Este documento describe los orígenes de la biología celular y molecular, desde las primeras explicaciones míticas y filosóficas griegas sobre la vida hasta el desarrollo de las teorías celulares y subcelulares en los siglos XVII-XIX. Explica cómo los filósofos griegos buscaron explicaciones naturalistas sobre el universo y la vida, y cómo los científicos renacentistas desarrollaron métodos experimentales. Finalmente, describe las teorías fibrilares y globulares del siglo XIX sobre la estructura básica de los
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Este documento describe los orígenes de la biología celular y molecular, desde las primeras explicaciones míticas y filosóficas griegas sobre la vida hasta el desarrollo de las teorías celulares y subcelulares en los siglos XVII-XIX. Explica cómo los filósofos griegos buscaron explicaciones naturalistas sobre el universo y la vida, y cómo los científicos renacentistas desarrollaron métodos experimentales. Finalmente, describe las teorías fibrilares y globulares del siglo XIX sobre la estructura básica de los
Este documento describe los orígenes de la biología celular y molecular, desde las primeras explicaciones míticas y filosóficas griegas sobre la vida hasta el desarrollo de las teorías celulares y subcelulares en los siglos XVII-XIX. Explica cómo los filósofos griegos buscaron explicaciones naturalistas sobre el universo y la vida, y cómo los científicos renacentistas desarrollaron métodos experimentales. Finalmente, describe las teorías fibrilares y globulares del siglo XIX sobre la estructura básica de los
Este documento describe los orígenes de la biología celular y molecular, desde las primeras explicaciones míticas y filosóficas griegas sobre la vida hasta el desarrollo de las teorías celulares y subcelulares en los siglos XVII-XIX. Explica cómo los filósofos griegos buscaron explicaciones naturalistas sobre el universo y la vida, y cómo los científicos renacentistas desarrollaron métodos experimentales. Finalmente, describe las teorías fibrilares y globulares del siglo XIX sobre la estructura básica de los
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ORÍGENES DE LA BIOLOGÍA CELULAR Y MOLECULAR
LOS PRIMEROS PASOS
Desde hace muchísimos años, tantos que no podría precisarse el momento exacto, el hombre busca descubrir un orden para el Universo y ubicarse a sí mismo dentro de ese orden. Es la búsqueda de un lugar en esa vastedad la que originó fábulas, mitos y leyendas que asignaban a uno o varios dioses la creación y el mantenimiento de todo lo existente. Es esa misma búsqueda, casi desesperada, la que animó a muchos hombres a cuestionar estas explicaciones y encontrar otras, que no delegaran el poder de la existencia - en definitiva, de la vida y la muerte - en fuerzas sobrenaturales o seres mitológicos. La Grecia antigua nos da cuenta de ese esfuerzo por encontrar, desde el quehacer filosófico, las respuestas a viejas y nuevas preguntas. Según lo que nos ha llegado a través de la tradición escrita, son los filósofos griegos los primeros que, cuestionando el contenido de los mitos y creencias, dedicaron sus esfuerzos a “descubrir” cierto orden y principios unificadores de todas las cosas, que explicaran tanto su origen como su permanencia. Esta tradición tuvo su continuidad, a lo largo de la historia posterior, en los trabajos de numerosos pensadores. Entre ellos se destacan los de los eruditos musulmanes, cuyo máximo esplendor se concretó en los siglos X y XI. Estos hombres no sólo contribuyeron a difundir la obra de los griegos que los precedieron, sino que hicieron aportes propios al saber médico - naturalista de su época. Sin embargo, es al influjo de las visiones mecanicistas que surgieron en la Europa del siglo XVII, cuando nacieron los principios de lo que conocemos como ciencia moderna. Es en ese momento cuando hombres de la talla del astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642), del filósofo francés René Descartes (1596- 1727) y muchos otros, proponen determinados métodos, tanto del pensamiento como de la acción, destinados a fundamentar experimental y racionalmente las ideas sobre el Universo. El surgimiento y consolidación de la ciencia experimental constituye, sin lugar a dudas, uno de los grandes logros de la humanidad. Fundamentalmente por dos razones: por lo que implica para el hombre sentirse capaz de explicar y predecir los fenómenos naturales y no atarse a los caprichos de algún “ente” sobrenatural y por lo que ese conocimiento y predicción implican para el mejoramiento de las condiciones de vida de la humanidad, al convertirse en poderosas herramientas para modificar la realidad natural. Estos hechos son reflejados en las siguientes palabras del científico y divulgador de las ciencias Bertrand Russell (1872-1970): “Ciento cincuenta años de ciencia han resultado más explosivos que cinco mil años de cultura precientífica.” La cultura científica retomó y desarrolló muchas de las ideas de los griegos que habían quedado en el olvido durante el dilatado período de la Edad Media, que afectó a toda la cultura de occidente durante casi mil años. Una de estas ideas es la existencia de ciertas unidades fundamentales - un principio común de estructura- cuyo conocimiento, nos permitiría acceder al principio ordenador de todas las cosas. Para las ciencias de la naturaleza, la posibilidad de ubicar físicamente las unidades mínimas donde se manifestaran las propiedades de un determinado sistema, fue un poderoso acicate de cuya mano nació un sinnúmero de programas de investigación. Cualquier estructura material, por más compleja que fuera, podía, según esta visión, desmontarse en sus constituyentes más íntimos a fin de estudiarlos por separado. El estudio de cada uno de ellos y el conocimiento de la forma en que se producía el “montaje” de los mismos para dar como resultado el sistema completo, permitiría elucidar los misterios más profundos de la naturaleza. René Descartes fue uno de los primeros y máximos exponentes de esta visión que recibió el nombre de “mecanicismo”, debido a que en ella se asimilaban los sistemas vivos a las máquinas, cuyo conocimiento podía ser deducido del estudio de cada una de sus partes. Descartes fue también quien propuso una forma de pensamiento que, según él, daría los mejores resultados en el arte de conocer la naturaleza. Se