La Desgracia Del Bufón

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La desgracia del bufón: crítica a la poesía de

Yandei Marcel Solviyerte


Por Verdi0381

Reclutamiento en la Plaza de Bolívar, circa


1900, durante la Guerra de los Mil Días Hay poetas que hacen arte en su máxima expresión;
otros, se visten de sabiduría popular, de embeleco o jeringonza, para tratar de decir algo a sus
lectores por medio de juegos verbales, cuando la potencia de su arte resulta inútil. Es el caso
de Yandei Marcel Solviyerte (nombre que parecería un pseudónimo, para despistar incautos
de entrada), un poeta que pretende evocar la historia a través de poemas donde el lenguaje
resulta a veces abstruso, recóndito y misterioso. Es una poesía que intenta abarcarlo todo,
asaz pretenciosa. Quiere, emulando a Borges, adentrarse en una épica que busca sus raíces
fantasmagóricas en las sagas islandesas (las kenningars); también en la Guerra de los Mil
Días y en la prosa preceptista del Siglo de Oro. Es un error intentar hacer crónica con la
poesía (son dos géneros distintos). Es un arte celoso, que desenmascara a los prestidigitadores
de la palabra, que, lo mismo que el oro falso, quieren forzar el brillo natural del verso, cuando
resulta en mera impostura. Para el poeta, el arte debe fluir por su ser como la savia o el río
por su caudal. La primera impresión al escuchar su poesía, es de asombro —desde luego, eso
pretende: producir perplejidad o “descrestar”, como se dice coloquialmente en Colombia—.
Sin embargo, cuando se bucea bajo la superficie de sus textos, hay un vacío conceptual que
brilla por la ausencia de una verdadera experienciación de la poeticidad. Frases acomodadas
para producir un efecto dramático. Tal sucede en uno de sus poemas sobre la Guerra de los
Mil Días: Ibagué, 21 De Septiembre De 1901
Mujer, en la acera de tu casa está tu héroe; no te vayas a afligir, así es la guerra. Saca
pronto una sábana y cúbrele el rostro, los destrozados miembros para que nadie los vea.
Mujer, mantén altiva la frente como él lo quisiera; en la acera de tu casa está tu héroe, ábrele
la puerta; qué importa que el vil enemigo ría, mientras adentro, en tu ser, una oscura ave en
tus pensamientos vuela.
Mujer, no vayas a llorar frente a las godas bayonetas; en la acera de tu casa está tu héroe,
rudo en la contienda. Los guerrilleros del Tolima jamás olvidarán su nombre. Tulio Varón
ha muerto, corre a abrirle la puerta.
17 De Mayo De 1900El primer verso, acude al manido recurso del morbo, que resulta
antipoético, en el mejor sentido del ideario de Nicanor Parra, pero sin su pericia técnica. Su
dramatismo, resulta en comedia ramplona: El cadáver del héroe—el llanto de la mujer—los
pedazos del muerto—la sábana. Todo converge en un espectáculo digno de las peores novelas
de folletín, donde la imagen se precipita como un caballo desbocado por el barranco de lo
menesteroso. La risa del enemigo, mientras la mujer está con la frente altiva; el ave oscura
de los pensamientos. Aquí pretende ser luctuoso, en el peor sentido de Edgar Allan Poe y su
cuervo. No pudo ocurrírsele, algo mejor, un ave metafórica mucho más digna de la madre de
todas las batallas de la poesía: la caída de Ilión. La lechuza, simbolizaba la guerra para los
griegos; la muerte y las desgracias, para los romanos; anunciaba la presencia de lo ominoso
o “el horizonte de las ultimidades”, como lo llamó Heidegger. La guinda del pastel de los
clichés, en la frase: "no te vayas a afligir, así es la guerra". Por supuesto: en las guerras, el
sentimiento que está a la orden del día es la aflicción; no podía ser de otra manera. Hay una
gran distancia entre estos versos fáciles, grandilocuentes (sin la dimensión atroz del artista
que sí sufrió el fragor de la batalla), y los del gran poeta inglés, Wilfred Owen, poeta
paradigmático de la Gran Guerra, cuyos versos trágicos, sirvieron de apoyo a Britten para su
War Réquiem. Todo aquí es afectado: dramatismo soso de la peor laya. Pura pirotecnia
verbal; redoble de tambores de forzada rítmica para una música ausente; juego de metáforas,
tan obscuras y carentes de sustancia, que enturbian la poesía. El poema fútil, vacío, termina
por marchitarse pronto a sí mismo; se derrumba como un burdo castillo de arena, que cae por
obra de su propia deformidad, por mera ausencia de belleza.

La poesía se revela poderosa, cuando el bardo, si es buen taumaturgo-vidente-médium,


consigue desentrañar su mensaje cifrado. No a todos le está concedido entrar al banquete de
los reyes, La Diosa Blanca no se entrega fácilmente, cual ramera de los bosques, al guerrero
que más sangre ofrezca. Así pues, para resumir: un poeta que se oculta tras una máscara
tallada antes, magistralmente, por Blake, Withman, W.B. Yeats, T.S. Elliot, Borges o Elytis,
cae estrepitosamente, en su intento vano de revestirla de novedad, en el ridículo del aplauso
forzado. Es la desgracia del bufón, que consigue sacarle carcajadas solo una vez a la corte.

El poeta antioqueño, Marcel Solviyerte

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