PR 1023

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Bazán, Armando R.

La Rioja en la época de la
Independencia

Trabajos y Comunicaciones
1966, vol. 15, p. 55-74

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Cita sugerida:
Bazán, A. R (1966) La Rioja en la época de la Independencia. Trabajos
y Comunicaciones, 15, 55-74. En Memoria Académica. Disponible en:
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LA RIOJA EN LA EPOCA DE LA INDEPENDENCIA

l. EL PROBLEMA HEURISTICO

Todavía no conDcemDS la histDria de 'La RiDja durante la época co-,


lDnial. Los contados estudios que existen referidDs al tema so.n apenas
un registro de datos, a veces inconexos, que no llegan a satisfacer las exi­
gencias de una verdadera crónica. El Bosquejo Hist6rico de MARCELIND
REYES trata muy superficialmente a dicho. períDdo., como que le dedica
diez páginas en un volumen de casi trescientas. La clásica Historia de los
Gobernadores, de ANTONIO ZINNY, transcribe por tDda noticia el acta de
la fundación de la ciudad hecha por Juan Ramírez de Velazco. Hay que
mencionar también las Tradiciones Riojanas, Dbra de CARMELD V. VALDÉS,
estampas históricas que contienen ciertas referencias útiles para comprende~
el clima social de la época. Mayor riqueza de datDs encontramos en la
documentación publicada por la J UNTA DE HISTDRIA y LETRAS DE LA
RIOJA en su Revista, y, sobre todo.. en el valioso libro Toponimia Riojana,
escrito por DARDo. DE LA VEGA DÍAz, rica cantera para las cuestiones' de
índo.le social y eCDnómica.
Otras veces, la infDrmación está invDlucrada en contenidos historio­
gráficos más VastDS destinados a enfocar los hechos de toda la Goberna­
ción del Tucumán. Así aCDntece con la obra de los crDnistas, especialmente
con el libro delP. Lozano., el más pródigo en información sobre la materia.
No mejora mucho. nuestro conocimiento. sobre los añDS iniciales de
la Revolución, especialmente el período. 1810 - 1815. La primera nDticia
fue dada por Sarmiento cuando. en el capítulo. segundó de su Facundo quiso
I"xplicar las condicio.nes sociales que generaron ~a aparición del caudillo
en la historia riojana. La Dbra de Zinny agregó algunos datos que no
pasan de ser un catálogo de nombre y de fechas. Muy escueta es la ex­
posición de Marcelino Reyes, mientras que la mo.nografía sobre La Rioja
(1810 -1862), publicada por DARDO DE LA VEGA DÍAZ en la Historia de
la Naci6n, Argentina (vol. X) escasamente dedica a los años iniciales del
proceso revoluciDnariD cortos renglones. Util para comprender ciertos en­
tretelones de la política riojana de ese mo.mentD es la documentación agre­
gada por AMÉRICD A. TONDA, en su biografía de Castro Barros (1949).
Pisamos terreno. más firme a partir de 1815. En 1943, de la Vega
Díaz hizo conocer su monDgrafía Separaci6n de La Rioja, dDnde analiza
CDn detenimiento, el proceso po.lítico desde la intentona separatista de
1815, hasta la autonomía definitiva del 1Q de Marzo de 1820, prohijada
por el partido de los Ocampo. PDr su parte, RICARDO CAILLET BoIS al

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ARMANDO RAVL BAZÁN

publicar el Archivo del Brigadier General Juan Facundo Quiroga, produjo


un excelente estudio introductorio que amplía el panorama político con
noticias económicas y sociales, subrayando de paso la contribución de La
Rioja a la causa emancipadora. Casi enseguida, CARLOS SEGRETI hizo co­
nocer un interesante trabajo sobre La Independencia de La Rioja en 1820,
utilizando como fuente papeles del ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA. El
mismo apareció en el Boletín del Instituto de Historia Argentina 'Dr. Emi­
lio Ravignani".
Por lo dicho, puestos en el desempeño de mejorar en lo posible la
imagen histórica de La Rioja, en las postrimerías de la colonia y años
iniciales de la Revolución, ha sido menester compaginar esos diversos tes­
timonios enriqueciéndolos con una pesquisa en los archivos cordobeses.
Para orientar nuestra labor hemos contado con el valioso asesoramiento
del Dr. Arturo G. de Lazcano Colodrero, director del ARCHIVO HISTÓRICO
DEoóRDOBA, Y con la eficaz ayuda del señor Alejandro Moyano Aliaga.
Con ambos comprometemos aquí nuestra gratitud.
Gracias a esa colaboración hemos podido conocer el Padrón de los
Curatos Riojanos que mandó levantar en 1795 el Obispo de Córdoba, Dr.
Angel Mariano Moscoso. Dicho relevamiento, conservado en el ARCHIVO
DEL ARZOBISPADO, contiene la nómina de. la población indicando condi­
ción social, filiación étnica, edad y estado civil, y número de componentes
de cada familia. Tales datos pueden ser cotejados con las cifras del censo
que en 1814 ejecutó por orden superior el teniente de gobernador Fran­ 1,
,¡.
cisco Javier de Brizuela y Doria, el cual manejaron a su tumo tanto Martín 1,
de Moussy como Antonio Zinny, pero cuyo. original no hemos podido
encontrar.
Con los elementos de juicio reunidos trataremos ahora de 'diseñar el
estado de La Rioja en el momento previo a la Revolución y el proceso
político que en ella hubo entre 1810 y 1815.

n. ESTADO DE LA RIO]A AL FINALIZAR EL PERIODO COLONIAL

Desde el punto de vista político-administrativo La Rioja era en 1810


distrito subordinado a la Gobernación Intendencia de Córdoba. La auto­
ridad local residía en el Comandante de Armas, en un subdelegado de la
Real Hacienda y en el Cabildo.
Pueblo de fisonomía esencialmente rural tenía solamente un centro
urbano, la Capital, cuyo aspecto fue, definido por Sobremonte en forma
concisa y gráfica: "pueblo pobre y corto, pues contiene sólo dos Inil dos­
cientos ochenta y siete almas ... ; ... la fábrica de las casas es misera­
ble ... " (1). Esa población que le asignaba el marqués en 1785 com­
prendía seguramente a la gente de la vasta campiña circundante, radicada

(1) Citado por RICARDO CAILLET-BoIS, en Archivo del Brigadier General Juan
Facundo Quiroga, tomo 1 _ Introducción. Ed. Instituto de Historia Argentina
"Dr. Emilio Ravignani".

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LA RIOJA EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

en las estancias y lugares donde vertientes y aguadas pennitían la existen­


cia de pequeñas explotaciones rurales. Tudcún y San Cristóbal, Ampiza, el
Estanque, Carrizal y Amilgancho son los nombres que designaban a esas
minúsculas comunidades.
Testimonios de época más tardía confinnan la descripción hecha por
el Gobernador Intendente de Córdoba a fines del siglo XVIII. Refirién­
dose a la ciudad donde él vivió a mediados del siglo pasado, un riojano
ilustre como Salvador de la Colina nos dice que era "una aldea miserable"
con edificios de barro y en donde por excepción se veían algunos tejados 2).
Agregaremos nosotros que, en 1795, el padrón levantado por el cura inte­
rino y vicario foráneo José Gabriel Ocampo, indica que en toda la ex­
tensión del Curato Rectoral vivían 2.941 almas, computando a españoles,
criollos, indios y esclavos (3).
El trazado que le diera su fundador, nueve cuadras cuadradas, resul­
taba demasiado ambicioso si se considera la extensión efectiva de la edifi­
cación. Las casas se levantaban en medio de amplios solares, con huertos
y jardines interiores, donde dominaba una magnífica vegetación de naran­
jos; nota de verdor que consolaba un poco de la traza humilde de las
viviendas (4).
La ciudad tenía varios templos: la Iglesia Matriz, en estado ruinoso
hacia 1810, motivo que decidió al vicario foráneo Dr. Pedro Ignacio de
Castro Barros a emprender la construcción de un nuevo templo; la Mer­
ced, San Francisco y Santo Domingo. Esta iglesia era el mejor edificio
con que contaba La Rioja. Construido de piedra durante el siglo XVIII,
es actualmente el único vestigio arquitectónico de aquella aldea colonial.
El territorio riojano comprendía otras jurisdicciones políticas y ecle­
siásticas. Respecto de lo primero existían los Partidos de Famatina, Guan­
dacol, Arauco y Los Llanos, cuyos límites correspondían respectivamente
a los Curatos de Anguinan, Guandacol, San Blás de Los Sauces y Los
Llanos. Los dos primeros hallábanse en el Oeste, región de fisonomía
montañosa, donde estaban los más ricos predios rurales, las "tierras de
panllevar" y las minas de plata y oro del Famatina. La región abarcaba
los valles altos de la Pre-cordillera: Famatina, situado sobre la vertiente
oriental del cerro del mismo nombre; Guandacol y Vinchina sobre el lado
occidental. Más allá se alzaban las primeras estribaciones de la Cordillera
de Los Andes.
El principal género de vida de :esta zona era la agricultura: trigo y
pasturas en Guandacol y Vinchina; viñedos, citrus y algodón en Famatina.

