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Familias reconstituidas

Chapter · January 2010

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Alfredo Oliva Agueda Parra Jiménez


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Capítulo 4. Familias Reconstituidas

Alfredo Oliva, Águeda Parra y Lucía Antolín

Universidad de Sevilla

1. Contexto familiar y desarrollo psicológico en familias reconstituidas.

1.1. Introducción.

En el capítulo II de esta obra se ha descrito el proceso de ruptura o separación

que atraviesan muchas familias y sus implicaciones, tanto para la pareja como para sus

hijos. A pesar de las dificultades que suele llevar asociadas dicho proceso, muchas de

las personas que han pasado por él deciden darse otra oportunidad comenzando una

nueva vida en familia con un nuevo cónyuge. Las familias que resultan de un segundo o

tercer emparejamiento son denominadas familias reconstituidas, y están formadas por

parejas en las que hay algún hijo no común, fruto de una relación anterior. Aunque

podrían parecer semejantes a las tradicionales biparentales por su composición, ambos

tipos de familias muestran importantes diferencias. Siguiendo a Fine (2001), estas

diferencias pueden resumirse en tres. En primer lugar, las familias reconstituidas tienen

una estructura más compleja que las tradicionales. Están compuestas por más miembros

-padres biológicos, padres no biológicos, hermanastros, medio hermanos y hermanos

con vínculos sanguíneos- y pueden vivir en más de un domicilio. En segundo lugar, los

roles, responsabilidades, derechos y obligaciones de los padres no biológicos

(padrastros y madrastras) suelen estar menos claros que los de los biológicos (Fine,

Coleman y Ganong, 1988), lo que genera confusión respecto al trato con los nuevos

hijos. Como ya señaló Cherlin a finales de los años 70 (Cherlin, 1978), y al igual que

ocurre con otras estructuras familiares no tradicionales como las homoparentales, la

1
ausencia de referentes sociales provoca un vacío, una ausencia de elementos identitarios

y normas de comportamiento que dificultan el establecimiento de una nueva dinámica

de relaciones interpersonales y de parentesco, especialmente entre los miembros que no

comparten lazos de sangre. Finalmente, la tercera diferencia respecto a la familia

tradicional es la historia evolutiva de las relaciones: en las familias reconstituidas la

relación entre el progenitor y el hijo es anterior a la relación de pareja, mientras que en

las tradicionales la pareja ha tenido tiempo de conocerse y adaptarse antes de comenzar

sus tareas de crianza. Por lo tanto, las parejas reconstituidas tienen que desarrollar su

relación marital al tiempo que construyen su relación con los hijos. En este sentido, y

para hacer más compleja la situación, los miembros de las familias reconstituidas,

debido a sus historias previas, tendrán diferentes formas de entender las relaciones en el

hogar, diferentes rituales y distintas normas, que tendrán que intentar engarzar con los

de los otros miembros.

Como se ha señalado en el párrafo anterior, si hay una característica que defina a

las familias reconstituidas es sin duda la diversidad. Diversidad que se plasma tanto en

su composición como en el proceso seguido hasta la reconstitución (Dunn, 2002).

Respecto a lo primero, la realidad más común es la de una mujer con hijos de una

relación previa que se empareja de nuevo con un hombre que puede o no tener hijos. No

obstante, también existe el caso, aunque menos frecuente, del padre que vive con sus

hijos y su nueva pareja. Así, en algunos hogares convivirán hermanos sin vínculos

sanguíneos -fruto de emparejamientos anteriores-, mientras que en otros puede haber

medio-hermanos -que comparten un progenitor- y hermanos biológicos o totales. En

este sentido, también marcará diferencias la relación establecida con el progenitor no

custodio y su grado de implicación en la vida del menor. También es frecuente que el

2
nuevo padre tenga hijos procedentes de un emparejamiento anterior y que vivan con su

madre biológica. Aunque estos niños no tengan una presencia permanente en el nuevo

hogar, aparecerán con más o menos frecuencia, y establecerán vínculos con su nueva

familia.

En cuanto al proceso seguido tras la reconstitución, niñas y niños pueden haber

tenido experiencias muy diferentes antes de comenzar la nueva convivencia familiar,

tanto es así, que la National Stepfamily Association ha identificado 72 formas diferentes

por las que se puede acceder a la reconstitución familiar (De’ath, 1992). La situación

más frecuente es la del menor que ha experimentado la separación de sus padres y, tras

un período más o menos prolongado de convivencia con uno de sus progenitores, pasa a

vivir en una familia reconstituida. En otros casos puede que no se dé ese tránsito

intermedio por una situación de monoparentalidad, y el paso de un emparejamiento a

otro sea inmediato. En algunas situaciones no habrá habido convivencia previa de los

padres biológicos, y el menor habrá vivido desde su nacimiento en una familia

monoparental, y experimentará el paso a la nueva familia sin haber vivido una situación

de ruptura. En otros casos es la muerte de uno de los progenitores la que provocará el

fin de la relación de pareja y el inicio de la reconstitución (Dunn, 2002; Pryor y

Rodgers, 2001). Por lo tanto, diversidad y complejidad están servidas.

Las primeras investigaciones sobre la realidad de las familias reconstituidas,

llevadas a cabo en la década de los 80, no siempre tuvieron en cuenta dicha

complejidad. La mayoría de estas investigaciones comparaba la calidad de las relaciones

y el bienestar de los miembros de las familias reconstituidas con las biparentales

tradicionales intactas, tratando a las primeras de forma homogénea, ignorando su

complejidad y partiendo de un modelo del déficit según el cual se buscaban las

3
dificultades de las familias reconstituidas entendiendo que se apartaban de modelo ideal

que era el de la familia biparental intacta (Pasley y Moorefield, 2004). La visión

negativa que estos trabajos aportaron de las familias reconstituidas casaba muy bien con

la tradicional de los cuentos y la mitología, que presentaba a los padrastros y sobre todo

a las madrastras -¿quién no recuerda a la pérfida madrastra de Blancanieves o a la de

Cenicienta?- como personajes viles y malvados que imponían su bienestar y el de sus

propios hijos sobre el de los hijastros.

En cualquier caso, es justo señalar que muchos de los estudios iniciales tenían

serias limitaciones metodológicas: eran transversales, realizados con frecuencia sobre

muestras clínicas escasamente representativas y limitadas a establecer comparaciones

entre tipos de familias en algunas variables sin evaluar los procesos (Hetherington y

Stanley-Hagan, 2002). En este estado de cosas, algunos investigadores comenzaron a

puntualizar que lo importante para el ajuste infantil no era la estructura familiar en sí

misma, sino los procesos que tenían lugar en los diferentes hogares. Así, en los años 90

hubo un giro en la investigación, que se fijó el objetivo de analizar en profundidad la

dinámica de relaciones y los procesos que tenían lugar en el seno de estas familias.

Aunque más adelante se hablará de los efectos que la reconstitución familiar puede

tener en hijas e hijos, debemos señalar que desde los trabajos realizados en los años 90,

el modelo del déficit está siendo cuestionado y sustituido por otro que, huyendo de

explicaciones y lecturas simplistas, tiene en cuenta la enorme diversidad de este tipo de

familias e intenta contemplar variables que pueden influir en el ajuste de los menores a

la situación de la reconstitución, variables como el sexo de los adultos y los menores, la

configuración del hogar -simple o compleja en función de si existen hijos sólo de uno de

los adultos o de ambos respectivamente-, los años de convivencia de la nueva familia, el

4
nivel socio-económico o la relación con los padres biológicos no custodios (Coleman,

Ganong y Fine, 2000).