denominó la duda metódica, ya que consistía en dudar permanentemente de las evidencias, sometiendo a la crítica recurrente todo conocimiento alcanzado. La duda cartesiana fue considerada la mejor forma de protegerse del dogmatismo. Aunque Descartes no recurrió con demasiada frecuencia a la contrastación experimental de sus afirmaciones, la forma mecanicista de pensar el mundo natural y el método crítico cartesianos se erigieron como las formas más aceptadas destinadas a conocer científicamente la realidad. Esta corriente de pensamiento se conoce como racionalista, ya que confiaba plenamente en los métodos del razonamiento, como herramientas reveladoras de las verdades en los más diversos campos del conocimiento. La búsqueda y caracterización de los elementos simples que formaban los sistemas más complejos, se constituyó en un sueño para la ciencia. Persiguiendo ese sueño nacieron los modelos de átomos y moléculas, constituyentes elementales de toda la materia. El conocimiento de las características tan particulares de los seres vivos, producto de la extrema complejidad de estos sistemas comparados con los sistemas inertes, no escapó del sueño mecanicista. Uno de los problemas principales del pensamiento biológico de todos los tiempos fue establecer la relación entre estructura y vida. Paralelamente con el despliegue de las propuestas racionalistas - que como dijimos confiaban en la razón como fuente principal del conocimiento -, crecía otra corriente dentro de los naturalistas. La misma se amparaba en los métodos experimentales que ya dominaban el campo de los conocimientos en física desde los trabajos pioneros de Galileo Galilei. El esfuerzo, por tanto, se fue volcando paulatinamente a fundamentar los conocimientos en la observación y la experimentación. Esta nueva corriente se conoce como empirista. De la asociación entre las corrientes racionalista y empirista - pese a los enfrentamientos que solían darse entre ambas- empezaron a tomar forma las primeras ideas sobre la constitución elemental de los seres vivos. DESDE LAS FIBRAS Y LOS GLÓBULOS A LAS CÉLULAS Pero el tema de la vida superaba en mucho a las posibilidades del mecanicismo de explicarlo haciendo caso omiso de la idea de una fuerza exterior, que infundiera tal propiedad a la materia. Es mismo Descartes que, fiel a su mecanicismo radical, negó la existencia de una fuerza o principio distinto al resto de las fuerzas de la naturaleza para las propiedades de la vida, sostuvo, sin embargo, que la conciencia del hombre respondía a una oscura “alma racional”, no reductible a la composición material de su cuerpo. Así la búsqueda de la estructura elemental se mantiene fuertemente asociada con las posiciones vitalistas, que establecen una dualidad fundamental entre la materia y las propiedades de la vida. Los vitalistas suponen que cualquiera sea la estructura que caracteriza la vida, debe además ser la residencia de un “principio vital” o una “fuerza vital” oculta. Nacieron así los modelos que intentaban dar cuenta de la complejidad de la vida en la organización de unos pocos constituyentes básicos dotados de tal fuerza vital. Una de las ideas más antiguas es la “teoría fibrilar”. Probablemente nació de la observación de estructuras “fibrosas” macroscópicas, de las que dieron cuenta médicos y fisiólogos de los siglos anteriores, tales como fibras musculares, venas y nervios. Las fibras son concebidas como las partes sólidas de los organismos, cuya asociación da lugar a la formación de tejidos y órganos. Son las fibras las estructuras donde reside la fuerza vital y por lo tanto portadora de vida, tanto en lo estructural como en lo funcional. Sin embargo el sueño cartesiano al que aludíamos anteriormente, no permite evadirse de una búsqueda más y más profunda hacia el interior de las cosas. Convencidos de que la naturaleza de la materia es infinita y que, detrás de cada estructura última debe todavía haber otra más elemental, a la cual puede ser reducida la primera, esa búsqueda no se detuvo. Y llevó la pregunta ¿de dónde proceden las fibras? La observación al microscopio de ciertas estructuras globulares, vino a dar una primera respuesta. Nació así la idea del glóbulo y el establecimiento de una fuerte corriente “globulista” complementaria de la teoría fibrilar. Los globulistas, que basaron sus ideas en las observaciones de microscopistas tan importantes como Marcelo Malpighi (1628 - 1694) o Anton Van Leeuwenhoek (1632 - 1723), no pretendían reemplazar en principio a la fibra como constituyente fundamental de la vida. Simplemente encontraron en estas estructuras globulares, llamadas “granuli globuli” por Malpighi y “glóbulos protusados” por Leeuwenhoek, el origen de las fibras a las que seguían considerando portadoras de la fuerza vital. Las palabras del naturalista alemán Hempel hacia el año 1819 son, a este respecto, significativas: “Antes de hacerse visible cualquier fibra se observa en las sustancias que van a constituirla una formación esférica de tamaño variable. Estos glóbulos flotan en un líquido que, en determinadas circunstancias, parece transformarse asimismo en estas formas, de las que surgen las fibras, que podemos imaginarnos que están organizadas por el ensartamiento de tales cuerpos.” Para Hempel, a la manera de las perlas ensartadas en un collar, los glóbulos dan lugar a las fibras, últimas estructuras en las que reside aquello que denominamos vida. A su vez, los glóbulos tienen su origen en un líquido indiferenciado. De esta manera este pensador cierra el círculo de los orígenes de la estructura viva, partiendo de la homogeneidad de un líquido a la diferenciación en glóbulos y el posterior ensamblado de los mismos formando las fibras. Pero para esa misma época -principios del siglo XIX-, la teoría fibrilar empieza a caer en desgracia y a ceder terreno a la teoría globular. Esta última constituye el primer acercamiento a la teoría celular moderna. En forma lenta pero sostenida, las posturas vitalistas fueron quedando relegadas del plano de la investigación que fue concentrándose en una búsqueda más orientada a revelar las bases físicas de la vida que en preguntarse qué era ese “algo más” que desvelaba al vitalismo. POR FIN, LAS CÉLULAS Resulta interesante volver a considerar aquí que la observación de estos “glóbulos” es muy anterior al establecimiento de la teoría