(2) SALVADOR DE LA COLINA: Cr6nicas Riojanas y Catamarqueñas, Bs. As.


1920, pág. 146 y sigo
(3) ARCHIVO DEL ARZOBISPADO DE CÓRDOBA, Legajo n 9 20, Matrículas y Pa­
drones - año 1781-1800, tomo 1.
(4) El P. Vázquez de Espinosa fue el primero en señalar, a comienzos del
siglo XVII, la grata impresión que le causaron los naranjales de La Rioja. Esa
característica subsistió durante mucho tiempo y fue también registrada hacia 1860
por MARTÍN DE Moussy en su útil y precisa "Descripti6n Géographique et Statis­
tique de la Confédération Argentine", III, 390-391.

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ARMANDO RAÚL BAzÁN

Otra actividad importante era la minería pese a los métodos rudimenta­


rios utilizados para el laboreo de las minas. La mayoría de los empresarios
eran españoles, quienes, durante la época de la emancipación, fueron gra­
vados con fuertes contribuciones en metálico.
Antes de la Revolución el comercio con Chile era activo y próspero,
especialmente con Copiapó y Huasco. Harina, vinos y aguardientes, ha­
cienda en pie constituían la base del intercámbio.
El Oeste era la región de los señoríos feudales, constituidos en las
tierras dadas en merced real durante la Colonia. Allí trabajaban los indios
tributarios de los pueblos de Vichigasta, Anguinan, Campana, Pituíl, Anti­
naco, Chañar Muyo, MaIligasta, entre otros. Hacia 1810, la decadencia
de esas comunidades era evidente, debido a un proceso iniciado mucho
antes que no era privativo de La Rioja, pues afectaba por igual a toda
la región .del Tucumán. Cuando los brazos indígenas comenzaron a esca­
sear fue preciso introducir negros esclavos para atender las faenas rurales
y domésticas. Esa participación creciente del negro en la población riojana
está atestiguada por el censo de 1814. Sobre un total de 14.092 habitantes
había 5.017 negros libertos y 1.076 esclavos (5). En esa misma fecha el
número de indios era de 3.178, mientras que veinte años antes, en 1795,
rolamente la comprensión del Curato de Anguinan albergaba a 1.052 na­
turales (6). Por lo que toca Guandacol, en 1805 había allí 950 indios, lo
cual revela que en esos parajes la persistencia del elemento indígena era
mayor que en el resto del territorio comparativamente hablando. La po­
blación blanca alcanzaba a menos de la mitad, con 443 individuos.
El Partido de Arauco comprendía la parte Nor-oeste de La Rioja,
abarcaba a los actuales Departamentos de Castro Barros, Arauco, y San
Blás de los Sauces. En el orden eclesiástico la comarca dependía del Cu­
rato de San Blás de los Sauces y hasta fines del siguo XVIII involucraba
también las tierras catamarqueñas de Tinogasta. Hacia 1807 el padrón
de este Curato da una población de 3:892 individuos, 1.902 varones y
1.990 mujeres. La población blanca, españoles y criollos, tenía su asiento
en Castro Barros y Arauco. Las familias principales eran los Villafañe y
De la Fuente. La primera con estancia en Aminga; la segunda establecida
en Pinchas, aunque miembros de la misma figuraban también en otras
estancias de Castro Barros y en el pueblo de Arauco. Este era el más
importante de la región y allí tenía su sede el Curato. En la época existían
todavía varios pueblos indígenas con población bastante considerable: Aimo­
gasta, con 191 personas; Machigasta, situado a media legua del anterior,
donde vivían 26 familias con 206 individuos; el Pantano, fundado en
1633 por Gerónimo Luis de Cabrera, quien allí redujo a los indios del
Campo de Palcipas;. San BIas de los Sauces, el más importante y sin duda
el que mejor conservaba la fisonomía de esas comunidades autóctonas.
Ocupaba la mayor parte del antiguamente llamado "Valle Vicioso" (feráz,

(5) MARTÍN DE Moussy, op. cit., pág. 399. ZINNY, 111, pág. 367.
(6) ARCHIVO DEL ARZOBISPADO DE CÓRDOBA, Legajo n" 20, tomo 1.

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LA RIO J A EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

fértil). Allí la población estaba diseminada a lo largo de todo el Río de


los Sauces, en pequeños núcleos dedicados a las labores agrícolas. El pa­
drón de 1807-8 dado a conocer por Boman señala la presencia en Los
Sauces de 669 indígenas repartidos en 74 familias (1).
Los Llanos eran tierra de pastores, hombres libres la mayoría, aque­
renciados en las rústicas estancias de la zona y colocados bajo el amparo
material y moral de sus patrones, en algunos de los cuales palpita:ba ya
la levadura del caudillo~C()mprendía toda la' parte Sud, S. E. de la pro­
vincia, limítrofe con Córdoba, San Luis y San Juan. País donde las tra­
vesías arenosaS y salinas alternaban con el monte virgen de algarrobos,
quebrachos, talas y jarillas. En medio de esa llanura, donde la aridez era
la nota dominante, se alza la Sierra de Los Llanos que diseña con sus
cordones extendidos de Norte a Sud, la Costa Alta y la Costa Baja. Algunas
vertientes y aguadas recostadas sobre la montaña dan al paisaje minúsculos
manchones de humedad donde se agrupaban las más importantes concen­
traciones demográficas. Hacia fines del siglo XVIII el pueblo más signifi­
cativo era Tama, asiento de la parroquia, que contaba con 46 familias
según lo consigna el padrón de 1795 (8). Los habitantes de este vastísimo
Curato que actualmente se halla dividido en 7 departamentos eran 3.568
individuos, con menor representatividaddel elemento indígena y negro
que en las otras zonas de la provincia.
La Ciudad, el Oeste y Los Llanos eran regiones de diversas condicio­
nes antropogeográficas. Cada una de ellas tipificaba un hábitat de carac­
terísticas peculiares, una relación especial del hombre con el paisaje, una
modalidad de vida. La Ciudad era. la sede de los negocios públicos. A
despecho de su traza de barro ella albergaba a gentes linajudas y de noble
ejecutoria. Familias antiguas y tituladas: los Luna, Villafañe, Gordillo,
del Moral, Carreño, de la Colina, constituían el sector culto y acomodado
del vecindario. De esa élite salieron tenientes de gobernadores y cabildan­
tes, cuando la Colonia, y más tarde, en el período independiente, gober­
nadores, ministros. y diputados. A estas casas pertenecían también la ma­
yoría de los iniembros del clero riojano,. bastante numeroso si se considera
la cantidad de la feligresía urbana (~) .
. La. base económica de esta gente provenía de las estancias y fincas
que poseía en distintas zonas, pero principalmente en Famatina y Arauco,
trabajadas por criados:, indios y esclavos. Ejemplifica bien esta situación
el caso de don Fabián Gómez,' quien, en 1795, tenía casa en la Ciudad
aonde vivía con su familia y servidumbre, figurando en ésta 18 esclavos.
J>ero al mismo tiempo era propietario de una estancia en Guaco, donde

(7) ERIC BoMAN: Estudios Arqueol6gicos Riojanos, sexta parte: Pueblos de


Indios del Antiguo .Curato de San BIas de los Sauces. Anales del Museo Nacional
de Historia Natural "Bernardino Rivadavia", tomo XXXV (1927-1932).
(8) ARCHIVO DEL ARZOBISPADO DE CÓRDOBA, Legajo n· 20, tomo 1.
(9) ARCHIVO DEL ARZOBISPADO DE CÓRDOBA, Legajo n· 20, tomo 1. Contiene
una nómina de los Curatos, curas y clérigos que había en la Ciudad de La Rioja
en 1809.