1.2. Aspectos demográficos.

En Estados Unidos aproximadamente la mitad de los matrimonios se contrae entre

personas que han estado casadas previamente –las dos o una de ellas- (Bumpass, Sweet

y Castro Martin, 1990), de hecho, un tercio de los estadounidenses se casarán, se

divorciarán y volverán a casarse en algún momento a lo largo de sus vidas (Cherlin y

Fustenberg, 1994). Aunque con unas cifras algo menores, esta realidad también lo es en

Europa (Instituto de Política Familiar, 2006).

No obstante, también es cierto que son muchas las personas que tras el divorcio

deciden no volver a contraer matrimonio y optan por la cohabitación de forma

permanente o previa al establecimiento del vínculo legal. Esto añade dificultad al

estudio de la reconstitución familiar, porque si no se registran civilmente, muchas de

estas familias quedan ocultas. En España, si bien el número de matrimonios se ha

mantenido relativamente estable desde el año 1999 (INE, 2004), según las cifras del

Consejo General del Poder Judicial, en este último año se presentaron ante los

tribunales 126.742 demandas de separación o divorcio, un 68,2% más que una década

atrás (75.345 peticiones en el año 1993).

Este aumento en el número de separaciones y divorcios, unido a la reforma de la

Ley del Divorcio de 2005 que supuso una importante agilización de los trámites

administrativos, ha contribuido al aumento del número de familias reconstituidas en

nuestro país. No obstante, el número de matrimonios en que interviene una persona

divorciada es aún escaso si nos comparamos con vecinos europeos como Reino Unido,

5
Alemania o Dinamarca. En España el número de nuevas nupcias no alcanza un tercio de

los divorcios al año, mientras que en estos países supera la mitad (Flaquer, Almeida y

Navarro, 2006). A pesar de ello, en los últimos años estamos asistiendo a un

significativo aumento de segundos matrimonios en los que interviene alguna persona

divorciada, aumento en el que existen claras diferencias de género. Y es que el número

de segundas nupcias es más elevado entre los hombres que entre las mujeres, ya que

estas últimas tienden a optar por uniones como las parejas de hecho o la cohabitación

(Flaquer, Almeida y Navarro, 2006).

En cualquier caso, en nuestro país la mayoría de las familias reconstituidas no lo son

tras una nuevo matrimonio, sino por cohabitación o tras establecerse como parejas de

hecho. Aunque no tenemos cifras rigurosas previas para estimar la evolución

experimentada en el número de familias reconstituidas, en el año 2003 el número total

de estos hogares en España era de 232.863. Ese mismo año, de las 6.468.408 parejas

con hijos que vivían en nuestro país, en el 3,5% de los casos alguno de los hijos no era

común a ambos miembros de la pareja. Y estas cifras se multiplicaban por 10 en el caso

de las parejas de hecho, en las que el 33,8% eran familias con algún hijo no común.

En este sentido, y teniendo en cuenta la tendencia seguida en Estados Unidos y en

otros países de nuestro contexto en que separaciones y divorcios son cada vez más

frecuentes -en Europa de cada 2,3 matrimonios uno se rompe (Instituto de Política

Familiar 2006)-, es previsible que los hogares reconstituidos sean una realidad cada vez

más presente en la España del siglo XXI.

6
1.3. El proceso de reconstitución familiar y las tareas de la nueva pareja.

Como hemos tenido oportunidad de ver al comienzo de este capítulo, los

caminos que llevan a una reconstitución familiar son diversos, y condicionarán

claramente el proceso de formación de la nueva familia. No obstante, la situación más

frecuente será la de una mujer con hijos, fruto de un emparejamiento anterior, que tras

atravesar por un periodo transitorio de monoparentalidad vuelve a formar pareja con un

hombre, que puede o no tener hijos. En este caso, lo usual es que sea un proceso gradual

que comienza con algunas visitas del varón al domicilio de la madre biológica,

pernoctando ocasionalmente, para pasar a un tiempo de convivencia más o menos

prolongado que terminará finalmente con la boda (Montgomery, Anderson,

Hetherington y Clingempeel, 1992). Por lo tanto, la mayoría de niños y niñas que

comienzan a vivir en una familia reconstituida habrán atravesado por una situación

generalmente complicada y estresante, como es la separación de sus padres, aunque un

porcentaje menor pueden haber vivido desde el nacimiento con sus madres y

experimentarán el paso a la nueva familia sin haber vivido la ruptura familiar, lo que

puede influir favorablemente en la transición (Dunn, 2002).

Con independencia del proceso seguido, hay una serie de tareas comunes que

deberán afrontar la mayoría de las nuevas parejas. Así, tendrán que fortalecer su propio

vínculo conyugal al mismo tiempo que se renegocian las relaciones entre el padre

biológico no custodio y los hijos, que a su vez deberán afrontar la tarea de establecer

una relación con un nuevo padre, y en ocasiones con nuevos hermanos o hermanas. Esta

tarea puede resultar complicada, ya que, como comentamos líneas atrás, esta nueva

figura parental no habrá participado en la historia familiar previa y tenderá a alterar las

relaciones que se habían establecido en la etapa de monoparentalidad precedente

7
(Hetherington y Stanley-Hagan, 2002). Mientras que en las familias tradicionales la

relación de pareja es previa y los padres han tenido ocasión de conocerse y adaptarse el

uno al otro antes de comenzar las tareas de crianza, en las reconstituidas habrá que

simultanear el desarrollo de las relaciones marital y parental. También hay que

reconocer que la red de relaciones de las familias reconstituidas es mucho más

compleja, tanto dentro como fuera del hogar, ya que coexistirán las familias extensas de

cada uno de los cónyuges actuales con las de los anteriores, lo que supondrá una

multiplicidad de abuelos, cuñados, primos, etc.

Una dificultad añadida está relacionada con cierta ambigüedad o indefinición

con respecto al rol que deberá desempeñar el nuevo padre, ya que sus responsabilidades,

derechos y obligaciones suelen estar menos claros que en el caso de los padres

biológicos, y con frecuencia no sabrán cómo actuar con sus nuevos hijos: si mostrarse

exigentes, cariñosos, distantes o indiferentes (Fine, Coleman y Ganong, 1999).

Algunos autores, como Fine (2001), han apuntado la importancia que tienen las

expectativas de los nuevos cónyuges sobre la reconstitución familiar en estos momentos

iniciales. Así, suelen ser frecuentes las expectativas idealizadas y demasiado optimistas,

como pensar que el ajuste a la nueva vida familiar se producirá de inmediato, y que

desde el primer momento surgirá el cariño entre los nuevos hermanos, o entre los hijos

y el nuevo padre, o que estas familias funcionan de forma similar a las tradicionales. En

ocasiones, también se espera de la nueva pareja que tenga todo aquello de lo que carecía

la anterior. Estas expectativas elevadas suelen terminar con una clara decepción que

dificultará la reconstitución familiar (Bray y Kelly, 1998).

Sin embargo, junto a esas expectativas optimistas también encontramos un

estereotipo social que etiqueta a estas familias como incompletas, conflictivas o

8
abocadas al fracaso, y que puede condicionar de forma negativa la reconstitución. Esta

imagen estigmatizada tiene su origen en los primeros estudios que se llevaron acabo

sobre estas familias poniendo el foco exclusivamente en las dificultades y déficits, y en

la imagen difundida desde la literatura y los medios de comunicación. Por ello, no es

extraño que diversos estudios hayan encontrado que tanto los miembros de familias

intactas como quienes viven en familias reconstituidas tienen una visión claramente más

negativa de estas últimas (Ganong y Coleman, 1997).

