Sinodalidad y Vida Consagrada

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 14

Sinodalidad y Vida

@conver_medios conver.org
SINODALIDAD Y VIDA CONSAGRADA
La sinodalidad tiene un contenido de muchísimo valor y es tan
importante para entender la Iglesia, que el papa Francisco llega a repetir una
frase que también utilizó, allá en el siglo IV, S. Juan Crisóstomo, quien decía
que la Iglesia tiene nombre de Sínodo. O, podríamos decir también: Sínodo es
nombre de la Iglesia. Por tanto, no es algo accidental, ni una palabra de
moda, ni mucho menos, una mera añadidura, sino que brota de la identidad
misma de la Iglesia.

La palabra sínodo, etimológicamente viene del griego, y quiere decir


caminar juntos, hacer el camino juntos. La palabra camino, caminar, es una
imagen que suele utilizar mucho el Papa Francisco, al referirse a la Iglesia.
Caminar lo atribuye a Dios; Dios es un Dios caminante, se ha puesto en
camino con la humanidad.

Para nosotros los seguidores de Jesús, a partir del bautismo se inicia el


camino de la fe. Mediante el camino tenemos que ir avanzando en el diálogo
fraterno, misionero, ecuménico y en el interreligioso, el caminar juntos no hace
cercanos y nos compromete a ser constructores de fraternidad. Por tanto,
camino tiene que ser una palabra fundamental para entender la Iglesia.

El Papa nos dice que la sinodalidad, es lo que Dios espera de nosotros


en este tiempo, en este milenio que estamos viviendo. Por tanto, es el
proyecto, el plan que él sugiere a su Iglesia, su pueblo santo y elegido. Aunque
nos alerta para no quedarnos en buenas intenciones, ya que es más fácil
hablar de la sinodalidad que ponerla en práctica y ejercitarla.

En la Iglesia no basta una postura para hablar simplemente de


‘democracia’, sino que en la Iglesia hay que buscar ‘el consenso’, la
integración de todos, de las diversidades. Justamente la palabra sinodalidad
intenta recoger cómo articulamos la diversidad de tal manera que pueda
surgir armonía o empatía; es el gran proyecto evangélico. Por eso podemos
afirmar, que la sinodalidad tiene que ser vivida como una experiencia
eclesial, es decir, como el modo de funcionamiento cotidiano de la Iglesia y, a
la vez, como ‘articulación, organización o estructura en el funcionamiento
eclesial’, un modo de existir y de ser Iglesia.
EL BAUTISMO ME INCORPORA A LA IGLESIA

¿Nuestra Iglesia está pensada y organizada desde el sacramento del


orden o desde el sacramento del bautismo?

Ahora bien, la base de nuestra experiencia cristiana se encuentra en el


bautismo ya que, por este sacramento participamos del acontecimiento
salvífico fundamental, que es la Pascua y es lo que nos hace a todos iguales,
con la misma dignidad.

El bautismo es el inicio de la comunión y de la participación de la vida


Trinitaria eterna en Dios. “El bautismo nos da la adhesión a Cristo, que
significa una participación en su vida, su entrega y su victoria sobre los
poderes de la muerte. Mediante la unión con Cristo se supera la vida vieja, se
vence el poder mortífero del pecado y se desarrolla el don de creer, esperar y
amar. En la unión con Jesucristo que lo da el Don del Espíritu, pues es el
Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Dios otorgado por El. De la
común experiencia de haber sido aceptado y la confesión común surge la
comunidad como una comunión fraterna” . Al bautizado se le otorgan los
dones gratuitos de la fe, la esperanza y la caridad. El cristiano bautizado
participa en la misión salvífica de la Iglesia y es miembro de su comunidad
sacerdotal (L. G. 11). El bautismo nos une a Cristo y por medio de Él nos unimos
a la vida divina de Dios, pero el bautismo también nos une a su cuerpo
Pneumático-Místico, que es la Iglesia. Dejando claro que el cuerpo místico de
Cristo tiene un doble aspecto: como realidad visible y como realidad invisible,
para ambos aspectos podemos decir que el bautismo nos abre las puertas.

