Otros Mundos - Paul Davies
Otros Mundos - Paul Davies
Otros Mundos - Paul Davies
Reseña
Índice
Prefacio
Prólogo
I. Dios no juega a los dados
II. Las cosas no siempre son lo que parecen
III. El caos subatómico
IV. Los extraños mundos de los cuantos
V. Superespacio
VI. La naturaleza de la realidad
VII. Mente, materia y mundos múltiples
VIII. El principio antrópico
IX. ¿Es el universo un accidente?
X. El supertiempo
El autor
Prefacio
Prólogo
La revolución inadvertida
Muchos de los temas de este libro son más raros que si fueran
inventados, pero lo que debe destacarse no es su peculiaridad, sino
el que la comunidad científica los conoce desde hace mucho sin
haber intentado comunicarlos a la opinión pública. Probablemente
en razón, sobre todo, de la naturaleza excepcionalmente abstracta
de la teoría cuántica, más el hecho de que por regla general sólo se
accede a ella con ayuda de matemáticas muy avanzadas. Desde
luego, muchos de los temas de los siguientes capítulos desafiarán la
imaginación del lector, pero las cuestiones son tan profundas e
importantes para nosotros que se debe intentar salvar distancias y
comprenderlas.
Capítulo I
Dios no juega a los dados
sino muy sensible a los pequeños cambios del movimiento inicial del
taco de billar. De tal modo que realmente existen puntos (señalados
con cruces) muy cercanos en realidad al punto original, que
conducirían a configuraciones casi idénticas de las bolas de billar.
él.
Los experimentos dirigidos por Davisson, que se han mencionado al
principio de este capítulo, constituyeron la primera observación
directa del funcionamiento de los nuevos y asombrosos principios.
Como introducción a la nueva teoría, permítasenos volver sobre la
idea de la ley del movimiento. Supóngase que se lanza una bola
desde el lugar A y que ésta se mueve, siguiendo una trayectoria,
hacia otro lugar B. Al repetir la operación cabría esperar que la bola
siguiera exactamente la misma trayectoria (en la medida en que las
condiciones iniciales fueran idénticas). Esta propiedad también se
esperaba de los átomos y de las partículas que los constituyen,
electrones y núcleos. El sorprendente descubrimiento de la teoría
cuántica fue que esto no es así.
Un millar de electrones distintos se trasladarán de A a B siguiendo
un millar de trayectos distintos.
A primera vista parece como si el dominio de las matemáticas sobre
el comportamiento de la materia haya llegado a su fin, vencido por
el espectro de la anarquía subatómica.
Es difícil excederse al subrayar las inmensas consecuencias de este
descubrimiento, pues, desde que Newton descubrió que la materia
se comportaba según reglas determinadas, se contaba con aplicar
alguna clase de reglas a todos los niveles, desde el átomo hasta el
cosmos. Ahora, sin embargo, parece que la ordenada disciplina del
mundo macroscópico de nuestra experiencia se desmorone en el
caos del interior del átomo.
Capítulo II
Las cosas no siempre son lo que parecen
tautológico.
Una analogía popular es considerar al observador como una línea de
universo en el espacio-tiempo, dotada de una lucecita. La luz se
mueve ascendiendo lenta y regularmente por la línea conforme el
observador toma conciencia de los sucesivos momentos posteriores.
No obstante, este artilugio es un verdadero fraude, puesto que
utiliza la idea de movimiento en el tiempo y, en cuanto tal,
intuitivamente, implica otro tiempo, externo al espacio-tiempo, en
relación con el cual se miden sus progresos. Todo esto parece
conllevar que «ahora» no es más que otra manera de etiquetar los
instantes y que hay tantos ahoras como instantes. Ya hemos visto
que «ahora» no es, de ninguna manera, una caracterización
universal y que distintos observadores discreparían sobre cuáles
acontecimientos son o no son simultáneos, pero parece ser que,
incluso para un único observador, la noción del presente no tiene
demasiado sentido.
Idéntico cenagal de contradicciones y tautologías se presenta al
examinar la idea del flujo del tiempo. Tenemos la profunda
sensación psicológica de que el tiempo avanza del pasado hacia el
futuro, según un progreso que borra el pasado de nuestra existencia
y da lugar al futuro. En la literatura pueden encontrarse muchos
ejemplos que describen esta sensación: el río del tiempo, el tiempo
que corre, el tiempo que vuela, el tiempo por venir, el tiempo ido, el
tiempo que no espera a nadie... San Agustín lo veía de este modo:
El tiempo es como un río compuesto de los acontecimientos que
Capítulo III
El caos subatómico
prácticas.
