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?. K-r*-
•ÁV*

Los Métodos de la Arqueología


Peruana.

Trabajo leído por el arqueólogo nor


teamericano Dr. Alfred L. Kroeber, en
el aalóu de Actos de' la Facultad el
24 de Abril del presente año.

El privilegio de dirigirme a este auditorio constitu


ye para mí un honor y un placer. Es un honor hablar en
el Salón de Grados de la Facultad de Letras de la univer
sidad decana en el Nuevo'Mundo —más antigua en ocheñ-
ta años que la primera fundada en mi propia patria,—
y es un placer expresar lo que fué notable para mí desde los
primeros días de mi llegada: el enorme progreso alcanzado
en el estudio de la prehistoria y arqueología del Perú desde
mi última visita a esta nación. Un círculo activo de arqueó
logos peruanos, integrado por los doctores Valcárcel, Tello,
y sus colaboradores; el señor Larco Hoyle, quien actúa in
dependientemente; los Sacerdotes Villar Córdova y Bernedo
Málaga y muchísimos otros.
Este círculo ha logrado acopiar masas de nuevas infor
maciones sobre la antigüedad procedentes de todas partes
del territorio peruano. Nuevas civilizaciones del pasado han
sido descubiertas, y sus monumentos reunidos y descritos:
culturas no solamente de la época de la pre-conquista, sino

.
—■ 206

del período pre-incaico, en casi todos los casos. Las cultui as


recientemente determinadas de Pucará, Casma, Nepeña, Cu-
pisnique, Cajamarca, el Marañón, han sido agregadas a los ic-
gistros de aquellas que eran nuevas hasta hace tan sólo quin
ce o veinte años, tales como Chavín y Paracas. Toda esta adi
ción en nuestros conocimientos al intrincado pasado remoto
de la raza nativa, ha sido realizada por eruditos peruanos. En
este acopio de nuevas aportaciones y descubrimientos existe
para el visitante una infinidad de cosas que aprender.
Una de las consecuencias derivadas de este hecho ha si
do la atracción no únicamente de turistas, sino de estudian
tes é investigadores del extranjero. Puede ser ilustrativo el
hacer una comparación de las condiciones de hoy con aque
llas que existían cuando yo llegué por primera vez al Perú,
en 1925. En ese entonces, hace diecisiete años, no había un so
lo arqueólogo de Estados Unidos o de Europa en suelo perua
no. 'Max Uhle, el verdadero fundador de la arqueología cientí
fica de la región andina, había salido de Lima para viajar
por Chile y el Ecuador; es un placer recordar que él se en
contraba aquí hasta hace poco, en calidad de invitado de ho
nor. 'Aun antes que él, el suizo Adolfo Bandelier había re
gresado a Estados Unidos. Años más tarde, mi conciuda
dano y colega Philip Ainsworth Means pasó algún tiempo
en el Perú, pero también había emprendido viaje de regre
so. En aquel entonces los arqueólogos llegábamos del ex
tranjero intermitentemente, uno o dos en el lapso de un de
cenio; por contraste, el ario pasado registró la llegada de
cinco o seis de mis compatriotas a vuestras playas hospita
larias, para participar en las investigaciones y excavaciones
que se llevaban a cabo. De no haber sido por la Guerra Mun
dial, este número habría, sin duda, aumentado con la pre
sencia de hombres de ciencia europeos.
— 20/ — ^ y í/íwa-fefí' /

Considero que debe ser de algún interés el mencionar


cómo es que llegaié a enrolarme en este pequeño ejército de
peruanistas, que va creciendo en forma sostenida. Nacido
en Estados Unidos de Norte América y adiestrado allí co
mo antropólogo, fué casi inevitable que mi primer interés se
dirigiera a la raza nativa y a la cultura, en general, del con
tinente norteamericano. Mi aprendizaje fué dedicado a los
esquimales; mi primera investigación en el campo, a los in
dios del valle del 'Mississipi. El destino me llevó luego pei"-
manentemente a California. Llena de restos de tribus primi
tivas de los más diversos lenguajes, e interesante cjuizás so
bre todo por lo muy primitivo de sus costumbres, había sido
desdeñada por los estudiosos de antropología: de modo c^ue
durante años asumí como mi primer deber el preservar pa
ra la posteridad toda la información etnográfica que toda
vía era posible obtener de estos indios. Sin embargo, en for
ma gradual se fué poniendo cada vez más en claro que es
tas tribus de California y de los Estados Unidos formaban
tan sólo un capítulo de un libro, como si dijéramos un frag
mento de la historia del desarrollo de la raza aborigen en
las Américas. México y el Perú eran las regiones en donde
esta raza, en sus muchos siglos de aislamiento precolombi
no, había persistido en desenvolver una civilización. El nor
te y el sur del doble continente eran tan sólo ijeriferias, a
las cuales habían logrado penetrar, en forma disuelta, in
fluencias quebradas procedentes de los progresos alcanza
dos en México y el Perú. La fuente principal de la histo
ria indígena americana se proveía de estos centros más ele
vados. Era únicamente mediante la inclusión de estos oríge
nes principales en el campo de la investigación activa, que
las interpretaciones podrían convertirse en significativas é
integrales. Yo dirigí mi atención a las colecciones que .dax
6
208