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ARMANDO RAÚL BAZÁN

trabajaban 8 esclavos y 21 agregados. Sabiendo que en esa época un


esclavo sano y joven se cotizaba en 280 pesos plata sellada, cabe inferir que
el patrimonio de este hombre era realmente importante. En situaci6n pa­
recida encontrábanse otros vecinos de la Ciudad, entre ellos don Nicolás
Villafañe, propietario de una estancia en San Nicolás (Famatina), don
Inocencio Gordillo, dueño de Nonogasta. Y varios otros (10).

III.LA SOCIEDAD RIOJANA

Para comprender el proceso político vivido por La Rioja a partir de


la Revoluci6n, es preciso mostrar la estructura social imperante en ese
momento. Sarmiento fue el primero que ensay6 una explicaci6n de tipo
gentilicio cuando dijo en su Facundo que "las querellas de Qcampos y
Dávilas forman toda la historia culta de La Rioja". Desarrollando esa
tésis, manifestaba que:

"de estas dos familias han salido una multitud de hombres notables en las armas,
en el foro y en la industria, porque Dávilas y Ocampos trataron siempre de sobre­
ponerse por todos los medios de valer que tiene consagrados la civilizaci6n".

El autor basaba su explicaci6n en los hechos del pasado inmediato,


conocidos por él a través del testimonio oral. A más de 100 años de dis­
tancia, es evidente que se requiere el aporte de otros antecedentes para
clarificar mejor el panorama político - social.
En una sociedad de tipo feudal como ésta, la influencia de la aristo­
cracia de la tierra resulta evidente. Formaban dicha clase los descen­
dientes de los antiguos españoles que protagonizaron el proceso de la con­
quista y colonizaci6n del Tucumán. Fueron ellos los beneficiarios del
reparto de la tierra hecho por el Rey y los funcionarios de la Corona
según el régimen de las mercedes. Pero como "las Indias sin indios no
eran Indias", obtuvieron junto con la tierra los brazos necesarios para
trabajarla con los repartimientos o encomiendas. Así aseguraron el sus­
tento de su casa y descendencia y hubo muchas familias que consiguieron
amasar una s6lida fortuna. Linajes prestigiosos y antiguos, acaudalados,
concentraron también en sus manos el poder político del cual se sentían
destinatarios naturales. Para favorecer su apetencia, de mando contaban'
con el apoyo de su clientela: arrendatarios, peones y agregados, cuya
fuerza hacían jugar en ciertas circunstancias políticas decisivas. De ello
hay abundantes testimonios.
¿ Cuáles eran estas familias? Los Dávila se hallaban representados
por Francisco Javier de Brizuela y Doria, señor del Mayorazgo de Saño­
gasta, instituido en 1663 por el general Pedro Nicolás de Brizuela y su
esposa Mariana Doria (11). Descendía en línea directa del capitán Balta­
zar de Avila Barrionuevo, natural de Toledo, que figur6 entre los funda­

(10) ¡bid.
(11) DARDO DE LA VEGA DfAz: Toponimia Riojana, pág. 282.

60
LA RIOJA EN LA ÉpOCA DE LA INDEPENDENCIA

dores de La Rioja con Juan Ramírez de Velazco. La posesión del mayo­


razgo o "vínculo" le venía por herencia de su madre, Petrona de Brizuela
y Doria, y como el usufructo imponía el uso del apellido de sus fundadores
cambió su apellido Dávila por el de Brizuela y Doria (12). Estaba casado
con doña Rosa del Moral y era cabeza de un poderoso partido donde
militaban sus hermanos, sus parientes y sus hijos: Ramón, destinado a
sucederle en el señorío; Nicolás, cabildante y luego gobernador de La Rioja,
y Miguel, que habría de morir peleando contra Quiroga en la batalla de
El Puesto (marzo de 1823).
En 1795 lo vemos residiendo con su familia en la estancia de Saño­
gasta. Años después, producida la Revolución, llegaría a desempeñar im­
portantes cargos: miembro de la Junta Subordinada en 1811, teniente de
gobernador en 1814-15, hasta que las circunstancias indicaron la conve­
niencia de transferir esas funciones a su hijo Ramón Brizuela y Doria.
Adversarios irreconciliables de los Dávila fueron los Ocampo y los
Villafañe, linajes ambos emparentados por matrimonios diversos a lo largo
de varias generaciones. Los Ocampo u Ortiz de Ocampo, apellido que
usaron hasta la época de la Revolución, figuraban entre los principales
abolengos riojanos. Si bien por línea paterna esta casa era relativamente
nueva dado que aparece recién en la primera mitad del siglo XVIII, ella
había heredado los títulos y el patrimonio de los Bazán de Pedraza, en
virtud del matrimonio de Andrés Ortiz de Ocampo, natural de Sevilla,
con Mariana Bazán de Tejeda, hija del Gobernador del Paraguay Juan
Gregono Bazán (IV). Este descendía del Conquistador del mismo nombre
entrado al Tucumán con Núñez de Prado, que llegó a ocupar interina­
mente la gobernación en reemplazo de su primo Francisco de Aguirre (13).
Los Ocampo compoñían una larga y prestigiosa familia cuyos miem­
bros tuvieron descollante actuación desde la época de las Invasiones In­
glesas. Andrés Ortiz de Ocampo y Bazán -hijo del anterior-, tuvo de
su matrimonio con María Aurelia Villafañe Dávila ocho hijos varones
y cuatro mujeres. Figura prominente entre ellos fue el General Francisco
Antonio Ortiz de Ocampo que ocupó honrosos destinos públicos. Jefe del
Regimiento de Arribeños, jefe de la Expedición Auxiliar al Alto Perú, Pre­
sidente de Charcas, Gobernador Intendente de Córdoba, y por último,
el primero de los gobernadores que tuvo La Rioja cuando fundó su auto­
nomía en 1820. De sus hermanos corresponde mencionar a Domingo,
Comandante de Armas de La Rioja por nombramiento de la Primera
Junta, Presidente de la Junta Subordinada en 1811, y Teniente de Go­
bernador de Catamarca, cuando el Triunvirato resolvió crear dicho cargo
a comienzos de 1812. Otros abrazaron la carrera sacerdotal. En 1795
vemos figurar a uno de ellos, José Gabriel., en calidad de Cura Rector
de La Rioja. Tenía entonces 27 años. Fue autor de un poema dedicado

(12) La genealogía de la familia Dávila nos ha sido gentilmente proporcionada


por el Dr. Arturo G. de Lazcano Colodrero.
(13) LUIS G. MARTÍNEZ VILLADA: Los Batán, C6rdoba, 1940, págs. 52-53.

