Experiencia Larrosa

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pensar la educación desde la experiencia.

Algunos párrafos de Jorge Larrosa


Y eso desde el convencimiento de que las palabras producen sentido, crean realidad y, a
veces, funcionan como potentes mecanismos de subjetivación. Yo creo en el poder de las
palabras, en la fuerza de las palabras, en que nosotros hacemos cosas con palabras y,
también, en que las palabras hacen cosas con nosotros. Las palabras determinan nuestro
pensamiento porque no pensamos con pensamientos sino con palabras, no pensamos
desde nuestra genialidad, o desde nuestra inteligencia, sino desde nuestras palabras. Y
pensar no es sólo "razonar" o "calcular" o "argumentar", como nos han dicho una y otra
vez, sino que es sobre todo dar sentido a lo que somos y a lo que nos pasa. Y eso, el
sentido o el sinsentido, es algo que tiene que ver con las palabras. Y, por tanto, también
tiene que ver con las palabras el modo como nos colocamos ante nosotros mismos, ante
los otros, y ante el mundo en el que vivimos. Y el modo como actuamos en relación a todo
eso. Todo el mundo sabe que Aristóteles definió al hombre como zôon lógon échon. Pero
la traducción de esa expresión no es tanto "animal dotado de razón" o "animal racional"
como "viviente dotado de palabra". Si hay una traducción que realmente traiciona en el
peor sentido de la palabra, esa es justamente la traducción de logos por ratio. Y la
transformación de zôon, viviente, en animal. El hombre es un viviente de palabra. Y eso no
significa que el hombre tenga la palabra, o el lenguaje, como una cosa, o como una
facultad, o como una herramienta, sino que el hombre es palabra, que el hombre es en
tanto que palabra, que todo lo humano tiene que ver con la palabra, se da en la palabra,
está tejido de palabras, que el modo de vivir propio de ese viviente que es el hombre se da
en la palabra y como palabra. Por eso actividades como atender a las palabras, criticar las
palabras, elegir las palabras,
cuidar las palabras, inventar palabras, jugar con las palabras, imponer palabras, prohibir
palabras, transformar palabras, etc. no son actividades hueras o vacías, no son meras
palabrarerías. Cuando hacemos cosas con las palabras, de lo que se trata es de cómo
damos sentido a lo que somos y a lo que nos pasa, de cómo ponemos juntas las palabras
y las cosas, de cómo nombramos lo que vemos o lo que sentimos, y de cómo vemos o
sentimos lo que nombramos.
Nombrar lo que hacemos, en educación o en cualquier otro lugar, como técnica aplicada,
como praxis reflexiva o como experiencia no es sólo una cuestión terminológica. Las
palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que
percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por
las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas
palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega
algo más que simplemente palabras, algo más que sólo palabras.
La destrucción de la experiencia. Comenzaré con la palabra "experiencia". Podríamos
decir, para empezar, que la experiencia es "lo que nos pasa". En portugués se diría que la
experiencia es "aquilo que nos acontece", en francés la experiencia sería "ce que nous
arrive", en italiano "quello che nos succede" o "quello che nos accade", en inglés "that what
is happenig to us".
La experiencia es lo que nos pasa, o lo que nos acontece, o lo que nos llega. No lo que
pasa, o lo que acontece, o lo que llega, sino lo que nos pasa, o nos acontece, o nos llega.
Cada día pasan muchas cosas pero, al mismo tiempo, casi nada nos pasa. Se diría que
todo lo que pasa está organizado para que nada nos pase. Ya Walter Benjamin, en un
texto célebre, certificaba la pobreza de experiencias que caracteriza a nuestro mundo.
Nunca han pasado tantas cosas, pero la experiencia es cada vez más rara.
En primer lugar por exceso de información. La información no es experiencia. Es más, la
información no deja lugar para la experiencia, es casi lo contrario de la experiencia, casi
una antiexperiencia. Por eso el énfasis contemporáneo en la información, en estar
informados, y toda la retórica destinada a constituirnos como sujetos informantes e
informados, no hace otra cosa que cancelar nuestras posibilidades de experiencia. El
sujeto de la información sabe muchas cosas, se pasa el tiempo buscando información, lo
que más le preocupa es no tener bastante información, cada vez sabe más, cada vez está
mejor informado, pero en esa obsesión por la información y por el saber (pero por el saber
no en el sentido de "sabiduría" sino en el sentido de "estar informado") lo que consigue es
que nada le pase. Lo primero que me gustaría decir sobre la experiencia es que hay que
separarla de la información……
En segundo lugar, la experiencia es cada vez más rara por exceso de opinión. El sujeto
moderno es un sujeto informado que además opina. Es alguien que tiene una opinión
presuntamente personal y presuntamente propia y a veces presuntamente crítica sobre