globulista, antecedente inmediato de la teoría celular. Normalmente, se asigna el descubrimiento de las células a Robert Hooke (1635-1703), que comunica sus observaciones alas Royal Society de Londres en el año 1667. Robert Hooke era un inventor y renombrado naturalista de su época, que realizó importantes contribuciones, principalmente en el campo de la física teórica y experimental. Según relata el mismo, la primera observación de células (nombre que él le dio debido a su parecido con las celdillas de un panal de abejas) la realizó al analizar al microscopio una delgada capa de corcho. Luego extendió esas observaciones a otros vegetales, identificando las mismas estructuras “porosas”. Hoy sabemos que lo que Hooke observaba eran las paredes celulares en tejido muerto y que, debido a esta razón, no contenían nada en su interior. Sin embargo, el propio Hooke hizo observaciones de células vivas, identificando un “jugo” en el interior de dichas celdas, que interpretó como parte del sistema de circulación de savia. El descubrimiento de Hooke, que documentó sus observaciones con dibujos de gran precisión, no obtuvo en su momento mayores comentarios ni interés por parte de los naturalistas, aunque se seguía buscando la mínima estructura dotada de vida. Las observaciones del microscopista holandés Van Leeuwenhoek son todavía anteriores a las de Hooke e incluyen células aisladas vivas: espermatozoides, glóbulos rojos y hasta bacterias. Estas observaciones también fueron recibidas como una “curiosidad” por el resto de los naturalistas, como un objeto de admiración, pero carente de importancia para la reflexión científica. No obstante Leeuwenhoek fue un investigador “mimado” de su época, ya que sus cuidadosas observaciones dieron cuenta de un mundo de “animalculos” microscópicos de los cuales ni siquiera se sospechaba su existencia. De tal grado fue su fama que recibió la visita de la reina Catalina de Rusia y de la reina de Inglaterra a su laboratorio, cosa que en esa época era considerada una gran deferencia. Pero ni él mismo ni sus contemporáneos correlacionaron sus descripciones del mundo microscópico con la existencia de unidades elementales de la vida. Similar fue el caso de otro de los grandes microscopistas como Malpighi, descubridor además de variadas estructuras en animales y vegetales, algunas de las cuales todavía llevan su nombre. Estos hechos demostrarían que el mejoramiento de la calidad de las lentes, fue apenas anecdótico en el establecimiento de la teoría celular casi dos siglos después de estas primeras observaciones. El destacado biólogo molecular francés François Jacob (nacido en 1920) da cuenta de este hecho en la siguiente frase: “para que un objeto científico sea accesible a la experiencia, no basta con descubrirlo, hace falta, además, una teoría dispuesta a aceptarlo”. Así es que, durante casi todo el siglo XVIII, hubo un gran estancamiento en la descripción de estructuras microscópicas, que apenas superaron las realizadas por microscopistas del siglo anterior. Coexistieron simultáneamente las ideas de células (Hooke), fibras (Haller) y vesículas o utrículos (Malpighi). Hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX, se evidencia un renovado interés por resolver los enigmas de la naturaleza. Principalmente en Alemania, donde surge una corriente filosófica denominada “Naturphilosophie” (o filosofía de la naturaleza) que tuvo un gran impacto sobre toda la intelectualidad europea. Los defensores de la “Naturphilosophie” se proponían elaborar una filosofía basada en las enseñanzas de la naturaleza y por ello impulsaron con vigor las investigaciones en las distintas ramas de las ciencias naturales. Entre ellas la de los estudios microscópicos. Uno de los más destacados hombres de este movimiento filosófico fue Lorenz Oken (1779 -1851) que, en 1805, concibe a los organismos macroscópicos como constituidos por la fusión de seres primitivos similares a los “infusorios”. Estos, según Oken, han perdido su individualidad en favor de una organización superior. También supone que estos organismos microscópicos deben ser esféricos debido a consideraciones exclusivamente estéticas y en el convencimiento de que debía mantener cierta correspondencia con la forma del planeta. Es muy interesante el hecho de que estas consideraciones de Oken son sólo especulativas, sin pretensiones de ser corroboradas experimentalmente o por vía de la observación Pero sin duda prepararon el terreno para el surtimiento de la teoría celular, ya que proveyeron un marco teórico para interpretar las observaciones microscópicas. Es así como naturalistas franceses como el botánico Henri J. Dutrochet (1776- 1847) o el zoólogo Felix Dujardin (1801-1860), prácticamente llegan a esbozar la teoría celular, asignando a las células (que todavía recibía diferentes nombres tales como utrículos, vesículas, glóbulos, etc.) un carácter de unidad estructural y fisiológica de los organismos. Dutrochet, denomina “sarcode” a la sustancia que conforma el interior de las células y este constituye el primer antecedente de la descripción del plasma celular denominado posteriormente protoplasma. Pero es en Alemania, donde los herederos directos de la “Naturphilosophie”, formalizan una verdadera teoría celular. Esta teoría supera en mucho, debido a su coherencia, a todas las propuestas anteriores y resuelve por el momento el tema de encontrar y caracterizar las unidades fundamentales de la vida. LA PRIMERA TEORÍA CELULAR Hacia la década de 1830, ya se habían establecido los progresos fundamentales, en los planos de la observación y teórico, que preanunciaban la primera teoría celular. Se había descubierto la organización celular de vegetales y de ciertos tejidos animales (Dutrochet y Purkinje, 1801), se había identificado el núcleo en las células vegetales (Robert Brown 1831) y se había descubierto en el interior de las células una sustancia a las que se asignaba el carácter de “materia viva”: el protoplasma (Dujardin, 1835). ¿Qué más faltaba para considerar a estos descubrimientos una verdadera teoría celular? Restaban todavía dos cosas fundamentales que aún no estaban teóricamente resueltas, no habían sido avaladas por observaciones. En primer lugar la generalización de la existencia de las células para explicar la organización de todo el mundo vivo y, en segundo lugar, la determinación