Klimovsky - Mari
Klimovsky - Mari
Klimovsky - Mari
”
Por Gregorio Klimomvsky
Un martillo ¿Es algo bueno o bien un objeto malo? Esta es una pregunta
extraña, más bien absurda. La obvia respuesta es ni lo uno ni lo otro. Si el
instrumento se utiliza para clavar clavos durante el proceso de construcción de
una vivienda, entonces será bueno. Si se lo emplea para hundir cráneos, como
en los torneos o batallas de la Edad Media, podrá afirmarse que es malo. Si lo
manejamos para romper piedras para abrir un camino lo valoraremos como
positivo. Si los integrantes de las barras bravas, o los que atentan contra
nuestros periodistas agreden con él a sus conciudadanos, se mostrará como
negativo. El martillo en sí mismo no es ni bueno ni malo; lo que es bueno o
malo es el uso que se le da. Y eso depende del individuo que de él se sirve.
Los que son buenos o malos son los hombres, no las cosas.
¿A qué viene esta meditación? Sucede que se ha puesto de moda hablar
mal de la ciencia y de la tecnología, y hacerlas responsables principales de las
calamidades de la civilización contemporánea. Los que así piensan no son
simples ignorantes. Se trata de filósofos y aún de algunos científicos.
Particularmente en Francia, si uno no colabora con Jacques Derrida y Gilles
Deleuze a “deconstruir” la ciencia y a denunciar a los tecnólogos, será mirado
de reojo como reaccionario y sospechoso. En Estados Unidos, Paul
Feyerabend clama para que democráticamente se trate a la ciencia igual que a
los curanderos o a los que adivinan el porvenir con naipes; Rorty desprecia a la
epistemología, la psicología y la filosofía y prefiere el arte de la conversación. Y
ente nosotros, Ernesto Sábato dedica fragmentos de Jeremías a la ciencia y
manifiesta añorar a los brujos de las tribus. Muchos de sus argumentos
consisten en hacer culpables a la tecnología y al conocimiento científico de los
desastres de la guerra o de la decadencia del modo de vida. La ciencia y la
tecnología son instrumentos A semejanza del martillo ellas no son ni buenas ni
malas; lo bueno o malo es el uso que se haga de ellas. La física moderna y la
teoría atómica, por ejemplo, nos han proporcionado la energía atómica. El uso
de ésta para la guerra nuclear es, sin duda, negativo, pero su empleo
para generar electricidad colabora con el desarrollo económico e industrial
contribuyendo a disminuir el hambre, y ello es bueno. Como lo es la utilización
de los radioisótopos en medicina, o el empleo de la física cuántica en química,
para producir materiales y medicamentos que sin duda nos favorecen.
Los progresos en la medicina, el increíble aumento de la longevidad, la
notable simplificación de la vida cotidiana debido a la iluminación, la
refrigeración, la calefacción, la alimentación, etc. son ejemplos de cuánto
debemos de positivo al progreso tecnológico. Y si hay guerras, hay que percibir
que ello se debe nítidamente a causa de los Hitler, los Mussolini, los
fabricantes de armamentos o los zares de la droga, no a la ciencia.
Algunos aducen que la ciencia es fría y sin belleza, en tanto que el
sentimiento es lo que proporciona el encanto y la esencia de la vida. Pero eso
es cuestión de educación y sensibilidad. Einstein, que dicho sea de paso era
músico, encontraba en la matemática y la física una armonía que le producía
éxtasis y que él consideraba una señal de lo divino. Sábato se expresó
recientemente con desprecio acerca de los aminoácidos, preguntándose qué
belleza puede haber en ellos. El ejemplo no es afortunado. En primer lugar, la
hazaña de los científicos al descubrir la estructura química de las moléculas
orgánicas es algo que produce éxtasis a la manera de lo experimentado por
Einstein. Pero resulta además que la investigación de los aminoácidos llevó al
descubrimiento del desoxirribonucleico y de allí nada menos que a captar la
esencia de la herencia y en cierto modo de la naturaleza de la vida. Y por otra
parte, no digamos cuánto ha contribuido la tecnología a la democratización del
arte (antes reservado a la aristocracia) que ahora se difunde mediante discos,
casetes, impresiones, medios masivos de comunicación, etc. La ciencia ha
contribuido a desenmascarar las supersticiones y a hacer más apropiado
nuestro conocimiento del mundo y de nuestra propia naturaleza. En la Edad
Media a los homosexuales se los ahorcaba; ahora, gracias a las
investigaciones científicas acerca de la sexualidad humana, se tiene mucho
cuidado de no hacer discriminaciones que impliquen un trato injusto.
Sin duda, un empleo de la ciencia que no haga intervenir sentimientos
humanos y positivos es peligroso. Pero un sentimiento que no tome en cuenta
el conocimiento científico puede serlo mucho más. No hay duda de la
intensidad del sentimiento patriótico y de la emoción política de los nazis
cuando quemaban o asfixiaban judíos en Auschwitz, pero no parece que
eso sea algo muy recomendable y digno de ser resaltado ante millones de
oyentes.
Advertimos con asombro que se ha puesto de moda algo así como un
movimiento de retorno a la época de las tribus y de sus brujos. Quienes esto
sustentan deberían inmediatamente dejar de vivir en nuestro medio (y, en
particular de correr a lo del médico para que les haga un electrocardiograma a
la menor molestia pectoral) para instalarse en cambio en alguna de las tribus
de África o del Amazonas. Pero esto tiene aún inconvenientes: los miembros
de las tribus poseen lenguaje, reglas morales y códigos sociales. Puede
recomendarse algo mejor: vivir entre los gorilas del África central, que según
los estudiosos son pacíficos, tranquilos y felices. No hablan y no van a la
universidad para aprender acerca de los electrocardiogramas, los aminoácidos,
la teoría de Einstein o la cosmología contemporánea. (Publicado en Futuro,
sábado 18/09/1993).