1.4. Las relaciones familiares en el nuevo hogar.

Teniendo en cuenta los condicionantes anteriores, no resulta extraño que muchos

estudios encuentren una cohesión más baja y una mayor conflictividad relacional en

familias reconstituidas, especialmente durante el periodo inicial (Bray y Berger, 1993),

aunque sin llegar a un nivel clínico (Barber y Lyon, 1994), o que el índice de

separaciones sea más alto tras las segundas nupcias (Booth y Edward, 1992). También

es menor el tiempo que estas nuevas familias dedican a actividades conjuntas,

especialmente fuera de casa, lo que puede deberse a restricciones económicas o al

hecho de que los niños pasan con sus padres biológicos muchos fines de semana, que

son los días en los que estas actividades son más frecuentes (Pryor y Rodgers, 2001).

En cuanto a las relaciones maritales, aunque no existe un consenso absoluto al

respecto, la mayoría de las investigaciones indican una mayor dificultad en estas nuevas

familias, especialmente cuando ambos adultos aportan hijos de matrimonios anteriores

(Brown y Booth, 1996; Coleman, Ganong y Fine, 2000). Sin embargo, algunos estudios

que han comparado las relaciones de pareja en familias intactas y familias reconstituidas

han encontrado que en estas últimas la toma de decisiones suele ser más compartida

9
(Pike y Coltrane, 1996), que los hombres ceden más en las discusiones (Hobart, 1991) y

que la pareja suele expresar de forma más abierta sus críticas y enfados (Bray y Kelly,

1998). Tal vez, esta mayor franqueza, que podría ser considerada un punto fuerte, sea

también la causa del mayor número de conflictos que estas parejas experimentan.

Un dato interesante que se extrae de estos estudios, es que la percepción de los

cónyuges no suele coincidir con la de personas ajenas a la familia, ya que aunque los

miembros de la pareja suelen declarar unos niveles de satisfacción similar a los de

familias intactas, su visión resulta demasiado optimista en comparación con la de

observadores externos, que ven más conflictos y desacuerdos, y menos expresiones de

afecto en las familias reconstituidas (Bray y Berger, 1993; Hetherington y Clingempeel,

1992).

Coleman, Fine, Ganong, Downs y Pauk (2001) encontraron que las causas más

frecuentes de conflictos en las familias reconstituidas estaban relacionadas con la

actitud materna de protección del menor frente al nuevo padre o al padre biológico, las

disputas con miembros de la familia extensa y las discusiones relativas al reparto de

recursos (finanzas, espacio, posesiones). En relación con este último aspecto, un estudio

llevado a cabo por Fine (2001) indicó que los asuntos económicos podían generar

conflicto tanto porque los padres biológicos pensaban que el nuevo padre debía aportar

más de lo que hacía, como por lo contrario: la nueva pareja quería hacer una mayor

contribución económica mientras que la madre se oponía a ello, probablemente en un

intento de mantener su relación de pareja al margen de asuntos domésticos que podrían

interferir de forma negativa. También fueron importantes los conflictos de lealtades

entre el padre biológico y el nuevo padre experimentados por los menores. Las

relaciones con el padre o madre no custodio también pueden ser una fuente de conflictos

10
para la nueva familia, puesto que es usual que una relación que ya podía ser complicada

tienda a empeorar tras el nuevo emparejamiento, especialmente si la nueva pareja fue un

motivo fundamental de la ruptura matrimonial.

1.5. Las nuevas relaciones parento-filiales.

Una conclusión clara de la investigación realizada durante las últimas décadas es

que ser padre, y sobre todo madre, no biológico en una familia reconstituida es más

difícil que serlo en una familia tradicional (Pasley y Moorefield, 2004), y que el

establecimiento de esta relación será la tarea más complicada que tendrá que afrontar la

nueva familia. Se trata de una relación que se diferencia claramente de la establecida

entre padres e hijos biológicos por la carencia de una historia compartida previa que ha

impedido al nuevo miembro participar en la construcción de la cultura familiar, con

unas costumbres propias a las que se tendrá que incorporar tardíamente. Además, es

muy probable la existencia de un padre biológico no custodio que dificulte el

establecimiento de nuevas relaciones familiares.

Por todo ello, no es extraño que algunos estudios encuentren que los padres se

relacionen peor con sus nuevos hijos que con los biológicos, que les muestren menos

afecto y que les proporcionen menos apoyo y monitorización (Ganong y Coleman,

1994; MacDonald y DeMaris, 1996). Incluso, desde una perspectiva sociobiológica

Daly y Wilson (1996) plantearon que la ausencia de vinculación genética pondría a

estos menores en una situación de mayor riesgo de sufrir malos tratos por parte de sus

padres no biológicos, debido a la tendencia de los individuos a maximizar su éxito

reproductivo buscando la supervivencia del mayor número de sus genes. Ello les

llevaría a invertir más tiempo, energía y recursos en sus hijos biológicos que en los

11
adoptivos, e incluso a mostrar conductas agresivas hacia estos últimos. No obstante,

Adler-Baeder y Higginbotham (2004) revisaron los estudios que analizan los malos

tratos físicos en familias reconstituidas, encontrando tan sólo un apoyo moderado a

dicha idea y denunciando la existencia de muchos problemas metodológicos que

impiden sacar unas conclusiones claras al respecto.

Es importante destacar que la relación establecida en los momentos iniciales

depende en gran medida, sobre todo durante la adolescencia, de la actitud que muestre

el niño o niña hacia el nuevo padre o madre, que con frecuencia suele ser negativa y

hostil (Hetherington y Clingempeel, 1992). No obstante, los hijos no suelen reconocer

esta actitud de rechazo que indican algunos estudios con observadores externos,

probablemente por la influencia de la deseabilidad social, ya que es probable que ellos

aspiren a una relación más estrecha con sus nuevos padres que la que en realidad logran

establecer (Pryor y Rodgers, 2001).

Entre los factores más determinantes de esta relación hay que destacar la edad

del menor, ya que sin duda la adolescencia temprana es la etapa más complicada para

establecer una nueva relación parento-filial (Hetherington, 1991; 1993). Tal vez, el

momento en que el adolescente está tratando de desvincularse de su familia no sea el

más apropiado para tratar de establecer un nuevo vínculo afectivo, y es posible que el

chico o chica rechacen al nuevo miembro. También es posible que al adolescente le

cueste reconocer que su padre o su madre son sexualmente activos y sostienen

relaciones con su nueva pareja.

La calidad de la relación marital también influirá en el vínculo entre los hijos y

el nuevo miembro familiar, aunque a diferencia de lo que ocurre en familias intactas, en

las reconstituidas no siempre se observa una asociación positiva entre ambas relaciones,

12
y es frecuente que una buena relación conyugal genere en el menor una conducta de

oposición, tanto hacia el padre biológico como hacia su nueva pareja, especialmente

durante la infancia. La menor atención que muchas madres prestan hacia sus hijos como

consecuencia del inicio de su nueva relación marital puede generar celos y

resentimiento hacia esta nueva figura paterna, sobre todo en las niñas, ya que le

atribuirán la responsabilidad de la ruptura de la complicidad que se había establecido

entre madre e hija en la anterior etapa monoparental (Dunn, Deater-Deckard, Pickering,

O’Connor y Golding, 1999; Fustenberg y Cherlin, 1991; Hetherington y Jodl, 1994).

A pesar de todas estas dificultades, afortunadamente, los difíciles momentos

iniciales suelen superarse con el paso del tiempo y aproximadamente un tercio de padres

no biológicos, especialmente aquellos con niños más pequeños, llegan a establecer una

buena relación y se convierten en padres activamente implicados y democráticos. Otra

proporción importante, aunque permanecen poco comprometidos logran, sin embargo,

establecer una relación afectuosa con el menor y apoyar a la madre en sus estrategias

disciplinarias (Hetherington y Stanley-Hagan, 2002). No obstante, no puede afirmarse

que la evolución de la relación entre padres e hijos no biológicos sea necesariamente

favorable, puesto que los escasos estudios longitudinales que han analizado dicha

evolución muestran unos resultados contradictorios, probablemente porque las

dificultades en las relaciones siguen una tendencia curvilineal, aumentando durante los

primeros años, hasta un momento en que comienzan a disminuir (Beudry, Boisvert,

Simard, Parent y Blais, 2004). Aún se necesitan más estudios que aclaren, además, por

qué unas relaciones mejoran mientras que otras empeoran progresivamente hasta la

ruptura de la relación (Coleman, Ganong y Fine, 2000).

