Experiencia Larrosa
Experiencia Larrosa
Experiencia Larrosa
Pasaje, pasión. La experiencia es “eso que me pasa”. Vamos ahora con ese pasar. La
experiencia, en primer lugar, es un paso, un pasaje, un recorrido. Si la palabra experiencia
tiene el ex de lo exterior, tiene también ese per que es un radical indoeuropeo para
palabras que tienen que ver con travesía, con pasaje, con camino, con viaje. La
experiencia supone por tanto una salida de sí hacia otra cosa, un paso hacia otra cosa,
hacia ese ex del que hablábamos antes, hacia ese eso de “eso que me pasa”. Pero, al
mismo tiempo, la experiencia supone también que algo pasa desde el acontecimiento
hacia mí, que algo viene hacia mí, que algo me viene o me ad/viene. Ese paso, además,
es una aventura y, por tanto, tiene algo de incertidumbre, supone un riesgo, un peligro. De
hecho el verbo “experienciar” o “experimentar”, lo que sería “hacer una experiencia de
algo” o “padecer una experiencia con algo”, se dice, en latín, ex/periri. Y de ese periri
viene, en castellano, la palabra “peligro”. Ese sería el primer sentido de ese pasar. El que
podríamos llamar el “principio de pasaje”. Pero hay otro sentido más. Si la experiencia es
“eso que me pasa”, el sujeto de la experiencia es como un territorio de paso, como una
superficie de sensibilidad en la que algo pasa y en la que “eso que me pasa”, al pasar por
mí o en mí, deja una huella, una marca, un rastro, una herida. De ahí que el sujeto de la
experiencia no sea, en principio, un sujeto activo, un agente de su propia experiencia, sino
un sujeto paciente, pasional. O, dicho de otra manera, la experiencia no se hace, sino que
se padece. A este segundo sentido del pasar de “eso que me pasa” lo podríamos llamar el
“principio de pasión”. Tenemos, entonces, hasta aquí, varias dimensiones de la
experiencia. - Exterioridad, alteridad y alienación en lo que tiene que ver con el
acontecimiento, con el qué de la experiencia, con el eso de “eso que me pasa”. -
Reflexividad, subjetividad y transformación en lo que tiene que ver con el sujeto de la
experiencia, con el quién de la experiencia, con el me de “eso que me pasa”. - Pasaje y
pasión en lo que tiene que ver con el movimiento mismo de la experiencia, con el pasar de
“eso que me pasa”...
La experiencia se abre a lo real como singular, es decir, como inidentificable, como
irrepresentable, como incomprensible. Y también como incomparable, como irrepetible,
como extraordinario, como único, como insólito, como sorprendente. Es decir, como otro
(de lo que yo puedo identificar, de lo que yo puedo representar, de lo que yo puedo
comprender). La posibilidad de la experiencia supone, por tanto, la suspensión de una
serie de voluntades: la voluntad de identificar, la voluntad de representar, la voluntad de
comprender. La posibilidad de la experiencia supone, en suma, que lo real se mantenga en
su alteridad constitutiva…..
Porque la experiencia tiene que ver, también, con el no-saber, con el límite de lo que ya
sabemos, con el límite de nuestro saber, con la finitud de lo que sabemos. Y con el
no-poder-decir, con el límite de lo que ya sabemos decir, de lo que ya podemos decir, con
el límite de nuestro lenguaje, con la finitud de lo que decimos. Y con el no-poder-pensar,
con el límite de lo que ya sabemos pensar, de la que ya podemos pensar, con el límite de
nuestras ideas, con la finitud de nuestro pensamiento. Y con el no-poder, con el
no-saber-qué-hacer, con nuestra impotencia, con el límite de lo que podemos, con la finitud
de nuestros poderes.