Como introducción a los conceptos generales podríamos considerar
sencillamente el problema de cómo cerciorarse de dónde está
localizado un determinado electrón.
Es evidente que es necesario enviar alguna clase de sonda para que
lo localice, pero ¿cómo hacerlo sin perturbarlo o, al menos,
perturbándolo de una manera controlada y determinable? Una
forma directa sería tratar de ver el electrón utilizando un potente
microscopio, en cuyo caso la sonda utilizada sería la luz. Al igual
que en el caso de Júpiter, pero en un grado incomparablemente
mayor al tratarse de un electrón, la iluminación ejercería una
perturbación como consecuencia de su presión. Si enviamos una
onda luminosa, la partícula retrocederá. El problema no es grave si
podemos calcular con qué velocidad y en qué dirección se alejará el
electrón al retroceder, pues entonces, conociendo la situación en un
momento determinado, será una pura cuestión de cálculo deducir
dónde estará la partícula en un instante posterior.
Para conseguir una buena imagen en el microscopio es necesario
tener grandes lentes en el objetivo, si no la luz, al ser una onda, no
pasará por la abertura sin distorsionarse. El problema, en este caso,
es que las ondas de luz rebotan en los lados de las lentes e
interfieren el rayo original, con la consecuencia de que la imagen se
emborrona y se pierde resolución.
Es necesario utilizar una abertura mucho mayor que el tamaño de
las ondas (es decir, que la longitud de onda). Esta es la razón de que
Capítulo IV
Los extraños mundos de los cuantos
corta duración da una raya ancha debido a que los fotones tienen
una energía muy incierta, mientras que una raya estrecha indica
una larga duración y una cantidad de energía bastante definida.
Midiendo el ancho de las rayas los físicos pueden deducir la
duración del correspondiente estado de excitación.
Una de las consecuencias más notables de la relación de
incertidumbre energía-tiempo es la transgresión de una de las más
apreciadas leyes de la física clásica. En la vieja teoría newtoniana de
la materia, la energía se conserva rigurosamente. No hay manera de
crear ni de destruir energía, si bien pueden transformarse de una a
otra forma. Por ejemplo, un hornillo eléctrico transforma la energía
eléctrica en calor y luz; una máquina de vapor transforma la energía
química en energía mecánica, y así sucesivamente. Cualquiera que
sea el número de veces en que se transforme o divida, sigue
habiendo la misma cantidad total de energía. Esta ley fundamental
de la física ha desmantelado todos los intentos de inventar el
perpetuum mobile ―la máquina que funcione sin combustible―,
pues es imposible sacar energía de la nada.
En el terreno cuántico, la ley de la conservación de la energía
resulta discutible. Afirmar que la energía se conserva nos obliga, al
menos en principio, a poder medir con exactitud la energía que hay
en un momento y en el siguiente, para comprobar que la cantidad
total se ha mantenido invariable. Sin embargo, la relación de
incertidumbre energía-tiempo exige que los dos momentos en que se
comprueba la energía no deban ser demasiado próximos, o bien
sacrificado.
Con ayuda de la relación de incertidumbre energía-tiempo se
pueden explicar otros muchos fenómenos subatómicos. Uno de los
problemas fundamentales de la microfísica es explicar cómo dos
partículas se afectan mutuamente por medio de una fuerza
eléctrica.
Antes de la teoría cuántica, los físicos imaginaban que cada
partícula cargada estaba envuelta en un campo electromagnético
que actuaba sobre las demás partículas cercanas dando lugar a una
fuerza.
Cuando la teoría cuántica demostró que las ondas
electromagnéticas están confinadas en los cuantos, se intentó
describir todos los efectos del campo electromagnético en función de
los fotones. No obstante, cuando dos electrones se repelen
mutuamente, no hay necesidad de que participe ningún fotón
visible, y la explicación hubo de esperar hasta que se desarrolló la
noción de partícula o cuanto virtual en la década de 1930. La fuerza
eléctrica de atracción y de repulsión se entiende ahora de la
siguiente manera.
Cada electrón está rodeado de una nube de fotones virtuales, cada
uno de los cuales sólo vive transitoriamente de la energía que toma
prestada antes de ser reabsorbido por el electrón. Cuando se acerca
otra partícula cargada, surge sin embargo una nueva posibilidad.