13
Aunque se trata de situaciones menos frecuentes, en algunas ocasiones será una

mujer, con o sin hijos, la que se incorpore a una familia formada por un varón con hijos

procedentes de un emparejamiento previo. Por lo general, esta reconstitución resulta

algo más complicada, sobre todo si la madre biológica vive, probablemente porque los

estereotipos de género llevan a la nueva madre a querer asumir de forma inmediata un

rol maternal con un menor que puede mostrarse resistente a los acercamientos afectivos

y a los intentos disciplinarios de la nueva figura (Hetherington y Stanley-Hagan, 2002).

Además, a diferencia de lo que ocurre con los padres biológicos no custodios, las

madres biológicas que no viven con sus hijos suelen tener un mayor contacto e

implicación en su crianza, lo que puede situar a la nueva madre en una posición difícil y

hacer más probable el surgimiento de disputas entre ambas figuras maternas (Stewart,

1999). Algunos estudios han encontrado que aquellas familias en las que las nuevas

madres priorizan la relación con su pareja, y adoptan un rol menos intrusivo y más

permisivo, respetando la relación del menor con su madre biológica, suelen mostrar

relaciones más satisfactorias, a la vez que los menores presentan un mejor ajuste (Bray,

1999; Church, 1999).

1.6. Las relaciones entre los padres biológicos custodios y sus hijos.

La relación entre los padres biológicos que conviven con sus hijos también se

verá influida por la reconstitución familiar y tendrá que ser renegociada. Como ya

hemos tenido ocasión de comentar, lo usual es que se trate de una madre que vive con

sus hijos que se empareja de nuevo tras la separación de su anterior pareja y un periodo

posterior, más o menos prolongado, de monomarentalidad. La evidencia empírica indica

que esta relación se deteriora tras la reconstitución, ya que son más frecuentes las

14
conductas negativas y las reprimendas, mientras que disminuyen las expresiones de

afecto y la supervisión parental. También los menores muestran conductas más

negativas hacia sus madres, especialmente en la primera etapa tras la reconstitución

(Dunn et al., 1998; Vuchinin, Hetherington, Vuchinich, y Clingempeel, 1991). Con el

paso del tiempo la situación suele normalizarse, y una vez transcurridos unos dos años

estas relaciones son similares a las existentes en familias intactas (Anderson, Greene,

Hetherington y Clingempeel, 1999).

1.7. Las relaciones entre los nuevos hermanos.

La reconstitución familiar puede dar lugar a una gran diversidad de situaciones

en función del número, el sexo, la edad, y el grado de consanguineidad de los hermanos

(hermanos biológicos totales que comparten a ambos padres, medio-hermanos que

tienen un progenitor en común o hermanastros sin vinculación biológica), por lo que es

difícil hacer generalizaciones sobre el tipo de relaciones que se establecerán entre ellos.

Las relaciones entre hermanos que son fruto de las relaciones anteriores de la nueva

pareja son relativamente positivas, aunque algunos estudios encuentran más frialdad y

distanciamiento en estas relaciones que entre medio hermanos o hermanos totales

(Hetherington y Stanley-Hagan, 2002). No obstante, cuando llevan varios años viviendo

juntos se diferencian poco de las relaciones entre hermanos biológicos, especialmente

cuando tienen edades similares y se implican en actividades conjuntas (Fleming, 1999;

Gorrell-Barnes et al., 1998). Más similares son aún la relaciones entre medio-hermanos.

En el caso de los hermanos biológicos, existe cierta evidencia de que su relación

suele empeorar tras la reconstitución, aunque en familias ya establecidas no existen

diferencias con las familias intactas, por lo que podemos afirmar que la primera etapa

15
tras la reconstitución familiar suele ser la más complicada para las relaciones entre

hermanos con independencia de que tengan o no los mismos padres (Hetherington y

Clingempeel, 1992; Hertherington et al., 1999). Una situación que puede perjudicar

tanto la relación fraterna como el ajuste del menor es cuando éste percibe un trato

diferente o discriminatorio por parte de alguno de los padres en función de que sea hijo

suyo o de su nueva pareja (Dunn, 2002).

1.8. Las relaciones con el padre o madre biológicos no custodios.

Aunque en algunos casos el menor puede perder todo tipo de contacto con el

progenitor no residente, lo normal es que se mantengan contactos más o menos

frecuentes. Esta relación puede convertirse en una fuente de conflictos, ya que es

probable que existieran desavenencias entre los miembros de la pareja rota que tenderán

a acentuarse tras el nuevo emparejamiento (Coleman et al., 2001). Las causas

principales de esta acentuación son el sentimiento del no custodio de sentirse

desplazado por el nuevo padre o madre, o los desacuerdos sobre asuntos económicos

como consecuencia de los nuevos recursos que entran en la casa (Fine, 2001). En

cualquier caso, esta relación con el padre, o excepcionalmente con la madre, no custodio

continúa siendo muy importante y debe cuidarse ya que guarda una asociación

significativa con la relación que establece el menor con su nuevo padre: cuando esta

relación es positiva es más probable que el niño desarrolle una relación sólida con el

padre no biológico, lo que repercutirá de forma favorable sobre el ajuste del menor

(Ganong, Coleman, Fine y Martin, 1999). En el caso menos probable de que el niño o

niña viva con su padre biológico y su nueva madre, la situación será más complicada y

serán más frecuentes los enfrentamientos entre la madre no custodia y la nueva pareja

16
de su exmarido, lo que llevará al menor a verse envuelto en un conflicto de lealtades

hacia ambas figuras que hará más difícil la consolidación de la relación con su nueva

madre.

1.9. El ajuste de los menores en familias reconstituidas

El interés por el ajuste y desarrollo de los menores criados en familias

reconstituidas ha guiado una gran parte de la investigación sobre este tipo de familias,

por lo que existe una importante evidencia acumulada al respecto. Distintas revisiones

indican que los niños de estas familias muestran más problemas que quienes viven en

familias intactas en la mayoría de las áreas estudiadas (problemas comportamentales,

conducta agresiva y antisocial, bajo rendimiento académico y desajuste emocional), y

estas diferencias suelen mantenerse hasta la adultez temprana, incluso cuando se

controlan variables sociales y económicas. No obstante, hay que destacar que aunque las

diferencias encontradas son significativas los tamaños del efecto son pequeños y la

mayoría de los menores no muestran problemas clínicos, manteniéndose en el rango de

la normalidad (Amato, 1994; Cantón, Justicia y Duarte, 2007; Dunn, 2002; Pryor y

Rodgers, 2001).

Las razones de los problemas de muchos de estos menores no son distintas a las

de los problemas que experimentan niños que viven en familias intactas, aunque, como

ya hemos descrito, la separación de los padres y la posterior formación de una nueva

familia introduce al menor en una serie de cambios y potenciales estresores que pueden

pasar factura a su ajuste emocional y comportamental. Por otra parte, es indudable que

el inicio de una nueva relación de pareja exige un esfuerzo importante por parte de los

padres, que tienden a implicarse mucho en el establecimiento y consolidación de su

17
relación, lo que puede redundar en una menor dedicación a su tarea como padres y en

que sus prácticas de crianzas sean más inconsistentes (Coleman et al., 2000).

