Debate Charlie y Los Musulmanes
Debate Charlie y Los Musulmanes
Debate Charlie y Los Musulmanes
mientras porta esta pancarta y bajo el titular "Todo está perdonado", según el diseño al que tuvo
acceso la AFP.
El próximo número de Charlie Hebdo, preparado por los supervivientes del sangriento atentado,
criticará como de costumbre políticas y religiones e incluirá "evidentemente" caricaturas de
Mahoma, había anunciado previamente el abogado de la revista.
El número del miércoles está siendo confeccionado únicamente por miembros del equipo del
diario y no incluirá dibujos de humoristas gráficos externos que publicaron innumerables
bocetos en homenaje a las víctimas después del atentado.
"No cederemos nada, sino todo esto no habría tenido sentido", había indicado Richard Malka.
La frase "Je suis Charlie" (Yo soy Charlie, en francés) se convirtió en el eslogan coreado por
millones de manifestantes que mostraban su repulsa a los atentados de la semana pasada en
París.
Asimismo, el llamado Charlie Hebdo "de los supervivientes", disponible a partir del miércoles,
tendrá una tirada de tres millones de ejemplares, en lugar del millón de copias previstas
inicialmente, informó este lunes la empresa que distribuye el semanario, tras haber recibido una
avalancha de pedidos en Francia y en todo el mundo.
Según el médico y cronista Patrick Pelloux, esta edición, elaborada en la sede del diario
Libération, se traducirá a "16 idiomas".
Al día siguiente de las manifestaciones que sacaron a la calle a casi cuatro millones de personas
en toda Francia en repulsa de los atentados y por la libertad de expresión, los autores del
próximo número mantienen firmemente su línea editorial.
"Nos burlamos de nosotros, de las políticas, de las religiones, es un estado de ánimo", señaló el
abogado.
En 2006, Charlie Hebdo reprodujo las caricaturas de Mahoma cuya publicación en el diario
danés JyllandsPosten desencadenó violentas manifestaciones. Desde entonces, el semanario
satírico francés sufrió también un incendio criminal y numerosas amenazas.
Los dos yihadistas que mataron a 12 personas en la sede de la revista la semana pasada salieron
gritando: "¡Hemos vengado al profeta! ¡Hemos matado a Charlie Hebdo!".
Para Richard Malka, "nunca tenemos derecho a criticar a un judío porque es judío, un musulmán
porque es musulmán, un cristiano porque es cristiano".
"Pero podemos decir todo lo que queramos, las cosas más horribles, y las decimos, sobre el
cristianismo, el judaísmo y el islam, porque más allá de la unidad de los bellos lemas, es la
realidad de Charlie Hebdo", estimó.
El otro lado de 'Charlie Hebdo'
Con la consigna ‘Yo no soy Charlie Hebdo’, partidos de oposición en Francia y reconocidos
columnistas han tomado una posición crítica ante los mensajes que publicaba el semanario.
Todos los habitantes de Francia están convocados para movilizarse este domingo y presentar su
repudio a los actos terroristas que cobraron la vida de 12 personas que trabajaban en la
publicación Charlie Hebdo el pasado miércoles. Mandatarios de varios países europeos harán
presencia en estas marchas.
Aunque pareciera que las voces de apoyo a Chalie Hebdo son unánimes, esto no es del todo
cierto. Varios columnistas y voces de la oposición francesa han impulsado la consigna ‘Yo no
soy Charlie’, para mostrar una visión crítica ante los contenidos que publicaba este medio, que a
la postre desencadenaron la tragedia.
Aunque en todas las manifestaciones lo primero que hacen los detractores del semanario Charlie
Hebdo es repudiar la acción terrorista, perpetrada por extremistas, también aseguran que el tipo
de contenidos que publicaba el semanario no eran “completamente pertinentes”, para la
actualidad geopolítica que se vive.
Una de las voces más resonantes que impulsó la etiqueta fue Jean-Marie Le Pen, fundador y
presidente de honor del ultraderechista Frente Nacional (FN). Le Pen hizo esta afirmación en
una intervención grabada en vídeo y colgada en su página web, pese a "lamentar" la muerte de
doce personas en el ataque este miércoles en París contra "Charlie Hebdo".
"No voy a pelear por defender el espíritu de 'Charlie', que es anarco-troskista", indicó el padre
de la actual presidenta del FN, Marine Le Pen, quien criticó que su formación no haya sido
invitada a la gran manifestación en contra del terrorismo organizada para mañana en París.
Pero la crítica no se ha reducido sólo a la oposición política francesa. Este sábado la segunda
nota más leída en la versión web del diario El País de España es la columna titula “Yo no soy
Charlie Hebdo” que está firmada por David Brooks y originalmente fue publicada por el The
New York Times. El argumento central del columnista es que, la publicación no hubiera
sido con buenos ojos tampoco en Estados Unidos porque habría sido acusada de
“incitación al odio”.
Estas posiciones han abierto una polémica, infortunadamente manchada con sangre: ¿la libertad
de expresión tiene algún límite? Varios analistas coinciden en que este episodio debe abrir una
profunda reflexión. El analista, Diego Arias, tiene una posición crítica. Señala que, “la condena
a este acto de barbarie debe ser enaltecida pero no debe soslayarse el debate sobre la
responsabilidad en el ejercicio de la libertad de prensa, para la cual, como todo lo demás en la
vida, no todo le está permitido”.
En la otra acera plumas de la talla de Mario Vargas Llosa explican que el derecho de
expresar alguna idea o posición política no puede ser reprimida de ninguna manera. Debe
ser rebatida, argumentada o simplemente demanda cuando se considere insultante o
lesiva.
Es claro que la libertad de expresión tiene y debe tener límites, pero es más necesario
dimensionar que ante una posición distinta no se pueden tomar medidas de hecho para
silenciar una opinión satírica. Aunque los contenidos de Charlie Hebdo muchas veces
caían en la burla cínica no hay ninguna justificación para tomar las acciones que fueron
perpetradas.
Conmoción en Francia termina con amenazas de Al Qaeda
Este viernes se dio fin al doble secuestro con la muerte de tres yihadistas y cuatro rehenes. Pero
el panorama de lo que sigue no es el mejor.
Una dramática doble toma de rehenes que este viernes mantuvo en vilo a Francia tras la masacre
del semanario Charlie Hebdo concluyó con la muerte de tres yihadistas y cuatro rehenes.
Incluyendo las 12 personas asesinadas en Charlie Hebdo, fueron 17 los muertos en este doble
ataque yihadista, coordinado desde el principio, según las investigaciones, y que se prolongó
durante 53 interminables horas.
Said y Chérif, franceses de origen argelino de 32 y 34 años, presuntos autores de la matanza del
miércoles en los locales de Charlie Hebdo, cayeron bajo el fuego de las fuerzas del orden tras
salir en tromba de la imprenta disparando con sus fusiles kalashnikov, según la policía.
El joven que se escondió salió sano y salvo, después de haber informado durante horas a las
fuerzas policiales mediante mensajes de texto.
Casi al mismo tiempo moría en otro asalto de las fuerzas de élite otro joven estrechamente
vinculado a los dos yihadistas, Amedy Coulibaly, de 32 años, que se había declarado por su
parte miembro del grupo Estado Islámico (EI), alzado en armas en Siria e Irak.
Coulibaly declaró a una televisión francesa, que logró llamarlo a su celular, que estaba en
coordinación "simultánea" con los hermanos Kouachi, que tenía a 16 rehenes en su poder y que
cuatro estaban muertos.
El joven, un delincuente que se había radicalizado en la cárcel, quería "matar judíos" y por eso
penetró en un supermercado de comida kósher en el sureste de París, después de haber matado a
sangre fría a una policía y herido a otra persona la víspera, según sus propias declaraciones.
En el asalto policial, Coulibaly murió y cuatro personas resultaron heridas, entre ellas un agente.
El asalto de las fuerzas de intervención comenzó con detonaciones, antes de que varias decenas
de agentes ingresaran al supermercado de alimentación judía.
Coulibaly había conocido a Chérif Kouachi en la cárcel.\El presidente François Hollande dijo
tras el dramático desenlace que Francia supo "hacer frente" pero advirtió de que "no ha
terminado con las amenazas" que pesan sobre el país.
Una autoridad religiosa de Al Qaida en la Península Arábiga (AQPA), a la cual pertenecían los
hermanos Kouachi, amenazó a Francia con nuevos ataques en un video difundido el viernes,
reveló el centro de vigilancia estadounidense de sitios islámicos (SITE).
"No estarán en seguridad mientras combatan a Alá, a su mensajero y a sus creyentes", dice Narit
al Nadari al pueblo francés en dicho mensaje.
Coulibaly pudo además llamar a "amigos" para animarlos a cometer atentados contra
comisarías, según explicaron fuentes de la investigación a la AFP.
El periplo sangriente de Coulibaly empezó, según las investigaciones, cuando mató a una
policía e hirió a otra persona el jueves en Montrouge (periferia sur de París).
Antes de morir, Chérif Kouachi declaró al mismo canal televisivo que había contactado a
Coulibaly que viajó a Yemen en 2011 y fue financiado por el islamista norteamericano-
yemenita Anwar al Awlaki, muerto en ese mismo país en septiembre de 2011 en el bombardeo
de un dron norteamericano.
En Washington, funcionarios norteamericanos revelaron que los dos hermanos estaban desde
hace años en la lista negra estadounidense del terrorismo, y que Said Kouachi se había
entrenado en el manejo de armas en unidades en Yemen en 2011.
Ambos figuraban en la "No Fly List" norteamericana que prohíbe a aquellos que la integran
volar hacia o desde Estados Unidos.
Los ataques perpetrados con armas de guerra en pleno centro de París incrementaron la
preocupación que generan los grupos yihadistas y que son considerados como una verdadera
amenaza por las autoridades occidentales.
"Hay un fallo, es evidente. Cuando hay 17 muertos, es que se han producido fallos", reconoció
el primer ministro Manuel Valls.
Francia conmocionada
El ataque contra Charlie Hebdo mató a algunos de los caricaturistas más famosos del país, entre
ellos Wolinski, Cabu y Charb, cuyo semanario irreverente publicó a partir de 2006 varias
caricaturas del profeta Mahoma que generaron indignación en el mundo islámico. Desde
entonces vivían bajo constantes amenazas de muerte.
Cuatro de los once heridos del ataque cuyo estado era considerado grave ya no se encuentran en
peligro de muerte, según el ministerio del Interior.
Los imanes de Francia exhortaron por su parte, en las plegarias del viernes, a sus fieles a
rechazar la violencia.
"Denunciamos con la más fuerte determinación estos crímenes detestables cometidos por
terroristas, cuya acción criminal amenaza nuestra voluntad de vivir juntos", dijo el presidente
del Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM), Dalil Boubakeur.
Las condenas llegaron igualmente de países musulmanes como Irán o Turquía.
El domingo está convocada una gran marcha en París, con la asistencia del presidente François
Hollande y de dirigentes europeos -la alemana Angela Merkel, el italiano Matteo Renzi, el
español Mariano Rajoy, el británico David Cameron-, de las instituciones europeas y con
representantes de Canadá, Estados Unidos y otras naciones, para condenar los hechos y
defender la libertad de expresión.
Sin embargo, la "gran unidad nacional" proclamada por los organizadores se fisuró con la
exclusión de la extrema derecha denunciada por su líder Marine Le Pen.
Para un religioso musulmán, la nueva tapa de Charlie Hebdo "es un acto de guerra"
El polémico clérigo musulmán afirmó que la nueva caricatura "es un acto de guerra".
| Foto: Cedoc
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El 7 de enero recién pasado, dos sujetos franceses pertenecientes a grupos extremistas islámicos
atacaron y asesinaron a los dibujantes de la famosa revista Charlie Hebdo, conocida por ser una
revista satírica de izquierda. Este ataque fue perpetrado a causa de las burlas y chistes vulgares
que se hacían hacia el mundo musulmán y por sobretodo a Mahoma.
La libertad de expresión siempre tiene límites, sean musulmanes, fanáticos religiosos, fanáticos
políticos, o simplemente franceses.
Los periodistas y medios de comunicación han analizado el tema desde un único punto de vista:
la atrocidad de haber atacado la libertad de expresión. Sin embargo, me parece que para
entender algo tan inabarcable como un asesinato múltiple de esta envergadura, es necesario
comprenderlo no desde la contingencia por la contingencia, sino que revisar los diversos
factores que están sobre el tablero. En ese sentido, me parece que el argumento sobre el
ataque de fanáticos a la libertad de expresión es el último pelo de la cola en un engranaje
bastante más complejo que intentaré sintetizar.
Como primer elemento es importante preguntarnos: ¿Por qué atacar una revista satírica y no un
diario conservador que, de peor manera incluso, criminaliza al mundo musulmán y se burla de
sus creencias?
Es por esto, que para los franceses las burlas constantes sí se pueden ver como representaciones
serias y considerables de la opinión pública. No son solamente bromas.
El problema político que surge de esto, es que cuando el mecanismo de burla ataca a minorías
políticas, éstas sienten que ya no tienen a dónde recurrir. ¿Quién protege de los políticos a las
minorías si no es la opinión pública en Francia? En Chile podríamos ver el caso de los
comentarios homofóbicos de los políticos, tanto de izquierda o derecha, en donde es la opinión
pública quiénes han salido a ridiculizar sus dichos -en la mayoría de los casos, en otros no-. Este
es el elemento que hace complejo la burla a minorías, porque también puede entenderse como
un ataque a grupos que no tienen poder para defenderse. Distinto es burlarse del poder -
políticos, empresarios, etc- quienes tienen todo comprado como para defenderse o para no tener
demasiado miedo de qué les puede pasar o de las opiniones de los demás.
John Stuart Mill, famoso filósfo y político inglés, en su libro “On Liberty” señala lo
siguiente: “La única parte de la conducta de cada uno por la que se hace responsable ante la
sociedad es lo que afecta a los demás”. La libertad de expresión siempre tiene límites, sean
musulmanes, fanáticos religiosos, fanáticos políticos, o simplemente franceses.
Quinientos años después de las guerras de religión, el fanatismo religioso ha atacado en el país
de la laicidad al símbolo de un valor francés y, por extensión, europeo: la libertad de expresión
y la libertad religiosa. El desconcierto a la hora de analizar lo ocurrido es general. Con las
comunidades más numerosas de Europa de musulmanes y judíos y un aumento de la
islamofobia y el antisemitismo, Francia ha conocido con brutalidad la dimensión del desafío y
se pregunta por su modelo de sociedad, capaz de engendrar monstruos como Mohamed Merah,
que mató a siete personas en 2012 en Toulouse, como Mehdi Nemmouche, que mató a cuatro en
el museo judío de Bruselas el año pasado, o como los tres terroristas de París.
G. C., PARÍS
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La exclusión social es una realidad que afectaba gravemente a los tres terroristas abatidos por la
policía francesa en la tarde del viernes en París. La antropóloga Dounia Bouzar es una
especialista en los procesos de radicalización de yihadistas franceses. Dirige el Centro de
Prevención de Derivas Sectarias relacionadas con el islam y ha tratado a decenas de familias
francesas afectadas por este fenómeno. Bouzar confirma que los tres terroristas responden al
perfil clásico, “personas frágiles a nivel social y familiar”. Los hermanos Said y Chérif
Kouachi quedaron huérfanos muy pronto, abandonaron tempranamente la escuela y no
tenían empleo fijo. Chérif tenía antecedentes penales. Amedy Coulibaly, el asaltante del
supermercado Hyper Cacher, nació en el seno de una familia numerosa y delinquía desde
los 18 años. Los tres son de origen inmigrante, pero nacidos en Francia. Eran europeos.
“Este tipo de personas frágiles son especialmente sensibles al discurso terrorista”, explica
Bouzar. “Las redes radicales captan adeptos convenciendo a estos jóvenes de que son
superiores y de que a su lado tendrán una misión en la vida. Les hacen creer que su
superioridad es la razón de su malestar social”.
El experto Ahmed-Chaoud explica que el proselitismo yihadista se alimenta de una visión de un
mundo repleto de mentiras y corrupción con sociedades secretas que manipulan a la humanidad.
