Las Dos Norte Americas - A5662
Las Dos Norte Americas - A5662
Las Dos Norte Americas - A5662
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“Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del
continente.”
José Martí
Hay dos Norte-américas estadounidenses. En una sólo reina el poder del dólar, en la otra
impera la fuerza de la dignidad. La primera sirve nada más al vil reino del billete, y la otra a
toda la especie humana.
La una ha sembrado con destrozados cadáveres de niños las tierras de Asia, África y América Latina; la otra ha
ofrendado las vidas generosas de millares de sus mozos, caídos en España, Guadalcanal, Sicilia o Normandía, para
defender la subsistencia misma del hombre ante el despotismo nazi-fascista y el del militarismo nipón. Ésta (la de
los jóvenes soldados, muchas veces proletarios o campesinos) libera de verdugos el campo de exterminio de
Mauthausen; y aquella (la de los opulentos magnates como los Ford y los Bush) publicita los “Protocolos”
antisemitas, recibe condecoraciones del Führer y apoya económicamente al Tercer Reich.
Una prueba excelente del contraste entre ambas Norte-américas, la hallamos en el teniente William Calley
(exterminador masivo de civiles en Vietnam), y en Hugh Thompson Jr. (su némesis).
El primero se lanzó muy bravío contra civiles indefensos y se dio gusto aniquilando todo lo que se movía en la aldea
campesina de My Lai. El segundo, viendo desde su helicóptero cómo en tierra sus compatriotas asesinaban
ancianos, mujeres y niños, interpeló duramente por radio al genocida: “¡Ésos son seres humanos!” Y ante la clásica
respuesta: “Cumplo órdenes”, hizo aterrizar su aparato entre los desaforados asesinos y un grupo de aterrados
agricultores, a los que protegió ordenando a su equipo: “Si cualquiera de esos bastardos me dispara a mí o a esas
personas, ¡fuego contra ellos!” Y desafiando a un oficial superior quien pretendía seguir con la matanza, rescató a
esos paisanos. Gracias a él se detuvo luego el perverso asesinato masivo.
Entonces pretendieron condecorarlo y utilizar sus acciones como propaganda para encubrir la atrocidad (“su sano
juicio incrementó grandemente las relaciones vietnamita-americanas en el área de operaciones”); pero él rehusó la
medalla y denunció rigurosamente los hechos. En USA recibió críticas, amenazas, e incluso intentos de corte
marcial. Pero nunca renunció a la rebeldía, salvando así el honor de su Patria. Más tarde visitó de nuevo My Lai, en
donde abrazaría emocionado a algunas de las aldeanas salvadas por él, y participaría en la dedicación de una
escuela primaria. Cuando finalmente perdió la batalla contra el cáncer, toda la humanidad lo honró por su bravura al
desafiar las órdenes, junto a sus valientes copilotos. En cambio Calley, el “obediente”, quedó en el oprobio
perpetuo…
Norteamérica necesita menos personas serviles al capital, como ese matarife con galones al hombro, y muchísimas
más de estirpe insurrecta, como Thompson. “Los pueblos que han sido muy criminales, necesitan, para ser felices,
lavar con alta grandeza sus pasados crímenes” (Martí). Quizás toda la grandeza necesaria para enjuagar si quiera
una pequeña parte de tantísima sangre derramada por Washington, se halla en el alma de Ana Montes,
estadounidense-boricua, quien sin haber exigido absolutamente nada de Cuba (ni siquiera gratitud) resiste
estoicamente desde hace 15 años un aislamiento digno de Hannibal Lecter, por ayudar a la Isla a sobrevivir al
poderío del espionaje imperialista.
Hay en el ideario de la Montes enseñanzas que también se remontan mucho más atrás en el tiempo. En su discurso
ante el tribunal, Ana declaró: “El principio de amar al prójimo tanto como se ama a uno mismo, resulta una guía
esencial para las relaciones armoniosas entre todos nuestros países vecinos”. Ella se rebelaba para que ese
pequeño vecino caribeño de USA, Cuba, no sufriera más el Terrorismo de Estado procedente del Pentágono y del
Gobierno yanquis. En esa “Regla de Oro” judeo-cristiana y aún confuciana, que aquí ella enuncia como la base y
fundamento de la política internacional, se nos recuerda a otro compatriota suyo ejecutado por traición, quien
también aplicó ese viejo axioma ético ante las Cortes judiciales: John Brown, un paradigma de “la buena
Norteamérica”.