Uhle había reunido en el Perú para la Universidad de Cali


fornia, las cuales se encontraban, por fortuna, en ese tiem
po bajo mi cuidado; las analicé tan intensivamente como
me fué posible. "A causa de ello surgió en forma ineludible
el deseo de conocer el país y, también, más muestras de sus
restos, y de participar en forma activa en la prosecución
de su arqueología. Fué así cómo por primera vez vine al Perú;
la emoción del contacto experimentado entonces es ahora
mayor, cuando hay tanto qué aprender.
Básicamente, está bien establecido que la cultura indí
gena del Perú, tanto del Norte como del Sur, y de las regio
nes adyacentes de la Cordillera, es una: es un solo y amplio
desarrollo quizás enteramente autóctono; ciertamente que en
gran parte es así. También se ha puesto en claro que, me
diante orígenes comunes o mediante inter-influencias cuyo
curso exacto no ha podido todavía ser determinado, esta cul
tura andina y aquélla de Guatemala y la parte meridional
de ]\Iéxico poseen relaciones más distantes. La agricultu
ra, la metalurgia, la cerámica, y otras artes industriales ■ la
arquitectura, y las ideas y cultos religiosos son, por \q ¿e-
nos, similares. Como ejemplo, puede ser suficiente citar- el
maíz, tan fundamental para la subsistencia en México y
Perú; la misma fundición del oro y la plata; las mismas es
tructuras piramidales; los mismos sacrificios humanos. Se
podría añadir también la extraña ausencia del hierro, del
arado, de la rueda en todas sus formas, de todos los instru
mentos con cuerdas, que eran de la misma manera descono
cidos en México y el Perú antiguos, así como también en
todas las Américas de la época precolombina.
No obstante, esta gran civilización integral del Perú,
con sus puestos lejanos en Chile, Argentina, Bolma, Ecua-
dor, y quizás Colombia, desarrolló al principio muchas fa
ses provinciales.
— 209 —,

Así que pasaron los siglos, éstas algunas veces se amal


gamaron; en algunas otras ocasiones se diversificaron aún
más, hasta que el cuadro total de los acontecimientos, del de
senvolvimiento cultural, se hizo muy complicado. Esta com
posición intrincada de la historia de los Andes durante tal
vez los dos mil años pasados es tarea que se debe desentra
ñar, primero por el análisis, y luego mediante una re-sin-
tesis. El análisis debe ser exacto y evidencial; la síntesis
auténtica y comprobable. El método analítico emplea el mi
croscopio mental, por asi decirlo; el sintético, hace uso del
telescopio intelectual. Pero ambos deben ser exactos: el aná
lisis en sus observaciones y discernimientos, la síntesis en
sus juicios y apreciaciones. También, ambos deben conten
tarse con ser progresivos, y, por lo tanto, parciales en sus
resultados. Por mucho que nosotros comprendamos hoy día,
la generación próxima, aquella de nuestros discípulos sa
brá más, y, por consiguiente, comprenderá mejor. La solu
ción más sensata que nosotros podemos dar a la mayoría de
nuestros problemas es de soluciones de tanteo, no definiti
vas.

En esta tarea de desenmarañar el pasado, para relatar


lo en una versión comprensible, la arqueología y la historia.
naturalmente, van parejas, mano a mano. Sus propósitos
son idénticos: la comprensión de las corrientes principales
del desarrollo humano tal como ocurrieron en realidad. La
diferencia está únicamente en el material y, por lo tanto,
en las técnicas empleadas. La historia toma primordialraen-
te las palabras escritas en la antigüedad; la arqueología re
coge sus datos de objetos tangibles que superviven física
mente desde el pasado. La ayuda que cada disciplina puede
dar a la otra es tan evidente que no necesita explicación.
Los limites de esta ayuda mutua tienen dos aspectos. Por
210

una parte, la arqueología es de lo más provechosa en la de


terminación de las condiciones generales dentro de un perío
do y un área, y por consiguiente sólo satisface imperfecta
mente el deseo del historiador en lo que se refiere al cono
cimiento de los acontecimientos decisivos, en particular, ir^or
otro lado, en civilizaciones como la andina, que se desarro
lló sin escritura, el registro oral de memoria es demasiado
impermanente para permitirle al historiador penetrar tan re
motamente en el pasado como lo desea el arqueólogo; de mo
do que para los periodos más primitivos, éste debe necesa
riamente perseguir sus investigaciones sólo; asi como pa
ra los períodos más recientes de documentación escrita, el
historiador escasamente necesita la ayuda del arqueólogo.
En el antiguo Egipto, cuya cultura era una que dispo
nía del lenguaje escrito, el hallazgo de inscripciones por los
arqueólogos ha provisto a los historiadores con ama histo
ria, en el sentido completo de la palabra, que se extiende
hasta cinco mil años en el pasado. Nosotros conocemos los
nombres de los reyes, sus fechas y años de gobierno sus
capitales, provincias, victorias y reformas. El antiguo Perú
por contraste, siendo una cultura ignorante de la escritura
aunque en muchos otros respectos no es menos elevada qué
aquella del Egipto, pudo proveer a los primeros cronistas
españoles con tan sólo las memorias oralmente trasmitidas,,
a menudo en conflicto' y confundidas, rara vez completa
mente concordantes, y en ningún caso, probablemente, po
seedoras de una autenticidad genuina más allá de 500 años
antes de la llegada de Pizarro. Para el periodo de los Incas,
la información histórica y arqueológica se complementa la
una con la otra magníficamente. Garcilaso de la Vega y
Machu Picchu son documentos de valor igual. Pero de mu
cho más antes, ¿qué es lo que tienen los cronistas para ofre-
— 211

