Lorca Y Su Término (Siglos Xiii-Xix) : 1. Los Elementos Naturales Estructuradores Del Territorio
Lorca Y Su Término (Siglos Xiii-Xix) : 1. Los Elementos Naturales Estructuradores Del Territorio
Lorca Y Su Término (Siglos Xiii-Xix) : 1. Los Elementos Naturales Estructuradores Del Territorio
1 Para el estudio del relieve hemos seguido el trabajo de José Luis GONZÁLEZ ORTIZ: «Comarca de
Lorca», en Historia de la Región Murciana, Murcia, 1981, vol. I, págs. 310-311.
8 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
do que abre el río Luchena. Más al sur, en la sierra del Gigante (1.493 m.), las calizas y
dolomías jurásicas se encuentran verticales en un anticlinal muy comprimido. Enmarcada
por estas alineaciones subbéticas, se abre una amplia cuenca de margas y arcillas del mio-
ceno y plioceno por la que discurre la red hidrográfica de cabecera del río Guadalentín.
En algunos casos la cuenca es interrumpida por alguna elevación de materiales jurásicos,
como la sierra del Buitre (803 m.) al noroeste del pantano de Puentes.
Esta alta cuenca está enmarcada en el sur por una serie de elevaciones de materiales
más antiguos que forman el reborde interior de la depresión prelitoral. Lo constituye
un anticlinal de filitas y dolomías pertenecientes al bético alpujárride, que podría ser el
mismo que forma Sierra Espuña al noreste y la sierra de las Estancias al suroeste. Este
anticlinal, por efecto de las variaciones locales de altura que acompañan a su plegamiento,
ha constituido varias unidades topográficas. En primer lugar la sierra de la Tercia, orien-
tada en dirección SO-NE, con una longitud axial de casi 15 kilómetros y una anchura en
torno a 3, y que presenta altitudes que oscilan entre 500 y 900 metros, culminando en el
pico de la Manilla (989 m.). El anticlinal se hunde poco antes de alcanzar Lorca, para
reaparecer luego en la sierra de Peñarrubia (929 m.). El Guadalentín aprovecha el punto
de mayor descenso del eje para penetrar en la depresión prelitoral.
Ésta constituye el tramo más oriental de la depresión penibética. Es un plano inclinado
desde los 465 m. de Puerto Lumbreras, en el extremo más occidental, hasta los 23 m.
de Orihuela en el extremo nororiental. En la comarca lorquina queda ubicado el sector
occidental de esta fosa, por la que discurre el tramo alto del río Guadalentín y la rambla
de Viznagra, formando un extenso valle entre los límites de Almería y Totana, ambos
puramente administrativos, pues a uno y otro lado se continúa la depresión, rellena de
materiales cuaternarios. Desde época prehistórica, el asentamiento humano ha elegido
esta llanura por sus condiciones para el cultivo y la presencia del Guadalentín. Al sureste
de Puerto Lumbreras queda interrumpido el valle por las sierras de la Umbría y de En
medio, topónimo alusivo a su situación y cuyo núcleo paleozoico presenta materiales
pertenecientes al complejo Nevado-Filábride.
La fosa prelitoral se halla limitada al sur por las sierras de la Carrasquilla y de la
Almenara, que forman un arco continuo en dirección SO-NE desde el límite con Almería
hasta Mazarrón. Es en la cordillera litoral, de estructura muy compleja, donde aparecen
los materiales más antiguos de la región (maicacitas, talquitas y diversos tipos de piza-
rras). Sus alturas oscilan entre los 600 y 800 metros. De este gran arco parten, en dirección
O-E, una serie de alineaciones como la sierra de las Moreras, el Lomo de Bas, cabezo
de los Mayorales, cabezos de la Serrata y de la Merced, que llegan hasta la costa y com-
partimentan la llanura costera de Águilas, dando lugar a pequeños llanos separados por
sectores montañosos y profundamente abarrancados por los cursos de agua esporádicos y
torrenciales que desembocan directamente en el Mediterráneo.
b) El agua: el Guadalentín y su red hidrográfica.—La vida está tan estrechamente
ligada a la presencia del agua que no puede sorprendernos el hecho de que, desde los
tiempos más remotos, haya sido venerada como bien supremo y que esté asociada, en
casi todas las religiones, a los símbolos del destino terrestre o sobrenatural: el baño, por
ejemplo, antes que descanso o higiene ha sido rito. Este sentido místico del agua, testi-
moniado por tantas prácticas sacramentales, no nos extraña cuando evocamos los paisajes
semiáridos del oriente próximo, e incluso, sin ir más lejos, el del sureste español.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 9
2 Véanse Jean LABASSE: La organización del espacio, Instituto de Estudios de la Administración Local,
Madrid, 1973, págs. 37 y 44; Ángel Luis MOLINA MOLINA: Urbanismo medieval. La Región de Murcia,
Universidad de Murcia, Murcia, 1992, págs. 83-84 y 88-92.
10 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
sobre todo en su tramo alto: el gran poder erosivo y de arrastre. Como contrapartida,
habitualmente el Guadalentín es un río de escasísimos caudales de cabecera, que son
consumidos en el regadío de Lorca. Fuera de la red hidrográfica del Guadalentín quedan,
al sur del arco Carrasquilla-Almenara, una serie de ramblas que desembocan directamente
en el Mediterráneo, drenando las escasas e irregulares lluvias de esta área. Destacan las
de Ramonete, Pinares, los Arejos y la del Charcón3.
Dentro de este apartado del agua merece una atención especial el análisis de la huerta
de Lorca4. Es interesante observar como el estudio de la toponimia de las acequias lor-
quinas nos ofrece, al contrario de lo que sucede en la huerta de Murcia, un predominio
de topónimos mozárabes o preárabes. Robert Pocklington5 señala que éstas constituyen
el núcleo de la red, en tanto que las de nombre árabe se encuentran por lo general en la
periferia, lo que hace pensar que se trata de ampliaciones posteriores. Para Pocklington
el eje del sistema mozárabe del regadío lorquino lo constituye la rambla de Tiata, que
entronca con el río Guadalentín delante de la ciudad. Ante su boquera, debía estar empla-
zada la primera presa que desviaba el agua del río hacia los cauces de riego. También
debemos de tener en cuenta que el sistema de subasta del agua denominado Alporchón
(porciones), es romano-visigodo y la propiedad individual del agua, independiente de la
posesión de la tierra, es totalmente contraria a las ideas islámicas. Características todas
ellas que diferencian el regadío lorquino del murciano.
Pero si el origen del regadío es preárabe, la expansión del mismo corresponde a la
época musulmana y a las consecuencias de la conquista castellana y los repartimientos.
García Antón, tomando como referencia al geógrafo al-Udri (siglo XI), indica que exis-
tían dos ríos en el término de Lorca: Corneros y Luchena, los cuales se unen en Puentes,
donde el agua sería represada mediante un azud. De allí partirían canales de distribución
a los predios que se extendían entre Puentes y Lorca. Habla de una compuerta que, cerra-
da, desvía las aguas, pero que al abrirla, siguiendo el curso del río, las lleva a la llanura
de al-Fundum, cuando ésta precisa de ellas. Tres siglos después, otro geógrafo y viajero
musulmán, al-Himyari, señala que el Guadalentín posee dos lechos diferentes, uno más
elevado que otro. Cuando se necesita regar la parte más alta del país, se eleva el nivel del
río por medio de esclusas, hasta que alcanza su lecho superior. Respecto al riego dice que
es como en Egipto y que además en el río hay norias para regar los jardines6. García Antón
apunta que al-Himyari se refiere al lecho propio del río y al canal que por la parte más
alta conducía las aguas para los riegos de la vega. Todavía en Sutullena quedan patentes
las dos márgenes.
La consideración que otros autores hacen de este regadío, explica la importancia agrí-
cola de la comarca7. El impulso dado por los musulmanes a las obras de regadío, hace
que Cánovas Cobeño atribuya la construcción de la presa subálvea en el Guadalentín a
Muhammad ben Saad, rey de Murcia8. Dicha presa recogiendo el agua que se filtraba
por las arenas, la conducía mediante una alcantarilla a la Fuente el Oro. Con el agua de
la acequia de Alcalá se regaba toda la ribera derecha, no pudiendo hacerlo directamente
el río por estar más elevada. El sobrante de aguas acumulado en la Alberca regaba los
parajes de Sutullena y Alberquilla. Además del sistema de distribución de aguas claras,
los musulmanes, como apunta Gil Olcina, aprovecharon las aguas turbias, conducién-
dolas mediante un azud a los distritos rurales de la Tercia, Cazalla, Marchena, Pulgara,
Tamarchete y Campillo9.
Tras la conquista cristiana, el repartimiento que se realiza entre 1268 y 1270, se con-
creta en la huerta y el campo, con posibilidad de ser regado. Los dueños de las tierras se
apropian también del agua, no dejándola utilizar a sus vecinos o exigiéndoles dinero por
su utilización, hecho que mueve al concejo a dirigirse a Alfonso X en busca de amparo, y
el monarca ordena que el agua del río se reparta entre los vecinos por días y por tiempos10,
y un año después se concedió a la ciudad el disfrute del agua de la Fuente del Oro11.
La zona regada se dividió en alquerías, éstas en tercios y éstos en heredades. El agua
fue divida en porciones: una para las alquerías de Altritar y Serrata; dos para las de Alcalá
y Sutullena; seis para la de Tercia, y doce para la de Albacete, con inclusión del hereda-
miento del Real. Cada tercio fue dotado con una o dos porciones de esta agua y su uso
distribuido por tiempos entre los dueños y sus heredades12.
En 1299, Fernando IV concedió a la ciudad de Lorca el dominio sobre las tierras y
aguas de Alhama, Cariston, Calenque, Ugejar, Amir, Nogalte, Puentes, Celda y Coy, «que
los ayades por termino para siempre jamás con todos sus terminos et con montes et con
deffesas et con pastos et con rios et con fuentes et con todas las pertenençias que an et
deuen auer»13.
Las necesidades económicas derivadas de la situación fronteriza de la comarca lorqui-
na, y la escasez del caudal disponible —sólo incrementado por la concesión de los Reyes
Católicos, el 9 de julio de 1493, de las aguas del arroyo de Tirieza y del río Vélez— llevó
al concejo a sacar a pública subasta el agua que en 1269 se había incorporado, y en 1343
un real privilegio consuma esta situación, dándose así el primer paso para la separación
del agua y de la tierra. En menos de un siglo, como ha señalado Chacón Jiménez, la uni-
dad de la propiedad tierra-agua fue alterada.
7 Véase Juan TORRES FONTES: Repartimiento de Lorca, Real Academia Alfonso X el Sabio, Murcia,
1977, págs. LXXI-LXXV.
8 Francisco CÁNOVAS COBEÑO: Historia de la ciudad de Lorca, Lorca, 1898, pág. 162.
9 Antonio GIL OLCINA: El campo de Lorca, Valencia, 1971, pág. 86.
10 A.M.L., pergamino nº 13 (publ. por J. TORRES FONTES: Fueros y privilegios de Alfonso el Sabio al
Reino de Murcia, CODOM III, Murcia, 1973, doc. LXXXIX, pág. 101).
11 A.M.L., pergamino nº 53 (publ. por J. TORRES FONTES: Fueros…, doc. XCIII, págs. 103-104).
12 Para el estudio detallado de los riegos lorquinos véase J. MUSSO Y FONTES: Historia de los riegos
de Lorca, Murcia, 1847 y A. GIL OLCINA: ob. cit., pág. 86.
13 A.M.L., pergamino nº 46 (publ. por J. TORRES FONTES: Documentos de Fernando IV, CODOM V,
Murcia, 1980, doc. XXIV, págs. 30-31).
