La Reconfiguración de La Seguridad Ciudadana: El Caso de La Seguridad y La Convivencia Del Fútbol en Colombia
La Reconfiguración de La Seguridad Ciudadana: El Caso de La Seguridad y La Convivencia Del Fútbol en Colombia
La Reconfiguración de La Seguridad Ciudadana: El Caso de La Seguridad y La Convivencia Del Fútbol en Colombia
Abstract
Security policies are passing through a crucial time in which management strategies focused on
crime, use of force and increasing clampdown on criminal matters, are inefficient in a scenario
that promotes a normative spectrum linked to Human Rights seeking to insert the security as a
condition for the construction of universal dignity in what the United Nations has called Hu-
man Security. This article is inserted in the current citizen security policy debates, to evidence
how concepts such as Civic Culture and Culture of Peace are an inexorable prerequisite for the
transformation to a Human Security approach, issue that goes through the possibility of promo-
ting such change from perspectives that understand the conflicts in a broader and interdiscipli-
nary manner. In order to this, the policy for security and coexistence for football in Colombia
will be analyzed so as to have a practical and concrete example that will allow to evidence the
expressed theoretical approaches and also because football has great social importance (econo-
mic, political and cultural) in Colombia.
Key words: Human Security; Culture of Peace; Civic Culture; Nonviolence, Coexistence.
Resumen
Las políticas de seguridad atraviesan un momento crucial en el que las estrategias concentradas
en la gestión del delito, el uso de la fuerza y el aumento de las medidas drásticas en materia penal,
se muestran ineficientes ante un escenario que promueve un espectro normativo vinculado a los
Derechos Humanos que pretende insertar la seguridad en la construcción universal de condi-
ciones de dignidad, en lo que Naciones Unidas ha llamado la Seguridad Humana. Este artículo
se inserta en los debates actuales sobre las políticas de seguridad y convivencia ciudadana para
evidenciar como la Cultura Ciudadana y la Cultura de paz son un enfoque indispensable para
la transformación hacia una Seguridad Humana, cuestión que pasa inexorablemente por la po-
sibilidad de promover dicho cambio a partir de perspectivas que entiendan los conflictos de una
manera más amplia e interdisciplinar. Para ello se analizará el caso de la política de seguridad y
convivencia en el fútbol en Colombia; de esta manera se tendrá un ejemplo práctico y concreto
que permitirá evidenciar los planteamientos teóricos expresados, partiendo además de que el
fútbol cobra gran importancia social (económica, política y cultural) en Colombia.
Palabras clave: Seguridad Humana; Cultura de paz, Cultura Ciudadana, Noviolencia, Convivencia.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 3.0 Unported.
trabajos de investigación
242 Puentes Sánchez, Diego F. La reconfiguración de la Seguridad Ciudadana
1. Introducción
2. Objetivos y Metodología
la idea «el hombre es un lobo para el hombre» se plantea que es preciso para toda persona
buscar menos limitaciones a la voluntad de su libertad, razón por la cual, en el mundo
caótico de todos contra todos, se busca refugio en el traslado de la fuerza y herramientas
a un solo poder (el Estado), en un ejemplo de servidumbre voluntaria (para que así este
interfiera con quién ose usar sus poderes individuales en contra de los de otro), que se ven
representadas en el monopolio de la fuerza. De esta manera, el Estado se define más por
los medios que por los fines: «aquél que tiene el monopolio legítimo de la fuerza» (Weber,
1964); y su razón de ser es buscar la mayor acumulación de medios para procurar el po-
der necesario para brindar seguridad en relación al conjunto de normas establecidas para
garantizar la propiedad privada y la libertad individual de buscar satisfacer las voluntades
y los deseos de cada persona.
Esta concepción del Estado como garante de la seguridad manifiesta una relación ne-
gativa entre los individuos y establece sistemas sociales de relación que usan mecanismos
para mantener el control social de las fuerzas, pero no se plantea desde un punto de vista
normativo su propia existencia más allá del poder por el poder mismo.
Desde una mirada crítica, Foucault (2006) identifica que «el poder no se funda en sí
mismo y no se da a partir de sí mismo»; este no existe a un lado o encima de las relacio-
nes de producción, está inmerso en ellas y de esta manera se configura y tiene impacto
sobre la sociedad. Es por ello que desde esta perspectiva Foucault (2006) establece que
las relaciones en materia de seguridad se dan a partir de tres mecanismos: el primero, es el
mecanismo legal, que imparte una concreción binaria de lo prohibido y lo permitido y
que recae sobre la medida de la sanción y el castigo en el ejercicio legislativo; el segundo, es
el mecanismo de la disciplina que tiene que ver con los procesos de vigilancia y corrección
que emanan de un tercero en la relación binaria (el culpable), y que se da en la ejecución
del acto judicial que se traduce en diferentes técnicas disciplinarias, policiales, médicas,
psicológicas que buscan la transformación y readaptación del culpable; y el tercero, que
hace referencia al dispositivo de seguridad, que ya no se centra en el mecanismo de disci-
plina o en el código de conductas:
Dispositivo de seguridad que, para decir las cosas de manera absolutamente global, va a
insertar el fenómeno en cuestión, a saber, el robo, dentro de una serie de acontecimientos
probables. Segundo, la relaciones del poder frente a este fenómeno se incorporarán a un
cálculo que es un cálculo de costos. Y tercero y último, en lugar de establecer una división
binaria entre lo permitido y lo vedado, se fijarán por una parte una medida considerada
como óptima y por otra límites de lo aceptable, más allá de los cuales no habrá que pasar
(Foucault, 2006: 21).