Una de las partículas podría crear un fotón virtual que podría ser
absorbido por la otra. El análisis matemático revela que este
Capítulo V
Superespacio
general: éstos son los campos gravitatorios locales. Por último, con
ayuda de un telescopio percibiría que, en realidad, a muy pequeña
escala, estos rizos están tan distorsionados que se deshacen en
espuma. La superficie pulida y en apariencia sin quiebras es en
realidad una masa hirviente de espuma y burbujas: que son las
galerías y los puentes de Jiffylandia.
Según esta descripción, el espacio no es ni uniforme ni informe
sino, descendiendo a esos increíbles tamaños y duraciones, un
complicado laberinto de agujeros y túneles, de burbujas y telas de
araña, que se crean y destruyen en una incesante actividad. Antes
de que estas ideas se pusieran en circulación, muchos científicos
suponían tácitamente que el espacio y el tiempo eran continuos
hasta una escala arbitrariamente pequeña. La gravedad cuántica
sugiere que el marco de nuestro mundo no sólo tiene una textura,
sino una estructura espumosa o de esponja, lo que indica que los
intervalos o duraciones no pueden dividirse infinitamente.
Una gran mistificación suele envolver el problema de qué constituye
los agujeros del tejido. Después de todo, el espacio se supone vacío;
luego, ¿cómo puede haber agujeros en algo que ya está vacío? Para
responder a esta cuestión lo mejor es imaginar, en lugar de los
agujeros de Wheeler, agujeros del espacio-tiempo lo bastante
grandes para afectar a la experiencia cotidiana. Supóngase que
hubiera un agujero espacial en medio de Piccadilly Circus, en el
centro de Londres. Cualquier turista despistado podría desaparecer
súbitamente al encontrarse con este fenómeno, probablemente para
Capítulo VI
La naturaleza de la realidad
identidades fijas a las personas, aunque todos los días parte de sus
células corporales son sustituidas, y su personalidad, emociones y
recuerdos son alterados por las nuevas experiencias de las últimas
veinticuatro horas. No se trata exactamente de la misma persona
que conocimos ayer. En un plano aún más básico, el balón de fútbol
observado no puede ser precisamente el mismo que el no observado
como consecuencia de las perturbaciones provocadas por el mismo
acto de la observación.
La solución a estas dificultades parece ser que el universo, en
cuanto conjunto, es en realidad indivisible, pero podemos dividirlo
de forma muy aproximada en muchas pequeñas cosas cuasi
autónomas cuya diferenciada identidad, si bien susceptible de
polémicas filosóficas, rara vez se pone en duda en la vida ordinaria.
Tanto si se considera el cosmos una máquina única como si se
considera una colección de máquinas laxamente acopladas, su
realidad parece estar sólidamente fundada por lo que respecta a la
física de Newton.
Aunque estamos incrustados en esta realidad, la concebimos
independiente de nosotros y existente antes y después de nuestra
existencia personal.
Debe mencionarse que esta concepción de la realidad ha sido
criticada por la escuela filosófica denominada positivismo lógico,
que cree, por así decirlo, que las proposiciones sobre el mundo que
no pueden ser verificadas por los seres humanos carecen de
sentido.
Por ejemplo, afirmar que los eclipses ocurrían antes de que hubiera
nadie que pudiese verlos se considera una proposición sin sentido.
¿Cómo podrá verificarse alguna vez su realidad? Para el positivismo
extremo, la realidad se limita a lo que realmente se percibe: no hay
un mundo exterior que exista con independencia del observador.
Aunque se conceda que es imposible establecer la realidad de los
acontecimientos no observados por ningún medio operativo,
tampoco, en ese mismo sentido, puede demostrarse su irrealidad.
Ambas nociones deben considerarse carentes de sentido. La
concepción positivista del mundo, al menos en su forma extrema,
no concuerda con la concepción de sentido común, y pocos
científicos se adhirieron a sus principios fundamentales. Además,
ha de hacer frente a sus propias objeciones filosóficas (por ejemplo,
¿cómo es posible verificar la afirmación de que las proposiciones
inverificables carecen de sentido?). En lo que sigue supondremos
que tiene sentido cierta noción del mundo exterior, independiente de
nosotros, y que las cosas existen aun cuando quizás ocurra que
nosotros nada sepamos de ellas. Retomando ahora la teoría
cuántica, ya podemos vislumbrar algunos de los problemas que
surgen en relación con la naturaleza de la realidad. Si bien un balón
de fútbol observado se diferencia infinitésimamente de un balón de
fútbol no observado, cuando llegamos a las partículas subatómicas
el acto de la observación tiene efectos drásticos. Como hemos
señalado en el capítulo 3, cualquier medición llevada a cabo sobre
un electrón, por ejemplo, es probable que tenga como resultado un
la estadística.
