02 - La Hija de La Reina Sirena
02 - La Hija de La Reina Sirena
02 - La Hija de La Reina Sirena
OBSESIONES AL MARGEN
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OBSESIONES AL MARGEN
TRADUCCIÓN
ZD
CORRECIÓN
SHURA
DISEÑO
ZD
SHURA
EPUB
ZD
Para mamá,
porque dijiste que podía escribir un libro en lugar de conseguir un trabajo
de verano.
Te quiero.
***
¹ Vela latina: Vela triangular, que suelen usar las embarcaciones de poco porte.
² Castillo de proa o popa: Cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda. Puede ser de proa* o popa* de pende
del lugar donde estén situados.
*Popa: Parte posterior de una embarcación.
***
Me estiro y bostezo después de despertarme a la mañana siguiente.
Niridia me espera fuera de la celda con el desayuno y las botas.
—¿Has dormido bien?
—Como una muerta.
Satisfecha de que soy la misma de siempre, abre la celda y me tiende
la bandeja de comida. Mientras me ocupo del pan y los huevos, Niridia
coge el cubo.
—Hemos tenido una noche dura, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir? —pregunto, limpiando las migas de mi cara.
—No queda ni una gota.
La sirena que hay en mí acaba por desistir de llamar a mi tripulación
con su canto. Normalmente queda mucha agua en el cubo aún. Pero anoche
fue diferente.
Vuelve a mí mente rápidamente.
—Riden —gruño.
—¿Qué?
—El idiota bajó aquí anoche.
Me meto el resto del desayuno en la boca y me calzo las botas
mientras camino.
—Las estrellas le protegen —murmura Niridia desde detrás de mí.
En un instante estoy arriba, escudriñando los rostros a mi alrededor.
Veo a Mandsy en un rincón, doblando unas prendas que probablemente
acaba de remendar.
—¿Dónde está? —pregunto con brusquedad.
Riden estuvo a su cargo hasta que terminó de curarse. Ella sabe
exactamente a quién me refiero.
Señala cerca de los botes de remos estibados, donde Lotiya y Deshel
lo han acorralado. Eso sólo hace que mi temperamento se encienda aún
más.
—¡Allemos! —grito.
Creo que nunca lo he llamado por su apellido, pero estoy tan furiosa
que no soporto que su nombre salga de mi boca. Levanta la vista de las
hermanas y el alivio se extiende por sus rasgos. Hasta que ve mi cara.
—¡Trae tu culo aquí ahora!
Las chicas se ríen cuando pasa, mirándole el culo mientras camina.
Cuando finalmente llega a mí, es imposible mantener la calma.
—Puede que Draxen haya sido indulgente con que no sigas las
órdenes, pero yo no lo tolero.
No parece preocupado mientras está de pie. El viento sopla sobre su
cabello, pegando las hebras a su cuello. Estoy demasiado furiosa para
distraerme con la inclinación de su cuello.
—¿He hecho algo? —pregunta.
El resto de la tripulación finge estar concentrada en sus tareas, pero
me doy cuenta de que todos están escuchándonos.
—Se te dijo que te mantuvieras en cubierta anoche, y sin embargo
desobedeciste deliberadamente y te aventuraste al calabozo.
Mira a los demás.
—¿Y quién dice haberme visto desobedeciendo órdenes?
—Yo te vi. Idiota.
Sus ojos se abren momentáneamente.
—No me había dado cuenta de que recordabas cosas cuando eras...
diferente.
—Si pensaste que te atraparían o no, es irrelevante. Eres mi
prisionero. Desobedecer órdenes no es una opción para ti. ¿Necesito
recordarte que la cabeza de tu hermano no tiene por qué permanecer unida a
su cuello?
Sus fosas nasales se encienden, pero refrena su propio temperamento
y se acerca, hablando en voz baja para que sólo yo pueda escuchar.
—Sólo tenía curiosidad. Quería verte en estado salvaje. No saqué la
cera. Tuve cuidado.
Hablo tan alto como antes para que todos puedan escuchar.
—No me importa. Pusiste a todos en esta nave en peligro por tu
curiosidad.
—Todos estaban perfectamente a salvo.
Pienso en la forma lasciva en la que me toqué, en cómo intenté
atraerlo más cerca usando mi cuerpo como incentivo. Odio a la sirena.
—¿Sabes lo que habría pasado si hubieras dado sólo tres pasos más?
Déjame decírtelo, ya que eres excelente subestimándome. Habría podido
alcanzarte a través de los barrotes. Habría tirado de tu brazo. Te lo habría
arrancado de cuajo. Luego habría tallado los huesos de tus dedos hasta
convertirlos en ganzúas. ¿Quieres saber lo que te habría pasado una vez que
hubiera salido de la celda?
Su rostro se ha congelado. Logra sacudir la cabeza.
—No puedo controlar a la sirena. Es un monstruo, por eso tomamos
precauciones.
—No me di cuenta... —Se interrumpe, y su voz se vuelve firme,
como si pudiera arreglar esto—. No me habría acercado más. Tu ser de
sirena no me interesa.
—Niridia —prácticamente grito—, enciérralo en el calabozo. Riden
necesita tiempo para pensar. Haz que los muchachos pongan a Vordan ahí
abajo también. Celdas separadas.
Riden odia a Vordan tanto como yo. Podría probar algo.
—Sí, Capitana —responde.
Me alejo de ambos y me dirijo a mis aposentos. Necesito cambiarme.
***
Cuando reaparezco, no estoy menos furiosa con Riden. Esta nave es
demasiado pequeña, decido. Podría haber ordenado que le devolvieran a la
enfermería, pero eso sería menos castigo. Es sólo una cómoda sala de estar.
No, el calabozo para el bastardo engreído.
Me dirijo a la escotilla que lleva a la cubierta inferior, pero tengo que
detenerme para dejar que Enwen salga primero. Es tan alto que le cuesta
salir por la escotilla. Con ojos pequeños, mejillas hundidas y una nariz
perfecta, parece un tronco de árbol.
—Enwen, ¿dónde has estado?
—Ayudando a Teniri en la tesorería, capitana. Había mucho oro que
contar.
Entrecierro los ojos.
—Vacíate los bolsillos.
—No hace falta. Teniri ya me registró antes de salir. Puedes
preguntarle tú misma. No robaría a mi nueva tripulación. A diferencia de la
nave de Draxen, realmente disfruto viviendo en el Ava-lee.
—¿Entonces por qué te quedaste con Draxen?
—¿Quién más va a vigilar a Kearan?
—Vaya trabajo que estás haciendo. ¿Por qué no lo mantienes fuera de
mi bodega? Estoy harta de verlo vomitar sobre el costado de mi nave.
—Me refería a su bienestar emocional, Capitana.
—No puedes hablar en serio. Kearan tiene la profundidad emocional
de una almeja.
—Bueno, un hombre puede intentarlo, ¿no? No estaría haciendo mi
trabajo como su amigo si no lo intentara.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —grita Kearan desde el otro
extremo de la nave—. ¡No somos amigos!
—¡Sí, lo somos! —grita Enwen también.
—Deja de gritar —le digo a Enwen—. Resolvedlo vosotros mismos.
Tengo trabajo que hacer.
—¡Capitana, espera! —Una voz diferente esta vez. La de la pequeña
Roslyn. Me intercepta antes de que ponga un pie en la escotilla—. Necesito
hablar con usted acerca de tener una fiesta.
—¿Una fiesta?
—¡Por conseguir el mapa y robar el tesoro del señor pirata! Niridia
dijo que no podíamos anoche porque tuviste que encerrarte en el calabozo
durante la noche para dejar salir a la sirena.
—Eso es cierto. Y ahora mismo tengo un prisionero al que interrogar.
¿Qué tal esta noche?
—Sí, me viene bien —responde ella. Como si tuviera citas
importantes programadas—. ¿Puedo ayudar con el prisionero?
—No. —Se cruza de brazos, dispuesta a discutir—. ¿Has practicado
la escritura hoy? —Ella echa la cabeza hacia atrás y suspira enfadada—.
Nada de interrogar a los prisioneros cuando no has realizado tus propias
tareas. —No es que la deje ayudar de todos modos. No necesita verme
torturar a un hombre—. Y nada de celebrar si no has practicado.
—Oh, está bien. —Se queja, y se va.
Wallov y Deros están jugando a las cartas en el calabozo cuando llego
allí. A Vordan le han dejado finalmente salir de la jaula, pero le han metido
en una de las celdas del calabozo. Está sin atar y sin amordazar, de espaldas
a nosotros. Riden está dos celdas más allá, sentado en el suelo con los
brazos sobre las rodillas. No me mira.
Bien.
—Tu hija se está volviendo muy descarada, Wallov —digo.
—No puedo imaginar de dónde lo saca, Capitana —responde.
—Espero que no estés sugiriendo que lo copia de mí.
—Ni lo sueñes —dice. Pero su tono es demasiado ligero para ser
sincero. Le sonrío.
—Ustedes dos están relevados por ahora. —digo—. Yo vigilaré a las
ratas del calabozo.
Los dos se levantan de sus sillas y se dirigen a las escaleras.
—Y procura, Wallov, que Roslyn practique realmente su escritura y
no amenace a la gente con esa daga.
—¿No es una hermosa pieza, Capitana? Se la gané a Deros en uno de
nuestros juegos.
Deros cruza sus enormes brazos.
—Perdí a propósito para que la muchacha tuviera una forma de
protegerse.
—Iros arriba, chicos —digo.
Espero unos instantes hasta que la escotilla se cierra tras ellos. Vordan
se ha levantado sobre una pierna -la que no se rompió durante su caída en la
entrada- y ya se ha girado para mirarme. Mueve la cabeza hacia la celda que
está en el lado opuesto del calabozo, la que está llena de cojines de felpa.
—Hubiera preferido esa, pero supongo que es la tuya. —Sonríe ante
su propia astucia—. ¿Cómo es tener que estar encerrada en tu propia nave?
—continúa—. No me lo puedo imaginar…
Le corto con una nota grave y profunda. Vordan tiene un cuchillo en
la mano. Lo mira con miedo antes de clavárselo en su propia pierna, la que
no está rota. Grita antes de cambiar el sonido por un gruñido de rabia. Es un
intento bastante patético de mantener la compostura.
Dejo de cantar y sale de la alucinación. Se mira la pierna, ve que está
entera, que su mano no tiene ningún cuchillo, y me clava una sucia mirada.
Su respiración se ha acelerado. Aunque su mente sabe ahora que no está
herido, tarda en recuperarse del eco del dolor.
—Esto funciona así, tus pesadillas hechas realidad para ti —digo—.
Parece que, después de todo, vas a experimentar todo el peso de mis
habilidades.
Su rostro palidece, y la satisfacción que me produce es un bálsamo
para mis sentidos.
—Ahora, entonces —digo—, quiero saber todos los espías que tienes
en la flota de mi padre. Quiero sus nombres y en qué barcos navegan.
—Yo no...
Otra nota sale de mi boca. Un charco de agua aparece a los pies de
Vordan, y le hago meter la cara en él y mantenerla allí durante medio
minuto. Dejo que levante la cabeza unos segundos para respirar y luego lo
meto bajo el charco imaginario durante un minuto entero. Aunque su mente
está totalmente atenta a lo que ocurre, le he quitado el control sobre sus
propias extremidades. Ahora me obedecen.
Cuando sale a respirar esta vez, lo libero de la canción. Se tumba
sobre su espalda, sintiendo el suelo seco. No hay agua. No tiene fuerzas
para mantenerse en pie mientras aspira todo el aire que le permiten sus
pulmones y vuelve a toser.
Me atrevo a echar una mirada en la dirección de Riden. Está
observando todo, con el rostro cuidadosamente inexpresivo. No estoy
dispuesta a incumplir nuestro trato para percibir lo que está sintiendo,
aunque me gustaría desesperadamente hacerlo.
—Podría, por supuesto, obligarte a ser sincero conmigo -digo,
volviendo a prestarle atención a Vordan-, pero lo único que quiero es que
sufras antes de morir. Así que, por todos los medios, Vordan, sigue
negándome la información que quiero.
Una vez que respira con un poco más de facilidad, se levanta,
saltando lastimosamente mientras encuentra el equilibrio con la pierna rota.
—En la Hoja del Hombre Muerto, encontrarás a un pirata que se
llama Honsero. Es mi hombre. Klain navega con el Black Rage. Hace una
pausa para recuperar el aliento antes de enumerar varios barcos y piratas
más, e incluso me da los nombres de algunos que están estacionados en el
torreón de mi padre. Cuando termina de hablar, pronuncio una nota más
alta, algo punzante y estridente. Le pregunto si ha dicho la verdad y si ha
omitido algún nombre. Bajo mi influencia, confirma su testimonio anterior.
Mi poder se desvanece cuanto más canto. Es similar a la forma en que
el hambre se apodera de una persona entre comidas, dejándola frágil y
vacía. Es exasperante la fugacidad de mis habilidades.
—Has matado a todos los hombres que tenía en la posada conmigo.
Por lo que sé, también mataste al niño que te entregó. —dice cuando vuelve
a sus sentidos.
No lo hice. No mato a los niños. Especialmente cuando no tienen más
culpa que la de aceptar comida del hombre equivocado. Pero permanezco
en silencio. Que Vordan piense que soy muy cruel.
—Y ahora sabes de todo lo demás. Te has quedado con todo. Cuando
tú y yo podríamos haber sido tan buenos juntos.
—No, Vordan. Podría haberte hecho grande. No eres el tipo de
hombre que podría alcanzar la grandeza por sí mismo. Eres ordinario y no
has logrado nada.
Se ríe, un sonido tranquilo más para sí mismo mientras se pasa los
dedos por el pelo.
—Tienes razón —dice por fin—. Sólo me queda una carta por jugar,
Alosa. Un poco de información para intercambiar por mi vida.
—No hay nada que sepas que yo quiera.
—¿Ni siquiera si es un secreto que tu padre te oculta?
Mantengo el rostro inexpresivo, negándome a reaccionar a nada de lo
que dice. Ya no le quedan más que mentiras.
—Escuché muchas conversaciones entre tú y Riden allá en el
Nocturno —continúa, sonriendo en dirección a Riden—. ¿Recuerdas la
charla que tuvisteis sobre los secretos? Intentabas desesperadamente saber
dónde había escondido Jeskor el mapa, aprovechándote de Riden para
obtener cualquier información que pudiera tener. Incluso le contaste alguna
mentira sobre tablones ocultos en las habitaciones de tu padre donde guarda
información secreta. Como si al contarle algo de tu padre, él pudiera
contarte algo del suyo. —Sonríe al recordarlo, y no puedo creer que no me
hubiese dado cuenta de cuando se escabullía sin más—. Pero tú y yo
sabemos —dice—, que tu padre tiene un estudio secreto en su torreón.
Sí, lo sé. Es la habitación privada de mi padre. El único lugar en el
torreón donde sólo él puede entrar. Pasé gran parte de mi niñez tratando de
encontrar una forma de colarme, la curiosidad se apoderó de mí, y sufrí
mucho por ello.
—Envié a mi mejor espía de la fortaleza al interior, Alosa. ¿Te
gustaría saber lo que ha encontrado?
Abro la boca para decirle que no. Las mentiras no le llevarán a
ninguna parte. No puede manipularme. Ya no. No soy su prisionera. Esta
vez no ha ganado. Pero no digo nada de eso. En su lugar, pregunto.
—¿Qué?
Una sonrisa se apodera de su cara y me entran ganas de darle un
puñetazo. Esa manifestación física de creer que me ha superado.
—¿Me liberarás si te lo cuento?
—Puedo sacártelo con mis poderes o sin ellos, Vordan. Tú eliges.
Aprieta los dientes.
—Bien, pero no olvides que fui yo quien lo descubrió por ti.
Estoy a punto de abrir la boca y empezar a cantar, pero me corta.
—¿No te ha parecido siempre extraño que a tu padre no le afecten tus
habilidades? ¿Sabes por qué?
—Porque su sangre corre por mis venas. Esa conexión le protege.
—¿Es eso lo que te ha dicho?
—Es la verdad —suelto con los dientes apretados.
—Se equivoca. —Parece saborear la palabra cuando sale de sus labios
—. Encontró algo en la isla donde conoció a tu madre. Un arma. Un
dispositivo que le protege de las sirenas. Un dispositivo que le permite
controlarlas, si las encuentra de nuevo. Un dispositivo que le permite
controlarte a ti. Te ha estado manipulando desde que naciste.