todo lo que pasa, sobre todo aquello de lo que tiene información. Para nosotros, la opinión,
como la información, se ha convertido en un imperativo. Nosotros, en nuestra arrogancia,
nos pasamos la vida opinando sobre cualquier cosa sobre la que nos sentimos informados.
Y si alguien no tiene opinión, si no tiene una posición propia sobre lo que pasa, si no tiene
un juicio preparado sobre cualquier cosa que se le presente, se siente en falso, como si le
faltara algo esencial. Y piensa que tiene que hacerse una opinión. Después de la
información, viene la opinión. Pero la obsesión por la opinión también cancela nuestras
posibilidades de experiencia, también hace que nada nos pase….
En tercer lugar, la experiencia es cada vez más rara por falta de tiempo. Todo lo que pasa,
pasa demasiado deprisa, cada vez más deprisa. Y con ello se reduce a un estímulo fugaz
e instantáneo que es sustituido inmediatamente por otro estímulo o por otra excitación
igualmente fugaz y efímera. El acontecimiento se nos da en la forma del shock, del
choque, del estímulo, de la sensación pura, en la forma de la vivencia instantánea, puntual
y desconectada. La velocidad en que se nos dan los acontecimientos y la obsesión por la
novedad, por lo nuevo, que caracteriza el mundo moderno, impide su conexión
significativa. Impide también la memoria puesto que cada acontecimiento es
inmediatamente sustituído por otro acontecimiento que igualmente nos excita por un
momento, pero sin dejar ninguna huella. El sujeto moderno no sólo está informado y opina,
sino que es también un consumidor voraz e insaciable de noticias, de novedades, un
curioso impenitente, eternamente insatisfecho. Quiere estar permanentemente excitado y
se ha hecho ya incapaz de silencio. Y la agitación que le caracteriza también consigue que
nada le pase. Al sujeto del estímulo, de la vivencia puntual, todo le atraviesa, todo le excita,
todo le agita, todo le choca, pero nada le pasa. Por eso la velocidad y lo que acarrea, la
falta de silencio y de memoria, es también enemiga mortal de la experiencia…..
En cuarto lugar, la experiencia es cada vez más rara por exceso de trabajo. Este punto me
parece importante porque a veces se confunde experiencia con trabajo. Existe un cliché
según el cual en los libros y en los centros de enseñanza se aprende la teoría, el saber que
viene de los libros y de las palabras, y en el trabajo se adquiere la experiencia, el saber
que viene del hacer, o de la práctica como se dice ahora…..
La experiencia, la posibilidad de que algo nos pase, o nos acontezca, o nos llegue,
requiere un gesto de interrupción, un gesto que es casi imposible en los tiempos que
corren: requiere pararse a pensar, pararse a mirar, pararse a escuchar, pensar más
despacio, mirar más despacio y escuchar más despacio, pararse a sentir, sentir más
despacio, demorarse en los detalles, suspender la opinión, suspender el juicio, suspender
la voluntad, suspender el automatismo de la acción, cultivar la atención y la delicadeza,
abrir los ojos y los oídos, charlar sobre lo que nos pasa, aprender la lentitud, escuchar a los
demás, cultivar el arte del encuentro, callar mucho, tener paciencia, darse tiempo y
espacio….
En cualquier caso, sea como territorio de paso, como lugar de llegada o como espacio del
acontecer, el sujeto de la experiencia se define no tanto por su actividad como por su
pasividad, por su receptividad, por su disponibilidad, por su apertura. Pero se trata de una
pasividad anterior a la oposición entre lo activo y lo pasivo, de una pasividad hecha de
pasión, de padecimiento, de paciencia, de atención, como una receptividad primera, como
una disponibilidad fundamental, como una apertura esencial.
El sujeto de experiencia es un sujeto ex-puesto. Desde el punto de vista de la experiencia,
lo importante no es ni la posición (nuestra manera de ponernos), ni la o- posición (nuestra
manera de oponernos), ni la im-posición (nuestra manera de imponernos), ni la
pro-posición (nuestra manera de proponernos), sino la ex- posición, nuestra manera de
ex-ponernos, con todo lo que eso tiene de vulnerabilidad y de riesgo. Por eso es incapaz
de experiencia el que se pone, o se opone, o se impone, o se propone, pero no se
ex-pone. Es incapaz de experiencia aquél a quien nada le pasa, a quien nada le acontece,
a quien nada le sucede, a quien nada le llega, a quien nada le afecta, a quien nada le
amenaza, a quien nada le hiere…
El sujeto de la experiencia tiene algo de ese ser fascinante que se expone atravesando un
espacio indeterminado y peligroso, poniéndose en él a prueba y buscando en él su
oportunidad, su ocasión. La palabra experiencia tiene el ex del exterior, del extranjero, del
exilio, de lo extraño, y también el ex de la existencia. La experiencia es el pasaje de la
existencia, el pasaje de un ser que no tiene esencia o razón o fundamento, sino que
simplemente ex-iste de una forma siempre singular, finita, inmanente, contingente…..