del origen de dichas células. Es en ese momento cuando aparecen en escena los nombres de Matías Schleiden (1804 -1881) y de Teodor Schwann (1810 -1882). Schleiden era un abogado nacido en Hamburgo que, tardíamente, dedicó sus esfuerzos a las ciencias naturales. Según se conoce, padecía de fuertes desequilibrios mentales y tuvo más de un intento de suicidio, lo que acabó con su promisoria carrera de leyes. En 1833 decide cambiar de vida y se anota como alumno en la carrera de medicina de la prestigiosa Universidad de Gotinga. Pero es en 1838, cuando Schleiden, tomando como referencia el descubrimiento del núcleo celular por parte de Robert Brown, se aboca a describir y proponer una función para el mismo. De tal grado es la perseverancia en sus observaciones y la precisión que logra que identifica dentro del núcleo al nucleolo. Los estudios de Schleiden se basaron siempre en vegetales y, dentro de estos, en la embriología vegetal o fitogénesis. Sus aportes a la teoría celular pueden resumirse en tres elementos fundamentales. El primero es el establecimiento de que todos los vegetales están formados por células o dicho de otra forma que la célula vegetal es la unidad elemental constitutiva de la estructura de la planta. El segundo que el crecimiento de los vegetales depende de la generación de nuevas células. El tercero y último es que la célula se origina por diferenciación de una masa gelatinosa de la cual se organiza primero un nucleolo alrededor del cual se organiza el núcleo celular (que él llamó citoblastos) y sobre este último se adapta “como un vidrio de reloj a la esfera” una vesícula que va creciendo paulatinamente. A su vez, considera que la reproducción celular se produce en forma de yuxtaposición donde una célula se genera “dentro” de otra. Como se deduce de lo dicho, sólo la primera es totalmente cierta mientras que la segunda y la tercera son erróneas. Sin embargo, lo que importa fundamentalmente para el establecimiento de la teoría es el hecho de que, según la opinión de Schleiden, toda explicación sobre la génesis y desarrollo de una planta debe ser “reducida a la teoría celular”. Dice: “puesto que las células orgánicas elementales presentan una marcada individualización, y puesto que son la expresión m<s general del concepto de planta, es necesario ante todo estudiar esta célula como el fundamento del mundo vegetal”. Schleiden rechaza además la idea de una fuerza vital y considera que la explicación del mundo natural debe restringirse a una explicación del tipo mecanicista fundada en el experimento y la observación. Adelanta asimismo una posición de tipo evolutivo ya que, en 1842, sostiene que “dada la primera célula se abre el camino para la total proliferación del reino vegetal, que le permite ser edificado mediante la formación de variedades, subespecies, especies y así sucesivamente en un espacio de tiempo del que no tenemos noción alguna.” Además de sus contribuciones a la teoría celular, Schleiden se dedicó a la filosofía, disciplina en la que obtiene un doctorado. Publica también varias obras teológicas enmarcadas en la filosofía natural a la que adscribía y, dotado de un espíritu práctico muy particular, alienta a Carl Zeiss a montar un taller de óptica donde más tarde serán fabricados los mejores lentes de aumento de la época que, aún hoy, gozan de enorme prestigio. LOS ANIMALES TAMBIÉN Como ya adelantamos, el otro protagonista de esta historia es el zoólogo alemán Teodor Schwann, un alumno destacado de un famoso naturalista berlinés llamado Johannes Müller (1801 -1858) considerado un teórico genial y un hábil experimentador. Müller había, entre otras contribuciones, adelantado el hecho de que la fermentación se debía a la acción descomponedora de ciertos microorganismos. Esta idea recién se impuso con los aportes de Louis Pasteur (1822 -1895) a mediados del siglo XIX. Su contribución a la teoría celular parte de extender al campo de los animales los descubrimientos hechos por Mattias Schleiden en las plantas. El mismo se dio cuenta tempranamente de este hecho y según lo relata en el siguiente texto: “Un día en que cenaba con M. Schleiden, este ilustre botánico me señaló el papel importante que juega el núcleo en el desarrollo de las células vegetales. Me acordé de inmediato de haber visto un órgano similar en las células de la cuerda dorsal, y comprendí en el mismo instante la suma importancia que tendría un descubrimiento si llegaba a demostrar que en las células de la cuerda dorsal este núcleo juega el mismo papel que el núcleo de las plantas en el desarrollo de las células vegetales”. Como se desprende de la cita, Schwann aceptaba la idea errónea de Schleiden sobre la generación de las células a partir del núcleo. Todavía no se había descubierto la división celular, caracterizada por el proceso de división del núcleo (cariocinesis) seguido de la división del citoplasma (citocinesis). Pero uno de los objetivos declarados de Schwann es demostrar que cada célula y los tejidos que éstas forman tienen vida propia. Pretende probar que el organismo es, simplemente, el resultado de una asociación celular. El fin de estas investigaciones es negar el papel ampliamente aceptado de una “fuerza vital” y explicar la morfogénesis de los animales y vegetales por “principios mecánicos, sin la intervención de oscuras fuerzas inmateriales. Hasta ese momento, aunque esbozada, todavía no se había universalizado suficientemente la idea de que la célula es la unidad básica sobre la que se apoya cualquier manifestación de vida. Sin embargo, la nueva teoría sirvió como marco general para un extenso y fecundo programa de investigación en fisiología y anatomía que ganó a los círculos médicos de la época. De esta forma, rápidamente surgen una serie de tratados en estas disciplinas que terminan por establecer la universalidad de la constitución de los seres vivos. No ocurrió lo mismo en el ámbito de la educación donde, hasta la última década del siglo XIX, todavía el concepto de la organización celular todo el mundo vivo no se reflejaba en los libros de texto de la enseñanza media y universitaria, especialmente fuera de Alemania. Algunos historiadores de las ciencias, responsabilizan de este hecho a la influencia de ciertos filósofos que calificaban a la nueva teoría de una patraña, una “fantástica teoría” que en nada reflejaba la realidad