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Los Sueños Sobreviven al Alba

Los Sueños
Sobreviven al Alba

Juan Carlos Pimentel Salinas

Ediciones Alethia

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Juan Carlos Pimentel Salinas

© 2011 EDICIONES ALETHIA


LOS SUEÑOS SOBREVIVEN AL ALBA
JUAN CARLOS PIMENTEL SALINAS

© 2012 EDICIONES ALETHIA


PRIMERA REIMPRESION

© 2013 EDICIONES ALETHIA


SEGUNDA REIMPRESION

© 2015 EDICIONES ALETHIA


SEGUNDA EDICIÓN

Todos los derechos reservados


Prohibida su reproducción total o parcial,
Sin la autorización legal del Autor.
Carrera 14g No 9 – 04 Chía – Colombia
Tel. 3228618208
Correo Electrónico: [email protected]

Edición: Blanca Stella Medina


Diseño de Cubierta: Yony Wilmar Lozano
Ilustración: Obra “Vestigios” (Detalle) del Pintor Carlos Humberto Lozano
Fotografía: Andrés Mauricio Moreno

Impresión y Encuadernación
Ediciones Alethia.
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
ISBN: 958 – 44 – 7985 - 3

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Los Sueños Sobreviven al Alba

Hay un castillo donde viven


las mariposas y los ruiseñores,
mi corazón para nombrarlo le dice…

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Juan Carlos Pimentel Salinas

El aleteo continuo de los reyes de las aves


migratorias, se deslizaba interminable por la dul-
ce mirada de Jeremías, en el momento aquel en
que escucho el infausto secreto que Amalia le
reveló. Fueron tan lacerantes sus inesperadas
palabras; que de inmediato y sin poderlo evitar,
fue transportado en un relámpago instantáneo,
decorado de perfumadas flores de colores junto al
ataúd triste de madera de cedro, donde repo-
saban indiferentes los restos mortales de su
abuelo Eladio. En aquel lejano y sentido mo-
mento, Jacinto su hermano mayor, tiernamente lo
tomó por sus axilas y le preguntó:

— ¿Quieres verlo?
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Los Sueños Sobreviven al Alba

Jeremías no lo dudó. Así que con un discreto


esfuerzo lo alzó en sus brazos fraternales y pudo
sentir, cómo su atónita mirada fue penetrando a
través del cristal traslúcido, dedicado al apacible
rostro del difunto en ese vehículo del olvido.
Jeremías lo vio de inmediato en un incólume
silencio, ausente de toda preocupación, alegría, o
necesidad, más allá de todo compromiso con su
vida o la de su familia. Eladio se había ido para
siempre. El aroma inconfundible de las flores de
azucena penetró nítido y directo por sus
pequeñas fosas nasales, y se fue a depositar para
siempre en un rincón de su alma destinado a las
pérdidas más sentidas. Ese único aroma
indecible, después de escuchar las palabras de
Amalia, retornó sin demora por los vericuetos
agridulces de todos sus recuerdos y se depositó
sin piedad a merced de su dolor, en mitad de su
destino enrarecido. Lo contempló. Ese aroma
sabía a muerte. Aquel aroma inextricable se
adhirió a sus recuerdos infantiles, mucho más
que el aroma cálido de los cuatro cirios blancos e
interminables, que enmarcaron el precario
depósito final, de toda la magnífica presencia de
su abuelo.

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Juan Carlos Pimentel Salinas

Eladio fue sometido a la más dolorosa


incertidumbre, el cáncer en el hígado le hizo
conocedor de la pequeñez más austera. Pero no
rezó. Exigió del Doctor Ballesteros la inyección
definitiva. Aquella que lo liberara mágicamente de
un destino final, colmado de dolor y de reiteradas
voces de misericordia. Y así, aún en la
desesperanzada angustia de una noche sin
nombre, eligió morir digno de sí mismo.

Ahora, en este perpetuo recuerdo melancólico


de su infancia soñadora, el secreto de Amalia, su
amor, su dicha, se introducía ferviente, sin prisa,
sin la menor contemplación por su corazón atado,
desconociendo audaz la ondulación del tiempo
para recordarle sin ninguna compasión, el
precario momento que hay, entre un beso y un
adiós para siempre, ese pequeño instante de la
nada.

Jeremías emergió estremecido de sus


recuerdos infantiles, se sobrepuso por un
momento, a su propia perplejidad; la miró a los
ojos, sus seguros brazos la refugiaron en una
ternura inventada para las hadas y delicadamente
le musito al oído:

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Los Sueños Sobreviven al Alba

—Amor de mis horizontes, si resulta


necesario, inventaremos un mundo en el que
puedas vivir—.

Un ligero silencio, igual al que produce el


viento en su viaje interminable, se fue
apoderando de su rostro pensativo; pudo
observar por momentos cómo el tiempo, siempre
indiferente, se detenía sorprendido al verlo
padecer. Se fue dejando sumergir ingrávido, en el
agitado mar del pánico indescifrable, en ese
torbellino de dudas y temores, y se dedicó
largamente a pensar en sus últimas horribles
horas; esas inesperadas horas, que con dureza le
arrebataron la paz, aquellas desconocidas hijas
de la eternidad, que le enseñaron la
transitoriedad perenne de la vida en la persona
amada.
En el transcurso de aquella mañana triste,
aquella mañana sin nombre, sin ruiseñores
cantores para su corazón, lo había acompañado
su hermano Jacinto. Él le brindó entonces un
abrazo perpetuo, sin pausa, penetrante; como un
rayo de luz, cálido y sin prisa; y en medio de ese
consolador abrazo de amigos, de cómplices, de
hermanos, le murmuró al oído:

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Juan Carlos Pimentel Salinas

—Las únicas batallas perdidas, son las que no


se quieren librar. Volverás a vivir, ¡siempre lo has
hecho! —.

Jeremías sentía en ese momento, que toda su


vida se iba destrozada sin remedio en un mar de
arrecifes, por la poderosa oleada de dolor de su
futura pérdida. Su amor, su Amalia, la mujer que
lo sometió a la dicha, padecía cáncer, un
carcinoma mamario la había asaltado en silencio,
¡la perdería sin remedio!

— ¿Y cómo está ella? —indagó Jacinto.

—Su exquisito valor me desborda, ha sido


Amalia quien ha enjugado mis lágrimas y
continúo…

— ¿Qué inextricable?, imagínate Jacinto,


¡anoche soñé con Dios!

Esas fueron las sentidas palabras que de su


aliento se arrojaron sin ninguna pretensión.
Jeremías frecuentemente sostenía que le era
difícil recordar sus sueños; sin embargo, esta vez
lo dijo con tanta seguridad, que no hubo duda de
ello. Acongojado alzó su taza de porcelana, se

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Los Sueños Sobreviven al Alba

dejó llevar lentamente del embrujador aroma del


café a un desván de recuerdos y suspiró en
silencio. Amalia era su amor, su único y
verdadero amor. Jacinto lo miró desde su
corazón, como siempre lo hacía; bebió también
un sorbo desde más allá del vaporoso aroma, un
sorbo que siempre lo supo exquisito; pero que
esta vez, estaba enrarecido por la pena y la
incertidumbre. Le sonrío con amor… y le dijo:

— Así que ahora sueñas con Dios…

Jeremías no encontró un ápice de ironía en


sus palabras; por el contrario, las descubrió
rodeadas de expectativa, de interés natural.
Habían compartido desde adolescentes miles de
veces largas horas de insomnio, en la búsqueda
constante de lo indecible.

Fue en abril, o tal vez en verano, —no lo


recuerdo bien— cuando ellos se empezaron a
besar; al principio, sin rastro de lujuria. Amalia,
preciosa como la luz de la mañana, lo había
condenado a saberse feliz desde aquel atardecer,
en que logró que sus indescifrables besos
vibraran primero en mitad de su alma, atándose

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Juan Carlos Pimentel Salinas

sin prisa a su corazón de niño. Aquel día, el sol se


dejaba caer en un horizonte boreal; el aroma de
la tarde revoloteaba en golondrinas púrpuras y
mariposas amarillas en sus ojos de miel. Ella lo
miró tiernamente, descifrando sin prisa su
corazón ardiente; fundió sus labios en los suyos,
produciendo de inmediato un manantial de
sueños y alelíes; Jeremías no tuvo tiempo de
escapar, la verdad no quiso escapar. La
alucinación aromática del jazmín dibujó en su
contorno la fragancia de lunas plateadas. Se
enamoró sin retorno.

— ¿Y qué soñaste con Dios?

Le preguntó Jacinto, intrigado y preocupado


por la desazón prematura de su hermano menor,
en tanto que llenaba su portafolio vino tinto de
cuero genuino, con un sinnúmero de documentos
al parecer muy importantes, de su agitada vida
como directivo principal de la reconocida
compañía de importaciones y exportaciones.

—Tienes que disponer de tiempo para que lo


discutamos —le contestó Jeremías, y continúo—

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Los Sueños Sobreviven al Alba

me ha dicho Dios, que recibiré siete estrellas y


seré feliz.

Jacinto lo miró desde la otra orilla de la


certeza, descifrando en sus palabras una pizca del
rocío de la desolación. Guardó silencio, no
respondió nada. Caminó sediento de paz para su
hermano, uno a uno, los treinta pasos hasta el
parqueadero de su vehículo. Conducía sin interés
por la ciudad. Las calles se hacían eternas en las
esquinas y el fulgor de la mañana penetraba
radiante por sus lentes recetados. Pensó una y
otra vez, si soñar con Dios, era una aproximación
temeraria a la locura o a la santidad. Se dejó
arrebatar por una imaginación desenfrenada
tratando de comprender, cómo se siente Dios
dentro de sí, aunque sólo fuera en un sueño. No
lo pudo saber en ese momento. «Jeremías
alucina de dolor hasta en sus sueños, no hay
duda», fue lo último que pensó al llegar a su
destino.

Los innumerables recuerdos, los exuberantes,


y aún los más triviales de su excitante vida con
Amalia, se agolpaban como una avalancha
inusitada en su mente gobernada de tristeza.

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Juan Carlos Pimentel Salinas

Jeremías la conoció un lunes. Se descubrió a sí


mismo en el espejo del amor; el esplendor de su
juventud, fue penetrando, uno a uno, todos los
poros de su piel; hasta que una punzada
indescifrable hizo blanco en mitad de su alma. El
amor duele —lo pensó—. Su sonrisa permanente
revelaba el destino de quien la amara, y su
pensamiento se precipitó a su vientre por un
aleteo inesperado. La miró sin piedad, sin temor,
sin ninguna prisa, y no pudo evitar que sus
imaginativos ojos le arrebataran sin recato, una a
una, las prendas de su cuerpo. Lo pudo
comprobar. ¡Era bella! ¡Era ella! Con la
determinación de un guerrero legendario se
acercó a su mesa en el restaurante, y solo le pudo
balbucear lo más elemental:

— ¡Nuestros hijos se llamarán Laurita y Javier!!

Ella lo miró intrigada, su corazón develó en un


instante la incertidumbre de existir, de ser; y con
una sonrisa de coqueta irremediable le contestó:

— ¡Qué coincidencia, los míos también se


llamarán así!

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Los Sueños Sobreviven al Alba

Cada ocasión fue propicia para el amor: el


ascensor de la oficina, un semáforo dañado en
medio de la noche, el baño del avión, el
confesionario de la iglesia, el bunker del hoyo
nueve en el campo de golf, el probador en la
boutique, un viaje en globo en su primer
aniversario, y donde los sorprendiera la exquisita,
dulce y enigmática voz de Sarah Brigtman. Toda
la ciudad olía a ellos. El aroma del amor,
embrujaba por igual a jóvenes y viejos, y rieron
sin parar cuando lograron comprender, que toda
la ciudad se había convertido en un orgasmo
gigantesco. Fue por aquella época en que todos
los ciudadanos se vieron sorprendidos por una
exaltación inesperada, por una ternura inusitada,
cuando padecieron todos los síntomas, y se
dejaron seducir complacidos por la desconocida
‘fiebre del amor’.

‘La fiebre del amor’, se fue precipitando de


manera inesperada en todos los quehaceres de la
vida cotidiana. Al principio, todos creyeron que la
primavera excepcional de ese año podría haber
provocado en los corazones de los ciudadanos, la
necesidad de la ternura. Después imaginaron,

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Juan Carlos Pimentel Salinas

que el paso de los tres cometas migratorios era


un suceso tan especial que podría haber
generado esta extraña fiebre; lo cierto es que a
todos los ciudadanos les permitió comprender,
que únicamente vivían en lo que profundamente
sentían. Y así fue, la devoción y la ternura
retornaron apresuradas del olvido. El presagio
inequívoco de que se avecinaba una avalancha de
sensaciones, pasiones y suspiros en todos los
corazones citadinos: en aquellos corazones
ardientes, en los pasivos, en los más soñadores,
aún en los corazones indigentes y melancólicos,
en todos los existentes en aquella ciudad
apretujada por la cotidianidad, fue ese primer
beso, que el padre Julio Cendales le dio en los
labios a la señora Josefina Clemente, —esposa
del Alcalde— en plena misa de nueve de la
mañana, aquel primer domingo del mes de abril.
La perplejidad colectiva no se hizo esperar. Fue
tan imprevisto el comportamiento del cura, que el
murmullo popular rebasó las fronteras y
prontamente toda la nación dio cuenta de su
espectáculo. ¡Eran amantes! Nadie lo sabía, y si lo
sabían, el decoro por la Santa Madre Iglesia
Católica Apostólica y Romana, siempre supo
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Los Sueños Sobreviven al Alba

poner un alto a los comentarios populares. Pero


sin duda, aquel incidente apasionado y
desbocado fue el inicio de la incompresible
‘fiebre del amor’.

Esta extraña fiebre fue tomando posesión de


todos los habitantes de la capital. Al principio
estas inesperadas sensaciones los llenaban de
curiosidad, pero con el pasar de los días, estas se
trocaban para convertirse en una ternura
inusitada; los vocablos llanos y directos, que a
diario caracterizaban la comunicación, se
empezaron a engalanar de métrica, preciosismo y
cuidado; los periódicos amarillistas fueron
trasformando sus exageradas noticias, en las
publicaciones más poéticas que los ciudadanos
enviaban. Todas las acciones humanas se fueron
desbocando por el desconocido sendero de la
armonía; finalmente, el sacrificio del amor, les
rapó la codicia, la vergüenza, y la autenticidad
floreció al compás, con el que crecieron los miles
de laberintos de flores. Los besos olvidados o
aquellos que nunca se dieron, encontraron un
sendero por el cual se fugaron de la muralla del
sentido común; y así los amores inconfesados
que se contaban por millones en toda la ciudad,

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Juan Carlos Pimentel Salinas

emergieron audaces de su infierno de temor,


saltando apresurados en la búsqueda incesante
de la oportunidad verdadera, de la felicidad
verdadera, de ese tiempo inequívoco de rosas,
besos y sueños. Los muchachos adolescentes
fueron quienes primero manifestaron los
síntomas; las canciones, las esquelas decoradas
con flores y Neruda, la inocultable fantasía de
sueños al tomarse de las manos para caminar por
todas las calles, parques o jardines; las mariposas
cómplices, siempre los acompañaban en un
aleteo misterioso que producía una sinfonía
conocida. Todo en su inmenso paladar por la
vida sabía a amor.

Luego fueron los ancianos, los que por un


sendero distinto al de la tristeza y la soledad, se
reencontraron en el caudaloso río de la pasión
desenfrenada, y se entretejieron en un mundo de
posibilidades recién fabricadas. El relámpago de
la noche encendió incandescente sus corazones
apolillados y jubilados por la costumbre, y la
desazón de una vida sin mayores desafíos.
Arrastrados por el turbulento mar de la
ensoñación suspendieron la lucha de la razón, y
se dejaron sumergir por el apasionado saber del

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Los Sueños Sobreviven al Alba

amor olvidado. Los siguieron en esa avalancha de


sueños y suspiros: los jóvenes profesionales, los
empresarios, las bibliotecarias, los conductores
de bus y buseta, los empleados del metro, los
oficinistas; todos los ciudadanos inevitablemente
cayeron presa de esta fiebre estrepitosa. Algunos
de los principales síntomas de ‘la fiebre del
amor’ era que eliminaban de los recuerdos de la
mente los rencores, sometían a una belleza
insoportable los ojos de las mujeres, y convertían
en verdaderos caballeros andantes a todos los
alfeñiques pendencieros de bravura. Las flores,
los sonetos, las canciones se convirtieron en el
alimento predilecto. Todo parecía haber caído en
una perfección sin inventar. A mí me llegaron
reportes que algunos ciudadanos murieron de
amor, pero la verdad, nunca he podido
comprobar esta información.

Pero fue el infortunio o tal vez la fortuna,


quienes pusieron fin a este sueño inverosímil,
cuando el abogado William Tamayo, —que nunca
cayó presa del delirio— un lunes a primera hora
de la mañana instauró en el juzgado municipal,
una demanda por obligación de hacer, a miles y
miles de personas para que retornaran a la

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Juan Carlos Pimentel Salinas

realidad cotidiana, y los funcionarios de la


Alcaldía le pusieran por fin el sello de radicación
en la forma adecuada, a su petición de
cerramiento de las góndolas de flores, aquellas
que Jeremías oportunamente había diseminado
por toda la ciudad. Lo más doloroso de ‘la fiebre
del amor’ era un síntoma posterior, que
dependiendo de cada persona podía durar un día
o toda la vida, era ‘la fiebre de la realidad’.

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Los Sueños Sobreviven al Alba

El primer domingo de junio, Jeremías también


navegó desolado por el ancho mar de la
incertidumbre; buscó encontrar en el aliento de
cada minuto, el coraje necesario para superar la
adversidad que le impuso la vida, cuando lo halló
indiferente por un descuido de su felicidad
prematura. Esa misma tarde, Amalia, aislada del
dolor a través de su interminable sonrisa, se
dedicó a observar divertida a todos los niños
invitados a la fiesta de su vecino Carlitos. Ella, los
vio destrozar con todo entusiasmo y sin ninguna
piedad, un espectacular héroe de papel, que no
tuvo más remedio que entregar toda su dulzura
interior. Él, por su parte, decidió salir a caminar,

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Juan Carlos Pimentel Salinas

lo hizo en soledad durante horas, sin rumbo, sin


destino, queriendo huir del azaroso desafío de la
melancolía. Caminó y no descansó. Recorrió la
orilla del rio, los miles de potreros poblados de
margaritas y mamíferos rumiantes; se deslizó
indiferente por las cuevas remotas de las
montañas distantes, pudo transitar la ondulación
olvidada de los caminos de herradura; se
transportó en sus entristecidos pasos hasta más
allá del poniente del atardecer de verano, y
únicamente se detuvo cuando sorprendido se
encontró de frente ante una pequeña
construcción de piedra; una especie de capilla
antigua, que se encontraba a la vera de un
camino de tierra sin asfaltar.

Entró cuidadosamente por la rústica puerta


principal, que al parecer se había labrado a mano
con antiguas herramientas de tallar, de fuerte y
hermosa madera magnolio. No había nadie en su
interior. Únicamente halló al silencio trabajando
sin reposo. Descubrió con mucha curiosidad, que
no existían las acostumbradas imágenes de
arcángeles y santos ni aspecto alguno de
pertenecer a religión hasta ahora por él conocida.
Era distinta. En el ara de la zona central emergía

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Los Sueños Sobreviven al Alba

una llama ardiente, blanca, muy brillante, que


sobresalía del piso de piedra, y a su lado una
inscripción en alto relieve en un lenguaje que no
conocía, pero que extrañamente pudo leer, y
entendió: ―al espíritu viviente que hay en ti‖.
No se pudo contener; lloró sin prisa, lloró
despacio, lloró uno a uno todos los recuerdos de
su desvarío; las locuras de su amor, y todas y
cada una de las sonrisas interminables que
salpicaban de ternura los labios de su amada.
Lloró, hasta quedar sediento de llanto; y en ese
finito pero interminable desahogo de su alma
herida, reclamó a su Dios con la furia de un
guerrero legendario, por el insoportable dolor
que se inició cuando Amalia le confesó que
padecía cáncer, y se lo habían diagnosticado
desde hacía dos meses. Jeremías no lo quería, no
lo podía aceptar, era feliz.

«Siempre será así —lo pensó por un


momento— ¡atarnos al amor y sufrir por su
partida! Solo siete estrellas me separan ahora de
la felicidad, ¿serán siete sueños?, ¿cuáles serán
esas siete estrellas, que no han llegado durante
estos dos meses que ha padecido este terrible
cáncer, y me la está arrebatando de las manos?»

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Juan Carlos Pimentel Salinas

Y continuó pensando con dolor, «Yo recé cada


día, fui a misa, prendí veladoras, hice obras de
caridad, perdoné a mis enemigos; hice todo lo
que me enseñaron, para que me escucharas y no
lo hiciste. Ahora que los médicos me han dicho
que está desahuciada, que debo empezar a
aceptar mi encuentro con su inevitable partida,
me hablas en sueños y me dices que seré feliz.
¿Qué he hecho para merecer un Dios así?» Su
mente murmuraba sin piedad, todos los
pensamientos posibles de dolor, rabia y
amargura.

Por un momento pudo tomar espacio de sí


mismo, su mirada inquieta se fue perdiendo en
aquella llama ardiente. El fervor apasionado de su
alma herida se fue sosegando, y sus
pensamientos se aquietaron como una ciénaga
en reposo. Pensó en los niños. Los vio sonreír
felices en medio de su corazón deshecho, y le
encontró todo el sentido a un suspiro de amor
que se le escapó afligido de llorar. «Debo
continuar…» lo pensó. Caminó un momento más
por aquella capilla misteriosa. Lo comprobó una
vez más, no había nada ni nadie, sólo una llama

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Los Sueños Sobreviven al Alba

ardiente y el silencio que se extendía complacido


por todo su interior.

Fue entonces cuando decidió retornar a casa.


Salió de la capilla con el mismo cuidado con el
que había entrado y tomó nuevamente el camino
de regreso. No había caminado más de treinta
pasos, cuando un anciano al lomo de un pequeño
asno se cruzó en su camino.

— ¡El sol brilla también hoy! —le dijo el


prudente anciano.

Jeremías lo saludó entonces, con la cortesía


aprendida desde niño.

—Se da cuenta… —continuó el anciano— que


el sol brilla aunque no lo pidamos.

Jeremías no comprendió muy bien lo que el


anciano le quería decir; sabía que a cierta edad se
genera la demencia senil, así que su cortesía
permaneció imperturbable y le reconoció que era
un bonito día. El curioso anciano le manifestó
entonces:

—Tengo un regalo para usted, y me resulta


imperativo que se lo entregue; pues de lo contra-
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Juan Carlos Pimentel Salinas

rio, no me pagarán por el servicio de enco-


mienda—.

Así que sin permitirle decir una palabra, sacó


el talego de cuero curtido de la alforja izquierda,
que el tiempo había roído sin piedad, y le entregó
su contenido. Jeremías lo recibió sorprendido y
se concentró de inmediato en su interior. Seis
rollos de pergamino, al parecer muy antiguo, eran
su regalo. Los examinó con mucho cuidado y se
dejó llevar por una curiosidad sin límites; pero no
pudo comprender en ese momento, qué
significaban aquellos extraños símbolos, que
juiciosamente se alineaban uno a continuación
del otro. Despertó apresurado del delirio, para
hablar con el gentil anciano; alzó su mirada
expectante, pero no lo halló cerca de él, tampoco
lo pudo encontrar un poco más allá. Simplemente
se había marchado, había desaparecido. No supo
su nombre, no tuvo tiempo de dar las gracias ni
de indagar por su origen o propósito. Parecía un
sueño. Como esas cosas misteriosas que a veces
nos pasan y no podemos explicar.

Amalia, inquieta y deseosa de su presencia, lo


esperaba en el umbral de la ansiedad. Laurita y

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Los Sueños Sobreviven al Alba

Javier, acompañados permanentemente de su sin


igual sonrisa de cristal, y sin que el cansancio
pudiera descifrar el secreto de sus energías,
jugaban al caballito, a la gallina ciega, a las
escondidillas, a las carreras y un sinnúmero de
variantes tan extensas como su imaginación. Ella
no pudo evitar que en un pequeño descuido de
su persistente atención, su corazón se agitara al
comprobar que las rosas blancas se fueron
apoderando del espacio trasparente, entre el
marco y la hoja de la puerta principal. Jeremías el
de la dulce mirada, se introducía por entero con
una sonrisa sin límites, para besar a su amada y
abrazar a sus impredecibles retoños. Llegaba
cansado, en largos pasos de sonámbulo, después
de su extraño encuentro con el anciano
misterioso, llevando consigo seis pergaminos
enigmáticos, remotos e indescifrables.

Acostados ya, en la cama de su alcoba


principal, Amalia sin ninguna piedad se lo dijo:

—Nos empezaremos a despedir el día de hoy.


El Doctor Fernández me ha dicho que el cáncer
ha hecho metástasis en los pulmones, y se han

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Juan Carlos Pimentel Salinas

deshojado de mi almanaque, miles de días en un


solo mes. ¡Si me amas no debes llorar!

Fue contundente, sin vacilación cada palabra


dicha. Jeremías la miró sin prisa, un sudor helado
recorrió el impacto que causó en su espalda la
despreciable noticia que recibía. No respondió
una sola palabra, guardó silencio por un
momento, hasta cuando una fuerza extraña le
permitió recobrar los instantes más sublimes de
su mutuo amor; entonces fue dibujando despacio,
sin ninguna prisa, minuciosamente, su deliciosa
silueta por cada uno de sus temblorosos dedos
que apasionados la acechaban; los besos de sus
labios se escaparon como aves de un paraíso
soñado, a cada uno de sus interminables
secretos. La amó como siempre, la amó para
siempre. Amalia, la dulzura hecha mujer, lloró de
placer. Sin ninguna premura la llevó por lunas
desbocadas y por la incontenible avalancha de sí
misma. La supo feliz.

La mañana desposeída de misterio, se filtró


rápidamente por las cortinas de velo suizo que
decoraban su alcoba. No tenían crucifijo en la
pared. Las sonrisas preparadas de Laurita y Javier

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Los Sueños Sobreviven al Alba

emergían perennes de las fotografías enmar-


cadas, y tiernamente mantenidas en portarre-
tratos de madera que encabezaban las mesitas de
noche. Jacinto no pudo aguardar por una hora
más sensata, y aplicó toda su ansiedad al timbre
de melodías navideñas en la puerta principal.

— ¡Necesito saberlo todo!!! —Fue su enérgica


advertencia.

¿Quién, qué, cómo, cuándo y por qué?, se


apelmazaron a toda prisa en sus primeras
palabras. No saludó.

—En la facultad de letras y filosofía nos espera


el decano a las siete de la mañana —prosiguió sin
pausa— ¡este es un acontecimiento mundial!!

La agitada cascada de pensamientos


convertidos en palabras, no le permitieron a
Jeremías contestar una sola. No desayunaron. El
delicioso aroma del café se quedó sin destino. Se
fueron a las volandas. Los niños no habían
despertado.

Jacinto y Jeremías eran hermanos, pero espe-


cialmente amigos. Compartían su misma pasión

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Juan Carlos Pimentel Salinas

por la filosofía, aunque el uno hubiera decidido


estudiar administración en la Universidad Conti-
nental, y el otro, ingeniería en la Universidad de
los Curas Dominicos. De Eladio su abuelo
paterno, provenía esa dolorosa inclinación; desde
niños los indujo a la lectura de Platón, Aristóteles,
Dickens, Dumas y todo cuanto libro sobre el
pensamiento humano apareciera en los apara-
dores de la librería.

La vehemente determinación por llegar muy


pronto a la Universidad, se colmó de impaciencia
al comprobar que el tráfico vehicular arremo-
linado en la mañana por toda la ciudad, hacían
eternas cada una de las calles. Para mayor
desazón, los semáforos disgustados por el diluvio
universal de la noche anterior, habían decidido
poner un alto a su mágico compás. La mañana se
iniciaba con la necesidad de la prisa colectiva y
todo parecía conspirar en su propósito. El sol
indiferente retornaba a su diaria disciplina, y
mezclaba con la misma exactitud del día anterior,
los colores infinitos de la vida soñante. Era lunes.
Las interminables rejas de alambre del campus
universitario se cristalizaban por momentos, en

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Los Sueños Sobreviven al Alba

las miradas ansiosas de Jacinto y Jeremías. Era


tan prolongado el viaje, que parecía que vinieran
de otro mundo.

El decano Hitz se deslizó con la vocación


minuciosa de un antiguo relojero, por cada uno
de los símbolos del primer pergamino, que
desenrolló con la precaución concedida a una
cirugía del corazón. No era para menos, los
papiros cristalizados por dos o tres mil años de
vicisitudes humanas, suplicaban sin palabras por
el mayor de los cuidados. El tiempo parecía
perpetuo porque no musitó palabra alguna
durante las siguientes veinticuatro horas, que
extrañamente lograron comprimirse en tres
minutos.

— ¿Cómo los obtuvo? —Fueron las primeras


palabras que lo trajeron de su absorto silencio.

—Son un regalo de Dios —le contestó


desprevenidamente Jeremías, sin el más mínimo
apremio porque su cordura saliera bien librada
del edificio intelectual del profesor.

El maestro Hitz se dejó sumergir una vez más


por su curiosidad, por su interés por el

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Juan Carlos Pimentel Salinas

conocimiento; quedó suspendido en un tiempo


sin manecillas, ni binarios. Se fue. Al contemplar
la intensidad de su disciplina, Jacinto y Jeremías
se refugiaron indefensos en una incertidumbre
perenne. Cuando finalmente retornó, el reloj de
su oficina marcaba las diez y cinco. El profesor
Hitz había estudiado en Europa durante treinta y
cinco años lenguas y filosofía, hablaba muy bien
en seis idiomas, y su reconocida autoridad en
criptografía antigua, le permitían mantener
relaciones muy fluidas con los traductores del
Vaticano, y los más reconocidos lingüistas de las
Universidades de Grecia e Inglaterra. Las ansiadas
y esperadas luces del profesor llenaron de
perplejidad, los rostros cavilosos de Jacinto y
Jeremías.