12 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
14 Hace ya dos décadas Mikel de Epalza publicó un trabajo que supuso una nueva vía para la investiga-
ción en el campo del urbanismo islámico. En él plantea un «modelo operativo» teórico de funcionamiento de
una ciudad musulmana, este modelo ha sido aplicado a algunas ciudades del Sharq al-Andalus, como Orihuela
y Palma de Mallorca, demostrando su operatividad práctica. (Mikel de EPALZA: «Un «modelo operativo» de
urbanismo musulmán», en Sharq Al-Andalus. Estudios Árabes, 2 (1986), págs. 137-149).
15 F. BRAUDEL: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Fondo de Cultura
Económica, México, 1953, vol. I, pág. 279.
16 Juan Francisco JIMÉNEZ ALCÁZAR: Lorca: ciudad y término (ss. XIII-XVI), Real Academia Alfonso
X el Sabio, Murcia, 1994, págs. 204-211.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 13
ción Xiquena y los Vélez, para seguir hacia Baza, Guadix y Granada. A través de esta
vía principal que era el Camino Real, Lorca se comunicaba con las principales ciudades
que la rodeaban: Aledo, Alhama, Murcia y luego penetraba en las tierras de la Corona de
Aragón por Orihuela. En definitiva, esta era la ruta que unía a las dos principales ciudades
del reino con todo lo que eso comportaba. Pero hasta la conquista de Granada en 1492, las
comunicaciones con el reino nazarita fueron difíciles, como consecuencia de la existencia
de un poder político musulmán, en ocasiones enemigo, más allá del puerto de Nogalte
y de la sierras de Almagro, Enmedio y Gigante, existe la correspondiente frontera entre
ambos reinos. De todas maneras las relaciones humanas no se cortaron nunca de forma
absoluta. En 1488 conforme avanza la conquista del territorio se produce la reapertura
del Camino Real, con el consiguiente aumento de las relaciones humanas y económicas.
Las repoblaciones del reino granadino reclamaron un importante contingente poblacional
lorquino, murciano y aragonés, estos emigrantes mantuvieron fuertes lazos familiares con
los que quedaron, con lo que el flujo de viajeros aumentó considerablemente. Otro factor
importante fue el económico, dentro de ámbito comercial y mercantil: el eje Granada-
Baza-Lorca-Murcia-Cartagena estaba en manos de genoveses para dar salida a la lana
por el Mediterráneo. En menor medida que estos factores, pero igualmente significativos
fueron las reestructuraciones de los canales de abastecimiento para ajustarse a la nueva
situación. Finalmente, también se dieron otras circunstancias que incidieron en el aumen-
to del flujo caminero en las vías de comunicación, como por ejemplo, la dependencia
administrativa respecto de Granada desde el momento de la implantación en 1505 de la
Real Chancillería.
Las vías comarcales unían a Lorca con diversos centros de población, como Caravaca,
Cehegín o la propia salida al mar de Lorca (hacia las Casas de los Alumbres o Cartagena).
En algunos de estos casos coincidía con calzadas que cubrían parte del alfoz, ejemplos de
Coy, o de los propios Alumbres. A las villas de Huércal y Overa se llegaba a través del
Camino Real, a Coy se llegaba tras dejar a la izquierda el camino que subía hasta Puentes
siguiendo el curso del Guadalentín. El camino a Caravaca y Cehegín, en el que Coy es el
último jalón lorquino para pasar a tierras santiaguistas; el paisaje quebrado y montañoso
dificultaba las comunicaciones, pero era el acceso más directo de Lorca a la Meseta, tam-
bién era el camino más peligroso. El camino hacia Mula tenía el mismo punto de arranque,
pero pronto se dirigía a las cercanías de la sierra de Pedro Ponce. El que llegaba a los
Alumbres con prolongación hacia Cartagena es el mejor documentado, consecuencia del
aumento progresivo del tránsito en la ruta debido a la explotación de los alumbres, y al
establecimiento de un floreciente núcleo dependiente de Lorca, que convirtió a su puerto
—Mazarrón— en la salida al Mediterráneo de la ciudad y de la Corona, al menos hasta
148817. También debemos citar el camino, que partiendo del Camino Real, cruzaba la
depresión prelitoral y se adentraba en la sierra de Enmedio para descender en dirección
sur hacia Fuente la Higuera, Pulpí y Cuevas. Ruta muy frecuentada antes de la desapari-
ción de la frontera por vecinos de ambos lados, a causa de su utilización como punto de
contactos continuados. Fuente la Higuera fue mojón respetado por todos, frecuentemente
citado en los documentos como lugar fijado por los alfaqueques para efectuar los canjes
de cautivos o los pagos pactados para el rescate de los mismos.
17 Véase J. F. JIMÉNEZ ALCÁZAR: Lorca: ciudad y…, págs. 207-208.
14 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
Por último, citaremos las vías locales, simples caminos que ponían en contacto los
diferentes pagos de la huerta y el campo circundante de la ciudad de Lorca, también cita-
remos como caminos locales las veredas utilizadas por los pastores y las sendas que unían
a la capital municipal con Águilas o Cope, pues la despoblación de la marina —salida
natural de Lorca al Mediterráneo— hizo que se mantuviera aislada.
En 1850 se publica en Madrid la monumental obra de Pascual Madoz, en ella al refe-
rirse a los caminos de Lorca dice lo siguiente: «tiene abiertas esta ciudad diversas vías
de comunicación, por las que pueden transitar carros; el principal camino es el que se
dirige a la capital de la provincia; hay otro que va a la villa de Águilas, uno al Puerto de
Lumbreras, por donde se entra en la rambla de Nogaltes para salir a Velez Rubio, otro
por medio del río al castillo de Jequena, el cual es el que lleva la arreria para Granada,
otro a Vera y pueblos del río Almanzora y otro a las distintas diputaciones de su término:
con Mazarrón y Cartagena tiene abierta comunicación»18.
20 Ambos testimonios están citados por Francisco VEAS ARTESEROS: «Lorca en la Edad Media»,
en Ciclo de temas lorquinos, CAAM, Murcia, 1982, págs. 83-96. Para el estudio de la ciudad de Lorca en
la Baja Edad Media véanse Juan Fco. JIMÉNEZ ALCÁZAR: Lorca: ciudad y término (ss. XIII-XVI), Real
Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 1994, Lorca a finales de la Edad Media, Ayuntamiento de Cartagena-
Universidad de Murcia, Murcia, 1992; A.L. MOLINA MOLINA y J. Fco. JIMÉNEZ ALCÁZAR: «Lorca:
evolución urbana en la Edad Media», en Anales de Prehistoria y Arqueología, 5-6, Universidad de Murcia,
1989-90, págs. 189-195.
21 Véanse María ARCAS CAMPOY: «Lorca en los textos árabes», en III Ciclo de temas lorquinos,
CAAM, Lorca, 1985, págs. 56-57; Fr. Pedro MOROTE PÉREZ CHUECOS: Blasones y antigüedades de
la ciudad de Lorca, Agrupación Cultural Lorquina, Murcia, 1980 [edic. facsímil de la de 1741], págs. 176
y ss.
22 Véase para el estudio de las murallas de Lorca los trabajos de Andrés MARTÍNEZ RODRÍGUEZ:
«Aproximación a la muralla medieval de la ciudad de Lorca», en Miscelánea Medieval Murciana, XVI,
Universidad de Murcia, 1990-91, págs. 209-234, y Lorca musulmana, Ayuntamiento de Lorca, 1991.
16 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
23 J. GARCÍA ANTÓN: «La región de Murcia...», pág. 44; F. CÁNOVAS COBEÑO: Historia de la ciu-
dad de Lorca, Agrupación Cultural Lorquina, Murcia, 1980 [ edic. facsímil de la de 1890], pág. 119.
24 Pierre GUICHARD: «Murcia musulmana (ss. IX al XIII)», en Historia de la región murciana, vol. III,
Murcia, 1981, pág. 135.
25 A. MARTÍNEZ RODRÍGUEZ: «Aproximación...», pág. 230.
26 J. GARCÍA ANTÓN: «La región de Murcia...», págs. 52-53.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 17
32 Véanse A. MERINO ÁLVAREZ: ob. cit., pág. 190; Rodrigo AMADOR DE LOS RÍOS: ob. cit., pág.
267, y Fco. VEAS ARTESEROS: Los judíos de Lorca en la Baja Edad Media, Real Academia Alfonso X el
Sabio, Murcia, 1992 (es muy revelador el apéndice documental).
33 A.M.L. A.C. 1504-05, sesión de 15 de abril de 1505, folº 62 rº.
34 Fco. CÁNOVAS COBEÑO: ob. cit., pág. 270.
35 Véase Cristina GUTIÉRREZ-CORTINES CORRAL: «Urbanismo en Lorca en el siglo XVI: jerarquía
y unidad formal», en Lorca. Pasado y Presente, vol. I, CAM-Ayuntamiento de Lorca, 1990, pág. 290.
36 Juan GUIRAO GARCÍA: Sones, tañidos y clamores en la Lorca renacentista, Academia Alfonso X el
Sabio, Murcia, 1986, pág. 17.
37 A.M.L. A.C. 1511-12, sesión de 7 de octubre de 1511, fol. 31 rº.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 19
ejes inferiores a diez palmos —2’10 metros—38, para evitar la rotura de puertas, portales y
esquinas de las calles más estrechas y, en todo caso, para racionalizar el espacio viario.
Las casas que componen el vecindario lorquino son, en general, pequeñas y frágiles,
en las que el adobe y el ladrillo serán los materiales más usuales; pero no sucede lo mismo
con los edificios públicos de la ciudad, en los que la piedra hace acto de presencia como
material de construcción.
Los edificios que prestaban ciertos servicios públicos o sociales a cargo del concejo,
eran reparados con regularidad por éste, como la casa del peso o las casas de la mance-
bía39; se construye una torre para el reloj40; se cuida el estado de las fuentes que abastecen
de agua a la población, como los caños de la plaza de Adentro, o los de la fuente del Oro41;
se pondrá una puerta a la torre «donde se pregonaba»42, etc.
La proliferación de edificios públicos es consecuencia de la progresiva complejidad
de las funciones que reclaman por un lado el común, y por otro sus órganos gestores. En
los primeros años del siglo XVI, el concejo asume la dirección del periodo expansivo y
de desarrollo que vive la ciudad y su término. Tal fenómeno necesitará, según Gutierrez
Cortines, además de una racionalización de la dirección pública, unos espacios donde rea-
lizar las funciones planteadas43. El más importante de estos edificios es la nueva Cámara
del Concejo que se estaba levantando en 1504, junto a la puerta de los Santos, en la plaza
de Adentro, que vendrá a sustituir al viejo edificio concejil situado junto a la puerta de
Gil de Ricla, en la calle de Zapatería. El nuevo edificio se compra a la viuda de Blaya44,
se arregla con mármoles proporcionados por Alonso de Teruel45, probablemente proce-
dente de las canteras de Macael, y tierra roja para el terrado. Se hace pintar en la sala la
«Salutación» y las armas reales46. El edificio que acogía la cámara vieja, se acondicionó
para cárcel47. Pagado con dinero procedente de las multas, se hace erigir en un rincón de
la plaza un pilar rollo, donde se ejecutarían las penas corporales48.
El nuevo Ayuntamiento se concluye en 1527 y actuó como foco de atracción, en sus
inmediaciones se levantarán en los años siguientes la Lonja, el matadero, la cárcel, el
almudí, las carnicerías y el pósito. En apenas tres décadas el Concejo había rehecho casi
toda la renovación de edificios que constituían el principal patrimonio concejil de una
ciudad comercial y de servicios como era Lorca.
Desde la perspectiva urbanística supuso la creación de un nuevo centro, donde se
superponían la presencia de los poderes públicos y la de la actividad económica, y a
este conjunto de edificios, se uniría la Colegiata de San Patricio, que vino a cualificar el
entorno y a darle una imagen de alta alcurnia49.