Pasaje, pasión. La experiencia es “eso que me pasa”. Vamos ahora con ese pasar. La
experiencia, en primer lugar, es un paso, un pasaje, un recorrido. Si la palabra experiencia
tiene el ex de lo exterior, tiene también ese per que es un radical indoeuropeo para
palabras que tienen que ver con travesía, con pasaje, con camino, con viaje. La
experiencia supone por tanto una salida de sí hacia otra cosa, un paso hacia otra cosa,
hacia ese ex del que hablábamos antes, hacia ese eso de “eso que me pasa”. Pero, al
mismo tiempo, la experiencia supone también que algo pasa desde el acontecimiento
hacia mí, que algo viene hacia mí, que algo me viene o me ad/viene. Ese paso, además,
es una aventura y, por tanto, tiene algo de incertidumbre, supone un riesgo, un peligro. De
hecho el verbo “experienciar” o “experimentar”, lo que sería “hacer una experiencia de
algo” o “padecer una experiencia con algo”, se dice, en latín, ex/periri. Y de ese periri
viene, en castellano, la palabra “peligro”. Ese sería el primer sentido de ese pasar. El que
podríamos llamar el “principio de pasaje”. Pero hay otro sentido más. Si la experiencia es
“eso que me pasa”, el sujeto de la experiencia es como un territorio de paso, como una
superficie de sensibilidad en la que algo pasa y en la que “eso que me pasa”, al pasar por
mí o en mí, deja una huella, una marca, un rastro, una herida. De ahí que el sujeto de la
experiencia no sea, en principio, un sujeto activo, un agente de su propia experiencia, sino
un sujeto paciente, pasional. O, dicho de otra manera, la experiencia no se hace, sino que
se padece. A este segundo sentido del pasar de “eso que me pasa” lo podríamos llamar el
“principio de pasión”. Tenemos, entonces, hasta aquí, varias dimensiones de la
experiencia. - Exterioridad, alteridad y alienación en lo que tiene que ver con el
acontecimiento, con el qué de la experiencia, con el eso de “eso que me pasa”. -
Reflexividad, subjetividad y transformación en lo que tiene que ver con el sujeto de la
experiencia, con el quién de la experiencia, con el me de “eso que me pasa”. - Pasaje y
pasión en lo que tiene que ver con el movimiento mismo de la experiencia, con el pasar de
“eso que me pasa”...
La experiencia se abre a lo real como singular, es decir, como inidentificable, como
irrepresentable, como incomprensible. Y también como incomparable, como irrepetible,
como extraordinario, como único, como insólito, como sorprendente. Es decir, como otro
(de lo que yo puedo identificar, de lo que yo puedo representar, de lo que yo puedo
comprender). La posibilidad de la experiencia supone, por tanto, la suspensión de una
serie de voluntades: la voluntad de identificar, la voluntad de representar, la voluntad de
comprender. La posibilidad de la experiencia supone, en suma, que lo real se mantenga en
su alteridad constitutiva…..
Porque la experiencia tiene que ver, también, con el no-saber, con el límite de lo que ya
sabemos, con el límite de nuestro saber, con la finitud de lo que sabemos. Y con el
no-poder-decir, con el límite de lo que ya sabemos decir, de lo que ya podemos decir, con
el límite de nuestro lenguaje, con la finitud de lo que decimos. Y con el no-poder-pensar,
con el límite de lo que ya sabemos pensar, de la que ya podemos pensar, con el límite de
nuestras ideas, con la finitud de nuestro pensamiento. Y con el no-poder, con el
no-saber-qué-hacer, con nuestra impotencia, con el límite de lo que podemos, con la finitud
de nuestros poderes.

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