo. ¡No! Más bien [los llamamos con el propósito de
que] acepten rápida y agradecidamente a Cristo, el remedio
completo, y se vuelvan a Dios, y salgan rápidamente de sus
pecados y terrores, y entren en una vida de seguridad y de
paz. No deseamos que sigan en esa vida que tiende a la
desesperación y al horror, sino que deseamos que salgan de
ella —si estuviera en nuestra mano— antes de mañana. Y
por eso queremos que entiendan el peligro que corren, para
que no vayan más lejos, sino que se vuelvan rápidamente y
busquen ayuda. Y espero que no haya ningún daño, aunque
haya alguna turbación presente, en tal descubrimiento de
su peligro como este.
Bien, si estás dispuesto a saber esto, te ayudaré un poco
a saber lo que eres.
 
MARCAS DE UN ESTADO INCONVERSO
 
1. Si persigues, aborreces y encarneces a los hombres por
ser serios y diligentes en el servicio a Dios, por temer pecar,
y porque no van con la multitud a hacer el mal, es señal
segura de que estás en un estado de muerte. Sí, si no amas
a tales hombres y no deseas ser tú mismo como ellos, sino
ser el mayor de los impíos, [es señal segura de que estás en
un estado de muerte] (cf. Ga. 4:29; Hch. 26:11; 1 Ti. 1:13; 1
P. 4:2-5; Sal. 15:4; 1 Jn. 3:8-15; Jn. 13:35; Sal. 84:10).
 
2. Si amas más el mundo, pones tus afectos en las cosas de
abajo, te preocupas más por las cosas terrenales —es más,
si no buscas primero el reino de Dios y Su justicia, y si tu
corazón no está en el cielo, y tus afectos puestos en las
cosas de arriba—, y prefieres todos los placeres y la
prosperidad de este mundo antes que tus esperanzas de
vida eterna, es una señal segura de que no eres más que un
hombre mundano e impío (cf. Mt. 6:19-21, 33; Fil. 3:18-20;
Col. 3:1-4; Sal. 73:25; 1 Jn. 2:15-17; Stg. 1:27; Lc. 12:20, 21,
16:25).
 
3. Si tu estimación, creencia y esperanzas de la vida eterna
por medio de Cristo no son tales que te dominan para
negarte a ti mismo y a abandonar a tu padre, madre y
amigos más cercanos, así como tu casa, tierra, vida y todo
lo que tienes, por Cristo y por estas esperanzas de felicidad
en la otra vida, no eres un cristiano verdadero ni estás en
un estado de gracia salvífica (cf. Lc. 14:26, 33; Mt. 10:37-39,
13:21-22).
 
4. Si has sido convertido, regenerado y santificado por el
Espíritu de Jesucristo, esto te hará ser espiritual y pensar en
las cosas del Espíritu por encima de las cosas de la carne. Si
este Espíritu no está en ti y no andas conforme a Él, sino
conforme a la carne —haciendo provisión para la carne,
para satisfacer sus deseos, y prefiriendo el agrado de la
carne antes que el agrado de Dios—, es seguro que estás en
un estado de muerte (cf. Mt. 18:3; Jn. 3:3, 5-6; He. 12:14;
Ro. 8:1, 5-13, 13:13-14; Lc. 16:19, 25. 12:20-21; He. 11:25-
26; 2 Co. 4:16-18, 5:7; Ro. 8:17-18).
 
5. Si tienes algún pecado conocido que no aborreces, y
prefieres mantenerlo antes que dejarlo, y no oras, ni te
esfuerzas, ni vigilas contra él, en la medida en que lo
conoces y observas, sino que más bien lo excusas, abogas
por él, lo deseas y eres reacio a separarte de él, de modo
que tu voluntad está habitualmente más a favor que en
contra de él, es una señal de un corazón impenitente y no
renovado (cf. 1 Jn. 3:3-10, 24; Ga. 5:16, 19-25; Ro. 7:22, 24,
8:13; Lc. 13:3, 5; Mt. 5:19-20; 2 Ti. 2:19; Sal. 5:5; Lc. 13:27).
 
6. Si no amas la Palabra como una luz que te muestra tu
pecado y deber, sino solo como una verdad general o como
algo que reprende a los demás; si no amas la predicación
más escudriñadora, no quieres saber cuán malo eres, y no
vienes a la luz para que tus obras sean manifiestas, es una
señal de que no eres un hijo de la luz, sino de las tinieblas
(Jn. 3:19-21).
 
7. Si las leyes de tu Creador y Redentor no son de mayor
poder y autoridad para contigo, y la voluntad y la palabra de
Dios no pueden hacer más contigo que la palabra o la
voluntad de cualquier hombre, y las amenazas y las
promesas de Dios no son más prevalentes para contigo que
las amenazas o las promesas de cualquier hombre, es una
señal de que no tomas a Dios por tu Dios, sino que de
corazón eres ateo e impío (cf. Lc. 19:27; Mt. 7:21-23, 26; Dn.
3:16-18, 6:5, 10; Jer. 17:5-6; Lc. 12:4; Hch. 5:29; Sal.
14:1ss.)
 
8. Si no te has consagrado y entregado en una resolución o
pacto voluntario a Dios como tu Padre y felicidad, a
Jesucristo como tu único Salvador y tu Señor y Rey, y al
Espíritu Santo como tu Santificador para ser santificado por
Él, deseando que tu corazón y vida se conformen
perfectamente a la voluntad de Dios y que puedas
conocerlo, amarlo y disfrutarlo más, estás vacío de piedad y
de cristianismo verdadero. Pues este es el mismísimo pacto
que haces en el bautismo, que llamas tu bautismo (cf. Mt.
28:19-20; 2 Co. 8:5; 1 Co. 6:17; Jn. 1:10-12; Ga. 4:6; Ro.
8:14-15).
 
Te he mostrado claramente, y he demostrado plenamente,
por la Palabra de Dios, por cuáles señales infalibles un
hombre impío puede saber que es impío, si quiere. ¿No
puedes saber si es así contigo, si estás dispuesto a saberlo?
¿No puedes saber, si quieres, si tu deseo y propósito de vida
se inclina más a este mundo o al venidero, y si se prefiere y
se busca primero el cielo o la tierra, y si hay principalmente
preocupación y consideración por tu prosperidad y placer
carnal o tu alma? ¿No puedes saber, si quieres, si amas o
aborreces a los adoradores serios de Dios; si prefieres
librarte de tus pecados o mantenerlos; si tu voluntad se
inclina más en contra o a favor de tus pecados; si amas una
vida santa o no; si prefieres ser perfecto en santidad y
obediencia a Dios, o ser excusado de ello y complacer a la
carne; si prefieres ser como Pablo o como César —un santo
perseguido en la pobreza y el desprecio, o un conquistador
o rey perseguidor—? ¿No puedes saber, si quieres, si amas
un ministro escudriñador, que te hable de lo peor y que no
quiere engañarte? ¿No puedes saber si estás resueltamente
dedicado y entregado a Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, como tu Padre y felicidad, tu Salvador y tu
Santificador; y si el alcance, el propósito y el cometido de tu
vida se inclina más a Dios o a la carne, al cielo o a la tierra;
y cuál es el que tiene el dominio, y cuál es el que viene
detrás, y no tiene más que las sobras del otro, o solo lo que
puede reservar? Ciertamente estas son cosas tan cercanas
a ti y tan notables en tu corazón, que puedes llegar a
conocerlas si quieres. Pero si no quieres, ¿quién puede
evitarlo?
¡Qué mofa tonta e insignificante es entonces la de esos
hombres ignorantes que nos preguntan —cuando les
hablamos de estas cosas— si alguna vez estuvimos en el
cielo o vimos el libro de la vida, y cómo podemos decir
quién será salvo y quién será condenado! Si se tratara de
un juego de mayo, esta broma sería más oportuna, pero
hablar tan distraídamente de los asuntos de la salvación y la
condenación, y hacer tal broma de la condenación de las
almas, es una especie de necedad que no tiene excusa.
¡Qué importa si nunca hemos estado en el cielo y nunca
hemos visto el libro de la vida! ¿Acaso no crees que nunca
he visto las Escrituras? Pues, miserable pecador, ¿acaso no
sabes que Cristo bajó del cielo para decirnos quiénes son los
que irán allí y quiénes son los que serán excluidos? ¿Y no
sabía Él lo que decía? ¿Es Dios el gobernador del mundo, y
no tiene una ley por la que los gobierna? ¿Acaso no puedo
saber por la ley quiénes son los que el juez condenará o
salvará? ¿Para qué otra cosa está hecha la ley, sino para ser
regla de vida y regla de juicio? Lee el Salmo 1 y 15, Mateo
5:7 y 25, y todos los textos que ya he citado, y observa en
ellos si Dios no te ha dicho quiénes son los que serán salvos
y quiénes son los que serán condenados. Es más, observa si
no es este el asunto mismo de la palabra de Dios. ¿Y crees
que ha escrito en vano? Pero algunos hombres han amado
la ignorancia y la impiedad por tanto tiempo, hasta que el
Espíritu de gracia los ha desechado, y los ha dejado a la
dureza de sus mentes carnales, de modo que «tienen ojos y
no ven, y oídos y no oyen, y corazón y no entienden». Pero
a los que están dispuestos y son diligentes para conocer su
pecado y su deber, con el fin de su recuperación, Dios no les
permitirá buscar en vano, ni ocultar el remedio a sus ojos.
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 9:
COMPRENDE Y CONSIDERA LO QUE ES EL ESTADO DE NO
CONVERSIÓN
Cuando te des cuenta de que te encuentras en un estado de
pecado y muerte, comprende y considera qué estado es
ese.
Puede ser que pienses que es una condición tolerable y
que se puede permanecer ella a salvo, o que puedes
retrasar tu arrepentimiento, como si no fuera un asunto de
gran apuro. [Puedes pensar esto] a menos que abras tus
ojos, mires a tu alrededor y veas en qué lugar resbaladizo te
encuentras. Permíteme nombrar algunos ejemplos de la
miseria de un estado no regenerado y sin gracia, y luego
juzga tal como la Palabra de Dios te indica.
 