ceñios? Algunas nienciones sobre el Tiahuanaco, vagas y


no ubicadas en el tiempo; y referencias acerca del Gran Chi-
mú, en la cual las culturas mochica, anterior, y la chimú,
más reciente, se combinan en una asimilación indistinguible,
aunque los periodos fueron quizás tan distintos cultural-
inente como fueron los de Grecia y Roma. De las manifes
taciones, con frecuencia espléndidas, de las culturas de Cha-
vín, Cupisnique, Nazca no hay más que un vestigio de men
ción en las leyendas o tradiciones a disposición de los cro
nistas españoles y de los Incas. Aun las menos grandes, pe
ro sin embargo, características culturas locales de Chancay
y de Ica-Chincha, que florecieron dentro de los tiempos de
los Incas, y que fueron en realidad vistas por los acompa
ñantes de Pizarro, no encuentran —hasta donde yo puedo
recordar— mención alguna en las Crónicas.
De ese modo, es evidente que antes de, digamos, apro
ximadamente 1,300 D.C., la historia y la arqueología del
Perú son como buques que navegan en la misma dirección
pero tan lejos el uno del otro que pvieden comunicarse sola
mente en forma imperfecta; antes del siglo XI de la era cris
tiana el buque de la arqueología se separó, y debe seguir su
curso solo, de la mejor manera que pueda.
Por consiguiente, el problema de la arqueología es in
vestigar en los tiempos más remotos y tánto como sea po
sible, el desarrollo histórico del hombre y sus manifestacio
nes culturales. El método de la arqueología es ese en todas
partes, con ciertas adaptaciones de menor importancia co
mo las que pudieran ser impuestas por la información ca
racterística que se busca en un área dada. Fundamental
mente, parece haber dos requisitos en todo método arqueo
lógico, y éstos guardan relación ontre sí. El primer requi
sito es determinar cuáles son los fenómenos que tienen lu-
— 212 —

gar en forma asociada, o no asociada, y en qué grado. El


segundo requisito es el traducir las relaciones de espacio
de la información en relaciones de tiempo, de modo que el
cuadro descriptivo pueda ser convertido en una narración
ordenada.
El asunto de las asociaciones no es solo fundamental
en el método arqueológico, sino tan simple que algunas ve
ces es hecho tácitamente y aun pasado por alto. Esto quiere
decir que los objetos o cualidades que ocurren conjuntamen
te en el campo, deben haber coexistido no solamente en el
espacio, sino en el tiempo. Luego, aquí nosotros tenemos un
dato irrefutable, objetivo, positivo, de la ciencia. Al contra
rio, si dos clases de objetos, o características de estilo u otro
fenómeno del pasado, ocurren repetidas veces pero jamás en
asociación, su misma disociación es también objetiva, un he
cho científico, aunque negativo. En ocasiones, la situación
es menos regpilar, dado que los fenómenos A y B pueden
ocurrir ya separadamente, ya en asociación; o A puede aso
ciarse con C, y B con C, pero jamás A directamente y sólo
con B. En un caso tal. confrontamos una correlación par
cial. A y B son manifestaciones destacadamente distintas
en su geografía ó historia, pero también contiguas o imbri
cándose mutuamente, o con C.
Las asociaciones y disociaciones logran obtener toda
su genuinidad solamente cuando están determinadas con su
ficiente perfección. Un sitio dado puede haber estado habi
tado continuamente a través de dos ó más períodos; diga
mos, la última época pre-inca y la inca. En ese caso, los obje
tos de la época pre-inca pueden parecer venir asociados con
los del período incaico, mientras sea tratado dicho sitio co-
1^10 unidad indivisible. Pero tan pronto como se haga un dis
cernimiento entre porciones de las ruinas, y casi infalible-


