El Giro Estetico de La Epistemologia La
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Marcel Duchamp
Es así como de forma paralela a los cambios en las artes y las humanidades, y
a veces operando dentro de ellas, los discursos que tradicionalmente se situaban
en el ámbito de la crítica cultural han sufrido una gran implosión. Las discipli-
nas antes rigurosamente separadas, de la historia del arte, la crítica literaria,
la sociología, las ciencias políticas y la historia, comienzan a verse difuminadas
en sus límites y a cruzarse en una particular clase de estudios híbridos y trans-
versales, que ya no se podían asignar fácilmente a un dominio u otro. Dando
lugar a un nuevo fenómeno discursivo, que sólo puede ser designado —gené-
ricamente— como theory (teoría). La original forma de estos trabajos refleja,
como veremos, la creciente textualización de sus objetos, lo que muestra un
resurgimiento, aunque mucho más versátil, de la antigua práctica del «co-
mentario»; género que, al igual que el «discurso de sobremesa» autores como
N icanor Parra suscriben. En Parra tenemos uno de los ejemplos más sobresa-
lientes de estos escritos deconstructivos, con su claro énfasis en la narratividad
como instancia fundamental de la razón posmoderna.
La puesta en crisis y ruptura de los modelos canónicos de la literatura y del
discurso mediante las estrategias de la parodia, la reproducción en serie, la
hibridación de los textos y géneros dominantes de la tradición, así como las
variadas modalidades de la transtextualidad, han roto o debilitado la natura-
leza y los tipos de los textos conocidos, han diluido los límites y abierto las
fronteras entre ellos, al mismo tiempo que han puesto en duda la influencia, el
sentido y la validez de conceptos como verosimilitud, realismo, ficción, refe-
rente, veracidad, y su conexión necesaria con determinadas clases de oralidad,
de escritura y —finalmente— de lógica.
Es así como Parra, emancipándose de las categorías heredadas del gusto,
del estilo y de la lírica, se sitúa en una perspectiva problematizadora, al insta-
lar —como dispositivo desmantelador— su concepción estética, cuyos aspec-
tos principales se refieren a la sustitución de un vocabulario poético gastado,
por las expresiones coloquiales más comunes, entre las que no escasean ni la
información periodística ni el léxico burocrático, en un contexto general que
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LOSMUNDOSDEL TEXTO
Los textos contienen universos semánticos que pueden ser descritos como
mundos. Los mundos del texto pueden hacer referencia al mundo real o pue-
den producir mundos posibles, contrafácticos, alternativos. Es el caso de los
textos de ficción, que se especializan en la construcción de mundos comunica-
bles, aunque no habitables. Los mundos posibles del texto son construcciones
culturales, mundos de papel, cuyo espesor real es puramente semiótico. Como
producciones de la imaginación humana no son desdeñables, pues al distan-
ciarse de las limitaciones del mundo real nos permiten contemplar nuestros
anhelos, sueños o posibilidades. Por otra parte, al retornar desde ellos al mun-
do cotidiano, contribuyen a iluminarlo, a percibirlo desde una óptica diferente.
También hay que pensar las relaciones entre el mundo construido o reconstrui-
do por el texto y el mundo social o natural. Los mundos construidos por la
cultura, amueblados culturalmente por las artes y las ciencias, son mundos
intermedios entre los mundos fácticos y contrafácticos. Así, la actividad
específicamente humana es la construcción de mundos y a ella se aplican las
construcciones culturales, científicas y mitológicas, entre otras. El placer del
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Raúl Ruiz
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H acia 1710, Leibniz acuñó la denominación «mundo posible». Según el filósofo
alemán, hay una «infinidad de universos posibles en las ideas de Dios» (Leibniz, 1984:
38). El Ser Supremo ha escogido un mundo de entre la multiplicidad que se le ofrecía y
éste ha sido imbuido con el rango de real. De aquí se puede derivar, en primer término,
que los mundos son posibles en la medida en que a ellos subyace la cualidad de la
alternatividad y, luego, que para que exista un mundo se requiere de «alguien» que lo
sustente. Teóricos de la literatura como Dolezel (1979), Van Dijk (1980), Eco (1978) y
otros de la lógica, como Kripke (1980), han relacionado la idea leibniziana de mundo
posible con nociones de lógica y de semántica modal, a fin de aplicar la categoría de
mundo posible al análisis de la ficcionalidad.