1. Mientras te encuentres en un estado de no conversión,
necesariamente eres repugnante y abominable para Dios.
Su santa naturaleza es inconciliable con el pecado, y sería
inconciliable con los pecadores, si no fuera porque Él puede
limpiarlos y purificarlos. Si supieras lo que es el pecado y
conocieras la santidad de Dios, entenderías esto mucho
mejor. Tu propia aversión a Dios, y tu repulsión a la santidad
de Sus leyes y siervos, podrían decirte qué pensamientos
tiene sobre ti. «Aborreces a todos los que hacen iniquidad»
(Sal. 5:5). En efecto, te tiene como tu enemigo, y como tal
te tratará, si no eres convertido. Sé que muchas personas
que son profundamente culpables, especialmente hombres
de honor y estima en el mundo, despreciarían que se les
diera este título, pero ciertamente Dios no teme ofenderlos,
ni es tan tierno con su honor manchado, como lo son con el
suyo propio, o como esperan que lo sea el predicador. Si los
enemigos del rey son los que rechazan su gobierno y
establecen otro, entonces los enemigos de Dios, del
Redentor y del Espíritu Santo son aquellos que establecen la
concupiscencia vil de su carne, el honor y la prosperidad de
este mundo, y la voluntad del hombre, y rechazan el
gobierno de Dios su Creador y Redentor, y rechazan las
enseñanzas y operaciones santificadoras del Espíritu Santo.
Lee Lucas 19:27.
Algunos piensan que es extraño que se llame a los
hombres «aborrecedores de Dios», y creo que será difícil
encontrar a un hombre que lo confiese por sí mismo hasta
que la gracia convertidora o el infierno lo constriñan. Y, en
efecto, si Dios mismo no hubiera acusado a los hombres de
ese pecado y no los hubiera llamado con esa designación,
difícilmente habríamos encontrado creencia o paciencia
cuando nos hubiéramos esforzado para convencer al mundo
de ello. No hay más que pedir al peor de los hombres que se
arrepienta de aborrecer a Dios, y probar cómo lo tomará.
Sin embargo, pueden leer esa designación en las Escrituras
(cf. Ro. 1:30; Sal. 81:15; Lc. 19:14). ¿No aborrecieron los
judíos a Cristo, piensa, cuando lo asesinaron, y cuando
aborrecieron a todos Sus seguidores por causa de Él? (Mt.
10:22; Mr. 13:13). ¿Y no dice Cristo que serán aborrecidos
por causa de Su nombre, no solo por los judíos, sino
también por todas las naciones y todos los hombres (Mt.
24:9, 10:22), incluso por el «mundo» (Jn. 17:14, 15:17-
19ss.)? Y esto era un aborrecimiento «tanto a Cristo como a
Su Padre» (Jn. 15:23-24). Pero dirás que es imposible que
algún hombre pueda aborrecer a Dios. Yo respondo: ¿cómo
es que los demonios lo aborrecen? Sí, todo hombre impío
aborrece a Dios. En efecto, nadie lo aborrece como bueno o
como misericordioso para con ellos, sino que lo aborrecen
como santo y justo. [Lo aborrecen] como alguien que no les
permite tener el placer del pecado sin condenarlos, como
alguien comprometido en la justicia para arrojarlos al
infierno si mueren sin conversión, y como alguien que ha
hecho una ley tan pura y precisa para gobernarlos,
convencerlos del pecado y llamarlos a ese arrepentimiento
y santidad que ellos aborrecen. ¿Por qué el mundo aborrecía
al propio Cristo? Él te lo dice: «No puede el mundo
aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo
testifico de él, que sus obras son malas» (Jn. 7:7). «Y esta es
la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres
amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran
malas» (Jn. 3:19).
Es más, es una maravilla de ceguera que este mundo y
esta época odiadores de Dios no perciban que son
aborrecedores de Dios cuando aborrecen a Sus siervos
hasta la muerte, se enfurecen implacablemente contra
ellos, odian Sus santos caminos y Su reino, y someten todo
su poder e interés en la mayoría de los reinos del mundo
contra Su interés y Su pueblo en la tierra. [Tampoco lo
perciben] cuando el diablo libra sus batallas contra Cristo a
través del mundo por medio de sus manos. Incluso
confiesan la malicia del diablo contra Dios, pero niegan la
suya propia, como si él usara sus manos sin sus corazones.
Pues bien, pobre y desdichado gusano, en lugar de negar tu
enemistad con Él, laméntala y ten claro que Él también te
tiene como enemigo, y se mostrará demasiado duro contigo
cuando hayas hecho lo peor. Lee el Salmo 2 y tiembla y
sométete. Este es el caso particularmente de los
perseguidores y enemigos abiertos, pero en su medida
también de todos los que no quieren que Él reine sobre
ellos. Por eso Cristo vino a reconciliarnos con Dios, y Dios
con nosotros. Y solo los santificados son reconciliados con Él
(cf. Col. 1:21; Fil. 3:18; 1 Co. 15:25; Ro. 5:10). «Los designios
de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan
a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Ro. 8:7). Observa bien
ese texto.
 
2. Mientras no seas santificado, te encuentras sin
justificación y sin perdón. Estás bajo la culpa de todos los
pecados que alguna vez hayas cometido. Cada
pensamiento, palabra y acto pecaminoso —de los cuales el
menor merece el infierno— está en tu cuenta, para que
respondas por ti mismo. Y lo que esto significa, las
amenazas de la ley te lo dirán (Hch. 26:18; Mr. 4:12; Col.
1:14). No hay pecado perdonado para el pecador
impenitente e inconverso. «Mas vosotros no vivís según la
carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios
mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de él» (Ro. 8:9).
 
3. Y no es de extrañar que los inconversos no tengan
ninguna participación particular en Cristo. El perdón y la
vida que son dados por Dios, son dados en y con el Hijo:
«Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.
El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de
Dios no tiene la vida» (1 Jn. 5:10-12). Hasta que no seamos
miembros de Cristo, no tenemos parte en el perdón y la
salvación comprados por Él; y los pecadores impíos no son
Sus miembros. De modo que Jesucristo, quien es la
esperanza y la vida de todos los suyos, te deja como te
encontró. Y eso no es lo peor, [como se verá en el siguiente
punto].
 
4. Pues será mucho peor con los rechazadores impenitentes
de la gracia de Cristo que si nunca hubieran oído hablar del
Redentor. Porque no puede ser que, habiendo provisto Dios
un remedio tan precioso para las almas pecadoras y
miserables, permita que sea despreciado y rechazado sin un
mayor castigo. ¿No era suficiente que hubieras
desobedecido a tu gran Creador, sino que también debías
despreciar al Redentor sumamente bondadoso, que te
ofreció perdón, compró con Su sangre, de modo que
pudieras venir a Dios por Él? Sí, el Salvador que
despreciaste será en sí mismo tu Juez, y la gracia y la
misericordia que desdeñaste en gran manera serán el más
pesado agravante de tu pecado y tu miseria. Pues «¿cómo
escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan
grande?» (He. 2:3). «¿Cuánto mayor castigo (que los
despreciadores de la ley de Moisés) pensáis que merecerá el
que pisoteare al Hijo de Dios…?» (He. 10:29).
 
5. Las mismísimas oraciones y sacrificios de los impíos son
abominables para Dios (excepto los que contienen el que se
vuelvan de su maldad). De modo que el terror surge para ti
de lo que esperas que sea tu ayuda (cf. Pr. 15:8, 21:27; Is.
1:13).
 
6. Tus misericordias comunes no hacen más que aumentar
tu pecado y tu miseria (hasta que te vuelvas a Dios). Tu
corazón carnal convierte todo en pecado: «Todas las cosas
son puras para los puros, mas para los corrompidos e
incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su
conciencia están corrompidas» (Tit. 1:15).
 
7. Mientras no estés santificado, eres impotente y estás
muerto para cualquier obra santa y aceptable. Cuando
deberías redimir tu tiempo, prepararte para la eternidad,
probar tu estado, orar, meditar o hacer el bien a los demás,
no tienes corazón para tales obras espirituales. Tu mente
está inclinada contra ellas (Ro. 8:7). Y no es la impotencia
excusable de los que quieren hacer el bien pero no pueden,
sino que es la impotencia maliciosa de los malvados (la
misma que la de los demonios) que no pueden hacer el bien
porque no quieren, y no quieren porque tienen corazones
ciegos, maliciosos e impíos, lo que hace que su pecado sea
mucho mayor (Tit. 1:16).
 
8. Mientras tengas un corazón no santificado, tienes en todo
momento la simiente y la disposición para todo pecado. Y si
no cometes los peores, es porque alguna providencia que
frena al tentador te lo impide. No te agradezco que no
cometas diariamente idolatría, blasfemia, robo, asesinato,
adulterio, etc.; está en tu corazón hacerlo cuando no tienes
más que la tentación y la oportunidad, y lo estará hasta que
seas renovado por la gracia santificadora.
 
9. Hasta que no seas santificado, eres heredero de la
muerte y del infierno —incluso bajo la maldición— y
condenado ya desde el punto de vista de la ley, aunque el
juicio no haya dictado la sentencia final (cf. Jn. 3:18-19, 36).
Y nada es más cierto que si mueres antes de ser renovado
por el Espíritu Santo, serás condenado y deshecho para
siempre; y que si mueres sin ser santificado, esta será tu
porción miserable. ¡Piensa, entonces, en la vida que has
vivido hasta ahora, y piensa en lo que es vivir por más
tiempo en tal caso: en el que si mueres, no hay duda de que
serás condenado! La conversión puede salvarte, pero la
incredulidad y la autoadulación no te salvarán de esta
miseria eterna (He. 12:14, 2:3; Mt. 25:46).
 
10. Mientras no seas santificado, te estás apresurando a
esta miseria: es probable que el pecado tenga más arraigo;
tu corazón esté más endurecido y en enemistad con la
gracia; Dios esté más provocado, y el Espíritu esté más
entristecido; y cada día estás más cerca de tu perdición
final, cuando todas estas cosas serán más conscientemente
consideradas y entendidas mejor (2 Ti. 3:13; 2 P. 2:3).
 