biológica. Entre estos filósofos adversos a la teoría celular se encuentra Auguste Comte (1798 -1857). Comte fue, paradójicamente, uno de los pensadores cuyas ideas tuvieron mucho que ver con el establecimiento de los métodos y las formas modernas de la investigación científica. De todas formas, aunque para esa época la idea de la célula como unidad orgánica y funcional ya estaba establecida, quedaban en la penumbra los procesos por los cuales se produce la generación de nuevas células. LA DIVISIÓN CELULAR En otras palabras, era desconocido el hecho de que las células tienen su origen siempre por multiplicación de células preexistentes y que esta multiplicación se realiza -siempre- por partición del material que compone a la “célula madre” (división celular). En la resolución de esta cuestión, entra en escena el nombre fundamental del patólogo de origen alemán Rudolf Virchow (1821 -1902). Los estudios de Virchow se centran en el origen de los tumores cancerosos y otras enfermedades degenerativas de los tejidos. Hacia 1845, este investigador, convencido de que las células son el centro de toda la actividad vital, y basándose en observaciones de su colega Remak, llega a la conclusión de que las células se originan únicamente a partir de células preexistentes. Esta conclusión es expresada por Virchow en latín y en como una máxima que se ha hecho famosa: “ommis cellula e cellula” (toda célula proviene de otra célula). Probablemente se inspiró para su enunciación en otra máxima expresada por el naturalista italiano Lázzari Spallanzani (1729 -1799) que rezaba “omne vivum ex vivo”, para afirmar que todo ser vivo provenía de otro ser vivo y cuestionar de esta forma la extendida idea de que la vida surgía por generación espontánea. Virchow en una cita famosa, hace referencia a esta asociación de ideas de la siguiente forma: “También en patología podemos establecer el principio general de que no existe creación de novo, de que no podemos demostrar, tanto en la evolución de los organismos completos como en la de los elementos particulares, la generación espontánea. [...] negamos en la histología fisiológica o patológica la posibilidad de formación de una nueva célula a partir de una sustancia no celular. Dondequiera que se origine una célula, allí tiene que haber existido previamente una célula (ommis cellula e cellula), lo mismo que un animal solo puede provenir de un animal y una planta de otra planta”. Pese a estas contribuciones de Virchow, hacia el fin de su vida, volvió a las viejas ideas de la existencia de una fuerza vital. Propone que el fenómeno de la vida es tan complejo que ninguna explicación mecánica podrá dar cuenta plenamente del mismo y que por ello sería conveniente aceptar que la vida constituye un fenómeno que responde a algo “especial”. Algo que jamás podrá ser explicado plenamente desde los estudios físicos y químicos “aunque se consiguiera concebir la vida en su conjunto como un resultado mecánico de las conocidas fuerzas moleculares”. A partir del momento en que la célula es considerada una unidad fundamental de la vida, se acrecienta el interés por estudiarla. La mejora en el instrumental óptico y en las técnicas de tinción, permitieron que avanzaran rápidamente las observaciones y descripciones, tanto del núcleo celular eucariota como del citoplasma. Se descubren una tras otra las organelas, evidenciando una complejidad en el citoplasma muy alejada de la simpleza que le otorgaban los primeros citólogos calificándolo de masa protoplasmática homogénea. Sigue siendo una incógnita todavía la forma en que se produce la división celular. Aunque otros investigadores (Otto Bütschli en 1875 y Rober Remak en 1880) realizaron importantes observaciones respecto de la forma en que ocurre la división celular, los aportes fundamentales en este aspecto se los debemos al trabajo de Walther Flemming (1843 - 1905). Flemming concentró su interés en el estudio del núcleo celular y fue quien denominó “cromatina” a la sustancia que ocupa el interior del mismo, debido a la tendencia de este material de fijar ciertos colorantes y de esta forma diferenciarse del resto del contenido celular. Pero el aporte fundamental de Flemming fue la descripción de la mitosis y la identificación de los cromosomas. Pronto se estableció que cada especie tenía un número de cromosomas que era característico de la misma y el hecho de su reducción a la mitad durante la generación de gametos. Se había descubierto, de ese modo, la meiosis (Van Beneden en 1889). A partir de ese momento el estudio del núcleo celular, y en particular de los cromosomas, tomaría cada vez mayor importancia. CÉLULAS, GENÉTICA Y EVOLUCIÓN A principios del siglo XX, con el redescubrimiento de los trabajos de Gregor Mendel (1822 - 1884) y los conocimientos acumulados sobre la célula, se abrió un nuevo campo del saber biológico: la citogenética. Esta disciplina permitió correlacionar los acontecimientos que ocurren durante la división celular, con los principios que rigen la herencia de los caracteres. Así se pudo comprobar la ubicación física de los factores mendelianos (genes) en los cromosomas (Walter S. Sutton en 1902) y estudiar los efectos genéticos de diversas alteraciones en el material genético. La idea de mutación impuesta por Hugo De Vries (1848-1935) y constatada en los trabajos de Thomas Morgan (1866-1945) -sobre la mosca drosophila- para explicar los cambios en los organismos, permitió “fundir” en un mismo marco explicativo general tanto la teoría celular, como la genética mendeliana y la teoría darwinista de la evolución Estas disciplinas se habían desarrollado paralelamente durante todo el siglo XIX, sin que se establecieran firmes principios unificadores entre las teorías que las sustentaban. Esta gran unificación de distintos modelos biológicos, dio como resultado la denominada TEORÍA SINTÉTICA DE LA EVOLUCIÓN, surgida en la década del 30. La teoría sintética pronto se constituyó como una poderosa herramienta conceptual en manos de los bioquímicos y biólogos, rindiendo enormes frutos en el campo de los conocimientos biológicos. NACE LA BIOLOGÍA CELULAR La siguiente frase del historiador de las ciencias Desiderio Papp muestra cómo las tendencias principales en el desarrollo de la biología durante nuestro siglo, retoman y superan los anhelos de los naturalistas de siglos anteriores. “Describir