— 213 —

mente tan pronto como una discriminación se haga entre


sus tumbas separadas, las asociaciones deberían producirse
como auténticas, comprobándose que algunas de las tumbas
son del periodo incaico puro, por sus contenidos, y otras, pu
ramente de la época pre-inca. Todo esto es suficientemen
te evidente, y cualquier excavador competente observaría la
distinción. Sin embargo, no sólo es importante que él obser
ve las asociaciones distintivas, sino que las anote y las publi
que ; de otra manera el resto del mundo quedaría necesaria
mente en duda acerca de si la distinción asegurada es me
ramente subjetiva o es comprobable. Si a un extranjero le
es permitido el expresarse con franqueza, la única crítica
del procedimiento de los arqueólogos peruanos, la cual oca
sionalmente puede ser escuchada en Europa y en los Estados
Unidos, no es con respecto a sus conclusiones, sino a que
la información básica, descriptiva, detallada, de ubicación
por ubicación y tumba por tumba, sobre las cuales éstas con
clusiones fueron formuladas, a menudo no está publicada y
es poco accesible al mundo de la ciencia, por lo tanto. Es
cierto que un catálogo o inventario de meros hechos nunca
proporciona una lectura interesante; pero una relación por
menorizada es tan necesaria para que los otros científicos
formen sus propios juicios independientemente, así como
los libros de contabilidad de un negocio son necesarios tanto
para el revisor de cuentas como para los propietarios.
También es, naturalmente, posible errar en el lado o-
puesto, mediante la presentación de una mera anotación de
hechos sin interpretaciones; o el hacer discriminaciones in
necesariamente detalladas. Yo me acuso de culpable de este
último error en algtinos de mis primeros escritos descripti
vos sobre la arqueología del Perú, como aquellos sobre las
colecciones de Uhle procedentes de Chincha é lea. El Dr.

■á
— 214 —

Strong y yo, por ejemplo, al principio reconocimos cinco


periodos:

1) lea intermedio — I
2) lea intermedio — II
3) lea reciente — I
4) lea reciente — II
5) lea.
ií ^ Yo todavía creo que éstos cinco aspectos o asociaciones
representan distinciones reales, pero estoy dispuesto a ad
mitir que estas distinciones se refieren sólo a fases entera
mente transitorias o a diferenciaciones de menor importan
cia. Desde cualquier punto de vista más amplio, comparati
vo, el material en cuestión está probablemente comprendido
en dos períodos significativos, únicamente: primero, lo ciue
el Dr. Strong y yo llamamos mal, lea intermedio, que está
completamente libre de asociaciones del período Cuzco-inca
^: y, por lo tanto, es pre-inca; y segtuido, la clasificación lea
reciente, que contiene asociaciones de la Cuzco-inca en gra
dos variables, y es, por lo fanto, en general, inca en el
, tiempo.
obstante, yo no creo que nuestra super-discrimina-
tenido alguna influencia desafortunada en el pro-
greso de la arqueología peruana, debido a que es muy fácil
-el consolidar las cinco fases dentro de dos períodos verdade
ros, en tanto que, al contrario, es siempre casi imposible el
segregar información que ha sido presentada mezclada o
confundida. Por ejemplo, to-das las colecciones de Uhle que
han sido estudiadas por nosotros sobre este citado caso, son
'f'elafivamente recientes, en el sentido que ellas son induda-
hlemente de la época post-Tiahuanaco. Supongamos que el
Dr. Strong y yo hubiésemos acordado el agrupar todas és-

..♦•V •

.•"iíí- ^ . ■
— 215 —

tas tumbas dentro de una generalización que hubiésemos


llamado meramente "Reciente". En ese caso, la distinción
genuinamente válida, aunque tal vez no de importancia su
prema, entre los sub-períodos pre-inca é incaico, dentro de
la era "Reciente", se habría perdido. Yo mantengo que el
primer deber del arqueólogo es presentar sus descubrimien
tos —con sus asociaciones detalladas— lo más completamen
te a sus colegas de modo que ellos puedan formarse sus pro
pias interpretaciones, o re-interpretaciones, si lo desean. Con
todos los hechos de las asociaciones en un registro público,
se propiciaría que gradualmente se llegase a una unifica
ción en el consenso de la interpretación. Sin un registro
completo, es probable que las conclusiones permanezcan co
mo meras opiniones, tan numerosas como arqueólogos hay
y ninguna realmente substanciable.
Eso en cuanto a las asociaciones. Ahora consideraré la
conversión del espacio en tiempo.
La tarea de traducir las relaciones de espacio en relacio
nes de tiempo —de estructurar las distribuciones dentro de
un orden de sucesión histórica— es de lo más difícil cuan
do las distribuciones son horizontales, y de lo más seguras
cuando son verticales. Una distribución vertical ha llegado
a ser conocida como una estratificación, mediante el présta
mo de un concepto y término geológico. Tanto en geología
como en arqueología, las estratificaciones tienen casi un va
lor final. Ellas tienen de cualquier modo el valor más gran
de posible como determinantes de órdenes reales de sucesión
en comparación con las ilaciones hipotéticas o especulativas.
Este reconocimiento del valor probatorio de la estratifica
ción, conduce no obstante a un peligro: el abuso del méto
do. Este peligro consiste en el reconocimiento prematuro o'ilu
sorio de estratificaciones que en realidad no existen; o en su
7
2IÓ