De esta manera te he dado una breve descripción del caso
de las almas no renovadas; y solo una breve, porque lo he
hecho antes más ampliamente ( Tratado sobre la conversión
).
INSTRUCCIÓN 10:
CONSIDERA LA PÉRDIDA QUE HAY EN EL PECADO
Cuando hayas descubierto la triste condición en que te
encuentras, considera que hay en el pecado para
enmendarte o reparar tu pérdida. Ello es un obstáculo para
tu conversión. Ciertamente no continuas por nada (si sabes
que es nada) en un caso tan peligroso y triste como este.
Sin embargo, lo haces por lo que es mucho peor que nada,
sin considerar lo que haces. ¡Permanece sentado de vez en
cuando y piensa bien qué recompensa te dará el mundo o el
pecado por tu Dios, tu alma, tu esperanza y todo lo demás,
cuando estés perdido y no puedas tener recuperación!
Piensa entonces de qué te aprovechará o consolará el hecho
de que una vez fuiste honrado y tuviste grandes bienes; el
hecho de que una vez te fue bien, y tuviste tus copas
deliciosas, horas alegres, suntuosos atuendos y todos los
placeres similares. ¿Piensas que esto disminuirá los horrores
de la muerte, aplacará la ira de Dios o la sentencia de tu
condena, o aliviará un alma atormentada en el infierno? Si
no es así, piensa cuán pequeño, corto y tonto es la
comodidad y el placer que compras tan caro. Y piensa qué
puede ver en ello un hombre sabio para que deje los goces
del cielo y que valga la pena el sufrir los tormentos eternos.
¿Qué es lo que se supone que vale todo esto? ¿Es la trampa
del ascenso? ¿Son las riquezas fastidiosas? ¿Son los honores
engañosos? ¿Son los afanes que distraen? ¿Es el lujo o la
lujuria? ¿Son los placeres bestiales? ¿O qué otra cosa es lo
que comprarás a un precio tan impresionante? ¡Oh,
lamentable locura de los hombres impíos! ¡Oh, pecadores
insensatos, indignos de ver a Dios y dignos de ser
miserables! ¡Oh corazón extrañamente corrompido del
hombre, que puede vender a Su Hacedor, a Su Redentor y a
Su salvación, a un precio tan bajo!
 
 
 