la vida del organismo en términos de la física y química fue el magno objetivo que los iatromecánicos y iatroquímicos del siglo XVII se habían propuesto. En nuestra centuria se logró, en varios campos de la biología, acercarse a su ideal en mayor medida de lo que hubieran osado soñar los protagonistas renacentistas.” Esta frase de D. Papp se justifica si consideramos que es en este siglo cuando se pasa de las descripciones microscópicas a una biología firmemente apoya en la bioquímica, capaz de analizar y sintetizar macromoléculas en el laboratorio. Es en este siglo cuando se caracteriza químicamente a los genes y se explora con éxito la ultraestructura celular. Se logra interpretar las estructuras observables en función de modelos moleculares de gran poder explicativo. Si bien, a principios de siglo ya estaba establecida la presencia de ADN como un constituyente importante en el núcleo celular, a la hora de considerar cuáles eran las moléculas responsables de la transmisión de caracteres hereditarios, los bioquímicos se inclinaban por las proteínas. Este convencimiento respondía al hecho de haberse identificado hasta ese momento una gran cantidad de tipos proteicos diferentes que hacían pensar que eran determinantes de la gran cantidad de caracteres de los organismos. De la misma forma, el hecho de que estos tipos proteicos pudieran ser generados sobre la base de la posición y número de una cantidad relativamente pequeña de aminoácidos, reforzaba la idea de que fueran las proteínas el asiento físico de los genes. Hacia 1940, el físico de origen alemán Max Delbrük y el microbiólogo italiano Salvador Luria fundan lo que se denominó como “grupo fago”. El grupo fago estaba constituido por investigadores de diversas disciplinas que se dedicaron con ahínco a determinar la estructura de los virus bacteriófagos. Tenían la esperanza de que tales estudios les permitirían conocer la forma en que los genes controlaban la herencia celular. Recién hacia 1944, el bioquímico norteamericano Oswald T. Avery, investigando la acción infecciosa de los neumococos, descubrió que el ADN era el soporte material de los caracteres hereditarios en todos los seres vivos, sin excepción. Este descubrimiento se constató también en los enigmáticos virus, que formaban parte de los desvelos del grupo fago desde hacía ya un lustro. Con este descubrimiento, los estudios bioquímicos sobre la constitución química y la estructura del ADN pasaron a ocupar un primer plano. El importante físico alemán emigrado a los Estados Unidos durante la segunda guerra mundial, Erwin Schrödinger expresa en forma muy gráfica el papel esencial que se le asignaba por aquella época al ADN: “la fibra cromosómica contiene, cifrada en una especie de código en miniatura, todo el porvenir del organismo, de su desarrollo, de su funcionamiento. Las estructuras cromosómicas cuentan también con los medios para poner este programa en ejecución. Son a la vez la ley y el poder ejecutivo, el plan del arquitecto y la técnica del constructor ...” Estas ideas expresadas por Schrödinger tuvieron fundamental importancia en el desarrollo posterior de la genética molecular ya que daban sentido y dirección a la búsqueda emprendida. Se debía hallar una estructura tal que se correspondiera con la posibilidad de codificar todas las instrucciones necesarias para el desarrollo y reproducción de los organismos. A partir de ese momento, el empleo y desarrollo de instrumental sofisticado, que había sido poco considerado para el estudio de los seres vivos y formaba parte del arsenal de físicos y químicos, paró a desempeñar un papel protagónico. La biología ingresó en los laboratorios y los recursos metodológicos, teóricos e instrumentales que hasta ese momento eran característicos de los estudios en física y en química, se integraron plenamente a las investigaciones sobre la vida. Esta cierta imprecisión para establecer los límites entre ramas científicas que tradicionalmente habían permanecido bastante ajenas unas de otras, da cuenta de la nueva posibilidad de comenzar a explicar ciertos aspectos esenciales de la vida en los mismos términos en que se explican los sistemas físicos y químicos. El antiguo sueño mecanicista, tan claramente expresado en la obra de René Descartes - el brillante filósofo francés del siglo XVII-, parecía empezar a cumplirse: la posibilidad de que el fenómeno de la vida pudiera comprenderse a partir del estudio de sus constituyentes más “íntimos”. De entre todas las técnicas que en esos años se volcaron al análisis del ADN, el primer indicio de su estructura provino de la cristalografía. El análisis de cristales de proteína purificada, sugirió - en la década del 40- al físico estadounidense Linus Pauling y al inglés Maurice Wilkins que esta molécula mostraba la forma de un filamento helicoidal. El trabajo de los cristalógrafos no pasó desapercibido para los investigadores James Watson y Francis Crick, quienes se basaron en los mismos para sugerir que, también, la molécula de ADN era de tipo helicoidal. Finalmente, en abril de 1953 propusieron el modelo definitivo de la molécula de ADN - el modelo de la doble hélice- y pocas semanas después sugirieron la forma en que se replicaba. Por fin se contaba con un modelo de la forma en que se disponían los genes en los organismos y cómo se copiaban para transferirse de un organismo a otro asegurando la continuidad de la especie. Por estos descubrimientos, que son unos de los fundamentales de toda la historia de la biología, recibieron el premio Nobel de medicina y fisiología nueve años después. Pero todavía faltaba interpretar la forma en que fluía la información contenida en el ADN para que esta molécula cumpliera con las funciones de replicarse y traducirse a proteínas. Con el aporte de diversas investigaciones desarrolladas a partir del impulso que tuvo el modelo de la doble hélice, en 1957, el propio Crick enuncia el “dogma central de la biología molecular” con los conceptos centrales de replicación, transcripción y traducción. Si bien, el “dogma central” daba cuenta de la forma en que fluía la información genética, todavía no se había podido descifrar el código genético ni la forma en que se producía la transcripción y traducción. En 1961 los investigadores franceses Jacob y Monod postulan el papel central del ARN mensajero y cuatro años después, diversos