aceptación como simples cviando en realidad las acumulacio


nes en el campo pueden ser mucho más intrincadas. Breve
mente, las estratificaciones son tan deseables de encontrar,
que la ansiedad para hallarlas puede conducir a que sean
consideradas aun sin suficiente fundamento. Nosotros po
dríamos hablar en tales casos de estratificaciones mentales^
en comparación con las efectuadas en el mismo campo. O po
dríamos expresar la distinción entre estratificaciones con
ceptuales —las cuales son posibilidades no comprobadas—
y la estratificaciones probatorias, que constituyen la mejor
prueba. En los Estados Unidos, nosotros hemos llegado a
reconocer que la mayoría de las estratificaciones comunica
das por aficionados son de éste tipo apresurado, que satis
facen sólo deseos, y que siempre requieren la comprobación
mediante el empleo de la lampa y la observación escrupulo
sa de arqueólogos adiestrados. El hombre de ciencia puede
haber formado la hipótesis de que el orden de sucesión de
tres tipos era L, M, N, y por consiguiente quedaría satisfe
cho si la superposición en el campo muestra el misnio orden
Pero habiendo sido enseñado a observar con sumo cuidado
podrá, si sus observaciones lo requieren, retirar su hipóte
sis de trabajo en favor de otro orden, tal como N M L • ó
como sucede muy a menudo, decidirá que los hechos obser
vados, tomados en su totalidad, son insuficientes," o dema
siado contradictorios, paia permitir el establecimiento se-
^ro de cualquier sucesión.
Los casos de mayor certeza en estratificaciones válidas
son aquellos que resultan de las acumulaciones que nosotros
podemos llamar naturales o accidentales. Esto es, que no
fueron intencionales. Muy frecuentemente, tales estratifi
caciones son el producto de arrojar los desperdicios, la ba
sura de una población establecida, acumulándolos genera-
217

ción tras generación. Y así que la cultura cambió, las capas de


acumulación también cambiaron. Tales depósitos de basura o
muladares suministran ordinariamente muchas piezas quebra
das y fragmentos que resultaron inútiles en su uso. Hermo
sos y completos ejemplares igiiales a los encontrados en las
tumbas o en depósitos intencionales, pueden no ser hallados
en muladares estratificados. Las excavaciones de estos si
tios, por lo consiguiente, requieren una cierta renunciación.
Serán el trabajo del hombre de ciencia en oposición al del
aficionado. El premio de la abnegación, sin embargo, es que
el científico puede salir airoso en la comprobación de la su
cesión real de los tipos que han sido reunidos por el compi-.
lador o el aficionado.
Fuera de los depósitos de basura, las estratificaciones
utilizables son mucho más difíciles de ser encontradas. Un
sepulcro reciente puede haberse entrometido en el terreno
a la proximidad de uno más antiguo, pero a una profun
didad mayor; o una tumba antigua puede haber sido vuel
ta a usar en un tiempo posterior. Un muro reciente podría
haber hundido sus bases a una mayor profundidad que la
de otro adyacente de período remoto, o puede haber vuelto
a emplear partes de material antiguo. Si los muladares no
pudieran ser encontrados, el arqueólogo puede tener que re
currir a las estratificaciones de entierros y estructuras; pe
ro a no ser que la prueba de éstas sea uniforme y dominan
te, es mejor que sea considerado como meramente provisio
nal.
En una nación como el Perú, existe una dificultad más
en el hecho de que los nativos de la época pre-colombina eran
adictos al hábito de levantar estructuras macizas y volumi
nosas, algunas veces completamente de adobe o de pie
dra labrada, pero en otras ocasiones de adobe o de piedra,
2I8 —

que contenía un relleno de tierra. Este relleno de tierra, a


su vez, puede haber sido tomado ocasionalmente de los mu
ladares más antiguos que acontecia encontrarse convenien
temente cercanos a las construcciones subsiguientes, causan
do de esta manera una colocación aparentemente contradic
toria.
Un ejemplo paralelo puede ser citado de la arqueología
de los Estados Unidos. Este incidente ocurrió aún después
de que la sucesión de períodos culturales de los indios pre
históricos Pueblo, de Arizona y Nuevo México, había sido
comprobada con bastante exactitud por las labores coopera
tivas de series completas de arqueólogos y confirmada por
las fechas reales determinadas mediante el examen de los
anillos de los árboles. Una gran acumulación de basura en
la parte nor-occidental de 'Nuevo México estaba siendo ex
cavada cuidadosamente, y extraída en capas, cuando se hi
zo aparente que en este lugar los objetos del tipo más recien
te o del período III se encontraban en la parte más profun
da, debajo de las del tipo II,-y aquellos más antiguos, del ti
po I, a la superficie del muladar.
En la parte del medio de la acumulación de basura, sin
embargo, había una depresión; y ésta depresión finalmente
dió la clave de la contradicción. La población de las ruinas
era grande, y había continuado habitándolas durante varios
siglos. La mayor parte de la basura fué depositada en un
sitio que se encontraba en los extramuros de la población.
Eué en realidad depositada primero en el período I, luego
en el II, y después en el III. Hacia el final del período HE
sin embargo, se decidió construir una kiva nueva y más gran
de (se designa kiva a los templos subterráneos de esta cul
tura). Como ubicación para esta nueva kiva fué escogido
el muladar. Eji la excavación para ésta estructura subterrá-
OIbilotaca
Lima

