Resumen - Unidad 3
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Resumen - Unidad 3
Existen dos funciones generales condensadoras de todas las funciones particulares. Tales
funciones generales son de conservación (reproducción) y de renovación (transformación) de
la vida socio-cultural y del hombre. Es el ser humano quien da sentido a esas funciones: si
optásemos por la educación-reproducción, es el hombre quien ha de insertarse en un
ambiente preestablecido; si asignamos a la educación la tarea de superar pasividades, la
función renovadora se canaliza a través de las capacidades humanas transformadoras.
Ambas funciones coexisten dentro de la educación como una tesis y una antítesis, que una
pedagogía cimentada en el humanismo concreto ha de tender a resolver en una síntesis: la del
devenir del hombre en una sociedad que se va “produciendo” en el tiempo. Esa relación
dialéctica se cumple en dos planos: uno intrínseco, que contiene la educación misma, como
fenómeno humano que con rasgos relativamente propios; y otro extrínseco, desplegado en el
tipo de vínculos que la educación tiene con la sociedad y la cultura globales.
Los estímulos en una u otra dirección (conservación o renovación) proceden del contexto
socio-político y económico, el cual muestra grandes fisuras. Por eso no es inviable que la
educación, como una de las formas de desarrollo humano, engendre actitudes opuestas a la
dominación. Es aquí donde se comprueba la doble dialéctica de la educación: las
contradicciones internas del fenómeno educativo reflejan las contradicciones de la sociedad, y
están condicionadas por las mismas; pero, al mismo tiempo, la educación puede llegar a
constituir un medio para que el sujeto tome conciencia de las contradicciones de su contorno.
Desde un enfoque dialéctico, hay cuatro concepciones para considerar las relaciones entre la
sociedad y la educación:
La funcionalidad crítica de la educación no se da, ni podría darse, de una sola vez y en las
primeras etapas del proceso educativo. La reproductividad es acto primero de toda
educación: en lo individual, porque la superación de la mímesis y las simples adaptaciones
requiere una madurez progresiva en el sujeto; y en las sociedades, porque ese desbloqueo es
el que permite el acceso de mayor cantidad de hombres a la cultura y, por lo tanto, una mayor
conciencia. Desde el ángulo de la funcionalidad crítica de la educación, hay un encuentro
entre lo personal y lo social ya que una educación crítica del sujeto no puede sino llevarlo a
asumirse como partícipe y transformador de una realidad que no es la suya.
El pensamiento crítico es una “capacidad” general del hombre, cultivable a partir de los hechos
y de conocimientos de la más diversa índole; una “habilidad” desenvuelta mediante el
permanente ejercicio de una metodología que, progresivamente, va permitiendo al hombre
ubicarse críticamente ante los conocimientos o ante la vida misma en toda su complejidad.
Resulta útil ver la conciencia como la respuesta del hombre frente al mundo y el medio de su
relación con él. La conciencia es necesariamente crítica, no solo como analizadora de la
realidad (para lo que sólo bastaría el pensamiento crítico), sino como fuente de juicios de
valor, de estimaciones que superan el análisis intelectual y suscitan el compromiso con la
realidad «de la cual se toma conciencia».
La conciencia crítica supone un compromiso «existencial», siempre y cuando la existencia sea
pensada como parte de un todo en el cual importa el destino del prójimo. Si se hace la
transferencia al plano pedagógico, es obvio que la formación de la conciencia crítica está
ligada a una educación comprometida.
La teoría freireana de la conciencia crítica surge para dar sentido al proceso de concientización,
concebida como una meta de la educación, y solo inteligible si se parte del supuesto de toda la
doctrina de Freire: la dimensión política de la educación (es asunto del poder). En terminología
de Freire, los dos extremos de la conciencia corresponden a la conciencia intransitiva y a la
conciencia crítica.
La conciencia intransitiva refleja literalmente una situación en la cual el hombre está inmerso
en una sociedad cerrada. Es tan solo una limitación de su esfera de comprensión, la
impermeabilidad a los desafíos que vengan desde afuera de la órbita vegetativa y, por
consiguiente, representa casi un no-compromiso del hombre con la existencia.
La conciencia transitiva es, a priori, ingenua, lo que para Freire implica una inclinación al
gregarismo, impermeabilidad para la investigación y un gusto acentuado por las explicaciones
fabulosas. El pasaje de la conciencia transitivo-ingenua a la transitividad crítica requiere un
trabajo educativo-crítico. Y, en efecto, esa conciencia crítica como meta de la educación, no es
ni puede ser una mera conciencia teórica o especulativa. Su verdadera fuerza reside en la
proyección práctica en el sentido de la transformación de las condiciones de vida. Si el hombre
toma conciencia de sus poderes creativos (y si la educación ha de conducirlo a ese primer nivel
de concientización: saber identificar las posibilidades y limitaciones de cada uno), ese poder ha
de encauzarse mediante el dominio de los instrumentos que permitan expresarlo. La cultura
deja de ser una finalidad para convertirse en un medio de desarrollo del hombre completo y
libre.