INSTRUCCIÓN 11:
CONSIDERA LAS POSESIONES DICHOSAS DE LOS SANTOS
Cuando estés tomando tu cuenta, así como pones en un
platillo de la balanza todo lo que el pecado y el mundo
harán por ti, pon en el otro los consuelos de esta vida y de
la venidera, de los que debes desprenderte por tus pecados.
Escudriña las Escrituras, y considera cuán felices son los
santos de Dios allí descritos. Piensa en lo que es tener un
alma purificada y limpia; estar libre de la esclavitud de la
carne y de su concupiscencia; tener el apetito sensible
sometido a la razón, y la razón iluminada y rectificada por la
fe; estar vivo para Dios, y dispuesto y capacitado para
amarlo y servirlo; tener acceso a Él en la oración con
confianza y seguridad de ser escuchados. Además, piensa
en lo que es tener el perdón sellado de todos nuestros
pecados, y tener parte en Cristo, quien responderá por
todos ellos y nos justificará; ser hijos de Dios y herederos
del cielo; tener paz de conciencia, y las esperanzas gozosas
de alegrías sin fin; tener comunión con el Padre, a través del
Hijo, por el Espíritu, y que ese Espíritu habite en nosotros, y
obre para nuestra mayor santidad y gozo. También, piensa
en lo que es tener comunión con los santos; tener la ayuda
y el consuelo de todas las ordenanzas de Dios; estar bajo
Sus muchas y preciosas promesas, y bajo Su protección y
provisión en Su familia, y echar todo nuestro afán sobre Él;
deleitarnos cada día en el recuerdo y en las experiencias
renovadas de Su amor, y en nuestro demasiado escaso
conocimiento de Él, en el amor a Él, y en el conocimiento de
Su Hijo, y de los misterios del evangelio; tener que todas las
cosas obren juntas para nuestro bien, y poder con gozo
acoger a la muerte, y vivir como en el cielo en la previsión
de nuestra felicidad eterna. Hubiera dado aquí de manera
ordenada un recuento particular de los privilegios de las
almas renovadas, pero ya he hecho mucho al respecto en
mi Tratado sobre la conversión y El reposo de los santos .
Esta probada puede ayudarles a ver lo que pierden,
mientras permanecen en un estado de inconversión.
INSTRUCCIÓN 12:
CONSIDERA SI LA CONDICIÓN DE INCONVERSO TE
PROPORCIONA TRANQUILIDAD
Cuando hayas considerado así la condición en la que te
encuentras, considera también si es una condición en la
cual descansar tan solo un día. Si mueres inconverso, ya no
tendrás ninguna esperanza, pues en el infierno no hay
redención. Sabes que tendrás que morir dentro de poco
tiempo, y no sabes si será esta noche (Lc. 12:20). Nunca te
acuestes con la seguridad de que te levantarás de nuevo;
nunca salgas de casa con la seguridad de que volverás;
nunca oigas un sermón con la seguridad de que oirás otro;
nunca des un respiro con la seguridad de que darás otro
respiro. Mil accidentes y enfermedades están listos para
detener tu aliento y terminar con tu tiempo, cuando Dios lo
quiera. Y si mueres esta noche en un estado no regenerado,
no hay más tiempo, ni ayuda, ni esperanza. ¿Y es esta
entonces una situación en la que deba continuar un hombre
sabio tan solo un día, de modo que puedas algo para tu
propia recuperación? ¿Debes demorar otro día o una hora
antes de caer a los pies de Cristo, clamar por misericordia,
volver a Dios y resolver a andar en un curso mejor? ¿No
puedo decirte, como los ángeles a Lot: «Levántate, para que
no seas consumido; escapa por tu vida; no mires atrás» (Gn.
19:15, 17, 22)?
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 13:
CONSIDERA ENTREGARTE A DIOS DE MANERA SINCERA Y
COMPLETA
Cuando estés resuelto, más allá de tus vacilaciones y
demoras, entrégate enteramente y sin reservas a Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo, como tu felicidad, tu Salvador y
tu Santificador, en un sincero consentimiento al pacto de
gracia.
Este es tu cristianismo; tus esponsales con Cristo. Esto se
hace sacramentalmente en el bautismo, pero hasta que los
hombres no lo acepten personalmente y lo restablezcan de
corazón a su edad, no tienen razón para ser contados con
los creyentes adultos, ni para soñar con una parte de las
bendiciones del pacto. Es una lástima que no se haga una
obra más seria y solemne para que los hombres
restablezcan su pacto con Dios. De lo cual he escrito en un
Treatise of Confirmation [Tratado sobre la confirmación],
pero hasta ahora en vano. Sin embargo, hazlo tú mismo con
seriedad. Es la acción más grande e importante de tu vida.
Para ello, examina bien el pacto de gracia que se te
ofrece en el evangelio; compréndelo bien. Dios ofrece en
este [pacto], a pesar de tus pecados, ser tu Dios y Padre
reconciliado en Cristo, y aceptarte como hijo y heredero del
cielo. El Hijo ofrece ser tu Salvador, justificarte por Su
sangre y gracia, y enseñarte y gobernarte como tu Cabeza,
para tu felicidad eterna. El Espíritu Santo ofrece ser tu
Santificador, Consolador y Guía, para vencer toda la
enemistad del diablo, del mundo y de la carne, con el fin de
adquirir plenamente tu salvación. Nada se espera de ti, para
que tengas derecho a los beneficios de este pacto, sino que
consientas a él deliberadamente, sin fingimiento y en su
totalidad, y continúes con ese consentimiento, y realices lo
que has consentido en realizar, y ello con la ayuda de la
gracia que se te dará. Procura, pues, deliberar bien sobre el
asunto, pero sin demoras. Y considera lo que ganarás o
perderás con ello. Y si ves que al final es probable que serás
un perdedor, y conoces otro camino mejor, tómalo y
presume de él cuando hayas probado el final. Pero si ya no
tienes dudas de que no hay otro camino que este, deja con
resolución y seriedad [el otro camino].
Y presta atención a la única cosa, no sea que digas:
«Vaya, esto no es más de lo que todos saben, y de lo que yo
he hecho cien veces, entregarme en pacto con Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo». ¿Lo sabes y, sin embargo, no lo has
hecho? ¿O lo has hecho con tus labios y no con tu corazón
sin fingimiento? Lamenta como uno de tus mayores pecados
el haber jugado así de manera provocativa con Dios, y
admira Su misericordia de aún dignarse en entrar en pacto
con alguien que ha profanado hipócritamente Su pacto. Si
alguna vez hubieras hecho pacto seriamente así y te
hubieras entregado a Dios, no lo habrías descuidado con
una vida impía, ni habrías vivido en pos del diablo, del
mundo y de la carne, a los que se ha renunciado. Te digo
que hacer este voto cristiano y pacto con Dios en Cristo, es
el acto de mayor consecuencia de toda tu vida, y debe
hacerse con el mayor juicio, reverencia, sinceridad,
previsión y firme resolución, de cualquier cosa que hagas. Y
si esto fuera hecho sinceramente por todos los que lo hacen
ignorantemente, por moda y solo con los labios, entonces
todos los cristianos profesos serían salvos. Mientras que
ahora, los abusadores de ese santo nombre y pacto tendrán
el lugar más profundo en el infierno. Escríbelo en tu
corazón, y pon tu corazón y tu mano en ello resueltamente,
y mantén tu consentimiento, y todo es tuyo. La conversión
es obrada cuando esto es hecho.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 14:
ABANDONA TU VIDA PECAMINOSA PASADA
En el cumplimiento presente de tu pacto con Dios,
abandona tu anterior vida pecaminosa y procura no pecar
más voluntariamente. Pero, en la medida de tus
posibilidades, evita las tentaciones que te han engañado.
Dios nunca se reconciliará con tus pecados. Si se
reconcilia con tu persona, es porque estás justificado por
Cristo y santificado por el Espíritu. Él te recibe como a
alguien que se vuelve a Él arrepentido del pecado. Si
voluntariamente o por negligencia continúas en tu anterior
curso de pecado, demuestras que no estabas sinceramente
resuelto en tu pacto con Dios.
Sé que las debilidades e imperfecciones no se desechan
tan fácilmente, sino que se adhieren a ti en tu mejor
obediencia, hasta que llegue el día de tu perfección. Pero
hablo del pecado grosero y deliberado, del que puedes
abstenerte, si estás no más que dispuesto de manera
sincera, aunque de manera imperfecta.
¿Has sido un blasfemo o maldiciente profano, o has
usado el nombre de Dios en vano, o has usado la
murmuración, la calumnia, la mentira, o las palabras
obscenas y sucias? Está en tu poder abstenerte de estos
pecados, si no estás más que dispuesto. No digas esto:
«Caigo en ellos por costumbre antes de darme cuenta»,
porque eso es señal de que no estás sinceramente
dispuesto a abandonarlos. Si estuvieras verdaderamente
arrepentido y si tu voluntad se opusiera sinceramente a
estos pecados, serías más tierno y temeroso de ofender,
estarías resuelto contra ellos, les darías mayor importancia,
los aborrecerías y no los cometerías. Y decir que lo hice
antes de ser consciente no es más que lo que escupirías en
la cara de tu padre, o maldecirías a tu madre, o
calumniarías a tu amigo más querido, o hablarías de traición
contra el rey, y decir que lo hiciste por costumbre antes de
ser consciente. No jugarán con el pecado aquellos que han
sido profundamente humillados por él y resueltos contra él.
¿Has sido un borracho, o un bebedor habitual, pasando
tus preciosas horas en una cervecería, parloteando sobre
una bote, en compañía de pecadores necios y tentadores?
Está en tu poder si realmente estás dispuesto a no hacerlo
más. Si amas y eliges tales compañías, lugares, acciones y
discursos, ¿cómo puedes decir que estás dispuesto a
abandonarlos, o que tu corazón ha cambiado? Si no los
amas ni los eliges, ¿cómo puedes cometerlos cuando nadie
te obliga? Nadie te lleva al lugar, nadie te obliga a pecar, si
lo haces es porque lo quieres y lo amas. Si estás en buenos
términos con Dios, quieres verdaderamente ser salvo, no te
conformas con separarte del cielo por tus copas y tu
compañía, aléjate de ellas inmediatamente y sin demora.
¿Has vivido en el desenfreno, la fornicación, la impureza,
la gula, el juego, los pasatiempos, la sensualidad, para
complacer a tu carne, mientras has desagradado a Dios?
¡Oh, bendice la paciencia y la misericordia del Señor, que no
fuiste cortado todo este tiempo y condenado por tu pecado
antes de arrepentirte! Si amas tu alma, no te demores más.
Más bien, sé firme y no des ni un paso más en el camino
que sabes que lleva al infierno. Si sabes que este es el
camino hacia tu condenación y, sin embargo, sigues
adelante, ¡qué piedad mereces de Dios o de los hombres!
Si has sido un mundano codicioso, o un ambicioso
buscador de honores o de ascensos en el mundo, de modo
que tu ganancia, o tu ascenso, o tu reputación, ha sido el
juego que has seguido, y te ha acaparado en lugar de Dios y
de la vida eterna, deja ahora estos engaños conocidos y no
persigas la vanidad y la aflicción. Tú sabes de antemano lo
que resultará cuando lo hayas alcanzado y hayas disfrutado
de todo lo que puede producirte, y cuán inútil será en
cuanto a tu consuelo o felicidad al final.
Ciertamente, si los hombres estuvieran dispuestos,
serían capaces de abstenerse de tales pecados, mantenerse
firme contra ellos y despreciarlos para evitar su miseria. De
ahí que Dios les suplique lo siguiente: «Lavaos y limpiaos;
quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis
ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien…»
(Is. 1:16-18). «¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es
pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme
atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma
con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá
vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las
misericordias firmes a David. […] Buscad a Jehová mientras
puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje
el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y
vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al
Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar» (Is. 55:2-3, 6-
7). Cristo supone que la previsión del juicio puede refrenar a
los hombres del pecado cuando dice lo siguiente: «No
peques más, para que no te venga alguna cosa peor» (Jn.
5:14, 8:11). Si la presencia de los hombres puede refrenar a
un fornicario, si la presencia del juez e incluso la previsión
del juicio puede refrenar a un ladrón, ¿acaso no te refrenará
a ti la presencia de Dios con la previsión del juicio y la
condenación? Recuerda que el pecado no arrepentido y la
condenación van unidos. Si provocas uno, Dios provocará el
otro. Elige uno, y no podrás elegir si tendrás el otro. Si
quieres la serpiente, tendrás el aguijón.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 15:
DEMUESTRA TU ENTREGA A DIOS CON LA SANTIDAD
Si te has entregado sinceramente a Dios, y has consentido a
Su pacto, demuéstralo volviendo el rostro de tus esfuerzos y
manera de vivir por otro camino, y buscando el cielo con
más fervor y diligencia de lo que nunca has buscado el
mundo o los placeres carnales. La santidad no consiste en
una mera abstención de una vida sensual, sino
principalmente en vivir para Dios. El principio o corazón de
la santidad está en el interior, y consiste en el amor a Dios,
a Su palabra, a Sus caminos, a Sus siervos, a Su honor, y en
Su interés en el mundo. Consiste en el deleite del alma en
Dios, y en la palabra y los caminos de Dios, y en su
inclinación hacia Él, y en el deseo de seguirlo, y en el
cuidado de agradarlo, y en el rechazo a ofenderlo. La
expresión de [la santidad] en nuestras vidas consiste en el
ejercicio constante y diligente de esta vida interna según las
instrucciones de la Palabra de Dios.
Si eres un creyente, y te has sometido a Dios como tu
Soberano, Rey y Juez absoluto, entonces será tu trabajo
obedecerlo y agradarlo, como un hijo a su padre o un siervo
a su amo (Mal. 1:6). ¿Crees que Dios tendrá siervos y no
tendrán nada que hacer? ¿Alguno de ustedes elogiará o
recompensará a su siervo por no hacer nada, y lo
considerará al final del año como respuesta o explicación
satisfactoria si dice: «No he hecho ningún mal»? Dios te
llama no solo a no hacer mal, sino a amarle y servirle con
todo tu corazón, alma y fuerza. Si tienes un amo mejor que
el que tenías antes, debes trabajar más que antes. ¿No
servirás a Dios con más celo de lo que servías al diablo? ¿No
trabajarás más duro para salvar tu alma de lo que lo hiciste
para condenarla? ¿No serás más celoso en el bien de lo que
fuiste en el mal? «¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas
de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es
muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y
hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la
santificación, y como fin, la vida eterna» (Ro. 6:21-22).
Si eres un creyente verdadero, ahora has depositado tus
esperanzas en el cielo y, por lo tanto, te pondrás a buscarlo
como los mundanos se ponen a buscar el mundo. Y un
deseo flojo, con esfuerzos sin corazón, perezosos e
insensibles, no es adecuado para buscar los gozos eternos.
Un paso lento no conviene a un hombre que está en el
camino del cielo, particularmente a quien iba más rápido en
el camino hacia el infierno. Esto no es correr en cuanto a
nuestras vidas. Bien puedes ser diligente y ser apresurado
donde tienes tan gran estímulo y ayuda; donde puedes
esperar tan buen fin; donde estás seguro de que nunca, ni
en la vida ni en la muerte, tendrás motivo para arrepentirte
de ninguno de tus esfuerzos justos; donde cada paso de tu
camino es puro, limpio, deleitoso, pavimentado con
misericordias, y fortificado y asegurado por la protección
divina; y donde Cristo es el que te guía, y tantos han corrido
tan bien antes que ti, y los más sabios y mejores del mundo
son tus compañeros.
Vivan, pues, como hombres que han cambiado de amo,
de fin, de esperanzas, de camino y de trabajo. La religión no
hace que los hombres se echen a dormir, aunque sea el
único camino para el descanso. Despierta al alma
adormecida a pensamientos, esperanzas y trabajos más
elevados que los que conocía antes. «De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17).
Nunca buscaste lo que pagaría todo tu costo y diligencia
hasta ahora; nunca estuviste en un camino en el que
pudieras apresurarte, sin arrepentirte de tu prisa, hasta
ahora. ¡Cuánto deberías alegrarte de que la misericordia te
haya llevado por el camino correcto, después de los
extravíos de una vida tan pecaminosa! [9] ¡Tu alegría y
agradecimiento deberían mostrarse ahora por tu alegre
diligencia y celo! Así como Cristo no resucitó a Lázaro de
entre los muertos para no hacer nada o vivir con poco
propósito (aunque la Escritura no nos da la historia de su
vida), así tampoco te resucitó a ti de la muerte del pecado
para vivir ociosamente o para ser inútil en el mundo. Aquel
que te da Su Espíritu para que sea un principio de vida
celestial en ti, espera que suscites el don que te ha dado y
que vivas según ese principio celestial.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 16:
UTILIZA LOS MEDIOS QUE DIOS HA DESIGNADO PARA
ALCANZAR LA SALVACIÓN
Involúcrate en el uso alegre y constante de los medios y
ayudas designados por Dios para tu confirmación y
salvación. Aquel que no se persuade de usar los medios
nunca podrá esperar alcanzar el fin. No puedes hacer nada
por ti mismo. Dios da Su ayuda por los medios que Él ha
designado y adecuado para tu ayuda. Sobre el uso de estos,
trataré más ampliamente después. Por ahora solo te los
nombro, para que sepas qué es lo que tienes que hacer. [10]
1. DEBES LEER LA PALABRA DE DIOS Y BUENOS LIBROS