Partiendo desde allí se puede ver cómo desde una perspectiva crítica de los procesos
y mecanismos de seguridad, nuestra atención debe caer no solo en la configuración de la
seguridad como discurso aislado referido al Estado moderno o a los medios instrumenta-
les en los que se pretende basar, sino en la relaciones sociales en las que estos dispositivos
tienen un impacto en cuanto control de los cuerpos y las actividades humanas y por ende
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La violencia difusa, social y criminal produce de alguna manera una reflexión sobre la
crisis de la modernidad tardía o inconclusa. Hay una capa de invisibilidad que genera
soluciones que no resuelven la dinámica de las conflictividades. Si todas las partes del
problema no se analizan, se crean estigmas y situaciones de patología social, fundadas en
el no reconocimiento de los derechos. En el fondo, la violencia es silenciosa, lo que suena
como una paradoja, porque es banalizada y silenciada al mismo tiempo. Banalizada en su
expresión dramatúrgica, en su espectacularización, como ocurre en la televisión, pero al
mismo tiempo se oculta, no se discute, incluso en términos de políticas públicas (Tavares
y Niche, 2013: 44).
Caemos así en Estados que conforman un sentido de control social del crimen repre-
sivo, con políticas públicas de seguridad de mano dura. El enfoque está orientado a los
delitos o actos de violencia en parte por la necesidad del enfoque de cuantificar y propor-
cionar estadísticas y meros datos para la consecución de un discurso técnico que se piensa
de manera apolítica y que asume la seguridad como un ejercicio administrativo. Se da
entonces la evaluación de las políticas públicas en términos de eficiencia y eficacia sobre
las variables reconocidas como datos relevantes.
Otro factor importante es la debilidad del enfoque en cuanto el mero dato es lo im-
portante. El fenómeno social se ve reducido al hecho criminal. Como si el hecho en sí
mismo fuera el que denotara mala calidad de vida. Si esto no existiera pareciera que todo
está bien, lo cual lleva a desvincular el hecho de la dinámica social.
trabajos de investigación
246 Puentes Sánchez, Diego F. La reconfiguración de la Seguridad Ciudadana
Por otra parte, subyace al tópico un problema semántico: la violencia implica al menos a
dos sujetos. De esta manera, al centrarse en uno de los actores necesarios y pugnar por la
seguridad del ciudadano, el actor restante queda desamparado frente a la ciudadanía, en
un estado de paria […] Este sujeto no-ciudadano no sería parte del sistema de prevención
de riesgos y vulnerabilidades, incluso de los traumas que pudieran generar la situación de
violencia (Moriconi, 2011: 619).
Entender la violencia como una construcción social amplía el espectro del estudio de la
seguridad relacionado con este hecho a otras esferas que incluirían la violencia estructural,
cultural y sistémica y una comprensión más detallada de las instituciones informales y las
relaciones sociales inscritas en las conductas relacionadas con la seguridad (inseguridad).
No se trata de eliminar los esfuerzos que en materia logística y técnica se han desarrolla-
do para neutralizar los hechos delictivos asociados en su mayoría al uso de la fuerza de
manera violenta, ni mucho menos desconocer la necesidad de que en algún momento es
preciso recurrir a algún recurso que permita la neutralización física de estos elementos,
pero lo que aquí se evidencia es que los hechos delictivos asociados a la seguridad son
mucho más complejos y obedecen a diversos factores que la gestión administrativa y física
de la seguridad no puede responder ni transformar si no amplia su perspectiva.
La seguridad tal y como hasta aquí se ha expuesto, tiene unos impactos a nivel social que
obstaculizan las maneras de relacionarse desde el entendimiento y el respeto, configuran-
do imaginarios morales, culturales y simbólicos del otro como un potencial riesgo, que
desde el miedo moldean nuestra identidad y corporalidad. «El actor social aprende a tener
miedo y en el transcurso de su «culturización», aprende a dotar de contenidos específicos
ese miedo y a responder de acuerdo a lo que se espera culturalmente de él» (Reguillo,
2000: 4).
Desde la Cultura Ciudadana se plantea que las políticas de seguridad ciudadana han
estado atadas a estos paradigmas porque han olvidado la convivencia como piso esencial
para la construcción de la seguridad, pues es en ella en la que esta última puede tomar
forma. Esto pone de manifiesto que también se han pasado por alto los esfuerzos por
trabajar desde la cultura.
Una política pública de cultura ciudadana es una política que busca transformar com-
portamientos específicos de la ciudadanía, y debe contener un ejercicio de focalización e
intervención sistemática en problemáticas que afectan la vida en comunidad […] Especí-
ficamente para la seguridad ciudadana, son medidas orientadas a la detección de creencias,
hábitos y motivaciones (intereses, razones y emociones) que representan un riesgo, pues
suelen llevar a las personas a comportarse de forma dañina para la vida y la seguridad de
otros ciudadanos (Mockus et al., 2012: 26).
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quicio y vital eficacia» (Cortina, 2013: 19); dicha capacidad moral se articula a los pos-
tulados de la desobediencia civil como motor de la conciencia individual que recae sobre
lo colectivo; o en un sentido inverso, a los que Hanna Arendt llama la banalidad del mal
y en los que desde lo colectivo se jerarquiza y se suprime la conciencia individual y se
sistematiza la acción obediente irreflexiva, por lo cual cualquier buen ciudadano puede
estar cometiendo un grave crimen sin notarlo o sin sentir que está cometiendo alguna
injusticia; esta condición desde la Noviolencia debe superarse pues como lo menciona
esta autora en su texto sobre los juicios de Eichman emitidos por los crímenes contra el
pueblo judío en la solución final:
Si el acusado se ampara en el hecho de que no actuó como tal hombre, sino como un
funcionario cuyas funciones hubieran podido ser llevadas a cabo por cualquier otra per-
sona, ello equivale a la actitud del delincuente que, amparándose en las estadísticas de
criminalidad —que señalan que en tal o cual lugar se cometen tantos o cuantos delitos al
día—, declarase que él tan solo hizo lo que estaba ya estadísticamente previsto, y que tenía
carácter meramente accidental el que fuese él quien lo hubiese hecho, y no cualquier otro,
por cuanto, a fin de cuentas, alguien tenía que hacerlo (Arendt, 2003: 172).