La rapidez con la que se convierten estos jóvenes, musulmanes o no, ha sido la razón en la que
se ha escudado la ministra de Justicia, Christian Taubira, para explicar la falta de prevención
frente a terroristas previamente fichados por la policía como ha sido el caso de las matanzas de
París de esta semana pasada. Tanto el abogado de Coulibaly como el de Chérif Kouachi han
expresado su sorpresa ante la transformación de sus defendidos, una vez identificados como los
terroristas de París. La cárcel reaparece como granero del yihadismo. La crisis económica, con
un nivel de paro récord que afecta más duramente a los jóvenes, especialmente si estos son de
origen inmigrante, es otro actor relevante.
El sociológo y filósofo Edgar Morin ha recordado recientemente en Le Monde las obras
islamófobas de Éric Zemmour (El suicidio francés) y de Michel Houllebecq (Sumisión, novela
retirada tras las matanzas) para concluir que el miedo se puede agravar entre los franceses de
origen cristiano, árabe y judío y que hay en curso un “proceso de descomposición”. “Francia
tiene un problema con los hijos de los inmigrantes y ha minimizado sistemáticamente el
problema”, añade Ahmed-Chaoud.
Las tensiones sociales por diferencias de origen cultural y religioso no son circunstancias ajenas
a los ataques de París. En Francia viven alrededor de cinco millones de musulmanes y 600.000
judíos.
La laicidad es una enseña esencial del país y se viven con especial tensión debates como el de la
prohibición del velo integral. Las dificultades de integración de una amplia capa social de
jóvenes musulmanes está en el centro de la polémica. “La verdadera amenaza es la islamofobia
y la exclusión, que pueden explicar, que no excusar, la radicalización de los jóvenes”, decía
en Le Monde el viernes el especialista en el islam Olivier Roy. “Francia ha minimizado
sistemáticamente el problema”, añade Azzedine Ahmed-Chaoud, autor del libro La Francia de
la yihad.
La convivencia en una sociedad multicultural está en entredicho, aunque para algunos, como el
historiador de origen argelino Benjamín Stora, director del Museo de la Historia de la
Inmigración, es solo un problema de números, lo que obliga a establecer una relación directa
entre la enorme comunidad musulmana y el hecho de que Francia sea el principal proveedor en
Europa de yihadistas extranjeros al Estado Islámico (casi 1.200). “No podemos olvidar que los
musulmanes son víctimas importantes de los ataques radicales”, alerta Michel Taube, fundador
de Juntos contra la pena de muerte. Francia es, en todo caso, un campo de operaciones esencial
dada su historia. “El hecho de que los tres más importantes países del Magreb hayan estado
colonizados por Francia ha situado a este país en el corazón de la actualidad que ahora bien
conocemos”. Su entrada en la guerra de Irak contra el Estado Islámico en septiembre pasado le
ha convertido, además, en un país especialmente amenazado.
En prevención de nuevas fracturas sociales, el primer ministro Manuel Valls hizo el sábado un
enésimo llamamiento a la calma y a rechazar la idea de estar ante una confrontación religiosa.
El Gobierno lanza mensajes de rearme ideológico para defender “el valor preciado de la
libertad” frente a la barbarie de unos pocos; “capas marginales de la sociedad”, remacha Stora,
“en un país en el que la inmensa mayoría de los musulmanes están bien integrados”. Y añade:
“Llevo 35 años dando clase en universidades de labanlieue (barriadas de la periferia) y he visto
muchos currículos exitosos de musulmanes”. Las declaraciones del expresidente Nicolas
Sarkozy evocando el jueves a la salida del Elíseo una guerra de civilizaciones no ayuda. La
antropóloga Dounia Bouzar coincide con Valls en que esta es una guerra contra el terrorismo.
“El radicalismo es un proyecto totalitario”, dice. “De hecho, busca la exterminación del otro”.
“Hay modelos de sociedades muy conflictivos e incompatibles”, dice acomodado en una butaca
del salón de su apartamento en París, un espacio amplio, diáfano y luminoso con vistas a los
tejados de la ciudad. “Ya hubo un primer caso de culturas políticas y económicas totalmente
antagónicas, el marxismo y el capitalismo, que polarizaron la vida política de 1920 a 1985. Hoy
tenemos el desafío de las culturas islámicas: son valores incompatibles con los nuestros”.
Especialista en Hume y en la filosofía política inglesa, así como en el mundo del arte
contemporáneo, Michaud, nacido en Lyon en 1944, es un ensayista prolífico que ha escrito
sobre la violencia, el mérito o Chirac, y que ha dirigido la Escuela Nacional de Bellas Artes y la
llamada Universidad de Todos los Saberes, plataforma de difusión del conocimiento mediante
conferencias. Exprofesor en Berkeley, Edimburgo y París, en 2007 apoyó a Ségolène
Royal, aunque en estos días, dice, el político que más le interesa es el exministro de la UMP (la
formación política de Sarkozy) Bruno Lemaire.
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Pregunta. ¿Qué análisis hace usted de lo que se ha vivido en estos días en París con el atentado
contra Charlie Hebdo?
R. Porque la libertad da miedo. Es el tema del último libro de Houellebecq, de hecho. Un taxista
me dijo el otro día que procuraba no escuchar música porque la consideraba como una droga
que hace olvidar las plegarias y los principios. Me decía que lo bueno que tiene la “verdadera”
religión es que hay reglas para todo: para comportarse en familia, con los amigos, con los
enemigos; hay plegarias antes de comer, antes de entrar al baño; es una vida enmarcada, uno
está a gusto así. Era un hombre inteligente, pero no había posibilidad de argumentar, yo era un
infiel. Hace un mes, en Argel, vi que hay una generación de gente de más de 50 años, cultivada,
con mujeres que llevan el pelo suelto; y las nuevas generaciones son islamistas; no
necesariamente de manera agresiva. Por eso soy pesimista, como en la novela de Houellebecq.
La sociedad ha sustituido el pensamiento y la reflexión por el sentir, por la inmersión en las experiencias y,
especialmente, el placer"
P. En otro orden de cosas, en su nuevo libro sostiene usted que la obsesión por el lujo obedece a
un malestar con respecto a la propia identidad, a una fragilidad del individuo contemporáneo.
R. La identidad contemporánea es frágil, carece de certezas, pero, sobre todo, es flotante. La
sociedad ha sustituido el pensamiento y la reflexión por el sentir, por la inmersión en las
experiencias y, especialmente, el placer. La consecuencia es que el individuo retrocede y ya no
sabe muy bien quién es porque se disuelve en las experiencias y en el placer; y de pronto tiene
necesidad de recuperar su identidad, de decirse: yo soy único, diferente de los demás. Entonces
aparece el lujo como ostentación y diferenciación social: “Tengo marcas que tú no tienes, tengo
experiencias que tú no te puedes pagar”.
P. ¿El hecho de que más gente tenga acceso a más lujos implica una sociedad más satisfecha?
R. Yo no soy un prescriptor, sino alguien que describe. Pero tendría tendencia a pensar que sí.
Si hago una aproximación histórica, el hombre ha tenido hasta periodos recientes una vida de
perro. Estamos en sociedades donde uno no se muere de hambre, donde vivimos mucho tiempo.
P. ¿Coincide, por tanto, con el análisis de Steven Pinker, psicólogo de Harvard, que sostiene
que vivimos en el mejor momento de la historia y en la era más pacífica de la existencia de
nuestra especie?
Antes, el populismo se asociaba a la manipulación de las masas. Hoy día creo que no significa demagogia
obligatoriamente”
P. Usted pasa temporadas en España, tiene una casa en Ibiza. ¿Qué mirada tiene sobre la
actualidad política española? Florece la corrupción, se aprecia una cierta desafección hacia parte
de la clase política...
R. En Europa del Sur tenemos una clase política que ha abusado. En Francia, España, Portugal,
Italia, Grecia, en los recién llegados a Europa... Hay desafección de los ciudadanos porque
muchos están más informados y son más inteligentes, perciben las incapacidades de la clase
política. Sobre todo gracias a Internet y a las redes sociales. Yo participo mucho en las redes
sociales y estoy asombrado con la inteligencia colectiva que emerge. La desafección con
respecto a las clases políticas se ha reforzado de manera lúcida. Es lo que explica la alta
abstención, el voto a partidos extremistas o a nuevos partidos. Hay un cierto número de
intelectuales en Francia que empiezan a decir que hay que tener una nueva mirada hacia el
fenómeno del populismo. El populismo no significa obligatoriamente demagogia.
P. ¿Puede explicarlo?
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Desde este martes, las molduras doradas de Versalles también le han cedido un hueco
destacado. El itinerario turístico termina en una sala vacía, presidida por un retrato de Voltaire
que Nicolas de Largillière firmó en 1724. El street art se ha sumado a la causa. En el bulevar
que lleva su nombre, y por el que marcharon más de un millón de personas el domingo, se
descubre un cartel que esboza su figura. Basta dar una vuelta para reencontrarlo en todas las
esquinas.
En el primer tercio del siglo pasado, Julien Benda escribió un nuevo prefacio al Diccionario
filosófico de Voltaire, donde se explicaba sobre su relación cambiante con el autor. “Decía que
siempre le había parecido un autor del pasado, hasta que llegaron los años treinta. Volvió a abrir
el libro y lo entendió de otra manera”, apunta Brown. “Eso es lo que pasa ahora”. En respuesta
al atentado del 7 de enero, la Société Voltaire emitió un comunicado. Decía esto: “Hoy, Voltaire
sería Charlie”.
El humor necesario y la responsabilidad
La labor del humorista consiste en tomar algo que se considera formalmente aceptable y normal
y desvelar que no lo es
El humor es la capacidad humana para percibir aspectos ridículos o absurdos de la realidad y
destacarlos ante los demás de forma ingeniosa. Este fenómeno siempre nos ha servido para
obtener una visión diferente de la vida y ensanchar las interpretaciones de los conflictos propios
y ajenos. El humor nunca va dirigido a descubrir la verdad ni posee una precisión constructiva,
ya que su misión es la opuesta, ir "a la contra" y evidenciar la mentira. Y esa labor de
descubrimiento o "denuncia" de lo tapado no es fácil ni gratuita, por mucho que adopte
apariencias frívolas o estúpidas. Aun sin ser "verdadero", el humor es necesario, ya que de él
nos nutrimos diariamente y nos servimos para defendernos de este desordenado mundo.
Debemos tributar nuestro rendido agradecimiento a Charlie Hebdo y su labor de sátira indiscriminada frente a
cualquier integrismo, sea musulmán, cristiano o judío
La labor del humorista consiste en tomar algo que se considera formalmente aceptable y normal
y desvelar que no lo es. La presa favorita de la sátira y la parodia es lo considerado serio,
correcto y solemne.
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La consecuencia es que el humor es divertido y plausible para quienes están en contra de las
"verdades" oficiales. De igual manera,se convierte en odioso para quienes comulgan a rajatabla
con ellas. Un ejemplo es qué fácil resulta burlarse de las costumbres de culturas ajenas y qué
inaceptables parecen las críticas hacia las nuestras, por extravagantes que estas sean a los ojos
de los otros.
Con motivo de la terrible tragedia que se ha producido estos días en París, debemos afirmar que
la libertad de expresión es sagrada, piedra angular de nuestra civilización, duramente
conquistada por generaciones de grafistas desde Hogarth, Goya o Daumier.
El humor también debe ser responsable. No todo rasgo de humor es incuestionable y oportuno en cualquier
momento y ocasión
Pero hay que añadir algo. Siendo, como es, básico y necesario, el humor también debe ser
responsable. No todo rasgo de humor es incuestionable y oportuno en cualquier momento y
ocasión. Nadie defenderá una broma sobre una víctima de violencia de género, un chiste
repugnante ante un niño, un ocurrente petardo en una reunión de víctimas del terror, una
graciosa cerilla en un polvorín. Todos sabemos cuándo una broma es responsable y cuándo no
lo es.
De otra parte, han devuelto la confianza de la opinión pública en el Gobierno (que parecía
desfalleciente) del presidente, François Hollande, y de su primer ministro, Manuel Valls, por su
enérgico manejo de la crisis provocada por el desafío terrorista, y renovado los consensos de la
clase política francesa a favor de los “principios republicanos”, es decir, la coexistencia en la
diversidad de creencias, costumbres y culturas diferentes. En vez de dejarse intimidar por el
chantaje sangriento de los extremistas islámicos, Francia, que los ha combatido ya en el África y
lo sigue haciendo en Oriente Próximo, reafirma su decisión de seguir enfrentándolos. En prueba
de ello, ha despachado a esa región a su principal porta-aviones, el Charles de Gaulle, a fin de
apoyar los bombardeos aliados contra el califato islámico instaurado en territorios de Siria e
Irak. Vale la pena recordar que Francia propuso una intervención militar en Siria a favor de los
rebeldes laicos y demócratas que se alzaron contra la dictadura de Bachar el Asad y que su
propuesta se frustró por culpa de Estados Unidos y otros aliados, intimidados por Vladímir
Putin, proveedor de armas al Gobierno sirio. Ahora que aquellas fuerzas rebeldes han sido
barridas por los fanáticos islamistas que quieren derrocar al régimen de El Asad para instalar
una dictadura todavía más despótica (en el califato islámico, además de las decapitaciones, los
latigazos y la esclavización de la mujer, acaba de estrenarse la política de lanzar al vacío a los
homosexuales), muchos Gobiernos occidentales lamentarán no haber adoptado la firmeza de
Francia en defensa de la civilización, que es, a todas luces, lo que el extremismo islamista se
propone exterminar.
Pero, acaso la más importante deriva de los asesinatos cometidos por los yihadistas en París sea
el regreso de las ideas a la política francesa. Ellas fueron las grandes protagonistas de su vida
pública a lo largo de buena parte de su historia, pero, en los últimos tiempos, en parte por el
desinterés —para no decir el desprecio— que a suintelligentsia inspiraba la política, y, en parte,
por el sesgo puramente pragmático, de mera gestión de lo existente, sin vuelo, ni horizonte, ni
ideales, que había adquirido aquella, el debate de ideas, en la que Francia siempre descolló,
parecía haberse extinguido en la tierra de Voltaire, Diderot, Sartre, Malraux, Camus. En estas
últimas semanas ha vuelto, de manera plural y torrentosa.
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El fanatismo irracional y asesino no es monopolio del islam; florece
también en otras religiones
Hace mucho que no se veía a tantos escritores, profesores, eruditos, investigadores, volcarse de
manera tan intensa en la vida pública, opinando a través de artículos, manifiestos, entrevistas en
la radio, la televisión y los periódicos, sobre el crecimiento del antisemitismo, la islamofobia,
los guetos de inmigrantes desprovistos de educación, de trabajo y de oportunidades que se
multiplican en las ciudades europeas y sirven de caldo de cultivo del extremismo antioccidental,
de donde están partiendo millares de jóvenes a integrar los batallones fanáticos de Al Qaeda, el
califato islámico y otras sectas terroristas.
La polémica es tan intensa que me ha hecho recordar los años sesenta, cuando temas como la
guerra de Argelia, las denuncias sobre el Gulag, la fascinación que ejercían entre muchos
jóvenes la revolución cubana y el maoísmo, el compromiso y la militancia de los intelectuales,
animaban un debate efervescente que enriquecía la política y la cultura francesas. Entre las ideas
sobre las que la disparidad de opiniones es mayor figura la inmigración: ¿constituye ella un
peligro potencial, como cree Marine Le Pen y a la que parecería suscribir el revoltoso Michel
Houellebecq con su última novela, Sumisión, y por tanto ser restringida y vigilada con rigor?
Otros intelectuales, como André Glucksmann, recuerdan que el mayor número de víctimas del
terrorismo islámico son los propios musulmanes, que han muerto ya y siguen muriendo por
decenas de millares, víctimas de unos fanáticos para los cuales todo quien descree de su verdad
única merece ser exterminado. El fanatismo irracional y asesino no es monopolio del islam;
florece también en otras religiones, de la que no estuvo excluida la cristiana, aunque, quién
podría negarlo, aquel es mucho más resistente a la modernización de lo que ésta lo fue, pues no
ha experimentado aún ese largo proceso de laicización que permitió a la Iglesia católica
adaptarse a la democracia, es decir, dejar de identificarse con el Estado. Todo esto parece
indicar que pasará todavía mucho tiempo antes de que los países árabes —un ejemplo promisor,
por desgracia hasta ahora único, es el de Túnez— adopten la cultura de la libertad.
