Alimentación de Los Cinco Mil
Alimentación de Los Cinco Mil
Alimentación de Los Cinco Mil
El milagro que vamos a estudiar a continuación tiene la particularidad de ser el único que es repetido en los cuatro evangelios.
Además, ningún otro milagro del Señor Jesucristo fue realizado en presencia de tantos testigos, ni tuvo tantos beneficiarios al
mismo tiempo. Todo esto nos indica que estamos ante un acontecimiento realmente importante.
Por lo tanto, deducimos que uno de los propósitos de este pasaje es resaltar el amor y la gracia del Señor, que aquí se aprecian
con toda claridad sobre el trasfondo de la ingratitud humana.
Las circunstancias
Los incidentes ahora narrados tuvieron lugar "al otro lado del mar de Galilea", es decir, en la ladera oriental. Lucas nos dice que
estaban en "un lugar desierto de la ciudad llamada Betsaida", y que el Señor se había retirado allí con sus discípulos buscando
descanso para ellos después de que regresaran de la misión a la que los habían enviado (Lc 9:10).
La razón por la que en esta época el Señor desarrollaba su ministerio mayormente en Galilea, se debía seguramente a la
oposición que había recibido de los judíos en Jerusalén (Jn 5:16) (Jn 7:1).
2. "Le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos"
A pesar de que Jesús y sus discípulos estaban buscando un lugar apartado donde descansar, aun así las multitudes le buscaron
hasta encontrarlo. El evangelista indica que eran atraídos por los milagros de Jesús. No era porque creyeran en él, sino por su
propio interés y también por la curiosidad que despertaban sus milagros. Aun así, el Señor no dejó de hacerles bien. El evangelista
Mateo dice: "Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos" (Mt
14:14).
La pascua era una conmemoración de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Y no debemos olvidar que en
esos momentos los judíos volvían a encontrarse otra vez en la misma situación, no ya bajo el yugo de los egipcios, sino el de los
romanos, que los habían conquistado y sometido. En este contexto, cuando cada año llegaba la pascua, los pensamientos de los
judíos giraban en torno a la pregunta ¿cuándo seremos libres de la esclavitud de Roma?
Seguramente se menciona la proximidad de la pascua para explicar por qué la multitud que presenció este milagro de Jesús,
rápidamente interpretaron que él era el profeta que había de venir al mundo y se dispusieron a hacerle rey inmediatamente (Jn
6:15).
Desde el monte a donde Jesús había subido con sus discípulos podía ver cómo las multitudes se iban congregando a su alrededor,
lo que indicaba que había llegado el momento de ocuparse de ellos. Sin embargo, aunque sabía desde el principio lo que iba a
hacer a favor de todas aquellas personas, aprovechó la ocasión para enseñar a sus discípulos una lección importante.
El Señor presenta la cuestión desde un punto de vista humano: había una multitud de personas, estaban en un lugar desierto y no
habían llevado nada con ellos para comer. Era el momento de hacer algo, porque el problema se agravaría según empezara a
declinar el día. En esas condiciones preguntó a Felipe: "¿De dónde compraremos pan para que coman estos?".
Quizá el Señor se dirigió a Felipe porque él era de Betsaida (Jn 12:21), una ciudad muy cerca de dónde estaban en ese momento.
En cualquier caso, su contestación reflejó la actitud de todos los apóstoles frente a esta situación. En primer lugar vieron un
problema económico: "Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco". Evidentemente, los
discípulos no disponían de esa cantidad de dinero, que equivalía al salario de un jornalero por doscientos días de trabajo. Por otro
lado, también veían problemas en el lugar y el momento en que estaban. El evangelista Mateo recoge uno de los comentarios
que hicieron los discípulos: "El lugar es desierto, y la hora ya pasada" (Mt 14:15). Y Juan confirma esta misma actitud recordando
la pregunta de Felipe: "¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?".
En cualquier caso, no podemos negar que lo que los discípulos dijeron era totalmente cierto. Estaban en un lugar desierto, no
había comercios cerca que pudieran abastecer a una multitud tan grande, y además estaba empezando a hacerse tarde. Así que,
con toda lógica, los discípulos optaron por desentenderse del problema. Mateo nos dice lo que le dijeron a Jesús: "Despide a la
multitud, para que vayan por las aldeas y compren qué comer" (Mt 14:15).
Los discípulos veían problemas por todos los lados, pero no debemos apresurarnos a criticarles sin pensar antes en cómo
actuamos nosotros mismos en situaciones menos complicadas. En cualquier caso, las dificultades de los discípulos surgían porque
estaban enfocando la situación contando únicamente con sus propios recursos. Es triste que ninguno de ellos ejerció fe.
2. La fe de los discípulos estaba siendo probada
En cierto sentido podríamos pensar que los discípulos estaban pasando por un examen. El Señor ya les había explicado la lección
y ahora tendrían que demostrar si la habían aprendido correctamente. Las experiencias que habían vivido junto al Señor deberían
haber despertado su fe para afrontar los problemas que esta nueva situación les presentaba.