Además, estas familias suelen ser menos estables que las intactas, lo que hace

que muchos menores experimenten un mayor número de cambios o transiciones

familiares, algo que suele estar asociado a problemas comportamentales y académicos

(Kurdek, Fine y Sinclair, 1995). Algunos estudios han comparado el ajuste de niños que

tras el divorcio de sus padres habían sido criados en familias monoparentales y en

familias reconstituidas, en un intento de separar los efectos sobre el menor de la

separación y la reconstitución familiar. Aunque las diferencias no son acusadas, la

revisión de Pryor y Rodgers (2001) apunta una situación más favorable para los

menores de familias monoparentales, lo que parece indicar que la reconstitución ejerce

una influencia ligeramente negativa e independiente de la separación.

La calidad de las relaciones familiares, especialmente de las relaciones parento-

filiales, es un determinante fundamental del ajuste infantil, con independencia del tipo

de estructura familiar, por lo que las dificultades relacionales que se observan en las

familias reconstituidas podrían explicar en gran parte la mayor incidencia de problemas

de ajuste de estos niños. No obstante, y siguiendo a Dunn (2002), habría que precisar

que la influencia puede ir del menor a sus padres, ya que la conducta negativa del nuevo

padre puede verse propiciada por la actitud de rechazo del niño o niña.

Al igual que ocurre en las familias tradicionales, los conflictos maritales están

asociados a un peor ajuste tanto en niños como en adolescentes, especialmente cuando

no se resuelven de forma adecuada (Barber y Lyons, 1994; Bray, 1999; Coleman et al.,

2001; Grych y Fincham,1990). El conflicto marital puede ejercer una influencia directa

sobre el comportamiento del menor porque este puede imitar el comportamiento

18
agresivo de los padres. Pero la influencia puede ser también indirecta, ya que el

conflicto con la pareja puede llevar a un ejercicio más punitivo y menos afectuoso del

rol parental que a su vez influirá sobre la conducta infantil (Dunn, 2002). Algunos

estudios han analizado si el mayor nivel de conflictos maritales de las familias

reconstituidas media la relación entre este tipo de estructura familiar y el nivel de ajuste

infantil encontrando sólo apoyo a una mediación parcial, es decir, que existen otros

factores, además de la conflictividad, implicados en los problemas de ajuste de los hijos

(Anderson et al., 1999). El hecho de que tanto los hombres como las mujeres que viven

en familias reconstituidas tengan más posibilidades de sufrir problemas emocionales

como la depresión puede constituir otro factor de riesgo para estos menores, en la

medida que pueden ejercer prácticas educativas inadecuadas (Deater-Deckard,

Pickering, K., Dunn, J. y Golding, 1998; O’Connor et al., 1999).

Algunos autores apuntan al adelanto de la pubertad que se produce en las chicas

que viven en familias reconstituidas como una justificación de la mayor prevalencia de

problemas externos cuando se las compara con quienes viven en familias intactas, ya

que la pubertad precoz aparece en muchos estudios vinculada con diversas conductas

problemáticas, como el consumo de sustancias o las prácticas sexuales de riesgo

(Mendle, Turkheimer y Emery, 2007). La mayor precocidad puberal de estas chicas

podría deberse tanto al mayor estrés que experimentan, como a la presencia en casa de

un varón adulto no relacionado biológicamente con ellas, ya que ambos factores parecen

adelantar los cambios puberales (Ellis y Garber, 2000).

Algunos factores, como la edad o el sexo del menor, pueden moderar la relación

entre la reconstitución familiar y el ajuste infantil. En relación con la edad, ya hemos

comentado que la adolescencia temprana es quizá el peor momento para la

19
reconstitución, y las relaciones con la nueva pareja de la madre o el padre serán muy

complicadas. Así, y a pesar de que los resultados referentes al ajuste del menor no son

concluyentes (Dunn, 2002), la reconstitución suele resultar más estresante en los

primeros años de la adolescencia que en la infancia o en la adolescencia tardía, y

acentuar algunos de los problemas propios de esta etapa (Hetherington y Stanley-Hagan,

2002). En relación con el sexo del menor, los datos disponibles no son definitivos; por

una parte parece que las niñas suelen adaptarse peor a la reconstitución y se muestran

más belicosas ante la entrada de la nueva pareja en casa, lo que se traduce en conductas

problemáticas y disruptivas, mientras que los niños parecen adaptarse mejor y

beneficiarse de la presencia de una nueva figura afectuosa y cercana (Hetherington y

Clingempeel, 1992). Sin embargo, algunas revisiones recientes no encuentran

diferencias, o incluso apuntan una mejor adaptación de las niñas en los momentos

posteriores a la reconstitución, aunque a medio plazo desaparecen las diferencias (Dunn,

2002). Es posible que tanto niños como niñas se vean afectados por la reconstitución y

experimenten un estrés similar, pero que en el caso de los niños las manifestaciones de

este estrés se exterioricen más, mientras que en las niñas se traduzcan en problemas

internos de más difícil detección. La falta de consenso entre los estudios puede también

obedecer, entre otros factores, a la utilización de medidas diferentes del ajuste infantil

por parte de los investigadores.

1.10. La reconstitución familiar y los estilos parentales.

Los estilos educativos democráticos parentales, que combinan el afecto con el

control, son uno de los factores familiares más frecuentemente asociados al ajuste de

niños y adolescentes en familias intactas (Arranz, Bellido, Manzano, Martín y

20
Olabarrieta, 2004; Steinberg y Silk, 2002). Como ya hemos comentado, debido al estrés

generado por la reconstitución familiar, muchos padres experimentarán una mayor

expresión de afectos negativos, un descenso en la monitorización y control, y unas

estrategias inconsistentes y poco adecuadas para afrontar el mal comportamiento de sus

hijos. Con el paso del tiempo la situación tenderá a normalizarse y los niveles de

monitorización serán similares a los de familias intactas, salvo en el caso de que la

reconstitución tenga lugar durante la adolescencia, ya que en estos casos se mantendrán

los niveles bajos (Hetherington y Clingempeel, 1992; Hetherington et al., 1999).

Algunos estudios han encontrado en estas familias una menor proporción de estilos

democráticos y mayor de estilos indiferentes (Pryor y Rodgers, 2001), aunque también

son menos frecuentes las prácticas autoritarias y coercitivas (Thomson, Mosley, Hanson

y McLanahan, 2001). Por otra parte, también suelen ser frecuentes la inconsistencia y la

discrepancia entre las prácticas de crianza de los padres biológicos (Anderson et

al.,1999).

La menor monitorización es aún más evidente por parte de padres y madres no

biológicos, algo que puede resultar conveniente para el buen funcionamiento familiar,

ya que aunque los menores que viven en familias reconstituidas se benefician de los

estilos parentales democráticos tanto como quienes residen en familias intactas, no

parece que controlar, poner límites y exigir responsabilidades sea la mejor manera de

establecer una buena relación con el hijo o hija no biológico, que se mostrará muy

reacio a aceptar este control. La evidencia empírica muestra que el afecto y el apoyo por

parte del nuevo padre o madre están más relacionados con la aceptación por parte del

menor y con su bienestar psicológico que la monitorización (Coleman et al., 2000). No

obstante, la monitorización es también muy necesaria en estas familias y los menores

21
parecen beneficiarse mucho de ella, por ello, parece conveniente que en estas familias el

control sea ejercido por el progenitor mientras que su pareja adopta un papel más

permisivo, al menos durante la primera etapa de la reconstitución. Más adelante, y

cuando la relación con el menor sea más sólida, podría tender a un estilo más

democrático.

2. Orientaciones educativas y recursos de intervención.

2.1. Ámbito familiar.