Pero la atracción de este nuevo centro político-económico afectará también a la dis-
tribución de la población. Guy Lemenier ha mostrado que a lo largo del siglo XVI el
patriciado urbano consolidó su poder al controlar el reparto de las tierras, la distribución
del agua y la producción de la agricultura más rentable. La afirmación del poder oligár-
quico necesita implantar su presencia en la ciudad a través de la construcción de nuevas
viviendas acordes con el status económico y las exigencias suntuarias de la época. De esta
forma, frente a las casas medievales, más pequeñas, de la zona alta, la burguesía tendió a
asentarse en la zona baja, lindando con el nuevo centro político y representativo creado
en las primeras décadas de la centuria. Este fenómeno, que favorece el agrupamiento de
la actividad política y económica en un punto, y la concentración de residencias privile-
giadas en otro, rompe el esquema medieval que propiciaba el reparto de la población en
barrios equilibrados, en los que había siempre una presencia de todos los grupos sociales,
en la Lorca del quinientos, por tanto, residir en la proximidad del centro se convirtió en
un signo de distinción, y la lejanía del mismo, en una marca de dependencia o margina-
ción. Por otra parte, la tendencia a buscar la línea recta como base del diseño de la trama
urbana, contrasta vivamente con el trazado de la zona alta, donde la herencia medieval
está presente, incluso, en la actualidad.
que algunas de ellas habían realizado acuerdos de capitulación con el rey de Castilla,
al margen de Lorca52. Aunque la documentación es muy escasa, Rodríguez Llopis cree
que, durante los primeros años tras la conquista, se mantuvo en el territorio la población
mudéjar, en virtud a los acuerdos logrados con Castilla, tal como ocurrió en Puentes y
Felí; la estructura de la propiedad se mantuvo casi intacta, a excepción de una parte de las
tierras de cada comunidad que pasaron a la propiedad del monarca, constituyendo lo que
se denomina «almacén real», y también, al parecer, conservaron sus límites territoriales,
por cuanto aparecen individualizadas unas de otras como villas en los documentos alfon-
síes. La instalación e implantación progresiva de la sociedad castellana sobre el reino de
Murcia y la paulatina repoblación de la madina de Lorca fueron modificando el estatuto
jurídico de estas comunidades. Desde 1257 se inicia un proceso de entrada en dependencia
de estas pequeñas villas respecto del concejo cristiano o de un noble53, que modificarán
el orden territorial establecido hasta entonces, dotando al territorio y a su organización
espacial de una lógica, acorde con la sociedad dominante.
Tras el fracaso de la rebelión mudéjar (1264-1266) se produce la huída de buena parte
de la población musulmana al vecino reino de Granada. Los documentos nos hablan de
intentos de repoblación que acaban en fracaso. En la década de 1280-90 el proceso despo-
blador debió afectar a la totalidad de estas comunidades, actuando Lorca como un potente
centro de atracción. Sin embargo, se mantuvieron guarniciones militares para la defensa
de la frontera en los castillos que rodeaban Lorca. En 1299, Fernando IV donaba a la
ciudad «pora siempre jamas por heredat Alhama, et Cariston, et Calenque, et Ogeiar, et
Amir, et Nogalt, et Puentes, et Celda, et Coy», y más adelante dice: «Todos estos logares
uos do et uos otorgo assi las fortalezas dellos como todo lo al que les podades ganar, et
labrar, et poblar, et mantener»54; en estos momentos algunos de estos castillos habían sido
tomados por Jaime II de Aragón y los había concedido como señoríos55, por esta razón la
donación efectuada por Fernando IV no sería efectiva hasta el fin de la ocupación arago-
nesa (1304). A partir de entonces se desarrollan dos procesos que ocupan la casi totalidad
del siglo XIV; por un lado el establecimiento de señoríos nobiliarios sobre alguno de los
castillos citados, y, por otro, la definitiva despoblación del territorio.
56 Las Actas Capitulares del concejo de Murcia recogen cómo el 3 de octubre de 1433, Antón Sevilla fue
gratificado con 100 maravedíes en concepto de «albricias» por las noticias «que troxo de cómo el señor adelan-
tado avia ganado los castiellos de Xiquena y Tirieça de poder de los enemigos…» (A.M.M., A. Cap. 1433-34,
sesión de 3 de octubre de 1433).
57 La incorporación de Huércal y Overa a Castilla se produce durante la ofensiva que la monarquía caste-
llana realizó contra Granada en 1488, ese mismo año, el 2 de agosto, desde Villena, los Reyes Católicos conce-
dían ambas villas a Lorca (A.M.L., Libro II de privilegios, fols. 264 rº-266 rº; publ. por Andrea MORATALLA
COLLADO: Documentos de los Reyes Católicos (1475-1491), CODOM XIX, Murcia, 2003, doc. 342, págs.
649-651); véanse, además, Francisco VEAS ARTESEROS: «La cesión de Huércal y Overa a Lorca en 1488»,
en Roel, 4 (1983), págs. 63-80, y Juan Francisco JIMÉNEZ ALCÁZAR: Huércal y Overa: de enclaves nazaríes
a villas cristianas (1244-1571), Ayuntamiento de Huércal-Overa, 1996.
58 Véase J. TORRES FONTES: Xiquena…, y Fajardo el Bravo, 2ª edic., Murcia, 2001.
59 La escritura de venta fue otorgada en Caravaca el 18 de agosto, y el 6 de octubre el marqués tomaba
posesión de ambos lugares (A.H.N., Consejos, Castilla, legº 26.776, nº 3; cit. por M. RODRÍGUEZ LLOPIS:
ob. cit., pág. 207).
60 A.G.S., Mercedes y privilegios, legº 17, nº 83 (cit. por M. RODRÍGUEZ LLOPIS: ob. cit., pág. 207,
cuadro nº 1) y A.M.M., C. R. 1478-88, fols. 84 rº- 85 rº -se trata de una provisión real de Enrique IV, fechada
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 23
en Segovia el 10-XII-1470, en la que otorga privilegios a los habitantes de Xiquena, está inserta en una carta
de privilegio y confirmación de los Reyes Católicos, fechada el 10-IV-1478 (publ. por J. TORRES FONTES:
Xiquena…, págs. 153-159, y por Mª Concepción MOLINA GRANDE: Documentos de Enrique IV, CODOM
XVIII, Murcia, 1988, doc. 254, págs. 568-570).
61 Véase M. RODRÍGUEZ LLOPIS: ob. cit., pág. 211 (nota 29), también J. TORRES FONTES: Xiquena…,
pág. 124, nota 105, cita una carta de Enrique IV, fechada en Madrid el 13-II-1470, por la que hace merced al
marqués, de una importante suma de maravedíes de juro anual por la tenencia del castillo de Xiquena (B. N.,
Sección de Manuscritos, Ms. 13.124, fol. 241).
62 Véase M.C. MOLINA GRANDE: ob. cit., doc. 255, págs. 571-574.
63 J. F. JIMÉNEZ ALCAZAR: Lorca: ciudad y término (ss. XIII-XVI), Murcia, 1994, doc. V, págs. 304-
306, y A. MORATALLA COLLADO: ob. cit., doc. 464, págs. 834-836.
64 Existen varias copias del pleito, entre ellas las de A.M.L., Pleito de Xiquena, y la del A.H.N., Consejos,
Castilla, legº 26.776, nº 3.
24 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
XV, la expansión agraria y la amplia explotación económica del reino que entonces se
inicia, los debates entre concejos se intensificaron para conseguir una clara delimitación
de los derechos respectivos sobre las tierras comunales.
En este sentido, las disputas más tempranas tuvieron lugar con Cartagena, sobre la
jurisdicción de Campo Nubla, un extenso pastizal codiciado por ambos concejos, que
quedó delimitado en 146365. El pleito con la villa de Aledo por la jurisdicción de los
territorios de Lébor y Corralrrubio, tuvo interesantes ramificaciones en otras institu-
ciones como la Orden de Santiago y el cabildo de la Iglesia de Cartagena, que simul-
táneamente pleitearon por la percepción de los diezmos66. Los mojones con la villa de
Alhama comenzaron a delimitarse en las últimas décadas del siglo XV, cuando algunos
vecinos de Lorca se introdujeron en el término de Alhama para roturar tierras. La villa
de Alhama y su señor, el Adelantado Mayor del Reino de Murcia, aprovecharon para
demandar a Lorca un amplio territorio que llegaba al Mediterráneo y comprendía las
salinas de Mazarrón y los Alumbres, además de los pastizales de Campo Nubla. En
1484, Martín de Castillo, teniente de corregidor de Murcia, dictaba sentencia en la que
confirmaba a Alhama en la posesión de Alcanara y el Saladar, y restituyendo a Lorca
su jurisdicción sobre el resto del territorio demandado67. Finalmente la desaparición de
la frontera con Granada originó la necesidad de delimitar de manera precisa el término
lorquino por aquel sector. El 17 de enero de 1497 se conseguía una concordia con Vera
para debilitar ambos términos68; mientras que el amojonamiento con Vélez Blanco no
se produciría hasta 1505.
En los inicios del siglo XVI, el término de Lorca comprendía desde Coy hasta Águilas,
incluyendo las tierras de Pulpí; desde los límites con Totana hasta los Vélez; desde los
mojones con Cartagena y Murcia hasta Vera. Si lo comparamos con el alfoz del siglo XIII,
observamos una notable ampliación territorial; otra diferencia sería su poblamiento, pues
frente al denso poblamiento aldeano característico del siglo XIII, ahora mantendrá vastas
extensiones despobladas, reducidas a pastos, que consolidan el desierto poblacional; inclu-
so, los castillos serán demolidos para evitar su reconstrucción y repoblación. De hecho
en 1530, a pesar de la lejana desaparición de la frontera y del desarrollo de las roturacio-
nes, éstas se llevaron a cabo, fundamentalmente, en el valle del Guadalentín, junto a los
límites con Aledo y Alhama; aunque también conocemos otras realizadas en Nogalte y
Campo Coy69. De todos modos, fueron escasos los núcleos poblados, reducidos a Lorca,
Huércal-Overa y Alumbres. Tan sólo en los límites orientales del término se vislumbraba
un importante núcleo poblacional basado en las actividades agrícolas: Fuente Álamo.
El Censo General de 153070 nos proporciona los siguientes datos: Lorca, 1396 vecinos
65 Véanse Mª de los Llanos MARTÍNEZ CARRILLO: «Población y término de Cartagena en la Baja Edad
Media», en I Concurso de Historia de Cartagena «Federico Casal», Ayuntamiento de Cartagena, 1986, pág.
189; y J. F. JIMÉNEZ ALCÁZAR: Lorca…, págs. 174-178.
66 Véanse J. F. JIMÉNEZ ALCÁZAR: Lorca…, págs 180-184; y M. RODRÍGUEZ LLOPIS: ob. cit., págs.
208 y 211 (notas 34-36).
67 A.M.L., Terminos entre Alhama y Lorca, en 1484, legº 4, carp. 2. Véanse J. F. JIMÉNEZ ALCÁZAR:
Lorca…, págs. 178-180; y M. RODRÍGUEZ LLOPIS: ob. cit., pág. 208.
68 Véase J. F. JIMÉNEZ ALCÁZAR: Lorca…, págs. 185-192.
69 Véase M. RODRÍGUEZ LLOPIS: ob. cit., pág. 211 (nota 41),
70 A.G.S., Contadurías Generales, legº 768.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 25
(=6.282 habitantes); Alumbres, 272 (=1.224 hab.); Huércal, 42 (=189 hab.) y Overa. 38
(=171 hab.); pero también hace la siguiente descripción de la ciudad de Lorca: «la çibdad
a disminuido dosçientos vezinos en siete años por no aver llovido en ella, e aver avido
falta de pan. Es tierra que da mucho fruto cuando llueve, pero el llover es muy pocas
vezes. Ay buenos pastos y muchos. Los vezinos de los Alumbres se sustentan de solo el
jornal; solo ay dos mercaderes».
a) Las transformaciones urbanísticas.— Desde los inicios del siglo XVI se inicia un
lento pero efectivo proceso de transformaciones urbanísticas y de construcciones públi-
cas, privadas y religiosas que van a cambiar sustancialmente la morfología de la ciudad.
