Axel Cherniavsky
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Universidad de Buenos Aires
Resumen
Forma eterna e inmutable, representación del entendimiento, síntesis del
ser y de la esencia, el concepto parece recibir una definición distinta según
la filosofía que lo considere. No obstante, un esfuerzo común parece aunar
las filosofías de Spinoza, Bergson y Deleuze, que de distintas maneras se
proclaman vitalistas. Consiste justamente en insuflarle al concepto el máxi-
mo de vida, una plena realidad. Se determinarán en cada caso cuáles son las
características de esta vitalidad, qué es lo que al concepto le confiere plena
realidad, para al final evaluar las ventajas y los riesgos del nuevo concepto
de concepto.
Abstract
Eternal and unchangeable Form, representation of the intellect, synthesis of
being and essence, the concept seems to admit a different definition in each
philosophy. Nevertheless, the systems of Spinoza, Bergson and Deleuze --
all vitalists but in different ways-- seem to converge on one single common
effort. It consists precisely in infusing the concept with the maximum of vi-
tality, a full reality. We will determine in each case which are the notes that
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compose this vitality, what confers the concept an absolute reality, so that
we can evaluate the advantages and risks of the new concept of concept.
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¿Qué es una idea para Spinoza? Comencemos por una serie de dis-
tinciones, algunas extrínsecas, otras intrínsecas, que nos depositarán
sobre la vía para determinar el estatus ontológico del concepto spino-
zista. La primera de ellas es una distinción muy general y extrínseca,
entre lo que es y no es idea, que permite comprenderla en su totali-
dad. Ante todo, la idea no es un cuerpo. Eso que la idea no puede ni
debe ser, eso de lo que la idea se diferencia radicalmente, por natura-
leza, es el cuerpo. Dos son los atributos que el hombre conoce, y visto
que su intelecto es finito, no puede conocer más: el pensamiento y la
extensión. Dos, por consiguiente, son los modos finitos que puede
conocer: el modo que pertenece al atributo pensante, la idea, y el
modo que pertenece al atributo extenso, el cuerpo; la cosa pensante
y la cosa extensa. Ahora bien, gracias al paralelismo, el pensamiento
y la extensión son una y la misma cosa, la sustancia, expresada de
dos maneras distintas, desde dos perspectivas distintas. Y lo que vale
para la sustancia vale también para los modos finitos: una idea y un
cuerpo son una y la misma cosa expresada de dos maneras distintas.
Las expresiones son radicalmente distintas, pero lo expresado es on-
tológicamente uno. Distintos por naturaleza pero inseparablemente
ligados: tales son las ideas y los cuerpos.
Cuando un cuerpo impacta en otro cuerpo, este impacto pro-
duce una afección, a nivel material, y una idea de esa afección, a nivel
mental. Llegamos así a una segunda distinción, intrínseca ahora, una
distinción entre las ideas que tenemos. Estas pueden ser de tres ti-
pos según Spinoza, quien divide el conocimiento en tres géneros. Al
primer género de conocimiento lo componen las ideas de las afeccio-
nes y concierne a la imaginación. Este tipo de ideas no me informa
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que existe realmente todo aquello que posee una cierta potencia, ya
sea de actuar sobre cualquier cosa natural, ya sea de padecer, aunque
sea en grado mínimo y a causa de algo infinitamente débil, incluso si
esto ocurre una sola vez. Sostengo entonces esta fórmula para definir
las cosas que son: no son otra cosa que potencia (Sofista, 247d-e)2.
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Las cosas que son, son las ideas. He aquí entonces que las For-
mas, durante tanto tiempo eternas e inmutables, se vuelven poten-
cia, capacidad de afectar y ser afectadas. Ahora bien, ¿de qué tipo
de movimiento se trata? En realidad, el término movimiento ya les
queda demasiado grande a las Ideas, pues se trata más bien de un
movimiento sin traslación, de un vibrar, de un latir. Platón, en este
sentido, no puede ser más que un antecedente de Spinoza, en donde
las ideas se mueven de verdad, afectandose unas a otras, formando
cadenas causales que constituyen un verdadero intercambio de ideas,
comercio de ideas. ¿Qué es Ética III sino el mapa del alma, con sus
avenidas principales, una verdadera física mental? Por otra parte, lo
que en Platón es una corrección ulterior, en Spinoza es la base de
su teoría del conocimiento: un cierto dinamismo en el primero, un
verdadero mecanicismo en el otro. Diremos por lo tanto que, en re-
lación a Platón o a Descartes, la idea spinozista se muestra especial-
mente móvil y vivaz.
Por último, dirijamos nuestra atención a la posición de la idea
y a su relación con el alma humana en particular. En Platón, por
más dinámicas que sean, las ideas siempre estarán en lo alto, como
dice Bergson (2003b: 38), poblando el Cielo. Cayeron con tal fuerza
que, en Descartes, se metieron dentro de la cabeza de los hombres y
perdieron su movilidad. Las ideas, ahora, se tienen: los límites de su
territorio son la corteza cerebral. En la filosofía de Spinoza, no sólo
recuperan su movilidad, sino que se vuelven tan ágiles que a veces es-
capan a los hombres. En efecto, en Spinoza, las ideas que no tenemos
gozan del mismo tenor de realidad, de la misma consistencia que las
que tenemos. Son las ideas inadecuadas, que están en Dios como no
están en nosotros, y las ideas que no conocemos, que son en Dios, en
el pensamiento, sin ser en nosotros. Diremos que las ideas bajaron a
la tierra sin humanizarse por ello. No perdieron su divinidad, porque
el pensamiento, en Spinoza, es Dios, es decir la sustancia. Pero gana-
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3 El verbo que traducimos por plantear es poser. En francés, poser significa literal-
mente ‘apoyar’, lo cual en este caso le da un sentido mucho más material al concep-
to, que el verbo plantear no logra traducir.
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No por ello debemos deducir que las disciplinas se cierran sobre sí mismas y que
se vuelve imposible sostener un discurso filosófico sobre el arte o la ciencia. Pero
es cierto que deben reformularse tanto la epistemología como la estética dentro de
los límites de la nueva metafilosofía. Deleuze y Guattari, por ejemplo, les asignarán
la función de crear conceptos de afectos o conceptos de funciones respectivamente
(Deleuze y Guattari, 1991, p. 188).
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Bibliografía
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