Tras su fracaso en liberar a los oprimidos del sur esclavista, él rehusó muchas de las imputaciones comentando:
“Nunca intenté el asesinato, o la traición, o la destrucción de propiedad, o excitar e incitar a los esclavos a la
rebelión, o a hacer insurrección.”
“Si yo hubiera interferido a favor del rico, el poderoso, el llamado “grande”, o a favor de alguno de sus amigos (...)
todo hubiera estado bien, y todo hombre en este tribunal hubiera considerado ese acto como digno de recompensa
antes que de castigo
“Veo un libro besado aquí que supongo sea la Biblia, o al menos el Nuevo Testamento. Éste me enseña que todo lo
que quiera que los hombres hagan conmigo, lo haga yo con ellos. Me enseña, además, a “recordar a aquellos que
están en cadenas, como si estuvierais en cadenas junto con ellos.” Yo procuré llevar a cabo esa instrucción.
Soy muy joven todavía para comprender que Dios diferencie entre las personas. Creo que mi acto, tal y como lo he
admitido libremente, fue a favor del pobre y despreciado, y no estuvo mal, sino bien.
Ahora, si fuera necesario que yo consumiera mi vida por el cumplimiento de los fines de la justicia, y que mi sangre
se mezclara con la sangre de mis hijos y de los millones de esclavos en este país esclavista, con la de aquellos
cuyos derechos son despreciados por explotaciones malvadas y crueles, pues bien, me someto: ¡Que así sea!”
Ana Montes y John Brown. Ambos violadores de la ley; ambos condenados por traición; ambos rehusando dañar a
su propio pueblo; ambos prefiriendo la causa del oprimido a la del millonario; ambos citando la Regla de Oro en su
juicio; ambos rebelándose contra el abuso cometido en nombre de su propia Patria y aceptando su destino con
valentía. Los dos, dignos revolucionarios de la segunda Norteamérica, ésa que también es nuestra, pues como diría
el Apóstol: “Juntarse: ésta es la palabra del mundo.” Insurrectos de ese pueblo estadounidense que es bienvenido
desde el Bravo a la Patagonia, en la América una y única de Eugenio María de Hostos y de Maceo, a la cual los
“gringos buenos” aman también.
En cambio, a la otra Norteamérica, la de los Bush y los Calley, la detendremos como la detuvo Sandino. Cuando los
marinos yanquis comenzaron a bombardear aldeas, quemar chozas, profanar cadáveres, saquear y violar,
asesinando a troche y moche, aquél les respondió con bombas caseras y machetes, más las armas quitadas al
enemigo, hasta que seis años después éste debió retirarse humillantemente. Y si el prócer nicaragüense dijo:
¿Qué les pasó a la CIA y compañía? Tantos millones de dólares, tecnologías sofisticadísimas, súper-satélites,
equipos que parecen de Marte… y con todo y eso, la pequeña y subdesarrollada Cuba supo cómo pararle por largo
tiempo los tentáculos al Monstruo, ¡gracias al coraje de una sola mujer! Una de la cual dijo un gran amigo al oír su
biografía: “Su valor me recuerda al de Lolita Lebrón”. Sí, al de aquella espartana cuyas raíces Ana Belén Montes
comparte, y la cual gritara ante la aristocracia opresora y foránea: “¡No vine a matar a nadie, sino a morir por Puerto
Rico!” Ésa que en la cárcel vio fallecer a sus hijos, sin cejar nunca en la perenne lid a favor de la independencia de
las Dos Antillas.
Se critica el que la lucha de Ana fuera silenciosa. ¿Y qué querían? No todo terrorismo (y menos el promulgado por
un Estado que acapara todos los recursos bélicos y de espionaje en el planeta) puede combatirse en todo tiempo y
en todo momento con actos y palabras invariablemente abiertos y al desnudo. Concordarían con ello desde el más
sabio de los estrategas militares antiguos como Sun Tzu[1], hasta el último gran libertador americano que fue
Martí[2].