Cuando el cristiano se bautiza inicia la vida de unidad con el Cuerpo


Místico (1Cor 12, 4-31). Unidad que se da con el cuerpo y todos sus miembros
(Gal 3, 27-29; Ef 4, 5), unidad que se realiza por la acción del Espíritu Santo.
Este cuerpo místico también es un cuerpo histórico, que es obra del Espíritu, la
Iglesia, la cual se actualiza en el bautismo, pues ofrece los dones y gracia que
ha recibido del Espíritu. El bautismo nos hace formar parte del Cuerpo místico
de Cristo, que en la historia es la Iglesia, la mediación por excelencia dada en
la historia a los hijos de Dios para vivir la vocación divina a la que hemos sido
llamados (Col 1, 15-20). Por eso recibimos la vida de Cristo porque estamos
incorporados a la Iglesia; la cual es el cuerpo espiritual Resucitado en la
historia y todo miembro tiene vida en la medida en que es integrado en el
cuerpo.

1 NOCKE F. J, “Doctrina Especial de los Sacramentos” en Manual de Teología, Herder, Barcelona, 1996, 873.
El bautismo es el sacramento que no une a la familia de Dios por medio
de Jesucristo, ya que nos incorpora a la Santísima Trinidad y a la comunidad
cristiana, que es la Iglesia. Al recibir el Espíritu de Amor, que es el amor mutuo
de comunión del Padre y el Hijo, nos pone en comunión de vida con el Padre,
con el Hijo y con todos los miembros bautizados de la comunidad creyente,
donde todos somos hijo de Dios. “A todos nosotros, ya seamos judíos o
griegos, esclavos o libres, somos bautizados con el único Espíritu para formar
un solo cuerpo, y sobre todos derramaron el único Espíritu” (1Cor 12, 13).

El bautismo nos hace a todos iguales, en dignidad, como hijos de Dios,


como seguidores de Jesucristo y como miembros de la Iglesia. A todos se nos
invita a abrir el corazón a la gratuidad, misericordia y compasión de Dios. Esto
no lleva a reconocer que todos tenemos un lugar en la comunidad de
Jesucristo. Que todos somos importantes y tenemos algo que nos ha dado el
Espíritu Santo para aportar en la edificación de la Iglesia.

IGLESIA DE TODOS HERMANOS

La Iglesia se ve normalmente como una pirámide que tiene la cima


arriba, donde están los que tienen el ministerio del orden, pero tendría que ser
vista al revés porque solo desde ahí podemos entender el ministerio del
obispo o el del sacerdote. En el discurso del 50 aniversario del Sínodo de los
obispos dice el papa: Esta Iglesia es una pirámide invertida en la que la
cumbre está debajo de la base, y la autoridad es un servicio, su poder es la
cruz y el obispo de Roma no está por encima de la Iglesia, es un bautizado
entre los bautizados y, como sucesor de Pedro, es el siervo de los siervos de
Dios que expresa la fe de toda la Iglesia. Subraya también que la palabra
‘ministro’ o ‘ministerio’ viene del latín minus, que significa menos, (o el que
aprender del Magister) y dice a los obispos: Por esto, en esta Iglesia, quienes
ejercen la autoridad se llaman ministros, porque, según el significado
originario de la palabra, son los más pequeños de todos. “El obispo, a veces
estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo; otras
veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y
misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para
ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque ‘el rebaño mismo’ tiene su olfato
para encontrar nuevos caminos. Por tanto, el obispo tiene que ver por dónde
va el conjunto del pueblo cristiano” (Evangelii Gaudium, 31).
Todos somos Iglesia. al ser bautizados. Y, si somos Iglesia, todos tenemos
una idea que el Papa utiliza mucho, el sensus fidei, el sentido de la fe que
tiene el pueblo cristiano. Por ello, ‘si todos tienen ese sentido de fe, todos
tienen que hablar, todos tienen que opinar, y todos tienen algo que aportar’.

LA VIDA CONSAGRADA Y SU APORTE SINODAL

El peligro de este momento sinodal es verlo, como un tema al que hay


que estudiar, aprender y enseñar, es decir, quedarnos en un tema teórico, sin
implicación en la propia vida. La sinodalidad tiene que ser un tema de valor
en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en el pueblo creyente de Dios y
en toda la Iglesia. Tenemos que verlo como un momento de gracia de Dios,
como un Don del Espíritu dado a su Iglesia, para enriquecer todos los
carismas dados para la edificación de la Iglesia. Tenemos que vivirlo como
una experiencia de paso del Espiritu por la historia del Iglesia, como una
experiencia espiritual.