Todo ello recae sobre la necesidad de plantearse la Noviolencia como una relación
dialéctica entre los medios y los fines desde la acción que implica el plano individual y
colectivo, en cuanto horizonte político, moral y de transformación. Es de esta manera
que se plantea que la seguridad vista desde este punto debe también ser comprendida y
exigida desde lo civil, en una relación activa y de corresponsabilidad.
La Seguridad Humana es un concepto, una teoría, una apuesta política, que permite
englobar la construcción de la seguridad sobre unos postulados que sirven de horizonte
normativo que permiten enmarcar metas y objetivos compartidos teniendo en cuenta la
complejidad de los conflictos y causas de la inseguridad y partiendo de la idea de que la
misma debe construirse desde los potenciales riesgos que enfrentamos las personas; riesgos
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que no obedecen a una única razón o dimensión, razón por la cual se deben trabajar de
manera conjunta y en una gran medida de manera preventiva. De esta forma,
La vulnerabilidad social de los más desposeídos hace muchas veces imposible garantizar
-autogestionariamente- los recursos mínimos para la subsistencia, que es buscada entonces
en formas no aceptadas socialmente (como la mendicidad y el delito menor, entre otras).
Pero es evidente que formas predispuestas a esta última opción se van generando a partir
de episodios de violencia de distinto tipo, tales como la violencia doméstica contra la
mujer o el maltrato infantil, etc. (Dobles, 2013: 67).
Naciones Unidas (2009) establece que el enfoque de Seguridad Humana debe ser
integral, multisectorial, contextualizado y centrado en las personas, todo ello con el fin
de construir, al menos normativamente, criterios colectivos que permitan acercarse a las
condiciones de seguridad de las que goza una comunidad, las personas que allí habitan y
el conjunto de instituciones tanto públicas como privadas que allí se desarrollan. De esta
manera establece unos mínimos sociales que garanticen una vida digna, como principio
fundamental de la nueva manera de comprender la seguridad. En el Cuadro 1, se puede
evidenciar de manera general lo que se plantea como los ejes transversales de esta política
y algunos ejemplos de los problemas que se pretenden tratar.
Desde esta perspectiva las funciones de la seguridad deben darse no solo en el ejerci-
cio punitivo, sino, y superando incluso las directrices normativas, en la construcción del
diagnóstico, la priorización de los problemas y los programas a implementar y en última
instancia y muy importante, en el acompañamiento constante para la mediación de los
intereses en pugna una vez se estén ejecutando programas dirigidos a la preservación de
la seguridad. Esto inevitablemente incluiría la convocatoria de varios organismos públi-
cos que deben participar activamente en las políticas de seguridad y convivencia ya que
éstas abarcan diferentes áreas de trabajo y su función es reducir los potenciales riesgos que
puede tener la población.
trabajos de investigación
250 Puentes Sánchez, Diego F. La reconfiguración de la Seguridad Ciudadana
Existen cuatro conceptos que permiten diferenciar los tipos de violencia que se ejercen
y se producen en la sociedad: La violencia directa, la violencia estructural, la violencia
cultural y la violencia simbólica.
Según Jiménez (2012) la violencia directa hace referencia a la acción directa que se
ejerce sobre la persona. De esta manera cuando hablamos de violencia directa se hace
referencia a la agresión física, verbal o psicológica que se ejerce sobre una persona cau-
sándole sufrimiento y marginación. Por otra parte la violencia estructural se refiere a las
condiciones que por medio de las instituciones y estructuras de la sociedad promueven
la injusticia, la desigualdad y la marginalidad social. Es pues la violencia que produce
las condiciones de pobreza, desigualdad, discriminación que se ejercen en el ámbito de
lo material y que se traduce en condiciones políticas o económicas que favorecen dicha
inequidad y desigualdad. Ahora bien,
normas, los valores, la cultura, la tradición, como alegato o aceptación «natural» de las
situaciones provocadas por ella. Es decir, todo aquello que en definitiva desde la cultura
legitime y/o promueva la violencia de cualquier origen o signo (Jiménez, 2012: 37).
Así, la violencia cultural se inserta a través de valores y actitudes que respaldan el de-
venir de la violencia directa y estructural.
Por último, cabe mencionar ahora un último concepto y es el referido a la violencia
simbólica. Este tipo de violencia es el que establece los diferentes símbolos de identidad
a través de un patrón hegemónico, enalteciendo las características de una cultura, la que
impera en la estructura dominante, dando forma a la identidad que se genera a través de
la violencia estructural. Como lo plantea Jiménez (2012) «la violencia simbólica es sim-
plemente la cara simbólica de la violencia estructural» .