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modo productivo, es decir, la establece. Por ello, el énfasis puesto en el discur-
so está dado por la importancia que se reconoce en la retórica, instrumento
por el cual se articula la generación de discursos institucionales que, a su vez,
dan lugar a la construcción de hechos e, incluso, de individuos. Centrarse en el
discurso significa que el interés se articula en torno al habla y a los textos como
parte de prácticas sociales, como formas de vida (Wittgenstein, 1988, § 19).
que la ciencia se encuentra mucho más cerca de las artes de lo que se afirma
en nuestras teorías del conocimiento favoritas» (Feyerabend, 2000: 89).
En este sentido apunta Einstein cuando sostiene que, en ciencias «la imagi-
nación es más importante que el conocimiento»: «Soy lo suficientemente ar-
tista como para dibujar libremente sobre mi imaginación. La imaginación es
más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado. La imagi-
nación circunda el mundo» (en Sylvester Viereck, 1929).
Del mismo modo Joseph Beuys, el artista conceptual que alcanzó celebri-
dad en los Documenta de Kassel, con su arte antropológico pone en opera-
ción la idea de que todo conocimiento humano procede del arte, de la plastici-
dad y del diseño de los pensamientos (Bodernmann-Ritter, 1995: 91-2). El con-
cepto de ciencia es sólo una forma de lo creativo en general. La ciencia no es
una cosa fija, así como la inteligencia, que no se caracteriza por la rigidez,
sino precisamente por lo opuesto, por la plasticidad, por su capacidad de mutar
en entornos y circunstancias nuevas, siendo lo definitorio de la inteligencia su
capacidad adaptativa. Pero el énfasis en la reproducción mecánica de ideas
—de las mismas ideas— la puesta en ejercicio de una inteligencia técnica
parece anquilosada en concepciones educativas decimonónicas, conservado-
ras y funcionales al sistema del poder. Por ello lo que es la ciencia en cada
momento es algo que hay que estudiar con particular atención. N o hemos
llegado al fin de la historia ni al final del concepto de ciencia, el positivismo y
la explicación causal son sólo formas de transición. Formas que pueden en un
futuro próximo dar paso —según circunstancias aleatorias— a nuevos modos
de «racionalidad» o, si se quiere, nuevos estándares para demarcar lo que es
o no una explicación válida.
Friedrich Nietzsche
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La diferencia entre filosofía y literatura, de poderse establecer, deberá girar en torno
al propio lenguaje, habrá de ser una diferencia interna al texto.
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so, un nuevo orden, pero lo realmente nuevo son las asociaciones que permi-
ten ese nuevo orden. Inventar una metáfora es crear asociaciones nuevas.
Dar lugar a una metáfora (abrir un lugar) es crear sentido. El propio Freud
«ve toda vida como un intento de revestirse de sus propias metáforas» (Rorty,
1991: 49). A este respecto, Rorty nos señala que la importancia de Freud ha
consistido en hacer visible y aceptable la idea nietzscheana de la verdad como
«un ejército móvil de metáforas». Freud es ineludible, pues la suya, aún más
que la de Proust, «fue la mentalidad mitopoética de nuestra era; fue tanto
nuestro teólogo y nuestro filósofo moral cuanto nuestro psicólogo y principal
hacedor de ficciones» (Bloom, 1975: 112).
