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Comenzar desde Cero

Book · January 2019

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Tania Merelas-Iglesias

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A conciliación nos tempos cotiáns da infancia en Galicia: problemáticas específicas e alternativas pedagóxico-sociais e prácticas de lecer nas escolas, familias e
comunidades. Ref: EM2014/006 (CONCILIA_D@S). EMERXENTES (2014-PG004). View project

Tesis doctoral: "La educación del ocio en los procesos de recuperación de la violencia de género. Un estudio de caso: la Casa Malva de Gijón" View project

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TANIA MERELAS IGLESIAS

Comenzar
desde cero
Voces de mujeres recuperando
sus vidas
Colección dirigida
por Cristina Justo,
Tania Merelas y
Beatriz López

Tania Merelas Iglesias


Comenzar desde cero

© MMXVIII | edicións embora


© Ilustracións: Lucía C. Pan
Rúa Galiano, 63 - 1º
Teléfono 981 35 53 53
15403 Ferrol (A Coruña)

Cualquier forma de reproducción, distribución,


comunicación pública o transformación de esta
obra sólo puede ser realizada con la autorización
de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos
Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra en la web www.conlicencia.
com o en el teléfono 91 702 19 70.

Impreso en Galicia
ISBN.: 978-84-17824-06-8
Depósito Legal: C 1057-2019
[5]

edicións embora

TANIA MERELAS IGLESIAS

Comenzar
desde cero
Voces de mujeres recuperando
sus vidas
[7]

Son muchas las personas a quienes tengo que agradecer el aliento


para llevar adelante este proyecto. Una nunca piensa ni crea de
forma aislada, sino en colaboración con otras personas y gracias a
experiencias muy diversas.

Empezaré por las protagonistas, las mujeres de la Casa Malva:


Alba, Bea, Carla, Helena, Lorena, Lucía, Luz, Marta, Noemí,
Nuria, Rebeca, Rosa, Sandra, Sonia, Violeta y Virgina. Todos
ellos son nombres ficticios que relatan historias reales y perso-
nales. Gracias infinitas, porque a pesar de estar en un momento
delicado de sus vidas, tuvieron la bondad de participar en la in-
vestigación compartiendo un tiempo de valor inestimable; una
lección de vida de las que nunca se olvidan. A las profesionales
de la Casa Malva, por estar siempre dispuestas a colaborar y
abrir las puertas a este estudio. A las coordinadoras de la Red
Regional de Casas de Acogida y al Instituto Asturiano de la
Mujer, por la buena acogida que le dieron al proyecto desde el
primer momento.

A mis directoras de tesis, Belén Caballo y Ana Sánchez, por hacer


que creyera en mi trabajo. Gracias.

A Lola Ferreiro, por comprometerse con este libro, por tantas


conversaciones inteligentes y estimulantes.

A Beatriz López, compañera de sueños y trabajos, por ejercer de


lectora crítica. Gracias.

A Lucía C. Pan. Gracias por una amistad que llegó hace unos
años para quedarse; por ilustrar este libro y compartir su arte.
[8]

A Juanjo, compañero en este camino y en la vida. Por tantas son-


risas, alientos y complicidades que dan reposo y bienestar. Gra-
cias infinitas.

A Mª Luz, mi madre, y a Fernando, mi padre. A ella gracias por


ser una mujer valiente y decidida, que enseña con el ejemplo el
valor de luchar por los propios sueños; a él, gracias por tantos via-
jes que estimularon el gusto por la exploración y el conocimiento.

A Natalia, Noelia, Eva, Isa, Maite y Raquel, las compañeras


Fiadeiras. Gracias por crear un espacio de cuidado y apoyo, de
aprendizaje y rebeldía, que permite soñar un futuro en lila.
[9]

el ocio como
recurso
Belén Caballo Villar

El libro que tienes en tus manos es el resultado de un largo pro-


ceso de formación y de investigación compartido: entre su auto-
ra y las muchas lecturas realizadas, en las conversaciones con las
directoras de tesis de que nace, en los tiempos vividos con pro-
fesionales que trabajan en casas de acogida, con especialistas en
el ámbito; y también con mujeres, que son protagonistas de sus
historias y que tuvieron la generosidad de compartir.

Es un libro coral, contado y escrito a varias voces, en el que Tania


Merelas encuentra un pulso narrativo que se sitúa entre el ensayo
y el informe de investigación. Desde una sólida estructura teóri-
ca, y con inteligencia analítica, aborda un tema complejo y formu-
la preguntas incómodas que nos alejan de la zona de confort para
adentrarnos en otras miradas de las violencias machistas. Otras
miradas que incorporan, en primera persona, los testimonios de
las mujeres que están reconstruyendo sus vidas en recursos de
acogida; unos relatos que se engarzan con fluidez en las líneas
argumentales de carácter más teórico.

Desde esta perspectiva, contribuye a visibilizar un problema so-


cial –que cuestiona la base misma de la sociedad patriarcal– y a
incrementar la comprensión individual y colectiva sobre esta rea-
lidad. Analiza el origen y la actualidad de estas violencias estruc-
turales, los recursos y las políticas desde las que se afrontan, la
necesaria profesionalización y la asunción de modelos integrales
para la recuperación de las mujeres que han sufrido violencia en
el contexto de pareja, así como el papel del ocio en esta atención
holística.
[10]

De entrada, parece complicado hacer compatibles las realidades


del ocio y aquellas que viven estas mujeres. Da la impresión de
estar muy distantes entre sí, resulta casi ofensivo formular esta
cuestión; pero esta obra demuestra que el ocio es una herramienta
imprescindible en ese modelo de atención integral, interdiscipli-
nar y coordinado que se reivindica. Así lo demuestra el trabajo
que están desarrollando instituciones como la Casa Malva de
Gijón, un recurso de acogida que no se esconde, que visibiliza
esta realidad y procura hacerle frente desde la comunidad, con un
trabajo colaborativo y en red.

El ocio (que es un derecho humano fundamental), como expe-


riencia compleja que conecta con los intereses de la persona, faci-
lita la recuperación de la autoestima, la autonomía, la integración
en el entorno, el conocimiento de personas con otras vivencias
y la reconstrucción de la vida social que a estas mujeres les fue
recortada por su maltratador. En su dimensión más terapéutica y
educativa, se convierte en un recurso valioso para ir curando las
heridas, redescubrirse, empoderarse. Por todo esto, se reconoce
como un elemento necesario en la atención integral, una perspec-
tiva poco desarrollada, pero fundamental para superar el asisten-
cialismo y el proteccionismo que aún caracteriza el trabajo de no
pocos recursos.

Te invitamos a leer un libro que desafía y que sugiere, que acerca


enfoques positivos y fortalecedores, que abre futuros. Una lectu-
ra que no deja indiferente.
[11]

Superando
el dolor
Ana Sánchez Bello

Las violencias machistas son un gran eje que vertebra a las socie-
dades patriarcales en las que, en mayor o menor medida, vivimos.
La humillación, el dolor (físico y/o psicológico), la sumisión, el
autoabandono, la inseguridad personal, es decir... el miedo, son
acciones que, ejercidas sobre las mujeres, consiguen reproducir
un orden jerárquico androcéntrico y patriarcal.

Durante largo tiempo, se consideró que este tipo de violencias


ejercidas sobre las mujeres eran una cuestión de orden privado
(los trapos sucios se lavaban en casa). Tras el gran trabajo del
movimiento feminista, se llegó a hacer difícil no ver que ésta era
una realidad imposible de ocultar; pero al mismo tiempo que
esto sucede en un proceso de victimización de las mujeres que
sigue ahondando en la debilidad como elemento constitutivo de
la feminidad, e impidiendo visibilizar la fortaleza que toda mujer
puede explorar.

Esta obra, por el contrario, quiere (y lo consigue) considerar a


las mujeres como personas fuertes, con capacidad individual y
colectiva para superar una situación de tortura y terror que mar-
cará para siempre sus vidas. Esta realidad debería ser considera-
da como una enorme fortaleza para las mujeres, ya que sitúa al
agresor como perdedor, al no haber conseguido su objetivo: la
esclavitud física y emocional de sus parejas.

Tania logra dar voz a las mujeres, ponernos en su piel pero no


desde la perspectiva de la pena sino desde la de la ilusión en el
futuro. Para ello este libro proviene de un laborioso y estricto pro-
[12]

ceso de investigación, de indagación en los procedimientos de


recuperación de las mujeres víctimas de violencia machista. La
autora ha sabido conjugar con éxito la rigurosidad científica con
el anhelo de provocar un debate colectivo sobre qué tipo de inter-
vención y recursos (materiales y humanos) son los más adecuados
para desarrollar con éxito el empoderamiento de las mujeres víc-
timas del terror machista.

Es de destacar que la autora no se ha encerrado en la torre de


marfil de la ciencia, en donde los trabajos que se realizan parecen
ser sólo para la jerga y el beneplácito de quienes investigan; por el
contrario, el contenido de este libro tiene un claro cariz divulgati-
vo con el fin de concienciar a la sociedad y transformar sus bases
patriarcales. El libro en el que te adentras tiene la fortaleza de un
trabajo excelentemente fundamentado con un objetivo de calado
social, de comprensión e intervención desde el feminismo para la
humanidad en su conjunto.
[13]

Introducción
En el año 2011 me embarqué en una aventura académica que
concluyó con la defensa de la tesis doctoral La educación del ocio
en los procesos de recuperación de la violencia de género. Un estudio de
caso: la Casa Malva de Gijón. Una propuesta que tenía como obje-
tivo fundamental comprender los procesos de recuperación de las
violencias machistas a partir de la experiencia, en primera perso-
na, de mujeres que se encuentran en régimen de larga estancia en
un centro de acogida; poniendo el foco en la presencia, función y
valor del ocio en esta recuperación, en sus vidas y en su bienestar.

El tema de la tesis partió de una experiencia personal y profesio-


nal previa. En el año 2006 tuve ocasión de formar parte, como
monitora, del equipo profesional que llevó adelante el programa
«Estancias de Tiempo Libre para mujeres con hijos exclusiva-
mente a su cargo», impulsado desde el Instituto de la Mujer con
la colaboración de los organismos autonómicos competentes (en
aquella época, el Servicio Gallego de Igualdad). Uno de los obje-
tivos fijados para la iniciativa era romper con la rutina de las casas
de acogida y promover la mejora de las condiciones ambientales y
psicológicas y de sus hijas e hijos. Un pequeño descanso.

La experiencia me permitió compartir tiempos con mujeres de


trayectorias vitales muy diversas y conversar mucho, evidencian-
do los beneficios derivados de unas “vacaciones”; en la mayoría
de los casos, las únicas que habían tenido en la vida. Cuidarse
sienta bien. ¿A quién no?

Con este bagaje, y los estudios de Educación Social y Pedagogía,


llegué al doctorado y me propuse continuar una línea de trabajo
que se enmarca en los Estudios de Ocio, concretamente en un
[14]

enfoque terapéutico del ocio, que contribuye a superar eventos


vitales particularmente traumáticos. Siempre desde una mirada
feminista, no podría ser de otro modo. Por eso situamos el esce-
nario de la investigación en la Casa Malva, un centro referente en
el Estado español por su carácter innovador. Y pensamos en una
hipótesis de investigación que confirmamos después del estudio:
el ocio es un área de intervención socioeducativa que contribuye
positivamente al Plan de Recuperación Personal de las mujeres
que se encuentran en un recurso de acogida.

La investigación se inició en mayo de 2011 con motivo de la ob-


tención de una beca en el marco del Programa de Formación de
Profesorado Universitario (FPU) vinculada al grupo de investi-
gación SEPA-Interea; y, concretamente, el trabajo de campo se
desarrolló en el primer trimestre del año 2014. La metodología
de investigación, de corte cualitativo, se centró en el análisis de
las narrativas expresadas por las diecinueve mujeres entrevistadas
y los tres grupos de discusión con las profesionales de la Casa
Malva. El resultado derivó en un informe de tesis convencional,
y ahora, en este libro. Espero que las voces y los discursos recom-
pilados generen un espacio para el debate y sitúen el autocuidado
y el empoderamiento de las mujeres en el centro de las políticas
públicas de igualdad, particularmente de aquellas centradas en
los procesos de recuperación de las violencias machistas en el
contexto de pareja.

Comenzar desde cero, pero con todo el bagaje de las que pensa-
ron y lucharon antes que nosotras.

La autora
lAS VIOLENCIAS
MACHISTAS en
el CONTEXTO DE
PAREjA
[17]

La violencia contra las mujeres y niñas es un problema social que


persiste a lo largo de la geografía en formas diversas, siendo que el
terror machista se va adaptando a la realidad del contexto en el que
actúa. La finalidad última no es otra que garantizar el sometimien-
to femenino a través de lo que Carol J. Sheffield afirma como un
poder sexualmente expresado, una forma de terrorismo sexual que
refiere un sistema donde todas las mujeres somos atemorizadas con
la posibilidad de sufrir una sanción violenta o ser castigadas sexual-
mente en el caso de romper la jerarquía social-sexual imperante.

Las violencias machistas anclan sus raíces en la desigualdad de


género, expresada en la subordinación social, económica, jurídi-
ca... que atañe a la mitad femenina de la humanidad. La espiral
de sujeción diseñada para las vidas de las mujeres está marca-
da por criterios misóginos con gran capacidad simbólica para
mantener relaciones de opresión, que funcionan bajo una lógica
de identificación con el grupo dominante. Las niñas y mujeres
aprendemos a conocer el mundo, interpretarlo y comportarnos
en él en base a los parámetros construidos desde la óptica de los
opresores, produciéndose una acomodación profunda de los
cuerpos y de las mentalidades al esquema patriarcal. En muchas
ocasiones la fuerza física no es necesaria, pues el poder penetra
en los cuerpos masculinos y femeninos de forma imperceptible y
desigual, pero eficazmente. En todo caso, el problema no se sitúa
exclusivamente en los efectos de un escenario simbólico sexista
sino también en la normalidad con que la sociedad asume la con-
tinuidad de las manifestaciones violentas contra mujeres y niñas.

Los datos que se manejan en la actualidad muestran la magni-


tud del asunto, pero también sabemos que apenas es una parte
[18]

reducida del conjunto. En muchos casos las violencias quedan


recogidas en la privacidad del hogar, tapadas por los prejuicios
de la comunidad, o simplemente no somos capaces de identificar-
las de tan normalizadas y cotidianas que resultan. Por encima de
todo, sabemos que no podemos emplear el singular para referir
todas las formas que adopta la violencia machista, y también que
el contexto de pareja es uno de los escenarios predilectos, pero no
el único. Sin embargo, es necesario considerar el peligro que, en
numerosas ocasiones, supone la unidad familiar y, particularmen-
te, el matrimonio o las relaciones afectivas íntimas en la reproduc-
ción de esquemas de poder.

El Instituto de la Mujer recoge un total de 1.130 mujeres asesi-


nadas por su pareja entre el año 1999 y el 4 de octubre de 2017.
Por desgracia, es posible que el número quede obsoleto antes de
que este libro vea la luz.

1.130...!

Pero esta cifra enorme no contiene, ni de lejos, una realidad tes-


taruda con la clasificación del sufrimiento, además de dejar fuera
de las cuentas a las niñas y niños cuyas vidas fueron aniquiladas
o quebradas ante la pasividad común. Gracias Juana Rivas1 por
alentar con tu valentía un debate importante y urgente desde hace
décadas.

Sobre el patriarcado, las violencias machistas y el


enamoramiento

Violencias machistas = estructura patriarcal

Cuando hablamos de violencia machista parece que todo el mun-


do entendemos lo mismo, pero no es así. No es la violencia do-

1
Juana Rivas luchó por no entregar a sus hijos de 3 y 10 años a su expareja, condenado
por maltrato. Su caso puso el foco sobre la desprotección de los niños en los casos de
violencia machista en la pareja.
[19]

méstica, que nos remite al hogar como fuente de conflictos, lo


cual se explica por ser este un escenario político de desigualdad
y jerarquías: por sexo, por edad, por posición económica, por ca-
pacidades, por orientación sexual, etc. Sin duda, son muchas las
manifestaciones violentas que pueden aparecer en el ámbito do-
méstico y no deben quedar sin atención, pero eso no supone que
podamos tratar como equivalentes realidades que no lo son. Ha-
blar de violencias machistas como violencia doméstica implica su
consideración en relación a cualquier otra forma de violencia que
sucede en el hogar; sin embargo, las violencias machistas resultan
de un sistema que se sostiene en el desigual valor de las personas
en base a su sexo, y establece un conjunto de prácticas para man-
tener el poder del grupo dominante, tanto en el ámbito privado
como en la vida pública. Por eso, para comprender su etiología
conviene utilizar un enfoque integrador y holístico, dejando a un
lado las versiones simplistas, las lacras y, en definitiva, los diversos
mitos que giran alrededor de este problema social.

A esta altura, entender el papel de la dominación masculina de


la que hablaba Pierre Bourdieu, de la existencia de jerarquías de
poder y del carácter patriarcal de las sociedades constituye un
punto de partida ineludible. No obstante, hay otros factores que
debemos considerar para que la explicación no quede incompleta,
en este sentido, Lori L. Heise propone un sistema de análisis por
círculos o niveles que permite identificar elementos relacionados
con las violencias machistas y los distintos escenarios donde se
manifiestan, que van desde el marco social que organiza la vida
en la comunidad a la esfera más personal.

Los círculos de la opresión: macrosistema,


mesosistema, microsistema, historia personal

Círculo 1 Cada sociedad comparte un conjunto de valores y


creencias que le dan un sentido común, son formas de pensar
el mundo que tienen influencia en la organización de la vida so-
cial. En este sentido, es posible identificar factores sociales que
alimentan un sistema desigual y jerárquico como el patriarcado.
Entre otros, cabe considerar ciertas creencias relacionadas con
[20]

la concepción de la masculinidad vinculada a la dominación y a


la fuerza; la rigidez de los roles de género; el derecho masculino
a ejercer la propiedad sobre las mujeres, sobre todo cuando exis-
te lazo matrimonial; la aprobación del castigo físico para las mu-
jeres y la infancia; así como valores que justifican las violencias
machistas. Estos últimos bastante frecuentes en algunos medios
de (des)información cotidianos. Todos estos elementos consti-
tuyen el macrosistema, y contribuyen a perfilar la desigualdad
entre mujeres y hombres en la cotidianeidad de las sociedades
modernas.

Círculo 2 El mesosistema refiere que la vida de las personas


está mediatizada por las estructuras sociales en las que transcu-
rre su vida. Un ejemplo sería la posición socioeconómica. Si bien
es cierto que las violencias machistas emergen en todas las clases
sociales, las evidencias de diferentes estudios apuntan a una ma-
yor prevalencia en contextos desfavorecidos. Esta cuestión puede
explicarse a partir de las posibilidades de acceso a los recursos
disponibles, de manera que habitualmente en las casas de acogida
encontramos mujeres con una situación socioeconómica de es-
pecial dificultad. Lenore Walker nos recuerda que el maltrato no
es una cuestión de clase social, pero el acceso a los recursos y a la
seguridad sí. Una cuestión que no debemos olvidar.

En todo caso, factores como la edad, el nivel educativo o la na-


cionalidad, incorporan discriminaciones que interactúan entre
sí y con el contexto, graduando la desprotección de las mujeres
aunque en ningún caso explican por si mismos las violencias ma-
chistas.

Círculo 3 Por debajo de estas estructuras se sitúan los escenarios


donde tienen lugar las relaciones entre las personas, incluyendo
los significados que estas subjetivamente le atribuyen a sus rela-
ciones. Cuando hablamos de violencia contra las mujeres, la fa-
milia suele ser un contexto proclive a la reproducción de patrones
machistas, particularmente en aquellos casos donde se perpetúa
un modelo de familia tradicional con roles de género profunda-
mente marcados. En este círculo se produce la coexistencia de
[21]

factores que influyen en la pervivencia de las violencias machistas


como es el caso del rol de hombre cabeza de familia, el control
económico de la unidad familiar por parte del varón o la existen-
cia de una relación matrimonial conflictiva.

Hablamos aquí del microsistema, que nos invita a reflexionar so-


bre las distintas formas en que se presentan los machismos en los
escenarios cotidianos, como pueden ser la escuela, la empresa, el
parque infantil, la pareja...

Círculo 4 Finalmente, hay que destacar el peso de la historia


personal, en referencia a las experiencias vitales y a los hechos que
dan forma al desarrollo de los sujetos. De esta forma, se estable-
cen relaciones entre el hecho de haber sido testigo de la violencia
en el contexto familiar o haber sufrido abusos durante la infancia
y el hecho de establecer relaciones de pareja violentas. Sin embar-
go, no es posible establecer una causalidad directa entre ciertas
experiencias y la posterior situación de violencia, pues la realidad
resulta mucho más impredecible.

El machismo aprendido en la familia

La feminidad y la masculinidad son el resultado de un proceso


de biologización de lo social, del establecimiento de un orden
simbólico que marca lo que es necesario en cada caso; siendo
destacado el papel que diversas instituciones desarrollan en el
proceso de socialización diferenciada, particularmente podemos
referir a la Familia, la Iglesia, la Escuela, entre otros. En cada
caso se trata de transmitir las ideas de la representación patriar-
cal, perpetuando modelos acomodados a la lógica androcéntrica,
marcada por un modelo social donde el varón es el principio y fin
de todas las cosas.

De manera habitual, en el contexto familiar la educación que re-


ciben las niñas y los niños suele ser un ensayo de los futuros roles
que asumirán en el hogar y en la vida pública. El modelo escogi-
do para ellos contribuye a su autoafirmación, en la medida que
se incorporan valores como la libertad, la acción y el dominio;
[22]

mientras ellas responden a una propuesta que las modela como


dependientes, frágiles, pasivas y sumisas.

En este sentido, algunas de las mujeres entrevistadas sitúan en


la infancia y en la convivencia con referentes masculinos y feme-
ninos de corte tradicional y machista los aprendizajes que ellas
mismas hicieron sobre lo que era correcto e incorrecto en función
de su sexo; creando una identidad abnegada y vinculada al ámbi-
to doméstico. Como indica Lorena, «la carga familiar queda más
para la madre», evidenciando de esta forma un proceso de socia-
lización que sitúa a las mujeres en el contexto del hogar y de los
cuidados. Desde pequeñas, aprendemos lo que Marcela Lagarde
denomina vivir-para-otros de forma permanente, especialmente
para el marido y las hijas y los hijos.

La vinculación con el entorno familiar y doméstico origina que


la maternidad y los cuidados se conviertan en los ejes fundamen-
tales que vertebran la identidad femenina, siendo así que buena
parte del valor que se les otorga, o se otorgan ellas mismas, deriva
del cumplimiento de estas funciones. Sin embargo, algunas de
las protagonistas de esta investigación, como Noemí, recuerdan
la importancia de desarrollarse más allá de los muros del hogar y
poder potenciar cualidades en otros escenarios vitales, algo que a
la mayoría de las mujeres entrevistadas les fue negado. «Que es-
toy encantada con mi papel de madre y con todo lo que, entre as-
pas, lleva ser mujer. Estoy encantadísima y es lo mejor que hago...
pero me gustaría que se me valorasen otras cosas. Por ejemplo,
que se me diese la oportunidad de estudiar en algún momento
que quise, de salir... o de tener una vida un poco a parte de la
casa».

Violeta aporta un análisis particular a esta situación, pues como


mujer joven y gitana, es quien de nombrar la intersección que se
produce entre el género y otros elementos como la procedencia
étnica. Para ella, su identidad gitana es percibida como un fac-
tor que amplifica sus dificultades para desarrollarse más allá de
los designios tradicionales. «Las mujeres somos nada. Nada.
Nos anulan como personas y sólo nos quieren para lo que nos
[23]

quieren; para la cocina y para la casa, olvídate de más. La mujer


está muy poco valorada, muy, muy poco valorada. Y siempre
tenemos que estar bajo el hombre, siempre sometida a él. No
tienes ni voz ni voto, no tienes decisiones, es siempre lo que di-
gan ellos».

Poco a poco, el rol de madre-esposa va ganando presencia y anu-


lando otras posibilidades de ser, haciendo olvidar los propios
intereses y expectativas vitales. Sus voces fueron silenciadas en
virtud de lo que otras personas establecieron; en muchos casos, el
ejercicio de la decisión personal o el control sobre la propia vida
son elementos ajenos, tal como recuerda Helena, quien afirma
que «nunca escogía, siempre cogí lo que me vino». Otra compa-
ñera, Alba, lanza una pregunta al aire y espera poder encontrar la
respuesta más pronto que tarde, «¿cuándo será la hora de que yo
mande algo?».

Abnegación aprendida

En las edades más tempranas es donde echa raíces nuestra for-


ma de vincularnos con las personas que queremos. Siguiendo la
propuesta de Lola Ferreiro señalamos la influencia que el géne-
ro tiene en el proceso de construcción de la personalidad, pues
las expectativas sobre unas y otros son diametralmente opuestas.
Como ejemplo, cabe señalar la existencia de dos vías de gestión
de la frustración y de la agresividad, que coinciden en cada caso
con dos modelos –uno masculino y otro femenino– de control
interno que genera importantes diferencias en el bienestar perci-
bido y sentido.

En el caso de los niños la agresividad expresada ante una situa-


ción que provoca frustración no se valora negativamente, incluso
se alienta con la única limitación de que no sea dirigida contra
las figuras de autoridad. De hecho, ellos reciben menos repri-
mendas cuando emplean la violencia y su mundo de referencia
está impregnado de modelos agresivos; como ejemplo no tene-
mos más que dirigir la mirada a los arquetipos masculinos que
habitualmente se presentan en el cine o la literatura. Así es que
[24]

interiorizan patrones de comportamiento en los que cierta dosis


de agresividad está permitida. Este comportamiento permite dar
respuesta a la frustración y liberar la tensión acumulada, gene-
rando así una satisfacción que no sería posible de no darle una
respuesta.

El mensaje es bien diferente en el caso de las niñas. En ellas la


violencia no es aceptable, e incluso corren el riesgo de ser califica-
das como “marimachos”, entre otras lindezas, si deciden mostrar-
se de una forma ruda o agresiva. Buscando acomodarse a las ex-
pectativas familiares y sociales se produce una represión del pulo
agresivo que va a dar lugar a una acumulación de tensión, que
en este caso no es liberada, produciéndose una situación donde
la frustración no se resuelve y la tensión interna se va haciendo
cada vez más elevada. En estas circunstancias, con frecuencia las
niñas aprenden a habilitar ciertos mecanismos de defensa que les
permiten aliviar el malestar que sienten, lo cual da lugar a dos
comportamientos diferenciados: en un caso se produce la subli-
mación de sus deseos, es decir, se sienten como propios los deseos
de otros y se les da prioridad ante la imposibilidad de satisfacer
los propios; y en otro caso, se desplaza la agresividad hacia una
misma. Esta situación provoca falta de autonomía personal, falta
de libertad para elegir, e incluso para saber lo que se quiere; final-
mente termina con un sentimiento de frustración derivado de la
insatisfacción de los deseos.

Cada uno de estos modelos va a originar un subsistema de con-


trol interno que obedece a las características estereotipadas que se
asocian a los roles de género. De forma que los niños aprenden a
valorar sus deseos como importantes y dignos de ser atendidos,
desarrollándose con mayor frecuencia en relación al egocentris-
mo, al mismo tiempo que presentan una reducida tolerancia a la
frustración. Sin embargo, las niñas se acercan a la abnegación,
desplazando sus intereses y sus deseos, que no son entendidos
como prioritarios ni importantes, siendo que el hecho de pensar
siempre en los demás lleva a una confusión de las propias emocio-
nes con las ajenas. Con este bagaje, unas y otros caminan hacia la
vida adulta.
[25]

Niñas son, mujeres serán. Niños son, hombres serán

En líneas generales, las mujeres entrevistadas en esta investiga-


ción comparten a través de las conversaciones su sobre-identifi-
cación con los roles derivados de los cuidados y del ser para otros,
creando una identidad abnegada de la que están tratando de des-
prenderse en su proceso de recuperación.

Disparejas y enamoramiento patriarcal

El amor romántico y los mitos que lo sostienen constituyen uno


de los tótem misóginos por excelencia del patriarcado, que pre-
senta como referentes del enamoramiento modelos de pareja
que reproducen esquemas de poder asimétricos entre hombres
y mujeres.

Convencionalmente, la idea de amor que circula en la sociedad,


aun simbólicamente, implica una entrega y una fusión total con
la pareja, hasta el punto de establecer una continuidad que no
permite, a veces, distinguir donde empieza y termina cada quien.
El amor ideal, aquel con capacidad absoluta para la felicidad, es
aquel en el que se produce la simbiosis. Mal asunto.

En esta fusión, una de las partes acaba integrándose en la otra y


asumiendo como propios los intereses, las expectativas y los de-
seos de la pareja, dejando a un lado su individualidad. En el cine,
en la literatura o en la música encontramos numerosos ejemplos
de estas formas de querer. En muchas ocasiones, las chicas y las
mujeres se inician en relaciones amorosas con la única pretensión
de ser queridas y aceptadas, es decir, entran en el amor de pareja
desde la abnegación de la que hablamos. ¿Recordáis cuando la
sirena Ariel cambia su voz por unas piernas para enamorar a su
hermoso príncipe? ¿Cómo podemos enamorar sin nuestra voz,
sin poder hablar? ¿Qué aprende de esto una niña de seis años?

Marcela Lagarde advierte que estos escenarios afectivos derivan


en narcisismo y megalomanía en el caso de los hombres, de forma
que las parejas configuradas bajo esta lógica habría que llamarlas
[26]

disparejas, pues en ellas las mujeres pierden la propia identidad,


que queda subsumida en la identidad masculina; dando lugar a
una desigualdad por amor que abona el terreno para otras formas
de opresión, a veces mucho más extremas.

En muchos casos, comportamientos ciertamente violentos aca-


ban confundiéndose con formas de afecto, cuando no repro-
duciendo mitos sobre el amor, más o menos compartidos en el
código social. Estas creencias dificultan el establecimiento de
relaciones sanas e incluso pueden emplearse como justificación.
Con carácter general, el patriarcado establece cuatro grandes blo-
ques mitológicos sobre el romanticismo, cada uno con sus pro-
pias creencias específicas:

• El amor todo lo puede: falacia del cambio por amor; omnipo-


tencia del amor; normalización del conflicto y pensamiento de
que los polos opuestos se atraen; compatibilidad del amor y el
maltrato; el amor “verdadero” perdona y puede con todo.

• El amor verdadero predestinado: creencia de la media naran-


ja; de la complementariedad; pasión eterna; sólo hay un amor
verdadero en la vida.

• El amor es lo más importante y requiere entrega total: falacia


de la conversión del amor de la pareja en el centro de la propia
existencia; atribución de la capacidad de dar felicidad; enten-
der el amor como despersonalización; cuando se ama hay que
renunciar a la intimidad.

• El amor es posesión y exclusividad: mito del matrimonio y la


unión estable; los celos como muestra de afecto; la fidelidad y la
exclusividad, en este caso con valores diferentes para hombres y
mujeres.

Todos estos estereotipos sobre el amor y los procesos de enamo-


ramiento, así como los roles de la pareja, constituyen ciertamente
factores de riesgo que abren las puertas a un modelo de relación
basado en el control y en la inseguridad frente aquel otro más po-
[27]

sitivo que se fundamenta en la confianza y en el reconocimiento


de la otra persona y de su libertad.

No lo dejes para mañana... si puedes dejarlo hoy

Las mujeres entrevistadas estuvieron bastante tiempo con su


pareja antes de tomar la decisión de poner fin a su sufrimiento.
En general, la relación termina tras un período relativamente
amplio, que podemos situar entre los cinco y los treinta años.
En este momento, todas decidieron romper el vínculo con su
agresor pero son quien de explicar la transformación progresiva
experimentada por las personas que querían, hasta convertirse
en sus maltratadores.

El matrimonio y el embarazo son dos momentos percibidos cla-


ramente como detonantes de un cambio radical y negativo en sus
parejas, como nos indica Virginia, «yo no quería casarme, no te-
nía ninguna necesidad. Y me casé veintiocho días antes de nacer
mi hija porque él era locura, fue a hablar un montón de veces con
el juez para que nos casase antes de nacer la niña, a partir de ahí
todo cambió... del blanco al negro, y del negro al blanco, no había
matices de ningún tipo».

En otras experiencias, como la de Sandra, «al venir los niños


empezaron los problemas», una visión compartida también por
otras mujeres como Rebeca, que comenta, «yo viví con una per-
sona durante doce años y medio; y años atrás, hasta que tuve a
mi primera hija, fue todo una maravilla. Estaba muy enamora-
da y todo esto, después de mi primera hija fue cuando la cosa
cambió».

En muchos casos este cambio coge a las mujeres por sorpresa,


bien por el carácter repentino o por no ser capaces de apreciar se-
ñales previas que permitiesen anticipar lo que iba a suceder. Ade-
más, el hecho de que la agresión venga de parte de una persona
tan íntima y querida, con la que incluso se decidió formar una
familia, hace que la situación gane complejidad. Los vínculos con
el agresor dificultan la comprensión de lo que está pasando y, mu-
[28]

chas veces, las mujeres buscan explicaciones que permitan justi-


ficar lo que están viviendo; lo que puede incrementar el tiempo
de salida de la relación más de lo que sería aconsejable. Virginia
explica de forma clara esta realidad. «Es cierto que el miedo te
paraliza y tener miedo a alguien que quieres es horroroso, porque
no eres quien de desarrollarte ni articular palabra. Que alguien
que quieres te haga eso... la cabeza te bombardea porque dices
tú, ¿cómo? ¿qué pasó? Y después viene el perdón, claro, ¡cómo
no te voy a perdonar, por Dios!, seguro que lié yo algo para que
tú hicieras... Y dices tú, ¡menos mal! ¡Ya me recuperé! Cuando
te viene la segunda dices, ¿eh? Pero te tiene que venir la segunda
porque en el primer viaje te quedas sorprendidísima, asustada,
angustiada... es que no sé cómo calificarlo. Y como no rompas ya
es una dinámica».

Sobre las razones para dejar a sus agresores, las mujeres compar-
ten motivos diversos y particulares. No obstante, en líneas gene-
rales es posible identificar el peso que las hijas y los hijos tienen, a
veces, en su determinación; tanto a la hora de decidir quedarse en
el hogar como en el supuesto de marchar. Cuando hay criaturas
siempre hay una valoración de cómo les afectarán sus decisiones.
En el caso de Virginia, a pesar de que su situación de pareja re-
quería una solución y ella era consciente, decidió quedarse en casa
hasta que su hijo y su hija fuesen mayores, procurando evitarles
un daño que ella entendía mayor. «Yo llegué hace diez años. Qué
pasa, que lo que había entonces era un piso, y yo tenía un hijo de
dieciséis años y una hija de siete, no los iba a separar. Entonces
me miré y dije para mí, Virginia, ata los machos y tira para de-
lante hasta que puedas. Y hasta que puedas es hacer a tus hijos
mayores. En el momento en que mi hijo hizo veintiséis años, tuvo
que volver a casa por la crisis y tal, la chavala hizo dieciocho en
septiembre, pues consideré que ya tenía que poner punto y final a
esta situación y empezar a ser yo. Pero yo al cien por cien, que no
lo eres».

En otras experiencias, el hecho de que en algún momento las


agresiones sucedieran en presencia de las hijas y los hijos fue el
revulsivo que precipitó la decisión de dejar al agresor. Rebeca y
[29]

Sonia comparten esta circunstancia. «Como fue delante de mi


hija mayor, pues fue lo que me dio más fuerza, ¿sabes? Quizás si
las niñas no estuvieran ese día en casa... porque en las peleas más
fuertes, las cosas más grandes... o él mandaba a buscar a las niñas
o cosas así. Entonces pasaba aquello, pedía perdón y ya, ¿entien-
des? Una semana bien y después volvía... Pero lo que me dio más
fuerza esta vez fue que mi hija mayor lo vio todo. Y yo pensé, una
vez fue por la ventana, otra quería darme con el coche, la próxima
vez me mata de verdad. Entonces, por lo menos... si me mata
de verdad ya no va a ser estando con él». «La última vez que me
pegó fue delante de los niños y ahí sí que no. No lo permito, por-
que van los niños por el mismo camino».

También Marta se suma al daño que provoca mirarse a través


del espejo de las hijas y los hijos. Aun cuando se mantiene cier-
ta resignación hacia la propia historia, el modelo que se quiere
transmitir a las hijas y los hijos es diferente, de ahí que este deseo
las motive para enfrentar un proceso de cambio y de recupera-
ción personal. «Yo siempre estuve muy enamorada de mi marido,
hasta que llegó un momento en el que no podía más. No podía
más, era mucha la presión que yo tenía encima, era mucho nervio.
Después, meterse con mi hijo era lo último que yo podía ver en
la vida. Entonces dije, hasta aquí llego y de aquí no paso, amigo.
Mi hijo aparte. A mí me puede pegar... yo aguanto que me pegue,
que no tenía por qué aguantarlo, pero pegarle a mi hijo, no. A mi
hijo no lo toca nadie. Para tocar a mi hijo primero tiene que pasar
por encima de mi cadáver, eso lo tengo muy claro».

La maternidad puede adquirir un carácter transformativo en


relación a la situación de violencia en el caso de algunas muje-
res, en la medida en que la responsabilidad del cumplimiento
del rol de madre las alienta para cambiar sus circunstancias vi-
tales y ser valientes. Helena y Sandra quieren ser un referen-
te positivo como madres. «Me fui porque no podía más. Me
destruye a mí y destruye además a tres niños. Porque yo viví
en un ambiente así hasta los dieciocho años. Me acuerdo que
ya desde los catorce no quería ir para casa, no quería ir nunca.
Lo pasé muy mal toda la infancia, hubo cosas... a mi madre no
[30]

podía contarle las cosas, estaba siempre muy nerviosa, en ten-


sión, tenía tantos problemas... y pasaron cosas en las que yo no
podía contar con ella. Entonces decidí que no, que yo quiero
estar al lado de mis hijos y no en contra de ellos, o culparlos y no
ver que les pasa. Porque mi madre nunca vio lo que me pasaba
y nunca se lo pude contar». «Yo vine por mi hijo, el de trece
años. Porque fue quien ya no soportaba más mi situación, verme
como me veía, anulada totalmente, encamada ya. Ya no quería
nada, ya ni me lavaba, ni comía, vamos, que estaba sumida en
una depresión tremenda. Y mi hijo se plantó un día y me dijo:
“mamá, yo no puedo verte así, o haces algo o llamo al 016 y cojo
a mi hermana y me marcho”. Eso fue lo que a mí... dije, no, si
tú lo estás pasando mal por verme así, voy a levantar la cabeza y
salir adelante».

Hasta aquí llego... y de aquí no paso, amigo

En las entrevistas con las mujeres preguntamos por su llegada a


la Casa Malva, qué cambió en ellas para tomar la decisión de salir
del hogar e intentar una nueva vida. En muchos casos, existe una
tendencia a asociar la entrada en el recurso de acogida con una
situación de emergencia; esto es, un episodio violento particular-
mente grave. Pero también sucede que se llega como resultado de
un punto de saturación, como la última gota que colma el vaso.
«Llegó un punto que no podía más, yo vi que si seguía donde
estaba iban acabar conmigo, que cualquier día me iba a dar una
locura y hacer algo... veía que no podía más. Y todos los días de
los nervios, llorando, que estaba muy mal. Mi salida fue tirar para
la casa de acogida» recuerda Bea. Y en la misma línea, Virginia
comparte, «vine cuando era mi momento y mi momento era ese.
¿Qué lo desencadenó? Nada, que llegó. No hubo lío, no hubo
nada, pero llegó».

En algunas narrativas se evidencia la dificultad de la decisión,


y la valentía de quien decide dejar todo atrás y saberse libre. La
complejidad de las violencias machistas en el contexto de pareja
y la tela de araña que muchas veces envuelve a las mujeres hace
que no siempre se llegue a la casa de acogida a la primera. Violeta
[31]

cuenta con mucha naturalidad y pesar que «por lástima o por


pena siempre volvía».

No resulta sencillo y además hay que añadir el miedo a ser des-


cubierta durante la huida. Huida, sí. Todo esto hace que a veces
se dilate en el tiempo una salida que se considera necesaria, pero
hay que esperar a tener la fuerza que la decisión requiere. La an-
gustia transmitida por las palabras de Marta, cuando recuerda el
momento en que decidió dejar a su marido, permite comprender
que las cosas a veces son más difíciles de lo que parece desde fue-
ra. «Yo un domingo marché al rastro y eché allí el día. El lunes
tenía que ir con el niño al colegio, entonces cogí la PSP, porque
no cogí ropa, no cogí nada... para que no se coscase de nada. Sólo
cogí la PSP del niño, los juegos del niño y lo metí todo en la bolsa
de la escuela y dije que iba a llevarlo. Entonces el niño le dio un
beso a su padre, porque el niño ya sabía lo que había. De lo que
me quedara en el rastro tenía siete euros y me quedé con ellos. Y
cogí y fui al juzgado. Monté en el bus y allí el niño respiró. Mira,
estaba muy nerviosa, la verdad, me pasaron quinientas mil cosas
por la cabeza. No sabía si volver, si no volver... qué hacer. ¿Vendrá
él aquí? ¿Y si me pilla de marrón? En ese momento mi mente no
era mente, en ese momento no tenía cerebro, te lo juro, no sabía lo
que iba a pasar».

La necesidad de extremar las precauciones para evitar que el


agresor sea consciente de la intención de dejarlo atrás supone una
tensión considerable. Por eso, la salida tiene que ser lo más discre-
ta posible, lo que lleva a prescindir muchas veces de ropa u obje-
tos personales, tal como explica Marta. «No fui a casa para reco-
ger ropa, ni para recoger mis cosas, ni para recoger nada. Todo lo
que tengo me lo dejaron aquí las compañeras».

¿Por qué no hay un centro para los agresores?

En la década de los años setenta del siglo pasado el movimiento de


casas de acogida alcanzó una gran visibilidad, siendo su objetivo
estratégico cuestionar el modelo familiar vigente. En el contexto
europeo, el primer refugio para mujeres abrió sus puertas en la
[32]

ciudad inglesa de Chiswich, cerca de Londres, en el año 1971


bajo el nombre de Chiswich Women´s Aid. La iniciativa fue po-
sible gracias a un grupo de mujeres, entre quienes se encontraba
Erin Pizzey.

Progresivamente, los centros de acogida para mujeres maltrata-


das fueron extendiéndose por diferentes países, enviando a los
agresores el mensaje de que la comunidad estaba dispuesta a pro-
teger a las mujeres ofreciéndoles un espacio al que acudir.

En el caso de España será a partir de 1983 que el Instituto de la


Mujer promueva la creación de recursos de acogida. No obstan-
te, los centros emergentes obedecían a una concepción de refugio,
es decir, un lugar pensado para la protección y la seguridad de las
mujeres pero que no define las prestaciones sociales y personales
que requieren las situaciones de violencia. De hecho, inicialmen-
te, muchas de las casas de acogida estaban gestionadas por las
propias mujeres, una cuestión que fue cambiando a medida que
la administración pública asumió una mayor responsabilidad y
profesionalización.

Hoy en día, queda bastante de esta perspectiva de los centros de


acogida como refugio, del secreto sobre los espacios de protec-
ción de las mujeres, de esconderse para garantizar la protección.
Pero también existen nuevos enfoques que cuestionan esta ver-
sión oscura de la seguridad y optan por modelos que hagan visi-
bles a las mujeres e incluso hay un debate abierto sobre el hecho
de que sean ellas quienes deben ocultarse.

Precisamente, varias entrevistadas señalan la dificultad que supo-


ne salir del hogar y dejarlo todo, el barrio, la gente con la que se
convive en el día a día, la familia y las amistades, para trasladarse
a un centro de acogida. El hecho de romper con el agresor no
debiera suponer tener que dejar también tantas otras cosas, y esto
es algo que se vive con incomodidad, tal y como reflejan las pala-
bras de Alba. «Tenía que existir un centro de acogida para ellos,
porque él vivió un verano estupendo, fue y vino, no hay derecho.
Nosotras estamos aquí y yo si quiero ver a mi familia... fui una vez
[33]

o dos, pero tengo que pedir un permiso, llamar a la policía... con


un temblor, un miedo a que se me note, a que pase algo. Y él tan
pancho por ahí, lleva una vida normal. Yo cambié de casa, cambié
todo, ¿por qué tenemos que ser nosotras? Me prestaría que hubie-
se un centro de esto para ellos porque lo necesitan, con charlas y
todo eso, porque encima ellos se están riendo. El mío lleva exacta-
mente la misma vida que llevaba, va, viene y no se detiene».

Mientras, es necesario recordar que las casas de acogida consti-


tuyen un recurso que interviene en una fase del proceso de mal-
trato, pero las mujeres ya tienen un bagaje a sus espaldas y aún les
queda mucho camino por recorrer, pues como sabemos, el abuso
no termina con el fin de la relación violenta. Se trata de un punto
de inflexión en el que se trabaja conjuntamente con las mujeres
para que adquieran herramientas que les permitan protegerse y
establecer relaciones saludables. Pero sobre el modelo de atención
integral volveremos en otra parte del libro.

Formas que adoptan las violencias machistas en el


contexto de pareja

La agresividad del maltratador es canalizada de múltiples formas


contra su víctima, todas ellas conectadas y con la intención última
de lograr el sometimiento de la mujer. Sin embargo, cada caso es
particular, pudiendo existir una mayor presencia de alguna de las
formas violentas –violencia física, psicológica o sexual– sobre las
otras.

En el caso de la violencia física cabe señalar que es una de las


manifestaciones más visibles de la violencia machista, pues los
golpes y otras formas de dañar los cuerpos femeninos dejan una
marca difícil de disimular. Además, el daño que se provoca no es
únicamente físico, sino que en la propia agresión existe un com-
ponente perjudicial para la psique, pues quien golpea, daña la in-
tegridad de la otra persona, al tiempo que la humilla.

Más allá de que cada tipo de violencia tiene implicaciones emo-


cionales, es necesario reparar de forma específica en la violencia
[34]

psíquica o psicológica, términos que no son sinónimos de manera


exacta. La legislación vigente recoge el concepto de violencia psí-
quica, que no refiere exclusivamente la mente, sino que también
implica aquel otro estado de enfermedad que puede precisar de
una atención clínica. Esta situación supone que sólo podrán ser
castigadas las conductas que tengan una cierta gravedad. Pre-
cisamente, una de las dificultades del maltrato psicológico es su
invisibilidad.

Además, la gravedad de los acontecimientos está condicionada


por la percepción subjetiva de la víctima, pues no siempre las lí-
neas rojas de lo tolerable se sitúan en el mismo lugar. Marie-Fran-
ce Hirigoyen recuerda que el grado de tolerancia hacia ciertas
conductas depende, en gran medida, de la historia personal y de la
sensibilidad de la persona. Lo cual añade complejidad al asunto.

En líneas generales, la violencia psicológica refiere un conjunto


de prácticas que buscan la dominación total de la mujer. Entre
otras formas que adopta, podemos citar las humillaciones en con-
textos públicos o privados, la crítica permanente, la burla, el me-
nosprecio, la falta de respecto, los insultos o la privación temporal
de libertad. La autoestima es la diana a la que se dirigen con du-
reza muchos de estos comportamientos, produciendo una herida
emocional que deja importantes secuelas y sitúa a las mujeres en
una posición de mayor vulnerabilidad, lo que dificulta su salida
de la relación. En otras palabras, para desequilibrar a la otra per-
sona basta con descalificarla privándola, de esta forma, de todas
sus capacidades hasta que finalmente lo crea.

