Mujer y Ruralidad
Mujer y Ruralidad
Mujer y Ruralidad
En la historia escrita de la humanidad, las mujeres han sido las grandes olvidadas, sin embargo, su papel en la
historia de todas las civilizaciones ha sido fundamental.
Aparecen escasamente en la Historia, en la Literatura, en el Arte, en la Ciencia... Por un lado, porque han tenido muchos obstáculos para
poder desarrollar sus intereses y capacidades, y por otro lado, porque las que han conseguido hacerlo no se les ha reconocido y ni siquiera
han sido nombradas en los libros o en las enciclopedias.
Esto ha hecho que desconozcamos a muchas que utilizaron su imaginación, su voluntad, sus fuerzas y a veces su vida para contribuir en la
construcción de una sociedad más justa para mujeres y hombres. Muchas mujeres sobre todo las que osaron a salirse de la norma tuvieron
que luchar contra la incomprensión de la sociedad de su tiempo, o contra el fascismo o el racismo, o simplemente contra una absurda
discriminación basada en el sexo, la clase social o la identidad étnica. Algunas como Marie Curie con sus dos premios Nobel han pasado a
la posteridad pero muchas otras han caído en el olvido convirtiéndose en las grandes olvidadas de nuestra historia.
Desde la PREHISTORIA, las mujeres, como los varones, han asumido un papel cultural particular. En sociedades de caza y recolección,
las mujeres eran las que recogían los productos vegetales, mientras que los varones suministraban la carne mediante la caza, lo que hace que
la mayor parte de los antropólogos creen que fueron las mujeres quienes condujeron las sociedades antiguas hacia el Neolítico y se
convirtieron en las primeras agricultoras.
Nuestras primeras antepasadas aprendieron a preparar barro y hornear cerámica; trabajaron los esmaltes y mezclaron cosméticos origen de
la ciencia química. Al encargarse de la agricultura y la recolección, también descubrieron las propiedades medicinales de las plantas y
aprendieron a secar, almacenar y mezclar las sustancias vegetales.
En el antiguo Egipto las mujeres tuvieron gran libertad de movimientos. Podían ejercer multitud de oficios, andar libremente por las calles,
comprar y vender, recibir herencias y tener acceso a la educación, aunque las campesinas desarrollaban un trabajo extremadamente duro. En
Mesopotamia las mujeres no estaban sometidas a los hombres, sino que gozaban de un cierto estatus de igualdad. En el famoso Código de
leyes de Hammurabi las mujeres disfrutaban de importantes derechos, como poder comprar y vender, tener representación jurídica o
testificar libremente. Muchas mujeres actuaron como escribas en el palacio del rey y las reinas eran respetadas como tales llegando incluso
a ejercer la regencia de sus hijos menores de edad, formaban los documentos y vivían en un palacio con esclavos y siervos. Podían
asimismo ejercer diversos empleos y participar en la vida pública de las ciudades.
La posición de la mujer en la antigua Grecia no fue muy positiva. Para el filósofo Aristóteles, que ejerció gran influencia en la Europa
medieval, la mujer no era más que un hombre incompleto y débil, un defecto de la naturaleza. La mujer fue considerada como un ser sin
terminar al que había que cuidar, proteger y guiar, lo que implicaba su sometimiento total al varón y su alejamiento de la vida pública, en la
que no podía participar. Las muchachas se casaban a los 14 años con hombres mucho mayores que ellas. Era el padre quien le encontraba
marido y discutía la dote. Ella pasaba a ser propiedad del marido como antes lo había sido de su padre y en caso de enviudar de su hijo. La
educación de las mujeres estaba orientada a su función como esposa. Las niñas aprendían a hilar y tejer, música y a tocar la lira. Su
educación terminaba con el matrimonio. Una vez casada, el marido recluía a su esposa en una parte de la casa apartada del exterior o la vida
social que él llevaba. Allí vivía con sus hijos y sirvientas tejiendo sus propios vestidos y preparando los alimentos para el esposo. Nunca
salía de la casa, pues al mercado iban las esclavas. Las ciudadanas de Atenas se dedicaban exclusivamente a la casa y al cuidado de los
hijos. Por su parte, las mujeres más libres eran las prostitutas, que no estaban sometidas al régimen riguroso de las demás mujeres. La
división de la sociedad griega era muy clara: el mundo de la política y la libertad estaba reservado a los hombres y el de la casa a las
mujeres. En algunas ciudades como Esparta, dado su carácter guerrero y la ausencia prolongada de los hombres, las mujeres gozaron de
mayor libertad: estudiaban música, hacían gimnasia, competían como atletas e incluso algunos casos de adulterio les estaban permitidos. El
mundo intelectual estaba casi vedado a la población femenina, pero aun así algunas mujeres destacaron en poesía.
