Fanuel Hanan Diaz - Literatura Infantil. Bordes y Fronteras

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Literatura infantil: bordes y fronteras

Fanuel Hanán Díaz

Quizás uno de los temas más controversiales dentro del ámbito de


la literatura infantil sea la propia definición de este “género”, multiforme,
transhistórico y de compleja mirada. Muchas discusiones parecen indicar
que en este punto no existen acuerdos inamovibles. De hecho, para señalar a
este cuerpo de obras, aglutinadas alrededor del receptor infantil, se utilizan
numerosos rótulos: literatura infantil, literatura infantil y juvenil, literatura
infanto-juvenil, literatura para la infancia, libros para niños, libros para
niños y jóvenes, libros infantiles…
En este artículo se intentará trazar un mapa de lo que puede ser este
universo literario, con sus bordes y fronteras, con sus préstamos
interdisciplinarios y sus especificidades. Desde este acercamiento, no se
pretende agotar la discusión pero tampoco alimentar el laberinto de
argumentos que se han construido y donde resulta fácil perderse. Las
conclusiones pueden ser áridas y bizantinas. Por eso, nos parece útil
precisar los contornos de este grupo de libros, con el fin de arrojar luces
sobre ciertos territorios que pueden marcar bordes teóricos, y tratar de
delinear una geografía de relieves más precisos.
La primera interrogante está vinculada con el desarrollo histórico de
los libros para niños, desde sus orígenes más remotos en la cultura
occidental. Muchos críticos señalan, entre ellos Bettina Hürlimann, que el
primer libro dedicado expresamente y pensado editorialmente para niños es
el Orbis Sensualium Pictus, del monje Johan Amos Comenius. Este curioso
manual, cuya primera edición es de 1658, plantea desde un comienzo una
relación indisociable entre el libro pensado para niños y las imágenes, por
un lado. Además de una vertiente pedagógica que va a marcar un camino
ancho por el que va a transitar buena parte de esta producción editorial.
Desde este momento, la primera frontera está trazada por esta
relación que existe entre Pedagogía y Literatura. Muchos libros para niños
fueron publicados con una clara intención didáctica, al servicio de la Escuela
o la enseñanza. Nace así el primer abismo que distorsiona el mapa de este
territorio: el valor pedagógico que muchos adultos pretenden conceder a la
literatura infantil. De hecho, uno de los géneros más antiguos asociados al
público infantil son las fábulas, piezas de indiscutible valor moral, a pesar
de su molde versificado.
El filósofo italiano Benedettto Croce, ya había anotado esta
separación cuando expresa que en nombre del arte puro no se puede
considerar que existe una literatura infantil, la Literatura no tiene rótulos
ni adjetivaciones. Así como muchos autores señalan que no existe una
literatura para calvos o para mujeres divorciadas, tampoco debe hablarse de
una literatura propiamente infantil. Aunque desde el contexto de su época,
esta afirmación pueda tener sobradas justificaciones, el hecho de que el
acento de este universo literario esté puesto en su carácter infantil,
determina otra de las fronteras importantes. ¿Por qué estás obras se
califican como infantiles?
En realidad, como señala Joel Franz Rosell, en esta literatura la
diferencia se establece no a partir de las temáticas sino del tratamiento que
un autor hace. De hecho, describe algunos rasgos que marcan la visión que
tienen los niños del mundo y desde esa visión, la apropiación que pueden
hacer de ciertas obras que les hablan con honestidad:
Son rasgos del niño la experiencia escasa, la maleabilidad de
conceptos, la permeabilidad de límites entre realidad y fantasía, y entre
presente, pasado y futuro, la ignorancia de las reglas de la gramática, la
etimología o la redacción, y la falta de prejuicios, desconfianzas y
suspicacias. Todo esto hace del chico no sólo el destinatario ideal para un
tipo de obras en que todas las libertades están permitidas, sino una fuente de
recursos todavía insuficientemente explorados y explotados para la expresión
artística de esos adultos híbridos que somos los autores de libros infantiles.
(1)
Hoy en día se habla de la “cultura de la infancia” para hacer
referencia a un conjunto de temas, personajes, episodios, deseos,
perspectivas y juicios morales propios de los niños y niñas, tal como señala
Beatriz Helena Robledo. Y desde esta comarca, se asegura el éxito de
muchos autores que logran interpretar esta cultura, encarnada en una
visión irreverente y transgresora del mundo de los adultos, por un lado, y de
una dimensión poética que instala con plenitud el reino de la Fantasía como
parte de la cotidianidad.

Literatura Infantil: ¿un género?