Eso es ridículo. He estado desafiando a mi padre desde que aprendí a
controlar mis extremidades. No siempre le hago caso. Por eso todo mi
cuerpo está cubierto de cicatrices. Como si percibiera mi duda, añade:
—Piénsalo. Piensa en todo lo que te ha hecho. La forma en que te ha
golpeado. Te ha torturado. La forma en que te ha herido sólo para demostrar
algo. Ha sido más cruel contigo que cualquier otra persona viva, y aun así le
sirves. Siempre vuelves a él. Siempre. En última instancia, llevas a cabo sus
órdenes. ¿Suena eso como algo qué harías de buena gana? Puedes intentar
racionalizarlo, Alosa. Es tu padre. Sólo ha tratado de hacerte fuerte. Hacerte
una superviviente. ¿Pero te suenan esos pensamientos en tu cabeza? ¿O a
sus pensamientos llevándote de nuevo a su terreno?
Se me hiela la sangre. El aire se desvanece y mi visión se nubla. No.
No puede ser.
—Estás mintiendo —digo una vez que encuentro mi voz.
—¿Lo estoy? —pregunta él—. Compruébalo tú misma.
Lo hago. Lanzo una canción tan cargada de emoción que apenas
puedo exhalar las notas. Pero incluso mientras escucho la respuesta sincera
de Vordan, su historia no cambia. Dice la verdad. O al menos lo que él cree
que es la verdad.
Su espía le está engañando.
Tiene que estar equivocado.
Huyo del calabozo, necesitando espacio de los dos hombres que hay
dentro más de lo que he necesitado nada.
***
Ojalá hubiera matado simplemente a Vordan y no me hubiera
molestado en interrogarle. Sus palabras me persiguen allá donde voy.
Te ha estado manipulando desde que naciste.
No puedo dudar de mi padre por algo que me ha contado su enemigo.
No lo haré.
Y, sin embargo, no puedo olvidar esas palabras. Porque las mantuvo
incluso cuando usé el poder de mi voz para exigirle la verdad. Hay una
incómoda opresión en mis entrañas que debo ignorar. Porque si lo analizará,
si admitiera el nombre de ese sentimiento, podría arruinar todo lo que sé.
Todo por lo que he trabajado toda mi vida. Así que sufro en silencio, sin
atreverme a sacar esa duda e investigarla.
El viaje de vuelta al torreón me llevará un mes. Eso debería ser
tiempo suficiente para que la sensación se extinga. Para que recuerde
exactamente dónde están mis lealtades. Reprimo esos pensamientos
punzantes mientras me encamino hacia el resto del día. Me había olvidado
por completo de la promesa que le hice a Roslyn de celebrar una fiesta, pero
parece que ella se ha tomado la justicia por su mano, porque el jolgorio
comienza sin que yo lo diga.
En la cubierta principal, Haeli, uno de mis aparejadores, saca un laúd
y empieza a tocar una alegre melodía. Lotiya y Deshel bailan juntas,
cogidas del brazo. Otras chicas aplauden o se unen al baile. Wallov y Deros
se turnan para hacer girar a las chicas. Enwen no tarda en unirse a la
diversión, pero Kearan está sentado solo en un rincón con su bebida.
Roslyn, al darse cuenta, hace una pausa en el baile y se acerca a él de
puntillas.
—¿Qué quieres? —le pregunta Kearan.
Por la forma en que inclina la cabeza, puedo decir que se sorprende de
que la haya escuchado.
—A veces te observo desde arriba. Sacas mucho esa petaca. ¿De
verdad el ron sabe tan bien?
Kearan se gira entonces hacia ella con los ojos extrañamente sobrios.
—No hace falta que sepa bien. Sólo tiene que estar fuerte.
—¿Puedo probar un poco?
Kearan se encoge de hombros y ofrece la petaca. Antes de que pueda
dar un paso adelante, Sorinda está allí, arrancando el frasco de sus manos.
Se lo vacía encima de la cabeza.
—¡Maldita sea, mujer! ¿Te gusta algo más aparte de empaparme? —
escupe Kearan.
—Idiota —le riñe ella—. No se le da de beber a un infante.
—¡No iba a hacerlo! En cuanto estuviera cerca de su nariz, la habría
devuelto.
—Eso no puedes saberlo.
—No soportas acercarte a menos de un metro porque la bebida es
muy fuerte.
—No soporto estar cerca de ti por muchas razones.
Siguen así, arremetiendo el uno contra el otro. Si Kearan consiguiera
seguir su ritmo, seguro que llegarían a las manos. Roslyn se aleja
sabiamente de los dos y vuelve al baile.
—Menuda pareja esos dos —dice Niridia, poniéndose a mi lado—.
Nunca he visto a nadie meterse en su piel de esa manera, —añade—.
Probablemente sea la primera vez. Me pregunto cuánto tiempo pasará antes
de que se dé cuenta de que él le gusta.
Suelto una carcajada.
—¿A Sorinda? ¿Le gusta Kearan? No lo creo.
Niridia se encoge de hombros.
—No estaría tan mal si se lavase un poco.
—Y dejara de beber.
—Y se afeitara.
—Hiciera un poco de ejercicio.
—Y que alguien le arregle la nariz.
Ambas nos reímos. No me había dado cuenta de lo mucho que lo
necesitaba.
—Está bien —concede—. Supongo que no tiene ninguna posibilidad.
—Nos volvemos para observar a los que bailan juntos, y Niridia añade—:
Sabes, no estaría mal tener un hombre más aquí para repartir entre las
chicas.
Y así, mis pensamientos vuelven al calabozo. A lo que dijo Vordan.
—¿Ha sufrido bastante Riden? —pregunta.
Quiero decir que no. Que lo dejaré allí hasta que lleguemos a la
fortaleza. Pero eso sería ser egoísta porque él escuchó lo que dijo Vordan y
que no lo castigué por lo que había hecho. De todos modos, sólo iba a
dejarlo allí por el día.
—Puedes dejarle salir —le contesto—, pero adviértele que, si vuelve
a desobedecer las órdenes, se quedará ahí dentro hasta que lleguemos al
torreón.
—Entendido.
Se queda mirándome la cara durante un rato más.
—¿Pasa algo?
Me obligo a soltar una sonrisa.
—No es nada. —Y luego, como sé que no me dejará en paz sin una
explicación, añado—: Ver a Vordan de nuevo me recordó lo que me hizo en
esa isla. Eso es todo. Estaré bien.
Sus ojos se llenan de comprensión.
—Intenta disfrutar de la celebración. Bailar siempre te anima.
Podemos hablar de ello más tarde, si quieres.
Asiento con ánimo y, en cuanto desaparece, quito la sonrisa de mi
rostro. Me debato entre irme directamente a la cama o no, pero no quiero
estar sola con mis pensamientos. Prefiero ver cómo se divierte la
tripulación. Me acurruco en un rincón, cruzando las piernas debajo de mí
mientras me siento encima de un cajón, dejando que la música sustituya la
inquietud que hay en mi interior.
Niridia regresa con Riden. Lotiya y Deshel están, afortunadamente,
ocupadas con Wallov y Deros. Son Philoria y Bayla, dos de mis pistoleras,
las que lo agarran y lo arrastran en un baile itinerante. Riden no pierde el
ritmo. Se diría que no lo acaban de meter en el calabozo un día después de
haber sido severamente castigado delante de toda la tripulación. Por no
mencionar el hecho de que se ha recuperado recientemente de dos balas en
la pierna. ¿Nada le afecta? ¿Nada, salvo su hermano? Lo miro abiertamente
desde mi escondite, observo cómo sus extremidades se mueven al ritmo de
la música, cómo interactúa con cada uno de los miembros de la tripulación
como si fueran amigos de toda la vida. Es casi como si tuviera poderes
encantadores propios.
Sus ojos dorados se dirigen a mí, como si supiera que he estado
sentada aquí todo el tiempo observándolo. En la siguiente pausa entre
canciones, Riden se acerca. Me pongo en tensión, esperando que Lotiya y
Deshel lo vean salir y lo atrapen de una vez. Pero no, llega hasta mí sin que
nadie se interponga en su camino y se sienta en el cajón a mi lado.
Espero a que diga algo. Que intente convencerme de la veracidad de
Vordan. ¿No ha intentado decirme desde que nos conocimos que mi padre
es un corrupto y un controlador? Apuesto a que ha sonreía ante las mentiras
de Vordan, complacido de que alguien más las confirme. ¿Cómo me llamó
cuando le dije que era ridículo por ser leal a su despreciable hermano?
Una hipócrita.
—Tienes una compañía interesante.
Mi mente se revuelve mientras intenta relacionar las palabras con lo
que ocurrió en el calabozo con Vordan.
—¿Qué? —pregunto.
—Esas hermanas.
Sigo su mirada hacia donde Lotiya y Deshel lo observan. Dejan un
momento de aplaudir y taconear para lanzarle un beso y Deshel le hace
señas con los dedos. Él se estremece incómodo. Las dos son chicas muy
guapas. Me sorprende su reacción.
—Se comportan como un par de... —Se interrumpe.
—¿Putas? —Termino por él—. Eso es porque lo fueron. A una edad
demasiado temprana, las forzaron a esa vida. Las saqué de allí cuando las vi
pelear con un par de hombres que intentaban hacerse con sus servicios
gratis a deshora. Son buenas con los cuchillos —añado como advertencia.
—No iba a decir putas.
—¿No? —pregunto, aliviada de estar hablando de un tema neutral—.
¿Qué ibas a decir?
—Sinceramente, no tengo palabras para describirlas.
Eso hace que me ponga un poco a la defensiva. Me alegro de sentir
algo diferente a la inquietud que no me ha abandonado en todo el día.
—Si este acuerdo va a funcionar, vas a tener que recordar que no sólo
somos mujeres, somos piratas. —Recuerdo los comentarios que las
hermanas hicieron antes sobre el deseo de verlo desnudo. Y añado—: No le
daríais importancia a que un par de hombres a bordo de vuestro barco se
comportaran de esa manera o hablaran así. No puedes juzgarnos más
duramente por ser mujeres. No es justo y no tiene sentido. Por no hablar de
que tiraré tu culo por la borda si te pillo haciéndolo de nuevo.
Su rostro se ilumina divertido, pero yo continúo tan decidida como
siempre.
—Tengo veintiocho chicas excelentes a bordo de este barco, y sus
pasados las han formado. Igual que el tuyo te ha formado a ti. Y cada una
de ellas, hasta la pequeña Roslyn, merece tu respeto.
Riden me observa unos instantes más antes de seguir mirando a las
bailarinas.
—Admiro tu amor por tu tripulación, Alosa, pero no hace falta que las
defiendas ante mí. No hago juicios de valor porque sean mujeres y no
hombres. Me sorprendió, eso es todo. Te pido disculpas.
Ignoro su disculpa, pero también me caliento ante ella. Estoy
acostumbrada a defender a mis chicas. Ante mi padre. Ante los hombres de
su consejo. Ante otros piratas. Las mujeres no pertenecen al mar a sus ojos.
Pero Riden se ha disculpado.
No sé cómo manejar eso.
—Y me disculpo por desobedecer las órdenes antes —afirma—. No
volveré a bajar cuando estés reponiendo tus habilidades.
—Bien.
—Son... un poco aterradoras.
No sé si irritarme o alegrarme con eso.
—¿Alosa? —pregunta.
Me preparo de nuevo para la mención de lo que dijo Vordan.
—Nunca te di las gracias por darnos una oportunidad a Draxen y a
mí. Estaríamos muertos si no hubieras intervenido con tu padre. Gracias.
Cuando no respondo, me pregunta:
—¿Por qué lo hiciste?
Y ahí está la otra cosa en la que no pienso. Por qué me molesto en dar
la cara por Riden y su inútil hermano. Me atrevo a mirarle.
—No lo sé.
Entonces sonríe, un hermoso estiramiento de esos labios, como si
tuviera sus propias ideas sobre por qué podría haberlo hecho. Me doy la
vuelta para no mirarle la boca y escucho a Haeli entonar una nueva canción.
—Baila conmigo.
Mi cuello gira tan rápido en su dirección que realmente lo oigo crujir.
—¿Qué?
—Vamos. Será divertido.
Me agarra del brazo y me pone en pie antes de que pueda negarme, lo
que por supuesto tenía intención de hacer.
Estoy segura de ello.
Ahora es demasiado tarde porque ya me está haciendo girar en
círculos. Rechazarlo ahora, sólo provocaría una escena. Además, la
tripulación está animada. Wallov, Deros y Enwen cogen nuevas compañeras
y se unen a nosotros. Mis movimientos son rígidos, vacilantes. Siento que
mi mente y mi cuerpo pelean por el dominio. Hay muchas razones por las
que esto es una mala idea. Por no mencionar que tengo demasiadas cosas de
las que preocuparme como para intentar disfrutar.
—Vamos, princesa —dice—. Seguro que puedes hacerlo mejor.
No debería dejar que me incite, pero a menudo no puedo evitar
responder cuando me proponen un reto. Y es que me encanta bailar. Mi
madre es una sirena, después de todo. Llevo la música en la sangre. Siento
que la música recorre mi piel y me balanceo para ayudarla. La acaricio con
las manos, la rodeo con las caderas, la pisoteo con los pies. Hago que Riden
me siga a mí y a mis pasos, pero de vez en cuando se olvida de sí mismo, se
detiene por completo y me observa, atrapado por mis movimientos. Vuelve
en sí y empieza a bailar de nuevo.
No lo hace nada mal. Da golpes con los pies al ritmo de la danza. Sus
giros son seguros e incluso elegantes. Cada vez que entramos en contacto -
nuestras manos, nuestros brazos, el roce de nuestras rodillas- el baile se
vuelve más excitante, más eléctrico. Me siento cargada como las nubes de
tormenta: es diez veces más fuerte que lo que siento cuando uso mis
habilidades de sirena. Y diferente. Algo decididamente humano.
Veo la forma en que él se comporta a mi alrededor: la concentración y
el calor en sus ojos, la forma en que sus manos se entretienen, la forma en
que sitúa su cuerpo junto al mío. Con normalidad, sabría exactamente lo
que significa. Pero entonces recuerdo una vez más que es mi prisionero.
Diría y haría cualquier cosa si pensara que eso ayudaría a su causa. La
canción termina. Haeli empieza otra, pero me despido.
—¡Adelante, entonces! —grito a la tripulación—. Seguid hasta la
noche, pero yo me voy a la cama.
Sonrío a las caras de felicidad. Están enrojecidas por la alegría que
produce un saqueo exitoso. Me dirijo a las escaleras, segura de que no
podré dormir con todo el peso que llevo a cuestas, pero con la necesidad de
alejarme. Me voy recordando a mí misma por el camino: Riden es mi
prisionero, Riden es mi prisionero, Riden es mi prisionero.
Alguien me coge de la mano y me arrastra bajo la pasarela. Fuera de
la vista y en la sombra. Una oleada de excitación y temor me golpea antes
de que vea su cara.
—Alosa —dice Riden mientras toma mis manos entre las suyas y me
aprieta suavemente contra la pared. Se inclina hacia mí.
—¿Qué?
Como si estuviera a punto de hacerme una pregunta en lugar de decir
mi nombre en voz alta simplemente por el placer de oírlo rodar por su
lengua.
—Bailas muy bien —contesta, y siento su nariz acercarse a la mía.
Mis ojos ya se han cerrado. Maldita sea, pero que bien huele. Como el
jabón de coco que tenemos en el barco mezclado con un almizcle terroso
que sólo le pertenece a él. Sería tan fácil dejar que me bese. Enormemente
fácil. Pero quiere liberar a su hermano. Quiere su propia libertad. Cualquier
intimidad entre nosotros es deliberada por parte de él. Tiene que serlo.
—Buenas noches, Riden —digo, dejando caer sus manos.
Pero al pasar a su lado, le beso la mejilla. Una vez que llego a mi
habitación, me reprendo a mí misma por un movimiento tan infantil. Pero lo
que más me asusta es que casi no he podido evitarlo.
Capítulo 4
* **
* **
***
Padre convoca una reunión para todos los capitanes de naves
presentes en el torreón. Más de la mitad de ellos están realizando trabajos
por toda Maneria, y ha enviado a los pájaros yano para ordenar su regreso
inmediato. Como sabía que yo iba a llegar cualquier día, no se molestó en
escatimar un pájaro para arreglar el error del pobre Praxer. Y, sinceramente,
no me extrañaría que decidiera montar un espectáculo de furia y violencia
sólo para recordar a todos lo que les ocurre a los que le decepcionan.
Zarparemos en un mes hacia la Isla de Canta, con o sin el resto de la
flota. Los capitanes que no lleguen a tiempo no compartirán nuestro botín.
Estoy segura de que todos se darán prisa.