Lenore Walker indica que el abuso psicológico ocasiona los mo-


mentos más dolorosos y difíciles de olvidar para una gran mayo-
ría de mujeres maltratadas. En algunos casos, como el de Marta
o el de Virginia, la violencia psicológica es señalada como más
grave o más difícil de soportar, tal y como se desprende de sus
palabras. «Por encima de todo me dolía cuando me insultaba. Yo
los insultos los odio, prefiero que me des una torta que insultar-
me. Eran insultos muy fuertes, ¿entiendes? Me afectaba mucho.
Después me tiraba días llorando». «Para él una agresión física...
[35]

fueron hechos puntuales. La psicológica y todo lo demás no es


lo mismo. Yo prefiero que me dé una hostia y a los quince días
no tengo nada que no que esté ahí pin... y pin... y pin...y pin... y
no paramos».

En todos los casos, las mujeres compartieron el sufrimiento emo-


cional que supuso y supone la experiencia vivida. El desprecio es
una herramienta utilizada de forma habitual por los maltratado-
res. Por medio de los insultos, las mujeres son clasificadas en un
imaginario que las reconoce únicamente como inútiles o putas,
negando cualquier otra cualidad en ellas. Alba, por ejemplo, re-
cuerda que «siempre era “no haces nada, no haces nada”, a pesar
de trabajar dentro y fuera».

Además, el control del agresor se acentúa con la intención de


coartar la libertad individual, lo que se traduce, entre otras cues-
tiones, en un dominio económico que provoca dependencia. El
hecho de no tener ingresos o no poder gestionarlos supone te-
ner que contar siempre, en todo momento, con la aprobación de
otra persona para poder hacer cualquier cosa, tal como expresa
Sandra. «Si quería comprar unas bragas, lo digo claro, tenía que
pedir permiso y dinero. Yo no manejaba el dinero, yo no podía ha-
cer... y todo lo que hacía, mal. Yo no valía para nada». Pero el con-
trol económico no queda reducido a la posibilidad de gasto, sino
incluso repercute en las opciones de movilidad o desplazamiento.
Para Rebeca y Noemí cuestiones como sacar el carné de conducir
o ir a la compra no entraban en el escenario de lo posible. «No,
nunca dejó que lo sacara. Decía “para que quieres tú el carné si
conduzco yo”. Pero siempre quise». «Al ir a la compra no tengo
ni idea de lo que cuestan las cosas, no sé dónde tengo que mirar
los precios porque yo no sabía lo que era comprar, ni lo que era...
nada. Cocinar lo que se me traía».

Las amenazas también son una estrategia utilizada por el agresor


para mantener el dominio sobre la pareja, quien ante el temor de
que cumpla aquello que afirma es quien de someterse a su volun-
tad. La propiedad eidética y el miedo que se deriva del posible
cumplimiento de aquello con lo que se amenaza tienen un efecto
[36]

paralizante. En este punto resulta particularmente grave la situa-


ción de las mujeres inmigrantes, quienes viven una situación de
mayor vulnerabilidad ante el desconocimiento, en algunos casos,
del idioma y de sus derechos. Rebeca recuerda en la entrevista
una amenaza recurrente de su marido, «te deporto y tú no vas a
ver a tu hija nunca más». Hoy sabe que las cosas no serían tan fá-
ciles, que hay derechos que la amparan, pero en aquella época su
agresor profería amenazas que a ella le resultaban absolutamente
posibles de llevar a cabo.

Con todo, a pesar de los efectos perversos de la violencia psico-


lógica no podemos obviar los abusos sexuales y el aislamiento
social que los agresores imponen. En el marco de una relación
violenta la sexualidad de la pareja se convierte en un elemento
básico para el control no sólo del cuerpo sino también de la men-
te. La violación marital es una conducta recurrente para doble-
gar la voluntad de la otra persona. De hecho, muchas mujeres
afirman que acceden a tener encuentros sexuales con su agresor
con la intención de evitar daños de mayor intensidad. Sin embar-
go, continúa siendo una fórmula violenta que cuenta con escaso
reconocimiento por parte de sus víctimas, siendo así que en un
estudio realizado por el Instituto de Criminología de Sevilla, solo
un veintisiete por ciento de las mujeres (en una muestra de 2.000)
agredidas sexualmente por sus maridos pensaron que se trataba
de una acción no legítima.

Por su parte, el aislamiento social es causa y consecuencia de la


violencia que las mujeres sufren por parte de su pareja. A medida
que la situación se agrava es frecuente que se vayan debilitando y
descuidando las relaciones tanto con familiares como con amista-
des. El mundo se va reduciendo hasta quedar condensado en la
convivencia con el agresor. Las amenazas cuando hacen o reciben
visitas, por ejemplo, los daños que sufrirán o incluso el anticipo
de su asesinato, supone que las mujeres decidan prescindir de su
vida social para agradar a la pareja. De esta forma todo su tiempo
queda a disposición ajena, siendo el maltratador quien decide en
todo momento que puede hacer y que no, anulando su capacidad
de decisión.
[37]

Malestares, depresiones y culpas

Secuelas emocionales del terror cotidiano:


Síndrome de Estrés Postraumático

A partir de las conversaciones con las dieciséis mujeres entre-


vistadas tratamos de dibujar un mapa de las principales secuelas
identificadas por ellas mismas, partiendo de la idea de que a tra-
vés de un análisis personal o íntimo es posible conocer el impac-
to real que supone mantener una relación de pareja marcada por
la violencia, pues como afirma Nuria «llega a la destrucción total
de una, porque una llega rota».

En la actualidad, se evidencia en las mujeres supervivientes de las


violencias machistas en el contexto de pareja una sintomatología
que, en algunos casos, puede encuadrarse en el denominado Sín-
drome de Estrés Postraumático (TEP), incluso Lenore Walker
habla del Síndrome de la Mujer Maltratada (SIMAM) como
una categoría específica del TEP.

El concepto Síndrome de la Mujer Maltratada fue utilizado por


Walker en 1977 como título de una investigación llevada a cabo
con una beca concedida por el Instituto Nacional de Salud Men-
tal de Estados Unidos (NIMH). La base teórica del SIMAM
era similar a la del TEP por lo que una vez que este último fue in-
corporado al manual de diagnóstico y estadístico (DSM-III) en
el año 1980, el SIMAM pasó a ser considerado una subcategoría
del TEP. En líneas generales, el SIMAM refiere un conjunto
de síntomas presentes en las mujeres después de mantener una
relación de pareja marcada por los abusos psicológicos, físicos y/o
sexuales. Seis criterios específicos identifican el síndrome: recuer-
dos turbadores del trauma, altos niveles de ansiedad, conducta
alusiva y entumecimiento emocional (depresión, disociación,
minimización, represión y renuncia), relaciones interpersonales
conflictivas, distorsión de la imagen corporal y problemas sexua-
les. En otras palabras, nos situamos ante un trastorno psicológi-
co clasificado en el grupo de trastornos de ansiedad que respon-
de a una vivencia traumática para la persona.
[38]

En esta línea, hay que considerar los efectos que el miedo tiene
sobre la salud emocional de las mujeres, pues provoca un estado
de alerta permanente que eleva los niveles de estrés de forma sig-
nificativa. La siguiente narración de Luz evidencia, en diferen-
tes momentos de la entrevista, la angustia con la que sobrevivía
al lado de su marido. «Yo dormía y despertaba todas las noches.
Muchas veces estaba toda la noche viendo películas, porque es-
taba atenta, y cuando él marchaba a trabajar yo iba a dormir».
La imaginación refuerza la estrategia de las amenazas, y las mu-
jeres acaban anticipándose a aquello que él afirma que hará de
no comportarse bajo su criterio. Este miedo dificulta la toma de
decisiones.

En la misma línea, Marta comenta como andaba «siempre con


unos nervios...» que hacían que no fuese quien de centrarse en las
cosas de la vida cotidiana. Este estado de vigilancia es comparti-
do por muchas mujeres, que recuerdan el ruido de las llaves en
la cerradura de la puerta como un sonido aterrador, pues nunca
sabían lo que vendría después. Virginia cuenta en su relato la ten-
sión que suponía la llegada de su marido a casa. «En alguna épo-
ca me ponía nerviosa el ruido de la llave en el cerradura. ¿Cómo
vendrá hoy? ¿Habrá voces, no habrá voces? ¿Empezamos la gue-
rra? Después le ves la cara y... (sopla) hoy no hay, hoy no hay. Pero
te sale inconsciente».

La ansiedad acompaña a muchas de las entrevistadas de forma


cotidiana, pues a pesar de estar en la Casa Malva, siguen tenien-
do un estado de alerta. El miedo al agresor no termina tras la se-
paración o ruptura de la relación. Sin embargo, esta no es la única
secuela derivada de años de maltrato.

Triatlón emocional: sentimientos que complican la


recuperación personal

En un estudio reciente, llevado a cabo por Antonio Escudero, se


analizaron las principales emociones que el maltrato provoca en
las mujeres y el papel que estas pueden tener a la hora de tomar la
decisión de romper con su agresor. Entre las emociones que pre-
[39]

sentaban, queremos destacar el papel del miedo, de la culpa y de


la vergüenza, por comprometer de forma significativa el proceso
de recuperación personal debido a su impacto en la salud emo-
cional de las mujeres. Ya vimos el efecto paralizante del miedo, y
las secuelas de los elevados niveles de ansiedad en el denominado
TEP, repararemos ahora en los efectos nocivos de la culpa y de la
vergüenza.

Por su parte, la culpa es un sentimiento compartido por las mu-


jeres y con una potencia devastadora sobre la voluntad perso-
nal. Después del sentimiento de sorpresa que acompaña a la
primera agresión, se trata de buscar una explicación que ayude
a comprender el comportamiento de la pareja, pero todas las
intenciones son en vano. Ante el carácter arbitrario e imprede-
cible del maltrato, ellas terminan por atribuirse personalmente
la causa. Implícitamente, este pensamiento lleva a cuestionar
su rol como esposa, como madre, como mujer, y a sentirse cul-
pables por considerar que no lo están haciendo bien, pues eso
explicaría lo que están viviendo. Son ellas quienes fallan, y la
culpa las invade. La cabeza es un torbellino. Las mujeres se
sienten culpables por no actuar tal y como se supone que debe-
rían hacerlo, por el fracaso de su relación, por su infelicidad y la
de su pareja, por los insultos, por los golpes... por no ser quien
de hacerlo mejor.

Sin embargo, la culpabilidad no es movilizada únicamente por


la mujer, de hecho, en un estudio de corte cualitativo en el que
participaron un total de cuarenta y tres mujeres usuarias de dos
dispositivos asistenciales, se detectó la confluencia perniciosa de
tres tipos de culpa: la impuesta por el maltratador; la reactiva,
aquella en la que la mujer se siente culpable por no haber reac-
cionado ante su agresor; y, finalmente, la culpa social, que guarda
relación con la recriminación que otras personas pueden hacer
por haber soportado la situación de maltrato. En todo caso, la
culpa las va acompañar a lo largo de todo el proceso de recupe-
ración, incidiendo de forma negativa en la posibilidad de sentirse
bien, tal y como veremos en el capítulo específico dedicado a los
tiempos de ocio.
[40]

En estrecha relación con la culpa aparece la vergüenza, como un


sentimiento que sucede cuando se da una evaluación negativa
de la propia persona, algo que guarda relación con la frustración
ante el fracaso del proyecto vital y familiar imaginado. Si ella
decide hacer algo contra su agresor, se sabrá lo que sucede en su
hogar, y ya se sabe que los trapos sucios mejor lavarlos en casa.
Estará en boca de todo el mundo y, ¿qué pensarán de ella, que
es tonta o masoca? ¿Sentirán pena? En fin, vergüenza ante el
derrumbamiento del mundo imaginado.

Miedo, culpa y vergüenza, un tridente que se vuelve contra las


mujeres y su capacidad para sentirse bien consigo mismas y con
su vida. Tres pruebas que superar, como si de un triatlón emocio-
nal se tratase.

Mi mente no era mente

El proceso de control, desprecio, humillación y terror supone


un daño significativo a nivel mental y tiene repercusiones im-
portantes en la salud emocional de las mujeres. En primer lugar,
la autoestima se va debilitando hasta sufrir daños severos, inclu-
so alterando la propia imagen, lo cual se manifiesta en expresio-
nes como la enunciada por Marta. «Me veía muy pequeña al
lado de él».

En la misma línea, es frecuente que las mujeres muestren un ma-


lestar con su cuerpo de un modo general y no específicamente so-
bre una parte. Un ejemplo de la falta de consideración personal se
aprecia en el hecho de no mirarse en un espejo. La dejadez en la
apariencia física, el cuidado del cuerpo o la estética personal, son
cuestiones recurrentes en las reflexiones compartidas por las en-
trevistadas. Precisamente porque como indica Rebeca, «tú estás
destruida por dentro, por fuera es lo que menos te importa. Tú
lo que quieres es que la gente no te mire, entonces, lo que menos
te importa es la apariencia». De igual forma se expresa Marta
con una mirada aún insegura. «Incluso dejé de arreglarme y de
pintarme. Me dejé mucho cuando estaba con él, me dejé comple-
tamente, de todo. Me daba igual ir de un modo o de otro, cosa
[41]

que a mí eso nunca me gustó, siempre me gustó ir arreglada...


siempre me gustó ir limpia».

Esta falta de reconocimiento y valor personal compromete la


situación emocional de las mujeres, que es delicada, pues sigue
siendo apuntalada por el miedo, la culpa y la vergüenza. De he-
cho, aunque en las conversaciones no se abordó de forma explíci-
ta, la cuestión del suicidio afloró en algunos casos de forma vela-
da. No obstante, cabe señalar que el suicidio es un elemento que
está presente en la violencia estructural que se dirige contra las
mujeres, pero las probabilidades de presentar actitudes tendentes
a la autoagresión son más probables en el caso de aquellas que
viven en una relación íntima marcada por la violencia.

Otro elemento que caracteriza a las entrevistadas, es la incapa-


cidad que sienten para enfrontar la situación. No hay nada de
raro, especialmente si tenemos en cuenta que no estamos ante
agresiones puntuales y aisladas en el tiempo sino ante procesos
de sometimiento continuado. Las propias mujeres cuentan que
hasta llegar a la Casa Malva hubo varios intentos de librarse de
su agresor, en algunos casos incluso es la segunda vez que están
en un recurso de acogida. Es decir, llevan tiempo intentando en-
frentar a su pareja pero sus esfuerzos no tuvieron éxito. Esta cir-
cunstancia, como indica Jesús García, provoca que busquen una
nueva elaboración de su situación, marcada por la ansiedad, que
se ajuste más a sus circunstancias, llegando a la conclusión de que
son personas incapaces e inútiles. Terminan por mirarse a través
de los ojos de su agresor, y adquiriendo una identidad que ya no
les es propia sino que es la conciencia del otro, y se reconocen me-
recedoras de la agresión, nuevamente culpables.

Lenore Walker desarrolló en su día la Teoría de la Impotencia


Aprendida, término adaptado por la norteamericana a partir de
los trabajos de Martin Seligman, y que refiere la pérdida de ca-
pacidad en la mujer para percibir que sus acciones tendrán un
resultado particular; en este caso, las mujeres suelen emplear
técnicas de supervivencia basadas, como ya vimos, en la culpa, y
también en la depresión; algo que las va debilitando y haciendo
[42]

más vulnerables al maltrato. Desde el momento inicial, el propio


concepto de indefensión aprendida recibió numerosas críticas por
parte del movimiento feminista, algo que la autora explica por la
comprensión errónea del término: no se trata de que las mujeres
maltratadas carezcan de capacidad o sean impotentes, sino que
indica la pérdida de contingencia entre respuesta y resultado.

Estas circunstancias, sumadas a los daños sufridos en la au-


toestima y a las amenazas del agresor, dibujan un futuro que se
contempla con incertidumbre. «¿Ahora a dónde voy?» pregunta
Alba, en voz alta esperando que el eco de sus palabras le devuelva
alguna certeza. La anulación de la capacidad de decisión durante
un tiempo prolongado supone el deterioro de la iniciativa perso-
nal y muchas dudas. El miedo a decidir se instala en la vida coti-
diana, precisamente por la interiorización de una falsa inutilidad
que el agresor fue quien de sembrar profundamente.

Violeta explica sus temores ante la nueva vida que tiene por de-
lante. «Es que me cuesta rehacer mi vida, no sé, empezar una
vida de nuevo cuesta. Primero te anulan como persona y ahora
puedes hacer lo que tú quieras, tu independencia, que escojas tú...
me cuesta asimilarlo, la verdad. Cuesta. Cuesta acostumbrarse.
Somos libres ahora, ¿no? Pero cuesta hacerlo todo».

Sin duda, cuesta recuperar la decisión propia, incluso en cues-


tiones triviales del día a día como puede ser la elección de la ropa
o de los productos que se compran en el supermercado. Nueva-
mente Violeta ejemplifica esta situación. «Hasta en el vestir. A mí
nunca me dejaron ponerme leggins, nada de eso, y ahora los pon-
go. No sé. Tengo que adaptarme porque no tiene nada de malo,
¿no?».

La depresión de género y la soledad de la pastilla

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, de la tota-


lidad de depresiones que existen en el mundo, el veinte por ciento
corresponden a depresiones endógenas o biológicas, y afectan por
igual a mujeres y a hombres; el ochenta por ciento de casos res-
[43]

tantes, no obedecen a cuestiones propias del individuo sino que


se consideran depresiones exógenas o situacionales. El problema
reside en que estas últimas formas depresivas presentan un fuerte
desequilibrio entre los sexos, siendo así que en el setenta por cien-
to de los casos son mujeres quienes las sufren.

Soledad Muruaga considera que existe una respuesta plausible


al elevado número de depresiones femeninas de corte situacional:
la socialización sexista a la que nos vemos abocadas, incluso des-
de momentos anteriores al nacimiento, y que origina un contrato
sexual marcado por la subordinación y con importantes daños
para la salud emocional de las mujeres. Las depresiones exóge-
nas se desencadenan por cualquier circunstancia vital adversa o
complicada como puede ser la muerte de una persona querida, la
pérdida del puesto laboral, consumos... pero en el caso femenino,
las desigualdades y las violencias del sistema patriarcal generan
un contexto situacional para un trastorno propio y común, la de-
presión de género.

En esta línea, la mayoría de las mujeres entrevistadas están si-


guiendo un tratamiento psicológico o psiquiátrico para paliar
los efectos negativos de la depresión en sus vidas, lo que supone,
en muchas ocasiones, la ingesta de una medicación fuerte que
las mantiene en un estado de letargo para rebajar los niveles de
ansiedad.

Sin embargo, sin negar la necesidad que puede suponer seguir un


tratamiento en un momento determinado, algunas mujeres iden-
tifican claramente una reducción de sus capacidades asociada a los
fármacos que consumen, es decir, tienen conciencia de los efectos
que las pastillas tienen en ellas y consideran importante poder de-
jarlas en un plazo breve de tiempo, pero no siempre resulta fácil.

En relación a los medicamentos, Carla siente que le están hacien-


do más mal que bien. Y en la misma línea se expresa Lucía. «De
momento yo no dejo que la depresión pueda conmigo y tengo una
medicación, pues la tomo. Cuando yo vea que soy lo suficiente-
mente fuerte para no necesitar la medicación la dejaré y punto. Es
[44]

una medicación que no quiero que me tenga todo el día amodo-


rrada, por supuesto». Sin embargo, hay casos donde existe una
prescripción «de por vida», como comenta Sandra, con los consi-
guientes efectos secundarios que esta cronificación puede suponer
para la salud y el bienestar personal. En este punto, resulta rele-
vante recordar que las mujeres constituyen entre el sesenta y el
setenta por ciento de la población medicada a nivel mundial, algo
que según Anna Arroba viene derivado de una construcción cul-
tural del sistema médico desde parámetros androcéntricos, moti-
vo por el cual todo lo que no entra en los márgenes de la norma es
susceptible de ser sometido a un tratamiento para su control.

Virginia muestra su desconformidad con un modelo de atención


donde la medicalización de las mujeres adquiere un papel central,
precisamente por considerar que el estado que pretenden los fár-
macos no genera nuevas respuestas. La pastilla es solitaria. «Tie-
nes momentos en que te estancas. Momentos que dices tú, ¿para
qué? Después subes con más fuerza pero no sabes si va a ser un
mes, si van a ser tres meses... por eso a mí me da mucha pena que
se enfrasquen en pastillas porque eso adormece el alma y el espíritu, y
una mujer así tiene que estar despierta».

Sueños rotos

La situación del maltrato destruyó los sueños de las protagonistas


de esta investigación y debilitó su capacidad para imaginar(se) en
otros escenarios y roles. Más allá de frustrar las expectativas la-
borales en todas las experiencias narradas, la maternidad emerge
como un espacio que escapa al control femenino. Una de las mu-
jeres, la única que no tuvo criaturas, comparte como esa decisión
no fue el resultado de un deseo personal sino una privación que
ella consideró necesaria ante la violencia que marcaba su vida.
Alba recuerda con tristeza su decisión. «Mucha gente me decía
que tuviera hijos, ¿por qué no los tenía? Yo sé que si hubiera un
hijo ese día, y otros que se cabreaba, también le tocaría al hijo».

En el otro extremo, en ocasiones la maternidad es impuesta por


el agresor, convirtiéndose en una herramienta de control. De esta
[45]

forma, los embarazos forzados o la práctica de relaciones sexuales


sin protección es algo frecuente, como evidencian las palabras de
Sonia, que tuvo a sus tres hijos «todos obligados, a mí con uno ya
me valía porque lo pasé muy mal en los partos, pero...».

La vida pasa a ser un teatro, en el que otros escriben el guión que


se debe representar, y la culpa emerge cuando no se cumple al
cien por cien el papel que nos ofrecen. Una vida con guion pero
sin protagonista, una voz que se intenta recuperar.

Cuerpos dañados

Las huellas de las violencias machistas también tienen una di-


mensión física que se deja sentir en los cuerpos femeninos. A
partir de las conversaciones con las mujeres es posible identificar
el malestar físico en forma de lesiones de carácter más o menos
permanente, incluso crónicas en algunos casos. Pero el daño físi-
co no termina aquí.

Hoy en día está demostrada la relación que se teje entre unos


niveles de estrés elevados y la aparición de ciertas enfermedades
crónicas como la diabetes, el asma, los trastornos digestivos o los
problemas cardiovasculares; también con enfermedades de tipo
somático como la fibromialgia, el síndrome de fatiga crónica o
el síndrome del intestino irritable, entre otros. Además, es fre-
cuente que el sistema inmunológico quede debilitado, haciendo
más vulnerable a la persona a padecer diversos dolores. A este
respecto, Vicente Garrido afirma la mayor probabilidad de sufrir
enfermedades en el caso de las mujeres que sufren una situación
de violencia machista en el contexto de pareja que aquellas otras
que comparten una convivencia respetuosa.

En líneas generales, más allá de posibles daños irreversibles de-


rivados de los golpes y las palizas, como puede ser una cojera, es
necesario detenernos en la repercusión que la contención emo-
cional supone en el plano físico. «La bolsa rompió por ahí por
aguantar tanto», con esta frase Helena trata de explicar el origen
de sus malestares cotidianos. Igualmente, Sandra relata como la
[46]

tensión acumulada durante años terminó por generarle un pro-


blema cervical severo. «Y eso, también me dijo el traumatólogo
era toda la tensión... que yo tenía contractura en todo lo que eran
los hombros, y esto (se toca la zona cervical). Claro, tanta conten-
ción, tanta contención... contractura cervical. Ahora tengo que
tomar de por vida relajantes musculares, y pienso que para la de-
presión también, ya de por vida».

Las mujeres entrevistadas presentan muchas de las enfermedades


relatadas anteriormente, y sobre todo, los trastornos de alimenta-
ción y la fibromialgia aparecen en las narraciones compartidas.
Nuevamente Sandra recuerda como «no comía, me levantaba to-
dos los días vomitando. Ahora ya me repuse, tengo tranquilidad».

En numerosas ocasiones el malestar físico que sienten las mujeres


se traduce en una dialéctica del dolor que reproducen de forma
casi permanente. Algo que evidencian las palabras de Rosa cuan-
do afirma «me duele todo, todo, todo». Pero paremos un momen-
to. Pensemos lo que supone vivir con dolor crónico. Sentir dolor a
diario, hagamos lo que hagamos. En algunos casos, esta cronifica-
ción del sufrimiento es un obstáculo para el desarrollo de una vida
con cierto grado de autonomía, pues condiciona desde la vida co-
tidiana en el hogar, a las oportunidades laborales o de recreación.
En todo caso, dibuja un panorama lleno de barreras por superar,
como si la recuperación personal iniciase su camino en una suerte
de carrera de obstáculos que las mujeres deben enfrentar.

En general, cuando las mujeres comparten sus enfermedades,


en sus palabras aflora muchas veces una frustración por saberse
limitadas en sus capacidades, que se traduce en una rabia y una
impotencia que se instalan en su interior de forma más o menos
permanente. En parte, esta sensación deriva de las responsabili-
dades que tienen por delante, llevar a término una vida libre de
violencia y sacar adelante a su familia, es decir, salir a flote en una
monomarentalidad con secuelas. Las palabras de Helena ilus-
tran estos momentos y también la resignación con la que tuvo que
aprender a vivir con sus dolores, que la van a acompañar para
siempre. «Aprendí. Poco a poco estoy aprendiendo de la pacien-
[47]

cia de algunas, de lo mal que lo pasaron otras. Yo aprendo y me


quedo con las cosas. Muchas veces me da mucha rabia porque no
estoy a la altura de las demás, porque las veo, pero también estoy
aceptando que mis enfermedades me frenan mucho. Entonces
intento coger las cosas con más calma. Me da mucha rabia estar
así, me siento impotente porque quiero dar abasto en todo». Esta
situación también es compartida por Rosa, que comenta «es algo
que no puedo engañarme a mí misma, ahora voy a tener mucha
dificultad para caminar».

Estas narrativas dan cuenta de la magnitud de la situación que


están atravesando, pues aunque decidieron firmemente poner fin
a la violencia en sus vidas, esta las dejó marcadas para siempre.

Un mundito cerrado

Otro de los aspectos que se ven afectados por las violencias ma-
chistas en el marco de una relación íntima es el deterioro o ruptu-
ra de la red social. Las mujeres pierden progresivamente el con-
tacto con sus amistades y su familia, también las aficiones y hobbies
que pudieran tener. El aislamiento social es causa y consecuencia
de la violencia de su agresor. A medida que se agrava la situa-
ción en el hogar es frecuente que las mujeres vayan debilitando
y descuidando sus relaciones personales más allá de la pareja. El
mundo se va reduciendo, reduciendo, reduciendo...

Mª Jesús Díaz identifica el aislamiento dentro de lo que denomi-


na el “maltrato subliminal”, es decir, aquel que incorpora formas
difíciles de identificar pero con efectos devastadores. Además del
aislamiento, formaría parte de esta violencia el modelo comuni-
cativo, el uso de los espacios y el reparto de responsabilidades y
tareas. Todo este conjunto de prácticas abonan el terreno para que
aparezca el “maltrato manifiesto”. De hecho, poco a poco el mal-
tratador va cortando los vínculos afectivos de su pareja, como in-
dican muchas de las expresiones utilizadas durante la entrevista
de Sonia o de Violeta, «me tenía encerrada, no podía ni tomar
un café». «En casa con los niños y olvídate de más». Noemí es
aún más rotunda: «yo no salía, no hacía absolutamente nada».
[48]

Las protagonistas de este libro manifiestan la imposibilidad de


quedar con amigas o de participar en actividades que pudieran
ser placenteras para ellas. Otro ejemplo de las secuelas que las
violencias machistas tienen en la vida social de las mujeres la
encontramos en la siguiente narración de Virginia, quien explica
con claridad la forma en que su marido logró que las amistades
dejaran de visitar su casa. «Yo soy muy hospitalaria, son muy an-
fitriona, de que venga gente a comer a casa y hacer una buena
comida. Era algo que en mi casa era habitual, hasta que él se le-
vantó de las patas de atrás y dijo, ¿esto te gusta?... (golpe seco en
la mesa). Entonces, yo para que te cagues en todo y al final se le-
vanten todos violentos, yo agobiada disculpándolo, diciendo que
tiene un mal día... Llega un momento en que ya no te llaman por
teléfono tampoco, ya no hay comidas, ni copas, nada».

Hay situaciones en las que las mujeres se privan ellas mismas de


mantener ciertas relaciones por el miedo a las amenazas o a los
chantajes recibidos por parte de su pareja. Algo que Marta des-
cribe perfectamente, el nerviosismo que la invadía cuando estaba
tomando un café con sus amigas hasta que finalmente este tiempo
terminó por desaparecer. «Que a lo mejor vas a casa con miedo,
diciendo, “si ahora tomo un café...” Yo a veces tomaba un café
cuando dejaba al niño en el colegio y porque no me descubriera...
por estar más de la cuenta... yo quedaba a tomar el café con ellas
(las amigas) y estaba deseando terminar, que se dieran prisa. El
poco tiempo hablaba con ellas era todo muy rápido, muy ligero.
Las tengo dejado allí en la mesa, me sentía mal, pero las dejaba
allí y marchaba para casa».

Por su parte, Rebeca explica el aislamiento en el que vive ella y


sus compañeras de la Casa Malva. «Yo hablo por mí pero creo
que todas las mujeres que llegan aquí salieron de una vida muy
complicada y esa vida complicada no era un mundo abierto, era
un mundito muy cerrado». Rebeca sabe de lo que habla porque
ella es extranjera, y en estos casos la intersección entre el género y
las condiciones de inmigrante añaden una mayor complicación.
Cuando una no está en su país, con frecuencia, carece de lazos
familiares o de una red de apoyo personal propia más allá de la
[49]

pareja, de forma que las relaciones que se establecen son compar-


tidas con el agresor. La familia con la que se relacionan suele ser
la de él y con las amistades sucede lo mismo. A todo esto hay que
añadir las dificultades de comunicación derivadas de no compar-
tir el idioma del país receptor. Sonia recuerda como hablaba muy
bien el español y que incluso durante un tiempo estuvo yendo a
clases para mejorar su competencia pero un día su marido le dijo
«se acabó». Obviamente, el aislamiento permite un mayor control
de los movimientos de las mujeres, de ahí que los agresores sean
expertos podadores de la red afectiva.

En algunos casos, las mujeres comentan una de las consecuencias


de este aislamiento, la fobia social con la que conviven a diario,
esto es, la ansiedad que les provocan los espacios abarrotados de
gente y el bullicio de ciertos lugares, como pueden ser los centros
comerciales o los supermercados. Violeta y Rosa dan cuenta de
esta congoja y lo comparten de la forma que sigue: «soy una per-
sona que llegué a tener fobia a la gente, porque te encierras tanto
en ti misma, en tu casa, con tus hijos, que a mí me llegó a agobiar
la gente. No puedo estar con mucha gente, me da fobia. Voy por
ejemplo al supermercado, al parque principal... y, si hay mucha
gente, me tengo que marchar porque me agobio. Es porque estás
acostumbrada a estar en casa, siempre sola y con él y los niños,
me agobiaba muchísimo». «Me cuesta mucho estar con tanta
gente junta. No me sentía bien después de tanto tiempo ence-
rrada, tenía fobia a estar con gente».

El impacto familiar de la violencia: criaturas


desprotegidas

Una familia rota

Las violencias machistas en el contexto de pareja tienen importan-


tes repercusiones a nivel familiar, sobre todo en las hijas y los hijos,
de quienes nos ocuparemos un poco más adelante. Pero la familia
creada por la mujer no es la única que siente los perniciosos efectos
de los comportamientos del agresor, sino también la de origen.
[50]

En muchas ocasiones los lazos afectivos están deteriorados por


la situación de violencia que se vive en el hogar, de forma que
la relación con su madre, su padre, sus hermanas, sus primos,...
puede verse afectada de forma significativa. La vergüenza aísla a
la persona, que siente en las propias carnes la humillación por el
fracaso de la pareja, lo que hace que se decida cortar la relación o
tomar cierta distancia para evitarles sufrimientos.

Alba es una de las mujeres que decidieron no contar a nadie lo


que está viviendo y su paso por la Casa Malva. «Mi familia no lo
sabe, alguna gente de aquí sí y tiene valor. Es duro porque nunca
fui de mentiras y eso, pero si le digo esto sufriría (en referencia
a su tía), tiene diabetes y acabaría de matarla, ya tiene bastantes
problemas. Y esto es un problema mío, igual que mi madre lo
guardó en silencio». La decisión de dejar a la familia al margen
añade dolor y sufrimiento a un momento vital especialmente sen-
sible y complicado, pues al duelo de la ruptura hay que añadir la
necesidad de sobreponerse a la violencia experimentada. Otras
veces, como en el caso de Rosa, la familia simplemente deja de
estar disponible o no quiere verse envuelta en problemas que no
considera de su incumbencia. «Tengo una hermana que dejó de
hablarme y todo cuando me pasó esto, y eso me dolió mucho. Me
dolió muchísimo porque el día que se habló con ella, porque yo
entré en una situación muy mal, muy mal, muy mal... los médicos
aconsejaban que mejor estuviera con mi familia, porque en vez de
un problema yo tengo varios problemas de salud, y ella dijo que
no quería saber nada de mí».

Como vemos, la familia de origen no siempre es un apoyo con el


que las mujeres pueden contar en su proceso de recuperación.
En ocasiones prefieren quedar al margen. En otras, las propias
mujeres intentan evitarles situaciones delicadas, pues como co-
menta Sandra, «mi familia tiene también sus problemas y sus co-
sas, nunca tuve ayuda». En este sentido, se perciben los posos del
discurso sostenido a lo largo de la historia y que llega hasta hoy,
los trapos sucios, se lavan en casa; o lo que viene siendo lo mismo,
los problemas de pareja son una cuestión íntima en la que nadie
más debe intervenir. Nuevamente, estamos ante la dialéctica del
[51]

carácter privado de lo que sucede en el hogar, pero gracias a Kate


Millet ya sabemos que lo personal es político.

El mito de la “habitación hermética”

Uno de los primeros problemas que encontramos cuando nos su-


mergimos en el debate en torno a las niñas y niños, hijas e hijos
de mujeres en situación de violencia machista en la pareja, es la
falta de datos que permitan comprender su dimensión real. La
Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, ha realizado
una labor de visibilización del problema, ofreciendo información
actualizada de los asesinatos de mujeres y la magnitud de las vio-
lencias machistas y, también, de su afección a las criaturas. Solo
en el año 2017, hasta el mes de agosto, fueron asesinados 8 niños
y niñas a manos de su padre o de la pareja de su madre. Sin duda,
son víctimas directas cuando el agresor llega al punto de quitar-
les la vida, pero también cuando no son objeto inmediato de su
maltrato, porque vivir en un hogar marcado por la violencia tiene
importantes secuelas en su desarrollo presente y futuro.

Las falacias sobre las niñas y niños en los casos de violencia ma-
chista en la pareja provocan una desatención de su derecho a la
protección y a la reparación del daño que supone sobrevivir en
un ambiente de dominación y de violencia. Pasaron de ser consi-
derados testigos a víctimas indirectas o secundarias, eufemismos
para evitar nombrar la realidad. En este punto se considera que
las niñas y niños sufren la violencia cuando ven o escuchan las
agresiones dirigidas contra su madre, o cuando tratan de parar
los golpes interponiendo su cuerpo, con un gesto inocente que
pretende poner fin a la violencia. Pero no sólo eso.

Una idea comúnmente extendida, y no por eso cierta, es que las


niñas y los niños “no se dan cuenta de nada”, como si viviesen
en una habitación hermética que les mantiene ajenas y ajenos a
lo que sucede en casa. Pero esto no es más que un mito. Las vio-
lencias machistas en el contexto de pareja generan un ambiente
tóxico e irrespirable en el hogar, siendo una de sus consecuen-
cias inmediatas la pérdida del carácter protector asociado con la
[52]

familia, sobre todo en los primeros años de vida. El lugar en el


que deberían encontrar seguridad, protección, cariño, mimos,
sonrisas... se vuelve absolutamente arbitrario, inseguro, siniestro,
infeliz. Y esto deja huella de forma clara y directa. Esto daña.

Verdugo y padre: una mala combinación

En la actualidad podemos distinguir potentes discursos misó-


ginos que legitiman la figura patriarcal del Padre, haciendo que
nada prevalezca sobre el derecho paterno, ni siquiera el interés
supremo del menor. Por eso, Beatriz Atenciano advierte sobre
dos mitos bastante extendidos socialmente en relación a los agre-
sores: pueden ser buenos padres y su violencia termina con la
separación. Falacias sobre las que se sostienen los regímenes de
visitas y otras prácticas que dejan en situación de desprotección a
las mujeres y a sus hijas y sus hijos.

En un estudio publicado en European Psychologist sobre la utili-


zación que los agresores hacen de las hijas y los hijos para ejercer
el control sobre sus parejas o exparejas, los datos revelados re-
sultan significativos. En porcentajes muy elevados, las mujeres
supervivientes informan como los padres o padrastros utilizan a
las niñas y niños para seguir ejerciendo un control sobre ellas,
intimidarlas, acosarlas, amenazarlas, chantajearlas para que reto-
men la relación o, en algunos casos, poner a los hijos en su contra.

Rebeca narra cómo su pareja y agresor aprovecha los tiempos con


sus hijas para deslegitimar su decisión de romper la relación y
buscar protección en un recurso de acogida. «Hay días que me
derrumbo, porque los hijos derrumban a una, principalmente
mi hija mayor. A veces habla cosas muy fuertes, como que estoy
desgraciando su vida por buscar mi felicidad. El día que está con
el padre, él le habla de muchas cosas y ella vuelve muy rebotada
conmigo. El fin de semana que va con él, ella vuelve totalmente
distinta. Yo hasta tengo miedo de arreglarme porque como siem-
pre me dice “tú me estás desgraciando la vida, todo esto es cul-
pa tuya y sólo tuya porque mi padre está sufriendo, mi padre no
come, mi padre adelgazó, mi padre llora, mi padre no sé qué...
[53]

mi padre...” Entonces, pienso que si me arreglo pues la niña se


va a rebotar aún más, hasta en esto me condiciona. Porque ella es
muy dura, pero eso es porque el padre le mete cosas, le dice que
quiere que vuelva. Entonces ella viene y me dice “vuelve, ¿por
qué no vuelves? Allá vamos a estar mejor, allá vamos a volver a ser
una familia, yo era feliz, tú eres muy egoísta”, cosas que el padre
le dice».

Como vemos, las violencias machistas en el contexto de pareja se


prolongan más allá de la separación, es decir, el hecho de poner
fin a una relación violenta no implica el cese de la violencia, sino
que cambia el formato en el que se presenta. El acoso durante
los procesos judiciales, las amenazas que el agresor vierte sobre
personas queridas para la mujer, así como el ejercicio o la de-
jadez de los derechos y responsabilidades paterno-filiales son
algunos de los patrones de comportamiento identificados por
Beatriz Atenciano. Sin embargo, resulta particularmente grave
la consideración del cese de la violencia con el fin de la relación,
pues esto provoca una desatención de los derechos de protec-
ción de las hijas y los hijos, que se ven expuestos a visitas con el
padre, dejando a las mujeres con el alma en vilo, tal y como se
desprende del siguiente relato de Violeta. «En Navidades, un
infierno. Las Navidades que pasaron mis hijos cuando fueron
al régimen de visitas... la justicia no me sirvió para nada y tuve
que arreglarlo yo cara a cara con mi suegro y mi cuñado. Me
enfrenté a ellos. Fue muy duro, porque no me dejaban... y me
dio igual, si tengo que arreglarlo yo por palabra lo arreglo. Y así
fue, y ahora no viene a por los niños... hasta que aparezca otra
vez a por ellos, porque encima la justicia no hace nada, son los
hijos y son los hijos. Y mi hija también declaró que sufría ma-
los tratos. El día que van allí yo muero, no soy persona, porque
vamos... la situación en la que están... es que no lo quiero ni
imaginar».

La falta de perspectiva de género en los procesos y criterios ju-


diciales provoca mucho sufrimiento en las mujeres y también en
las niñas y niños. ¿Dónde quedan los derechos de protección con
medidas de este calado? ¿Cómo confiar en la justicia si esta obliga
[54]

a exponer a los niños y niñas a la convivencia con un maltratador?


¿Para cuándo entender que el modelo de familia formado por
papá y mamá no siempre es la mejor opción? De hecho, afortuna-
damente, no es la única.

Las secuelas de las violencias machistas en las


criaturas

La exposición a las violencias machistas comienza, en algunos ca-


sos, antes del nacimiento. Muchas mujeres sitúan en el embarazo
el inicio del comportamiento violento de su pareja o bien ya había
antecedentes y éste continúa durante los meses de gestación, pro-
vocando importantes daños tanto en la mujer como en el futuro
bebé.

En el vientre materno, el feto puede verse afectado por elevados


niveles de estrés de la madre, que se manifiestan en la alta con-
centración de cortisol, con riesgos severos para el desarrollo del
sistema nervioso fetal. En la etapa posnatal hay un riesgo signifi-
cativo de que el bebé tenga un nacimiento prematuro o presente
bajo peso al nacer.

Sin lugar a dudas, la violencia deja huella en las pequeñas y pe-


queños, pudiendo originar daños importantes en su desarrollo
emocional, cognitivo, social y/o académico. En esta línea, Liliana
Orjuela y Pepa Horno hablan de secuelas en diferentes esferas
vitales como pueden ser:

Problemas de socialización. Los cuales pueden manifestar-


se en forma de aislamiento, inseguridad, agresividad o reducción
de competencias sociales.

Síntomas depresivos. Tales como lloros inconsolables, triste-


za, baja autoestima o aislamiento.

Miedos. Pueden adoptar un carácter no específico o concretarse


en cuestiones como presentimientos negativos, miedo a la muer-
te, miedo a perder a la madre, miedo a perder al padre.
[55]

Alteraciones del sueño. Con frecuencia aparecen pesadillas,


miedo a dormir sin compañía o terrores nocturnos.

Síntomas regresivos. Como enuresis, ecopresis, retraso en el


desarrollo del lenguaje o infantilización, esto es, mostrar comporta-
mientos propios de criaturas con una edad inferior a la que tienen.

Problemas de integración en la escuela. Que pueden con-


cretarse en problemas generales de aprendizaje, dificultades para
mantener la concentración y la atención, disminución del rendi-
miento escolar y/o dificultades para compartir.

Respuestas emocionales y de comportamiento. Como


rabia; cambios en el humor; ansiedad; sensación de desprotec-
ción; sentimiento de culpa; dificultad en el manejo y la expre-
sión de las emociones; negación o minimización de la situación
violenta; normalizar el sufrimiento o la agresión como pautas
de relación; aprendizaje de modelos violentos y posibilidad de
repetición. Durante la adolescencia es posible que emerjan rela-
ciones más conflictivas y adicciones; comportamientos de riesgo
y de evasión; huida del hogar; influencia paterna en el modelo
de relación amorosa y/o mayor probabilidad de manifestar un
comportamiento hostil.

Síntomas de Estrés Postraumático. Que se manifiesta a


través del insomnio, pesadillas recurrentes, fobias, ansiedad, re-
experimentación del trauma y trastornos disociativos.

Parentalización de las niñas y niños. En algunas ocasiones,


las niñas y niños desarrollan roles parentales y protectores hacia
hermanos y hermanas menores o en relación a su madre.

La muerte. Los efectos de la violencia adquieren su forma más


grave con el asesinato de la niña o del niño por parte de su padre.

Algunas de estas secuelas emergen en las conversaciones con las


mujeres. Hay que pensar en el cambio que supone residir en la
Casa Malva dejando el barrio, el pueblo o la ciudad en la que se
[56]

vivió toda la vida, la ruptura de la unidad familiar de referencia,


la llegada a un espacio nuevo, con gente y caras nuevas... Por eso,
más allá de las secuelas derivadas de la exposición a las violencias
machistas en el hogar las niñas y niños en un recurso de acogida
enfrentan un escenario complicado. Como ejemplo, Marta co-
menta la situación que está viviendo con su hijo, a quien le está
costando mucho adaptarse a la nueva escuela. «Claro, el niño es-
taba en otro colegio y tenía allí a sus primos, tenía amigos, iba
encantado de la vida allí al colegio. El niño en ese colegio iba de
maravilla, pero viene aquí, lo metí en el colegio para que no per-
diera mientras que estamos aquí... y el niño el primer día que lo
dejé (sopla) me costó muchísimo dejarlo. No había forma de me-
terlo para adentro, no había manera».

Frente a las múltiples problemáticas que afrontan, hay mujeres


que intentan llevar de forma lo más natural posible la vida en la
Casa Malva, evitando mostrar su dolor ante las hijas y los hijos.
Como dice Marta, «echarme a llorar yo sola sin que me vea el
niño». Pero aún así, las criaturas expresan mucho de lo que llevan
vivido. El siguiente relato del hijo de Marta evidencia el sufri-
miento de la infancia que está expuesta a las violencias machistas
en el hogar. «Incluso el niño me dice a mí, “mamá, cuando tenga
a lo mejor catorce o quince años... si sigue vivo, no sé si iré a verlo
(en referencia a su padre); la verdad, sinceramente no sé si iré a
verlo pero no me preocupa verlo”. Dice “porque yo, claro, a papá
si lo quería mucho y lo quiero, y tuve mis ratos buenos con él pero
lo que hacía contigo... no”. Dice “no porque el día que me case
yo no voy a hacer eso con mi mujer...” Que te diga eso un niño de
diez años es muy fuerte. Y dar la vuelta e hincharte a llorar».

La reconstrucción del vínculo materno-filial

Los daños provocados en el vínculo materno-filial son tempra-


nos, pues ya en el embarazo produce alteraciones en la represen-
tación mental que la madre hace del bebé y de su relación en el
futuro. Más allá de esto, queda mucho trabajo por hacer en el
desempeño del rol materno cuando hay una situación de violen-
cia machista en la pareja. No existe un acuerdo al respecto, y las
[57]

investigaciones en la materia afirman, de manera contradictoria,


que son más competentes pese a las secuelas de la violencia y, en
otros casos, que tienen una mayor probabilidad de ser agresivas
con sus hijos e hijas.

En todo caso, se produce un deterioro del vínculo materno-filial.


En ocasiones las madres enfrentan la pérdida de legitimidad pro-
vocada por las idas y vueltas que dieron en el pasado en relación
a su pareja, pues como dice Virginia, «los niños no saben a qué
atenerse». Además, la falta de reconocimiento de la autoridad
materna es una cuestión que se presenta, en ocasiones, como un
elemento de tensión familiar, especialmente en aquellos casos en
los que las criaturas están llegando a la adolescencia. El relato
de Sandra evidencia la complejidad de la relación, aumentando
el sufrimiento en el proceso de recuperación de las mujeres. «Yo
ahora lo estoy pasando un poco mal con el de trece, que no se
adapta, no se adapta a la situación. Él pensaba otra cosa, no sé qué
pensaría... por lo visto se arrepintió, no sé lo que pasó ahí con él...
no quiere hablar conmigo de ese tema. Pero según lo que hablé
aquí con las psicólogas el niño... pues pensaría otra cosa, y pensa-
ba que yo iba a volver como otras veces. Y él ahora se siente pro-
tector, quiere ejercer de padre y le viene muy grande. Es que tú
no sabes... ya está utilizando el lenguaje del padre». En la misma
línea, Sonia también habla de la complicada relación con su hijo.
«Me pegaba el padre y después el niño también quería... por eso
tuve una denuncia con él, con mi hijo, para que lo llevaran a un
centro, para que lo pusieran un poco... yo lo pasé muy mal, muy
mal, la verdad, con su padre... después con el niño seguía pasan-
do. Me gustaría que estuviese conmigo, que se portara como se
están portando sus hermanos, estudiar y todo, pero...»
atención
integral y
recursos
habitacionales
[61]

Los avances que se fueron produciendo en materia de igualdad


entre mujeres y hombres no se dieron de forma espontánea o por
la voluntad política, sino que deben mucho a la lucha llevada a
cabo por las mujeres en diferentes esferas de la vida, tanto en los
espacios públicos como en los privados. A veces parece que las
transformaciones suceden por inercia, ya que hoy algunas cues-
tiones como pedir permiso al marido para abrir una cuenta en el
banco o trabajar fuera de casa no parecen lógicas. Pero lo cierto es
que la reconstrucción de la Historia evidencia las reivindicacio-
nes y los logros del movimiento feminista.