Podemos afirmar sin pretensión alguna, que la Sinodalidad y la V.C. son


un camino con principios inherentes, tales como la conversión, la escucha. el
caminar juntos, la comunión y la misión. La V.C. es un carisma dado por el
Espíritu Santo para la edificación de la Iglesia (para su santidad), para
mantener viva la pasión por Jesucristo y por la humanidad. “La V.C. Es la
aspiración a la caridad perfecta, por medio de los Consejos Evangélico”
(P. C. 1).

Ahora bien, por eso la primera llamada para que esto acontezca es
necesario una Conversión. Conversión significa cambiar algo en otra cosa, el
maíz es convertido harina, que a la vez es convertida en arepa, el trigo es
convertido en pan, la uva en vino, la caña en azúcar o licor. Pero conversión
también significa cambiar de rumbo. Porque quien no puede cambiar sus
pensamientos, no puede cambiar su forma de hablar y de actuar y termina no
cambiando nada. Conversión sería como reciclar la mente y el corazón.

Bíblicamente es cambiarse a sí mismo, para acercarse a Dios:


Cambiar de ideas, cambiar de corazón. cambiar de actitudes.
cambiar de Jerarquía de valores, cambiar de comportamiento y relaciones.
cambiar de camino.
Los profetas y los autores del Nuevo Testamento nos invitan a vivir esta
experiencia desde el amor misericordioso de Dios:

Isaías nos llama al cambio de unas prácticas religiosas simplemente


interesada en tranquilizar a Dios, por una experiencia religiosa de solidaridad
fraterna: “¿De qué me sirven todos tus sacrificios? Estoy harto de sus
holocaustos… Dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien, busquen la
justicia, protejan al oprimido, socorran al huérfano, defiendan a la viuda…
(Is 1, 11-17).

Jeremías nos habla del cambio de opciones de vida: “Yo pongo ante ti
el camino de la vida y el camino de la muerte” (Jer 21, 8). Según el
Deuteronomio “Yo pongo ante ti el bien y la vida, el mal y la muerte” (Det 30,
15). La elección es responsabilidad nuestra.

Ezequiel visualiza a la vida humana como un inmenso campo de huesos


secos y sin vida. Dios ofrece devolverle el Espíritu y la sensibilidad del corazón:
“Infundiré en ustedes mi espíritu y vivirán” (Ez 37, 14).

Juan el Bautista lo entiende como “enderezar los caminos” que llevan a


Dios (Mt 3,3).

Jesús nos habla de un “nuevo nacimiento, es necesario nacer de nuevo”


(Jn 3, 4)

Para San Pablo es superar el “hombre viejo”, que todos arrastramos y


dar paso al “Hombre Nuevo”, que hemos visto en Cristo
(Ef 4, 22-24; Col 3, 9-10).

El Apocalipsis no habla de dar entrada a Dios en nuestra vida: “Si alguno


me escucha y me abre la puerta, yo entraré … (Apoc 3, 13)

Ahora bien, la pregunta que nos debemos hacer siempre es: Soy una
persona convertida… decir NO sin titubear es sin duda un pesimismo. Pero
decir SI a secas, según San Juan es una mentira: “porque si alguno dice que
no tiene pecado miente y la verdad no está con él” (1Jn 1, 10). Entonces ¿qué
puede significar convertirnos, para no estar real y totalmente convertidos?
Aprendamos que la conversión es simultáneamente “Gracia y Don” de
Dios y “Conquista y Tarea” nuestra, como respuesta. Normalmente lo que falla
es la respuesta. Sin embargo, jamás debemos olvidar que Dios está siempre
presente en nuestro camino como nuestro servidor. Gracias a esa presencia
gratuita es que podemos vivir animados diciéndonos: ¡Yo puedo con tu
gracia! o “te basta tu gracia…” (2Cor 12, 9).

Como seguidores de Jesús, estamos llamados a la conversión


integral-sinodal (pastoral, social, ecológica) y poder mostrar que la
conversión es posible, porque, así como los sanos sanan y los libres liberar, los
que cambian ayudan a cambiar.