61
ARMANDO RAÚL BAZÁN

a Liniers y a los héroes de la Reconquista, publicado en 1807 por la Im­


prenta de Niños Expósitos. Mayor que él era José Nicolás, nacido en
1760, quien desempeñó durante muchos años el Curato de Anguinán y
llegó a ser Provisor del Obispado de Córdoba, donde falleció en 1814 cuan­
do su hermano Francisco ocupaba la Gobernación Intendencia (14).
Hemos nombrado ya a los Villafañe, otra de las familias patricias y
fuertes que había en La Rioja. Como acontecía con las anteriores su
poderío radicaba en el número y cohesión de sus miembros, en las rami­
ficaciones de una vasta parentela cimentada en la sangre y en la riqueza
y figuración de sus individuos más caracterizados. Ninguno alcanzó la
proyección nacional como sucedió con los Ocampo, su ejecutoria fue ma­
yormente local pero hubo oportunidades en que demostraron influencia
decisiva en la política lugareña, Por la actuación que tuvieron en el pro­
ceso de la independencia riojana conviene presentar a algunos de sus
miembros. Cabeza de esta familia era Domingo Villafañe, miembro de
la Junta Subordinada de 1811, dirigente del motín que el 15 de abril de
1816 que derrocó a Ramón Brizuela y Doria del gobierno, colocando a él
en su lugar. Francisco, autor material de la revolución producida el 24
de enero de 1820 que destituyó al Teniente de Gobernador Gregorio José
González contando con el apoyo de francisco Ortiz de Ocampo. Hubo
también' varios sacerdotes en esta casa: el Dr. Juan de Dios Villafañe,
que fue destacado como diputado de su facción ante el Congreso de Tu­
cumán juntamente con otro clérigo, el Dr. Pedro Antonio de la Colina,
para impugnar la designación de Castro Barros y abogar en favor del
movimiento que volteó a los Dávila del poder; el Mro. José Nicolás, que
aparece comprometido con la gente de su linaje en algunas de las fre­
cuentes tormentas políticas que sacudieron el ambiente nativo; y final­
mente el Mro. Juan Gregorio Villafañe.
No eran estos todos los clanes riojanos. Había otras familias antiguas,
notorias y ricas a quienes vemos alinearse en las contiendas locales con
las facciones de los Dávila, Ocampo y Villafañe. Tales embanderamientos
no obedecían tanto a motivos ideológicos como a situaciones de parentesco
que creaban ataduras y compromisos, fenómeno claramente perceptible
cuando se estudia la raíz social de los sucesos riojanos ocurridos desde la
Revolución de Mayo hasta la irrupción de la Campaña Pastora dirigida
por Juan Facundo Quiroga. Los Dávila tenían como aliados a los Gor­
dillo, del Moral y Castro. Sus antagonistas contaban con el apoyo de los
Carreños, Colina, Luna y de la Vega.
El cuadro social riojano indica también la presencia de otro esta­
mento que, habiendo tenido figuración hasta 1810, quedó momentánea­

(14) Debemos la infonnación sobre la familia Ocampo a uno de sus descen­


dientes, el Sr. Alberto G. Ocampo, la cual aparece confirmada por el padrón de
1795, utilizado para nuestro trabajo. .
Las bIogr.afías de Francisco Antonio y de DomingoOrtiz de Ocampo, pueden
consultarse en la obra de JACINTO R. YAlIEN: BiograffasArgentinas y Sudameri­
canas, tomo IV.

62

LA RIO J A EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

mente postergado a causa de la orientación anti-española adoptada por


los gobiernos revolucionarios. Formaban parte del mismo el reducido nú­
cleo de españoles europeos avecinados en las postrimerías del período colo­
nial. La mayoría eran comerciantes o mineros. Constituían el sector de
la burguesía mercantil, de cuyo seno salieron algunos de los funcionarios
reales y cabildantes que tuvo La Rioja antes del movimiento emancipador.
Su número era reducido: el censo de 1814 registra la presencia de sólo 64
españoles en una población de 14.000 almas. Varios de ellos habían con­
traído matrimonio con mujeres del país, pertenecientes al patriciado tra­
dicional, y por tal motivo no causa extrañeza comprobar que andando el
tiempo, cuando el sentimiento de hispanofobia se hubo disipado, sus des­
cendientes asumieron participación activa en el manejo de la cosa pública.
El más importante de estos españoles fue don Vicente Bustos, casado
ya en 1795 con Francisca San Román. De esta unión nació, entre otros
vástagos, Manuel Vicente Bustos, cuatro veces gobernador de la Provincia;
progenitor a us vez de Francisco Vicente, quien, emulando la trayectoria
de su padre, ocupó tres veces el sillón gubernativo.
Hubo otros españoles caracterizados que debemos nombrar. Manuel
del Rincón, casado con Josefa Villafañe, padre de Jacinto, quien en 1834
fue gobernador con el auspicio del general Quiroga. Otros nombres apa­
recen· en un informe pasado por Francisco Javier de Brizuela y Doria al
Gobernador Intendente de Córdoba, en febrero de 1815, dándole cuenta
de la recaudación de un empréstito forzoso impuesto a los españoles. Allí
leemos los nombres de Juan Antonio Angel, Francisco Antonio Martínez,
Vicente Bustos, Ascencio Uriarte, Santiago Crespo, Domingo Brizuela, Be­
nito Soaje, José González, Nicolás Ponte, Juan Puebla, Martín Recalde,
Francisco Alvarez, Estanislao GarcÍa y Antonio Blanco. Todos ellos ex­
plotaban minas en Famatina y al parecer eran hombres de holgada po­
sición económica (15).
A fin de completar este panorama resulta de interés echar una ojeada
a las familias llanistas, residentes en esa tierra fértil en caudillos, destinada
con el tiempo a imponer su ley a la Ciudad. En Tama vivían los Bazán
y los Sánchez, familias de antiguo arraigo en la zona. En el paraje de
La Calera tenía domicilio el sanjuanino don Prudencio Quiroga, padre
de Juan Facundo, a quien vemos en 1819 figurar como cabildante. Otro
de los pueblos importantes era Malanzán, donde tenía estancia don Nico­
lás Peñaloza, de cuyo primer matrimonio nacieron Fulgencio, comandante
de Los Llanos hacia 1816 y Esteban, padre de Angel Vicente, que llegaría
a ser el sucesor de Quiroga y líder de las montoneras llanistas (16).
Queda así diseñado el ambiente social de la Provincia, donde aparecen
los grupos que habrán de contender en la historia política de la época
independiente.

(15) ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA: Sección Gobierno, Gobierno de La


Rioja: Notas - 1811-1819, pág. 495. Brizuela y Doria al Gobernador Intendente,
La Rioja, 21/11/1815.

63

ARMANDO RAÚL BAZÁN

IV. LA POLITICA RIOJANA EN LOS AROS INICIALES DE


LA REVOLUCION

La vida pública de La Rioja en la época independiente traduce con


claridad el fenómeno de descomposición y de crisis del principio de auto­
ridad celosamente mantenido por la Corona en las postrimerías de su go­
bierno y que quiso robustecer con el régimen centralista de las intendencias.
Si bien carecemos de información suficiente para abrir juicio categórico
respecto de la intangibilidad del sistema en los prodromos de la Revolución,
no hemos hallado testimonios que señalen la existencia de manifestaciones
insurreccionales o bien de ideas separatistas concomitantes con los trabajos
que algunos patriotas desarrollaban en Buenos Aires. Nos inclinamos a
creer, por consiguiente, que La Rioja acató hasta 1810 las pautas políticas
que marcaba el régimen virreynal. Faltaron motivos aparentes para que
individuos o grupos fueran partidarios del cambio de sistema. Como se
ha visto en el capítulo anterior, la aristocracia de la tierra concentraba
en sí el prestigio social, el poder económico y también era partícipe
del mando político en oficios y magistraturas. Es cierto que debía admitir
a veces que las funciones de mayor jerarquía como la Comandancia de
Armas y la Subdelegación de la Real Hacienda fueran desempeñadas por
españoles avecindados, pero, también se ha dicho que éstos, a través de
alianzas matrimoniales iban siendo asimilados por la vieja élite colonial.
En el Cabildo de 1810 vemos figurar a criollos de antiguo arraigo
como Andrés Herrera y Sánchez, Francisco J. de la Vega y Castro, Luis
de Cabrera, Lucas Ocampo y Castro. Desde abril de 1809 otro criollo,
Domingo Ortiz de Ocampo detentaba las funciones de Subdelegado de
la Real Hacienda merced a una designación hecha por Liniers. No se nos
oculta que en esto anduvo la mano de su hermano Francisco, radicado en
Buenos Aires y con figuración militar destacada como Jefe del Regimiento
de Arribeño. Su actuación en la Reconquista y en la Defensa de Buenos
Aires, lo aproximaron a Liniers y, seguramente, hubo entre Jefe y subor­
dinado esa camaradería y amistad que nacen en la vida de cuartel, sobre
todo cuando deben arrostrarse peligros comunes.
Así, pues, la transición política de la Colonia a la Revolución no fue
un hecho violento, sino que consistió en una simple sustitución de funcio­
narios. El 29 de agosto, según Caillet - Bois (17), La Rioja eligió Diputado
ante el Gobierno Patrio al coronel Francisco A. Ortiz de Ocampo, quien,
ya en junio, había sido designado por la Primera Junta Jefe de la fuerza
expedicionaria al Ado Perú. En setiembre, el Comandante de Armas don
Vicente Bustos era reemplazado por Domingo Ortiz de Ocampo, hecho
que revela una vez más cómo la promoción política de aquél favorecía
el ascenso de su hermano en el ámbito local.