Me gustaría comentar las opiniones sobre este tema de dos intelectuales que aprecio mucho: J.
M. Le Clézio y Guy Sorman. Ambos coinciden en señalar que los asesinos de los periodistas
deCharlie Hebdo, así como el de los cuatro judíos del supermercadokosher, son meros
delincuentes comunes, pobres diablos nacidos o criados en los guetos franceses, en condiciones
execrables, y educados en el crimen en los reformatorios y cárceles. Esta sería su verdadera
condición, a la que el fundamentalismo islámico sirve apenas de superficial disfraz. El entorno
social en que nacieron y crecieron sería el mayor responsable del furor nihilista que los volvió
depredadores humanos antes que una convicción religiosa.
Para algunos, el entorno social de los terroristas sería el responsable de su furor nihilista
Yo creo que este análisis no valora lo suficiente a quienes canalizan, arman y aprovechan para
sus propios fines a esos “lobos solitarios” productos de la discriminación, la incultura y el
ergástulo. ¿Acaso todas las ideologías y religiones no se han servido siempre de delincuentes
comunes y sujetos descerebrados y perversos para cometer sus fechorías? Los asesinos
de Charlie Hebdo y del supermercado salían de aquellos guetos, pero fueron entrenados en
Oriente Próximo o en África, y formaron parte de organizaciones que, gracias a Estados
petroleros y jeques multimillonarios que las financian, están equipadas con armas
modernísimas y tienen redes de información y enlaces por todo el mundo, a la vez que
imanes y teólogos los proveían de las elementales verdades para justificar sus crímenes,
sentirse héroes y mártires merecedores de gloria y placeres sin cuento en el más allá.
Desde luego que las condiciones de abandono y marginación de los guetos europeos
contribuyen a crear potencialmente al asesino fanático. Pero quien pone la bomba o el
Kaláshnikov en sus manos, lo incita y le señala el blanco a liquidar, tiene tanta responsabilidad
como él en la sangre derramada.
Que la lucha contra el terrorismo exija a veces ciertos recortes de la libertad es, por desgracia,
inevitable, a condición de que estas limitaciones no transgredan ciertos límites más allá de los
cuales la propia libertad sucumbe y un país libre deja de serlo y llega a confundirse con los
Estados totalitarios y oscurantistas que alimentan el terrorismo. Esto parece haberlo entendido
muy bien el pueblo francés, que, en la encuesta sobre intenciones de voto que se publica el
mismo día que escribo este artículo, señala un aumento en la popularidad de todos los partidos
democráticos —de derecha y de izquierda— en tanto que el Front National no parece haber
ganado un solo voto con su demagogia de pedir el restablecimiento de la pena capital, la salida
de Europa y una agresiva política antiinmigratoria.
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2015.
© Mario Vargas Llosa, 2015.
La sátira necesaria
Dos visiones sobre la sátira
JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA 23 ENE 2015 - 18:11 CET
Por sí misma, la sátira no es capaz de derrocar a reyes ni tiranos; no previene guerras; no
decide las elecciones. Aunque casi nunca cambia el curso de la historia, a menudo acompaña y
refuerza la acción política. Las caricaturas y chistes contra la familia real ayudaron a crear la
atmósfera de furia que culminó en la Revolución Francesa. Las burlas contra la guerra de
Vietnam lograron el cambio en la opinión pública que acabó con ella. Según Freud, la sátira
actúa a modo de válvula de escape que ventila tensiones que de otro modo podrían ser letales.
Los humoristas satíricos, a menudo con riesgo de cárcel, exilio, ejecución, siguen buscando
maneras de evitar la censura; hacen la política divertida e interesante para un público que de
otra manera tendería a quedarse al margen; dinamitan los tabúes que rodean el sexo, la raza y
la religión; son el baluarte de la democracia contra la opresión. Son más necesarios que nunca.
El humor debe ser incorrecto y a la vez responsable”
Manuel Álvarez Junco, profesor de Bellas Artes y artista gráfico, reflexiona sobre los límites
de la libertad de expresión y alaba el trabajo de ‘Charlie Hebdo’
El humor necesario y la responsabilidad, por MANUEL A. JUNCO
“Todo tiene límites, pero la libertad de expresión es de las que menos límites debería
tener”. Manuel Álvarez Junco, profesor de Bellas en la Universidad Complutense de
Madrid y artista gráfico, ha reflexionado en EL PAÍS sobre la libertad y el humor tras el
atentado terrorista que acabó con la vida de una decena de trabajadores de la revista
francesa Charlie Hebdo, acusada por los yihadistas de blasfema tras la publicación de
varias viñetas de Mahoma.
Viñeta de Junco.
¿Sobrepasó Charlie Hebdo los límites de ese respeto? Álvarez Junco cree que no, que
su trabajo, muy profesional, fue sacado de contexto. Pero no está seguro de que él
hubiera publicado las viñetas de haber sido el director del semanario: “El humor debe
encontrar un momento adecuado, habría establecido un debate en la redacción para
plantear su oportunidad”
“El humor gráfico abrió un camino a la libertad de expresión”
Forges
“Somos una especie en extinción y por eso tratamos de protegernos. En extinción porque el
papel está en decadencia. Habrá otra cosa probablemente en Internet, más inmediata y efímera”,
apunta José María Pérez, Peridis. “No hay rivalidad. Una prueba de ello es que nos invitan a los
humoristas a las tertulias de las TDT”, intervieneAntonio Fraguas, Forges. “Yo puedo poner el
ejemplo de Máximo, que fue muy amable conmigo cuando comenzaba”, destaca el también
dibujante Fernando Corella.
No todos comparten esa visión tan fraternal, pero sí hay coincidencia en destacar el papel
desempeñado por los humoristas gráficos, algunos ya fallecidos como Antonio Mingote, José
María González Castrillo, —Chumy Chumez—, Jaume Perich o Máximo. “Fueron clave para
conseguir derechos y espacios de libertad con sus dibujos que llegaban a mucha gente. Es muy
difícil poner coto a la imagen”, explica Juan García, director del Programa de Humor Gráfico de
la Fundación Universidad de Alcalá, a la salida del funeral al que también asistieron escritores y
periodistas como Manuel Vicent o Vicente Verdú y numerosos profesionales del teatro y del
cine, como Emma Suárez, Raúl Arévalo o Sergi López. Uno de los cuatro hijos de Máximo es el
conocido actor Alberto San Juan.
“El humor tuvo su apogeo a final del franquismo y en la Transición, porque decía, con garbo y
mucha intención, lo que no se podía decir. Para mí, el humor gráfico contribuyó a demoler el
franquismo. Abrió un camino a la libertad de expresión. Iba por delante. El humor tiene que ser
inteligente y polisémico para evitar la censura. La honestidad del humorista radica en que no ha
sido un barco con bandera de conveniencia según el medio en que trabajara, sino que mantiene
sus constantes, lo que le da credibilidad”, sostiene Peridis, que publica sus ilustraciones en EL
PAÍS, al igual que Forges. Este añade: “Titulares es lo que hemos hecho casi todos los
humoristas y vosotroslos plumillas tenéis el marrón de escribir el texto. En mi caso fue muy
importante, porque me abrió un camino para explorar, la lectura del libro Autopista, de Perich,
que decía llamarse Jaime cuando estaba enfadado con la administración catalana y Jaume
cuando lo estaba con la central”.
‘Charlie Hebdo’: los artículos de opinión publicados por EL PAÍS
Es política, no religión
No caigamos en el error de construir trincheras y odios cuando necesitamos puentes
Con cada atentado terrorista de inspiración yihadista reaparece el coro de voces que pretende
responsabilizar a la religión musulmana y a sus practicantes por los asesinatos cometidos en su
nombre. A la primera, la religión, se le atribuye una naturaleza intrínsecamente violenta y
excluyente que la haría incompatible con cualquier forma de vida democrática o régimen de
derechos y libertades individuales. A los segundos, los practicantes, se les señala por la
complicidad que algunos dicen adivinar tras los silencios, su incapacidad para la crítica a sus
líderes religiosos, su resistencia a modernizar sus hábitos culturales y el continuo victimismo
del que hacen gala, que con demasiada frecuencia acompañan de demandas orientadas a
restringir derechos o construir dentro de nuestras sociedades espacios donde estos no rijan.
Ignorar la profundidad y severidad de esas fracturas, en las que se dilucida el modo y carácter
de la modernización de estas sociedades, y obviar nuestro papel en su creación y
mantenimiento, desde los tiempos del colonialismo hasta ahora, nos lleva a abandonarnos a la
otra tentación recurrente en estas ocasiones: la de afirmar que el terrorismo es simplemente
barbarie nihilista sin sentido. No, el terrorismo, este como cualquier otro, es político y busca
objetivos de dominación política, así que precisamente para poder contrarrestar estos objetivos
eficazmente, debemos entenderlos en toda su complejidad.
MÁS INFORMACIÓN
Seguiremos publicando
El califato contra Europa
Tolerancia contra fanatismo
Todo esto no es una llamada a renunciar a nada ni a relativizar nada. Como no puede ser de otra
manera, la brutal masacre de París nos obliga a reafirmarnos en nuestros valores y principios y a
no aceptar ni una sola renuncia en la esfera de los derechos (tampoco, que quede claro, cuando
las sátiras o irreverencias se practiquen contra nuestros símbolos o instituciones, sean la
Monarquía, la bandera, la religión cristiana, judía o cualquier otra). Que un humorista armado
de un lápiz pueda ser considerado una amenaza existencial para un fanático, incluso más que un
soldado, es la prueba de lo lejos que hemos llegado y los años luz que nos separan de ellos.
Precisamente por ello no caigamos en el error de construir trincheras y odios cuando lo que
necesitamos son puentes y políticas eficaces.
El islam no es el culpable
La percepción social dibuja una realidad distópica en la que los musulmanes se convierten en
una amenaza demográfica
LUZ GÓMEZ GARCÍA 8 ENE 2015 - 22:05 CET
Europa tiene muchos problemas, pero el islam no es uno de ellos. Sí lo es la tentación de negar
el sello de autenticidad europea a amplias capas de su población que hacen de esta religión una
seña de identidad primera. Lo es, también, relegar a la marginalidad social y económica a la
inmigración que proviene del viejo mundo colonial o de las guerras neocoloniales que hoy
asolan buena parte del mundo islámico (Libia, Siria, Irak, Yemen, Afganistán) y en las que
Europa se juega su futuro, aun cuando no parezca muy consciente de ello. Como lo es pedirles a
todos los musulmanes que se posicionen cuando se producen atentados terroristas como el
último de Paríscontra el semanario Charlie Hebdo, que desvirtúan sobre todo al islam pero
también a Europa. A todo ello hemos asistido en estos últimos años, creando un caldo de
cultivo que hace del islam el chivo expiatorio de los muchos problemas de constitución que
arrastra Europa.
El futuro no puede ser más sombrío. Un primer paso para prevenir la oleada de represalias
antiislámicas que se avecina (en Francia ya están ardiendo mezquitas, en Suecia fueron atacadas
tres la semana pasada, en Alemania más de 50 en el último año) es llamar a las cosas por su
nombre. Pero a la clase política europea le sigue costando pronunciar el término "islamofobia".
Es una forma de racismo y un fenómeno social, pero como tal tiene un fuerte componente
político. A la islamofobia la alimenta la Europa parapetada tras los muros de la austeridad, que
ha expulsado de su futuro laboral y educativo a varias generaciones de europeos. Para muchos,
como siempre, la culpa es del "otro", el musulmán, el inmigrante. Pero a la islamofobia también
la alimenta la disyuntiva creciente ante la que ya nos están colocando nuestros líderes:
seguridad o libertad. Qué mejor triunfo para el terrorismo.
El recurso fácil de atribuir las causas a una determinada religión, en este caso la musulmana, es
profundamente erróneo. En nombre de todas las religiones monoteístas se han cometido, se
cometen y se cometerán, crímenes tan horrendos como el de ayer. A su vez, en nombre de todas
las religiones monoteístas se condenarán tragedias semejantes. Por ello la causa debemos
buscarla no en las religiones, sino en el fanatismo que pueden provocar, fanatismo, por otro
lado, cuyo caldo de cultivo lo encontramos en todo tipo de creencias, tanto las derivadas de
la fe como de la razón.
MÁS INFORMACIÓN
'Una nueva tragedia europea', por GUILLERMO ALTARES
Editorial: Seguiremos publicando
El califato contra Europa, por LLUIS BASSETS
Porque, efectivamente, la actitud fanática no proviene sólo de aquellas creencias opuestas a las
ideas —para utilizar la conocida, y clara, distinción de Ortega— sino, a veces, en las ideas
mismas, quizás fundadas en argumentos racionales, pero llevadas a la práctica con actitud
fanática, aquella actitud que, entre otras cosas, implica que el fin justifica los medios. Ello
explica que el nazismo o el estalinismo, basados en ciertas ramas del idealismo alemán, llegaran
a cometer atroces crímenes en nombre de bienes que se consideraban superiores. La religión es
siempre una creencia, las creencias siempre tienden con mayor facilidad al fanatismo, pero el
pensamiento racionalista no siempre está exento de él: depende de la actitud.
Frente al fanatismo está la tolerancia, que también es una actitud más que una ideología,
en la que se basa toda idea de convivencia pacífica fundamentada en la libertad y en la
igualdad, origen del concepto de democracia organizada en torno a la salvaguarda de los
derechos fundamentales. La actitud tolerante está en el comienzo de lo que hoy llamamos
civilización occidental y que afortunadamente se extiende ya más allá de Occidente. Sus padres
fundadores podrían ser, por ejemplo, Erasmo, Luis Vives o Tomás Moro. En tiempos convulsos
debidos a actitudes religiosas intolerantes —es decir, fanáticas—, en aquellas guerras de
religión que asolaron el siglo XVI europeo, éstos y otros sostuvieron que debía respetarse la
conciencia de cada uno y las diferencias nunca debían ser motivo para justificar la violencia.
Quienes trabajan en los periódicos y las revistas satíricas buscan la verdad oculta de las cosas
Por ejemplo Wolinski, y por ejemplo, Charb, el director de Charlie Hebdo. Han matado
a un izquierdista de 47 años; dicho así parece una vieja película italiana. Pero sigue
ocurriendo ahora. El atentado de ayer contra la histórica revista satírica parisiense ha
sido un atentado político en toda la regla, pues el objetivo de los asaltantes era la
libertad ahí donde se fabrica: en la redacción de una revista de humor.
El periodismo es la manera de vivir y de ser de los humoristas. Sólo en un lugar tan
fugaz y a la vez tan persistente como las páginas de un periódico, o de una revista, o en
una emisora de radio o en una cadena de televisión, sólo en sitios así donde está todo el
mundo de paso, donde hasta lo que se dice está de paso por un día, por unas horas, cabe
un humorista. Un periodista y un humorista buscan lo mismo: la verdad oculta de las
cosas. El periodista y el humorista se enfrentan a los mismos enemigos. Pero los
periodistas fingen que hablan completamente en serio y los humoristas aparentan
hacerlo completamente en broma. Cuando se junta un grupo de humoristas acaban
fundando una revista y cuando se junta un grupo de periodistas terminan contando
chistes. La foto de Charb que ahora mismo circula por Internet es contagiosa como la
risa. La fotografía de este dibujante levantando el puño como un comunista y
sosteniendo en la mano con orgullo un ejemplar de su CharlieHebdo. Sólo un fanático
puede matar a un hombre con gafas. (Quizá quienes lo han matado esperen alguna
alusión relativa a las creencias de unos u otros, pero esto ahora es lo de menos pues
estamos hablando de lo único realmente sagrado para los humoristas: la libertad).
El periodismo es la frontera entre el poder y la libertad. Los periodistas son furtivos que
le roban al primero para darle a la segunda, y viceversa. A veces se quedan atrapados en
uno de los dos campos, y otras caen físicamente durante el camino en el fuego cruzado.
Un humorista cuando escribe por la libertad, por la igualdad y por la fraternidad, escribe
sobre todo por la hilaridad.
Por ejemplo Wolinski, por ejemplo Charb y por ejemplo Cabu, sus gafas redondas, su
peinado redondo y extraño como una caricatura yeyé. El próximo martes 13 de enero
iba a cumplir 77 años. Cabu, veterano de mil publicaciones, anciano de una sola vida,
muerto a tiros en la redacción de su revista. (En España sabemos los días de enero, los
abogados de Atocha acribillados).