El recinto urbano todavía estaba dentro de la muralla y básicamente localizado en las
parroquias altas; las calles Cava, Santiago y Águila —actualmente Selgas— suponían
el límite más bajo del centro urbano. Progresivamente ese espacio y la zona adyacente
se van a ocupar de modo cualitativo con edificios que albergarían los nuevos servicios
que demandaba la ciudad —pósito, matadero, lonja, etc.—. Lorca perderá de modo
acelerado su carácter militar para pasar a desempeñar un nuevo papel como ciudad
principal de una comarca de amplio término. Durante el siglo XVI el concejo y otras
entidades, sobre todo religiosas, emprendieron un ambicioso plan que acabaría por
modelar un escenario totalmente nuevo. Los límites de la muralla medieval se hicieron
cada vez más difusos al adosarse a ella todo tipo de construcciones; al tiempo, se iban
ocupando las zonas despobladas de los arrabales, surgiendo progresivamente los edifi-
cios característicos de una ciudad agrícola y de servicios: cámara y salas del concejo
(1504 y 1525), lonja (1526), matadero y cárcel (1527), almudí (1530), carnicería y pósi-
to (1552), molino, batán y hospital (1575) y tinte (1577). Paralelamente se concebían
nuevos espacios públicos, se redistribuían las infraestructuras esenciales o se hacían
construir —fuentes, abrevaderos, puentes, etc.— y se mejoraba el viario con el trazado
de nuevas calles, la remodelación de las existentes y el empedrado de las principales.
71 Véase Juan Francisco JIMÉNEZ ALCÁZAR: «Islam y Cristianismo», en Lorca Histórica. Historia,
Arte y Literatura, Ayuntamiento de Lorca, Murcia, 1999, págs. 98-99.
26 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
Las obras públicas también alcanzaron a las de tipo hidráulico realizadas en el río,
esenciales para conseguir un mejor rendimiento agrícola en la huerta72.
Por su parte la Iglesia, con la construcción de la Colegiata de San Patricio, en la Plaza
de Afuera, contribuiría a crear un espacio en el que van a confluir el poder civil, repre-
sentado por el concejo, y el religioso. Las parroquias de San Mateo y Santiago pasaron
a ser, en apenas unas décadas, el verdadero núcleo de la ciudad al construirse en sus
aledaños las nuevas casas de la oligarquía local formada por regidores, canónigos,
propietarios del agua, de la tierra y del ganado y los profesionales de más alto recono-
cimiento social —médicos, legistas, militares, etc.—. A esa lógica expansión urbana hacia
el llano, también contribuyeron los establecimientos religiosos conventuales —Merced,
Santo Domingo y San Francisco— que se convirtieron en polos de atracción del caserío.
Durante la primera mitad del siglo XVII no se llevan a cabo obras de especial enver-
gadura, se tiene constancia de las llevadas a cabo en la Colegiata, en algunos conventos
y en las de carácter hidráulico. Entre 1660 y 1740, las condiciones socio-económicas
van a permitir la realización de un vasto programa de transformación urbana al que iban
aparejadas nuevas formulas estéticas, las preconizadas por el estilo barroco. Si el perfil
de la ciudad en la lejanía está definido por la presencia del castillo y las parroquias altas
—Santa María, San Pedro y San Juan—, los rasgos internos los aportan edificios como el
Ayuntamiento, la Colegiata, la casa del Corregidor o las iglesias que se construyen o refor-
man entonces, tales como las de Santo Domingo y San Francisco. Y nombres de arquitec-
tos y artistas como Vallés, Ortiz de la Jara, Uzeta, los Caro, Caballero, López, Camacho o
Muñoz de Córdoba, no pueden dejar de pronunciarse cuando se recorre la ciudad.
La remodelación de mayor importancia la sufrió la Plaza Mayor en las primeras déca-
das del siglo XVIII. Conceptuada como centro de poder allí se ubicaron los edificios del
Concejo, de la Colegial y del Corregimiento, además de otros destinados a servicios, ya
existentes o construidos pocos años más tarde, tales como los dos pósitos, la cárcel y el
mercado. Pero en general toda la trama urbana se desarrolló siguiendo, en cierto modo,
los planes esbozados en la segunda mitad del XVI; que trataban de buscar un mejor apro-
vechamiento del espacio. La apertura de nuevas calles, la sustitución de viejos edificios,
el derribo de parte de la muralla y la creación de amplios lugares públicos son, tal vez,
los rasgos más destacados de este proceso73.
Durante el siglo XVIII se va a producir el abandono definitivo de la estructura viaria
medieval. Eliminados casi por completo los elementos amurallados del recinto exterior,
se hace un planteamiento urbano de conjunto que implicaría el despoblamiento de las
parroquias altas, el enorme desarrollo de las del centro —Santiago y San Mateo— y el
crecimiento de los barrios periféricos —San Cristóbal y San José—. Es el momento en el
que culminan los proyectos de reforma urbana que dinamizaron y modernizaron la vida de
la ciudad. Junto con las alamedas, concebidas como espacio público de recreo y que termi-
narían actuando como guías para el crecimiento del caserío en la segunda mitad del siglo
XIX, el último proyecto urbanístico de importancia dentro del casco en la centuria del
72 Véase Manuel MUÑOZ CLARES: «Arte y Ciudad», en Lorca Histórica. Historia, Arte y Literatura,
Ayuntamiento de Lorca, Murcia, 1999, págs. 178-180.
73 M. MUÑOZ CLARES: ob. cit., pág. 180.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 27
78 Muy interesantes para seguir el proceso de la construcción de los edificios que delimitan la Plaza
Mayor, son los trabajos de Cristina GUTIÉRREZ-CORTINES CORRAL: Renacimiento y arquitectura religiosa
en la antigua Diócesis de Cartagena (Reyno de Murcia, Gobernación de Orihuela y Sierra de Segura), Colegio
de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, Murcia, 1983, págs. 215-236; Manuel MUÑOZ CLARES: ob. cit.,
págs. 190-197; y Pedro SEGADO BRAVO: Arquitectura y retablística en Lorca durante los siglos XVII y XVIII,
Tesis de Doctorado, Facultad de Letras de la Universidad de Murcia, 1992 (Microficha).
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 29
79 Para el seguimiento de las obras del edificio de la Cárcel-Concejo desde 1520 hasta su conclusión con
las obras de los porches ya avanzado el siglo XVIII, véanse. Pedro SEGADO BRAVO: «Arquitectura en Lorca
durante los siglos XVII-XVIII. La cárcel-concejo: un ejemplo representativo», en Lorca. Pasado y Presente.
Aportaciones a la Historia de la Región de Murcia, CAM-Ayuntamiento de Lorca, Murcia, 1990, vol. II, págs.
81-92, y M. MUÑOZ CLARES: ob. cit., págs. 182-187.
80 J. Mª RÓDENAS CAÑADA: ob. cit., pág. 113.
30 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
crecimiento se estructura claramente por las sucesivas calles mayores que, bordeando la
población, recogen la mejor arquitectura de cada época, convirtiéndose en travesías para,
a su vez, dejar paso a otra nueva calle. Este sería el proceso seguido en Lorca por la Cava,
la Corredera, la calle Lope Gisbert, para terminar en el pasado siglo en la Avenida Juan
Carlos I. Se ha hablado de calles mayores, aunque conviene precisar aquí el término, por
cuanto sería más apropiado hablar de correderas; pues como afirma Gutiérrez-Cortines81,
si la calle mayor «era un eje que atravesaba la villa y se insertaba en una puerta llegando
hasta el corazón de aquélla, la corredera, al igual que el viejo cerco, ceñía como una
banda paralela la parte baja del núcleo». Esta estructura lineal se completa con las calles
transversales que, con trazado quebrado, aunque continuo, discurren desde la zona alta
hasta el llano. La calle del Álamo sería la más significativa, por su vinculación a la Plaza
Mayor. Sorprende que esta calle, travesía de acceso directo al centro desde el llano, no
tenga carácter pleno de calle Mayor82. Quizás, como apunta Ródenas Cañada, su fuerte
pendiente la hace inadecuada para el paseo cotidiano e incómoda para el comercio, frente
a las óptimas condiciones de la calle Corredera.
Por encima de la Corredera se localiza la Iglesia Parroquial de Santiago, construida en
el siglo XVIII83 en la calle del mismo nombre que discurre hasta la Plaza Mayor. La rígida
estructura barroca del templo se implanta sobre el trazado preexistente, rompiendo sin
miramiento la continuidad de la trama urbana para abrir una nueva plaza. Los desniveles
se salvan con terraza y una doble escalinata, utilizando la misma fórmula ya empleada en
San Patricio. La torre se colocará donde pueda tener una buena perspectiva.
Más afortunada es la solución espacial de la Plaza del Ibreño, como ensanche trian-
gular de la calle Marsilla, o la Plaza de Saavedra, frente a la iglesia de Santo Domingo,
recogida glorieta ajardinada; si bien la glorieta, propiamente dicha, es la de San Vicente,
configurada entre las calles de la Corredera y Lope Gisbert, con un trazado rectangular
que se consolidaría totalmente en el siglo XIX.
En este último eje urbano se concatena todo un rosario de espacios para realce de
la arquitectura monumental: la Plaza de Concha Sandoval, junto a la casa-palacio de
Guevara, calificada como uno de los ejemplos más sobresalientes del barroco civil del
Levante español84; la placeta de San Mateo85 y, a destacar por su interés, las plazas del
Teatro y de Colón, en torno al Teatro Guerra.
El conjunto integrado por el Teatro y sus dos plazas —anterior y posterior— es, en
opinión de Ródenas Cañada, una de las mejores actuaciones urbanísticas del siglo XIX. El
arquitecto Diego Manuel Molina proyecta, en 1862, su construcción en terrenos adquiri-
dos al Conde de San Julián. Ante su fachada principal se traza una amplia plaza de planta
cuadrada —inaugurada en 1875—. Al mismo tiempo se dispone, en la facha posterior del
«Es ciudad abierta, tiene dos mil quinientos vecinos, con mucha nobleza, reparti-
dos en nueve parroquias; y es gobernada por un Corregidor, treinta y ocho regidores,
y diez jurados, un mayordomo, dos secretarios, y tres porteros.
En lo más alto hay un castillo, que fue en lo antiguo de las mejores fortalezas
de España; hoy se halla muy arruinado, y en medio de él, la Torre que llaman de
Alfonsina. Tiene seis plazas, buenas calles, una fuente pública, una Iglesia Colegiata,
llamada de San Patricio, que es parroquia, con siete más, que son Santa María, San
Pedro, San Juan, Santiago, San Matheo, San Cristóbal, y San Joseph; seis conventos
de religiosos y dos de religiosas…veinte y ocho hermitas… un buen hospital, una cár-
cel, y bellos paseos. Goza esta ciudad, por gracia concedida por el rey don Alñonso
Decimo, de una Feria anual, que dura quince dias, con la franquicia de quanto en
ella se vende: empieza el día ocho de septiembre: es de mucho comercio, muy diver-
tida, y famosa por su sitio, que está a un quarto de legua de la ciudad, junto al Real
Convento de nuestra Señora de las Huertas, con casas muy lucidas para los concu-
rrentes… Entre los bellos edificios de esta ciudad, se admira la Casa del Corregidor,
la del Cabildo de la Colegiata, los Quarteles para caballería, muy hermosos, y con
todas las conveniencias posibles: allí está la célebre fuente nueva de las Carachas,
adornada de caños de bronce, y una Sirena en medio; se ve un espacioso Lavadero,
formado todo de arcos cerrados, donde pueden lavar mas de trescientas mugeres con
toda comodidad… Hay en esta ciudad fábricas de sedas, aunque pocas, muchas de
lienzos, y paños, y en su jurisdicción tres fábricas de plomo, y cobalto… Hay asimismo
catorce fábricas de salitre, muchos molinos de aceyte, y harineros.