Según Mateo y Lucas, antes de que Jesús les hablara de dar de comer a las multitudes, él mismo había estado curando a todos los
que lo necesitaban, sin que su poder o capacidad se vieran debilitadas en ningún momento (Mt 14:14) (Lc 9:11).
Además, ellos mismos acababan de regresar de una misión en la que pudieron experimentar el poder de Dios en medio de
diferentes adversidades: "Echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban" (Mr 6:13).
Y también habían visto cómo Jesús convertía el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea, ejerciendo su poder creador.
Todas estas manifestaciones de poder tendrían que haberles llevado a confiar en el Señor, pero no lo hicieron. Sólo calcularon lo
que podrían hacer por ellos mismos, pero no ejercieron la fe. Este es el mismo problema que nosotros mismos tenemos con
demasiada frecuencia. ¿No es cierto?
El evangelista nos dice que el Señor sabía lo que había de hacer desde el principio, pero dijo esto "para probarle". De aquí
deducimos algunas cosas.
En primer lugar, vemos que Dios prueba nuestra fe. No sólo si existe, sino también si es de calidad. Por esta razón permitirá que
atravesemos por diversas situaciones. En cada momento Dios está buscando si existe en nosotros una fe genuina, capaz de
sostenerse frente a las variadas circunstancias de la vida.
En segundo lugar, el propósito de Dios al probar nuestra fe es el de ayudarnos a crecer, a madurar y a desarrollarnos
espiritualmente.
Y en tercer lugar, quería enseñarles que Dios siempre tiene preparada una salida para cada prueba por la que atravesamos. El
pasaje nos dice que Jesús "sabía lo que había de hacer. Nada puede sorprender al Señor. Él tiene siempre un plan y una solución.
El problema es que nosotros muchas veces no lo vemos porque enfocamos nuestra atención en el problema y dejamos de mirar
al Señor y sus recursos.
Como ya hemos dicho, los discípulos sólo lograban hacer cálculos contando con sus propias posibilidades, olvidándose de que el
poder de Jesús siempre sobrepasa todo cálculo humano. Así pues, ellos siguieron buscando para ver qué tenían, y finalmente,
todo lo que pudieron encontrar fueron "cinco panes de cebada y dos pececillos" que tenía un muchacho. Esto era una cantidad
ridícula, y como ellos mismos indicaron, "¿Qué es esto para tantos?".
Sin embargo, aunque seguramente no eran muy conscientes de ello, hicieron dos cosas que siempre facilitan que el Señor
empiece a obrar:
Por un lado, admitieron que ellos no tenían una solución para el problema, así que dejaron la puerta abierta para que el Señor
obrara.
Y por otro lado, pusieron en las manos del Señor lo poco que tenían.
En ese momento Jesús comenzó a obrar, y lo hizo dando una orden a los discípulos que también incluía a la multitud: "Entonces
Jesús dijo: Haced recostar la gente".
La obediencia de los discípulos fue fruto de su fe, y fue precisamente esto lo que permitió que el Señor obrara el milagro. Si ellos
no hubieran obedecido, tampoco habrían visto el milagro. No lo olvidemos: Cuando la fe y la obediencia trabajan juntas, nos
permitirán ver grandes cosas del Señor.
3. El milagro
Con una extraordinaria sencillez, el Señor realizó el milagro de multiplicar los panes y los peces. Y al igual que la viuda de Sarepta
de Sidón, que vio cómo la poca harina y aceite que le quedaban se multiplicaban día tras días sin que llegaran a faltar nunca (1 R
17:8-16), del mismo modo, los discípulos comprobaron que los panes y peces no dejaron de multiplicarse hasta que todos se
saciaron. Un hermoso ejemplo de la plenitud del Señor y de su gracia inagotable: "De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre
gracia" (Jn 1:16).
Nos llama también la atención que después de que todos hubieron comido, aun sobraron muchos más panes y peces de los que
había en un principio: "Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que
habían comido". La lección fue clara: tenían que aprender que el mejor modo de aumentar los pocos recursos que tenemos, es
ponerlos en las manos del Señor. Pero en todo caso, los recursos infinitos del Señor no son una excusa para desperdiciarlos, así
que el Señor mandó que los panes sobrantes fueran recogidos para que no se perdiera nada.
4. Los medios usados para realizar el milagro
Para cumplir sus propósitos, el Señor usó los escasos recursos de un niño. Este es siempre el patrón que el Señor sigue: usar las
cosas pequeñas y de poca importancia que nosotros tenemos, para hacer grandes maravillas. Recordamos otros ejemplos
similares, como cuando Dios usó la vara de Moisés para convencer al pueblo y al mismo Faraón de la veracidad de su
llamamiento (Ex 7:8-9); o cuando se sirvió de la honda de David para vencer al gigante Goliat (1 S 17:49-50); o cuando puso en las
manos de Sansón una quijada de asno con la que derrotó a mil filisteos
Pero no sólo usó los recursos del niño, también empleó a los discípulos. Una vez que el Señor dio gracias por los panes y los
peces, los puso en las manos de los discípulos para que ellos los llevaran delante de las multitudes. Entonces llegaron a entender
lo que el Señor les quería decir cuando al principio les había dicho: "¡Dadles vosotros de comer!" (Lc 9:13). Así entendieron otra
gran lección que también es útil para todos nosotros: El Señor se digna a tomar de lo nuestro, lo bendice, lo aumenta
milagrosamente, y vuelve a ponerlo en nuestras manos para que podamos llevarlo delante de las multitudes necesitadas. Y esto
es lo mismo que ocurre cuando nosotros predicamos su evangelio. Nuestras palabras pueden ser torpes, pero el Espíritu Santo las
bendice y les da vida para que puedan llevar a la salvación a los oyentes. El poder siempre está en el Señor, no en lo que nosotros
podemos hacer, y por eso nuestra labor siempre debe consistir en recibir con humildad y distribuir con fidelidad. Y aunque él no
nos necesita, muestra su amor y misericordia al querer utilizar lo que somos y tenemos para llevar a cabo su obra.
