Fiodor Dostoievsky. Memorias Del Subsuelo
Fiodor Dostoievsky. Memorias Del Subsuelo
Fiodor Dostoievsky. Memorias Del Subsuelo
Fedor Dostoiewski
Memorias del subsuelo
Advertencia de Luarna Ediciones
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NOTA DEL AUTOR
FEDOR DOSTOYEVSKI
IV
«¡Ja, ja, ja! ¡Si es así, llegará usted a descubrir
cierta voluptuosidad en el dolor de muelas!»,
exclamarán ustedes.
Y yo les responderé que sí, que hay cierta vo-
luptuosidad en el dolor de muelas. Yo he sufri-
do ese dolor durante todo un mes, y sé lo que
me digo. En estos casos no nos enfurecemos en
silencio: gemimos. Pero estos gemido carecen
de franqueza: hay en ellos cierta malignidad. Y
ahí está precisamente el quid de la cuestión.
Esos gemidos expresan la voluptuosidad del
que sufre: si el enfermo no experimentara cierto
placer al quejarse, dejaría de hacerlo. Es un ex-
celente ejemplo, señores, y lo voy a desarrollar.
Estos gemidos expresan, en primer lugar, la
conciencia humillante de la inutilidad del su-
frimiento, su legalidad desde el punto de vista
de la naturaleza, sobre la cual usted escupe,
pero que le hace sufrir, mientras ella permanece
impasible. Expresan también que usted com-
prende que el enemigo no existe pero no por
eso deja de existir el dolor y que, teniendo tan-
tos Wagenheim como tiene, es usted esclavo de
sus muelas. Si a alguno de esos Wagenheim le
da por ahí, sus muelas dejarán de atormentarle;
pero si su propósito es otro, su dentadura le
hará sufrir todavía tres meses más. Y si se niega
usted a inclinarse, si protesta, no hallará otro
medio para consolarse que darse de bofetadas o
romperse los puños contra el muro de piedra.
Pues bien, son precisamente estas crueles ofen-
sas, estas burlas que se permite no se sabe
quién, las que suscitan esa sensación de placer,
que llega a veces a la voluptuosidad suprema.
Les ruego, señores, que presten atención a los
lamentos de un hombre cultivado del siglo XIX
que tiene dolor de muelas desde hace dos o tres
días. Entonces gime de modo distinto que el
primer día, no sólo porque le duele, no como
un grosero campesino, sino como una persona
instruida, impregnada de la civilización euro-
pea, como un hombre «desligado del suelo na-
tal y de los principios nacionales», como se dice
hoy. Estos gemidos son malévolos, furiosos y
no cesan de día ni de noche. Sin embargo, la
víctima comprende perfectamente que no le
sirven para nada. Sabe mejor que nadie que
irrita y tortura a quienes le rodean y que se tor-
tura a sí mismo sin provecho alguno. Sabe que
el público y la familia ante la cual se lamenta
escuchan con desagrado sus quejas, en las que
no creen, y comprenden que podría gemir de
otro modo, más sencillamente, sin afectación,
sin esos gorgoritos y esas exageraciones provo-
cadas por la maldad... Y es que justamente en
esa humillación a la que acompaña la clarivi-
dencia radica la voluptuosidad. «¿De modo que
os molesto, que os desgarro el corazón, que
impido dormir a toda la casa? ¡Mejor, no durm-
áis! ¡Así os daréis cuenta de que me duelen las
muelas! ¡Ya no soy para vosotros el héroe que
pretendía ser! ¡Ahora soy un malvado, un
bribón! ¡Mejor! ¡Incluso me siento feliz al ver
que al fin me habéis desenmascarado! ¿Os mor-
tifica oír mis gemidos? ¡Peor para vosotros!
¡Voy a lanzar un gorgorito más afiligranado
todavía!»
¿Continúan ustedes sin comprender, señores?
No me extraña; para poder captar todos los
matices de esta voluptuosidad sensual es preci-
so poseer una profundidad mental extraordina-
ria. ¿Se ríen? ¡Me alegro! Mis bromas, señores,
son evidentemente de muy mal gusto. Además,
son confusas y suenan a falso. La causa de todo
esto es que no siento la propia estimación. Pero
¿acaso el que se conoce puede estimarse aun-
que sólo sea un poco?
VI
VII
VIII
IX
XI
II
III
IV
VII
VIII
IX
FIN