¿Quería el vecino formidable contra quien luchaba nuestro Apóstol, imponernos una guerra sanguinaria y
sangrienta? Pues no pudo, porque tuvimos acá un gran jefe militar: Fidel Castro Ruz. Sun Tzu dijo cientos de años
antes de Cristo: “Sólo un gobernante brillante o un general sabio que pueda utilizar a los más inteligentes para el
espionaje, puede estar seguro de la victoria.” Tras pisotear Cuba a su gusto, de pronto los yanquis tuvieron ante
ellos a un inesperado Comandante en Jefe de talla latinoamericana, quien supo cómo derrotarlos antes de que nos
atacaran, aún sin sonar las balas, usando la información secreta que recibimos de Ana para ganar de antemano la
batalla.
Quizás el sabio uso de ese contacto en el Pentágono, ese bofetón de Fidel al enemigo (golpe maestro que por
suerte sale más y más a la luz cada día, como homenaje tanto a esa arriesgada agente nuestra como al estratega
cubano), posibilitó la independencia de la República de Cuba por los próximos cincuenta años, como mínimo.
De modo que Ana Montes es un descalabro más del imperialismo yanqui en América, tal como lo fueron otrora la
derrota militar y posterior fusilamiento de William Walker (belicoso filibustero gringo, anexionista y pro-esclavista,
destructor de ciudades), o su catástrofe de Playa Girón. Ella fue incluso más allá de la protección de la soberanía
cubana, y ha sembrado nuevas semillas de adhesión entre Cuba y Puerto Rico, las dos alas de la misma ave. Pues
al arriesgarse por la Perla de las Antillas, la compañera lo hacía también por la independencia de su Borinquén
ancestral ante nuestro único enemigo común.
Ana Belén no fue anti-norteamericana, sino que ella (estadounidense, cubana, puertorriqueña, o mejor
AMERICANA) supo trascender las fronteras de Estados Unidos, buscando paz entre las naciones: el fin del conflicto
entre el abusivo Gigante y la soñada confederación antillana. Sobre la necesidad de la armonía entre los pueblos del
norte y el sur de las Américas, a ella la Historia día a día le da cada vez más y más la razón, con cada nuevo gesto
en el cual se hermanen los hombres o mujeres fraternos, tanto de la enorme República formada por los Founding
Fathers, como también de aquellas patrias más pequeñas, pero con igual derecho a la dignidad, surgidas de la
espada independentista de Bolívar. Con la caída a diario de absurdas barreras entre cubanos y estadounidenses,
también a diario podrá Ana repetir como suyas las palabras de John Brown: “Creo que mi acto, tal y como lo he
admitido libremente, fue a favor del pobre y despreciado, y no estuvo mal, sino bien”.
Ella supo ponerse al lado de los necesitados, de sus hermanos en la Isla-hermana, en aras de evitar las guerras,
¿Un “espía” puede ser “humanista”? ¿Un “espía” puede ser “pacifista”? Sin dudas. Todo depende de si se trabaja
como mercenario oculto y agresivo para los opresores del mundo, o como luchador silencioso y defensivo para los
oprimidos; a favor de la Norteamérica del Ku-Klux-Klan y la Escuela de verdugos en Fort Benning, o la de Martin
Luther King y Lucius Walker. Quien luche a favor de esa segunda USA y por la auto-defensa de todas las Américas
o todos los rincones del orbe, aunque lo haga en el secreto, puede ser amplio de miras, profundo, resistente,
desinteresado, altruista, modesto, intrépido... Como Ana.
Concluyendo: no todos los días nacen personas como esa compañera. Ella puede ayudarnos a todos a pensar con
un espíritu de abnegación y una valentía, que a veces suelen olvidarse, en estos tiempos de consumismo y
ofuscación mental.
Aprovechemos su presencia, que “Escasos, como los montes, son los hombres – y las mujeres - que saben mirar
desde ellos, y sienten con entrañas de nación, o de humanidad” (José Martí).
[1] “Entre los funcionarios del régimen enemigo, se hallan aquéllos con los que se puede establecer contacto (…)
para averiguar la situación de su país y descubrir cualquier plan que se trame contra ti.”
[2] Quien escribía el día antes de su muerte en combate para impedir la expansión de USA en las Antillas y América:
“En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas”.