Estas descripciones conceptuales de los tipos de violencia son una herramienta ana-
lítica que permite profundizar el estudio de los conflictos más allá de los hechos mani-
festados encontrando causas, contextos, relaciones, actores, estructuras y culturas que
están inmiscuidas en todas las representaciones de la violencia y que hacen necesaria la
comprensión compleja de las mismas y el papel sistémico que reproducen. De allí que
como menciona Galtung (2003), todas las violencias inciden en las demás y por tal razón
Desde esta perspectiva se construye una noción de los conflictos que hace evidente
que los mismos están en todas partes por lo cual en la comprensión de la violencia debe
saberse identificar y posibilitar cambios hacia una potenciación positiva de los mismos,
en tanto que son un reflejo de las relaciones de producción, de participación, intercambio
y negociación que se dan en la cotidianidad y en la búsqueda de la satisfacción de los
intereses y necesidades tanto colectivas como individuales. Desde allí entonces es que se
percibe que,
Desde esta comprensión compleja de los conflictos se rompe con las visiones duales
de los mismos, lo cual permite construirlos a partir también de los escenarios de paz en
los que se desarrollan dado que lo que se intenta es construir un análisis que observe
diferentes aspectos de los mismos, que no solo la utilidad en términos de los intereses de
las partes. Galtung (2003) plantea de esta manera que los conflictos pueden analizarse de
manera triádica, es decir, un conflicto no es solo A y B, sino que es A+B+C. A serían las
trabajos de investigación
252 Puentes Sánchez, Diego F. La reconfiguración de la Seguridad Ciudadana
La alternativa del conflicto no es la paz, sino una dialéctica siempre abierta y creativa […]
Sólo la aceptación no culpable del conflicto como la verdadera sede de toda experiencia
nos permitirá dos cosas: hacer expresable el conflicto, ser capaces de definirlo, de enun-
ciarlo con un poder de convicción que lo convierta en un signo reconocible por otros, y
también modificarlo, alterar los términos en que lo re-conocemos para, a partir de esos
términos, producir una situación nueva-¡también conflictiva! (cf.: Fisas, 1998: 24).
Ello requiere de una gran creatividad e invita a construir nuevos escenarios culturales
en los que nuestras perspectivas superen los dualismos, las actitudes o presunciones de
«domine o será dominado», la superación también de la falsa promesa que confía en la
violencia como proveedora de seguridad y paz, y por último y muy importante, tener la
certeza y la premisa de que la creatividad está a nuestro alcance (Lederach, 2007). O como
planea Martínez (2005): «Somos capaces de denunciar las diferentes versiones de no vivir
en paz, porque sabemos lo que sería hacer las paces».
Es así como la transformación de los conflictos emerge como idea central de la Cul-
tura de paz, entendiendo que los mismos deben comprenderse desde perspectivas más
complejas para orientar los caminos que recorren hacia escenarios más pacíficos. Por un
lado, porque, es preciso comprender que no somos solamente violentos (aunque nos ejer-
cemos violencia) y que las relaciones de poder también son construidas desde elementos
y estructuras pacíficas; y dos, porque justamente todo ello se hace posible en la medida
que configuremos ámbitos de identidad cultural que tiendan a recuperar los valores que
la paz como construcción social contiene al interior de las estructuras y valores culturales
que nos preceden y nos orientan en una dirección negativa; de allí que «el esfuerzo que se
debe hacer es construir y explicitar unas estructuras lingüísticas neutras e intentar ocupar-
las para establecer un diálogo que evite el conflicto al conocimiento popular» (Jiménez,
2011).
De los análisis expuestos puede concluirse que la transformación pacífica de los con-
flictos se convierte en un ámbito de análisis específico, que tiene como fin transformar los
conflictos hacia dinámicas pacíficas, todo lo cual puede llamarse conflictología:
Ahora bien, el rompimiento de los hitos de seguridad relacionada con una cultura de
la gestión del miedo y la violencia se da a partir de la construcción de nuevos paradigmas
culturales que se materializan en nuestras relaciones sociales de producción social (econó-
mica, política y cultural), además, de moral y simbólica. La tarea entonces para conseguir
y perseguir la paz es la de neutralizar los elementos violentos (culturales y simbólicos) que
habitan en los patrones que posee cada sociedad para organizar sus relaciones entre los
individuos, la familia, los grupos y el conjunto de la sociedad (Jiménez, 2011).
[…] profundo irrespeto por los preceptos y normas legales, un divorcio efectivo entre la
realidad y la ley, una mentalidad dominada por el «se obedece pero no se cumple», una
concepción en la que el empleo público es instrumento para promover el interés particular
del funcionario en detrimento del bien común (Jiménez y González, 2013: 75).
vez se construyen más escenarios para su práctica y disfrute por parte de los aficionados.
Basta recordar que para el año 1948, cuando se inició el fútbol profesional, sólo había
10 equipos de 6 ciudades inscritos en una sola categoría, y hoy, 65 años después, figuran
36 equipos en dos categorías que involucran a 29 ciudades principales del país, lo cual
va asociado, paradójicamente, a problemas de convivencia y seguridad, puesto que las
hinchadas se han ido tornando más radicales en sus afectos y acciones cuando se trata de
su equipo preferido.
Todo ello implica la necesidad de desarrollar un aparato institucional capaz de atender
la logística de estos escenarios que movilizan una gran cantidad de personas. Sin embargo,
el problema central se aduce a la aparición de grupos de jóvenes organizados seguidores
de los equipos de fútbol llamados barras, que en el despliegue a otras ciudades y en el
encuentro con otros seguidores de equipos rivales (también dentro de la misma ciudad)
producen constantes manifestaciones de violencia que deterioran la convivencia y generan
dinámicas agresivas alrededor del disfrute de este deporte.