La teoría de los géneros literarios ha evolucionado de acuerdo
con los cánones de diferentes épocas y culturas. Uno de los mayores
desaciertos ha sido tratar de incluir dentro de los rígidos esquemas de estos
cánones a la literatura infantil, un cuerpo literario bastante heterogéneo
donde caben manifestaciones de la tradición oral, cuentos de hadas, libros
universales como Alicia en el país de las maravillas de Lewis
Carrol, grandes novelas de aventura como Robinson Crusoe de Daniel
Defoe, libros raros y transgresores como Pedro Melenas de Heinrich
Hofmann, clásicos contemporáneos como La historia interminable de
Michael Ende o Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl, poemas de
infancia como los de Gabriela Mistral o Juana de Ibarbouru, novelas de
anticipación como Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio
Verne, piezas narrativas muy contemporáneas como Frida de Yolanda
Reyes o poemas en verso como A Margarita Debayle de Rubén Darío.
¿Qué tienen en común estos textos, inscritos dentro de los paradigmas
de los más diversos géneros, pertenecientes a tan distintas épocas históricas,
exponentes de tan diversas culturas, ideologías y estilos literarios?
Tratar de responder esta interrogante puede permitir la
identificación o la construcción de grandes principios que formalicen de
alguna manera los alcances de la literatura infantil, pero, sobre todo, a
develar esas conexiones subterráneas entre los textos y sus lectores.
Para el formalista ruso Tomashevski, el género de una obra literaria
se reconoce por lo que él llama “perceptibles”, es decir, rasgos que identifican
la estructura o el modelo de un género. No basta con que estos rasgos estén
presentes en una obra para agruparla bajo un determinado género, además
de ser identificables estos rasgos deben ser dominantes. Para explicar esta
fórmula Tomashevski utiliza como ejemplo la novela policíaca, determinada
por la presencia de un crimen (asesinato, robo, rapto), un conjunto de pistas,
un detective y una solución. Aparentemente estos cuatro elementos definen
el género, ya sea que se trate de obras alejadas en el tiempo, obras que
introduzcan variantes (el detective puede ser incluso el mismo asesino, por
ejemplo) u obras impuras, en cuanto a su apego al esquema tradicional.
Aunque la evolución de las formas literarias hoy en día nos haga
difícil aún incluir obras de la literatura adulta en los paradigmas más
cuadriculados, el signo de los tiempos ha impuesto una amplia flexibilidad
en este asunto de las clasificaciones. Al final de cuentas, la obsesión por
meter en compartimentos aislados las creaciones del ser humano, fracasa
ante el derrumbe de fronteras en todas las artes.
Si la literatura infantil es un género, entonces ¿cuáles son sus
perceptibles? ¿Qué rasgos podemos identificar como indispensables para
clasificar a una obra como infantil? ¿Qué diferencia existe entre género,
tendencia, corriente, campo, escuela, serie… palabras todas que utilizamos
para denotar cierto comportamiento o agrupación de las obras literarias
dentro de la evolución de las formas?
Como aporte, me gustaría añadir un aspecto curioso que ocurre
en este fenómeno de las creaciones literarias dirigidas a los niños. Es
innegable que muchas obras que fueron adoptadas por este público no
fueron escritas para ellos, y me refiero específicamente a las grandes
novelas de aventura del siglo XVIII y XIX, como Los Viaje de
Gulliver (1726), Robinson Crusoe (1719), La isla del tesoro (1883) o Los
piratas de Malasia (1896). La adopción de abundantes obras de la literatura
universal ha sido un mecanismo interesante de cómo se ha construido este
universo de obras que los niños, niñas y jóvenes han reservado para sí. La
estructura del viaje, el tema de la isla, la ambientación en lugares exóticos y
lejanos, el ingreso del mundo adulto, el retorno, la sed de aventuras… se
consideran como esquemas que tocan el corazón y el interés de estos
lectores.
Este mismo fenómeno ocurre con obras magistrales, de sólidas
arquitecturas narrativas, fundacionales de una tendencia o exponentes de
un arquetipo de héroe o heroína, como Frankenstein de Mary
Shelley, Drácula de Bram Stoker, La cabaña del tío Tom de Harriet
Beecher Stowe o Mujercitas de Luisa May Alcott, sólo por mencionar
algunas.
Estamos hablando de una literatura que se ha consolidado en el
imaginario cultural en base a una dinámica de préstamos y adaptaciones.
Libros clásicos que conforman una de sus raíces de mayor prestigio.
Para delinear un mapa más preciso de este literatura aún
quedan muchos territorios por explorar y argumentos que deben ser
revisados. Pero lo cierto es que en este universo de la literatura infantil se
dan cita libros que fueron escritos sin pensar en ese receptor que se apropió
de ellos como principal lector; libros que han sido adaptados para este
público; libros que sí tuvieron a los niños, niñas y jóvenes como receptores
virtuales; textos de literatura adulta que se acomodaron editorialmente para
este sector, u obras por encargo que adultos exitosos escribieron para el
público infantil.