Las explicaciones psicoanalíticas de los sueños o de las fantasías tienen
por objeto decirle al propio soñador o fantaseador el sentido secreto de su
propia existencia. Un sentido, por otra parte, que no puede expresarse con el
lenguaje de la filosofía o de la ciencia más rigurosa, sino sólo con el lenguaje
de la poesía o la metáfora. Esta reivindicación de un léxico literario, a pesar
de que Freud buscara descifrarlo mediante el léxico de la ciencia positivista,
representa un punto de contacto directo con N ietzsche, que también propone
al poeta vigoroso como modelo dionisíaco a la altura de la época. Freud, por
otro lado, al vincular las características contingentes de la personalidad —pa-
tológicas o no— de los individuos con su afán por construir sistemas filosófi-
cos o por expresar una exquisita piedad religiosa, echa abajo las distinciones
tradicionales entre lo más elevado y lo más bajo, lo esencial y lo accidental, lo
central y lo periférico.
Freud no nos dice —y este punto es decisivo— que el arte sea sólo
sublimación, o la construcción de sistemas filosóficos mera paranoia, o la
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religión sólo el confuso recuerdo del padre feroz. N o nos dice que la vida
humana sea meramente una continua recanalización de energía libidinal. N o
está interesado en invocar una distinción entre la realidad y la apariencia
diciendo que una cosa es ‘meramente’ o ‘realmente’ algo muy diferente. Úni-
camente se propone darnos una nueva redescripción de las cosas para que las
coloquemos al lado de las otras, un léxico más, otro conjunto de metáforas
que él cree que tienen la posibilidad de ser utilizadas y, por tanto, literalizadas.
El mito abarca una dimensión de la vida humana, que sería inaccesible a
una postura epistemológica puramente objetiva. El que no podamos aprehen-
der una historia exclusivamente objetiva, tiene su fundamento no en una nece-
sidad de mistificación, o en un anhelo de posibles trasmundos, que actuarían en
una dirección oculta, sino en que el propio sujeto está inserto en la historia y
pretende desesperanzadamente acceder a la profundidad insondable del senti-
do, lo que equivaldrá siempre a querer penetrar en la profundidad de sí mismo.
La constricción a la mentira se funda en la naturaleza de la propia verdad:
de ahí que nosotros en absoluto seamos capaces de querer conocer la verdad
—y si sospechamos en general algo de ella, en su inmediatez, sólo lo hacemos
en virtud de las circunstancias, porque el velo de los disimulos y representa-
ciones, que usualmente oculta, se levanta ocasionalmente, como por una des-
gracia—, de forma que nosotros, abrasados por el dolor, comprendemos en
destellos más de lo que es bueno para nosotros.
M as esto significa que las formas conocidas de la «búsqueda de la ver-
dad», particularmente las de los filósofos, los metafísicos y los religiosos, no
son, a lo sumo, más que mentiras organizadas que se han vuelto respetables
tentativas institucionalizadas de huida, que han sabido disfrazarse bajo las
diligentes máscaras de la voluntad de conocimiento. Lo que hasta ahora pre-
tendía ser un camino a la verdad, no ha sido en realidad más que un único
camino: ¡el camino para apartarse de ella! ¡Un camino para huir de lo inso-
portable hacia la provisional dimensión soportable de alivios, seguridades,
consuelos y trasmundos! Después de N ietzsche, apenas se puede pasar por
alto que una gran parte de la filosofía hasta ahora no ha sido mucho más que
un encubrimiento ontológico. Con todo su pathos de fidelidad a la verdad,
ella incurre en la traición, tan necesaria como miserable, de la verdad inso-
portable a favor de un optimismo metafísico o de unas fantasías de liberación
que alzan su vista al más allá.
N ietzsche nos proporciona una nueva imagen del pensamiento. La verdad
de un pensamiento debe interpretarse y valorarse según las fuerzas o el poder
que la determinan a pensar, y a pensar esto en lugar de aquello. Cuando se
nos habla de la verdad «a secas», de lo verdadero tal como es en sí, para sí o
incluso para nosotros, debemos preguntar qué fuerzas se ocultan en el pensa-
miento de esta verdad, es decir, cuál es su sentido y cuál es su valor. Fenómeno
turbador: lo verdadero concebido como universal abstracto, el pensamiento
concebido como ciencia pura no han hecho nunca daño a nadie, es inocuo a la
vez que estéril. El hecho es que el orden establecido y los valores en curso
encuentran constantemente en ello su mejor apoyo.
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