(16) ARCHIV'O DEL ARZOBISPADO DE CÓRDOBA, padrón citado.


(17) RICARDO CAILLET-BoIS: La Revolución en el Virreinato, en Historia de
la Naci6n Argentina, Vol. V, 2· Secc., pág. 137. Este autor rectifica la informaci6n
dada por Zinny, quien menciona como primer diputado riojano al Pbro. José Nic(l­
lás Ortiz de Ocampo.
LA RIOJA EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

Lo expuesto trae a colación una circunstancia que es preciso pun­


tualizar: la política riojana no puede ser comprendida sino se la corre­
laciona con las situaciones familiares creadas localmente. En los enfren­
tamientos producidos entre los clanes políticos muchos de los incidentes que
los jalonan respondieron a intereses estrictamente lugareños, y la estra­
tegia que desarrollaron dichos grupos consistió en armonizar los cambios
de índole nacional con los intereses de sus respectivas facciones. Era una
lucha de predominio localista, sin contenido ideológico aunque ocasional­
mente tanto uno como otro grupo hayan tenido que manifestar adhesión
a las orientaciones de tipo centralista o federalista que pugnaban en el
país. Como lo'han demostrado los autores que se ocuparon del tema,cada
partido hizo a su tumo sus propias revoluciones o asonadas con el visible
designio de apoderarse o de retener el poder. La mentalidad era común
y también los nivelaba idéntica apetencia de mando.
Dos son las figuras descollantes en este pleito que dura desde 1810
hasta 1823, cuando Quiroga quebró el dominio de la aristocracia feudal:
Francisco Ortiz de Ocampo y Pedro Ignacio de Castro Barros. Ambas
tuvieron proyección nacional y desde los cargos que ocuparon hicieron lo
posible para favorecer a sus aliados. El primero, apoyando a la gente
de su sangre; el segundo, comprometido abiertamente con los Dávila,
como veremos enseguida. Hasta 1815, fecha en que Ortiz de Ocampo
renunció a la Gobernación Intendencia de Córdoba, el litigio pareció
resolverse a favor de su sector. Pero apagada su estrella política comienza
a brillar la personalidad de Castro Barros, a partir de su incorporación
al Congreso de Tucumán. Inteligente, sagaz, apasionado, el clérigo rio­
jano fue hábil abogado de los manejos locales de los Dávila, obteniendo
pronunciamiento favorable del Cuerpo para deprimir y humillar a sus
antagonistas (18).
Las querllas domésticas tuvieron principio casi desde los inicios del
gobierno patrio. En cumplimiento del Reglamento de 10 de febrero de
1811., dictado por la Junta Grande, fue preciso constituir en La Rioja
la Junta Subordinada cuya presidencia recayó, según lo estipulado, en el
Comandante de Armas coronel Domingo Ortiz de Ocampo, siendo ele­
gidos como vocales Francisco Javier de Brizuela y Doria y Domingo Vi­
llafañe. Ignoramos el trámite de esta votación tan singular que hacía
partícipes del gobierno local a los jefes de dos familias rivales.
No es mucho lo que sabemos sobre la actuación de esta Junta. El 31
de agosto de 1811 sus miembros se dirigían a la Junta Provincial para
informarle que las milicias de La Rioja pasaban de 2.000 hombres "entre
casados y solteros". Puntualizaban en su oficio que la mitad de esa gente

(18) Consultar sobre este punto a Dardo de la Vega Díaz en su monografía


titulada Separaci6n de La Rioja, publicada en la Revista de la Junta de Historia
y Letras de La Rioja, año 11, nO 4. Ver, asimismo, la biografía de Castro Barros
escrita por AMÉRICO A. TONDA, C6rdoba, 1949.
(19) Archivo Hist6rico de C6rdoba - Secc. Gobierno, tomo Gobierno de La
Rioja, Notas (1811-1819), pág. 83.

65
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ARMANDO RAÚL BAzÁN

·eran labradores o mineros, por cuyo motivo creían inconveniente distraerlos


en otra ocupación, haciendo sí la salvedad que en caso "de mayor aprieto"
la jurisdicción podía poner sobre las armas a 900 milicianos solteros y a
1.000 casados. Estas referencias tenían origen en la noticia recibida desde
Córdoba sobre el bombardeo de Buenos Aires por la marina de Montevieo.
Como providencia urgente las autoridades riojanas dispusieron el alista­
miento inmediato de 200 hombres "para atender con prontitud... cual­
quier auxilio" (19).
Las urgencias patrióticas no fueron óbice para que los dirigentes lo­
cales calmaran sus rivalidades. Bien pronto se trabó un conflicto entre el
Comandante de Armas y el Cabildo, cuerpo donde los Dávila tenían su­
premacía. La voz pública señaló como instigador al Dr. Pedro Ignacio de
Castro Barros, vicario foráneo a la sazón, quien no callaba su animosidad
contra los Ocampo, y, según la opinión de testigos autorizados reunía en
su casa a los cabildantes para aleccionarlos en sus procedimientos (20)
La situación hizo crisis a comienzos de 1812. El Cabildo formuló una
acusación contra Ocampo ante el Gobernador Intendente de Córdoba,
Santiago Carrera, quien le ordenó comparecer para contestar los cargos
que se le hacían. Inocencio del Moral, Alcalde de 1er. voto, tío carnal
de los Dávila, recibió instrucciones de asumir interinamente la comandan­
cia de armas, pero el acusado rehusó entregarle el mando. Este, ni lerdo
ni perezoso, movió sus influencias en Buenos Aires, donde su hermano
ocupaba en ese momento la jefatura de! Regimiento de Patricios Nq 2.
El Triunvirato creyó zanjar la cuestión designando a Ocampo teniente
de Gobernador de Catamarca, cargo que acababa de crearse -marzo de
1812-, y ésto le sirvió de excusa ante Carrera para desatender sus
órdenes (21).
Para desempeñar la tenencia de gobernación de La Rioja fue nom­
brado el Tte. Corone! Francisco Pantaleón de Luna, residente en Buenos
Aires, quien en su carácter de jefe de uno de los cuerpos de dicha guar­
nició apareció en la asonada del 5 y 6 de abril apoyando las peticiones
populares a la Junta Grande. Esta designación no fue bien vista por los
Dávila, quienes bajo la inspiración de Castro Barros no cejaban en sus
empeños de alzarse con el gobierno. El Cabildo produjo un informe opo­
niéndose a la recepción del mando por parte de Luna y proponiendo en
su lugar a don Nicolás Dávila o a su hermano Ramón Brizuela y Doria.
La resistencia fue conjurada pero esta actitud predispuso mal e! ánimo
de Luna en contra de los cabildantes, quien atribuyó la responsabilidad per­
sonal del hecho a Castro Barros (22). Nuevos incidentes estaban en puerta.
La gestión administrativa del nuevo teniente tuvo aspectos positivos.
Demostró espíritu de colaboración con la causa revolucionaria, satisfacien­
do las contribuciones en metálico, en soldados y en efectos diversos que

(20) AMÉRICO A. TONDA: Castro Barros, apéndice, págs. 305-309.