Cuando la niña tenía alrededor de los 13-15 años, los padres concertaban un matrimonio, eligiendo al pretendiente más adecuado. La chica
iba con una dote, destinada a protegerla en caso de que el matrimonio fracasara por cualquier motivo, y el novio debía a su vez comprar
hacer regalos a la familia. Tras la boda, tocaba estar encerrada en la zona de la casa para mujeres o gineceo y criar hijos, y por supuesto
llevar la casa. Cuanta más alta la clase social de los esposos, más rígido era este régimen.
Las mujeres romanas disfrutaban de mayor libertad que las griegas, pero la participación política y ciudadana les seguía estando vetada. Su
condición social seguía siendo la de un ser inferior al que había que tutelar, dirigir y utilizar. No tenían nombre propio, pues adoptaban el
del padre en femenino, y las niñas no deseadas eran abandonadas al nacer y condenadas a la esclavitud si conseguían sobrevivir. Hasta los
12 años, cuando contraían matrimonio, asistían a la escuela pública las hijas del pueblo, mientras que las de la clase patricia tenían sus
preceptores en casa. La enseñanza que se les facilitaba estaba encaminada a hacer de ellas buenas esposas: aprendían canto, matemáticas,
recitado de poemas y costura. En el campo trabajaban igual que los hombres en las labores agrícolas y en la ciudad podían ser incluso
comerciantes y llevar sus propios negocios, aunque bajo la tutela de los hombres. Mientras que a las griegas les estaba prohibida la vida
social, las romanas andaban libres por las calles, aunque acompañadas, acudían a los banquetes junto con los hombres, iban al mercado,
participaban en juegos y asistían a los espectáculos, pero debían llevar siempre la cabeza cubierta como señal de recato. En una sociedad de
economía esclavista como la romana las esclavas no tenían valor alguno. Podían ser compradas, vendidas, maltratadas o dedicadas a la
prostitución.
Una vez casadas, podían incluso salir a la calle sin necesidad de ser acompañadas por un hombre, acudir acompañadas al teatro o algún
banquete y ocasionalmente visitar a las amigas. En el plano sentimental, los romanos compartían la distinción griega entre el afecto por la
esposa por una parte y las bajas pasiones por otro. El matrimonio tenía como objetivo perpetuar el linaje, y en las clases altas, forjar alianzas
políticas y sociales. En ese aspecto, el amar a la esposa era algo que estaba fuera de lugar, pocos se lo tomaban en serio. Las mujeres, para
merecer el título de “madres de familia”, debían estar en condiciones de dar a su marido hijos legítimos. El matrimonio era tan importante
en la sociedad romana que Augusto impuso sanciones para aquellos que no lo realizasen. La media de vida era de unos 30 años, así que el
matrimonio se celebraba a partir de los 12 en las chicas. La anticoncepción y el aborto eran frecuentemente utilizados por las mujeres.