Hay dos razones por las que esta explicación de la indeterminación
cuántica no ha recibido el aplauso general. La primera es que
necesariamente introduce una gran complicación en la teoría
porque, aparte de los electrones y demás materia subatómica,
necesitaríamos entender los detalles de esas misteriosas fuerzas que
hacen tambalearse a las partículas. ¿Cuál es su origen, cómo
actúan, qué leyes, a su vez, obedecen? La segunda razón es mucho
más fundamental y toca el auténtico meollo de la revolución
cuántica y de toda tentativa de otorgar realidad objetiva al mundo
de la materia subatómica. Buena parte de este capítulo se dedicará
a analizar las portentosas conclusiones que parecen ser
insoslayables, cuando se examina la naturaleza de la realidad a la
luz de determinados experimentos subatómicos. El más famoso de
estos experimentos fue ideado en principio por Albert Einstein en
colaboración con Nathan Rosen y Boris Podolsky, ya en 1935, pero
sólo en los últimos años ha avanzado la tecnología de laboratorio
hasta el punto de poder comprobar sus ideas.
Los experimentos han confirmado que, al menos en forma simple, la
posibilidad de que la incertidumbre cuántica nazca exclusivamente
de un substrato de oscilaciones no es viable.
El principio que subyace a la «paradoja» de Einstein-Rosen-
Podolsky, como se ha venido a denominar, puede comprenderse
imaginando que se ha disparado un proyectil, pongamos por una
pistola.
Capítulo VII
Mente, materia y mundos múltiples
No todos los demás mundos están habitados por otros nosotros, sin
embargo. En algunos, las trayectorias ramificadas conducen a la
muerte prematura. En otros, nunca habrá ningún nacimiento,
mientras que también existen aquellos que pueden haber quedado
tan desviados del mundo de nuestra experiencia que allí no es
posible ninguna clase de vida. Este tema lo completaremos en el
siguiente capítulo.
¿Qué podemos decir sobre esas otras regiones del superespacio de
las que no somos más que una diminuta muestra? ¿Qué ocurre en
todos esos otros mundos? En el capítulo 1 decidimos que ciertos
procesos, como el lanzamiento de una bola, son relativamente poco
sensibles a los pequeños cambios de las condiciones iniciales,
mientras que otros, como el movimiento de un conjunto de bolas de
billar, pueden verse drásticamente afectados por la menor variación
de la velocidad o del ángulo de la bola que impele el taco. En el
superespacio, la indeterminación cuántica dará lugar a que las
bolas, y todo lo demás, sigan trayectorias ligeramente inciertas.
Cada uno de los mundos del superespacio es una realidad distinta
con su propia trayectoria de la bola, de manera que cada punto
representa un universo genuino, ligeramente distinto de los
inmediatos. En muchos casos, cuando las pequeñas perturbaciones
no crean diferencias cualitativas, los mundos serán casi
indistinguibles, pero cuando el proceso en cuestión está
delicadamente equilibrado en las escalas del azar, los mundos
alternativos se diferencian de modo notable.
Capítulo VIII
El principio antrópico
Sobre todo, ¿hasta qué punto son distintos los demás mundos del
superespacio? ¿Sería posible que casi todos ellos, pese a todas las
variaciones disponibles, acabaran por parecer muy similares al
nuestro?
Para responder a la primera de estas preguntas es necesario
determinar cuál es el tamaño de la fracción habitable de todos los
mundos posibles. Desde un principio, debemos volver a subrayar
que la naturaleza del mundo depende de dos cosas: las leyes de la
física y las condiciones iniciales. En el capítulo 1 se explicó que la
forma de la trayectoria que sigue una bola lanzada al aire está
determinada (despreciando los efectos cuánticos) tanto por las leyes
del movimiento newtoniano como por el ángulo y la velocidad de
lanzamiento. Puesto que las leyes de la física se consideran
absolutas, debemos esperar que también se cumplan en los demás
mundos del superespacio. Por el contrario, las condiciones iniciales
que acompañan a todo proceso concreto no serán las mismas en los
demás sitios, puesto que en eso precisamente consiste la diferencia
entre los distintos mundos.