Libros para niños: un concepto más amplio


El panorama que se ha trazado hasta el momento nos permite
llegar a una bifurcación, que nos conduce al reconocimiento de una nueva
geografía, donde tiene especial importancia la industria editorial.
Si bien, hay una frontera que limita el texto literario del texto no
literario, cada vez más se utiliza un término mucho más amplio y abarcador,
es decir, el de “libros para niños”.
El poeta cubano Eliseo Diego en una entrevista donde hace una
nostálgica visita al paraíso perdido de su infancia comenta que no existe una
literatura para niños, él se refiere a una literatura de lo niños, es decir,
aquella que estos lectores se apropian en términos generales. Pienso que el
deslizamiento de esta propuesta, sirve como periscopio para mirar al rico y
heterogéneo mundo de libros que hoy en día se editan para niños, de todas
las edades, de diversos formatos y amplias posibilidades materiales.
Los libros ilustrados, los álbumes, los libros para armar, los libros
juguetes, los de ingeniería de papel, los animados, los de imágenes sin
textos, los de información, los de fotografías, los que tienen forma de
acordeón, los enormes para compartir en grupo y los pequeñitos para leer a
solas, todos ellos y muchos otros conforman un inconmensurable universo de
propuestas, algunas apegadas a la más simple oferta consumista y otras de
una altísima calidad.La presencia de estos materiales es innegable en los
anaqueles de las librerías y en los estantes de las bibliotecas.
Muchos de estos libros no pertenecen a ese territorio que hemos
tratado de delimitar, el de Literatura Infantil, básicamente porque son
unidades cuyo significado no reposa exclusivamente en el texto escrito. Los
préstamos de otros lenguajes, como el de las imágenes, han abierto nuevas
fronteras para explorar relaciones entre diferentes formatos y tecnologías.
Ya no se habla exclusivamente de la lectura del código alfabético, pues la
gramática de las imágenes, los aportes de los videos juegos, las condiciones
materiales del libro como un objeto físico y las contribuciones del oficio
editorial han solventado formas novedosas y complementarias de crear
significado.
Los riesgos y las bondades de esta apertura son abundantes, y en
algún caso impredecibles.
El adulto como mediador no puede quedarse ajeno a esta
dinámica. Creo que se deben derrumbar ciertos prejuicios y actitudes que
aún permanecen, como otorgarle una validación pedagógica a todo libro que
se lee, como el hecho de seguir considerando como literatura infantil a las
producciones escritas por niños, como el desconocimiento que se tiene de
este renglón editorial o la conexión que se establece con estos libros desde el
cerebro y no desde lo afectivo.
Una visita amplia y frecuente a este territorio ayudará a
consolidar criterios para escoger los mejores materiales. Un acercamiento,
honesto y serio, permitirá construir elaboraciones acerca de esta literatura e
ir consolidando aportaciones propias para trazar el mapa de esta geografía
inmensa y aún por explorar.

Fuentes consultadas:
ALONSO DEL PIÑAL, Beatriz. “Eliseo Diego. Nostalgia del paraíso”.
En: Proposiciones. Año 1, No. 1. La Habana: 1994.
COLOMER, Teresa. (1999). Introducción a la literatura Infantil y
Juvenil. Madrid: Editorial Síntesis.
DIAZ, Fanuel. (2007). “El héroe, el viaje y la sombra”. Conferencia
dictada en el primer Seminario Internacional de Formación de Mediadores.
Quito: Campaña Nacional de Lectura.
HÜRLIMANN, Bettina. (1982). Tres siglos de literatura infantil
europea. Barcelona: Juventud.
NOBILE, Angelo. (1992). Literatura Infantil y Juvenil. Madrid:
Ediciones Morata.
ROSELL, Joel Franz. “¿Qué es Literatura Infantil? Un poco de leña al
fuego”. En: Cuatrogatos (revista electrónica). No. 4.. Miami. Octubre-
diciembre 2000.
http://www.geocities.com/cuatrogatos4/franz.html
ROBLEDO, Beatriz Helena. “La literatura infantil o la cultura de la
niñez”. En: Barataria. Revista de Literatura Infantil. Año 1, No. 2. Bogotá.
Grupo Editorial Norma: 2004.
SORIANO, Marc (1995). La literatura para niños y jóvenes. Guía de
exploración de sus grandes temas. Traducción y notas de Graciela Montes.
Buenos Aires: Ediciones Colihue.
Nota sobre el autor:
Fanuel Hanán Díaz es autor de libros para niños en el área de no
ficción, investigador, editor y crítico en Literatura Infantil. En su trayectoria
profesional ha tenido el reconocimiento de diversos premios y ha sido jurado
de concursos internacionales de narrativa infantil. Actualmente es editor de
la revistaBarataria de Literatura Infantil. Su libro Leer y mirar el libro
álbum: ¿un género en construcción? (Norma, 2007) ofrece una mirada al
mundo de las ilustraciones en los libros para niños.

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