Un fanático no soporta que descubran sus trampas. Mata al que las evidencia
Lo que más odian las armas es el lápiz. El del abogado, el del dibujante... El dibujante
es el principal defensor del humor. Un dibujante siempre lleva un lápiz en el bolsillo
por lo que pueda ver o por lo que se le pueda ocurrir. Al tiempo que escribo esto, la
plaza de la Republique en París se está llenando de gente en silencio que lleva un lápiz
en la mano y lo enseña a la noche. (Todavía no son las siete y la plaza espera y la
redacción espera. Hoy todo el mundo espera desesperado).
Una persona con un lápiz en la mano es todavía más frágil que sin él, porque los lápices
nos muestran tal como somos: no tenemos nada más que lo que decimos. Una persona
con un lápiz es tan frágil como una persona con gafas. El lema de la democracia es un
hombre, un voto, el lema de la libertad es un hombre un lápiz. O una mujer. El lenguaje
está lleno de trampas y los humoristas son artificieros especialistas en desactivarlas.
Pero un fanático no soporta que descubran sus trampas. Mata al que las evidencia.
Por ejemplo Wolinski, por ejemplo Charb, por ejemplo Cabu, y por ejemplo Tignous, la
sonrisa irónica de los morenos tímidos, 58 años, humorista gráfico profesional,
colaborador de Charlie entre otras revistas. Esta mañana estaba allí y lo mataron a tiros.
Claro, para defenderse sólo tenía un lápiz. Pero un humorista es eso, un hombre que
sólo tiene un lápiz para defenderse.
Los fanáticos no lo saben pues no saben nada que no sea su fanatismo, pero no van a
poder con los lápices. Cada vez hay más, porque en la vida en libertad lo primero que se
le enseña a una niña y a un niño es a coger el lápiz.
Javier Pérez Andújar es escritor. Su última novela publicada es Catalanes
todos(Tusquets).
El terror no olvida
Las redes criminales actúan de forma global y exigen una respuesta similar
Buscar la causa del atentado ocurrido el 7 de enero en París en la venganza es un análisis
simplista; que es un ataque a la libertad de expresión, sin duda. En el año 2006 la revista
francesa Charlie Hebdo publicaba caricaturas no de Mahoma sino de los fundamentalistas que
actuaban en su nombre. Las críticas de entonces son demasiado poco para constituirlas en única
causa. No nos dejemos llevar por análisis descontextualizados. Los yihadistas acudirán a
cualquier medio violento en su lucha permanente por alcanzar publicidad y poder como vía para
establecer un universo islámico.
Hemos dejado escapar demasiadas oportunidades para atacar la raíz de las causas de este
terrorismo. Las primaveras árabes tuvieron un origen y tenían un objetivo. Los actores eran
variados (laicos, demócratas, radicales, terroristas, poderosos o interesados) y no se supo apoyar
a aquellos que hubieran cubierto el espacio que finalmente fue ocupado por el terrorismo. Las
zonas de conflicto, que son escenarios idealizados de lucha, se han convertido en un destino
anhelado por los futuros combatientes. Lejos de potenciar desarrollos sociales, culturales y
humanos, hemos dado prioridad a las respuestas de fuerza militar.
Un nuevo reto se presenta en Internet, en las redes sociales o en el uso de las aplicaciones de la
telefonía móvil. En ese marco se palpa un nuevo terrorismo tecnológico, que aprovecha las
nuevas tecnologías para desarrollar sus actividades y la obtención de sus fines convirtiéndose en
un terrorismo global que llega a todos los espacios a la velocidad que la propia Red permite.
Difunde ideas, y con ello propicia la captación, sin restricción alguna, porque tras la Red hay un
ejército invisible de hombres y mujeres dispuestos a dejar el mundo virtual para pasar a la
acción. La respuesta al uso de esa nueva herramienta debe ser multidisciplinar. Seguridad,
policial, judicial y, desde luego, educación.
Pero en París hemos visto de nuevo consumada la sinrazón de la barbarie; el terror no olvida y
es cobarde frente a quienes difunden ideas diferentes o le hacen frente. Y por eso también la
firmeza democrática frente al mismo debe ser inescindible.
Los seres humanos tenemos la memoria frágil y perdemos rápidamente la perspectiva de lo que
nos sucede. El terrorismo global tanto puede golpear en un sitio como en otro y solo nos
sorprende cuando nos afecta de forma directa. Se extiende como el crimen transnacional
organizado, de forma compleja, y es difícil de “descubrir y combatir si no se asume que las
vinculaciones e interrelaciones entre esos grupos y células terroristas no son aleatorias ni
caprichosas, sino que responden a una lógica del terror cuyo fin es la consecución de objetivos
tan globales como aparentemente irrealizables, lo que favorece la indiferencia y la incredulidad,
o incluso el escepticismo de los ciudadanos y las instituciones, y la convicción de que no existe
riesgo alguno, coadyuvando con ello, en forma involuntaria, a otorgar patente de impunidad en
la primera y más decisiva fase de formación”.
Hoy sabemos con tremenda certidumbre que el Estado Islámico existe, que tiene extendidas sus
redes por el norte de África y el Sahel, que ha trabado alianzas con otras organizaciones, es
decir, que se está instituyendo en red criminal estable, cuyos militantes tanto pueden actuar en
Irak o Siria como en París o Roma o cualquier otra ciudad que les sea atractiva como objetivo.
Los motivos serán meras excusas siempre que haya víctimas, hoy periodistas, mañana policías o
simples ciudadanos cuyo asesinato les promocione en su locura. Son redes que se aprovechan de
la Red, pero que no renuncian a los métodos cruentos, porque desde el momento inicial
(adoctrinamiento), los ideólogos o emires tienen prevista la actuación del grupo, aprovechando
—sin excepción— esas contradicciones de nuestra sociedad y el miedo que en la misma existe a
asumir la realidad del problema, lo que se traduce a veces en opiniones publicadas tan banales
como temerarias y peligrosas porque serán aprovechadas para golpearnos como, cuando y
donde les interese.
Se hace necesaria, pues, desde el Estado de derecho, una reflexión profunda y exigir la
cooperación y coordinación internacional proactivas entre los países que trabajamos en pro de la
seguridad internacional. Mecanismos judiciales de asistencia mutua internacional como el
denominado cuatripartito, conformado por las fiscalías antiterroristas de Marruecos, Francia,
Bélgica y España, se muestran indispensables en la respuesta global a un terrorismo global.
Borrando la sonrisa
Algo no es verdaderamente serio a menos que, en algún sentido, podamos tomárnoslo a broma
En los tiempos en los que las sociedades eran religiosamente homogéneas, decir de alguien que
era “un buen musulmán” o “un buen cristiano” significaba más o menos, en sus respectivos
contextos, que era “un buen hombre”. Entonces habría bastado con ser "un buen musulmán"
para abstenerse de matar a tiros a doce personas que no hacían más que trabajar honradamente.
Sin embargo, la historia registra numerosas ocasiones en las cuales, y no obstante lo anterior, las
autoridades religiosas decretaban que para ser “un buen cristiano” había que matar a unos
cuantos musulmanes (o viceversa).
Precisamente a causa de este tipo de inconvenientes se acabó inventando un dispositivo que hoy
llamamos “Ilustración”, y que libera a los hombres de toda tutela religiosa obligada, aunque
también por ello ha eliminado la homogeneidad de las creencias y liquidado el viejo modelo
político-religioso de la “comunidad confesional” como fundamento de la cohesión social. Una
de las evidencias de que no corren buenos tiempos para la Ilustración es, más que el horrendo
atentado contra Charlie Hebdo, el que más de un “buen hombre” occidental haya pensado estos
días en los mismos términos que pensaban los terroristas: estos creían estar matando a unos
cuantos “infieles” (creyentes de una confesión rival), aunque se puedan encontrar explicaciones
(que no justificaciones) para su confusión; aquellos, injustificablemente, actúan como si la
Ilustración fuera “otra confesión religiosa” más, con sus dogmas de fe inviolables (el sufragio
universal, la igualdad ante la ley, la emancipación de la mujer…). Y si esto fuera cierto, como
parecía pensar George W. Bush cuando emprendió sus cruzadas de propagación de la
democracia, yo me daría de baja inmediatamente de sus filas.
Lo que a mí me gusta de la Ilustración es, entre otras muchas cosas, que me puedo reír
impunemente y a mandíbula batiente de todas las “comunidades confesionales de creencias
obligatorias” y también de los que piensan que la Ilustración es una comunidad de ese tipo, y
que en muchas ocasiones me puedo carcajear también de la Ilustración misma y de las
payasadas y burradas a las que da lugar la conversión de sus principios en dogmas de fe. Una
conversión que no solamente es mala (permite que algunos “buenos ilustrados” se crean
justificados para matar de vez en cuando a algunos musulmanes sólo por el hecho de serlo, o
viceversa) sino además falsa: esa “comunidad homogénea” se hundió con el advenimiento del
mundo moderno, y hoy no puede ser más que una quimera o una caricatura. Y no es desde la
quimera ni desde la fe, sino desde la razón desde donde la Ilustración apela a los hombres, y por
tanto no en cuanto musulmanes, cristianos o animistas, árabes o españoles, sino solamente en
cuanto hombres que pueden serlo sin compartir sus creencias.
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Es política, no religión, por JOSÉ I. TORREBLANCA
Los malos no ríen, por JAVIER PÉREZ ANDÚJAR
Decía el barón de Shaftesbury que una buena broma es aquella que, en cierto modo, podemos
tomarnos en serio. Yo suelo añadir que algo no es verdaderamente serio a menos que, en algún
sentido, podamos tomárnoslo a broma. Lo que los asesinos de París (que lo aguantan casi todo)
no soportan es eso: que no se los tome en serio. Y de momento han conseguido borrarnos la
sonrisa de la boca.
No fue el ataque de un pistolero perturbado que actuaba como un lobo solitario. No fue una
agresión “no islámica” perpetrada por un puñado de matones: se pudo oír cómo los criminales
gritaban que estaban vengando al profeta Mahoma. Tampoco fue una acción espontánea. Había
sido planeada para causar el mayor daño posible durante una reunión del equipo, con armas
automáticas y con un plan de huida. Fue diseñada para sembrar el terror, y en ese sentido, ha
funcionado.
Si se puede extraer alguna lección de un episodio tan espeluznante es que lo que nosotros
creamos del islam en realidad no importa. Este tipo de violencia, la yihad (o la guerra santa) es
lo que ellos, los islamistas, creen.
En el análisis que hace Malik de la estrategia coránica, el centro del conflicto no es un campo de
batalla físico, sino el alma humana. La clave para la victoria, como enseñó Alá mediante las
campañas militares del profeta Mahoma, es golpear el alma de tu enemigo. Y la mejor manera
de hacerlo es a través del terror. El terror, escribe Malik, es “el punto en el que convergen los
medios y el fin”. El terror, añade, “no es un medio de imponer decisiones al enemigo; es la
decisión que queremos imponer”.
Los responsables de la matanza de París, exactamente igual que el hombre que asesinó al
cineasta holandés Theo van Gogh en 2004, pretenden imponer el terror. Y cada vez que nos
rendimos a su idea de la violencia religiosa justificada, les estamos dando exactamente lo que
quieren.
Es más, a pesar lo que pueda enseñar el Corán, no todos los pecados se pueden considerar
iguales. Occidente debe insistir en que los musulmanes, en particular los miembros de la
diáspora musulmana, respondan a la siguiente pregunta: ¿qué es más ofensivo para un creyente,
el asesinato, la tortura, la esclavitud y los actos de guerra y de terrorismo que se cometen hoy
día en nombre de Mahoma, o la producción de dibujos, películas y libros que pretenden
ridiculizar a los extremistas y su visión de lo que Mahoma representa?
Respondiendo al difunto general Malik, en Occidente, nuestra alma reside en nuestra creencia
en la libertad de pensamiento y de expresión. La libertad de expresar nuestras preocupaciones,
la libertad de venerar a quien queramos, o de no venerar en absoluto; esas libertades son el alma
de nuestra civilización. Y allí es precisamente donde los islamistas nos han atacado. Una vez
más.
Esto supondría una novedad para Occidente, que en demasiadas ocasiones ha dado respuestas
conciliadoras a la violencia yihadista. Aplacamos los ánimos de los jefes de Gobierno
musulmanes que nos presionan para que censuremos nuestra prensa, nuestras universidades,
nuestros libros de historia, nuestros programas académicos. Ellos reclaman y nosotros les
complacemos. Aplacamos a los líderes de las organizaciones musulmanas de nuestras
sociedades. Nos piden que no vinculemos los actos de violencia a la religión islámica porque
nos dicen que la suya es una religión pacífica, y nosotros les complacemos.
¿Y qué recibimos a cambio? Kaláshnikovs en el corazón de París. Cuanto más nos plegamos,
más nos autocensuramos, más conciliamos, más audaz se vuelve el enemigo.
Solo puede haber una respuesta a este abominable acto yihadista contra el equipo de Charlie
Hebdo, y es la obligación de los medios de comunicación y de los líderes occidentales,
religiosos y laicos, de proteger los derechos más básicos de libertad de expresión, ya sea
mediante la sátira o en cualquier otra forma. Occidente no debe aplacar, no debe ser silenciado.
Debemos enviar un mensaje colectivo a los terroristas: vuestra violencia no puede destruir
nuestra alma.
Ayaan Hirsi Alí es miembro de la Escuela Kennedy de Harvard y autora de Infiel y de Heretic:
The Case for a Muslim Reformation (Herético: defensa de una reforma del islam), de próxima
aparición.
© GLOBAL VIEWPOINT
Respeto o miedo?
Hay que tomar el relevo del semanario 'Charlie Hebdo' y defender el derecho de humoristas y
viñetistas a tomarse el poder y la religión a cachondeo
Venga, venga, antes de que se enfríen los cuerpos del tío Bernard, de Wolinski, de Charb, Cabu,
Tignous, Honoré o del policía Merabet; antes de que se prolongue en exceso la defensa de los
archisabidos valores de Liberté, Égalité, Fraternité que dan sentido a la República Francesa;
antes de que nos pongamos demasiado cansinos con la condena del crimen y la defensa de las
libertades, vamos a proclamar a los cuatro vientos, para poner a buen recaudo nuestra intachable
reputación, que no todos los fieles de esa religión son terroristas y que debemos vacunarnos
contra el virus que el atentado puede desatar: la islamofobia. Porque si no lo hacemos, si no
incluimos en cada uno de nuestros artículos la consabida frase “hay musulmanes pacíficos”, hay
quien se apresurará a tildarnos de racistas, de fascistas, de Houellebecqs o de lepenistas. Pero
digo yo que cada cosa tendrá su tiempo, que habrá que guardar un luto. Tres días, cuatro,
siquiera una semana. Y en estos días de duelo por unos humoristas cuya lógica tarea consistía en
tomarse la religión y el poder a cachondeo lo que toca es tomar el relevo y, en su nombre,
defender nuestro derecho a tomarnos el poder y la religión a cachondeo, sin tener que hacer un
inmediato repaso a las culpas de Occidente. Elijo e incluyo aquí unas palabras de un
artículo, Filántropos y fascistas,escrito por una periodista marroquí, Zineb El Rhazoui, que se
expresa con la razón que otorga la experiencia, y además es mujer, y creo que en este asunto
hay que dar voz a quienes menos voz tienen:
Nombra Zineb a Salman Rushdie y fecha en aquel año 1989 en el que fue declarada la fatwa al
autor de Los versos satánicos el nacimiento del término “islamofobia”, inventado, según ella,
por algunas mentes del integrismo islamista para confundir la crítica legítima a una creencia
religiosa con el racismo. Ahora sabemos que la amenaza a Rushdie fue el principio de una
época. He leído estos días que Rushdie recibió una respuesta unánime de solidaridad en el
universo cultural, pero no fue del todo así. Hubo ejemplos de mezquindad notoria, como el de
John le Carré, que le acusó de provocador y de querer llamar la atención, y recuerdo también
algunos juicios cobardicas de críticos que consideraban que había merecido la pena meterse en
semejante berenjenal por lo que era sin duda una mala novela. Rushdie pagó su osadía con
creces, no con la vida, pero sí con su libertad, que se vio mermada hasta el punto de convertirse
en un prisionero de oro. Por fortuna, ha gozado siempre de un sistema inmunitario a prueba de
bomba (expresión sin duda desafortunada) que alimenta sus reservas de coraje e ironía y que le
ha permitido seguir escribiendo y opinando, tal y como hizo el miércoles, tras el atentado al
semanario Charlie Hebdo:
“Respeta a la religión”, escribió Rushdie, “se ha convertido en una frase clave que en rigor
significa ‘teme a la religión’. Las religiones, como todas las ideas, merecen la crítica, la sátira y,
sí, nuestra falta de respeto sin miedo”.