— ¡No entiendo nada!!!

Fueron las tres desconsoladas palabras que se


escaparon de toda su sapiencia.

—Al parecer están escritos —continuó di-


ciendo el profesor— en tres o cuatro lenguas muy
antiguas; más allá del hitita, Acadio o el arameo,
aunque tienen su aspecto. Existe en la ciudad de
Tolomeo un viejo profesor retirado, que creo
31
Los Sueños Sobreviven al Alba

sinceramente sea, en esta tierra bendita, el único


que nos pueda dar luces sobre su contenido. Sin
embargo hoy mismo enviaré un correo elec-
trónico a todos mis contactos en Europa, y los
mantendré al corriente de todo cuanto pase—.

El iluminado profesor Hitz los paseó por toda


la universidad. Mientras que los edificios blancos,
los jardines multicolores, las fuentes de aguas
cristalinas caminaban por sus rostros pensativos,
les ilustró sobre todos los avances logrados en el
campo de la criptografía antigua; de la manera
como se habían revelado un sin número de
sucesos que rayaban en la mitología, y que en
verdad habían sucedido. Les mencionó entu-
siasmado, lo más selecto del discurrir del
pensamiento humano a través de los últimos tres
mil años, y especialmente sobre todo lo que el
hombre aun no comprende o dejó de com-
prender. La más anhelada fe en el conocimiento
lo mantenía en una eterna juventud, a pesar de
sus setenta y dos años, de miles de batallas en
una guerra absurda y de un amor lacerante que lo
acompañaba sin la piedad del olvido. Era esa ira
muda que inundaba de dolor el recuerdo de su
32
Juan Carlos Pimentel Salinas

amada, de su adiós insalvable, de su sonrisa


única cuando le dijo:

— ¡Piensa en mí, hermoso amor!

Aquellas que fueron las últimas sentidas


palabras que Sophía Morgeistein le entregó a su
amado, el día doloroso en que él partía para la
guerra, vivirían indelebles en su alma.

El valiente soldado Hitz se entregaría a los


combates más feroces, sin ninguna posibilidad de
triunfar, sólo para defender su fe en la libertad.
«No viviré la vergüenza y la pesadilla de un campo
de concentración» lo pensó airado. Se refugió
entonces en un coraje desconocido, en un fulgor
efervescente. Las más arriesgadas maniobras
brotaron de su corazón herido, pues acababa de
perder a sus padres y hermanos incinerados por
la cobardía indiferente de toda la humanidad.
«Viviré cada día hasta la muerte», sostenía. Era el
voluntario permanente de las operaciones más
temerarias, era el general más comprometido en
el uniforme de un soldado; quería enfrentar la
muerte absurda que los depredadores más
salvajes, embrutecidos por el unanimismo

33
Los Sueños Sobreviven al Alba

déspota y tirano, le ofrecían en cada esquina, en


cada andén, en cada rincón del que esperaba
fuera cada minuto de su último día.

Morir defendiendo el absurdo camino de la


libertad y el amor, fue el destino que eligió. No lo
logró. Terminó la guerra como siempre termina:
con muchos muertos. La libertad y el amor son la
batalla personal que cada quien debe librar, lo
aprendió en la guerra. Perdió a su dulce Sophía;
la cámara de gases, supo de los últimos suspiros
que le brindó. El aroma embrujador de su amor
se esculpió en su piel. El profesor Hitz nunca más
se volvió a casar. Su aliento cansado, solía
murmurar Sophía…

Jacinto y Jeremías fueron recobrando la


realidad al salir de la Universidad. Hablaron de la
difícil situación de salud de Amalia, de la deses-
peranza por su próxima partida, de la desazón de
Laurita y Javier el día que tuvieran que despedirla
para siempre. Y así, en la medida que se alejaban
del campus universitario ingresaban de nuevo en
el mundo cotidiano, dejando la alucinación de lo
mágico y misterioso en las diestras manos del
maestro Hitz. El tiempo de la mañana se fue

34
Juan Carlos Pimentel Salinas

precipitando en la nada, y el medio día radiante


recogió rápidamente los quehaceres cotidianos
para introducirlos en sus vidas; y nuevamente, las
calles se convirtieron poco a poco, en los
senderos interminables de todos los días.

Jeremías se bajó lentamente del flamante


automóvil sedan gris tungsteno, al momento en
que llegaron a la puerta principal de la empresa
donde trabajaba su hermano.

—Llévese el carro —le suplicó Jacinto.

—Caminaré —fue su respuesta.

—En la noche voy, tengo regalos para los


niños—.

— ¡Los estás malcriando! —le advirtió


Jeremías.

Y su respuesta fue una sentencia que penetró


sin obstáculo hasta su ancho corazón afligido.

— ¡Lo haré, mientras viva!

35
Los Sueños Sobreviven al Alba

El profesor Hitz permaneció en silencio, obser-


vando a esos dos jóvenes que se alejaban len-
tamente del campus universitario. Deslumbrado
un tanto, por la amalgama de curiosidades que
acompañaban a aquellos seis pergaminos que
ahora se apropiaban enigmáticos, de la austera
decoración de su oficina. «Podrían ser mis hijos»
lo pensó por un momento. Dejó que su aliento
germano se apropiara del sonido de sus palabras,
y le murmuró a su secretario en la oficina de al
lado:

— ¡Elías, Elías, mi querido Elías! ¿Sabías que


el universo nace todos los días?

36
Juan Carlos Pimentel Salinas

Él como siempre, le sonrió con admiración y


respeto y le contestó:

— ¿Por dónde abordaremos este desafío,


profesor?

—Por donde siempre hemos comenzado. Por


la duda mi querido amigo, por la duda… no hay
mejor camino —concluyó.

El profesor un poco más sosegado, después


de disfrutar despacio de su esencial café de las
doce, tomó posición de cibernauta infantil, y de
inmediato ese pequeño rectángulo inverosímil lo
introdujo en un mundo comprimido. Los binarios
lograron descifrar con exquisita precisión la
premura y ansiedad de sus mensajes, y el Doctor
Samuel Kazanzakis, le contestó más pronto de lo
esperado.

Las fotografías digitales de los pergaminos y


papiros, que dejaron en manos del profesor Hitz
fueron enviadas ese mismo día a Grecia, Italia e
Inglaterra.

Con la precaución y el cuidado que aprendió


en los laboratorios de química, el secretario del

37
Los Sueños Sobreviven al Alba

profesor, seccionó pequeños trozos en las


esquinas de los seis pergaminos; los colocó en
pequeñas laminillas de vidrio y las selló en un
recipiente al vacío absoluto. La pequeña urna,
que ahora contenía este valioso enigma partió
muy de mañana, en un ansioso viaje a través del
océano hasta los laboratorios de la Universidad
Oxford en Inglaterra, donde se llevarían a cabo
los estudios científicos de carbono 14. Estudios
que sin duda, revelarían su verdadera antigüedad.

Este encuentro con lo inexplicable desvirtuaba


cualquiera de los ya conocidos. Algunos de los
rollos estaban fabricados en los mismos
materiales de papiros antiquísimos, como el de
los proverbios de Ptahhotep del 2650 a.c. en
escritura hierática de los antiguos egipcios. Otros
en pieles de cabra escritos en lenguas
aparentemente Hitita, Acadia y aramea, pero
todos por igual mantenían ese color amarillento
que los caracteriza.

El profesor Hitz había tenido entre sus manos


valiosos documentos de la antigüedad, como
algunos rollos del mar muerto y otros de
Naghammadi. Pero éstos, lo desconcertaban es-

38
Juan Carlos Pimentel Salinas

pecialmente. Era como si Dios los hubiera guar-


dado en un lugar secreto del tiempo. Su
encuentro no fue un hallazgo arqueológico y por
la multiplicidad de lenguas, no pertenecían a un
pueblo en particular ni a un tiempo específico del
nacimiento, crecimiento y caída de las grandes
culturas que la humanidad hasta ahora conocía.

El tiempo de todos los días se desvanecía


cansado entre las pupilas persistentes del Doctor
Samuel Kazanzakis. Sin proponérselo, estos
pergaminos se pudieron apropiar de su natural
disciplina de hierro. Se sumergía desde cada
amanecer en esta extraña composición de
símbolos, sin la menor precaución por sus
inevitables dolencias sembradas por todo su
cuerpo, a través de ochenta y siete años de luces
y sombras. El café adoraba su vientre. Su bicicleta
polvorienta vio desvanecer la velocidad de sus
pasos y lo acompañó despacio hasta su último
día. Era un hombre solitario, rodeado eso sí, de
innumerables solicitudes por apoyo y consejo; sus
conocimientos superiores en egiptología y la
cultura maya, le propiciaban una vida un tanto
enigmática y desconocida. Era gentil, pero aleja-

39
Los Sueños Sobreviven al Alba

do del mundo. Sus colegas admiraban su sapien-


cia, pero no toleraban el ermitaño compor-
tamiento que les impedía conocer los misterios
que él conocía.

A los pocos días de estudio, la luz de neón se


sorprendió junto con él, cuando descubrió
extrañado que estos pergaminos no estaban
escritos en lenguaje simbólico como se acos-
tumbraba en la antigüedad, para aquellos textos
de difícil contenido espiritual. La ausencia de
parábolas, metáforas y símiles, sin duda, eran el
aliciente justo con el que gratificaban su
perseverancia. Estos textos, por el contrario,
estaban escritos en un lenguaje sencillo, llano y
directo; como si tres mil años atrás, se hubieran
escrito para los hombres y las mujeres de este
tiempo. No hay duda, que al doctor Kazanzakis le
resultaba asombroso lo que estaba sucediendo;
las lenguas en que estaban escritos sí eran
variantes antiguas del hitita, Acadio y arameo,
pero extrañamente su contenido era de hoy.

Así que el doctor Kazanzakis se reclinó en el


espacio trasparente de tres días, y lo pensó. Y vol-

40
Juan Carlos Pimentel Salinas

vió a pensar. La verdad lo pensó durante muchos


días; revisó fervientemente, con calma, con
ansiedad, con tranquilidad, con desconcierto y en
algunos momentos con ira sus primeras notas;
pero siempre le revelaron el mismo significado.
Razón por la cual, desconcertado y sorprendido
decidió exigirle al profesor Hitz enviar otras
muestras de estos pergaminos a la Universidad
Zúrich en Suiza, para que les realizaran allí
también otras pruebas de carbono 14, y así
determinar de manera definitiva su antigüedad.

—La discreción es necesaria —Se lo advirtió


con ansiosa compasión, muchas veces el doctor
Kazanzakis.

—Las antiguas fuerzas oscuras que durante


siglos han mantenido los más selectos y secretos
conocimientos del poder de Dios dentro de cada
hombre, aún persisten; y por ello resulta
necesario actuar con mucha prudencia y cautela
—y continuó sin pausa— La vida es un bien muy
preciado para vernos incriminados a estas alturas
de nuestra espera en brujería, blasfemia o
terrorismo, por el interminable sueño de
encontrar a lo que llaman Dios sin intermediarios.

41
Los Sueños Sobreviven al Alba

Esa mañana de viernes, el sol también


decidió salir por el oriente; frecuentemente
encontraba motivos para realizar cambios
inesperados, pero su innecesaria lealtad a lo
conocido lo mantenía en lo esperado. Los
pergaminos, pensaba Jeremías, eran sin duda su
más grande experiencia sobrenatural; la congoja,
la profunda curiosidad y la más sentida ansiedad,
lo conducían por la más apremiante necesidad de
conocer su contenido. Y se preguntaba: « ¿En
verdad Dios, en aquel sueño me hablo con su
esperada certeza? ¿Fue real o solamente un
sueño más? ¿Era un acto revelador que se
hubiera encontrado con aquellos pergaminos
enigmáticos? ¿Cómo podría haber sido posible
que viajaran desde el remoto pasado hasta sus
manos? Y lo más importante: ¿Qué conoci-
mientos especiales contenían que le permitirían
encontrar la felicidad?». Recordó que Dios le
prometió que recibiría siete estrellas, pero estos
eran únicamente seis pergaminos, ¿Corres-
ponderían éstos a lo anunciado en su sueño?
Infinidad de preguntas sin respuesta se agolpan

42
Juan Carlos Pimentel Salinas

inmisericordes por todos los rincones de su


mente y de sus pensamientos.

Siempre académico, metódico, reflexivo,


Jeremías lo quiso resolver acudiendo a su
elemento, los libros. Llegó a las dos de la tarde a
la Biblioteca Central, la más grande e importante
del País. La dependiente le rogó apagar su
teléfono celular. Se desplazó entonces hasta la
sala de Humanidades y se dedicó pacientemente
a investigar todo lo existente sobre pergaminos
antiguos. Libros, mapas, reportes de guerras,
oscurantismo, renacimiento, manuscritos, qué se
yo; todo pasó por sus manos…, pero no encontró
solución para sus pergaminos. Aprendió que los
papiros se fabricaban desde hacía más de cinco
mil años en el antiguo Egipto, de una planta que
crece en los ríos poco profundos; que los más
antiguos hasta ahora conocidos están escritos en
lengua Hierática; igualmente aprendió, que las
pieles de ovejas y cabras salvajes se usaron para
copiar algunos textos del Antiguo Testamento y
del Talmud, cuyos originales se perdieron en la
historia; descubrió que amaba a Amalia desde el
inicio del tiempo. Y volvió a aprender que la
historia siempre se repite una y otra vez.

43
Los Sueños Sobreviven al Alba

Jacinto había salido de un difícil matrimonio


desde hacía tres años. La relación con su esposa
se fue deteriorando con la misma rapidez con la
que sus negocios crecían. Para agradar a su
esposa, Jacinto esgrimió todas sus habilidades
como administrador de empresas; así que ter-
minó construyendo en muy pocos años, un
sobresaliente capital familiar. Múltiples negocios
aparecieron en su camino: una empresa aquí, una
fábrica allá, monumentales contratos y la política
por todas partes. El tiempo era escaso para
atender tantos asuntos y tan redituables opera-
ciones mercantiles. Así que el amor, siempre el
primero que parte, se fue alejando sin remedio de
su hogar. La separación inconfesada hizo su
44
Juan Carlos Pimentel Salinas

aparición. Su relación se precipitó por un helado


e inevitable destino; dejaron de desearse, de
amarse, de esperarse, de conocerse. Los
negocios lo eran todo. En la soledad de la
abundancia, el corazón inquieto de Jacinto
retornó a su rigor apasionado y fijó nuevamente
los ojos en el amor. Se volvió a enamorar, de un
amor imposible, no lo eligió así; simplemente le
sucedió «Siempre será así», muchas veces lo
pensó. Una noche inesperada cansado de
aguardar por la ocasión más propicia, le reveló a
su esposa su amor insalvable por otra mujer. No
se pudo contener para decirle:

—No podré continuar en este matrimonio sin


amor, sin pasión, sin tiempo, sin esperanza por
algo más que dinero. ¡Quiero el divorcio!, —y
continuó ferviente— ni siquiera en tantos años de
matrimonio hemos tenido tiempo para desear y
tener un hijo, no tiene ningún sentido continuar
juntos.

Ella complacida lo aceptó de inmediato.


También vivía un apasionado romance secreto,
con uno de los empleados de la empresa.
Decidieron separarse tranquilamente sin

45
Los Sueños Sobreviven al Alba

conflictos, sin enojos, sin que el odio se apropiara


por entero de sus actos. Pero en el filo del adiós,
la costumbre del amor remueve sus entrañas.
Ella, poseída por la curiosidad y la intriga, buscó
indagar por la identidad de su nuevo amor; lo
persiguió en secreto a través de terceras
personas. Lo supo. Se inició entonces, el más
tormentoso mar de calamidades para el pobre
Jacinto. Su esposa no quedó satisfecha con la
casa, los autos, las empresas, los negocios, hasta
con los pequeños adornos de la finca. Lo quería
todo. Quería su sangre, la oscuridad para su
alma, su destino, quería destruirlo para siempre.
No lo logró. No tuvieron hijos, fue su fortuna. Él
decidió dejárselo todo, buscaba su libertad de
ser, de pensar, de volver a soñar. Ella aun así no
quedó satisfecha, porque con sus hermanos y su
padre, se enteraron que mantenía el más
apasionado romance con Eliana, su preciosa
hermana menor.

Ellos se fueron enamorando en los momentos


más inesperados. Empezaron con la cortesía
natural de cuñados, después compartieron
almuerzos de trabajo en forma casual. Esa
inquietante y dulce sonrisa le fue quitando el

46
Juan Carlos Pimentel Salinas

estrés de su monótona vida cotidiana. Jacinto le


guardaba sus más íntimos secretos, sabía de sus
sueños, de sus delirios, de sus rencores…y hasta
de sus fantasías. Y así de repente un día, no lo
soportaron más, todas las habitaciones de los
hoteles de la ciudad se convirtieron en su refugio
preferido para el amor. La delicia de aquel
insensato desvarío, los condujo sin remedio por
el éxtasis de la incertidumbre, las angustias por
sentirse cerca y los rencores insoportables por su
condición de amantes. Jacinto le rogó
innumerables veces que se fugaran. Eliana nunca
lo quiso así. Finalmente, aunque su hermana
actuaba sin ninguna piedad y la quería destrozar,
decidió casarse con su novio de la escuela.

Esa noche de miércoles cinco de agosto,


Jacinto logró escapar con vida de la celada que le
habían tendido; su pantalón de dril, los zapatos
viejos de mocasín, una camisa prestada por un
amigo, fue lo único que le quedó después de diez
años de matrimonio.

El viernes anterior al puente festivo del fin de


semana, por fin llegó la esperada llamada del
profesor Hitz. Amalia la atendió, con el mismo

47
Los Sueños Sobreviven al Alba

cuidado y esmero con el que preparaba ajiaco


santafereño, taquitos mexicanos, ensalada rusa,
un hogar cálido, remiendos insuperables en los
pantalones de Javier o un pedido de flores desde
el exterior.

—Es increíble —dijo el prudente profesor Hitz.


—El doctor Kazanzakis en Grecia ha logrado
importantes avances en su encomienda, debemos
reunirnos de inmediato.

La noche, el día, la luna y el sol, todo se juntó


en una unidad eterna en ese esperado momento.
El doctor Kazanzakis, el hombre solitario y ensi-
mismado, que vivió durante cuarenta años ence-
rrado en una pequeña habitación, descifrando el
pasado de la humanidad, lo había logrado. Uno
de aquellos pergaminos, seducido por su clarivi-
dencia le entregó sin reparo, uno a uno, todos
sus secretos.

En el preciso momento en que descifró la


combinación de aquellos símbolos ancestrales fue
arrancado de sí mismo, y un estrepitoso mar
insondable le hizo saber que conocería su
nombre.

48
Juan Carlos Pimentel Salinas

Los lapiceros de colores, mágicamente se


apropiaron por entero de sus minúsculas manos
de tití, y afanosamente empezaron a escribir de
esta manera:

«He viajado por tu historia, desde siempre.


Uno a uno los días de tu crecimiento los he visto
pasar. Me empezaste a buscar en los lugares más
curiosos, ¿Por qué me empezaste a buscar?, han
pasado cien mil años de tus días y aún me
buscas ¿Qué quieres encontrar? En algunos
pueblos me buscaron en el sol, en la luna, en los
animales más exóticos. En otras culturas
creyeron encontrarme en las estrellas, en
muchos dioses para cada una de sus
necesidades; edificaron templos, compusieron
canciones. Alabanzas y odas conmueven tu alma
para nombrarme. Muchos otros construyeron
religiones, sectas, muchas doctrinas de mi
posible existencia, de mi existencia. No han
dejado descansar un solo día de tu historia para
definirme. La verdad, y escúchalo bien, es que
siempre he estado a tu lado y en tí, aunque no lo
comprendas. Y cuando me encuentres, no
encontrarás nada, no sabrás nunca cuando me
has tomado y me he revelado en tu corazón.»
49
Los Sueños Sobreviven al Alba

Bordeando la orilla del tiempo, que caminaba


al mismo compás del río Sena, Amalia y Jeremías
soñaban tomados de las manos, jugaban a
divertirse con la vida en esa escapada apasionada
de su luna de miel. Nada los detenía en su
alucinado romance, dos corazones desbocados
en su delirio de amor.

Amalia lo inmortalizó una vez más en ese


momento. Visitó a través del laberinto de sus
recuerdos, el momento aquel en que se dejó
sumergir por su voz, a las desconocidas
profundidades del amor absoluto. París la amaba
también.

El profesor Hitz pudo observarla recordando


su entera felicidad, que se le escapaba en una
sonrisa y una mirada de diamantes. Detuvo la
lectura y esperó pacientemente a que se
recuperara del asombro del amor. Ella se
reincorporó apresurada para escuchar nue-
vamente a su lector, con la pequeña vergüenza
que le causaban las ocurrencias de los recuerdos
inesperados.

«Tienes que empezar por aceptar lo inevitable


—continuó leyendo el profesor Hitz— y lo inevi-
50
Juan Carlos Pimentel Salinas

table en tu existencia es que no me puedes


engañar. Tus hijos y los hijos de tus hijos han
aprendido a engañar ¿De quién lo han
aprendido? No me puedes engañar ni acudiendo
setenta veces siete, a los lugares públicos de
oración. ¿Sabes por qué no me puedes
engañar?, porque soy el ser más íntimo de tí, el
que conoce todo de tí. No temas, detrás de lo
horrible, la envidia, la rabia, el miedo, la codicia
y la tristeza, hay un ser maravilloso, único y sin
límites.

¿Cómo empezó todo? Te contaré cómo


empezó todo. Ese extraordinario Big-Bang del
cual ahora te sientes orgulloso. ¿Has observado
que algunas de tus ideas se expanden a través de
toda tu historia? Así también se expande el
universo. Una idea simple puede ser el
intercambiar tus pequeñas cosas con tus
semejantes. Si observas esta pequeña idea a
través del tiempo, te darás cuenta que ella es la
que sostiene toda la realidad de tu mundo
actual; si esta idea no hubiera crecido y
expandido, tu mundo, tal cual como ahora lo
conoces, no sería posible y el crecimiento de
toda la población humana tampoco lo hubiera

51
Los Sueños Sobreviven al Alba

sido. Simple, ¿verdad? Y esta pequeña idea


también será el origen de tus guerras y de tu
paz. ¿De dónde surgió esta pequeña y especial
idea? ¿De la necesidad? ¿De mí? ¡Por favor! ¿Del
mundo de las ideas? ¿De la codicia? ¿Querías
para tí aquello que no tenías? ¡No!, de ninguna
manera. En tu mente que es la mía, reconociste
tu existencia, querías vivir y solamente lo puedes
hacer a través de tus semejantes. No existe otro
lugar para existir, únicamente en el existir de
cada uno de ellos. Al igual que tú, reconocí mi
existencia, y el único lugar para vivir era en una
mente que en una contemplación perpetua,
pensara en el universo como un lugar posible y
expansible. Si no creces y te expandes, dejas de
existir. La mente, aquella creación misteriosa
para tí, es la responsable del reconocimiento de
tu existencia; únicamente a través de ella te
apropias de lo que consideras posible, te
imaginas lo que es imposible y deduces tu
existencia, de acuerdo con la repetición
constante de tus íntimas creencias.

Me has hecho vivir las más vergonzosas


experiencias. Me convertiste en un tirano, en un
depredador despiadado, en un guerrero desola-

52
Juan Carlos Pimentel Salinas

do y sangriento, en un soñador sin remedio, en


un conquistador expansivo, en un hombre santo
e iluminado, en un ser sediento de súplicas y
oraciones, y muchas otras veces en la oscuridad
de tu barbarie encontraste innecesaria mi exis-
tencia. Pero sabes, en todas estas ocasiones
tenías razón; he sido todo lo peor y todo lo
mejor que tú has sido.

Tú no me necesitas, pero yo a tí, sí. Puedes


crear la existencia que quieras, puedes alcanzar
mucho más allá de los límites de tu imagina-
ción; sois un dios peninsular en el espacio y en
el tiempo y así te necesito, solo así te necesito,
porque solo así en tí, soy el que soy.»

Al atardecer de ese singular día de génesis


Jacinto, Jeremías, Amalia y el Profesor Hitz inau-
guraron sin proponérselo, una nueva sociedad
secreta; aquella destinada a conocer, entender y
practicar los conocimientos secretos que en
pergaminos Dios les quiso regalar.

—Vamos a diseccionar esto —dijo el profesor


Hitz— no podemos descuidar el contenido
emocional de las palabras, recuerden que son
traducciones y puede ser posible que su entero
53
Los Sueños Sobreviven al Alba

significado se vea matizado, y por qué no, hasta


modificado.

Todos hablaban al mismo tiempo. Se apresu-


raba la marcha de la ansiedad, la dicha del cono-
cimiento, se abría por fin para Jeremías, la
ventana anhelada de unos nuevos rayos de sol
que le permitieran a Amalia quedarse un poco
más. Fue tanta la concentración, la reflexión y el
cuidadoso amor por entender, que la funda-
mental cafetera de otros días, tuvo miedo de
alcanzar su jubilación prematura.

El viento cálido fue trayendo consigo, la


mesura cotidiana que penetró audaz por la
ventana abierta de la sala principal. Las cortinas
indefensas aletearon en un remolino de
franquezas conocidas, y así todos fueron
recobrando la compostura que sus emociones
más sentidas, los habían desgranado en una
avalancha de palabras mezcladas por el viento, en
sonidos indescifrables e inconclusos. Vino a todos
un pequeño silencio.

— ¡Caramba, no es para menos! —La


autoridad del profesor Hitz supo reponerse del
delirio— que uno pueda leer las palabras secretas
54
Juan Carlos Pimentel Salinas

de Dios, es motivo suficiente para emocionarse.


—Y continúo— me ha conmovido la infinita fe en
el ser humano, la absoluta libertad que nos
concede, la esperanza por nuestras mayores
conquistas y la generosidad sin pausa por el
nombre y la condición que le queramos asignar.

— ¡Todo ello es el amor! —exclamó Amalia—


Sin juzgar, sin castigar, sin esperar; sólo la
necesidad de nuestra realización, que es la
felicidad.

—En cada lugar de nuestra existencia está y


estará. —murmuró Jacinto pensativo—.

—Y cuando lo hallemos, no lo podremos asir;


no habrá alegrías, ni timbales, ¿Cómo pues lo
sabremos? —manifestó Jeremías resignado.

—Y una condición muy importante —tomó


nuevamente la palabra el profesor Hitz— No lo
podemos engañar, nos exige algo doloroso: la
coherencia. Nos libra de la adoración, es cierto;
pero nos impone de manera contundente, a vivir
lo que auténticamente sentimos y deseamos,
¡adiós hipocresía, nos quedamos sin infierno!

55
Los Sueños Sobreviven al Alba

Un sonido infantil, ensordecedor, se apoderó


de la inédita atmósfera de sapiencia, ¡Bingo! Fue
la onda expansiva que recorrió la casa toda;
inevitablemente se enteraron todos, que por vez
primera, Javier le ganaba a Laurita en un juego
de azar.

56
Juan Carlos Pimentel Salinas

Poseídos por ‘la fiebre del amor’, así como


antiguamente tantos se dejaron poseer por la
fiebre del oro, la rutina de una vida en pareja, no
encontraba ni una sola arista para asirse. Era
permanentemente confundida por ese desor-
bitado amor de sus oponentes, su desmedida
pasión no seguía un compás definido, y siempre
estaba orientada por las más absurdas fantasías.
La casa toda, mantenía el aroma del sándalo, la
canela y la vainilla. Las rosas blancas se
apropiaban de los espacios transparentes y el
aroma cálido de la cocina se fugaba sin demora,
hasta los paladares hechizados de Jeremías y los

57
Los Sueños Sobreviven al Alba

niños. Sabía a amor. A un amor por momentos


silencioso, discreto, eterno.

Su hechizo poblado de besos y estrellas


deambulaba por todos los rincones de la casa,
ejerciendo una cacería permanente de realidades
apremiantes, éstas desaparecían al sentir el toque
mágico de su bordón. Se escondía tras las
cortinas como enloquecidos y juguetones
duendes del amor. Su hechizo era el amor, el
amor era su hechizo y éste cobraba vida, vida de
duendes y castigaba sin ninguna piedad a la
realidad naciente de cada minuto, sometiéndola
al olvido, al silencio, a la nada. Únicamente,
dejando intactas las miradas de Jeremías y
Amalia, aquellas que se tocaban, se descifraban,
se acariciaban hasta morir.