(21) ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA, tomo citado, págs. 20-22.
(22) AMÉRICO A. TONDA, op. cit.

66
LA RIOJA EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

se)e requerían para solventar los gastos del gobierno central. Consta que
en Octubre de 1812 remitió a Córdoba con el ayudante mayor de la plaza
Ezequiel Ascoeta un cargamento de plata piña, sacada de las minas de
Famatina, por valor de 3.495 marcos, tres onzas y un adarme (23). Tam­
bién se preocupó de conseguir soldados para la Revolución, disponiendo
para tal efecto el rescate y la donación de esclavos y el alistamiento de
reclutas. En Noviembre de 1813 despachó un contingente de 60 hombres,
medida que está documentada por una comunicación suya al Gobernador
Intendente (24). Durante su gestión mandó levantar un padrón general
de la población riojana, cumpliendo instrucciones recibidas de las autori­
dades provinciales. Ese padrón, que constaba de 150 fojas, fue remitido el
el 21 de diciembre de 1813 (25). Lamentablemente nada podemos saber
de su contenido por no haberlo encontrado en la documentación consultada.
Según un informe posterior emitido por su sucesor en el cargo, del mis­
mo se confeccionaron 3 ejemplares: uno destinado al gobierno central,
otro para el provincial y el tercero quedó reservado en los papeles del
archivo riojano. Pero ya al año siguiente, el Tte. de gobernador denunció
su extravío (26).
En la faz política, los incidentes estuvieron a la orden del día. No
solamente con el Cabildo, cantón de los Dávila, sino también con el
vicario foráneo Castro Barros y con el propio Gobernador Intendente, quien
se mostraba proclive a favorecer la situación del partido contrario al Tte.
de gobernador. Examinemos por su orden cada una de estas cuestiones.
El enfrentamiento con el Cabildo duró tanto como la permanencia
de Luna en el cargo. Las dos partes estaban embargadas por prevenciones
y antagonismos notorios, lo cual determinaba que cualquier asunto, por
pequeño que fuera, servía como causal de litigio. Luna era hombre de
gran energía, y habituado a la disciplina militar, prefería los métodos
drásticos a las cortesías protocolares. El Cabildo, convertido por los Dá­
vila en bien de familia, trataba de soslayar su autoridad llevando las cues­
tiones a conocimiento del Gobernador Intendente.
El Alcalde de ler. voto Inocencio del Moral, denunció en octubre de
1812 el vejamen de que había sido objeto por parte de Luna a raíz de
una apelación deducida por un litigante en un juicio ya despachado por él.
El Tte. de gobernador, según su versión, lo había mandado comparecer a
su casa primero con una mujer, después con un soldado y finalmente con
el ayudante de la plaza Ezequiel Ascoeta. Como el Alcalde recabara ci­
tación por oficio se le respondió que si no iba se lo compulsaría a ello
con dos soldados. "No es la primera vez que ha atropellado los fueros
de este Cabildo", agregaba del Moral, y con tal motivo pedía a Carrera
instrucciones para conocer hasta dónde llegaban las facultades del Teniente,

(23) ARC'HIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA, tomo citado, pág. 109.


(24) Revista de Junta de Historia y Letras de La Rioja, Año 1, nO 1, págs.
49-50.
(25) ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA, tomo citado, pág. 215.
(26) ¡bid., pág. 315.

67
ARMANDO RAÚL BAZÁN

y si acaso había exceso de autoridad por parte del mismo, ponerle el


remedio que creyera más conveniente (27).
La elección de nuevos cabildantes para el año 1813 dio materia para
un nuevo incidente. El cuerpo comunicó a Luna que habían sido con­
firmadas las propuestas de las personas que debían sustituir a los miembros
que finalizaban su mandato. Este contestó que no podía resolver cosa
alguna sobre el problema mientras no se le hiciera saber de oficio "quiénes
eran los individuos confirmados y por qué gobierno" (28). No sabemos
cómo se zanjó la cuestión, pero lo cierto es que una maniobra de los Dá­
vila habíales permitido retener el manejo del Cuerpo llevando de Alcalde
de 1er. voto a Inocencio Dávila.
La situación hizo crisis al finalizar el nuevo período capitular. Mien­
tras Luna se hallaba ausente de la Ciudad el Cabildo procedió a la elección
de alcaldes "sin noticia ni intervención suya". El afectado dirigió una
enérgica comunicación al Gobernador Intendente señalando en apoyo de
su derecho que el Reglamento de Justicia aprobado por la Asamblea del
Año XIII le reconocía rango para presidir dicha elección. Estimaba que
la misma no podía ser confirmada, sin que previamente la autoridad pro­
vincial tomara conocimiento de su informe. El quid de la cuestión, por
encima del problema de tipo jurisdiccional quedó expresado por Luna en
el siguiente juicio: 'pues parece se pretende hacer hereditario a dicho
Cabildo, reduciéndolo a una familia, con gravísimo perjuicio del pú­
blico ... " (211). Como su reclamación fuera desatendida procedió mediante
un acto de fuerza a deponer al Ayuntamiento e hizo elegir nuevos cabil­
dantes para 1814. La medida originó un sonado proceso elevado finalmente
al pronunciamiento del Director Supremo. Recién en octubre de ese año,
cuando Luna ya no estaba en el cargo, recayó decisión en el juicio. Por
orden de Posadas se comunicó a Brizuela y Doria que la resolución tomada
era "ilegal, nula y subversiva". Pero a fin de prevenir los abusos fla­
grantes que se cometían en la elección de cabildantes, disponíase para lo
sucesivo que las actuaciones pertinentes fueran elevadas al Director Su­
premo, con el informe del Tte. de Gobernador y del Jefe de la Pro­
vincia (30).
Desde agosto de 1810 desempeñaba las funciones de cura y vicario
interino el Dr. Pedro Ignacio de Castro Barros, después de una corta ac­
tuación como catedrático de Filosofía en 'la Universidad de Córdoba.
Uno de sus biógrafos nos dice que desde esas funciones pastorales "Castro
Barros se consagró a regenerar espiritualmente a su pueblo". Agrega que
fue generoso con los necesitados y que entre las obras materiales empren­
didas por él, se cuenta la construcción de una nueva Iglesia Matriz, "pues

(27) Revista de ¡unta de Historia y Letras de La Rioja, año J, n 9 2, págs.


35-36.
(28) ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA, tomo citado, pág. 124.
(29) [bid., pág. 187.
(<lO) [bíd., pág. 360.
(~I1) AMÉRICO A. TONDA, op. cit., pág. 39.