Ahora sabemos que la amenaza al escritor Salman Rushdie fue el principio de una época
El atentado contra las Torres Gemelas nos hizo conscientes de que inaugurábamos una etapa
histórica, la del terror sin fronteras. Recuerdo haber participado en una tertulia radiofónica al día
siguiente de la tragedia. Yo lo hacía por teléfono, desde Manhattan pero lejos de la Zona Cero.
No sabía más que los periodistas que daban su opinión desde España, todo lo más que podía
hacer era dar unas notas de ambiente, por haber paseado hasta donde la ciudad era transitable y
haber visto el rostro aterrado de los neoyorquinos, que se parecía, imagino, al mío. En un
momento, una periodista, pretendiendo imagino ponerse en la piel de los pueblos oprimidos, se
aventuró y dijo algo como “cuánta humillación habrán tenido que padecer esos jóvenes para
verse abocados a practicar el terror”. Ya se sabe que las tertulias fueron inventadas para soltar
idioteces, pero confieso que me pilló fuera de juego una tan tremenda como esta. No le
contestaron los contertulios en el estudio y yo me quedé muda, como mudos andaban los
neoyorquinos en aquellos días en los que la isla se convirtió en una cárcel y se palpaba la
angustia en las esquinas. Hay opiniones que no se olvidan y esta se me quedó fijada en la
memoria, probablemente por no haber tenido capacidad de respuesta. Creo que hoy, después de
todo lo vivido, después de este último capítulo del terror, sí sería capaz de desmontar el
retorcido razonamiento de quien, por cierto, no ha visto jamás su vida amenazada. Diría, por
ejemplo: yo no tengo la culpa de su resentimiento, ni por mi condición de infiel, ni por mi
condición de mujer, ni por mi condición de humorista.
El atentado contra las Torres Gemelas nos hizo conscientes de que inaugurábamos la etapa del terror sin fronteras
El humor bestia está de luto
Los dibujantes asesinados forjaron una nueva forma de entender el periodismo a base de
crítica irónica sin tabúes
Ante la magnitud de la masacre vivida anteayer en París contra Charlie Hebdo, cualquier intento
de destacar la importancia de los autores asesinados dentro del mundo de la bande dessinéey el
humor gráfico resulta casi ridículo. El papel en la historia del noveno arte de Wolinski, Cabu,
Charb, Tignous y Honoré queda ahora en un segundo plano pero quizás, dentro de un tiempo, el
dolor de unas heridas que nunca se cerrarán se mitigue lo justo para recordar la importancia de
su obra y su influencia.
Wolinski participó en las manifestaciones de Mayo del 68, tras las que fundó L’Enragé junto a
Siné y Jean Schalit, una publicación de vida breve en la que colaboraron también sus
compañeros dibujantes y que marcaría el espíritu de Hara-Kiri,una revista semanal nacida en
1969 que buscaba marcar la actualidad más de cerca. Con un tono mucho más político y
contestatario si cabe, las portadas de Wolinski y Reiser se convirtieron en carta de presentación
y seña de identidad de la nueva publicación, prohibida apenas dos años después de su aparición
por un chiste aparecido en noviembre de 1970 sobre la muerte de De Gaulle. Apenas una
semana después renacería transformada en Charlie Hebdo, una nueva cabecera que bajo la
dirección de Wolinski enarbolaría con más fuerza la bandera de la irreverencia y el humor más
sangrante y malsonante.
Hara-Kiri, Charlie Hebdo y el humor desarrollado por Wolinski, Cabu y Reiser proyectarían su
influencia de forma decisiva en los semanarios satíricos que aparecieron en España a mediados
de los años 70. El Papus o El Jueves son herederos confesos de sus colegas franceses,
perfeccionando su fórmula de humor cáustico y creando una escuela de humor que llega
hasta Mongolia.
Pese a que el paso del tiempo suele apaciguar hasta a los espíritus más burlones, ni el cruel
reloj, ni el parón de casi una década que sufrió la revista Charlie Hebdo en los 80, ni los
premios y reconocimientos internacionales redujeron un ápice su capacidad de provocación y su
prolífica actividad. Wolinski recibió en 1998 el Premio Internacional de Humor Gat Perich y en
2005, el Gran Premio Festival Internacional de Angoulême, pero siguió colaborando hasta el
último de sus días tanto con Charlie Hebdocomo con París Match, Le Nouvel Observateur,
L’Humanité o Le Journal Du Dimanche. Cabu fue el responsable de la portada más famosa
de Charlie Hebdo de los últimos años, la del número que publicaba las famosas viñetas de
Mahoma y encendía la llama de las protestas islamistas dando pie a un largo reguero de
amenazas que, tristemente, se han hecho realidad.
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Junto a Cabu y Wolinski fueron asesinados también dos ilustres del humor gráfico como
Honoré y Tignous, que se incorporaron a la revista en su relanzamiento en los años 90 y, por
desgracia, su actual director y garantía de renovación generacional desde la misma línea
combativa: Stéphane Charbonnier,Charb.
Cabu, Wolinski, Honoré, Tignous y Charb murieron en la masacre. Pero su legado de humor
cáustico sigue vivo y combativo.
Yo no soy Charlie Hebdo
Es un buen momento para adoptar una postura menos hipócrita hacia nuestras propias figuras
provocadoras
DAVID BROOKS 9 ENE 2015
A los periodistas de Charlie Hebdo se les aclama ahora justamente como mártires de la libertad
de expresión, pero seamos francos: si hubiesen intentado publicar su periódico satírico en
cualquier campus universitario estadounidense durante las dos últimas décadas, no habría
durado ni treinta segundos. Los grupos de estudiantes y docentes los habrían acusado de
incitación al odio. La Administración les habría retirado toda financiación y habría ordenado su
cierre.
La reacción pública al atentado en París ha puesto de manifiesto que hay mucha gente que se
apresura a idolatrar a quienes arremeten contra las opiniones de los terroristas islámicos en
Francia, pero que es mucho menos tolerante con quienes arremeten contra sus propias opiniones
en su país.
Fíjense si no en todas las personas que han reaccionado de manera exagerada a las
microagresiones en los campus. La Universidad de Illinois despidió a un catedrático que
explicaba la postura de la Iglesia católica respecto a la homosexualidad. La Universidad de
Kansas expulsó a un catedrático por arremeter en Twitter contra la Asociación Nacional del
Rifle. La Universidad de Vanderbilt retiró el reconocimiento a un grupo cristiano que insistía en
que estuviese dirigida por cristianos.
Puede que los estadounidenses alaben a Charlie Hebdo por ser lo bastante valiente como para
publicar viñetas que ridiculizaban al profeta Mahoma, pero cuando Ayaan Hirsi Ali es invitada
al campus, suele haber peticiones de que se prohíban sus intervenciones.
Así que esta podría ser una ocasión para aprender algo. Ahora que nos sentimos tan apenados
por la masacre de esos escritores y directores de periódico en París, es un buen momento para
adoptar una postura menos hipócrita hacia nuestras propias figuras controvertidas, provocadoras
y satíricas.
Supongo que lo primero que hay que decir es que, independientemente de lo que uno haya
publicado en su página de Facebook este viernes, es inexacto que la mayoría de nosotros
afirmemos “Je suis Charlie Hebdo” o “Yo soy Charlie Hebdo”. La mayoría de nosotros no
practicamos de verdad esa clase de humor deliberadamente ofensivo en la que está especializada
ese periódico.
Puede que hayamos empezado así. Cuando uno tiene 13 años, parece atrevido y
provocador épater la bourgeoisie [escandalizar a la burguesía], meterle el dedo en el ojo a la
autoridad, ridiculizar las creencias religiosas de otros. Pero, al cabo de un tiempo, nos parece
pueril. La mayoría de nosotros pasamos a adoptar puntos de vista más complejos sobre la
realidad y más comprensivos con los demás. (La ridiculización se vuelve menos divertida a
medida que uno empieza a ser más consciente de su propia y frecuente ridiculez). La mayoría
tratamos de mostrar un mínimo de respeto hacia las personas con credos y fes diferentes.
Intentamos entablar conversaciones escuchando en vez de insultando. Pero, al mismo tiempo, la
mayoría de nosotros sabemos que los provocadores y otras figuras estrafalarias cumplen una
función pública útil. Los humoristas y los caricaturistas exponen nuestras debilidades y vanidad
cuando nos sentimos orgullosos. Minan el autobombo de los triunfadores. Reducen la
desigualdad social al bajar a los poderosos de su pedestal. Cuando son eficaces, nos ayudan a
enfrentarnos a nuestras flaquezas en grupo, ya que la risa es una de las experiencias cohesivas
por antonomasia.
Cuando se intenta combinar este delicado equilibrio con las leyes, las normas sobre el discurso
y los ponentes vetados, se acaba teniendo una censura pura y dura y unas conversaciones
acalladas. Casi siempre es un error tratar de silenciar el discurso, fijar normas sobre él y
cancelar las invitaciones de los ponentes.
Por suerte, los modales sociales son más maleables y flexibles que las normas. La mayoría de
las sociedades han logrado mantener ciertas reglas de civismo y respeto a la vez que han dejado
la vía abierta a quienes son divertidos, descorteses y ofensivos.
En la mayoría de las sociedades, los adultos y los niños comen en mesas separadas. La gente
que lee Le Monde o las publicaciones institucionales se sienta a la mesa de los adultos. Los
bufones, los excéntricos y las personas como Ann Coulter y Bill Maher están en la mesa de los
niños. No se los considera del todo respetables, pero se los escucha porque, con su estilo de
misil descontrolado, a veces dicen cosas necesarias que nadie más dice.
Las sociedades sanas, en otras palabras, no silencian el discurso, pero conceden un estatus
diferente a los distintos tipos de personas. A los eruditos sabios y considerados se los escucha
con gran respeto. A los humoristas se los escucha con un semirrespeto desconcertado. A los
racistas y a los antisemitas se los escucha a través de un filtro de oprobio y falta de respeto. La
gente que desea ser escuchada con atención tiene que ganárselo mediante su conducta.
La masacre de Charlie Hebdo debería ser una oportunidad para poner fin a las normas sobre el
discurso. Y debería recordarnos que, desde el punto de vista legal, tenemos que ser tolerantes
con las voces ofensivas, aunque seamos selectivos desde el punto de vista social.
Lo que pretenden con este asesinato colectivo de periodistas y caricaturistas es que Francia,
Europa occidental, el mundo libre, renuncie a uno de los valores que son el fundamento de la
civilización. No poder ejercer esa libertad de expresión que significa usar el humor de una
manera irreverente y crítica significaría pura y simplemente la desaparición de la libertad de
expresión, es decir, de uno de los pilares de lo que es la cultura de la libertad. Creo que
Occidente, Europa, el mundo libre deben tomar nota de que hay una guerra que tiene lugar en su
propio territorio y que esa guerra debemos ganarla si no queremos que la barbarie reeemplace a
la civilización.
Hay que actuar con firmeza, sin complejos de inferioridad frente a los que representan el
fanatismo, pero también respetando rigurosamente la legalidad que es tan importante como la
libertad. Uno de los riesgos más graves de este horrible ataque terrorista es que va a estimular la
xenofobia a los partidos extremistas que son tan peligrosos para la democracia como los
fanáticos islamistas.
Francia es un país que fue uno de los fundadores de la cultura de la libertad con la declaración
de los derechos humanos que estableció constitucionalmente una libertad de expresión que sus
ciudadanos, sus intelectuales y sus políticos han ejercitado de una manera ejemplar a lo largo de
toda su historia. Por eso la tragedia que vive Francia en estos días es una tragedia que nos afecta
a todas las mujeres y a todos los hombres libres de este mundo quienes debemos repetir como lo
están haciendo millones de franceses todos los días: "Je suis Charlie Hebdo".
Un nuevo sistema de terror
Los yihadistas se sirven de los medios para ampliar el impacto de sus acciones armadas
LORETTA NAPOLEONI 11
Lo primero que llama la atención del atentado parisino es la profesionalidad con la que se ha
llevado a cabo, haciendo gala de una frialdad y organización propias de organizaciones
mafiosas; en definitiva, nos hallamos a miles de kilómetros de distancia de los fallidos ataques
de los terroristas diletantes de la primera década del siglo o del ejército de desharrapados
talibanes. También estamos muy lejos de las bombas suicidas de la estación de Atocha en
Madrid, así que es posible que la alta profesionalidad adquirida por los yihadistas de hoy les
permita sobrevivir y, por tanto, repetir sus acciones. Al igual que ha cambiado mucho el modelo
financiero del terrorismo islámico —hemos podido darnos cuenta de ello con el auge del Estado
Islámico, la primera organización armada transmutada en Estado—, lo mismo ha ocurrido con
la mecánica de los atentados en Occidente. Ambos fenómenos van de la mano.
Nos enfrentamos a un nuevo sistema de terror que ha perfeccionado algunos rasgos del pasado,
como la compartimentación, tan apreciada por las Brigadas Rojas y ETA, y ha desarrollado
otros nuevos, como los llamados “miniataques”, intervenciones armadas de precisión
quirúrgica, a menudo cargadas de simbolismo, como la perpetrada contra la revista
satírica Charlie Hebdo, que los transeúntes filman con sus teléfonos móviles y se difunden en
Internet. Y ese es el vínculo que une el asalto de Ottawa y los atentados de Australia con los de
Francia de diciembre y con este último, tan trágico, ocurrido en París.
El moderno terrorismo islámico ha transformado los medios de masas en una poderosa arma
que le permite ampliar el impacto mediático de sus acciones armadas. Una intuición que nace de
un atento análisis del 11 de septiembre, el primer ataque filmado y distribuido en tiempo real a
través de los medios de comunicación. Por supuesto, aquella fue una acción espectacular desde
todo punto de vista, con un mayor número de víctimas; pero hoy en día resulta imposible de
reproducir por una serie de razones, entre las que destacan el elevado número de militantes
involucrados, que alertaría a los servicios antiterroristas. La estrategia del terrorismo moderno
apunta, en efecto, a prevenir la infiltración policial, dado que ese ha sido siempre el recurso
triunfante del Estado. Todas las organizaciones armadas del pasado, incluyendo a Al Qaeda, han
sido derrotadas gracias a la infiltración de las fuerzas del orden y a los testimonios de los
militantes detenidos. Y ello explica por qué Al Baghdadi, el nuevo califa y líder indiscutible del
Estado Islámico, incita a sus seguidores en el mundo a llevar a cabo miniataques ejecutados por
minicélulas, compuestas por una o dos personas.
De modo que los cambios constatables en el sistema del terrorismo islámico son el resultado de
una profunda reflexión acerca de los errores y aciertos del pasado. Hasta aquí, el proceso resulta
fácil de entender. Más difícil de comprender es cómo algunas de estas minicélulas que se están
activando en Occidente han podido adquirir la profesionalidad necesaria para realizar esos
miniataques de tan gran impacto mediático. En el pasado, esta se ganaba a través de periodos
más o menos largos de adiestramiento, como por ejemplo durante la yihad contra el Ejército
soviético en Afganistán. Y, de hecho, fueron los veteranos de estas guerras los que, a su regreso
a sus países de origen, alimentaron la actividad terrorista. Hoy, sin embargo, ya no es así, y la
lucha antiterrorista debería cobrar conciencia de ello lo antes posible, puesto que seguir
focalizando nuestros temores en el regreso de los veteranos de las guerras de Siria o Irak es una
estrategia equivocada. Los futuros terroristas europeos están ya entre nosotros.