Excitados por esta exquisita atmósfera de


fulgores, por ese aroma embrujador, en confusas
aspiraciones de quijotes sin batalla, Alberto y
Josefina los empezaron a perseguir por todos los
rincones de la casa. En muchas ocasiones los
buscaron en las casas vecinas, en las casas de sus
amigos o de Jacinto. Como dos fans deses-
perados los asediaban; a media noche, en oca-

58
Juan Carlos Pimentel Salinas

siones a Amalia en mitad de la preparación de la


cena, a Jeremías en su fábrica de chocolates. Los
empezaron a observar en esas noches sin reposo,
en que Amalia y Jeremías desencadenaban el
apasionado espíritu de su delirio. Descubrieron
sorprendidos la increíble capacidad atlética de
sus personajes. Comprobaron la exactitud de los
180 grados en las posiciones más exóticas de
ella. Josefina de la Hoz deliraba apasionada al
comprobar el gigantesco Everest al que era
sometida su estrella favorita. Amalia sin recato
alguno se desbocaba en interminables aullidos,
mezclados con las palabras propias de las
vagabundas más avezadas, que ella repetía al
compás con que Jeremías al oído se las decía. El
amor no encontraba reposo alguno. Cinco, seis y
siete veces en la noche, mantenían desvelados a
los vecinos más pervertidos y curiosos. Pero en el
espejo del amor, todos los seres reales o
imaginarios se encuentran desvalidos. Empezaron
a discutir. Alberto Castillo le exigía a Josefina, su
novia, toda la autenticidad de Amalia, la capa-
cidad de expresar sus emociones, la pasión
desenfrenada, la exactitud de sus sentimientos, la
sonrisa reveladora y la sinceridad de los aullidos

59
Los Sueños Sobreviven al Alba

más salvajes. Por su parte, Josefina le reclamaba


todo el romanticismo de Jeremías, las rosas
blancas, el desenfrenado ímpetu sin ninguna re-
milgada contemplación, la capacidad de soñar y
sinceramente, el obelisco nacional que durante
horas permanecía incólume en la refriega más
salvaje. Todos los ciudadanos lo pudieron com-
probar; la relación de Alberto y Josefina se des-
moronaba, se deterioraba a pasos agigantados.
Ellos se esforzaron es verdad, pero no pudieron
seguir transmitiendo nada verosímil. Finalmente,
como era de esperarse, el director de la tele-
novela ―Un amor verdadero para dos‖, cansado y
decepcionado del comportamiento de sus perso-
najes, la tuvo que concluir anticipadamente. Sus
personajes principales, Alberto Castillo y Josefina
de la Hoz, se distanciaron, se odiaron, no en-
contraron en el espacio de sus vidas un amor
ver- dadero para continuar juntos. El televisor,
poco a poco se fue alejando de la vida de los ciu-
dadanos. Las telenovelas que entretenían a
muchos de ellos palidecían de vergüenza, ante la
ola arrolladora de ‘la fiebre del amor’. El com-
portamiento inesperado de los personajes de las
telenovelas rompió con la coherencia acostum-

60
Juan Carlos Pimentel Salinas

brada. Todos ellos empezaron a des- pedirse de


la conflictiva vida que llevaban; empezaron a
escapar hacia esta realidad, `la realidad del
amor`. Querían vivir, querían sentir, querían un
lugar, un momento en la indescriptible „fiebre
del amor’. La realidad y la ficción se
confundieron, destrozaron sus fronteras, fue
ocurriendo en todos los rincones de la ciudad;
algunos hombres y mujeres solitarias se
entretejieron en apasionados romances, con los
personajes más famosos de las telenovelas.

Era una vida extraña vivir sin los conocidos


límites de la razón. El dolor de la costumbre era
el tormento reiterado para miles de personas;
atadas por la melancolía, la ansiedad y un sabor
precario pero recurrente, que se descifraba en
una oración por todos reiterada ¿Qué va a pasar
mañana? Esta fiebre arrolladora los sumergía en
el olvido de ese dolor, de esa ansiedad, de esa
premura, sometiéndolos lentamente y sin aspa-
vientos a las primeras nevadas del delirio; un
delirio que creció, que vivió y que finalmente
pasó, como todo pasa.

61
Los Sueños Sobreviven al Alba

—En estas solemnes reuniones —entre


sonriente y formal dijo Jeremías— doy por ini-
ciadas las prácticas permanentes del conoci-
miento de los pergaminos; no tengo nada que
perder, me abandonaré a su conocimiento. Dios
me ha prometido en un sueño muy revelador que
conoceré la felicidad, no puedo dejarme llevar por
la duda y la incertidumbre.

Amalia lo secundó de inmediato en este


magnífico propósito.

—Si lo puedo entender y hacer mío, moriré


dichoso —afirmó de inmediato el profesor Hitz.

Jacinto lo pensó un poco más. Sus cotidianas


responsabilidades en la empresa donde trabajaba
lo ataban a una realidad de la cual era muy difícil
escapar.

—Con todo gusto los acompañaré en su


estudio. —Finalmente agregó— la práctica que
propone Jeremías me resulta muy dispendiosa,
por todas las labores que tengo que realizar y
todas las verdades que tengo que defender a
nombre de mi trabajo.

62
Juan Carlos Pimentel Salinas

Nadie lo quiso, ni lo pudo evitar. Las reuniones


diarias se apropiaron naturalmente de las pri-
meras horas de la noche en la sala, en la cocina,
en la biblioteca, en el estudio, en el jardín, en la
terraza. El aroma cálido de sus palabras se en-
contró de repente en un lugar muy acogedor, a
pesar de que la deliciosa hermosura de Amalia
había empezado a retroceder, ante la vehemente
ola desoladora de su enfermedad. El cálido color
rosa de su piel de almendro, gradualmente se iba
trasformando en un penetrante ocre triste, que
despiadadamente se aferraba a su piel y la
dejaban expuesta a una raquítica presencia. Esa
desolación pétrea avanzaba a pasos agigantados
para tomar posesión de toda su existencia,
envolviéndola, asfixiándola, haciéndola suya. Su
sonrisa embrujadora, la permanente sonrisa que
trasportó innumerables veces a Jeremías por los
alados pasajes del amor se enfriaba, lentamente
se enfriaba, ya no salpicaba todo lo existente.
Laurita y Javier penetraban a lo más recóndito de
su ser y le traían la nostalgia recién fabricada de
tierras del mañana, ¿Cómo será su vida?, era el
permanente repicar de su mente embargada de
tristeza prematura. En silencio, en cada paso, la

63
Los Sueños Sobreviven al Alba

muerte se acercaba sin retorno. Amalia la mujer


de sonrisa de cristal, era su destino.

La infausta noticia de su enfermedad le quiso


imponer sin demora, un silencio religioso. No lo
logró. Amalia tomó la decisión de no someterse a
traumáticos procesos de radio y quimioterapia,
«Si he de morir tan pronto, —sostenía—. Ha de
ser como los robles vehementes en un atardecer
sin nombre». La radiante altivez de su presencia
le exigía despedirse como una heroína, sin la
ventaja de miles de batallas inútiles e
innecesarias. «No tengo miedo a la muerte —
afirmaba con natural seguridad— mi vida ha sido
bella, lo he conocido todo, inclusive la felicidad de
saber que soy feliz. El goce de mis hijos un tanto
truncado quedará y el de mi marido, sin duda
truncado no ha quedado. Lo que sí lamento en
verdad es que las rosas blancas, las pinceladas
del tierra siena tostada y el aroma del café,
huérfanos quedarán del anhelo más sincero.»

Pero fue durante „la fiebre de la realidad’


que Amalia y Jeremías comprendieron que la
felicidad, siempre transita primero los tortuosos
senderos de la adversidad. «El chocolate, la

64
Juan Carlos Pimentel Salinas

bebida de los dioses en la mitología Azteca, nos


harán millonarios —inocentemente afirmaban—
endulzaremos el paladar de toda la nación y nos
responderán con la abundancia.» Los rellenos de
frutas, las brochetas cubiertas, los rellenos de un
licor inocente, los chocolates de amar, los de
pedir perdón, los de proponer matrimonio, los de
ofrecer a los enemigos, y por qué no, también los
de alimentar. Uhm… eran deliciosos, exquisitos,
un manjar irreal. Jeremías en cierta ocasión me
contó, que los chocolates de amar, producían
orgasmos múltiples, en las mujeres cuyo nombre
empezaba por A. Las manos diestras de 25
mujeres onduladas, los fabricaban de lunes a
viernes, desde que las primeras dulces miradas
de cada mañana habían besado a sus hijos en el
portal de la escuela. Se elegía la fabricación de
cada día, de acuerdo con la sensación que tenían
en la mañana la mayoría de ellas; si habían hecho
el amor la noche anterior, se fabricaban los
chocolates de amar; si habían jugado con sus
hijos, se fabricaban los rellenos de frutas; si se
habían disgustado con sus novios, amantes o
maridos, se fabricaban los de pedir perdón; y
cuando se sentían muy delgadas, se fabricaban

65
Los Sueños Sobreviven al Alba

los de alimentar. Era curioso, sí actuaban de esta


manera; así lo creían, así funcionaban. Eran tan
efectivos, que el padre Julio Cendales decidió
imponer la costumbre que entre sus fieles se
repartieran los chocolates de perdonar a los
enemigos; el delirio de la fiebre del amor le
permitió conquistar esta batalla, también él se
debatía en sus poderosas consecuencias. Las
hostias finalmente se fueron desintegrando en el
olvido.

Jeremías disfrutaba tanto de su fabricación


como de los efectos que producía. Se vendían
solos. Nunca hizo propaganda o publicidad para
venderlos. La cadena de mujeres felices, de
hombres satisfechos, de niños sonrientes se
prolongaba por los 365 días de cada año. Las
solicitudes para disfrutar de su exquisito sabor y
de sus enigmáticas consecuencias eran intermi-
nables, su cuidadosa producción nunca le per-
mitió alcanzar la demanda creciente. Nunca
fueron suficientes.

Ese miércoles deshojado del bien,


reconocieron una vez más al implacable
infortunio que se precipitaba en sus vidas. Aquella

66
Juan Carlos Pimentel Salinas

mañana triste, la más grande compañía fabricante


de caramelos compró las leyes, los funcionarios
de la administración y los investigadores.
Además adquirió el hábito de entregar dinero por
favores. Así fue como aparecieron de la nada: el
alcalde Fernando Sánchez, el fiscal Ricardo
Piedrahita y el investigador Sigifredo Hernández,
para encontrar apresurados un delito sin inventar:
“Los chocolates de amar” propiciaban la promis-
cuidad. Cerraron inmediatamente la fábrica de
Jeremías para proteger a los consumidores. Lo
curioso, lo extraño, es que nunca pudieron hallar
un solo testigo del daño que los ―Chocolates
Madrigal” provocaron en los amantes del choco-
late. Las 25 mujeres desoladas por la arbi-
trariedad de sus autoridades renunciaron a su
vocación de amor y ternura, a la patria de sus
padres e iniciaron un éxodo colectivo que las
condujo finalmente, a la esquina suroeste del
olvido.

La esposa del alcalde Sánchez sumergida en la


tristeza por la impotencia de su marido, mal que
los ―chocolates de amar” habían corregido,
renunció a su vida conyugal y se fugó con su
nuevo amante. Los hijos del fiscal Piedrahita

67
Los Sueños Sobreviven al Alba

entristecidos por la brutalidad de su padre,


barbarie que los ―chocolates de frutas” hacían
olvidar, ingresaron en una secta satánica y
terminaron sus vidas sacrificando doncellas. El
investigador Hernández murió días después, por
acciones de sus propios compañeros, cuando
realizaba una extorsión a un comerciante. La
principal compañía de caramelos desapareció en
un solo día de incertidumbre en la bolsa de
valores, y su gerente se suicidó arrojándose por la
ventana de la oficina del décimo piso.

Esta era la nueva vida de los hombres.


Imponerse unos a otros, las barbaries que serían
incapaces de aplicar a sus mascotas. Era „la
fiebre de la realidad‟ que castigaba la osadía de
los sueños soñados de un soñador. Era la fiebre
de la realidad que construía con dolor y temor, el
gigantesco edificio de la indiferencia colectiva. Era
la nueva forma en que vivirían las mujeres y los
hombres. No permitir a sus espíritus que se
encontrasen en una mirada de sus ojos de dioses,
porque al verse allí sabrían que nada los separa,
salvo sus temores.

68
Juan Carlos Pimentel Salinas

El sol indiferente continuó precipitándose por


entero en el amanecer de cada mañana. Se
acercaba lentamente hasta la matriz de dolidos
pensamientos, que con precisión geométrica se
disputaban la rabia y la melancolía del corazón
abatido de Jeremías. Él que también había
perdido la habilidad de dormir, después de que
su cuerpo fugaz se encontraba con el cansancio
de cada jornada, se dedicaba entonces en la
penumbra de las sombras monótonas, a rumiar
su dolor, a tratar de entender los pergaminos y
en las fronteras del alba, a descifrar el preciso
momento en que los pioneros rayos de luz

69
Los Sueños Sobreviven al Alba

penetraban las entrañas de la noche, y la


destrozaban en migajas de sueños y recuerdos.
Aun así, un mundo nuevo sin quehaceres, sin
afanes, sin la curiosidad de mandar, se fue
depositando despacio, en el asiento derecho de
su sorprendido destino. Libre ahora de la razón y
la sapiencia, libre ahora podía clandestinamente
caminar, recorrer los espacios de lo simple
destinando su corazón a las sencillas cosas de la
vida. Esa misma mañana azul subió esperanzado
al vehículo de trasporte público, para recorrer las
calles eternas que lo llevarían a la biblioteca
central; pues estudiaba nuevamente con infinito
interés, todo lo concerniente a los pergaminos y a
la enfermedad de cáncer durante aquella extraña
y nueva semana. Tranquilo y sereno tomó asiento
al lado del cristal, y en la medida en que el
conductor apresuraba la marcha pudo observar
con curiosidad, cómo pasaban a toda prisa una
infinidad de sucesos de toda la ciudad a través del
cristal de su propio yo, que se reflejaban como en
un espejo traslúcido y veloz. Se dejó llevar
entonces por el rumor de los sonidos. Escuchó
sin pensar. Y empezó a identificar una infinidad
de frases inconexas que absurdamente convivían
en una realidad simultánea. « ¡Negro, espérame
70
Juan Carlos Pimentel Salinas

Ahí!, que ese viejo huevón no me puede negar


que le pagué!»; «Si, ese techo necesita otra mano
de pintura blanca»; « ¿Cómo corazón?»; « Sí, esa
tierra se puede sembrar con papa o cebada»; «
Acabo de llegar de viaje y tenemos que reunirnos
para cuadrar ese negocio»; «El tipo ese pide esa
plata para cuadrar los papeles que hacen falta»;
«Claro mi amor, anoche te pensé mucho». Éstas
que eran las múltiples conversaciones de los
pasajeros a través de sus teléfonos celulares, le
daban un aire de agonía al lenguaje coherente.

Durante el viaje, su mente se recuperaba por


momentos de la realidad simultánea de todos sus
ocasionales compañeros de destino. Las palabras
de ese primer pergamino traducido retumbaban
en su corazón, y asaltaban los otros segundos de
su existencia y de su mente alucinada de tristeza,
—lo sabía— y también en las mentes inquietas de
todos sus compañeros de aventura. Se llenaba de
una curiosidad sin límites, la azarosa espera por
conocer el contenido de los otros cinco
pergaminos; resultaba tan extraño todo aquello,
¡pergaminos antiquísimos escritos en palabras de
hoy! La fuerza arrolladora de la aventura en que
estaban envueltos, no le dejaban tiempo para la

71
Los Sueños Sobreviven al Alba

preocupación por la vida cotidiana; la hipoteca, la


educación de los niños, la alimentación, el ves-
tuario; esas cosas ya no se apresuraban pode-
rosas a tomar posesión de su pensar. Era Dios,
era aquel sueño inverosímil, eran los pergaminos,
los que sin vacilación alguna mantenían todos los
rincones de su ser atentos y esperanzados por su
conocimiento, por la vida de Amalia y por la
felicidad prometida.

La inutilidad de su viaje se hizo patente


cuando antes de llegar a su destino, el maestro
Hitz lo llamó a su teléfono celular y le dijo:

—Mercurio, acaba de llegar la traducción de


otro de los pergaminos—.

Una sensación de gratitud infinita sobrecogió


su espíritu y sintió ganas de llorar.

—No podré esperar hasta las seis de la tarde


—le contestó Jeremías.

Inmediatamente se devolvió para la casa y a


las diez de la mañana los cuatro aventureros,
convocados de inmediato por la curiosidad y la
necesidad, se encontraron sentados y escuchando

72
Juan Carlos Pimentel Salinas

a Amalia, que en esta ocasión quiso leer para


todos, las mágicas nuevas noticias que el pasado
les enviaba.

―TODOS SOMOS DUEÑOS DE LA VERDAD”, era


el título que el doctor Kazanzakis le había dado a
este pergamino.

« ¿No es esto fabuloso?, cada uno de


nosotros vivimos y morimos bajo la certeza de
nuestra verdad. Hemos alcanzado un alto grado
de confianza con todo aquello que pensamos,
sentimos y hacemos, así que deducimos a partir
de ello toda la realidad, sus causas y sus con-
secuencias. Si inquieres conmigo, ¿Quién de
nosotros puede saber que está equivocado y
vivir bajo la premisa, que está equivocado? le
aseguro que ninguno.»

El doctor Kazanzakis, esa mañana gris


particularmente, había sido muy imperativo con el
profesor Hitz.

—Resulta necesario hoy más que nunca, que


nuevas muestras de los pergaminos sean
enviadas a otro laboratorio de gran reconoci-
miento. Necesitamos datar con tres estudios

73
Los Sueños Sobreviven al Alba

distintos la fecha aproximada de su creación. Para


mí es definitivamente muy extraño que en len-
guajes antiguos, se digan las cosas con los mo-
dismos, cadencias y jerigonzas de este tiempo. —
Y continuó— Tú lo sabes Alfredo, siempre ha sido
en lenguaje simbólico. Además, la forma tan
extraña como los obtuvo su amigo me mantiene
con mucha preocupación. La verdad, espero que
no sea una broma de mal gusto.

—Digámonos la verdad, Doctor —le contestó


de inmediato el profesor Hitz— ¿Cuántas per-
sonas en esta tierra bendita podrían haber escrito
en la actualidad en estos lenguajes antiguos?

El doctor Kazanzakis guardó silencio por un


instante y le contestó:

—No más de tres, y las otras dos también son


muy honradas —agregó finalmente.

«La certeza de nuestra verdad nos permite


saber que nuestros hijos son fabulosos, que en la
vida todo se alcanza a través del esfuerzo perma-
nente, que hay que adquirir una buena edu-
cación para merecer una vida más fácil, que la
democracia es una mentira porque todos los

74
Juan Carlos Pimentel Salinas

políticos son corruptos, que esto y aquello; y


una infinidad de verdades que albergamos en
nuestra mente y que nos hacen la vida tal como
la queremos. Real.

Buscamos la verdad como un lugar posible, la


buscamos para estar seguros que nuestras
simpáticas tonterías no son un juego más; sino
que, constituyen la vida seria y real. Es aquí
donde insisto en el contenido emocional de los
significados: hablar de verdad nos remonta de
inmediato a nuestro sistema de creencias reli-
giosas; es decir, a nuestros dogmas, aquellos
que están fuera de toda discusión y duda. Así
que ahora puedes darte cuenta, que nuestras
creencias son la verdad y tu verdad es el
contenido de tus creencias. Finalmente encon-
trarás que son una sola.»

El hombre llegó a la luna el 21 de julio de


1969, a la misma hora Amalia llegaba al mundo.
Sin aterrizajes forzosos, Jeremías había nacido
cinco años antes. Se conocieron desde siempre.
Sus mamás compartían el mismo curso psico-
profiláctico en la clínica de maternidad. Una lo
dictaba y la otra lo tomaba.

Al verse de niños a través de los minúsculos


75
Los Sueños Sobreviven al Alba

ojos de los canutillos de la imaginación y de la


amistad, ella le contó sin decírselo que tendría un
padre maravilloso, que sus ardientes ojos de miel
embrujarían la ambición desmedida de los con-
quistadores más fuertes. Que los hombres de
este tiempo jugarían hasta la decrepitud un
deporte llamado fútbol, y que por esta razón
dentro de diez mil años nos conocerían como la
era del homo-futbolitis. Que su madre una ma-
ñana saldría en busca de su hermano mayor, y no
regresaría hasta dentro de cinco años convertida
en una hermana Hare-Krishna. Que el primer
hombre que se enamorara de ella, moriría de
amor. Que las rosas blancas, la tierra siena
tostada y el aroma del café serían el pasaporte a
su corazón. Que tendría dos hijos y el hombre de
su vida, su verdadero amor, aun no le había sido
revelado, y que todo esto lo iba a olvidar el día
que finalmente naciera.

«Usted, yo, y todos vamos ante el juez por


nuestra verdad; vamos ante el cura para que nos
confirme la verdad, qué más da…, vamos a la
guerra por nuestra verdad. Herimos, odiamos,
juzgamos, castigamos; a nuestro amor, a nues-
tro hijo, a nuestro vecino, al tendero, al rico, al

76
Juan Carlos Pimentel Salinas

pobre, al gordo, al flaco. Pero es que por ahora


es inevitable, estamos reafirmando nuestra
verdad.

Pero le voy a contar una cosa curiosa, usted


no es responsable por ser dueño de la verdad.

Entonces, ¿Bajo qué mágico influjo nos llega


la verdad? ¿Por qué estamos tan seguros que
nuestras creencias son la verdad? Por una razón
muy sencilla: porque ellas nos hacen la vida
real, son la materia prima de nuestra realidad,
llenan de un basamento firme la vida, y podemos
saber que eso que es nuestra vida no es un
sueño; aleluya, sé que existo,… aunque sufra,
pero existo,… aunque no halle el amor, pero
existo,… aunque odie mi trabajo, a mi jefe, a mis
amigos, a mis enemigos, mi casa, mi carro, mi
cama, mis zapatos; a ese que aparece todos los
días en el espejo por su cobardía, por su temor,
porque dejó de soñar, porque dejó de vivir, de
curiosear, de reír, de llorar. Qué más da, ¡la vida
es así! pero existo. Es tan buena la realidad, que
nos concede la certeza y la seguridad, sabemos
que tenemos un escenario estable en el cual
desempeñamos nuestro papel.

77
Los Sueños Sobreviven al Alba

Nuestras verdades que son la raíz de nuestras


creencias nos llegan sin querer, sin buscarlas, sin
necesitarlas. El proceso se inicia cuando
nacemos, copiamos, repetimos. Como no pode-
mos ni necesitamos discernir lo que nos sucede,
se va convirtiendo en la verdad, a través de las
personas que nos cuidan, que nos aman, que
están en nuestra existencia un instante o toda la
vida. Con toda esta serie de impresiones de
diverso tipo moldeamos nuestra mente: sin
quererlo, sin saberlo, sin entenderlo. Apren-
demos nuestra cultura, nos convertimos en un
producto terminado, y así somos arrojados al
mundo.»

El Profesor Hitz interrumpió la lectura y les


dijo:

—El doctor Kazanzakis piensa que los


pergaminos están escritos por diversas personas,
porque algunos están escritos en primera per-
sona y otros en segunda y tercera. Igualmente, él
piensa que parecen provenir de diferentes
lugares.

En fin, que las preguntas eran tantas y las


respuestas ya estaban acostumbradas a tardarse
la eternidad de lo necesario.
78
Juan Carlos Pimentel Salinas

Amalia como siempre atenta y considerada, les


preguntó:

— ¿Quieren café?

Y al unisonó, un vocablo desconocido hasta


ese momento a esta deliciosa oferta inundó la
terraza:

— ¡No!

«Pero ¿Por qué las personas que estuvieron


cerca de nosotros, en nuestra infancia, en
nuestra niñez, no nos enseñaron otra cosa?, ¿Por
qué no nos trasmitieron otra realidad? Por una
razón muy sencilla: no lo sabían, estaban
transmitiendo y defendiendo pacientemente su
verdad. Nos hemos convertido pasivamente en
fotocopiadoras gastadas del mismo libreto.
¿Quién es el responsable? Nadie, ¿A Quién
debemos juzgar?, a ninguna persona. ¿Entonces
debemos seguir iguales…?. Es una posibilidad.
Tú eliges. En el instante en que te des cuenta que
eres la ardilla en la ruedita, puedes elegir.

Así que, defender con tanta vehemencia

79
Los Sueños Sobreviven al Alba

nuestro pensamiento, nuestras creencias o


nuestra verdad, es un ejercicio inútil que llena
nuestra vida de resistencia. Permanentemente
estamos tratando de saber, qué está expe-
rimentando éste, ese o aquel e inmediatamente
empezamos a juzgar, tal vez de manera sutil o
un poco más ferviente. ¿Qué se obtiene?
Absolutamente nada. Piénsalo bien, observa con
atención aquellas veces que has defendido tu
verdad con tanta fuerza, ¿Qué obtuviste?, un
contradictor fervoroso, un sarcasmo doloroso,
una ironía cruel o simplemente desperdicio de
tiempo y energía. ¿Por qué obtuviste eso?, ya lo
sabes, alguien estaba defendiendo su verdad.

¿Quieres iniciar el proceso de liberación?


¡Qué bueno! Imagínate por un momento, que
tienes otras creencias y viceversa; que si
practicas un credo, ahora ya no practicas
ninguno; que si eres muy romántico, ahora te
guías por intereses económicos únicamente; que
si crees en la guerra ahora eres amante de la
paz, y así sucesivamente. ¿Cómo es esa persona
que piensa así? La odias o la aceptas. No olvides
que eres tú, que esa persona que está
diametralmente opuesta a tus verdades actuales,

80
Juan Carlos Pimentel Salinas

eres tú. Pudiste ser tú, si hubieras recibido estas


impresiones y creencias desde niño.

Todos sabemos que la evolución es un


proceso muy lento. Dos o tres generaciones de
hombres han de pasar, para que sucedan
cambios sustanciales en las formas de percibir el
mundo y la vida. Las cosas no cambian su
verdad, la verdad cambia en nosotros. Puede
parecer imposible pero no lo es, hacer saltos
evolutivos es posible. Biológicamente es
aparentemente imposible hacer saltos evolutivos,
pero mentalmente todos son posibles. La
dificultad radica en cómo creemos que es
posible realizarlos: lentamente, milagrosamente,
con mucho o poco esfuerzo. Pero es desci-
frando las razones de nuestras verdades y
creencias que llegamos a la revelación y a la
libertad. Es yendo al interior de nosotros que
descubrimos las razones por las cuales no
podemos pensar lo que queremos y sentir lo que
queremos sentir, con la experiencia que recibi-
mos. No pienses en lo que piensas, piensa ¿por
qué piensas así? ¡Lo sabrás! Piensas así, para que
ese mundo real que crees tener o te enseñaron a
aceptar siga existiendo. Estás convencido sin

81
Los Sueños Sobreviven al Alba

saberlo que si no repites no existes. Pero es al


contrario; para existir, para darte cuenta de la
magnificencia de la vida, no debes repetir. ¿Para
qué la verdad, si siempre es relativa? La verdad
no está en el pensamiento. La verdad es una
sensación que nunca la podrás tomar, solamente
la podrás sentir. Debes dejarte guiar por esa
sensación poderosa, sutil pero exacta que hay en
lo que todos llamamos corazón. Únicamente tu
corazón te revelará la verdad, tu corazón te hará
libre; tu corazón siempre sabe cuál es el camino
que debes tomar, el sendero que debes seguir. Si
percibes con cuidado y estás atento a tus
sensaciones, ¡siempre podrás tener acceso a la
verdad, a la que está en tu corazón! Jamás
chocarás, te lo garantizo, jamás chocarás por
este sendero. Lo lamentable es que somos como
sordos necios que nos empeñamos en seguir
otro camino. Razonando siempre encontrarás
motivos para seguir otro camino. ¿Sabes qué es,
o quién es; a quién corresponde esa sensación
que te guía por encima de la razón? Imagínate lo
maravilloso ¿a quién tenemos dentro?, lo
sospechas, ya lo sabes. No temas. Este espíritu
amoroso no te consuela. Te exige. Tienes todas
las herramientas y ¿pretendes tallar tu vida sin
82
Juan Carlos Pimentel Salinas

usarlas? ¿Qué esperabas? ¡Que te abrace y te


permita la autocompasión! No sueñes en vano,
conquista tu destino, está en tu corazón. ¿Lo
ves?, la verdad, lo que conocemos y entendemos
como verdad es innecesaria, inútil e inal-
canzable. Pero ¿Qué nos impide elegir nuestro
camino?; el temor. El miedo gobierna nuestra
vida.»

Después de leer este segundo pergamino, su


esplendor fue revelador. Amalia comprendió los
motivos de sus más íntimos disgustos. De
repente lo perdonó todo; perdonó a su madre
porque la abandono durante cinco años;
descubrió de manera natural la inútil insuficiencia
de la verdad, lo milagroso del amor y se encontró
sumergida por la necesidad del perdón y del
olvido. Fue premonitorio, no había un solo dolor
en su alma, serenamente lo pensó: «Si todos son
dueños de la verdad, sin duda la mía no será
necesaria.» Encontró el silencio. La paz no se hizo
esperar, la tomó de la mano, se dejó llevar. Era
lunes. También en el silencio era lunes. «Si la
verdad del doctor Fernández es que tengo cáncer,
yo decidiré si también es mi verdad.» Lo pensó de

83
Los Sueños Sobreviven al Alba

manera fugaz. Continuó pensando y descubrió


que era posible para ella no sufrir de cáncer. Tuvo
un instante de duda y temor, y volvió a tener el
cáncer. Sin una verdad qué defender, la vida
tomaba sentido. Era posible vivir sin temor, sin
recelo, sin codicia. Era casi mágico descubrir todo
aquello que no había pensado. La ligereza de su
alma la transportó al paraíso.

—Si todos somos dueños de la verdad —dijo


el profesor Hitz— entonces la verdad es
innecesaria. ¡Pues que muera la verdad!

—Tenga en cuenta que son las verdades


individuales las que construyen la realidad
colectiva, Profesor —Manifestó Jacinto.

—Entonces, todo lo que existe es la nada o


únicamente esa pequeña sensación que nos dice
a cada quien la verdad, la que necesitamos en
cada ocasión para mantener el sendero del
equilibrio y la paz —reflexionó Jeremías.

Amalia lo resolvió sin conmoverse, sin una


pizca de grandiosidad filosófica.

84
Juan Carlos Pimentel Salinas

—La única verdad es el amor. En mi caso, —


continuó diciendo— si lucho contra la verdad
médica del cáncer, si me dejo sumergir por la
preocupación, el temor y la amargura, no podré
elegir sentirme feliz con mis hijos, con Jeremías,
con las pinceladas del tierra siena tostada, con las
maravillas de los pergaminos y con el majestuoso
misterio de este mundo.

—El amor, —murmuró el profesor, —el amor


—lo repitió— ¡entonces definamos qué es el
amor!

Un silencio sepulcral se apoderó de sus


diálogos. Ninguno dijo nada más.

85
Los Sueños Sobreviven al Alba

86
Juan Carlos Pimentel Salinas

Desencadenada la dicha del amor profundo, el


encuentro permanente, siempre ha sido el
destino final de los amantes.