68
LA RIOJA EN LA ÉPOCA -DE LA INDEPENDENCIA

la existente amenazaba ruina" (31). Sin perjuicio de sus virtudes sacer­


dotales, Castro Barros, de modo similar a lo que pasaba con el clero
patriota, se mezcló activamente en la política de su tiempo, actividad que
él vivió intensamente, dado su temperamento apasionado. Su capacidad
intelectual lo colocaba muy por encima de los políticos de círculo que
intrigaban en el medio aldeano, y de ahí que se constituyera en el cerebro
de uno de los partidos riojanos. Esta ingerencia fue mal vista por el Tte.
de Gobernador, máxime cuando estaba dirigida en contra de su persona.
Hemos comentado ya la presentación que hiciera el Cabildo oponiéndose
a la recepción de Luna. Este antecedente, unido a los sucesivos incidentes
entablados con el Cabildo, parece haber colmado la paciencia de aquél,
quien el 12 de junio de 1813 acusó a Castro Barros ante el Obispo de
Córdoba Rodrigo Antonio de Orellana, pidiéndole labrase una información
sumaria tendiente a probar su responsabilidad en la actitud beligerante
del Ayuntamiento contra los jefes de la plaza. Posiblemente, a raíz de
esta denuncia Castro Barros fue separado del Curato siendo nombrado
en su lugar el Mro. Nicolás Carmona, a quien se encargó de las actuaciones.
Ante él prestaron declaración el Dr. Pedro Antonio de la Colina, miembro
del clero riojano, don Vicente Bustos, ex Comandante de Armas y Eze­
quiel Ascoeta. Las probanzas del sumario ya han sido examinadas. El
resultado práctico de la acusación fue que Castro Barros quedara separado
del Curato, cosa que a la postre le fue beneficiosa. Meses más tarde el
Cabildo lo designó diputado ante la Asamblea General Constituyente, en
reemplaw de José F. de Ugarteche cuya renuncia se produjo en setiembre.
Su incorporación a dicho Cuerpo -26 de enero de 1814-- le brindó un
campo de actuación más acorde con su talento, que pudo así aplicarse a
los grandes problemas nacionales y no agotarse en una mezquina lucha
de supremacía aldeana.
Luna tuvo también diferencias con el Gobernador Intendente. En
varias ocasiones éste resolvió asuntos relativos a la Ciudad dependiente
sin canalizarlos por la vía jerárquica del Tte. Gobernador. Este, molesto,
dirigió una enérgica nota al jefe provincial, de tono conminatorio, donde
le prevenía que se abstuviera de "impartir orden alguna al distrito de
mi mando que no traiga su origen de la superioridad". De acuerdo con
su tesis, tanto la Ordenanza de Intendentes como las Instrucciones recibidas
del Triunvirato precisaban que las funciones del gobernador provincial
se reducían a cuidar que las órdenes nacionales tuviesen puntual cum­
plimiento por parte de los tenientes, y, en caso de advertir una negligencia,
dar cuenta de ello a las autoridades de Buenos Aires (32). Obrando con
ese celo jurisdiccional impidió que entrara en funciones un juez pedáneo
de Famatina, nombrado directamente por Carrera sin conocimiento suyo.
Luna le ordenó comparecer para que exhibiera su nombramiento y que
en el interín suspendiera el ejercicio de su magistratura. Como el requerido
se mostró remiso para cumplir la orden lo hizo arrestar y dispuso su tras­

(32) ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA, tomo citado, pág. 77.

69
ARMANDO RAÚL BAZÁN

lado a la Capital sujeto con una barra de grillos. Justificando tan severo
procedimiento, Luna dijo a Carrera que el preso no sólo le había desobe­
decido sino que además "hizo mofa y pifia de mi autoridad como consta
de autos resultando también de ellos ser un enemigo de la Patria" (33).
A juicio del arrestado las causales eran otras: al Tte. de Gobernador le
incomodaba su "justa adhesión al gobierno de Córdoba para lo que pre­
texta infinitas causas". Denunciaba también que Luna respaldaba sola­
mente a los jueces nombrados por él, hostilizando a los demás (34).
El año 14 trajo importantes cambios político - administrativos en las
Provincias Unidas, y como era lógico, ellos repercutieron también en
La Rioja. El 31 de enero de enero se recibió del cargo de Director Su­
premo D. Gervasio Antonio Posadas en circunstancias verdaderamente
dramáticas para la suerte de la Revolución. El Ejército del Norte al mando
de Belgrano había sido derrotado consecutivamente en Vilcapugio y Ayo­
huma; las fuerzas que sitiaban la plaza de Montevideo no eran suficientes
para definir las operaciones; la deuda nacional era ingente, las cajas es­
taban exhaustas y los gastos enormes. Hacían falta medidas heróicas para
remediar tanto problema. Posadas comenzó por reorganizar el equipo de
gobierno. Nombró Gobernador Intendente de Córdoba al coronel mayor
Francisco A. Ortiz de Ocampo que hasta hacía poco había sido Presidente
de Charcas. El 10 de abril trasladó al Tte. de Gobernador de La Rioja
Francisco Pantaleón de Luna con idéntico cargo a Catamarca, y de<ignó
en su reemplazo a Francisco Javier de Brizuela y Doria. Era una manera
de hacer justicia distributiva en el reparto de funciones como expediente
para calmar los antagonismos lugareños. El jefe de los Ocampo a Córdoba,
brindándole un escenario apropiado para desplegar su patriotismo y capa­
cidad; el jefe de los Dávila, como autoridad en La Rioja y, de paso,
cambiar de destino a Luna, demasiado comprometido en su lucha con el
Cabildo.
Las medidas de Posadas por lo que atañen a la situación de La Rioja,
fueron acertadas pues consiguieron tranquilizar el ambiente durante cierto
tiempo, y tanto el Gobernador Intendente como su Teniente aplicaron
sus energías a fines más nobles. Ocampo tuvo una actuación acertada en
su nuevo destino durante el año que duró su gobierno, haciéndose acree­
dor a la consideración y al afecto de los cordobeses como lo señala el cro­
nista Ignacio Garzón (85). Por su parte, Brizuela y Doria demostró em­
peño, capacidad y patriotismo, haciendo que La Rioja rindiera el máximo
servicio a la causa de la Independencia, más allá todavía de sus reales
posibilidades. A esa tarea queremos referimos.
Brizuela y Doria asumió el cargo el 14 de junio de 1814 (86). Im­
portantes asuntos estaban esperando su atención. Una de sus primeras
medidas fue disponer el levantamiento de un censo general que le fue
pedido por Ortiz de Ocampo. Como el padrón del año anterior se había

(8S) 1bid., pág. 98.


(84) 1bíd., pág. 93.

70
LA RIOIA EN LA ÉPOCA DE LA IN,DEPENDENCIA

perdido recabó la colaboración de los curas párrocos para que le remitieran


"las matrículas de sus respectivas feligresías". De esta manera el trabajo
estuvo listo el 28 de setiembre, fecha en que lo despachó a Córdoba con
la declaración de que dicho censo general comprendía la población de
ciudad y curatos de su distrito (37). Según las cifras· transmitidas por
Martín de Moussy y Zinny, La Rioja tenía en ese momento 14.092 habi­
tantes distribuidos así: 4.751 e~pañoles americanos, 64 españoles europeos,
9 extranjeros, 3.178 indios, 5.017 negros libertos y 1.076 esclavos (38).
Dos fueron las cuestiones más arduas de resolver: el alistamiento
ininterrumpido de reclutas para el ejército patriota y las contribuciones
en metálico y en efectos reclamadas por el ~bierno provincial y autori­
dad~s nacionales. A raíz de un pedido de soldados que le formulara Ortiz
de Ocampo -24 de agosto de 1814-, Brizuela y Doria consideró per­
tinente recordar que La Rioia había despachado más de 800 reclutas,
para lo cual se echó mano indistintamente de ciudadanos solteros, casados
y viudos. ¿ Qué consecuencia resultaba de ello?

" ••. las campañas quedan sin brazos para el cultivo... y el minerál de Famatina
t"nteramente desolado, como igualmente muchas familias abandoandas .•• sin am­
paro alguno e inábiles para conseguir la precisa subsistencia" (39.

Superando esos graves inconvenientes pudo despachar a Córdoba el


12 de enero un contingente de 52 hombres donde figuraban 4 esclavos,.
27 reclutas y 21 voluntarios (40).
Las instrucciones recibidas por el Tte. de Gobernador comprometían
el envío de cien plazas, y como el enganche de voluntarios tropezó con
serios inconvenientes fue necesario echar mano de los individuos que esta­
ban alistados para el sorteo que mandaba incorporar el 4 010 sobre el total
de hombres aptos para el servicio. Brizuela y Doria estimó que esa opera­
ción carecía ya de utilidad pues en toda la jurisdicción no quedaban más
de 150 jóvenes con las aptitudes requeridas para el oficio de las armas.
Preocupado por el paulatino drenaje de brazos útiles que eran arrancados
del trabajo, el celoso funcionario decía a Ortiz de Ocampo: "para no
causar la total despoblación de este País dí principio a la recluta de vagos
y desertores de los quatro Partidos". Aún· así no pudo completarse, de
momento, las ·100 plazas pedidas (41).
Esas atenciones le dejaron tiempo, sin embargo, para confiar una
misión en los pueblos .de Guandacol y de Vinchina a su hijo Ramón Bri­
zuela y Doria, Alcalde de ler. voto en ese momento. Ella consistía en
alistar las milicias de ese Partido a fin de custodiar la frontera, afianzando

(35) IGNACIO GARZÓN: Cr6nica de C6rdoba, i, 224.