Por lo anterior, la Ley 1270 de 2009 de la República de Colombia, crea la Comisión
Nacional para la Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fútbol, «como un organis-
mo asesor del Gobierno Nacional para la implementación de planes, políticas, programas
y estrategias dirigidas a mantener la seguridad, comodidad y convivencia en la organi-
zación y práctica del espectáculo del fútbol» y la cual está compuesta por los ministerios
del Interior, Cultura, Educación, la Policía Nacional, Coldeportes, y los organizadores
privados de fútbol, a saber: la Dimayor y la Federación Colombiana de Fútbol. A su vez,
mediante el decreto 1267 de 2009 se crean las comisiones locales de seguridad y convi-
vencia en el fútbol dado que «se hace necesario implementar las comisiones locales de
las ciudades y municipios en donde se juegan partidos de fútbol profesional, teniendo
en cuenta las alteraciones del orden público que alrededor de este espectáculo deportivo
se vienen presentando de manera habitual». Igualmente y mediante el Decreto 1717 de
2010 se adopta el protocolo nacional de Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fút-
bol que establece que éste «servirá como pauta de estandarización de todos los procesos
administrativos y operativos y será una guía en la creación de los Planes de Seguridad,
Emergencia y Logística».
Para afianzar el aparato institucional de toda esta técnica de la seguridad se crea la
Ley 1453 de 2011 y la Ley 1445 de este mismo año, con la clara intención de tipificar las
conductas de estos grupos de jóvenes y así mismo exponer las sanciones a las que serían
sujetos quienes participaran o fueran detenidos en actos de desorden público, ataque al
bien público o privado, consumo de sustancias psicoactivas, incitación a la agresión física
o verbal, invasión del terreno de juego, entre otras. En fin, toda una gama de conductas
que podrían sancionarse, sobre todo aquellas que atentaran contra los intereses del fútbol
organizado y su organización logística y las cuales fueran cometidas en las inmediaciones
del estadio o con objeto de las jornadas deportivas.
El decreto 0079 de 2012 se sanciona en el año siguiente a estas leyes para establecer los
procedimientos y los mecanismos por los cuales se harían efectivas las multas, y en el cual
solo se reconoce «el recurso de reposición ante el inspector de policía y en subsidio el de
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El aplomado ‘mejor policía del mundo’, el general Óscar Naranjo, denunció al día siguiente
de los violentos disturbios con los que comenzó el campeonato rentado nacional hasta
dónde ha llegado el otro cáncer que carcome al fútbol colombiano desde hace años: «Lo
del Campin no es vandalismo, sino terrorismo» dijo sobre los enfrentamientos entre miem-
bros de la barra Comandos Azules que sacudieron ese domingo al barrio Galerías de
Bogotá (Hurtado, 21 de febrero de 2011).
Aunque en el estatuto sigue configurándose una relación desigual entre los organiza-
dores y las instituciones con respecto a los aficionados y las barras, este reconocimiento de
una nueva realidad permite avanzar hacia la comprensión del fenómeno de barras de una
manera más integral, entendiéndolo desde otros escenarios y contextos y reconociendo
su apuesta por forjar una identidad en medio de los muchos problemas que afrontan los
jóvenes en Colombia permitiendo reconocer que estos «inmorales», «inadaptados», tie-
nen una moral propia que se manifiesta de manera distinta pero que también conforma
códigos de conducta y de expresión cultural que es preciso entender (Alabarces y Garriga,
2005).
Las barras (grupos de aficionados) se caracterizan por una interacción constante que
genera un orden social propio, con sus respectivas jerarquías, roles y reglas, tipos de or-
ganización y participación, que promueven identidades compartidas en el ejercicio de
encuentro, teniendo relación directa e indisoluble con el equipo al que siguen pero esta-
bleciendo como referente principal su participación en la barra. Esto pone de manifiesto
un lugar específico de encuentro con los demás aficionados del equipo al que se sigue,
pero se marca un referente de construcción social que va más allá del encuentro deportivo
y que se apropia de diversas dinámicas de ciudad, permitiendo extender su participación
como espectadores.
Según el Ministerio de Cultura de Colombia, las Barras:
Sus dinámicas están asociadas al disfrute del tiempo libre y en ellas se enmarcan diver-
sas perspectivas de satisfacción de necesidades, sentimientos, identidades, organización,
reconocimiento y participación social. Las barras de fútbol como ejercicio popular dan
fruto a su organización a partir no de una finalidad y funcionalidad, sino de un escenario
de interacciones afectivas más que mecánicas; en ellas no se enarbola un contrato, sino
que se construyen experiencias de los sentimientos vivenciados en común.
Las barras entonces no son un ejemplo de atraso social o exclusivo de una sociedad
particular sino que corresponden a un devenir social que forja una tendencia de las inte-
rrelaciones que está vinculada a la posibilidad de encuentro y visibilización en el marco de
una sociedad excluyente. Sus manifestaciones violentas no son un ejercicio propio de sus
principios organizativos, pero al estar inmersas en un contexto violento, se dan de manera
continua y generan daño y sufrimiento a otros y percepciones negativas en el conjunto
de la sociedad.
La construcción de las barras en Colombia se da principalmente como ejercicio de
reconocimiento social. Reconocimiento que no se desarrolla al interior de hogares frag-
mentados, que viven en cierto grado de hacinamiento y ausencia de espacio privado y que
se expresa en lo público a través de la desigualdad, la marginalidad y la ausencia de opor-
tunidades. Sumado a lo anterior, existe una realidad concreta y dramática en Colombia,
y es la evidencia de una cultura de la violencia que ha permeado los diferentes escenarios
en los que se desarrollan las dinámicas sociales.