Ya te mostré antes que debes oír o leer la Palabra de Dios, y


otros buenos libros que la expongan y apliquen. El cristiano
recién nacido se inclina a esto tal como el niño recién nacido
se inclina por el pecho: «Desechando, pues, toda malicia,
todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones,
desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no
adulterada, para que por ella crezcáis para salvación» (1 P.
2:1-2). El bienaventurado «se deleita en la ley del Señor, y
en ella medita de día y de noche» (Sal. 1:2-3).
2. DEBES PARTICIPAR EN LA ADORACIÓN PÚBLICA A DIOS
Otro medio es la adoración pública a Dios en comunión con
Su iglesia y pueblo. Además del beneficio de la Palabra allí
predicada, las oraciones de la iglesia son eficaces para los
miembros. Y esto eleva el alma a santos goces: participar
con asambleas bien ordenadas de los santos en las
alabanzas del Todopoderoso. Las asambleas de adoradores
santos de Dios son los lugares de su deleite, y deben ser los
lugares de nuestro deleite. Son lo más parecido a la
sociedad celestial, que entona las alabanzas al glorioso
Jehová con las mentes más puras y la voz más alegre. «En
su templo todo proclama su gloria» (Sal. 29:9). En un coro
así, ¡qué alma no se sentirá embelesada y deseará unirse al
recital y a la armonía! En tal llama de deseos y alabanzas
unidas, ¡qué alma tan fría y apagada no se verá inflamada,
y con más facilidad y presteza de lo normal recurrirá a Dios!
3. DEBES ORAR DE MANERA PRIVADA

Otro medio es la oración privada a Dios. Cuando Dios quiso


decir a Ananías que Pablo había sido convertido, dijo de él:
«He aquí, él ora» (Hch. 9:11). La oración es el aliento de la
nueva criatura. El espíritu de adopción dado a todo hijo de
Dios es un espíritu de oración y les enseña a clamar: «Abba,
Padre»; y ayuda a sus debilidades. Cuando no saben orar
como es debido, y cuando faltan las palabras, Él, por así
decirlo, intercede por ellos con gemidos indecibles (Ga. 4:6;
Ro. 8:15, 26-27). Y Dios conoce el significado del Espíritu en
esos gemidos. Las primeras obras de la gracia están en los
deseos por la gracia, provocando al alma a la oración
ferviente, por la cual se obtiene rápidamente más gracia.
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os
abrirá» (Lc. 11:9).
4. DEBES CONFESAR TU PECADO

Otro medio que se debe usarse es la confesión del pecado.


No solo debes confesar tu pecado a Dios (pues todo hombre
malvado puede hacerlo, porque sabe que Dios ya está
enterado de todo, y esto no es un agregado a su vergüenza.
Tan poco considera el ojo de Dios que se avergüenza más
cuando es conocido por los hombres), sino que en tres
casos la confesión debe hacerse también al hombre:
a. En caso de que hayas perjudicado al hombre y, por lo
tanto, estés obligado a hacerle restitución. Por ejemplo, si le
hubieras robado, defraudado, calumniado o dado falso
testimonio contra él.
b. En caso de que seas hijo o siervo, que estés bajo el
gobierno de los padres o amos, y seas llamado por ellos a
dar cuenta de tus acciones. Estás obligado entonces a dar
una rendición de cuenta verdadera.
c. En caso de que necesites el consejo o las oraciones de
otras personas para tranquilizar tu conciencia. En este caso,
debes exponerles tu caso en la medida necesaria para que
te ayuden eficazmente a recuperarte, pues si no conocen la
enfermedad, no podrán aplicar el remedio.
En estos casos, es cierto que «el que encubre sus
pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta
alcanzará misericordia» (Pr. 28:13).
5. DEBES TENER CONVERSACIONES CERCANAS CON LOS SANTOS

Otro medio que debe utilizarse es la compañía familiar y la


santa conversación con cristianos humildes, sinceros y
experimentados. El Espíritu que está en ellos, y que sopla y
actúa a través de ellos, encenderá en ti las mismas llamas
santas. Deja la compañía de hombres ociosos, charlatanes y
sensuales, que no pueden hablar de otra cosa que de sus
riquezas terrenales, o de sus negocios, o de su reputación, o
de sus apetitos y lujurias. Asóciate con los que van por el
camino al cielo, si estás resuelto a ir por él. ¡Oh, qué
diferencia encontrarás entre estos dos tipos de compañías!
Los del primer tipo, si tienes algún pensamiento de
arrepentimiento, lo apagarán y se reirán de tu uso de la
razón en su propia juerga distraída e insensatez. Y si tienes
algún pensamiento serio sobre tu salvación, o alguna
inclinación a arrepentirte y ser sabio, harán mucho por
desviarte, y te mantendrán en el poder y las trampas de
Satanás hasta que sea demasiado tarde. Si tienes algún
celo, o mentalidad celestial, harán mucho por apagarlo, y
bajarán tu mente a la tierra de nuevo.
Los del segundo tipo hablará de cosas de tan gran peso e
importancia —y eso con seriedad y reverencia— que
tenderá a elevar y avivar tu alma; y te poseerá con el sabor
de las cosas celestiales de las que habla; te animará con sus
propias experiencias; y te dirigirá por esa verdad que les ha
dirigido; y te comunicará celosamente lo que ha recibido;
orarán por ti y te enseñarán a orar; te darán el ejemplo de
vidas santas, humildes y obedientes; y te amonestarán
amorosamente sobre tus deberes y reprenderán tus
pecados.
En pocas palabras, la mente carnal tiene el olor de las
cosas de la carne y es enemistad contra Dios; la compañía
de los tales será un medio poderoso para infectarte con su
plaga y hacerte como los tales, a menos que te escapes de
ellos; mucho más [su compañía será un medio] para
mantenerte como los tales, si no te escapas. Y así como los
espirituales se fijan en las cosas del Espíritu, así mismo su
conversación tiende a hacerte de mente espiritual como
ellos (Ro. 8:7-8). Aunque hay algunas cualidades y dones
útiles en algunos impíos, y algunas faltas lamentables en
muchos espirituales, la experiencia te mostrará una
diferencia tan grande entre ellos en lo principal, en el
corazón y en la vida, que te hará creer más fácilmente la
diferencia que habrá entre ellos en la vida venidera.
6. DEBES MEDITAR EN LA VIDA VENIDERA

Otro medio es la meditación seria sobre la vida venidera, y


el camino hacia ella. Aunque todos no pueden manejarlo tan
metódicamente como algunos, todos deberían en alguna
medida y tiempo estar familiarizados con ella.
7. DEBES BUSCAR A ALGUIEN QUE PUEDA SER TU GUÍA EN LAS COSAS
ESPIRITUALES