experimentos que tuvieron como protagonista central a Niremberg terminaron con el descifrado completo del código genético. Posteriormente con las técnicas de secuenciación del ADN, la genética molecular entró en su fase decisiva de desarrollo que la llevó mucho más allá del interés teórico y desató una gran cantidad de técnicas que transformaron a este conocimiento en una de las claves para el desarrollo de la biomedicina y la industria. LAS BIOTECNOLOGÍAS El desarrollo de los modelos teóricos que constituyen la genética molecular y de las técnicas que permiten la manipulación del material genético derivó en un fuerte impulso de las llamadas biotecnologías. Aunque desde hace milenios el hombre ha utilizado a los microorganismos y otros seres para producir alimentos o desinfectantes (piénsese en la fabricación del pan, queso o en el uso de mohos para evitar infecciones), esto se realizaba en forma empírica. Es decir que se contaba con un conjunto de técnicas desarrolladas a lo largo de la historia que permitían producir algunos productos de consumo humano utilizando distintos microorganismos. Sin embargo, desde principios de siglo se han venido estudiando y mejorando estas técnicas así como incorporando nuevas, hasta desarrollar importantes líneas de investigación aplicada que se han dado en llamar biotecnologías. El conocimiento obtenido a instancias del desarrollo de la genética molecular, ha dado un impulso aún mayor a la explotación industrial de los organismos con el advenimiento de las técnicas de ingeniería genética. Ya no se trata sólo de aislar organismos útiles para algún fin sino de fabricarlos “a medida”. Las palabras del biólogo inglés J.B.S. Haldane, pronunciadas en 1929 - y que, tal vez, daban cuenta sólo de un sueño de bioquímico -, se han hecho realidad: “Si no eres capaz de encontrar un microbio que produzca lo que quieras, ¡créalo!”. Hoy es posible (y así se hace) modificar genéticamente a muchos microorganismos para que fabriquen diversos productos que naturalmente no producen. Entre ellos se encuentran antibióticos, hormonas, vacunas y una infinidad de productos de uso medicinal. También, se proyecta producir de esta forma combustibles, diversos alimentos y extraer valiosos metales de las rocas. A partir del desarrollo de plantas transigencias se ha mejorado la productividad de muchos cultivos, ya sea porque se les introducen genes que les confieren resistencia a muchas enfermedades o porque se obtienen vegetales de mejor calidad. También se han producido diversos animales transgénicos que son utilizados fundamentalmente en la investigación biomédica y otros que se proyecta podrían resultar de utilidad para la producción agropecuaria. Otro de los capítulos controvertidos de las biotecnologías es el que se refiere al desarrollo de las técnicas de fertilización asistida. Esta nueva disciplina médica que incorpora tecnologías destinadas a superar problemas reproductivos, sigue siendo tema de intensos debates en los planos social, teológico, moral, jurídico y científico. Algunos consideran reñido con la ética el hecho de que se produzcan embriones humanos casi en forma industrial y se los conserve para la posibilidad de que sean reclamados en el futuro. En 1996 se reavivó un intenso debate sobre el tema, cuando en Inglaterra - aplicando la legislación vigente- se destruyeron 5000 embriones criopreservados en nitrógeno líquido que no fueron reclamados por sus padres en los últimos cinco años. Algunos sectores, principalmente de la Iglesia Católica, calificaron este hecho como un genocidio. Otro de los debates que suscita la fertilización asistida, es la posibilidad de manipulación genética, tanto de las células sexuales como de los embriones. Combinadas con las prácticas de ingeniería genética, la fecundación asistida podría convertirse en un medio de solicitar “bebés a medida”; portadores de determinadas características genéticas consideradas “deseables” por los futuros padres. Asimismo, y sin modificar el patrimonio genético del embrión, ya es posible determinar si el espermatozoide o el embrión son portadores del cromosoma Y. A partir de esta identificación temprana, se ha hecho posible elegir el sexo del bebé que nacerá. Aunque el objetivo inicial de la aplicación de estas técnicas es evitar el riesgo de que el bebé sea portador de enfermedades genéticas ligadas al sexo (como la hemofilia), se han dado casos de que ciertas compañías ofrezcan comercialmente este “servicio” a padres que deseen elegir el sexo de su hijo por razones puramente culturales. La preocupación reside en que la masificación de estas técnicas podría llevar a un desbalance en la relación entre el número de mujeres y de varones en la población. Por ahora, la selección del sexo es un tratamiento caro y por lo tanto limitado a pequeños sectores de la población. Sin embargo se prevé el abaratamiento y el aumento de la confiabilidad del mismo en un futuro no muy lejano. Otro de los puntos en conflicto, reside en el hecho de que se puedan producir niños a partir de la donación de óvulos, de embriones o de espermatozoides por parte de personas ajenas a la pareja que desea tener hijos. Asimismo, en los últimos años se han dado varios casos de préstamo de útero. Es decir que una mujer accede voluntariamente a que se le implante un embrión proveniente de la fecundación de óvulos y espermatozoides de otra pareja, cuyo problema consiste en que la madre biológica no puede mantener el embarazo. La “madre sustituta” desarrolla en su seno al embrión y luego del nacimiento lo entrega a sus padres biológicos. El camino abierto por la fertilización asistida admite aún muchísimas variantes más que las aquí señaladas. Todas ellas son conflictivas para mucha gente debido a sus elecciones morales o convicciones religiosas. Son muchos los científicos, sociólogos, políticos que sostienen que el debate que supone la aplicación de estas técnicas y la elaboración de una legislación al respecto, debe salir de los comités de especialistas e incorporar las opiniones de la población en general. EL PROYECTO GENOMA HUMANO Pero el aspecto más inquietante de las biotecnologías es el que se refiere a la modificación genética del propio hombre. El proyecto genoma humano, que tiene como meta completar el mapeo genético del hombre hacia el año 2000, generará la posibilidad de implementar a gran