(36) ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA, tomo citado, pág. 286.
(37) ¡bíd., tomo citado, pág. 33l.
(38) MARTÍN DE Moussy, pág. 399; ZINNY, pág. 367.
(39) ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA, tomo citado, pág. 345.
(4Q) ¡bíd., pág. 421.
(41) ¡bid., pág. 472.

71
de paso, la adhesi6n de dichas poblaciones a la causa revolucionaria. A
decir verdad,· el delegado cumplió a satisfacción su cometido. Desde Guan­
dacol inform6 a su padre -17 de diciembre de 1814-, que inmediata­
mente de su arribo reunió a la gente y dio lectura a una proclama re­
dactada por el Tte. de Gobernador, cuyos términos fueron recibidos con
aclamación y gritos de "viva la Patria". Enseguida aprovech6 ese entu­
siasmo para prevenir al pueblo sobre los peligros en que se hallaba frente
a una eventual invasión desde el Guaseo y Copiap6, explicándole que la
mejor manera de conjurarlos era contribuyendo con su persona y bienes
a la defensa de su suelo. La solicitud fue acogida gustosamente y a pesar
de la pobreza reinante la genté donó 34 fanegas y 8 almudes de trigo y
también algunas reses para el abasto de la tropa.
Más adelanté, Ram6n Brizuela y Doria anticipa que se propone prac­
ticar idéntica diligencia en Vinchina "donde espero iguales resultados y
aún mayores por las mejores posibilidades de sus habitantes". Anoticia
también al destinatario de su informe acerca de otra providencia suya: la
de hacer levantar inmediatamente la cosecha de trigo haciendo trabajar
a la gente en comunidad "a manera que los indios admirablemente lo prac­
ticaban en la antigüedad". Finalmente; adjuntaba una carta geográfica
indicando caminos y posiciones que debían ser defendidos por la fuerza
de frontera. Esta había sido apostada en Guandacol por conveniencias
estratégicas, y las avanzadas fueron ubicadas en los parajes de Santa Rma
y Pasto Largo; tanto por su proximidad a la frontera como por la facilidad
de las comunicaciones (42).
Semanas después, merced a los buenos oficios del comisionado, quedó
organizada la milicia de caballería, destinada a cumplir el cometido ya
especificado. Según la nómina que conocemos, dicha fuerza ascendía a
más de 300 hombres entre oficiales, suboficiales y soldados. Como jefes
actuaban el comandante Luis Dulon y el teniente José Ruiz (48).
El mantenimiento de esa tropa, el alistamiento de reclutas para el
ejército patriota y las remesas de metálicos y contribuciones en especies
crearon al tesoro provincial una situación verdaderamente penosa. Con
ocasión de despachar un cargamento de salitre, 590 arrobas, Brizuela y
Doria informó a Ortiz de Ocampo que la caja pública quedaba exhausta
de fondos (44). Para colmo una gran sequía hizo sentir sus rigores en la
temporada estival. El fenómeno afect6 a todo el Distrito, pero especial­
mente al Partido de Los Llanos, donde en la Costa Alta la mortandad de
vacunos se estimó entre 10 y 12 mil cabezas (45).
Tales circunstancias no fueron atenuante, a juicio de las autoridades
centrales, para disminuir sus exigencias respecto de La Rioja, jurisdicción
que a ojos vista se estaba empobreciendo de gente y arruinando su eco­
nomía. Todo esfuerzo era pequeño para mantener la guerra de la eman­

(42) IbEd., págs. 380-381.


(43) lbld., págs. 461-466.
(44) lbld., pág. 330.
(45) lbíd., pág. 400.

72
LA RIOJA EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

cipaclOn. El Gobernador Intendente pedía más dinero, y como no lo había,


fue preciso imponer una contribución de 4.000 pesos plata con la cotiza­
ción de 6 pesos el marco, a los españoles residentes (46). La recaudación
no fue fácil, como lo demuestra e! hecho de que un mes más tarde algunos
prestamistas adeudaban todavía sus cuotas. Pero ya para esa fecha desde
Córdoba se ordenó la suscripción de un nuevo empréstito a los europeos
por un importe de 6 mil pesos (47).
En la ciudad de Buenos Aires se vivían momentos de intensa expec­
tativa. Sobre ella se cernía la amenaza de una armada española cuyo
arribo se creía inminente. Los aprestos militares para la defensa de­
mandaban más soldados y así se lo indicó Ortiz de Ocampo a tu teniente.
El 21 de marzo Brizuela y Doria respondía que había entregado al capitán
Antonio Grimau, jefe del cuartel, 80 soldados conforme a las órdenes
impartidas. Le avisa que tiene reunidos 41 hombres más y que aguarda el
arribo de algunos otros para remitirlos con la celeridad "conveniente a
las apuradas circunstancias de nuestra capital (48). Cumpliendo lo pro­
metido, al finalizar el mes de marzo, despachó 48 reclutas con una es­
colta mandada por el capitán Pascual Bailón Peñaloza (49).
La patriótica y fecunda colaboración de Francisco Javier de Brizuela
y Doria con la gestión gubernativa de Ortiz de Ocampo, demuestra cómo
tratándose de objetivos superiores podían convivir y entenderse los jefes
de dos partidos antagónicos. Desgraciadamente, el giro que tomaron los
asuntos nacionales en 1815, hicieron recrudecer los enfrentamientos par­
tidarios internos, en toda la extensión del antiguo Virreinato. Presionado
por el artiguismo, triunfante con su líder en Santa Fe e infiltrado en la
opinión cordobesa, Ortiz de Ocampo tuvo que renunciar al cargo de
gobernador intendente y un Cabildo abierto nombró gobernador al corone!
José Javier Díaz, simpatizante notorio del Protector de los Pueblos Libres
(29 de marzo de 1815). El primer general de la Revolución cerraba
así el ciclo más importante de su vida, puesto al servicio del país
desde la Reconquista de Buenos Aires. Las luchas civiles sobrevinientes
a la descomposición de la estructura política colonial arrebatarían su áni­
mo a partir de ese momento, arrastrándolo en la vorágine de los enfren­
tamientos localistas.
Al tomar conocimiento del cambio de gobierno ocurrido en Córdoba,
las autoridades riojanas expresaron sus reservas réspecto de la nueva situa­
ción. El Cabildo dijo que su acatamiento estaba supeditado en última
instancia a la resolución que tomara el Director Supremo (50). Pero vien­
do peligrar su estabilidad en el poder, el partido de los Dávila, creyó con­

(46) lbid., pág. 413.


(47) lbíd., pág. 516.
(48) lbid., pág. 517.
(49) lbid., pág. 540.
(50) Revista de la ¡unta de Historia y Letras de La Rioja, año 11, nO 3,
pág. 37.

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ARMANDO RAÚL BAZÁN

veniente emular la actitud separatista de los cordobeses. El 24 de mayo


de 1815 reunieron un Cabildo abierto regimentado y nombraron goberna­
dor al propio Francisco Javier de Brizuela y Doria, pese a las protestas
de los VilIafañe. y dos días más tarde se decretó que la Provincia de La
Rioja "era soberana e independiente" de la de Córdoba (51). Se iniciaba
con ello un proceso político ya bien estudiado por otros autores (52).

ARMANDO RAÚL BAZÁN

(51) ARCHIVO HISTÓRICO DE CÓRDOBA, tomo citado, pág. 549.


(52) Ver Dardo de la Vega Díaz; Ricardo Caillet-Bois y Carlos Segreti, op. cit.

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