Decididos a permanecer juntos, Jeremías y


Amalia encontraron en la familia, la excusa
perfecta que los atara con delicada piedad. Fue
en primavera cuando emprendieron ese viaje, ese
destino, con nada distinto que un sueño y una
colcha de estrellas. Por aquella época en que
locos de amor se precipitaron a un solo camino,
―Los restaurantes de la Imaginación‖, fue el
nombre que Jeremías les colocó a los comedores

87
Los Sueños Sobreviven al Alba

de todos los jardines infantiles y colegios de la


ciudad, cuando recibió aquellos importantes
contratos por intermedio de su hermano.
Conformó entonces, un espléndido equipo
humano de nutricionistas, cocineras, comer-
ciantes de frutas y verduras, y productores
pequeños de carne de res, pollo, cerdo y
pescado. Todo en sus restaurantes parecía per-
fecto, y en verdad lo era. La atención de aquellos
pequeños infantes se inició con la entrega de la
lonchera y posteriormente con sus almuerzos. La
alimentación que Jeremías entregaba a sus
pequeños era tan rica en nutrientes y proteínas,
que muy pronto los niños más humildes de la
ciudad, dieron muestras inequívocas de que su
imaginación crecía sin descanso. Lo hacía con
aquellas habichuelas de soñar, las arvejas de
escribir, los macarrones de colorear, el pescadito
de sumar y restar, la miel de cantar y así
sucesivamente con todos los alimentos. Pero la
ensoñación de Jeremías era tan aventajada, que
siempre terminaba produciendo más de lo
debido. Fue tan inesperada, tan incontrolable la
situación de los niños al presentar sus exámenes

88
Juan Carlos Pimentel Salinas

especiales, para evaluar los resultados de sus


nuevos conocimientos, que Jeremías una vez más
sería castigado. Los niños descifraron los que-
brados de matemáticas con miles de poemas; las
preguntas de geografía se resolvieron a través de
bellas láminas ilustradas como en los cuadros de
Monet; las preguntas de historia, las disiparon a
través de creativas tiras cómicas; las de filosofía
las solucionaron, formulando nuevas preguntas y
finalmente, las de ciencias y biología, con hermo-
sos cuentos de mitología. Era el caos. Los niños
no hacían caso. No hacían lo acostumbrado y
esperado. Por supuesto le cancelaron los con-
tratos a Jeremías; su labor para las autoridades
de la ciudad, no era más que un completo
desastre. El estado finalmente, para preservar el
bien común y la sana mentalidad de los niños
regresó con sus antiguas recetas, las que fácil-
mente propiciaban la obediencia y disciplina de
sus mayores.

Amalia se lo advertía una y otra vez: « tu


imaginación desenfrenada de poeta y loco, no
cabe, ni cabrá nunca en el sistema burocrático. A

89
Los Sueños Sobreviven al Alba

ellos no les gustan los soñadores, por el con-


trario, les fascinan los prácticos, los que cobran
más para repartir hábilmente su prosperidad.»
Era sordo a su clarividencia.

Las reuniones diarias se prolongaban en un


abanico de reflexiones, conjeturas y muchas veces
se desbocaban más allá de lo que la imaginación
les permitía. Así que el profesor Hitz, siempre
coherente, encontró necesario descifrar para sus
compañeros de delirio y aventura, todo lo que la
ciencia sabe sobre la mente.

—Esto que nos está sucediendo está más allá


de cualquier conquista pasada —les dijo—

—Así que les voy a contar —continuó— cómo


llegamos a la mente. Para empezar, la ciencia
ahora cree que la mente está en el cerebro. Yo no
estoy tan seguro, la verdad.

Su exquisita cultura, el poder embrujador de


su palabra, la cadencia de sus gestos, su mirada
mirando más allá de lo distante, todo cuanto su
ser hacía, tomó posesión de la máxima con-
centración de sus interlocutores. Amalia lo sabía,
era el padre sabio que amó hasta la muerte y más
90
Juan Carlos Pimentel Salinas

allá de ella. Jacinto lo observaba conversando,


riendo con un Sócrates austero. Y para Jeremías,
su voz lo llevaba con Eladio; toda la sabiduría era
posible en un solo hombre, en un solo recuerdo
de su infancia.

—Nuestro cerebro —continuó el profesor


Hitz— solamente tiene un propósito: predecir,
así que para anticiparse necesita un mundo real
en el cual movernos y desplazarnos, un punto fijo
para vivir como real lo que nos sucede. ¿Para
qué? Para algo elemental, ‘alimentarnos‘. —Y
continuó— Primero nos imaginamos que
existimos, que nos materializamos, que hay un
mundo real para descifrar y aprender; lo mágico,
lo magnífico es que sí creamos ese mundo que
imaginamos. Así que a través de nuestros sen-
tidos y sensaciones, el cerebro recibe información
de ese mundo imaginario que se convirtió en real.
Las formas, los tamaños, las texturas, los sonidos,
los olores, todo aparece alrededor de nuestra
nueva existencia y empezamos de inmediato a
hacer la retroalimentación. De esta manera,
construimos una imagen interna nuevamente y se
inicia ese juego de ping-pong interminable. Lo
que tenemos en el cerebro hace un mundo real y

91
Los Sueños Sobreviven al Alba

ese mundo real construye un mundo interno, que


posteriormente se convertirá en un mundo real y
así, ad infinitud. Esto sucede a la velocidad
maravillosa de 200 milisegundos, es por esto que
consideramos que hay continuidad en nuestra
existencia. Pero lo más probable es que cons-
truimos la realidad mientras vamos en su camino.

Su profunda voz no se detuvo ni por un


momento —y el profesor continuó— ―Como se
nos aparece un mundo real, material, dimen-
sional, el cerebro debe apropiarse de la manera
más eficiente de desplazarse y movilizarse por él.
Por lo tanto, resulta necesario anticiparnos fre-
cuentemente al camino por el cual nuestro
cuerpo se desplazará en ese mundo. Y de tanto
repetir esta operación, de anticiparnos una y otra
vez, de tanto automatizar este proceso, aparece
nuestra mente. ¡Oh júbilo inmortal! Ahora sí
estamos seguros. Existimos.‖

Y apresurando la marcha de sus vocablos


refinados, afianzó sus conocimientos para con-
tinuar diciendo:

—Pero primero nacen nuestras emociones,


son ellas las más antiguas bondades del cerebro.
92
Juan Carlos Pimentel Salinas

Estas sensaciones básicas fueron el escudo pro-


tector, las que nos mantuvieron vivos a través de
la evolución. Luego apareció el pensamiento
abstracto y finalmente un lenguaje para comu-
nicarlo. Esto sucedió así, porque básicamente,
nuestro cerebro es una máquina de aprender. Y lo
que queda en la mente y se convierte en realidad,
es lo que repetimos—.

—Pero hay más, —no se detuvo el profesor—


solo convertimos en real, aquello que podemos
sentir. Soy yo el que siente el dolor, soy yo el que
siente el miedo y así, una y otra vez. Por lo tanto
solo puedo ser y sentir aquello que puedo
interiorizar. Y de esta continua repetición de
pensamientos y sensaciones nace una mente, que
es un simulador de la realidad, que piensa, que
piensa sobre lo que piensa y que ha buscado a
Dios desde su nacimiento, como quien quiere
retornar a casa, a su origen, a su nido, eso creo—
.

—Profesor —preguntó Jacinto de inmediato—


¿Qué apareció primero, las plantas o los
animales?

93
Los Sueños Sobreviven al Alba

—Los animales primitivos nacieron en el mar,


aquellos que se alimentan de la luz de las es-
trellas. Ahí se inició todo el misterio de la vida.
Posteriormente aparecieron las plantas —
respondió el profesor.

Jeremías lo indagó:

— ¿Entonces por qué los animales tienen


cerebro y las plantas no?

El profesor Hitz le contestó:

— Algunas plantas actúan como si tuvieran


cerebro, pero se cree que en general no. Pero
todas de algún modo sienten, es como si tuvieran
una inteligencia diferente a la nuestra. Puede ser
que nuestro sistema nervioso no sea el único
capaz de producir inteligencia—.

Amalia le preguntó si era posible crear un


mundo diferente, al que todos observamos por
repetición.

Guardó silencio. Pudo percibir en ese mo-


mento, como ya lo sospechaba, que su ignorancia
era creciente, que los treinta y cinco años

94
Juan Carlos Pimentel Salinas

dedicados a la academia no habían sido


suficientes y tampoco necesarios para darse
cuenta de ello, que cada día sabia menos; era
como si el conocimiento se fuera desgastando,
desgranando poco a poco y desapareciera en el
olvido. Dudó de todo. Alcanzó a percibir en un
aire de añoranza, la sabiduría perpetua de un
pequeño carbonero, de un campesino anónimo y
concluyó:

— ¡La verdad es que no sé nada!

Desde el cinco de agosto y durante tres días,


Jacinto celebraba desde el amanecer el ‗festival
de berbíes ingenuas‘; cinco mujeres de su
repertorio personal desfilaban desnudas y
sudorosas por su cumpleaños. La asistente del
gerente, la directora de contabilidad, la linda
modelo de televisión, la esposa insatisfecha de
su jefe y su novia de la adolescencia no ofrecían
reparo alguno para saberlo feliz. Todas luchaban
para convertirse en la primera dama de esa
inmensa fortuna. Sediento de amor, cabalgaba
desbocado por sus desvaríos, en la búsqueda
insaciable de la ternura, del amor verdadero.
95
Los Sueños Sobreviven al Alba

Nunca lo hallaba. Nunca lo halló. Pero decía que


se divertía mucho.

—En dos días se inicia tu festival —le dijo


Jeremías— Amalia y el profesor los miraron sin
comprender.

—También yo, ¡no sé nada! —Indiferente


concluyó Jacinto.

96
Juan Carlos Pimentel Salinas

El mundo de los pequeños instantes, de


ciertos rayos de luz, de los espejismos
imaginados en un momento de delirio fugaz, eran
también las inhalaciones y exhalaciones de su
diario respirar. Esos delirios le permitían a su
alma refugiarse, ocultarse de la dolorosa realidad
apremiante y desdibujar despacio, los inevitables
pasos que le llevaban a su amada por una senda
impenetrable. Para Jeremías esos pequeños
instantes con Sarah Brigtman y Andrea Bocelli,
también eran su refugio. Entraban por cada uno
de sus poros y presurosos caminaban desde su
vientre hasta la mitad de su cerebro; deli-
cadamente, cuidadosamente el sonido penetran-
97
Los Sueños Sobreviven al Alba

te, el eco indescifrable de sus voces, en un


espíritu elevado convertían su cotidiano existir.
Sus voces sabían a miel, a jazmín; por las
entrañas de toda su existencia, lo traían de la
mano flotando en los acordes, vibrando a través
de las blancas y negras, de las corcheas y
semicorcheas; lo traían por el interminable
pentagrama hacia el mundo posible de la dicha.
« ¡No saben lo que se pierden! —Sostenía—
cuando se refería a aquellas personas que no
compartían su pasión, su romance secreto con la
música». En cambio para Amalia ―Las bodas de
fígaro‖, ―La Bohemia‖, ―La música para el agua‖,
Mozart, Bach y especialmente Schubert eran los
amantes secretos de su alma. Vibraban sin piedad
en la existencia de cada segundo, cuando estos
lograban descifrar el camino de su ser en
cualquier lugar de la calle, el coliseo, el teatro, en
cualquier lugar de la vida en que la hallaban. La
asaltaban, la zarandeaban, la sacudían por todos
sus secretos y siempre la dejaban sin
remordimientos de conciencia. Él lo sabía, eran
sus amantes. Se lo permitía, la amaba más allá de
todo remilgo codicioso.

98
Juan Carlos Pimentel Salinas

Jacinto y el Profesor Hitz, a las dos de la ma-


ñana aplicaron la ya reconocida ansiedad al
timbre de melodías navideñas en la puerta
principal. Estaban en pijamas, y el profesor lle-
vaba en sus pies unas babuchas de un híbrido de
unicornios blancos y pegasos azules. Jeremías al
abrir la puerta los miró muy sorprendido. El
Profesor Hitz no le permitió una sola palabra y le
dijo de inmediato:

— ¿Qué querías?, en Grecia es de día y


Kazanzakis nunca duerme.

Laurita apareció en la sala con su cabello


enmarañado de dinosaurios, hadas, príncipes
azules y arrastrando una cobija rosada de co-
nejitos cantores, raída por ocho años de codiciosa
protección. Y les dijo disgustada:

— ¿Por qué no hacen el milagro de irse a


dormir?

La cafetera saltó de alegría en la cocina, y les


dijo a todos sus compañeros metálicos de trajines
culinarios: « ¡llegaron!, ¡llegaron!, los esperaba
desde ayer en la tarde. Amalia pintará rosas

99
Los Sueños Sobreviven al Alba

blancas en jarrones tierra siena tostada para


siempre»

—Yo leo esta vez, —dijo Jacinto— con usted


profesor, tomamos el riesgo que salga volando en
sus alados pies.

Y así empezó: “EL MIEDO GOBIERNA NUESTRA


VIDA”

«Pero ¿Qué es el Miedo? Es lo mismo que


todo lo demás, una creencia, vivimos lo que
creemos.

“Mi amor, aguántate a tu jefe; porque si


pierdes tu trabajo, ¿Cómo pagamos la hipoteca?”

―Hijo estudia juicioso; porque si no lo haces,


pierdes el curso”

“Hijita no ames a tu amor; porque puedes


quedar embarazada”

“No dejes que la noche abrace al bebé;


porque se resfría”

“No rías demasiado… puede suceder algo


malo”

100
Juan Carlos Pimentel Salinas

“No te bañes en el rio; te puedes ahogar”.»

—Estas frases que usa Samuel Kazanzakis


para traducir los pergaminos, —murmuró
Jacinto— no gozan del más pequeño simbolismo;
son la verdad, tan llanas y directas que no dejan
de sorprenderme.

—No olvides que son aproximaciones,


traducciones difíciles —interrumpió el profesor—
lo interesante es saber a dónde nos lleva. En unos
años cuando algún escritor se decida a narrar
nuestra historia, igualmente escribirá muchas
palabras tratando de ajustarse a los hechos.
Escribirá por ejemplo que navegamos muchas
veces en un mar azul y profundo, pero todos
sabemos que el mar es un fantasma que solo vive
en los sueños.

Miau, miau, miau, maúlla el gato en la cocina;


ronronea, emerge, salta, desplaza al silencio y
gira en torno de un mástil imaginario; persigue
ávido, la sombra de un recuerdo olvidado.

Y Jacinto continuó leyendo «Es decir: sacrifica


tu libertad, tu felicidad, el juego, la risa, el amor,
la noche y el día; sacrifícalo todo y podrás vivir

101
Los Sueños Sobreviven al Alba

en el mundo; y luego te dicen, arrepiéntete ahora


por todo lo que has pecado (Las cosas fabulosas
que quisiste hacer, y no hiciste), puedes morir en
cualquier instante.»

—Discúlpame Jacinto —interrumpió nueva-


mente el Profesor Hitz— y dirigiéndose a
Jeremías le dijo:

— Ala, te traje los pergaminos. A mí la verdad


me parece que debes ser tú el que los debes
conservar por ahora; en el futuro lo más re-
comendable es que los cedas a un buen museo.
Me preocupa que a mi edad —continuó
diciendo— con mis achaques y percances de
salud, se te vayan a envolatar. Tomé, de acuerdo
a las recomendaciones del doctor Kazanzakis,
una tercera muestra para enviarla a otro
laboratorio de investigaciones; para que nos
definan por fin, la edad de estos tesoros.

—Profesor —le contestó Jeremías sonriente—


si lo escuchara hablando con tanta cadencia el
coronel de los pescaditos, lo mandaba fusilar de
inmediato por cachaco y por godo.

102
Juan Carlos Pimentel Salinas

—No tengo miedo a la muerte —contestó él—


y el mundo es godo, siempre lo ha sido y siempre
lo será.

Jeremías iluminado por su espíritu extendió su


brazo izquierdo, recibió los seis pergaminos y
suspiró en silencio. Los aferró a su pecho y los
guardó en medio de su corazón.

«Ese irremediable miedo a la muerte, —


continuó leyendo Jacinto— ese temor que nos
deja desvalidos, huérfanos, con el desafío de la
desolación y en el pánico de la incertidumbre.
Ese que nos convierte en primates religiosos. Ese
dolor, esa sensación de un final nos obliga a
aférranos a un padre amoroso que nos consuele,
que nos conforte. Lo buscamos desespe-
radamente en el sol, en la luna, en los cielos, en
un joven coherente y extraordinario; en la
oración, fuera de nosotros, dentro de nosotros y
últimamente en el silencio. Diez mil años
buscándolo, para que nos libre del dolor del
miedo.

Ese que ahora se marchó, un tanto indiferente


o muy amoroso, ¡cómo duele su partida!, era mi
padre. Ella, la llena de alegría o de tristeza,
103
Los Sueños Sobreviven al Alba

¡cómo duele su partida!, era mi madre. Aquel


manantial de miel o de costumbre, ¡cómo duele
su partida!, era mi amor. Aquel retoño, orgullo
de todo lo que nunca fui; ¡cómo duele su
partida!, era mi hijo. Aquel, cómplice inocente de
todos mis desvaríos, ¡cómo duele su partida!, era
mi hermano. Y así, uno a uno, ¡cómo duele y…
duele…y aun duele! Tal vez ahora duele un poco
menos, y ahora no duele o he aprendido a vivir
con este sinsabor. Pero finalmente, nos adapta-
mos a nuestra nueva realidad y nos aferramos de
nuevo, como el coral a la roca, aunque sepamos
que pronto empezará a doler de nuevo.

Esta sensación de incertidumbre por el dolor


de la muerte o de lo que va a suceder mañana,
son iguales. Son el Miedo. Lo desconocido aun-
que sea imaginario, cuando lo aceptamos como
real, nos domina y determina nuestra conducta.
¿Qué hacer entonces, para encontrar un refugio
que nos libre y en el que podamos sentirnos
seguros? Ese refugio siempre ha estado a tu
alcance. Está dentro de ti, y es: ¡Aprender a
aceptar lo inevitable! Lo inevitable en tu exis-
tencia, en tu mente, es la vida y también la

104
Juan Carlos Pimentel Salinas

muerte. No puedes luchar contra ellas, sim-


plemente debes aceptarlas.

„El miedo también es una sensación


aprendida‟. Cuando vivimos una experiencia
particular, ésta siempre va acompañada de
sensaciones en el cuerpo; si aquellas sensa-
ciones nos producen relajación y bienestar, las
llamamos alegría; pero si por el contrario, las
sensaciones que sentimos son de tensión y
ansiedad, las llamamos miedo. Básicamente
todas las sensaciones que experimentamos son
neutras. La asociación con algún pensamiento es
la que nos genera la vivencia de temor, una vez
lo aprendemos, lo asociamos permanentemente;
así como todas las otras impresiones se nos
adhieren desde que nacemos, y aun desde
antes.»

«Es verdad, —lo pensó por un momento


Jacinto— Hoy no sentí miedo. Ese sueño, ese
propósito que me acompañaba a diario desde
que todo lo perdí, se ha hecho realidad nue-
vamente. Y se dijo a sí mismo: —Soy el amo y
señor del 51% de importaciones y exportaciones

105
Los Sueños Sobreviven al Alba

―El Emperador‖. He regresado por mis conquistas,


sin temor todo es posible—»

Sus habilidades mercantiles, le permitían


jugar en la bolsa de valores como todo un
campeón de ajedrez. Conquistó la administración
y el manejo del emporio comercial más
importante de la ciudad; pero también supo en
ese momento, que solo faltaban unos ojos
iguales a los suyos para dejárselo todo, cuando
tuviera que marcharse de este mundo. No dijo
nada en ese momento, esto lo pensó en medio
de dos diminutos sorbos de café, mientras miraba
a su hermano buscando un profeta en él. No lo
halló, y continúo leyendo tranquilo.

«Para poder avanzar por el camino de la


libertad, no requerimos aprender más cosas a
cada momento; por el contrario, resulta ne-
cesario irnos quitando ideas, conceptos, pre-
juicios, igual que cuando desmenuzas una baya
para encontrar su almendra. Es aquí donde
debemos observar de manera desapasionada
pero muy honesta, la corriente de pensamientos
subterráneos que transitan nuestra mente, pues
son ellos los cimientos de nuestra realidad o de

106
Juan Carlos Pimentel Salinas

la vida que llevamos, es lo mismo. En muchas


ocasiones no resulta fácil observar estos pen-
samientos, pero si te aquietas y serenas los verás
nacer, crecer y construir la realidad que vives;
podrás ver al mismo tiempo el pasado, el
presente y el futuro. Piensa en este momento en
algún comportamiento característico tuyo, no
importa cuál sea. ¿Cómo reaccionas?, triste,
airado, molesto; ¿sabes qué te hace reaccionar
así? La adorada imagen que tenemos de noso-
tros mismos, ¿y por qué razón? Miedo a
enfrentar lo que tenemos dentro, y es lógico que
así lo hagas; simplemente estás defendiendo tus
verdades, lo que crees que eres, lo más íntimo
de tí. Pero no lo olvides, nunca lo olvides: “no
hay nada qué defender”.»

A Jeremías, el insomnio lo sorprendía a diario


reiterando su interno pesar, por aquellas cosas
que aún no habían sucedido; rumiando perma-
nentemente, el vacío de un amor que aún no se
había marchado. Decidió, para exorcizar a su
alma de aquel desconsuelo perenne que lo
acompañaba, correr y trotar sin descanso; así que
cada mañana al amanecer, recorría sin pausa los
cinco mil metros de la pista de arena rojiza del

107
Los Sueños Sobreviven al Alba

parque central. De esta manera, —pensaba él— al


llegar el rocío de las sombras de la noche, el
cansancio indómito de su cuerpo superaría con
ventajosa piedad, el temor persistente de su
mente agobiada. No se detuvo ni los domingos de
descanso. Cada día, al amanecer, el frío de la
mañana arropaba sus palabras, que se vapo-
rizaban de su boca hacia su estremecido corazón
de auroras infinitas. Corría, cada día corría más;
con la esperanza inútil, de que la tristeza y la
congoja por la inevitable partida de Amalia, nunca
lo alcanzaran. Ese esfuerzo reiterado, fue el que
obligó a sus zapatos de correr, a renunciar ese
día martes, a la laboriosa y exigente tarea que
Jeremías les impuso durante dos meses hila-
rantes. Esa mañana sedienta retornó taciturno y
descalzo a la casa. Todo ese padecimiento
imaginario lo había dejado atrás.

— ¿Hacia dónde corres tanto? —le preguntó


Amalia al verlo llegar.

— ¡Hacia tí mi amor! Debo estar seguro que


siempre te podré alcanzar —le contestó él.

Ella lo besó con una ternura de alelíes. Él


como siempre, se dejó transportar sin remedio de
108
Juan Carlos Pimentel Salinas

su misteriosa mirada de miel, a un mundo


ingrávido que flotaba en su estómago desde que
la conoció:

—No te preocupes corazón, siempre me dejaré


alcanzar… —le contestó— y le sonrió con amor.

«Las sociedades humanas construyen fre-


cuentemente hermosos y bien intencionados
textos sobre la convivencia de su género. —Y yo
te pregunto— ¿Qué los Obliga? ¿Los tiranos o
los débiles? Pero tenlo presente, si cada uno de
los seres humanos hubiese tenido el valor de
entregar su vida pacíficamente ¿Cuántos tiranos
crees que hubieran existido? yo te puedo ase-
gurar que si cada uno lo hiciera como lo hicieron
Sócrates, Jesús o Jeremías, ninguno habría
existido.»

Amalia gritó sorprendida:

— ¿Jeremías…? Repíteme eso Jacinto, ¿En el


texto dice Jeremías?

—Así es —contestó él.

— ¡Esto es una locura! —Interrumpió el


profesor Hitz de inmediato— estos personajes no
109
Los Sueños Sobreviven al Alba

estaban en la historia cuando se escribieron estos


pergaminos, las primeras pruebas los estiman en
una antigüedad superior a los tres mil años.
Ahora en este pergamino se habla de un
Jeremías, que espero de todo corazón, que no
seas tú el que tenga que entregar su vida de esa
manera.

—Jeremías hay muchos —contestó Jeremías—


y estoy seguro que no soy ningún profeta.
Únicamente soy un soñador solitario que cree en
el amor, en el hombre, en las flores cortadas para
amar, en la poesía y en la nada. Por favor,
continuemos Jacinto… —se lo solicitó con cari-
ño— se requiere disponer de tiempo, de motivos,
de mucha constancia para morir y por ahora no
los tengo.

Jacinto le dio tiempo a la incertidumbre para


pasar y continúo leyendo así:

«Pero es el temor, ese terrible demonio, el


que nos conduce a sumergirnos gradualmente
en una vida de privaciones y deseos inconclusos.
Es ese miedo interminable el generador de las
grandes desigualdades; es ese miedo irracional
el que construye infinita cantidad de armas; es
110
Juan Carlos Pimentel Salinas

ese miedo enfermizo, el que produce tiranos por


estadistas. El origen del error, el pecado original
es que te enseñaron a temer a Dios. ¡Qué
absurdo! Para explicártelo de una manera di-
dáctica, supondremos y espero que para tí sea
así; que gozaste en la vida de un padre y una
madre profundamente amorosos. ¡Dime la ver-
dad! ¿Les temes? O ¿siempre que quieres te
refugias en ellos? El peor demonio es el temor; él
es el depredador de tu extraordinario ser interior.
Hemos sido conducidos a interiorizar una can-
tidad de peligros y enemigos, los vemos en
todas partes: El compañero de trabajo, el
conductor del vehículo de al lado, la vieja bruja
de mi suegra, el desempleado que limpia los
vidrios del vehículo, el profesor que me tiene
entre ojos, la vecina que es una chismosa, el
amigo de mi esposo que es un corrupto, la lista
es interminable.

Volvamos pues por el itinerario de la libertad.


He insisto una vez más: no debemos enfrentar
los desafíos y lo desconocido con miedo, y asus-
tadizos empezar a repetir como loritos una serie
de mantras u oraciones, porque esperamos que
así todo cambiará. Eso no va a pasar; de esta

111
Los Sueños Sobreviven al Alba

manera nada cambiará. Básicamente todos estos


ejercicios son indiferentes.»

Jeremías absorto, en silencio, se quedó


pensando por un momento: «vocación de profeta
no tengo, no hay duda; sin embargo, la excep-
cional experiencia con estos pergaminos, con-
tinúa siendo un misterio.»

«Abordemos el problema desde dentro y


empecemos a descifrar cuáles son las razones
ocultas de su miedo, de su conducta prevenida,
recelosa y airada; busque, no deje de buscar,
observe con determinación ese miedo a los ojos.
Lo ves, no es real, no existe; pero ¿Cómo me
libro de sus efectos? Con un ejercicio muy
sencillo. Te empiezas a imaginar, a concentrar en
aquellas experiencias que te producen profundo
temor. Te introduces hasta los sesos en ese
temor, en aquellos pensamientos que te pro-
ducen el más hondo temor. Vives ese pánico,
sientes que todo tu cuerpo tiembla de pavor, no
hay duda, el mundo para tí se está acabando. Ya
no hay tiempo para nada más, es el momento
más intenso del dolor del miedo. Vívelo,
entrégate a ese pánico. Ahora, has que tu mente

112
Juan Carlos Pimentel Salinas

salte, como un relámpago a otra sensación;


estás ahora en una fiesta, en un carnaval, en la
ópera, haces el amor con la persona amada, lo
que sea que te haga muy feliz. ¿Lo encontraste?,
¿Lo sientes? Estás viviendo al mismo tiempo, en
el mismo momento, miedo y felicidad. ¿Te das
cuenta?, las sensaciones son neutras, y creadas
por la mente: por lo tanto se pueden elegir.
No importa la experiencia que estés viviendo, tú
puedes elegir tu clima interior; cuando eso
logres y eso alcances, has avanzado un paso
más por el camino de la libertad. Ya hemos
ganado dos grandes batallas. Hemos aceptado
que cada quien puede pensar y creer como
quiera, ya no nos afecta; y segundo, ahora con
cada experiencia puedes elegir cómo sentirte;
puedes determinar por tí mismo cómo te
afectará cada experiencia. Imagínate los grados
de libertad que has adquirido, ahora tú eliges
qué pensar y qué sentir, no importa la vivencia
que estés experimentando. Ahora eres un ser
humano superior.»

Al terminar la lectura Jacinto, todos nueva-


mente miraron a Jeremías con perplejidad y
compasión. No era para menos, la incertidumbre

113
Los Sueños Sobreviven al Alba

producida por este pergamino era inmensa y


colosal.

— ¡No me miren así! —Afirmó Jeremías muy


inquieto— no me convertiré en un profeta, por el
simple hecho de recibir de manera muy curiosa,
unos pergaminos extraños y olvidados.

— ¡Es que la situación es muy insólita! —


afirmó el profesor Hitz nuevamente— estos
documentos anticipan la vida de personajes muy
importantes de nuestra historia; por supuesto que
eso no significa que el Jeremías que nombran
seas tú, pero por lo menos si es muy extraño.

—Lo que ahora sé es que no hay nada a qué


temer, el miedo es una sensación aprendida —
dijo Jeremías.

—Que finalmente se convierte en el depre-


dador de nuestros sueños y propósitos —afirmó a
continuación Jacinto.

—Lo debo aprender, —tomó la palabra


Amalia— ¡ni a la muerte se debe temer!

Ninguno dijo nada más, guardaron silencio;


Jeremías la abrazó y le recitó el poema ―Amiga,
no te mueras”.
114
Juan Carlos Pimentel Salinas

Los días eran intermitentes, a veces


amanecían delirando con ‘la fiebre del amor’;
en otras ocasiones, las tristezas colectivas de los
ciudadanos fabricaban un día plagado con todos
los síntomas de ‘la fiebre de la realidad’. Pero
lo que en verdad angustiaba a los más sabios y
veteranos, era que se fueran imponiendo la
crueldad y la indiferencia en los corazones de los
habitantes. Este era, sin ninguna duda, el punto
de no retorno. El momento más odiado y más
temido, el adiós del amor. Pero como todo lo
temido es lo que llega, llegó con el rumor de la
tarde. Y así las cosas cotidianas de su diario

115
Los Sueños Sobreviven al Alba

existir se ponían más lúgubres y tristes. Jeremías


sin su trabajo, sin su fábrica de chocolates, la que
durante mucho tiempo había sostenido el bien-
estar de muchas familias, fácilmente se de- jaba
caer en la depresión más sentida.