Dos problemas plantean dividir las influencias en condiciones
iniciales y leyes físicas. El primero es que en cosmología, donde el
objeto de estudio es todo el universo, no tiene mucho sentido hablar
de una ley física. Una ley se caracteriza por ser una propiedad que
se aplica repetida e infaliblemente a un gran número de sistemas
idénticos, pero como sólo hay un universo accesible a nuestra
observación no podemos comprobar si se comporta (como un todo)
de acuerdo a alguna ley. Por ejemplo, ¿es una ley o tan sólo un
rasgo accidental que la temperatura del espacio (muy alejado de las
estrellas) sea alrededor de tres grados absolutos? ¿Pudiera ser otra
su temperatura? Sólo si pudiéramos ver los otros mundos del
superespacio y comprobar que estos rasgos, supuestamente
similares a las leyes, se manifiestan también allí, se podría
establecer alguna ley cosmológica. El segundo problema consiste en
que, lo que para una generación es una ley fundamental de la física
puede convertirse en la siguiente generación, con un conocimiento
científico superior, en un simple caso especial de alguna ley aún
más fundamental. Un ejemplo conocido se refiere a la noche y el
día. Para los antiguos era una ley de la naturaleza, de la misma
categoría que las demás leyes, que el día tiene infaliblemente
veinticuatro horas de duración.
Gracias a nuestros superiores conocimientos de mecánica, sabemos
ahora que nada hay de fundamental en el período de veinticuatro
horas y que la duración del día puede variar y de hecho varía. Las
variaciones son muy ligeras (aunque fáciles de medir con los
modernos relojes atómicos) en la duración de una vida humana,
pero a lo largo de las escalas de tiempo geológicas la duración del
día ha aumentado en varias horas. Cuando se trata de pensar en
otros mundos del superespacio, tenemos que decidir qué rasgos de
nuestro mundo tienen posibilidades de variar, es decir, cuáles son
los rasgos incidentales, como la duración del día terráqueo, y cuáles
son los verdaderamente básicos. Como no sabemos cuáles de
animales y plantas.
Rastreando las ramificaciones del superespacio hasta un origen
común es probable que encontremos el origen de la vida en la
Tierra. Como explicamos en los capítulos 2 y 5, los cosmólogos
modernos creen que también el universo tuvo un origen, hace
alrededor de quince mil millones de años. Anteriormente se
mencionó que el origen podría ser una llamada singularidad del
espacio-tiempo que era indicadora del extremo final del pasado del
universo físico. Si esto es cierto, la singularidad no tiene ningún
pasado que podamos conocer.
En los momentos posteriores a la singularidad ocurrió el famoso Big
Bang, una fase originaria en la que la expansión del universo se
produjo a velocidad de explosión. Para estudiar el sino de las otras
ramas del superespacio debemos retroceder a este Big Bang y ver
cómo emergen los mundos alternativos a partir del remolino
cósmico.
Exactamente igual como los cambios de los organismos terrestres
hace tres mil millones de años han dado lugar a grandes diferencias
en las ramas actuales de la evolución, los cambios aleatorios del
universo primigenio pudieron crear mundos en una dirección que
conduce a condiciones actuales totalmente irreconocibles para
nosotros. El efecto acumulativo de incontables pequeños cambios
impulsa a los mundos del superespacio a trayectorias aún más
divergentes.
El cambio que en realidad nos interesa es el de la geometría del
Capítulo IX
¿Es el universo un accidente?
agujeros negros.
¿Puede formarse vida en un universo de agujeros negros? El agujero
negro ofrece pocas perspectivas a los sistemas que sostienen la vida.
La vida sobre la Tierra se basa crucialmente en el calor y la luz
solares, y los agujeros negros, por su misma naturaleza, no irradian
ninguna clase de energía (aunque, como explicaremos muy
brevemente, esto puede no ser cierto en el caso de los agujeros
negros microscópicos). Además, en lugar de orbitar serenamente
alrededor de una estrella, la masa planetaria, al encontrarse
demasiado cerca de un agujero negro, trazaría una inexorable
espiral hacia su interior y rápidamente se sumergiría en el olvido
dentro del agujero.
¿Cuántos agujeros negros primigenios existen? De momento nadie
ha identificado taxativamente un agujero negro, aunque hay
algunos candidatos muy firmes. El problema es que, al ser negros,
son difíciles de localizar, y la única técnica práctica consiste en
buscar perturbaciones gravitatorias de cuerpos más conspicuos
motivadas por su proximidad al agujero. Los agujeros negros de una
galaxia pueden ponerse de relieve por el efecto que causan en el
movimiento de las estrellas, mientras que los cuerpos supermasivos
intergalácticos podrían perturbar el comportamiento de galaxias
enteras. Es posible medir la masa total de los agujeros negros del
universo calculando la gravedad total del universo. Lo cual puede
hacerse observando la velocidad a que se desacelera el movimiento
expansivo debido a todos los objetos gravitatorios del cosmos. Las
Capítulo X
El supertiempo
Y al partir deja tras nosotros
huellas en la arena del tiempo.