Así, las redes de empatía e identidad que se configuran en los jóvenes pertenecientes
a las barras tienen una característica débil e inestable que incentiva poco la identidad
con el conjunto de la sociedad. Toda la posibilidad de ser, en el marco de lo social, toda
posibilidad de reconocimiento, de consolidación de objetivos, de superación y desarrollo
personal, se da en las barras como ejercicio único de identidad, por lo cual, frente a esa
violencia estructural y esa cultura de la violencia, este ejercicio se construye a partir de la
acentuación en la diferencia, en lo que me hace único, superior, digno de reconocimiento.
Por lo anterior, en la dinámica de las barras se reproducen discursos y acciones que
atacan a los que se parezcan a mí, en un ejercicio de construcción de identidad puramen-
te de alteridad, en donde el otro se reconoce como referente de oposición y si se quiere,
de enfrentamiento. Esta búsqueda desesperada de identidad termina promoviendo la
creación de lenguajes agresivos, que atacan al otro como muestra de su diferencia y como
ejercicio que posibilita la autenticidad. De esta manera:
La incapacidad de implicarse con el otro, de encontrarse, surge del temor del joven a per-
der una identidad social que considera central dentro de su personalidad, lo que lo lleva
a anular de su conciencia lo que comparte con el otro joven: la edad, los gustos, espacios
sociales, los problemas similares, etc., y a centrar su atención con intensidad en el rasgo
que lo distingue (en este caso, pertenecer a un equipo diferente), porque si no reafirma
y exacerba en la cotidianidad la diferencia, se diluye su Yo, su identidad (Aponte et al.,
2009: 25).
trabajos de investigación
258 Puentes Sánchez, Diego F. La reconfiguración de la Seguridad Ciudadana
La ciudad es el espacio social por antonomasia, espacio que define y estratifica a la po-
blación que la habita y a su vez es definida por los ciudadanos, creándose una relación
estrecha entre la estructura urbana y la estructura social sólo separables a niveles analíticos.
Por esto, la ciudad es un medio social especialmente apto para la percepción de las dife-
rencias sociales y la expresión territorial de las mismas; por tanto, lugar privilegiado para la
producción y reproducción de marginación social y espacial (Hita y Benítez, 1996: 131).
Lo anterior tiene que ver con los dilemas a que se enfrenta la juventud en un país que
ha desarrollado dinámicas culturales, estructurales y físicas excluyentes, con ciudades que
producen reducidos espacios de interacción, las cuales han ido adaptando y reproducien-
do en su forma y esencia urbana los valores de la cultura de la violencia que no encuentran
salida fácil a la espiral de choques y conflictos que la misma produce.
Rituales : La pasión y el
placer como claves de
acción cultural identitaria Solidaridad
Manifestaciones de violencia:
Conflicto ausencia en el desarrollo de
Reconocimiento frágil: necesidad
fundamental de distinción en un capacidades
Defensa agresiva a mi distinción:
entorno restrictivo desconocimiento de nuestras similitudes
y énfasis en nuestra diferencia.
Fuente: Elaboración propia
Esto ha generado en los jóvenes de las barras actitudes que desprecian el conjunto
de la sociedad pues no les es posible comprender de qué manera el país les ha aportado
en una u otra medida. Esto tiene como consecuencia que exista en las barras además un
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De este pequeño pero importante cambio de percepción surge una iniciativa que espera
recoger los frutos de este proceso, también siendo un proceso democrático y deliberativo.
Propuesto por un aficionado en la ciudad de Pasto en una de las visitas realizadas por la
Comisión Técnica Nacional de Seguridad, Comodidad y Convivencia, la construcción de
un Plan Decenal de Seguridad y Convivencia en el Fútbol queda enmarcada como una de
las obligaciones del Estado en el artículo 37 del capítulo VII del Estatuto del Aficionado
al Fútbol en Colombia.
A partir de esta nueva obligación del Estado, pero gracias a las presiones ejercidas
por los hinchas (muchas leyes en Colombia son letra muerta y solo reviven una vez la
ciudadanía exige su cumplimiento así como participación en el proceso de aplicación),
empieza un nuevo rumbo de ejecución de esta política pública que opaca y casi deja en
el olvido la aplicación de los comparendos con las sanciones establecidas en la ley, y se
orienta definitivamente a la consulta ciudadana y la amplia participación para dar mayor
integralidad y alcance a los fenómenos sociales que atraviesan el fútbol.
De esta manera y con el fin de brindar herramientas y un marco referencial para la
construcción del plan decenal, Coldeportes junto con la fundación de colectivo de barras
Juan Manuel Bermúdez, adelantó unas mesas de consulta y trabajo con los hinchas en lo
que el director de esta institución señaló como la primera vez en los 44 años de historia
de Coldeportes que se asignan recursos para un proceso de esta naturaleza «en tanto que
la construcción de políticas públicas requiere necesariamente de un diálogo directo con
las personas» (Coldeportes, 2014: 9).
En esta consulta inicial participaron 387 hombres y mujeres pertenecientes a barras
de todas las ciudades del país donde se juega fútbol profesional colombiano y en el docu-
mento final de recomendaciones se evidenció un discurso más integral de la comprensión
de este fenómeno para tener en cuenta en la construcción del plan decenal.
Lo primero que se recoge en el documento es la percepción por parte de los jóvenes
pertenecientes a estos grupos de una doble moral: los jóvenes son dotados de una carga
social muy alta pues son ellos los actores principales del cambio y la transformación hacia
trabajos de investigación
260 Puentes Sánchez, Diego F. La reconfiguración de la Seguridad Ciudadana
un mejor futuro y por el otro lado son percibidos como individuos peligrosos, incon-
trolables, sin identidad y sin futuro, por lo cual hay que aplicar medidas restrictivas y
limitantes de los actos cometidos por los mismos (Coldeportes, 2014). Para estos jóvenes
es preciso superar este dualismo, asumir un ejercicio de corresponsabilidad y hacer evi-
dente el horizonte y los objetivos que se quieren conseguir; en este caso, posibilitar en los
jóvenes oportunidades de cambio, para lo cual hay que procurar por una transformación
estructural, cultural y ética.