—Ahora lo único que falta es que tú pierdas tu


trabajo —le dijo a Amalia— una tarde que la
llevaba al cine a ver la película ―El cielo puede
esperar‖.

No tuvieron que esperar mucho tiempo para


que sus afiladas palabras hicieran blanco en
mitad de la realidad. Al día siguiente, y sin aviso
previo Amalia fue despedida de la empresa
exportadora de flores, con la excusa común de la
necesaria reestructuración de personal. Nunca lo
dijeron, pero todos lo sabían; la causante de su
despido era su grave enfermedad. Ahora, todo en
sus vidas se encontraba en medio de la más
dramática realidad. No tuvieron miedo, fue su
salvación; no dudaron, fue el camino esplen-
doroso de un horizonte mayor.

Jeremías dejó por un tiempo de alucinar con


un mundo perfecto y de dejarse llevar por su
imaginación desenfrenada, y al compás con su
116
Juan Carlos Pimentel Salinas

sentir, aparecieron en la ciudad los despiadados


síntomas posteriores a ‘la fiebre del amor’, los
temidos días o años de ‗la fiebre de la
realidad’.

Esos síntomas temidos se iniciaban con la


pérdida gradual de la risa, el buen humor, la
gracia, la cordialidad. Algunos ya la conocían,
otros la habían estudiado a través de los libros de
sus antepasados. Esta fiebre se apoderaba uno a
uno de los habitantes de la ciudad; todos ellos,
por supuesto, querían escapar de sus agotadoras
consecuencias; pero como en mitad de arenas
movedizas, resultaba imposible por mayores
esfuerzos que se realizaran.

Lo primero fue que se percataron de la


realidad, sabían que no era más que otra fantasía;
pero con la fuerte carga emocional de la
costumbre, el tiempo de existir quedó presa de su
abrazo. Empezaron a ver como real la vida
cotidiana que imaginaban. Se iniciaba con
jornadas agotadoras de adiestramiento, adap-
tación y estudio, que en algunos casos podía
durar hasta veinte años. Día a día, desde niños
aprendían y aprendían y no dejaban de aprender,

117
Los Sueños Sobreviven al Alba

hasta que se adentraba en sus mentes y espíritus


la realidad de sus mayores. Continuaban sin
descanso por ese camino hasta conquistar la
adultez, la cual los esperaba en la búsqueda
incesante de trabajo permanente y bien remu-
nerado; el dinero se ocupaba, poco a poco de
todas sus mentes y era preciso buscarlo sin
descanso, con toda la premura y ansiedad. En eso
consistía la fantasía de esa realidad; en hacer
creer que la riqueza era posible para todos, en
eso consistía el sueño de la igualdad de esa
fantasía.

Su continúa y esmerada dedicación de esa


búsqueda, les permitía pensar en el amor. Se
deshojaba del trabajo y el dinero la posibilidad
del amor. En esa condición, la búsqueda se
reducía a asegurar la realidad de su fantasía, no a
buscar a alguien que en el amor les sucediera;
sino alguien que les ayudara a educar a los hijos,
y que los auxiliara permitiéndoles trabajar sin
descanso durante veinte años más, para poder
adquirir un lugar dónde dormir (una casa). Estos
nidos, estas viviendas se adquirían con difi-
cultades inenarrables; con abnegaciones propias
de los héroes de antaño, con el sacrificio per-

118
Juan Carlos Pimentel Salinas

manente de la risa y la alegría. Diez veces había


que pagar por esta conquista. Así derrotados por
la rutina, a los veinte años de dedicación sin par,
los sobresaltaba la inminente vejez que se
acercaba acelerada por el cansancio, la
monotonía y la depresión. Resultaba necesario
entonces, asegurar su labor hasta los sesenta
años o más, para poderse permitir un peque-
ño salario de comedia, y alcanzar la vejez sin
los sobresaltos del hambre y el abrigo.
Ocasionalmente se distraían con el sueño de un
mundo mejor. Las elecciones populares les
permitían fantasear con la felicidad que su líder
ocasional les podía suministrar. ¡Todo estaba
consumado! ‘La fiebre de la realidad’ los
tomaba día a día, hora a hora y los llevaba sin
reparo alguno, al desfiladero de la muerte.

Jacinto ayudaba discretamente a sostener la


familia de Jeremías y en su casa no faltaba nada,
a pesar de que los dos habían perdido sus
trabajos. Las dos cosas parecían injustas. Era la
vida. Era „la fiebre de la realidad’. Sin embargo
los niños jamás dejaron de sonreír y de jugar.

119
Los Sueños Sobreviven al Alba

120
Juan Carlos Pimentel Salinas

Jacinto empezó a respirar con la tranquilidad


de un próspero empresario, aquella tarde en que
logró consolidar los importantes y millonarios
contratos con sus asociados Europeos. La
persistencia lo llevó de la mano hacia esa
conquista esperada. Muchos años de trabajo y
esfuerzo consolidaron sin el menor reparo una
fortuna creciente. Se llenó de ―amigos‖. Aquellos
con quienes estudió en el parvulario; aquellos
que lo saludaron cuando lo vieron pasar con su
novia de la adolescencia; aquellos que asistieron
a su graduación; aquellos que sospecharon de su
futura fortuna; aquellos que disfrazaron de fiesta
su ambición desmedida. Eran Muchos. El interés
121
Los Sueños Sobreviven al Alba

lo rodeó de amigos. El abundante dinero fluyó


por cada uno de los espacios dedicados a la
amistad. Su esposa se dejó llevar por la sospe-
chosa costumbre de la abundancia, de la nece-
sidad del reconocimiento, de permanentes sú-
plicas por su ayuda. Sintió el poder que se genera
del dinero, un mundo nuevo apareció en su vida,
un mundo dedicado al despilfarro, a lo desme-
dido. Se dejó seducir por la lujuriosa apetencia
del dinero. Se fue confundiendo, despedazó la
brújula de su vida en pareja con cada uno de sus
deplorables excesos. Los amantes se deslizaron
suavemente a través de sus delirios, fue desen-
cadenando el sinuoso paisaje de la ambición
desmedida. Este espejismo de la amistad, del
placer y de la felicidad, provenientes del dinero,
fue el que quiso conservar cuando se separó de
Jacinto. Por el contrario, él quería recuperar la
libertad que del amor se deriva, disfrutar del viaje
por la conquista soñada y sobre todas las cosas,
escapar con Eliana, su corazón de melón. Así la
llamaba él, en esos secretos encuentros y sus
eternos hallazgos.

—Hablemos de estos tres pergaminos, profe-

122
Juan Carlos Pimentel Salinas

sor —dijo Jeremías entusiasmado— ya tendre-


mos tiempo para descifrar qué es el amor. Estos
nos hablan de Dios, la verdad y el temor.
Conceptos estos que por supuesto, son los que
han distanciado a los hombres y han sido el
origen de las guerras, la tiranía, y el dolor.

—Ahora nos encontramos con un Dios —


continuó hablando— que nos permite todo, salvo
ser incapaces de realizar nuestros propios sue-
ños. Un Dios que no nos pide nada, que necesita
de nosotros y que nos entrega sin límite alguno
su sueño, su único sueño, la vida, para que nos
podamos regocijar en un éxtasis inimitable.

—Y destruye —tomó la palabra Jacinto— todo


el andamiaje intelectual que hemos construido,
para demostrarnos la inutilidad de la verdad. Para
enseñarnos, para decirnos, que la verdadera ver-
dad es únicamente la sensación más íntima de
nuestro corazón; por lo tanto, todos la tenemos
sin que para ninguno pueda ser igual.

—Dándonos a conocer —prosiguió Amalia—


que el único demonio que hay que destruir, y que
también está dentro de nosotros, es el temor;

123
Los Sueños Sobreviven al Alba

aquel depredador de la igualdad, de los sueños,


de la pasión y de la libertad. Y nos muestra sin
ninguna contemplación cómo lo usamos, los
unos contra los otros, para que ninguno pueda
ser feliz.

—Por mi parte pienso —tomó nuevamente la


palabra Jeremías— que aquellas cosas que tene-
mos como verdad en nuestra mente, son las que
definen nuestra realidad.

—Puedo analizar, como ejemplo, —continúo


diciendo— en la injusta manera como cerraron mi
fábrica de chocolates o la excusa canalla, de la
empresa donde trabajaba Amalia, para cancelarle
su contrato de trabajo. A la luz de mi razón,
puedo saber como verdad estas dos tristes
experiencias; saber que la injusticia prevalece en
los actos humanos. Así que por supuesto, me
encontraré repetidas veces con experiencias que
reafirman mi verdad, y así se convierte en un
círculo vicioso.

Guardó silencio por solo un momento para


concluir diciendo:

124
Juan Carlos Pimentel Salinas

—Así que sí creo en la injusticia de algunas


acciones humanas, pues las vivo para afianzar
más mi verdad. Es por esto que resulta tan fácil
saberse dueño de la verdad, pues la creamos.

Caviló en voz alta el profesor Hitz:

—Ahora que lo pienso, siendo profesor


durante tantos años, comprendo lastimosamente,
que transferí a mis alumnos infinidad de datos, de
fechas, de conceptos; pero su verdad, en muy
poco la cambié. Sus verdades quedaron inú-
tilmente vírgenes a pesar de mi presencia rei-
terada durante tantos años de innumerables
clases.

— Así que la realidad está en nuestra mente —


prosiguió Amalia— es pues una creación mental.
Por lo tanto, repetida con la frecuencia adecuada,
se convierte en el suceso de cada momento.

—Te acuerdas mi amor —interrumpió Jere-


mías— de las flores de la esclavitud, ¿tú qué
crees, fueron realidad o fantasía?

—Me encontraba en Europa en ese momento,


—afirmó el profesor Hitz— pero por allá también

125
Los Sueños Sobreviven al Alba

recibimos noticias de esa locura.

—Mi vida ha sido una locura, no hay duda. Mi


imaginación siempre ha llevado las cosas más
allá de lo posible— lo admitió Jeremías
resignado.

—Lo que sucede es que es, y siempre ha sido,


un romántico irremediable — afirmó Jacinto—
nunca ha querido o podido admitir; que al perder
la inocencia, el hombre se convirtió en un ser
sediento de ingenuos.

Después de su rotundo fracaso con ‗los


restaurantes de la imaginación‘, Jeremías decidió
incorporarse a una vida más sensata, realizando
una actividad sencilla que le proveyera de buenos
resultados económicos. Ahora, enamorado de
Amalia, quería alcanzar una vida que estuviera
rodeada de bienestar y prosperidad. Así, que
empezó a comercializar las flores que se pro-
ducían en la empresa donde ella trabajaba.
Recogía a diario los sobrantes de las flores de
exportación que enviaban a los Estados Unidos y
Europa. Con aquellos saldos de exportación creó
una cadena de pequeñas tiendas de flores por
toda la ciudad. En realidad, eran góndolas de un
126
Juan Carlos Pimentel Salinas

metro cuadrado que instalaba en los centros


comerciales; en las esquinas de los super-
mercados grandes y pequeños; en las estaciones
del metro; a las puertas de los colegios y
universidades; a la entrada de las grandes y pe-
queñas fábricas; a la entrada de las grandes
ciudadelas residenciales. Así era, existían por to-
das partes. Todas las mañanas un selecto grupo
de jardineros amorosos, colocaban en pequeñas
estibas y grandes jarrones diferentes flores al
alcance del público. El único tablero que Jeremías
usaba en sus tiendas de flores, era aquel que
anunciaba que por cada flor que adquirieran, la
tienda les regalaría otra, si en verdad era para
alguien que amaran de verdad. No existía de-
pendiente, simplemente una urna y una cartelera
con los precios en preciosas letras góticas, típico
de él, cuyo título decía ―Las flores del Amor‖.

Era su mundo, su momento precioso, lo siem-


pre soñado en su imaginación sin par. Unidas
estaban en sus manos, las flores y ‘la fiebre del
amor’. Se popularizó tanto la entrega de flores,
que cada quien compraba a diario junto con la
leche, el pan, la prensa y las otras pequeñas
cosas, una o dos flores para llevar. Se vendían

127
Los Sueños Sobreviven al Alba

con el sueño del primer amor en los colegios; con


la pasión de un amor sórdido y misterioso en las
universidades; con el reposo de la amistad
alcanzada a través del amor en todas las unidades
residenciales. Con la búsqueda de la paz en los
centros comerciales; con el propósito de la
armonía en las fábricas; y así en todas partes de
la ciudad, los habitantes siempre encontraron
innumerables motivos para regalarlas.

El negocio era muy próspero. El buen


Jeremías, la verdad, me concedió innumerables
favores. Las propinas voluntarias arrojadas en las
urnas eran superiores al valor de las flores adqui-
ridas. Con este permanente día de San Valentín,
se generó la necesidad de interminables horas
extras de trabajo, en las empresas cultivadoras
de flores. Era tanta y tanta la demanda de flores,
que muy pronto las señoras operarias tuvieron
que trabajar hasta dos horas antes de la media
noche. Era en verdad una jornada agotadora, de
cinco de la mañana a diez de la noche. El más
elemental sentido común afirmaba con sobrados
méritos, que ésta era una nueva esclavitud, que
nadie podía ni debía trabajar en esas condiciones;
agregado al hecho de que su salario era muy pe-

128
Juan Carlos Pimentel Salinas

queño y no descansaban ni siquiera los do-


mingos de reposo. Ese día únicamente se les per-
mitía ir a misa antes de ir a trabajar.

En igual proporción, el tapete multicolor se fue


apropiando de toda la ciudad. Los enamorados
decidieron iniciar la construcción de innume-
rables murallas con las flores que a diario
recibían. A los pocos días, no había un lugar por
donde caminar, los senderos y las calles se
convirtieron rápidamente, en laberintos secretos
donde los novios se perdían para siempre. La
movilidad de la ciudad se redujo tan dramá-
ticamente, que el acto sencillo de salir a pagar un
servicio público, era una aventura que podía du-
rar, desde cuatro horas hasta tres días. Las voces
de protesta no se hicieron esperar; los abogados
lúgubres de siempre lo pudieron demostrar.
Jeremías era el responsable, esto tenía que
suspenderse de inmediato.

El abogado William Tamayo, era bueno en su


oficio, lo logró. El juez dio la orden inmediata pa-
ra que se allanaran y recogieran de toda la ciudad
las góndolas de flores. En un acto sincrónico,
desmedido, quinientos policías al servicio de in-

129
Los Sueños Sobreviven al Alba

flexibles fiscales, simultáneamente y como por


arte de magia, desaparecieron de la ciudad todas
las flores. Jeremías alcanzó a llegar al último
lugar donde las estaban recogiendo, frente al
colegio de las niñas adolescentes llamado ―El
Jardín de María‖.

Jeremías le dijo de inmediato al agente de


policía: — ¡Déjeme una de esas rosas blancas,
que se la quiero llevar a mi amada!

El agente con el característico tono vehemente


y airado con el que se comunican, le dijo:

— ¡Tengo la orden terminante de recoger toda


esta basura!!!

—Tal vez nunca se lo han permitido pensar —


le respondió Jeremías— se llaman flores: son
perfumadas y nos permiten llegar a donde todos
finalmente vamos, con un poco de elegancia.

El agente de policía de inmediato, abandonó


su airada voz y le repitió en términos más
serenos; que no le podía dejar esa única flor. Él
recibía órdenes y le daba miedo si dejaba de

130
Juan Carlos Pimentel Salinas

cumplir una sola de ellas, aunque no sabía si


podía regalar una flor.

—Siga su camino entonces, —respondió


Jeremías disgustado— ¡destruya aunque no sepa
qué y para qué!

Sus frases preclaras y entonadas, esta vez sí lo


lograron: no solamente se llevaron las flores, los
jarrones, las estibas, sino que también Jeremías
encabezaba la marcha.

— ¡Estuviste en la cárcel Jeremías! —indagó


sorprendido el profesor Hitz.

— Sí, acusado como Sócrates, de pervertir a


los niños con los restaurantes de la imaginación
—contestó él.

—No seas embustero, —interrumpió Jacinto


de Inmediato— por irrespeto a la autoridad. Fue
solo un día. Y no tomó cicuta, sino aguardiente
que yo le llevé y se embriagó con los guardias.

Todos se fueron curando. Las cucharaditas de


indiferencia que bebían a diario dejarían que
poco a poco, ‘la fiebre del amor’ se marchara
para siempre.
131
Los Sueños Sobreviven al Alba

132
Juan Carlos Pimentel Salinas

Aquella tarde de sábado en abril, un sol


inmenso y canicular acompañaba las siluetas de
todo lo existente. Amalia y Jeremías encontraron
en ello la ocasión más propicia y esperada, para
llevar a los niños al parque central. No hubo duda
que el camino de ida se disipó de prisa con los
apresurados anhelos de sus jóvenes pasos, y al
llegar a su destino se encontraron rodeados de
un sin número de espectáculos en los ojos
brillantes y ansiosos de Laurita y Javier. De
inmediato, existía en el aire una nueva realidad: el
columpio, la arena de mar que extrañamente se
encontraba a dos mil seiscientos metros de altura
sobre los helados acantilados de la ciudad; el

133
Los Sueños Sobreviven al Alba

barco encallado en medio de un mar amarillo y


profundo, donde los niños revivían las hazañas de
piratas inverosímiles y los insuperables Alpes, que
con pequeños promontorios de hojalata se de-
jaban fácilmente conquistar. Todo ello sucedía en
un singular proceso de expiación de las penas y
pesares de los rostros angulados de centenares
de padres esquivos e intermitentes. El sonido
mágico de los cascos de los caballos de alquiler,
ingresaba en los pequeños silencios y repercutían
en el eco de los horizontes más lejanos e
impenetrables. La atmósfera de la tarde reconocía
en la manifestación sincera de los niños, los
regocijos y pesares de la vida. Las explosiones
espontáneas de la risa y de la dicha, volaban en
los acordes del silencio y se llenaba de bulliciosa
alegría, el tiempo y el espacio circundante. Por
pequeños momentos, los padres visitaban al
unísono, la preocupación por el llanto de sus
hijos, y también la tranquilidad con las carcajadas
y los gritos de alegría. Los niños conocían el
poder para jugar la vida. El esperado batallar por
permanecer hasta la eternidad en esa pequeña
huerta de sueños y conquistas, era el preámbulo
de una reñida lucha colosal entre los indecisos
padres y sus anhelantes niños. Los unos por
134
Juan Carlos Pimentel Salinas

conquistar la cotidianidad y los otros por


mantenerse en la vida primorosa de su ima-
ginación. Los helados, los refrescos, las mal-
teadas, las palomitas de maíz, poco a poco se
convertían en los activos negociables para con-
quistarles su determinación sin par. Amalia reía,
estuvo feliz esa tarde, se abrazó reiteradas veces
al palpitar de sus hijos; se embriagó sedienta del
rocío de la dicha y olvidó en la eternidad de ese
momento, la existencia del carcinoma mamario
que la acompañaba silente y le devoraba la vida.

Al llegar el atardecer, se deshojaron los rayos


de sol en largas sombras de sí mismos; el umbral
de la noche recorrió sin ninguna premura, junto
con ellos, las vitrinas y los cristales multicolores
que antecedían el sendero de su hogar. Pues se
avecinaba la cena que el maestro Hitz se atrevió a
cometer; sus expectativas eran pocas, la verdad;
sin embargo, esa extraña receta que unía dos
mundos distantes, disolvió todas las dudas. La
roca de luz, la voz serena, la mano fraterna; el
maestro, era también un gran cocinero.

—Se han enviado ya, las tres muestras de los


pergaminos —empezó a hablar del proyecto— así

135
Los Sueños Sobreviven al Alba

lo llamaba el profesor Hitz. —A los laboratorios de


las universidades de Oxford, Zúrich y Arizona.
Estas tres instituciones son sin duda alguna, muy
reconocidas por su seriedad y su alto nivel
tecnológico. Sin embargo —continuó diciendo—
el Doctor Mattingle ha recomendado realizar
pruebas con potasio argón y plomo de uranio. De
igual manera, la Doctora Frei recomienda realizar
pruebas de palinología; es decir, el estudio de los
pólenes adheridos a los hallazgos arqueológicos,
para compararlos con los más comunes de la
antigüedad.

— ¿Y quién va a patrocinar toda esta inves-


tigación, que presumo ha de ser muy costosa? —
preguntó Jacinto.

—Pensaba en usted —contestó de inmediato


el profesor Hitz— me he enterado de sus muy
grandes avances en el arte de la riqueza.

Jacinto no contestó nada y sonrió soca-


rronamente. Un sonido agudo, casi imperceptible
pero muy claro, inundó de regocijo la reconocida
impaciencia por nuevas noticias del doctor
Kazanzakis.

136
Juan Carlos Pimentel Salinas

— ¿Escucharon ese sonido? —Preguntó el


profesor Hitz— es la señal inconfundible que le he
colocado a mi computador portátil, para que me
alerte cuando Kazanzakis envía sus invaluables
reportes de batalla.

—Entonces que sea yo —dijo Jeremías— el


portador de las buenas nuevas. Deslizó con
precaución el computador portátil hacia su regazo
y comenzó a leer:

“A LA CONQUISTA DEL LIBRE ALBEDRÍO”

—Definitivamente Kazanzakis es un guerrero


— agregó Jeremías.

«Cuando nacemos somos libres, gozamos del


libre albedrío. Es durante el proceso de socia-
lización que perdemos este maravilloso regalo;
desafortunadamente, resulta necesario que así
suceda. Si los seres humanos no sufriéramos el
proceso de socialización, no podríamos adap-
tarnos y desarrollar las principales herramientas
para la vida en comunidad, dentro de la com-
pleja estructura que es nuestra sociedad.

Algunos sostienen que el libre albedrío es una

137
Los Sueños Sobreviven al Alba

utopía. Que es imposible porque nuestras accio-


nes vienen matizadas de causas precedentes,
que anteriormente fueron efectos y luego causas
y así hasta el infinito.

Por supuesto que el universo está sostenido


bajo unas leyes o causas fundamentales y a las
cuales indudablemente estamos sujetos todos.
Pero son precisamente estas leyes las que te
permiten alcanzar el libre albedrío. A primera
vista puede parecer una paradoja, pero no lo es.

Tus opciones son infinitas, siempre lo son. Lo


que sucede es que repetimos nuestras conductas
y nuestras respuestas, porque no podemos
observar las causas que las originan. Estamos
inmovilizados por la repetición, porque ésta nos
provee un mundo estable y real. Cuando juegas
al ajedrez dispones de unas pocas reglas que
orientan la conquista de tu oponente; sin em-
bargo, puedes usar prácticamente infinitas
combinaciones de jugadas para llegar a tu
objetivo. Así, al nacer se sabe irremediablemente
que un día tendrás que perecer, es una regla
ineludible; sin embargo, en el entretanto puedes
jugar como tú quieras. Es más, es tanta tu liber-

138
Juan Carlos Pimentel Salinas

tad que puedes abandonar el juego cuando tú así


lo elijas.

Ya sabes que tú, sin querer, adquieres esas


leyes que gobiernan la vida en comunidad, y
procuras hacer tuyas con todo su infinito
abanico de matices, las principales herramientas
éticas y morales. Esforzándote por desarrollar, lo
mejor posible, la habilidad de la comunicación y
el regocijo del amor y la amistad. Bueno, ahora
debes iniciar tu retorno a casa; es decir, retornar
en busca de tu entera libertad. Piensa por un
momento, y observarás que sería una imposi-
bilidad total alcanzar en tu mundo actual, la
libertad sin estas valencias. La verdad, venimos
al mundo todos sin excepción alguna, con la
habilidad de reconocer en los otros nuestra
propia divinidad; nuestros ojos brillan como
diamantes perfectos porque no conocemos ni el
bien ni el mal. Somos libres, enteramente libres.
Pero como las señales que nos dan son con-
tradictorias, nos confundimos. Vemos amar, pero
también odiar; vemos ayudar, pero también
pedir; vemos apreciar, pero también envidiar,
etc., etc. Por lo tanto, traducimos nuestro equi-
paje divino en reglamentos éticos y morales para

139
Los Sueños Sobreviven al Alba

adaptarnos. Y aquí vienen los matices: no se


puede matar… salvo a los enemigos. No se
puede hurtar… salvo a los infieles. No se puede
jurar en vano… salvo que sea un negocio muy
importante. La historia del hombre estará
plagada de crímenes, basados todos en una sola
cosa; alguien entregó su libertad, porque tuvo
miedo. Cuando tienes miedo, no conoces. No
eres libre porque la ignorancia produce temor,
no puedes elegir. ¡Pierdes la libertad!»

Gaudí, era el nombre del pequeño restaurante


ubicado a las afueras de la ciudad, en donde
Amalia y Jeremías se encontraban en sus prime-
ras tardes de verano. Por su ambiente discreto y
romántico, se dejaban seducir sin pausa, por el
exquisito aroma de la bella y recordada Barce-
lona. El jerez, el mojito, los calamares, los
champiñones y de cuando en vez, un eterno beso
sumergido en el vino tinto de sus ansias infinitas,
descifraba las entrañas de su abismo singular.
Inevitablemente, los versos y los boleros más
tiernos se deslizaban por debajo de la mesa vi-
brando suavemente, hasta llegar sedientos de
pasión, al interminable encuentro del amor. „La
fiebre del amor’ los llevaba en sus alas, por un

140
Juan Carlos Pimentel Salinas

mundo creado para ellos. Sólo para ellos. El ve-


rano hipnotizado por estos encuentros del edén,
muy pronto aprendió y se decidió a llegar en dife-
rentes épocas del año.

«Ahora podemos constatar que al ser seres


sociales, como realmente lo somos, el libre al-
bedrío está íntimamente ligado al pleno ejercicio
de la libertad por todos sus miembros.

La libertad personal no se refiere al ejercicio


ilimitado de tus acciones. Se refiere a desa-
rrollar la capacidad personal de elegir. Puede
parecer sencillo y lógico el sostener que
nosotros permanentemente elegimos; la verdad
no sucede así, son muy pocas las ocasiones en
que auténticamente elegimos, dado que nuestras
respuestas son reacciones aprendidas y auto-
máticas. Piensa en este escenario, algo muy
sencillo: cuando algún conductor en la Ciudad te
cierra el paso, normalmente reaccionas de ma-
nera airada o disgustada; pero no te permites el
tiempo necesario para elegir otra respuesta u
otra reflexión. Por ejemplo, el pensar que va
afanado para atender una emergencia familiar,
que va tarde al encuentro con su amor verdadero

141
Los Sueños Sobreviven al Alba

o simplemente que no te vio, que no es un


conductor muy hábil o sencilla y simplemente, él
siempre se comporta así. Si observas, las posi-
bilidades son infinitas; pero por hábito y cos-
tumbre siempre elegimos nuestra verdad, la que
está en nuestro interior y la cual no sometemos
a reflexión o duda. Es así, que estás impedido
para elegir; es decir, ejercer tu libre albedrío. Me
puedes responder, que el responder así, es pues
parte del libre albedrío; el elegir no elegir. Por
supuesto que sí, pero debes saber que no puedes
juzgar, no puedes quejarte, tienes que aceptar
sin limitación alguna la vida, las circunstancias
que te acompañan, porque al elegir no elegir,
también estas eligiendo, tomando una decisión y
ellas siempre implican, el asumir la responsa-
bilidad por sus consecuencias.

Hace un momento hablamos de retornar a


casa en busca de esa auténtica libertad. El
escenario cobra vida en la medida en que tú
puedes reflexionar sobre lo que piensas y
sientes. En el momento en que como un autó-
mata respondes o reaccionas, debes abrir el es-
pacio y el tiempo requerido para preguntarte
¿Quién es realmente el que piensa y reacciona

142
Juan Carlos Pimentel Salinas

así?, ¿Qué hay en su interior? ¿Qué es lo que


realmente lo conduce por estas respuestas? Al
analizar, iras adquiriendo la habilidad (fuerza que
va tomando impulso) y con la costumbre de
elegir, empezarás a caminar por el sendero de la
libertad.»

—El libre albedrío se refiere simplemente a


desarrollar la capacidad personal de elegir, —dijo
Jeremías— parece sensato pero no es tan fácil
de lograr.

—Implica necesariamente —afirmó Jacinto—


una inmensa y permanente capacidad de refle-
xión y templanza.

—La práctica hace al maestro —manifestó el


profesor Hitz— pero yo creo que no se necesitan
los años de repetición que hasta ahora has
tenido. Si pudieras durante un día estar perma-
nentemente consciente, tu vida cambiaría.

—Pero es que son miles y miles de pensa-


mientos —afirmó Amalia— los que tenemos
durante un día. Insisto, es el amor —continuó—
Él nos permite conceder a cada quien la libertad
de su existencia sin que nada nos afecte. Somos

143
Los Sueños Sobreviven al Alba

nosotros los que al conceder libertad a los de-


más, nos otorgamos la libertad de elegir y poder
encontrar quienes somos. En tanto no podamos
conceder esto a los demás, seremos esclavos de
nuestras verdades y de nuestros temores.

Su lúcido discurso los dejó sumergidos en la


interfaz de dos mundos posibles; el amor y la
realidad.

144
Juan Carlos Pimentel Salinas

El Doctor Samuel Kazanzakis era un experto.


Una de las más grandes y reconocidas
autoridades en el conocimiento de las culturas del
pasado; su amplia y rigurosa experiencia en
documentos antiguos, y especialmente en la
conducta de los escribas de aquellas épocas, le
hacían considerar probable que existiera un
séptimo pergamino. Muchos de los aspectos de la
naturaleza se rigen por la ley de los septetos, y
era muy probable que las personas que
escribieron estos documentos, se hayan guiado
por esta condición natural del universo para
realizar estos códices.