Sinodalidad es Caminar y al andar se hace camino. El Hombre es un ser


en camino (Homo Viator): El estar en camino es la condición clara del ser
humano para sentirse con vida, pues la vida es dinámica. Como diría San
Buenaventura: “Vengo de ti y es por ti que voy a ti”

El caminar es una experiencia primordial, que le permite al hombre


liberarse de uno determinados lugares, ideas, del siempre se ha hecho así, de
superficialidades, de personas, instituciones, etc. y de alcanzar nuevos
sueños. espacios, áreas, posibilidades y metas. El ser humano nunca
encuentra la aurora, donde dejó el poniente, porque jamás iniciamos un día,
donde dejamos el otro. La función motriz de andar, fundamenta el simbolismo
del caminar humano en el orden físico, psíquico y espiritual, el hombre es un
ser itinerante, en un “Homo Viator”, Siempre en camino, hacia el logro de su
plenitud (G. Marcel).

El hombre es un ser temporal que no puede realizarse totalmente en un


momento, sino solo en una sucesión de tiempos, evoluciona y se construye
con la historia. La especie que permanece viva, nos es la más inteligente, ni la
más fuerte, sino la que tiene capacidad de cambiar, de transformarse, de
adaptarse a nuevas realidades y situaciones (Ch. Darwin). Los cambios lo
realizan los que se ponen en camino, ya que el cambio lo viven los decididos
o los que se arriesgan a abrir nuevos caminos. Lo cobardes y cómodos,
siempre prefieren quedarse donde están, aunque no estén realizados y no
sean felices allí. Un gran error es detenerse, porque es arruinar el presente,
recordando un pasado, que ya tiene su futuro en nuestro presente. Detenerse
es dejar de vivir y dejar de vivir es comenzar a morir.
En Vida Fraterna, es la señal para que nos conozcan como seguidores
Jesús: “En esto conocerán que son discípulos míos, en si se aman unos a otros”
(Jn 13, 34-35). Con nuestra creación personal, la de cada uno de nosotros Dios
establece una nueva manera de existir en cada persona. Todos somos una
autoexpresión de Dios y lo más grandioso, es que lo somos gratuitamente,
somos una palabra amorosa y tierna de Dios que nos llama a existir. Con la
encarnación de Jesús Dios establece una nueva manera de relacionarse con
nosotros, una relación de Padre e hijo. En la encarnación Jesús nos muestra
como es Dios: un Padre que Crea, un Hijo que Salva y un Espíritu Santo que
Dinamiza, Santifica y Actúa en nuestra historia. Dios se nos muestra como una
comunidad, como una familia.

Nuestra experiencia de fe nos enseña que Dios es amor y un amor en


relación, por lo que entramos a vivir desde nuestra misma creación una
relación de amor con Dios y con todo lo que tiene su origen en El. Relación de
amor que se expresa en Comunión, Donación e Intimidad. “Como familia
unida en el Señor, la fraternidad religiosa, es por su misma naturaleza, el lugar
donde se ha de poder alcanzar, especialmente la experiencia de Dios y
comunicársela a los demás” (V.F.C. 20).

Todos estamos constituidos por la relación y por eso nuestra tendencia


es a vivir en comunidad… “la persona humana crece, madura y se santifica a
medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en
comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas” (Laudato Si 240)
de allí que todos nuestros carismas no son más que una expresión espiritual
(Experiencia del Espíritu), de ese gran deseo de todo ser humano y sobre todo
de quien consagra su vida a Dios y a su proyecto del Reino.

El punto de partida para que todo grupo humano se realice hacia


adentro y se proyecte hacia fuera es la aceptación sincera de cada uno de
sus miembros tal como se es, sin reservas, egoísmo, prejuicios, etc., de lo
contrario se producen situaciones de rechazo de marginación. Sufrimiento,
dolor y una posible destrucción.

Nosotros los religiosos somos personas que no hemos escogido por


gusto y placer este estilo de vida, hemos sido elegido por alguien superior
(Dios) y los hermanos que tenemos también han sido elegidos igual que cada
uno de nosotros y se nos dan como un regalo. Los amigos se eligen, los
hermanos no, esos se nos dan.
Por eso la comunidad religiosa es de procedencia divina, porque todos
venimos atraídos por el amor divino. Por eso es que dice Jesús: “eran tuyos y
tú me los has dado... Padre quiero que los que me has dado, estén allí
conmigo, donde yo esté” (Jn 17, 6-24). La fraternidad por lo tanto es una
experiencia de fe y debe ser vivida con fe.

