Ensayo Problematicas de La Sexualidad Paz Dominguez

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I.

La sexualidad como campo de disputa


Si pensamos en la sexualidad, probablemente vayamos a evocar las ideas que
circundan respecto a ella en nuestro contexto próximo y también lo que se comprende por
ella en términos culturales. Podemos hallar respuestas sobre esto observando el modo en
que se comportan actualmente las sociedades en relación con el tema. Historizar la
sexualidad en cambio, permite por un lado, iluminar los engranajes que han posibilitado un
determinado entendimiento sobre ésta en sus diferentes momentos históricos y, por otro,
tensionar aquellos aspectos controversiales que emergen de las ideas sobre la sexualidad,
como lo son actualmente los debates sexo-género, el binarismo, etc.
Para hablar de la sexualidad como un campo de disputa, se vuelve necesario, en
primer lugar, identificar el modelo hegemónico actual existente en el ámbito de la
sexualidad y sus características, ya que a través de este modelo se configuran y fortalecen
los aspectos normativos, éticos y políticos de la sexualidad en las sociedades occidentales.
Pensar sus condiciones de posibilidad a través de la revisión histórica que propone en el
curso, nos permite analizar las implicancias asociadas a estos modelos en sus distintas
dimensiones y a su vez reflexionar cuáles son los aspectos que son tensionados por los, las
y les pensadores actuales en torno al tema.
Al preguntarnos cómo se conforman los modelos de sexualidad hegemónicos, cómo
estos se han transformado en el tiempo y cómo todo esto impacta en la subjetividad de las
personas mediante la normatividad que cada uno de estos modelos despliega, podemos ya
estar considerando la sexualidad como un campo de disputa, en el que se confrontan
posturas, y como un concepto que cambia y se modifica de manera conjunta con las
transformaciones socioculturales.

II. ¿Por qué la sexualidad es política?


De acuerdo con los tres modelos de la sexualidad, propuestos por Josep Vicent
Marqués y tomando en consideración el denominado modelo capitalista progresivo, cuyo
periodo coincide con la segunda ola del feminismo, se da inicio a un proceso de
reivindicación de aspectos claves en las vidas de las mujeres, bajo la consigna de “lo
privado es político”, aludiendo a la relación entre la experiencia personal con las estructuras
sociales en las cuales se encuadran dichas experiencias. La desigualdad de los roles de
género permitió cuestionar la división sexual del trabajo, el acceso a profesiones y cargos
de todo tipo, revisar las condiciones laborales y también equiparar los derechos y deberes
matrimoniales entre mujeres y hombres. Se abre el debate sobre el control de la natalidad y
la sexualidad producto de la creación y divulgación de la píldora anticonceptiva, la cual a
su vez termina de socavar el estatuto puramente reproductivo de la sexualidad para pasar a
tener fines ligados al placer y la comunicación entre la pareja.
Bajo esta misma línea y considerando las transformaciones recientemente
mencionadas, la tercera ola del feminismo se caracterizó por medidas legislativas que
garantizaron derechos para la mujer, puesto que aunque ya se había avanzado en temas
fundamentales para su participación cívica emancipada, de todos modos, siguieron
habiendo resistencias en las estructuras. El concepto del patriarcado intenta iluminar dichas
estructuras, que se han creado bajo la perspectiva androcéntrica, relegando a la mujer de
una contribución activa en la configuración del sistema y reduciendo su participación a la
mera integración de éste.
Un ejemplo de lo anterior es la prostitución. La pregunta sobre si la mujer tiene libre
derecho a ejercer la prostitución como acto emancipatorio de su propio cuerpo permite
cuestionarnos al mismo tiempo, cuán emancipatorio es un acto que se desarrolla dentro de
una lógica en la cual el cuerpo de la mujer es objetivado y mercantilizado, en otras
palabras, es una emancipación que ocurre sobre una base que es en sí misma la somete.
Lo anterior, corrobora de algún modo, la tesis de que las estructuras patriarcales
están a la base de nuestra sociedad y habilita el surgimiento de un debate
postestructuralista, en el cual se cuestionan y revisan los discursos, sus significados y sus
efectos sobre la producción de la subjetividad.