219 —

nea, los constructores del período reciente III removieron,


naturalmente, primero la parte de encima, la cual se había
acumulado durante el Período III, y la arrojaron afuera.
Cavando más profundamente encontraron la basura del pe
ríodo II, y lanzada también ésta fuera de su yacimiento na
tural, vino a caer encima de la capa reciente del período III,
la cual ya había sido extraída. Finalmente, se encontró la
capa del período más remoto, I; dispusieron de ella de la
misma manera, y así vino a colocarse sobre la superficie.
Cuando, aun más recientemente, la kiva ya excavada fué a-
bandonada y se desplomó por acción del tiempo, el muladar
en su conjunto había tomado el aspecto de una estratifica
ción al revés, lo cual requirió un examen de lo más minucio
so para poder ser explicado.
En un país como el Perú, en donde los antiguos tenían
casi una pasión por las edificaciones, las reedificaciones, y
el traslado de grandes masas de material, las posibilidades
de un incidente parecido a éste deben, naturalmente, preca
verse con un cuidado especial. Asimismo, una exploración
estratificatoria debería remover un volumen bastante consi
derable de suelo, lo cual demanda paciencia, tiempo, traba
jo y dinero; y todo esto sin perspectivas de retribución de
hallazgos de objetos atractivos o hermosos. Estas circuns
rs
tancias explican por qué —como lo señalé hace quince
años— los descubrimientos de estratificaciones genuinas de
importancia, han sido pocos en el Perú. Sin embargo, deben
de continuar siendo la prueba final para desenmarañar el
orden de sucesión en los hechos pre-históricos; y en el por
venir, más y más excavaciones específicamente dirigidas en
las estratificaciones serán emprendidas, sin duda alguna, y
comprobarán ser tan provechosas y significativas como a-
quellas realizadas en otras partes del mundo.
220 —

Sin embargo, el arqueólogo no puede suspender todas


las operaciones hasta que tales investigaciones costosas de
las estratificaciones'hayan sido emprendidas. Tiene a su
disposición una vasta masa de material descubierto y de in
formación sobre la pre-historia del Perú, la cual es su de
seo,— podríamos decir que es su deber— explicar tan apro
piadamente como pueda; provisionalmente, en términos de
probabilidad, si no de certeza demostrada. ¿Cómo proce
derá?
Un método es aquél de las relaciones estilísticas. Es
te método, en sí mismo, no puede obtener una prueba abso
luta, dado que el estilo ineludiblemente contiene un factor
estético y, por lo tanto, subjetivo; pero se puede tener la es-<
peranza de alcanzar una probabilidad razonable. Me agra
daría citar uno o dos ejemplos pequeños, pero concretos.
En las pinturas de decoración en la cerámica de Nazca,
líneas o rayos parten de una cara. Estos rayos toman dos
formas; ó simple, o con el extremo anudado y redondeado,
mediante el replegamiento de uno de los bordes de la franja
sobre el otro. Las dos formas de rayos no ocurren conjun
tamente en la misma vasija y sus asociaciones son diferen
tes. Los rayos simples van pintados en ceramios de dos pi
cos y forma de corazón; los rayos con voluta, en los huacos
cilindricos o achatados. Sin embargo, los rayos simples pro
ceden de animales o monstruos con una sola cara, los rayos
replegados, a menudo de seres con la cara repetida dos o
tres veces. Cada asociación de detalles es consistente; no se
mezclan. Debemos, por lo tanto, sacar la conclusión de que
son expresiones de dos sub-estilos dentro del estilo general
de la cerámica de Nazca. Es de presumir, por consiguiente,
que difieren también en tiempo, dentro del período general
de la cultura Nazca. ¿Cuál de los tratamientos o maneras
221

es la más reciente? Yo exploré durante tres meses en Naz


ca, en 1926, parte del tiempo en colaboración con el Dr.
Tello, y busqué estratificaciones, pero sin encontrar un ca
so siquiera de superposición de uno de estos sub-estilos de
Nazca sobre el otro. Es, pues, necesario recurrir a la pru^
ba indirecta basada en las calidades estilísticas.
'Aunque el rayo con voluta no es una figura compleja,
es, sin embargo, un poco más complejo que el rayo simple.
Uno puede comprenderlo como una modificación o ligera
elaboración de éste; pero el replegamiento del extremo de
un rayo es dificil de concebir como una forma original. Si-
milarmente, un ser humano o un cuerpo de animal con una
serie de dos o tres caras es dificil que sea de una inspiración
original natural; sugiere una repetición, un dibujo de ex
pansión decorativa, derivada de un cuerpo con una sola ca
ra. De modo similar, también, los huacos achatados o cilin
dricos en los cuales hay pintados rayos replegados, indican
la búsqueda experimental de nuevas formas desarrollándo
las en el patrón más original de las vasijas en forma de co
razón. De acuerdo con estos razonamientos podríamos lle
gar a la conclusión, sobre la base de la lógica del desarrollo
estilístico normal, que dentro del periodo de la cultura Naz
ca habían dos fases, la más antigua caracterizada por rayos
simples y un juego de características asociadas; la otra, me-
jT-, diante rayos replegados y otras series de características
estilísticas asociadas. A fin de evitar complicaciones in
necesarias y desviantes, yo designo éstos dos sub-perío-
dos como Nazca A y Nazca B. De igual manera admitO'
que la prueba completa está ausente para determinar la prio
ridad temporal de A sobre B; existe solamente una probabi
lidad razonable. Si una estratificación real contraria fuese
descubierta, o un mejor arreglo de las asociaciones estilisti-
TT'T^U*-

í.