145
Los Sueños Sobreviven al Alba

Ese primer viernes de octubre en una amplia


comunicación con el profesor Hitz, el doctor
Kazanzakis discutió complacido esta curiosa
posibilidad, y los dos profesores terminaron
acordando que resultaba necesario comprobar de
cerca esa posible eventualidad.

El profesor Hitz no esperó e inmediatamente


estudio con sus compañeros de aventura
espiritual, los diversos argumentos y reco-
mendaciones que con amplios conocimientos
esgrimió el Doctor Kazanzakis.

—Sé que no es un hallazgo arqueológico —


les dijo el Profesor Hitz— sin embargo, debemos
acercarnos nuevamente a esa construcción de
piedra para indagar sobre esta posibilidad.

—Es posible que así sea —advirtió Jeremías—


no olviden que en el sueño que viví, se me
aseguró que recibiría siete estrellas.

Jacinto y Jeremías luego de escuchar atentos,


todas las recomendaciones y advertencias arqueo
lógicas de boca del Profesor Hitz, partieron muy
de mañana, de una mañana libre de reparos. El
sol con su caprichosa costumbre de iluminar con

146
Juan Carlos Pimentel Salinas

la misma intensidad todos los días, les señaló de


inmediato el camino que los llevaría a la capilla
de piedra. Por supuesto que era un viaje extraño,
ir en busca de un lugar remoto para tratar de
revivir un misterio; así que la incertidumbre y la
curiosidad tomaron asiento sin preguntar, en
medio de sus ansiosos corazones. Junto a aquella
capilla sin igual, Jeremías se había topado con
ese extraño mensajero; encontrarlo de nuevo tal
vez no fuera fácil, pero la necesidad de indagar
por ese séptimo pergamino los impulsaba sin
demora, por aquella vereda distante atravesada
por un antiguo camino de tierra sin asfaltar.

Cruzaron sedientos de interés los mismos


caminos de herradura, los mismos árboles, los
mismos mamíferos rumiantes, las mismas cue-
vas, los mismos pasos y un poco más al fondo, el
aire de ambigüedad que siempre deja el eterno
devenir.

Buscaron cuidadosamente en el rastro de los


antiguos pasos, se ubicaron en la imagen precisa
que Jeremías tenia de aquel día; en la frontera de
aquel árbol gigantesco, en el límite de aquella
piedra, en el mismo tamaño de aquel horizonte;

147
Los Sueños Sobreviven al Alba

en fin, buscaron durante todo el día, más no la


pudieron hallar. Preguntaron frecuentemente a
todos los transeúntes con quienes se encontraron
por aquella región; pero nadie les pudo dar razón
alguna sobre la existencia de aquella especie de
capilla construida de rústica piedra sin tallar.

La perplejidad no se hizo esperar y tomó


posesión de sus pensamientos. La duda a sus
anchas, hacía fanfarronería de los estragos produ-
cidos en la certeza de sus recuerdos. Un caminito
conducía a otro, una pradera a una pequeña
meseta, un sendero de herradura a un río de cris-
tales sin usar. Uno y otro, y todos los caminos
fueron visitados por la tenacidad de sus pasos.
Pero fue inútil. Hicieron todo lo posible, es ver
dad, no hallaron la esperada capilla. El tiempo
inexorable se desplazó silencioso por cada ins-
tante de su ansiosa búsqueda.

—Definitivamente, me estoy volviendo loco —


murmuró muchas veces Jeremías.

Las primeras goteras del anochecer los


obligaron a retornar. La incredulidad, la duda, la
incertidumbre tomaron posesión de sus mentes y

148
Juan Carlos Pimentel Salinas

cuerpos cansados; no hablaron nada más, no


había qué decir. Retornaron a casa.

La cena como siempre fue el manantial de


sabores exquisitos. Entre las bromas, la risa y la
curiosidad se desarrolló la velada.

—Lo que pasa tío Jacinto, es que la capilla no


se dejó encontrar porque de lo contrario, tú la
remodelabas y la ponías en venta —le bromeo
Javier, en medio de una amplia sonrisa.

—Estas arriesgando tu viaje a las pirámides —


bromeo igualmente Jacinto— y continúo di-
ciendo: tampoco sería el primero ni el último que
hace un buen negocio con las dudas y los
temores humanos.

— ¡Urra! Las pirámides —gritó Javier emo-


cionado— ¿Es verdad tío Jacinto?

— Ese será el punto de partida de tu año


sabático— afirmó Jacinto, igualmente entusias-
mado.

Hablaron de todo y de nada. El tiempo gra-


dualmente se despidió de sus palabras, pero de-

149
Los Sueños Sobreviven al Alba

jó en todos ellos intactas la perplejidad, la duda y


la curiosidad.

Las sábanas blancas de satín eran el lugar


más adecuado, para aligerar toda aquella carga
que lo insólito acomodó sin reparo alguno, en la
certeza de lo conocido. La poderosa oleada de
pensamientos fueron cediendo en su paso arro-
llador, y la quietud fue llevando a Jeremías por el
camino de una reflexión más reposada, pero no
menos despiadada. Lo pensó una y otra vez «
Ahora en estos pergaminos se me dicen cosas
nuevas ¿Qué debo hacer? ¿Por dónde comenzar?
Y mi dulce Amalia, ¡Carajo!, se me va como el
agua entre las manos. Como si fuera poco, ahora
debo encontrar un séptimo pergamino en una
capilla que no existe, que me entregó al parecer
un mensajero que no existe. Amalia y los niños, la
verdad, ellos son el único destino que quisiera
tener» Él rumiaba inútilmente innumerables posi-
bilidades de su desazón. Reiteradamente rumia-
ba, anticipándose a una realidad imaginaria que
lo hería.

Mi buen amigo, Jeremías Calderón, solo se


pudo liberar de esa inútil faena que lo carcomía

150
Juan Carlos Pimentel Salinas

por dentro, cuando su pasión secreta lo asaltó en


silencio en ese sendero que caprichosamente
persistía en seguir. El buen sueño, el reparador,
tomó posesión de todos los rincones de su ser.
Pudo descansar, y el silencio de su mente lo res-
cató de la desdicha.

151
Los Sueños Sobreviven al Alba

La ciudad desde hacía un tiempo había caído


presa de ‘la fiebre de la realidad’. Las bellas y
tiernas épocas de „la fiebre del amor’ ya eran
un recuerdo perdido. Ahora, únicamente se
disponía de la navidad y de la esperanza de un
sueño mayor en la época de las elecciones
populares, para soñar con la felicidad. Sin
embargo, la contundencia de los hechos
esperados eran siempre superiores, a los anhelos
inconfesados de todos los ciudadanos.

Así que aquel domingo de elecciones popu-


lares, Jacinto decidió invitarlos a realizar un
asado o picnic en su finca de las afueras de la
ciudad. Las noticias cotidianas de la inminente
elección del candidato acostumbrado, que los

152
Juan Carlos Pimentel Salinas

medios de comunicación mantenían permanen-


temente en primera plana, le habían cercenado
todo interés al acto de votar. Así que ellos, prefi-
rieron tomarse un día de descanso, realizando
una actividad sencilla y estimulante. Pero no fue-
ron únicamente ellos los que así lo hicieron, de la
misma manera miles y miles de familias ese do-
mingo señalado, también decidieron romper con
la acostumbrada monotonía de la vida citadina, y
vivir por un día el hermoso paisaje de los campos
abiertos y florecidos. Los potreros de todos los
alrededores de la ciudad, los parques, los ríos, las
montañas; en fin, todas las afueras se colmaron
de gentes bulliciosas empeñadas todas, en
disfrutar las sensaciones exquisitas que producía
el reencuentro con la naturaleza olvidada. Innu-
merables personas sin proponérselo, inundaron
el ambiente natural con un aire de recreo y de
descanso. La ciudad quedó sola. La certeza de los
hechos consumados le permitió a cada uno de los
ciudadanos elegir un día para sus familias, sus
amores, sus amigos, así que se llenaron de voces
y canciones, los espacios silenciosos de los ruise-
ñores y las mariposas en abril. Todos escaparon.
Los jurados de las mesas de votación, uno a uno,
153
Los Sueños Sobreviven al Alba

discretamente se fueron marchando; los trabaja-


dores de los comercios, los de los teatros, los de
los grandes almacenes y supermercados se fue-
ron marchando a un día de fiestas imprevistas, en
los pastizales olvidados y remotos de sus re-
cuerdos infantiles. Los asados, las viandas, los
quesos, los vinos, la cerveza y la chicha embo-
tellada. Las brasas ardientes, los soplidos inter-
minables e intermitentes, las cometas, los lagos
profundos, los árboles, las aves migratorias, las
miradas alegres, un espacio dedicado a dos espa-
cios de la nada, un canto, un trino, una puta
estaca en el camino, un poema a lo lejos escu-
chado, el mismo albatros que volaba solitario; en
fin, disfrutaron entusiasmados esa otra realidad.
El Profesor Hitz, en un arrebato de su corazón
taciturno conquistó a la bella Carolina Linares, la
dulce bibliotecaria de la Universidad; una tierna
niña de treinta años y la presentó como su novia.
Jacinto tenía un preciso cronograma de citas y
visitas y le correspondía a la letra k, así que
Katherine fue su amor eterno por ese día.
Ninguno se acordó de la democracia, se
acordaron de sí mismos, de vivir. Aquel domingo
inesperado, nadie en la ciudad helada votó.
154
Juan Carlos Pimentel Salinas

La certeza acostumbrada de las encuestas


hacía innecesaria su participación, y reducían el
abanico de una vida soñante, al mero acto de
echar un pedazo de papel en una urna de cartón
debidamente sellada y estampillada, con las
firmas necesarias y el notariado acostumbrado.
Por aquellos días, todos sabían que las encuestas
tenían una magia inequívoca, y se podía constatar
sin ápice de duda, que la topología, las
probabilidades y la estadística sí podían
desentrañar el corazón humano. Al igual que la
semana pasada, el flash informativo de las siete
de la noche, daba la noticia más importante de
todo el año. El candidato señalado, ganaba las
elecciones. La emoción, la vida del candidato,
esos ojos tan hermosos de la niña que daba la
noticia, el programa del candidato, su ejemplar
compromiso, su talento, su don de gentes, toda
su sapiencia se arremolinaba en ese flash, en ese
último minuto de la historia. Era verdad, era el
mejor de todos; nunca como la última vez, habían
sido tan afortunados con esa sabia decisión.

A las ocho de la noche, de aquella misma


tarde, la primera autoridad se dirigió con toda
solemnidad a sus conciudadanos; el parte de

155
Los Sueños Sobreviven al Alba

éxito y tranquilidad fue alentador, la felicitación


para el ganador no se hizo esperar, y la esperanza
por mayores conquistas para todos llenó el aire
circundante de su magnífica sapiencia. Señaló
con interés lo ajustado de la votación. Razón por
la cual había decidido que para las próximas
elecciones se cerrarían los parques, los ríos, los
potreros poblados de margaritas azules; se
suspenderían las reuniones de más de tres
personas, con el ánimo y el bien superior, de que
nadie se quedara sin votar y elegir entre todos lo
más buscado, el derecho del hombre a la
felicidad.

— ¿Definitivamente, qué es la realidad?

Se preguntó sorprendido el profesor Hitz,


acostado ya en su cama, cuando veía y escuchaba
las noticias en el cajón de imágenes o atrofiador,
como alegremente lo llamaba.

—Nada en realidad —se contestó— apagó su


televisor y se acostó a dormir.

156
Juan Carlos Pimentel Salinas

157
Los Sueños Sobreviven al Alba

La vida era mágica, era bella a este lado de la


zona prohibida, a este lado del cementerio de la
razón. Jeremías abandonó su lucha permanente
por cambiar a la ciudad donde vivía. Su constante
deambular por el sistema burocrático establecido,
cansado lo dejó de transitar por la igualdad. Al
principio se dejó llevar por la trampa de la
justicia. Eran innumerables los tratados, las leyes,
los conceptos de las altas cortes, la verborrea
jurisprudencial. No había duda, todo lo indicaba
en su favor; finalmente el esfuerzo para que le
restituyeran el trabajo a Amalia, y para que le
permitieran nuevamente fabricar sus chocolates,
sería un acto de justicia elemental. Soñaba, como
siempre lo hacía. Gradualmente, paso a paso, día
158
Juan Carlos Pimentel Salinas

a día, hora a hora, firma tras firma, radicación tras


radicación, memorial tras memorial, lo descubrió.
La justicia es una farsa. Era una lucha perdida,
siempre lo fue. La justicia era únicamente, la letra
muerta de miles y miles de tratados. La realidad
efectiva era que el sistema no le permitía a nadie
la posibilidad de la fraternidad, la solidaridad y el
amor.

Esa tarde, cansado de buscar alguna persona


sensata que lo escuchara, alguien que creyera en
lo verdadero, lo bueno y lo bello —lo pensó—
«No hay una realidad colectiva qué cambiar,
es la realidad individual la que se debe
cambiar». Se dio cuenta en ese momento, que
había entrado por un tiempo en ese cementerio
de la razón, en esa zona de indiferencia y
crueldad; pero su sabia locura precoz, sonriente y
apresurada, ilesa tal vez, escapó de la sinrazón de
los leguleyos.

Jeremías con el alma sentida por tantos años


perdidos, por tanto trabajo perdido, por tanta
devoción perdida, por tanta patria perdida,
descubrió agradecido, que la libertad, el amor y la
felicidad son una batalla personal, que nunca se

159
Los Sueños Sobreviven al Alba

deriva de las leyes y las autoridades de la ciudad.


Supo ese día también, que no se necesita del
dinero para ser feliz, que no se necesita del
reconocimiento para ser feliz, que no se necesita
de la vanidad para ser feliz. Sólo se necesita de la
paz, de la paz personal para ser único y feliz. Dios
se apoderó de su rostro, lo sabía, lo entendía.

Para Jacinto la administración de los negocios


prosiguió sin pausa por todos y cada uno de los
pasillos de la empresa; y solo se detuvo, cuando
se encontró de frente con el poema que en mitad
del ramo de flores, el amante de Nidia Cifuentes,
su asistente, le enviaba por su cumpleaños. Lo
había olvidado, Jacinto solo se logró recobrar de
la vergüenza que le causó tal descuido, con un
libro de astronomía que compró apresurado, en
la pequeña librería del centro comercial.

— ¡Le compraste un libro de astronomía a


Nidia! —Exclamó Jeremías sorprendido—
Entonces sí crees en la posibilidad de la amistad
entre un hombre y una mujer.

Jacinto rompió en una carcajada sin límites y


le contestó:

160
Juan Carlos Pimentel Salinas

— ¿Qué podía hacer? —el Kama Sutra estaba


agotado.

—Eres un caso perdido. De todas maneras la


pusiste a ver las estrellas — concluyó Jeremías
igualmente sonriente.

Terminaban muy entretenidos la partida de


ajedrez, cuando Amalia y el profesor Hitz entraron
bailando a la casa.

— ¡Tenga cuidado profesor, —le advirtió


Jeremías— su corazón no aguanta la dulzura de
mi amada!

— Vengo del médico —le respondió el


profesor Hitz radiante de alegría— y me puedo
permitir, según las apuestas más elevadas, un
sultanato saudita.

—También vengo del futuro y vengo del


pasado, vengo de todas partes porque traigo
noticias de Kazanzakis—.

— ¡Quiero leer! —Gritó Jeremías— me gusta


leer, me gustan las letras; la verdad, amo el
código de los pensamientos.

161
Los Sueños Sobreviven al Alba

Se acercaron. Tomaron asiento alrededor de la


curiosidad sin límite, en cuanto la melodiosa voz
de Jeremías iniciaba diciendo:

“DECIDIR Y DESEAR”

«Cuando tomas la decisión, libre y


espontánea por una meta u objetivo que quieres
alcanzar, estás generando la ventaja del
compromiso, la determinación y el destino. En
nuestro diario quehacer frecuentemente nos
acostumbramos a una rutina de vida. Gradual-
mente vamos dejando de establecer sueños y
metas, y nos dedicamos únicamente; a cumplir
con las tareas cotidianas. Cuando esto sucede, tu
mente empieza a perder su vigor, la capacidad
de concentración y se deteriora la voluntad.

Se dice con mucha frecuencia que los seres


humanos son gregarios. Que prefieren que los
demás decidan por ellos; que es más fácil
dejarse llevar por las grandes tendencias, pues
éstas, finalmente son impuestas por los medios
de comunicación y la moda. Los seres humanos
no son gregarios por naturaleza; básicamente los
seres humanos nacemos neutros, como esponjas
sin estrenar. Lo que sucede es que esa gran
162
Juan Carlos Pimentel Salinas

capacidad del cerebro ésta diseñada para


aprender, para recibir información perma-
nentemente y sin juzgar. Los bebés al repetir
nuestras conductas reciben un gran estímulo,
son aplaudidos, alentados e incitados. Como
todo ello resulta satisfactorio, el bebé repite una
y otra vez y así aprende a recibir la aprobación
de los demás, e inicia ese proceso de
socialización orientado a satisfacer a los otros.
Esto es semejante a lo que sucede con los
animales salvajes en los circos y acuarios: Haga
lo que a mí me gusta y recibirá su almendra.

Es por esta razón, que generar procesos de


autonomía e independencia, resulta una tarea
agotadora y dispendiosa; repetimos las
conductas aprendidas y gozamos de muy poca
capacidad de reflexión y autoconocimiento,
derivado eso sí, de la realidad apremiante.
¿Verdad que sí es un círculo vicioso? La libe-
ración no resulta difícil, ni dolorosa; es un
proceso, que una vez iniciado, toma fuerza y
celeridad; lo verdaderamente difícil es lidiar con
nuestras creencias, para encontrar el camino.

163
Los Sueños Sobreviven al Alba

Así que de ninguna manera estamos


impedidos para decidir por nosotros mismos.
Depende de nuestra capacidad creativa para
construir los espacios de independencia y del
valor para mantenerlos. En muchas ocasiones,
las personas más allegadas son precisamente las
murallas que nos impiden esa conquista. Y es
que verdaderamente es difícil renunciar a lo
conocido, para irse a explorar no sé qué cosa.
Pero debemos insistir para que con fortaleza y
cuidado, comuniquemos nuestras decisiones, las
asumamos y respondamos por sus conse-
cuencias. Te sentirás muy bien, descubrirás una
nueva libertad.

Todos en la vida hemos deseado poseer eso


que nos hace falta, puede ser dinero, salud o un
amor espléndido; en otras ocasiones, mante-
nemos deseos más triviales y cotidianos, pero
permanentemente albergamos la esperanza por
una vida perfecta y feliz. Libre de toda carencia,
preocupación o tristeza. Un nidito perfecto,
carente de dolor.

Alguna vez te has preguntado ¿Por qué dese-


as estas cosas y no simplemente las obtienes?

164
Juan Carlos Pimentel Salinas

¿Por qué algunas personas sí tienen eso que tú


deseas? Normalmente no son más listas que tú,
por el contrario, muchas veces lo son menos.»

La fiesta de Navidad empezó con mucha


anticipación, y las luces navideñas empezaron a
coquetear desde octubre con su misteriosa
mirada de miel. Su Padre la tomó de la mano y la
llevó a recorrer las vitrinas multicolores de toda la
ciudad. En esos pequeños espacios transparentes
podían coexistir en apacible convivencia: cebras y
leones, antorchas y luces de neón, Jesús y
Nicolás, pesebres melancólicos y árboles multi-
colores y en fin, todo un espectro de colores
infinitos. La necesidad de la cordialidad y de la
alegría se depositaba por entero a merced de la
navidad. Villancicos, pasteles, vinos, quesos, fru-
tas, deambulaban por las calles, en un ir y venir
de gratitudes inconclusas. La navidad se convertía
en la excusa perfecta para amar, para dar, para
reconocer sin la vergüenza de lo impropio.

En el teatro, los pastores de Belén cantaban


sin descanso; en la avenida de los cerezos, los
fuegos artificiales recorrían todo el instante de la
admiración desmedida. En el parque central, un

165
Los Sueños Sobreviven al Alba

árbol escandinavo inventado en un andamiaje de


varillas colosales, hacía palpable la inmensidad de
la alegría. En las calles más visitadas, el vino
caliente se deslizaba por un sendero articulado de
manos generosas, y se depositaba con sorpresa
en los labios inocentes de la dulce Amalia Leroux.
Los mismos labios que hasta la muerte le
recordarían a Jeremías las delicias del amor.

Gracias a sus delicados ruegos, los espacios


inusuales, entre la alegría colectiva y la paz de su
hogar, pudieron extenderse hasta cuando su
misteriosa mirada de miel decidió cambiar la
admiración por el cansancio. Disfrutaron de la
generosidad y de la cordialidad. Había que
hacerlo. Su posibilidad se reducía a una pequeña
franja de días durante todo el año. Era tan
afortunada Amalia por aquellos días de su
infancia, que San Nicolás y el Niño Dios
mancomunaron sus esfuerzos y le trajeron un
gran regalo. Amanda Cisneros, su madre,
regresaba del destino que durante cinco años, su
razón le eligió.

«Para descifrarlo, hagamos un poquito de


retrospectiva. Escuchaste alguna vez cosas co-

166
Juan Carlos Pimentel Salinas

mo: ¡Hijo, la música es un sector muy difícil y si


es clásica peor, piensa en otra carrera!, ¡Pintando
te mueres de hambre!, piensa en algo parecido,
quizás la publicidad, la arquitectura o el diseño.
Escribir cuentos para niños, ¡estás loco! eso no
produce dinero. ¡Eres un estadista en potencia,
pero la política es para los corruptos! Y así los
extraordinarios talentos únicos que cada persona
posee se iban confundiendo en quehaceres
aproximados o totalmente opuestos. Iniciándose
de esta manera, una vida de sin sabores y
lamentaciones.

Y con mayor frecuencia de la que quisié-


ramos, nos damos cuenta que no somos felices;
que nuestro deambular por la vida se ha
convertido en un proceso rutinario, muchas
veces carente de interés y desafío; simplemente
a través de un lento proceso de apatía, nuestra
vida va perdiendo su encanto. Ya no caminamos
por el campo, simplemente deseamos hacerlo.
Ya no nos arrojamos en el río como un colegial
desbocado, ¡pero como me gustaría poderlo
hacer! Ya no nos arriesgamos en tareas
novedosas y retadoras, sino que las dejamos
para los más jóvenes. Ya no renunciamos a un

167
Los Sueños Sobreviven al Alba

trabajo que no nos gusta, sino que nos


apoltronamos a que pase el tiempo y
obtengamos esa anhelada pensión; eso sí,
cuando la obtengamos haremos lo que se nos
antoje. Trataremos de ser felices.

Pero entremos en ese proceso de desmo-


ronamiento sucesivo. Ante ninguna persona
tienes que justificar lo que te hace feliz; sin
embargo, a donde quiera que mires, hay miles y
por qué no decirlo millones de personas ha-
ciendo una labor que no les gusta, que los
encarcela y envía al profundo olvido sus mejores
talentos. Tus verdaderos deseos están en tus
talentos únicos. ¿Será por eso que gradualmente
la realidad nos va domesticando? y magníficos
pintores en potencia terminan como vendedores;
excelentes escritores en potencia terminan como
empleados estatales; prometedores ingenieros
en potencia como educadores; visionarios
estadistas en potencia terminan como abogados
y así uno a uno, la lista se hace interminable. El
proceso se inicia en la adolescencia, cuando
aquellos talentos únicos que empiezan a florecer
y se empieza a revelar el ser interior, no se
fomentan o son gradualmente enterrados por la

168
Juan Carlos Pimentel Salinas

realidad de quienes son nuestros padres,


hermanos, maestros, tutores o quien sea que nos
cuide o guíe.

Así, que cuando terminamos haciendo lo que


no nos apasiona, lo que no queremos hacer,
nuestra vida se empieza a llenar de stress,
resistencia y ansiedad. Continuamos irreme-
diablemente por este sendero de la vida
cotidiana, nos adentramos en nuestra labor, y
empieza la lucha por la compensación. Como no
pude ser pintor y ser feliz, me volveré cochi-
namente rico para compensar; sé que cuando
obtenga esas inmensas cifras de dinero, seré
feliz porque todo lo podré adquirir. Ese día
nunca llegará. Es posible que te conviertas en
esa persona millonaria, pero el halo de tristeza
siempre estará presente. Es por esta razón, que
se ve con más frecuencia a las personas mayores
iniciando vocaciones tardías; ¡caramba! sólo con
dinero no se puede ser feliz, hagamos por fin lo
que nos apasiona.

Por esta razón, es que te pregunté al prin-


cipio, ¿Por qué deseas? Porque simplemente no
obtienes lo que quieres. Es aquí donde se inicia

169
Los Sueños Sobreviven al Alba

el tercer paso para la liberación total. Piénsalo un


poco más, ¿Por qué no obtienes lo que quieres y
te conformas simplemente con desearlo? Yo te
puedo dar la respuesta: ¡tú no crees que lo
puedas obtener! Ese castillo, esa villa, ese viaje
por el mundo, esa mujer tan bella, ese hombre
tan exitoso, esa carrera presidencial, esas em-
presas tan gigantescas, esa red de servicios a la
humanidad o simplemente ese par de zapatos,
¡por favor! ¡Eso no es para mí! De alguna manera
sabes que no lo puedes obtener, y la salida más
fácil y romántica es desearlo como si fuera
inalcanzable.

Con aquellas cosas que habitualmente


obtienes a través de tu trabajo o por la actividad
que realizas, ¿las deseas con fuerza y devoción?
Piénsalo un poco, ¿mantienes un ferviente deseo
por pagar los servicios públicos, tu renta, tu
hipoteca, tu mercado, tu vestuario, tus diver-
siones? Tú sabes que no. Simplemente y
escúchame bien ¡ya sabes que las puedes
obtener! Reflexiona un poco más por favor,
¿Cómo es posible (si en el universo no hay nada
grande ni pequeño) que algunas cosas las
obtienes y otras las deseas?

170
Juan Carlos Pimentel Salinas

Volvamos a la raíz. ¿Te acuerdas del proceso


de obtención de impresiones cuando eras niño?
además de recibir impresiones a través del
lenguaje verbal, también recibiste y muchísimas
más, a través del lenguaje no verbal, que son las
que te configuran un clima emocional. Estas
emociones son los tatuajes de tu mente, se han
adherido a tu inconsciente de una manera tan
firme que no es fácil que te liberen. Es por ello
que resulta tan fácil pensar, que tú puedes
convertirte en el próximo campeón mundial de
ajedrez; pero los tatuajes emocionales te dicen
que no. ¿Quién vence una y otra vez? Ellos son
los reguladores automáticos de la realidad. La
imaginación nos permite cualquier cosa, pero el
inconsciente emocional (dueño de nuestras
íntimas creencias) es el que siempre decide.

Frecuentemente, te dicen que imagines o


visualices en tu mente un mundo perfecto, con
todas las bondades que tu imaginación te
permita; este es un ejercicio muy estimulante,
pero descubres con dolor, una y otra vez, que no
se materializa en tu vida cotidiana; y ¿Por qué no
se materializa? Por las mismas razones que te
acabo de exponer. Es el inconsciente emocional,

171
Los Sueños Sobreviven al Alba

que es algo así como la matriz de la realidad, el


poseedor de la verdad que se ha de manifestar.
Tú puedes poseer un hermoso o achilado ciruelo
y puedes desear intensamente, de manera
ferviente, que te dé naranjas y aun así no las
obtendrás; una y otra vez te dará hermosas o
achiladas ciruelas. Entonces tienes que saber
primero, que posees dentro de tí: un manzano,
un naranjo, un pintor, un escritor, un
comerciante, un ingeniero, un cineasta, un
administrador, ¡qué hay dentro de tí! No tienes
que hacer grandes esfuerzos, ni ejercicios
extremos para saber que hay dentro de tí; es
más, tú ya lo sabes. Eso que te apasiona
profundamente, en lo que quedas absorto y
el tiempo deja de trascurrir, ahí está tu
corazón, porque ese es tu tesoro.»

Era maravilloso, ¡funcionaba!, alcanzaba la


velocidad temeraria de cuarenta kilómetros por
hora, y tendía a su paso una estela gigantesca,
que les permitía a sus besos escapar de la mirada
indecisa de los citadinos. Su primer automóvil,
por así decirlo, padecía de innumerables males;
el principal de ellos era que se negaba a morir en
el depósito de chatarra, por la obstinación des-

172
Juan Carlos Pimentel Salinas

medida de Jeremías y Amalia. Después de dos


meses de uso, ella ya sabía descifrar los colores
de los cables que le permitían prenderlo sin
empujarlo, desmontar y acomodar por dos horas
más de vida el alternador, la batería, la bobina, y
las bujías. Además de la compleja ingeniería del
motor, se había agregado una nueva de
alambres, cordeles y trapos, que mágicamente se
integraban a funcionar, después de dos devotas
oraciones a la Virgen del Carmen. Un viernes a las
siete de la noche por fin llegó la fortuna. Se lo
robaron. El fiscal se negó a recibir el denuncio, la
verdad todos se negaron. El bien que se le hacía
al medio ambiente era superior al daño causado
por su desaparición. Se reían, todos nos reíamos,
especialmente Jeremías porque él ya sabía que
se es feliz con las cosas cotidianas, con las
migajas de la vida. Ella también lo creía así, su
devoción femenina también lo amaba en lo
absurdo; pues padecían sin dolor, sin ambición,
los poderosos síntomas de „la fiebre del amor’.

« ¿Cómo pues, se puede cambiar nuestro


inconsciente emocional, aquel poderoso gene-
rador de la realidad? Fácil, descubriendo
nuestros más íntimos y valiosos talentos,

173
Los Sueños Sobreviven al Alba

aquellos que fueron enterrados y no han pro-


ducido un solo fruto. Cuando realmente te
encuentras con tus apreciados talentos, vuelves
a nacer. No importa la edad que tengas, no
importa en las circunstancias en las que estés
envuelto, si tienes o no dinero, si gozas de buena
o mala salud. Imagínate por un instante que
estás desarrollando aquella tarea que te apasiona
y que muchas veces a nadie le has podido
contar. Que dejas la abogacía, para convertirte
en el educador que siempre has soñado. Que
dejas las ventas para convertirte en el arquitecto
talentoso que siempre has soñado. Que dejas el
empleo en la fábrica, para convertirte en el
agente de tránsito ejemplar; y así, innumerables
posibilidades. ¿Qué se siente?, ¿Cómo es esa
vida?, ¿en esa vida hay stress, ansiedad y
dificultades? ¡Cierto que no! No puedes
contemplar esa vida, sino únicamente a través
de la satisfacción, el servicio y la prosperidad.
¿Ves cómo es de fácil poseer en la mente una
vida feliz, cuando hacemos aquello que nos
hace felices?