¿Y qué es eso del feminismo? Nos servimos de las palabras de la


compañera Marcela Lagarde para definir lo que, en esencia, es
un movimiento sociopolítico de liberación personal y colectiva:
«El feminismo fue la filosofía y la acumulación política ideada y
vivida por miles de mujeres en diferentes épocas, naciones, cultu-
ras, idiomas, religiones e ideologías, que ni siquiera coincidieron
en el tiempo pero que hicieron una búsqueda y la construcción
de la humanidad de las mujeres. Sí, en efecto, el feminismo es
radical, y cómo no iba a serlo si echó a sus espaldas ser espacio,
encuentro y principio de mujeres que por su propia experiencia
dijeron basta a la dominación patriarcal y lo hicieron en todos
los tonos imaginables, en diversos discursos, pero con acciones y
convicciones similares».

Como vemos, la capacidad transformativa de las diferentes co-


rrientes feministas se establece en un diálogo que va de la indi-
vidualidad a lo colectivo y viceversa, porque inevitablemente
cuando el feminismo nos toca o nos acercamos a él, nuestra vida
personal cambia radicalmente. Al mismo tiempo, cada mujer
[62]

que participa en el movimiento supone una mirada particular y


aporta sus propias herramientas para la emancipación colectiva.
Pues con independencia de las circunstancias personales, todas
las mujeres compartimos, como grupo genérico, una posición de
opresión derivada del sistema patriarcal en que vivimos. Preci-
samente, esta condición debería originar una nueva cultura de
la solidaridad, que implique un reconocimiento mutuo entre las
mujeres, que por encima de las diferencias podamos tejer puentes
violetas y liberadores. Un pacto en la sororidad.

En España, el movimiento feminista alcanzó un protagonismo


significativo durante el período de la transición política, pues con
la caída del régimen fascista se abrían oportunidades de crear un
modelo social con mayores dosis de igualdad. La reivindicación
de los derechos de las mujeres fue el punto de partida, iniciándose
un proceso de cambio en el que el feminismo organizado pasó
a ser un importante lobby de presión para los diferentes gobier-
nos. Su actividad se centró fundamentalmente en la defensa de
los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, exigiendo
la despenalización del adulterio y de la interrupción voluntaria
del embarazo; además, las asociaciones de mujeres tuvieron un
papel determinante en la visibilización, denuncia y abordaje de
las violencias machistas, una lucha que llega hasta nuestros días.

La entrada de mujeres feministas en espacios de poder en la vida


pública, en contextos culturales, políticos, universitarios, edu-
cativos, sanitarios,... permitió redefinir la forma de entenderlos
y articular discursos alternativos. Con esta mirada llegamos al
nuevo milenio conscientes de la necesidad de una ley integral
que fuese el marco de actuación referente en materia de violen-
cias machistas. Diez años después de la aprobación de la Ley
1/2004, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia
de Género, la lucha feminista continúa activa en la calle y en los
distintos escenarios de poder. Precisamente, porque es necesario
evitar el fundamentalismo institucional del que advertía el pro-
fesor Amartya Sen, esto es, la ingenuidad de pensar que una vez
establecidas determinadas instituciones y normas ya estamos en
manos seguras.
[63]

La atención integral. Un enfoque bio-psico-social

Nuevos enfoques: del proteccionismo a la atención


integral

En la última década, y ya desde los años noventa del siglo pasado,


el movimiento de casas de acogida inició un proceso de reflexión
sobre el modelo de gestión y acogida más adecuado para aten-
der los derechos y las necesidades de las mujeres. A pesar de la
lentitud de este proceso de cambio, existe una tendencia a que la
visión tradicional centrada en la seguridad y en la protección se
amplíe atendiendo otras esferas vitales que son igualmente im-
portantes para el proceso de recuperación.

La atención integral supone una visión global del problema de las


violencias machistas en el contexto de pareja. De hecho, trata de
superar la perspectiva proteccionista que acompañó el desarrollo
de las casas de acogida, centradas exclusivamente en la seguridad,
en el alojamiento y en la manutención. Sin embargo, el enfoque
integral se basa en un proceso de empoderamiento de las mujeres,
a través de una intervención biopsicosocial que permite trabajar
áreas como la salud, el empleo, la vivienda, la educación familiar,
o el tiempo de ocio. El cambio pasa por dejar de hablar de las mu-
jeres en términos de problemas para empezar un nuevo diálogo
basado en sus capacidades y recursos, entendiendo que la protec-
ción y la recuperación son derechos, no favores.

En el caso de Asturias, el Proyecto Marco de Intervención es la


materialización de la atención integral que identifica diferentes
áreas vitales en las que es preciso trabajar con la mujer para mejorar
su situación, las cuales quedan recogidas en el siguiente cuadro:
Casa Malva
Áreas de intervención
Recuperación personal
Formativa Laboral
Menores
Social
Legal
[64]

Desde el primer momento se empieza a preparar la salida de las


mujeres que llegan a la Casa Malva, con la idea de favorecer el
retorno a una vida independiente. Además, en esta perspectiva la
comunidad tiene un papel relevante, pues las violencias machistas
en el contexto de pareja no son una cuestión privada sino pública
y, por lo tanto, política. Nos situamos ante un problema social,
que no lacra, al que hay que dar una respuesta colectiva. Precisa-
mente, Mª Juana Sánchez argumenta en esta línea al afirmar que
no es posible liberar a la mujer de la violencia por el simple hecho
de esconderla temporalmente y darle protección en un centro de
acogida. La realidad es mucho más compleja.

Dos pilares de la atención integral: coordinación e


interdisciplinariedad

La lógica permite afirmar que para iniciar un proceso de recu-


peración que sea integral, necesariamente el modelo de atención
tiene que obedecer al mismo principio, es decir, el modelo de in-
tervención desde el que se trabaja con las mujeres y las criaturas
que llegan al recurso de acogida debe partir de un enfoque global
sobre las secuelas de las violencias machistas. La violencia no ter-
mina con la ruptura y no es sólo cuestión de daños físicos, es un
proceso destructivo que descompone a la persona por comple-
to. Por eso, la recuperación empieza por ir recomponiendo cada
rincón avasallado por el agresor, sin dejar fuera ninguna pieza.
Como si de un puzle se tratase.

En el plano profesional, se destaca la importancia que el modelo


de atención integral tiene en relación al trabajo en red que pro-
mueve, al facilitar la colaboración de diferentes equipos profesio-
nales; precisamente, porque como indica una de las coordinado-
ras «tú no puedes trabajar un problema como aislado dentro de
una persona. Se trabajan todas las áreas posibles de la persona, es
un modelo sistémico, por así decirlo».

Para esto es necesario diseñar acciones en diferentes áreas vita-


les de forma coordinada, entendiendo que solucionar proble-
mas relacionados con la vivienda, con el empleo o la educación
[65]

de las hijas y los hijos, entre otros, son elementos que inciden de
forma significativa en el bienestar de las mujeres. En esta línea
argumenta una de las profesionales de la Casa Malva. «¿Cómo
construyes o cómo desarrollas tú un proyecto de recuperación sin
abarcar todos los ámbitos? A parte de ser mujer, eres empleada,
eres trabajadora... claro, hay que intervenir en todo». Además,
cada una de las áreas de trabajo están conectadas, de forma que
unas no evolucionan sin otras, como comenta una de las educa-
doras. «Un área puede evolucionar de una manera y necesitar,
no sé, contar con diferentes opiniones para establecer un proyec-
to común de trabajo porque si no trabajamos coordinadas no se
pueden establecer objetivos sólo hacia lo laboral o sólo hacia...».

La importancia de mantener una conexión directa y continuada


es algo especialmente significativo cuando se aborda la cuestión
de las criaturas. La persona responsable del programa de meno-
res, cuya finalidad desde que se inició en el año 2008 es mejorar la
adaptación de las niñas y los niños al recurso de acogida y trazar
una recuperación en el plano afectivo-emocional, físico, así como
del vínculo materno-filial, así lo indica en su relato. «Yo, a ver,
lo veo muy específico en el tema de menores. Si una mujer está
emocionalmente mal y pretendemos trabajar la parte materna...
pues no tiene sentido porque va a ser un fracaso absoluto, ¿no?
Necesitamos un poco la parte psicológica o saber cómo va ella en
la parte emocional para establecer unos objetivos más básicos o
irlos variando un poco en función de cómo vaya ella, y eso puede
llevar también al fracaso del proyecto».

En esta línea, es necesario señalar también la coordinación que


se establece entre las profesionales de la Casa Malva y las perso-
nas responsables de los diferentes talleres y actividades que suelen
celebrarse en horario de tarde en el centro. Una de las monitoras
explica cómo se organiza para mantener un intercambio fluido
de información con las profesionales del centro. «Todos los días
cuando llego al taller hablo con una educadora y antes de irme
también; después tenemos una vez al mes una ficha en la que co-
mento un poco como fueron las sesiones; el nivel de participa-
ción... por supuesto, todo anónimo, y después la valoración del
[66]

propio taller y lo que ellas me devuelven, esto se hace una vez al


mes». De ahí el valor de establecer reuniones periódicas para co-
nocer los avances que se van haciendo en cada caso, estableciendo
un ritmo acompasado que facilite el proceso a las mujeres y, en el
caso de haberlos, a los hijos e hijas. Se trata de poner «en común
lo que vemos cada una e ir caminando juntas», recuerda una de
las profesionales.

En este sentido, una característica ineludible de la intervención


integral es la creación y la coordinación de equipos interdiscipli-
nares para poder atender las demandas que requieren las diferen-
tes áreas, es decir, atender las múltiples necesidades que emergen
a lo largo del proceso de recuperación supone la implicación de
profesionales de distintos campos de conocimiento. Precisamen-
te, una de las coordinadoras indica que «la perspectiva de varias
personas sobre un mismo problema ayuda siempre», una idea
que es reforzada por otras profesionales del equipo de la Casa
Malva, «trabajar con otras y otros profesionales a tu lado te per-
mite también parar en determinadas ocasiones o reorganizar
cómo estás haciendo tu trabajo». Queda claro, por tanto, que el
proceso de recuperación no se agota en una única mirada. Ade-
más, es necesario conocer y comprender los ritmos y necesidades
de las mujeres, como se desprende de los siguientes relatos de
profesionales. «En los primeros momentos la mujer necesita ase-
soramiento jurídico especializado y con perspectiva de género, la
mujer es lo que más necesita, están pensando que les van a quitar
a los hijos, con esas construcciones llegan muchas veces». «Que
tenga una buena atención jurídica en los primeros momentos va
a facilitar mucho la parte psicológica, porque como dice mi com-
pañera, hay determinadas cuestiones que van a solucionar a través
del abogado y le van a proporcionar calma en un momento de-
terminado o sosiego en un momento determinado. Quiero decir,
que lo más urgente se solucione en ese momento va a favorecer
mucho el resto de la recuperación».

Como vemos, la coordinación y la interdisciplinariedad profesio-


nal son dos pilares básicos que dan forma al modelo de atención
integral. Sin embargo, a pesar de la importancia que tiene inte-
[67]

grar la metodología colaborativa como dinámica en el puesto de


trabajo, cabe destacar que «supone mucho compromiso», como
recuerda una de las coordinadoras.

Se necesitan profesionales formadas en la


perspectiva de género

Más allá de la coordinación en el trabajo interdisciplinar que se


da en la Casa Malva, resulta igualmente importante establecer un
trabajo colaborativo con otras administraciones públicas que ne-
cesariamente intervendrán en el proceso, como puede ser el caso
de los centros de enseñanza donde estudian las hijas e hijos, el
centro de salud, o el servicio público de empleo, por citar algu-
nos ejemplos. De este modo, la casa de acogida pasa a entenderse
como un recurso central a partir del cual establecer la coordina-
ción con otros servicios comunitarios.

En cumplimiento con el artículo 32º de la Ley 1/2004, que es-


tablece la obligatoriedad de que los poderes públicos elaboren
planes de colaboración que permitan actuaciones coordinadas
en materia de prevención, asistencia y persecución de los actos
de violencia, desde el Instituto Asturiano de la Mujer (IAM) se
puso en marcha un Protocolo Interdepartamental para mejorar
la atención a las víctimas de violencia de género, que articula la
intervención en cinco grandes áreas para garantizar la atención
integral: ámbito sanitario, ámbito judicial, ámbito de igualdad de
oportunidades, ámbito sociolaboral y ámbito de los servicios so-
ciales comunitarios.

A este respecto, en los grupos de discusión se destaca la impor-


tancia de la formación y actualización como algo imprescindible
para mejorar la actuación en las diferentes áreas y romper las re-
ticencias que puedan surgir. Una de las profesionales señala que
«hay dificultad con el sistema de justicia, no tanto por la gente
que trabaja en el día a día, sino porque a la judicatura pienso que
le falta formación». En las conversaciones, se evidenció la evolu-
ción positiva que experimentaron ciertos colectivos profesionales
en paralelo a la mejora de su capacitación profesional en mate-
[68]

ria de género, como ponen de manifiesto las siguientes palabras.


«Me estoy acordando ahora mismo de cómo se trabajaba hace
tiempo con las Fuerzas de Seguridad. Yo recuerdo una asociación
en la que trabajábamos nosotras, una asociación feminista hace
tiempo, antes de que existiese el Protocolo, antes de que existiese
la Ley Integral... antes de que se pusieran en marcha este tipo de
centros y demás. Yo recuerdo que a las mujeres les preguntába-
mos cómo las trataba la policía, era un ítem de nuestros cuestio-
narios de valoración de ingreso, y ahora no lo ponemos porque
sabemos que por regla general la atención va a ser excelente».

En este sentido, una reivindicación común de las coordinadoras


y las profesionales de la Casa Malva es la necesidad de ampliar la
formación que reciben determinados colectivos profesionales, in-
tegrando enfoques feministas. Una de las argumentaciones esgri-
midas a favor de esta cuestión guarda relación con la posibilidad
de observar el cambio que se produce en un equipo cuando hay
un conocimiento de los procesos de las violencias machistas en el
contexto de pareja, tal y como manifiestan varias profesionales.
«La formación en violencia de género no cuestiona el buen pro-
fesional que eres, al contrario, te da herramientas para entender
determinados casos que te pueden llegar a un servicio de salud, a
un servicio de empleo... te da más herramientas para trabajar de
manera mucho más eficaz». «Porque depende un poco del profe-
sional que esté en frente y de la formación que tenga... no se pide
sensibilidad sino formación. Mira, el Servicio Público de Em-
pleo no sabía nada de violencia y se formaron y tienen un agente
específico que atiende a las mujeres, lo hacen excelente, ¿por qué?
Porque no cuestionan nada; como la policía, no cuestionan. Se
forman y actúan en consecuencia, aquí nos da lo mismo lo que
piensen».

Desde este punto de vista, más allá de la importancia que ciertos


perfiles profesionales tienen en los procesos de recuperación de
las violencias machistas, sobre todo en el campo de la psicología,
la educación, el trabajo social, entre muchos otros, se destaca, en
palabras de una de las coordinadoras «que lo fundamental es la
perspectiva de género, es decir, entender el problema». En otras
[69]

palabras, resulta ineludible capacitar a los equipos profesiona-


les con una formación específica y desde un enfoque de género.
Quizá sea utópico pero... ¿no estaría bien empezar ya en la for-
mación universitaria?

Trabajar desde el empoderamiento y la centralidad


de las mujeres

La individualización del proceso de atención es un componen-


te fundamental de atención integral, pues siempre tenemos que
tener la mirada puesta en el horizonte de la persona y de sus po-
sibilidades. Como indica Miguel Lorente, los protocolos de ac-
tuación guían, orientan, pero no es posible rutinizarlos, sino que
para cada caso habrá que trazar un camino específico que se pue-
de concretar en un Proyecto de Recuperación Personal (PRP)
propio para cada mujer. En otras palabras, partiendo de un enfo-
que global tenemos que aterrizar en la particularidad, expresada
en la realidad propia de cada una de las mujeres atendidas en el
dispositivo, pues como indica una de las profesionales «todas tie-
nen una situación de violencia de género pero no todos los casos
son iguales».

En el enfoque de atención integral las mujeres se sitúan en el


centro de la acción profesional y pasan a ser consideradas como
agentes transformativos de sus vidas. La idea es trabajar desde el
empoderamiento personal, ganando progresivamente capacidad
de decisión sobre la propia vida y seguridad. En este sentido, las
profesionales de la Casa Malva destacan la importancia de situar
a las mujeres en el centro de su propio cambio. «El hecho de ser
protagonistas en lugar de tener un lugar pasivo, ¿no? Yo creo que
es fundamental darles ese espacio donde ellas sean protagonistas
y puedan decidir muchas cosas de su proyecto de vida».

En este proceso transformativo se trata de acompañar a las mu-


jeres en su recuperación, que ellas tomen las riendas y decidan
qué elementos vitales quieren cambiar, mantener o eliminar; «que
ellas mismas se vean como parte de un proyecto que está a la luz
y que no tienen por qué esconderse» indica el grupo. De hecho,
[70]

con carácter general, las profesionales y las coordinadoras desta-


can la centralidad de las mujeres como uno de los puntos fuertes
del enfoque integral, tal como se desprende de los siguientes re-
latos. «Yo creo que uno de los valores básicos es darles identidad
propia a las mujeres; respetar ese principio de decisión y de au-
tonomía en su proceso de recuperación e intentar empoderar a
las mujeres». «Ella es la base de este proyecto de recuperación
personal y todo va diseñado en función de lo que ella demande y
como ella quiera llevar el proceso, con lo cual lo que ella quiera y
lo que ella demande es fundamental».

En este proceso se remarca la importancia del trabajo individual


o personal, prestando atención a cada caso particular; para lo cual
resulta imprescindible recoger toda la información posible para
establecer un diagnóstico adecuado de la situación. Es necesa-
rio realizar un recorrido previo, particular con cada mujer, hasta
llegar a concretar el proyecto de futuro que va a establecer. Para
eso hay que partir del momento vital en que se encuentra cada
una, de su grado de conciencia sobre el problema que enfrenta;
así como conocer su historia personal hasta llegar al recurso de
acogida.

Una de las coordinadoras explica claramente que no se lleva a


cabo ninguna acción sin el consentimiento ni la decisión de la
mujer, algo para lo que «puede que sea necesario una interven-
ción profesional desde el acompañamiento, desde la proximidad,
pero el fin último es la restauración del poder personal».

El respecto a las mujeres y a su situación es un elemento central


del proyecto de recuperación personal, pues como indica una de
las profesionales, «si te pones en la postura radical vuelves a ha-
cer el ellas y el nosotras, y entonces a aquella mujer no le llegas a
ningún lado. Tú te ves por encima y no puede ser. Tienes que ser
una feminista muy pensada para trabajar con ellas». De ahí, que
la horizontalidad sea un principio básico para llevar por el buen
camino cualquier iniciativa que pretenda el empoderamiento per-
sonal de las mujeres que están en la Casa Malva o en cualquier
otro recurso de acogida.
[71]

La Estrategia Cuádrupla y el papel de las


profesionales en la atención integral

En el marco del enfoque de la atención integral, rescatamos la


propuesta de trabajo realizada por Lola Ferreiro y Mª Jesús Díaz
conocida como la “Estrategia Cuádrupla”, que destaca la impor-
tancia de intervenir en las actitudes para la promoción de la salud
o del bienestar de las mujeres, para lo cual establece cuatro frentes
diferenciados:

Frente afectiva. Centrada en la mejora de la autoestima perso-


nal y en la ayuda para la identificación de las necesidades y deseos
propios. Se trata de disminuir los miedos y el sentimiento de cul-
pabilidad del que hablamos anteriormente, para ir favoreciendo
proceso de elección libre. Esta situación supone una mayor sa-
tisfacción y progresivamente contribuye a la disminución de la
frustración.

Frente conductual. Aquí es necesario trabajar en dos cuestio-


nes de forma paralela. Por una parte, desalentar comportamientos
abnegados y sumisos y, de otro lado, ayudar al desarrollo de es-
trategias alternativas basadas en la creación de espacios y tiempos
para la autoexpresión, para la liberación de la agresividad y el uso
de modelos comunicativos más adaptados.

Frente cognitiva. En este caso se destaca la importancia de fa-


vorecer el acceso a la información relativa a las relaciones de des-
igualdad que promueve el patriarcado, entrar en conocimiento
de que aquello que les pasa obedece a la existencia de un sistema
perfectamente organizado. Conocer y nombrar las múltiples for-
mas de las violencias machistas para poder identificarlas y desle-
gitimarlas.

Todo lo anterior permite destacar el carácter educativo que tiene


cada Proyecto de Recuperación Personal, pues su cumplimien-
to implica numerosos aprendizajes. Uno de los más difíciles, el
inicio de una nueva vida donde no tengan cabida las relaciones
desiguales y violentas. De hecho, Rocío Rodríguez considera
[72]

fundamental que cada centro defina su marco de acción como un


proyecto educativo que resultaría de integrar todas las dimensio-
nes abordadas en la intervención.

En este proceso, el papel de las profesionales se centra en ser faci-


litadoras y acompañar el proceso de recuperación personal de las
mujeres, respetando los ritmos y adaptando sus intervenciones
a las características del grupo o persona con la que están traba-
jando. Pero además, resulta importante cuestionar, en cada caso,
como profesionales, las propias posiciones respecto a la cultura de
género. En otras palabras, las profesionales también participan de
la condición del genérico femenino, y por eso una de las coordi-
nadoras advierte sobre la siguiente condición. «Cualquier mujer
debemos escucharnos, tengamos o no tengamos un problema de
violencia de género; qué es lo que queremos, cuánto de sometidas
estamos incluso las más estudiadas y las supuestamente más estu-
diadas, cuánto de sometidas estamos por las instituciones, cuánto
de sometidas estamos en nuestras relaciones por muy normali-
zadas que parezcan, cuánto de sometidas estamos con nuestros
compañeros, con nuestras familias... tenemos que hacer un es-
tudio de sometimiento porque la sociedad está organizada como
está organizada».

Sobre los ritmos y tiempos personales

Uno de los objetivos de la atención integral es garantizar que las


mujeres cuenten con un espacio y un tiempo para poder reflexio-
nar y tomar decisiones sobre su vida y la de su familia. La idea es
favorecer unas condiciones adecuadas para ir ganando autono-
mía personal que permita superar las dificultades asociadas a la
situación de maltrato.

El reto de la atención integral es conseguir articular los apoyos que


cada una de las mujeres necesita, evitando una aceleración de los
procesos de intervención, se trata de que los tiempos fluyan acor-
des a los ritmos y a las necesidades de las mujeres. Hay que favore-
cer la creación de espacios y de tiempos para el autoconocimiento y
el reencuentro con una misma, dejando a un lado, poco a poco, las
[73]

ansiedades y las angustias tan habituales en los momentos iniciales


del proceso de recuperación. Es necesario programar el trabajo de
forma que los niveles de estrés puedan ir reduciéndose.

La vida en un recurso de acogida. La Casa Malva

La Casa Malva: ejemplo de buena práctica en la


atención integral

Actualmente en diferentes escenarios de la geografía española se


constituyen redes de atención integral compuestas por recursos
habitacionales que incorporan unidades de emergencia, casas de
acogida y pisos tutelados. El proceso de cambio y reflexión abier-
to en relación al modelo de acogida dio lugar a la celebración de
un congreso estatal en el año 2006 en Oviedo, en el que se dieron
cita profesionales de casas de acogida del conjunto del territorio
español. Un vivero de ideas para mejorar el proceso de atención
a las mujeres y garantizar la efectividad del derecho a la asistencia
social integral.

En el caso de Asturias, hay que señalar dos referentes básicos del


actual sistema de atención e intervención en materia de violen-
cias machistas. Uno es la Ley 1/2004, de Medidas de Protec-
ción Integral contra la Violencia de Género; y otro, el concepto
de mainstreaming de género establecido en la III Conferencia
Mundial de las Mujeres celebrada en Nairobi en el año 1985.
Partiendo de este escenario, se estableció una línea de trabajo co-
ordinado que es el germen para la consolidación progresiva, des-
de el año 2002, de la Red Regional de Casas de Acogida, con una
estructura encabezada por el Centro de Atención Integral a las
Mujeres (CAIM) o Casa Malva en la ciudad de Gijón, dos casas
de acogida en Oviedo y una en Avilés; además de contar con 22
pisos tutelados en los municipios de Valdés, Oviedo, Langreo,
Avilés, San Martín del Rey Aurelio, Laviana y Castrillón.

Desde su creación en el año 2007, la Casa Malva es un escenario


donde se pone en marcha un nuevo modelo de atención integral a
[74]

las mujeres en situación de violencia machista y a sus hijas e hijos.


Como se indica en el Proyecto Marco de Intervención, diseñado
desde el Instituto Asturiano de la Mujer, esta filosofía es el re-
sultado de incorporar lo establecido en la Ley 1/2004, así como
incorporar el concepto de mainstreaming de género.

Antes de profundizar en el conocimiento sobre la realidad de la


Casa Malva, conviene definir el procedimiento de acceso a los
recursos de la red, destacando la especialización de la atención
por fases diferenciadas; de forma que la atención integral que se
ofrece queda estructurada en cuatro momentos:

Acceso al recurso (de emergencia u ordinario). A través de


derivaciones de otros servicios. En esta fase se trata de valorar la
idoneidad del centro por parte del equipo de ingresos, además de
darse una colaboración con otros equipos profesionales de recur-
sos externos para proceder a este diagnóstico.

Primera acogida. A esta altura empieza a trabajarse la deman-


da de la mujer y la ruptura del vínculo que mantiene con su agre-
sor. Se esbozan los primeros trazos de su proyecto de recupera-
ción personal.

Larga estancia. En esta fase se continúa el proyecto personal


que se inició en el punto anterior y, al mismo tiempo, se busca
ofrecer herramientas y apoyo para el desarrollo de capacidades
que puedan servir para el desarrollo de una vida autónoma.

Pisos tutelados. Este recurso va dirigido a aquellas mujeres


que a pesar de cumplir los objetivos de larga estancia tienen una
situación de especial dificultad para encontrar una vivienda inde-
pendiente.

En este sentido, se considera un centro que abandera nuevos en-


foques y líneas de trabajo en materia de violencias machistas, una
cuestión sobre la que las profesionales no dudan en atribuir la
responsabilidad al movimiento feminista asturiano, tal como se
desprende del siguiente comentario. «La historia del feminismo
[75]

en Asturias dejó huella y la Casa Malva es la respuesta del movi-


miento feminista. Sin duda, sin duda. El movimiento feminista
llegó a estatutos de poder, y se consiguió a través de determinadas
políticas que tenían una visión clara de lo que era el feminismo y
la igualdad entre los sexos, pues llegaron a proponer cosas tan in-
teresantes como este centro». «La Casa Malva es fantástica pero
surge después del trabajo de muchísimas mujeres en el silencio,
de mucho voluntariado, de mucha lucha social para que final-
mente llegue una institución; pero cuidado, no es que primero
viniera la institución, primero hubo mucho trabajo de mujeres».

La importancia de la arquitectura y de la integración


en la comunidad

El cambio en el modelo de acogida viene marcado por las posibi-


lidades que ofrece la propia instalación, desde el inicio, el diseño
arquitectónico del centro marca una diferencia notable respecto a
otros recursos habitacionales. Tanto las coordinadoras como las
profesionales concuerdan en destacar la infraestructura como un
elemento que añade valor al dispositivo, pues «la horizontalidad
siempre facilita mejor las relaciones y el trabajo que la verticali-
dad, facilita las relaciones entre mujeres, pero facilita también el
trabajo de las profesionales».

Además, también destacan la existencia de apartamentos indivi-


duales totalmente equipados –cocina incluida– como algo que fa-
vorece la autonomía de las mujeres y el trabajo independiente de
las profesionales. En esta línea, una de las coordinadoras destaca
la importancia que supuso la separación de la corta y de la lar-
ga estancia. «Yo recuerdo que antes, el recuerdo que tenía de las
casas, por ejemplo, que igual convivía la primera estancia con la
larga estancia en el mismo espacio y veías que una mujer llegaba
hecha polvo y otra que estaba para salir y era todo fiesta... era un
choque terrible».

De contar con un espacio reducido y compartido entre mujeres y


profesionales, se pasó a un sistema donde cada mujer y/o unidad
familiar tiene su propio apartamento y existe un espacio profesio-
[76]

nal y zonas comunes perfectamente diferenciadas. Lo cual, sin


duda, contribuyó a mejorar el bienestar de todas las personas que
conviven en el recurso y la calidad de los servicios que prestan,
tal como indica alguna de las profesionales. «A mí ahora me pa-
rece complicado no trabajar así». «A nivel profesional, disponer
de espacios donde podamos reunirnos, el hecho de que haya más
de una persona por turno, pues también me parece importante».

Con carácter general, las profesionales consideran que se dio un


salto cualitativo en el proceder profesional, lo que implica desta-
cados beneficios del modelo de atención. «Aquí todas trabajamos
en la casa regional donde las mujeres compartían habitación, ha-
cíamos entrevistas en las literas, teníamos el teléfono de emergen-
cia, un manojo de llaves... e ibas con ellas de caminata». «Estabas
atendiendo una urgencia porque una mujer se pusiera mala e ibas
con el teléfono; y te llamaban de que tenías un ingreso y a lo me-
jor estabas en el hospital con una señora, tenías que bajar... claro,
eso también lo vivimos nosotras».

Otro elemento destacado por unanimidad en los grupos de dis-


cusión es la visibilización del recurso y su integración en el barrio
y en la comunidad. «Hacerla visible significa proximidad, que la
población lo entienda como un problema suyo, la posibilidad de
colaborar en las cosas que se hacen, que las mujeres no se sientan
observadas como seres extraños ni de otra galaxia». Este modelo
contrasta con el enfoque proteccionista propio de las casas “re-
fugio” de las que hablamos, incluso alguna de las profesionales
recuerda, sin ninguna nostalgia, como «nos tocó la época de no
decir donde trabajabas y no dar muchos datos». Algo que ahora
resulta impensable para todas ellas.

Precisamente, este es uno de los motivos que convierten a la Casa


Malva en un referente entre los centros de acogida en España, en
la medida que rompe con los esquemas tradicionalmente asocia-
dos a los recursos habitacionales. Su propia presencia, como una
hermosa casa de colores vivos, entre los que destaca el violeta, su
localización sin tabús en el barrio de Montevil, próxima a recursos
como el centro de salud, el servicio de empleo público o centros
[77]

de enseñanza, hacen de ella una casa integrada en la comunidad.


Además, está rodeada de zonas verdes y parques que permiten el
desarrollo de actividades al aire libre gozando del entorno.

La apuesta por un modelo visible es también una forma de vindi-


carse y hacer recordar a la ciudadanía la existencia de este proble-
ma social. En este sentido, alguna de las profesionales comenta
con rotundidad, «es un aquí estoy»; una forma de no esconder
la realidad. Precisamente porque «cuando sacamos la violencia
de género de lo privado a lo público significa que esas mujeres
no están en prisiones, cambia todo lo que es la disposición física,
pedagógica y metodológica del trabajo».

Sin embargo, a pesar de que hoy en día cuesta imaginar otro mo-
delo de atención para las profesionales de la Casa Malva, una
de las coordinadoras recuerda que el proceso hasta llegar a este
punto no fue sencillo y necesita de compromiso para su mante-
nimiento. «¿Sabes lo qué sucede? El tema está en algo tan fácil y
tan complicado como que sea visible, un recurso visible. Y para
eso, para que fuese visible, tuvimos muchísima reacción en la so-
ciedad. Se nos puso en duda el tema de la educación... que esta-
mos estigmatizando a las mujeres. No. Es que para mí una mujer
está mucho más estigmatizada en el momento en que tú le dices
que tiene que ir a un sitio y no le puede decir a nadie donde está.
Nos estigmatizábamos incluso las propias profesionales cuando
tú no podías decir dónde trabajabas, donde tú a una mujer en
plena confusión le tenías que dar un correo para sus cartas y le
tenías que dar una dirección que no era realmente la dirección.
Para nada. Total, para saberlo todo el mundo. Si trabajamos con
un buen protocolo, si trabajamos con un buen seguimiento, si tra-
bajamos sin miedo... porque tú también les tienes que demostrar
a las mujeres que no tienes miedo y aplicas naturalidad a las cosas,
no tiene porqué ser más oscuro que otras. Y también es difícil
manejarse en espacios muy pequeños, donde hay cuatro, cinco,
seis, diez mujeres. Es muy complicado. Donde tiene que haber
turnos para que todo el mundo conviva... a mí es que... hay que
cambiar. Yo no sé si a lo mejor dentro de dos años nos vemos y te
digo que esto cambió porque no hay compromiso de seguir ade-
[78]

lante, pero yo volver a aquella época donde yo le tenía que decir


a una mujer que tenía que cocinar toda la semana para todas las
mujeres... no».

Un centro articulador de recursos e innovador

La Casa Malva es el centro cabecera de la Red Regional de Casas


de Acogida del Principado de Asturias y tiene, por lo tanto, un
marcado carácter como nexo con otras entidades y otros recursos
de la comunidad. Un centro tejedor de colaboraciones diversas,
tal como explica una de las coordinadoras con sus propias pala-
bras. «A partir de la entrada en la red de casas de acogida de las
mujeres se pone en contacto a esas mujeres con el resto de recur-
sos, es decir, no es un recurso que abarca todo, no es un recurso
que hace la atención psicológica, la atención social, la atención
jurídica, la atención laboral... es decir, eso queda para los recursos
del protocolo y por eso la red forma parte también del protocolo
dentro del ámbito de igualdad de oportunidades. Y pienso que es
el valor más importante, es decir, definirlo claramente como un
enfoque de atención integral pero sobre todo de coordinación, de
articular esa atención con otros recursos».

En esta línea, cabe definir el valor del Protocolo Interdeparta-


mental que orienta la actuación profesional en el marco de las
violencias machistas en Asturias. Una herramienta que permite
un reparto de las responsabilidades en función de las áreas de
actuación necesarias para llevar a cabo cualquier proyecto de re-
cuperación integral, tal y como explica en la entrevista una de
las coordinadoras. «El protocolo es un conjunto de medidas y
recursos que hace práctica la ley integral en la comunidad autó-
noma de Asturias. Y están todos, yo creo que deberían de estar
más, pero están los que necesariamente tienen que estar, que es
asegurar el derecho de la mujer a la información, el derecho de
la mujer a la salud, asegurar el acceso a recursos económicos y
sociales, asegurar a la mujer la atención integral, las prestaciones
económicas, la información y la asistencia jurídica... Yo creo que
eses derechos que la ley señala se están cumpliendo en el proto-
colo, otra cosa es que el protocolo haya que reforzarlo perma-
[79]

nentemente, haya que cuidar la coordinación, haya que cuidar


la implicación de las profesionales, haya que... todo el conjunto
de profesionales que están en cada uno de los ámbitos entienda
qué es la violencia y cómo enfocar desde distintas metodologías
y enfoques profesionales la atención a las mujeres. En este sen-
tido, está con una puntuación muy alta, yo le daría por lo menos
un notable».

Además, como centro cabecera de la Red, la Casa Malva es


donde se lleva a cabo cualquier proyecto innovador o cualquier
idea innovadora, es decir, funciona como centro piloto. En esta
línea, es posible destacar dos actuaciones que se llevan a cabo
y resultan novedosas en el contexto de atención a las mujeres
en situación de violencia machista en el contexto de pareja. Por
una parte, el centro dispone de un programa específico de aten-
ción a menores, en el que se da una atención especializada a las
niñas y a los niños que acuden al recurso con sus madres. Por
otro lado, se está iniciando una línea de trabajo con personas
de referencia para las mujeres, en la línea que explica una de
las coordinadoras. «Se trabaja con la unidad familiar siempre
y cuando haya un consentimiento por parte de la mujer y no-
sotras veamos que es un buen apoyo. Y hablamos de familia-
res, como de amistades, cualquier red que consideremos que es
importante para la mujer. Le hacemos entender a las familias
el porqué de la violencia, quitamos un poco el mito que existe
sobre la dificultad o la responsabilidad que la mujer pueda te-
ner en todo esto. Que no deja de ser un mito y un estereotipo
que hay a nivel social... y ayudamos a que la mujer, si es bueno
para ella, logre que la familia la apoye. Incluso que ella logre
desentenderse también de la familia, que no se aísle en la fami-
lia. Yo pienso que esa también es una parte importante que hay
que tocar».

Como vemos, la Casa Malva tiene voluntad de ser una factoría


que de luz a ideas que supongan avances en la atención a las mu-
jeres fundamentalmente, pero también a las criaturas y a las redes
personales, precisamente «porque cuenta con un espacio físico y
cuenta con un espacio terapéutico suficientemente potente».
[80]

Recortes en los presupuestos y retrocesos


ideológicos

El respecto a la Ley 1/2004 en la actuación no obvia el contexto


de crisis económica al que España se vio abocada en la última
década, el cual fue motivo de reflexión y debate en los grupos de
discusión con profesionales, pues la supresión de ciertos progra-
mas y servicios tiene una incidencia directa en las oportunidades
y apoyos que se ofrecen a las mujeres. «Se atreven sutilmente.
Conceden menos órdenes de protección, hay menos ayudas, las
mujeres tienen muchísimas más dificultades para el empleo y
para la vivienda, se nota que no hay dinero». «Ayudas económicas
que tenían desaparecieron, cursos a los que podía acceder ya no
existen...».

Como vemos, la reducción o la eliminación de presupuestos


destinados a dar una cobertura en materia de servicios sociales,
orientación y formación laboral, programas de ayuda a la vivien-
da, entre otros, se vieron comprometidos de forma significativa
por las políticas de austeridad diseñadas desde el gobierno central
y ampliadas al conjunto del Estado. Todo esto, junto con las difi-
cultades generales para el empleo incide de forma significativa en
las posibilidades que tienen a su disposición las mujeres que están
en la Casa Malva.

En el marco de esta reflexión colectiva cuestionamos el porqué


de ciertos retrocesos, algo que para las profesionales tiene dos
respuestas fundamentales. Por un lado, el paso del tiempo y la
necesidad de revisión y actualización de herramientas importan-
tes como la Ley 1/2004. Pasaron ya trece años desde aquel 27 de
diciembre, lo que produjo cierta relajación de la sensibilidad so-
cial en relación al tema, tan candente en los momentos anteriores
y posteriores al debate y la aprobación del documento legislativo.
De otro lado, los recortes que afectan a los Cuerpos y Fuerzas
de Seguridad, a la judicatura o a la sanidad, por citar sólo algu-
nos, repercuten en la forma en que se aborda el problema, y así
lo explica una de las coordinadoras de la red. «Se está viendo un
retroceso importante en estructuras importantes como es la po-
[81]

licía, como es la judicatura, los centros de salud y cualquier otro


dispositivo que no sea específico de atención a mujeres. Yo pienso
que todo esto está reforzando la responsabilidad de las mujeres en
lugar de en los maltratadores».

En este sentido, se destaca un cambio negativo que se está pro-


duciendo en la actualidad en relación al contexto de aplicación de
la Ley 1/2004, donde muchos de los hechos denunciados acaban
por ser considerados como sanciones administrativas y no entran
en la vía penal. Como indica una de las coordinadoras durante la
entrevista, «están imponiendo una manera determinada de ver
y de enfocar las políticas de atención a las mujeres y eso se nota;
es decir, todas aquellas restricciones mentales que tenían se ven
automáticamente reforzadas, no juzgas igual, no valoras igual... y
por lo tanto el diagnóstico que tú haces desde cada uno de los re-
cursos es incorrecto, supone una revictimización de las mujeres».

Esta situación evidencia que hay muchas formas de dejar sin sen-
tido una ley, una de ellas es vaciarla de contenido y hacer que sea
vista como innecesaria. Esta cuestión es uno de los elementos que
preocupa a las profesionales y coordinadoras de la Red, que aña-
den el siguiente comentario en esta línea. «Una manera de dejarla
es hacerla ineficaz, es decir, si mantengo que esto no es violencia
de género porque no va conforme a la ley quiere decir que no hay
problemas de violencia de género; quiero decir, que la dimensión
se acorta, que estamos ante un cambio importante que va a refor-
zar aún más el machismo».

El hecho de convertir un delito penal en una falta administrativa


ahonda la dejadez que ciertas autoridades mantienen en relación a
las violencias machistas, al tiempo que envía un mensaje que pre-
tende transmitir la baja intensidad o la inexistencia de la violencia
contra las mujeres y las niñas. Este hecho, en sí mismo, resulta
grave pero las profesionales también cuentan la forma en que las
mujeres que están en un centro de acogida reciben esta informa-
ción. «Es preocupante, sí, no es sólo por los datos, eso es una par-
te, pero también... lo que opinan las mujeres víctimas, ¿no? Yo
creo que el mandato que se hizo a las mujeres, no de ley sino man-
[82]

dato moral y ético, de denuncia, ellas lo hicieron; es decir, ellas


respondieron a ese mandato y denunciaron, pero la respuesta so-
cial no acompañó eses hechos. Por lo tanto, se ven indefensas por-
que si hacen la denuncia y se entiende que eso no es violencia de
género y se inicia un proceso costoso... también económicamente
porque un importante número de mujeres carecen de recursos
personales para enfrentar un cambio y una autonomía económica
que es la base de esa autonomía personal para definir un proyecto
de vida futuro. Pero no solamente eso, cambian o hay cambios
importantes porque supone dejarlas indefensas en derechos que
podrían tener; la no concesión de la orden de protección signifi-
ca, efectivamente, desprotegerlas de todo, no desde un punto de
vista policial sino desprotegerlas de ciertos derechos para iniciar
un proceso distinto al que ellas... bueno, al que ellas quisieron en-
frentarse con muchísimo sufrimiento, mucho dolor, muchos pro-
blemas y muchísima incomprensión familiar y social».

En esta línea, en la conversación con las profesionales se eviden-


cia el poso que deja en otros equipos profesionales el mito de las
denuncias falsas, particularmente en aquellos colectivos que aún
presentan una formación con carencias significativas para com-
prender y abordar de forma integral las violencias machistas en
el contexto de pareja. Por eso resulta imprescindible garantizar la
especialización y actualización formativa con la que deben contar
los diferentes dispositivos de atención, pero también los escenarios
profesionales que forman parte del Protocolo Interdepartamental.

La llegada a la Casa Malva. Los primeros días y meses

Cuando preguntamos a las mujeres por la experiencia de estar


viviendo en la Casa Malva existe una visión positiva y de agra-
decimiento por el apoyo que supone este recurso, si bien es cierto
que cada caso «es distinto porque son distintas situaciones» como
recuerda Nuria. Sin embargo, hay una narrativa compartida en la
voz de muchas entrevistadas, el dolor que acompaña a los prime-
ros días en el recurso de acogida, pues es necesario adaptarse al
centro, a sus rutinas, a las compañeras... todo esto mientras están
inmersas en procesos burocráticos y judiciales que provocan pre-
[83]

ocupaciones y ansiedades. Sonia recuerda la sensación de angus-


tia que la acompañó el primer día que llegó al centro. «Llegué el
domingo, el lunes era diferente, caras nuevas y todo. Me costó».
También Lucía comparte su experiencia en el siguiente relato,
«porque llegas que no sabes, la verdad, como funciona esto, no
sabes de qué va el tema... hasta que te lo van explicando. Des-
pués, tampoco conoces a nadie, ni a las mujeres con las que convi-
ves, ni a las que trabajan... Yo los primeros quince días no salía de
mi apartamento, bueno, un poco a la calle y aquí en el patio con
el niño para que estuviera con otros niños. Después yo a mi bola.
Poco a poco te vas abriendo».

Las mujeres llegan a la casa con una sensación de desconcierto


por la situación en que están viviendo y la cantidad de trámites
que tienen que solucionar, pues como indica Nuria, «si no tienes
que ir a un lado, tienes que ir al otro. Al INEM, al ayuntamien-
to, a cambiar el domicilio...» la lista de tareas pendientes no cesa.
A esto, debemos añadir la desorientación que en algunos casos
supone ser nuevas en la ciudad, el desconocimiento de las calles,
de los espacios, del entorno, de personas que puedan acompañar.
Y todo sumado al miedo al agresor. Sonia cuenta, aún con cier-
ta ansiedad, como fueron los primeros días. «Trámites. Al prin-
cipio era todo trámites para arriba y para abajo. Yo no sabía las
cosas... todo, todo. Y por ejemplo, me mandaban a matricular a
los niños... ¡dios! No sabía dónde estaban las cosas. Y después de
allí me mandaban solicitar... ¿cómo se llama? Bueno, la abogada
también vivía lejos y no sabía dónde estaba. Me mandaban aquí,
trámites, vete al ayuntamiento a solicitar no sé qué... Y un mes, y
dos meses... trámites, trámites... no paraba, no me daba tiempo ni
a comer, era todo trámites, juicio y denuncia. Pasé nervios, lo pasé
fatal, fatal».

A esta situación es necesario añadir los efectos del miedo, de la


culpa y de la vergüenza, que siguen estando muy presentes, y
provocan dudas y malestar en relación a la decisión de abandonar
al agresor. Todo esto hace que en los primeros momentos las mu-
jeres permanezcan más cerradas en su apartamento y en sí mis-
mas. Noemí explica como su cabeza era un bullicio de ideas que
[84]

no cesaban de bombardearla. «Los miedos de si lo hiciste bien,


si lo hiciste mal... el arrepentimiento de estar aquí y pensar que
tenías que estar allí...».

Sin embargo, poco a poco, «te van arreglando» como dice Nuria.
Las mujeres van ganando confianza, en sí mismas y con las com-
pañeras y las trabajadoras de la casa, hay una familiaridad con el
barrio, y los miedos, si bien no desaparecen, van disminuyendo.
La desconfianza es un mal a combatir, como indica Rebeca, «por-
que muchas veces una está acostumbrado a ser tratada tan mal
que con el buen trato que te dan dices, uy, uy, uy...».

Una vez superadas las barreras iniciales, que no son pocas, «te
vas sintiendo como en casa», comenta Helena. Las palabras de
Carla y Sonia también revelan esta transición inicial que permite
la catarsis personal. «Al inicio me pareció todo una pesadilla pero
después me di cuenta de que fue lo mejor que hice». «Ahora ya
me muevo más, ya voy a la playa, prefiero ir caminando y conocer
sitios». En la misma línea, Lorena recuerda el motivo de su lle-
gada al centro, algo que en los momentos más bajos, que siguen
apareciendo meses después, sirve de aliento para continuar el ca-
mino. «Pero después tú piensas en ti, por tu bien y dices, estoy
aquí porque voy a salir adelante; voy a salir de las garras de una
persona que no me quiere, que no me quiere bien, que no me tra-
ta bien. Y sigues tu vida. Es un apoyo».

Las rutinas del día a día

La vida en la Casa Malva sucede en términos semejantes a cual-


quier otro lugar pero con una particularidad, como indica Lore-
na, «aquí siempre hay algo que hacer». El dinamismo del centro
se percibe nada más entrar por la puerta principal, especialmente
en horario de mañana. Entradas y salidas para hacer recados, lle-
var a las hijas e hijos al colegio, ir a alguna actividad... las horas y
los días se van consumiendo en los distintos quehaceres. La con-
vivencia con las compañeras, en general es buena, precisamen-
te porque en la Casa Malva cada mujer tiene un espacio propio
donde vive, de ser el caso, con sus hijas e hijos, pues el recurso
[85]

cuenta con apartamentos individualizados. Después estarían las


zonas comunes y los despachos de las profesionales, un diseño
arquitectónico con valor en sí mismo y que facilita mucho la vida
diaria en el centro. Lucía explica lo positivo de esta organización.
«A ver, como vivir en un edificio, quiero decir, siempre tienes al-
gún vecino o vecina que te toca las narices o que no te cae bien
o que no le caes tú. Y es complicado, pero claro, es mucho más
llevadero porque a mí me puede caer mal la vecina de enfrente o
de la de arriba pero como no vivo con ella...».