Mi barriga está llena. Me he bañado y cambiado. Mi pelo rojo se
derrama sobre mis hombros, rozando un corsé esmeralda. Me gusta lucir lo
mejor posible cuando estoy rodeada de los hombres más importantes de la
fortaleza, para recordarles que soy su princesa y que algún día seré su reina.
Y yo necesito esa inyección de confianza, dada la incertidumbre que me
invade últimamente.
Mis ojos son de un azul intenso. Volví a reponer mis habilidades
después de interrogar a Vordan en mi nave. Aunque la mayoría no se
atrevería a intentar nada conmigo o con mi tripulación por el riesgo de
molestar a su rey, es una tontería adentrarse en un territorio en el que estoy
rodeada de los hombres más sanguinarios del mundo y no venir totalmente
preparada.
—Cierra la boca, Timoth, o te atravesaré con mi alfanje.
Padre suele llamar la atención de la reunión con una amenaza.
Aunque casi todos han estado hablando, señalar a un hombre es suficiente
para callar a toda la sala. Especialmente después de la demostración de
poder que hizo ayer. Intento desesperadamente ignorar el lugar donde está
Tylon. Todavía estoy muy enfadada por su emboscada de ayer.
Arrogante de mierda.
Como si quisiera liarme con él. Tylon es sólo unos años mayor que
yo, y mi padre lo adora (tanto como un pirata despiadado puede adorar
algo) porque obedece las órdenes inmediatamente y sin cuestionarlas.
Siempre se apresura a delatar a otros piratas del torreón por su mala
conducta, lo que le hace impopular entre todos los demás, pero una estrella
a los ojos de mi padre. Su mayor defecto, sin embargo, es suponer que me
alinearé con él. Parece creer que querré compartir mi derecho de nacimiento
con él cuando mi padre se retire. Que al enredarse conmigo, se convertirá
en el próximo rey pirata. Lo apuñalaré mientras duerme antes de que eso
suceda. Me convertiré en la reina pirata cuando Padre se retire, y no
compartiré el poder.
—Por fin ha llegado el momento que todos esperábamos —anuncia el
rey.
Es una figura grande a la cabeza de una enorme mesa de roble. Está
de pie mientras los demás nos sentamos, para que no olvidemos quién
manda. Como si lo necesitara. Su tamaño es suficiente para que nadie dude
de su estatus. Siempre lleva el pelo y la barba cortos. Algo así como para no
dejar que obstruya su línea de visión. Una vez intentó cortarme el pelo para
que fuera una mejor pirata. Le dije dónde podía meter sus tijeras, y me las
clavó en la pierna.
Sin duda, él me ha educado con métodos poco convencionales; a
veces surge una rabia fundida cuando recuerdo el pasado. Pero luego me
centro en el aquí y el ahora. Nadie puede superarme con una espada, salvo
quizás mi padre. Nadie puede vencerme. Nadie puede rebasar mi
resistencia. Otros piratas me temen. Estoy orgullosa de todos estos hechos.
Es sólo gracias a él que los he logrado. Además de las habilidades que me
dio, están todos los buenos recuerdos que tengo de él. Cuando me regaló mi
primera espada. La vez que me acarició el pelo y me dijo que me parecía a
mi madre. Las bromas y las risas que compartimos cuando logramos
momentos de intimidad juntos. Estos recuerdos están repartidos con mucha
miseria de por medio, pero todo el mundo quiere y resiente a sus padres,
¿no es así?
Puedes intentar racionalizarlo, Alosa. Es tu padre. Sólo ha intentado
hacerte fuerte. Hacerte una superviviente.
¿Pero suenan tus propios pensamientos en tu cabeza? ¿O son sus
pensamientos los que te dirigen a él?
No estoy justificándolo. Estoy exponiendo los hechos. Fríos. Duros.
Hechos. No estoy bajo el control de nadie.
—El mapa de Vordan era el último de los tres fragmentos, la pieza
final que nos lleva el resto del camino a la Isla de Canta. —dice Padre,
sacándome de mis pensamientos—. He tenido años para examinar el primer
mapa, el mapa que vino de mi propio padre y de su padre antes que él. Ha
viajado por la línea de Kalligan durante siglos, y lo hemos conservado en
perfecto estado. La segunda pieza del mapa nos la trajo la Capitana Alosa
Kalligan. Los hijos de Jeskor lo tenían escondido en su barco, aunque eran
demasiado estúpidos para darse cuenta. La tercera nos ha llegado hoy, de
nuevo conseguida por la Capitana Alosa.
Los ojos de la sala se giran hacia mí. Muchos con celos… desean ser
tan favorecidos por el rey.
—Zarparemos dentro de treinta días —continúa— Llegaremos a la
Isla de Canta, y su tesoro será nuestro.
—¡Hurra! —aclaman los piratas en la sala.
—Capitanes, ¿cuál es el estado de sus barcos?
—Tengo cerca de veinte barriles de pólvora en el Furia Negra —
afirma el Capitán Rasell—. Cincuenta hombres esperan mis instrucciones.
Tylon es el siguiente, y hago lo posible por no fruncir el ceño.
—Tengo cinco cañones arponeros unidos al Secreto de la Muerte y
más de cien arpones individuales que pueden ser lanzados desde botes de
remos.
—¡Vamos a ensartar a las bestias! —proclama el Capitán Adderan, y
la sala enloquece de emoción.
Por primera vez, la idea de viajar a la isla me pone enferma.
Encontró algo en la isla donde conoció a tu madre. Un arma. Un
dispositivo que lo protege de las sirenas. Un dispositivo que le permite
controlarlas.
Así continúa mientras veinte capitanes piratas enumeran sus
colecciones más valiosas para el viaje. La otra treintena de capitanes se
apresura a regresar a la torre del homenaje para llegar a tiempo al viaje, y
algunos de ellos acabarán quedándose de todos modos para defender
nuestra fortaleza mientras el resto navegamos en busca de tesoros.
—Capitana Alosa —dice mi padre expectante.
Me trago mi malestar y alejo de mi mente la imagen de las sirenas
siendo arponeadas como ballenas, jurando que nada me impedirá viajar a la
isla. Esto es demasiado importante. Y mi padre ya ha tenido que recordarme
recientemente que son bestias inhumanas. Yo lo sé. He experimentado por
mí misma lo que ocurre cuando me sumerjo bajo el agua.
—Tengo una tripulación formada por veintiocho mujeres —digo
simplemente.
Adderan resopla.
—Mujeres. Bien. Los hombres tendrán compañía durante el viaje.
Algunos otros en la sala se atreven a reírse ante el comentario. Los
hombres pueden reconocer mis talentos y mi propósito, aunque no les
gusten. Pero otras mujeres piratas no reciben tal estima. Padre no defiende a
mi tripulación. Ni me gustaría que lo hiciera. Puedo hacerlo todo por mi
cuenta. Los capitanes piratas y el jefe de la mazmorra son los únicos que
conocen mis habilidades en la torre del homenaje, así que no tengo que
ocultarlas en esta sala.
Canto una nota estruendosa, algo que no pasará desapercibido para
nadie en los alrededores. Adderan se levanta de su silla y se da de bruces
contra la pared más cercana. El contacto le abre una fina línea en la cabeza,
pero no lo deja inconsciente. Quiero que esté totalmente despierto cuando
lo humille.
—Mientras las sirenas os hechizan a todos para que os quitéis la vida
—afirmo—, mi talentosa tripulación femenina no se verá afectada. Seremos
las que realmente alcancen el tesoro y hagan el viaje de vuelta a casa.
La sala se queda en silencio. Los hombres de Kalligan deben recordar
que estas no son mujeres comunes que defienden la Isla de Canta.
—Muy impresionante, Capitana Alosa —dice Tylon, y muevo la
cabeza en su dirección—, pero hay un remedio sencillo para tal problema.
Creo que usted lo experimentó mientras era prisionera de Vordan.
Saca algo de su bolsillo, lo parte en dos y lo amolda a sus orejas.
Cera.
Me vuelvo hacia el hombre a la derecha de Tylon.
—Capitán Lormos, tenga la amabilidad de probar una cosa para mí y
golpear a Tylon en el lado de la cabeza.
Tylon debe asumir que mi boca en movimiento está expulsando notas
hechizadoras. Sonríe condescendientemente por su invencibilidad. Pero
entonces Lormos, que es especialmente propenso a la violencia, dice:
—Con mucho gusto.
Y lleva a cabo mi petición. No hace falta cantar.
Tylon gruñe y se gira hacia su derecha, cerrando el puño en represalia.
Mi padre levanta las manos, un simple movimiento que ordena a todos que
dejen de ser violentos. Tylon obedece a regañadientes y se quita la cera de
las orejas.
—La canción no es lo único de lo que tienes que preocuparte —le
informo—. Tampoco podréis comunicaros entre vosotros, y entonces las
sirenas podrán daros caza fácilmente.
—Podemos tener hombres mirando en todas las direcciones. Las
espaldas de todos estarán cubiertas. —replica Tylon a la defensiva.
Me río sin humor.
—Estás siendo ingenuo. Eso os costará vidas.
Si tenemos suerte, la suya.
—Mis hombres estarán bien. No presumas de capitanear ninguna
tripulación que no sea la tuya.
—¡No menosprecies a mi tripulación insinuando que sólo servimos
para reproducirnos!
—¡Eso fue Adderan! Tú...
—Ya es suficiente.
La voz del rey pirata atraviesa la habitación. Poderosa. Definitiva.
Retiro mis ojos de la cara enfurecida de Tylon y observo que todos los
capitanes de la sala nos miran fijamente a los dos.
—¡Sólo termina con esto y acuéstate con la chica! —grita el Capitán
Sordil desde el fondo de la sala.
Lo parto en dos con mi mirada. Antes de que pueda hacer más que
eso, mi padre continúa, llamando la atención de todos, una vez más.
—La Capitana Alosa ha cumplido con creces —dice—, por lo que
ella y el Ava-lee navegarán en segundo lugar después del Cráneo de
Dragón en el viaje a la Isla de Canta.
¿Segundo? ¿Porque el barco de mi padre llevará un arma secreta que
controlará a las sirenas? ¿O porque necesita mantener su puesto al frente de
su flota?
El silencio golpea la sala ante el pronunciamiento. Entonces Adderan
toma la palabra.
—¿Estamos seguros de que es prudente? Seguramente la Hoja del
Hombre Muerto sería una mejor opción para tener a tu espalda. —Su propia
nave—. Es más grande y más…
—¿Estás cuestionando mi decisión? —pregunta el rey, con la voz
como un látigo.
Adderan se retracta inmediatamente de sus palabras.
—Sabia elección, señor. El Ava-lee debería ir en segundo lugar.
Kalligan asiente.
—Bien. Puedes ir en la retaguardia, Adderan.
Sonrío con suficiencia a Adderan mientras mi padre se lanza a contar
el resto de los detalles del viaje, y luego concluye la reunión.
—Alosa, Tylon, quédense.
Los capitanes salen de la sala, sonriendo y dándose palmadas en la
espalda. Por fin está sucediendo. Hemos esperado años para zarpar hacia los
inimaginables tesoros que nos esperan en la Isla de Canta. Ahora sí
podemos contar los días.
—Este viaje transcurrirá sin contratiempos —dice Kalligan cuando el
último hombre se ha marchado y la puerta vuelve a su sitio—, y no
permitiré que un pequeño desacuerdo adolescente se interponga. ¿Está
claro?
—Por supuesto —dice inmediatamente Tylon, siempre el peón
dispuesto a complacer.
—No hay ningún desacuerdo —aclaro yo. Es más bien un
aborrecimiento flagrante.
—Sea lo que sea, se acaba ahora. No habrá más menosprecio de los
otros capitanes durante las reuniones, Alosa. Y Tylon, harías bien en
escuchar la sabiduría que tiene la Capitana Alosa.
Tylon asiente. Resoplo y pongo los ojos en blanco ante toda la escena.
La obediencia de Tylon como un cachorro es suficiente para...
Mi padre vuela hacia mí, rápido como un rayo. No me muevo,
sabiendo que lo que venga será mejor si no me resisto. En un instante, estoy
contra la pared. Una daga se eleva hacia mí, incrustándose en la madera
justo a la derecha de mi ojo.
—No serás irrespetuosa en mi presencia —gruñe Kalligan—. Si no,
esta daga se moverá un centímetro hacia la izquierda. No necesitas los dos
ojos para que tu voz funcione.
Miro fijamente esos ojos grandes y fieros. No me cabe duda de que lo
dice en serio. Y antes de que intente hacer algo más que asustarme, tengo
que obedecer.
—Disculpa. —digo.
Ves, lo desafío todo el tiempo. No me disculpo porque él me controla.
Lo hago porque... porque... no puedo terminar el pensamiento. ¿Sólo le soy
útil mientras tenga voz? Si fuera muda, ¿me seguiría queriendo, querría que
capitanease un barco de su flota?
Deja la daga en su sitio y sale de la habitación. Cuando me alejo, unos
mechones de pelo se desprenden de mi cabeza, atrapados por la daga, y
cuelgan sin fuerza contra la pared.
Capítulo 5
***
El estudio parece haber sido tallado directamente en la roca. Los
bordes se rompen bruscamente como si un pico hubiera trabajado en ellos.
La decoración es opulenta, como mis propios gustos. Un enorme escritorio
está cuidadosamente colocado con plumas y pergaminos. Todos los cajones
están cerrados. La silla frente a él está acolchada con plumas,
probablemente de ganso. Otra silla descansa contra una de las paredes,
igualmente mullida, con tela negra en el asiento. Un mueble en el lado
opuesto guarda rones y vinos y dos copas. Una tumbona y una librería están
apoyadas en su propia pared. Un tapiz que representa a sirenas y piratas
enzarzados en una batalla cuelga frente al escritorio, junto a la única silla.
Tras colocar la linterna en un candelabro de la pared, me arrodillo
frente al escritorio y me pongo a trabajar en las cerraduras de los cajones.
Estas cerraduras son un juego de niños comparadas con la de la puerta. No
necesito a Athella para esto.
—¿Qué puedo hacer? —pregunta Riden mientras pruebo con las
herramientas que tengo en las manos.
—Para empezar, podrías callarte.
Muy dura, lo sé. Pero ahora mismo estoy demasiado al límite como
para ser amable. El cajón superior se abre y guardo mis ganzúas. Sólo hay
dos cosas aquí: un trozo de pergamino y una varilla de metal.
Primero saco la varilla. Es hueca, de no más de 30 centímetros de
largo, y en el metal se han grabado símbolos de aspecto antiguo. ¿El
supuesto dispositivo de control de la sirena? No zumba ni late ni brilla ni
hace nada místico. De hecho...
Examino una sección cerca de una de las aberturas más de cerca.
Reconozco el trabajo. Hakin, uno de los herreros de la fortaleza hizo esto.
Es débil, pero hay su firma en el extremo. La ha escondido dentro de uno de
los símbolos antiguos. Cualquiera que no esté familiarizado con su trabajo
lo pasaría por alto por completo.
¿Por qué papá mandaría a hacer esto? No hay un cristal para espiar ni
nada dentro de la vara, nada que la haga útil. Aunque probablemente
podrías golpear a alguien con ella si estuvieras dispuesto a hacerlo.
A continuación, saco el pergamino. Leo rápidamente la letra de mi
padre, con pequeñas frases que me llaman la atención.
...controlar las sirenas...
...manejar con cuidado...
... inmunidad a la canción encantadora ...
Riden lee por encima de mi hombro, pero no me importa. Cada vez se
aclaran más las cosas. Dejo el papel y recojo el aparato. Y me río.
—Todo esto es falso. ¿No le pareció sospechoso que mi padre
colocara una cerradura avanzada en la puerta principal y una tan endeble en
los cajones? Es probable que haya colocado esto para un espía, para que les
dieran información falsa. Y esto —alzo la varilla— es sólo un trozo de
metal. Vordan y su espía son idiotas.
Mis hombros se hunden, toda la tensión me abandona por fin. Fui una
tonta por escucharle. Por dejarle llegar a mí. Por supuesto que Padre tendría
algo preparado para los espías que deambulan por aquí. Tal vez me aventure
a esas mazmorras una última vez antes de irnos para que el mundo se libre
de Vordan para siempre.
He arriesgado nuestras vidas para nada.
Devuelvo los objetos al cajón y lo cierro. Estoy a punto de guiar a Riden
fuera de aquí, cuando mis ojos vuelven a echar un vistazo al armario del
ron.
Hay dos vasos. Dos sillas en la habitación. Y Padre es el único al que
se ve salir o entrar. En un instante estoy junto al tapiz, apartándolo y
palpando la pared en busca de algún tipo de interruptor.