Cuando poseemos en la mente, materia-


lizamos en la realidad. Es por esta razón que el

174
Juan Carlos Pimentel Salinas

esfuerzo demandado para cambiar nuestra vida


sin reconocer, desarrollar y alcanzar nuestros
talentos, es prácticamente ilimitado. Y es la
razón por la cual una y otra vez, las personas
descubren que la visualización, concentración,
deseo, autosugestión, oraciones repetidas, bre-
vajes o cualquier cosa que hagan (todas son
iguales e indiferentes) fracasan con ellos. En
tanto no sea posible poseer en la mente no lo
obtendrás. Poseer es distinto de imaginar, ya lo
había mostrado antes con el campeón de
ajedrez; es prácticamente ilimitada tu capacidad
para imaginar el mundo que quieras. Pero ese
mundo nunca llegará, mientras que en tu
inconsciente emocional no creas en él. Así que
deja de hacer tanta fuerza, así nunca lo ob-
tendrás.»

—Claro, sumamente claro; entonces no hay


que desear en vano, únicamente decidirse a
conquistar, a hacer y alcanzar lo que uno
realmente quiere —reflexionó Jacinto.

—Pero lo que tienes que hacer primero es


descubrir qué es lo que quieres, tus íntimos
talentos, y únicamente palpitar y con infinita

175
Los Sueños Sobreviven al Alba

devoción vivir por ellos y para ellos —afirmó el


profesor Hitz.

—Cuando vives y realizas esos talentos eres


feliz, independientemente de las circunstancias
en la que te encuentres envuelto —afirmó Amalia.

—Es así de fácil, vivir la íntima pasión y ser


feliz —concluyó Jeremías.

—Lo único es elegir otro camino, tu camino, el


que hay en tu corazón; ese es tu destino, tu
verdadero destino y para siempre dejar el
pasado atrás —concluyó el profesor.

176
Juan Carlos Pimentel Salinas

Era un sol diferente, sin usar, el que


acompañaba las primeras horas de aquella
mañana en que inició su viaje de escritor.
Jeremías en un aire lúcido, trasparente, se
encontró de repente poseído de una sensación
poderosa de sí mismo. Lo había encontrado. Un
encuentro con su auténtica pasión. Las letras
infinitas. Esa poderosa fuerza lo arrastró y no
pudo evitar que sus inexpertas manos
comenzaran a escribir de esta manera:

EL TIEMPO EN QUE CON LEÑA Y CARBÓN SE


AVIVABA UN AMOR
Una almendra azucarada
pasó por mis labios,

177
Los Sueños Sobreviven al Alba

se redujo lentamente
como una vida vivida,
a un desván de recuerdos.
Supe entonces que todo comenzó un martes.
Su recuerdo empezó a fortificarse, a cristalizarse
en una sustancia pétrea, que acompañaba al
silencio y desplazaba las palabras de su boca.

Amanecía, y él repetía en oraciones


doscientas setenta y tres palabras. Palabras
ocultas, palabras extrañas; al compás del azul
preliminar del día, se sucedían múltiples
nombres imposibles de cosas temporales.
Paulatinamente el sol recordaba su diaria
vocación y sembraba de colores infinitos, las
siluetas inconclusas de una penumbra soñada.

Micaela atizaba la hornilla de carbón y sus


primeros anhelos se desplazaban a través del
humo gris, que emergía por el pináculo oscuro
de un buitrón de barro cocido; un martes
también, ella entro en el silencio y permaneció
así en la espera de una decisión soberana que
dirigiera su derrotero.

— ¡Es un milagro! —Dijo el Doctor


Ballesteros.
178
Juan Carlos Pimentel Salinas

—Ningún milagro, Doctor —contestó


Micaela— Me cansé de esperar en el cielo y he
regresado porque aquí hay muchas cosas qué
hacer—.

Las arvejas en vaina sudadas al vapor, la


mazamorra chiquita, los tamales de once
ingredientes envueltos en hojas de chisgua y
amarrados con hilos de fique trenzados, el
caldito de costilla y las bolas de cacao con tres
rigurosos hervores, encabezaban su flotilla de
saberes culinarios.

Eladio, su ejemplar esposo, se fue


sumergiendo en agonías eternas a través del velo
del silencio y decidió marcharse el martes 27 de
Agosto.

En el pasillo del patio principal, tres columnas


de eucalipto sostenían una pequeña terraza de
geranios, novios y jazmines, que desprendían su
melancolía en aromas púrpuras que hechizaban
el alba; en tanto escuchaban en silencio, la
sinfonía de oraciones inefables que de su aliento
se arrojaban sin cesar. Y en ese permanente
susurrar de lo indecible, uno a uno se
desgranaban perezosamente los días del
179
Los Sueños Sobreviven al Alba

calendario, para que esas extrañas palabras


vacías fueran ocupando su espacio único en el
rompecabezas de su cuerpo.

El exquisito aroma de la vida, lentamente se


iba filtrando de las vasijas sometidas sin piedad,
al calor abrazador de la leña y el carbón; se
llenaba la mañana del aroma embrujador del
café, y el llamado apremiante de ese placer, lo
conducían en pasos de sonámbulo junto a la
hornilla fatigada, para recibir su ración
estimulante y aromática.

Eladio partió sin prisa esa mañana triste, en la


que esperaba encontrarse con aquel dolor
interminable de la partida de Micaela. Caminó sin
aliento uno a uno los cien pasos que lo
separaban del hospital; entró lentamente,
imaginando el sabor de la vida sin ella,
queriendo huir del destino que lo esperaba al
final del pasillo, frente a esa puerta de madera de
cedro que ingresaba al cuarto blanquecido
donde agonizaba su amada.

Fue abriendo lentamente aquella puerta


inevitable que lo conduciría al llanto mudo del
adiós; pero unos brazos inconfundibles rodearon
180
Juan Carlos Pimentel Salinas

su alta figura y lo fueron atando sin remedio a la


vacuidad. Su amada, su Micaela precedida de un
horizonte de sonrisas primaverales en otoño, lo
espera de pie en aquella habitación de hospital,
para contarle, para decirle a sus ojos de niño,
que un adiós prematuro no era digno de su
amor.

Había sufrido durante días por una inesperada


trombosis que la puso al borde del abismo.

— ¡Ándate viejo!, —le dijo Micaela— los


médicos me han dicho que es un milagro que
haya regresado del silencio.

—Son cosas de médicos —le contestó


Eladio— vos sabes que los milagros son cosas
cotidianas: cuando te conocí, cuando te
descubrí, cuando sonríes, cuando me brindas
arvejas en vaina sudadas al vapor —esto es
distinto— sin otro nombre para llamarlo, yo lo
llamaría „felicidad‟.

Jeremías releyó nuevamente aquellas palabras


que de su espíritu se arrojaron sin un blanco
definido; aquellas primeras palabras inconclusas
que se precipitaron ansiosas a través de un

181
Los Sueños Sobreviven al Alba

torrente desconocido. Abrazó a su pecho estas


primeras oraciones que fabulaban la historia de
amor de sus abuelos. Un llanto mudo estremeció
su ser. Lo sabía. Abriría de par en par las puertas
de su corazón, para pincelar con vocablos el
misterio de la vida.

Esa misma tarde se sorprendieron todos


después de escucharlo leer sus primeras palabras
escritas.

— ¡Después de todo tienes alma! —le bromeó


Jacinto.

Los amados ojos de miel se sumergieron por


un instante, en una humedad inesperada. El
Profesor Hitz guardó silencio «si eres tan bueno,
lucha por ello —meditó discretamente— El aroma
del café abrigó sus palabras y pensó en los
pobres.»

182
Juan Carlos Pimentel Salinas

El informe esperado con tanta ansiedad, aquel


que pondría fin a la multiplicidad de conjeturas
sobre la datación real de los pergaminos llegó el
14 de marzo, y lo hizo a la misma hora en la cual
el profesor Hitz los terminó de observar por
primera vez. Diez y cinco de la mañana. Ese
martes a la misma hora, el reloj de su oficina no
había perdido un solo minuto de su existencia.
Para Jeremías la información acrecentaba su
sentido tormento, pues ésta resultaba
contradictoria. Por una parte, los exámenes de
palinología no coincidían con ningún polen de los
existentes en la antigüedad; era como si aquellos
pergaminos hubieran recibido las muestras de
183
Los Sueños Sobreviven al Alba

aquel polvillo natural, de plantas inexistentes o


hasta la presente desconocidas. Por otra parte,
los tres institutos de investigación coincidían en
que la época aproximada de su fabricación, se
remontaba a una franja de tiempo que iba de
2700 a 2800 años de antigüedad. No había duda,
que para el profesor Hitz aquellos documentos se
revestían de incalculable valor histórico.

Amalia se levantó muy de mañana. El sol no


había despertado y aun soñaba que era el
universo. El café como siempre, la sorprendía con
la habilidad de anticiparse a sus íntimos deseos, y
se preparaba para sumergirse en los hervores de
diamantes cristalinos sin usar. Era la vida.
Amanecía despacio, sin apremio a su alrededor.
Quería soñar despierta, eran las dos de la
mañana.

Los álbumes de coloridas fotos resaltaban la


alegría, que de sus ojos se desgranaba en gotitas
de cristal; el cuaderno de imperfectos, pero
amorosos poemas que Jeremías le escribía, las
fotos de su boda e innumerables símbolos de sus
recuerdos más amados se precipitaron a sus
manos y a su mente. Lo fue repasando todo.

184
Juan Carlos Pimentel Salinas

Santificando el pasado para siempre. Se dio


cuenta que había vivido, que había amado, que
había llorado, que había escapado, que había
fallecido, que inclusive era feliz cuando estaba
triste. Escuchó su música, escuchó su pensa-
miento, escuchó su corazón, flotó en el espacio
circundante que separaba un tic-tac de otro en su
reloj. Se dio cuenta del milagro de sí misma, de sí
misma en el éter cristalino de la vida, era en todo
y el todo en ella. El cálido abrazo de la paz
recogió su tierna y hermosa figura con la
sensación aromática del alba; diluyó todo su ser
en el silencio circundante y pudo recorrer el
universo entero para descubrir sin saberlo, que
vivía en la luz desde el inicio del tiempo.

Esta comunión silenciosa, personal, exorcizó


el dolor, el temor, y le entregó el destino de su
cuerpo al infinito. Desde ese momento aprendió a
vivir en su espíritu para siempre.

Jeremías llegó preocupado a la sala principal,


la buscaba intrigado en ese amanecer de su ser.

— ¿Qué haces mi amor? —le pregunto


Jeremías inquieto por su ausencia de la alcoba.

185
Los Sueños Sobreviven al Alba

— ¡Despertando de la incertidumbre de mi
vida!

— ¿Y cuál es esa incertidumbre?

— ¿Cómo van a vivir sin mi amor, las personas


que amo?

— ¿Ya lo sabes?

Un aire lúcido se apoderó de sus misteriosos


ojos de miel y Amalia le respondió:

—Sí, viviendo, sin apartarse de la dicha de


sentir. Es la verdad mi amor, —lo reiteró— Lo
que sentimos nos une, lo que pensamos nos
separa.

—A las cinco y media de la mañana el profesor


Hitz leerá el sexto pergamino. El último, porque
finalmente la otra estrella nunca me llegó. —Le
contestó Jeremías—Según dijo el profesor, —
continúo— nos encontraremos en la cima de la
montaña y desde allí podremos ver todo lo
existente, para sumergirnos en la dicha de existir
y el poder de creer y crear.

A pesar de los miles de reparos por parte de

186
Juan Carlos Pimentel Salinas

Jacinto y Amalia por la absurda decisión del


Profesor Hitz, llegaron finalmente todos ellos a la
cima de la montaña, cuando él ya empezaba a
leer de esta manera:

“CREER Y CREAR”

«No eres feliz con lo que quieres y deseas.


Eres feliz con lo que tienes. No se puede ser feliz
en el futuro, la felicidad no se alcanza. La
felicidad se descubre en lo cotidiano.

Tú no vives a través de lo que piensas. Tú


vives, y sabes que vives a través de tus
sensaciones; ellas te hacen un ser humano real.

Los sucesos en la vida son anidados, porque


son un discurrir de sensaciones. Cuando una
sensación empieza a pasar, inmediatamente se
empieza a generar otra y así sucesivamente. Esto
es una bendición y a la vez una dificultad;
bendición porque puedes disfrutar de una vida
sin soluciones de continuidad, y dificultad
porque te matiza los puntos de llegada. ¿Cómo
sabes que ya estás enamorado?, ¿Cómo sabes
que ya eres triunfador?, ¿Cómo sabes que ya
eres sabio? No lo sabes. No hay un lugar en el

187
Los Sueños Sobreviven al Alba

tiempo para saberlo, y buscarlo es inútil; de ahí


nuestro doloroso deseo de asir la felicidad. Pero
de repente un buen día, descubres que tienes el
amor a tu lado, descubres que puedes disponer
de inmensos recursos. De repente un día
descubres y te puedes empezar a dar cuenta,
que eres sabio y feliz. ¡Darse cuenta de ello es
maravilloso!

Lo importante no es en lo que crees, sino en


la forma en que crees. Eres absolutamente libre
de creer en lo que quieras, inclusive puedes
pensar que no crees; pero lamento decírtelo, si
no crees, no existes. Siempre por definición
creemos en muchas cosas. Creemos que la
educación es buena, que el trabajo dignifica al
hombre, que los hijos nos traen alegría, que el
amor es la felicidad, que la buena salud es una
bendición, que el sol sostiene la tierra, que el
agua sostiene la vida, etc. Una infinidad de
creencias, tan grandes como nuestro universo, tú
escoges. ¿Lo ves ahora? Siempre creemos en
algo.

Separarás la tierra del fuego,


lo sutil de lo grosero,

188
Juan Carlos Pimentel Salinas
suavemente
con mucho ingenio,
asciende de la tierra al cielo,
y de nuevo desciende a la tierra,
y recibe la fuerza de las cosas superiores y de
las inferiores…

Te hablo de creer y crear. Precisamente eso


es lo que hacemos cuando ponemos en
movimiento esta forma de alquimia mental.
Cuando meditas, callas, guardas silencio o
simplemente aguardas con indiferencia, prác-
ticamente todas son iguales. Entras al cielo. La
verdad es que no tienes que hacer nada
espléndido, lo único que tienes que hacer es
abstraerte y callar tus pensamientos.

El cielo no significa exactamente ese lugar en


el firmamento más allá de nuestro alcance, en la
bóveda celeste, ¡no, no es así! El cielo es
sencillamente nuestra mente, el lugar más alto,
inalcanzable físicamente. Así que esa persona
que está en tí, que siente y vive, es la que puede
dejar lo material y subir al cielo de su mente.
Cuando la persona calla, se abstrae y asciende,
realiza el llamado encuentro con el reino de los

189
Los Sueños Sobreviven al Alba

cielos. Pero no te apresures, este encuentro es


un proceso de aproximaciones sucesivas. No
está dado por un momento revelador, como si
fuera un gran descubrimiento. Nuestra mente
cotidiana, la que está acostumbrada al mundo
material, siempre busca relaciones sujeto-objeto,
siempre busca asociar un suceso en el espacio y
en el tiempo; por ejemplo, envío flores y
obtengo un amor; trabajo y obtengo salario;
viajo y conozco, y así en millones de
manifestaciones. Pero en el cielo, en la mente,
no sucede con esta misma relación. Porque
cuando tú asciendes al cielo de tu mente, se
pierde la relación sujeto-objeto; ese lugar
secreto escapado del tiempo, no lo puedes
precisar a través de pensamientos. Es por esto
que la revelación o la entrada en el reino, es un
asunto íntimo y personal. No se puede trasmitir
con palabras precisas la sensación que se vive.

La necesidad de la verdad cotidiana y el


temor son los muros poderosos, que te impiden
mantener el discreto silencio de tu mente o subir
al cielo. En tanto mantengamos la creencia ciega
y absoluta en nuestros conceptos, prejuicios y
verdades, estos desafortunadamente se conver-

190
Juan Carlos Pimentel Salinas

tirán en la muralla infranqueable de tu encuentro


celestial. ¿Pero para qué un encuentro celestial,
qué gano yo con eso?

A medida que tu diálogo interno se atenúe,


estás listo para iniciar los encuentros personales
con el reino. ¿Qué encuentras allí? Nada. No
puedes encontrar nada, porque en el cielo (Dios)
no hay dialogo, no hay pensamientos. Entonces,
¿dónde recibes el efecto? Aquí abajo, en la
realidad cotidiana te vas convirtiendo en esa
persona superior, llena de poder y energía, de
sabiduría, de paciencia, de alegría, de
persistencia y de valor. De una inmensa
capacidad de realización, de un vínculo sincero y
espontáneo con los seres humanos y de una
nueva honestidad. Verás la conexión entre el
pasado, el presente y el futuro; con muy poco
esfuerzo alcanzarás grandes metas, construirás
tu destino con el tesoro de tu corazón, y es ahí
donde se inicia la felicidad como una forma de
vida. En ese momento lo sabrás, Dios llega sin
anunciarse. Pero para que Dios llegue a tu vida,
no debes ocuparte de él, sino de tí.

Cuando inicias tus encuentros personales con

191
Los Sueños Sobreviven al Alba

Dios, vas a sentir como si flotaras en el aire; en


ocasiones sentirás un pánico impresionante,
pero debes perseverar. Básicamente, este pánico
es la energía de tantos miedos que se han
acumulado en tu interior; gradualmente los irás
liberando, ya no sentirás miedo nunca más,
serás libre y tendrás la alegría y espontaneidad
de un niño. Para entrar en el reino debemos ser
como niños. Espontáneos, libres de temor y
verdad. Niños de la naturaleza. Niños de la vida.

Cuando puedas aprehender este método


serás eficiente de una manera extraordinaria,
puedes encontrar soluciones creativas, esta-
blecer un vínculo real y fraternal con tus
semejantes. Los contradictores desaparecen, la
envidia y la codicia ya no te acompañan y algo
muy importante, la tristeza y la melancolía
huyen de tí como demonios aterrorizados por tu
nueva luz.

Alcanzar las cosas que quieres, se te darán


por añadidura; hacer milagros, los llamados
milagros, ¡es como enamorarse! ¿De verdad te
has enamorado?, dejas de existir, te fundes en el
uno. En el momento en que tú deseas, quieres o

192
Juan Carlos Pimentel Salinas

pretendes algo, debes acordarte de nuestra


creación:
Matriz

Óvulo

Esperma

Creación

De igual manera funciona en nuestra mente


(El reino de los cielos), que es la matriz de la
realidad
Mente

Sentimiento

Pensamiento

Creación

En ese momento en que tú has decidido


alcanzar un objetivo, cualquier cosa, debes tener
una plena seguridad en el resultado; la verdad es
que ni siquiera piensas en el resultado, de tal
manera y esto es importante, que tu sensación

193
Los Sueños Sobreviven al Alba

es de indiferencia. No hay ansiedad, no haces


fuerza alguna para que se dé el resultado; no
buscas el resultado en tu mente, solamente
sabes que es así, es real, existe.

Entonces ¿Cómo crear esta sensación?

La clave está en sacar al cuerpo de la


ecuación, en aislar o reprimir las sensaciones de
tu cuerpo; mientras en tu cuerpo mantengas
cualquier sensación, no podrás crear la unidad.
Cuando logras aislar tu cuerpo, no sentirlo, no
ser consciente de él, en ese momento tu
pensamiento se envuelve en tu sentimiento
(sensación) y tu cuerpo no existe. Quedas como
suspendido, absorto, y sólo existes en el
pensamiento de tu deseo u objetivo. Es decir,
unes el pensamiento, el sentimiento y el cuerpo
en una certeza que lo es todo; te conviertes en el
uno, ya no estás dividido. Eres absoluto, absorto
en ese instante, en ese pensamiento y en ese
sentimiento que son uno.

En ese momento, que normalmente es un


periodo de tiempo muy corto, puede en
ocasiones ser casi instantáneo, inicias el proceso
de contemplación. La contemplación es el acto
194
Juan Carlos Pimentel Salinas

voluntario de la observación desapasionada de lo


que quieres, es como cuando observas un
atardecer; estás ahí, eres parte de ese atardecer,
pero a la vez lo puedes observar como si
estuvieras fuera de él. Estás dentro y a la vez
estás fuera, adquieres el don de la ubicuidad.
Cuando logres hacer esto puedes echar a andar
el proceso creador. Es fundamental hacerlo de
manera desinteresada, como cuando observas la
luna, simplemente la observas; sabes que está
ahí, que es real, no tienes que hacer fuerza,
desear, rogar, adorar, hacer oraciones o
mantras. Solamente saber que existe. Esto es
creer y crear, es la sustancia de las cosas
esperadas. Tú lo haces todo el tiempo, aunque
no te des cuenta con mucha frecuencia. Esas
contemplaciones inconscientes que haces a
diario construyen tu realidad corriente, por eso
resulta tan fácil que las mismas experiencias se
repitan una y otra vez, y es por esto que resulta
tan difícil cambiar tu existencia. Aparentemente
tu vida parece que tuviera movimiento, pero
siempre estás en el mismo lugar, y estás en el
mismo lugar porque siempre piensas lo mismo.

Aquellos valientes, los que hacen parte de la

195
Los Sueños Sobreviven al Alba

historia de la humanidad como faros perpetuos


de las posibilidades del hombre; esas magnificas
personas no lucharon por lo que querían.
Hicieron lo que querían, hay una gran diferencia
en esto. Su trabajo no era su cruz. Su trabajo era
su pasión, era el lugar liberador, el que les
permitía la persistencia, la reflexión, su labor era
su musa. Si estudias a estos personajes; veras
que muchos de ellos no asistieron a la escuela,
eran prácticamente analfabetos, sin embargo,
algo los movía por dentro para llegar a estas
conquistas. ¿Qué los movía por dentro? Su
unidad personal y entera cohesión, con su
íntima pasión. Lograron milagros, se fundieron
en el Único y lo que nació fue algo distinto. Un
dios hijo de Dios, un dios peninsular.»

En la bella época de las góndolas de flores, la


gente decidió caminar por la ciudad para llegar a
sus labores; al unísono, todos decidieron cambiar
de horario de trabajo. Ya no entraban a trabajar a
las ocho de la mañana como normalmente era
acostumbrado, sino que por el contrario lo hacían
a las diez de la mañana. Pero para compensar
laboraban hasta las siete de la noche, con el
propósito de retornar a sus casas caminando bajo

196
Juan Carlos Pimentel Salinas

la luz de la luna. Era ‘la fiebre del amor’ que sin


la menor premeditación, los conducía a tomar las
más absurdas decisiones. La verdad era que
caminaban por toda la ciudad para disfrutar del
arco iris monumental que los miles de laberintos
de flores reflejaban a su paso. Por supuesto que
tomar el autobús, el vehículo o el metro, se había
convertido en una actividad tan tortuosa y
desesperante, que la mejor decisión era caminar.
Recuerdo que en aquella época, hubo muchos
abuelos que se perdieron durante una semana en
los laberintos de flores; los esposos díscolos (uno
o dos, no eran más) encontraron en ello un
recurso fabuloso para sus aventuras. Por aquellos
días resultaba imposible mantener en un horario
coherente a toda la multitud, ahora sumergida en
los síntomas de ‘la fiebre del amor’.

El gobierno central encontró una magnifica


solución, y envió a sus acartonados emisarios,
para que de inmediato aplicaran la solución
creativa que habían diseñado, y que les permitiría
a todos los ciudadanos entrar nuevamente dentro
del horario acostumbrado. Llegaron con las
instrucciones precisas de imponer el cumpli-
miento inmediato del nuevo decreto emitido, con

197
Los Sueños Sobreviven al Alba

el fin de superar esta absurda locura. Se le


ordenaba a la tierra, al sol y a la luna modificar su
movimiento acostumbrado. Se le instruía al sol
para que continuara apareciendo por el oriente,
pero con un leve retraso de dos horas; y a su vez
debería llegar al poniente con un adelanto de dos
horas. Además, se le ordenaba a la luna
continuar saliendo por el oriente, pero con una
anticipación de dos horas y alumbrar perma-
nentemente con luz de luna llena. Era difícil
entender este decreto. La luna y el sol presen-
taron muchos tropiezos para entrar en su cabal
cumplimiento, pues llegaron a eclipses en fechas
inesperadas. En ocasiones la luna aparecía a las
tres de la tarde y el sol disgustado desaparecía a
las doce del día. Era el caos. Era más fácil,
siempre lo fue, cerrar para siempre las góndolas
de flores de Jeremías. Después de esta sabia
decisión todos terminaron cumpliendo con sus
horarios tradicionales y acostumbrados. ‘La
fiebre de la realidad’ les permitió recuperar
rápidamente la buena y sensata cordura colectiva.

198
Juan Carlos Pimentel Salinas

Un instante a la vez es tu vida.

Este preciso y único instante es toda la vida. Ni


el anterior ni el siguiente son reales o existen. Es
por esto que la mente no se debe ocupar de nada
distinto, sino de éste sin igual y pequeño
momento llamado presente. Así lo fueron enten-
diendo aquellos neófitos aventureros, a través de
la fría neblina del amanecer.

En la montaña más elevada de las afueras de


la ciudad se encontraban Amalia, Jacinto, Jere-
mías y el profesor Hitz, cuando éste terminaba de
leer el sexto pergamino. De sueños teñida el alba
de aquel hermoso despertar, despunto de repen-

199
Los Sueños Sobreviven al Alba

te en un horizonte de rayos infinitos, y el mundo


entero se fue precipitando por momentos, en una
lejanía laminada por auroras añiles e intermi-
nables. Era la vida. Y retornaba lentamente de su
sueño impenetrable, dejando expuestas ante sus
maravillados ojos humanos, magnitudes infinitas
e inimaginables.

Las palabras que leía emocionado el profesor


Hitz hacían eco en mitad de aquel inmenso
amanecer, cuya fuerza infinita desgarraba las
últimas penumbras, que rápidamente desapa-
recían hechizadas por la luz de la nueva mañana.
La magia y la ambigüedad de este pergamino
producían una atmósfera de insondable misterio y
desafío. La exquisita fórmula secreta de la alqui-
mia mental fue arrojada por la eternidad, en
aquellas minúsculas manos desprevenidas y
sorprendidas de los cuatro viajeros del espíritu.
Pero esta vez, sin la ya conocida y legendaria
precaución, que concedieron durante miles de
años en el pasado, los maestros olvidados de la
piedra esmeralda.

Ahora se disipaba sin demora de la vida de


todos ellos, la posibilidad del fracaso, del temor y

200
Juan Carlos Pimentel Salinas

de la duda. Poseían el secreto poder, el cetro de


la vida. Era hora ya de volver a nacer. La
incertidumbre, agobiada por este insospechado
encuentro se fue evaporando para siempre en esa
aurora de luz.

—Ahora lo sé y lo entiendo —dijo de repente


el profesor Hitz— lo único que nos sucede en la
vida es el amor, es un evento que simplemente
nos ocurre. El amor nos elige. Todo lo demás,
absolutamente todo lo optamos sin querer, sin
saber, sin entender tan siquiera.

—La alquimia es tan simple, tan simple, es


como el viento; no lo podemos tomar entre las
manos, pero su poder es extraordinario. No lo
podemos ver, pero puede cambiar al mundo
entero. Únicamente sentimos sus efectos —
terminó Amalia de hablar, apenas susurrando.

—Hemos viajado por un laberinto de


conceptos inesperados —tomó la palabra
Jacinto— estos seis pergaminos, sin duda, nos
dejan expuestos a la decisión soberana de elegir
por entero la vida que deseamos; la fuerza de
esta aventura —continuó hablando— es
imponderable. Nos ha hablado un Dios desco-
201
Los Sueños Sobreviven al Alba

nocido, hemos superado la verdad, el temor y la


libertad son ahora nuestra elección, nos enseñó
la inoperancia de los deseos sin pasión y el
eterno esquema de la creación mental. Entonces
¿Qué más nos podría enseñar, el séptimo
pergamino?

Era curioso, cada uno de ellos hablaba para sí


mismo; pero todos ellos se escuchaban y enten-
dían. El apasionante desafío descubrió a través de
sus reflexiones, un sinnúmero de diálogos
internos, que al manifestarse se entretejían en un
todo de inexplicable coherencia.

—Creer es el desafío, ¿Cómo creer? es el


acertijo —hirió su silencio, por fin Jeremías—
Ahora lo entiendo, es fácil mi amor, se lo dijo a
Amalia; en tu mente debes traer al presente y
sentir como real, el futuro que quieres vivir o sen-
cillamente las cosas que quieres alcanzar. Pero no
te detengas a esperar, a dudar. Momento a mo-
mento, pon todo tu corazón en lo que haces, para
que no haya nada qué lamentar o mejorar.

El profesor Hitz por su parte continuó refle-


xionando solo y en voz alta:

202
Juan Carlos Pimentel Salinas

—En la vida de cada uno no hay continuidad;


es un suceso y luego otro sin la menor
premeditación o encadenamiento. Nosotros
construimos la continuidad para provocarnos la
coherencia que nos permita creer en un destino,
en un sendero hacia el cual va la existencia. Pero
da igual, no hay ningún sendero qué seguir, no
hay una forma de vida qué aprender. Nos
llenamos la mente de tonterías y las convertimos
en hechos tan serios y reales, que nunca nos
permitimos ver nuestra locura absurda—.