Igualmente, la parcela que rodea el edificio, así como sus colores,


ofrecen una visión que rompe con el imaginario que socialmente
acompaña a este tipo de recursos. Una cuestión compartida por
algunas mujeres, entre ellas, Alba, quien en un alarde de sinceri-
dad afirmaba durante la entrevista que «yo me lo imaginaba más
feo». La visión social más extendida de las casas de acogida, de-
bido en parte al enfoque proteccionista, desarrolla una metáfora
que equipara estos recursos con las prisiones, una idea sobre la
que debatimos con las mujeres entrevistadas, que ofrecieron pers-
pectivas muy diferentes y particulares sobre el asunto.

Durante la estancia en el centro existe un Reglamento de Régi-


men Interno, como en cualquier otra institución pública, en el
que se establecen unas normas básicas de convivencia que son de
obligado cumplimiento y que atañen, por ejemplo, a los horarios
de entrada y salida, pasar la noche fuera de la casa, o a la recep-
ción de visitas. En este sentido, Violeta es una de las mujeres que
sostiene una visión crítica sobre las normas existentes, algo que
genera en ella una cierta frustración y tensión. «Estás supercon-
trolada, no tienes como tu libertad... es lo que digo. Y hay muchas
normas, es como digo yo, un penal, pero bueno, por lo menos
puedes salir. Pero vamos, estamos en lo mismo. A mí me llegan...
a ver, está muy bien porque yo tengo mi apartamento y tengo mi
vida, es como si estuvieses viviendo en un piso. Lo único que eso,
que te llega a agobiar, te llega a estresar».

Sin embargo, la percepción de la Casa Malva como una prisión


no es compartida en todos los casos. Carla considera que «está
[86]

bien, tiene que haber unas normas», y Virginia completa su argu-


mentación, «porque si no esto sería Sodoma y Gomorra». En la
misma línea se expresa Lucía. «Yo estuve en una prisión, quiero
decir, fui; y verdaderamente, no compares esto con la prisión...
porque aquí yo entro y salgo cuando quiero y tú en la prisión no
tienes esa libertad, eso lo primero. ¿Entiendes? En tu casa haces y
deshaces lo que quieres, en la prisión tampoco. Que si hay mucho
control.... Por favor, ¿qué control? ¡Si están cuidando de nosotras!
Porque hombre... el control que puede haber, claro, hay unos ho-
rarios pero... mira el espacio que tenemos, no estamos cerradas ni
enrejadas. Y a nosotras nos ve entrar y salir todo el mundo, pero
tú una vez que pasas para allá (señala el final de la calle que se ve
a través de la ventana) no te controla nadie, que las cámaras no
llegan tan lejos. Y vives tu vida».

Más allá del debate alrededor de las diferentes percepciones so-


bre el continuo libertad-control en el que se encuentran los re-
cursos de acogida, las mujeres organizan su rutina diaria cada
una a su manera. Hay a quien le gusta salir y pasar poco tiempo
en la casa, otras que se encuentran más cómodas haciendo una
vida en el centro. Todo depende de las circunstancias personales
y de los momentos en que se encuentra cada quien. Obviamente,
no es lo mismo llevar un mes en el centro que estar a punto de sa-
lir. En todo caso, Luz nos cuenta que la actitud en el día a día es
«pasarlo lo mejor posible», que la estancia sea lo más agradable
y llevadera.

Por fin... tranquilidad y algo de paz

La mayoría de las mujeres definen la vida en la casa como sinóni-


mo de paz, un contexto que les permite tener una cierta tranquili-
dad de la que carecían en sus hogares, tal y como recogen las pa-
labras de Lucía. «Aquí la paz y la tranquilidad que tengo de que
yo llego, abro la puerta de mi casa y en mi casa sólo estoy yo y mi
hijo. Y hago y deshago lo que me da la gana. La limpio cuando
me apetece, lo tengo como a mí me gusta y ya está». Precisamen-
te, una de las cosas que cambiaron en sus vidas con la llegada a la
Casa Malva es la serenidad que poco a poco van ganando.
[87]

Rebeca afirma, «ahora, duermo por la noche y vivo el día», cosa


que antes no era posible, pues la vigilia era su estado permanen-
te. El descanso antes quedaba en un segundo plano, era nece-
sario estar atenta, alerta en la convivencia con el agresor. Marta
da cuenta, también, de este cambio significativo. «El no verlo, el
no estar con él, el no decir... voy a tal sitio y ya lo tengo detrás de
mí... o voy a tal sitio y él está en casa, y tengo que ir corriendo al
Alimerka a traerle su vino, ¿entiendes? Yo, mi hijo y yo. Y ahora
mismo, verdaderamente, te digo que estoy disfrutando».

Una red de apoyo para la recuperación personal

La soledad como compañía

Una idea compartida por algunas mujeres es la soledad que su-


pone iniciar un cambio de vida como el que están llevando ade-
lante. Bea comenta, con cierta aflicción, «me veo sola tirando para
delante». El hecho de estar en Gijón, una ciudad nueva en algu-
nos casos, lejos de las personas queridas, de amistades, de la fami-
lia, el entorno conocido, hace que se carezca de una red de apoyo
en el contexto inmediato. «Escapar, cambiar números de teléfo-
no... pues perdí relación con todo el mundo» recuerda Noemí.
Esta circunstancia se agrava en el caso de las mujeres inmigrantes
que no tienen familia en el país, como se puede apreciar en las
palabras de Rebeca. «La soledad es muy dura ¿eh? Mira yo... la
soledad duele más que la traición. Sí, la soledad es muy dolida,
muy dura, muy dura. Es que... los días que estoy con mis hijas y
eso hasta que no... porque bueno, ellas se entretienen y no te da
tiempo... pero los días que van con el padre, pues yo miro por la
ventana y me siento la persona más sola del mundo».

Como vemos, la ruptura que la vida en el centro supone con há-


bitos cotidianos que pueden implicar a personas queridas es algo
que cuesta; especialmente en fechas señaladas como puede ser la
Navidad o los fines de semana. Rosa comenta que echa en falta
a su familia, al igual que Alba, a quien los fines de semana se le
hacen especialmente cuesta arriba. «Aquí en el fin de semana mu-
[88]

cha gente marcha con su familia y yo, bueno, a veces voy ida por
vuelta, pero no tengo a nadie aquí».

Sin embargo, a pesar de la complejidad de los procesos que están


viviendo, la mayoría de las mujeres se sienten satisfechas porque,
como indica Bea, «el cambio es positivo»; existiendo también una
valoración del centro en esta línea, tal como explica Luz, «esta
casa no tiene males». La gratitud por disponer de un recurso
donde encuentran la oportunidad de empezar una nueva vida
es un sentimiento ampliamente compartido, a partir del cual en
las narrativas se evidencia la importancia de contar con centros
públicos como la Casa Malva y los pisos tutelados que forman
también parte de ella.

En esta línea, dos de las entrevistadas ya finalizaran su etapa en


la casa y en los momentos de la investigación estaban haciendo
su vida en los pisos tutelados que están integrados en la finca de
la Casa Malva. Su perspectiva sobre el cambio asociado con esta
nueva etapa refiere fundamentalmente la independencia que su-
pone «vivir por mi cuenta» como indica Sonia; pues en este caso
no rigen las normas propias del centro de acogida, sino que se
trata de una transición antes de emanciparse definitivamente de
la institución. Sobre esta experiencia, Noemí, que lleva sólo unos
días en el piso, comenta sus primeras impresiones. «Te ves un
poco más sola, un poco más desprotegida... sí, no la soledad, tam-
poco me siento sola pero a la hora de... no sé... de necesitar algo,
saber que abres la puerta y que hay un montón de gente dispuesta
a ayudarte; en lo que sea, en cualquier bobada que te pueda pasar.
Pero bueno, ahora sí que ya tengo aún más las riendas de mi vida,
ahora sí que soy verdaderamente la que decido y la que tengo que
buscar la vida para que haya comida en casa».

Falta de apoyos, una situación habitual

El cambio que tiene lugar en las vidas de las mujeres permite rea-
lizar una valoración de los apoyos con los que cuentan, los cuales
no suelen ser muy significativos salvo en algún caso. El relato de
Carla es un ejemplo de la realidad que enfrentan nuestras pro-
[89]

tagonistas. «Yo me lo estoy comiendo sola, y digo, ¿por qué no


vendrá nadie a echarme una mano? Todo el mundo tiene miedo
de mi marido (risas)». Especialmente complicada resulta la si-
tuación de las mujeres inmigrantes, quienes a veces piensan en
regresar a su país de origen, pues allí cuentan con su familia y
otras personas queridas que podrían ayudarlas, tal como eviden-
cia Sonia, «quería coger a mis hijos y largarme para allá».

Sin embargo, la condición de madres dificulta mucho poder to-


mar esta decisión, ya que existen limitaciones legales para poder
sacar a las criaturas del país; especialmente cuando no hay con-
sentimiento paterno, y en estos casos no lo hay. Las palabras de
Lorena apuntan en esta dirección. «Me gustaría volver, allí tengo
más apoyo, tengo a mis hermanos, a mi madre... pero si no puede
ser hay que estar aquí. Porque el padre no acepta que lleve a su
hija y cosas de esas. Entonces, no me queda otra que levantar el
ánimo y seguir adelante».

La compañía de las compañeras y los apoyos en la


Casa Malva

En líneas generales, las mujeres entrevistadas identifican la Casa


Malva como un apoyo fundamental, particularmente a través de
sus profesionales y, también en algunos casos, de las compañeras.
La convivencia con otras mujeres permite, en ocasiones, hacer
amistades que pasan a ser fundamentales para soportar el día a
día, conforme indican las palabras de Carla. «Yo vi compañeras
que tenían fobia a la calle y que hubiese aquí compañeras para
animarlas a ir a tomar un café o ir al parque con los niños, eso les
ayudaba a salir de las fobias, a la mayoría. También la depresión
porque si estás en un piso, sola con tus hijos, te estás comiendo la
cabeza continuamente, no vas a querer salir. Yo aquí vi detalles
de muchas madres. El otro día se ofreció una madre para venir al
juicio a acompañarme y digo, madre mía, ¿no tienes bastante con
lo tuyo? ¿o quieres venir a fisgar para ver cómo es para cuando te
toque? (risas). Hay que ver, pobres, se ofrecen para cosas que ni
la familia, a veces se preocupan más las madres que la familia o
que los amigos».
[90]

Las amistades que se hacen en el centro a veces se convierten en


el motivo para salir adelante en momentos complicados. Sin em-
bargo, no es necesario llegar a establecer relaciones muy íntimas
para valorar el calor de una sonrisa amiga. De ahí que se valore
como positivo el simple contacto con otras personas, para poder
desahogar en un determinado momento que haga falta o partir-
se de risa. A veces, como indica Sonia, «uno se siente mejor y
desahoga con una persona que no conoce de nada que con una
persona que te conoce o con una persona que va de amigo»; sobre
todo, cuando se comparten experiencias vitales que favorecen la
comprensión de lo que se está viviendo.

Lucía explica como el hecho de compartir espacios y tiempos


puede mejorar la percepción de soledad que, a veces, emerge con
fuerza en los relatos de las protagonistas de este libro. «Aunque
no hables demasiado... a ver, el estar juntas no es que tú me cuen-
tes tu vida, es que estemos nosotras, echemos un cigarro, habla-
mos, pues del día a día... Sí, y de cómo está el tiempo hoy,... o yo
qué sé... hoy estás triste tú, pues a ver, a lo mejor necesitas hablar,
desahogar, llorar... yo qué sé... aunque no me cuentes el problema
de verdad».

En ocasiones, el vacío que deja la familia de origen y/o las amis-


tades personales, por estar lejos o por desentenderse del asunto,
pasa a ser ocupado por las compañeras de la Casa Malva. Varias
mujeres comentan en las entrevistas la ruptura con la red de apo-
yo inmediata, como consecuencia de la situación que están vivien-
do. Como indica Alba, «la gente al principio sí pero después hasta
luego, aquí me di cuenta de quién es mi amigo», una perspectiva
compartida por Carla, quien afirma con rotundidad y cierta pena,
«una vez que estamos aquí, una vez que pasó esto, ni familia ni
amigos, todos te dan la espalda».

En este sentido, hay que señalar cómo, muchas veces, las perso-
nas próximas no brindan suficiente apoyo o desaparecen cuando
las cosas se complican, cuando hay denuncias o cuando se decide
acudir a un centro de acogida, conforme evidencian las siguientes
palabras de Rosa. «Porque con esto es como si nadie me conocie-
[91]

ra, aunque muy poca gente lo sabe pero... pero nunca vi que nadie
se preocupara por hacerme una llamada. Solamente... tengo dos
personas, déjame ver... dos, tres personas que, aparte de mis hijos,
que sí, esa gente fue lo máximo. Esas cartas, esa llamada... todos
los días están ahí. Y dándome apoyo, que no me venga abajo...
y esas son realmente las personas que siempre estarán, siempre
estarán en mi vida».

Ante esta situación, no es difícil comprender que algunas mujeres


busquen nuevas relaciones entre las compañeras de la Casa Malva,
procurando el apoyo necesario. No obstante, existen diferencias en
el tipo de vínculo que establecen, pues si bien hay mujeres a las
que les gusta la compañía y disfrutar de los momentos comparti-
dos en el parque o en las zonas comunes habilitadas del recurso,
otras, como Virginia, consideran que no llegaron a la casa para ha-
cer amistades. «Con las demás compañeras... prácticamente no las
conozco, porque yo aquí no vine a hacer amigas, evidentemente,
ni a cargar con la mochila de nadie, ni a ser abanderada de nada.
Aprendí a hacer muchas cosas sola en estos once años, a lamer mis
heridas, a curarlas... a meditar, a leer literatura que me gusta, que
me hace pensar, que me hace crecer. Entonces, estoy bien sola».

En este sentido, se alude al hecho de llevar a cuestas experiencias vi-


tales muy duras como algo que llega a viciar las conversaciones en-
tre las mujeres, pues habitualmente giran siempre alrededor de los
mismos temas; llegan siempre al mismo punto. De ahí que Nuria
comente que «una se cansa de escuchar siempre lo mismo», o Re-
beca, que afirma contundente, «uno tiene que seguir con su vida».

En definitiva, no existe una única forma de estar y convivir en el


centro. Cada mujer traza sus formas propias y singulares. Cada
una busca aliento a su modo.

El apoyo de las profesionales

Más allá de encontrar apoyo en las compañeras, las mujeres ad-


miten el papel fundamental de las profesionales que trabajan en
la casa, pues como indica Noemí, «para cualquier otra cosa que
[92]

puedas necesitar te orientan, incluso con la cría, cosas para la cría


y para todo». En general, existe una visión compartida de que el
centro activa recursos y servicios que ayudan a salir adelante y a
continuar con la propia vida.

En primer lugar, se destaca la labor de acompañamiento y ase-


soramiento que cumplen las profesionales, como comenta Car-
la. «Tú, si por ejemplo tienes un momento de derrumbe, puedes
bajar siempre que quieras, hablar, desahogar, si tienes problemas
con los niños lo mismo». Precisamente, además de poder contar
con sesiones individuales programadas es posible acceder a las
profesionales cuando sucede una crisis, tal y como relata Lucía.
«Yo he venido a las cinco de la mañana, levantarme y venir a ha-
blar con la educadora porque no podía dormir». Igualmente, las
profesionales procuran estar atentas ante cualquier circunstancia,
como explica Bea. «Aunque pienses que no, ellas están pendien-
tes, están atentas; según bajas ya te ven la cara».

Sin embargo, muchas veces no hacen uso de esta disponibilidad.


Carla mira fijamente la mesa donde estamos sentadas e indica,
«la mitad cometemos el error de intentar tragarlo todo solas».
Quizás, ciertas experiencias previas hacen que existan miedos
y temores, las hace más reservadas. Sonia admite que «confiar
en alguien me cuesta», y motivos no les faltan. Pero hay voces,
como la de Virginia, que defienden abiertamente la necesidad de
cambiar esta actitud. «Las personas siente sus temores, sus inse-
guridades... todas esas cosas que llevan en la mochila y que hay
que ir quitando. Esto no vale, esto no vale, esto no vale... ¿Para
qué lo llevamos? Es como el bolso, llevamos un bolso grande, las
mujeres además lo decimos encantadas de la vida... voy cargando
con quince kilos y no me sirven para nada. ¡Qué poco prácticas
somos!».

El apoyo económico y las ayudas a la formación

Además de trabajar el apoyo psicológico y el asesoramiento en


plano individual, en el enfoque integral, la comunidad y/o el en-
torno más próximo a la mujer tiene especial relevancia, es decir, el
[93]

trabajo se completa con acciones de corte grupal. De este modo


las oportunidades que ofrece la participación social normalizada
en el barrio, por ejemplo, permite la integración de las mujeres en
nuevos grupos de referencia que pueden estar relacionados con
el mundo laboral, formativo o con aficiones que decidan iniciar
o retomar.

Igualmente, las entrevistadas señalan el apoyo económico que su-


pone, aun temporalmente, el hecho de vivir en la Casa Malva,
pues no tienen que costear gastos derivados del alojamiento ni de
la manutención. Las necesidades básicas relacionadas con la di-
mensión habitacional están cubiertas, e incluso es posible iniciar
la tramitación de alguna ayuda social, dando así cumplimiento al
artículo 27º de la Ley 1/2004.

Lucía explica las ayudas que ella y su hijo tuvieron desde que lle-
garon al recurso. «Si tú tienes que coger un transporte, te dan
para el transporte. Y muchas cosas, necesitas por ejemplo, tu
hijo... yo no tenía para que mi hijo comprara cuadernos y bolígra-
fos, y un compás, y muchas cosas más; me lo pagaron todo aquí.
Me dieron dinero, y fui a la tienda, me dieron el ticket... ¿Tuve
que sacar fotos? Me lo pagaron».

Como se desprende de las narrativas de las protagonistas, en ge-


neral, se encuentran en una situación económica precaria. En la
mayoría de los casos se carece de un puesto laboral y los ingresos
que pueden percibir, habitualmente a través de ayudas sociales,
tardan un tiempo en hacerse efectivas. A veces pasan varios meses
antes de que entre algún ingreso en el hogar, de ahí la tranquili-
dad que da saber que durante su estancia en la Casa Malva sus
necesidades y las de sus hijas e hijos están cubiertas. Hay que
hacer malabares, pero ellas son especialistas.

En las conversaciones, también destacan el acceso a cursos for-


mativos a través de los que intentar mejorar las oportunidades de
empleabilidad. En muchos casos, las mujeres cuentan con estu-
dios básicos o carecen de formación académica, lo que dificulta
el proceso de integración en la comunidad. Alba considera que
[94]

«estar aquí te da muchas opciones y hay que aprovecharlas»; y


en la misma línea se expresa Carla, «yo pienso que aquí te dan
bastantes alternativas; está Fundación Mujeres, está el paro, está
la oficina de la Cruz Roja, que creo que ahí hacen un trabajo...».
Cuando la situación legal se va canalizando, las mujeres dedican
una parte del tiempo que están en la casa de acogida a ampliar sus
horizontes formativos, a pesar de que no es una tarea fácil, como
recuerda Noemí. «Me dan un certificado de profesionalidad de
nivel 3, pero es muy duro. Es muy duro, muy duro, muy duro;
porque además, bueno, lo que hablamos, yo llevo desde que ter-
miné COU, diecisiete, dieciocho años, sin estudiar. Entonces cla-
ro, coger ahora de nuevo los libros... cuesta, cuesta mucho; estoy
torpe. Leo y lo entiendo, y digo, vale, sí, a ver qué dices, y ya no
tengo nada... vamos, se me olvida y tengo que volver a empezar,
volver... me está costando estudiar, me está costando concentrar-
me también. Estoy estudiando y estoy pensando en otras cosas».

Como vemos, en algunos casos se trata de facilitar el acceso a una


formación profesionalizadora, en otros de poder terminar los es-
tudios básicos. En todo caso, el trabajo que se realiza desde la
Casa Malva en colaboración con otras entidades de la ciudad,
se encamina a la mejora de las opciones laborales de las mujeres.
Precisamente porque resolver el plano emocional es una pieza
fundamental para garantizar o desarrollar el puzle de una vida
autónoma.

Con toda la orientación y el apoyo recibidos en la Casa Malva,


Carla piensa que está un poco más preparada para enfrentar esta
nueva etapa. «Ahora mismo sabemos lo más importante y lo más
difícil». Es decir, el paso por el centro facilita la adquisición de
ciertas capacidades que estaban anuladas o aletargadas, y alienta
a descubrir todo el potencial que está dentro de cada una de las
mujeres. La acogida favorece un tiempo para la reflexión e, inclu-
so al terminar el período en la Casa Malva, es posible optar, en al-
gunos casos, a pisos tutelados. En este plano, destacan los esfuer-
zos realizados desde el gobierno autonómico para mantener esta
red habitacional con prioridad para las mujeres, pues conviene
tener en cuenta que la situación actual en Asturias, al igual que en
[95]

el resto de España, hace que «en el tema de vivienda, haya mucha


gente con necesidad» como recuerda una de las coordinadoras de
la Red.

En todo caso, las protagonistas de este libro desean que su estan-


cia no se prolongue más allá de lo necesario. Rebeca explica muy
bien esta idea, «hasta levantarme un poco, cuando me levante un
poco quiero seguir mi vida adelante por mis métodos, por mis
medios». No obstante, con independencia de las circunstancias
que cada mujer enfrenta, de sus dificultades y de su forma de ges-
tionar y de buscar los apoyos que se establecen en el marco de la
Casa Malva, todas transmiten la idea que Clara resume con sus
propias palabras. «Si tuviésemos que coger fuerza en otro sitio no
lo haríamos como aquí, eso desde luego».
LOs tiempos
propios de las
mujeres
[99]

Las personas tenemos la vocación irrenunciable de buscar expe-


riencias para divertirnos y desconectar de las rutinas cotidianas,
de ahí que el juego, la risa o el divertimento tengan presencia en
nuestra cultura y más allá de ella desde tiempos antiguos. De he-
cho, la manifestación social del ocio tiene una presencia histórica
e universal en las comunidades humanas.

La importancia del ocio, y de su estudio, radica en su relación con


la calidad de vida de las personas, contribuyendo al bienestar in-
dividual y colectivo. Entre los múltiples beneficios que se le atri-
buyen hay que señalar la influencia que tiene en relación al estrés,
facilitando un comportamiento de enfrentamiento o superación.
El ocio ayuda a controlar aquellas situaciones vitales negativas
que elevan los niveles de angustia. Contribuye a la sociabilidad
y a la creación de redes de apoyo. Favorece las oportunidades de
desarrollo y mejora personal. Ayuda a encontrarse con una mis-
ma. Empuja al disfrute, sin egoísmos, sin culpas. En primera
persona. En otras palabras, el ocio es salud.

¿Qué es el ocio? ¿Qué es el tiempo libre? Si lanzamos estas pre-


guntas en nuestro entorno veremos que la diversidad de respues-
tas y experiencias es la tónica habitual. Descanso, deportes, teatro,
música, literatura, fiestas y baile... las posibilidades son infinitas. A
pesar de todo, hubo intentos de acercarnos a la realidad lúdica para
ayudar a su comprensión. El problema es, que al igual que sucede
en otras disciplinas académicas, los Estudios de Ocio estuvieron
marcados, desde sus inicios, por el androcentrismo y la invisibili-
dad de las mujeres. Las investigaciones que contribuyeron a su de-
sarrollo no introdujeron la perspectiva de género como categoría
de análisis y, como consecuencia, las experiencias de las mujeres en
[100]

relación al tiempo de ocio no fueron incorporadas, utilizando una


idea de humanidad reducida, donde lo masculino emerge como
parámetro universal y la mujer es lo otro, la desviación.

Esta realidad dio lugar al surgimiento de un grupo de autoras


comprometidas con la idea de poner luz sobre esta esfera vital. En
sus obras, la preocupación se centra en la incidencia que el género
tiene en los significados, en la participación, en los intereses y en las
barreras a las oportunidades relacionadas con el ocio. La necesi-
dad de comprender el ocio de las mujeres llevó a Erica Wimbusch
y a Margaret Talbot a editar Relative freedoms: women and leisure,
en el año 1988, siendo el primer referente feminista en la investiga-
ción sobre ocio y género. El libro es una compilación de textos ela-
borados por diversas investigadoras que analizan los estilos de vida
femeninos en relación a su ocio, poniendo el acento en la estructu-
ra patriarcal de la sociedad y en los desequilibrios de poder entre
los sexos. Es por eso que las principales críticas de esta obra ponen
su atención en las concepciones tradicionales que se han elaborado
sobre el ocio, pues no dan cuenta de la experiencia cotidiana de
muchas mujeres. Las líneas argumentales se desarrollan alrededor
de tres ejes, que serán referentes en el trabajo del feminismo acadé-
mico en el marco de los Estudios de Ocio: la relación entre ocio y
trabajo remunerado; la asunción del ocio como espacio de libertad
y autonomía y, finalmente su definición como actividad.

Al igual que Virginia Woolf defendía la necesidad de que las mu-


jeres contáramos con un espacio propio, materializado en esta
utópica habitación, también necesitamos un tiempo propio. Un
tiempo personal para ejercer de cuidadoras de una misma. Para
sentirnos bien. Para empoderarnos.

La desigualdad en los tiempos libres

La desigual carga global de trabajo

Desde sus inicios, la economía feminista emprendió el camino de


la visibilización de los trabajos de las mujeres y el reconocimiento
[101]

de su valor para la sociedad. Matxalen Legarreta y Cristina Gar-


cía explican cómo pensar el trabajo desde un enfoque de género
implica una concepción más amplia que la que se maneja actual-
mente, abandonando una posición clásica que etiqueta a las per-
sonas en activas e inactivas. Precisamente, porque el trabajo que
no se integra en el mercado laboral deja fuera del análisis una par-
te importante de la carga global de trabajo, definida como la suma
del trabajo remunerado y no remunerado, la cual es superior en
el caso femenino tal y como evidencian las encuestas de usos del
tiempo. En esta óptica, las labores realizadas al margen del mer-
cado laboral reglado, como las tareas de cuidados, que permiten
la reproducción de la vida, las tareas domésticas o el voluntariado
no son consideradas como trabajo. Aún hoy en día algunas niñas
y niños responden con rotundidad «mi madre no trabaja» para
explicar que no tiene un empleo remunerado.

¿Por qué le llaman trabajo cuando quieren decir empleo? El tra-


bajo doméstico presenta unas características propias que difieren
de los patrones asociados al empleo, pues la organización de los
tiempos obedece a una distribución circular diferente de la es-
tructura lineal del mercado laboral. La jornada de trabajo en el
hogar se desarrolla a lo largo de un continuo que abarca las vein-
ticuatro horas del día, pues los horarios son fijados en función
de las necesidades generadas en la unidad familiar. No se puede
establecer un inicio y un final concretos, particularmente cuando
hay criaturas o personas dependientes a cargo. Por ejemplo, los
cuidados que precisa un niño o una niña de corta edad son di-
versos y no surgen de forma ordenada de acuerdo a un horario
laboral de 8:00 a 15:00 h. La disponibilidad es permanente y eso
dificulta la posibilidad de reservar momentos personales. Vivir el
ocio en estas condiciones es una gran hazaña. Hacerlo sin sentir
culpa, aún más.

A pesar de que la dimensión temporal es imprescindible para com-


prender el ocio, este no puede quedar reducido al tiempo que lo
contiene. El tiempo libre se integra en la diversidad de los tiempos
sociales que figuran la vida de los grupos e individuos, mientras
que el ocio remite a los tiempos personales. El tiempo libre tiene
[102]

un carácter más estructural y objetivo, el ocio es una realidad sin-


gular y subjetiva. Esta diferencia resulta esencial para comprender
que el hecho de tener tiempo disponible no implica de forma di-
recta vivir el ocio. En otras palabras, el tiempo libre es una condi-
ción necesaria pero no suficiente para la existencia de lo lúdico.

Por lo tanto, definir el ocio como tiempo liberado no sirve en el


caso de las mujeres, y tampoco de colectivos o grupos que desa-
rrollan su vida cotidiana de espaldas al mercado laboral regulado,
pues el trabajo no termina después de la jornada laboral. Nos si-
tuamos en un marco complejo que no se resuelve en el binomio
ocio-trabajo.

La libertad relativa de las mujeres

El ocio se explica habitualmente como tiempo liberado, de hecho,


esta asociación tiene una fuerte importancia en la obra de Aristó-
teles y otros autores clásicos, en cuyos trabajos el ocio fue cons-
truyendo una identidad en relación a la idea de libertad personal.
Esta asociación resulta, cuando menos, problemática si referimos
la situación de las mujeres, pues el ocio es una esfera vital que no
puede ser considerada de forma independiente sino en relación
con otras dimensiones de lo cotidiano. En otras palabras, el ocio
no se puede desvincular de otras situaciones derivadas de la posi-
ción laboral, el nivel de ingresos o el contexto familiar, entre otros.

De este modo, la construcción de una identidad emancipada en-


cuentra numerosos atrancos en el caso femenino, pues hay ma-
yores dificultades para evadirse de los diversos roles asignados
socialmente, como madre o esposa. El vivir-para-otros genera
una dependencia que dificulta el acceso a una libertad real para
tomar decisiones sobre el tiempo personal y los placeres propios.
La libertad es relativa y condicionada por las responsabilidades
que se asumen tanto en el ámbito familiar como en el laboral o en
la comunidad.

En esta línea, el ocio familiar es un escenario de contradicciones,


pues en muchas ocasiones se construye expropiando la oportuni-
[103]

dad de disfrutar de tiempos propios de las mujeres. Si bien el ocio


juega un papel importante en la vida familiar, e incluso puede su-
poner cambios en las formas de entender y ejercer la maternidad
y la paternidad, no es menos cierto que las mujeres asumen una
mayor responsabilidad en la organización de las actividades lúdi-
cas compartidas en familia. ¿Quién cocina durante las vacaciones
en el apartamento de la playa? ¿Quién prepara las maletas y la
ropa para los campamentos? ¿Quién lava la ropa y organiza los
armarios cuando regresamos de la montaña?

Los contextos de ocio y las actividades simultáneas

Siguiendo el análisis de las particularidades del trabajo doméstico


en relación a las formas de empleo convencionales, la organiza-
ción de la jornada no es la única diferencia apreciable. El espacio
ocupa un lugar importante en el debate, pues el trabajo doméstico
tiene lugar en la privacidad del hogar, habitualmente en solitario,
lo que condiciona las oportunidades para las relaciones sociales.
De hecho, en la vida adulta, el empleo es la vía de acceso a la vida
social, además de proporcionar ingresos que facilitan las oportu-
nidades de disfrutar de experiencias lúdicas.

Karla Henderson explica con claridad que el problema de enten-


der el ocio como actividad se sitúa en el hecho de olvidar el con-
texto en el que ésta tiene lugar, siendo básico recordar que para
las mujeres el hogar es al mismo tiempo espacio de trabajo y de
ocio, por lo que ciertas actividades se presentan mezcladas con
cierta frecuencia. En un estudio llevado a cabo por Eileen Green,
Sandra Hebron y Diana Woodward, en la localidad inglesa de
Sheffield, con el objetivo de comprender el papel que el ocio tenía
en la vida cotidiana de las mujeres, los resultados evidenciaron
que definir el ocio por oposición al empleo dificulta su percepción
entre las “amas de casa”.

Sin duda, la experiencia de los tiempos está influida por la estruc-


tura patriarcal de la sociedad, lo que implica una mayor fragmen-
tación y complejidad de los tiempos femeninos como resultado de
los roles sociales –madre, hija, esposa y otros– a los que se adscri-
[104]

be su identidad. De ahí que al analizar el ocio de las mujeres éste


se presente con frecuencia de forma combinada con otras tareas y
experiencias, dando origen a una mayor presencia de actividades
simultáneas que aumentan la complejidad del análisis, siendo di-
fícil establecer categorías de actividades concretas.

Esta idea está presente en los relatos de las mujeres entrevistadas,


quienes hablan de cómo compaginan el ocio con otras tareas del
hogar como la limpieza, planchar y otras similares derivadas del
mantenimiento doméstico. Carla lo explica de la siguiente mane-
ra. «Siempre hay que alternar la vida cotidiana con el tiempo de
ocio y hay veces que lo puedes hacer incluso cuando estás hacien-
do algo».

Las tareas del hogar como tiempo de ocio

Con frecuencia, las experiencias lúdicas aparecen mezcladas con


actividades del hogar como cocinar, recoger la ropa y la casa... de
manera que las mujeres identifican el desarrollo de tareas aso-
ciadas al rol femenino tradicional con experiencias placenteras,
lo cual evidencia el grado de aceptación y cumplimiento de las
expectativas sociales que establece el patriarcado.

Violeta comenta, «¿qué me gusta hacer? Pues la cocina... (risas)»,


algo que también comparten Marta y Lucía. «Yo te digo que, a
veces, cuando me dan esos bajones igual cojo y enredo a limpiar,
fregar, para aquí, para allá... Pongo el teléfono con la música, y
enredo por ahí con todo. Paso de todo». «Sí, saco toda mi ropa
de los armarios y vuelvo a colocarla. Y la del niño, y me pongo a
limpiar, y escuchando música todo eso. Y bailando... controlando
la hora, que no se me pase. Y hay días que no estás tan de subi-
dón, de buen humor... estás más apagada; entonces me tumbo
en el sofá, pongo la novela que me encanta, y me pongo a ver la
novela hasta la hora que tengo que ir a recoger a mi hijo. Y pasé
el rato».

Esta cuestión también fue abordada en los grupos de discusión


con las profesionales, destacándose la necesidad de trabajar para
[105]

mejorar el autoconocimiento, silenciado por los roles de madre


y esposa, «que es algo muy femenino, en general... deberíamos
empezar por cada una de nosotras», pues la conquista de un tiem-
po propio es algo que hay que aprender poco a poco. Una de las
profesionales lo expresa de la forma que sigue. «El gustar tiene
que ver con el disfrute y con lo que disfrutas haciendo, ¿no? Y si
tú, después de pegarte una “jartá” en casa lo tienes todo recogi-
do, te sientas, y dices, ¡qué guapo! Estás en el goce. No sé... hay
mujeres mayores... cuando trabajamos con mujeres mayores yo lo
veía, ¿no? Que el tema de... sal... haz esto... son cosas que tienes
que aprender».

Ocio y trabajo se mezclan, confirmándose el peligro de que las


mujeres sean persuadidas para ver como ocio la labor que reali-
zan en el hogar y disfrutar como si de una experiencia lúdica se
tratase. La socialización en los cuidados y en la atención a otras
personas acaba por desplazar la existencia de un tiempo personal
para el desarrollo de los intereses que cada una tiene, incluso a
veces resulta difícil identificar los propios intereses.

Factores que limitan el disfrute del ocio

En este enfoque se encuadran investigaciones que estudian las


barreras que complican el acceso de las mujeres al ocio en su vida
cotidiana, pudiendo distinguir dos corrientes diferenciadas: estu-
dios que incorporan el género como categoría analítica de forma
explícita y aquellos que a pesar de no hacerlo, muestran en sus
resultados el impacto que la estructura patriarcal tiene en la socie-
dad. En ambos casos, diversos trabajos demuestran que las opor-
tunidades de vivir el ocio son distintas para hombres y mujeres,
siendo este un ámbito donde también se evidencian las desigual-
dades de género.

Con carácter general, según Susan M. Shaw, es posible identifi-


car tres factores o barreras que condicionan el ocio de las muje-
res: el tiempo; el dinero y los recursos y/o servicios de ocio dispo-
nibles en la comunidad. Más allá de estos elementos, el espacio
también necesita de un análisis específico, pues actúa favorecien-
[106]

do o inhibiendo las oportunidades en determinadas zonas de las


ciudades y pueblos en base a la percepción de seguridad. Rose-
mary Deem encontró, entre los resultados de un estudio llevado a
cabo en Milton Keynes, que el miedo a sufrir una agresión sexual
condicionaba de forma directa la participación de las mujeres en
ciertas experiencias, entre ellas, la práctica deportiva.

La falta de tiempo

En relación al tiempo, las mujeres entrevistadas encabezan uni-


dades familiares en solitario, lo cual supone que las responsabili-
dades derivadas de los cuidados y del mantenimiento del hogar
recaen de forma exclusiva en ellas. La red de apoyos no existe o es
poco sólida. Más allá de llevar la casa, hay otras tareas que aten-
der como buscar empleo o mejorar la formación. El panorama se
complica. El ocio se esfuma.

Las palabras de Helena dan cuenta de esta realidad. «Por ejem-


plo, ahora que hay unas ofertas en el ayuntamiento de Gijón, no
tengo tiempo. No, porque no tengo tiempo. Al principio la niña
no tenía guardería, cuando tuvo guardería empecé los talleres,
para ella, porque tiene un carácter muy fuerte. Había otro taller
que empezaba también, era dos veces a la semana, y entre que las
mañanas están ocupadas por un lado con el curso, por la tarde
talleres en la Casa, pues como que no tenía tiempo para mí».

El hecho de estar solas con las criaturas es algo que limita. Son
ellas quienes atienden las diferentes situaciones que se derivan
de los cuidados: horarios de entrada y salida del colegio, activi-
dades extraescolares, reuniones en el centro educativo, ayuda en
la realización de los deberes... Todas estas, y otras tareas, acaban
por ocupar las agendas cotidianas, y como indica Bea, «antes es-
taba mi madre, ahora estoy sola». La saturación de los tiempos es
mayor. También Sonia, cuya familia está muy lejos, en otro país,
siente el vacío de la red familiar. «Y si está mi madre, por ejemplo,
si una tiene a la familia también está tranquila cuando sale. A mí
me gustaría estar... que estuviera mi familia aquí. Echarte una
mano el día que te hace falta algo, oye, si te puedo ayudar, te ayu-
[107]

do. Y es lo que echo en falta. Si tienes familia tienes mucho, pero


si no tienes a nadie, ¿qué haces?».

El rol materno

Las hijas e hijos, y sus necesidades, marcan la organización de


los tiempos familiares, y por tanto, de las mujeres. El rol mater-
no y las responsabilidades asociadas complican la participación
en experiencias lúdicas. Las palabras de Lorena y de Violeta dan
cuenta de esta situación. «También el horario porque yo tengo
que atender a mis hijas, y no puedo ahora mismo... a ver, voy a
clase de danza, ¿y mis hijas? ¿con quién las dejo? Y una tiene que
hacer los deberes para mañana, tengo que estar pendiente, no voy
a dejar a mi hija sin hacer los deberes para mañana y voy a ir a
una clase de baile. También todo lo tienes que pensar, ¿no?». «Yo
lo meto en una actividad (en referencia a su hijo), yo también soy
muy retorcida, pero si es a las cuatro y termina a las cinco, ¿qué
tiempo te da a ti? Nada, porque la actividad es un día, una hora y
media, no dura más. Mientras llevas al niño, vas a ese sitio... ¿qué
haces? ¿media hora? No compensa tampoco, no te compensa para
nada. A mí me encantaría, pues eso, hacer deporte, pero claro
una cosa es que quieras, que te guste y otra que puedas. Es muy
diferente No puedes, es que los niños te comen todo el tiempo».

Como dice Lucía, «las mujeres cargamos con todo». O Viole-


ta, que sentencia, «en tu casa con tus hijos y olvídate de más».
La maternidad imprime una responsabilidad absoluta sobre las
hijas e hijos, hasta el punto de sentirse culpables. Una vez más
la culpa. Culpables cuando no les dedican toda su atención y de-
ciden reservar algún momento propio, como explica Sonia. «A
veces salgo y ya me siento mal, culpable». En su versión radical,
esta idea también es expresada por Noemí, en referencia a su hija,
cuando dice «ella está por encima de todo».

En este sentido, una de las monitoras destaca la sobreprotección


que las madres de la Casa Malva dirigen hacia sus hijas e hijos.
«A mí me llama mucho la atención en el caso de ellas lo marca-
do que tienen el rol de madres; en todos los casos es muy fuerte
[108]

en las mujeres, pero en el suyo más, ellas desarrollan un instinto


protector hacia sus hijos. Entonces, hay veces que están jugando
pero de alguna forma notas que están pendientes, o incluso en los
trabajos que hacen, muchas veces el motor son sus hijos y eso me
impacta; es decir, son sobreprotectoras, cosa que también hay que
comprender [...] pero sí, están profundamente pendientes de sus
hijos».

Desde luego, no es fácil desprenderse de un patrón adquirido


desde la infancia. Las mujeres cuidamos desde que podemos
sostener una muñeca en brazos. A veces, la sintonía con el rol
tradicional femenino es tanta que no se cuestiona la falta de un
tiempo propio, pues como indica Helena, «no sé hacer otra cosa
más que ir de compras, cuidar a mis hijos y llevar la casa». Resul-
ta difícil adaptarse a las nuevas circunstancias y también pensar
en el ocio como un derecho propio en la medida en que nunca se
tuvo o fue perdiendo presencia hasta su inexistencia. Las palabras
de Noemí reflejan la experiencia de vivir dedicada por entero a
otras personas, en este caso, a su hija. «Yo no salía, yo no... no
hacía absolutamente nada. Llevaba a la cría al colegio, volvía a
casa, hacía las cosas de casa y me ponía a leer. Y la tarde la pasaba
con la cría. Clases de patinaje, a clase de no sé qué... pero no había
ningún tipo de ocio. No, sábados y domingos, los fines de semana
yo estaba sola [...] salía con la cría, con el padre nunca tuve...
bueno nunca, prácticamente nunca tuve tiempo para salir con él
ni para un domingo ir a tomar un vermut... ni... No, mi vida era
la cría y nada más. Entonces... lo que la cría pidiese o lo que la cría
necesitara era lo que yo hacía».

Vivir-para-otros

La idea de falta de tiempo personal derivada del vivir-para-otros


también es compartida por las monitoras, que identifican las res-
ponsabilidades asociadas con los cuidados familiares como un
condicionante de la participación en sus talleres, y con carácter ge-
neral, en cualquier otra iniciativa relacionada con el tiempo libre.
En este sentido, una de las coordinadoras tiene claro que no esta-
mos únicamente ante un problema de falta de tiempo. “La parti-
[109]

cipación tiene que ver con la conciliación de la vida, pero que tam-
bién tiene que ver con algo interno. Tiene que ver con descubrir
tus gustos, porque una vez que descubres y piensas en tus gustos,
[...] una vez que te descubres y piensas, lo demás viene añadido.
Si realmente quieres participar y realmente te interesan tu ocio y
tiempo libre, y tú ves que son importantes para ti, vas a encontrar
un momento, un lugar, un interés... para sacarle partido».

Las monitoras comparten que, con carácter general, las mujeres


«vertebramos nuestro tiempo de ocio no hacia nosotras o para no-
sotras, sino por otras circunstancias que suelen depender de los
cuidados». Una cuestión que explica una de ellas de la siguiente
forma. «Sí, yo estoy de acuerdo. Hay muchos roles impuestos
y entonces la mujer... incluso hay una tendencia a la culpabili-
dad, muchas veces hasta desconocimiento. No hay ese concepto
de que el tiempo libre y el ocio también es tiempo de crecimiento
personal, que es indispensable para el desarrollo. Y en el caso de
la mujer pesa mucho el rol materno. Esa es una de las causas de
que aquí, en los talleres, una educadora se haga cargo específica-
mente de los niños, no ya porque los niños puedan estar o no, que
cuidado, habrá que ver qué tipo de conversaciones pueden surgir,
sino también para que la mujer pueda empezar a acostumbrarse a
que hay un tiempo que es sólo para ella; porque es una necesidad
psíquica, una necesidad de cualquier ser humano, y ella también
la tiene. Incluso cómo eso revierte si una persona no tiene ese
tiempo de descanso, ese tiempo de desarrollo personal, el resto
de ocupaciones de su día las va a solucionar de un modo mucho
peor, porque está cansada, porque tiene la autoestima baja... en
fin, por infinidad de cuestiones. Hay mucho que hacer todavía.
Mucho, mucho. Y específicamente la mujer... ¡madre mía! Es
casi una culpa tomarte tu tiempo».

Para las mujeres, como señala Noemí, «siempre hay algo más im-
portante». Y en el caso de poder tener un tiempo personal, como
se indica, existe una culpabilidad por el goce. Hay que buscar
elementos que justifiquen el placer, tal como explica una de las
monitoras. «Yo voy a la piscina porque me viene bien para la es-
palda. No te dicen porque me gusta, porque me divierte, porque
[110]

me sienta bien. No, no... siempre hay una justificación detrás del
tiempo de ocio».

No obstante, una de las coordinadoras apunta que el cuidado de


las criaturas no es necesariamente una limitación para disfrute de
las mujeres, sino que existen factores relacionados con el valor
que le conceden a este tiempo o con la falta de habilidades para
ponerlo delante de otras cosas. «Hombre en algunos casos... [...]
vamos a ver, para los talleres de aquí no, porque mientras hay ta-
lleres hay ludoteca, y no van o sea que... Que te quiero decir que
en ese sentido... no me parece que vaya por ahí el tema. Hombre,
que puede ser en un momento determinado que tú digas, pues no
puedo porque a esta hora no tal, pero quien busca una actividad
puede buscar otra. Yo creo que aquí no se da esa búsqueda. Yo
creo que es un tema de, a veces, no entenderlo que personalmente
te puede ofrecer y acercar esa felicidad. Esa falta de entendimien-
to sobre lo que puede ser en un momento determinado disfrutar,
o incluso a veces hay que educar también para el tiempo y cómo
disfrutarlo [...] Yo creo que también hay que educar esa parte y
trabajar. Explicar el porqué de las actividades, qué se puede sacar
de las actividades... Yo creo que es una parte educativa y a veces
en el tiempo que están aquí con todo lo que tienen encima, a veces
es a lo que ellas están menos dispuestas...».

El dinero, un recurso necesario

La cuestión económica también es un factor con incidencia en


las oportunidades de ocio de las mujeres. La feminización de la
pobreza es una realidad. Carmen de Elejabeitia identifica un con-
junto de razones que mantienen una cierta estabilidad a la hora
de explicar el incremento de la proporción que las mujeres re-
presentan sobre el número total de personas pobres; cabe señalar
motivos familiares, económicos y demográficos.

En el primer caso, en el que nos vamos a detener, el incremento de


las separaciones y divorcios deja a las mujeres en una mayor des-
protección desde el punto de vista económico, pues habitualmente
su salario –de existir– es considerado un complemento de la uni-
[111]

dad familiar. Al producirse la ruptura este no llega para afrontar las


diversas cargas que se presentan. En esta línea, hay que destacar la
emergencia de familias monoparentales, mejor llamadas monoma-
rentales, encabezadas por mujeres que asumen el rol de cuidadoras
únicas de las criaturas. Estas familias tienen más probabilidades de
encontrarse en una situación de riesgo o exclusión social.

Hay muchas formas de entrar en la monomarentalidad. Las si-


tuaciones de violencia machista en el contexto de pareja requie-
ren una especial atención, pues las dificultades habituales de estas
unidades familiares hay que añadir la recuperación de las secuelas
que dejó la violencia. Todo esto compatibilizando el trabajo y los
cuidados de las hijas e hijos y del hogar. Malabaristas de la vida.

En el caso de las mujeres entrevistadas existe variabilidad en las


apreciaciones en relación a la cuestión económica. A pesar de que
el dinero puede facilitar o limitar cierta participación, también
hay quien reconoce, como Carla, que «no todo tiene que ser nece-
sariamente con dinero», existen alternativas que no lo requieren,
«depende de lo que quieras hacer». Pero, en general, la mayoría
considera, al igual que Virginia, que «para casi todo se necesita
dinero, pero no la misma cantidad». En la mayoría de los casos
las posibilidades de gasto son muy reducidas, de ahí que Bea y
Helena afirmen que «si no tienes dinero no puedes salir, tienes
que estar en casa»; «todo se resume en el dinero, si no tienes dine-
ro (risas), complicado vamos».