Y encuentro uno.
La pared se balancea hacia fuera y mi respiración se detiene ante la
visión que tengo delante. Riden se une a mí en la entrada.
Una mujer está sentada en otra tumbona, mirando un cuadro del mar
al atardecer colgado en la pared. Es lo más bonito que he visto nunca. Su
pelo es de un rojo intenso y se enrosca alrededor de sus hombros como si
fueran zarcillos de fuego. Su piel es tan blanca, como si nunca hubiera visto
el sol. Sus pestañas son largas y tan rojas como su pelo. Su silueta se
esconde detrás de un sencillo vestido. Y aunque parece frágil y algo
hundida, sé que una vez fue fuerte y hermosa.
No se gira cuando entro en la habitación, aunque sé que me oye. Sus
ojos se cierran brevemente, como si estuviera irritada por la molestia.
Siento que las lágrimas se me agolpan a los lados de los ojos, pero no las
dejo salir. Todavía no.
Intento hablar, pero se convierte en una tos cuando las palabras se
atascan. Ella me mira entonces, y esos ojos verdes muestran tal sorpresa,
que confirman mis sospechas de que nadie la ha visto en esta habitación
aparte de mi padre. Lo intento de nuevo.
—¿Cómo te llamas? —Esta vez las palabras son claras, pero parecen
demasiado gritonas.
—Ava-lee —contesta con una voz tan hermosa como el resto de ella.
Sube una mano para cubrirse la boca abierta y luego la baja, con los dedos
temblando—. ¿Eres Alosa?
Esta vez las lágrimas se me derraman. No puedo detenerlas, ni tengo
el deseo de hacerlo.
—¿Madre?
Se levanta con un movimiento elegante. Antes de darme cuenta, me
abraza con tanta fuerza que apenas puedo respirar. El abrazo es extraño,
algo que nunca antes había experimentado, pero es exquisito. Una cosa tan
simple, pero que dice tanto sin decir nada.
Mil preguntas se abren paso al frente de mi mente, intentando
desesperadamente ser la primera.
¿Cómo?
¿Cuándo?
¿Por qué?
El por qué parece lo más importante.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto cuando puedo calmar mis
lágrimas.
Se aparta para observarme de pies a cabeza.
—Eres preciosa. No te pareces en nada a él. Bendito océano. —Las
lágrimas caen de sus propios ojos y se las toca como si no supiera qué hacer
con ellas antes de volver a centrarse en mí—. Oh, mi dulce niña. Por fin. —
Vuelve a aplastarme contra ella, y me maravilla que algo tan frágil pueda
ser tan fuerte.
Alguien se aclara la garganta desde detrás de nosotros. Me asusto por
un momento, hasta que recuerdo que es sólo Riden.
—Voy a esperar ahí fuera —dice, dándonos algo de privacidad. Estoy
segura de que podrá escuchar toda la conversación, pero de todos modos es
amable de su parte.
—¿Quién es ese? —pregunta mi madre.
—Es Riden. Es... un miembro de mi tripulación.
—¿Tu tripulación?
—Soy la capitana de mi propio barco.
Sonríe, pero parece que le duele.
—Por supuesto que lo eres. Siempre has estado destinada a gobernar.
Lo llevas en la sangre.
Un silencio llena el lugar, y recuerdo entonces lo desesperada que
estoy por respuestas.
—¿Por qué estás aquí? —Vuelvo a preguntar.
Me pasa una mano por el pelo, acariciando su longitud sin dejar de
aferrarme a ella. Es extrañamente relajante.
—Me encerró aquí después de que nacieras. Han pasado más de
dieciocho años. Dieciocho años sin ti y sin el mar.
—¿Pero por qué? —Me alejo de nuevo de ella, necesitando ver su
cara. De repente, las palabras salen de mi boca—. Me dijo que me habías
dejado. Que no me querías. Se supone que estás en la Isla de Canta. Que
eres una bestia sin sentido y sin humanidad.
Vuelvo a llorar por lo que significa todo esto. Mi padre me ha estado
mintiendo desde que nací. Se encoge ante mis palabras. Su voz se vuelve
débil.
—Por favor, no pienses esas cosas de mí. He intentado escapar de esta
habitación muchas veces y llegar a ti. Lo juro por la vida de todos los que
he jurado proteger.
Me duele el corazón y mi bajo la cabeza, avergonzada.
—Siento de verdad haberle creído. Ya no lo hago.
Es extraño estar tan desgarrada por dentro. Estoy muy contenta de
haber encontrado a mi madre, pero esa alegría está presionada por el
aguijón de la traición de mi padre. Me atrevo a levantar la vista de nuevo.
—¿Por qué te metió aquí?
—Nunca lo ha dicho, pero creo que no quería que yo influyera en ti.
Una madre dividiría tus lealtades.
—¿Entonces por qué no te mató?
Ella aparta la mirada de mí por primera vez.
—No quieras saberlo.
Me temo que ya lo sé.
—Por favor, dímelo. Creo que necesito saberlo.
Parece meditarlo un momento.
—Ya eres una mujer adulta. —Su cara cae ante los años perdidos—.
Él quería más hijas. Más sirenas para controlar y manipular como lo ha
hecho contigo. Más poder.
Bastardo despreciable. Pero dejo de maldecir su nombre por un
momento.
—¿Tengo hermanas? —La idea es a la vez excitante y horrorosa,
ahora que sé de lo que es realmente capaz mi padre.
—No. No he podido darle más hijos. —Pone cara de tristeza al
pensarlo, y eso me parece de lo más peculiar.
—¿Quieres hacerlo?
Sus perfectos labios se vuelven hacia abajo en una mirada de
disgusto.
—¿Con él? No quiero que me toque nunca más. Pero me hubiera
gustado tener muchas hijas. Quería criarlas y enseñarlas. Verlas crecer. Él
me quitó eso. —Me toca suavemente los hombros—. Pero me complace
más allá de las palabras verte ahora.
Tal vez debería tomar más que unos pocos minutos para volverme
contra el hombre que me crio. Para cambiar de bando tan fácilmente. ¿Pero
cómo puedo hacer otra cosa cuando sé lo que le ha hecho a mi madre? Una
madre que no es una bestia sin sentido. Una ola de ira me invade, sofocando
cualquier lealtad que alguna vez tuve hacia el rey pirata.
—No tenía ni idea de que estuvieras aquí. Debes saber que, si lo
hubiera sabido, habría venido a por ti inmediatamente. Sólo estoy aquí esta
noche por accidente.
—No te culpes. No hay nada que nadie pueda hacer. Sólo soy una
mujer cuando estoy lejos del mar.
Cuando el torrente de ira amarga finalmente se despeja, la resolución
toma su lugar.
—Pues yo no lo soy. Te voy a sacar de aquí. Ahora. ¡Riden!
Vuelve a la habitación en un instante.
—¿Puedes llevarla en brazos? —Le pregunto.
—Por supuesto.
Esta es una situación muy peligrosa; hay que manejarla con cuidado,
pero mi mente late con fuerza, tan llena que está a punto de estallar.
Mi padre mintió.
Mi madre no es un monstruo.
Es una prisionera.
Tengo que sacarla de aquí.
¿Pero qué pasa si nos atrapan?
No importa.
Tengo que intentarlo.
—No pasarás ni una noche más en esta habitación —le prometo.
—¿Qué puedes hacer contra él? No te pondré en peligro. Mientras él
no sepa que lo sabes, estás a salvo. Aléjate de aquí. De él. No te preocupes
por mí.
Mi corazón dolorido se tranquiliza ante sus palabras. Me recuerdan
una conversación, o más bien un interrogatorio, entre Riden y yo.
Hay diferentes tipos de padres. Los que aman incondicionalmente, los
que aman con condiciones y los que no aman nunca.
Mi madre no me conoce, pero antepone mi vida a la suya. ¿Es así
como debería haber sido entre mi padre y yo?
Examino rápidamente la habitación, buscando cualquier cosa que nos
ayude a alejarla en secreto. No hay mucho. Una cama sin hacer con un
colchón de plumas. Una tumbona. Cuadros en las paredes. Algunos libros
en una estantería. Debe de haberse vuelto loca aquí.
Cojo una de las mantas de la cama y la envuelvo alrededor de ella,
teniendo cuidado de apartar todo su pelo de la cara y esconderlo bajo la
manta. Soy conocida por mi pelo rojo. Si alguien la viera, despertaría la
curiosidad equivocada.
—Tiene que llevar el pelo cubierto —le digo a Riden.
Él asiente y, con un solo movimiento, la levanta de sus pies y la
sostiene fácilmente en sus brazos. Tendremos que zarpar de inmediato.
Menos mal que acabamos de reponer todas las provisiones después de
nuestro último viaje. ¿Dónde podemos ir donde el rey pirata no nos
encuentre? ¿A tierra? No puedo dejar el mar. Me volvería loca.
—Alosa —dice Riden.
—¿Sí?
—Mírame.
Lo hago.
—La sacaremos de aquí. Estará a salvo. Entonces podremos planear
nuestro próximo movimiento.
Entonces me doy cuenta de lo extraordinario que está siendo Riden
con todo esto. ¿No me dijo que mi padre era despreciable? ¿Qué era una
tonta por seguirlo? ¿Que no me quería de verdad? Pero ahora, cuando se
demuestra que todo es correcto, no es amenazante ni condescendiente.
Sigue ayudándome. Está sosteniendo a mi madre con tanto cuidado, que la
visión me da la fuerza para hacer lo que necesito.
—Vamos.
Capítulo 7
***
***
El comienzo del viaje es un poco agravante con la carga extra. Draxen
es muy bueno, siendo antipático. Me observa fijamente cada vez que cree
que no estoy mirando. Una vez escupió en la cubierta cuando me vio, y le di
una patada en la espalda para que limpiara la mancha con la camisa. No ha
vuelto a intentarlo desde entonces.
Él tenía grandes expectativas para sí mismo. Secuestrar a la hija del
rey pirata, obtener el mapa del rey pirata, navegar él mismo hacia la isla.
Nunca se le ocurrió ser más astuto que yo. Me culpa por la pérdida de su
tripulación y su barco. No entiendo cómo se cree merecedor de semejante
botín. Además de ser una persona horrible, también era un capitán terrible.
Es extraño ver a Draxen y Riden interactuar. Hablan constantemente,
riéndose de lo que el otro tiene que decir. Riden lo mima, tratando de
forzarle a comer y a comer más mientras Draxen lo ahuyenta. Casi podría
confundirlo con un ser humano cuando interactúa con su hermano. Pero sé
la verdad. Es un hombre vil que utiliza a todos los que le rodean para
conseguir lo que quiere, sin importar lo que cueste.
Igual que mi padre.
Duele pensar en mi padre, imaginar el alcance de su traición. Podría
haber crecido conociendo a mi madre. O tal vez no. Tal vez sólo me hubiera
abandonado a una edad más temprana si hubiera podido tomar sus propias
decisiones. Tal vez ella realmente es el monstruo que Padre siempre dijo.
Ya no sé qué pensar de ella, qué significan todas sus acciones. Pero mi
padre... me ha hecho daño más allá del punto de perdonarlo. Lo destronaré
y tomaré todo lo que ha construido para sí mismo como propio.
En este momento, eso es de lo único de lo que estoy segura. Me aferro
a esa decisión y dejo que me lleve por el mar de confusión y amargura en
que se ha convertido mi vida.
Cuando llegamos al puesto de aprovisionamiento, mi estado de ánimo
se vuelve oscuro, como si alguien hubiera apagado una llama. No puedo
explicarlo. Desde luego, no tiene nada que ver con la marcha de Riden.
Apenas le he visto en el tiempo que hemos tardado en llegar al puesto
de abastecimiento. Me menospreció, me humilló en mis habitaciones
después de que mi madre se fuera. Lo que le ofrecí fue poco más que lo que
ya habíamos hecho a bordo del Rondador Nocturno. ¿Por qué de repente
monta un escándalo por los pensamientos y los sentimientos? Quería
acción. ¿No es eso lo que él siempre ha querido, también?
En cualquier caso, no me he molestado en buscarlo, y él ha estado
demasiado ocupado tratando de volver a llenar de carne los huesos de su
hermano, como para hacer otra cosa.
Riden cruza la cubierta con un Draxen de aspecto mucho más
saludable. Pasa por el hueco de la barandilla, preparándose para bajar al
bote de remos que le espera abajo. Gira la cabeza en mi dirección, así que
rápidamente miro hacia otro lado. Que me sorprenda mirando, aunque sé
que no volveré a verlo, sería aún más humillante.
Debería concentrarme en el hecho de que él es el único al que estoy
perdiendo. A pesar de que ofrecí escapar a cualquiera que prefiriera no
enfrentarse al rey pirata, nadie de mi tripulación quiere irse. Incluso me
esforcé en convencer a Wallov de que debía coger a su hija y huir.
Se sintió insultado. Ambos lo hicieron.
Debería estar encantada de tener la confianza y el respeto de toda mi
tripulación, y sin embargo mi mal humor no se disipa. Intento que no se me
note mientras le digo a Niridia:
—Pongámonos en marcha de nuevo.
Observo el barco, disgustada por el ritmo al que se mueven todos.
—¡Muevan sus piernas marinas! Tenemos un largo viaje por delante,
y el rey pirata nos pisa los talones. Si no recogen las cosas, ¡pueden saltar a
tierra ahora!
Eso las pone en marcha. Estoy observando sus pasos acelerados con
satisfacción, cuando mi visión es bloqueada por la cabeza de Mandsy. Lleva
una sonrisa exasperante, una sonrisa cómplice.
—¿No tienes nada que hacer? —Le digo bruscamente.
Sólo suelta una risita.
—¿Por qué estás de tan mal humor, Capitana? No se ha ido a ninguna
parte.
—¿Perdón?
—Riden. Está allí charlando con Roslyn.
Me inclino sobre la barandilla, mirando en dirección a la orilla.
Draxen está observando al barco desde su bote de remos, concretamente a
un punto cercano de la proa del Ava-lee.... Donde su hermano está, de
hecho, todavía a bordo, charlando con Roslyn.
—¿Qué está pasando? —pregunto.
—Creo que viene con nosotros. —responde Mandsy.
Entorno los ojos hacia ella.
—¿De dónde saca que puede hacer cosas sin consultar primero a la
capitana? Y mi estado de ánimo no se ve alterado por las idas y venidas de
ese hombre. No te atrevas a insinuar eso otra vez.
Hace una elegante reverencia antes de marcharse, probablemente a
tejer coronas de flores o a abrazar a un percebe o algo así.
—No soy una pasajera —oigo decir a Roslyn cuando me acerco—.
Soy parte de la tripulación. —Encuentro su pequeña figura a tiempo de ver
cómo saca su daga de la espalda y la presiona contra el ombligo de Riden
—. Y no me gusta que me hablen mal.
Los labios de Riden se crispan mientras intenta no sonreír.
—Error mío —dice y da un paso atrás—. No pretendía insultarte,
pequeña. Por favor, perdóname.
Roslyn considera su súplica cuidadosamente, como si estuviera
debatiendo si matarlo o no. En realidad, sé que está disfrutando de verlo
suplicar, de que alguien le siga el juego.
—¿Cuál es tu trabajo en la nave? —pregunta él. Aunque debe haber
notado que se mueve por el Ava-lee en todo el tiempo que ha pasado con
nosotros, tal vez nunca se dio cuenta de que Roslyn es parte de la
tripulación contratada. Recibe su parte del botín como todos los demás.
Roslyn baja el cuchillo.
—Soy la vigía de la capitana. Aviso del peligro desde arriba y nos
pongo a salvo cuando estamos en aguas difíciles.
—Ese es un trabajo muy importante. —No finge lo impresionado que
está.
Mi temperamento se desvanece mientras observo fijamente a Riden
un poco más. Algo en mi pecho se mueve al verle hablar con la pequeña
Roslyn. Es entrañable.
Parpadeo dos veces. No, no es entrañable. Es tan jodidamente
molesto como siempre. Y él no dicta quién se queda y quién se va en mi
barco.
—Allemos —llamo con la voz de capitana.
Los dos se giran hacia mí. Riden levanta una ceja por el uso de su
apellido, que sólo he utilizado una vez antes. Cuando estaba en apuros.
—¿Sí, Capitana? —pregunta.
—¿Capitana? ¿Quién te hizo parte de la tripulación?
—Tú lo hiciste. —Ante mi mirada confusa, dice—: A cambio de la
vida de mi hermano.
Bueno, sí, pero eso fue cuando su hermano tuvo que quedarse
encerrado en el calabozo para guardar las apariencias. Ahora ambos son
libres. No puede esperar que lo obligue a eso. ¿Me cree tan fría?