El último medio es elegir algún guía y consejero prudente y


fiel para tu alma, para exponerle aquellos casos que no son
adecuados que todos los conozcan, y que te resuelva y
aconseje en los casos que son demasiado difíciles para ti. [11]
No para que te conduzca a ciegas tras el interés de algún
hombre seducido o ambicioso, ni para comprometerte con
sus ideas singulares que van en contra de la Escritura o de
la iglesia de Dios. Más bien, para que sea para tu alma
como un médico para tu cuerpo, o un abogado para tus
bienes, para ayudarte donde son más sabios que tú, y
donde necesitas sus ayudas.
Resuelve ahora que en lugar de tus compañías y
pasatiempos ociosos, tus preocupaciones excesivas y tus
placeres pecaminosos, esperarás en Dios en el uso oportuno
de estos sus propios medios designados. Y encontrarás que
Él los ha designado no en vano, y que no perderás tu
trabajo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 17:
EXAMINA SI NO TIENES UNA CONVERSIÓN FALSA
Para que en todo esto puedas ser sincero y seas no
engañado con un cambio hipócrita, asegúrate de que Dios
sea toda tu confianza, que todas tus esperanzas estén
puestas en el cielo, que no haya ninguna reserva secreta en
tu corazón para el mundo y la carne, que no dividas tu
corazón entre Dios y las cosas de abajo, ni lleves la religión
de un hipócrita, que da a Dios las sobras de la carne.
Cuando el diablo no puede alejarte de un cambio y una
reforma, tratará de engañarte con un cambio superficial y
una reforma a medias, que no va a la raíz, ni recupera el
corazón para Dios, ni lo entrega enteramente a Él. Si puede
persuadirte de que estás verdaderamente renovado y
santificado con un cambio parcial y engañoso, y fijarte allí
para que no vayas más allá, con toda seguridad eres de él
como si hubieras continuado en tus pecados más graves. Y,
de todos los demás, este es el engaño más común y
peligroso de las almas, cuando piensan en dividir esto a
medias entre Dios y el mundo, y asegurar su interés carnal
de placer y prosperidad, y su salvación también. Y así
necesariamente servirán a Dios y a mamón.
La descripción completa de una conversión falsa y de un
hipócrita
Este es el verdadero carácter de un hipócrita que se engaña
a sí mismo. [12] No está convencido de manera tan plena de
la verdad cierta de la Escritura y de la vida venidera, ni está
tan mortificado a la carne y al mundo, como para tomar los
goces del cielo como toda su porción, y someter toda su
prosperidad terrenal y sus esperanzas a ella, y
desprenderse de todas las cosas de este mundo, cuando es
necesario para asegurar su salvación. Por lo tanto, no
perderá su aferramiento a las cosas presentes, ni
abandonará su interés mundano por Cristo, mientras pueda
conservarlo. Tampoco será más religioso de lo que pueda
mantener su bienestar corporal; resolviendo a no estar
nunca sin nada por su piedad. Más bien, en primer lugar, se
salvará a sí mismo y su prosperidad en el mundo mientras
pueda. Por consiguiente, es verdaderamente un hombre
carnal y de mentalidad mundana, siendo denominado por lo
que es predominante en él. Sin embargo, dado que sabe
que debe morir —y hasta donde sabe, puede encontrar
entonces en contra de su voluntad que hay otra vida en la
que debe entrar—, debe tener algo de religión, no sea que
el evangelio resulte verdadero. Así, pues, tomará todo lo
que mantenga su bienestar temporal, esperando que pueda
tener tanto eso como el cielo en la otra vida; y será tan
religioso como el interés predominante de la carne se lo
permita.
Está resuelto a arriesgar su alma antes que estar aquí sin
hacer nada. Y este es su primer principio.
Pero está resuelto a ser piadoso en la medida que pueda
mantener una vida mundana y carnal, ese es su segundo
principio.
Y esperará el cielo como el fin de tal camino como este,
ese es su tercer principio.
Por lo tanto, pondrá la mayor parte de su religión en
aquellas cosas que sean más consistentes con la
mundanalidad y la carnalidad, y que no le cuesten
demasiado caro a su carne. Por ejemplo, en ser de esta o
aquella opinión, iglesia o facción (ya sea papista,
protestante o alguna facción menor), en adherirse a esa
facción y ser celoso por ellos; en adquirir y usar tales
talentos y dones, que puedan hacerlo altamente estimado
por otros; en hacer tales buenas obras que no le cuesten
demasiado caro; en abstenerse de tales pecados que le
procuren su desgracia y vergüenza, y que le cueste más
caro a su carne cometerlos que abstenerse de ellos, y
cualquier otro [pecado] que su carne pueda evitar. Este es
su cuarto principio.
Y está resuelto —cuando la prueba lo llama a separarse
de Dios y de su conciencia, o del mundo— a preferir dejar a
Dios y a la conciencia, y aventurarse a las penas de la otra
vida —que considera inciertas— que correr a una calamidad
segura o a la ruina en esta vida. Al menos, no tiene ninguna
resolución a lo contrario, que lo lleve a cabo en un día de
prueba. Este es su quinto principio.
Y su sexto principio es que, a pesar de que no se
atormentará a sí mismo, ni manchará su nombre,
confesándose un mundano temporal, estará resuelto a
tomar cualquier camino para salvarse a sí mismo. Por lo
tanto, se asegurará de no creer nada como verdad y deber
que sea peligroso. Más bien, se proveerá de argumentos
para probar que no es la voluntad de Dios, y que el pecado
no es pecado. Sí, quizás la conciencia y el deber sean
alegados para su pecado. Será por ternura, piedad y caridad
hacia otros que él pecará. Y los acusará de ser los
pecadores que no obedecen, y no hacen maldad como él.
Será alguien que primero hará una controversia de cada
pecado que su carne llama necesario, y de cada deber que
su carne considera intolerablemente caro. Y luego, cuando
es una controversia, y muchos reputados sabios —y algunos
reputados buenos— están de su lado, piensa que está en
igualdad de condiciones con los más honestos y sinceros. Él
tiene una madriguera para su conciencia y su crédito. No se
considerará hipócrita, y nadie más debe pensar que lo es,
no sea que tenga poca caridad, pues entonces la censura
debe caer sobre toda la facción, y luego es suficiente para
defender su reputación de piedad el decir lo siguiente:
«Aunque diferimos en opinión, no debemos diferir en el
afecto, y no debemos condenarnos unos a otros por tales
diferencias (una verdad muy grande cuando se aplica
correctamente)». Pero, ¿qué es, oh hipócrita, lo que te hace
diferir en los casos en que tu carne tiene un interés, más
que en cualquier otro? ¿Y por qué nunca fuiste de esa
opinión hasta ahora que tu interés mundano lo requiere? ¿Y
cómo es que siempre estás a favor de la opinión que te
salva a ti mismo? ¿Y por qué es que solo consultas con los
que son de la opinión que deseas que sea verdadera, y no
consultas —o lo haces parcial y ligeramente— con los que
están en contra de ella? ¿Has sido alguna vez consciente de
que has calculado lo que podría costarte ser salvo, y has
calculado lo peor, y has resuelto con la fuerza de la gracia
pasar por todo? ¿Te has ocupado alguna vez de la parte de
la religión que requiere abnegación, o de algún deber que te
costaría caro? ¿No te dice tu conciencia que nunca creíste
que debías sufrir en gran medida por tu religión; es decir,
que tenías el propósito secreto de evitar [ese sufrimiento]?
¡Oh, señores, tomen la advertencia de la boca de Cristo,
que tantas veces y tan claramente los ha advertido de este
pecado y de este peligro, y les ha dicho cuán necesaria es la
abnegación y la disposición al sufrimiento para todos los
que son Sus discípulos; y que el principio mundano y carnal
que predomina en el hipócrita se manifiesta en su conducta
de autosalvación! El que toma su cruz y le sigue en
conformidad con Sus sufrimientos es verdaderamente Su
discípulo. Debemos sufrir con Él, si queremos reinar con Él
(Ro. 8:17-18). «Y el que fue sembrado en pedregales, este
es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo;
pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues
al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra,
luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, este es
el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño
de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa»
(Mt. 13:20-22). Si no has arrebatado el cielo por tu parte, y
no estás resuelto a dejar de lado todo lo que te aleja de él,
debo decir a tu conciencia como Cristo a uno de tus
predecesores: «Aún te falta una cosa» (Lc. 18:22), y tal cosa
que encontrarás de absoluta necesidad para tu salvación. Y
es probable que algún momento de prueba en esta vida
detecte tu hipocresía y te haga «irte triste» por tus riquezas
como él (v. 23). Si la piedad con el contentamiento no te
parece suficiente ganancia, harás que tu ganancia vaya en
lugar de la piedad. En otras palabras, tu ganancia estará al
lado de tu corazón y tendrá la prioridad que debería tener la
piedad, y tu ganancia te elegirá tu religión, anulará tu
conciencia, y dominará tu vida.
¡Oh, señores, sean advertidos por los apóstatas y por los
hipócritas contemporáneos que han mirado hacia atrás y
que, junto con Demas, han abandonado su deber por el
mundo, y que han sido establecidos como pilares de sal por
la justicia para su advertencia y recuerdo. Y si quieres
asegurarte de la obra en volverse a Dios y escapar del
arrepentimiento demasiado tardío del hipócrita, procura ir a
la raíz, abandona el mundo por la voluntad de Dios, calcula
lo que te puede costar ser seguidor de Cristo, no busques
ninguna porción sino el favor de Dios y la vida eterna,
procura que no haya ninguna reserva secreta en tu corazón
a favor de tu interés o prosperidad mundanos, no pienses
en dividir esto a medias entre Dios y el mundo, ni en hacer
que tu religión se ajuste a los deseos e intereses de la
carne. Toma a Dios como suficiente para ti —sí, como todo—
o de lo contrario no lo tomes como tu Dios.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 18:
ACUDE CON DELEITE A DIOS
Si quieres resultar ser un converso verdadero, acércate a
Dios como tu Padre y felicidad con deseo y deleite, y
acércate a Cristo como tu único Salvador con
agradecimiento y alegría, y emprende el camino de la
piedad con agrado y presteza como tu gran privilegio y el
único camino de provecho, honor y contentamiento. Y no
hagas esto como si fuera contrario a tu voluntad, como
aquellos que preferirían hacer otra cosa si pudieran y que
consideran el servicio de Dios como algo inadecuado y
desagradable.
Nunca serás verdaderamente cambiado hasta que tu
corazón sea cambiado. Y el corazón no es cambiado hasta
que la voluntad o el amor sean cambiados. El temor no es el
hombre, sino que suele estar mezclado con indisposición y
el desagrado y, por consiguiente, es contrario a lo que es
realmente el hombre. Aunque el temor puede hacer mucho
por ti, no hará lo suficiente. A menudo este es más sensible
que el amor, incluso en los mejores, por ser más apasionado
y violento. Sin embargo, no hay más aceptabilidad en todos
que la voluntad o el amor.
Dios no envió soldados, ni inquisidores, ni perseguidores,
para convertir al mundo obrando sobre el temor de ellos, y
conduciéndolos a lo que consideran un mal para ellos. Más
bien, envió a pobres predicadores que no tenían temores ni
esperanzas mundanas con las cuales conmover a sus
oyentes, sino que tenían la autoridad de Cristo para
ofrecerles la vida eterna, y que debían convertir al mundo
proponiéndoles la mejor y más deseable condición, y
mostrándoles dónde está la felicidad verdadera, y
demostrándoles la certeza y la excelencia de esta, y
obrando sobre el amor, deseo y esperanza de ellos.
Dios no será tu Dios en contra de tu voluntad, mientras
lo estimes como el diablo, que solo es terrible y perjudicial
para ti, y consideres Su servicio como esclavitud, y que
preferirías estar lejos de Él, y servir al mundo y a la carne, si
no fuera por el temor de ser condenado. Será temido como
grande, y santo y justo, pero también será amado como
bueno, santo y misericordioso, y en todo sentido adecuado
para ser la felicidad y el descanso de las almas. Si no
consideras a Dios como mejor que las cosas creadas (y
mejor para ti), y el cielo como mejor para ti que la tierra, y
la santidad como mejor que el pecado, no estás convertido.
Sin embargo, si lo consideras así, demuéstralo con tu buena
disposición, presteza y deleite. Sírvele con alegría y gozo de
corazón, como quien ha encontrado el camino de la vida, y
nunca tuvo motivo de alegría hasta ahora. Si observas a tu
siervo hacer todo su trabajo con gemidos, lágrimas y
lamentos, no pensarás que está bien contento con su amo y
su trabajo. Acude a Dios de manera dispuesta con tu
corazón, o no acudas a Él en absoluto. Debes hacer de Él y
de Su servicio tu deleite, o al menos tu deseo, considerando
que Él es el más adecuado para ser tu deleite en la medida
en que lo disfrutes.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 19:
PONTE EN CONTRA DE TUS DESEOS CORRUPTOS
Recuerda todavía que la conversión es volverse de tu yo
carnal a Dios y, por lo tanto, que te involucra en una
oposición perpetua a tus propias ideas y voluntad corruptos,
para mortificarlos y aniquilarlos, y llevarlos cautivo
totalmente a la santa Palabra y voluntad de Dios.
No pienses que tu conversión despacha todo lo que hay
que hacer para tu salvación. No, no es más que el comienzo
de tu trabajo; es decir, de tu deleite y felicidad. No estás
más que involucrado por ella a lo que debe ser realizado a
lo largo de toda tu vida; te introduce en el camino correcto,
no para sentarte allí, sino para continuar hasta que llegues
al fin deseado. Te introduce en el ejército de Cristo, de modo
que posteriormente puedas ganar allí la corona de la vida; y
el gran enemigo contra el que te enfrentas eres tú mismo.
Todavía habrá una ley en tus miembros, que se rebelará
contra la ley que el Espíritu Santo ha puesto en tu mente.
Tus propias ideas y tu propia voluntad son los grandes
rebeldes contra Cristo, y enemigos de tu santificación. Por lo
tanto, debe ser tu trabajo diario y resuelto el mortificarlos y
someterlos a la mente y voluntad de Dios, que es su regla y
fin.
Si sientes que surgen en ti ideas contrarias a la Escritura,
y que riñen con la Palabra de Dios, reprímelas como
rebeldes, y no les des libertad a que pongan reparos a tu
Hacedor, y discutan de manera insolente contra tu
Gobernador y Juez. Más bien, siléncialas y oblígalas
reverentemente a someterse. Si sientes que hay en ti una
voluntad contraria a la de tu Creador, y que hay algo que
quieres tener o hacer, a lo que Dios se opone y que te lo ha
prohibido, recuerda ahora la gran parte de tu trabajo que es
recurrir en busca de ayuda al Espíritu de gracia, y destruir
todos esos deseos rebeldes. No creas que es suficiente que
puedas soportar la negación de esos deseos, sino destruyes
inmediatamente los deseos mismos. Pues si dejas en paz a
los deseos, al final pueden apoderarse de su presa, antes de
que te des cuenta. O si no eres culpable más que de los
deseos mismos, no es una iniquidad pequeña, ya que es la
corrupción del corazón, y la rebelión y el adulterio de la
facultad principal, que debería mantenerse leal y casta para
Dios. La oposición de tu voluntad a la voluntad de Dios, es
la suma de toda la impiedad y maldad del alma; y la
sujeción y conformidad de tu voluntad a la voluntad de Dios,
es el corazón de la nueva criatura, y de tu rectitud y
santificación. No favorezcas, pues, ninguna idea o voluntad
propia, ni ninguna rebeldía contra la mente y voluntad de
Dios, más de lo que soportarías la desunión de tus huesos,
que poco te servirá para tu comodidad o uso, hasta que
sean reducidos a su debido lugar.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INSTRUCCIÓN 20:
RENUNCIA A TODO MÉRITO PROPIO
En último lugar, asegúrate de renunciar a toda presunción
de autosuficiencia o mérito en cualquier cosa que hagas, y
confía totalmente en el Señor Jesucristo, como tu Cabeza,
Vida, Salvador e Intercesor delante del Padre.
Recuerda que «separados de mí nada podéis hacer» (Jn.
15:5). Tampoco puedes hacer nada que sea aceptable para
Dios, de otra manera que no sea en Él, el Hijo amado, en
quien se complace. Así como tu persona nunca ha sido
aceptada sino en Él, así mismo ninguno de tus servicios
puede serlo sino en Él. Todos tus arrepentimientos —si
hubieras llorado por el pecado— no habrían satisfecho la
justicia de Dios, ni te habrían procurado el perdón y la
justificación, sin la satisfacción y el mérito de Cristo. Si Él no
hubiera quitado primero los pecados del mundo y los
hubiera reconciliado con Dios hasta el punto de procurarles
y ofrecerles el perdón y la salvación contenidos en Su pacto,
no habría habido lugar para tu arrepentimiento, ni fe, ni
oraciones, ni esfuerzos, en cuanto a cualquier esperanza de
tu salvación. El hecho de que creyeras no te habría salvado,
ni tendría ningún objeto justificador, si Él no te hubiera
comprado la promesa y el don del perdón y la salvación a
todos los creyentes.
 