Por momentos se dedicaban a observar la


hermosa ciudad. Conversaban alegremente sobre
el esplendor de los principales monumentos, las
principales calles y avenidas; así también por
momentos, el manantial perenne de palabras, de
frases, de pensamientos, los descubría
alucinando en medio de mariposas, ruiseñores,
azucenas, golondrinas, insectos inverosímiles, el
aroma de los pinos, un albatros que volaba
solitario, y por siempre el día que emergía de la
penumbra soñada.

—Es verdad —Jacinto afianzó las palabras del


profesor— Puedes tener la ilusión de que contro-

203
Los Sueños Sobreviven al Alba

las tu vida, que vas por un sendero que has


trazado; puedes creer incluso que tu labor es lo
más importante de la existencia colectiva de toda
la humanidad. Que ocupas un lugar en la historia
del tiempo. Pero no, todo eso es nada. Mientras
que no te encuentres con tu íntima pasión, todo
eso es nada.

—Recibes la vida y es tuya. Tus pasiones más


íntimas se esconden de tí, porque las has dejado
de amar. Regocijas tu alma ante la posibilidad de
un sinnúmero de cosas por tener. Y por eso, no
descubres lo que es el amor. El puente entre lo
imposible y lo posible es el amor. Buscas el
placer para soñar, te imaginas que has
encontrado el amor, y te aferras a él con todos los
grilletes de la razón y la codicia. — ¡Solamente
Amalia podría hablar así!

Continuaron arremolinándose sus voces en


torno de los fríos y helados labios del amanecer.

—Eres como un sueño, —dijo el profesor—


vives en la mente de alguien que te sueña, así
como tú sueñas tus personajes.

Cada uno de ellos, de inmediato, fue recono-

204
Juan Carlos Pimentel Salinas

ciendo que se sentían como personajes


imaginados e imaginarios; sus sueños y sus
deseos se confundían en una sola amalgama.
Resultaba difícil distinguir la realidad. Miles de
inútiles propósitos y objetivos se desvanecían en
la certeza del presente. Solo quedaba un instante
para vivir eternamente la vida. Este pequeño y
único instante.

Disfrutaron de la mañana en medio de un


bosque poblado por una exquisita vegetación, por
miles y millones de animalitos que se sometían
sin precaución alguna, a vivir sin sospechar por
un solo momento en el final. Caminaron durante
horas describiendo un descenso cuidadoso, un
zigzag de pasos oscilantes por inhóspitos
caminos de herradura, que los trajo lentamente a
la ciudad; pero esta vez, a un mundo sin inventar.

205
Los Sueños Sobreviven al Alba

206
Juan Carlos Pimentel Salinas

Los días se fueron debatiendo, entre la obs-


tinación desmedida de ‗la fiebre de la realidad‘ y
el sueño dorado de la ‗alquimia mental‘. Era
posible al parecer, convertir todos los pensa-
mientos en oro. Era posible retornar a la per-
fección inocente de ‗la fiebre del amor‘. En
ocasiones la fuerza arrolladora de la realidad, no
les permitía practicar las enseñanzas de la mágica
fórmula del infinito poder de las creencias. Pero
en otros momentos, Jeremías especialmente,
realizaba pequeños milagros; bueno, los milagros
era el nombre que se daba popularmente, a la
aplicación adecuada y consciente de la alquimia

207
Los Sueños Sobreviven al Alba

mental. Él podía en algunas ocasiones creer sin


ápice de duda, y construir inmediatamente con
esta sensación, nuevas realidades.

En cambio, para Amalia su grave enfermedad


se fue precipitando en un mundo estancado,
como si toda su existencia se pudiera haber
comprimido en un instante perpetuo, donde solo
podían existir y suceder de forma cotidiana: su
risa, su amor, sus niños, el aroma del café, las
rosas blancas, las pinceladas abanicadas del
tierra siena tostada y por siempre, su misteriosa
mirada de miel. Por su parte, el Profesor Hitz se
fue convirtiendo en un fantasma que únicamente
aparecía, cuando se lo permitían los deliciosos y
amoniacales placeres de su juventud, que domi-
naban su pasión otoñal y habían aprendido a
sobrevivir al sincrónico paso del tiempo, y se
refugiaban a diario y por entero, en los amantes
brazos de su bella Carolina Linares. Pero fue
Jacinto el que estremeció la existencia de todos
ellos, cuando inició la despedida formal de la
vida. Él visitó uno a uno a todos sus amigos, a sus
familiares cercanos y lejanos; se depositó en si-
lencio durante horas junto a las tumbas marchitas
de sus mejores amigos, que se habían marchado

208
Juan Carlos Pimentel Salinas

primero sin la piedad del aliento que ahora


necesitaba. Escribió palabras de aprecio y bondad
para todos los que abrazó en el adiós; pero a
ninguno dijo para dónde se marchaba. Tenía la
idea validada por la experiencia de su abuelo, que
si les contaba que iba hacia la muerte, se llenaría
de cartas cantadas, mensajes pendientes, pala-
bras nunca dichas, acciones nunca emprendidas y
muchas lágrimas inútiles, que debería llevar a
todos los que lo conocieran, en el silencio del
espejo del mundo.

Ninguno lo sabía. Pero fue Jeremías en que


una tarde de martes, agobiado por el calor
sofocante de un verano sin indulgencia, quien
descubrió horrorizado que su hermano Jacinto
sufría una afección cardíaca muy grave. Él man-
tenía en total secreto esta enfermedad, dado que
la disfunción que padecía era irreversible y no se
podía curar.

Ese jueves primero de octubre, después de


almorzar juntos y de compartir la tarde conver-
sando sobre los pergaminos, Jacinto le pidió a su
hermano que lo llevara a la clínica oriental; pues
aquella mañana le habían avisado que era el

209
Los Sueños Sobreviven al Alba

momento de someterse a una intervención


quirúrgica de trasplante de corazón, y éste sería
el último recurso para poder disfrutar de unos
años más de vida. La tarde aún sobrevivía en un
esplendoroso sol de verano y el mundo a su
alrededor brillaba en la eternidad de ese mo-
mento. Pero fue al llegar a la puerta principal de
la clínica, cuando Jacinto sufrió el primero, de
dos infartos perpetuos e incontenibles. Jeremías
me conto tiempo después, que los paramédicos
corrieron diligentemente para brindarle una silla
de ruedas, y de esta manera evitar someter su
incapacitado corazón a inútiles e innecesarios
esfuerzos. Pero que con su ya conocida cortesía
natural la rechazó, y ocultando su profundo ma-
lestar, llegó caminando hasta la central de ur-
gencias.

— ¿Por qué lo haces más difícil? —le reclamó


muy molesto Jeremías.

—A mi encuentro supremo debo llegar con


toda dignidad —le contestó Jacinto con toda
tranquilidad y continuó— lamento en verdad
tener que despedirme para siempre, mi pequeño
Jeremías. Discúlpame por no avisarles de este

210
Juan Carlos Pimentel Salinas

insalvable desafío, pero ya lo sabes, la vida es


bella, muy bella, ¡pero muy corta!

Jeremías guardó silencio por un momento y le


reclamó nuevamente:

— ¿Por qué no me avisaste? Mucho pudié-


ramos haber hecho—.

—Te equivocas, mucho hicimos; especial-


mente pensar y reír, es lo único que nos hace
humanos. Quise aprender de tí —continuó sin
pausa— y recoger lo mejor de dos mundos; la
fascinación por la imaginación, el tuyo, y la
determinación y el coraje para alcanzar lo
querido, el mío. ¿Dime cómo lo lograste?

La respuesta inequívoca de Jeremías recorrió


los espacios secretos de la habitación, de la
clínica, de las calles, de los valles y las montañas.
Se fugó en el viento del norte y todos lo pudieron
escuchar:

— ¡Amando!!!

El eco de esta palabra se disipó rápidamente


en la realidad del olvido; se desvaneció sin
producir ningún sobresalto, en todos los que la

211
Los Sueños Sobreviven al Alba

escucharon. La cotidiana indiferencia mantenía


permanentemente anestesiado el espacio de la
razón, dedicado a disentir de la apremiante
realidad.

Sin pausa, Jacinto prosiguió aplicando el mi-


nucioso programa preparado para el adiós. Sacó
entonces de uno de los bolsillos de su vestido de
paño azul rayado, una pequeña hoja de papel y se
la entregó con especial cuidado y cariño a
Jeremías; era el poema de San Agustín ―Si me
amas no llores por mí‖

—He sentido miedo —continuó contándole


Jacinto— lo debo confesar. ¡No es fácil! y por esta
razón me oculté en el placer y los negocios, era
una vida real y me daba más seguridad.

Jeremías leyó de prisa el sentido poema que


acababa de recibir de su hermano, sin querer
participar de su profundo y penetrante contenido,
tratando de huir de un sendero inevitable; pero
eso inevitable, había iniciado su camino sin
retorno desde hacía 42 años.

—Jacinto, tú me estás dejando en un umbral


de tristeza y soledad; nunca se está preparado

212
Juan Carlos Pimentel Salinas

para lo inesperado. Únicamente he estado


concentrado en mi angustia, cuando se me fuera
Amalia. Lamento mucho no haberte acompañado
en este silencioso viacrucis que llevabas dentro —
le murmuró Jeremías compungido.

—No hay nada qué lamentar —contestó él. Y


continúo:

—De lo que sí estoy seguro ahora más que


nunca; es que tu imaginación, tu fe, tu alegría y
determinación, te llevarán donde quieras ir. Y
Amalia, tu Amalia nunca te dejará, te lo puedo
prometer—.

—Y una sorpresa final, mi querido Jeremías


—Dijo Jacinto— Stephanie Leroux es la madre de
mi hija Viollette.

Jeremías no espero un instante a todo su


asombro y le grito:

— ¡Tienes por quién vivir!, la sobrina que


amaré como a mis hijos, es tu motivo.

— Gracias mi agua y sal, —y continuó


Jacinto— hace doce años, en mi primer viaje al
antiguo continente, tuve un romance con

213
Los Sueños Sobreviven al Alba

Stephanie. Ella lamentablemente nunca me


enteró de este milagro. Solo hasta ahora cuando
la llamé para despedirme me lo ha hecho saber.

—Mi sorpresa fue mayúscula —continuó


contándole Jacinto— apenas hace unos días he
recibido las fotografías de la nena; y la verdad,
me he hallado feliz con este encuentro mara-
villoso, de ver mis propios ojos en los de otra
persona. Si hubiera sabido de la inmensa sen-
sación de alegría y amor que ello genera, muchos
y amorosos hijos hubiera disfrutado.

Viollette Calderón Leroux será mi única here-


dera —les dijo Jacinto— la mañana de viernes,
reunidos todos en torno suyo en el cuarto 1004
de la Clínica Oriental.

La cirugía de trasplante de corazón estaba


programada para realizarse en pocos minutos, y
Jacinto decidió comprometer su destino entre-
gando todos sus bienes y posesiones, antes de
entrar a la sala de operaciones.

Así que continuó diciendo:

214
Juan Carlos Pimentel Salinas

—Para Laurita y Javier, ya he contratado sus


seguros de fiducia, quiero que estudien su carrera
universitaria en Harvard, Prinston u Oxford, final-
mente será donde ellos decidan.

—Amalia, si tú me prometes que vivirás para


acompañar a mi hija y a mis sobrinos en sus
graduaciones, te dejaré las ―Amapolas en
Argenteuil‖ el original de Claude Monet.

—Jeremías, —lo llamó Jacinto— en la cajilla


del banco está el manuscrito de Rousseau,
entrégaselo al profesor Hitz, por favor.

—Y a tí Jeremías, —dijo finalmente— te voy a


dejar la responsabilidad de ayudar a Viollette y a
Stephanie en el manejo de la empresa, la finca y
los negocios, por el término de un año. Después
de eso, solo seré feliz si puedo ver tus novelas en
todas las librerías del mundo.

— ¿No vas a esperar a Viollette? —Preguntó


Jeremías— llega mañana, debes conocerla.

—Si pudiera lo haría, pero esta cirugía está


programada con mucho tiempo de anticipación y
los médicos que vienen son personas muy

215
Los Sueños Sobreviven al Alba

ocupadas; ya la vi en fotos, es tan hermosa como


su padre.

Sonrieron todos, a pesar de las perentorias


órdenes dadas por la incertidumbre y la
melancolía.

En ese desconocido minuto final, dos


hermosas enfermeras entraron al cuarto para
llevarlo en la camilla, rumbo a la sala de cirugía.
Un aire frio recorrió todo su cuerpo y aquella
frente y mirada reflexiva pudieron sentir los ojos
de su hija que venían a su encuentro. Era el
momento más eterno. Silenciosamente, en un
llanto mudo todas las miradas se tropezaron en
los ojos de Jacinto y a pesar de ello, se sintió
solo. Pudo comprobar en ese pequeño instante,
la desolación de su hermano. Pudo comprobar
también la ternura de sus sobrinos y pudo enten-
der por qué Jeremías amaba a esa mujer llamada
Amalia; y supo entonces, que ese viernes her-
moso también era un buen martes para partir.

—Es hora de terminar con esta locura. Mi


corazón, el que aún tengo, los ha amado siempre
y para siempre. Jeremías, en la cómoda hay un
regalo para ti. ¡Adiós!
216
Juan Carlos Pimentel Salinas

Fueron esas sus últimas palabras en el mo-


mento de salir para la sala de cirugía.

Laurita y Javier se aferraron indefensos al


regazo de Amalia, ella los confortó con su ternura
y busco a Jeremías para abrazarlo y cerrar el
círculo de la fraternidad amorosa. No hubo
palabras ni vacíos qué llenar con lágrimas.

En la noche anterior, Jacinto había sido visi-


tado por un médico muy anciano que no conocía;
con él conversaron animadamente durante horas,
hablaron de la importancia del agua en la nave-
gación, del clima, y también lograron afianzar una
estrategia para salvar al país. Ya para despedirse,
el médico lo sorprendió del todo cuando le dijo:

—Traigo este regalo para Jeremías y lo dejo


en tus manos para que se lo entregues; mañana
beberemos tequila, no te afanes que todo tiene
su tiempo—.

Y se marchó sin decir más.

Jeremías, después de un momento recordó las


palabras de su hermano, y buscó afanosamente
en el primer cajón de la cómoda. Ahí estaba, el

217
Los Sueños Sobreviven al Alba

pretendido, el anhelado buque de esperanzas, el


séptimo pergamino. Solo ahora recibía su tan
esperado regalo, en el momento de despedir a
Jacinto hacia el sendero de la incertidumbre. Lo
abrió, y encontró que a diferencia de todos los
demás, este era muy pequeño, y solo contenía
un breve párrafo.

Esa noche triste, Jeremías buscó ansio-


samente al profesor Hitz para entregarle ese
esperado séptimo pergamino, y de esta manera el
Doctor Kazanzakis lo pudiera traducir de
inmediato; además, quería que se sintiera
satisfecho, pues él había predicho que este
pergamino debería existir.

Un poco compungido el profesor Hitz, le


confesó que hacía dos días le habían informado
de la muerte del Doctor Samuel Kazanzakis; una
falla cardio-pulmonar lo había llevado a la muerte
en ese pequeño cuarto, donde pasó sus últimos
cuarenta años descifrando el pasado de la
humanidad.

—No les conté nada de esto, por la situación


de Jacinto.

218
Juan Carlos Pimentel Salinas

— ¡No puede ser! —Le contestó Jeremías— se


están desencadenando una serie de sucesos, que
a decir verdad no los he podido asimilar con la
misma velocidad con que se presentan.

—Y ahora profesor… ¿Quién podrá descifrar


este último pergamino?

Nuevamente, el profesor Hitz se dejó seducir


por aquel pequeño trozo de papiro, y con el
mismo cuidado que tuvo para manejar los otros
pergaminos se dedicó a mirarlo por un largo rato,
y finalmente se atrevió a decirle:

— ¡Jeremías, discúlpame pero la verdad no


puedo traducirlo, y tampoco sé quién nos pueda
ayudar en este empeño!!

El rítmico compás de la lluvia se fue con-


virtiendo en un nuevo tic – tac que lo acompañó
sincrónicamente, por todas las desveladas horas
de la noche. Sus pensamientos rumiaban
permanentemente por Jacinto, Amalia, los per-
gaminos, la adversidad económica de su hogar,
sus hijos, el futuro; se arrinconó en las sombras a
rumiar un dolor imaginario y estos pensamientos

219
Los Sueños Sobreviven al Alba

repetidos, le quitaron la oportunidad a Morfeo de


hacerlo su invitado.

Después de la media noche, un suave y


mesurado timbre musical llenó el espacio
transparente de la casa y se desbocó sobre la
repetición de su zozobra. Jeremías se apresuró a
la puerta principal, un hombre alto, delgado, con
vestido de paño azul oscuro, abrigo de paño
inglés, paraguas, sombrero y lentes redondos
recetados, aguardaba para ser atendido. Su
sonrisa transparente y un porte sereno y sabio lo
obligaron de inmediato a hacerlo su invitado.
Jeremías lo miró entonces por el sendero de
todos sus recuerdos, hasta cuando tropezó con la
certeza de esa imagen. Era Eladio Calderón. Venía
a acompañar a su Jacinto adorado.

Un llanto conmovedor inundó el espíritu de


Jeremías.

— ¡No te aflijas! —de inmediato Eladio lo


consoló.

Una vacuidad sin fin lo hacían presa del dolor.


Jacinto no le dio tiempo de una despedida más
memorable, de un último día lleno de gracia,

220
Juan Carlos Pimentel Salinas

alegría, de ópera, de mujeres amorosas y de


canciones sin tiempo. Mañana partiría y no le
pudo brindar ese último día como hubiera
querido.

Con su abuelo retornaron fácilmente al viejo


arte de la conversación. Jeremías le conto todo
de su vida, de la de Jacinto, de Amalia, de Laurita,
Javier y Viollette. De su encuentro con aquellos
pergaminos y de su incertidumbre perpetua a
cerca del contenido de ese séptimo papiro.

Eladio le pidió mirar entonces, ese pergamino.


Lo observó con interés, con paciencia, con
esperanza.

— ¿Quieres saber qué dice este pergamino?

—No hay nada que anhele más —le contestó.

— ¿Vivirás para cumplirlo?

—Con el aliento de cada minuto que aún me


quede…

Entonces Eladio leyó:

221
Los Sueños Sobreviven al Alba

«El gran misterio de la vida eres tú. Conócete


a tí mismo, descubre el poder infinito que llevas
dentro y conocerás el universo y a los dioses
igualarás»

Jeremías aguardo al sobresalto de la certeza y


salió corriendo de inmediato al piso de arriba, en
tanto que le decía a Amalia:

—Mi amor, sírvele coñac con leche caliente al


abuelo, es su sabor preferido—.

Llegó en seguida con su valioso tesoro de seis


pergaminos, para que su abuelo los mirara y se
los tradujera. Él como siempre lo había hecho,
accedió finalmente a su petición. Fueron abriendo
con mucho cuidado, uno a uno, aquellos rollos
misteriosos y la más grande perplejidad se
apoderó por entero del rostro de Jeremías. No
encontraron uno solo de los símbolos que antes
contenían, su atónita mirada pudo comprobar
que ahora se encontraban en blanco.

—No te sorprendas, —le dijo Eladio de


inmediato— la verdad es que estos pergaminos
aún no han sido escritos; se escribirán muy

222
Juan Carlos Pimentel Salinas

pronto y la humanidad los encontrará dentro de


2700 años.

Jeremías se encontró de inmediato absorto en


la nada, guardó silencio, no supo qué decir.

Eladio se levantó de la silla isabelina, donde


curioso y paciente compartía la montaña rusa
emocional de su nieto. Lo abrazó entonces, con
un abrazo que consoló toda su existencia y se
sintió tan amado como un niño. Y no aguardó un
momento más para decirle:

—Mi querido agua y sal. Ahora que has


tomado la decisión de escribir sobre nosotros, no
debes olvidar nunca que mi amada Micaela es el
puente inevitable que siempre unió la realidad y
la espera.

Tomó cortésmente su sombrero, su paraguas,


los besó a todos y se marchó.

223
Los Sueños Sobreviven al Alba

224
Juan Carlos Pimentel Salinas

El sonido estrepitoso del motor de su vehículo,


se instaló en su mente en ese viaje interminable
del adiós. Una a una, paso a paso, las calles de la
ciudad vieron pasar compungidas el féretro sin
vida, de la vida soñante de Jacinto. Un ramo de
rosas blancas era el único heraldo que acom-
pañaba su ataúd sin aliento. Jeremías se estre-
mecía de desolación en el secreto manantial de
su alma.

En un vendaval de indescifrables emociones,


Stephanie y Viollette, después de un interminable
viaje de incertidumbres y recuerdos, conquistaron
ansiosas el quicio de la puerta principal de la
funeraria ―El paraíso‖. Al llegar, se precipitaron sin

225
Los Sueños Sobreviven al Alba

demora por un sendero infinito de voces y


miradas enigmáticas, hasta el vitral silencioso
donde Jacinto se sumergía en el viaje ineludible
de la nada. La niña de ojos curiosos, frente
reflexiva y cabellos de sol, reconoció en ese
espejismo el aroma inconfundible de las flores de
azucena, y a su bisabuelo decorando de sonrisas
primaverales el sendero de su padre.

Javier hirió de repente el silencio circundante,


que se había apoderado sin aviso de toda la
capilla, y descubriendo el vibrante sonido que de
sus palabras emergía, desbocó su aliento
lacerado para que su voz descubriera el lugar
exacto de las percepciones de todos los
presentes, y por vez primera su diminuta voz de
niño se trasformó en el sentido discurso de un
nuevo hombre cuando dijo:

—El frío es largo, penetrante, constante y va


trayendo la muerte a pedazos. Es como rasgar a
la vida soñante en silencio, sin lágrimas, sin
gritos, sin pasos—.

Sus diminutas palabras taladraron inespe-


radamente, los sentimientos profundos y las
emociones ocultas de todos los presentes.
226
Juan Carlos Pimentel Salinas

Vibrando en el viento su sentida voz, continúo


diciendo:

—Ahora que las palabras de Jacinto han


perdido el rigor de sus latidos, escucharé su voz
en mi corazón y me dirá por siempre, como
siempre me decía: ¡adelante campeón, paso de
vencedores! Finalmente sé, lo sé, ¡no ha muerto!
Esto no es más que otra anécdota de su vida, de
la cual nos contará sonriendo el día que nos
encontremos en su terruño—.

La iglesia toda se estremeció de llanto, la


floreciente voz de Javier tomaba su lugar en el
mundo. Jacinto no practicaba ninguna religión,
pero no pudo evitar que en el día de su funeral, la
Virgen de Fátima coincidiera en ese día, en esa
hora, en esa capilla, para despedirlo para
siempre.

Jeremías fue recobrando la paz en la dulce


mirada de su sobrina, en aquel jardín de muertos
donde se cremarían los restos mortales de
Jacinto. El cabello de Viollette confundido por las
ráfagas del viento, se arremolinaba en contorno
de sus miradas primaverales y celestes. Su
aparición candorosa y suave lo llenaba de
227
Los Sueños Sobreviven al Alba

regocijo a pesar de que Jacinto, su hermano, su


amigo y muchas veces su padre, se alejaba de él,
dejándole intacto a su ancho corazón de niño, el
desconocido desafío de la desolación.

Amalia y Stephanie se conocieron en un


abrazo de hermanas, hablaron todo el tiempo de
sus amores respectivos, con Jacinto y Jeremías.
Amalia le habló de lo maravilloso que hubiera
resultado en la vida de todos ellos, la presencia
de Viollette desde bebé; de lo mucho que lo
habría ajuiciado una mujercita como ella.

—Jacinto era un caso perdido, —le respondió


ella— su desmesurada pasión por las mujeres,
nunca le hubiera permitido conservar ningún
hogar.

— ¿Y el amor?

—Las amaba a todas eternamente, lo supe


desde el primer día, pero su encanto me sedujo.
No me arrepiento Amalia, he gozado de la
presencia de un retoño maravilloso—.

— ¿Por qué no le avisaste de Viollette?

228
Juan Carlos Pimentel Salinas

—No se lo dije, es verdad, para no atarlo a una


vida que le era imposible vivir.

— ¿La de padre?

—No, la de esposo. ¿Acaso no ves las


veinticinco mujeres de luto que lloran como
viudas sin consuelo? No lloran porque era un
gran amigo, cliente o jefe. ¡No Amalia! Lloran
desconsoladas por un amor que se marchó—.

— ¡Pero pudo ser un buen padre!

—Tal vez sí, pero no al precio de convertirme


en su amante perpetua. No con poca amargura lo
entiendo ahora. Se ha ido el padre de mi hija,
pero hemos encontrado una familia inesperada—.

229
Los Sueños Sobreviven al Alba

230
Juan Carlos Pimentel Salinas

El profesor Alfredo Hitz y Carolina Linares, su


novia, después de acompañar a Jeremías en el
funeral de Jacinto le confesaron inquietos, que
habían tomado la decisión de partir para Grecia;
el profesor deseaba que la Ciudad de Alejandría
fuera, en el momento oportuno, la depositaria de
sus restos mortales.

Jeremías sorprendido y un tanto sobresaltado, de


inmediato le respondió al profesor:

—Has escogido el peor de los momentos para


darme esa triste noticia. Ahora que Jacinto se ha
marchado ¿También me dejaran? —No detuvo

231
Los Sueños Sobreviven al Alba

las palabras de su corazón para continuar


diciéndole— por lo menos es inoportuno
marcharse en esta época, pues aún quedan
muchas cosas por resolver de los pergaminos.
Además hemos construido una gran amistad para
dejarla desaparecer así.

El profesor muy comprensivo de su estado


emocional, lo fue tranquilizando y le respondió:

—Jeremías, tu amistad me ha permitido ver


como un dios, cuando veo un hijo en tu cariño,
pero ya lo debes saber… Son anécdotas, peque-
ñas y grandes, pero no son más. Igual nos sucede
a todos. Vivimos a través de diferentes eventos
sin ninguna coherencia, orden o propósito.

—Y con devoción paternal continuó diciéndole:

—La vida es algo tan grandioso que no tiene


ningún propósito o sendero definido. Siempre
viviremos equivocados si continuamos creyendo
que es nacer, crecer, educarse, trabajar y morirse
de viejo. Jeremías, no existe propósito, la vida
simplemente es un anecdotario de innumerables
páginas. Mi mejor anécdota es el habernos
encontrado; gracias a tí mi alma nació de nuevo,

232
Juan Carlos Pimentel Salinas

y mi última anécdota, sin duda, será el adiós


eterno—.

— ¿Y los pergaminos Profesor?

—Son tu regalo —contestó él— Pero no hay


duda, disfrute saber, que soy el origen y el final
de toda la realidad.

— ¿Y qué aprendiste maestro?

—Que hay un dios dentro de mí y a mí


alrededor; que la verdad es innecesaria porque
nos quita la paz. Recordé también, que el miedo
es el depredador de los sueños y propósitos; que
solo soy libre, en la medida que le concedo
libertad a los demás. Descubrí que soy feliz si
realizo mi íntima pasión. Me deslumbre al
entender que debo creer para crear. Y finalmente
hijo mío, no aprendí nada, porque cuando
comprenda la nada, lo comprenderé todo—.

Para no llorar, Jeremías encontró apresurado


un sendero en el buen humor y le preguntó:

— ¿Y te vas por avión o en babuchas?

—Nos vamos en una estela celeste —contestó


él— y se marcharon.

233
Los Sueños Sobreviven al Alba

234
Juan Carlos Pimentel Salinas

Amalia lo besó tiernamente, en tanto que


cantaba con suave y melodiosa voz ―Tú eres mi
Destino‖, Jeremías despertó un tanto
sobresaltado y le dijo de inmediato:

—Amor, anoche soñé que era un Albatros en


su viaje de migración—.

— ¿Soñaste volando? —preguntó ella.

—No, la verdad es que ese albatros soñaba a


su vez, que era Jeremías disfrutando de una
aventura sin igual con sus amigos—.

— ¿Pudiste ver mi sueño? —preguntó él.


235
Los Sueños Sobreviven al Alba

—Tú sabes que los puedo ver. Lo que siempre


me sorprende es que hasta en los sueños, tu
imaginación es desenfrenada y te puedes inventar
que vivir la vida, es difícil y doloroso—.

—Nunca lo olvides —continuó Amalia— en


este mundo en el que vivimos, la vida es bella y
apacible, es un suave murmullo de la eternidad.

Jeremías dudó por un momento de formular la


pregunta imposible. Finalmente con voz apenas
audible la hizo:

—Y los niños Laurita y Javier ¿existen?

Amalia no se inmutó y de inmediato le respondió:

—Por ahora no. Habrá que esperarlos, anoche


fue la primera que pasamos juntos. Pero nuestro
primer retoño se llamará Viollette Calderón
Leroux—.

Aún más sorprendido, Jeremías indago de nuevo:

— ¿Y Jacinto y el Profesor Hitz?

Y con la paciencia del amor, le respondió:

236
Juan Carlos Pimentel Salinas

— ¿Lo olvidaste mi amor?, ellos son los


nuevos personajes de tu próxima quimera
escrita—.

— ¡Este sueño fue tan real! —reparó él— que


parece que todo lo haya olvidado.

— ¿Y los pergaminos, existen?

—Claro que sí, siempre han existido; la luz


está dentro de tí—.
—Pero, ¿Somos hombres y mujeres de
verdad?

Ella lo miró aún más extrañada, le sonrió y no le


contestó nada.

—Entonces mi amor, ¿También somos un


sueño?

— ¡Solo eso somos! Pero los sueños de tu


corazón, siempre sobreviven al alba —contestó
ella—.

—Pero dime mi bien, —insistió Jeremías— en


este mundo en el que tú y yo vivimos ¿Qué es
real?

237
Los Sueños Sobreviven al Alba

Se sintió estremecida y de inmediato le dijo:

— ¿Acaso lo olvidaste? Este pequeño sueño


sin sentido, es la vida; pero recuérdalo, en el
castillo de las mariposas y los ruiseñores…

—Lo único real, es el amor—.

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Juan Carlos Pimentel Salinas

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