El agua que posehe es tan escasa, que llegando a los quatro, o cinco meses de
verano, se quedan sin beberla las quatro quintas partes de las gentes; y atendiendo a
esta grande necesidad, y que llegan a nueve o diez mil los vecinos de la ciudad, huerta
y campo, el Real, y Supremo Consejo de Castilla, con su acostumbrado zelo, dispuso
en el año de 1773 se condujesen unos manantiales, que los hay en abundancia al pie
del Monte de Pedro Ponce, con el nombre de agua de la Zarzadilla, a esta ciudad, por
medio de una cañería de hormigón…Se han conducido ya las aguas de estos manantia-
les, a tres leguas y media de distancia; y solo falta una, para llegar a esta ciudad…Para
cuando se concluya esta obra memorable, se tienen proyectadas siete fuentes públicas,
que adornen, y administren el agua necesaria a toda la ciudad y barrio, cuyo coste
ascenderá a un millón y medio de reales de vellón, poco más o menos»86.
86 Bernardo ESPINALT Y GARCÍA: Atlante Español, o descripción general de todo el reyno de España.
Reyno de Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 1981, págs. 96-105 [edic. facsímil de la de Madrid de
1778].
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 35
87 Véase Juan Francisco JIMÉNEZ ALCÁZAR: «Islam y Cristianismo», en Lorca Histórica. Historia,
Arte y Literatura, [coordinado por Juan Fco. Jiménez Alcázar], Ayuntamiento de Lorca, Murcia, 1999, pág.
99.
88 Véase J. Fco. JIMÉNEZ ALCÁZAR: «Islam…», pág. 99.
36 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
de la ciudad; la lana sustentaba las haciendas de las principales familias lorquinas, condi-
cionando la estructura económica del resto de la población. En 1537, nueve de los doce
regidores eran grandes propietarios de ganados. A partir de la década de 1530, y con la
perspectiva de la reocupación del regadío —donde el ganado no podía entrar—, la oli-
garquía empezó a comprender la rentabilidad de las inversiones en recursos hidráulicos.
A mediados del siglo, ya existían propietarios importantes de agua, los señores del agua.
La Colegial de San Patricio se convirtió hacia 1550 en la principal propietaria de agua en
la ciudad. De forma paralela, e introducido su cultivo a comienzo del siglo, se fomentó
la cría del gusano de seda, fenómeno comprobable por la sustitución de acebuches por
moreras en el término. Lorca acabó siendo, tras Murcia, la segunda productora de seda
del reino; al igual que la lana fue un producto para la exportación89.
Durante los años 1568 al 1571 Lorca retomaba su carácter militar fronterizo debido a
la sublevación de los moriscos en la Alpujarras. Para los lorquinos, esta fue la verdadera
conquista del reino granadino; la victoria sobre los moriscos abría completamente el espa-
cio almeriense y granadino a la proyección económica y social de Lorca. Al ser expulsa-
dos los moriscos y diseminados por Castilla, se puso en marcha un proceso de repoblación
general, en el que participaron cuantiosamente los vecinos de Lorca, sobre todo en la
comarca del Almanzora; al mismo tiempo, llegaba a la ciudad un amplio contingente de
moriscos granadinos que fueron empleados en gran medida en el cultivo e industria de la
seda. Los lorquinos veían en el territorio vecino la posibilidad de obtener tierras para su
cultivo, algo que se les había negado en su término municipal. La repoblación hizo que
los pobladores cristianos destinados a Overa se concentraran en Huércal, configurándose
el nuevo enclave como Huércal-Overa. Los regidores de Lorca siguieron nombrando los
oficiales concejiles de la aldea hasta que en 1668 compraron su jurisdicción a la Corona,
su independencia como villa. Será la de Huércal-Overa la segunda escisión del término
lorquino.
El siglo XVII es de crisis, como en toda la península. A la expulsión de los moriscos
(1609), con la consiguiente sangría demográfica, se suma la crisis de la lana, que en Lorca
se vive de forma intensa por la particular fuerza social que había tenido la figura del oli-
garca ganadero. La frágil base económica, sustentada por mercados exteriores, comenzó
a transformarse hacia las inversiones en tierras, menos expuestas a fuertes fluctuaciones.
Las inversiones en ganado cayeron y se orientaron hacia el acaparamiento de tierras, bien
con licencias municipales, bien sin ellas, básicamente por los mismos regidores y pode-
rosos. Pero, por el momento no se roturaron. Se consideró mejor opción la posibilidad de
incluir estas tierras en mayorazgos, conformando grandes latifundios, como el constituido
por los Moncada en Nogalte, los Riquelme en Coy o el de Alonso Martínez de la Junta
en los Alagüeces —con una extensión de casi 6.000 Ha.—. Los resultados de la crisis, al
igual que en el resto del reino de Murcia, fueron: la dificultad del abastecimiento de la
población, estancamiento demográfico, falta de liquidez, etc., y como colofón, el empo-
brecimiento generalizado y la aparición del bandolerismo —con implicación en las luchas
políticas concejiles—90.
A partir de 1630 la seda también siguió los pasos de la lana, la crisis iniciada a finales
del siglo XVI alcanzaba ahora su trágico punto culminante. Lorca en quince años, de
1631 a 1646, perdió casi 300 vecinos —unos 1.200 habitantes—, pasando de algo más de
9.000 habitantes a unos 8.000; y dos años después una terrible epidemia de peste, redujo
la población en un tercio. A pesar de todas las desgracias, no fue un periodo en el que los
lorquinos vivieran con una actitud pasiva. Entre las soluciones que la propia oligarquía
busca para remediar la crisis, está la de sustituir los cultivos, introduciendo la barrilla y
extendiendo el cultivo de cereal. Es ahora cuando pudieron comprobar la rentabilidad de
las roturaciones, incluso, se intentó paliar la escasez perenne de agua con la construcción
de un pantano en Puentes, cuya presa se rompió en 1648, un mes antes de que se declarara
la epidemia de peste. En definitiva, los años centrales del siglo XVII suponen el agota-
miento del sistema oligárquico ganadero, forjado al amparo de la frontera con Granada y
el Mediterráneo; pero en esos años de colapso se ponen las bases, como afirma Jiménez
Alcázar, del desarrollo de la segunda mitad del siglo XVII y del XVIII.
El siglo XVIII se inicia en España con un conflicto dinástico que, al enfrentar a aus-
triacos y borbones, adquiere carácter internacional, pero al mismo tiempo en el interior
supuso una guerra civil, pues mientras las tierras castellanas aceptaban a Felipe V, el
candidato Borbón, las tierras de la Corona de Aragón, proclamaron al archiduque Carlos
de Austria. En el reino de Murcia, de nuevo frontera, el obispo Belluga asumió con gran
energía la defensa de la causa borbónica. El conflicto terminaría con el Tratado de Utrecht
(1713). La entronización de la Casa de Borbón en España supuso la puesta en marcha del
Reformismo, movimiento político dirigido por una elite ilustrada y por los propios monar-
cas, que perseguía «el fomento del reino y la felicidad de sus vasallos», pero lo que se
pretendía en realidad era garantizar el poder absoluto del rey, para lo que se implementó
un vasto programa de reformas sociales, económicas, administrativas y de índole política,
que chocarán frontalmente con los privilegios de las oligarquías del poder municipal y del
poder económico, al ser dueños de las tierras y del agua.
El motín de Polanco en Lorca (1766) será un claro ejemplo de los enfrentamientos
entre reformistas y oligarquía. La crisis de subsistencia y el hambre de la población lle-
varon al amotinamiento contra el corregidor, conductor de las reformas. La oligarquía
ganó el primer asalto, pero desde el Consejo de Castilla, Aranda preparaba la auténtica
reforma administrativa contra los regidores perpetuos, introduciendo en los ayuntamientos
el «síndico personero» y los «diputados del común», que pretendían ser los defensores
de los intereses ciudadanos, pero la intención última era controlar el municipio, reducir
el poder de los concejos, solucionar las dificultades del abastecimiento y desarrollar una
política de liberalización del comercio de granos91. En el programa reformista, tras el
motín, también se contemplaba el reparto de tierras concejiles, que se inició en 1768. Se
intentaba así una mejor distribución de la propiedad, aunque las tierras se entregaban sólo
en usufructo; una mejora de la producción agrícola, hacer frente a la penosa situación del
estado llano y, también, incrementar la nómina de contribuyentes a las arcas de la Corona.
Pero la realidad fue diferente: el reparto se hizo de forma arbitraria, saliendo beneficia-
das las oligarquías, que vieron incrementados sus patrimonios. Hacia 1785 el gobierno
91 Véase Antonio José MULA GÓMEZ: «Modernidad y Progreso», en Lorca Histórica. Historia, Arte y
Literatura, Ayuntamiento de Lorca, Murcia, 1999, pág. 113.
38 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
central diseñó un plan integral de actuaciones para el fomento económico, que permitiría
incrementar la producción agraria mediante la puesta en cultivo de nuevas áreas agrícolas,
para lo que era necesario un programa de infraestructuras hidráulicas92. Otro objetivo era
la dinamización del comercio de los excedentes agrícolas y de la barrilla, para lo que era
preciso la apertura de un puerto comercial en la zona. En el fondo, lo que latía era una
reforma de las estructuras productivas de la comarca, una transformación del territorio y
un ataque frontal a los privilegios de terratenientes y aguatenientes. Lorca y su comarca
se convierten, como apunta Mula Gómez, en el laboratorio reformista de finales del siglo
XVIII, dirigido por el murciano José Moñino, Conde de Floridablanca, quien puso al
frente de la magna empresa a su cuñado, el lorquino Antonio Robles Vives93.
A comienzos del siglo XVIII la zona de la depresión prelitoral abarcaba las tierras
de regadío y lo mejor del secano, mientras que las sierras de la costa, el reborde de la
depresión y las altas tierras septentrionales estaban escasamente ocupadas y cultivadas,
si bien eran propiedad de la oligarquía local lorquina, como era el caso de Ramonete, del
regidor Juan Antonio Serón; Felí, de los Fernández Menchirón; Torrealvilla y Barranco
Hondo, de los Martínez de la Junta; o Coy, del mayorazgo de los Riquelme, por citar sólo
algunos ejemplos; por otra parte, no debemos olvidar que Celda pertenecía al convento
de Nuestra Señora de la Merced, y el Cabezo de San Clemente y la Criquilla al cabildo
de la Colegiata de San Patricio.
Finalizada la Guerra de Sucesión y pacificado el país, se inicia un periodo de roturacio-
nes que tiene lugar en tres fases: la primera, que comprende hasta 1770; la segunda, entre
1770 y 1790; y la última, que se prolonga hasta el inicio de la Guerra de la Independencia
(1808). En la primera fase, Belluga erige dos nuevos curatos en Coy y Nogalte. Asimismo,
se roturan los territorios de la marina, desde Mazarrón a Vera, poniéndose en cultivo las
zonas más peligrosas. El resto de la franja costera, amenazado por piratas y corsarios, no
se ocupó hasta después de la fundación de la nueva población de Águilas. Entre 1770 y
1790 se asiste a una febril labor roturadora, que al final de 1807 había alcanzado casi
33.000 Ha., que habían sido reconvertidas de montes y baldíos en tierras de cultivo, buena
parte de ellas acaparadas por las clases dominantes. Tan sólo un 8% de la extensión total
corresponde a parcelas inferiores a 5 Ha.; mientras que las que superaban las 100 Ha.