Como en Grecia, las romanas estaban excluidas de la vida política: no podían votar ni acceder a las magistraturas. En varias ocasiones las
mujeres tomaron las calles de Roma para defender sus derechos manifestándose violentamente contra algunas leyes que limitaban el uso de
determinados vestidos o la posesión de oro y joyas.
La mujer en el PERIODO MEDIEVAL mayoritariamente era campesina y trabajaba en el campo. Su papel económico era muy
importante: realizaban las tareas agrícolas como los hombres y tenían que trabajar para mantenerse ellas y a sus hijos. A la mujer le
correspondían las labores del hogar, el cuidado de los hijos, de los enfermos, la asistencia a los partos.
Protagonizaban las labores agrícolas de siembra y recolección, el cuidado de los rebaños, y todo ello con salarios muy inferiores a los de los
hombres. Las mujeres jóvenes podían encontrar trabajo como criadas y sirvientas de damas nobles por un mísero salario o, como ocurría la
mayoría de las veces, a cambio de la comida y el alojamiento, lo que para los agobiados hogares campesinos que tenían que mantener
muchas bocas era una liberación. Entre las sirvientas existía una gran diversificación de labores: las que atendían personalmente a los
señores, las encargadas de la cocina y las que trabajaban en los talleres. Algunas podían aprender un oficio en los talleres de hilado y tejido
de las haciendas y castillos. De todas formas la importancia de las mujeres campesinas, junto con la de sus maridos, era fundamental para el
mantenimiento de la economía agrícola.
La boda la pactan los padres de la muchacha, que fijan la dote y reciben una cantidad estipulada por parte del novio en concepto de la
“compra” del poder paterno. Si no se casa con la novia pactada, se paga una multa estratosférica a la familia afectada. Si se finge un
secuestro, la muchacha pasa a ser oficialmente adúltera.
El aumento demográfico en la Baja Edad Media propició la aparición de núcleos urbanos en torno a lugares fortificados. En estos núcleos
creció una nueva clase social, la de los burgueses, que basaba su economía en el comercio y la industria. Hombres y mujeres acudían a las
ciudades, donde se realizaba un trabajo especializado y donde era cada vez más necesaria la mano de obra barata. La proliferación de
numerosos oficios dio entrada a las mujeres en el mundo laboral, pero siempre en precario, pues el trabajo estaba controlado por los
hombres y el salario de las mujeres se mantenía en inferioridad con respecto al de los hombres. Aunque las mujeres trabajaban en casi todos
los gremios, era en la industria textil y elaboración de vestidos donde lo hacían mayoritariamente. También copaban los trabajos
relacionados con la alimentación, como la elaboración del pan o la cerveza. Asimismo dirigían pequeños negocios y tiendas de comestibles
vendiendo frutas, pescados, carnes.
Si bien la mujer se encontraba en una situación jurídica muy adversa, ya que estaba subordinada al hombre, su papel, en este tiempo, es más
activo que en periodos posteriores. De hecho, en algunos países la mujer podía tener tierras, contratar trabajadores, demandar y ser
demandada, hacer testamento y le correspondía otra tarea de gran responsabilidad: la representación del marido ausente. Los conventos
cumplieron una función de gran utilidad durante la edad media ya que eran refugio de las hijas que no contraían matrimonio, único camino
para otras de acceder a la cultura y solución para las mujeres que no encontraban salida a una mala situación económica.
A pesar de todo, la discriminación femenina era notoria: se les fueron cerrando las puertas de acceso a los gremios y sólo en el caso de ser
viudas de un maestro o tener un hijo mayor que se hiciera cargo del negocio se les permitía continuar con él. A finales del siglo XV y dada
la creciente crisis económica, las mujeres fueron expulsadas de los gremios y se hizo todo lo posible para impedir que siguieran trabajando.