H. W. LONGFELLOW, 1807-1882
defender.
El principal argumento es que hay fechas y acontecimientos
vinculados a esas fechas. Los acontecimientos tienen relaciones de
pasado-futuro, pero no ocurren. En palabras del físico Hermann
Weyl: «El mundo no sucede sino que simplemente «es».” En este
cuadro las cosas no cambian: el futuro no nace y el pasado no se
pierde, pues tanto el pasado como el futuro existen con la misma
categoría. Brevemente examinaremos cómo la teoría cuántica
concuerda con este cuadro en apariencia determinista, pero de
momento cabe señalar que de suscribir la interpretación de la teoría
cuántica de los múltiples mundos, entonces no hay un futuro, sino
trillones de ellos, a saber, todas las ramificaciones posteriores a este
momento. A pesar de esta complicación, el razonamiento
fundamental no resulta afectado.
Lo sorprendente es que la imagen anterior parezca tan extraña y
escandalosa, dado que es tan manifiestamente exacta en sus
distintas aseveraciones. El escéptico replicaría, por supuesto, que
las cosas ocurren, que hay cambio.
«Hoy he roto una tetera: este suceso ocurrió a las cuatro en punto y
es un cambio para peor. Ahora tengo la tetera rota.” Pero
analicemos lo que en realidad dice el escéptico. Antes de las cuatro
en punto la tetera estaba intacta, después de las cuatro está rota; y
las cuatro es un estado de transición. Esta forma de lenguaje ―el
lenguaje de los físicos que etiqueta los momentos― transmite
exactamente la misma información, pero en un tono menos
materia viva.
La íntima conexión existente entre nuestra propia existencia, la
asimetría temporal del mundo que nos rodea y el orden cósmico
inicial debe contemplarse en el contexto del superespacio. Ya hemos
visto que el cosmos ordenado sólo es una pequeñísima fracción de
todos los muchos mundos posibles. Entre los demás universos, los
hay en que reina el desorden en todas partes y también los hay que
partieron de un estado de desorden y luego progresan hacia el
orden. En tales mundos, el tiempo «corre hacia atrás» en relación
con nuestro propio mundo, pero si están habitados por
observadores, cabe suponer que los cerebros de éstos también
estarán sometidos a un funcionamiento inverso, de tal modo que su
percepción de sus universos se diferenciará poco de nuestra
percepción del nuestro (aunque lo verán contrayéndose en lugar de
expandiéndose).
Cuando se examinan las ecuaciones del desarrollo cuántico del
superespacio, se encuentra que son reversibles: no distinguen el
pasado del futuro. En el superespacio no hay diferencia entre
pasado y futuro. Sin duda algunos mundos tienen muy marcada la
dualidad pasado-futuro y esos son precisamente los que pueden
albergar vida. Otros tienen la asimetría pasado-futuro invertida y, es
de suponer, también están habitados. No obstante, en la inmensa
mayoría no hay ninguna diferencia especial entre el pasado y el
futuro, de modo que son absolutamente inadecuados para la vida y
pasan sin que nadie los perciba. En la teoría de Everett, todos esos
que el tiempo pasa o bien de que las cosas cambian, o de que hay
un único presente que avanza hacia un futuro incierto. Sólo
podemos conjeturar sobre el impacto que tal abandono tendría en
su comportamiento y en su pensamiento, pues sin expectativas, sin
remordimientos, sin miedo, sin previsiones, sin alivio, sin
impaciencia y sin todas las demás emociones vinculadas al tiempo
que sentimos, su concepción del mundo bien podría resultarnos
incomprensible. Es probable que, caso de encontrar tales seres, no
supiéramos comunicar casi nada con sentido para ambas partes. O
bien pudiera ser que, por una vez, nuestra mente fuese más digna
de confianza que nuestros instrumentos de laboratorio y que el
tiempo tuviera en realidad esa estructura más rica que percibimos.
En cuyo caso, la naturaleza de la realidad, del tiempo, del espacio,
de la mente y de la materia sufriría una revolución de una
profundidad sin precedentes. Ambas perspectivas son pavorosas.
El autor
FIN