—Tu deuda conmigo está pagada. —Le digo—. Eres libre de
marcharte.
—¿Pagada cómo?
—A través de tu ayuda para liberar a la sirena.
Hace una pausa de apenas un suspiro.
—Pero ella se escapó. Hasta que la encontremos de nuevo, no veo
cómo puedo irme. No sería honorable.
Estoy a punto de abrir la boca para comentar lo honorable que me
parece, cuando vuelve a hablar.
—Si no te importa, me gustaría quedarme.
Me doy cuenta de que quiere estar aquí. Y no se me ocurre ninguna
razón nefasta para que desee quedarse. Su hermano está a salvo. ¿No es eso
lo que siempre ha querido? ¿Quedarse al lado de su hermano y asegurarse
de que el malcriado se salga con la suya? Entonces, ¿por qué se quedaría?
¿Por el tesoro?
El calor florece en mi pecho ante la siguiente posibilidad: ¿Podría ser
por mí? Y, la pregunta más grande: ¿Quiero que sea por mí?
No puedo ni siquiera empezar a averiguar la respuesta a esa pregunta.
Así que miento.
—Me da igual una cosa u otra. Pero si decides quedarte, será mejor
que cargues con tu propio peso. No tendré perezosos en este barco.
—Por supuesto que no, Capitana. ¿Dónde quiere que esté?
—Ya que te gusta pasar tanto tiempo con Roslyn, puedes unirte a los
aparejadores. Ponte a ello.
—Ese es el trabajo más peligroso de la nave —dice. Es menos un
argumento que una declaración.
—Empiezas desde abajo y trabajarás tu ascenso en mi equipo.
—Enwen y Kearan no lo hicieron.
Roslyn vuelve a sacar su daga.
—La Capitana te dio una orden, marinero.
—Sí, gracias, Roslyn —digo—. Vamos a guardar esa daga por ahora.
¿Necesito tener otra charla con tu padre?
—No, Capitana —responde ella antes de correr por la red.
Riden la persigue.
—Es muy joven para estar en un barco pirata.
—¿No lo somos todos?
***
***
***
Kearan no está en el timón cuando llego al día siguiente. Niridia ha
tomado su lugar.
—¿Dónde está ahora? —Me quejo.
Ella señala justo debajo de nosotros. Me asomo al castillo de popa y
encuentro a Sorinda apoyada en la puerta de la enfermería, con la cabeza
girada de forma que su oreja está pegada a la madera.
—¿Qué estás haciendo? —Le pregunto.
—Nada —responde inmediatamente. Desaparece bajo la cubierta
antes de que pueda sacarle algo más.
—Kearan está en la enfermería —explica Niridia—. No puede dejar
de temblar y sudar. Mandsy abre la puerta de vez en cuando para arrojar un
cubo con el contenido de su estómago por la borda de la nave.
—Sigue empeñado en no beber, entonces.
Estoy impresionada.
Capítulo 10
***
* **
***
Me arrastro a mi habitación mucho después del anochecer. Después
de dos días sin dormir, estoy prácticamente desplomada de cansancio.
—Vete —exige Riden.
Oh, no lo dice en serio. Lo rescaté. He trabajado para salvar la nave y
al resto de la tripulación. He trabajado muy duro y demasiado tiempo. Esta
noche dormiré en mi propia cama. Le ofrezco un gesto vulgar como
respuesta antes de pasar por encima de él para llegar a mi cama.
—No lo has visto —digo, dándome cuenta de que está muy oscuro—,
pero acabo de sugerirte que vayas a...
—Creo que puedo adivinarlo —responde.
Oigo un ruido de arrastre, y me doy cuenta de que está tratando de
levantarse del suelo para irse, igual que antes.
—No vas a salir de esta habitación, Riden. Inténtalo y haré que
Mandsy te ate.
Me gruñe. Es lo último que oigo antes de quedarme dormida.
Capítulo 11
Inteligente, Alosa.
Enviar al rey de tierra tras el torreón. Oh, sí, he oído hablar. Mis hombres
están bien. El rey de la tierra huyó con el rabo entre las piernas. Tendremos
que reubicarnos ahora, gracias a ti.
Tu lista de crímenes está creciendo. No sé si hay suficiente piel en tus
huesos para los latigazos que se te avecinan.
El último pájaro yano regresó bastante rápido. Si no lo conociera mejor,
diría que nos estamos acercando mucho.
Las aguas son claras mientras remamos hacia la orilla. Las olas nos
ayudan, empujándonos cada vez más cerca. Los hombres tienen los oídos
tapados, aunque todo indica que no hay sirenas. No podemos arriesgarnos.
No es que pueda sentirlas. He vivido toda mi vida sin saber que mi propia
madre vivía en la misma isla que yo. Si lo hubiera sabido, podría haberle
ahorrado años de esclavitud. ¿Habría huido de mí entonces? ¿Habría
evitado salvarla si hubiera sabido que me dejaría?
No.
Extrañamente, me reconforta darme cuenta, aunque no me hace estar
menos enfadada con ella.
La isla parece... normal a medida que nos acercamos. De alguna
manera, esperaba que una isla ligada a las sirenas tuviera un aspecto más
místico, aunque no estoy del todo segura de lo que eso supondría. Las
barcas encallan y desembarcamos, tirando de los botes de remos hasta la
arena para que las olas no puedan arrastrarlos de nuevo al mar. Observamos
nuestro entorno mientras pasamos de la playa de arena al suelo del bosque
cubierto de agujas. Una ardilla se da cuenta de que nos acercamos y se
escabulle por el tronco más cercano. El viento pasa entre las hojas de los
árboles y las agita. Los pájaros arrancan ramitas del suelo para hacer sus
nidos y algo cruje entre la espesa hierba. Probablemente un roedor de algún
tipo.
—Agrupaos con vuestras parejas —ordeno.
Mandsy engancha su brazo al de Enwen. Athella se acerca a Wallov.
Deros es reclamado por Lotiya, y Deshel se acerca a Riden. Le lanzo una
mirada que la hace retroceder un paso, y cojo la mano de Riden. Él mira
nuestras manos unidas, busca mi cara y vuelve a mirar nuestras manos.
Con las prisas por evitar que Riden tocara a otra mujer, lo he agarrado
sin pensar en cómo reaccionaría. Mis dedos se sueltan antes de que pueda
apartarse, cosa que estoy segura de que habría hecho. No le miro después,
pero le cubro la espalda por si algo sale corriendo de los arbustos.
Kearan, al que he emparejado con Sorinda, le tiende el brazo. Sorinda
lo mira fijamente, inmóvil. Él no lo retira, espera que ella haga algo. Nunca
he visto a Sorinda no intimidar a un hombre con una mirada, pero los dos
están atrapados en una batalla de voluntades, con el brazo de Kearan, que
ahora es más musculoso que graso, extendido entre los dos. Todas esas
flexiones le han sentado bien.
—Sorinda —digo, para recordarle sus órdenes mientras está en la isla.
Ella le devuelve el brazo a su lado, pero se queda cerca de él y
mantiene la mirada buscando en la zona que los rodea a ambos.
—No es tan malo, ¿sabes? —dice Mandsy, empujando su hombro
hacia Sorinda—. Ahora que está sobrio, tiene cosas interesantes que decir.
—No, no las tiene —replica ella.
—¿Cómo vas a saberlo? Nunca te quedas cerca de él si no sigues
órdenes.
—Y lo que oigo mientras sigo órdenes es bastante revelador. Es un
bufón torpe.
—Eso es bastante grosero.
—No puede oírme.
Kearan mira entre Sorinda y Mandsy.
—¿Estáis hablando de mí? —pregunta levantando demasiado la voz.
Sorinda pone los ojos en blanco.
La lluvia y la luz se humedecen ahora que deben filtrarse entre los
árboles para llegar a nosotros. Muchos senderos serpentean entre la maleza;
si fueron hechos por animales o por otra cosa, es imposible saberlo. En
cualquier caso, seguimos uno que nos aleja del mar. Controlo una brújula en
mi mano, para poder encontrar el camino de vuelta al barco. Radita se
queda cerca de mí, examinando los árboles a nuestro paso, pero aún son
demasiado pequeños.
Cuanto más avanzamos, más atrapada me siento. En el mar, puedo ver
kilómetros en cualquier dirección. Pero aquí, en tierra, en un bosque espeso,
cualquier cosa podría estar escondida. Una amenaza podría estar a un metro
de distancia, y yo no me daría cuenta. ¿Por qué alguien elegiría vivir en un
lugar como éste?
Cuando considero que estamos a una distancia segura del océano,
hago un gesto a los hombres para que saquen sus tapones. Enwen tarda más
en ser persuadido que los demás.
Sigo sin mirar a Riden. En su lugar, busco entre las coníferas,
asomándome entre sus ramas en busca de peligros ocultos. Una figura se
acerca a mí. Con la que estoy decidida a no cruzar la mirada.
—¿Qué fue eso? —pregunta Riden.
—¿Qué fue qué?
—Ya sabes qué. Me cogiste de la mano.
—Me pareció ver algo entre los árboles. Te estaba protegiendo. —La
mentira suena patética incluso para mis propios oídos.
—Ya veo. —Es todo lo que responde.
Cuanto más tiempo pasamos sin ver ninguna amenaza, más segura estoy de
que algo asqueroso nos está esperando en la siguiente colina. La vida
animal casi desaparece, como si estuvieran evitando el centro de la isla.
Después de una hora, llegamos a un claro. Un manantial de agua
dulce brota del suelo y da paso a un pequeño arroyo que se dirige al mar.
Una cueva, probablemente excavada hace tiempo por la fuente submarina,
descansa en el fondo de una elevación rocosa. Radita se acerca a un árbol
en el borde del claro, frente a la cueva. Lo examina cuidadosamente.
—No hay signos de deterioro. —murmura para sí misma. Luego—,
este pino alto es perfecto.
—Muy bien —digo—. Saca las cuerdas. Que las cuelguen alrededor
de los árboles vecinos. Riden, Kearan, la sierra.
Haeli y Reona, mis mejores aparejadoras, se suben a dos árboles
vecinos y colocan cuidadosamente las cuerdas. Ayudarán a sostener el árbol
mientras cae, dándole un descenso más controlado. También amortiguarán
el sonido de su caída. No necesitamos anunciar nuestra presencia. Lotiya y
Deshel hacen guardia mientras el resto se pone a trabajar.
Riden y Kearan marcan el árbol para que caiga en el ángulo que
queremos. Luego los dos manejan la sierra. Los demás nos envolvemos en
los extremos de las cuerdas, para poder usar nuestro peso para atrapar el
tronco.
Comienza el sonido chirriante del metal sobre la madera. Un pájaro
mueve la cabeza hacia un lado para vernos mejor con un ojo brillante. Tras
unos segundos, levanta el vuelo. Me digo que está huyendo de todo el jaleo
que hacemos y no de algo que viene hacia nosotros. He colocado los
relojes. No puedo hacer nada más para ayudar.
Mis ojos se alejan de la línea de árboles... Y se posan en los brazos de
Riden, que se flexionan mientras empujan la sierra a través del árbol.
Maldición, pero que músculos tiene.
—¿Hay algo en el brazo de Riden? —pregunta Niridia. Lo suelta
inocentemente, pero sé que no es así. Oh, me las pagará por eso más tarde.
Riden me mira por encima del hombro.
—Pensé que podría hacer que se moviera más rápido por pura fuerza
de voluntad —suelto.
—Si quieres venir a la sierra, te cambiaré el lugar con gusto —dice
Riden.
A las tres cuartas partes del aserrado, el árbol empieza a
resquebrajarse por sí mismo, y su peso lo hace caer hacia las cuerdas. Los
árboles cercanos con cuerdas hacen la mayor parte del trabajo para atrapar
el peso, pero aun así todos somos arrastrados un pie hacia adelante por la
tierra.
—Cortad la mayoría de las ramas tan cerca del tronco como sea
posible —pide Radita—, pero no cortéis el tronco. Guardad algunas ramas
más largas como asideros para llevarlo de vuelta a la nave.
Bajamos el árbol y empezamos a cortar con lo que tenemos. Algunos
trajeron hachas del barco. Otros sacan sus sables para las ramas más
pequeñas. Riden y Kearan toman la sierra para las ramas más bajas y
grandes. El trabajo es minuciosamente lento. Este pino tiene innumerables
ramas, lo que es una buena señal de que está sano, pero más trabajo para
nosotros. Mantengo un ojo en las que estoy cortando y otro en los árboles
circundantes, buscando algo que se acerque.
Puedo ver la parte posterior de la cabeza de Lotiya desde lo alto de la
elevación rocosa sobre la abertura de la cueva. Deshel está escondida frente
a ella, probablemente en uno de los árboles del otro lado del claro,
cubriendo nuestras espaldas.
Sin embargo, este lugar está demasiado lleno de vida animal y vegetal
como para creer que aquí no vive nada más. Sería el lugar perfecto para un
asentamiento, si el rey de la tierra descubriera este lugar. Y si las sirenas
emigran de este lugar, seguramente no puede estar vacío. ¿Por qué otra cosa
vendría si no hubiera hombres a los que cazar?
Golpeo un nudo en la rama que estoy abordando, así que pongo aún
más fuerza detrás de mi siguiente golpe, y la madera finalmente se rompe.
Las chicas se entrelazan entre sí para ir de una rama derribada a la
siguiente. No nos importan los cortes limpios ni los nudos. Podemos hacer
que las cosas parezcan bonitas más tarde.
La velocidad es mi única preocupación. Dentro y fuera de la isla.
Todos gimen por el peso del árbol mientras lo trasladamos, lo
arrastramos, empujamos y tiramos del tronco hasta el barco. Varias veces
tenemos que atar cuerdas y poleas a los árboles cercanos para llevar el
tronco por las colinas. Incluso con mi fuerza en la gorda base del tronco, el
árbol resulta un reto. Nos detenemos varias veces para recuperar el aliento.
Lotiya y Deshel siguen nuestros movimientos en un amplio arco,
listas para advertirnos a la primera señal de peligro. Todo mi cuerpo está
tenso, esperando una llamada de atención, segura de que debe llegar en
cualquier momento.
Cuando llegamos a la playa y el barco está por fin a la vista, un
suspiro colectivo resuena en el aire. Deshel vuelve de su posición y mira
hacia el lugar opuesto a su propia guardia, donde debería estar su hermana.
—¿Dónde está Lotiya? —pregunta Deshel.
Giramos las cabezas, pero nadie dice nada. Sé que no es probable que
se haya ido por su cuenta. La preocupación arraiga en mi pecho.
—¡Lotiya! —grita Deshel.
—Calla —le pido—. La buscaremos. —Miro entre la tripulación—.
Sorinda, Mandsy, Riden y Deros... vienen conmigo. Niridia, lleva el tronco
al barco. Radita, haz lo que puedas para que mi nave vuelva a funcionar.
—¿No quieres que vaya contigo? —pregunta Niridia.
—Si Lotiya está herida, necesitaré más a Mandsy.
Si no estoy en la nave, siempre necesito a una de ellas en mi lugar. No
puedo llevarme a las das.
—¿No debería ir yo también? —pregunta Kearan.
—No, necesito que tu fuerza se concentre en mover el tronco.
Kearan lanza una mirada en dirección a Sorinda con tanta rapidez que
casi me la pierdo.
—¿Y si te encuentras con un peligro? Podría...
—Tienes que quedarte, Kearan. Fin de la discusión.
—Me uniré a vosotros —exige Deshel.
—Por supuesto —digo—. Todos, muévanse.
La mayoría de la tripulación vuelve a arrastrar el tronco hacia el
barco, y mi pequeño grupo de seis se gira hacia la isla.
Es fácil volver sobre nuestros pasos. El tronco ha dejado un claro
rastro en el bosque, levantando tierra y plantas mientras lo arrastrábamos.
En otros lugares, nuestros pies dejaron profundos surcos en el suelo donde
el peso del pino nos hizo caer en el suelo del bosque.
Mantenemos el sendero a nuestra derecha, recorriendo el camino que
Lotiya habría tomado durante la guardia. He traído a Deros con nosotros
porque tiene cierta habilidad para rastrear en tierra. Él y su hermano vivían
juntos y pasaban los días cazando en el bosque en busca de comida, hasta
que su hermano sufrió un accidente. Otro cazador menos experimentado se
asustó y disparó antes de darse cuenta de que no era ninguna bestia la que
estaba cerca de él. Su muerte golpeó fuertemente a Deros. Quería olvidar
todo lo que le recordaba a su hermano. Así que buscó trabajo en el mar,
encontrando a mi tripulación.