OBJECIÓN : Pero quizás dirás lo siguiente: «Si hubiéramos
amado a Dios sin un Salvador, habríamos sido salvos, pues
Dios no puede aborrecer y condenar a los que le aman».
RESPUESTA: A lo cual respondo que no podrías haber amado
a Dios como Dios sin un Salvador. Amarlo como el dador de
tu prosperidad terrenal, con un amor subordinado al amor al
pecado y a tu yo carnal, y amarlo como alguien que
imaginas tan impío e injusto como para darte permiso de
pecar contra Él, y preferir toda vanidad antes que Él, esto
no es amar a Dios, sino amar una imagen de tu propia
fantasía. Esto no te procurará en absoluto la salvación. Pero
amarlo como tu Dios y tu felicidad, con un amor superlativo,
nunca podrías haberlo hecho sin un Salvador. Pues…
1. De manera objetiva. Al no ser Dios tu padre
reconciliado, sino tu enemigo, comprometido en justicia a
condenarte para siempre, no podrías amarlo como así
relacionado contigo, porque no podría parecerte como digno
de ser amado, y por eso los condenados lo aborrecen como
su destructor, tal como el ladrón o el asesino aborrecen al
juez.
2. En cuanto a la eficacia. Tu mente cegada y tu voluntad
depravada nunca podrían haber sido restauradas a su
rectitud, en cuanto a amar a Dios como Dios, sin la
enseñanza de Cristo y la obra renovadora y santificadora de
Su Espíritu. Y sin un Salvador, nunca podrías haber
esperado este don del Espíritu Santo. De modo que tu
suposición misma carece de fundamento.
 
En efecto, la conversión es tu implantación en Cristo, tu
unión a Él y tu matrimonio con Él, para que Él pueda ser tu
vida, tu ayuda y tu esperanza. «Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn.
14:6). «Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su
Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo
de Dios no tiene la vida» (1 Jn. 5:11-12). «Yo soy la vid,
vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él,
este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis
hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como
pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el
fuego, y arden» (Jn. 15:5-6).
Toda tu vida y ayuda está en Él y proviene de Él. Sin
Cristo, no puedes creer en el Padre, como en alguien que te
mostrará alguna misericordia salvífica, sino solo como los
demonios, que creen simplemente en Él y tiemblan ante Su
justicia. Sin Cristo, no puedes amar a Dios, ni tener ninguna
aprehensión viva de Su amor. Sin Cristo, no puedes tener
ninguna esperanza del cielo y, por lo tanto, no puedes
esforzarte por él. Sin Cristo, no puedes acercarte a Dios en
oración, ya que no tienes confianza, porque no hay
admisión, aceptación o esperanza. Sin Cristo, ¡qué terribles
son los pensamientos de la muerte! La cual en Él podemos
ver como algo vencido. Y cuando recordamos que estuvo
muerto, y que ahora está vivo, y que es el Señor de la vida,
y que tiene las llaves de la muerte y del infierno, ¡con qué
audacia podemos deponer esta carne, y sufrir que la muerte
desnude nuestras almas! Solo en Cristo podemos pensar de
manera confortable en el mundo venidero; cuando
recordamos que Él debe ser nuestro Juez, y que en nuestra
naturaleza, glorificado, está ahora en las alturas, Señor de
todo; y que está «preparando un lugar para nosotros, y
vendrá otra vez para llevarnos consigo, para que donde Él
esté, allí podamos estar también nosotros» (Jn. 14:3). ¡Ay,
sin Cristo, no sabemos cómo vivir una hora; ni podemos
tener esperanza o paz en cualquier cosa que tengamos o
hagamos; ni mirar con consuelo hacia arriba o hacia abajo,
a Dios o a la criatura; ni pensar sin terrores en nuestros
pecados, en Dios o en la vida venidera!
Resuelve, pues, que, como verdadero convertido, a vivir
enteramente en Jesucristo, y hacer todo lo que haces por Su
Espíritu y fuerza; y esperar toda tu aceptación ante Dios por
Su causa. Cuando otros hombres sean reputados como
filósofos o sabios por algún conocimiento insatisfactorio de
estas cosas transitorias, no desees conocer más que a
Cristo crucificado y glorificado. Estúdialo, y considéralo
(objetivamente) como tu sabiduría. Cuando otros hombres
tengan confianza en la carne, en su reputación de sabiduría,
en el culto voluntario y en la humildad, según los
mandamientos y doctrinas de los hombres (Col. 2:20-23), y
quieran establecer su propia justicia, regocíjate en Cristo (tu
justicia) y pon continuamente ante tus ojos Su doctrina y Su
ejemplo como tu regla. Sigue mirando a Jesús, el autor y
consumador de tu fe, que despreció toda la gloria del
mundo, holló su vanidad y se sometió a sí mismo a una vida
de sufrimiento, y no se hizo a sí mismo de ninguna
reputación, sino que «por el gozo puesto delante de él sufrió
la cruz, menospreciando el oprobio», y sufrió la
contradicción de los pecadores contra sí mismo (He. 12:2-3).
Vivid de tal manera que puedas decir verdaderamente como
Pablo en Gálatas 2:20: «Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el
cual me amó y se entregó a sí mismo por mí».
 