Los yihadistas de estos miniataques son a menudo autodidactas, en esto parece haber un acuerdo
general. Se trata de individuos que con toda probabilidad han sido captados por los radicales a
través de Internet, que no interactúan con una verdadera red de militantes, como ocurría en
tiempos del IRA o de ETA, sino que, al contrario, mantienen a menudo oculta su ideología. Sin
embargo, y este es sin duda el caso de los autores del atentado de París, tienen acceso a las
armas y saben cómo utilizarlas de manera profesional. Este es un punto crucial. Es muy difícil
hacerse con armas y explosivos en Europa sin alertar a los servicios secretos y a la lucha
antiterrorista, a menos que no se tengan contactos con el crimen organizado. La única hipótesis
posible es, por tanto, la siguiente: los yihadistas provienen de los círculos de la delincuencia
organizada o los frecuentan. Ello explicaría también su profesionalidad.
En el pasado, todas las organizaciones armadas trabaron relaciones con el crimen organizado,
que sin embargo mantenían a la debida distancia. Hoy en día es posible que tal distancia se haya
reducido. De manera que es en este mundo en el que la lucha antiterrorista debe comenzar a
moverse, porque es posible que, con maquiavélico cinismo, el yihadismo contemporáneo
explote los recursos del crimen organizado como palanca para desatar el terror en Europa. A
juzgar por el pragmatismo del que el Estado Islámico ha dado sobradas pruebas en la creación
de un califato, uno de los lemas favoritos de Al Baghdadi es sin duda el del ilustre italiano: “El
fin justifica los medios”.
La anécdota la cuenta Kenan Malik, un escritor inglés, de origen musulmán, que lleva mucho
tiempo defendiendo la urgencia de apoyar a los musulmanes progresistas y denunciando la
estupidez de muchos analistas y políticos occidentales empeñados en tomar la visión del islam
más reaccionaria como la auténtica, y por ello aceptando algunas de sus exigencias. Entre otras,
el respeto absoluto por su manera de entender su fe.
Por supuesto que la violencia del EI o de Al Qaeda tiene que ver con el islam. Tiene que ver con
los sectores más reaccionarios del islam, que observan con pánico cualquier paso en la
secularización de sus sociedades y que están dispuestos a dominarlas imponiéndose con una
violencia brutal.
“Lo increíble es que intelectuales, políticos y creadores de opinión occidentales sean incapaces
de distinguir el uso político de una fe con fines reaccionarios, por parte de organizaciones que
buscan acaparar el poder [¿y el petróleo?] en su propio beneficio”, escribe Malik, furioso con la
decisión de muchos gobiernos occidentales de tratar a los musulmanes como si fueran un grupo
compacto con una única voz.
Los occidentales se han rendido ante el objetivo de esos reaccionarios: que se les considere los verdaderos
representantes de los musulmanes
Los occidentales se han rendido ante el primer objetivo de esos sectores reaccionarios: que se
les considere como los verdaderos representantes de los musulmanes, en lugar de confiar,
apoyar y defender la conveniencia de que esas sociedades se secularicen, es decir, tratar de que
abandonen los comportamientos religiosos más reaccionarios y tradicionales, igual que se trata
de que se abandonen sus peores comportamientos las comunidades ultracatólicas o
ultraevangélicas.
En lugar de defender y apoyar a quienes entre los musulmanes creen también en una visión
racional y científica del mundo, en lugar de defender la secularización universal (que debió ser
uno de los propósitos de la izquierda occidental), Occidente pasó a defender particularismos
étnicos y a plantearse si el hecho de que una comunidad considere ofensiva una caricatura es
argumento suficiente para suprimirla.
De hecho, esta semana hemos podido ver una clara demostración de ese comportamiento. Todos
los medios norteamericanos y británicos han condenado el atentado sufrido por Charlie
Hebdo, pero una parte ha ocultado (pixelado) las portadas del semanario francés, argumentando
que su política es evitar la difusión de imágenes “que puedan herir la sensibilidad religiosa”.
Por supuesto, cada medio puede decidir lo que publica y lo que no. Lo importante no es si esos
medios hubieran rechazado en su día esas caricaturas. Lo que importa es que defienden que no
se pueden herir “la sensibilidad religiosa”. ¿Por qué no? Las creencias religiosas son creencias,
ideas, tan plausibles de ser criticadas y burladas como cualquier otra idea en cualquier otro
orden, político, cultural o económico. Son las personas que mantienen esas creencias las que
deben ser escrupulosamente respetadas. Es su derecho a mantener esas creencias lo que debe ser
defendido. No la creencia en sí, ni mucho menos.
Charlie Hebdo practicaba un humor a menudo extremo, que podía gustar o no, pero su objetivo
estaba claro: reírse, por encima de todo, de la autoridad, ejercida en nombre de lo que sea. Se
reían del concepto de “sagrado” (una de las palabras más peligrosas del vocabulario) y
rechazaban la técnica del “apaciguamiento” frente al totalitarismo.
Frente a tales huidas, debe reconocerse que el terrorismo yihadista responde a una ideología
asentada en los textos sagrados del islam. No es que el islam sea terrorista, sino que el
yihadismo es el producto ortodoxo de entender la yihad desde la experiencia guerrera de
Mahoma. Si integramos la fase de predicación en La Meca, siendo la yihad el esfuerzo hacia
Dios, el resultado es más riguroso; solo que el yihadismo lo rechaza explícitamente. No vale,
pues, decir que los terroristas no son musulmanes o que el Corán rechaza la violencia.
Disipemos cortinas de humo. La más utilizada es la que minimiza la dimensión bélica de la
yihad, distinguiendo entre la “yihad menor”, guerra, secundaria, y la “mayor”, del creyente
consigo mismo (hadiz desprestigiado). No hablemos de que islam significa paz, y no sumisión.
La actuación guerrera del propio profeta invalida la visión de la yihad como respuesta, desde el
primer ataque a la caravana enemiga hasta el asalto al oasis judío de Jaybar. El versículo 8.60
disipa dudas: “¡Preparad contra ellos toda la fuerza, toda la caballería a fin de aterrorizar al
enemigo de Alá, el vuestro!”.
América Latina tiene un déficit endémico e histórico de instituciones. Nos hemos pasado toda la
vida explicando lo que queríamos hacer para a continuación nunca hacerlo. Por ejemplo,
Venezuela era un país normal hasta que tuvo la desgracia de que aparecieran en su subsuelo las
mayores reservas de petróleo del mundo. México era un país pobre, desangrado, con problemas,
pero tenía un futuro basado en su dignidad y en la extensión territorial que no le habían robado
en la invasión de Estados Unidos —guerra entre 1846 y 1848— cuando descubrió que poseía
oro negro.
¿En qué momento en México se torció la historia y dejó de ser un país de desarrollo normal?
¿Acaso no fue cuando el expresidente López Portillo proclamó aquello de “administraremos la
abundancia”?
Actualmente, los Estados pesan poco, los dictadores mucho y los grupos de presión, aún más.
Un sistema fiscal estable como el que se impone cuando uno no tiene petróleo o incluso cuando
lo tiene como en los casos de Noruega y en cierto sentido —aunque no es comparable— Brasil,
donde el Estado es fuerte, no hay problema. Pero si se descubre petróleo en un país débil se
transforma en la gran cobertura para que se hagan muchas barbaridades y se permita que la
miseria y la desigualdad cabalguen y naveguen por los océanos del líquido negro que hace
sumamente ricos a unos pocos, pero miserables a otros muchos.
El petróleo es un arma estratégica desde 1900. Ahora, vuelve a serlo, pero a la inversa. La
primera vez que se demostró la eficacia del petróleo como sumo hacedor del mundo moderno
fue a lomos de los barcos japoneses cuando en Port Arthur en 1905 acabaron con el sueño de la
armada imperial rusa. Y eso naturalmente fue una operación hecha con, por y para la grandeza
del gobierno de su majestad británica.
Ganador: Estados Unidos de América porque su política ha sido salvaje. El origen de la crisis
financiera está en los estadounidenses que, además, han degollado —sin ninguna piedad— a su
clase media. La Gran República del Norte ha roto el modelo que venía arrastrándose desde el
final de la Segunda Guerra Mundial, un cierto Welfare State. Ahora el éxito y la competencia
estadounidenses están basados en la política tan agresiva e inteligente que ha hecho con la
energía (sus costos energéticos) y también en una reconversión de la robótica y en un
tratamiento de las masas laborales completamente inédito en el sentido de que se parece más a
mediados del siglo XVIII que a la primera década del siglo XXI.
Asimismo, Estados Unidos no tiene como les pasa por ejemplo a Argentina, Brasil y a Ecuador,
que negociar con sus indígenas (porque casi no existen en su territorio), lo cual le da una gran
ventaja pues son precisamente ellos los propietarios de grandes extensiones de tierra que en
ocasiones es donde se encuentran los yacimientos de minerales estratégicos y el propio petróleo.
El petróleo no sólo se venga, sino que se ha convertido en la gran marea —junto con el cambio
climático— que esculpe el mundo del futuro.
Ellos dibujaron primero
Los colegas de 'Charlie Hebdo' se sabían bajo amenazas y las desafiaban con su trabajo
Entre todas las viñetas publicadas tras la masacre perpetrada por los yihadistas en la redacción
de Charlie Hebdo, hay una donde aparece un enmascarado con su Kaláshnikov señalando a su
víctima ensangrentada en el suelo sin más arma que un lápiz, mientras en la leyenda puede
leerse “Él dibujó primero”. Como si los disparos hubieran sido en legítima defensa. Pero
semejante argumento es inválido. Primero porque, conforme al volumen editado por Lisa
Appignanesi (Penguin Books. London, 2005), free expresión is no offencey; en segundo lugar,
si ese hubiera sido el caso, porque la legítima defensa debe atenerse al principio de
proporcionalidad. Jacobson explica que la transgresión está en la naturaleza del arte pero sucede
que no toda transgresión es artística. Para Juan Marsé, algunos héroes se quedan en casualidad
sangrienta pero el caso de los colegas franceses es diferente. No estaban ahí de manera fortuita,
se sabían bajo amenazas y las desafiaban con su trabajo periodístico.
El análisis de lo sucedido en París puede mostrar fallos elementales de los servicios de inteligencia, análogos a los
que fueron identificados cuando los atentados del 11-S
Cuando suceden estas barbaries, la primera reacción es la búsqueda de las causas porque la
incertidumbre inicial resulta insoportable para el público. El alivio procede de delimitar el
perímetro del objetivo perseguido por los terroristas para descubrir cuanto antes que estamos
fuera del mismo, que con nosotros no va, que no somos dibujantes, ni hemos publicado viñetas
satíricas de Alá ni de Mahoma, su profeta. Pero contra ese intento de exorcismo del miedo ya
nos previno Milan Kundera al escribir que la víctima —y cabría añadir sus allegados— busca
incansable su culpa, y al caracterizar ese anhelo como un ejercicio de masoquismo, de todo
punto rechazable si no queremos seguir el discurso de la servidumbre voluntaria de Étienne de
la Boétie.
El análisis de lo sucedido en París el miércoles, día 7, puede mostrar fallos elementales de los
servicios de inteligencia, análogos a los que fueron identificados cuando los atentados del 11-S.
Porque de que aquella masacre neoyorquina se estaba preparando y de quiénes iban a
perpetrarla había información detallada, que unos servicios dejaron de comunicar a los que
hubieran podido evitarla. El atentado a Charlie Hebdo prueba, una vez más, que la
sobresaturación informativa conduce a la perplejidad y a la parálisis operativa y también como
le fue dicho a San Pablo que dura cosa es dar coces contra el aguijón. En esas ocasiones límite
se recibe más información de la que se puede captar y además el sistema de comunicación se
hace especialmente susceptible al ruido desorientador que dificulta jerarquizarla, elaborarla e
interpretarla.
Como escribe Michel de Montaigne en sus ensayos, nada teme aquel para quien no es un mal la muerte
Como escribe Michel de Montaigne en sus ensayos, nada teme aquel para quien no es un mal la
muerte. Ese es el origen del “¡muera Sansón y los filisteos!” y también el de la temeridad de
los gurkas y de los legionarios “que por saber morir saben vencer”. En el otro extremo está
averiguado el imposible de una sociedad con riesgo cero. El territorio intermedio es en el que se
mueven los dirigentes políticos quienes, conscientes del valor que los ciudadanos atribuyen a la
seguridad, se afanan en la siembra del miedo para recoger docilidad. Y tenemos pendiente el
aprendizaje del uso pacífico de las energías polemógenas de los monoteísmos, derivadas en
buena parte del desprecio a la vida y de alguna mística, que sólo dista un paso del terrorismo.
Recordemos, con nuestro hidalgo, que “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el
mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida”. Los
de Charlie Hebdo lo hacían.
Una comunidad imaginaria
Los extremistas no representan a la población musulmana francesa, que está mucho más
integrada de lo que se cree. La radicalización solamente afecta a una parte marginal de la
juventud
OLIVIER ROY 13 ENE 2015
El atentado que ha sufrido en París la revista satírica Charlie Hebdo ha reactivado el debate que
ya suscitaba en Francia la compatibilidad entre el islam y Occidente. La cuestión es más
delicada en Europa occidental que en Estados Unidos debido a la enorme cantidad de
musulmanes que no solo residen aquí, sino que también son ciudadanos.
Una extraña coincidencia hizo que el mismo día del mortífero atentado contra Charlie Hebdo se
produjera la largamente esperada publicación de Sumisión, la última novela del siempre exitoso
autor francés Michel Houellebecq. El libro imagina la victoria de un partido musulmán
moderado en las elecciones presidenciales y generales francesas de 2022.
Grosso modo, dos son los relatos que se enfrentan en la cuestión sobre la compatibilidad entre la
cultura musulmana y la sociedad francesa. Según el dominante, el problema principal es el
islam, porque coloca la lealtad a la comunidad de creyentes por encima de la lealtad a la nación.
No acepta críticas, no cede en materia de normas y valores, y justifica ciertos tipos de violencia
como la yihad. Para los partidarios de este relato, la única solución es una reforma teológica que
genere un “buen” islam, conducente a una religión liberal, feminista y abierta a los
homosexuales. Periodistas y políticos no dejan de ir detrás de los “buenos musulmanes” y de
emplazarlos a mostrar sus credenciales de “moderados”.
En todos los atentados islamistas ha perecido al menos un musulmán de las fuerzas de seguridad
Por otra parte, muchos musulmanes, laicos o creyentes, con el apoyo de una izquierda
multiculturalista, aducen que la radicalización no procede del islam sino de jóvenes alienados
que son víctimas del racismo y la exclusión, y que el verdadero problema es la islamofobia.
Condenan el terrorismo al tiempo que denuncian una virulenta reacción que podría radicalizar a
más jóvenes musulmanes.
El problema es que los dos relatos presuponen la existencia de una “comunidad musulmana”
francesa de la que los terroristas serían una especie de “vanguardia”. La yuxtaposición de ambos
ha conducido a un punto muerto. Para superarlo, primero es necesario tener en cuenta varios
hechos innegables, que no queremos reconocer porque nos demuestran que los jóvenes
radicalizados no son en modo alguno la vanguardia o los portavoces de la población musulmana
y que, en realidad, en Francia no existe una “comunidad musulmana”.
Esos jóvenes se autorradicalizan en Internet, buscando una yihad global. No les interesan
problemas concretos del mundo musulmán como Palestina. En pocas palabras, no aspiran a la
islamización de la sociedad en la que viven, sino a la materialización de su enfermiza fantasía
heroica (“Hemos vengado al profeta Mahoma”, proclamaban algunos de los asesinos de Charlie
Hebdo).
Por el contrario, se podría decir que los datos demuestran que los musulmanes franceses están
más integrados de lo que normalmente se cree. En todos los atentados “islamistas” ha perecido
por lo menos un miembro musulmán de las fuerzas de seguridad: por ejemplo, Imad Ibn Ziaten,
el soldado francés asesinado por Mohamed Merah en Toulouse en 2012; o el agente Ahmed
Merabet, que resultó muerto al intentar detener a los asesinos en las oficinas de Charlie Hebdo.
En lugar de citar a estas personas como ejemplos, se las considera contraejemplos. Se dice que
el “verdadero” musulmán es el terrorista y que los demás son excepciones. Pero,
estadísticamente, eso es falso. En Francia hay más musulmanes en las Fuerzas Armadas, la
policía y la gendarmería que en las redes de Al Qaeda, por no hablar de la Administración, los
hospitales, la profesión jurídica o el sistema educativo.
