Segundo Comentario de Texto Medieval

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Segundo comentario de texto

Este texto que profundizaremos está ambientado en la reforma de Gregoriana, ya que


este documento ha sido escrito por Juan XIX para añadir la imposibilidad de pronunciar
el Obispo sanciones eclesiásticas contra los monjes de Cluny, que eran monjes
benedictinos, que el duque de Aquitania Guillermo el Piadoso y el conde de Macón,
donaron su dominio de Cluny. Su primer abad fue Bernón, un reformador monástico
ardiente e intransigente, que después de casi veinte años lo sucede el abad Odión, y este
es el que ha reafirmado la renovación monástica. La potencia cluniacense no habría sido
posible si la abadía madre, y después la Orden entera, no se hubieran beneficiado de la
exención. Este privilegio, concedido por el papa, sustraía el establecimiento que lo
recibía a la jurisdicción del obispo del lugar y lo sometía a la sola autoridad pontificia.
De ello resultaba, cuando el exento era un monasterio, que el abad adquiría un gran
poder y una amplia libertad de acción, puesto que no estaba sometido a ningún poder
local. Este cambio de las estructuras tradicionales, que podría resultar peligroso, no
afectó a los papas, que multiplicaron las exenciones. De una parte, la exención protegía
a los monasterios que no encontraban en el obispo al defensor que necesitaban. De otra
parte, la exención aumentaba la ascendencia y la fuerza de la Iglesia romana, capaz,
gracias a este privilegio, de intervenir directamente en un gran número de asuntos
locales. Finalmente, los papas vieron en ello, en la segunda mitad del siglo XI, un medio
de propagar la reforma del clero y de la sociedad, la muy hablada reforma gregoriana,
apoyándose en una red de establecimientos más directamente dependientes de ellos. Así
se expanden bastante en el tiempo y en el siglo XI llegan a contar con más de setenta
conventos, esta expansión es gracias a la decisión que han tomado los iniciadores de
esta abadía y el papa Juan XIX que llevaba adelanta la Iglesia de ese momento. El
monacato cluniacense jugó, sobre todo en este siglo, un papel importante en todos los
aspectos o niveles de la vida y de la sociedad. La institución cluniacense mantuvo una
simbiosis estrecha con la sociedad feudal, particularmente con la clase señorial que
entonces se constituía y de la que surgieron un gran número de monjes. La organización
de la Orden y el género de vida de los religiosos constatan esta relación con la nobleza
feudal. El sistema de dependencias entre la abadía madre y el priorato, y el compromiso
personal del prior nombrado o del abad elegido con el abad de Cluny, recuerdan los
modos feudales. El cuadro material es el de los señores y los campesinos de su tiempo,
es decir, una casa en medio del campo, rodeada de huertos y viñas, pero próxima a un
lugar o a una ciudad.

Las exigencias espirituales y morales estaban también en conformidad con la


mentalidad de esta nobleza señorial. El monasterio obligaba a un tipo de vida que, si no
era heroico, era el de un combate valeroso. El monje, caballero, guerreaba contra sí
mismo y contra el demonio usando las armas espirituales propias del monasterio, el
recogimiento, el silencio, la caridad, la pobreza que domina la codicia fuente de la
brutalidad y de la crueldad.

Los cluniacenses ejercieron sobre la sociedad de su tiempo, por medio de sus sermones
y sus actuaciones, una influencia directa en la dulcificación de las costumbres.
Participaron en la puesta en práctica de los movimientos de paz: «Paz de Dios» y
«Tregua de Dios».

Los hijos de Cluny como se les llamaban contaban ya con otras abadías ligadas de
diferentes maneras, como lo eran las abadías de obediencia o sujetas, y las de
observancia o afiliadas, que estas incluso tenían monasterios femeninos.

Podemos ver la importancia que le da el Autor John Cowdrey a este documento ya que
él siendo un historiador de esta edad y sacerdote anglicano ve como Cluny ha encendió
la luz a la reforma en la Iglesia de Occidente, con su reforma monacal. Y nos muestra
también como la Iglesia por medio de sus papas se ha abierto a las pequeñas
comunidades, que dan frutos de vida para la Iglesia y el mundo en el cual se vive,
abriendo así de una u otra manera la puerta a todas las personas de nuestro tiempo que
puedan ser parte de ella, por medio de las realidades que el señor nos haya llamado.

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