Representaban un tercio del total. Los Guevara, Alburquerque, Pérez de Meca y un gran
número de los linajes que conformaban la elite lorquina se beneficiaron de estos repartos,
al igual que los conventos y el clero.
Lorca fue una de las comarcas españolas más favorecidas por el Reformismo borbóni-
co, al amparo del Conde de Floridablanca, que puso en marcha un extenso programa de
construcción de infraestructuras, sobre todo hidráulicas, para la mejora de los regadíos;
dentro de la política de colonización, repobló la nueva villa de Águilas, dotándola de todos
los servicios propios de un puerto comercial, salida natural de los excedentes lorquinos,
92 Para este aspecto es muy interesante la obra de A. J. MULA GÓMEZ, J. HERNÁNDEZ FRANCO y J.
GRIS MARTÍNEZ: Las obras hidráulicas en el Reino de Murcia durante el reformismo borbónico. Los reales
pantanos de Lorca, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Murcia, 1986.
93 Véase sobre este personaje el estudio de A. J. MULA GÓMEZ, J. HERNÁNDEZ FRANCO y J. GRIS
MARTÍNEZ: Un tiempo, un proyecto, un hombre, Antonio Robles Vives y los pantanos de Lorca (1785-1802),
Universidad de Murcia, Murcia, 2002.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 39
para lo que también trazó el camino que comunicaba la nueva población con Lorca,
además de otras obras menores94. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que, para que
las obras públicas hidráulicas fueran eficaces y sirvieran realmente a los intereses que el
Estado esperaba de ellas, tenían que ir acompañadas de transformaciones muy sustanciales
en la propiedad, venta y distribución del agua95.
Otro de los temas de interés que afectan al estudio del término de Lorca es su vacío
poblacional. Si en el periodo bajomedieval el motivo fundamental era la existencia de una
amplia frontera con el reino musulmán de Granada y el Mediterráneo, con los peligros
que ello comportaba; tras la conquista del reino nazarí, la situación no cambia, pero sí
los motivos, ahora serán los intereses de la oligarquía lorquina, que basaba su economía
en la explotación ganadera y la exportación de la lana, los que procurarán por todos los
medios mantener la mayor extensión del territorio convertido en zona de pastos. Tan sólo
en los extremos del término, siguiendo unos criterios de defensa de su jurisdicción frente
a los apetitos expansivos de los concejos limítrofes, permitieron la roturación de tierras
y el asentamiento de pobladores. Rodríguez Llopis, para principios del siglo XVI, época
en la que Lorca había logrado una notable ampliación de su territorio, nos habla de que
hacia 1530, las roturaciones han sido escasas y, realizadas, fundamentalmente, en el valle
del Guadalentín, junto a los límites con Aledo y Alhama, aunque parece que también se
llevaron a cabo roturaciones en Nogalte y Coy. De todos modos eran escasos los núcleos
poblados. El Censo General de 1530, sólo cita a la ciudad de Lorca (1.396 vecinos), las
Casas de los Alumbres (272 vecinos), Huércal (42 vecinos) y Overa (38 vecinos)96, estas
dos últimas, pobladas por moriscos. Es decir que la población de la capital municipal
representa el 79’86% del total, frente al 20’14% del término. Fuera de éstos, tan sólo
tenemos noticias de que en los límites orientales del término se empezaba a vislumbrar,
hacia mediados del siglo, un núcleo poblacional basado en las actividades agrícolas, en la
zona de confluencia con los términos concejiles de Murcia y Cartagena.
Para corregir el enorme desequilibrio poblacional entre la ciudad y el territorio, hemos
de esperar al siglo XVIII, en el Interrogatorio de 1755 Lorca contaba con un total de 7.095
vecinos legos (31.927 hab.) de los cuales 3.030 (13.635 hab.) vivían en la huerta y campo,
a ellos habría que añadir 437 individuos que pertenecían al estado eclesiástico. Como
observamos, los cambios realizados en la utilización de territorio durante el siglo XVII y
la primera mitad del XVIII, como consecuencia de la crisis ganadera y el aumento de las
roturaciones, han corregido sustancialmente el desnivel, pues la población rural supone
ya el 42% de total. En 1787, el censo de Floridablanca, la población se distribuye casi
94 Para el estudio de la fundación de Águila es fundamental la obra de José GARCÍA ANTÓN: Estudios
históricos sobre Águilas y su entorno, Real Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 1992 —sobre todo interesa
de manera especial el capítulo IV, que trata específicamente de la fundación de la villa—, véase también A.J.
MULA GÓMEZ: «Modernidad…», págs. 121-123.
95 Véase A. J. MULA GÓMEZ: «Modernidad…», págs. 116-120, en donde plantea las realidades y
utopías de los proyectos de construcción de los pantanos de Puentes y Valdeinfierno, el Real Canal de Murcia,
así como la promulgación de la «Real Ordenanza formada para el método, distribución y manejo de las aguas
perennes del río y de las que deben represarse al pantano» (13 de julio de 1790).
96 Si utilizamos el coeficiente 4.5 para convertir en habitantes, obtendremos una población total para
Lorca y su término de 7.866 habitantes, repartidos de la siguiente manera: 6.282 en la ciudad de Lorca, 1224 en
las Casas de los Alumbres (Mazarrón), 189 en Huércal y 171 en Overa.
40 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
por igual, pues de los 37.831 habitantes, en la ciudad moran 18.631 —el 49’2%— y los
19.200 restantes —el 50’8%— viven en el término; ya en el siglo XIX, el padrón muni-
cipal de 1824 presenta ya unas cifras netamente favorables para la población que habita
en la huerta y el campo lorquinos, el 63’2 %, es decir, 25.728 habitantes de un total de
40.720, mientras que en la ciudad sólo habitan el 36’8% restante, o sea, 14.99297.
Por último, no podemos dejar de referirnos a los municipios nuevos creados a partir
del territorio de Lorca. El extenso alfoz lorquino que a fines del siglo XV sobrepasaba
los 2.500 Km2, sufrirá desde mediados del siglo XVI, y hasta mediados del XIX, varias
escisiones, dando origen a los municipios de Mazarrón, Huércal-Overa, Fuente Álamo y
Águilas.
El primero en segregarse fue Mazarrón, que conoció un desarrollo relativamente
importante desde fines del siglo XV como consecuencia de la explotación de las minas
de alumbre, que en 1462 Enrique IV concedía al Marques de Villena y al Adelantado del
Reino de Murcia, don Pedro Fajardo. El primer contrato de explotación data de 1483 y
a partir de esta fecha se desarrollaría un núcleo de población, denominado Casas de los
Alumbres, que en 1530 contaba con 272 vecinos —unos 1.200 habitantes—. El lugar
tomaría más adelante el nombre de Almazarrón, y en 1564 —cuando su población ya se
elevaba a 1.593 individuos— solicitó de Felipe II su independencia de Lorca, que le sería
otorgada por Real Privilegio el 1 de agosto de 1572.
La segunda escisión sería la de Huércal-Overa. Los Reyes Católicos, en 1488, entre-
gaban las villas de Huércal y Overa a la ciudad de Lorca, poco tiempo después de su con-
quista. Las dos aldeas pobladas por mudéjares, convertidos en moriscos tras el decreto de
expulsión (1502), vivieron de espaldas a Lorca, cuyo único contacto institucional, como
afirma Jiménez Alcázar, consistía en que tenían que pagar sus impuestos municipales y
que sus autoridades eran nombradas por el concejo de Lorca98. Los términos de ambas
villas se dibujaban de forma independiente, pero insertos, en el amplio alfoz lorquino. En
1511 se inicia entre Lorca y Vera un largo proceso por el Campo de Huércal, en el que
se jugaban los saneados ingresos que suponía el arrendamiento de los pastos99. Tras la
guerra de las Alpujarras (1568-1571) y la diseminación de los moriscos granadinos por
toda Castilla, los pobladores cristianos destinados a Overa se concentraron e Huércal, con-
figurándose el nuevo enclave como Huércal-Overa. Lorca seguiría, como hasta entonces,
nombrando los oficiales concejiles, hasta que en 1668 sus vecinos compraron su jurisdic-
ción a la Corona, y con ella su independencia respecto de Lorca.
97 Véase José HURTADO MARTÍNEZ: «El elemento humano de Lorca en la transición del Antiguo
Régimen. Aproximación a sus características familiares (1700-1850)», en Lorca. Pasado y Presente, Murcia,
1990, págs. 19-41. Es muy interesante la Tabla 2ª (pág. 24) en la el autor nos presenta la población lorquina
para los años 1787, 1797, 1803, 1824 y 1844 distribuida por diputaciones, y la de la ciudad por parro-
quias.
98 Al parecer dichos oficiales eran elegidos por los propios concejos de Huércal y Overa, y ratificados
posteriormente por el de Lorca, al menos así se desprende del nombramiento de oficialñes de los concejos de
Huércal y Overa en 1531-32: «…ofiçiales del lugar de Huércal elejidos por el dicho conçejo de Huércal…»
(A.M.L. A.C. 1530-33, sesión de 4-VII-1531, fol. 125 r. –cit. por J. F. JIMÉNEZ ALCÁZAR: Huércal y
Overa: de enclaves nazaríes a villas cristianas (1244-1571), Ayuntamiento de Huércal-Overa, Almería,
1996, pág. 85).
99 Véase J. F. JIMÉNEZ ALCÁZAR: Huércal y Overa…, págs. 91-92.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 41
100 En realidad la última, la de Puerto Lumbreras, se produciría en 1958, pero como queda fuera de nuestro
ámbito cronológico no nos vamos a referir a ella.
42 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
No son muchos los viajeros que nos han dejado testimonio escrito sobre las tierras de
Lorca, a pesar de que su situación en la vía de comunicación entre Andalucía y Levante
le proporciona un lugar estratégico. Casi siempre están de paso, tan sólo unas horas, a
veces un día o poco más. Por tanto, sus impresiones acerca de Lorca y sus gentes son
rápidas, casi instantáneas fotográficas. Siguiendo a Cristina Torres-Fontes Suárez101 hemos
recogido referencias de aquellos extranjeros que en sus relatos de viajes nos dicen algo
sobre nuestra ciudad, su término y sus gentes. El ámbito cronológico de los mismos abarca
desde finales del siglo XV hasta mediados del XIX. En total son trece los viajeros selec-
cionados —Jerónimo Münzer (1494), A. Jouvin de Rochefort (segunda mitad del s. XVII),
Juan Álvarez de Colmenar (1741), Al-Gazzal (1766), Henry Swinburne (1775), Juan
Peyrón (1772-73), Al-Miknasi (1779), E. F. Lantier (segunda mitad del s. XVIII), Joseph
Townsend (1786-87), Alenxandre Laborde (1807), Sir John Carr (1809), Henry D. Inglis
(1830), y Richard Ford (1846)—. Por nacionalidades tenemos: un alemán, dos marroquíes,
cinco franceses —dos de ellos de origen español—, cuatro ingleses y un escocés.
Aunque siempre vienen de Granada y van hacia Murcia o viceversa, no todos siguen
el mismo itinerario. Por ejemplo, desde Vélez Rubio pueden entrar en reino de Murcia
por dos rutas: la que sigue hacia Puerto Lumbreras por el fondo de la Rambla de Nogalte
y de allí a Lorca, o la que sigue el curso del río Vélez y dejando el castillo de Xiquena a
la derecha se dirige asimismo a Lorca. La primera opción es la eligieron Sir John Carr,
Henry D. Inglis y Richard Ford —aunque éste luego aconseja a sus lectores ir por el río
Vélez hasta el Pantano de Puentes y de allí a Lorca—. La segunda, fue la elegida por A.