En general, la mayoría de las mujeres entrevistadas carecen de un


empleo y, por lo tanto, sus ingresos son muy reducidos o inexisten-
tes. Hay ocasiones en que se cobra la Renta Activa de Inserción
(RAI) u otro tipo de ayudas derivadas de la situación de violencia,
pero a veces pasan meses antes de poder disponer de algún efecti-
vo. Esta situación hace que tengan que organizar su previsión de
gastos y la inversión en actividades de ocio queda en un segundo o
en un tercer plano. Eso en el mejor de los casos. Lucía explica con
claridad esta situación. «A mí me encantaría ir al gimnasio, me en-
cantaría aprender a bailar, me encantaría hacer taekwondo... haría
un montón de cosas, pero claro, no tienes trabajo».
[112]

En este sentido, existen alternativas accesibles en los centros mu-


nicipales, como indica Noemí, quien acude a actividades de man-
tenimiento físico porque «no hablamos de actividades de cuaren-
ta o cincuenta euros al mes, que por mucho que te apetezcan...
estando aquí no puedes, porque... tienes otras prioridades; pero
bueno, siendo veinticuatro euros al mes, iba dos días a la sema-
na». Sin embargo, a pesar de que haya precios públicos o incluso
reducciones por motivo de la situación de violencia, en las pala-
bras de Lorena se aprecia la dureza de algunas circunstancias, «te
cobran algo y si tú no tienes de dónde coger un duro, no puedes».
De hecho, hay quien evita salir mucho a la calle para no verse en
la situación incómoda de explicarles a las criaturas que no tienen
dinero y, por lo tanto, no pueden comprar nada, tal como expresa
Rebeca. «Tú vas al parque y si no tienes dinero... “mamá es que
yo quiero beber esto”, “mamá me compras...” Entonces dices tú,
no, no, no, no. No voy a salir porque cuando te pide y son cosas
tan sencillas que tenías hace dos días... hace dos días tenías todo
y tú ahora no puedes... es que te duele el alma. [...] Yo, por ejem-
plo, a este parque casi no voy porque hay una cafetería enfrente y
“mamá vamos allí y compramos...” “mi amor, no puedo”; “pero
mamá, sólo cuesta tanto, sólo cuesta un euro”; “pero mi amor,
no lo tengo”. Entonces, quiero decir, una ya dice no, no salgo de
casa. Y por más que tú sales con la maletita de la merienda... pero
los niños son niños, [...] y no entienden por qué no tienes».

Igualmente, las profesionales y las monitoras de la Casa Malva


son conscientes, como indica alguna de ellas, de que «el tema
económico las retrae mucho». Para contrarrestar esta situación
se considera importante ofrecer alternativas para las cuales no
sea necesario disponer de dinero, crear redes de apoyo que per-
mitan compartir experiencias y también, instar a las instituciones
públicas a que faciliten algún tipo de becas, pero advierten «que
tampoco fuera subvencionamos por ser víctima de violencia de
género». Sin embargo, hay quien se inclina por dejar el prota-
gonismo a las mujeres, como indica una de las profesionales,
«pienso que es labor de ellas utilizarlo»; aun así, una de las coor-
dinadoras comenta la labor que se realiza desde la Casa Malva,
y otros recursos de la Red Regional de Casas de Acogida, para
[113]

favorecer un trabajo de orientación en esta línea. «Hay una parte


que es la recogida de información, que es responsabilidad de las
profesionales, de las educadoras o de la directora; de recoger in-
formación sobre la oferta de actividades que pueda haber fuera.
[...] Pero yo pienso que hay una parte, que sí es un aspecto a me-
jorar dentro de lo que es el área de participación, que es orientar
a las mujeres».

Resulta evidente la importancia del acompañamiento, una cues-


tión de la que se hace eco una de las monitoras; quien apunta,
precisamente, la importancia de desarrollar una labor de apoyo a
lo largo de todo el proceso de recuperación personal. «El proble-
ma que tiene el ocio es que es caro. Y eso sí que es un problema,
yo pienso, grande. Entonces, se ve como un lujo y cuando cubro
todo lo demás... también por eso a veces se justifica y se deja a la
mínima. Y claro, en estos momentos también de crisis más culpa
aún porque con la que está cayendo, ¿cómo voy a ir yo...? ¿cómo
voy a apuntarme a...? Yo creo que el ocio también tiene mucho de
esto, ¿eh? Y también por eso me parece importante crear redes
que les ayuden a tener encuentros en los que no se precisen pro-
fesionales y en los que no se precisen recursos económicos, o sea,
que no sea estoy sola».

Secuelas del maltrato. Enfermedades que limitan

Hasta aquí, los resultados que encontramos en la investigación


comparten la línea argumental expresada por Susan M. Shaw,
tal como se indicó. No obstante, la particular situación en la que
se encuentran las protagonistas de este libro, inmersas en un pro-
ceso de recuperación personal en el contexto de la Casa Malva,
permite evidenciar otros factores que añaden complicaciones a
las posibilidades de disponer y de disfrutar de un tiempo de ocio.

En primer lugar, las secuelas y enfermedades que padecen y


que derivan de la situación de maltrato vivida. En muchas oca-
siones las mujeres están diagnosticadas con fibromialgia, de-
presión, anorexia nerviosa... incluso quedaron lesiones físicas
que impiden un desarrollo autónomo pleno y, por lo tanto, li-
[114]

mitan las opciones a su alcance. De hecho, Rosa comenta que


«ahora voy a tener mucha dificultad para caminar y para ir al
gimnasio; en mi tiempo de ocio no podré hacer cosas que hacía
antes». En una línea similar se expresa Helena. «La enferme-
dad, me canso mucho. Sí, me limita mucho. Sólo estar de pie y
cocinar, o ir nada más a la tienda y volver; por coger peso ya se
me duermen las manos. Tengo bastantes problemas de espalda
y, entonces, me limita mucho. [...] La fibromialgia me corta
mucho porque cuando llego estoy tan cansada que no puedo
hacer nada, nada. [...] Llego... estoy sin fuerzas y tan cansada
que no puedo ni comer, y hasta las seis o seis y media no me le-
vanto del sofá. No puedo estar de pie, tengo muchísimos dolo-
res y, si llevo peso, pues me pasó que no fui capaz de levantarme
para hacerles la cama (en referencia a sus hijos), entonces, dime
a mí de donde quito tiempo, dime a mí qué hacer, qué, cómo...
me cuesta mucho».

Más allá de las enfermedades, y vinculado con ellas, aparece


nuevamente la medicalización como un problema derivado de
su situación, pues como indica Rosa, «en mi vida diaria lo único
que hago prácticamente es dormir porque las pastillas me do-
minan». En el momento en que introducimos este tema en las
conversaciones, hay mujeres con tratamientos prescritos de por
vida o que consumen medicamentos que no les permiten llevar la
rutina cotidiana.

La situación emocional y los primeros momentos en


la Casa Malva

En segundo lugar, el proceso emocional en que se encuentran las


mujeres, sometidas a una espiral de juicios, trámites administra-
tivos, mudanzas,... junto con la ruptura que sienten en su vida,
tiene repercusiones en su estado de ánimo. ¿Y cómo no iba a te-
ner? Rebeca afirma con sinceridad en sus palabras, «uno, cuando
llega aquí, lo que menos le pasa por la cabeza es el ocio. Lo pri-
mero que uno quiere es intentar, no sé, solucionar algo y, a ver, dar
rumbo, ¿no? Dar rumbo a la vida». Sandra recuerda que «las dos
primeras semanas no salía», de hecho, otras compañeras relatan
[115]

experiencias de encierro similares en sus apartamentos. Violeta


y Noemí así lo comparten. «Con el tema del tiempo libre y todo
eso, hasta que no se solucionan los problemas que tenemos con
la justicia, con los niños y eso, tampoco estamos... no tenemos la
cabeza para otra cosa. Yo pienso que hasta que no pase el tiempo,
pase un año, dos años... cambia la situación... pues sí, ahí te darás
cuenta de las cosas. Por el momento estás como bloqueada con
tantos problemas». «Esa es la limitación esencial, que como no
tienes la cabeza eh... no tienes la cabeza de ninguna manera, nada
más que para pensar en todo lo que tienes encima; que no ves
soluciones, que no sabes qué hacer, es que no sabes qué va a pasar
con tu vida... en la responsabilidad de la niña, que es impresio-
nante el peso de si me equivoqué, de si estoy haciendo bien, si la
estaré perjudicando... si... cómo está llevando la situación... En-
tonces claro, esto está aquí (señala su cabeza). Una vez que todo
esto esté asentado, que sabes dónde... entonces bueno, empiezas a
ver... a estructurar un poco la vida. Yo sigo diciendo que los con-
dicionantes son internos».

Los cambios que están experimentando desde la llegada a la Casa


Malva evidencian la necesidad de incorporar al proyecto de recu-
peración personal diversas herramientas que ayuden al proceso
de empoderamiento y toma de decisiones, siendo conscientes que
aprender a no quedar siempre en un segundo plano no es fácil
cuando existe una trayectoria vital marcada por la invisibilidad.
Violeta comenta lo complicado que le resulta pensar en un tiempo
propio y decidir por sí misma. «Es que sabes que pasa... ¿Qué
quieres hacer? ¿Qué te gusta? Son preguntas que nunca me hi-
cieron a lo largo de mi vida, tú imagínate. [...] Tengo que hacér-
melas yo, tengo que hacérmelas porque son preguntas que nunca
respondí. Nunca me preguntaron eso. Siempre hiciste lo que ha-
cían otras personas, no tú».

Sin duda, los primeros momentos están marcados por la confu-


sión y la ansiedad ante todos los problemas que deben resolver;
preocupaciones relacionadas con la situación de las criaturas, con
la vivienda, el empleo... van ocupando la totalidad de sus horas y
la mente da vueltas y vueltas sobre los mismos problemas. Vir-
[116]

ginia explica la situación en la que se encuentran. «El estado de


ánimo te puede perturbar que no haya ocio para ti, no hay vida
para ti, claro que sí». Y continúa afirmando que «si tienes muchos
frentes abiertos en lo que menos piensas... es que tienes tu cabeza
como un ropero sin ordenar. Y cuando ya tienes aquí las camise-
tas, aquí los jerséis de invierno y tal... ¡Anda! Que ya me queda
un hueco vacío, pues a llenarlo. [...] Y si estás empastillada... es
que no lo ves. Yo no les recomiendo a las mujeres que entren en
esa dinámica».

El equipo profesional de la Casa Malva es consciente de esta rea-


lidad, y confirma, a través de las palabras de algunas compañeras,
que los procesos pendientes son un claro factor condicionante de
su bienestar. Y así lo expresa una de las monitoras. «Tú estás físi-
camente pero la cabeza la puedes tener en lo que tienes que pre-
parar; además, en este caso, mañana con el abogado, la cita con el
médico, que el informe médico en vez de poner esto puso lo otro
y entonces no sé para el juicio si... todos estos quehaceres que a
ellas les toca por la situación de denuncia yo creo que es lo que
más las frena. [...] Les frena que están pensando en cosas que
son más urgentes. Y a mí no es algo que me moleste, en el sentido
de que no voy a forzar que desconectes si en realidad tú estás en
algo que ves más importante».

En este sentido, las profesionales destacan una idea fundamen-


tal para comprender el ocio desde un enfoque de género, pues
evidencia que las usuarias de la Casa Malva presentan una situa-
ción particular y unas carencias propias de su experiencia, pero
las mujeres, como grupo genérico, enfrentan dificultades para
gozar de un tiempo personal. «Es que parece que no tenemos ese
derecho, ¿no? Suena como egoísta, pues ahora me voy a tumbar
una hora pudiendo hacer las mil cosas que tengo que hacer». «De
hecho, las propias profesionales cuestionan su tiempo de ocio y se
dan cuenta que, finalmente, «siempre sacrificas lo mismo, igual
que ellas», es decir, «tenemos las mismas barreras que ellas, pues
eso, que pones delante otras cuestiones». En definitiva, que «si las
mujeres en general no participamos en nada, las nuestras menos
todavía».
[117]

El placer prohibido

Ocio como fuente de calidad de vida

La relación del ocio con el bienestar y la calidad de vida está am-


pliamente contrastada, incluso se considera que la satisfacción
con el tiempo de ocio incide positivamente en la valoración de
la vida con un carácter más amplio, por lo que nos situamos ante
un ámbito vital de gran importancia personal. Sin embargo, en
la vida adulta hay quien lo considera algo trivial y prescindible,
pero su potencial terapéutico y las sinergias que establece con el
bienestar son argumentos de peso para el estudio en el ámbito
socioeducativo.

Roger C. Mannell destaca cinco aportaciones fundamentales del


ocio, contribuyendo al desarrollo de estilos de vida más saluda-
bles: mantiene las manos y la mente ocupadas; es fuente de pla-
cer, relajación y divertimento; promueve el crecimiento personal;
permite la formación y la afirmación de la propia identidad y, fi-
nalmente, es un recurso o una estrategia para enfrentar el estrés.

Desconexión y tranquilidad frente a los problemas y


la rutina

El ocio ayuda a las personas a ocupar un tiempo que, de quedar


vacío, puede llevar al tedio y al aburrimiento, siendo así fuente
de insatisfacciones. En general, cuando preguntamos a las muje-
res por los principales beneficios que asocian con el ocio, se ma-
nifiestan en esta línea. Rebeca considera que lo más importante
es «desconectar, eso, olvidar un poco mis problemas». También,
como indica Bea, el ocio «ayuda a no agobiarte», es decir, se per-
cibe la potencialidad de este tiempo para favorecer el relax y la
tranquilidad frente al malestar y al estrés. Así lo indican las pa-
labras de Helena, quien destaca «la tranquilidad que me da; de
hecho... cuando estoy muy nerviosa por alguna situación prefiero
salir y me tranquilizo». En este sentido, Virginia afirma que «pa-
rar la máquina es necesario, vamos a ver... si no revientas como
una castaña»; y Noemí comenta cómo para ella llegó un momen-
[118]

to en el que era necesario darse un respiro. «Es que necesitaba


tener la mente ocupada, o sea, por mí y por consejo de ellas (en
referencia a las profesionales de la Casa Malva). Tenía demasiado
tiempo libre y mi cabeza funcionaba continuamente, entonces,
había que descargar de algún modo. [...] Me agotaba, llegaba
llena de agujetas, llegaba machacada... pero el tiempo que estaba
allí (en actividad física) estaba pensando en los dolores y en llegar
a... tal... no pensaba en los problemas que tenía».

La posibilidad de cargar energía positiva y obtener una tranqui-


lidad personal, junto con la descarga del estrés que se va acumu-
lando por las diferentes circunstancias que rodean la situación de
las mujeres en la Casa Malva, son los dos beneficios más desta-
cados. Carla incluso recuerda cómo le sirvió participar en uno
de los talleres organizados en el centro para desprenderse de la
tensión acumulada. «Salí de allí genial, y mira que pensaba que
era una bobada, como si tuviese piedras en el cuerpo y me las
quitaran de golpe. Y tú fíjate, parecía una tontería pero se ve que
valen esas cosas porque si no, no notarías la descarga en el cuerpo
al salir, que te sientes mejor. ¡Lo pasé genial! Yo creo que está muy
bien».

No voy a dejar escapar esta sonrisa

El ocio se relaciona con actividades gratificantes, divertidas y


placenteras a través de las cuales las personas buscamos liberar
la tensión acumulada en el día a día, provocando una ruptura
con las rutinas que nos envuelven. Precisamente, la diversión es
otro de los elementos destacados en positivo por las mujeres, que
identifican la recuperación de la sonrisa como ejemplo de vitali-
dad personal. Bruce R. Hull destaca como las experiencias lúdi-
cas contribuyen a reducir los estados anímicos negativos y mejo-
rar el humor de las personas. Probad a sonreír y ver qué pasa.

Rebeca explica de forma muy gráfica la fortaleza ganada a través


de ciertas actividades en las que participa. «A mí me dan vida
porque uno dice... estoy viva. O por ejemplo, tú ríes, tú estás
riendo mirando... hace tiempo que no recordaba reír. Pues vida.
[119]

Una se siente viva, viva, viva. [...] Sí, no es que te olvides de tus
problemas pero te da fuerza, un sentirse viva, da fuerza para con-
tinuar batallando [...]. Sí, da fuerzas para continuar batallando,
que a veces una está... igual que una palabra amiga; a veces cuan-
do uno está que dice, no lo voy a conseguir... y viene un amigo y
dice “oye, tú puedes”, entonces tú dices, “yo puedo”. Pues creo
que eso, tú... estoy viva y voy a continuar batallando porque estoy
viva. [...] Sí, un sentirse contenta con una misma, olvidar tanta,
tanta... y no es recuperar el tiempo perdido pero es tu deseo, ¡vol-
ví a sonreír! ¡qué bueno es esto! Ahora no voy a dejar escapar esta
sonrisa, ¿entiendes?».

El potencial terapéutico de la risa es algo de lo que se hacen eco


diversas investigaciones. En este caso, las protagonistas de este
libro también destacan el placer y la diversión que se deriva de
ciertas prácticas lúdicas como algo que permite continuar la lucha
personal en la que están envueltas. Se trata de recuperar el aliento
para el camino que queda por recorrer. Muy largo. Incluso hay
quien, como Nuria, relaciona el ocio con la felicidad, «me hace
feliz. Me hace bien, me hace mucho bien. Y olvido las cosas ma-
las, cosas, situaciones y momentos feos». Por eso se considera,
como indica Rebeca, «un tiempo de diversión que es necesario»
pues permite conectar nuevamente con sentimientos positivos
como la alegría, tal como comenta Sonia, «cuando estás triste
pones música alegre y me encanta la música; cuando empiezo a
escuchar música ya me vengo arriba».

En otras palabras, el ocio contribuye a cambiar los estados de áni-


mo más negativos por otros enfoques que ofrecen miradas nuevas
sobre la realidad que se enfrenta, conforme argumenta Virginia.
«Yo pienso que ayudaría muchísimo a serenar esa parte de ti, por-
que en ese momento de ocio no estás amasa y amasa y amasa en
lo mismo. Ese rato paraste y mientras paraste descansas el alma y
el espíritu, la cabeza y todos los sentidos. Entonces, cuando em-
pieces no vas a empezar donde lo dejaste, los vas a retomar desde
la tranquilidad, aunque luego llegues al mismo punto, pero vas a
tener otra perspectiva porque empiezas desde la tranquilidad, no
desde la ira».
[120]

Tejiendo redes para curar heridas

En muchos casos, las experiencias de ocio ayudan, como indica


Violeta, «a sentirme bien conmigo misma». Alba comenta que en
los peores momentos de la depresión, el ocio es algo que «inspira
para poderte levantar, porque cuando tienes depresión no tienes
ganas de nada». De hecho, recuerda y comparte la experiencia
personal en la que, aún conviviendo con el agresor, el tiempo
compartido con una amiga tuvo para ella unos efectos muy be-
neficiosos. «Yo tenía una amiga que tenía una tienda al lado de
casa, y cuando estaba con la depresión, un día me vio tan mal que
me dijo que pasara por allí a verla, ¿sabes lo bien que me sentó
aquello?».

De hecho, las relaciones y amistades que se tejen al compartir di-


vertimentos y actividades también son referidas como un elemen-
to positivo asociado a ciertas prácticas de ocio. Esta consideración
también es compartida por las profesionales, que justifican la ne-
cesidad de incorporar el ocio como un área de intervención en el
marco del Proyecto de Recuperación Personal de cada una de las
mujeres de la Casa Malva. «Parejo a cualquier actividad siempre
tienes una gratificación terrible, tanto a nivel personal como que
inevitablemente, salvo que sea una actividad en solitario, siempre
tienes un entorno, siempre conoces cosas... y eso, siempre, evi-
dentemente, ayuda a construir una red».

El hecho de conocer nuevas personas abre la posibilidad de en-


contrar otros apoyos y referentes que contribuyan de manera po-
sitiva al proceso social iniciado, como se desprende de las pala-
bras de Carla y de Violeta. «Yo pienso que conoces gente nueva y
que es necesario conocerla y que te ayudan, a ver, que va a existir
gente que pase de todo; pero va a haber gente que se preocupe
por tu caso. Yo pienso que conocer gente nueva te quita de pensar
en lo que conocías antes. ¿Y qué conocías antes? Cuatro paredes,
dos niños y un tío, llamarlo tío por no decir otra cosa». «Los mis-
mos sufrimientos... el otro día nos hablaron del perfil del mal-
tratador; todas coinciden, es que parece que están hablando del
mismo. Es que todos son iguales. Los chicos son iguales, y la
[121]

misma situación que viviste tú la vivió ella, está como tú... esta-
mos en un entorno todas igual. Entonces, sales fuera, conoces a
más chicas, su vida es diferente... pues a lo mejor alguna tiene un
chico bueno... es diferente, ¿entiendes? Y te puede hacer ver la
vida de otra manera».

En esta línea, vemos como el ocio genera oportunidades y alter-


nativas para tejer una red social de la que se carece. Noemí valora
poder contar con personas con las que compartir ciertas expe-
riencias, de hecho, cuando salió una noche, por primera vez en
muchos años, el elemento destacado es la importancia que tiene
«saber que tenía con quien salir». Sentir que no se está sola, que
hay personas con las que contar y que hacen que la vida cuente.
En compañía, la vida se enfoca desde otro prisma.

Explorando la propia identidad

El ocio también se relaciona con la construcción y la afirmación


de la propia identidad. A lo largo de la vida, las personas vamos
creando imágenes de nosotras mismas que, al alcanzar una cierta
consistencia configuran la propia identidad, favoreciendo la defi-
nición del yo. En este sentido, muchas experiencias lúdicas cons-
tituyen un vehículo significativo para la identificación personal y
de otras personas, pues es un tiempo que favorece la libertad de
mostrarnos tal como somos, es decir, a través del ocio nos defini-
mos, nos expresamos y nos afirmamos. Rebeca se expresa en esta
línea cuando afirma, «ahora nadie jamás me va a privar de tomar
un café con una amiga, de hablar por teléfono con una amiga, de
un fin de semana salir a bailar...».

Sin embargo, la identidad no es algo inmutable sino que puede


introducir cambios e incluso es deseable que así sea para favore-
cer el crecimiento personal. El tiempo de ocio es un ámbito idó-
neo para probar nuevas alternativas. Además, el reconocimiento
social que se alcanza por medio de la participación en ciertas ex-
periencias lúdicas es un elemento que también contribuye positi-
vamente a reforzar la idea que cada quien tiene sobre si, mejoran-
do el autoconcepto.
[122]

En este sentido, como comenta una de las coordinadoras, el ocio


tiene que ver con la búsqueda personal, de modo que «me parece
fundamental que cada persona tenga ese tiempo, que lo dedique,
bueno, para descubrir lo que le gusta a veces y para disfrutar de lo
que le gusta». Es decir, el tiempo de ocio emerge como un lugar
que favorecer la identificación personal, la autoexpresión y el (re)
conocimiento.

Igualmente, cuando se pregunta a las monitoras de los diferentes


talleres que se desarrollan en la Casa Malva por los beneficios que
asocian al ocio, se da una coincidencia con ideas señaladas tam-
bién por las propias mujeres. «No terminaron de crecer y muchas
ya son madres también, y no tienen claro dónde empiezan ellas y
dónde terminan ellas. Se ven a sí mismas como pareja de, madre
de, hija de, usuaria de... y les falta sentir la mujer que son. Y eso
se logra de una manera, yo pienso que muy sana, desde el ocio.
O sea, el ocio contribuye mucho a verte a ti, a descubrir tus for-
talezas desde un lugar de menos juicio». El hecho de reservar un
tiempo para la expresión de los propios intereses guarda relación
con la capacidad de autocuidado, tan menoscabada en la pobla-
ción femenina en general, y específicamente en el caso de las mu-
jeres en situación de violencia machista en el contexto de pareja.

El ocio como terapia no farmacológica

En relación al bienestar personal o a la salud, las monitoras tam-


bién destacan los beneficios derivados de la participación en sus
talleres. Una de ellas comenta el efecto positivo que las activi-
dades programadas tienen en la calidad de vida de las mujeres,
conforme evidencian sus palabras. «Por ejemplo, hay veces que
te comentan “me di cuenta que los días que vengo a clase duermo
mejor”. Y tú no les dijiste nada pero de repente dicen “duermo
mejor, ¿podemos hacer lo de la semana pasada?” Y dices... espera
porque yo la semana pasada no hice nada concreto para el insom-
nio».

En este línea, las monitoras que participaron en el grupo de dis-


cusión manifiestan su acuerdo con las posibilidades que ofrece
[123]

el ocio para afrontar y manejar el estrés, en la medida que el ocio


«es una inversión a corto, medio y largo plazo; tienes un primer
beneficio que es instantáneo, que en esos momentos no necesitas
calmante, aprendes a serenar, desconectas por completo». En este
sentido, se establece en el grupo un diálogo que se polariza entre
la medicación y las terapias alternativas o no farmacológicas, te-
niendo presente que la primera «no es la única vía».

En general, se defiende el valor del ocio como herramienta tera-


péutica que permite alcanzar objetivos de salud a través de fórmu-
las que no implican el consumo de fármacos, precisamente por-
que «tú tomas una pastilla pero sigues sola, la pastilla es solitaria».

El grupo de monitoras comparte que a través de las diferentes


experiencias las mujeres aprenden, junto con otras, a conocerse y
adquieren habilidades para el autocuidado, ganando la batalla a
los fármacos, y así lo indica una de ellas. «A mí me parece que los
beneficios de la participación del ocio son, por un lado, el conta-
gio con otras mujeres, el escuchar a otras mujeres, estar con otras,
y ver que lo que te pasa a ti no es nada raro; que a todos nos pa-
san cosas... eso ayuda. El estar en grupo... parece como que todas
juntas podemos más, y es cierto que todas juntas podemos más
que una sola; y todo eso, lo que van ganando en conocerse tam-
bién lo van ganando en dejar fármacos, ¿no? O por lo menos en
no precisar tantos fármacos». «Los fármacos lo que hacen es ale-
targar síntomas pero no generan nuevas respuestas conductuales,
y la terapia no farmacológica sí. A ti un sedante te puede calmar,
te puede ayudar a dormir, te puede hacer olvidar un problema...
pero quedas un tanto en estado vegetativo y dependiente. Ahí sí
que se llegan a generar dependencias. Mientras que las terapias
no farmacológicas, primero, no generan dependencia, fomentan
la autoestima y la autogestión de la persona y le acercan nuevas
respuestas conductuales. [...] Yo pienso que la diferencia es in-
mensa. Lo que sucede, como siempre, es que a veces entramos en
conflictos de intereses a grandes escalas».

La medicalización de las mujeres es una constante, y encuentra


una expresión propia en los casos de violencia machista. En todo
[124]

caso, compartimos la idea expresada por una de las profesionales


de la Casa Malva, «yo no digo que no haya que medicar a quien
haya que medicar, me parece que no es el único modo». En este
sentido, se destaca la importancia de destinar recursos a proyectos
relacionados con el ocio ya que «es un dinero muy bien invertido
para la sociedad».

Un tiempo creativo que favorece el enriquecimiento


personal

El grupo de monitoras destaca, igualmente, el valor del ocio como


tiempo creativo donde las mujeres se pueden ir deshaciendo de
complejos de forma gradual; ganando en capacidades hasta el
momento desconocidas, con el consiguiente beneficio en la au-
toestima. «El ocio es tiempo de creación, por lo tanto no es tiempo
muerto. Entonces, ella te lo está diciendo (dirigiéndose a una de
las compañeras), es que están aprendiendo a hacer cremas, fíja-
te que forma de invertir el tiempo. El ocio y el tiempo libre son
una inversión, ¿por qué? Porque va a desarrollar potencialidades
nuevas, va a romper clichés, va a romper esa sensación de inutili-
dad, de discapacidad, de dependencia... y van a aprender que ellas
pueden ir abordando cualquier cosa; yo puedo pintar, pero es que
yo puedo bailar, yo puedo aprender inglés, yo puedo viajar... y se
van abriendo en todos los aspectos, personal y profesional. Enton-
ces, ¿cómo se enfoca el ocio? Como tiempo de creación».

En la misma línea, cabe señalar la relación del ocio con el en-


riquecimiento personal, como un contexto de adquisición de
aprendizajes significativos para el desarrollo personal. En este
sentido, pocas mujeres refieren su tiempo de ocio como vía de
enriquecimiento, sino como veremos, en relación con la sereni-
dad y la desconexión. No obstante, Noemí afirma que le gusta-
ría ir dando pasos para que su ocio se convierta en un escenario
de crecimiento personal. «Me gustaría que mi ocio fuese... a ver
que me aportase, hacerme sentir bien. A ver si me sé explicar...
en el sentido personal, o sea, no que me relaje de los problemas
que tengo, sino... Claro, porque la distracción y la relajación es
que me parece que tenía que ser esencial, a mí ahora es lo que
[125]

me aporta, pero me gustaría que eso fuese normal; que el tiempo


de ocio me aportara... no sé, experiencias. [...] algo diferente, no
sólo aislarme del problema que tengo. Sería lo ideal. Claro, eso
sería lo perfecto, que tu tiempo de ocio lo disfrutes y te enriquezca
personalmente, con lo que sea... pero que te enriquezca. Claro,
yo eso ahora mismo... no... hasta el punto de enriquecerme no. Si
hay cosas que eso... que me distraen pero, ¿qué me llenen?».

Existe el deseo de promover cambios en relación al tiempo de


ocio. Por eso, desde la Casa Malva, las diferentes profesionales
y monitoras destacan la importancia del ocio y del tiempo libre
dentro del Proyecto Marco de actuación, integrándose así en el
Proyecto de Recuperación Personal de las mujeres; precisamente
porque existe la necesidad de motivar la participación en expe-
riencias lúdicas, ya que en muchos casos, no hay hobbies de nin-
gún tipo como indica una de las coordinadoras. «Muy necesario,
muy necesario. Es que debe ser el eje fundamental, yo diría que
desde el momento que ingresa una mujer, que puedes trabajar
con ella, en el momento en que ella reconoce que hay un pro-
blema y se deja, quita el impermeable... Y quita el impermeable
porque de repente descubre que su pareja no la quiere... el tema
de la participación social tiene que ir... [...] Creo que hay que po-
nerla en contacto con otras mujeres, ponerla en contacto con otros
espacios de agrado, con estrategias de participación... pero para
eso las profesionales también tenemos que conocer lo que es la
participación activa y tenemos que creer en ella, y tenemos que ser
coherentes también».

Anemia de deseos

Creencias e imaginario compartido sobre los


tiempos de ocio

Las ideas que las mujeres tienen sobre el ocio son el punto de par-
tida para comprender el significado que le otorgan en sus vidas.
La manera en que pensamos el ocio guarda relación con la forma
en que lo disfrutamos.
[126]

La heterogeneidad en las definiciones evidencia las palabras de


Luz, «no hay un tiempo de ocio definido». Sin embargo, cuando
introducimos el tema en las entrevistas, sucede que muchas mu-
jeres no repararan nunca antes en su tiempo de ocio. Poco a poco,
fueron emergiendo palabras con las que se relaciona este tiempo,
entre otras, placer, diversión, desconectar, aprender o relacionar-
se. Cada uno de estos términos remite a distintos tipos de expe-
riencias, pero de forma global todas ellas contribuyen a crear un
imaginario donde el ocio adquiere una connotación positiva que
lo relaciona con el bienestar. Como dice Rebeca es lo que permite
«alimentar el alma y el cuerpo».

Entre las diferentes concepciones que fueron apareciendo en la


conversación, hay que destacar aquellas que relacionan el ocio
con la desconexión y la serenidad; como un tiempo que permi-
te romper con la rutina y los problemas que están presentes en
el día a día. Para Virginia el ocio significa «parar mi cabeza de
procesar», es decir, tomar un respiro o detener la vorágine coti-
diana. En estos términos también se expresa Noemí. «Evasión,
diversión y relax emocional. Dejar la mente... o sea, no pensar
en todo lo que habitualmente estás pensando. Un momento de
ocio es un momento en el que mi cabeza piensa en otras cosas
que no son los problemas o no problemas, vamos a ver, lo coti-
diano; lo estrictamente cotidiano, que forma parte de la rutina
de tu vida». El ocio es explicado también por Lorena como un
tiempo «para distraerte un poco», o «despejar» que diría Bea.
En palabras de Virginia, es aquello que permite una «oxigena-
ción mental».

La experiencia o actividad a partir de la cual lograr esta sensa-


ción es muy variada pero siempre se destaca el placer que supo-
ne. De hecho, Nuria considera que el ocio debe implicar a «cada
uno haciendo lo que le gusta, ¿no? Cada uno a lo suyo, pero que
le guste». El disfrute supone también «un poco de diversión»
como dice Rebeca, y algo «de reírnos» añade Marta. En la mis-
ma línea se expresa Sandra. «Para mí el ocio es salir. Salir con
los amigos, relacionarse... divertirme. Pasarlo bien, olvidar las
penas... evadirme».
[127]

Igualmente, el ocio se identifica con un tiempo de relación so-


cial compartido con otras personas, sobre todo con las criaturas
en el caso de las mujeres que son madres. Hay quien entiende el
ocio como un tiempo familiar, conforme evidencian las palabras
de Carla y Lorena. «Se supone que tiene que ser con la gente
que quieres, con la familia, con amigos... decir, ¿qué queremos
hacer todos?». «El tiempo de ocio es con los hijos, ir al par-
que, al teatro, al acuario... por ahí con los hijos, yo pienso que
es eso».

Las palabras de Lorena dan cuenta de la importancia que tie-


ne el ocio familiar para muchas de las mujeres entrevistadas, lo
cual evidencia la influencia de la ética de los cuidados sobre este
tiempo. En este sentido, Eileen Green señala que no es posible
desvincular el ocio de otras circunstancias personales derivadas,
entre otras cuestiones, de la situación que se ocupa en el contexto
familiar. No obstante, también hay quien afirma que se trata de
un tiempo «dedicado a ti», como indica Lucía, pero este enfoque
no está tan integrado en el discurso.

El ocio no es para la vida adulta

En algún caso existe una visión de lo lúdico como algo propio de


la infancia. De hecho, a medida que entramos en la edad adulta el
juego, el pasarlo bien e incluso la risa, se entiende muchas veces
como algo poco serio y reservado a la infancia. Marta expresa con
cierto reparo, por su edad, su gusto por la música. «Yo la música
para mí la veo... no sé cómo decirte dios mío, me da hasta ver-
güenza por la edad que tengo, pero a mí la música me gusta mu-
cho. Me divierte mucho, me distrae bastante».

Cuando conversamos sobre el ocio emergen en el debate las res-


ponsabilidades que asocian con su situación de cabezas de fami-
lia, quedando relegado a un segundo plano, como explica Carla.
«Primero lo importante y después ya tendremos tiempo para dis-
frutar». Estas palabras contienen una mirada hacia el ocio como
un tiempo secundario, incluso prescindible, que va siendo des-
plazado por otras urgencias o quehaceres.
[128]

Esta idea, compartida por una buena parte de la población adulta,


resulta especialmente significativa en el caso de quien nunca puso
por delante sus intereses. Así, en pocas ocasiones las mujeres ha-
blan de su tiempo de ocio de forma individual, es decir, como un
tiempo propio ajeno a las dinámicas familiares. La culpa sigue
estando presente, pues sienten que disfrutar de un tiempo perso-
nal supone cierta dejadez de las responsabilidades adultas y, sobre
todo, maternas. Una situación que evidencia la dificultad de las
mujeres para afirmar su individualidad en el marco de una pareja
o del contexto familiar.

Nunca me preguntaron eso

Un primer paso para disfrutar de experiencias gratificantes pasa


por ser quien de identificar y conectar con aquello que nos provo-
ca placer. Cuando en el marco de las entrevistas se pregunta por
los gustos personales en relación al ocio, el silencio, en general,
invade la sala en la que estamos. Violeta contesta, «¿Qué pregun-
tas, eh? A mí nunca me preguntaron eso. ¿Qué actividades me
gustarían?». Resulta evidente la necesidad de resolver esta cues-
tión para poder comprometerse con aquello que a una le gusta,
algo ciertamente complicado cuando no se (re)conocen los pro-
pios intereses.

En muchas ocasiones, las mujeres subliman sus deseos en el bien-


estar de otras personas, sobre todo de las hijas e hijos, quienes
ocupan la práctica totalidad de sus tiempos; lo cual se evidencia
en expresiones como la de Noemí, «mi prioridad es que ella (en
referencia a su hija) esté bien». Una línea en la que también se ex-
presan Lorena y Carla. «Bueno, cuando llegan ellas de la escuela
hago las tareas con la mayor y con la pequeña, estamos ahí, ellas
dibujan y así; vemos la tele un poco, merendamos y luego pueden
salir al parque que hay aquí o allá fuera, en la calle. Siempre así, con
ellas». «Me gusta jugar con los niños... Mira, el otro día estuvimos
jugando a la consola, también es un tiempo de ocio. No me gusta
mucho porque te quedan los ojos así, como platos, y ves bichos por
todos lados, pero también me pongo por el tema de mi hijo, por
darle su tiempo de ocio, jugar con su madre, que le gusta».
[129]

Incluso hay mujeres que responden sobre sus gustos a partir de


los intereses que tienen las criaturas, como en el caso de Marta,
quien a la hora de crear un relato sobre el tipo de cosas que hace
para sentirse bien en su día a día se remite a lo que le gusta a su
hijo. «Hombre, con Julián... le encanta la cocina a mi hijo. Yo
me pongo a hacer cosas de masa con la harina y nos divertimos
mucho la verdad, de verdad que sí, porque hacemos tortas de ha-
rina... y en ese sentido al niño le encanta».

Evidentemente, el tiempo compartido en familia es muy impor-


tante para recuperar el vínculo afectivo entre madres e hijas/hijos,
pues habitualmente quedó dañado como consecuencia de la si-
tuación de violencia. Pero del mismo modo, es importante reser-
var un espacio personal «porque es algo vital para la autonomía,
para tu vida» como señala una de las profesionales. En esta parte,
las mujeres presentan carencias significativas, pues vienen de ex-
periencias donde «no había aficiones, no había hábitos concretos;
no había ocio ni intereses», indica otra de las profesionales. Y así
lo explican también Carla y Noemí. «No, es que ahora, la verdad,
no tengo mucho tiempo para hobbies... No tengo mucho tiempo
la verdad, quedo así pensativa, porque digo, ¿qué hobbies tengo?
Pues ninguno». «Para sentirme bien... creo que ninguno. Hago
cosas habitualmente pero no que me satisfagan o que me hagan
sentir bien. Estoy haciendo algo, me estoy formando... pero por
lo demás, pues nada, una vida muy normal. ¿Satisfacciones? No».

Experiencias de autocuidado

El desarrollo de habilidades para el autocuidado es algo que re-


sulta difícil de llevar a la práctica después de tantos años en un
segundo plano. Pensar en una misma queda muy lejos, pero el
camino iniciado debe marcar como meta la llegada a un punto de
reencuentro personal. Las dificultades para dar estos pasos fue-
ron comentados por Violeta, quien está empezando a manifestar
sus deseos, como apuntarse en el futuro a clases de full-contact
o de defensa personal. «Algo de eso. El caso es que lo haga, una
cosa es que lo diga... Yo espero que sí porque además me hace
falta. No sé, porque llevo tiempo diciéndolo y nunca me animo,
[130]

y espero que esta vez pues si... ahora en este trimestre espero que
sí. Es que me cuesta rehacer mi vida, no sé... empezar una vida
de nuevo cuesta, no sé... primero te anulan como persona y ahora
puedes hacer lo que tú quieras, tu independencia, que escojas tú...
me cuesta asimilarlo, la verdad».

Poco a poco, las mujeres van (re)encontrándose consigo mismas,


y cuando se paran a pensar, más allá de los tiempos compartidos
en familia como «salir con mis hijos al parque» que dice Rebe-
ca, también refieren experiencias que las hacen sentir bien; ha-
bitualmente acciones sencillas de la vida cotidiana que les dan
tranquilidad y descanso. La mayoría de las veces aparecen op-
ciones como «ver la tele, escuchar música»; «whattsapear con mis
amigas y preguntarles qué tal les va el día o echar un cigarro tran-
quilamente»; «ir a algún sitio a tomar café, o al gimnasio que me
encanta»; «tejer»... como se puede apreciar, en líneas generales se
trata de iniciativas que se desarrollan en el ámbito del hogar o del
barrio, es decir, en los entornos próximos donde se sienten confia-
das... y algunas veces, incluso indiferenciadas del trabajo.

A pesar de que no les resulta sencillo nombrar experiencias grati-


ficantes, existe una acción que aparece de forma recurrente en las
narrativas de las protagonistas como un momento íntimo parti-
cularmente agradable: disfrutar de un baño de agua caliente, con
música de fondo que acompaña en ese tiempo. Y así lo expresan
Bea, Sandra y Violeta. «Yo cuando tengo tiempo, que la niña está
durmiendo, me gusta cuidarme, cosa que antes, a lo mejor, pasa-
ba. Ahora no, por ejemplo, lleno la bañera de agua con sal, porque
como tengo psoriasis me va bien, y me relajo un rato ahí, con la
radio puesta». «Si estoy sola en casa, cuando ya termino las tareas
y tal, pegarme mis baños relajantes. Eso de meterte en la bañera,
escuchar música... pongo el cenicero cerca, un cigarro... quedo
en la gloria. El agua caliente, cada dos por tres levanto el tapón,
abro el grifo para echar más caliente... porque enfría. Cuando yo
tengo mi intimidad me gusta buscar la relajación». «Sí eso es lo
que hago cuando duerme el niño. Pongo el baño y eso... a veces
te apetece tener tiempo para ti, ¿eh? Cuando no están las niñas, la
tranquilidad... aunque estás en casa, la tranquilidad... pues sí».
[131]

En estos fragmentos es posible apreciar como las mujeres dirigen


sus estrategias lúdicas en la búsqueda de relajación o descanso,
algo que les permita recuperar la energía para continuar la batalla
que enfrentan en lo cotidiano. En algunos casos, la lectura fue
referida como una actividad que transmitía la paz ansiada, a pesar
de que hay momentos en los que resulta difícil concentrarse en
lo que se está leyendo. De hecho, Noemí comenta que «cuando
comencé aquí tuve que dejar de leer porque era imposible». Ade-
más, especialmente para quienes son madres, existen momentos
propicios para rescatar un espacio propio, habitualmente cuando
las criaturas duermen, como relata Bea. «O por ejemplo, cuando
la niña está durmiendo la siesta, o por la noche, que ya puedo
decir que estoy un poco más tranquila, y me pongo a jugar con el
móvil a un juego que tengo de granja, y aunque no lo creas, me
entretengo».

Un ocio poco pensado

En general, cuando hablamos sobre las distintas actividades de


ocio que desarrollan las mujeres estas tienen un carácter puntual.
No son hábitos integrados en el día a día, ni existe una planifica-
ción de aquello que se desea hacer; sino que más bien como indi-
ca Noemí, «lo que pueda surgir en el momento». Siendo así que,
cuando el tiempo de ocio queda a expensas de la improvisación,
resulta más complicado poder darle un contenido que favorezca
el desarrollo personal.

En otros términos, más allá de mantener unos hábitos de ocio


vinculados al hogar, también hay quien se anima a salir de la Casa
Malva y participar en alguna actividad en el barrio o en la ciudad
de Gijón. A pesar de que «la depresión tira para atrás», como ex-
plica Alba, es importante hacer un esfuerzo por animarse; de ahí
que se busquen alternativas como caminar, ir al parque, quedar
con alguien para tomar algo o, en el caso de Bea, «un fin de se-
mana salir y despejar un poco». En este sentido, Helena comenta
que para ella ir «de escaparates» es algo que le ayuda a relajarse
en los momentos que está tensa. «Me daba cuenta que cuando
estaba estresada o nerviosa me relajaba ir a mirar cosas, aunque
[132]

no probaba, aunque no comprara nada. Pero pasear y caminar


por ahí, eso me ayuda».

El sol revitalizante

La ciudad de Gijón ofrece una alternativa de ocio que es men-


cionada por las mujeres con cierta frecuencia en las conversacio-
nes, disfrutar de un día de playa, tal y como comenta Lorena. «Yo
quiero ir a la playa, y cuando estoy todo el día en la playa, y voy
andando con mis hijas. Cuando estaba aquí en el verano salía con
ellas, voy andando con ellas y vengo caminando; cuando salimos
de la playa a las ocho o nueve de la noche, vengo caminando, llego
aquí, nos duchamos, cenamos y dormimos».

El buen tiempo anima a organizar actividades fuera de la Casa


Malva, la playa es una de ellas, pero también hay la posibilidad
de disfrutar, como indica Rebeca, «todo lo relacionado con la na-
turaleza», particularmente en un lugar como Asturias, donde la
montaña está próxima a poco que salgamos de los núcleos urba-
nos. Más allá de eso, las zonas verdes próximas al centro también
facilitan poder acostarse un poco al sol, como explica Rosa. «A
veces voy a los parques... llevo el libro y me pongo a leer. En el
verano llevo una toalla, me echo allí, toda yo, a leer también... este
verano que viene ahora me lo voy a pasar bien».

Si no puedo bailar...

Otra actividad destacada por las mujeres es el hecho de salir a


bailar a una discoteca o a tomar algo con las amistades o compa-
ñeras de la Casa Malva. Esto sucede especialmente durante los
fines de semana, cuando las criaturas están cumpliendo el régi-
men de visitas con su padre. Bea y Sonia comparten sus experien-
cias. «Eses fines de semana suelo estar fuera, a lo mejor como y
ceno fuera, a lo mejor como con mi amiga o ceno con mi amiga y
vamos a tomar algo por la tarde». «Los fines de semana última-
mente salgo, bueno, mucho no, ¿eh? No, no. Salir salgo... hay ve-
ces que sí, otras veces que no. Lo paso muy bien en la discoteca,
bailo, mira que no sabía bailar...».
[133]

Más allá de pasar un momento agradable en compañía, salir por


la noche también es valorado en otros términos, y no sólo desde el
punto de vista de la diversión; hay quien considera, como se des-
prende de las palabras de Noemí, «más que la experiencia de salir,
me prestó el hecho de prepararme para salir, ya no el salir, sino el
pintarme, ¿estoy bien? ¿no estoy bien?». Sin embargo, también
hay quien afirma, como Virginia, que «el ocio no es sólo ir a bailar,
ni estar acompañada, ni estar en la calle... puedes tener ocio en tu
propia casa, pero tienes que saber qué ocio».

Un día ideal

Conocer y experimentar nuevas alternativas es imprescindible


para poner en valor el tiempo de ocio, por eso, con la intención
de aproximarnos al punto de partida de las mujeres entrevistadas
preguntamos cómo sería para ellas un día ideal. Imaginación al
poder. Sin trabas, sin límites, con o sin criaturas. En este caso, re-
producimos las dieciséis respuestas para mostrar una visión com-
pleta y particular, en tanto que ninguna expresión puede contener
al resto. Son valiosas y singulares en sí mismas.

«Pues te va a dar la risa... ir de fiesta al pueblo donde está un cha-


val en el que pienso muchas veces, me encanta. Bailar toda la no-
che y poder verlo. Sería el día más guapo del año para mí» (Alba).

«Yo saldría, quedaría con la gente que quiero, a la que tengo


aprecio; y quedaría con ellos para hacer algo, que sé yo, para ir al
cine... o ir a jugar a los bolos, no sé, hacer algo con ellos. E ir con
mi niña a hacer algo divertido. Ir de viaje, me gustaría ir un fin
de semana a algún lado, porque nunca pude, siempre trabajé».
(Bea).

«Pues un día de playa, a mí me encanta. Una buena tortilla de


patatas, ponerse morado y no pensar tanto en los michelines. Y
disfrutar». (Carla).