La evidencia indica de forma clara que la reconstitución familiar supone una

tarea complicada que exige de todos los miembros de la familia un esfuerzo importante

para que pueda concluir con éxito. No obstante, aunque son muchas las dificultades que

suelen atravesar las familias reconstituidas, y un porcentaje que ronda el 50% termina

en una nueva ruptura, cabe suponer que la otra mitad de familias que no se separa

funciona razonablemente bien. A pesar de su interés, son muy escasos los datos

disponibles acerca de los factores que influyen en el éxito de estas familias, pues sólo

un puñado de estudios ha analizado en profundidad su funcionamiento para tratar de

detectar las claves de su estabilidad. Por lo general, se trata de estudios cualitativos

llevados a cabo sobre un número reducido de familias, pero que proporcionan una

información muy interesante y útil que pueden servir de orientaciones educativas para

estas familias (Beaudry, Boisvert, Simard, Parent y Blais, 2004; Bumpass, Raley y

Sweet, 1995; Kelley, 1992; Michaels, 2006; Svare, Jay y Mason, 2004). De sus

conclusiones pueden sacarse algunas recomendaciones de utilidad para aquellas parejas

que afrontan una reconstitución familiar.

22
• Es muy importante que los nuevos cónyuges mantengan antes de la

reconstitución unas expectativas realistas sobre la etapa que van a emprender,

evitando ideas excesivamente optimistas, como pensar que habrá una aceptación

y cariño inmediato hacia la nueva figura parental por parte de los hijos del

anterior matrimonio, o que los nuevos hermanos se llevarán bien desde el

principio. El proceso de reconstitución lleva su tiempo y habrá que esperar

pacientemente a que el menor se adapte a la nueva situación. Suelen tener más

éxito las parejas que sostienen unas expectativas realistas sobre las dificultades

que han de afrontar y el esfuerzo que deberán realizar para construir una nueva

familia. Deben ser conscientes de que no cabe esperar que los padres quieran a

todos los hijos, propios y ajenos, por igual, y que la relación con estos últimos

será complicada en los primeros momentos.

• La búsqueda activa de información por parte de la nueva pareja acerca de la

empresa que va a acometer es otra garantía de éxito, ya que le permitirá tener

una percepción más realista de lo que va a suponer la reconstitución familiar y

disponer de más recursos para afrontar la situación. Así, las lecturas, la

participación en programas preventivos dirigidos a padres, la asociación con

familias que atraviesan una situación semejante, la búsqueda de recursos de

diverso tipo y el asesoramiento por parte de expertos pueden resultar de mucha

ayuda para la nueva familia.

• El compromiso sólido con la relación de pareja y con la nueva familia es otro

elemento clave para la reconstitución. Las parejas que piensan que, a pesar de

los obstáculos, reconstituir una familia merece la pena y que ésta será el mejor

23
de los escenarios posibles para todos, adultos y menores, tienen más

probabilidades de seguir adelante.

• El éxito pasa también por la construcción de una nueva identidad como familia,

para lo cual es necesario tener mucha paciencia y dedicar tiempo a actividades

compartidas que poco a poco terminarán generando una nueva cultura familiar.

Ello no significa que haya que sustituir por completo el repertorio de hábitos y

costumbres construidos durante la etapa anterior, pero sí es importante que se

vayan creando unos propios.

• La flexibilidad ha sido también señalada como un elemento que contribuye de

forma clara a la satisfacción y estabilidad conyugal. Así, tienen un mejor

pronóstico aquellas parejas que muestran unos roles familiares muy flexibles,

con un reparto equitativo de las tareas domésticas, una crianza cooperativa y

unos límites familiares también flexibles, y que consideran importante que el

niño o niña mantenga contactos frecuentes con el progenitor no custodio y con

su familia.

• También es muy importante evitar a toda costa situar al menor frente a

conflictos de lealtades entre su nueva figura parental y el padre biológico no

custodio, o que presencie discusiones o conflictos entre sus padres biológicos.

La nueva pareja no debe intentar sustituir al progenitor no custodio, sino que ha

de tratar de iniciar una nueva relación con el menor, y será éste quien con el

tiempo llegue a conferirle un papel de autoridad y consejo.

• La familia extensa también desempeña un papel importante en la supervivencia

de estas nuevas familias, ya que la reconstitución es más satisfactoria cuando

hay aceptación y apoyo por su parte. Los abuelos, principalmente las abuelas

24
maternas, pueden representar una fuente importante de apoyo emocional y

práctico para sus hijas durante todo el proceso de separación y reconstitución

familiar (Cherlin y Fustenberg, 1994), probablemente por ello, las relaciones

estrechas entre nietos y abuelos se asocian a un mejor ajuste infantil, tanto

interno como externo. Hay menos información disponible acerca de la relación

con los nuevos abuelos no biológicos, pero los datos existentes indican que

pueden desarrollar a lo largo del tiempo vínculos muy estrechos y positivos para

ambos (Bray y Berger, 1993).

• La comunicación clara y abierta entre todos los miembros de la nueva familia,

de forma que todos tengan la oportunidad de expresar sus sentimientos a los

demás, es otro elemento que contribuye al éxito de la reconstitución y a la

satisfacción marital. Al menos eso encontró el estudio longitudinal llevado a

cabo sobre 26 familias por Beaudry et al. (2004) en el que las habilidades

comunicativas fueron el mejor predictor de la satisfacción marital. En este

sentido es muy importante que los miembros de la nueva pareja hablen sobre la

crianza de los hijos para que lleguen a acuerdos sobre asuntos como las pautas

educativas, las normas y regulaciones disciplinarias o quién será el que imponga

las sanciones (a ser posible el biológico). Esto evitará discusiones en la pareja

que dificultarán más las relaciones.

• Es importante que el nuevo cónyuge intente un acercamiento progresivo al hijo

de su pareja, para ello deberá adoptar un estilo parental caracterizado por el

apoyo y el afecto, tratando de ganarse la confianza del menor y dejando que el

control sea ejercido por sus padres biológicos. Más adelante, cuando la situación

se haya estabilizado, podrá ir sustituyendo el rol permisivo por uno más

25
democrático. El control excesivo y las actitudes autoritarias pueden ser

especialmente contraproducentes durante la adolescencia y llevar a un

enfrentamiento abierto entre el menor y su nuevo padre o madre. Igualmente

importante es evitar que la reconstitución familiar conlleve un cambio brusco en

las normas y disciplinas familiares, ya que aunque estas nuevas normas sean

presentadas por el padre biológico, el menor, sobre todo si es un adolescente,

puede interpretar que el cambio ha sido propiciado por la nueva figura parental y

mostrar resentimiento hacia ella (Coleman y Ganong, 2004).

2.2. Ámbito profesional: Los programas preventivos para familias reconstituidas.

Teniendo en cuenta las necesidades y las dificultades que deben afrontar, las

familias reconstituidas constituyen una población que puede beneficiarse especialmente

de los programas preventivos de apoyo a padres y madres. A pesar de que se trata de un

tipo de estructura familiar muy prevalente en la actualidad, aún son escasos los estudios

llevados a cabo sobre evaluación de intervenciones con estas familias y en España son

prácticamente inexistentes (Nicholson, Sanders, Halford, Phillips y Whitton, 2008).

Además, muchos de estos estudios suelen tener bastantes problemas metodológicos,

como el reducido tamaño de las muestras, la utilización de instrumentos no

estandarizados para evaluar el funcionamiento familiar, el basar la evaluación

exclusivamente en la satisfacción de los participantes o la no utilización de diseños con

grupo control (Lawton y Sanders, 1994).