Jouvin de Rochefort y Joseph Townsend. Los que realizan el viaje desde Murcia siguen
el camino tradicional, el que a través de Alcantarilla, Librilla, Alhama y Totana lleva al
101 Cristina TORRES-FONTES SUÁREZ: Viajes de extranjeros por el Reino de Murcia, Asamblea
Regional de Murcia-Real Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 1996, 3 vols.
LORCA Y SU TÉRMINO (SIGLOS XIII-XIX) 43
viajero a Lorca, es un camino llano y cómodo pues sigue el curso del río Guadalentín,
tal es el camino seguido por el médico alemán Jerónimo Münzer. Sin embargo, desde el
siglo XVIII casi todos los viajeros que vistan Murcia se desplazan a Cartagena, ciudad
que en esta centuria alcanzará un auge extraordinario, se moderniza y desarrolla a pasos
agigantados: se convierte en la capital del Departamento Marítimo del Mediterráneo, se
la dota de un excelente Arsenal, y su puerto adquiere una gran importancia tanto desde la
perspectiva militar como comercial. Por ello, los viajeros que visitan Cartagena y luego
siguen hacia Granada, cruzan el Campo de Cartagena —recordemos que parte de él perte-
nece al término de Lorca—, atraviesan Fuente Álamo o la Pinilla, y se incorporan a la vía
Murcia-Lorca bien por Alhama o por Totana, desde donde siguen el camino habitual hasta
Lorca y, más adelante, penetrarán en Andalucía a través de Puerto Lumbreras y Vélez
Rubio; tal fue la ruta elegida por los embajadores marroquíes, Al-Gazzal y Al-Miknasi,
Henry Swinburne, Juan Peyrón y E. F. Lantier.
Con anterioridad al siglo XVIII son poquísimos los relatos de viajes por nuestras tie-
rras, tan sólo dos citan a Lorca y su término: Münzer y Jouvin de Rochrfort. Este vacío
de viajeros extranjeros por nuestra región se debe, no sólo a las condiciones políticas
generales españolas, sino además hay que añadir que, si bien el reino de Granada ha sido
conquistado, no había recuperado la total seguridad —ataques de piratas y corsarios aso-
laban sus costas—, seguía presentado inconvenientes de índole económico —por ejemplo,
no habían desaparecido las adunas con el reino de Valencia—, las vías de comunicación
eran calamitosas, carecía de atractivos de todo tipo; el alejamiento de la Corte es otro
factor a tener en cuenta en esta marginación y olvido de la rutas viajeras.
El siglo XVIII representa un cambio enorme en la sociedad española y, en menor
grado, en la murciana: la entronización de la dinastía Borbón, la influencia reformadora
en todos los órdenes: políticos, sociales, económicos, culturales, que se introducen con
la Ilustración, etc., contribuyen a que desde Europa se mire hacia España de diferente
manera. Los viajeros extranjeros que nos visitan, normalmente, poseen un bagaje cultural
superior, se detienen en las ciudades, la visitan, se interesan por su historia, costumbres,
incluso, algunos vuelcan en sus relaciones de viaje toda su erudición añadiendo comenta-
rios, estadísticas y opinan de las reformas que sería conveniente realizar para mejorar la
economía del país102. De esta época tenemos más noticias, de los catorce viajeros extran-
jeros que visitan la región, siete incluyen a Lorca en su ruta, y nos proporcionan impre-
siones muy interesantes. Por último, en el siglo XIX, hemos recogido los testimonios de
cuatro que visitan nuestra ciudad en la primera mitad de la centuria. Ahora buscan más la
originalidad de temas, todo cuanto pueda ser distinto, se compara a la «avanzada Europa»
con la retrasada España; también se introduce el interés por las imágenes costumbristas:
gitanos, corridas de toros, indumentaria, cantos, procesiones, bandidos, ciegos, mendi-
gos, etc., se comparan las diferencias regionales. En la zona levantina muchos acabarán
cayendo en el tópico de la continuidad morisca, la huella islámica que aparece por todas
partes. Se busca más lo externo —costumbrismo, paisaje, ocio, dejadez, pereza…— que
lo interno —formas de pensar, espíritu, la ciudad y el arte…—; se escribe lo que se ve
desde una perspectiva propia. A partir de mediados del siglo, son pocos los viajeros que
tienen opinión propia, que no consultan libros de viajes anteriores para saber buscar y
102 Véase C. TORRES-FONTES SUÁREZ: ob. cit., vol. I, págs. 75-77.
44 ÁNGEL LUIS MOLINA MOLINA
encontrar lo que les interesa103. En este sentido la obra de Richard Ford es clave, pues
su Manual para viajeros por España y lectores en casa, sentaría las bases de referencia
para cuantos llegaran después que él. Señala lo que merece la pena visitarse, proporciona
pinceladas históricas sobre los lugares por donde pasa; indica de manera precisa las vías
de comunicación, la utilización de los medios de locomoción más adecuados —galeras,
tartanas, diligencias, caballos—, etc., es decir, el viajero ya no tiene que pensar por su
cuenta; podríamos afirmar que es la primera guía moderna de viajes. A continuación
vamos a intentar esbozar la imagen que los citados viajeros transmiten a sus lectores sobre
la ciudad de Lorca, su término y sus gentes.
a) Descripciones del término.—Todos los viajeros son muy parcos en sus comenta-
rios sobre el término lorquino, casi todos coinciden en que es un territorio desolado el
que contemplan en su desplazamiento desde Vélez Rubio a Lorca, tanto los que siguen
el camino que pasa por Puerto Lumbreras, a través de la rambla de Nogalte, como aque-
llos que, siguiendo por el curso del río Vélez atraviesan un espacio vacío y áspero, en el
sólo el castillo de Xiquena rompe la monotonía. Sir John Carr, noble inglés que cruza la
región en plena guerra de la Independencia, al entrar en territorio lorquino desde Vélez
Rubio, dice: «…horroroso camino que conduce a Puerto Lumbreras y que se encontra-
ba a lo largo de un lecho seco de un torrente de invierno, a cada lado del cual unas
horribles peñas alcanzaban una altura considerable…Nos alegramos mucho de llegar
al final de aquel trayecto». Tras pasar la noche en Puerto Lumbreras, que describe así:
«…la rambla divide el pueblo, que es muy bonito. Ya estábamos en la provincia de
Murcia; Puerto Lumbreras es un pueblo pequeño pero acogedor, tiene una fábrica de
hilados y un buen comercio de alpargatas que llevan los campesinos». A la mañana
siguiente siguen el viaje hasta Lorca, «…a la cual llegamos tras un viaje de tres leguas
a través de un extenso campo casi tan estéril y desolado como el que atravesamos el
día anterior, hasta llegar a una distancia de una o dos millas aproximadamente de la
ciudad»104. Por su parte, el reverendo Joseph Townsend, que dos décadas antes realizó el
trayecto siguiendo el curso del río Vélez, escribe: «…no se descubren más que montañas
peladas, salvajes y áridas, que sirven de refugio a los lobos y cubiertas principalmente
de esparto…»105. Los que llevan a Lorca desde Murcia o Cartagena, coinciden que una
vez pasada Totana, conforme se aproximan a la ciudad de Lorca el panorama cambia,
a pesar de que la montañas que se ven a mano derecha están peladas, el valle se hace
«hermoso» y está cultivado. Desde Cartagena, se atraviesa por un espacio desierto. La
descripción más sugestiva es la del viajero británico Henry Swinburne (19 de diciembre
de 1775): «El 19 salimos de Cartagena y durante dos largos días viajamos llanura arri-
ba hasta que las dos cordilleras de montañas que la flanquean, se uniesen a su cabeza.
La primera parte de la llanura es muy desolada, pero está bien cultivada. Las otras
dos partes están tan desiertas como las arenas de África, ni un arbusto, ni un árbol,
ni siquiera se ve una casa en todo el vasto espacio de tierra llana; las montañas están
tan desnudas como la llanura. Como no hay agua y por eso tampoco habitantes, se ha
producido esta desolación tan grande, aunque la tierra parece muy fértil»106. El viajero
francés Juan Peyrón, dos años antes en su itinerario Cartagena-Lorca, pasa por Fuente
Álamo —pueblo formado en la confluencia de los concejos de Murcia, Cartagena y
Lorca, y que desde hacía más de un siglo lucha por su independencia municipal—, del
que nos dice: «… pueblo antaño muy grande, pero donde se ven hoy calles enteras lle-
nas de minas y de escombros», y más adelante nos indica que «en todos estos distritos
cultivan mucho la barrilla»107.
El panorama cambia cuando los viajeros describen la huerta lorquina. Jerónimo
Münzer, brevemente anota: «La huerta de Lorca es en extremo fértil y de tal disposición
que puede regarse toda con un río caudaloso… abundan allí las frutas, de fina calidad
y muy aromáticas. Las peras que vimos en los árboles eran de un tamaño que excedía
de lo común»108. Peyrón a este respecto escribe: «…cultivan con esmero una tierra que
es de gran producción»109. Y en el relato de Laborde, se dice: «Las campiñas de Lorca
son muy agradables; los álamos, olivos, moreras y árboles frutales de todas las especies,
cubren como a porfía aquel precioso suelo; las mieses abundantes, las verdes praderas,
las huertas cultivadas con esmero…»110; y en lo mismo insiste Sir John Carr: «Una huerta
extensa, muy bien cultivada, en donde abundan: olivos, moreras, y otros árboles frutales;
viñas, campos y praderas, jardines y huertas le dan al lugart un aspecto romántico, bello
y pintoresco…»111; finalmente, en 1830, el escocés Henry D. Inglis, cuando a principios de
diciembre pasa de las tierras frías de Granada a las murcianas se sentirá agradablemente
sorprendido: «…campos cubiertos de trigo fresco y verde; olivos y otros árboles que
alcanzaban ya su altura normal; los aloes que se veían de nuevo junto al camino. Todo
el valle de Lorca está cultivado; para el viajero que llega de la nevada sierra aquello
parece un paraíso»112.
pañado por un pícaro manchego al que llama Manuel Campillo y que iba disfrazado de
dominico —invitado a visitar la «catedral» y contemplar los cuadros de San Ambrosio,
San Jerónimo y San Agustín, contestó que ya tendría tiempo para ver los originales en
el paraíso—, como se ve muestra un desinterés total por la ciudad, «…se descubre a lo
lejos la ciudad de Lorca, asentada sobre la grupa de una montaña. Esa ciudad era rica,
populosa, bajo la dominación de los moros; pero su esplendor se ha eclipsado, como el
de toda Andalucía»114; otros, como el francés de origen español, Álvarez de Colmenar, se
limita a comentar: «Lorca en una villa honrada del título de ciudad, erigida a seis leguas
del mar sobre una elevación, al pie de la cual corre el río Guadalentín. Es grande pero
bastante deteriorada…En otro tiempo esta villa fue sede episcopal, pero hace ya tiempo
que no lo es, habiéndose trasladado a Cartagena este honor»115. Más interés demuestra
Juan Peyrón, que en sus notas recoge algunos detalles de interés: «Lorca, cuya grandeza
se ve desde lejos; está construida sobre la grupa de una montaña. La ciudad —dicen— es
la antigua Eliocroca del itinerario de Antonino; el Guadalentín baña sus murallas y la
separa de un vasto arrabal…Su catedral esta construida en el punto más elevado de la
ciudad, sobre una plaza grande y regular; la iglesia es pequeña, pero adornada, pero
encierra algunos cuadros excelentes»116. El reverendo Townsend, añade algo más, que
denota su interés por proporcionar a sus lectores datos para que puedan hacerse una
imagen más precisa de la ciudad: «Lorca es una ciudad grande situada a orillas del
Guadalentín; encierra nueve parroquias y veintiún mil ochocientos sesenta y seis habitan-
tes, ocho conventos de hombres y dos de mujeres…los conventos más dignos de atención
son los de Santiago, Santo Domingo y de la Merced. El interior de la iglesia mayor no
tiene nada de notable…La fachada de la iglesia es elegante, las columnas son numerosas
y la arquitectura es de orden corintio y compuesto. Todos los criminales encuentran allí
un asilo. Un viejo castillo, construido en el borde de una elevada roca, era antaño un
signo de dependencia o un objeto de terror; ahora lo miran con indiferencia»117; por otra
parte, la buena impresión que la ciudad le causó se manifiesta cuando impresionado por
los paseos, los compara con el parque de Oxford, incluso añade que son «más extensos
y más hermosos».