—Aquí —avisa—. He encontrado su rastro.
—Hay más de uno —añade Sorinda.
—Sí —coincide Deros.
—Alguien se la llevó. —descifra Mandsy.
Incluso yo puedo adivinar que las líneas que se trazan sobre el suelo
cubierto de agujas indican que fue arrastrada.
—También hay sangre —dice Deshel, aspirando más la voz que de
costumbre.
Deros nos lleva a un ritmo más rápido por el bosque ahora que hemos
encontrado el sendero, pasando entre las ramas de los árboles, saltando
sobre las raíces, esquivando arbustos y zarzas. Y este nos lleva de vuelta al
claro. Las gotas de sangre terminan justo en la boca de la cueva.
Capítulo 12
Capítulo 13
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***
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***
***
Kearan, Niridia y yo estamos de vuelta frente a los mapas. Ya he
explicado la situación del agua a la tripulación. Ahora los tres tenemos que
encontrar una solución.
—Hay una gran isla en el mapa de Allemos —nos muestra Kearan,
señalándola—. Es probable que tenga agua dulce. Podríamos parar.
—La última isla en la que nos detuvimos tenía caníbales hechos por
las sirenas —recuerda Niridia—. El diablo sabe lo que hay en esta.
—La cuestión es si preferimos morir de sed —digo—, o arriesgarnos
a correr peligro en otra isla.
Niridia lo considera.
—Morir de sed está asegurado si no nos detenemos. Morir en esta
segunda isla es sólo una posibilidad en este momento.
—Estoy de acuerdo —dice Kearan.
Yo pienso lo mismo.
—Bien. Kearan, fija el rumbo.
***
Mis ojos recorren el horizonte, como lo han hecho durante los últimos
días, pero no hay señales de la flota. Roslyn no ha gritado nada desde su
mejor lugar de vigía en la cofa, tampoco, así que decido darle un descanso.
Una manada de ballenas nada a unos cientos de metros a nuestra
derecha. Saltan en el agua y vuelven a chapotear. Roslyn se ríe desde la
barandilla, acercándose todo lo que puede, tratando de atrapar la espuma del
mar con los dedos. El agua es sorprendentemente clara aquí. Peces
brillantes de color rojo, azul y amarillo nadan en las aguas poco profundas
mientras pasamos por más islas en el camino. Son parcelas de arena sin más
que una o dos palmeras. Todavía no nos hemos acercada a nada que
contenga una fuente de agua dulce.
Hoy me encuentro observando a la tripulación en sus tareas. Radita va
de un lado a otro, comprobando el aparejo, asegurándose de que las nuevas
fijaciones se mantienen. Algunas de las chicas limpian la cubierta. Otras se
tumban en el exterior del barco, suspendidas por cuerdas, para recoger los
percebes y otras criaturas indeseables que intentan hacer un hueco.
La temperatura ha subido aún más, lo que hace que tengamos más sed
con el nuevo racionamiento. Las chicas llevan las mangas arremangadas y
el pelo recogido y fuera del cuello. Riden está en la jarcia, jugueteando con
las velas. Está descalzo, sin camisa, y lleva varios días sin afeitarse.
Santo cielo.
Le estoy mirando. Lo sé, pero no puedo dejar de hacerlo.
—Podría acostumbrarme al clima cálido —dice Niridia desde mi lado
—. No hará que todo el mundo huela bien exactamente, pero la vista mejora
mucho.
Debería tener una respuesta inteligente, pero lo único que consigo
decir es "Sí". Nos quedamos mirando unos cuantos, latidos más, hasta que
está a punto de darse la vuelta y seguro que nos pilla.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta Niridia.
—¿Qué quieres decir?
—Me refiero a que por qué no lo veo salir todas las mañanas bailando
un vals de tu camerino dando brincos.
Me río.
—Porque aquí no pasa nada.
—¿Por qué no?
Me atrevo a echarle otro vistazo, a observar la forma en que se
mueve, a ver cómo se tensan sus músculos cuando tira de una cuerda.
—No puede soportar lo que yo puedo hacer. Mis habilidades le
aterrorizan.
—A cualquier persona con sentido común le aterra lo que puedes
hacer. Eso no significa que no te queramos todos.
—Gracias, pero con él es diferente. Él tiene una historia con la gente
tratando de controlarlo. El hecho de que yo pueda literalmente obligarle a
hacer cosas le hace retroceder a una época más oscura.
—Lo superará —afirma Niridia con una seguridad que me sorprende.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque no es idiota.
Respiro profundamente.
—He empeorado las cosas.
—¿Qué has hecho?
—Las pocas veces que he podido controlarme bajo el agua, siempre
ha sido gracias a Riden. Quería controlar mejor mis habilidades, así que le
pedí que me ayudara. Le pedí que se hiciera así de vulnerable una y otra
vez.
—¿Y dijo que no? —pregunta asombrada.
—Por supuesto que sí. No debería habérselo pedido. Fue una
equivocación…
—No, Alosa. Lo que está mal es que no intentes hacer todo lo posible
para proteger a tu tripulación. Hiciste lo correcto. Él también verá qué es lo
correcto.
—No hay manera de que entre en razón.
—Bueno, no por su cuenta —responde ella—. Los hombres pueden
ser muy espesos a veces. Necesitan ayuda de vez en cuando.
Sonrío. Se lo había dicho a Riden en la cara, pero cuando Niridia
empieza a alejarse, se me cae la sonrisa.
—¿Qué estás haciendo?
—Ayudando.
—¡Niridia!
—¡Riden! —grita ella.
Él mira hacia abajo, sus ojos vagan hasta que la localizan. —¿Sí?
—Baja un momento, por favor.
Salta hacia la red y comienza a arrastrarse hacia abajo.
—Niridia, ya ha dicho que no. Déjalo en paz.
—Deja que intente algo. Confías en mí, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Entonces déjame hacer mi trabajo en este barco.
Él se pone en cuclillas cuando sus pies descalzos tocan la cubierta. Se
endereza, se fija en mí, pero se centra en ella.
—¿Te consideras una persona egoísta, Riden? —pregunta con
descaro.
Si se siente incómodo con la pregunta, no lo demuestra.
—Puedo serlo —responde.
—Soy la primera oficial de este barco, lo que significa que veo todo
lo que sucede. Te veo consolando a Deshel, te veo ablandarte cada vez que
Roslyn está cerca, te veo reír con Wallov y Deros. Te has encariñado con
nosotros, ¿verdad?
—Sí.
—Bien. Ahora la Capitana me dice que podrías ser inestimable para
ayudarla a controlar sus habilidades, y así ayudarnos a sobrevivir al rey
pirata. ¿Crees que tiene razón en eso?
Su rostro se desvía ligeramente. Me sorprendo cuando un débil "Sí"
sale de él.
—Ya arriesgaste tu vida por Roslyn una vez. Casi mueres por ella.
Dime, si el rey pirata nos alcanza, ¿crees que la perdonará porque es una
niña?
Su cabeza vuelve a girar.
—No —dice, con más fuerza.
—Nadie te está ordenando nada. Sólo creo que es importante que veas
las cosas exactamente como son. Podrías inclinar las probabilidades a
nuestro favor, Riden. Recuérdalo cuando intentes dormir por la noche.
Y luego se va. Dejándome para lidiar con Riden.
Con Riden sin camisa.
—Te juro que yo no le mandé hacer eso —explico—. Le dije que te
dejara en paz. Sólo me estaba desahogando con ella, y se le metió en la
cabeza...
—No pasa nada.
—¿No?
—Recordarás que una vez fui primer oficial. Podemos ser una especie
obstinada.
Se rasca una mancha en el brazo, y yo me concentro en eso en lugar
de en su abdomen.
—Tiene razón —dice de repente, atrayendo mi mirada hacia su rostro
—. No me gusta, y no puedo prometer que no vaya a cabrearme después,
pero tenemos que hacerlo.
—Si hubiera otra forma de hacer esto, no te lo habría pedido. He
intentado toda mi vida controlarla. Mi padre me hizo pasar por todo tipo
de... da igual. Eso no es importante. Sólo digo que, si el rey pirata lo
descartó como una causa perdida, entonces sé que realmente eres mi última
opción.
—Hmm —Es todo lo que dice.
—¿Cuándo deberíamos empezar? —pregunto tímidamente.
—Probablemente, cuanto antes, mejor.
—Probablemente. —Una pausa—. Entonces... ¿ahora? —Aventuro.
—Sí.
Asiento con la cabeza.
—Déjame hacer algunos arreglos.
***
Tardo un cuarto de hora en preparar las cosas, y sólo porque me tomé
mi tiempo. No tengo prisa por usar mis habilidades frente a Riden de nuevo.
Para ver su disgusto y su ira. Si tenemos éxito, será una diferencia
insuperable en la batalla contra mi padre. Pero si algo sale mal, si hago
daño a alguien mientras estoy perdida en la sirena… estoy caminando por
una línea muy fina.
Cuando vuelvo a aparecer al lado de Riden, no dice nada, sólo me
sigue por debajo de la cubierta. Una presumida Niridia ha ordenado a todos
los demás hombres que se tapen los oídos con cera. Sorinda nos espera en el
calabozo, fuera de mi celda acolchada.
—¿No suele ayudarte Mandsy con esto? —pregunta Riden,
sorprendido al ver a la asesina.
—Si las cosas se descontrolan, Sorinda está aquí para ponerles fin.
—¿Quieres decir que ella está aquí para acabar conmigo si me pongo
bajo su control?
—No —salto, horrorizada por su tono de aceptación, de que piense
que yo permitiría tal cosa—. Ella está aquí para asegurarse de que no te
haga daño. —Imbécil. Mis ojos se lanzan hacia abajo antes de volver
inmediatamente a su cara—. Ve a ponerte una camiseta antes de que
empecemos.
—Hace calor —dice, y puedo adivinar lo que está pensando. Esto va
a ser miserable. Lo menos que puedes hacer es dejarme estar lo más
cómodo posible.
Tengo dos opciones. Puedo dejar que piense que estoy siendo
irracionalmente cruel, o puedo explicarle las cosas. Insiste en que nunca me
abro con él.
Bien. Le explicaré las cosas.
—Las sirenas quieren dos cosas de los hombres. Oro y placer. ¿Tienes
algo de oro encima?
—No —respira.
—La sirena que hay en mí te haría gemir de placer mientras te
agujerea con un cuchillo. Te desnudaría y te vería bailar hasta que tus pies
se desintegraran hasta el hueso. Una vez que la hayas aburrido en vida,
disfrutará bailando con tu cadáver bajo el mar. ¿Quieres que te diga lo
mucho que le deleita ese pensamiento? Ya lo ha pensado contigo.
Un silencio estrepitoso es todo lo que tengo como respuesta.
—No lo has pensado. Ponte la camisa. No la hagamos pasar más
hambre de la necesaria.
Sale del calabozo, y cuando regresa, tiene una expresión más severa
en su rostro. Pero al menos su mitad superior también está cubierta ahora.
Entro en mi celda acolchada y le entrego a Sorinda mis armas, mi corsé,
mis botas. Todo lo que contenga metal, todo lo afilado. Todo lo que la
sirena puede utilizar para intentar escapar. Me encierra, luego hace lo
mismo con Riden, haciéndole entregar sus armas, y lo encierra en la celda
de enfrente, donde no puedo alcanzarlo.
Pero podré escucharlo.
—En la isla con Vordan —digo—, cuando me metió en esa jaula y me
obligó a cantarte, me mantuviste lo suficientemente cuerda como para hacer
lo que me pedía, para que no te matara. Deberías haber muerto. Nunca he
permanecido tan cerca de los humanos después de reponer mis habilidades.
Esos piratas me echaron agua, obligándome a adsorberla una y otra vez.
Pero sólo con hablarme, mantuviste mi cabeza despejada. Me costó un poco
de esfuerzo. Pero creo que, hacia el final de nuestra estancia en la isla, era
más fácil. Acumular mi poder es diferente a estar sumergida bajo el mar con
todo ese poder fluyendo sin cesar a través de mí. Pero empezaremos poco a
poco y trabajaremos hasta llegar a la cima. Si es que se puede progresar. —
añado.
—Y siempre que no muera —dice.
Sorinda saca su estoque de la vaina.
—No vas a morir. No en mi guardia.
—Te prometo que esto no va a ser más divertido para mí que para ti.
—Le aseguro.
Ahora mismo mi poder está al máximo, así que canto para expulsar
algo de él. No estoy encantando a nadie. Mi canción no tiene por qué ser
una orden. Riden se estremece de todos modos. Finjo no darme cuenta.
Cuando lo he agotado un poco, meto un dedo en el agua. Casi le pregunto a
Riden si está preparado o no, pero me doy cuenta de que ni él ni yo
estaremos nunca preparados para esto.
Tiro del agua a través de mi piel, dejo que me llene. Es como tomar
un trago de agua fresca en una garganta reseca. La forma en que las
habilidades agotadas dentro de mí anhelan fuerza y poder. Anhelan el agua.
Observo mi entorno con ojos nuevos. Ojos que pueden ver las fibras
individuales de la madera en las paredes, las manchas en el suelo, las motas
de oro en los ojos del hombre humano frente a mí. Los humanos me han
vuelto a atrapar, pero esta vez han tenido la amabilidad de dejarme alguien
con quien jugar.
—Alosa —dice con firmeza, como si fuera una orden. Humano inútil.
Ninguna criatura me da órdenes.
—Alosa. —Lo dice de nuevo, pero esta vez es diferente. Es suave,
suplicante.
Donde antes sólo había otro humano, ahora está Riden.
Mi Riden.
Mío.
La sirena sigue empujando al frente. Es despiadada y brutal.
Hambrienta de su propio disfrute. Hambrienta de poder. Pero coloco una
jaula en mi mente, y la pongo detrás de ella. No la necesito ahora.
—Soy yo —digo.
Riden deja escapar un largo suspiro.
Estoy acostumbrada a la sirena después de tratar con ella todos estos
años. Es muy extraño. Porque yo soy ella. Cuando tomo el agua, me
convierto en una criatura sin conocimiento de mi existencia humana, sin
conocimiento de los que me importan ni de mis aspiraciones humanas. Me
convierto en lo que habría sido si nunca hubiera conocido la vida sobre el
mar.
Es aterrador saber que podría perderme en ella. Pero no ocurrirá aquí.
No en un entorno que controle. Me reconforta el entorno familiar del Ava-
lee. Pero lo que más me preocupa ahora es Riden. Parece estar bien, a pesar
de lo que acabo de hacerle pasar. Me atrevo a hablar.
—Antes —digo—, cuando estaba reponiendo mis habilidades y tú
desobedeciste las órdenes al venir a observarme, no hablaste. Y yo no entré
en razón. Seguí siendo una sirena todo el tiempo. Me pregunto si es tu voz,
de alguna manera, la que lo hace.
—¿Y cuando estás bajo el agua? —pregunta—. Entonces no puedo
hablarte, pero aun así has conseguido volver a tus sentidos tres veces
diferentes.
—Tienes razón. Esas veces, tú...
—Te besé —completa.
Sorinda sigue tan apática como siempre mientras Riden continúa
hablando.
—Cuando nos salvaste de Vordan, me sostuviste bajo el agua. Pensé
que iba a morir, y el último pensamiento que recuerdo fue que quería
besarte una vez más antes de que eso sucediera.
Nunca me dijo eso antes de ....
—Fue entonces cuando volví en mí —digo, recordando—. Y cuando
te caíste al agua durante la tormenta, te estabas ahogando de nuevo. La
sirena acercó sus labios a los tuyos para darte aire, para que no murieras
antes de que ella pudiera divertirse. Fue entonces cuando volví a ser yo
misma.
—Y luego, durante la batalla —dice Riden—, puse mi frente sobre la
tuya. No fue un beso, pero estuvo cerca.
Le miro fijamente a través de los barrotes.
—¿Por qué hiciste eso? No podías saber lo que estaba intentando.
—De alguna manera, pensé que, si podía acercarme a ti, tal vez no
moriríamos.
No es sólo la sirena la que reacciona ante Riden, entonces. De alguna
manera, él también sabe cómo manejarla.
—Vamos de nuevo —digo, sumergiendo mi dedo en el agua una vez
más.
Riden no se opone, así que lo meto.
***
Riden y yo practicamos durante horas. Cada vez, todo lo que tiene que
hacer es decir mi nombre, y soy yo de nuevo. No puedo explicarlo. Él no es
el único que me ha hablado mientras era la sirena. En el pasado, mi padre
me mantuvo contenida mientras yo acumulaba mis habilidades. Su voz no
me hizo volver en sí. Tylon me ha visto como sirena y ha intentado hablar
conmigo. Eso tampoco hizo nada por mí. Wallov y Deros lo han hecho.