Lo primero que sugiere este documento es superar dicha estigmatización. Empezando,
porque como bien menciona uno de ellos, la libre expresión y asociación pareciera estar
dispuesta con arreglo a los imaginarios sociales del funcionario público a cargo de su
implementación (Coldeportes, 2014), con lo cual se hace evidente la exclusión en varios
de los procesos de participación. Por ejemplo, dado que en la Ley 1270 de 2009 los hin-
chas tienen voz pero no voto en las comisiones locales, no son siempre invitados a estas
instancias administrativas; según la perspectiva del funcionario, los mismos pueden ser
excluidos alegando razones de orden público o de seguridad haciendo evidente una clara
exclusión hacia este colectivo de jóvenes. Para ellos
Por esta razón se propone tener en cuenta sus formas de comunicación culturales como
ejercicio popular de vivencia en el fútbol, reconociendo las diferencias de estas expresiones
con las manifestaciones tradicionales de afición al fútbol, así como un acompañamiento
y capacitación para trabajarlas de manera más asertiva y menos agresiva, ya que según las
barras dichas formas de expresión exceden los escenarios tradicionales e institucionales
de la participación, demostrando autogestión de estos colectivos como nuevos ejercicios
de ciudadanía en clave de corresponsabilidad social (Coldeportes, 2014). De allí que sea
preciso decir que,
Ahora, con respecto a la salud y como una muestra más de la ampliación de la com-
prensión de este fenómeno, esta consulta establece que la Organización Mundial para la
Salud recomienda tener 75 minutos de actividad física intensa a la semana para mantener
un buen estado de salud. Por tal razón, un partido de fútbol de 90 minutos cada semana
sería suficiente para mejorar el nivel de salud de los colombianos. «Si presumimos que el
29% de la población […] cumple con las recomendaciones dadas, estaríamos hablando de
un ahorro al sistema de salud de 741 millones de dólares, […] por año, gracias al fútbol»
(Ministerio del Interior, 2014a: 27).
Estos son resultados que demuestran la incidencia del fútbol en Colombia; sin em-
bargo, y a pesar de los aspectos positivos que se tienen del mismo, el 76% de las mujeres
y el 70% de los hombres encuestados manifestaron que ir al estadio les parece peligroso
(Ministerio del Interior, 2014a). Esto es una muestra evidente de que las percepciones
se cruzan y que de alguna manera el fútbol, sobre todo si se es aficionado, es asociado de
manera negativa. Esto debería incluir a los medios de comunicación, sobre todo porque
la transformación de los discursos y símbolos relacionados con los jóvenes y las barras
pasa necesariamente por un manejo más adecuado de la información que en su mayoría
se jacta del hecho violento y reproduce discursos poco profundos y estereotipados.
Por esto, es importante mencionar que el fenómeno de la violencia en el fútbol es una
cuestión de intolerancia y reproducción de valores agresivos que no obedecen solo a un
grupo de personas. Como bien se puede evidenciar en la consulta realizada, una gran par-
te de la población colombiana vive el fútbol de manera cercana y considera que tiene gran
incidencia en la vida pública del país. Sin embargo, el pasado 14 de junio se presentaron
solo en Bogotá «Nueve muertos, 15 heridos y unas 3200 riñas en varias localidades […]
tras el triunfo de la Selección Colombia en su primera aparición en el Mundial de fútbol
de Brasil» (El Tiempo, 15 de junio de 2014).
Esto nos muestra que los escenarios violentos son una variable más dentro de la con-
figuración cultural del país y por esta razón debe ser tratado el fenómeno de manera
integral. El plan decenal surge como una iniciativa de participación ciudadana y a partir
de un gran despliegue nacional para la construcción participativa de esta política pública.
Este documento reconoce dos perspectivas del fenómeno del fútbol en Colombia.
Por un lado sostiene que el fútbol es un símbolo de fiesta, de identidad regional, local y
nacional, de cohesión social, de formación en valores como la disciplina, la tolerancia, el
respeto por las reglas de juego y la cooperación en equipo, pero por el otro al ser un fenó-
meno de masas no escapa a las dinámicas de violencia e intolerancia por la que atraviesan
los conflictos en las distintas ciudades del país (Ministerio del Interior, 2014b).
Para ello el plan decenal se configura a partir de dos perspectivas: una que se centra en
la construcción de objetivos y actividades de corto y mediano plazo que permitan desa-
rrollar de manera pacífica la organización logística y la vivencia del espectáculo organizado
del fútbol profesional en Colombia.
La segunda ruta incorpora estrategias y acciones de largo plazo que permitirán enfrentar,
intersectorialmente, las causas asociadas a la violencia que afectan la imagen del espectá-
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culo de fútbol y a hacer uso del fútbol recreativo, como herramienta de transformación
social en sectores como la salud, la educación, la formación en valores de la juventud,
la identidad étnica, la integración de la población en condición de discapacidad y final-
mente, como instrumento de cohesión social, convivencia y paz (Ministerio del Interior,
2014b: 18).