El embajador Al-Gazzal que, como dijimos estuvo dos días en Lorca, denota un mejor
conocimiento de las cosas que describe: «Población muy urbana y desarrollada…la ciu-
dad está partida en dos por un río que le añade esplendor y hermosura. Las casas se
alzan desde el mismo cauce del río y son de una extrema maestría en su construcción. Las
habitaciones altas tienen miradores que dan al río, en una y otra orilla». Visita y describe
la alcazaba con detalle e interés, pues es obra de los musulmanes: «Esta población esta
construida sobre la roca de un monte alto… en la cumbre de dicho monte hay una alca-
zaba de los musulmanes que tiene varias torres, ahora derruidas y de las que no queda
más que las paredes, excepto una torre que se encuentra en el centro de la alcazaba, la
cual no ha sufrido alteración ninguna. Tiene ésta 64 escalones y acaba en una elevación
de cuatro cúpulas, que están como las dejaron los antiguos musulmanes. Hay también
restos de casas que han perdurado hasta el momento presente, así como el aljibe, de una
longitud y anchura máximas, que almacenaba el agua de las lluvias. El río mencionado
rodea este monte en sus tres cuartas partes, dándole la vuelta. Dicen algunos que dicha
alcazaba quedó en manos de los musulmanes todo el tiempo que aguantaron sus defensas,
tras ser ocupada la ciudad por los infieles. ¡Los decretos de Dios son inexorables!»118; el
otro embajador marroquí, Al-Miknasi, permaneció escaso tiempo en la ciudad, por lo que
sólo recoge unas leves impresiones sobre la ciudad, que inicia con una invocación: «¡Dios
haga que vuelva a ser tierra de Islam!», y a continuación escribe: «Es una población de
tipo mediano tirando a grande. Tiene numerosas huertas y arboledas. Está asentada al
pie de una montaña que corona una gran alcazaba construida por los antiguos musul-
manes. Dicha alcazaba tiene una alta torre que pudimos divisar mucho antes de llegar a
la ciudad»119. La descripción más detallada se la debemos a Alexandre Laborde, su relato
es metódico, lo divide en apartados —situación, extensión, clero, administración, edifi-
cios notables, costumbres y sociedad, paseos, hombres célebres, campiña—. Del extenso
texto extraemos algunos párrafos que describen la ciudad: «Ciudad bastante grande…al
pie de una montaña escarpada casi toda de eschita, llamada Sierra del Caño, sobre la
orilla derecha del Guadalentín… Apenas quedan vestigios de las murallas que formaban
el recinto de su antiguo castillo que dominaba la población; pero se conserva intacto
su alcázar: es de una magnitud bastante regular con salones magníficos, y el piso bajo
suele servir de almacén de pólvora. Su población es de 22.000 almas…dividiéndose en
alta y baja: esta última, que es la más moderna, está en terreno llano y tiene algunas
calles anchas, casas bien construidas, y muchas plazas, aunque pequeñas e irregulares.
Hay también en ella dos arrabales, el de Gracia por la parte de Andalucía, y el de San
Cristóbal por donde se entra viniendo de Murcia, el cual es considerable por su población
de 8.000 almas. Tiene un cabildo colegial presidido por una abad, 8 iglesias parroquia-
les, 9 conventos, 2 hospitales y un colegio para educación de la juventud… y otro de
niñas huérfanas, en el que hay una biblioteca pública…Reside en ella un corregidor y 24
regidores que componen el ayuntamiento», a continuación informa a sus lectores de los
edificios notables de la ciudad, dignos de ser visitados: «La Casa del Ayuntamiento en
la Plaza Mayor, es hermosa y de una decoración elegante. La Colegiata tiene tres puer-
tas bien decoradas, con muchos bajorrelieves de buen gusto y sin confusión. Es de tres
espaciosas naves. En la Capilla de San Diego hay muchas pinturas de buena expresión.
La iglesia de Carmelitas Descalzos y la de San Jaime, que son de una arquitectura noble
y majestuosa. Los dominicos poseen hermosas pinturas al fresco de Baltasar Martínez,
hijo de la ciudad…», por lo que se refiere a los paseos lorquinos «su hermosura es
deliciosa: en ellos se reconoce la afición que se tuvo a este recreo, y la opulencia con
que se construyeron calles de árboles anchas entre la ciudad y el río…»120. Tras esta
detallada descripción, Carr no aporta nada: «Una fila de antiguas murallas árabes, con
huellas visibles del tiempo y de la guerra; una venerable y noble catedral; numerosas
casas recostadas en las laderas erosionadas de una montaña rocosa llamada Sierra del
Caño, por cuya base fluyen los sorprendentes arroyos del río Guadalentín que dividen
esta parte del pueblo de la otra más abajo…merece la pena visitar la catedral y varias
iglesias»121. Por su parte, al escocés Inglis, lo que de verdad le llamó la atención fue el
mercado semanal de los jueves: «Casualmente era día de mercado en Lorca e inmedia-
tamente después de desayunar me puse a recorrer la ciudad en dirección al mercado…
Había a la venta todo tipo de cosas: una enorme variedad de frutos secos y leguminosas;
telas y calicios catalanes; calzados, especialmente sandalias de cuerda trenzada; mon-
tones de haces y cestos de esparto; cuentas de adorno, rosarios, imágenes y baratijas.
En suma, todo lo que uno come o viste de la provincia de Murcia. En una calle cercana
estaba el mercado de cerdos...», del resto de la ciudad opina: «Llegué hasta la catedral,
pero no vi nada digno de comentar… contiene algunos cuadros pasables de discípulos de
Murillo»122. Finalmente, la obra de Richard Ford es una auténtica guía para el viajero que
quiera, sin pérdida tiempo, visitar lo más importante de la ciudad, salpicada de algunos
datos históricos y estadísticos: «Lorca (Eliocroca, Lorcáh), construida bajo el Monte de
Oro, a orillas del Sangonera, que fluye poco después al Segura. Lorca es una vieja ciudad
y extendida, pero limpia y con buenas casas: tiene algo menos de 22.000 almas y una
posada decente. Era la llave mora de Murcia. El castillo macizo es todavía único en su
género y merece la pena visitarlo. La torre del Espolón y las largas líneas de murallas
son de origen árabe. La llamada Alfonsina es española y fue construida por Alfonso el
Sabio, quien dio a la ciudad sus armas: una llave en una mano y una espada en la otra,
con la leyenda: ‘Lorca solum gratum, castrum super astra locatum, ense minas gravis, et
regni tutissima clavis’. Lorca es lugar aburrido y poco social. Las calles son empinadas
y angosta. La fachada de la Colegiata es corintia y de orden compuesto. El interior es
oscuro, pero tiene reliquias de su patrono San Patricio. La Torre tiene una cúpula en
forma de salero. La Plaza Antigua con su cárcel porticada y sus calles en zig-zag, resulta
pintoresca. Hay una iglesia gótica aceptable, la Santa María. Los paseos son agradables,
sobre todo la Alameda, cerca del río. En la Corredera hay una columna con una inscrip-
ción romana…Lorca fue saqueada dos veces por los franceses…Hay una historia local,
Antigüedades, etc., de Lorca, de Pedro Morote Pérez-Chuecos, Murcia, 1741. Hay una
diligencia que va de Lorca a Murcia»123.
pero sé que hay en Lorca muchas de esas gentes llamadas gitanos en España, ladrones y
traidores, que no buscan sino los medios de robaros y de perjudicaros» y, más adelante,
vuelve a arremeter contra los que él llama gitanos al hablar de las posadas: «Las peores
de esas posadas son las que están gobernadas por los gitanos o bohemios, porque se
está más seguro en un bosque; hay que poner el ojo en todo y por muchas precauciones
que se tomen jamás se sale de allí con todo su equipaje»125; Lantier insiste en el mismo
tópico: «Lorca no está habitada más que por labradores descendientes de los moros,
hoy cristianos nuevos; pero el bautismo, en lugar de circuncisión, no ha fructificado.
No son ni menos groseros ni menos ladrones. Es una asamblea de hombres a los que
los españoles llaman gitanos»126. Sin embargo, los dos embajadores marroquíes, que
visitan Lorca por esos años, tienen otra visión de los lorquinos. Al-Gazzal expresa su
admiración y simpatía hacia ellos: «Población muy urbana y desarrollada, al igual que
sus habitantes, quienes han sido agraciados con el don de la hermosura y la riqueza.
Sienten un gran amor hacia el Islam»; y lo mismo le ocurre a Al-Miknasi: «tienen
los habitantes de esta ciudad mucho desparpajo, afabilidad y gracejo en el habla», y
cuando describe el recibimiento que le hicieron las autoridades lorquinas, siguiendo las
instrucciones de Floridablanca, apunta: «mostraron, al menos exteriormente, cariño y
afecto»127.
Durante la primera mitad del siglo XIX se rompe con el tópico creado por los viajeros
de la Ilustración. Alexadre Laborde, español naturalizado francés y viajero empedernido,
parece complacido por la forma de ser de los moradores de Lorca: «La morada en Lorca
es muy deliciosa, y su sociedad respira por todas partes alegría y placer; la honradez
forma el fondo del carácter de los lorquinos, cuyo festivo y jovial tono es muy grato al
que permanece algún tiempo en dicha ciudad»128. A la jovialidad y honradez, añadirá
otras virtudes de los lorquinos: inteligencia y trabajo; al menos así se desprende cuando,
al referirse al esmerado cultivo de la huerta, dice que a pesar de que la rotura de la presa
del Pantano de Puentes (1802) había provocado una terrible inundación que había arra-
sado todo, en tan sólo cinco años, han sido capaces de reparar todos los daños sufridos
y de que todo esté tan floreciente como antes de la catástrofe, y todo ello gracias a «la
indudable industria y aplicación» de los lorquinos. En esta misma dirección de alabar la
laboriosidad de los habitantes de la comarca, Sir John Carr, se refiere a los moradores
de Puerto Lumbreras: «…es un pueblo pequeño pero acogedor…los habitantes parecen
ser muy trabajadores»129. Al escocés Henry D. Inglis, como anteriormente dijimos, sólo
le interesó el mercado semanal de los jueves. Tras anotar los productos que allí se ven-
dían, también fijó su atención en el vestuario de la gente: «Las mujeres llevaban un gran
paño blanco de lana por encima de la cabeza a modo de mantilla; los hombres llevaban
calzones cortos, sin anudar, y que les llegaban hasta unas dos pulgadas por debajo de
la rodilla; no llevaban medias y calzaban sandalias de cuerda trenzada; en lugar del ele-
gante sombrero español llevaban gorras negras y ajustadas, con un pequeño borde hacia
arriba. Otros, provenientes de las tierras altas, iban envueltos en mantas, generalmente
de colores alegres, algunas de las cuales se parecían al tartán»130; posteriormente, el
buen escocés ironiza en torno a las indulgencias concedidas por el obispo de la diócesis
de Cartagena, que estaban publicadas en la Colegiata, pues «mediante la oración los
católicos de Lorca y de otros lugares de la diócesis pueden sustraerse al purgatorio antes
de haber entrado en él». Por último, la obra de Richard Ford, tan interesante para tantas
cosas, en este aspecto no dice nada sobre las gentes de Lorca, tan sólo informa de pasada
y lacónicamente, de que «Lorca es lugar aburrido y poco social».