Ahora bien, la vida comunitaria o fraterna además de ser un “Don es una


Tarea”, porque no es fácil. Aun acogiendo con fe a cada uno como un don de
Dios, como gracia (aunque algunas veces no nos haga mucha gracia), aun
purificando la afectividad para amar con amor libre y sereno no logramos
vivirla a plenitud.

La Fraternidad es una tarea porque nadie debe engañarse, no la vamos


a encontrar ya hecha, para vivirla y gozarla, la tenemos que hacer. La
comunidad ideal no existe, existe la comunidad real, la concreta con la que yo
vivo el día a día. Existe la comunidad real de mis hermanos con sus
limitaciones, con sus defectos, con sus achaques, pecados, con sus valores,
con sus ilusiones y esperanzas, con sus luchas y logros. Es una tarea que se
debe construir día a día. Si cada mañana te propones ser más hermano con
tus hermanos y cada noche das gracias a Dios porque los hermanos han sido
bueno contigo y te han amado soportándote un día más, estarás
construyendo la Fraternidad. Si cada día comprendes las debilidades de tus
hermanos y los amas más, no para que sean mejores, sino porque son un
regalo que te ha dado Dios, estarás construyendo la comunidad. Si en todo
momento tienes una palabra de aliento para el hermano caído y desanimado
y lo tratas con misericordia, estarás construyendo la comunidad.

Debemos de tener muy claro y aceptar que somos diferentes. Pero la


diversidad nos enriquece, nos ayuda a completarnos, por eso nos
necesitamos recíprocamente (Es lo que nos enseña San Francisco cuando
habla del Hermano Perfecto, E.P.85).

Desarrollando la capacidad de escucha. El Papa Francisco nos indica,


ya desde el comienzo, que la sinodalidad empieza con una actitud de
escucha, pero escuchar es más que oír, dice él; y, para que sea realmente una
actitud de escucha y de diálogo, hay que tener libertad para hablar. Al papa
no le da miedo que esa libertad para hablar refleje diversidad de
posturas porque, como él comenta en alguna ocasión, “Pedro y Pablo
también discutían, se enfrentaban y levantaban la voz”. Ahora bien, hablar
con libertad supone estar dispuesto a escuchar con atención y con humildad.
Porque lo que se pretende, es que la sinodalidad sea un proceso de consenso
o de convergencia para la construcción de la Iglesia y su misión. Es decir, no
se trata cambiar estructuras por el simple hecho de cambiarlas, sino que lo
que se procura es que la aportación de cada uno converja en un proyecto
común, manteniendo su propia peculiaridad.

Ahora bien, en un diálogo sincero, las polaridades no tienen que ser


negadas, sino que la cuestión es ver cómo hacer que esas polaridades
puedan integrarse en un camino común. A nivel general el Papa es muy crítico
al proceso actual de globalización, no porque sea malo en sí, sino porque
fácilmente cae en la tentación de querer uniformar, de nivelar las diferencias;
es decir, que un pensamiento único o un poder económico, político, cultural y
social dominante, quiere unificarlo todo con lo cual caemos en el colonialismo
ideológico. El papa dice que hay que intentar una globalización policéntrica
o multipolar para que cada polo pueda mantener su propia aportación y que
no sea eliminada. Uno de los principios que él subraya mucho es que el todo
es mayor que la parte; y cada parte, cada particularidad, tiene que
integrarse en el todo, de tal manera que la Iglesia tiene que ser diversa, plural
-por eso es católica- pero esto tiene que hacerse siempre con vistas a la
misión y a la evangelización.

Asumiendo la condición de ser Discípulos y Misioneros. Recuperar la


opción fundamental de ser Discípulos Misioneros, porque es lo que define la
condición del creyente y de todo seguidor de Jesús. Son dos caras de una
misma moneda, no dos etapas de un camino. El discípulo es el que ha
establecido una relación personal con Jesús, no el adherente a una doctrina,
moral o prácticas religiosas. La misión no es proselitismo, sino atracción
al comunicar el gozo de lo que personalmente he encontrado en Jesús
(Jn 1, 35-39).

Rasgos de los discípulos:

a)-. Se realiza en el encuentro Personal con Jesús que transforma.


Es vivir el gozo que surge de ese encuentro como experiencia de fe, que se
transforma en admiración, al reconocer la acción de Dios en el presente. No
caben moralismos sombríos o pelagianismo y gnosticismo disfrazados
(Gaudete Et Exsultate 57-62).
b)-. La experiencia de comunidad. Sólo es posible ser discípulo en el seno de
una comunidad. En ella no caben individualismos. Desde allí se realiza la
vocación misionera, anuncio con gozo, de la nueva vida, encontrada en
Jesús, para que el mundo tenga vida.