La conciencia como tal, y en su nivel crítico, es activa y transformadora del mundo y, por ello
mismo, prospectiva. La noción misma de la educación como proceso dinámico, dialéctico, se
cimienta en su prospectividad y permite pensarla como una programación del futuro y como la
realización de un proyecto del hombre y de sociedad.
Caben tres concepciones de la utopía: como una técnica intelectual, una manera de pensar
imaginativamente modificaciones posibles de una sociedad, señala lo que debe modificarse
aunque no indiquen claramente las finalidades; como un ejercicio intelectual, fruto de la
experiencia mental que puede poner el juego la capacidad creadora de sus autores; como una
oposición al statu quo, expresión del deseo del cambio, de un proyecto que lleve a prever y a
desear otra situación.
La educación se vincula con la utopía y hasta puede construirse como tal, siempre y cuando se
la entienda como un proyecto de futuro. Pero la utopía no pierde su valor cuando se asienta
en la convicción de que, aunque no estén dadas las condiciones o las tendencias para
efectivizarla, es realizable en un tiempo venidero. En esta emergencia, la utopía es una
anticipación del futuro.
Una pedagogía pensada racionalmente para nuestro tiempo y el venidero, no puede menos
que enfrentar todas las deformaciones, y moverse en el juego dialectico de lo viejo y lo nuevo
pero con la prospectiva de un futuro amasado por el esfuerzo creador de los hombres.
Los grupos humanos ponen en marcha mecanismos y sistemas externos de transmisión para
garantizar la pervivencia en las nuevas generaciones de sus conquistas históricas. A este
proceso de adquisición por parte de las nuevas generaciones de las conquistas sociales, a este
proceso de socialización, suele denominarse genéricamente como proceso de educación.
En primer lugar, la vida del aula como la de cualquier grupo o institución social puede
describirse como un escenario vivo de interacciones donde se intercambian explícita o
tácitamente ideas, valores e intereses diferentes y, a menudo, enfrentados. Lo que tiene
lugar en el aula es el resultado de un proceso de negociación informal que se sitúa en algún
lugar intermedio entre lo que el profesor o la institución escolar quieren que los alumnos
hagan y lo que éstos están dispuestos a hacer.
En tercer lugar, la correspondencia de la socialización escolar con las exigencias del mundo del
trabajo dificulta la compatibilidad con las demandas de otras esferas de la vida social como
la vida política, la esfera del consumo y la esfera de las relaciones de convivencia familiar en las
sociedades formalmente democráticas. Se manifiesta una gran contradicción entre una
sociedad que requiere para su funcionamiento político y social la participación activa y
responsable de todos los ciudadanos/as considerados de derecho como iguales, y esa misma
sociedad que en la esfera económica, al menos para la mayoría de la población, induce a la
sumisión disciplinada y la aceptación de escandalosas diferencias de hecho.
Aceptar la contradicción entre apariencias formales y realidades tácticas forma parte del
propio proceso de socialización en la vida escolar donde, bajo la ideología de la igualdad de
oportunidades en una escuela común para todos, se desarrolla lenta pero decisivamente el
proceso de clasificación, de exclusión de las minorías y de ubicación diferenciada para el
mundo del trabajo y de la participación social.
Situación social y cultural de la actividad investigativa: la ciencia social es una dialéctica del
lenguaje que ofrece “descubrimientos” mediante los que suponemos que el mundo es de
determinada manera. Estos “descubrimientos” aparecen como algo neutral en virtud de las
convenciones, las cuales descontextualizan el lenguaje y hacen que el conocimiento aparezca
como algo trascendente.
Rol social del intelectual: el investigador social se apropia, explora, reformula y verifica ideas
que tienen sus raíces en los movimientos sociales. Es un tipo social integrado en una dinámica
general que representa ciertos intereses.
Las ciencias sociales y de la educación tienen una doble función: describen y orientan a los
individuos en sus posibilidades de acción. Aislar el debate científico de las circunstancias
humanas y culturales falsifica cualquier interpretación de los sistemas sociales.
Tendemos a suponer que la teoría es objetiva y neutral y también que las teorías dan
coherencia a los datos y expresan regularidades, pero estas son productos del ingenio humano
y de los contextos sociales. El lenguaje teórico contiene supuestos y concepciones que están
influidos por las tensiones y luchas que se desarrollan en la sociedad.
*La teoría guía la creación de formas sociales alternativas. Esto sucede en dos trayectorias:
por un lado, se conservan ciertas estructuras sociales y se las transforma para responder mejor
a determinados imperativos éticos y sociales; por otro, se centra en cómo la teoría conduce a
la aparición de nuevas estructuras sociales básicas.
Con el fin de determinar los valores e intereses sociales del discurso científico se consideran
tres tradiciones intelectuales que rivalizan entre sí en las áreas de las ciencias sociales y la
educación. En sus respuestas al mundo social, estos paradigmas proponen finalidades
específicas para una teoría de las instituciones y de los individuos.
Paradigma crítico: se ocupa del desarrollo histórico de las relaciones sociales y del modo en
que la historia oculta el interés y el papel activo del ser humano.