«No sé, me lo pusiste difícil. No sé... Me gustaría... sí, viajar. Me


di cuenta de que sí que me gusta. Hay dos cosas que me gustaría
[134]

ver, es un mundo como de cuento y eso, pero me gustaría, siem-


pre lo deseaba de pequeña, ir a Disneylandia. Y me gustaría llevar
a los niños también allí. Y también el otro día alguien me habló
y me intrigó, de esto que piensas que sería bonito, me dijo que
Londres era muy guapo, en el sentido de que tiene mucha cultura
y tantas cosas en el mismo sitio que... y me gustaría». (Helena).

«Ir a una isla o a la montaña, bueno, a la montaña me gusta más.


Y ver el mar. Y dedicarme ese día para mí sola. Sí, porque además
hace muchos años lo hacía, cuando me encontraba mal me iba a
la playa y me tiraba allí horas. Y cuando tocaba la montaña... las
cuevas, el Paseo del Oso en Colunga, los Lagos de Covadonga...
ir a la nieve... a mí todo eso... cuando era más niña, claro que lo
podía hacer. Pero ahora... además, es otra meta que tengo, lo ten-
go que retomar». (Lucía).

«Yo me levanto todos los días igual. Yo lo que más amo en la vida
es lo que hago, que no sólo es mi estilo de vida y lo que me gusta,
sino que me apasiona. Yo no podría dejar mi área doctrinal y mi
función ahí. Además de eso... yo... quisiera levantarme todos los
días en un avión, un tren, un barco... y estar en cada país diferen-
te, cada ciudad, cada sitio diferente». (Luz).

«El ver a todos mis hijos juntos, el ver a todos mis hijos juntos.
Sería mi alegría y sería el día más feliz de mi vida. Ver a todos mis
hijos unidos y con mi nieto, por supuesto, y disfrutar mucho con
ellos. Yo estar en la cocina y hacerles la comida, hacerles cosas
para ellos y que estuvieran disfrutando y... (suspira) es que no sé
cómo explicártelo». (Marta).

«Marcharme a la playa con Julia (su hija)». (Noemí).

«Tomar un tren e irme un poquito más lejos, porque siempre voy


cerca. Irme un poco más lejos y quedarme ahí unos días, conocer
el lugar. Irme con mi hija, por supuesto». (Nuria).

«¿Un día ideal para hacer lo que más me gusta de diversión? Pues
a mí me gustaría bailar, bailar. Sí, bailar, bailar hasta cansarme. Sí,
[135]

caer muerta (risas). Sí, bailar, que hace muchos años que no bailo,
bailar». (Rebeca).

«¿Un día ideal? Vamos a poner un día de verano, con sol. Pues
me gustaría ir a la playa, sentarme en algún chiringo que esté
justo enfrente a la playa, que pueda ver el agua. Tomar un re-
fresco, y después meterme en el agua y caminar por la arena.
Y cuando ya esté cansada de playa, de caminar... ya el sol esté
marchando, bueno... entonces volver para casa. Llegar a la
casa, darme una ducha... y eso es un día maravilloso para mí».
(Rosa).

«Pues... aquí el problema es que no tengo coche pero... coger a


los niños y llevarlos al monte, hacer una parrillada y estar en plan
campo. Una caminata o ir a la playa... es que donde hay mucha
gente me agobio. Entonces, me gusta más ir... eso, un sitio de
parrillas, estar a tu... no sé, estar a gusto. Estar ahí, que te puedas
acostar tranquilamente en el césped, sí, me gusta mucho la natu-
raleza». (Sandra).

«¿Yo? ¿Un día ideal? Yo tener un chico y estar con él todo el día
(risas). No, pasarlo bien... ir al cine, que no fui nunca al cine to-
davía. Un día ideal... bueno y si están los niños... tranquila, dis-
frutas el día, tú tranquila... Yo iría con un chico. Yo iría con mi
pareja, si tuviese una pareja que me gustase. Los dos pasaríamos
un buen rato, iríamos al cine, cenar... baile y todo... después lo
que pase (risas). Un día ideal, y ya está. Y eso, un día relajarnos,
pasarlo bien, tranquilos... sin preocupaciones en la cabeza, pero
ahora no puedo. Quieras o no, no es el momento. No, no es el
momento». (Sonia).

«Son preguntas que nunca me preguntaron y que nunca me


hice (silencio prolongado). No sé. Vale... ¿Un día ideal para mí?
(sopla). ¿Tú qué harías? (risas). Me gustaría estar con amigas,
con chicas... con amigas porque nunca tuve. Sí, pasar un día con
ellas... pasar un día de playa o de ruta o algo y después a última
hora de la noche salir a tomar algo por ahí. Estar con ellas, ir a
cenar, ir a tomar algo... ir por ahí de copas, pues sí. Sin niños, ¿eh?
[136]

Sola. No me vendría mal, ¿eh? Tengo que encontrarme conmigo


misma aún (sonríe) me parece a mí». (Violeta).

«Un día normal. Cocinarles (a sus hijos), ver una película, hablar,
reírnos con esa película, reírse de mí si es dramática... (risas). Por-
que yo soy muy gallina, si estoy cocinando los tengo alrededor, si
estoy en la habitación los tengo alrededor, no siendo que me vean
leer o meditar, que lo respetan y marchan; o si tengo la puerta de
mi dormitorio cerrada, ya saben que estoy haciendo algo y quiero
estar sola. Pero si no, estoy mucho con mis hijos, con sus amigos,
con sus amigas... y para mí... eso no hay... o viajar con ellos, me
encanta. No hay nada que lo suplante, que va». (Virginia).

Como se puede apreciar, hay mujeres a quienes les cuesta ima-


ginar su día ideal. Nunca antes pensaran en esa posibilidad. Co-
nectar con el propio placer cuesta y, al mismo tiempo resulta
fundamental para su recuperación. Estas narrativas contienen
la idea expresada por Amartya Sen, cuando afirma que las per-
sonas aprenden a desear sueños que se acomodan a sus reali-
dades. El reto es superar esta anemia de deseos. Los tiempos
propios y el ocio pueden ser escenarios de trabajo significativo
para liberar la imaginación y enseñar a las mujeres a soñar nue-
vas realidades.

El valor del ocio y de los tiempos propios de las


mujeres

Un derecho humano básico: disfrutar y sonreír

La mayoría de las entrevistadas coinciden en señalar que el ocio


es algo, como indica Rebeca, «necesario para todo el mundo», de
hecho existe una tendencia a identificarlo como vitalidad; es decir,
el ocio es importante «porque hay que vivir» que dice Lorena, y
Alba, quien afirma que es un tiempo que marca la diferencia. «Yo
pienso que el ocio tiene que tenerlo cualquier persona, a ver, tie-
nes que tener tu trabajo pero tienes que tener algo de ocio, porque
la vida no se trata solamente de trabajar. El dinero no es lo más
[137]

importante, tenemos que tener algo en la vida... porque si no, no


vale la pena».

En este sentido, Bea considera que el ocio son «eses pequeños


detalles» que cuando disfrutas de ellos le dan sentido al día a día;
en su caso, «un pequeño detalle que cuando trabajaba no lo apre-
ciaba, jugar con mi niña a la pelota». La búsqueda de momentos
o experiencias que den alegría es uno de los motivos de la impor-
tancia de este tiempo, pues permite conectar, tan siquiera por un
instante, con la felicidad; como comenta Nuria, «sé que hay otras
cosas, pero es lo que me hace feliz». Igualmente, Rebeca destaca
la importancia de la diversión y, por lo tanto, de la risa para pro-
mover estados de ánimo positivos, a partir de los cuales enfrontar
la vida de otra forma. «Una persona amargada está amargada y
si se te acerca alguien y tú estás amargada, te dice una palabra en
tono de broma y tú ya contestas mal, o lo llevas por el lado perso-
nal, ¿por qué? Porque tú estás amargada, si tú tienes un poco de
sonrisa en la vida ya contestas de otra forma; entonces, sí, sí, la
vida, yo pienso que una de las cosas esenciales es la sonrisa, es la
risa».

Más allá de esto, existe una coincidencia en señalar los beneficios


que supone gozar de un tiempo personal, en la medida en que se
relaciona con el bienestar pues es «muy importante para la mente
y para el cuerpo, bueno, para todo» indica Rosa. De este modo, el
tiempo de ocio se presenta como fundamental, como se desprende
de las palabras de Rebeca. «Es salud, igual que uno necesita comer
para alimentarse [...] yo pienso que el ocio también es un alimento,
te alimenta el alma, te alimenta el ánimo», y esto, precisamente es
algo muy necesario en el marco de su proyecto de recuperación
personal, siguiendo a Virginia, «es parte de la calidad de vida». En
el caso concreto de las mujeres en situación de violencia machista
en el contexto de pareja, nuevamente Virginia apunta, «cuando hay
momentos en nuestro interior que nos hacen sentir más débiles es
más importante aún [...] es una higiene mental bárbara».

En la misma línea, hay quien reivindica el tiempo de ocio porque


de no existir «somos máquinas», como indica Luz, y Bea hila más
[138]

fino, «cuando no tienes tiempo para ti es cuando te agobias, cuan-


do te estresas, empiezas a revolver la cabeza», por eso, «hay que
tener un espacio». Específicamente, se destaca el valor del ocio en
clave emocional, en la medida que permite despejar la mente de
los problemas que suponen una angustia en la rutina cotidiana,
como argumenta Bea. «Sí, pienso que tenemos que pensar más
en nosotras, tener nuestro tiempo y hacer las cosas que queramos,
porque yo pienso que vale mucho para la mente y para todo. Y me
parece que con eso tendrías menos problemas psicológicos, por
lo menos yo veo que a mí me ayuda. Si todo el mundo tuviera un
tiempo, seguro que no habría tantos problemas, a lo mejor vives
la vida de otra manera, más relajada. A mí me parece que sí, ser-
viría mucho».

Un tiempo para crecer como persona

Sin duda, los tiempos personales resultan imprescindibles para


avanzar y crecer personalmente, también para conocerse mejor
y garantizar el autocuidado. Es necesario llenar de contenido la
vida, y particularmente aquellas que fueron arrasadas por el su-
frimiento. Por eso, Virginia, defiende la importancia específica
que el ocio tiene en el caso de las mujeres en situación de vio-
lencia machista en el contexto de pareja, y lo explica sin titubeos
con las siguientes palabras. «Es necesario, igual que el sexo. Va-
mos a ver, no estamos muertas. Que dices tú... ¿cómo una mujer
que acaba de ser maltratada conoce a un chico y le apetece tener
sexo? Pues sí, ¿por qué no? ¿Cómo una mujer estaba llorando
hace una semana y ahora hace la cola del cine? Sí, y gracias a
dios. Claro que es compatible, como el comer todos los días y el
lavarte todos los días, es muy necesario. Y salir de los ambien-
tes tóxicos más que más. [...] Una persona que está viva y tiene
el corazón partido imagínate si lo necesita. Mucho. Frivolidad
ninguna. Frivolidad la persona que piensa que eso es frívolo; es
más importante que hacer tres comidas al día, puedes a lo me-
jor hacer dos. Pero siquiera darte un viaje de risas al corazón y
decir, me oxigeno, siquiera una vez al mes, es salud mental. Es
salud mental pero enriquecida. Y darle la razón de la existencia
a estas mujeres que no se lo permitieron, que no les permitieron
[139]

divertirse, que no les permitieron tener adolescencia, que no les


permitieron disfrutar de su maternidad, que no les permitieron
jugar en el recreo...».

En muchos casos, destacan la importancia de contar con una red


social, algo que se logra de forma muy positiva a través de las
experiencias lúdicas, precisamente para evitar el aislamiento que
pretenden los agresores. Como establece Rebeca, «yo veo que es
una cosa que, si la tuviese, no habría sufrido tanto». Una narra-
ción compartida también por Carla, «no se puede meter a alguien
en una burbuja por narices, que no es bueno. O sea, que el tiempo
de ocio no es importante, es importantísimo para que no pase,
para que no te metas en esa burbuja tienes que tener un tiempo de
ocio; salir, entrar, conocer gente, muchas cosas. Apuntarte a cosas
nuevas...».

Un ocio oxigenado

En todo caso, cuando se reconoce la importancia del ocio tam-


bién se repara en que tiene que ser un tiempo «oxigenado, no
intoxicado», como indica Virginia, es decir, que resulta impres-
cindible discernir experiencias de ocio positivas, frente a otras
prácticas que pueden ser nocivas o resultar perjudiciales. Se evi-
dencia aquí la doble dirección que caracteriza al ocio como un
tiempo de riesgo/oportunidad. Buscar aquello que enriquece, que
da vida y permite continuar de un modo diferente es el objetivo
que lo lúdico tiene en el marco de un proyecto de recuperación
personal; evitando, como comenta Nuria, «hacer cosas de ocio
que... bueno, que piensa uno que es ocio pero no es ocio, cosas
que le gustan a otras personas... y entonces... no te llenan, no te
llenan ni te hacen bien».

También hay que destacar la importancia de tener experiencias


de ocio gratificantes para poder valorar ese tiempo, pues «quien
no lo conoce no lo echa de menos»; «pero cuando lo conoces pues
sí, lo echas en falta porque te ayuda a seguir para adelante en mu-
chísimas cosas... con más fuerza, con más ganas, más capaz... y
lo enfrentas todo desde otro punto de vista, desde la serenidad»,
[140]

como explica Virginia. De ahí la imprescindible labor de ofrecer


alternativas que abran horizontes y oportunidades para que las
mujeres cuestionen, cuestionemos, lo esencial que resulta gozar
de un tiempo propio. Nuria empieza a pensar en esta cuestión a
raíz de la entrevista que mantuvimos. «Habría que sacarle el ma-
yor partido posible, pero yo, por ejemplo, nunca lo hice. Así como
ahora lo estoy pensando, con estas preguntas...».

El tiempo de ocio como línea de trabajo en los


recursos de acogida

En la misma línea, las profesionales y las monitoras de la Casa


Malva defienden la importancia del ocio como área de interven-
ción específica; «dentro del proyecto de recuperación personal la
parte del ocio y del tiempo libre es fundamental». De hecho, una
de las monitoras se expresa en los siguientes términos, «me parece
importantísimo que de verdad se vea el ocio como una necesidad,
no como una cosa que si la tengo está bien, sino como una cosa
que, cuando no la tengo, me falta salud. O sea, está en la base de
las necesidades humanas y me parece que, si para todas las perso-
nas es necesario, para estas mujeres hace falta más tiempo de ocio,
programado y sin programar».

A este nivel existe la coincidencia de que el ocio «es fundamen-


tal con las mujeres y con los menores, con los dos grupos» de
ahí el papel destacado que el área de participación social tiene
en el marco de los diversos proyectos de recuperación personal.
En este sentido, comparten la idea de que «ocio tiene que ha-
berlo porque es el lugar donde socializamos, y socializamos de
otro modo que en un taller para el aprendizaje de manipulación
de alimentos, centrado en el trabajo»; por eso los diferentes ta-
lleres que se organizan en la Casa Malva y también en el resto
de casas de acogida de la Red Regional del Principado. Pre-
cisamente, sobre esta cuestión se destaca el carácter inclusivo
que tiene el ocio, al favorecer el establecimiento de relaciones
personales de una forma diferente a lo que sucede en otros es-
cenarios sociales como la familia o el empleo. El problema es
que «parece que va antes que socialicen por medio del trabajo,
[141]

que les aporta dinero, por medio de la familia que es un toma y


daca de cuidados... pero parece que no existe que socialicen por
medio de la diversión», pero «sin ese paso, sin ese pilar, no se
puede ser».

Como vemos, el ocio se relaciona con la existencia misma de la


vida, con la posibilidad de ser y de desarrollarse como personas.
Esta perspectiva es evidenciada por otra de las monitoras que
entiende la necesidad humana, de carácter universal, de buscar
momentos de diversión y placer, expresándose en los siguientes
términos. «El ocio está en la base de las necesidades humanas,
necesitamos el ocio. No es que, si lo tengo bien, no es distinto del
alimento, del descanso, de desarrollarse intelectualmente... el ocio
es una manera muy sana de cubrir todas esas necesidades; la del
descanso, la de la alimentación, la de las relaciones humanas...»

Por eso, es importante trabajar desde una perspectiva pedagógica


para que todas las personas puedan sacar provecho de un tiempo
que, como indica una de las monitoras, «no es tiempo perdido,
es tiempo decidido». O debiera de serlo. La educación del ocio
debe, a esta altura, manejar como objetivo básico la capacitación
de las mujeres para ser dueñas de sus propias decisiones y apren-
der a escuchar(se), valorando sus gustos. La diversión, el placer,
el crecimiento personal... deben ser motores que guíen el cambio
vital iniciado, y también, la risa que «es patrimonio del ser hu-
mano, exclusivo, y a veces nos olvidamos. La risa, la cantidad de
músculos que mueves... se nos olvida, como que no reflexiona-
mos sobre eso y es vital», concluye una de las profesionales.

¿Cómo trabajamos alrededor del tiempo de ocio?

En relación a la metodología, a las profesionales les preocupa,


«cómo se puede hacer entre todos los profesionales ese empuje,
para que realmente podamos apoyar en esta adquisición de há-
bitos de ocio y tiempo libre». En todo caso, apuntan con cierta
claridad a la importancia de introducir en el trabajo diario herra-
mientas que permitan alcanzar esos objetivos. No cabe duda de
que se trata de un proceso complejo, para el cual no existen rece-
[142]

tas ni procedimientos únicos. La línea de trabajo debe buscar la


presentación de alternativas diversas para ampliar los horizontes
personales; es decir, «hay que incentivar los intereses, si una per-
sona está motivada va a absorber todo». Siguiendo a una de las
coordinadoras se apunta la necesidad de facilitar claves para ser
quien de buscar experiencias lúdicas. «No es tanto el conocer los
recursos, sino cómo obtener y cómo usar esos recursos, porque
algunas mujeres no son de Gijón o no son de Avilés... [...] muje-
res que después vuelven a su zona, pero saber buscar, incorporar
esa parte a la buena vida... que es buena».

Sobre los procedimientos, las monitoras de los talleres destacan la


importancia de los contextos femeninos para trabajar ciertas cues-
tiones, entre otras, la adquisición de hábitos lúdicos saludables
que orienten en el camino del autocuidado, compartiendo de este
modo, con Eileen Green y con Soledad Muruaga que «hay cosas
que las mujeres necesitamos hablar con mujeres». Precisamente,
la situación de violencia vivida es uno de esos escenarios donde
«hace falta espacio de intimidad, [...] hacen falta grupos de mu-
jeres», pues el tipo de debates y reflexiones que se pueden promo-
ver son muy distintas de las que emergen en los grupos mixtos.

Así mismo, se destaca la necesidad de crear redes entre ellas que


les permitan acceder a experiencias con cierta independencia
de su situación económica o de otra índole, es decir, garantizar
el derecho al disfrute a través de espacios propios y alternativos,
que subviertan la tendencia consumista que la sociedad establece
en relación al ocio; «hay mucho que reflexionar y divulgar, hay
conceptos que cambiar en la sociedad». Sin embargo, una de las
monitoras, a pesar de compartir la necesidad de crear contextos
femeninos, también advierte de la importancia de trabajar des-
de grupos mixtos para crear referentes masculinos alternativos al
modelo del agresor. «Yo soy partidaria de que haya grupos separa-
dos de hombres y grupos separados de mujeres de análisis, pero
después también que se junten; porque lo que me parece es que
tienen que ver otras realidades, y otras realidades tienen que ver
con el ejemplo [...]. Otra cosa es que en ciertos, para ciertos te-
mas, debates y vivencias puedan crearse grupos de mujeres».
[143]

En este sentido, es necesario articular recursos y apoyos que fa-


vorezcan que las mujeres en situación de violencia machista en el
contexto de pareja encuentren la forma de darle un sentido a su
tiempo libre, reservando espacios personales a partir de los cuales
llenar de contenido su proyecto vital. No obstante, en este punto
resulta imprescindible considerar el papel que los centros o re-
cursos comunitarios tienen en este proceso, como indica una de
las coordinadoras, «no se hizo el esfuerzo de hacer visibles a las
mujeres [...] lo vemos en las actividades que organizan los ayun-
tamientos... la mayor parte, si no tiene que ver con algo específico
de mujeres son masculinos». Se evidencia luego como la progra-
mación y la oferta lúdica municipal atiende de forma desigual los
intereses de hombres y mujeres, limitando las oportunidades de
las segundas.

En todo caso, más allá de interpelar al desarrollo de unas políti-


cas públicas que integren la perspectiva de género, se considera
básico favorecer la proximidad a otros recursos o instituciones de
la comunidad y así lo indica una de las coordinadoras. «Pues...
deberían aproximarse más. Para eso quizás nosotras también nos
tenemos que acercar, porque hay un desconocimiento sobre lo
que son los recursos. Yo cuando a lo mejor llega alguien y les pro-
pongo, “id vosotros y se lo explicáis a las mujeres”, quedan así un
poco... [...] Yo creo que tiene que haber un poco de compromiso
mutuo de yo me puedo acercar, ¿por qué no? Y vosotros también
os podéis acercar».

Todo lo comentado permite considerar el papel fundamental del


ocio en los procesos de recuperación de una situación de violen-
cia machista en el contexto de pareja. «Precisamente, una mujer
que fue víctima de violencia de género es quien más lo necesita,
cuando una persona está enferma la cuidamos, ¿no? Es como un
instinto natural; entonces, una persona que tuvo problemas hay
que cuidarla, tienes que mimarla, tienes que darle lo mejor de la
sociedad. Y hombre, habrá gente que te diga que eso es idealis-
mo, yo pienso que no, que eso es realidad; o lo hacemos o vamos
a pagar las consecuencias, es decir, tenemos que actuar con toda
la artillería».
[144]

Experiencias lúdicas y talleres en la Casa Malva

A través de los talleres se pretende alcanzar una implicación ac-


tiva de todas las mujeres en actividades que puedan ser satisfac-
torias para ellas, «sobre todo hablo de una gratificación personal,
porque yo creo que aquí, en muchos talleres que se han realizado,
siempre que se les pregunta a las mujeres qué les pareció, todas
hablan de esa parte de gratificación», señala una de las coordi-
nadoras. En todo caso, a partir de una variedad de actividades
de corte más o menos lúdico, se busca sobre todo motivar, como
indica una de las profesionales. «La idea era el tema de la parti-
cipación, siempre era ese el objetivo y lo sigue siendo, de algún
modo». Se trata de abrir oportunidades para desarrollarse y
aprender.

En las palabras de las profesionales se destacan «los beneficios


de toda esta participación», «porque es algo vital para la autono-
mía, para tu vida; [...] es una forma básica de relación para ti, en
todo». De ahí la importancia de esta línea de acción en el marco
de Casa Malva, que pretende ofrecer herramientas que capaciten
a las mujeres para tomar decisiones sobre su tiempo, y específi-
camente, sobre su tiempo libre; que aprendan o recuerden como
disfrutar, sonreír o divertirse.

Por su parte, cuando las mujeres hablan sobre los talleres orga-
nizados en el centro, con carácter general existe una valoración
positiva, en la mayoría de los casos consideran fundamental el
mantenimiento de estas actividades. De hecho, en el momento en
que se realizaron las entrevistas no estaban en activo y algunas de
las protagonistas comentaron que notaban en falta esa participa-
ción; tal y como evidencia Violeta. «Yo iba a los talleres aquí, con
mis amigas y lo pasaba pipa, te reías mucho...», y continúa, «los
echo en falta, no pienses... porque es una hora, hora y media, que
te distraes». En la misma línea habla Lucía. «Tuve la suerte de
que tenía aprobados unos talleres, me vinieron estupendamente,
ya ves que estoy diciendo que ¡a ver cuándo llegan! [...] a ver, los
echas en falta, ¿por qué? Porque aquí, por las tardes, no siendo
que pagues, ¿qué haces?».
[145]

En general, las mujeres consideran que las actividades progra-


madas en la Casa Malva contribuyen a su bienestar; en primer
lugar, destacan el valor de las relaciones que se establecen, la
comunicación y el diálogo compartido. A pesar de que en los
momentos iniciales puede costar más involucrarse, la dinámica
grupal contribuye progresivamente a la pérdida de la vergüenza
y a sentirse quien de participar; conforme expresa Rosa. «A mí
me costaba mucho estar con tanta gente junta. Eso, no me sentía
bien después de tanto tiempo encerrada... tenía como fobia a estar
con tanta gente. Y a base de eso lo logré... venía, me sentaba...
recuerdo que siempre me sentaba allí (señala un lugar de la sala
donde estamos y sonríe), y bueno, así de repente... pues empecé
a preguntar».

Poco a poco, el ambiente de confianza que se va tejiendo en el


grupo genera un escenario que posibilita que cada quien com-
parta y cuestione las propias experiencias vitales; muchas entre-
vistadas afirman un proceso en el que van ganando en seguridad
para hablar con voz propia y expresar opiniones, algo que habi-
tualmente no hacían en sus hogares. Lorena comenta este sentir
cuando afirma que «tenía mucha vergüenza de hablar delante de
la gente [...] A eso te ayudan muchos los talleres, te ayudan a
sentirte más confiada».

Igualmente, el hecho de estar juntas también es un valor desta-


cado porque «gracias a los talleres nos veíamos», como recuerda
Alba. El tiempo compartido se considera propicio para establecer
relaciones, divertirse y aprender con otras; algo que resume Re-
beca. «Uno tiene un poco más de aprendizaje y comparte más,
¿no? Y una sonrisa de allí, una sonrisa de allá...». También brinda
la oportunidad de consuelo, de saber que no se está sola, que los
problemas propios son, a veces, cuestiones que otras enfrentaron
en su día, como indican Rebeca y Lucía. «En el día a día una va
viendo la historia de una, la historia de otra y a veces una no se
siente tan sola, bueno, no era tan desgraciada. [...] Cada uno con
sus problemas sufre como tal pero a veces piensa que es la más
desgraciada del mundo y no». «Y un día jiji, y un día te tocó a ti
y otro día le tocó a otra, lloraba... pues la consolamos. Claro, es
[146]

así. Otro día nos toca baile, todas contentas veníamos... porque
vamos a bailar y después bailamos todas juntas [...]. No sé, y nos
encontramos con otro optimismo, yo misma me encuentro feliz,
alegre... y hacía mucho tiempo».

Así mismo, los talleres tienen la potencialidad de despertar o


cultivar nuevos intereses para muchas mujeres, se trata de abrir
horizontes. Posibilidades nunca disponibles o pensadas. Se
acercan al mundo de las artes y la cultura, del cuidado y del
movimiento del cuerpo, de la creatividad... recuperando opcio-
nes de disfrute silenciadas. Las palabras de Nuria recogen con
claridad esta idea. «Yo siempre fui muy creativa y siempre hice
cosas, pero hay gente aquí que no sabía que tenía... que le gus-
taba tal cosa, que las despertó, ¿entiendes? [...] Una oportuni-
dad para saber que uno vale, que uno no solamente... porque
hay gente que... muy, muy cerrada... la situación... todo, la vida
las llevó... a no saber qué les gusta, qué hacer. Está en el extre-
mo del maltrato, ¿no? Sería... desde que no te deja pensar ni ser
persona. Entonces, como que la gente aquí se va liberando y se
va dando cuenta de que puede haber otra vida sin eso, sin ese
maltrato».

No obstante, más allá de las relaciones y de los aprendizajes que


puedan darse en los talleres de la Casa Malva, hay quien, a pe-
sar de las limitaciones físicas para participar en actividades como
baile o movimiento corporal, acude porque pasa un momento
agradable que da cierto sosiego. El reto, ir mejorando progre-
sivamente. Es el caso de Helena, quien comenta las dificultades
que enfrentó para poder ir a los cursos y la tranquilidad que le
transmitían. «Sí, más o menos, siempre participé. Aunque estaba
muy mal, muy mal, muy mal... aunque a lo mejor me arrastraba
hasta allí, sí que venía. Y había los talleres de baile, yo no podía ni
sujetar las manos de los dolores y aguantarlas en el aire, pero no
me rendía, no me quiero rendir. [...] Me gustó mucho el taller de
baile porque me di cuenta, bueno, además el baile que tuvimos, la
danza del vientre... te das cuenta... no tenemos... por culpa... bue-
no, no quiero echar la culpa a nadie, por culpa de la vida en gene-
ral, no tenemos esa sensualidad de movimiento que tenía nuestra
[147]

profesora. Y eso me gustaba mucho, era algo dulce, suave, me


daba tranquilidad; me gustaba venir. Aunque no tuviera fuerza
y no podía hacer los movimientos, me gustaba venir, nada más
verlo me transmitía esa... te hace ser más dulce cómo hablas, a lo
mejor, cómo te comportas...».

En la variedad está el gusto

En general, los talleres relacionados con el cuerpo y con el movi-


miento, como la gimnasia, el baile o similares, son bien valorados
por las mujeres. Aunque en este punto, la diversidad de opiniones
hace variar las creencias respecto a cada actividad, pues «cada una
es cada una», indica Rebeca. Especialmente en el caso de los ta-
lleres emocionales o de corte psicológico las posiciones son más
encontradas; hay mujeres que rechazan participar en este tipo de
actividades, no están preparadas o no les apetece dedicar un tiem-
po a hablar sobre cuestiones «que te hacen recordar a la persona»,
como explica Marta.

Hay quien prefiere participar en cosas más alegres, que simple-


mente entretengan y ayuden a no pensar en todos los problemas
que existen en el día a día. Noemí explica su experiencia en este
tipo de talleres, que ilustra el sentir de otras compañeras entre-
vistadas. «Yo con la psicóloga y las educadoras tenía suficiente.
Me parece que dieron en el punto, sabían cómo... no sé... sabían
o llegaron a saber cómo era yo, sabían tratarme, sabían... sí. Yo lo
de salud emocional no... o no estaba preparada, a lo mejor ahora lo
veo desde otro punto de vista... pues a lo mejor como experiencia
pasada sí, pero como experiencia vivida no. Yo necesitaba un ta-
ller... eso, que me liberara un poco la cabeza, no que me hiciera...
Era entretenerme, distraerme, reír, hablar de otras cosas... no ana-
lizarte internamente, porque eso ya lo hago yo las veinticuatro ho-
ras del día. [...] Y mis experiencias son mías y las cuento a quien
quiero y cuando quiero y... hombre, no es que te forzaran, a mí en
ningún momento las chicas me forzaron a contar nada, pero bue-
no, si estás participando en algo se supone que hay que colaborar.
Entonces, para llegar y estar incómoda, pues mejor no ir [...] des-
pués me quedaba con el rollo de la clase tres o cuatro días».
[148]

No obstante, no todas las mujeres tienen las mismas necesidades


ni se encuentran en el mismo momento de su proceso de recupe-
ración; de ahí que no podamos sacar una conclusión sobre qué
tipo de talleres resulta mejor, pues su funcionamiento depende
mucho de las mujeres que en ese momento estén alojadas en la
Casa Malva. Se trata de ofrecer un abanico de posibilidades y
facilitar la decisión personal sobre lo que es más adecuado para
cada persona, en función de sus intereses y de la etapa en la que se
encuentre. La voluntariedad es uno de los principios básicos de
los talleres, pues si bien las profesionales animan y motivan a la
participación, la decisión final siempre es de las mujeres.

Es necesario tener presente que no todas las mujeres parten de


las mismas experiencias previas, ni de los mismos niveles cultu-
rales; sino que existe una variabilidad notable entre todas ellas.
Virginia considera importante dar alternativas y permitirles a las
mujeres escoger aquello que quieren hacer, pues en muchos casos
carecen de referentes o no tuvieron oportunidades para desarro-
llar sus gustos e intereses. «Yo lo considero necesario. [...] hay
mujeres que las negaron tanto, incluso desde sus casas... [...] el
disco duro lo hay que vaciar y ponerlo otra vez al día. Y ¿cómo lo
pones al día? Viendo ejemplos, escuchando a las compañeras... no
haciéndote abanderada de nada porque tampoco es bueno. Pero
si escuchado otras opiniones, luego queda en ti la decisión de si
quieres volver o no quieres volver, si quieres participar o no quie-
res participar... pero por lo menos te tienen que dar esa opción,
que es muy enriquecedora».

Precisamente, en la línea de ampliar alternativas emergen pro-


puestas de las propias mujeres para desarrollar talleres en la Casa
Malva; desde «risoteria», a «algo para aprender a leer o escribir»,
pasando por «algo de pilates, ioga...» o «full-contact». También
surgió la propuesta de realizar actividades grupales, especial-
mente durante los fines de semana, una cuestión recogida por
Virginia. «Hay que enseñar a la mujer también a jugar, que hay
mujeres que no jugaron... que no fueron a un botánico, que no
fueron... que solamente decir no fui les da hasta cosa. ¡Coño! ¿No
fuiste? ¡Pues aquí está! Que lo tenemos ahí al lado. Hay que ir a
[149]

una excursión al mes... ¿Quién se apunta? ¿A la nieve? Vale... otro


día al cine, vale... ¿qué me vas a decir, que no se puede ir? ¿Qué
somos, dos mil, aquí?».

Finalmente, cabe destacar la perspectiva que tienen las monitoras


de los diferentes talleres, en relación a la organización y desarro-
llo de los mismos. La temporalidad, en algunos casos semanal,
quincenal o mensual, supone la pérdida de una continuidad en el
trabajo, como comenta una de ellas. «Para mí el mayor reto que
supone es que sea una vez al mes, que no haya una continuidad
semanal o quincenal. Un poco porque también lo que tú das re-
quiere su tiempo y su tiempo de reposo, y si después vuelves un
poco a incidir y a retomar a ver cómo vivieron eso que se dio en el
primer taller... un mes es mucha distancia entre uno y otro, para
mí».

Más allá de esto, la participación de las mujeres no es obligatoria,


sino que van cuando quieren. Eso obliga a la flexibilidad e a la ca-
pacidad de adaptación de las profesionales para que la actividad
funcione, como indican. «Entonces, ¿cómo revierte en nosotras?
En adaptabilidad. Yo por ejemplo el diseño del taller es también
muy abierto y muy dinámico, traigo una mochila de ideas; pero
en cada momento yo me tengo que adaptar en función del día, in-
cluso de los gustos personales, no puedo forzar aquí jamás a nadie
a nada. [...] Tiene que ser muy fluido, muy voluntario, ahí está la
efectividad del taller. Y un día puedes tener muchas, otro día tienes
menos, hay que variar... igual que varía también la identidad de
cada persona, es decir hay diferentes niveles culturales, diferentes
contextos... y yo me tengo que adaptar, soy yo quien me tengo que
adaptar, incluso el lenguaje, porque no quieren teoría; hay niveles
culturales bajos entonces yo tener mucho cuidado con qué pala-
bras utilizo, lo menos erudito posible pero, eso sí, no carente de
contenido, porque eso es distinto. Una persona puede, por desgra-
cia, no tener un nivel cultural alto pero, cuidado, que la inteligencia
es otro tema. Lo que hay que buscar es la esfera de aprendizaje, es
decir, ¿cómo puedo conectar con ella? ¿Cuál es su lenguaje? Pero
yo creo que eso, por nuestra parte, adaptabilidad, espacios muy,
flexibles, muy, muy flexibles».
empoderamiento
y sonrisas
[153]

Los avances que se han producido hacia la igualdad efectiva


entre mujeres y hombres, y específicamente contra las violen-
cias machistas, ha provocado en los últimos años una reacción
patriarcal para intentar contenerla. Esperanza Bosch-Fiol y
Victoria Ferrer-Pérez señalan la permanencia de falsas creen-
cias sobre la violencia contra las mujeres que contribuyen a
crear un ambiente confuso y falsear la incidencia real del pro-
blema.

Esta reacción supone el cuestionamiento mismo de la discrimi-


nación por razón de género y la oposición frontal ante cualquier
medida correctora que pretenda equiparar las posiciones de
mujeres y hombres en la sociedad. De este modo, aparecen un
nuevo grupo de mitos, denominados neomitos que, a pesar de
su aparente neutralidad reproducen las posiciones patriarcales de
siempre. Entre otros ejemplos, el Síndrome de Alienación Paren-
tal (SAP); la creencia de estar penalizando conflictos “naturales”
que suceden en todas las parejas o la proliferación del imaginario
de las denuncias en falso para obtener beneficios de cara a una
separación o divorcio.

Todos estos mitos ponen en duda la importancia y la gravedad


de la violencia machista en el contexto de pareja, con una clara
intención de reducir el apoyo social a las mujeres presentándolas
como víctimas que en mayor o menor medida decidieron ser mal-
tratadas. De hecho, es frecuente que se busquen explicaciones en
el lado femenino, centrándonos en las mujeres y en la continuidad
de una relación tóxica y atribuyéndoles un papel pasivo, permisi-
vo o incluso tolerante con el maltrato que viven. El foco siempre
está en ellas.
[154]

Esta forma de analizar el problema no está presente a la hora de


abordar otro tipo de delitos, pues no es habitual ofrecer argumen-
tos que eximan de responsabilidad al carterista, al ladrón de co-
ches o a un delincuente violento.

¿Cuándo pensamos situar a los agresores en el centro del proble-


ma? En este sentido, cabe señalar la existencia de una construc-
ción social del concepto “mujer maltratada” que la identifica con
la debilidad, ignorando cualquier otra cualidad en ella; es decir,
la identidad de víctima se apropia del sujeto femenino en su to-
talidad, impidiendo cualquier otra representación donde puedan
existir elementos transformadores. En este punto, los medios de
comunicación juegan un papel muy importante, pues para una
buena parte de la sociedad son la fuente de información –desin-
formación, más bien– a partir de la cual conocen lo que sucede en
relación a las violencias machistas en el contexto de pareja.

Víctimas vs supervivientes

La concepción como víctimas

Numerosas investigaciones evidencian como, a pesar de que en


los últimos tiempos los medios de comunicación se hacen eco del
problema de las violencias machistas en el contexto de pareja, su
abordaje deja mucho que desear, pues en la mayor parte de los
casos, las noticias son transmitidas en un marco victimizador para
las mujeres.

Diana Fernández Romero llevó a cabo un estudio que analiza


los mensajes de las campañas de sensibilización elaboradas por
diferentes instituciones y gobiernos que circularon en el ámbito
público en los últimos años. Como resultado, indica que la vic-
timización de las mujeres maltratadas puede suceder, en parte,
debido a su tratamiento paternalista y asistencialista, en la medida
en que las mujeres aparecen como víctimas vulnerables que de-
ben denunciar su situación y a quienes es necesario arropar en vez
de favorecer su autonomía. Las imágenes que acompañan estos
[155]

eventos fueron cambiando en los últimos tiempos, evolucionando


hacia un enfoque más positivo; de presentar a la mujer agredida
físicamente y atormentada, existen campañas que focalizan en la
sonrisa de quien fue capaz de salir de una relación violenta.

No obstante, aún cuando cambia el modelo de mujer representa-


da, los resultados de la investigación evidencian que sigue tenien-
do un rol de víctima, pues aunque la decisión se supone en sus
manos, se prevé que sean las instituciones quienes van a ayudar y
a orientar para poder salir de esta situación, luego sigue presente
un imaginario donde las mujeres son víctimas que necesitan pro-
tección y asistencia.

No hay un ellas y un nosotras

Este enfoque, más allá de reforzar una idea errónea de la pasivi-


dad femenina, fomenta la división de las mujeres como grupo ge-
nérico y origina confusión. Por una parte, se produce un abismo
entre quien sufre o sufrió la violencia machista en el contexto de
pareja –esas mujeres que aparecen agredidas físicamente y que
necesitan protección- y quién no. El sistema fuerza así un bina-
rismo que debilita la lucha contra el patriarcado, pues las muje-
res llegamos divididas, “ellas”, las maltratadas; “nosotras”, las no
maltratadas.

Esta visión genera una confusión nada inocente, aquella que se


produce entre malos tratos y violencia machista, de forma que
esta última queda reducida a una de sus manifestaciones; aquella
que tiene lugar en el contexto de una relación íntima. Pero, como
sabemos, las violencias machistas no se reducen al contexto de
pareja. La falta de consideración de la naturaleza estructural del
patriarcado y, por lo tanto, de las violencias que se dirigen contra
las mujeres, al llevar el problema al terreno de lo personal, no jue-
ga a favor de la prevención y del cambio social.

¿En serio alguna mujer puede pensarse no maltratada en el mar-


co de un sistema que la considera inferior y con menos derechos
y oportunidades?
[156]

Si la maltrata... ¿por qué no lo deja?

Los prejuicios y los estereotipos siguen estando presentes a la


hora de explicar por qué resulta tan complicado poner fin a una
relación violenta. Pero hay que señalar que la agresión sucede
en el seno de una relación afectiva, el agresor es una persona
próxima y querida, incluso se comparte un proyecto vital y fa-
miliar. Sin duda, los lazos afectivos dificultan la ruptura, a lo
que hay que sumar la situación emocional que provoca el mal-
trato, presidida por el miedo, la culpa y el deterioro de la con-
fianza en sí misma. Todo esto origina un escenario complejo del
que no es sencillo bajarse. Apagar las luces y que caiga el telón,
poniendo fin a una obra trágica parece algo más fácil de lo que
en realidad es.

No debemos hablar sólo de la debilidad de la víctima y olvidar la


destructividad del agresor. Como indica Marie-France Hirigo-
yen, si nos limitamos a mencionar el masoquismo de la mujer, no
hacemos más que agravar su culpabilidad, y aumentar el dominio
que el maltratador ejerce sobre ella.

Resilientes de la vida

La fragilidad que el imaginario social atribuye a las mujeres con


carácter general y, particularmente a quienes sufrieron violen-
cia machista en el contexto de pareja, no se corresponde con la
forma en que se miran las propias mujeres. Ante sus ojos, cuan-
do pedimos a las protagonistas de este libro que piensen cómo
se presentarían ante otras personas, es decir, que dirían de ellas
mismas, las palabras con las que se autodefinen contienen ele-
mentos positivos y fortalecedores en muchos casos. Reproduci-
mos algunas de las expresiones utilizadas por las mujeres: «ale-
gre y luchadora» (Bea); «demasiado fuerte y demasiado buena»
(Carla); «tengo mucha energía y mucho tesón» (Noemí); «muy
tranquila, [...] soy muy sonriente también, cuando cojo confian-
za me río mucho...» (Rosa); «me presentaría como una mujer
emprendedora, valiente... pero sobre todo persona, no dejar de
perder mi identidad como persona» (Virginia). También hay
[157]

quien se reivindica, como Marta, «normal y corriente, como


otra cualquiera».

Como vemos, la autodesignación de las mujeres no se acomoda


al mundo débil con el que habitualmente se les relaciona, rom-
pe con el perfil de víctima desvalida que funciona socialmente.
Precisamente, uno de los problemas asociados con este perfil es
que la identidad de la víctima obnubila otras cualidades o facetas
de las vidas femeninas. Parece que no se hizo otra cosa que ser
víctima del agresor. Esta visión no es compartida por las mujeres,
entre ellas Rosa, a quien le gustaría «que la gente me acepte tal
y como soy. Y que me miren de modo normal»; o Virginia, que
recuerda con voz firme que sabe «andar por el mundo, perfecta-
mente, correctamente; llevé a mi familia a cabo con toda la digni-
dad del mundo».

El hecho de haber vivido relaciones de pareja marcadas por la


violencia no anula su papel como madres, como amantes o como
trabajadoras, por citar sólo alguno de ellos. Incluso hay quienes
frente al desprecio sistemático de su agresor encontraron en el rol
materno una vía para sentirse útiles y valiosas. En esta línea se
expresa Helena, que considera el maltrato como una experiencia
que le permitió aprender a transmitir unos valores diferentes a sus
hijas y a su hijo. «El otro día había una mujer que se arrepentía
y decía, “¿por qué no rompí con él antes de tener a la cría?”, se
arrepentía mucho. A mí no me gusta ver las cosas tan negras. Y
no me arrepiento de haber estado con él tanto tiempo o de tener
los tres hijos; no, porque aprendí a enseñarles valores. Y eso me
cambió y me dio la oportunidad de cambiar a tres personas en la
vida, porque si estuviese sola y no tuviera ningún niño, ¿qué cam-
biaba? ¿qué hacía? Me siento útil».

Las palabras de las mujeres ilustran la capacidad de resiliencia


que tienen, esto es, el poder para sobreponerse al dolor emocio-
nal y a episodios vitales negativos y adversos. Precisamente, esa
fortaleza aparece reflejada en la narrativa de Virginia, cuando
afirma que «hay que correr mientras se pueda, caminar cuando
sea preciso y arrastrarse mientras se tenga el último aliento».
[158]

A cualquiera le puede tocar

El hecho de rechazar la etiqueta de víctima también guarda rela-


ción con una circunstancia repetida en las conversaciones, nunca
pensaran llegar a la situación en la que se encuentran en la ac-
tualidad. En sus planes no estaba quedarse solas a cargo de sus
criaturas, pasar una temporada en un recurso de acogida y en-
frentar un futuro incierto. Para nada. Bea evidencia que caer en
una relación tóxica y violenta, a veces, puede ser más sencillo de
lo que se cree; pero nadie piensa que le va a suceder. «No, nunca
pensé que iba a llegar donde estoy porque siempre fui una perso-
na con bastante genio... no pensaba que me fuese a tocar, ¿de ese
maltrato? Que va, yo no. Hasta que te pasa. Es más sencillo de lo
que parece».

A partir de esta narración es posible cuestionar la existencia de


un perfil-tipo de mujer maltratada, pues en un determinado
momento cualquier mujer que pretenda ser protagonista de su
vida y substraerse de la autoridad masculina puede ser objeto de
violencia machista. Esta perspectiva también es compartida por
las profesionales que trabajan en la Casa Malva, que además ad-
vierten del peligro de categorizar en esta línea, por los prejuicios
que puede suponer. «Nosotras estamos atendiendo a mujeres
vulnerables que sufren una situación de violencia de género...
Las vulnerabilidades... es una cuestión de grados. Hasta donde
una vulnerabilidad no puede ser... Yo... Nosotras conocemos un
caso de una mujer que se formó en nuestro grupo, que es médi-
ca, que tiene una formación académica importante, con un status
muy bueno... que una de sus hijas por una vulnerabilidad que...
¿cómo la puedes llamar? ¿emocional? De un concepto del amor
equivocado, estaba envuelta en una situación de violencia de gé-
nero. Bueno, la vulnerabilidad que puede tener esa chica no es la
misma que tú (entrevistadora) estabas hablando antes».

Las violencias machistas en el contexto de pareja no entienden


de clases sociales o económicas. Por eso, más que hablar de per-
files de maltrato hay que enfocar la cuestión en relación a facto-
res que favorecen la vulnerabilidad de las mujeres en su exposi-
[159]

ción a la violencia. De esta forma, ciertos elementos personales,


educativos, culturales, políticos y sociales, pueden situar a las
mujeres en una posición de mayor vulnerabilidad y/o protección
ante las violencias machistas. Nos situamos ante una problemá-
tica compleja que no puede resumirse en un conjunto de trazos
que definen quien va a ser víctima y quien victimario. Antes al
contrario, como establece una de las profesionales, «le puede pa-
sar a cualquiera. No a aquella porque es gitana, aquella porque
es no sé qué... no, es un problema que podemos sufrir cualquier
mujer».

Es necesario revisar los mitos que rodean a la violencia machista


en el contexto de pareja, especialmente aquellos que la vinculan
a contextos sociales empobrecidos o culturalmente deficitarios,
pues el machismo no encuentra barreras para su manifestación.
El único factor de riesgo es ser mujer. En esta línea, Virginia co-
menta la sorpresa con la que algunas personas la miraban cuan-
do llegó a la Casa Malva, precisamente por ser una mujer que,
según los estereotipos, no encaja en esa idea errónea de víctima.
«Yo tenía una vida y vivía muy bien, en mi chalé, mi todoterre-
no... iba a esquiar, mis caballos... ¿eh? ¿Dónde está el problema?
En que me viste como una persona que no correspondía con tu
historia, que hay gente que aguanta eso (en relación a la violen-
cia) por tener todo eso, la casa y todo de cristal... pero es que
eso no te lo tengo que explicar a ti porque vaya con un Channel.
¿Qué lo voy a tirar e ir al rastro a por otro? Y las propias compa-
ñeras que si era la asistente social, digo no, soy una compañera,
como usted, lo mismo. Pero es que no entienden que hay aboga-
dos, hay jueces, hay... está igual, igualito».