222

cas fuese reunido, yo tendría— por integ-ridad intelectual—


que abandonar la hipótesis de que A era de una época ante
rior a B.
Un razonamiento similar puede ser aplicado a otro ele
mento de dibujo; el signo escalonado, ampliamente extendi
do en el Perú, tanto en su forma simple como en combina
ción con la greca. En la cerámica de Nazca, este signo es
calonado invariablemente tiene su forma normal, en liuacos
que llevan también el rayo simple u otros elementos del sub-
estilo A. Si, no obstante, las otras características de un hua-
00 señalan al sub-estilo B, el signo escalonado es variado,
apareciendo las líneas delanteras de cada escalón, proyec
tándose más allá del nivel del mismo. Ahora bien, nadie que
primero se represente el símbolo de las terrazas o de una
escalera, pensaría de llevar así las líneas verticales dentro
del interior de la figura, en donde no tienen significación.
Esta prolongación es, evidentemente, el resultado de un im
pulso estilístico hacia la novedad, la variación o, quizás, eje
cución apresurada, la cual difícilmente pudo surgir hasta
que el estilo escalonado regular estuvo bien establecido co
mo un diseño patrón. De nuevo, la lógica del estilo indica
con toda probabilidad que una forma fué anterior, y la otra
más reciente; mejor todavía si consideramos que el escalo
nado regular es la única forma encontrada en asociación
con el rayo simple, y la línea prolongada de los escalonados
está asociada en los mismos huacos con uno ó más elemen
tos del complejo de rayos plegados: las dos inducciones esti
lísticas se refuerzan mutuamente.
Algunas veces tales inferencias se conducen aun a tra
vés de varias culturas. Hace mucho que ha sido notado que
el relieve de la famosa piedra Raimondi, de Chavín, mues
tra no solamente las caras múltiples, sino también los ra-
223

yos replegados del estilo Nazca B. Esto es notable en vista


de la distancia que separa Chavín, en el interior septentrio
nal, de Nazca, en la costa meridional. Sería demasiado in
sistir sobre la exactitud de la contemporaneidad, pero hubo
sin duda un interinfluencia, la cual a su vez presupone una
ceñida vinculación en el tiempo. Si el estilo de la piedra Rai-
nioiidi ha influenciado a la cerámica Nazca B, o si, inver
samente, la cerámica de Nazca ha influenciado a Chavín,
yo no podría decirlo, porque tales evidencias pueden a me
nudo ser leídas o explicadas de dos maneras. A pesar de
todo, el parecido y la conexión significaría que Nazca A
era presumiblemente anterior al estilo de la piedra Rai-
niondi; si nuestro razonamiento es acertado, JMazca A ante
cede a Nazca B.
¿Quiere esto decir que la cultura de Nazca en general
es anterior a la de Chavín? De ninguna manera. El ar
te escultural de Chavín en general es ejecutado de mane
ra diferente al del monolito Raimondi; es monumental, ma
cizo, trata con otros temas, carece de cabezas múltiples, no
tiene rayos replegados. En resumen, la piedra Raimondi,
aunque fué encontrada en Chavín, es única; no pertenece
realmente al estilo propiamente dicho de Chavín, que yo ha
ce tiempo designé arbitrariamente como Chavín M, mien
tras que designé la piedra de Raimondi como Chavín N.
Entre las culturas de Chavín en total y las de Nazca
también en total, la cuestión de prioridad en tiempos, está
todavía abierta y sin resolver. De todos modos, se puede
responder a ella sobre la base de otras pruebas. Todo lo que
afirmo es que la cultura Nazca de la forma A parece ser
anterior a la cultura Chavín del excepcional tipo de la pie
dra Raimondi.
Confío que esta incursión en minuciosidades me8 será
. — 224 —