La EDAD MODERNA supone un periodo de profundas transformaciones que van a constituir las bases del mundo contemporáneo: el
descubrimiento de América, con el encuentro de diferentes culturas, el aumento del poder del estado, la pérdida de poder de la Iglesia y la
aparición de nuevos valores basados en el hombre -el humanismo- y en la ciencia experimental, fueron cambios que afectaron,
negativamente, la vida de las mujeres. El Renacimiento supuso un “renacer” pero sólo para los varones, que ven mejoradas en esa época sus
posibilidades educativas y laborales. Para las mujeres fue todo lo contrario: no pudieron acceder a la educación humanista y los nuevos
estados, centralistas y uniformadores, dictaron leyes que restringieron aún más sus posibilidades.
También la fundación de las universidades se estudia siempre como un factor positivo de desarrollo pero nunca se ha tenido en cuenta su
repercusión negativa para las mujeres. La universidad excluye a las mujeres y el saber pasa a ser patrimonio del varón. La burguesía
ciudadana terminó apartando a las mujeres de la herencia, que pasó a transmitirse únicamente por vía masculina y primogénita. Asimismo
se excluyó a las mujeres de las profesiones que venían realizando y se las recluyó cada vez más al ámbito familiar.
En el mundo rural la mano de obra en el campo seguía basada en el trabajo de las mujeres- las labores agrícolas y las manufacturas caseras-.
A partir de los siglos XVII y XVIII se ampliaron los trabajos de encajes y bordados, industria que quedó en manos femeninas por la
posibilidad de realizarlas en el hogar. Las condiciones de vida de las mujeres campesinas no variaron desde la Edad Media: todo el peso del
trabajo en la casa recaía sobre ellas desde la mañana hasta la noche y debían participar, además, en las tareas agrícolas y trabajar como
temporeras en épocas de vendimia, aunque su salario era siempre inferior al del hombre. Los métodos anticonceptivos apenas se usaban y
las mujeres tenían un hijo cada dos años, aunque la mortandad infantil era muy alta. Por ejemplo en París, un tercio de los niños de la época
eran abandonados al nacer.
Las mujeres participaban en escaso número en la actividad productiva de las ciudades y las que trabajaban, en su mayoría, lo hacían como
sirvientas. Con frecuencia eran objeto de explotación económica y sexual por parte de sus patronos.
En 1792 Mary Wollstonecraft escribió Vindicación de los derechos de la mujer. En ella se hacía una defensa de los derechos de las mujeres
contra su anulación social y jurídica. Esta obra es tenida como el comienzo del movimiento feminista contemporáneo, pues en ella se
defiende el derecho al trabajo igualitario, a la educación de las mujeres y a su participación en la vida pública.
El SIGLO XIX se caracteriza por la existencia de profundas transformaciones, en los ámbitos ideológico, económico y social, que inciden
de manera esencial en las mujeres.
La aparición en Inglaterra del proceso de industrialización lanzó a las mujeres a las fábricas, sobre todo textiles, que junto con el servicio
doméstico eran las ocupaciones mayoritarias de las más pobres. Se explotaba a los trabajadores con jornadas agotadoras de 16 horas, trabajo
infantil, despido libre, falta de asistencia sanitaria, hacinamiento o ausencia de seguridad laboral. En el sector de la confección las mujeres
se esforzaban hasta el anochecer dirigidas por oficialas y patronas que regentaban los talleres.
Las mujeres de clase alta utilizaban a numerosas criadas como signo de distinción y éstas trabajaban con total dependencia de los señores
prácticamente las 24 horas por salarios de miseria. Como consecuencia de los agotadores y mal retribuidos salarios aumento la prostitución
en las grandes ciudades ejercida por jóvenes que trataban de sobrevivir. En Inglaterra, a mediados del siglo XIX, el 40% de las mujeres que
trabajan lo hacen en el servicio doméstico. En las jóvenes de clase media se hizo frecuente emplearse como institutrices y damas de
compañía y es a mitad de este siglo cuando nació el oficio de enfermera.