Otro tópico es que los musulmanes no condenan el terrorismo. Pero Internet, y esto es solo un
ejemplo, rebosa de condenas y de fatuas antiterroristas. Si los hechos contradicen la tesis de la
radicalización de la población musulmana, entonces ¿por qué no se reconocen? Porque se ve en
la población musulmana a una comunidad de gran influencia a la que se crítica tanto por tener
esa influencia como por no ejercerla. Se la critica por ser una comunidad, pero después se le
pide que reaccione como tal ante el terrorismo. A esto se le llama callejón sin salida: tienes que
ser lo que yo te pido que no seas.
Si en el nivel local, en los barrios, hay ciertos tipos de comunidad, no existe tal cosa en el nivel
nacional. Los musulmanes de Francia nunca han querido organizar instituciones representativas
y ni siquiera el más reducido grupo de presión musulmán. No hay indicios de que se vaya a
crear un partido político islámico. En la esfera política francesa los candidatos de origen
musulmán se encuentran diseminados por todo el espectro (incluso en la extrema derecha). No
hay un “voto musulmán”.
Tampoco hay una red de escuelas confesionales musulmanas (en Francia existen menos de 10),
ni movilización en las calles (ninguna manifestación en torno a una causa musulmana ha atraído
a más de unos pocos miles de personas) y casi no hay grandes mezquitas (casi siempre
financiadas con dinero del exterior), solo un puñado de pequeñas mezquitas locales.
Cuando ha habido un intento de crear una comunidad ha venido de arriba, del Estado, no de los
ciudadanos. A la supuesta representación organizada del Consejo Francés de la Fe Musulmana
de la Gran Mezquita de París tanto el Gobierno francés como los Gobiernos extranjeros la
mantienen a distancia. Y carece de legitimidad local. En pocas palabras, la “comunidad”
musulmana, adoleciendo de un individualismo muy galo, se resiste a ser controlada. Y eso es
positivo.
En Francia no hay una comunidad musulmana, sino una población musulmana. Admitir esta
sencilla verdad ya sería un buen antídoto contra la histeria actual y la venidera.
A raíz de los horrendos atentados de París se ha levantado cierta polémica acerca de si todos
somos o noCharlie Hebdo. Como la primera opción (“Yo soy Charlie Hebdo”,apoyada por
Mario Vargas Llosa en EL PAÍS del 9 de enero) fue la que tomaron muchos ciudadanos ya
antes de que se convirtiera en postura oficial, el artículo de David Brooks en el New York
Times (“Yo no soy Charlie Hebdo”, que EL PAÍS publicaba junto con el de Vargas Llosa) no
tenía más remedio que llamar la atención y forzar la búsqueda de una “equidistancia” ponderada
entre esas dos posiciones aparentemente enfrentadas, que se materializó en la secuela de Víctor
Lapuente “No sé si soy Charlie Hebdo”(EL PAÍS, 10 de enero).
Lo primero que hay que decir sobre esta polémica es que, a pesar de la confusión creada por los
títulos sobre todo en las “redes sociales”, el artículo de Brooks no defiende lo contrario que el
de Vargas Llosa sino exactamente lo mismo y, en mi opinión, mejor, porque al entrar más en
materia añade al gesto ya en sí mismo honroso de ponerse la pegatina de la defensa de la
libertad de expresión una reflexión acerca de las condiciones que se han de exigir para poder
llevarla con dignidad, y no solamente como una camiseta que nos garantiza salir en la foto de
los buenos.
Sobre todo, acierta plenamente cuando define a los humoristas como una suerte de niños
grandes, gamberros y pernipeludos que desempeñan la indispensable función social de
protegernos contra nuestros propios ridículos: nos reímos de nosotros al reírnos con los niños o
con los humoristas, aprendemos a no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos al
comprender su broma como broma, mientras que sí tomamos en serio lo que dicen los “eruditos
sabios y considerados”. Así al menos deberían ser las cosas, aunque no estoy tan seguro de que
esto ocurra “en la mayoría de las sociedades”, que según el autor serían inteligentes
combinaciones de civismo y sentido del humor. Yo diría más bien que las sociedades donde se
intenta mantener ese equilibrio son, por desgracia, una exigua minoría, y que incluso en ellas lo
más corriente es reírse de los sabios como si fueran niños latosos y tomarse completamente en
serio a los enfants terribles. He aquí algunos ejemplos, de menos a más: igual de “pueril” que
cada invención de Gila, Wolinski o Tim Burton es la prohibición de que un catedrático
universitario critique públicamente a la Asociación Nacional del Rifle, lo que pasa es que no
nos reímos de esa prohibición porque, según nos cuenta Brooks, al tal catedrático lo despidieron
de su trabajo por hacer esa crítica entwitter, y eso no tiene ninguna gracia.
Los humoristas retratan con todo realismo la caricatura que del islam hacen los terroristas
Puede suceder, sin duda, que algunas palabras y viñetas “ofendan” o “falten al respeto” a
algunas personas (sobre lo que volveremos en seguida), pero es preciso notar que la Asociación
Nacional del Rifleno es una persona, como tampoco lo son “el islam” o “el islamismo radical”.
Por el contrario, quienes se arrogan, sólo en nombre de sus sentimientos de ofensa, la
representación directa y personal del “islam”, del “pueblo americano”, del “pueblo catalán” o
del “pueblo vasco” están ya, lo sepan o no, haciendo una caricatura pueril y desvergonzada del
islam, de América, de Cataluña o de Euskadi; son ellos quienes, como niños traviesos,
caricaturizan aquello en cuyo nombre dicen hablar: ¿por qué a estos humoristas sí deberíamos
tomárnoslos en serio? ¿No será porque, como al catedrático del ejemplo de Brooks, nos da
miedo que nos despidan?
Muy en serio nos tomamos durante muchos años la caricatura que ETA hacía de los vascos
(arrogándose su representación exclusiva), no porque la cosa no fuera de chiste, sino porque era
un chiste cargado de goma 2 y 9 milímetros parabellum. Análogamente, y salvando todas las
distancias, es un error pensar que son los dibujantes de Charlie Hebdo quienes caricaturizan
“ofensivamente” el islam: ellos se limitan a retratar con total verosimilitud y realismo la
caricatura que del islam hacen los terroristas, lo que pasa es que éstos últimos no nos hacen
gracia porque llevan pistolas lanzagranadas. La historia nos enseña que había mucha más sátira
contra el cristianismo cuando los cardenales pretendían influir en las decisiones políticas y
reinar sobre la vida civil, y que el nivel de sarcasmo anticlerical ha descendido tanto más allí
donde más la religión se ha convertido en asunto privado. Por eso, el argumento de Brooks es:
“Yo no soy Charlie Hebdo… pero me gustaría serlo (en lugar de soportar la
hipócrita corrección política de los campusestadounidenses o —podríamos añadir nosotros— el
cinismo de quienes llevan la pegatina sin estar a su altura)”; y por ello termina abogando
liberalmente contra toda prohibición en el ámbito del discurso público y oponiéndose a quienes
ven en ese tipo de sátiras un “exceso” de la libertad de expresión que debería ser “limitado” o
restringido.
Esa postura moderadamente restrictiva es la que adopta el profesor Lapuente, que encuentra
abusiva la protección jurídica de la libertad de expresión porque con ella “se tolera
prácticamente todo (como ha sucedido en Francia con Charlie Hebdo)”, nos dice. Se lamenta
asimismo de que no exista un medidor objetivo de las ofensas que pudiera determinar el punto
en el que hay que reprimir la libertad de expresión, que sería aquel en el cual “una persona (el
Rey, fulanito de tal) o una comunidad (religiosa, étnica) se sienten tan seriamente ofendidos que
pudieran llevar a cabo una acción desestabilizadora". Yo, por el contrario, celebro con alborozo
que no haya “ofensómetros”, porque si los hubiera y se aplicasen como Lapuente propone, ello
significaría ni más ni menos que si un loco se sintiese tan humillado por las ecuaciones de
segundo grado que fuera capaz de cometer algún atentado ante su sola mención, habría que
prohibir su enseñanza y la publicación de los libros que las contuviesen, que sería muy parecido
a censurar Charlie Hebdo como medida preventiva contra actos criminales como el del 7 de
enero.
En los Estados de Derecho la falta de respeto a la dignidad de las personas la resuelven los tribunales
Yo no soy filósofa ni analista internacional ni politóloga y no sé qué puedo decir por estos días
en los que ya se ha dicho todo se ha pensado todo se han barajado todas las hipótesis pero sí sé
que no les creo mucho a muchos de los que dicen yo soy charlie porque me parece que algunos
de ellos se hubieran enojado terriblemente con charlie (aunque sinceramente creo que jamás lo
hubieran hecho de esta forma infame siniestra sanguinaria) si charlie se hubiera metido con
ellos de la manera en la que charlie se mete con todo el mundo y tampoco creo que sean tan
comprensivos y tolerantes y amables y receptivos como parecen serlo ahora y sé –sé- que en
pocas semanas más se olvidarán de tanta tolerancia amabilidad y receptividad para volver a ser
los mismos intolerantes de toda la vida y aunque no soy filósofa ni analista internacional ni
politóloga sí sé que si a uno no le gusta una revista simplemente no la compra pero no dispara
contra quienes la hacen ni usa el asesinato para combatir una idea ni mata a un solo hombre en
nombre de ninguna –ninguna ninguna ninguna- cosa (y también pienso en el paradójico efecto
colateral que hace que ya no quede ningún periódico revista blog que no haya reproducido al
infinito los dibujos de charlie con lo cual si antes de esta masacre espantosa sólo los franceses y
pocos más sabíamos de su existencia ahora ya no queda alma que no se haya inoculado una
buena dosis de la irreverente irreverencia de esta publicación) y tampoco puedo dejar de pensar
en que no hay nada tan ponzoñoso como el miedo –tan efectivo como el miedo- y en aquella
frase de Bertolt Brecht que decía que un fascista no es otra cosa que un burgués asustado. O
algo así.
El califato ya está aquí. Sus experimentados matadores ya han actuado dentro de Europa para
que nos enteremos de sus propósitos, el primero y más importante, terminar con nuestra
libertad, la libertad de los europeos, un bien que solo apreciamos cuando lo perdemos.
Europa debe defenderse de los guerreros del califato. Con el Estado de derecho, por supuesto.
También con todos los medios policiales e incluso militares si hace falta. Pero siempre dentro
de la ley y del respeto a los valores y a los principios liberales sobre los que se ha construido, la
defensa a ultranza de la libertad de expresión entre los más destacados.
El califato quiere terminar con la libertad de los europeos y su actuación violenta lo busca por
dos caminos, igualmente perversos ambos. El de la renuncia a la libertad, mediante la
imposición de legislaciones restrictivas a la libre expresión de las ideas, incluido el derecho
irrenunciable a la blasfemia: solo las personas tienen honor y derecho a defenderlo en los
tribunales, no lo tienen los dioses, los símbolos o los mitos, sean cristianos o judíos, islámicos o
laicos. El otro camino, aparentemente en el otro extremo, es la utilización de medios
mimetizados de los terroristas, es decir, restringir el Estado de derecho y las libertades políticas,
admitir la tortura y el secuestro, con la excusa de que todo ello sirve para mejor combatir al
terrorismo, como hizo Bush en su día con el fracaso que todos conocemos.
El futuro de Europa, en contra de lo que piensa el Frente Nacional francés o los alemanes de
Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), depende de la llegada de
inmigrantes en grandes proporciones en los próximos años, que en una buena parte serán
ciudadanos de religión islámica. Si no somos capaces de integrar y respetar a esos inmigrantes,
Europa desaparecerá.
Nadie como los islamófobos europeos hacen mejor el juego al califato, con el que coinciden en
su idea de un islam rigorista basado en una lectura literal del Corán, pero deben ser sobre todo
los propios musulmanes y sus representantes, así como los Gobiernos más significativos, como
el turco o el saudí, quienes se distancien de forma convincente de esta forma salvaje de entender
su religión.
Los asesinos gritaban que habían vengado al profeta y que Dios es grande. ¡Vaya profeta debe
ser el que ellos dicen defender con la muerte a sangre fría! ¡Cómo debe ser ese Dios cuya
grandeza exaltan con sus manos manchadas de sangre! Nadie decente puede dejar de blasfemar
contra profetas y dioses de tal calaña, y eso es lo que va a suceder con mayor intensidad a partir
de ahora.
Mahoma en el corazón de Europa
El reto lanzado por el terrorismo yihadista es enorme para los musulmanes, que han de extirpar
de su credo y de su mundo las corrientes maximalistas de carácter violento
ADOLFO GARCÍA ORTEGA 17 ENE
Todo ha acabado en París. Han sido dos días atroces: atentado contra Charlie Hebdo, atentado
contra una policía municipal, atentado contra una tienda judía. Resultado: diecisiete muertos
inocentes más tres muertos culpables.
Como ateo, respeto a los musulmanes, pero no el islam. Respeto a los judíos ortodoxos o
ultraortodoxos, pero no su limitada y complaciente concepción teocrática de la vida. Respeto a
los cristianos, pero no el cristianismo y su espíritu un tanto mágico e invasivo.
Está demostrado que Moisés es una entelequia colectiva que partió, quizá, de una persona
concreta, tan lejana en el tiempo que es imposible considerarla algo distinto a un mito (o dos,
como Freud nos enseñó con audacia cuando escribió sobre quién y qué era Moisés).
De Jesucristo se sabe tan poco que es evidente que su figura y sus palabras forman parte de una
invención posterior, debida a los seguidores fanáticos de una secta de carácter gnóstico con muy
poca cultura (los primeros cristianos).
Daría la vida para que cualquier creyente pudiera expresarse y seguir siendo creyente de su fe
De las religiones orientales, del budismo en concreto, qué decir salvo que están hechas para
mayor y total anulación del ser humano.
Por tanto, dejo muy claro que no respeto la religión, que incluso la considero dañina, pero daría
la vida para que cualquier creyente pudiera expresarse y seguir siendo creyente de su fe. Allá
cada quien con su fe, que es como decir allá cada quien con su sentido de la vida y de la muerte.
Pero que jamás se imponga esa fe por la fuerza o la coacción, y que sea permeable a la crítica. A
todo tipo de crítica, incluida la mofa, la burla y la ridiculización.
Pero los hechos acaecidos en París estos días, como otro similares que se han producido en los
últimos años, tienen por justificación vengar el honor de Mahoma. Se dice que es un acto
terrorista que no tiene nada que ver con la religión. No lo creo. Tiene que ver con la religión. Es
más: solo tiene que ver con la religión. Quizá se diga eso para evitar caer en la islamofobia, para
no estigmatizar a los creyentes musulmanes con los que convivimos. Pero no nos engañemos:
respetarlos no significa no poder exigirles una mayor severidad con sus extremistas, sean estos
islamistas o yihadistas. El reto lanzado por el terrorismo yihadista (que es religioso) es enorme
para los musulmanes, que han de extirpar de su credo y de su mundo las corrientes maximalistas
de carácter violento. Si no, el terrorismo yihadista será la perfecta coartada para que el
islamismo pueda hacer pasar por “moderadas” todas las ideas, acciones y normativas
retrógradas. (El turco Tayyip Erdogan y su política ejemplifican perfectamente esto). Y
nosotros, lejos de defender valores de libertad, igualdad y justicia, estaremos dando carta de
naturaleza a una ideología represora y coercitiva. Es lo que sigue sucediendo en nuestro entorno
occidental con las corrientes ultramontanas y ultraconservadoras del cristianismo, batalladoras y
manipuladoras, como bien hemos visto en España en los últimos años, y en la Iglesia en general,
o en las capas de población más cerriles y mesiánicas de los Estados Unidos.
Por eso, cuando veo en la televisión que determinados intelectuales o imames salen diciendo
que esos asesinos son muy pocos, que están locos o fanatizados, que no son musulmanes de los
nuestros, que no es una cuestión religiosa y demás argumentos que buscan apartar a los
musulmanes moderados de todo vínculo con el islamismo yihadista, creo que en realidad están
eludiendo una responsabilidad inaplazable: el hecho de que sí son de los suyos y de que ellos,
los musulmanes, han de ponerse a la cabeza de nuestra sociedad para expulsarlos de su religión
y de nuestras sociedades, de las que ellos, los musulmanes de buena fe, forman parte y una parte
muy identitaria de nuestro ser europeos.