Sin embargo, el acceso a los recursos de seguridad y protección,


como la Casa Malva, sí está condicionado por la posición so-
cioeconómica, así como por los recursos y apoyos que la mujer
pueda articular en un determinado momento; los datos sociode-
mográficos de las entrevistadas permiten confirmar la presencia
de mujeres que proceden de contextos deprimidos y/o margina-
les. De hecho, casos como el de Virginia serían una excepción
dentro de la norma.
[160]

Nuevas miradas, enfoques positivos y fortalecedores

Muchas de las protagonistas afirman la importancia de integrar


enfoques positivos para reiniciar el proyecto vital que están cons-
truyendo a partir de su estancia en la Casa Malva. En algunos
casos, consideran que ponerle punto y final a la experiencia de
violencia, situándola en el pasado, es algo fundamental para po-
der continuar. Lucía enfrenta con cierta naturalidad su situa-
ción, dándole la importancia que tiene pero evitando posiciones
excesivamente derrotistas, y así lo transmite también a su hijo.
«Cuesta, pero sales, claro que sí. No te vas a dejar morir, la vida
sigue. Hay más opciones, no somos un bicho raro. Tenemos que
salir como cualquier otra persona de cualquier otro problema.
Lo malo es cuando estás en un problema del que no puedes salir,
pero aquí... y tienes ayudas, montones, y no sólo aquí en el cen-
tro. ¿Tú sabes la cantidad de gente que colabora con el centro?
Es maravilloso todo el trabajo que están haciendo. [...] Es que
si vas a poner aquí (señala el pecho) el cartel de víctima de vio-
lencia de género... Yo llevo a mi hijo al colegio y todos los padres
que veo nadie sabe que estoy aquí, ¿por qué tienen que saberlo?
Ahora, mi hijo tampoco lo niega, ni le da vergüenza. Yo es lo
que digo... ¿tú dónde vives? En la Casa Malva, y punto, y no
hay más. Ahora mismo estamos aquí porque tenemos que estar
aquí, porque no tenemos otro sitio a dónde ir, y hasta que no me
den un piso pues mira que bien, que aquí nos dejan estar. Y él se
siente en su casa».

Hay que cambiar las miradas. Mirar a las mujeres que están
en un recurso de acogida de otra forma. Habitualmente lo ha-
cemos desde la lástima o la desconfianza... ¿por qué no probar
nuevos enfoques? Este cambio pasa por reconocer el respeto
que merecen en tanto que personas, y poner en valor todo su
bagaje personal, pues la violencia sufrida no es más que un epi-
sodio de los muchos vividos, pero no las define en su totalidad.
En esta línea se expresan Virginia y Violeta cuando reivindican,
a través de sus narraciones, ser tratadas como personas no como
víctimas. «No, no salí de detrás de un árbol ni viví en una cueva,
y detrás de mí hay un bagaje y hay una vida, trátame como la
[161]

persona que soy. Con las mismas características que yo te estoy


respetando a ti, aunque tú estés allí y yo estoy aquí; ni tú eres
más, ni yo soy menos, ni viceversa». «Tenemos un problema y lo
pasamos mal en la vida pero... te lo hacen recalcar mucho. Te lo
hacen recalcar mucho y no es así tampoco. No nos pueden hacer
tampoco más víctimas de lo que somos. [...] Y no es mucho
pedir, ¿eh?».

Sobre la victimización secundaria

Las críticas que vierten las entrevistadas en relación a la construc-


ción de su imagen y su tratamiento como víctimas no interpela
únicamente a la sociedad en general, sino que de forma específica
se dirige a las y los profesionales que las atienden en los diferen-
tes servicios a los que acuden; haciendo evidente la victimización
secundaria que enfrentan en numerosas ocasiones. A pesar del
avance que supone contar con un Protocolo Interdepartamental
que coordina a profesionales del sector sanitario, judicial, policial,
del ámbito del empleo y de los servicios sociales, las mujeres se
ven obligadas a repetir su historia una y otra vez.

Esta circunstancia provoca una reacción en ellas. Están cansadas


de tener que explicarse, de contar una y mil veces su situación.
Para ellas esto implica recrearse en el pasado y en su negatividad,
cuando están luchando por dejarlo atrás y empezar una nueva
etapa, conforme indican las palabras de Virginia. «Es que el bu-
cle ese del que tú quieres salir, sales. Evidentemente sales por-
que todo el mundo sale de la mierda, y la mierda cuanto más la
remueves, más huele... Entonces, ¡joder! ¡pasó! No se me va a
olvidar en la puta vida el día que nací, el día que parí, pues esto
tampoco. Pero no me hagas todo el día... pum y pum... Voy de
este despacho, camino dos metros y aquí me van a volver a pre-
guntar lo mismo... ya le paso a esta la cuartilla. Joder, que estamos
con lo mismo, ¿qué venimos a recuperar el alma quien lo necesite
o venimos a hacer remember de mi vida? [...] que no es agradable
para nadie decir, “la persona que yo quise me jodió la vida”, y hay
que repetirlo, pon, pon, pon. No me lo preguntes más que no te
lo voy a decir».
[162]

Y continúa en la misma línea, en relación en esta ocasión a las


compañeras de la Casa Malva. «Es como la persona que se re-
crea... es que fui maltratada y sigo en la depresión por esto, y
la depresión y la depresión y la depresión. Y la depresión es un
estado, no un fin; soluciona eso en tu cabeza y a partir de ahí
podrás tener la de dios... pero no te recrees, mira tengo depre-
sión... porque por depresión no te van a dar un pin, ni te van a
dar el Premio Nobel de la Paz. Depresiones las hay en África en
la puta sabana y no tienen ningún ansiolítico, ni siquiera un piso
quince para tirarse. Vamos a ver, que no hay que recrearse en esas
cosas... que es algo que pasó puntual; que se desató en ti por una
circunstancia puntual pero, ¿quieres salir de ahí? No te recrees
en eso que no te va a hacer feliz ni te va a ayudar en nada, todo lo
contrario, te va a frenar».

Pero no todas las mujeres afrontan con la misma naturalidad y/o


positividad el hecho de estar en la Casa Malva, de hecho, en al-
gunos casos hablar de su estancia en el centro con otras personas
es algo que genera en ellas cierto malestar. Hay mujeres que du-
dan si compartir o no este momento de su vida, y otras que tienen
claro que es algo personal de lo que no desean hablar. Helena,
Sonia y Rosa, explican sus posiciones. «En el colegio no lo dije,
sólo lo sabe la secretaria y sí, me da fuerza y me dice que puedo
salir de esto y que todo va a ir bien, pero así en general, por el
momento no me atreví a decirlo a voces. En el curso, de todas
formas, tengo una chica que si me acerqué un poquito a ella y
le dije, pero sí, a la mayoría les da pena». «Y cuando preguntan
dónde vivo unas veces digo la verdad, otras me da vergüenza».
«Yo le digo a mi hija que nunca le diga a nadie donde estoy, “tú
di que estoy trabajando, inventa cualquier cosa pero no lo digas a
nadie”. [...] Claro... porque en parte me daría un poco de... corte
claro, que la gente sepa que estoy viviendo en un sitio como este.
Sí, sí. De verdad que sí porque yo nunca soñé con esto y eso de
que veía a la policía, va, qué vergüenza. Que yo a la policía fui a
cambiar mi carné, más nada».

Estas narrativas evidencian que el estigma de la violencia ma-


chista no termina cuando se visibiliza el problema, ni siquiera
[163]

cuando se activan protocolos de actuación. De ahí la importan-


cia de considerar no sólo las estructuras objetivas de la socie-
dad, sino también aquellas otras cognitivas, metacognitivas y
afectivas de las que advertía Pierre Bourdieu, que permiten la
reproducción de la lógica patriarcal y la vergüenza de las super-
vivientes.

Empoderamiento y cambio vital

Aprender a valorarse y quererse más

El itinerario de recuperación que cada mujer inicia en la Casa


Malva, a través de sesiones de terapia individualizadas, de ase-
soramiento y de acompañamiento permanente, así como de la
participación en diferentes talleres, facilitan un progresivo em-
poderamiento; el objetivo no es otro que garantizar la posibilidad
de desarrollar una vida autónoma. La finalidad del trabajo que
se realiza colaborativamente con ellas es, precisamente, que sea
innecesario, es decir, el verdadero protagonismo y la capacidad de
cambio están en las mujeres. Así lo expresa Virginia, con una voz
sosegada pero rotunda. «Que hay que darles muletas en un mo-
mento dado para que puedan llegar a la puerta pero una vez que
lleguen a la puerta la van a saber abrir ellas. Sólo tienes que darles
la muleta de aquí a aquí, a partir de ahí ya van a saber si quieren
esta puerta o la de al lado».

La capacidad de decisión es una cuestión que se trabaja desde el


primer momento, pues en muchos casos, la anulación de la vo-
luntad personal es un elemento que las acompaña en lo cotidiano.
Incluso para las cosas más nimias. Cuando preguntamos cómo
valoran su paso por la Casa Malva y en qué les está sirviendo esta
estancia, la mayoría de las mujeres afirman sentirse mucho mejor
y más poderosas, en el sentido de saberse dueñas de sí mismas. Se
trata de desaprender todo lo negativo y destructivo de la etapa an-
terior para reconstruirse a partir de un nuevo enfoque, «aprender
a valorarme y a quererme más», indica Alba. Las propias mujeres
perciben su evolución desde la llegada al centro, algo especial-
[164]

mente significativo en quien lleva más de tres meses, como Lucía.


«Cuando llegué creí que no tenía nada y no tenía ilusión ni nada
por nada. Hoy por hoy puedo decir que es diferente, tengo una
decisión propia, por mí misma, hago las cosas por mí misma o
lo que quiero. Tengo a mi hijo conmigo y estoy súper orgullosa
como madre».

Una de las cosas que están integrando es la importancia del au-


tocuidado, dedicarse tiempo y cariños que nunca antes se pen-
saran; hacer aquello que apetece en un determinado momento
o aprender a decir que no ante las cosas que son perjudiciales o
que no se desean. Carla explica que poco a poco está cambian-
do ciertos hábitos por otros más saludables como es «hacer lo
que me gusta, o lo que quieres, y hacer el proyecto que tú quie-
res» porque «no dependes de nadie ni cuentas con nadie, sólo
contigo».

Reencuentro con una misma

El reencuentro con una misma es algo fundamental, se bus-


ca adquirir un compromiso de cuidado con el propio cuerpo
y saber escuchar(se); precisamente, muchas mujeres afirman
que antes, como en el caso de Nuria, «no pensaba en mí». Ellas
nunca eran importantes. Pero ahora los tiempos son diferentes,
y Rebeca lo sabe, «el reto es ganar algo de autoestima» y adqui-
rir un patrón de comportamiento donde cada mujer se sitúe en
el centro de su vida. Se trata de romper progresivamente con
un modelo de feminidad pensado para agradar a otros, como
explican Helena y Bea. «Empiezo a pensar en mí, antes no pen-
saba en mí. No me daba tiempo de pensar en mí, no pensaba
en mí, intentaba siempre contentar al otro. Pues ahora empiezo
a pensar en mí. Pues si hoy hace sol, aunque tengo que ir co-
rriendo a recoger a los niños, pues no, voy despacio y tomo el
sol». «Lo que me falta ahora es el carné de conducir, eso ya es
el boom. Por ejemplo, que dices... un día de playa, pues puedo
ir a Salinas. Yo viendo la situación que pasé ya dije que se acabó
el machismo este que hay de tú en casa, tú trabajar, tú hacer
todo lo de la casa... no, terminó ya. Vivir mi vida, que soy joven,
[165]

disfrutar del tiempo y no vivir esta vida de amargada. Pensar


en mí».

Más allá de pensar en una misma, es importante aprender a que-


rerse y, sobre todo, evitar autojuzgarse por el pasado o por deci-
siones que a los ojos de hoy no fueron buenas; aceptar las propias
condiciones y partir de una misma para trazar nuevos caminos.
Ese valor personal aparece reflejado en las palabras de Carla, quien
señala el siguiente principio básico, «debemos rodearnos de gente
con la que te encuentres bien, que te hace sentir bien y te valora
igual que tú te valoras; pero, la mayoría de las que estamos aquí no
estábamos así con los maridos, por eso a lo mejor lo ves más».

A pesar de que no se trata de un cambio fácil ni automático,


muchas mujeres empiezan a reencontrarse consigo mismas y
a cuestionar las exigencias que les imponían. «A veces me doy
cuenta de que no puedo hacer todo, y no tengo que ser perfec-
ta como se me pide, o como se me pedía, más bien», recuerda
Helena. Cuestionar la sobrecarga de trabajo(s) y la saturación
emocional que va ocupando las mochilas femeninas es el pri-
mer paso para reestablecer el respecto personal y hacia los tiem-
pos propios, algo en lo que se incide mucho en la Casa Malva y
que Rebeca evidencia cuando afirma, «yo nunca voy a perder la
identidad por alguien».

La importancia de afirmar la identidad personal supone resolver


preguntas y lanzar cuestiones que ayuden a dar cumplimiento
a los deseos personales. En este sentido, hay quien afirma con
contundencia y convicción, como Lucía, «¡Por fin! Por fin me
encontré. Por fin soy yo». Este paso permite a las mujeres sentir
una mayor seguridad en sí mismas y en el proceso de recupe-
ración que decidieron iniciar, rompiendo con etapas anteriores
de su vida sobre las cuales regresan para aprender y continuar
con más fuerza, como indica Sonia. «Sobre todo estoy pensando
desde que estoy aquí. Cómo cambié, cómo estoy, cómo estu-
ve con él, cómo estoy ahora. Es lo que pienso para no echarme
atrás; para no volver atrás. No, no, no, yo no volvería con él ni
loca».
[166]

Ganado fuerzas, recuperando la propia vida

La determinación es un elemento básico para mantener la línea


de trabajo personal iniciada desde que se entró por la puerta de
la Casa Malva, pero a veces, la ruptura con el pasado no es un
proceso sencillo, como explica Helena. «Yo decidí que no quiero
hacer la mía [vida] con otra persona, con nadie, ni voy a volver
con él porque quedo bien y tranquila así. Estoy bien y tranquila.
Aunque a veces me agobia, qué se yo, el dinero, las cosas... pues
que no me llega, que vuelves a pasar otra ver por lo mismo, nece-
sidades, pues intento aprender».

En todo caso, a pesar de las complicaciones que hay en todo el


proceso que enfrentan, afirman sentirse fortalecidas, como Alba.
«Me endurecí, no me hice mala, es que antes era tonta». Algo que
también recogen las palabras de Rosa. «Mi vida... mi vida cambió
en muchas cosas. Ahora me siento más segura, tengo muy claro lo
que quiero, las cosas que tengo que dejar atrás y las cosas de las que
me tengo que mantener apartada. Aquí yo aprendí infinidad de
cosas. Me siento ser una mujer más fuerte, porque fui muy débil
antes, bueno, de toda la vida; con las amistades, con la familia...»

La fortaleza percibida permite afrontar con una actitud positiva


los diferentes retos que tienen por delante, comprender la dimen-
sión de sus capacidades y actuar sobre lo que les sucede; es decir,
dejar a un lado la pasividad que suele definir la identidad femeni-
na para tomar las riendas de su vida. Precisamente porque, como
indica Luz, «a mí nadie me va a venir a solucionar la vida porque
nadie tiene esa capacidad, porque no está dentro de mí». Algo
que comparte Noemí. «Que mi vida es la hay pero que tiene que
haber más cosas en esa vida. Que lo sé, pero es bueno recordarlo
y saber que tengo que estar ahí y que mi vida es mía, y que tengo
que vivirla yo, y tengo que disfrutarla como yo quiera...».

Una segunda oportunidad

Los temores se van disipando cuando se gana poder personal, in-


cluso las mujeres construyen un imaginario propio alrededor de
[167]

una nueva oportunidad que se presenta para ser felices y sentirse


bien; un camino, como indica Noemí, sobre el cual «la decisión
está tomada [...] y no hay marcha atrás». Un sentimiento que
también tienen Nuria y Rosa. «Aunque la vida tenga adversida-
des [...] que no deja la vida de darte otros palos, digo de otras
cosas, ¿no? De darte situaciones tristes y amargas y feas... pero
uno está de otra forma, como fortalecido, como que uno está
más fuerte; como parado con dos pies, no parado con un dedo».
«Miedo tenía, ahora ya no tengo miedo. Ahora me siento como
cuando llegué a este país por primera vez, que es como empezar
de nuevo. [...] Sí, es otra oportunidad que me da la vida... bueno,
un montón de cosas raras... podía ese hombre haberme matado
también, pude haber perdido la cabeza, pude haberme quitado la
vida yo misma... y esto para mí es comenzar de cero».

Las propias mujeres perciben su evolución desde la llegada al


centro, como explica Lucía, «me escucho hablar a veces y digo,
no soy yo; ¡madre mía! No lo puedo creer». O en la experien-
cia de Luz, quien antes «hablaba de mi marido y se me caían las
lágrimas, ahora ya no lloro más». Con esta determinación son
muchas las entrevistadas que comparten la idea de afrontar con
entereza e ilusión el camino que están iniciando y que podemos
apreciar en expresiones como las que siguen:

«Sí, lo puedo conseguir, un poco duro el camino pero sí» (Sonia).

«Antes lloraba y ahora río» (Rosa).

«No tiro la toalla» (Noemí).

«Yo no tengo miedo de enfrentar la vida» (Lorena).

«Yo ahora me siento más fuerte, hay días que me levanto y digo,
¡hoy me como el mundo!» (Bea).

En todo caso, el paso por la Casa Malva y el proceso de recupe-


ración personal iniciado es un apoyo fundamental para encarar
su situación, como indica Carla, «yo pienso que pasar por aquí,
[168]

la experiencia más importante es que sabes que no vas a volver


a vivir con una persona así jamás, no vas a dejar que te traten así
jamás». Desde luego, este debería ser el aprendizaje más signi-
ficativo, aquel que permite recuperar la dignidad personal y tra-
zar caminos hacia una vida plena, autónoma y libre de violencias
machistas.

Una mirada hacia el futuro

Objetivos sencillos

La mayoría de las mujeres entrevistadas no establecen grandes


objetivos para su vida futura, sino que buscan la normalidad;
como indica Noemí, «que era lo que no tenía». La búsqueda de la
tranquilidad es uno de los retos básicos para el período de tiem-
po que están en la Casa Malva, algo que reflejan las palabras de
Marta. «El reto de estar aquí yo pienso que será para bien, yo
creo que será para bien. Para que el día de mañana podamos...
sentirnos libres, como te digo... libres... y sentirnos pues... mejor,
en el aspecto... en todos los sentidos. No decir... el día de mañana
puedo tener una vivienda, ¿no? Y estar tranquila, la poca vejez
que me quede, vivirla tranquila con mi hijo».

El empleo, junto con la vivienda, son los dos grandes objetivos


que tienen en mente, aunque en la mayoría de los casos el segun-
do queda supeditado a lograr un salario. De ahí la centralidad
que ocupa el mundo laboral en sus preocupaciones de futuro; un
tema que es fuente de miedos e incertidumbres, especialmente
porque, como explica Carla, «está muy difícil, por la crisis». La
complicada situación laboral que atraviesa España en estos mo-
mentos es algo que les afecta de forma directa, en la medida en
que las oportunidades de encontrar un empleo se reducen de for-
ma significativa; más aún si tenemos en cuenta que, la mayoría,
no cuentan con un perfil de empleabilidad elevado, algo de lo que
Lorena se hace eco en la siguiente frase, «yo lo veo, ahora mis-
mo, muy negro (en referencia a la vida laboral). Bueno, vamos a
pensar y tener esperanza, que es lo último que podemos dejar de
[169]

tener, la esperanza. Que eso va a cambiar, que va a cambiar, que


voy a tener trabajo, que mejora la situación para todos, que no soy
sólo yo quien necesita...».

La situación económica de las protagonistas de este libro, en


general, está marcada por la precariedad. Muchas viven al día.
Pero quizás por eso, por las dificultades que deben enfrentar,
«aprendes a buscar la vida», como dice Carla, y continúa, «yo no
sé cómo hice pero sacaba siempre algún dinerito de algún sitio.
Trabajé en una casa limpiando tres meses, cobraba 80 euros al
mes, que no es nada, pero para mí era como si me tocase la lote-
ría. Claro, estaba acostumbrada a no tener nada y poco a poco va
saliendo todo».

En la totalidad de los casos son conscientes de que el empleo es


la vía para alcanzar un proyecto de vida autónomo. Por lo que es
una cuestión prioritaria en sus agendas. Tener ingresos facilita
alcanzar unas metas relevantes, como se aprecia en la siguiente
conversación con Rebeca. «Sí, ahora además de querer lo necesi-
to. Entonces pues... sacar mi carné, pues estar en mi pisito, poco
a poco voy a comprar un coche... lo primero es el trabajo, lo pri-
mero es el trabajo porque teniendo trabajo pues consigues metas,
si no tienes trabajo no consigues. Yo no sé... cuando termine con
los papeles voy a hacer algún curso o alguna cosa para facilitar
más porque eso... Pues conseguir un trabajo que me dé algo de
estabilidad para vivir y ya. Y viviendo poco a poco».

Más allá de permitir una estabilidad y una tranquilidad, la vida


laboral «te hace como una persona más independiente», comenta
Violeta. Precisamente este es uno de los principales desafíos que
enfrentan, como explica Sandra, «ser autónoma, no tener que de-
pender ya de nada».

Se hace camino al andar... sin prisas

La idea de que están en un proceso vital complejo, que requiere


paciencia y esfuerzo es algo asumido en general; a pesar de que
en determinados momentos cueste bastante porque, como indica
[170]

Noemí, «son muchas decisiones». El camino resulta complicado,


de ahí que una frase muy repetida cuando se refieren a su recupe-
ración sea «poco a poco».

Son muchas las cuestiones por resolver. La escasa formación que


tienen junto con el hecho de ser cabezas de familia monomaren-
tal suma barreras de cara al mercado laboral. Además, en algu-
nos casos, el hecho de superar los cuarenta años las sitúa en una
posición especialmente difícil para encontrar un empleo. Algo
que Virginia resume perfectamente. «El trabajo a partir de de-
terminada edad tienes que tener muchos titulinos y si te casaste
con diecisiete, te emancipaste con diecisiete, pariste con veinte y
dedicaste los otros veinte a ser mamá, esposa, cocinera, chofer...
no hay titulinos... que... ¡me río yo de los titulinos!; ¡lo qué podía
hacer yo con todos ellos!».

Así mismo, como decimos, estar solas añade una dificultad de-
rivada de la responsabilidad del cuidado familiar. Sin embargo,
la reflexión de Violeta permite comprender que antes, en su vida
anterior, también estaban solas y sobrevivieron. «Yo me di cuenta
cuando estuve trabajando en (pueblo asturiano), si sirvo sola. Yo
llevaba los niños, llevaba la casa y llevaba el trabajo perfectamen-
te, y el echaba todo el día en el sofá, durmiendo. Y yo decía, “para
qué te quiero si eres un mueble”».

Por eso, en muchos casos no se pierde la esperanza de que las


cosas den un giro positivo, especialmente, cuando están realizan-
do esfuerzos para que así sea. Hay mujeres que deciden volver a
estudiar, terminar su formación académica o actualizarla, parti-
cipando en los diferentes cursos a los que pueden acceder como
usuarias de la Casa Malva. Como indica Lucía, «a ver si empeza-
mos a estudiar, si sale bien, si no la búsqueda de empleo también
es en lo que estamos». En todo caso, el objetivo es prepararse para
el mercado laboral y encontrar algo, «aunque sea de limpieza, por
la mañana cuatro, cinco o seis portales, no me importa, la ver-
dad», comenta Sonia, y continúa, el caso es poder «tener un buen
trabajo, saber que tú vas a tener dinero, que no falte nada a tus
hijos y que pueda pagar el piso».
[171]

A veces resulta complicado para quien tiene hijas e hijos. La im-


posible conciliación de la vida laboral y familiar muestra su cara
más dura. Algo sobre lo que Sonia también habla ahora que está
en un piso tutelado. «Me salieron unos cursos pero... hay que
buscar a alguien que me cuide... a la niña para que yo pueda. Y
por encima tengo que pagar yo, pero en ese momento no podía
pagar porque estuve cobrando 426 euros y no me llega... ni me
llega al mes, así que no podía pagar tampoco. Por una semana,
me gustaba... cómo era, de peluquera... poner mechas, lavar ca-
bezas, cosas de esas... vas aprendiendo eso. Y dije yo, ese sí que
me gusta. Lo otro, auxiliar de geriatría, una semana... ese tam-
bién me gustaba pero, ¿con quién dejo a la niña una semana ente-
ra? Yo no molesto a nadie, no me gusta».

Pensando en el autoempleo

En el caso de algunas mujeres, el autoempleo ronda sus cabe-


zas como una alternativa a la situación laboral. A pesar de ser
conscientes de las dificultades asociadas al hecho de emprender,
consideran que puede ser una salida viable para su vida futura.
Virginia es una de ellas. «Los sueños se pueden llegar a realizar,
pero siempre hay que ser realista. Vamos a ver, tú no vas a soñar
“mañana quiero medir dos metros”, porque ni aunque empieces
a saltar, saltar y estirarte... no vas a medir dos metros. Hay que
ser objetiva... y tener tu cabeza centrada y decir, bueno, y por qué
yo no puedo montar mi empresa, ¿Por qué? No es algo anormal,
ni anodino, en fin... precisamente ahora hay cantidad de muje-
res mayores que montaron muchas empresas, porque tienen que
buscarse su nevera, su comida, la de sus hijas e hijos... porque a
nuestra edad quedas descolgada de los estudios, del trabajo, de la
pasta... currar, no hay curro. Comer tienes que seguir comiendo...
¿cómo hacemos? En épocas de crisis se agudiza el ingenio que te
mueres».

Pensando en primera persona

Más allá de las circunstancias que rodean lo económico, la pre-


ocupación por mantener las cotas de bienestar que alcanzaron
[172]

durante la estancia en la Casa Malva es algo que aparece de


forma recurrente en las entrevistas. «Pensar un poquito en mí y
buscar todo eso que me beneficia» es la esencia de su enfoque, y
Nuria concluye, «no caer otra vez en lo mismo»; algo que tam-
bién Rosa comparte, «hice borrón y cuenta nueva, y así es como
pienso seguir mi vida. Estar con los míos y espero no derrumbar-
me al salir de aquí, espero seguir con más fuerza. [...] Me volví
fuerte y tengo que ser más fuerte todavía porque tengo el reto de
luchar con estas enfermedades que sólo me echan a la cama, que
es el único futuro. [...] Y claro, tengo que seguir luchando, no
me puedo venir abajo porque si me acuesto ahí en la cama, ¿qué?
Después venga más pastillas y más pastillas y más pastillas... No,
no, yo voy a seguir luchando, ese es el reto que tengo; seguir lu-
chando por llevar una mejor calidad de vida dentro de mis posibi-
lidades. Después, ¿los demás? Me da igual».

La pretensión es perseverar para alcanzar los objetivos marca-


dos y, por supuesto, no desfallecer a pesar de las dificultades que
vayan apareciendo en el camino. Evitar desvíos que puedan des-
pistar la meta final. Por eso es necesario tener claro, como indica
Lucía, «lo que quiero y lo que no quiero, lo que me conviene y
lo que no me conviene, lo que está bien para mí y lo que no está
bien para mí». Desde esta actitud es posible eliminar todo aquello
que estorba al desarrollo de una recuperación sana, «lo que no
me interesa, fuera; lo que no me conviene, fuera». A pesar de lo
complicado que pueda resultar el proceso, «hay que intentarlo,
hay que darse contra la pared cincuenta veces, pues me doy, pero
lo voy a seguir intentando», explica Carla.

De forma progresiva, las mujeres intentan situarse en la centra-


lidad de su vida, es decir, ser el eje vertebrador de todas las deci-
siones, hablar con voz propia y escuchar los propios intereses. Se
trata de ir incorporando dinámicas encaminadas al autocuidado,
precisamente porque «habiendo encontrado un poquito la punta
del ovillo, no se suelta», señala Luz. Hay quien afirma sus deseos
para el futuro inmediato, como Lucía, que habla de «cuidar mi
salud»; o Rosa, que pretende llenar su agenda con aquello que le
haga sentirse bien, «iré a la piscina y seguiré yendo a la escuela»;
[173]

o Violeta, quien afirma su idea de apuntarse a alguna actividad


física relacionada con la autodefensa. «Sí, sí, eso y apuntarme a
full-contact, nunca me dejaron, no sé por qué... y además estaría
bien ser capaz de defenderse, porque ya te dije que no me vuelve
a poner más la mano encima un hombre, vamos, jamás, no lo per-
mitiré jamás ya. No estaría mal que me apuntara a eso».

De alguna manera, el objetivo es iniciar una nueva etapa marcada


por dos ideas, «dedicarme más a mí»; que dice Rosa, y «abrir
mi mundo», como explica Rebeca; hay que incorporar, poco a
poco, acciones orientadas al buen trato y al cuidado personal. En
este sentido, las experiencias vividas permiten valorar una nueva
oportunidad para ser felices y disfrutar de todo aquello que an-
tes era prohibido. Algo que reflejan las palabras de Alba y Bea,
quienes reivindican su derecho a vivir momentos agradables. «A
mí me salvó la policía y no disfrutara nada de la vida, cuando
salga de aquí quiero disfrutar y hacer todo lo que no hice, y sa-
lir... porque la vida se te va en un segundo». «Por ahora ya estoy
empezando a ahorrar para ver si puedo ir con la niña a Lanzarote
en octubre, unas vacaciones las dos. Ese es uno de los objetivos
que tengo. Yo nunca tuve tiempo, que no pude ir a ningún lado ni
nada... ahora que aquí te ayudan mucho a empezar, pues mira, mi
primer comienzo, teñir el pelo, ir de vacaciones y venga. Cambios
radicales y empezar a cuidarse y a quererse, porque si no te quie-
res a ti misma, ¡mal la burra va!».

Aprendiendo a cuidarse

En todo caso, el compromiso con el autocuidado no depende de


la grandeza de los actos que se emprenden o de lo arriesgados que
parezcan, sino de su profundidad; se trata de integrar en la ruti-
na diaria pequeños detalles que supongan placer y bienestar. Así,
la instauración del buen trato en sus vidas pasa por anclar raíces
que sostengan este proyecto, cultivándolas y cuidándolas a cada
momento, tal y como recuerda Luz. «Hay una meta, yo tengo...
como los caballos, aquí tapado a los costados y yo tengo que mirar
hacia ahí (señala al frente), ahí tengo que llegar. Ya está. ¿Qué hay
impedimentos? ¿Qué hay piedras en el camino?¿Qué le parece a
[174]

este? Yo sigo, hay que perseguir esa meta, alcanzarla, lo que suce-
da a los costados, que les den, porque es así».

En líneas generales, las entrevistadas consideran necesario intro-


ducir cambios en su vida que las lleven a disfrutar de un tiem-
po personal porque, como bien indica Violeta, «es lo único que
me hace sentir un poco bien, tener un poco de tiempo de ocio
para mí». Esta visión es compartida por Virginia, que considera
fundamental comenzar una nueva etapa vital en la que ella sea la
prioridad, «porque para dar lo mejor de uno a los demás tienes
que tenerlo tú en ti. Y para mí es importante dar lo mejor de mí
a cualquier persona próxima, a los que quiero más; y, para eso,
tengo que estar yo al cien por cien. Estuve mucho tiempo dando
todo de mí y ya me llegó la hora». La idea de que llegó el mo-
mento de pensar en sí mismas comienza a extenderse entre ellas,
algo sobre lo que Virginia continúa hablando, «Mi perspectiva de
futuro es ser yo, ser libre. Manejar mis tiempos como yo quiera,
con mis errores, con mis virtudes... pero como yo quiera, tener
la libertad que anhelo. Y la libertad me la da el trabajo, me la da
la economía, me la da... la salud, tener salud para poder llevarlo
todo a cabo. Non pido castillos en el aire, pido algo simple y que
todos tenemos derecho a tener».

Incertidumbres y miedos

Sin embargo, a pesar de la disposición para el cambio, las incerti-


dumbres y los miedos también encuentran un lugar en el futuro
después de la Casa Malva, debido a la complejidad de su situa-
ción. De ahí que a veces se piense con cierta inseguridad sobre lo
que vendrá, algo que Violeta advierte cuando imagina su salida
del centro: «tengo ganas pero, claro, pero quiero que salgan las
cosas como yo pienso. Una cosa es que las pienses y otra es que
se hagan realidad. Que no es... es un piso, un trabajo, los niños...
eso es lo que me gustaría a mi. Ya no más. Pero claro, es comenzar
de cero, tú imagina que cuando sales de aquí tienes que volver a
reconstruir una casa; no llevas ni un vaso, ni un plato... es volver
a comenzar de nuevo otra vez. Pero bueno, que sea lo que Dios
quiera. [...] Yo le llamo a esto vida artificial, esto es muy artificial;
[175]

no es como... no pagas luz, no pagas casa, es un mundo artificial.


Esto en la vida real no lo vas a encontrar».

Incluso hay mujeres que consideran que el tiempo de cuidarse


queda en un segundo plano pues «por delante son mis hijos»,
como explica Sonia, que continúa afirmando que «si ellos están
bien, yo estoy bien; si ves que ellos van mal, tú te sientes mal tam-
bién, porque como madre sufres». Por eso, en su caso, considera
que «cuando sean mayores, ahí sí que puedo pensar un poco más
en mí, ser egoísta un poquito, pero ahora no valgo para eso, no sé
porqué...»

Precisamente, contra estos temores y dificultades es necesario di-


señar políticas y programas que garanticen un apoyo a las mujeres
cuando salen del recurso de acogida y comienzan una vida por
sí mismas. En esta línea, el enfoque desde el que se trabaja en la
Casa Malva se orienta a que «antes de salir tengan unos referen-
tes y unos apoyos externos, ¿vale? Y por aquí si tenemos mujeres,
no como un seguimiento cerrado, que normalmente pueden pa-
sar por aquí, saben que ante cualquier duda, cualquier propuesta
que tengan, pueden pasar por aquí», recuerda una de las coordi-
nadoras.

Las puertas de la Casa Malva están abiertas para continuar alen-


tando la recuperación de una vida propia, autónoma y libre de
violencia.
[176]
[177]

a modo de epílogo
Avanzar en el camino hacia
nuestra meta

Lola Ferreiro Díaz

No es suficiente con la abolición de la propiedad privada y con que la


mujer se incorpore a la producción; es necesaria una revolución de la
vida cotidiana y de las costumbres, forjar una nueva concepción del
mundo y, muy especialmente, una nueva relación entre los sexos..
Aleksandra Kolontái

Es para mí un honor y un placer escribir este epílogo, que


pone el punto final a un trabajo (que no a un proceso) tan
interesante, tan riguroso y tan feminista como el que firma
Tania. Tanto la Tesis Doctoral de la que procede como el li-
bro que tenemos en las manos, muestran de una manera in-
equívoca como la violencia de género infesta nuestras rela-
ciones, nuestros grupos, nuestras organizaciones y, en suma,
nuestras vidas, en el sistema patriarcal con el que es consubs-
tancial y en el que se desarrolla. También (y sobre todo) deja
muy clara la necesidad de una intervención integral para ayu-
dar las mujeres y a las criaturas a reconstruir sus vidas tras
sufrir la situación de violencia grave, así como del diseño y
desarrollo de planes de formación para las profesionales que
trabajan con ellas, y de planes de coeducación en las escue-
las para prevenir la construcción de relaciones violentas, para
promover la igualdad y para conseguir un crecimiento salu-
dable y feliz de las ahora niñas y niños, mujeres y hombres
del mañana.

Cuando se aborda el tema de la violencia directa, sobre todo de la


más grave, resulta fácil centrarse en la relación de maltrato, elu-
diendo abordar la complejidad de un fenómeno que comienza
[178]

con el mismo patriarcado y que, como indica Gerda Lerner1, lle-


va desarrollándose aproximadamente seis mil años. Sin embargo,
Tania entra de lleno en su análisis, sin olvidar ninguna de las cla-
ves que lo sustentan, y explica pormenorizadamente como, por
qué y para qué se llega a situaciones de inmensa gravedad, que
ponen en peligro la integridad física y emocional, e incluso la vida
de miles de mujeres en todo el mundo.

Al mismo tiempo aborda, también pormenorizadamente, las es-


trategias que se emplean para ayudar a las mujeres a recuperar
sus vidas y lo hace a través del análisis del trabajo que se desarro-
lla en un dispositivo concreto: la Casa Malva de Gijón, en Astu-
ries. Para esto, habilitó un modelo de investigación cualitativa,
a través de entrevistas abiertas y de grupos de discusión con las
profesionales y con las mujeres usuarias.

La violencia machista y los machos violentos en el


imaginario social

Según nos indica Tania en su exposición, más que violencia, son


violencias, de muchos tipos y organizadas en varias dimensiones
que, en su mayor parte, están invisibilizadas; es decir, no se les
llama violencias y no se consideran como tales. Si exploramos el
imaginario social preguntándole a la gente, por ejemplo, cuál es
la primera imagen que le viene a la cabeza cuando escucha el tér-
mino “violencia de género”, o “violencia machista”?, la respuesta
más frecuente es la de un hombre agrediendo físicamente (gol-
peando, dando patadas o amenazando) a una mujer. Esto quiere
decir que se identifica la violencia machista con su expresión más
grave (la del maltrato físico directo) dejando fuera de la órbita del
problema todas las demás expresiones, que por otra parte son la
inmensa mayoría.

Junto con esta apreciación colectiva está la de la imagen del maltra-


tador... alcohólico?, consumidor de drogas?, desempleado?, enfer-
mo mental? falto de formación y estudios?, extranjero?... todo eso a
1
Lerner, Gerda (1990). La creación del patriarcado. Barcelona: Crítica.
[179]

la vez?. Cuando, en los años ‘80 y ‘90 del s. XX, se empezó a visibi-
lizar el problema que nos ocupa, este era el perfil que se manejaba.
Fue necesario un gran esfuerzo para cambiar esta idea y, hasta el
momento, se consiguió sólo a medias. Podríamos decir, por tanto,
que hay una trampa asociada a buscar un “perfil del maltratador”,
o más bien a buscarlo en su extracción social, en su nivel econó-
mico, en su grado de formación, en sus hábitos de consumo o en
su salud mental. Otra cosa sería que intentáramos definirlo como
un individuo profundamente egocéntrico (y por tanto posesivo),
tremendamente intolerante con la frustración y falto de control en
cuanto a la emisión de su agresividad hacia quien lo rodea, princi-
palmente hacia las mujeres (en especial su compañera), que con-
sidera causantes de su frustración y de su malestar, que al mismo
tiempo son de su propiedad y que, en consecuencia, puede hacer
con ellas lo que quiera. Quizás este otro perfil nos daría más luz
sobre la estructura de una relación presidida por el maltrato.

Por último, colocar a las mujeres en situación de maltrato grave


y a los maltratadores en contextos socio-económicos desfavore-
cidos, con bajo nivel de estudios y de formación, incluso en otras
etnias o culturas, está en la misma línea del que comentábamos
anteriormente. Como muy bien explica Tania, a partir de las
aportaciones de Lori L. Heise y las observaciones de Leonore
Walker, factores como la nacionalidad, el nivel educativo o la si-
tuación económica incorporan discriminaciones que actúan entre
sí y con el género, mas en ningún caso explican de por sí las vio-
lencias machistas... y he ahí otra trampa: si intentamos establecer
la prevalencia del maltrato directo a partir de los datos obteni-
dos en dispositivos sociales de acogida, y en general de atención
a mujeres, podemos llegar a la conclusión de que la mayoría
pertenecen a contextos socio-económicos desfavorecidos, pero
debemos tener en cuenta que las mujeres que, estando en esta
misma situación, pertenecen la otros contextos, no van a pedir
ayuda a este tipo de dispositivos y tampoco lo hacen muchas de
las que están en situación (o en riesgo) de exclusión social, porque
no tienen acceso a los mismos. Así, esta estimación dejaría fue-
ra del cómputo una parte importante de la casuística. A su vez,
si ampliamos el abanico de las situaciones de violencia directa y
[180]

tenemos en cuenta todas aquellas en las que no se emplea la fuer-


za física, podemos considerar que dicha violencia (maltrato) está
presente en todos los estratos sociales, y afecta a mujeres de dis-
tinta condición económica, étnica, académica, etc.

Pero la visión reduccionista sobre las mujeres en situación de mal-


trato y sobre los maltratadores a la que aludimos no se da por casua-
lidad, sino que obedece a diversos intereses. Uno de los más impor-
tantes es el de “excluir maltratadores”... y también maltratadas, ya
que pensar que el problema está en relación (sólo) con una situa-
ción social, económica, cultural o ideológica a la que no pertenece-
mos, nos protege de la idea de vernos en dicha situación y elimina
(o disminuye) el malestar que nos causaría tener que asumirla.

La finalidad de la violencia machista y la


complejidad de su estructura

Si violencia es cualquier acción (u omisión) que tenga por objeto


doblegar la voluntad de otra persona o personas, podemos con-
siderar que la finalidad de la violencia machista es la de impedir
que las mujeres extralimitemos la posición de inferioridad y sub-
ordinación en las que nos colocó el patriarcado desde su origen.
Partiendo de esta base parece obvio que la violencia no puede ser
considerada como la suma de situaciones de maltrato hacia las
mujeres, y mucho menos reducirla al hecho de que sean pareja. Si
así fuera, haría muchos años que habría desaparecido.

Debemos partir de la base de que las violencias machistas son un


fenómeno complejo, que nos afecta a todas y que forma parte de
las principales estructuras de la sociedad, haciendo mella en no-
sotros desde que nacemos.

La construcción del género implica violencia,


mucha violencia

Nos construimos como personas en masculino o en femenino. Esta


cuestión es esencial para perpetuar el patriarcado, basado en la sub-
ordinación de las mujeres, y ha de hacerse de manera efectiva, sin
[181]

dejar lugar a grietas que puedan tener como resultado la subver-


sión de los valores establecidos. Esto es, internalizando dichos va-
lores; es decir, “colocándolos” fuera de nuestro alcance consciente,
para dificultar el más posible su identificación y revisión.

Hay dos rasgos de género que propician nuestra subordinación.


El primero es la abnegación, lo que Marcela Lagarde2 llama “ser
para el otro”, que se traduce en un olvido permanente de nosotras
mismas, para volcarnos en la satisfacción de los elementos mascu-
linos que tenemos a nuestro alrededor, hasta el punto de reprimir
nuestros propios deseos y, en consecuencia, acabar no sabiendo
cuáles son, para hacer nuestros (creer que son nuestros) los “del
otro” y ocuparnos de satisfacerlos, logrando nosotros así una cier-
ta satisfacción. Esto produce un estado de frustración casi perma-
nente, en la medida en que no somos capaces de satisfacer nues-
tras necesidades. De este modo, finalizamos por no considerarnos
sujetos de deseo (ni de derecho), lo que nos lleva a no querernos
y a no cuidarnos. Debemos tener presente que esta construcción
nos afecta a todas, en mayor o menor medida, incluso a las femi-
nistas. En este sentido, aportan Jane Barry y Jelena Djordjevic3
el resultado de una investigación sobre el malestar, el estrés y los
procedimientos para sobrellevarlo, de más de 100 activistas de 45
países del mundo, en los que aparece perfectamente reflejada la
abnegación, entre otras claves.

Por otra parte, las mujeres, ya desde niñas, no podemos ser agre-
sivas. He ahí otra perversión, ya que la agresividad es un instin-
to natural que en los seres humanos se “activa” cuando algo nos
frustra; es decir, cuando alguna barrera se interpone en nuestro
camino hacia satisfacción de una necesidad, con la finalidad de
destruirla. Reprimir la agresividad supone que esta, por sí sola, se
redirecciona y se vuelve contra nosotras mismas, provocando que
nos hagamos daño, en este caso por acción.

2
Lagarde y de los Ríos, Marcela (2011), Los cautiverios de las mujeres: madresposas,
monjas, putas, presas y locas, Madrid, horas y Horas.  
3
Barry, Jane y Jelena Djordjevic (2009) ¿Qué sentido tiene la revolución si no podemos
bailar? Madrid: horas y Horas. 
[182]

Por tanto, es inconmensurable la cantidad y calidad de violen-


cias que implica patriarcalizar a una niña, desde que nace, para
que renuncie a sí misma, para que sea una hermana, una espo-
sa, una madre y una compañera complaciente y sumisa, que está
para servir y para tragar, que hace todo esto de buen grado y que
nunca protesta. Estas violencias van desde la reprobación de las
figuras de apego, fundamentalmente “mamá”4 , que le hace sentir
culpa “por desear”, hasta los cuentos y películas infantiles, cu-
yas protagonistas, niñas pobres convertidas en princesas por ser
“buenas”, príncipes que las salvan y les declaran su amor incon-
dicional y eterno, pasan a ser figuras de referencia (por tanto a
imitar) para las criaturas. De por medio se cruzan las enseñanzas
de la escuela, que excluyen a las mujeres y sus logros (científi-
cos, artísticos, políticos, etc.) de la historia de la humanidad, del
lenguaje y, desde luego, de la vida pública... y mucho más. Este
conjunto de elementos, que Pierre Bourdieu denomina violencia
simbólica contribuyen, por una parte, a crear una imagen arque-
típica de “mujer ideal”, acomplejada, reducida al campo privado,
abnegada y, en definitiva, ninguneada cómo ser humano... y todo
esto avala, a su vez, la creación de estructuras económicas, socia-
les y políticas que nos excluyen también, que menoscaban nuestra
valía y que nos relegan a hacer en el ámbito público (cuando nos
atrevemos a asomar) lo mismo que en el privado: renunciar, en
beneficio de los otros. Renunciar a asumir responsabilidades de
gobierno (de cualquier tipo), a pronunciarnos sobre lo que está
ocurriendo, a poner en valor el combate por nuestros derechos
y colocarlo por delante de otras “prioridades” (masculinas, claro
está) y a cobrar igual por hacer el mismo trabajo que los hombres.
Como decía Clara Campoamor en el año 1931, [A la mujer] se le
repitió en los más variados tonos que no entendía de un montón
de cosas, y aun no se le ha olvidado...

En suma, las violencias habilitadas por el patriarcado para do-


blegar la voluntad de las mujeres e (intentar) impedir que alcan-

4
“Mamá” es la principal figura de apego. No tiene que ser la madre biológica, ni si-
quiera tiene que ser una mujer. De hecho, hoy en día, hay “mamás” adoptivas, que
incluso son hombres. “Mamá” es la persona que desarrolla ese papel. 
[183]

cemos una posición de igualdad son muchas y muy diversas, e


impregnan toda nuestra vida, hasta el punto de hacer invisible a
nuestros ojos la mayor parte de sus formas y dimensiones, que-
dando con la idea de que la violencia machista se reduce al mal-
trato directo grave (físico, psíquico y sexual), lo cual nos aleja del
camino de su erradicación, porque deja sin abordar justamente
todo aquello que propicia dicho maltrato directo.

La punta de un iceberg...

La dimensión directa de la violencia es lo que conocemos común-


mente como maltrato y, aun siendo su forma más concreta y evi-
dente, el imaginario social deja fuera de esta apreciación la mayor
parte de sus expresiones, reduciéndola a las mediadas por el uso
de la fuerza y, en ocasiones, a ciertas verbalizaciones muy lesi-
vas para la mujer. Aún teniendo en cuenta que el maltrato pue-
de darse en cualquier tipo de relación (pareja, otros miembros
masculinos de la familia, amistades, compañeros de trabajo, etc.),
reflexionaremos sobre la que se da dentro de la pareja por ser el
objeto de la investigación de Tania, sin olvidar que las formas y
la evolución son semejantes en cualquier otra situación en la que
haya algún tipo de trato entre un hombre y una mujer.