Algunos otros capitanes en el torreón.
Nada.
Es Riden. Sólo Riden.
Capítulo 16
La cosa estuvo reñida, ¿no? La próxima vez que nos encontremos, Alosa, te
enfrentarás a toda la fuerza de la Calavera del Dragón y a mi flota. Las
cosas serán diferentes entonces.
***
Quería darle un descanso a Riden después de lo que logramos ayer.
Estar cerca de mí mientras uso mis habilidades no es fácil para él. Pero la
necesidad de resolver las cosas se ha vuelto más urgente que nunca.
Suspiro, aliviada cuando Riden no me hace ningún reproche después
de que le diga que tenemos que volver a practicar inmediatamente. Sin
embargo, debe notar que estoy nerviosa, porque una vez que llegamos al
calabozo me pregunta:
—¿Qué pasa?
—Podemos ver la flota desde la cofa. Padre está llevando a sus
hombres al límite para atraparnos.
—Entonces será mejor que estemos preparados.
Bajo la mirada de Sorinda, pasamos el resto del día aprendiendo el
alcance de mi control sobre la sirena que hay en mí. Riden intenta salir de la
habitación -con los oídos tapados, por supuesto- para ver si la distancia
afecta a la respuesta que la sirena tiene hacia él. Lo hace. Tiene que estar en
mi línea de visión, o la sirena bloquea sus gritos.
Trata de llamarme cada vez más en voz baja, hasta que no dice nada
en absoluto, con la esperanza de que finalmente baste con mirarle. Pero eso
no la mantiene a raya. Es su voz mientras está en al alcance de mi vista.
Nada menos.
Tenía la esperanza de que tal vez, con la práctica, podría aprender a
controlarla por mi cuenta. Pero después de tres días más con los mismos
resultados, me veo obligada a renunciar a esa idea. Aun así, mientras Riden
esté cerca, puedo reponer mis habilidades y recuperar mis sentidos
inmediatamente. La próxima vez que me enfrente a mi padre en una batalla,
no tendré que preocuparme por lo que haré cuando mis habilidades se
agoten. Puedo reponerlas sin miedo a que la sirena se haga cargo mientras
pueda oír a Riden, hasta que me fallen las fuerzas o todos los hombres de
mi padre estén muertos. Lo que ocurra primero. Aun así, es demasiado fácil
para nuestros enemigos taparse los oídos. No es suficiente.
Este es sólo el primer paso. El verdadero reto será seguir siendo yo
misma mientras esté rodeada del agua del océano. Necesito estar en el mar
y seguir siendo yo.
***
La flota desaparece más allá del horizonte, y no puedo decidir si es
mejor o peor no saber dónde están. Aun así, no poder verlos significa que
hemos ganado más terreno. Quizá por eso retraso el siguiente paso en el
aprendizaje del nuevo control que puedo ejercer sobre mis habilidades con
Riden.
Es más que por la flota. No puedo presionar a Riden demasiado
rápido. Él necesita tiempo para afrontarlo. Es una mentira que me digo a mí
misma. En realidad, Riden parece sentirse más y más cómodo con la sirena
cuanto más tiempo pasa con ella. Y aunque, por supuesto, tengo en cuenta
sus sentimientos, la verdad es que estar en el agua me aterroriza. Hay tanto
daño que ella puede hacer. Tanta gente a la que puede lastimar en este
barco. Estoy absolutamente petrificada de ser ella y correr el riesgo de
perderme en el mar para siempre.
Pero mientras la amenaza de deshidratación se cierne cada vez más
sobre nuestras cabezas, se me acaban las excusas. Kearan cree que
deberíamos llegar a la isla en cualquier momento.
En la cubierta, él y Enwen se cuelgan de la barandilla, mirando con anhelo
la extensión plana de agua.
—Tiene mejor aspecto que sabor —les aseguro.
—¿Por qué, pero por qué, el mar contiene sal? —pregunta Enwen.
—Para volvernos locos. —responde Kearan.
—Dejad de mirarlo —les aconsejo—. Vayan a distraerse.
Como si lo hubieran coordinado de antemano, los dos se dan la vuelta
y se desploman en la cubierta simultáneamente. Puede que no sobrevivamos
para llegar a esa isla.
Me dirijo a las cocinas, buscando a Trianne. Tiene el último barril de
agua bajo llave en uno de los almacenes. Confío en que mi tripulación no
robará más que su parte cuando se trata de oro. Pero el agua es un asunto
completamente diferente. La falta de agua afecta a la mente de una persona.
—¿Cuánto queda? —pregunto.
Ella sabe inmediatamente a qué me refiero.
—¿Si seguimos con estas porciones? Cinco días.
Cinco.
—Empieza a servir el ron con la cena en lugar del agua. —Le pido.
No sólo nos dará más tiempo en el mar, sino que ayudará a la tripulación a
dormir por la noche con la garganta sedienta.
—Eso nos dará una semana más, tal vez. Hay que dar las gracias a las
estrellas, Kearan lo dejó. Si no, ya estaríamos sin nada.
—Eso es verdad.
Le doy una palmada en el hombro antes de salir de la galera.
—¡Han vuelto!
El grito es silencioso desde aquí abajo, pero sé que es Roslyn. Ella
debe referirse a los barcos. La flota.
¿Está jugando conmigo? No me extrañaría que mi padre diera a sus
hombres un respiro lo suficiente como para que me sintiera segura sólo para
acelerarlos de nuevo y despistarme. A él le gustan los juegos, y en este
momento, la única ventaja que tengo es poder reponer mis habilidades sin
tener que encarcelarme y esperar una noche.
No es suficiente. Lo sé. Sé lo que tengo que hacer a continuación.
Me tiemblan las piernas sólo de pensarlo, pero me obligo a dar los
pasos necesarios. Primero localizo a Sorinda y le doy órdenes. Luego voy a
mi camarote a cambiarme. Finalmente, busco a Riden. Está charlando con
Wallov en el calabozo cuando lo encuentro. Probablemente están demasiado
abajo para haber oído el grito, y cuando empiezo a captar el tema de su
conversación, decido no interrumpirlo de inmediato.
—Cuidar de una niña es un trabajo duro —dice Wallov—, sobre todo
cuando es demasiado pequeña para andar sola. Pero no cambiaría a Roslyn
ni por todo el oro del mundo.
—¿Alguna vez es incómodo ser padre de una hija? —pregunta Riden.
—Todavía no lo ha sido, pero temo las conversaciones que tendremos
cuando sea un poco mayor.
—No temas, Wallov —intervengo, alertando a los dos hombres de mi
presencia—. Hay toda una tripulación de mujeres para ayudarla con eso.
—Bien —respira, el alivio es evidente en su voz—. Realmente
esperaba eso.
—Siento interrumpir —digo, mi voz adquiere un tono más urgente—,
pero necesito a Riden. —Él ladea la cabeza y me apresuro a añadir algo más
a mi declaración—. La flota ha vuelto. Es hora de dar el siguiente paso.
Las expresiones desenfadadas de sus rostros flaquean. Wallov se
apresura a subir para estar cerca de su hija mientras ella hace su trabajo.
—Sígueme. —pido a Riden.
Cuando me ve dirigirme hacia las escaleras, pregunta:
—¿Arriba? ¿No estaremos en el calabozo?
—Hoy no.
Me sigue sin más preguntas, y me encuentro recordando su
conversación con Wallov, a pesar de la amenaza que supone la flota.
—¿Piensas tener hijos pronto? —pregunto una vez que estamos arriba
y nos dirigimos a mi camarote.
Niridia me lanza una mirada calculadora y asiente con la cabeza
cuando ve que estoy con Riden. Su mano herida está sostenida por un
cabestrillo alrededor del cuello.
—No pronto —responde—, pero algún día. Antes no lo creía posible
con esta vida. Pero aquí, en esta nave, un niño estaría a salvo. Bueno,
probablemente no tan seguro como en tierra, pero lo suficientemente seguro
con esta tripulación alrededor.
Mi mente da vueltas ante esta revelación. ¿Riden engendrando un
hijo? No puedo entenderlo, y mi mente lo está pasando peor de lo normal
con mi padre en el punto de mira.
—¿No te gustaría tener un hijo algún día? —pregunta.
La pregunta pone a Roslyn y a mi padre en el mismo espacio de
pensamiento en mi cabeza, y me estremezco antes de encontrar una
respuesta.
—Sinceramente, nunca lo he pensado.
—¿Nunca?
—No. Ya cuido de toda una tripulación. No veo cómo encajaría un
niño en la mezcla.
—Me imagino a una niña de pelo feroz haciendo estragos en este
barco, encerrando a sus muñecas en el calabozo cuando se portan mal. —
Me río—. Probablemente sólo puedas tener hijas, ¿no? ¿No hay varones?
Supongo que tampoco había pensado en eso.
—Probablemente. ¿Pero serían como yo? ¿O serían... humanos? —
Casi digo normal.
—¿Importa? —pregunta.
La confusión me desgarra. A regañadientes se permite estar en
presencia de la sirena. ¿Por qué no se preocuparía de que un niño que yo
haya engendrado tenga también una sirena en su interior? La falta de agua
se le está subiendo a la cabeza. Está alucinando.
Sorinda ya nos está esperando en mi cuarto de baño. Él echa un
vistazo a la bañera llena de agua salada.
—¿Hablas en serio?
—Mucho.
—¿Cuál es el plan, exactamente?
—Me meto en la bañera, me pongo en plan sirena, y tú intentas
traerme de vuelta.
—No estás contenida —dice.
—La bañera está atornillada al suelo. No puedo trasladarla al
calabozo.
Debe percibir lo nerviosa que estoy, lo mucho que no quiero hacer
esto, porque a continuación dice:
—Está bien. Métete en el agua.
Me quito las botas y cualquier otro objeto peligroso. Me quedo sólo
con una blusa negra y unos leotardos. Decidí que lo mejor era no vestir de
blanco ya que sabía que me iba a empapar delante de Riden.
Entro en la bañera, cada músculo de mi cuerpo se tensa ante el
contraste. El agua está fría, lo que hace que se produzcan pinchazos a lo
largo de mi piel. Mi propia mente se vuelve traidora y me ruega que
absorba el agua, deseando el poder, la seguridad y la revitalización que
conlleva. Sé que en cuanto me permita sentarme, el agua me consumirá, y
seré incapaz de asimilarla. Ser la sirena es no tener nunca miedo. No tener
nunca hambre ni sed. No dudar ni preocuparse jamás. No temer nunca. Es
una existencia diferente a cualquier otra. Despreocupada y maravillosa. A
veces la anhelo, pero también sé que con ella viene la falta de todo lo
humano. Me hace olvidar a todas las personas a las que quiero tanto.
No quiero olvidar, pero necesito la sirena para vencer a mi padre.
Estoy segura de ello de una manera que no puedo explicar. Si tan sólo
puedo fusionar las dos mitades de mí misma para lograrlo.
Me dejo hundir en el agua. Mi preocupación se transforma en
confianza. El cansancio se convierte en fuerza. Me tumbo, dejando que el
poder me envuelva. Levanto los brazos para estirarme, para nadar, pero
chocan contra el metal.
¿Qué...?
Esto es un contenedor. No es el mar. No, puedo sentir mi precioso
océano debajo de mí, separado de mí por metros de madera. Bajar a rastras
no es una opción. Tengo que salir del agua para llegar a mi verdadero hogar.
Una voz me llama desde arriba.
—Alosa, sal del agua.
La voz es masculina. El mismo hombre de antes. El guapo. El que aún
no he conseguido convertir en cadáver. Levanto la cabeza fuera del agua, le
miro con los ojos que ven mucho mejor bajo el mar.
—¡Ningún humano me da órdenes!
Espero que se acobarde, que se encoja. Pero, en todo caso, se
mantiene más firme.
—Una parte de ti también es humana. Déjala salir.
Me pongo de pie y mis ojos se posan en la salida. El humano se
interpone entre ella y yo. Levanto el primer dedo, examinando la garra
puntiaguda del extremo.
—Creo que voy a trazar una línea en tu garganta. Te gustaría,
¿verdad?
Mi lengua se enrosca alrededor de una nota dulce, dejando que mi
voluntad se convierta también en la de este hombre.
—Sí —dice con entusiasmo, extendiendo su cuello hacia mí.
Podría hacer los más preciosos dibujos rojos sobre ti, canto. Me
encanta decidir por dónde empezar. ¿Por ese torso musculoso? ¿Por tus
piernas delgadas?
Pero estar lejos del mar es como tener un incómodo picor, necesito
apresurarme a volver a él. Supongo que tendré que llevarlo conmigo. Salgo
de la bañera. Y siseo entre los dientes cuando un dolor al rojo vivo me
atraviesa el brazo. Hay otra humana en la habitación. Una mujer oculta a mi
vista hasta ahora. Su espada gotea con mi sangre. Voy a arrancar el brazo
que sostiene esa espada. Pero antes de que pueda moverme, un cuerpo se
aprieta contra mi espalda. Un brazo me rodea la cintura, el otro me cruza
los hombros y el pecho. Una barbilla se apoya en mi hombro, presionando
una mejilla desaliñada junto a la mía.
—No le harás daño a los que amas, Alosa —dice Riden—. No
mientras siga respirando.
Mis piernas pierden su fuerza. Caería al suelo si Riden no siguiera
sujetándome. Las lágrimas se me clavan en los ojos, pero no se derraman.
Se me revuelve el estómago al pensar en lo que casi he hecho. A Riden. A
Sorinda. Al resto de la tripulación. Podría haberlos matado a todos.
—Soy yo —murmuro en voz baja, temblando.
El movimiento hace temblar también a Riden. Absorbo el agua que
aún se aferra a mi ropa, pensando que tal vez sólo tengo frío. Pero el
temblor no cesa.
—Hemos terminado por ahora. —le digo a Sorinda—. Puedes irte.
—Mandaré llamar a Mandsy. —responde ella, señalando el corte que
me ha hecho.
—No, yo lo curaré. Creo que necesito... procesar adecuadamente lo
que ha pasado.
No discute. Me encanta eso de Sorinda. Se va en silencio. Ni siquiera
oigo la puerta cerrarse tras ella.
—Tú también puedes irte —le digo a Riden, que todavía se encuentra
detrás de mí.
—Todavía no. —responde, abrazándome mientras espero a que el
temblor disminuya.
—No volveremos a hacer eso. —Le digo cuando me relajo.
Él afloja su abrazo y deja que una de sus manos frote círculos en mi
espalda.
—Sí, lo haremos.
Me vuelvo contra él, rompiendo su agarre por completo.
—¿Cómo puedes decir eso? No te ha gustado nada de esto desde el
principio. Sólo lo hiciste porque eres demasiado desinteresado para tu
propio bien.
—Me importa esta tripulación. Y a ti también. Por eso tenemos que
volver a intentarlo. Hasta que consigamos controlar esto, al igual que hemos
hecho con la reposición de tus habilidades.
—Tuve un exceso de confianza. Pensé que sería más fácil porque
habíamos practicado mucho antes. Pero esto fue diferente. Casi os mato a ti
y a Sorinda. Entonces habría estado suelta en esta nave. No quiero ni
imaginar el daño que podría haber hecho.
—Pero no lo hiciste. —dice, tratando de alcanzarme.
—¡Por qué intentas tocarme! —Le grito, perdiendo la compostura—.
Te doy asco. Mis poderes te aterrorizan. No soportas estar cerca de mí. No
tienes que fingir.
Riden se congela en su sitio.
—¿Es eso lo que piensas?
—Es lo que sé, Riden.
—¿Y supongo que conoces mi mente mejor que yo?
—Está bien, Riden. Puedo soportar la verdad.
Se lleva una mano a la cara, como si tratara de borrar la tensión que
hay allí.
—No te odio a ti ni a tus habilidades, Alosa. Sólo necesitaba tiempo
para adaptarme a ellas. Para superar todo lo que me pasó en el pasado.
Me quedo en silencio por un momento. El horror de lo que casi hago
aún se arremolina en mi interior, como una tormenta que espera ser
desatada. Hay demasiadas cosas que estoy sintiendo en este momento.
Demasiado para que me quede callada.
—No puedo superar la forma en que actuaste cuando te salvé. —
confieso—. Hiciste que pareciera que le canto a los hombres por puro
placer, como si fueran muñecos con los que puedo jugar. Ya deberías saber
que el único momento en que uso mi voz es cuando necesito proteger a mi
tripulación. Eso te incluye a ti. Cuando te caíste al mar, no pensé, Riden. No
recordé nuestro trato. Lo único en lo que podía pensar era en el hecho de
que estabas en peligro. Actué. Salté.
