ElLibroAzul (LibroGrande) Completo
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A QUIEN CORRESPONDA:
Durante muchos años me he especializado en el tratamiento del
alcoholismo.
A fines del año 1934 atendí a un paciente que, a pesar de haber sido un
competente hombre de negocios, con mucha aptitud para ganar dinero, era
un alcohólico de un tipo que yo había llegado a considerar como
irremediable.
Personalmente conozco decenas de casos del tipo con el cual han fallado
por completo otros métodos.
Estos hechos parecen tener una gran importancia médica; debido a las
extraordinarias posibilidades de crecimiento inherentes a este grupo,
pueden marcar una nueva época en los anales del alcoholismo. Estos
hombres bien pueden tener un remedio para miles de esas situaciones.
El médico que a petición nuestra nos facilitó esta carta, ha tenido la bondad
de ampliar sus ideas en otra declaración que exponemos a continuación. En
ésta, confirma que los que hemos sufrido la tortura alcohólica tenemos que
creer que el cuerpo del alcohólico es tan
anormal como su mente. No nos convencía la explicación de que no
podíamos controlar nuestra manera de beber sencillamente porque
estábamos desadaptados a la vida; porque estábamos en plena fuga de la
realidad; o porque teníamos una franca deficiencia mental.
Estas cosas eran verídicas hasta cierto punto y, de hecho, en grado
considerable en algunos de nosotros, pero además estamos convencidos de
que nuestros cuerpos también estaban enfermos, y opinamos que es
incompleto cualquier cuadro del alcohólico que no incluya este factor
físico.
La teoría del doctor, de que tenemos una alergia al alcohol, nos interesa.
Aunque nuestra opinión, no profesional, sobre su validez signifique poco,
como ex bebedores del tipo que se convierte en problema, podemos decir
que esa explicación parece acertada. Aclara muchas cosas que de otro
modo nosotros no podíamos explicar.
El doctor escribe:
Desde hace mucho tiempo los médicos nos hemos dado cuenta de que
alguna forma de psicología moral es de apremiante importancia para el
alcohólico, pero su aplicación presentaba dificultades fuera de nuestros
conceptos. Las normas ultramodernas y el enfoque científico que aplicamos
a todo, pueden ser la causa de que estemos mal preparados para aplicar los
poderes del bien que no encajan en nuestros conocimientos sintéticos.
Hace muchos años, uno de los colaboradores de este libro estuvo bajo
nuestro cuidado en este hospital y, durante ese tiempo adquirió ideas que
inmediatamente llevó a la práctica.
Creemos, y así lo sugerimos hace unos años, que la acción del alcohol en
estos alcohólicos crónicos es la manifestación de una alergia; que el
fenómeno del deseo imperioso sólo se presenta en esta clase y nunca en la
de los bebedores moderados comunes. Estos tipos alérgicos nunca pueden
usar sin peligro el alcohol, cualquiera que sea la forma de éste. Cuando ya
han adquirido el hábito y se han percatado de que no pueden liberarse de él,
cuando ya han perdido la confianza en las cosas humanas y en ellos
mismos, sus problemas se acumulan y se vuelven sorprendentemente
difíciles de resolver.
Los hombres y las mujeres beben, esencialmente, porque les gusta el efecto
que produce el alcohol. La sensación es tan evasiva que, aunque admiten lo
dañino, no pueden después de algún tiempo discernir la diferencia entre lo
verdadero y lo falso. Les parece que su vida alcohólica es la única normal.
Están inquietos, irritables y descontentos hasta que no vuelven a
experimentar la sensación de tranquilidad y bienestar que inmediatamente
les produce apurar unas cuantas copas — copas que ven a otros tomar con
impunidad. Después de haber vuelto a sucumbir al deseo imperioso, pasan
por todas las bien conocidas etapas de la borrachera, emergiendo de ésta
llenos de remordimientos y con la firme resolución de no volver a beber.
Esto se repite una y otra vez, y a menos de que la persona pueda
experimentar un cambio psíquico completo, hay muy pocas esperanzas de
que se recupere.
Por otra parte, por extraño que parezca a quienes no lo entienden, una vez
que ha ocurrido el cambio psíquico, la misma persona que parecía
condenada a muerte, que tenía tantos problemas y se creía incapaz de
resolverlos, repentinamente descubre que puede fácilmente controlar su
deseo por el alcohol y que el único esfuerzo para ello es el de seguir unas
sencillas normas.
Algunos individuos han recurrido a mí, presas de la desesperación, y me
han dicho con sinceridad: “¡Doctor, no puedo seguir así! ¡Tengo la vida por
delante! ¡Necesito parar pero no puedo! ¡Usted tiene que ayudarme!”