El maltrato grave nunca comienza siendo “tan grave”; si así fue-


se, la inmensa mayoría de las mujeres en esta situación serían ca-
paces de interrumpir su relación con el maltratador la primera
vez que se produce. Por el contrario, sucede que la relación de
maltrato es gradual, empezando por cuestiones a las que (casi)
nadie les llama así, pero cuyos efectos se hacen notar en el menos-
cabo de la autoestima y de la confianza en sí misma de la mujer,
pero que no se ponen en relación con la causa que los provoca. Al
mismo tiempo aparece la culpa, en diversas formas (entre ellas la
vergüenza) y el deterioro de la estabilidad emocional va en au-
mento, parejo al aumento de las expresiones de maltrato. Para
cuando se produce la primera agresión manifiesta (a la que ya no
se le puede llamar otra cosa) la mujer ya tiene un bagaje de males-
tares (culpa, vergüenza, falta de confianza en sí misma, etc.) que
le dificultan la ruptura y la habilitación de las mínimas medidas
[184]

para protegerse. Así, el maltrato se instala definitivamente en la


relación, con todas las repercusiones que esto tiene para el bienes-
tar y para la vida de las mujeres que lo padecen.

Hace falta, por tanto, establecer lo que es y dónde comienza el


maltrato, como continúa y cuáles son sus repercusiones. En pri-
mer lugar, van desapareciendo las expresiones de buen trato y
de cuidado, cuando las hubo. Esto suele coexistir con manio-
bras de control (muchas veces a través del móvil), queriendo
saber dónde y con quién está, junto con ciertas observaciones
sobre el aspecto físico a través de comentarios (más o menos su-
tiles) acerca del atuendo, peinado, etc. Sigue con insinuaciones
sobre la falta de capacidad de la mujer para desarrollar algunas
actividades. El control del dinero, la ocupación de los espacios y
la intromisión en los tiempos propios acompañan el repertorio.
Al mismo tiempo, las presiones para tener relaciones sexuales
sin que ella las desee y/o para hacer prácticas que a ella le re-
sultan desagradables o simplemente no le apetecen, y para no
utilizar métodos de protección frente al embarazo o infecciones,
acompañan habitualmente la relación mediada por la violencia
directa.

Otra cuestión relevante, que puede producirse desde el primer


momento o algo más adelante es el aislamiento de la mujer. Por lo
regular comienza con la presión para que deje de ver a las perso-
nas con las que se relaciona socialmente, después las amistades y
por último a familia. No es frecuente que se trate de una prohibi-
ción expresa y tajante, al menos en los primeros momentos; más
bien son una serie de maniobras sutiles, proponiendo otros planes
cuando ella se dispone a visitar amistades o familia, de chantajes
(también sutiles) para que ella esté más tiempo a su lado, para que
no lo deje sólo, etc., acompañados de una serie de descalificacio-
nes, más o menos explícitas, de la gente que la rodea. A veces no
llega a producirse la prohibición manifiesta, porque “no es nece-
saria”, ya que logra que la mujer se aísle por aparente voluntad
propia. Este aislamiento social tiene ciertas peculiaridades en el
caso de las mujeres migrantes, que no tienen al lado la familia de
origen y cuyas relaciones sociales y amistades son las de él, hasta
[185]

el punto de que el aislamiento ya viene dado por estas circunstan-


cias. Pero también se produce como consecuencia del maltrato,
como muy bien sitúa Tania: el miedo a que él quede mal delante
de la gente y, en consecuencia, de tener que disculparlo, o incluso
el miedo a que haga daño a las personas con las que se relacio-
na (previa amenaza de él) hace que la mujer, que ya asumió que
el hombre tiene que estar presente cuando se relaciona con las
demás, no se anime o sienta miedo de salir en grupo o a invitar
gente a la casa, por ejemplo.

El maltrato más grave, los insultos, los desprecios, las humillacio-


nes, las amenazas y el encierro, y posteriormente los golpes y las
violaciones, vienen tras lo proceso anterior y coexisten con este,
causando lo deterioro definitivo del bienestar. Conviene destacar
el efecto paralizante de las amenazas, principalmente si son ines-
pecíficas: las mujeres no saben qué les va a hacer y, como le expre-
saban la Tania muchas de las usuarias de la Casa Malva, el simple
hecho de escuchar el ruido de las llaves para abrir la puerta, ya las
bloquea. Esto adquiere tintes especiales en el caso de las mujeres
migrantes, que reciben amenazas de deportación y de no volver a
ver las hijas e hijos ya que, al no conocer sus derechos, creen que
realmente les puede suceder esto.

Como decíamos al inicio, habitualmente sólo se considera mal-


trato, violencia de género o violencia machista esta última parte
y, por tanto, sólo se ve la punta del iceberg; incluso las mujeres
que viven este tipo de situaciones lo ven así. De hecho, en mu-
chos casos, colocan su comienzo tras la boda o tras la llegada de
la primera hija o hijo, obviando en esta retrospección todo lo que
lo precedió.

Buena parte de las repercusiones de la violencia


sobre el bienestar de las mujeres (también) están
invisibilizadas...

Igual que la mayoría de las manifestaciones de la violencia ma-


chista están invisibilizadas, también lo están las repercusiones
que tiene para la salud y el bienestar de las mujeres, y de las
[186]

criaturas. Así, se identifican siempre como tales repercusiones


los traumas físicos de cualquier tipo (abortos de las mujeres
gestantes incluidos) y sus secuelas, con la discapacidad que
provocan, pero no ocurre lo mismo con la mayor parte de las
enfermedades y disfunciones causadas por la situación de mal-
trato, independientemente del grado en el que este se produce.
Esta invisibilización promueve que las propias mujeres no re-
lacionen sus malestares con la causa que los provoca, que tam-
poco lo hagan las personas vinculadas con ellas y que el propio
personal sanitario “no se entere” de la situación de violencia
machista en la que vive cuando la queja que expresa en la con-
sulta no se refiere directamente a la situación por la que está
pasando.

Ya en el año 2003, la OMS5 hizo público un catálogo de enfer-


medades y disfunciones debidas a la situación de violencia ma-
chista, en la que se pueden ver, más allá de los traumas físicos y
sus secuelas, cuadros tales como el síndrome de dolor crónico,
fibromialgia, trastornos funcionales del aparato digestivo, o sín-
drome del colon irritable. Al mismo tiempo, aparecen en el lista-
do problemas sexuales y reproductivos, tales como disfunciones
sexuales (falta de deseo, dispareunia, vaginismo, anorgasmia),
complicaciones del embarazo, aborto espontáneo, infecciones de
transmisión sexual (entre ellas por el VIH-SIDA) y embarazo no
deseado. También trastornos emocionales y conductuales, como
autoestima baja, depresión y ansiedad, trastornos de los hábitos
alimentarios y del sueño, sentimientos de vergüenza y culpabi-
lidad, fobias y trastorno por pánico, y trastorno por estrés pos-
traumático (hoy acuñado como síndrome de la mujer maltratada
“SIMAM”), abuso de alcohol y otras drogas, autoagresiones y
suicidio.

Buena parte de dichas repercusiones físicas y emocionales están


en relación con la situación de maltrato y también con la tenden-
cia autoagresiva de las mujeres, en razón de la construcción del

5
Organización Mundial de la Salud - Organización Panamericana de la Salud (2003).
Publicación Científica y Técnica nº 588. OMS: Washington D.C. 
[187]

género en femenino. Como apuntaba Emilce Dio Bleichman6


ya a comienzos de los años ‘90 del s. XX, respecto al desarro-
llo de la depresión (que en las mujeres abarca más del 70% de
la casuística total). Podríamos decir que si normalmente reac-
cionamos ante la frustración reprimiendo la agresividad, que se
redirecciona hacia nosotras mismas, en las situaciones de mal-
trato la frustración es mucho mayor y, por tanto, también lo es la
autoagresividad.

Otra cuestión a considerar son las repercusiones que la situación


de violencia tiene para las hijas y hijos de la pareja, también invi-
sibilizadas en su mayoría y en todo caso reducidas a los traumas
físicos cuando son maltratadas directamente también, o a la re-
producción de la situación de maltrato en la edad adulta, relación
descartada, como muy bien explica la autora en el capítulo 1, en el
que también deja claro que las repercusiones para la salud física,
emocional y social de las niñas y niños se producen siempre, más
allá de que el maltrato directo recaiga (también) sobre ellas.

La investigación coordinada por Sofia Czalbowski7, precedida


por el trabajo de Liliana Orjuela y otras8, dejan perfectamente
claro que dichas repercusiones tienen lugar ya desde lo propio
período fetal, debido al estrés de la madre, y que provocan alte-
raciones del desarrollo del sistema nervioso y parto prematuro,
entre otras. Después del nacimiento y desde edades muy tem-
pranas, se producen porque las criaturas ven, porque escuchan,
porque intuyen... y todo esto produce miedos, angustia y culpa,
configurando una situación emocional traumática que las marca
profundamente, en ocasiones para toda la vida, si no se aborda, y
que da lugar a diversos trastornos. Podríamos decir que la familia
pierde su carácter protector y esto genera inseguridades, miedos
y culpas, llevando con frecuencia las criaturas a hacer el papel de

6
Dio Bleichmar, Emilce (1991). “La depresión en la mujer”. Revista de la Asoc. Espa-
ñola de Neuropsiquiatría, XI:31. 1991 (p. 283-287).  
7
Czalbowski, Sofia et. al. (2015). Detrás de la pared: una mirada multidisciplinar acerca de
los niños, niñas y adolescentes expuestos a la violencia de genero. Bilbao: Desclee de Brouwer.
8 Orjuela, Liliana et. al. (2007). Manual de atención a niños y niñas víctimas de VGP en el
ámbito familiar. Vitoria: Gobierno Vasco.  
[188]

madres y padres de las hermanas y hermanos más pequeños e


incluso de la madre, a la que sienten la necesidad de proteger.

Sin entrar al detalle en el catálogo de trastornos que la violencia


directa provoca en las criaturas (exhaustivamente desarrollado
por Tania en el capítulo 1), sí debemos recordar que es relativa-
mente frecuente la represión (y por tanto el olvido) de la narrativa
del maltrato. Esto propicia que las alteraciones y trastornos conse-
cutivos a éste se presenten años más tarde, en la adolescencia o en
la edad adulta cuando, por ejemplo, se ven en la situación de tener
que cuidar del padre, mayor o enfermo y falto de autonomía.

La culpa, una emoción compleja que dificulta e


incluso impide el bienestar...

La culpa es una emoción demoledora. Su complejidad estructu-


ral hace que, en ocasiones, resulte muy complicada de abordar,
ya que parte de los elementos que la forman y las causas que la
provocan pueden quedar fuera de nuestro alcance consciente.

Sentimos culpa cuando transgredimos alguna de nuestras “nor-


mas morales”, o cuando nos alejamos de algún rasgo de nuestro
“ideal de EGO”. Teniendo en cuenta que ambas construcciones
residen en el inconsciente, no siempre resulta fácil identificar que
fue exactamente lo que transgredimos o de qué nos alejamos,
cuánto más si tenemos en cuenta que creemos tener “superados”
algunos de estos valores y rasgos. Haremos uso de un ejemplo
concreto para verlo más claramente: ante la posibilidad de salir
de noche a tomar una copa con un amigo, sin nuestra pareja, po-
demos sentirnos bien y hacerlo, disfrutando del momento; pode-
mos sentirnos mal, porque pensamos que no es legítimo hacerlo,
en cuyo caso no salimos... o podemos pensar que es legítimo y
salimos, pero algo nos hace sentir mal; estamos tensas, notamos
algún tipo de malestar y, desde luego, no disfrutamos del mo-
mento; de hecho estamos deseando irnos a casa... y no atribuimos
nuestro malestar al hecho de estar tomando la copa, porque pen-
samos que es legítimo hacerlo. Esta tercera posibilidad es la más
perturbadora para nosotros, porque no llamamos culpa a lo que
[189]

sentimos, ya que no hay una componente consciente de remordi-


miento o de arrepentimiento y, en consecuencia, no vinculamos
el malestar con la causa que lo provoca. Probablemente sentimos
miedo de que pase algo malo, sin poder precisar qué será, y nece-
sidad de protegernos para aliviar esta tensión, aunque sólo somos
capaces de “saber” que queremos irnos a casa. Debemos buscar
la explicación de esta perturbación emocional en el hecho de que
quizás estamos transgrediendo uno de los llamados “mandatos de
género”, en este caso incumpliendo uno de los rasgos del “ideal
de EGO”, ya que una buena mujer está en su casa por la noche
y, de salir, lo hace con su pareja, porque éste se lo pide; también
estamos transgrediendo una norma moral, que en este caso se-
ría dejarlo sólo en casa, probablemente sufriendo por nuestra
ausencia y preocupado por si nos pasa algo, y nuestro deber es
procurar su bienestar (aún a costa del nuestro). Luego, por qué
pensamos que hacemos bien? Probablemente la respuesta está en
que creemos tener resuelta la contradicción, en la medida en que
la racionalizamos en los términos idóneos... pero no hemos asu-
mido nuestro derecho a tener deseos y a hacer lo necesario para
satisfacerlos...

Todas las personas, especialmente las mujeres, sentimos culpa en


muchas ocasiones, aunque no siempre le llamemos así. Podemos
sentirla en su forma más genuina, esto es, tenemos consciencia de
que hemos hecho (o hemos pensado, o deseado) algo “indebido”,
o de que no hicimos algo que “debíamos”, nos arrepentimos y
sentimos desazón o angustia, dependiendo de la gravedad que
subjetivamente le atribuyamos a la acción o a la omisión. En cual-
quier caso, este conjunto de pensamientos y emociones nos llevan
a la necesidad de un “castigo” que actúa a modo de “penitencia” y
que nos alivia. Sin embargo, muchas veces, la culpa no va acom-
pañada de la consciencia de haber hecho algo indebido, por lo
que no son visibles los elementos de remordimiento y arrepenti-
miento; en estos casos se producen la desazón o la angustia y la
necesidad de castigo –al que no le damos carácter expiatorio por-
que conscientemente no tenemos nada que expiar–, que situamos
en la cercanía de algún desastre o desgracia personal, por ejemplo
una enfermedad grave o un accidente propio o de alguna perso-
[190]

na con la que tengamos un alto grado de apego. Esto aumenta


la angustia, pudiendo provocar a su vez abatimiento y también
llegar a la desesperación. Al mismo tiempo, la frustración puede
aumentar por la sensación de inevitabilidad de la consecuencia,
en cuyo caso, la suma con los elementos anteriores (culpa y abati-
miento) da lugar a la amargura, que nos impide cualquier tipo de
satisfacción e incluso nos induce a no permitírsela a las personas
que nos rodean... y esto aumenta la culpa, cerrando así un círculo
perverso del que la mayoría de las veces tenemos serias dificul-
tades para salir. En definitiva, la culpa impide el bienestar hasta
el punto de que el propio deseo de sentirnos mejor hace que nos
sintamos más culpables.

Por último, cuando la culpa nos lleva a anticipar subjetivamente


el escarnio por parte de alguna persona o de la sociedad en gene-
ral, toma una forma muy concreta: la vergüenza. Así, al pudor
(de por si impunitivo), y al miedo al ridículo y a la humillación,
se le suma la culpa por hacer u omitir aquello que consideramos
socialmente reprobado. No tener en cuenta estas cuestiones nos
condena a prescindir de hacer cosas que nos producirían satis-
facción (o, cuando menos, que disminuirían nuestro malestar),
porque la vergüenza es probablemente la construcción emocional
con mayor capacidad para cohibir nuestra conducta.

La culpa alcanza cotas inimaginables en las mujeres


que están en situación de maltrato...

La culpa es una de las claves fundamentales (sino la CLAVE) en


la generación y en el desarrollo de la violencia machista directa.
En su origen, y antes de la relación perversa, se sitúa en nuestra
tendencia a la perfección, al deseo de ser esa “mujer ideal”, esposa
y madre abnegada, escrupulosamente cumplidora de sus debe-
res, que lleva a cabo con gusto; que siempre tiene una sonrisa y
una buena cara, que nunca se cansa y que siempre está dispuesta
a echar una mano... las veinticuatro horas del día. Aunque todo
esto (junto) parezca inalcanzable, nosotras intentamos conseguir-
lo y, cada vez que nos alejamos de esta meta, aparece la culpa.
Culpa de fracasar como mujeres, culpa de tener éxito como pro-
[191]

fesionales, culpa de agasajarnos, cuando el regalo tendría que ser


para él o, más aún, para nuestras hijas e hijos, culpa de cuidarnos
y, en suma, culpa de sentir placer por haber satisfecho alguna de
nuestras necesidades.

Los problemas adicionales empiezan cuando la relación de pareja


se construye con un hombre de los que cumplen el perfil psicoló-
gico de maltratador, que comentábamos al inicio de este epílogo
[profundamente egocéntrico y posesivo, intolerante con la frus-
tración y falto de control en cuanto a la emisión de su agresivi-
dad cara quienes lo rodean]. En estos casos, la culpa de no ser
perfecta se concreta (y se amplía) ya en las primeras expresiones
de maltrato: es decir, en la desaparición paulatina del buen trato.
Así, ante la merma de las muestras de cuidado, con el consiguien-
te vacío emocional que estas provocan, la mujer suele buscar la
causa en su propio comportamiento (se echa la culpa), el control
al que es sometida de mil maneras es interpretado subjetivamente
como una muestra de amor al que debe corresponder atendiendo
las demandas de su pareja, incluso anticipándose a ellas para que
él no tenga que reclamárselas y, cuando este control comienza a
resultar asfixiante, se siente culpable de no poder corresponder o
de hacerlo a regañadientes. Los comentarios despectivos o desca-
lificadores sobre su aspecto físico la llevan a sentir inseguridad de
su imagen y culpa por no estar a la altura del que él espera de ella,
anticipando muchas veces una infidelidad como consecuencia.
Los comentarios sobre su falta de valía para hacer ciertas cosas (o
todas las cosas) que “le corresponden” le hacen sentir culpa, por
sus propias limitaciones y con frecuencia anticipa el abandono
por “no estar a la altura”. Ante el control sobre el dinero, se siente
mala administradora o malgastadora, y a esta culpa se le añade la
de cargarlo a él con la responsabilidad de administrar el dinero,
más allá de las que ya tiene que asumir.

Cuando comienzan los insultos y las descalificaciones manifies-


tas, siente culpa por ser así, como él le está diciendo que es, o por
haberle hablado inadecuadamente, o “por provocarlas”, aunque
no sepa muy bien de qué manera las provocó. Cuando comienzan
los golpes la historia de la culpa vuelve a repetirse, atribuyéndose
[192]

a sí misma haber causado el acceso de ira y, en consecuencia, la


agresión. Culpa por no hacerle más caso, culpa por no tener deseo
sexual o no querer hacer determinadas prácticas, culpa por no
querer quedar embarazada, aunque sea por miedo a que él (tam-
bién) maltrate a la criatura.

La vergüenza, como construcción peculiar, aparece cuando se


producen los desprecios, las descalificaciones y las humillaciones,
y sobre todo cuando temen que las personas que las rodean se-
pan de la situación de maltrato... porque “no tienen la valentía y
la dignidad de romper con la situación”, porque (si la rompen)
“tendrían que haber aguantado algo más”, porque “algo harían
para merecerlo”, o porque “tendrían que reservar ese asunto de
puertas para dentro”, sin que la gente se lo sepa, ya que “los tra-
pos sucios se lavan en casa”.

Así confluyen los tres tipos de culpa de los que Tania habla en el
capítulo 1, tras los hallazgos de una investigación en la que par-
ticipó (la impuesta por el maltratador, la reactiva y la social) a los
cuales le hay que añadir la, llamémosle “culpa de ser y culpa de no
ser” connatural a la construcción del género en femenino.

Romper la relación de maltrato...

Una de las cuestiones que señala la autora en cuanto a las reper-


cusiones del maltrato es el llamado Síndrome de Indefensión
Aprendida, que induce la mujer a no plantarle cara al proble-
ma, a no defenderse ni protegerse, porque no sabe cómo, ni
muchas veces de qué, dado lo imprevisible de la conducta del
maltratador. Esto aumenta el miedo hasta cotas de pánico y di-
ficulta mucho la reacción (también la de huida) en la medida
en que la bloquea. De este modo, el abandono de la casa sólo
es posible cuando la mujer logra distanciarse un poco (sola o
con la ayuda de alguien) y diseña una táctica para huir de casa
sin correr demasiado peligro. Podemos decir, por lo tanto, que
el miedo induce a permanecer al lado del agresor y, a su vez,
propicia la ruptura. Todo depende de las cotas de miedo y de las
circunstancias.
[193]

Otro elemento que dificulta la ruptura es la culpa. Al bagaje


acumulado durante años, hay que sumarle, en este caso, los
chantajes del hombre para evitar la separación, concretadas en
hacerle creer que no va a ser capaz sin ella, que no va a sobrevi-
vir, o incluso que puede llegar a cometer una locura (refiriéndo-
se la un hipotético suicidio) si ella lo deja. Al mismo tiempo, las
amenazas con hacerle daño a los hijas e hijos de ella se va, hacen
que la mujer anticipe la culpa que sentiría si esto sucediera. Por
tanto, la culpa (sentida o anticipada), supone un freno para la
separación.

La existencia de hijas e hijos actúa también de una manera ambi-


valente. En los primeros tiempos de maltrato (así llamado ya por
la propia mujer), las criaturas la inducen a quedar (por lo menos
hasta que sean un poco mayores), por miedo a no poder mante-
nerlas, por miedo a que sufran, por la anticipación de la culpa de
no poder ella sola con todo. Por otra parte, el miedo a que el padre
las maltrate (o las asesine), o a que presencien alguna brutalidad
hacia ella y se traumaticen las induce a marchar... y en esta otra
ambivalencia reside otra clave de la ruptura.

El papel de la familia y de las amistades puede ser diverso, desde


lo apoyo incondicional hacia la mujer (aunque ésta se hubiera dis-
tanciado anteriormente), hasta el alejamiento del problema (y de
la mujer), que consideran cosa de ella, pasando por aquellas que
consideran que debe aguantar por las hijas e hijos, por la presión
social del qué va a pensar la gente, etc. En cualquiera caso, familia
y amistades pueden facilitar o dificultar la separación del agresor
según el modelo de relación con la mujer y también ¡cómo no!, de
su ideología.

Finalmente, cuando la mujer toma la decisión de irse, no tarda


mucho en comprobar que el maltrato continúa tras la ruptura y,
en consecuencia, persisten también miedo, la culpa y la angustia.
Las amenazas hacia ella y hacia sus hijas e hijos, la presión sobre
las criaturas para volverlas contra la madre, los intentos de ma-
nejar recursos como el SAP para obtener la custodia y un largo
etcétera, la sitúan en posición de vulnerabilidad, lo que aumenta
[194]

la necesidad de una intervención integral para ayudarle a recons-


truir su vida.

Un dispositivo de acogida no es un hotel...

Otra de las reflexiones importantes es la que hace la autora sobre


la concepción de las Casas de Acogida, de acuerdo con los objeti-
vos de la intervención. La necesidad de que esta sea integral, que
ayude a las mujeres a recomponer su vida y que, en definitiva, sea
promotora de salud, implica que no sirve cualquier dispositivo,
sino que éste debe contar con un modelo de intervención y con
profesionales cualificadas y formadas en género.

Por desgracia no son muchos los recursos de acogida que cuentan


con estos elementos. Uno de los que sí, es la Casa Malva de Gi-
jón, que se aleja por completo de aquellas “casas refugio” de los
años ‘80 y ‘90 del s. XX, invisibilizadas a los ojos de la sociedad y
que funcionaban en un régimen casi clandestino, con consiguien-
te menoscabo de la autoestima y de la dignidad de las mujeres
usuarias y también de las trabajadoras, que se veían obligadas la
“no decir” (unas donde moraban y otras donde trabajaban), por
motivos de seguridad cuando, en el fondo, la existencia e incluso
la situación de dichos refugios era conocida por toda la gente. Por
el contrario, la Casa Malva (y algunas más en el resto del Estado)
es un lugar visible, tanto por el conocimiento de la actividad que
allí se desarrolla, como por su propia infraestructura, con espa-
cios propios para las mujeres y las criaturas, y espacios comunes
para las actividades y las relaciones entre ellas, pintada de colo-
res vivos y luminosos, y con una organización de los tiempos que
permite la reflexión.

En cualquier caso, debemos considerar que un dispositivo de


acogida es un lugar que proporciona seguridad y tranquilidad a
las usuarias, también es un lugar donde residen temporalmente,
solas o con sus hijas e hijos, pero estas apreciaciones no pueden
llevarnos al error de considerarlo como una especie de cueva don-
de esconderse, ni como un gueto donde quedar aisladas, ni como
una pensión donde vivir. Una Casa de Acogida es mucho más.
[195]

Es un lugar donde las mujeres se recuperan, reconstruyen su au-


toestima, la confianza en sí mismas y la seguridad, donde apren-
den a relacionarse en otros términos e incluso donde (o desde
donde) se forman para conseguir un futuro laboral que les per-
mita la autonomía económica y vital que necesitan. En cualquier
caso debe ser un lugar visible para la comunidad en la que se sitúa
y con la que debe interactuar.

Por tanto, un refugio o una residencia se diferencian de un dis-


positivo de acogida del tipo de la Casa Malva en que en éste se
desarrolla una intervención con las mujeres y dicha intervención
es interdisciplinar e integral. Como muy bien señala la autora,
por una parte, el hecho de las mujeres dispongan de asistencia
jurídica, hace que disminuya su miedo, teniendo en cuenta que
se enfrentan a un proceso judicial que les provoca (como míni-
mo) incertidumbre, y que la situación de maltrato de prolonga
más allá de la ruptura de la relación, con chantajes y amenazas,
y con la utilización de las criaturas para perjudicarlas de muchas
maneras. Por otra parte, el asesoramiento para la búsqueda de sa-
lidas formativas, de empleo e incluso de ayudas económicas y de
vivienda, aumenta su seguridad y la esperanza de una vida mejor
que la que habían llevado hasta su separación del agresor. Por otra
parte, la coordinación entre las diferentes instancias, implica que
las mujeres no se ven obligadas a estar repitiendo su historia de
lugar en lugar, con la revictimización que esto supone. Aun así,
debemos tener en cuenta que este problema no está totalmente
resuelto, ni en la Casa Malva, ni mucho menos en otros dispositi-
vos menos apropiados, y que esta es una de las grandes cuestiones
pendientes.

En todo caso, la seguridad que les proporciona a las mujeres dis-


poner de los recursos comentados, facilita la intervención psico-
lógica, que es la otra piedra angular que distingue el trabajo en los
dispositivos del tipo de la Casa Malva. En este sentido, debemos
considerar que toda la interacción entre las educadoras y las mu-
jeres usuarias (y de estas entre sí) es terapéutica, más allá de la
psicoterapia formal que se desarrolla específicamente para ayu-
darles a resolver el cuadro de alteración emocional que presenten.
[196]

Esto se debe, por un lado, a la actitud de respeto y de apoyo de las


trabajadoras, y por el otro al beneficio que supone para las muje-
res poder iniciar un tipo de relaciones mucho más saludables con
las demás, con las que comparten narrativas vitales comunes y
correlatos emocionales iguales o diferentes, cosa que, a su vez, les
ayuda a aceptar y a normalizar su subjetividad, al comprobar que
pueden sentir de manera diferente a las demás y no por ello son
“bichos raros”, y sobre todo asumen que nadie tiene que decirles
lo que deben sentir en cada momento.

A su vez, la intervención integral debe asentar sobre las bases


de un modelo que aborde simultáneamente todos los elementos
de las actitudes (el afectivo, el cognitivo y el conductual), y debe
diseñarse y desarrollarse desde la perspectiva del género. Como
indica la autora, cuando las profesionales tienen formación en gé-
nero aumenta la calidad de la intervención y la falta de la dicha
perspectiva aumenta el sufrimiento de las mujeres y de las cria-
turas. Por tanto, otra de las claves fundamentales en el abordaje
de la problemática de las mujeres en situación de maltrato, es la
formación en género de todas las profesionales que intervienen,
y esto debería ser así desde su propia formación inicial (en los es-
tudios previos), como en la continuada, durante el ejercicio de su
profesión. Esta cuestión ya fue recogida explícitamente en la Ley
de 20049 y sistemáticamente incumplida desde su promulgación,
en este y en otros apartados.

Otro de los aspectos relevantes de la intervención incluye las cla-


ves sobre el papel de las educadoras y demás personal que trabaja
con las mujeres y con las criaturas. En este sentido, destacamos la
sensibilidad, el respeto y la empatía como cualidades fundamen-
tales del (buen)trato, que permiten establecer relaciones simétri-
cas (y en consecuencia democráticas), a su vez imprescindibles
para la recuperación de la autoestima y del aprecio por sí mis-
mas, y para la reconstrucción de su identidad personal libre de
taras impuestas por el patriarcado en general, y por la situación de

9
Art. 3.7 y art. 7 de la LEY ORGÁNICA 1/2004, del 28 de diciembre, de medidas de
protección integral contra la violencia de género. 
[197]

violencia que estuvieron viviendo en particular. En suma, son las


mujeres las protagonistas indiscutibles de su proceso de cambio,
en el que las educadoras juegan un papel de acompañamiento,
respetando el ritmo de cada una, facilitando la reflexión y, a su
vez, revisando continuamente sus propias posiciones (y contra-
dicciones) de género.

Avances y retrocesos en el abordaje de la violencia


machista

No voy a abundar aquí en la relevancia del papel que el Movi-


miento Feminista vino jugando respeto a la habilitación de los
recursos existentes contra la violencia machista y a favor de las
mujeres que la sufren (entre otras muchas cosas), porque ya lo
explica perfectamente la autora en el capítulo 2. Simplemente co-
mentar una vez más que la existencia de recursos de acogida y
de apoyo, la calidad del trabajo que desarrollan (hasta donde fue
posible conseguirla) y, en general, la construcción de las medidas
de ayuda, fue y está siendo posible gracias al debate, a la lucha y la
presión que el movimiento fue capaz de hacer desde sus comien-
zos... y la Casa Malva es un ejemplo de todo esto.

Al mismo tiempo, no podemos dejar de señalar, una vez más, una


cuestión relevante (y ya explicada por Tania) sobre los retrocesos
en materia de igualdad en general y de recursos contra la violen-
cia machista en particular. Se trata, nada más y nada menos, que
de la respuesta del sistema ante los avances de las mujeres en la
consecución de los derechos de ciudadanía. Se les llame recortes
económicos debidos a la “crisis”, se les llame medidas reacciona-
rias del gobierno de la derecha, o se les llame cómo se quiera, el
patriarcado se resiste a aceptar el camino de la igualdad que em-
prendemos hace siglo y medio, y va poniéndonos todas la trabas
posibles para avanzar.

En lo que se refiere a la lucha contra las violencias machistas, no


podemos perder de vista que dichas trabas aumentan mucho el
(ya grande) sufrimiento de millares de mujeres y criaturas, que
ven las enormes dificultades para conseguir empleo, ayudas eco-
[198]

nómicas, y vivienda; que sufren más aún cuando comprueban


la falta de atención específica en materia de salud; que constatan
como cada vez es más complicado que dicten órdenes de protec-
ción... en suma, que ven como su situación está siendo cada vez
menos atendida por los poderes públicos. Todo ello aumenta su
sensación de indefensión y, en consecuencia, su inseguridad.

Por otra parte, la Ley de 2004, que ya no era ninguna maravilla y


que (más allá de esta consideración) fue incumplida en sus apor-
taciones más elementales10, incluso por el propio gobierno que la
redactó y, desde luego, por los sucesivos. Al mismo tiempo, con
los diversos recortes de contenido que sufrió (por los gobiernos
de la derecha) en cuanto a la consideración misma de lo que se
entiende por “violencia de género”, impide el acceso de las mu-
jeres a la protección y a las ayudas en supuestos anteriormente
considerados cómo tales, que nos llevan a calificar dicha ley de
una trampa perversa, y su perversión consiste en que, al tiempo
que privan a las mujeres de la ayuda que precisan, vacía de conte-
nidos el término; así, al excluir muchos supuestos de violencia de
género, hace que se perciba que dicha violencia disminuyó y, por
tanto, que muchos de los recursos que se habían ido habilitando
en su día para combatirla resulten innecesarios. Todo esto hace
imprescindible que desde el feminismo continuemos con la pre-
sión, por un lado para que se cumpla la Ley (que no se cumplió
nunca) y por el otro para que se revise su articulado, para adap-
tarla a las necesidades reales que implica el problema.

No obstante, el gobierno sigue intentando “cubrir el expedien-


te”, lanzando campañas para que las mujeres denuncien su si-
tuación... y lo hace de mil maneras distintas, que en ningún caso
incluyen la coherencia con las medidas que los poderes públicos
deberían tomar, en consonancia con la situación denunciada.
Como muy bien apuntaba Marcela Lagarde: un gobierno que
anima las mujeres a denunciar y después no toma todas las medi-
das a su alcance para protegerlas, es un auténtico irresponsable.

10
Ver artículos 1 a 16, referidos a la sensibilización y a la formación en los ámbitos edu-
cativo, sanitario, profesional y de los medios de comunicación.
[199]

Por otra parte, la supresión de buena parte de los dispositivos pú-


blicos de igualdad, los recortes de personal en los que aún quedan
y, en todo caso, la falta de atención a la formación de las profesio-
nales (insistentemente demandados por éstas), dificulta mucho
una intervención efectiva e incluso la prevención de un montón
de casos de violencia grave.

Pero las políticas misóginas y reaccionarias del gobierno para ha-


bilitar y desarrollar las reformas estructurales necesarias no son el
único freno. En este sentido, nos preocupa mucho la cantidad de
indicadores de resistencia que nos dan ciertos sectores sociales,
manifestados a través de expresiones tales como las de las denun-
cias falsas (el cuestionamiento de las mujeres denunciantes), la
culpabilización de las mujeres, nombradamente en el caso de las
agresiones sexuales (el cuestionamiento de la legitimidad de las
mujeres para decir “no”), el impulso a una ley de custodia com-
partida impuesta e incluso lo manejo del Síndrome de Alienación
Parental (SAP) que, a pesar de estar excluido de los catálogos de
trastornos mentales, sigue siendo utilizado (y en ocasiones admi-
tido) en los juzgados.

En suma, como mujeres, como feministas y como profesionales


seguimos teniendo que enfrentar cada día un montón de proble-
mas y dificultades para avanzar en el camino. Por eso es tan im-
portante que tengamos presente la necesidad de no desfallecer
ni claudicar, porque esta lucha es una carrera de fondo para la
que precisamos estar preparadas, y tener muy claro que cada re-
troceso, cada estancamiento, cada dificultad impuesta, van a ser
respondidas por el Movimiento Feminista.

Los tiempos de las mujeres: las actividades de


esparcimiento como recurso para la recuperación

La habilitación de tiempos, espacios y actividades para el espar-


cimiento es uno de los pilares (sino el pilar) de este trabajo, que
analiza pormenorizadamente este recurso y los beneficios que
produce para el proceso de recuperación y en la (re)construcción
del bienestar de las mujeres. Por tanto, explica y argumenta la
[200]

necesidad de promoverlo y, más allá de esto, de propiciar que las


mujeres lo incorporen a su (nueva) vida diaria, una vez que se
instalen fuera de la Casa Malva.

El término “lecer” (esparcimiento, en gallego) procede de la pa-


labra latina licere (estar permitido) y el término “ocio” de la pa-
labra, también latina otium (descanso). La propia acepción eti-
mológica nos permite reflexionar sobre su conciliación con los
preceptos patriarcales... ¿qué es lo que nos está permitido a las
mujeres?, ¿el descanso?, ¿qué clase de descanso?, ¿la decisión de
dedicar nuestro tiempo propio a hacer lo que nos guste?, pero,
entonces... ¿tenemos un tiempo propio? Si partimos de la base de
que algunos de los rasgos del arquetipo “mujer” están en relación
con la diligencia y con la ocupación permanente de su tiempo y
de su energía (en el servicio “de los otros”), podemos concluir
que ambos términos (esparcimiento y ocio) están reservados a los
hombres, según la ideología patriarcal.

Las razones de esta sutil prohibición para las mujeres radican


precisamente en los beneficios que produce el ocio. Como explica
la autora, ayuda, entre otras cosas, a aumentar la sociabilidad y a
construir redes de apoyo, aumenta las posibilidades de desarrollo
personal y a reencontrarse con una misma. Precisamente aquello
que contraviene los preceptos patriarcales, imprescindibles para
la supervivencia del sistema: relegar las mujeres a lo privado, ais-
larlas a unas de otras, evitar que tengan deseos propios y, en cual-
quiera caso, que los satisfagan.

Por otra parte, el esparcimiento precisa de espacios y tiempos, ele-


mentos que también nos han sido negados desde siempre, con-
siguiendo que no sintamos la necesidad consciente de tenerlos,
igual que ocurre con el resto de los deseos. No importa que ten-
gamos derecho a un espacio propio, ni siquiera importa que lo
precisemos; siempre finalizamos por arreglarnos con los rincones
de la casa, incluso compartidos. Aún recuerdo el asombro que
me causó la primera visita a la Casa Museo de Rosalía de Castro;
íbamos acompañadas por una profesora. Cuando finalizó la visita
le pregunté por el despacho de Rosalía, ya que el de Murguía es-
[201]

taba allí, perfectamente amplio, iluminado, amueblado y dotado


de biblioteca... ella contestó que Rosalía no tenía despacho, que
escribía a la orilla del río o, si estaba mal tiempo, en la misma coci-
na de la casa... ¡¿pero si ella era mucho más importante que él?!...
pues así era a cosa.

Tampoco importa que precisemos un tiempo propio, pues no lo


tenemos garantizado, porque la labor de cuidados requiere nues-
tra disponibilidad las 24 horas y, por tanto, cuando disponemos
de un momento, sabemos que este puede ser interrumpido si sur-
ge cualquier cosa, independientemente de su urgencia o relevan-
cia. Incluso el esparcimiento de la familia se desarrolla muchas
veces expropiando el tiempo de las mujeres, como demuestra el
hecho de ser ellas las que se encargan de toda la intendencia y la
logística en las vacaciones o en las escapadas de fin de semana
(haciendo las maletas, organizando el viaje, cocinando, etc.).

Con todo este aparato de violencia simbólica incrustado en nues-


tro inconsciente (individual y colectivo) disponemos del necesa-
rio para subordinar nuestro esparcimiento a cualquier otra cosa
porque, no hacerlo, implica culpa, en este caso vinculada con
esa construcción perversa que dice, más o menos, no es legíti-
mo construir nuestro bienestar a expensas del malestar de otras
personas (en este caso de la familia). La perversión de esta cons-
trucción radica precisamente en el significado que se le da, ya
que, hablando de las mujeres, se entiende que su bienestar queda
colocado siempre por debajo del bienestar de los demás y, en con-
secuencia, son los demás quien construyen éste a expensas del de
las mujeres.

La efectividad de los procedimientos patriarcales para resolver


esta cuestión (y muchas otras) se basa en que la presión de la cul-
pa y de la angustia que ocasiona transgredirlos lleva a reprimir
(más una vez) los propios deseos, sublimándolos posteriormente
(también de manera inconsciente) cara cosas más tolerables. Así,
por ejemplo, terminamos por identificar el trabajo de casa con
experiencias parcialmente placenteras, tal como indican algunas
de las mujeres entrevistadas por Tania, cuando ésta les pregunta
[202]

por cosas que les gusta o gustaría hacer: cocinar (cuando están de
“bajón”) o hacer limpieza general (cuando están frustradas o muy
tensas por algún motivo). Incluso, las que indican que les gusta la
música, dicen que la escuchan mientras hacen las tareas de la casa.

Por otra parte, hay factores estructurales (de violencia estructu-


ral) que coactúan con todo el anterior para dificultar las activida-
des de esparcimiento. Así, la oferta pública y en general los servi-
cios disponibles en la comunidad para el desarrollo de actividades
sociales, deportivas, y culturales es mucho más escasa y menos
variada para las mujeres; el miedo a sufrir una agresión sexual
dificulta las salidas nocturnas, la asistencia a ciertas actividades y
la práctica de determinado tipo de deportes. Todo esto tiene una
especial relevancia en el caso de las mujeres en situación de vio-
lencia directa ya que, a todo lo anterior, hay que añadirle el miedo
a encontrar al agresor (o la que él las encuentre a ellas) y la falta
de dinero para pagar los gastos que pueden suponer ciertas acti-
vidades... como ellas mismas refieren, el poco dinero que tienen
deben emplearlo en satisfacer otras necesidades más importantes,
por ejemplo, las de sus criaturas ya que, de no hacerlo así, se sen-
tirían culpables... una vez más.

En el caso de las mujeres en situación de maltrato hay otros


factores que dificultan (aun más) su acceso a las actividades de
esparcimiento. Se trata de factores individuales derivados de la
relación de maltrato, como las limitaciones físicas debidas la se-
cuelas de la agresión y/o a los problemas que esta provoca, tal y
como comentábamos en apartados anteriores (dolor, discapaci-
dad funcional, etc.), y los tratamientos farmacológicos a los que
están sometidas, y que provocan adormecimiento y merma de las
capacidades físicas y mentales, así como las limitaciones emocio-
nales que suponen los estados de ánimo presididos por la tristeza,
la angustia, la culpa y la amargura.

Un buen ejemplo de todo este lastre es el contenido de lo que las


mujeres de la Casa Malva identifican con el que sería “un día
ideal”, cuyas expresiones cita literalmente la autora en el capítu-
lo 3. Dichas expresiones ponen de manifiesto, en primer lugar,
[203]

que la mayoría de ellas tiene dificultades para definirlo, que mu-


chas harían alguna actividad (común) con sus hijas y hijos, que
algunas (las menos) harían un viaje a un lugar lejano, y que todas
precisan tranquilidad y desconexión de sus preocupaciones. A su
vez, una de ellas “desearía” ver juntos sus hijos y cocinar para
ellos. El significado de estas emisiones denota un gran desapego a
la propia (y genuina) satisfacción y, al mismo tiempo, la necesidad
de algún tipo de justificación para disfrutar (van a la playa para
llevar las criaturas, van a la piscina porque les hace bien para la
espalda, etc.).

Tiempos de esparcimiento, tiempos de bienestar...

Sin embargo, el espacio y el tiempo propios (también para el es-


parcimiento) son indispensables para la salud, porque nos permi-
ten cuidarnos, desahogarnos, disfrutar, socializarnos. En definiti-
va, empoderarnos para sabernos y sentirnos sujetos de derecho...
y todas estas cuestiones, pendientes en mayor o menor medida
para todas las mujeres, adquieren carácter de prioridad en la in-
tervención con aquellas que están en situación de maltrato.

En este sentido, la experiencia de la Casa Malva, con los talleres


dirigidos a las mujeres en un contexto de intervención integral, y
por tanto de apoyo psicológico, de promoción de la autoestima, y
de la confianza y seguridad en sí mismas, de construcción de las
habilidades sociales y de comunicación, y de gestión y organiza-
ción autónomas de sus vidas, resulta de gran interés y utilidad,
conforme afirman las usuarias y las trabajadoras, y corrobora la
propia autora de esta obra.

El hecho de planear y desarrollar la intervención en grupos su-


pone una rentabilidad extra, ya que, por una parte, facilita la ex-
presión de los malestares, en la medida en que cada mujer deja de
sentirse “rara”, al escuchar las expresiones subjetivas de las de-
más y comprobar como son acogidas por el grupo. Por otra parte,
el apoyo de las iguales tiene para ellas un valor inconmensurable
y, por último, posibilita la construcción de modelos de relación
más saludables, a su vez imprescindibles para la nueva andadura
[204]

que comienzan. Responde así este modelo a lo que ya se viene


describiendo desde los años ‘20 del s. XX, referido al valor de los
grupos dinámicos en los procesos de recuperación personal de
diversa índole, como ya había apuntado Kurt Lewin y desarro-
lló posteriormente Carl Rogers allá por la segunda mitad de los
años ‘40 del siglo pasado, ayudando a los soldados traumatiza-
dos por la barbarie de la IIª Guerra Mundial, con padecimientos
de estrés postraumático y con los que descubrió que la ayuda de
los iguales era incluso más valiosa que la del propio terapeuta,
diseñando desde ahí un procedimiento para el abordaje del di-
cho trastorno en los que eran los propios soldados que ya habían
superado el cuadro (convenientemente entrenados por Rogers)
los que ayudaban a aquéllos que se incorporaban a la terapia. Te-
niendo en cuenta que los cuadros de las mujeres en situación de
violencia machista grave, son una variante de los Trastornos por
Estrés Postraumático (ver SIMAM, en el capítulo 1), podemos
concluir que proceso grupal es una de las mejores herramientas
que se conocen para los procesos de recuperación. De hecho, la
mayoría de las claves de esta propuesta se inscriben en el queha-
cer de la Casa Malva, donde incluso se trabaja con personas de
referencia para las mujeres (familia, amistades) para que apren-
dan a comprenderlas y a apoyarlas, y así faciliten su recuperación.

Sólo nos queda, para finalizar, insistir más una vez en que el com-
bate contra la violencia machista es competencia de todas y todos,
individual y colectivamente. De los poderes públicos, para que
habiliten los recursos humanos y materiales necesarios para abor-
dar el problema y también para prevenirlo. De las organizacio-
nes sociales y políticas para que vigilen y, en su caso, denuncien
el incumplimiento de los deberes del estado, y también para que
revisen su estructura y su funcionamiento en clave de género, ex-
cluyendo las rutinas patriarcales. De las familias y de la escuela,
para que habiliten y desarrollen modelos coeducativos basados en
las relaciones igualitarias entre niñas y niños, y mujeres y hombres.
De las personas, para que reflexionemos sobre nuestras propias
contradicciones de género y podamos iniciar el proceso de resol-
verlas... Sólo una acción sincrónica podrá eliminar radicalmente el
problema, porque lo personal es político... y lo político es personal.
[205]

El más profundo agradecimiento

Gracias al excelente trabajo de Tania, al buen hacer y la buena


disposición de las trabajadoras de la Casa Malva de Gijón, y la
generosidad de las mujeres usuarias que vivían allí en aquel mo-
mento y que no dudaron en compartir sus experiencias, tenemos
la posibilidad de conocer de primera mano las expresiones y las
dimensiones de la violencia machista, y los caminos para resolver
sus efectos sobre las mujeres y las criaturas.

Muchas gracias, Tania. Muchas gracias, trabajadoras de la Casa


Malva. Muchas gracias, Alba, Rebeca, Noemí, Sonia, Violeta,
Virginia, Marta, Helena, Sandra, Lorena, Bea, Luz, Carla, Lu-
cía, Rosa y Nuria.
[207]

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9 el ocio como recurso
11 superando el dolor
13 INTRODUcCIÓN
15 lAS VIOLENCIAS MACHISTAS en el CONTEXTO DE PAREjA
18 Sobre el patriarcado, las violencias machistas y el enamoramiento
37 Malestares, depresiones y culpas
49 El impacto familiar de la violencia: criaturas desprotegidas 
59 ATENCIÓN INTEGRAL y RECURSOS HABITACIONAleS
63 La atención integral. Un enfoque bio-psico-social
73 La vida en un recurso de acogida. La Casa Malva
87 Una red de apoyo para la recuperación social
97 los tiempos propios de las mujeres
100 La desigualdad en los tiempos libres
117 El placer prohibido
125 Anemia de deseos
136 El valor del ocio y de los tiempos propios de las mujeres
151 EMPODERAMiENTO y sonrisas
154 Víctimas vs supervivientes
163 Empoderamiento y cambio vital
168 Una mirada hacia el futuro
177 A MODO DE Epílogo. AVANZAR EN EL CAMINO HACIA
NUESTRA META
207 bibliografía
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