perdonada. He citado los detalles porque ilustran el princi


pio de que algunas veces, mediante la reducción del foco de
atención hacia los elementos pequeños, que en sí son trivia
les interpretaciones, aunque limitadas y especiales, pueden
servir como pistas para encaminar hacia interpretaciones
más amplias y generales. En la ciencia, ninguna pieza de
prueba es demasiado pequeña para ser puesta de lado, siem
pre que sea pertinente y su autenticidad confirmable.
Con el mismo espíritu, me agradaría presentar itn ar
gumento en favor del valor frecuentemente significativo de
lo que puede ser llamado la localidad reducida, con un dado
estilo puro, a saber, las ruinas, el muladar, o el cementerio
abandonados por una pequeña población que ocupaba un de
terminado lugar solo durante un período corto. Tales res
tos, es probable que sean estilísticamente puros. El mate
rial obtenido en ellos, sería, por consiguiente, usado co
mo una piedra de toque para segregar las fases que tuvieron
lugar dentro del material obtenido de sitios más amplios,
cuyas poblaciones pudieran haberse mezclado étnicamente,
o pudieran haber tenido vastas relaciones comerciales, o pu
dieran haber persistido a través de varias etapas en la evo
lución de su cultura. Es en localidades amplias —como Pa-
chacámac —en donde se ha dejado por lo general ruinas monu
mentales, cementerios ricos, y de donde colecciones esplén
didas provienen. Pero su historia es demasiado complicada
para proporcionar una comprensión fácil o segura. La loca
lidad amplia demanda explicación; la localidad pequeña pue
de ayudar a darla.
iPermítanme un ejemplo más.
Hace cuarenta años, Max Uhle definió como resultado
de sus excavaciones en Chincha é lea, dos culturas estre
chamente relacionadas, o dos variantes locales de una cul-
— 225 ^

tura, la cual llamaremos la civilización Chincha-Ica. Yendo


aguas abajo a lo largo del río lea, hacia el oasis de Ocuca-
je, él encontró allí otra vez restos del tipo Chincha-Ica, pe
ro cerca de ellos, en pequeños cementerios separados, halló
un tipo diferente, que ahora llamamos la cultura Nazca.
Esta fué la primera vez que un arqueólogo había descubier
to esta cultura Nazca in sifii; anteriormente ésta había sido
conocida sólo por algunos huaqueros. Uhle obtuvo de Ocu-
caje únicamente unas sesenta u ochenta piezas de cerá
mica de tipo Nazca. Cuando subsiguientemente se encaminó
todavía más hacia el Sur y entró al Valle de Nazca, encon
tró una abundancia mayor de material de la cultura Nazca.
Pero este material era más diverso; y la separación de sus
constituyentes culturales podría haber sido difícil de llevar
a cabo de no haber sido por los hallazgos en el pequeño ya
cimiento de Ocucaje. Estos restos, siendo estilísticamente
puros a causa de lo pequeño del área de su ubicación, perte
necían todos a lo que yo llamo estilo Nazca A. Fué, en con
secuencia, un asunto simple el separar de la más grande y
mezclada colección del Valle de Nazca, todo aquello que se
parecía al estilo Nazca de Ocucaje, y el residuo, con ex
cepción de algunas formas transicionales, fué la variante
relacionada a la cual yo doy el nombre de estilo B. En re
sumen, el material de Nazca que primero llegó a nuestros
museos fué una mezcla mecánica de A y B, como casi siem
pre pasa cuando las colecciones provienen de huaqueros; pe
ro el afortunado descubrimiento de Uhle del estilo puro A
en su sitio reducido en Ocucaje, permitió el aislamiento de
B. Nosotros podríamos casi expresar matemáticamente el
procedimiento para la determinación: (A+B) — A — B.
Finalmente, quisiera suplicar que no se permitiese que
las disputas sobre nomenclatura interrumpiesen el progreso
— 220 —

de la investigación arqueológica. Las diferencias de hecho


deben ser reconocidas, y las diferencias de interpretación
son legítimas. Pero la diferencia de nombre debería ser mu
tuamente respetada. Lo que yo he llamado Nazca B, el Dr.
Tello ahora lo llama Chanca, sin duda por tener buenas y
suficientes razones. Yo probablemente continuaré llamán
dola la cultura B y le reconozco a él completo derecho a lla
marla Chanca, y recíprocamente; lo importante es que no
sotros sepamos que queremos decir lo mismo. Las genera
ciones de arqueólogos del porvenir decidirán cuál de los dos
apelativos preferirán usar, o si es que emplearán una terce
ra denominación. De modo similar sucede con lo cpe el Sr.
Larco llama Cupisnique y el Dr. Tello Chavín, que con to
da certeza es lo mismo; en la región Mochica o los hallaz
gos recientes en Octicaje, los cuales bien sean llamados de
la cultura Octicaje o denominados como de la cultura Para
cas-cavernas, siempre permanecerán siendo notablemente lo
mismo.
La preferencia de una nomenclatura sobre otra, siem
pre que ella no sea por entero personalizada, es probable
mente debida a implicaciones de interpretación, de lo cual
los nombres escogidos son sugestivos. Es conveniente recor
dar, no obstante, que en toda ciencia las generalizaciones
teóricas son transitorias. Mueren a su tiempo, o son modifi
cadas hasta quedar irreconocibles, o quizás persisten, aunque
solo después de haber sido cargadas con nueva significa
ción. Lo único que es permanente en arqueología, como en
otras ciencias es el cuerpo de hechos organizados y relacio
nados que gradualmente se acumula, lo cual es el producto
nó de un trabajador, sino de un número indefinido de cola
boradores que se esfuerzan hacia la consecución de los mis
mos fines.

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