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Richard Loeb y Nathan Leopold eran dos jóvenes brillantes. Pero no era un decir:
eran superdotados. Sus familias, dueñas de grandes fortunas, pertenecían a lo
más acomodado y prestigioso de aquella sociedad de la ciudad de Chicago de
la década del ’20. Eran tiempos en los que imperaba la ley seca –aunque muy
transgredida en la clandestinidad-, el gangsterismo y la vida alocada de la
posguerra, pero los dos muchachos parecían ser ejemplo de sensatez y
seriedad.
Tras cometer lo que ellos mismos suponían que era un asesinato que quedaría
impune, Leopold y Loeb pararon en un puesto del camino a comer unas
salchichas -lo que indicaba la frialdad con la que habían actuado-, y luego se
dirigieron a una de las orillas del lago Michigan, donde se deshicieron del cadáver
de Franks: lo tiraron por una alcantarilla. Previamente, lo habían desnudado, y
habían desfigurado su cara y sus genitales con ácido , para evitar que lo
reconocieran.
Los lentes de Leopold, hallados en la escena del crimen, fueron la primera pista
de la autoría del homicidio por parte de los dos jóvenes estudiantes
Robert Crowe era un abogado del Estado muy reconocido, se hizo cargo de
investigar este caso y se convirtió luego en el fiscal oficial.
Crowe siguió el rastro de los lentes, que tenían un diseño especial y averiguó
que solamente se habían hecho tres modelos iguales y por encargo en la ciudad.
Uno de ellos correspondía a un hombre que ya no estaba en Chicago desde
hace un tiempo; otros, a una mujer que los tenía puestos cuando la fueron a
visitar con la policía; y los terceros, habían sido hechos para Nathan Leopold.
El joven dueño de los anteojos fue citado a declarar para que explicara qué
hacían allí sus lentes y el aseguró que..
Leopold: Soy ávido observador de aves y había perdido mis lentes en ese lugar
en una de mis aventuras.
Pero cuando el fiscal se adentró más en el caso se dio cuenta de que algo no
cerraba.
La coartada de Leopold era que había salido con su amigo Loeb en el auto de la
familia Leopold a pasear por la noche. Aseguró que habían salido con dos chicas
y que, cuando ellas se habían negado a tener sexo con ellos, las habían dejado
y habían seguido dando vueltas con el vehículo.
Pero cuando la policía, por orden de Crowe, investigó esta coartada, se dio
cuenta de que era absolutamente falsa. En principio, los agentes allanaron la
casa de Nathan Leopold y encontraron allí una pista que condujo a la máquina
de escribir en la que se había escrito el mensaje de rescate para la familia de
Bobby. Además, la letra manuscrita en el sobre dirigido a la familia Franks
pertenecía también a Leopold.
Tampoco era verdad que habían salido con el auto de los Leopold, ya que el
chofer de la familia se había acercado a declarar -con la intención de ayudar a
su jefe-
Chofer: la noche del crimen el coche se encontraba en reparación
Crowe entonces dedujo que los dos jóvenes habían alquilado un auto la noche
del asesinato. Y que las mujeres con las que habían salido no existían. Entonces
Loeb también fue citado a declarar y, tras un par de horas de interrogatorio, y
con las pruebas sobre la mesa, los dos jóvenes homicidas confesaron su crimen.
Al final del alegato, hasta el propio juez del caso, John Caverly, tenía lágrimas
en los ojos y luego decidió que los dos muchachos no fueran colgados
En un inicio recibían dinero por parte de sus familias pero luego la corte limito la
cantidad de dinero que se les entregaba, un día mientras Leopold y Loeb
trabajaban en la escuela de la prisión, Day un compañero de la prisión pasó junto
a Loeb y le dijo
Day: "te veo luego".
Despues de eso Loeb fue atacado en las duchas con una navaja de afeitar. Fue
atendido rápidamente, aunque Leopold llegó a ver a su compañero seriamente
herido con cortes por todo el cuerpo. Leopold se ofreció para ayudar, pero se le
negó su participación. Tras un breve intercambio de palabras con Leopold, Loeb
murió. Luego, Leopold lavó el cuerpo de Loeb en una demostración de afecto.
Leopold pasó mucho tiempo tratando de limpiar el nombre de Loeb, quien era
conocido como el asesino de un niño y depredador sexual. Leopold escribió
varios libros. En las tapas de los libros, puso escritos en latín en los que se leía:
"Por la razón, sin embargo, somos libres".
Se mudó a Santurce, Puerto Rico, para evitar a la prensa. Allí, se casó con una
viuda. Se dedicó a la medicina y al estudio de las aves tanto en Puerto Rico como
en las Islas Vírgenes Estadounidenses y finalmente Murió por un ataque
cardiaco.
Y así es como termina la historia de los dos jóvenes que se creyeron capaces de
asesinar sin sufrir las consecuencias.