La mayoría de los programas implementados son de tipo educativo o preventivo

y pretenden promover las relaciones familiares saludables y evitar los problemas de

ajuste de los menores. Aunque existen algunos programas que ofrecen orientación

26
individual, directamente o a través del teléfono o del correo electrónico, el formato más

usual es el del trabajo con grupos reducidos de madres y padres. Hay que tener en

cuenta que en muchos casos estas nuevas familias han experimentado una ruptura de sus

relaciones sociales previas, por lo que el trabajo en grupo servirá además para crear un

nuevo entramado social que proporcione apoyo a la nueva pareja. Algunos programas

son no presenciales, e incluyen materiales divulgativos como folletos y videos, o

actividades que los padres pueden realizar en casa.

Aunque se trata de una situación muy poco frecuente, algunos autores han

sugerido la conveniencia de incluir a los hijos, especialmente si son pre-adolescentes o

adolescentes, en estos programas, bien llevando a cabo sesiones con padres e hijos,

bien con sesiones paralelas, o, al menos, proporcionando a los padres materiales o

actividades para realizar con sus hijos en casa (Hetherington y Kelly, 2002). También

existen algunas intervenciones preventivas dirigidas sólo a niños; se trata de programas

implementados en escuelas que aunque tratan temas relacionados con familias

reconstituidas incluyen a toda la población escolar. Su objetivo fundamental es enseñar

a los niños que existen diversos tipos de familias, y que las reconstituidas son uno más

(Hughes y Schroeder, 1997).

Aunque algunas parejas reconstituidas pueden participar en programas para

padres no específicamente diseñados para este tipo de familias, los participantes suelen

sentirse más cómodos en compañía de padres y madres con situaciones parecidas a las

suyas, sobre todo por el estigma negativo que con frecuencia llevan asociado las

familias reconstituidas. Estos programas específicos suelen provocar un menor

abandono y tener una eficacia más elevada (Adler-Baeder y Higginbotham, 2004). No

obstante, no hay que pasar por alto la dificultad para captar a padres que participen en

27
estos programas, que suele ser incluso mayor que en el caso de familias intactas o

adoptivas, probablemente porque estos padres, a pesar de las dificultades que pueden

estar atravesando, piensan que asistir a estos programas supone reconocer que son

padres deficitarios que de alguna manera han fracasado.

La revisión realizada por Nicholson et al. (2008) encontró que el número de

sesiones de los programas analizados estuvo comprendido entre 4 y 13, aunque lo más

frecuente era que el programa incluyese de 5 a 8 sesiones, de una duración

comprendida entre 1.5 y 3 horas. Teniendo en cuenta las dificultades a las que se

enfrentan estas familias, no es esperable que un número de sesiones inferior a 5 resulte

eficaz, y es deseable que se acerque o supere la decena. La metodología empleada es

variada pero suele incluir charlas, discusiones grupales, juegos de roles o análisis de

casos prácticos.

En cuanto a los contenidos de las sesiones, existe también cierta diversidad, no

obstante, en la actualidad existe cierto consenso con respecto a los temas que debe

incluir todo programa dirigido a este tipo de familias. A continuación se detallan los

contenidos fundamentales:

• Conocimiento de las peculiaridades de las familias reconstituidas y de su

funcionamiento, desmontando tanto los estigmas como las concepciones

ingenuas, y transmitiendo una visión realista pero optimista. Así, podrían

plantearse en relación con este tema objetivos tales como incrementar el

conocimiento acerca de las tareas que conlleva la reconstitución y las fases que

atraviesa, sus diferencias con otros tipos de estructuras familiares; reconocer los

mitos asociados a este tipo de familias y desarrollar expectativas positivas sobre

la posibilidad de llegar a un funcionamiento familiar positivo.

28
• Aprendizaje de habilidades maritales básicas. Entre ellas habilidades de

comunicación y de resolución de conflictos, técnicas de regulación emocional y

manejo del estrés, y habilidades para establecer relaciones íntimas (mostrar

empatía, expresar afectos, etc.). Este contenido es fundamental, ya que el fracaso

de alguno o de ambos miembros de la nueva pareja pueda estar relacionado con

la carencia de estas habilidades; además, es muy posible que hayan participado

de un modelo negativo de funcionamiento marital en mayor medida que otro

tipo de parejas.

• Aprendizaje de habilidades parentales y educativas. Como ya hemos comentado

líneas atrás, el estilo educativo o las prácticas de crianza mostradas por el nuevo

padre o madre es un elemento altamente determinante de la calidad de sus

relaciones con el menor y del ajuste de éste. Por otra parte, la calidad de la

relación con el menor influirá sobre la relación marital. Aunque, existen claros

elementos diferenciadores en este tipo de familias con respecto al estilo parental

que debe mostrar la nueva pareja, es importante transmitir conocimientos

básicos sobre del desarrollo normativo durante la infancia y la adolescencia, o

sobre las dimensiones que configuran el estilo parental y su influencia sobre el

ajuste del menor. El dominio por parte de los padres de técnicas para el control o

modificación de la conducta infantil, o de estrategias para establecer relaciones

positivas con el menor, resultará de mucha utilidad.

• Aprendizaje de estrategias para la negociación y el manejo de las relaciones con

el padre o madre no residente. La coherencia y la colaboración entre la madre y

el padre biológicos es fundamental para el ajuste del menor. La evidencia indica

que la calidad de esta relación mejora cuando hay una comunicación con bajo

29
nivel emocional, se respeta la vida privada del otro, se usa un lenguaje de apoyo

y se trabaja activamente para favorecer la vinculación del niño con el padre no

custodio (Golish, 2003).

• Entrenamiento para organizar y desarrollar actividades familiares, tanto por

díadas o subgrupos como por parte de toda la familia. Esto servirá para crear una

historia familiar propia y afianzar la identidad familiar.

• Fortalecimiento de las redes sociales de la nueva familia. Hay evidencia de que

fomentar el establecimiento de relaciones, tanto con miembros de la familia

extensa como con otras personas o grupos, puede resultar muy beneficioso para

estas familias que suelen tener redes sociales más débiles. Las discusiones y

reflexiones grupales acerca de la búsqueda de apoyo deben ser parte del

programa dirigido a estas familias. Sentirse valioso y apoyado puede tener un

muy impacto muy positivo en el funcionamiento familiar.

• Por último, conviene no olvidar los aspectos legales y financieros, ya que

muchas de las dificultades que encuentran las nuevas familias están relacionadas

con asuntos de ese tipo: custodias, pensiones alimenticias, régimen de visitas.

Aunque son pocos los programas que han publicado resultados de sus evaluaciones,

los datos disponibles hasta el momento son parcialmente favorables a su eficacia. Así,

en las familias que los han seguido suele producirse un aumento del conocimiento de la

realidad de la reconstitución familiar y una reducción en la conflictividad marital y

parento-filial, cuando se las compara con familias reconstituidas que no han participado.

También se han encontrado mejoras en las habilidades de comunicación, los estilos

parentales y las prácticas de crianza, y una disminución de los problemas de conducta

30
mostrados por los menores. La evidencia proveniente de estudios sin grupo control

indica también un aumento de la satisfacción marital tras la participación en el

programa (Adler-Baeder y Higginbotham, 2004; Forgatch, DeGarmo, y Beldavs, 2005;

Hughes y Schroeder, 1997; Nicholson, Phillips, Whitton, Halford y Sanders, 2007).

Aún queda mucho por aprender sobre la efectividad de este tipo de programas y

es preciso que se lleven a cabo más evaluaciones bien planificadas, a ser posible

utilizando diseños experimentales con grupo control, sobre programas bien

implementados. Estas evaluaciones podrían proporcionarnos información acerca de los

formatos que funcionan mejor, los contenidos más útiles, o las metodologías formativas

más eficaces con este tipo de parejas.