 
CONCLUSIÓN
Habiéndote dado estas instrucciones, te ruego
encarecidamente que las examines y las pongas en
práctica, para que mi trabajo no se alce como un testimonio
contra ti, las cuales pretendo para tu conversión y
salvación. Piensa en esto: si este es un curso irrazonable, o
una vida desagradable, o una cosa innecesaria, y qué es
razonable, necesario y agradable, si esto no lo es.
Y si te encuentras con alguno de esos pecadores
distraídos, que se burlan de Cristo y de tu salvación, y
dicen: «Este es el camino para volver locos a los hombres, o
esto es más ruido que lo necesario», [13] no me pondré aquí
a manifestar su necedad y maldad, habiéndolo hecho ya en
gran medida, en mi libro llamado Un santo o un necio ,
Ahora o nunca , y en la tercera parte del Reposo de los
santos . Sin embargo, solamente deseo, como una defensa
completa contra todos esos parloteos necios de los
enemigos de una vida santa y celestial, que tomes buena
nota de estas tres cosas:
1. Observa bien el lenguaje de las Sagradas Escrituras, y
ve si no habla en contra de estos hombres. Y considera si
Dios o ellos son más sabios, y si Dios o ellos deben ser tu
juez.
2. Observa si estos hombres no cambian de opinión, y
cambian de lengua cuando se acercan a la muerte. [14] O
piensa si no cambiarán de opinión cuando la muerte los
envíe a ese mundo donde no hay ninguno de estos engaños.
Y piensa si te conmoverás con las palabras de ese hombre
que dentro de poco cambiará él mismo de opinión, y
deseará no haber dicho nunca tales palabras.
3. Observa bien si su propia profesión no los condena, y
si la mismísima cosa por la que aborrecen a los piadosos, no
sea aquello que practican seriamente, aquello que estos
mismos malvados profesan como su religión. ¿Y no son
entonces notorios hipócritas al profesar creer en Dios y, sin
embargo, despreciar a los que «lo buscan diligentemente»
(He. 11:6); [15] profesar la fe en Cristo y aborrecer a los que
le obedecen; profesar creer en el Espíritu Santo como
santificador y, sin embargo, aborrecer y despreciar su obra
santificadora; profesar creer en el día del juicio y en el
tormento eterno de los impíos y, sin embargo, burlarse de
los que se esfuerzan por escapar de él; profesar creer que el
cielo está preparado para los piadosos y, sin embargo,
despreciar a los que hacen de ello el principal cometido de
sus vidas; profesar considerar la Sagrada Escritura como
Palabra y ley de Dios y, sin embargo, despreciar a los que la
obedecen; orar después de cada uno de los diez
mandamientos: «Señor, ten piedad de nosotros, e inclina
nuestros corazones a guardar esta ley» y, sin embargo,
aborrecer a todos los que desean y se esfuerzan por
guardarlos? ¡Qué descarada hipocresía se une a esta
malignidad!
4. Observa si la mayor diligencia de los más piadosos no
está justificada por la profesión formal de aquellos mismos
hombres que los odian y desprecian. La diferencia entre
ellos es que los piadosos profesan el cristianismo con
sinceridad, y cuando dicen lo que creen, creen como lo
dicen. Sin embargo, los impíos, por costumbre y por la
compañía, se hacen pasar por cristianos cuando no lo son, y
por su propia boca se condenan a sí mismos, y odian y se
oponen a la práctica seria de lo que dicen creer.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[1]
Esta biografía fue tomada de Samuel Dunn, Memoirs of the Seventy-Five
Eminent Divines Whose Discourses Form The Morning Exercised at Cripplegate,
St. Giles in the Fields, and at Southwark (London: John Snow, 1844), pp. 119-
125. Véase también Chambers’s Cyclopaedia of English Literature , Richard
Baxter, 1:409-412.
[2]
Richard Baxter, «Directions to the unconverted» en A Christian Directory:
Christian Ethics (Richard Edwards, 1825), 1:6-61
[3]
Hasta Aristóteles podía decir que aquel que creía como debía sobre los
dioses, debía pensar tan bien de sí mismo como Alejandro que comandó a
tantos hombres. Es un caso maravilloso y triste pensar cuán ignorantes viven
algunas personas, incluso hasta la vejez, bajo una enseñanza constante y
excelente. Algunos no aprenden ni las palabras ni el sentido, sino que oyen
como si no oyeran. Otros aprenden las palabras, y conocen el sentido no más
que si hubieran aprendido una lengua desconocida; y repetirán su credo y su
catecismo, cuando no saben qué es lo que dicen. Un digno ministro de Helvetia
me dijo que su congregación es muy constante en sus sermones y, sin embargo,
la mayoría de ellos ignoran groseramente las cosas que oyen con más
frecuencia. Es casi increíble la ignorancia que algunos ministros informan haber
encontrado en algunos de sus oyentes más ancianos. Es más, cuando he
examinado a algunos que han profesado rigor en la religión, por encima del tipo
común de personas, he encontrado que algunos ignoran algunos de los
fundamentos de la fe cristiana. Y recuerdo lo que dijo un antiguo obispo de hace
unos mil doscientos años, Maximus Taurinensis, en sus homilías, que cuando
llevaba mucho tiempo predicando a su congregación, una noche después de uno
de sus sermones, oyó un grito o ruido entre la gente, y al escuchar lo que era,
estaban con su grito ayudando a dar a luz a la luna, que estaba de parto y
necesitaba ayuda.
[4]
Victor Uticens dice que los godos Arrianos atormentaban a las vírgenes
devotas para obligarlas a confesar que sus pastores habían fornicado con ellas,
pero ningún tormento prevaleció con ellas, aunque muchas murieron por ello (p.
407, 408. lib. 2. 2).
[5]
La palabra misma suscita la razón, y los predicadores deben por la razón
avergonzar todo pecado como cosa irrazonable. Y la falta de tal suscitación, por
medio de una predicación poderosa, y una instrucción clara, y la consideración
de las personas, es una gran causa de la perdición del mundo. Para aquellos
predicadores que echan toda la culpa a la insensibilidad o malignidad de la
gente, deseo que lean una respuesta satisfactoria en Acosta el Jesuita (li. iv. c. 2,
3, y 4). Pocas almas perecen, comparativamente, donde se usan todos los
medios que deberían usar sus superiores para su salvación. Si cada parroquia
tuviera pastores santos, hábiles y laboriosos, que hicieran pública y
privadamente su parte, se podrían esperar grandes cosas en el mundo.
[6]
Incluso el aprendizaje y los estudios honestos pueden utilizarse como
distracción de cosas más necesarias.
[7]
1 P. 5:2-4; 2 Co. 10:4; 2 Co. 5:19-20; 2 Co. 1:24; 1 Co. 4:1; 2 Co. 3:6,
11:23; Jl. 1:9, 13; 2 Co. 4:5; Mr. 10:44; Mt. 20:27; Lc. 22:24-26.
[8]
Bernardo describe que los hombres excusan sus pecados de la siguiente
manera: «Si es posible, dirán: “Yo no lo hice”; o bien, que no era pecado, sino
lícito; o bien: “Yo no lo hice ni mucho ni a menudo”; o bien: “No quise hacer
daño”; o bien: “Fui persuadido por otro, y atraído por la tentación”» (De Grad.
Humil. grad. 8).
[9]
Acosta dice que los indios son tan adictos a su idolatría, y tan incansables
en ella, que no sabe qué palabras pueden declarar suficientemente cuán
totalmente sus mentes son transformados a ella. Ningún fornicario tiene un
amor tan loco a su prostituta como ellos a sus ídolos. De modo que ni en su
ociosidad, ni en sus negocios, ni en público ni en privado, harán cosa alguna
hasta que hayan usado primero su superstición a sus ídolos. Ellos no se alegran
en las bodas, ni se lamentan en los funerales, ni hacen fiesta, ni participan en
ello, ni mueven un pie fuera de casa, ni una mano en ningún trabajo, sin este
sacrilegio pagano. Y todo esto lo hacen con el mayor secreto para que los
cristianos no lo sepan (Lib. 5. cap. 8. p. 467). ¡Observa en esto cómo la
naturaleza enseña a todos los hombres que hay una Deidad que debe ser
adorada con todo el amor y el esfuerzo posibles! ¿Y los adoradores del
verdadero Dios pensarán entonces que es una meticulosidad innecesaria ser tan
diligentes y vigorosos en Su servicio?
[10]
Juzga por las palabras de Pacianus Parænes cómo los penitentes de la
antigüedad se levantaban incluso contra un pecado particular: «No solo debes
hacer aquello que pueda ser visto por el sacerdote y alabado por el obispo:
llorar delante de la iglesia; lamentar una vida perdida o pecaminosa con una
vestimenta inmunda; ayunar, orar, revolcarte en la tierra; si alguien te invita a la
sumersión (o a tales placeres) negarte a ir; si alguien te invita a un banquete,
decir: “Estas cosas son para los dichosos; ¡he pecado contra Dios y estoy en
peligro de perecer para siempre! ¿Qué he de hacer yo en los banquetes, que he
agraviado al Señor?” Además de esto, debes tomar de la mano a los pobres,
debes suplicar a la viuda, echarte a los pies de los presbíteros, rogar a la iglesia
que te perdone y ruegue por ti. Debes probar todos los medios antes que
perecer» (Ad Pœnit. Bibl. Pat. To. 3. p. 74).
[11]
Sobre cuán gran preocupación debe ser la conversion de los impíos para
los pastores fieles, véase al jesuita Acosta (lib. 4. c. l, 4).
[12]
Si bien hay dos tipos grandes y graves de turbaciones que se levantan
—uno en las iglesias en la prueba de los miembros, y otro en las conciencias de
los hombres en la prueba de sus estados— sobre esta cuestión: «¿Cómo conocer
la verdadera conversión o santificación?», debo decirles que en ambas
turbaciones de manera clara el cristianismo es solo una cosa, la misma en todas
las épocas, que es su consentimiento al pacto bautismal. Y no hay tal manera de
resolver esta cuestión como escribir o presentar ante ustedes el pacto del
bautismo en su sentido propio, y luego preguntar a sus corazones si consienten
de manera sincera y resuelta. El que consiente verdaderamente es convertido y
justificado; y el que profesa su consentimiento ha de ser recibido en la iglesia
por el bautismo (si el consentimiento de sus padres no lo introdujo antes, lo
cual, sin embargo, ha de hacer él mismo cuando tenga edad).
[13]
No es ladrón todo aquel a quien ladra el perro, ni es hipócrita aquel a
quien llaman así los hipócritas.
[14]
Tal como los atenienses, que condenaron a muerte a Sócrates, y luego lo
lamentaron, y erigieron una estatua de bronce en su memoria.
[15]
Acosta dice que el que quiera ser pastor de los indios, no solo debe
resistir al diablo y a la carne, sino que debe resistir a la costumbre de los
hombres que se ha vuelto poderosa con el tiempo y la multitud. Y ha de
presentar su pecho en retaguardia para recibir los dardos de los envidiosos y
malévolos, quienes, si ven alguna cosa contraria a su moda profana, gritan:
«¡Traidor, hipócrita, enemigo!» (lib. 4, c. 15, p. 404. 4. c. 15. p. 404). Parece que
entre papistas y bárbaros, la simiente de la serpiente sisea de la misma manera
contra los piadosos entre ellos, como lo hacen contra nosotros.

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