III. Discusiones postestructuralistas de la sexualidad


Es legítimo preguntarse qué es lo que hay detrás de la rigidez que ha impedido
transformaciones que impliquen a la mujer en la configuración de las estructuras. Recientes
avances por ejemplo, en la paridad o en medidas transicionales de discriminación positiva
para la inserción de la mujer en espacios habitualmente liderados por hombres, han permito
contribuir a la desmitificación de la masculinización de ciertas áreas, como la política, la
tecnología y las ciencias. Más allá de un mero conservadurismo de las sociedades
patriarcales (en el cual se implican tanto mujeres como hombres) existen motivos que nos
permiten hipotetizar las posibles causas de dicha rigidez y resistencia. Por una parte,
podemos sostener que la división sexual del trabajo, es decir, la relación que se estableció
entre las tareas reproductivas, asignadas al género femenino y las labores productivas,
asociadas al género masculino, proponen una determinada organización de la vida que
permite la existencia y preservación de la familia y su reproducción. Sin esa estructura, lo
que se ve amenazado es justamente el actual modelo político, económico y cultural. Pero
existen otros motivos, que pueden estar exentos de argumentos tan elaborados y sólo
responden a una normalización de ciertos roles y estructuras de poder que mujeres y
hombres hemos naturalizado y que hoy presentan un desafío para las nuevas generaciones,
puesto que la responsabilidad de reestructurar la naturaleza de esos vínculos es compartida.
Sin embargo, durante los últimos años y producto de posturas postestructuralistas
que han cuestionado el estatuto natural de categorías como el sexo, se ha desviado la
discusión de aquello que parece ser lo más relevante y que tiene que ver con el
reconocimiento del otro como aspecto esencial de la justicia social. Han abierto además la
posibilidad de envestir problemas de reconocimiento con problemas identitarios, carentes
de categorías. El problema central no descansa en las categorías, puesto que la
identificación con categorías sociales, es un proceso necesario y adaptativo para el ser
humano. Es posible que el problema se ubique en la interacción que existen entre las
categorías, la supremacía de unas por otras, etc. Si bien el conjunto de teorías
postestructuralistas buscan tener un efecto emancipador, bajo una perspectiva personal, sus
resultados exceden estos objetivos.
Autores como Honneth (2007), presentan una alternativa de lo que se comprende
como justicia social, modificando la idea de que dicha justicia estaría dada exclusivamente
por la distribución equitativa de bienes materiales como podría pensarse de manera más
intuitiva en la actualidad, e integra, en cambio, una noción de justicia social basada en el
reconocimiento del otro, en términos de realzar la importancia del sentido de identidad
moral de las personas, creada a partir de las relaciones intersubjetivas. Esta clave que
presenta el autor, trae consigo una lógica que permite anclar nuevamente la experiencia
subjetiva de manera más integral y al mismo tiempo renuncia a reducir la mirada de lo justo
a algo puramente materialista.
Las discusiones que introducen autores como Paul Preciado o Judith Butler sobre lo
binario o el sexo, parecieran acercarse más a un síntoma provocado por esta falta de justicia
social como la comprende Alex Honneth, puesto que si hacemos una revisión histórica de
la sexualidad, la deuda que se ha contraído se sitúa sobre todo en el sometimiento de unos
por otros, en el uso del poder de las estructuras que denuncian autores como Foucault, o
autoras como Fraser y Butler (2000), en su análisis marxista sobre lo anterior, señalando
que
En la medida en que los sexos naturalizados funcionan para asegurar la

pareja heterosexual como la estructura sagrada de la sexualidad, contribuyen a

perpetuar el parentesco, los títulos legales y económicos, así como las prácticas que

delimiten quién será una persona totalmente reconocida como tal (p. 86).

Desde los años 90’ se comienzan a cuestionar las categorías sexo/género en tanto
tal, lo cual creó nuevas discusiones, esta vez incluso interpelando epistemológicamente al
saber científico. Paul Preciado, por ejemplo, denuncia que el régimen de la diferencia
sexual ha sido articulado sobre epistemologías patriarcales, cuyos efectos residen, por
ejemplo, sobre las ideas patologizantes con relación a la transexualidad. Preciado acusa la
insuficiencia del aparato epistemológico para la comprensión de categorías como la del
transgénero, asumiendo así que los discursos hegemónicos construyen y objetivan
categorías como las de sexo para legitimarse. Como señala Preciado (2020), estas
epistemologías “determinan un orden de lo visible y lo invisible, por tanto una ontología y
un orden de lo político; es decir, determina la diferencia de lo que existe, de lo que no, y
establece una jerarquía entre seres diversos” (p.60). Lo anterior sugiere que, cualquier
cuerpo que no se ajuste a las categorías sexo - género establecidas, son cuerpos que serán
patologizados.
Butler (2011), en su libro El género en disputa, se pregunta si los hechos
aparentemente naturales del sexo tienen lugar discursivamente mediante diferentes discurso
científicos subyugados a otros intereses políticos y sociales y señala que “si se refuta el
carácter invariable del sexo, quizás esta construcción llamada “sexo” esté tan culturalmente
construida como el género” (p. 55) Ambos autores, cuestionan las visiones naturalistas y
estáticas sobre sexo y género, pero incluso cuando sus posturas cobran sentido en el caso de
la intersexualidad, o de quienes experimentan su cuerpo como uno no binario, la demanda
que subyace es una demanda de reconocimiento como se señaló anteriormente, de una
urgencia de volver a anclarnos a una ética de lo afectivo y en ese sentido sí es posible
considerar que la mujer tiene mucho que contribuir en las ciencias, filosofía, y otros
campos de estudio que han sido desarrollados primordialmente por hombres, deviniendo en
que actualmente, seguimos ordenando el mundo científico y filosófico de modo
andropocéntrico.
Referencias

Butler, J. (2011). El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad.


Paidós.
Butler, J. & Fraser, N. (2000). ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate entre
marxismo y feminismo. New Left Review.
Honneth, A. (2007). Reificación: un estudio en la teoría del reconocimiento (Vol. 3012).
Katz Editores.
Preciado, P. B. (2020). Yo soy el monstruo que os habla: Informe para una academia de
psicoanalistas (Vol. 29). Anagrama.

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