Los discípulos tienen por misión hacer visible el amor misericordioso del
Padre, especialmente para los pobres y los pecadores. Los discípulos tienen
por misión mostrar el «rostro divino del hombre» manifestado en Jesús.
Anuncian con su misma vida, que en Jesús, se puede vivir una Vida plena, que
de verdad merezca ese nombre. Sienten con angustia el dolor de todos los
que no tienen vida plena, por pobreza, por violencia, por su propio pecado o
por cualquier causa. El dolor del mundo es un llamado urgente a fortalecer en
todos los niveles la dimensión misionera: una “conversión integral, teológica,
espiritual, social, ecológica, eclesial, fraterna y pastoral”. «La Iglesia necesita
una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, en la
cobardía, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los
pobres y necesitados. Necesitamos que cada comunidad se constituya en un
poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo» (Aparecida 362).
«Encontrarse y Conocer a Jesús es el mejor re-galo que puede recibir
cualquier persona; haberlo encontrado nosotros, es lo mejor que nos ha
ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro
gozo.» (A. 29).

«Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad


de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a
la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y
alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste.
No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de
Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea conocido, seguido, amado, adorado,
anunciado y comunicado a todos, no obstante, todas las dificultades
y resistencias.» (A. 14).

En Salida hacia las periferias existenciales, es un llamado a convertirnos


en mediación de compañía, de esperanza y consuelo para nuestro pueblo, el
pueblo santo de Dios, “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias
de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos
sufren, son a la vez, gozo y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos
de Cristo…” (G.S 1).
Compañero, es el que comparte el pan con el otro, cuando van de
camino, Esperanza no es huir, sino la pasión por alcanzar lo que soñamos, es
la que nos hace ver, que cuando somos frágiles y vulnerables, Dios está con
nosotros, porque Él se manifiesta en la debilidad (2C0r 12 7-10). Recuperemos
nuestra esperanza para que no nos ocurra, lo que le sucedió a
María Magdalena, que, por llorar un pasado, no veía la vida. que estaba
sucediendo a su lado. Al descubrirla se pone en camino, en salida (Jn 20,
11-18). “Consuelen, Consuelen a mi Pueblo, dice el Señor, nuestro Dios” (Is 40,
1). Es el llamado de Dios para que sea mostrado su rostro de misericordia para
quien está siendo consumido por un sufrimiento padecido.

Solo se puede hacer un camino, poniéndose a caminar, saliendo de las


salas en que nos encontramos, salas que nos tienen atrapados y hasta
esclavizados, en ideas, en programaciones, en prácticas, en relaciones que
nos empobrecen como personas y como seguidores de Jesucristo.
Los discípulos de Emaús se encuentran con el Señor Resucitado cuando se
ponen en Camino. San Pablo se encuentra con el Resucitado cuando va en
camino y de esa experiencia en el camino, regresa y de nuevo ponte en
camino, ponte en salida.

Estar en salida es retomar la experiencia de la mística con los ojos


abiertos siendo testigos del amor de Dios. Mística es el amor primero que
viene de Dios, que nos amó primero (Jn 4,10). Cuando nosotros
experimentamos este amor primero y misterioso de Dios, cuando nos dejamos
invadir por ese amor gratuito entonces brota de nosotros la necesidad de
responder, estableciendo un diálogo, una relación, un conocimiento y una
identificación que lanza a compartir con los demás lo que se vive. "La mística
no es, por tanto, el privilegio de algunos bienaventurados, sino una dimensión
de la vida humana a la que todos tienen acceso cuando descienden a un
nivel más profundo de sí mismos, cuando captan el otro lado de las cosas y
cuando se sensibilizan ante el otro y ante la grandiosidad, complejidad
y armonía del universo" .