A los cinco mil hombres que estuvieron allí en aquel día no les quedó ninguna duda de que lo que habían visto era un milagro
auténtico.
En esos momentos de entusiasmo popular, su razonamiento debió de ser el siguiente: Si Jesús ha podido resolver la falta de
comida, ¿cómo no podrá solucionar todos los demás problemas, incluyendo la reconquista de la independencia nacional?
3. Se sintieron decepcionados
Aquellos que querían hacerle rey, al día siguiente le abandonaron por miles (Jn 6:66). Así que todos los efectos del milagro de la
multiplicación desaparecieron de sus mentes en el mismo instante en que Jesús no quiso hacer lo que ellos esperaban.
Reflexión final
El pasaje nos enfrenta también con la cuestión de la importancia que debemos dar a la obra social, que pretende solucionar los
problemas materiales y temporales de los hombres, y la que debemos dar a sus necesidades espirituales. En este sentido cada vez
es más frecuente encontrar iglesias que emplean gran parte de sus recursos en atender las necesidades sociales de las personas.
Y en algunos lugares las iglesias evangélicas parecen ser más conocidas por su labor social que por predicar el evangelio de
Jesucristo ¿Qué nos puede enseñar este pasaje sobre esto?
Hemos visto que el Señor Jesucristo tenía poder y autoridad sobrenaturales para haber acabado en un momento con el hambre,
las enfermedades y las injusticias de este mundo. Sin embargo, aunque demostró que podía hacerlo, el caso es que no lo hizo. Es
verdad que puede parecer injusto que habiendo podido acabar con todas estas cosas que tanto daño hacen al ser humano, el
Señor no lo hiciera. ¿Por qué no lo hizo?
Debemos entender que desde el punto de vista del Señor, estas cosas no son el verdadero problema, sino sólo sus síntomas. Y un
buen médico analiza los síntomas para encontrar y tratar el origen de la enfermedad. De otro modo, si lo único que le preocupa
es acabar con los síntomas, terminará por matar al enfermo.
En este mundo hay muchas situaciones que nos producen dolor, pero debemos entender que son sólo los síntomas externos que
nos indican que tenemos un problema más profundo. Cuando nuestra sociedad se convulsiona en medio de guerras, hambre,
pobreza, crímenes, injusticias... nos está enviando un mensaje muy claro: algo está funcionando mal dentro del hombre.
Según el diagnóstico divino, las terribles situaciones que nos hemos acostumbrado a ver en nuestro mundo, son los síntomas de
algo mucho más grave que se esconde en el corazón del hombre. La Biblia llama a esto "pecado". Es el pecado del hombre, que se
introdujo en la raza humana por medio de Adán y Eva, lo que origina todas estas cosas que perturban constantemente a nuestro
mundo, y para las que únicamente podemos ofrecer débiles soluciones que mejoran algunas situaciones, mientras que otras
empeoran y surgen otras nuevas.
El hombre quiere que Dios elimine todas las consecuencias del pecado, porque éstas le producen dolor, pero al mismo tiempo se
niega a arrepentirse de sus pecados.
Quienes enfocan todas sus energías en la obra social, sólo podrán solucionar problemas temporales, que una y otra vez volverán
a aparecer, creándoles finalmente una sensación de frustración. Es cierto que en la consideración del mundo serán alabados
como buenas personas, y las iglesias no encontrarán tantos obstáculos para realizar obra social como cuando se dedican a
predicar el evangelio. Pero insistimos, en el mejor de los casos, esto sólo aliviará un poco los síntomas, pero dejará al hombre con
su auténtico problema, que finalmente tendrá consecuencias eternas para él.
Habiendo dicho todo esto, nos volvemos a preguntar: ¿Qué importancia o qué lugar debe ocupar la obra social en la vida del
cristiano y de las iglesias? Sin lugar a dudas, la misión primordial de la iglesia es predicar el evangelio y ganar almas para
Cristo (Mr 16:15). Pero sin embargo, también es cierto que no podemos vivir tan centrados en nuestra esperanza celestial que
olvidemos ciertas responsabilidades que como cristianos tenemos para con nuestros semejantes. No olvidemos que si el Señor
hizo este milagro a favor de la gente, fue también porque estaba interesado en sus necesidades materiales.