Cuando entre los que no son terroristas se oyen argumentos como la recomendación de los
castigos físicos a las mujeres, el apoyo a los Hermanos Musulmanes o similares, la
demonización de los homosexuales, la exigencia de perseguir legalmente la blasfemia, la
justificación del yihad como superación y lucha contra los enemigos del islam, sin evitar la
ambigüedad sobre quiénes son esos enemigos, etcétera, se hace un flaco favor a la lucha contra
la islamofobia.
Si estoy profundamente en contra del islam, como de todas la religiones, es por una razón de
supervivencia. De supervivencia de unos valores y de un pensamiento exclusivamente humanos
y no divinos, que arrancan de la Ilustración. Hay una obra teatral de Voltaire titulada El profeta
Mahoma o el fanatismo. La obra es de 1741. Ya entonces Voltaire, el mayor azote satírico de su
tiempo contra las religiones y sus irreparables daños, escribía sobre Mahoma palabras como las
que siguen, sorprendentes por su vigencia: “He aquí tu designio, Mahoma: pretender cambiar la
faz de la tierra a tu gusto. ¿Con matanzas y espanto quieres obligar a los hombres a pensar como
tú? ¿Saqueas el mundo y pretendes instruirlo? Si por error nos dejamos seducir, si la oscura
noche de la mentira ha podido engañarnos, ¿con qué antorchas horribles quieres iluminarnos?”.
Y añade Voltaire una respuesta de Mahoma, sin duda literaria, pero no por ello menos simbólica
y actual: “Mi ley hace héroes (…) Obedeced, golpead, teñid de sangre al impío y así con su
muerte mereceréis una vida eterna”. Estas palabras de Voltaire son casi literales del Corán 8.40:
“¡Combatidlos hasta que no exista discordia y la religión única sea de Alá!”.
Se empeñarán en decir que el Islam es una religión de paz. Faltaría más. Pero esto no es
totalmente cierto. Es una religión de sumisión y de combate proselitista. En su esencia están el
yihad menor y el yihad mayor, sea uno contra los impíos (el resto de la humanidad) y otro
contra uno mismo. Dice el Corán 8.67: “No es propio de un Profeta tener prisioneros hasta que
haya cubierto la tierra con los cadáveres de los incrédulos”. Estas ideas, en cabezas estrechas,
aún más estrechadas por líderes religiosos e intelectuales encubiertos, alimentan la violencia y
la venganza. Voltaire lo replica con una dura frase que gustará menos oír hoy en día que
entonces, y que es de difícil cuestionamiento, a la luz de la realidad mundial: “Tus lecciones,
Mahoma, son la escuela de los tiranos”.
La obra de Voltaire, que fue representada en la Comédie Française 273 veces entre 1742 y
1852, concluye con una idea esperanzadora puesta en boca de Mahoma: “Cuando el hombre sea
valorado, mi imperio será destruido”. La fuerza del ser humano está en la inteligencia, en la
crítica, en la risa y en la burla. No morirá esa fuerza mientras existan los Voltaire, los Charlie
Hebdo y todos los que blasfemamos cada día.
Y ahora también se sumó el Papa al debate, colocándose decididamente del lado de las palomas
de la libertad de expresión. Ello por medio de una serie de polémicas y atípicas apreciaciones
acerca de no provocar ni insultar la fe de los demás. “No puede uno burlarse de la fe de los
demás”. “En la libertad de expresión, hay límites”, afirmó el Pontífice, admitiendo que “no se
puede reaccionar violentamente", pero considerando “normal” que pudiera haber una respuesta
ante ciertas provocaciones. Completó la idea con una analogía; si alguien dice una mala palabra
en contra de su madre, bien podría “esperarse un puñetazo”.
Palabras polémicas y atípicas, pero también desafortunadas. Por supuesto que no deben sacarse
de contexto—la informalidad de una charla en vuelo—tanto como ninguna reflexión sobre el
ataque terrorista en París puede ignorar el contexto, mucho menos cuando uno es el jefe del
Vaticano. Ese contexto es el asesinato de 17 personas: once de ellas en la redacción del
semanario Charlie Hebdo, dos policías en la calle y cuatro en el supermercado Hypercacher.
Ofender nunca puede ser comparable a matar.
Al menos por ahora, la reflexión central debería ser sobre las vidas perdidas, siendo que la vida
es lo más sagrado. Dada la brutalidad del ataque, poco puede importar en realidad que las
caricaturas hayan constituido una provocación, un argumento además evanescente. De hecho,
como lógica causal pierde todo sustento en el caso de Hypercacher, excepto si uno está
dispuesto a aceptar que la “provocación” de las víctimas—enfatizo las comillas—fue el haber
sido clientes de un mercado kosher. El absurdo es para entender que el terrorismo no necesita
motivos reales para matar, por eso es terrorismo. El fundamentalismo religioso, político e
ideológico en el cual se sustenta es eficaz en fabricar la justificación. Todos los
fundamentalismos lo son.
Tampoco queda claro cómo limitar la libertad de expresión, según sugiere el Papa. En un Estado
constitucional, esos límites los marca la ley. Mientras las expresiones en cuestión no inciten a la
violencia, por lo general son legales, es decir, son libres. Uno puede criticar aCharlie Hebdo por
su contenido, su insensibilidad, su ética y su estética, pero no en su legalidad. Salvo que el
Sumo Pontífice proponga la necesidad de una reconfiguración legal, en el Estado francés no
existen leyes contra la blasfemia, es un Estado secular. Sería un camino jurídico en pendiente y
resbaladizo, ya que son leyes propias de sistemas políticos autoritarios, muchos de ellos
teocracias.
Más aun, en la literatura sobre derechos humanos existe un fuerte consenso que las leyes contra
la blasfemia invitan violaciones de derecho, más que proteger supuestos derechos.
Curiosamente, los expertos también coinciden en que la libertad de expresión irrestricta es
condición necesaria para la libertad religiosa. Cuando existen tales restricciones, las primeras
víctimas son las minorías religiosas, justamente, como es el caso de los cristianos en muchos
lugares del medio oriente, una minoría religiosa por cuyos derechos el propio Papa implora con
frecuencia.
Francisco es un Papa real, en contacto con la gente de a pie. Es un Papa cercano y humano, tan
humano que hoy probó ser falible. En hora buena.
Twitter @hectorschamis
La
Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) se ha atribuido este miércoles el atentado contra el
semanario satírico francés Charlie Hebdo en un vídeo colgado en YouTube. “Nos
responsabilizamos de esta operación para vengar al mensajero de Dios”, manifiesta un portavoz
de ese grupo radicado en Yemen, en referencia a las caricaturas de Mahoma publicadas en la
revista. Es la primera reclamación formal del ataque terrorista perpetrado por los hermanos
Kouachi hace una semana y que dejó 12 muertos.
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Al Aulaki, un mentor desde la tumba
“Quien eligió el objetivo, trazó el plan y financió la operación fue el líder de la organización”,
afirma Naser bin Ali Al Ansi, ideólogo y portavoz habitual de AQAP, en un vídeo titulado
“Venganza por el Profeta: mensaje sobre la bendecida batalla de París”. Justo en ese momento
aparece en la pantalla que Al Ansi tiene a sus espaldas la imagen de Nasir Al Wuhayshi, el
cabecilla de AQPA. El portavoz añade que detrás del atentado está también el mandato del líder
de Al Qaeda, el egipcio Aymar al Zawahiri, y la voluntad de su fundador, Osama bin Laden.
Desde que remplazó a éste en 2011, Al Zawahiri ha hecho llamamientos a los musulmanes en
Occidente para que atenten utilizando cualquier medio a su alcance.
La rama yemení de Al Qaeda, una de las filiales terroristas más activas de la red de Ayman al
Zawahiri (siempre bajo la inspiración de Osama bin Laden), junto a la argelina y a la facción
armada entre Pakistán y Afganistán, ha tenido siempre entre sus objetivos atentar contra
Occidente. Según señala el Centro Nacional de Contraterrorismo estadounidense, Al Qaeda en
la Península Arábiga (AQAP, en sus siglas en inglés) nació como tal en enero de 2009, con la
unión de grupos de terroristas yemeníes y saudíes vinculados a la organización de Bin Laden.
Ya a finales de ese año, en el día de Navidad, AQAP trató de atentar en un vuelo de origen
Ámsterdam (Holanda) y destino Detroit (EE UU). El joven nigeriano Umar Faruk, entrenado en
Yemen bajo la inspiración del clérigo Anuar al Aulaki, alojó explosivos en su ropa interior, pero
falló el mecanismo de detonación. A los mandos estaba ya Nasir Abdel Karim al Wuhayshi,
yemení actual líder del grupo. Al Wuhayshi, hombre cercano a Bin Laden desde la guerra de
Afganistán -combatió en Tora Bora- y señalado, según fuentes de inteligencia citadas por CNN,
uno de los dirigentes más próximos a Al Zawahiri en Al Qaeda central. EE UU sigue también la
pista al jefe militar de AQAP, el yemení Qasim al Rimi.
En vídeos difundidos por Al Mahalem Media, productora de AQAP, Wuhayshi aparece con Al
Aulaki, uno de los ideólogos más potentes en el reclutamiento de yihadistas de todo el mundo
por su manejo del inglés (nació en EE UU) y la prolija difusión de sus vídeos en las redes
sociales.
La fuerza y simbolismo de Al Aulaki y la inestabilidad del sur de Yemen, han dado rienda
suelta a AQAP para el reclutamiento y entrenamiento de yihadistas en sus campos. Tras la
marcha del poder de Ali Abdulá Saleh, el nuevo presidente yemení Abdu Rabo Mansur Hadi
logró retomar con el apoyo de líderes tribales algunas zonas controladas en el sur por AQAP.
Precisamente la guerra abierta entre AQAP y milicianos hutis (chiíes) en el sur ha causado
decenas de muertos solo en las primeras semanas de enero.
“La gestión con el responsable de la operación”, continúa Al Ansi en su alocución, en árabe y
con subtítulos en inglés, “fue hecha por el jeque Anwar al Awlaki, quien amenazó a Occidente
tanto en vida como después de su martirio [en referencia a su muerte]”.
A ese predicador estadounidense de origen yemení que se convirtió en una de las voces más
conocidas de la yihad global, se le atribuyó en su día haber inspirado a Nidal Malik Hassan, el
militar estadounidense que mató a 13 personas en Fort Hood en noviembre de 2009, o a Umar
Abdulmutallab, el frustrado terrorista de los calzoncillos, que un mes después intentó hacer
estallar un avión comercial estadounidense. Más difícil resulta ver cómo Al Awlaki, que murió
en el ataque de un dron estadounidense en 2011, pudo haber gestionado el ataque contra Charlie
Hebdo.
Sin embargo, antes de que la policía les matara, los hermanos Kouachi declararon repetidamente
que actuaban en nombre de la rama de Al Qaeda en Yemen (se fusionó con la rama saudí para
formar AQPA en 2009) y que en parte querían vengar la muerte de su miembro más mediático.
En una entrevista con la cadena francesa BFM TV, Chérif, el menor de los dos atacantes,
aseguró que el propio Al Awlaki financió su paso por Yemen y su formación al abrigo de
AQPA. No queda claro por qué tardaron tres años para llevar a cabo el atentado.
Funcionarios estadounidenses han manifestado que Said se entrenó en Yemen durante 2011.
Según el fiscal de París, también Chérif habría viajado a ese país. Pero ni sus visitas ni sus
actividades allí están claras. Fuentes de la seguridad yemeníes admiten que el primero estuvo en
Yemen con visado de estudiante al menos en dos ocasiones entre 2009 y 2011. Durante la
primera de ellas, coincidió en el Instituto de Lengua Árabe de Saná con Abdulmutallab, de
quien un periodista local afirma que se declaraba “buen amigo”. Sin embargo, no fue sometido a
ninguna vigilancia especial porque, de acuerdo con las autoridades, ni Estados Unidos ni
Francia les advirtieron de que fuera sospechoso.
“Ya os avisamos sobre las consecuencias de estas acciones [en referencia a la publicación de las
viñetas] que vuestros Gobiernos amparan con el pretexto de libertad de expresión o libertad de
ideas”. El portavoz de AQPA cita en este punto las palabras de Bin Laden en las que decía: “Si
no hay un control sobre la libertad de expresión, entonces dejad que vuestros corazones se abran
a la libertad de nuestras acciones”.
Aún así, AQPA no se arroga los ataques de Amedy Coulibaly, que mató a una policía el jueves
y atacó un supermercado de comidakosher (de acuerdo con las normas de la religión judía), el
viernes, donde asesinó a cuatro personas. Al Ansi atribuye a la “voluntad de Dios” que
coincidieran con el asalto contra Charlie Hebdo, por el que da la enhorabuena a sus autores.
“Los infieles están paralizados por los acontecimientos”, dice el portavoz de AQPA, mientras a
su espalda se ven algunas secuencias de las manifestaciones del domingo en París en protesta
por los atentados. “Sus heridas no han curado aún en París, Nueva York, Washington, Londres o
España”, prosigue. Al Ansi califica el actual “enfrentamiento” con Occidente como un “punto
de inflexión”.
Los incidentes en varios países islámicos contra intereses de Dinamarca y Noruega se han
multiplicado en los últimos días tras la publicación de una serie de caricaturas de Mahoma en un
periódico y un semanario de estos países nórdicos. Egipto ha anunciado un boicoteo contra los
productos daneses y noruegos y Arabia Saudí ha llamado a sus embajadores en Copenhague y
Oslo. Ante la dimensión de la crisis, el diario Jyllands Posten ofreció ayer excusas.
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La amplitud de la campaña, con reacciones que van desde Irak y Gaza hasta Libia, ha llevado a
Dinamarca y Noruega a tomar medidas para proteger a sus ciudadanos en Oriente Próximo.
"Estos incidentes son preocupantes porque tenemos una buena relación con el mundo árabe",
dijo el ministro danés de Exteriores, Per Stig Moeller. "Estamos trabajando para tratar la
situación en los planos diplomático, económico y de seguridad", agregó.
Los peores incidentes tuvieron lugar en Gaza, donde se quemaron banderas de Dinamarca el
domingo, y ayer un grupo de hombres armados se manifestó ante la sede de la UE y exigió la
salida de este territorio de todos los ciudadanos escandinavos.
La Cruz Roja danesa ha retirado a sus empleados de Gaza y Yemen, mientras que el Ministerio
de Exteriores danés ha pedido a sus ciudadanos que se muestren especialmente cautelosos en
Argelia, Egipto, Jordania, Líbano, Arabia Saudí y Pakistán.
El jefe espiritual de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mehdi Akef, hizo un llamamiento
mundial "a boicotear los productos de Dinamarca y Noruega", mientras que la Federación de
Periodistas Árabes, con sede en El Cairo, anunció una campaña "contra la propagación del
odio". El secretario general de la Liga Árabe, Amer Musa, acusó a Occidente de tener "dos
varas de medir en la prensa europea". "Teme ser acusada de antisemita pero invoca la libertad
de expresión cuando caricaturiza al islam", dijo. El conflicto arrancó el pasado 30 de septiembre
con la publicación en el diario danés Jyllands Posten de unas caricaturas de la figura del profeta
Mahoma, cuya representación está prohibida por el islam suní. En una de las caricaturas se veía
a Mahoma con una bomba en lugar de turbante.
El primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, que en todo momento ha esgrimido la
libertad de expresión, se felicitó por estas palabras. "Me alegro mucho de que el Jyllands
Posten haya dado un paso tan importante", declaró a la televisión. El primer ministro recordó
que no le correspondía disculparse en nombre de los medios de comunicación. "En una sociedad
donde la prensa es libre e independiente", añadió, "el Gobierno no es el que dirige los
periódicos". Rasmussen expresó su deseo de que el gesto del diario contribuya a solucionar la
crisis. La presión para buscar una salida proviene tanto de los círculos económicos como
políticos. La decisión anunciada por Arabia Saudi de boicotear los productos daneses, entre
ellos los del consorcio sueco-danés Arlas de productos lácteos, está ocasionando pérdidas
estimadas en 10 millones de coronas diarias.