Para tal efecto se sugieren actividades constantes tales como campeonatos usando
metodologías de fútbol por la paz, talleres de transformación y resolución de conflictos
tanto para los jóvenes como para los funcionarios públicos, construcción de actividades
de disfrute del tiempo libre, la construcción de infraestructura y escenarios deportivos que
posibiliten el ejercicio del fútbol como deporte, la elaboración de estrategias educativas
en coordinación con las escuelas públicas, la integración de las actividades a los planes
integrales de seguridad y convivencia ciudadana que deben realizar los alcaldes en las ciu-
dades, la formación en proyectos productivos y la convocatoria de sectores como la salud,
el comercio y la vivienda para promover e impulsar los ejercicios de convivencia a partir
del fútbol como herramienta de transformación pacífica (Ministerio del Interior, 2014b).
De esta forma, el proceso de construcción de la política pública de seguridad y convi-
vencia en el fútbol se ha ido transformando hacia una perspectiva más integral, que evalúa
los fenómenos sociales de manera más comprensiva y que traza una línea que permite
acercarse más a las dinámicas de la comunidad en su cotidianidad. Aunque este es hasta
ahora un primer paso, es un largo paso que puede servir de ejemplo para la transforma-
ción cultural e institucional que en materia de seguridad tiene mucho para aportar en
las puertas de un proceso de paz mucho más amplio que el país atraviesa para la termi-
nación de un conflicto armado que ha implicado la conformación de códigos morales y
éticos que estigmatizan y se asocian exclusivamente a la violencia como hecho delictivo y
que fallan en comprender los procesos y escenarios en los que esta se desenvuelve y que
obedecen a factores colectivos de la sociedad colombiana. El plan decenal hasta ahora se
proyecta y es preciso continuar la observación de su materialización, configurando meca-
nismos de seguimiento que abarquen los diversos conflictos que se han expuesto así como
la dinámica propia de participación. Como se ha evidenciado, depende de la ciudadanía
el ritmo y alcance de esta política ya que la misma debe ser configurada como un ejercicio
de corresponsabilidad en la que las implicaciones de lo institucional sean conformadas
en el seno de la convivencia y dentro de las necesidades que la sociedad pretende para su
futuro desenlace.
9. A modo de conclusión
Cambiar la perspectiva con la que se construyen y ejecutan las políticas de seguridad am-
plia el espectro de la comprensión de la misma basada únicamente en el delito, la gestión
del miedo y el riesgo imaginado y las técnicas de la peligrosidad aceptada y planificada
en los datos y estadísticas de la seguridad, para dar contenido intersectorial e integral a la
trabajos de investigación
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seguridad vista desde los potenciales riesgos a los que se enfrentan los seres humanos en
el desarrollo de sus actividades cotidianas. De ahí que se deban tener en cuenta no sólo
los hechos y condiciones referidas a la protección de los derechos civiles y políticos sino
que se extienda a la construcción de condiciones de vida dignas en lo que corresponde a
los derechos sociales (económicos, políticos y culturales). La Seguridad Humana es una
apuesta por dignificar la vida y desde este punto de partida se construyen los principios
hacia los cuales se deben orientar las políticas públicas en aras de garantizar los dere-
chos humanos, desde la seguridad alimentaria, sanitaria, económica, política, personal,
medioambiental y comunitaria.
Es ahí en donde la Cultura de paz cobra importancia en la construcción de la Segu-
ridad Humana. No solamente porque comparte los principios de la misma sino porque
los comparte en el ejercicio de dignificar al otro, brindando herramientas concretas para
la configuración de prácticas y lenguajes que reconozcan la diferencia, que la plasmen de
manera positiva y que ayuden a la transformación de los conflictos que se profundizan
por la ausencia de diálogo y de mecanismos que dinamicen al acercamiento con el otro,
la solidaridad activa y la creatividad para dar solución y respuesta a los problemas que se
presentan en la cotidianidad. De esta manera, la Cultura de paz es un horizonte norma-
tivo de los valores de la armonía, el respeto, la cooperación, el amor, pero también una
herramienta de la conflictología que brinda ayuda para la comprensión de los conflictos,
la neutralización de la violencia y la potenciación de los aspectos positivos. En ambas
cosas, la Cultura de paz debe lograr filtrarse en los lenguajes y actividades cotidianas para
ser comprendida y activada, para que la sociedad la instituya, la configure y la integre a
sus dispositivos de producción social (económico, político y cultural).
El caso de la política de seguridad y convivencia en el fútbol en Colombia es una
muestra de la seguridad transformándose con la participación ciudadana. Desde un es-
cenario hostil, los grupos de jóvenes organizados como barras han logrado impulsar el
desarrollo de un análisis más integral del fenómeno de la violencia en el fútbol dando
como resultado no sólo un cambio de discurso en el reconocimiento a sus expresiones
culturales sino también extendiendo el alcance de esta política como una herramienta de
prácticas positivas de convivencia, de educación y de salud. Es evidente que este es solo
un primer paso que se materializa en la construcción de una política pública, pero es un
buen referente que puede servir como semillero de prácticas positivas de convivencia para
el país, que actualmente atraviesa un proceso de paz para dar salida a un conflicto armado
de más de 50 años y que sabe que debe activar la reconciliación, el diálogo y la configura-
ción de un nuevo paradigma cultural que dé sentido a una nueva forma de asociarse, de
expresarse, de entenderse y desarrollarse como sociedad.
En todos estos espacios, la Cultura de paz debe circular como herramienta y como
horizonte; debe aprender a sumergirse en los conflictos para entender su complejidad y
desde allí construir escenarios que disloquen la escalada de los mismos y los promuevan
de manera positiva. Todo esto conlleva también a un ejercicio de conciencia y correspon-
sabilidad, de reconocimiento, reconciliación y eliminación de las desigualdades y factores
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