En el mundo de hoy donde lo que cuenta es la eficacia y la producción


del mercado, no se nos permite vivir libremente nuestra vocación y
espiritualidad, porque lo que no da ganancias inmediatas no sirve y de allí
que las crisis de fe que nos producen desconcierto y dolor pueden ser por
falta de una profunda experiencia del amor de Dios.
Fácilmente se abandonan los momentos de encuentro con Dios,
la oración. El religioso místico es el que en el silencio escucha al silencio, sin
ningún interés, solo viviendo el gozo de contemplar allí a quien tanto lo ama.
El amor del místico es un amor irrazonable, porque no mide ganancias, ni se
aprovecha de las relaciones, sino que vive a plenitud y gratuitamente la
presencia de Dios. "La mística es la vida misma tomada en su radicalidad...La
mística nos lleva siempre a vislumbrar, que detrás de las estructuras de lo real
no está el absurdo ni el abismo que nos aterroriza, sino que rige la ternura, la
acogida, el misterio amoroso que se comunica como alegría de vivir, sentido
de trabajo y sueño benéfico en un universo de cosas y personas en mutua
fraternidad y ancladas fuertemente en el corazón de Dios, que es Padre y
Madre de bondad infinita" .

La mística se prolonga en la práctica de la vocación profética,


anunciando la Buena Nueva de Jesús y denunciando lo que produce muerte,
como contrario al proyecto de Dios (Jn 3, 16-17). La profecía sería el amor
segundo o respuesta del hombre, al amor primero de Dios. El profeta es el que
nos enfrenta a la verdad, pone al descubierto nuestras mentiras y cobardía
para llamarnos a un cambio de vida. Es el que recibe la autoridad de Dios y
se deja guiar por su Espíritu, para mostrar el camino a su pueblo, cuando
otros (político y religiosos), no son capaces de hacerlo. “El profeta se atreve a
vivir la realidad desde la compasión de Dios, se presenta como alternativa,
invitando a vivir de manera diferente. Es el que nos sacude de la indiferencia
y el autoengaño, critica las posibles ilusiones creadas por los sistemas
religiosos y recuerda que solo Dios salva. Introduce una nueva esperanza, ya
que llama a vivir un futuro con esperanza, libertad y amor de Dios. Pedimos
sacerdotes y religiosos, pero, por qué, no pedimos profetas. Será que no
queremos vivir diferentes, sino estar en sintonía con la moda y una iglesia sin
profetas, corre el riesgo de ser sorda a Dios indolente ante el sufrimiento de
los hermanos y sin voz que llame a la conversión”. (Pagola A, “El camino
abierto por Jesús. pp. 83-84). La vocación profética está enraizada en la
experiencia del Dios vivo y verdadero, el Dios que actúa en mi vida, el Dios de
nuestro mundo. Toda profecía se nutre del encuentro con Dios y despierta una
pasión por Dios. Es la expresión de los iconos de la Samaritana y el
Samaritano, donde se unen pasión por Dios y compasión por el hermano:
Mística y Profecía.

2 BOFF—FREI BETO, Mística y espiritualidad, Trotta, Madrid, 1999, 16.


3 IDEM, 23
Hoy estamos llamados a hacer de la sinodalidad el marco referencial de
la formación. No basta formar para la sinodalidad, hay que hacer de la
sinodalidad un camino de formación. El llamado es a replantearnos una
nueva formación desde la cultura de la sinodalidad. Formar para una nueva
V.C. que asuma el nuevo llamado de la Iglesia, desde una nueva
espiritualidad, una nueva pastoral, una nueva evangelización, un nuevo
servicio, desde el horizonte de la vida fraterna, donde todos debemos ser
considerados hermanos de Jesús y en Jesús. Donde nos sintamos realmente
todos hermanos. Tenemos nueva realidad, un nuevo llamado, nuevos sujetos,
nuevas ilusiones, nuevas propuesta y nuevos desafíos. No tengamos miedo,
formemos para la nueva misión de la Iglesia. Toda formación es para
capacitar a la persona llamada por Jesús, para vivir el evangelio, para ser un
signo de la presencia del Reino de Dios, para ser testigo de la Resurrección.
Formamos para que cada elegido por Jesús sea agente responsable de su
propia formación, para que sea responsable y libre para edificar, guiado por
el artífice de toda formación, el Espíritu Santo, constructor de propia historia.
Sin libertad se empobrece toda forma de vida, sin libertad no se es auténtico.
Si no formamos desde y para libertad, no somos libres para formar y no será
una formación evangélica, porque al igual que Jesús, solo los libres liberan.
No, nos preguntemos tanto donde vamos a parar, más bien preguntemos por
donde tenemos que seguir.

Fr, Ramón Morillo O.F.M.Cap.

También podría gustarte