En Finlandia, en 1878, la ley reconoció a las mujeres rurales el derecho a la mitad de la propiedad y de la herencia en el matrimonio y en
1889, las mujeres casadas pusieron disponer libremente de sus salarios. O leyes aún más tempranas en Noruega en los años 40 y 50
permitieron la igualdad hereditaria (1845). En cambio el Código Napoleón (1803) de Francia y en el Código Civil español de 1889
disponían que la mujer casada carecía de autonomía personal y tanto sus bienes como sus ingresos eran administrados por el marido. Solo
en el siglo XX se conseguirá en Francia y España romper la legislación discriminatoria.
Los movimientos feministas del siglo XIX se concentraron en conseguir el sufragio para las mujeres. El camino hacia el voto no fue fácil y
estuvo lleno de escollos. En 1848 se reunió en Nueva York la primera convención sobre los derechos de la mujer, pero no fue hasta 1920
cuando se consiguió el derecho al voto en Estados Unidos. La lucha en Europa fue dirigida por las mujeres inglesas, que crearon una
organización propia dentro del partido socialista. En ocasiones la lucha de las mujeres no estuvo exenta de enfrentamientos violentos con la
Policía y la obtención del voto femenino fue posible tras una lucha de un siglo. Las leyes electorales que consagraron el derecho de sufragio
femenino en general en Nueva Zelanda (1893) y en Australia, progresivamente otros países se fueron sumando, Imperio ruso (1906),
Noruega (1913), Dinamarca (1915), Alemania (1918), Estados Unidos (1920), Suecia (1921), Gran Bretaña (1928), España (1931), Francia
e Italia (1945).
Agnodice
Reconocida como una de las primeras ginecólogas, se dice que Agnodice practicó con valentía la medicina en Grecia cuando las mujeres se enfrentaban
a la pena de muerte por hacerlo. Cuando finalmente fue descubierta, fue reivindicada y se le permitió continuar cuando las y los pacientes acudieron en
su defensa.
Pese a los extraordinarios avances en la medicina a lo largo de la historia, más de 800 mujeres mueren todavía por día por causas prevenibles
relacionadas con el embarazo y el parto, el 99 por ciento de ellas en los países en desarrollo.
Criticada por estudiar textos seculares, la célebre escritora y monja Sor Juana Inés de la Cruz de México defendió de manera memorable el derecho de
las mujeres a la educación en 1691 proclamando “bien se puede filosofar y aderezar la cena”. Sor Juana Inés de la Cruz es un ícono nacional que todavía
aparece en la moneda mexicana.
Incluso con los avances sustanciales en la paridad de género alcanzada en todos los niveles de la educación, las disparidades persisten en algunas
regiones en desarrollo. Por ejemplo, por cada 100 niños, sólo 70 niñas cursan estudios terciarios en el África Subsahariana.
Anna Filosofova
Una adelantada para su época, la destacada activista por los derechos de las mujeres y filántropo rusa, Anna Filosofova, sostenía que era mejor educar y
formar a las personas pobres que ayudar con dinero en efectivo. En 1860, fue cofundadora de una sociedad que ofrecía apoyo a las personas pobres, no
sólo en forma de vivienda asequible, sino además trabajo decente para las mujeres.
La pobreza, uno de los mayores desafíos de este tiempo, afecta de manera desproporcionada a las mujeres y las niñas, a su salud, empleo y seguridad.
En la actualidad, 836 millones de personas todavía viven en la pobreza extrema.
Kate Sheppard
La sufragista más célebre de Nueva Zelandia, Kate Sheppard, junto a sus compañeras de campaña, presentó una petición “descabellada” al Parlamento
donde se exigía el sufragio para las mujeres con unas 32.000 firmas. Ésta fue una maniobra decisiva que llevó a Nueva Zelandia a convertirse en el
primer país con gobierno autónomo en conceder a las mujeres el derecho nacional al voto en 1893.