Apolonio
Apolonio
Apolonio
ããApolonio de Perga
En la matemática griega del mundo antiguo destacan tres nombres: Euclides, Arquímedes
y Apolonio. A este último, que es quizá el menos conocido de ellos, se le llamaba el gran
geómetra. Apolonio había nacido en Perga, ciudad de la antigua Grecia Jonia situada en
la que hoy es costa turca del Mediterráneo. Teniendo en cuenta la imprecisión en la que
se manejan los datos cuando no existen documentos fiables, suele darse como año de na-
cimiento el 262 a. C., y el 190 a. C. como el de su muerte, por ello, al ser unos años más
joven que Arquímedes, pudo beneficiarse de alguno de los logros científicos del genio de
Siracusa, con quien parece que mantuvo algún intercambio epistolar.
Desde Perga, Apolonio se trasladó a Alejandría, en cuyo Museo estudió y trabajó con los
sucesores de Euclides durante bastantes años; el Museo, es decir, el templo de las musas,
no era exactamente lo que ahora significa esta palabra, sino más bien un centro de inves-
tigación científica parecido a una universidad.
También residió Apolonio en Éfeso, pero donde ultimó su obra más importante, el Trata-
do de las Cónicas, y donde permaneció viviendo hasta su muerte, fue en Pérgamo, ciudad
situada en el Asia Menor en la que existía una biblioteca y museo creadas a imagen y seme-
janza de las de Alejandría, y cuyo nombre es, por cierto, el origen de la palabra pergamino.
En su obra sobre las cónicas, que constaba de ocho libros de los que siete han llegado hasta
nosotros, Apolonio sistematiza y generaliza los conocimientos anteriores sobre las seccio-
nes cónicas. Al mismo tiempo introduce una visión de la forma en que se generan todavía
vigente: haciendo girar una recta en torno a una circunferencia y manteniendo fijo uno
de sus puntos, dicha recta genera por rotación un doble cono, probando después cómo,
según la inclinación del plano que secciona a esta figura, aparecen la elipse, la parábola, la
hipérbola o el círculo. Como suele ocurrir, lo que hoy nos resulta evidente, es decir, algo
que no requiere demostración, hace 22 siglos suponía el trabajoso hallazgo de una mente
prodigiosa.
Apolonio escribe otras obras: Sobre los lugares planos, Sobre las inclinaciones o Sobre las
secciones de razón; también es un importante astrónomo, dedicando gran parte de sus es-
tudios a los movimientos lunares. Así mismo, en un libro sobre la cuadratura del círculo,
dice haber mejorado la aproximación de Arquímedes del número π.
Al igual que ocurre con otras obras de la antigüedad clásica, los tratados de Apolonio
siguen un azaroso camino hasta llegar a nuestros días. En primer lugar, el comentarista
Pappus, del siglo iv d. C., se hace eco de sus libros que posteriormente son traducidos al
árabe por matemáticos como Tabit ibn Qurra en el siglo ix; en el siglo xvi aparecen las
primeras traducciones al latín y en el xvii el maestro de Newton, Isaac Barrow, publica
parte de la obra de Apolonio en Londres. En esta tarea de divulgar su obra destaca la figura
del astrónomo y físico inglés E. Halley (1656-1742), que aprende árabe en Oxford con
el propósito de traducir, directamente de este idioma, los siete libros de las cónicas que
habían perdurado1.
La influencia de la obra de Apolonio es perceptible en gran parte de la matemática pos-
terior. Con ella aprenden geometría Descartes y Fermat entre otros muchos, además de
estar presente en las leyes de la dinámica planetaria de Kepler o en las de la gravitación
universal de Newton.
(1)
En español pueden verse amplios extractos, no solo de Apolonio sino también de los más importantes
pensadores griegos, en la obra en dos tomos Científicos griegos del extremeño Francisco Vera, matemático e
historiador de la ciencia que tras la guerra civil se exilió en Buenos Aires donde publicó también una Breve
historia de la matemática.