Para finalizar, y a modo de conclusión, podríamos decir que la investigación

realizada hasta la fecha ha aportado mucha información acerca del funcionamiento de

las familias reconstituidas, sin embargo, aún quedan muchos puntos por aclarar para

poder revelar una fotografía nítida de ellas (Coleman, Ganong y Fine, 2000). Entre los

asuntos pendientes, tenemos la necesidad de saber el número real de estas familias, ya

que muchas reconstituidas de hecho permanecen ocultas por no haber establecidos

vínculos legales (Pasley y Moorefield, 2004). Por otro lado, la mayoría de las

investigaciones han partido de comparaciones entre estos hogares y los tradicionales

biparentales intactos, asumiendo que los indicadores válidos para las tradicionales

también lo eran para las reconstituidas, y que lo supone un mayor ajuste para unas

también lo supondría para las otras (Fine, 2001). En este sentido, por ejemplo, algunos

autores han apuntado que si bien elevados niveles de cohesión son una señal de ajuste

en las familias intactas, en las reconstituidas no tiene porqué serlo, ya que en estas

últimas sus miembros tienen que mantener vínculos muy estrechos con personas que no

31
viven en el núcleo familiar, como el progenitor no custodio, y niveles muy elevados de

cohesión en el nuevo hogar podrían dificultarlo (Visher y Visher, 1988).

Para finalizar, cabe destacar dos ideas significativas, en primer lugar que

cualquier transición familiar se caracteriza por un periodo inicial de desequilibrio,

seguido de una reorganización y del establecimiento de un nuevo equilibrio. Las

familias reconstituidas no son una excepción, y necesitarán de un periodo de adaptación

para que sus miembros desarrollen nuevos vínculos afectivos y nuevas relaciones. En

segundo lugar, tenemos que insistir en que la reconstitución, más que ser el preludio de

serios problemas internos y externos para los menores, supone una situación de riesgo.

El ajuste final de los niños y niñas que viven en estas familias dependerá de toda una

serie de factores como la presencia de conflictos continuos, las dificultades económicas,

las prácticas educativas inconsistentes o la ausencia de apoyo en el hogar. Por el

contrario, la presencia de adultos implicados, cariñosos, y que despliegan unas prácticas

educativas democráticas, protege a niños y adolescentes de los posibles efectos adversos

de la reconstitución, promueve su bienestar y les dota de estrategias para afrontar los

retos de la nueva situación familiar (Hetherington y Stanley-Hagan, 2002).

32
3. Resumen, actividad y lectura recomendada.

• En la sociedad actual cada vez es mayor el número de personas que, tras un

proceso de separación o divorcio, decide emprender una nueva vida con una

nueva pareja formando una familia reconstituida, que se caracteriza por estar

formada por una pareja en las que hay algún hijo no común, fruto de una

relación anterior.

• Atendiendo a datos demográficos, aproximadamente el 25% de las parejas en los

Estados Unidos son hogares reconstituidos con hijos, y una tercera parte de los

niños y niñas estadounidenses vivirá en un hogar reconstituido antes de alcanzar

los 18 años. En España, aunque no tan elevados, los datos muestran una

tendencia creciente.

• Una de las principales características de las familias reconstituidas es la

diversidad. Diversidad que se plasma tanto en su composición como en el

proceso seguido hasta la reconstitución. No obstante, la situación más común es

una mujer con hijos, frutos de un emparejamiento anterior, que tras un proceso

de separación o divorcio y un periodo transitorio de monoparentalidad vuelve a

formar una familia con un nuevo hombre, que puede tener hijos o no.

• La reconstitución familiar implica una serie de tareas que hacen más vulnerables

a este tipo de familias como son el fortalecimiento del vínculo conyugal, la

renegociación de las relaciones entre el hijo y el padre biológico no custodio, y

el establecimiento de nuevas relaciones entre el menor y las nuevas figuras

parentales o fraternas. Por otra parte, la ambigüedad e indefinición del rol del

nuevo padre y las expectativas poco realistas sobre la nueva situación familiar

hacen más complicada la reconstitución.

33
• La gran complejidad existente en la red relacional de una familia reconstituida

(relaciones entre hijos y padres biológicos custodios, relaciones entre hijos y

padres no custodios, relaciones entre hijos y nuevas figuras paternales o

maternales, relaciones entre nuevos hermanos…) es otra de las principales

características definitorias de este tipo de familias.

• Los estudios encuentran datos poco favorables en cuanto a la calidad relacional

presente en este tipo de familias: menor cohesión entre sus miembros, mayor

conflictividad relacional, especialmente en los momentos iniciales, menor

tiempo dedicado a actividades conjuntas, especialmente fuera de casa y mayor

dificultad de cara a desarrollar el rol parental o maternal, etc.

• La relación entre el menor y la nueva figura parental es especialmente

complicada, sobre todo en la adolescencia temprana o cuando la nueva figura es

una mujer. La actitud del menor hacia su nuevo padre o madre, que suele ser de

rechazo, influirá mucho en está relación.

• Los niños de familias reconstituidas presentan un mayor número de problemas

que los que viven en familias intactas en la mayoría de las áreas estudiadas

(problemas comportamentales, conducta agresiva y antisocial, bajo rendimiento

académico y desajuste emocional). No obstante, las diferencias son poco

importantes y la mayoría de los menores no muestran problemas clínicos,

manteniéndose en el rango de la normalidad.

• En gran parte debido al estrés generado por el propio proceso de reconstitución,

en los primeros momentos de la reconstitución se suelen dar un aumento de las

manifestaciones de afecto negativo, bajos niveles de monitorización y control,

34
y prácticas parentales inconsistentes o inadecuadas. Con el paso del tiempo la

situación familiar tiende a normalizarse.

• Algunos factores contribuyen al éxito de la reconstitución: la evitación de

posturas iniciales de excesivo control por parte de los padres no biológicos, la

presencia de expectativas realistas acerca de las dificultades presentes en una

reconstitución familiar, la búsqueda activa de información sobre el propio

proceso de reconstitución, la presencia de actitudes de flexibilidad y paciencia

ante la situación que se está viviendo, así como la promoción de una

comunicación clara y abierta entre todos los miembros de la nueva familia.

• Los programas preventivos dirigidos a nuevas parejas pueden facilitar la

reconstitución familiar. En estos programas, que suelen tener un formato de

varias sesiones grupales, se trabajan contenidos tales como el conocimiento de la

realidad de estas familias y de las tareas que deberán resolver, el aprendizaje de

habilidades maritales y parentales, el entrenamiento en estrategias para resolver

conflictos o en la organización de actividades familiares. Aunque existen pocos

estudios acerca de la eficacia de estos programas, los datos disponibles indican

que conllevan algunas mejoras tanto en la situación familiar de los participantes,

como en el ajuste de los menores.

• Aún quedan muchas cuestiones por conocer sobre la realidad de estas familias y

sobre los factores que contribuyen a su bienestar. Por ello, es necesario realizar

estudios rigurosos, de carácter longitudinal y que, desde una óptica ecológica,

tengan en cuenta diferentes variables.

35
Actividad.

Después de darle muchas vueltas, Jorge y María han decido comenzar a vivir

juntos después de llevar dos años de relación. Jorge tiene una hija de 9 años que

convive con su anterior mujer, mientras que María tiene la custodia de un hijo de 11

años y de una hija de 5, ambos frutos de su anterior matrimonio. Aunque ambos están

decididos a dar el paso, se muestran preocupados por las dificultades que pudieran

surgir en el proceso de reconstitución de una nueva familia. Esa preocupación les ha

llevado a solicitar orientación profesional acerca de cómo afrontar ese proceso.

Ante esa situación, elabora un listado de recomendaciones para la nueva pareja.

Lectura recomendada.

Dunn, J. (2002). The adjustment of children in stepfamilies: Lessons from community

studies. Child and Adolescent Mental Health, 7, 154-161.

36
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