escala las llamadas terapias génicas para las más diversas enfermedades genéticas humanas. La ingeniería genética, así como es una de las más promisorias de las biotecnologías destinadas a mejorar la calidad de vida de la población humana, necesita ser reglamentada para que no se transforme en nuevos intentos de llevar adelante prácticas de carácter eugenésico. EPÍLOGO El descubrimiento de que el ADN es el soporte físico de la información genética, junto a la posibilidad de haber descifrado el código, que nos permite comprender el mensaje escrito en los genes, representa uno de los logros más asombrosos de la investigación biológica. Significó desentrañar uno de los grandes misterios: qué es la vida y cómo es posible que los seres vivos se perpetúen en el tiempo. Desde el establecimiento de la estructura del ADN por Watson y Crick en 1953, el avance en torno al conocimiento de la vida a nivel molecular ha sido vertiginoso. Según Crick: “en junio de 1966, la reunión anual del laboratorio de Cold Spring Harbor trató el tema del código genético. Se señaló el fin de la biología molecular clásica, ya que la definición detallada del código genético - el pequeño diccionario- había demostrado que básicamente las ideas fundamentales de la biología molecular eran correctas. Para mí y para mucha más gente, dentro y fuera de la profesión, era extraordinario que hubiésemos llegado hasta ese punto tan rápido. Cuando comencé a investigar temas biológicos, en 1947, no tenía la menor sospecha de que las grandes cuestiones que me interesaban -¿de qué está hecho un gen?, ¿cómo se replica?, ¿cómo se pone en marcha y cómo se para?, ¿qué es lo que hace?- según suponía, rebasaría mi carrera científica activa y me encontré con la mayoría de mis ambiciones satisfechas” La biología celular nos ha permitido ver a los seres vivos como producto de una compleja organización a nivel molecular. Muchos de los fenómenos biológicos encuentran su explicación en las reacciones químicas que se dan en los diversos compartimentos celulares. Incluso se intentan explicar desde esta perspectiva muchos de los aspectos característicos del funcionamiento de los seres vivos multicelulares y que han adquirido un alto grado de complejidad en su organización. A esta tendencia no escapa el cerebro humano, donde se ha estudiado con mucho detenimiento la relación entre diferentes procesos y enfermedades neurológicas, y la actividad de los mediadores químicos que transmiten información de una célula neuronal a otra. Este conocimiento de las “moléculas de la vida” se ha extendido y expandido hacia el desarrollo de diversas estrategias de carácter tecnológico. La ingeniería genética, un conjunto de técnicas para transferir genes de un organismo a otro, ha sido aplicada a bacterias, hongos, plantas y animales. No sólo ha abierto nuevas perspectivas en la producción agrícola. Se ha proyectado de manera significativa sobre el mundo de la salud. En primera instancia existen nuevas posibilidades de diagnóstico con relación a numerosas enfermedades genéticas, así como la posibilidad de establecer nuevas relaciones entre el genoma y diversas afecciones que aquejan al hombre. Aunque se están desarrollando, a su vez, numerosas investigaciones en torno a la posibilidad de aplicar procedimientos de terapia génica, agregar el gen normal o reemplazar al gen causante de la enfermedad por el gen normal, Tim Beardsley de la revista Investigación y Ciencia afirma: “... la carrera del gen sigue su curso. Se encontrarán mejores medicinas, algunos harán fortuna y otros resultarán perjudicados. Porque de lo que no cabe duda es de que, si bien todos los seres humanos comparten ADN, no todos compartirán sus beneficios. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, en 1993 murieron 12,2 millones de niños menores de 5 años en los países en vías de desarrollo. Más del 95% de esas muertes pudieron haberse evitado, según la OMS, si esos niños hubiesen estado bien nutridos y hubiesen tenido acceso a los cuidados médicos que son una práctica normal en los países que pueden costeárselos. Para los desheredados de la Tierra, la medicina genética es todavía un sueño muy lejano.” El avance en las investigaciones del programa genoma humano tendrá una profunda incidencia en la vida de las personas del planeta. Aumentará nuestro conocimiento en torno al origen y las causas de numerosas enfermedades. Seguramente, y a partir de este conocimiento se desarrollarán nuevas terapias, pero en muchos otros casos esto no se producirá a corto plazo. Ha comenzado un profundo debate, al cual no podemos ser ajenos, sobre el impacto que el diagnóstico genético puede tener sobre la vida de las personas, cuando este se refiere a enfermedades sin tratamiento posible. Un capítulo aparte, tal vez el más problemático, se abre con la posibilidad de manipular el genoma de la línea germinal. Las modificaciones que hagamos en el mismo afectarán a las futuras generaciones. Como en pocos temas, cuando nos preguntamos qué es lícito hacer y qué no en relación al genoma de la línea germinal, debemos tener en cuenta no sólo nuestros derechos sino los de las generaciones que vendrán. El desarrollo de la biología molecular ha sido explosivo, ha abierto líneas de investigación científica y tecnológica jamás imaginadas. Pero cuál será el futuro de este programa de investigación es una duda sobre es importante reflexionar. La investigación científica no sólo le importa a los especialistas, es de interés para cada habitante del planeta. ¿En qué sentido se orientarán las nuevas investigaciones en biología molecular? Y ¿qué orientación tomarán las aplicaciones tecnológicas derivadas de este saber? La vida de muchas personas se verá influida por la respuesta que se den a estos dos interrogantes. El progreso en el conocimiento científico no es inevitable, depende de cuánto trabajan en su preservación los gobiernos, los investigadores y la población en general. Uno de los temas fundamentales podría referirse a cuál será el sentido social que se le dará a la moderna investigación científica. Entre la promesa y el riesgo, el conocimiento que hemos logrado sobre los códigos de la vida al finalizar el siglo, no deja de ser impresionante. Muestra las potencialidades del intelecto humano, que ha dado al hombre el lugar tan particular que ocupa frente al resto del mundo natural.