Mi voz gana fuerza mientras hablo, mientras lleno las palabras de
significado, de emoción. Como lo hacen los humanos, no las sirenas.
—Pero, aunque me hubiera parado a pensar —continúo—, habría
tomado la misma decisión. No puedo evitarlo. Cuando se trata de ti, no
tengo control sobre mis acciones.
Son las mismas palabras que me dijo después de que escapáramos de
la isla caníbal. Puedo ver por su cara que él también lo recuerda.
—Lo sé. —responde—. Sé que nunca utilizas tus habilidades para
divertirte. No es tu forma de ser. En ese momento, no podía ver eso. Era
más fácil creer que me estabas manipulando como hacía mi padre, que
pensar que me estabas salvando porque realmente te importaba. No puedo
retractarme de la forma en que actué después de que me salvaste. Pero,
sinceramente, esto —señala el agua salada de la bañera— estos momentos
en los que trabajamos para controlar tus habilidades, me han ayudado a
crecer tanto como a ti. Eres perfecta tal y como eres —continúa—, y no
cambiaría nada de ti.
Quiero acercar su cara a la mía. Besarlo hasta que no pueda respirar.
Sus ojos se intensifican y me doy cuenta de que está pensando lo mismo.
Me hace sentir un calor abrasador hasta los dedos de los pies. Riden respira
profundamente.
—Lo estás haciendo de nuevo, Alosa. Esta vez estás furiosa contigo
misma. Te sientes culpable por lo que podría haber pasado. Y buscas una
distracción.
¡Y qué! Quiero estallar. ¿Cómo puede leerme tan bien? ¿Por qué
mantiene a raya a la sirena? ¿Qué tiene este maldito hombre? Antes de que
pueda decir nada, sus ojos se posan en mi brazo. Donde Sorinda me cortó.
—¿Puedo ayudarte con eso? —me pregunta.
Si espera que mantenga mis manos para mí, entonces no.
—Yo me encargo. ¿Podrías decirle a Niridia que envíe a alguien para
que saque el agua de mi bañera?
—Por supuesto.
Y se va. Me dirijo a mi armario y me vendo la herida sola.
Capítulo 17
***
Al día siguiente, toda la tripulación observa cómo se acerca la isla. Y
la pasamos de largo. Niridia apenas puede soportar hablar conmigo o
repartir mis órdenes, está tan furiosa. Mandsy está en la enfermería con más
pacientes agotados. Sorinda se queda a mi lado, en la sombra, pero cerca,
no obstante. Un apoyo físico. Es demasiado esperar que llueva. No hay ni
una nube en el cielo. El agua no vendrá por ahí. Nos quedan días. Sólo días.
Niridia se acerca a mí otro día después, cuando la isla está a nuestras
espaldas cerca de la flota.
—Niridia…
—Silencio —me suelta.
Le dirijo una mirada de advertencia.
—No, Alosa —dice—. Voy a hablar. Parece que soy la única voz de
la razón en esta nave estos días. Riden me dice que te niegas a practicar con
tus habilidades bajo el agua.
—¡Claro que me niego! Casi mato a todos, la última vez.
Me agarra bruscamente por el brazo y me arrastra hacia la popa. La
tripulación la observa, y yo intento decidir cómo ponerla en su sitio sin
bajar más la moral. La tripulación no puede ver a su primer oficial y a su
capitana enfrentadas. Pero ella me suelta antes de que pueda pensar en algo
que decir o hacer. Señala con un dedo delante de nosotros.
—¡Flota! Justo ahí. Nos quedamos sin opciones. —Doy un paso atrás
de ella—. Nuestras opciones son la muerte, la muerte o la muerte —ruge
ella—. ¡Ve a hacer algo útil! ¡Necesitamos la sirena! En el peor de los
casos, ella da a todas las mujeres una muerte rápida. En el mejor de los
casos, utiliza su nuevo control para encontrar una manera de salir de este
lío. Has hecho que parar por agua sea imposible ahora. Esta es nuestra única
opción.
Gruño.
—Maldición, Riden.
—Él es lo único que nos ha mantenido vivos hasta ahora. Le debo la
vida gracias a lo que le hace a la sirena. Ahora la necesitamos de nuevo.
Con todos mirando, me doy cuenta de que no tengo elección. Voy a
tener que arriesgarme a matarlos a todos y a odiarme después. Tengo que
arriesgarme por ellos.
***
—Me delataste —le digo a Riden cuando lo encuentro debajo de la
cubierta.
—Tú me hiciste lo mismo la última vez.
—¡No veo cómo ustedes dos esperan resultados diferentes a los de la
última vez! Van a pasar cosas malas.
Me siento cerca de la histeria. No veo un final feliz para ninguno de
nosotros.
—Ya he pensado en eso —dice. Le miro bruscamente—. Si no me
hubieras echado de tu habitación anoche, habría tenido tiempo de
explicarte.
Quiero gritarle, pero cierro la boca, dispuesta a escuchar.
—Estaré cerca de ti todo el tiempo —dice—. La última vez, sólo tuve
que tocarte, poner mi cara junto a la tuya, y volviste a ser tú misma. Esta
vez, te mantendré cerca mientras te sumerges. No harás daño a nadie. Y tú
misma no saldrás herida.
Es una buena idea.
El miedo sigue ahí. Estoy absolutamente aterrorizada de que vaya a
lastimar a alguien. Pero también estamos desesperados. Y Riden parece tan
seguro de que puede ayudarme esta vez.
Y confío en él.
Esa constatación es un shock, y me decido. Sorinda y Mandsy llenan
la bañera. Me preparo, tanto mental como físicamente. Sin metal. Nada de
cordones. Sin alfileres ni adornos para el pelo. Inspirar. Exhalar. Intenta no
matar a nadie.
Mandsy se queda cuando la bañera está llena para ayudar a
mantenerme a raya en caso de que las cosas vayan mal. Esta vez decido que
dos chicas preparadas para actuar si algo va mal son mejores que una. Me
preocupa que Mandsy no sea lo suficientemente despiadada como para
herirme (o más) si es necesario. Sé que puedo contar con Sorinda para hacer
lo que hay que hacer, pero cualquier otra podría dudar. Y un momento de
vacilación es todo lo que necesito para hacer un daño serio. La próxima vez,
la sirena puede no estar de humor para jugar. Tal vez vaya a por la matanza
de inmediato.
Me meto en la bañera, con los dedos de los pies desnudos que se
enroscan por la promesa de poder que los acaricia. Casi salto cuando Riden
se mete conmigo. Sé que este era el plan, pero ¿y si no funciona? ¿Y si lo
ahogo? ¿O le rompo el cuello? Estoy nerviosa, incómoda, agotada por todas
las presiones externas. Él debe sentirlo.
—Relájate —dice.
—Relájate tú —le digo—. Eres tú quien está a punto de morir.
Sacude la cabeza.
—Ven aquí. —Antes de que pueda escuchar, me atrae hacia sus
brazos—. Quédate a mi lado. Ahora siéntate.
Es incómodo intentar hacerlo con él pegado a mí, pero lo
conseguimos. Cada centímetro que descendemos, el agua se vuelve más y
más irresistible. Estoy tan ansiosa, tan cansada de todo, y el agua promete
aliviarlo. Cuando me llega a la cintura, ya no puedo evitarlo. Dejo que
entre.
Y con la cara de Riden justo pegada a la mía, la sirena ni siquiera sale
a la superficie. Se queda lejos, justo donde la quiero. Dejo que mi cabeza se
hunda bajo el agua, y Riden, como si percibiera que soy yo todo el tiempo,
me deja hacerlo. Tras un minuto de descanso en la base de la bañera, vuelvo
a la superficie, salgo de la bañera, me vuelvo a meter en el agua y sonrío.
—Otra vez.
Tras unos cuantos intentos más con los mismos resultados, Mandsy y
Sorinda salen de la habitación. No las necesito. Riden es la clave.
Me vuelvo a secar después de la quinta vez y le lanzo a Riden una
toalla. Se alborota el pelo con ella y se escurre la ropa sobre la bañera.
—Todo este tiempo —digo mientras me vuelvo a poner el corsé—,
sólo te necesitaba cerca y que me mantuvieras humana.
—¿Por qué crees que es eso?
Todavía no lo sé. Quizás no estoy preparada para saberlo aún. No con
el peligro acechándonos.
El peligro está tan cerca.
La flota está cerca.
La flota tendrá agua.
—Riden, tengo una idea.
Capítulo 18
***
Los oigo en la cubierta, sus risas y cantos. Alguien más debe sacar el
laúd de Haeli y entonar una canción. Me calienta el corazón pensar en cómo
la están honrando. Manteniendo vivo lo que más amaba. Estoy muy
cansada, todavía vestida con mi corsé y mis botas. Me quito estas últimas y
me dirijo a mi armario.
Llaman a la puerta.
Espero que Niridia no tenga malas noticias para mí.
—Pasa. —digo, buscando algo de ropa de dormir.
Me detengo cuando veo que no es Niridia, sino Riden quien entra en
mi habitación.
—¿No estás cansado? —Le pregunto. Hoy me he alimentado del mar
durante horas, así que, si yo tengo sueño, él debe estar agotado.
—No creo que pueda dormir ahora mismo. —responde.
—¿Por qué no? —Me alejo del armario y le miro de frente.
—No puedo dejar de pensar en lo que hemos hecho juntos. Todo lo
que hemos practicado. No puedo dejar de preguntarme por qué soy yo el
que te mantiene humana.
El corazón me late como un loco en mi pecho, pero me encojo de
hombros.
—Uno de los misterios de la vida.
Vuelvo a centrar mi atención en la ropa que tengo delante, pero sus
pasos se acercan. Se detiene ante mí, interponiéndose entre mi armario y yo.
De repente, cualquier deseo de dormir se desvanece.
—Creo que tienes una idea. —dice—. ¿Por qué no la compartes
conmigo?
—No sé por qué sucede. —susurro.
Pero es una mentira. Una gran mentira.
—¿Por qué yo? —susurra él, tan suavemente. Tan sensual.
Sin intentarlo, la verdad surge en mi mente.
Porque me amas, me doy cuenta, pero no lo digo en voz alta. Por eso.
Esa relación especial, más poderosa que cualquier otra cosa. Lo más
humano que existe. Eso es lo que hace.
—¿Alosa?
—Tengo una relación diferente contigo, que no tengo con cualquier
otra persona.
—Diferente. —repite, divertido—. ¿Diferente cómo?
—Tú lo sabes.
—Quiero oírte decirlo.
Tal vez sea la emoción de poder seguir siendo yo misma mientras
estoy bajo el agua. Tal vez sea la comprensión de por qué es capaz de
mantenerme humana. O la comprensión de que, le ponga nombre o no, esa
relación entre nosotros está ahí. Sólo tengo que elegir si la quiero o no. Él
ha sido muy abierto conmigo. Si quiero dar este salto con él, es mi turno.
—Creo que me amas. —Le digo.
—Lo hago.
—Y yo creo que te amo.
—¿Crees?
—Lo sé.
Se acerca aún más a mí. Una mano se desliza por mi brazo desde la
muñeca hasta el hombro. Agarra un mechón de mi pelo y lo hace girar
alrededor de uno de sus dedos antes de llevárselo a los labios.
—¿En qué estás pensando ahora mismo? —pregunta.
—Sólo en ti.
En nada que me preocupe o me frustre. Sólo en Riden.
Desliza su mano hasta mi nuca para acercar mis labios a los suyos.
Me besa suavemente, lánguidamente, saboreándome cada vez que nuestros
labios se conectan. Me derrito bajo esa presión, pero consigo tirar de su
camisa aún húmeda. Me ayuda a quitársela. Paso las manos por su pecho
liso. Un torso tan perfecto como el de Riden nunca debería estar cubierto.
Sus labios se deslizan hasta mi garganta y yo inclino la cabeza hacia
atrás. Me apoya sus manos en la parte baja de mi espalda.
—¿Y qué pasa con ese chico? —pregunta.
—¿Hmm?
—Tu amante.
—Oh, mentí sobre eso. No soporto a Tylon.
Se aleja lo suficiente para mirarme a los ojos.
—¿Por qué hiciste eso?
—Estabas siendo cruel, y quería ponerte celoso.
—Creo que podríamos discutir sobre quién estaba siendo más cruel en
ese momento.
Sonrío y acerco mis labios a su hombro.
—¿Dices que ha funcionado?
En lugar de responder, me levanta con una mano bajo cada muslo y
me apoya contra la pared. Sus labios vuelven a estar sobre los míos, esta
vez duros e implacables. Lo rodeo con mis piernas en su espalda. Mis
brazos se cierran alrededor de su cuello. Apenas puedo respirar y no me
importa. El aire no es lo que necesito para vivir. Es él. Siempre ha sido él.
¿Por qué he tardado tanto en darme cuenta?
Riden me pone de nuevo en pie para poder recorrer mi cuerpo con sus
manos. Se deslizan por mis costados, por mi pelo, por mi espalda. Esta es la
parte en la que normalmente corto lo que estoy haciendo. Esta vez no. No
hay razón para no besar a Riden. No hay razón para no dejarle entrar. No
hay razón para no confiar en él. Él es lo que quiero.
Lo hago girar, plantándolo contra la pared. Mordisqueo sus labios, los
recorro con la lengua, escucho su respiración entrecortada y siento cómo se
tensan sus músculos. Sin romper el beso, empiezo a tirar de él hacia atrás,
hacia la cama. Pero debo de haber ido demasiado despacio, porque me coge
de nuevo y me lleva hasta el final.
Me deja sobre ella, se tumba encima de mí, pero la presión de sus
labios nunca se suaviza, nunca se detiene, y no quiero que lo haga.
Me doy cuenta de que mi corsé se está aflojando. Sus dedos, tan
hábiles y ligeros como una pluma, tiran de las cuerdas, deslizándolas de un
agujero a otro. Cuando por fin consigue abrirlo, me pasa los dedos por el
vientre, que ahora sólo está cubierto por una fina blusa. Sus labios
abandonan los míos. Estoy a punto de protestar cuando siento sus manos de
nuevo en el lugar donde estaban. Bajan y siento que la blusa se levanta
lentamente. Cierro los ojos, inundada de sensaciones. Riden se detiene con
sus labios en mi ombligo. Y se incorpora.
—¿Qué estás haciendo? —Le pregunto—. Vuelve aquí.
No me mira. En lugar de eso, se dirige a la puerta.
—Riden...
Es entonces cuando lo oigo.
El canto.
Oh, diablos.
Capítulo 19
***
El canto va y viene mientras navegamos, pero no nos atrevemos a
permitir que los hombres se destapen los oídos. Ni por un instante.
Pasa una semana completa antes de que la Isla de Canta esté a la
vista. Una semana entera sin hablar con nuestros hombres. Una semana
completa sin poder hablar con Riden.
Ahora observo la isla a través de mi telescopio. Los árboles cubren el
lugar, haciendo imposible ver nada más. Otra selva como la isla por la que
pasamos en nuestra búsqueda de agua. En un trozo de pergamino, escribo:
Mira si puedes encontrar algún lugar fuera de la vista para echar el
ancla.
Kearan lo lee y asiente. Riden está a mi lado en el castillo de popa.
No habla; no podría oír mi respuesta, aunque lo intentara. Pero su presencia
es un consuelo. Cuanto más nos acercamos a la isla, más fuerte es el canto.
El canto que nos interrumpió a Riden y a mí.
Supongo que podría haberle arrastrado a la cama conmigo cuando
volviera en sí. Ciertamente no necesita sus oídos para eso, pero no quiero
dar ese paso con él cuando no tiene uso de todos sus sentidos. No para la
primera vez. Me caliento sólo de pensarlo, y rápidamente vuelvo a
centrarme en la isla que tengo delante. Pero eso sólo aumenta mi ansiedad.
¿Está mi madre cerca? Me da miedo y me encanta la idea de volver a
hablar con ella. Quiero preguntarle, no, exigirle, por qué me dejó. Quiero
saber qué ha sido de ella. ¿Sigue siendo frágil y débil? ¿Recuerda nuestro
encuentro en el torreón? ¿O es ahora un monstruo sin sentido que sólo
necesita matar hombres?
Nadie se atreve a hablar mientras navegamos. Varias de las chicas se
inclinan sobre el borde del barco, mirando hacia el agua, en busca de
avistamientos de sirenas. A pesar de que deben saber que estamos aquí, se
mantienen fuera de la vista.
Kearan encuentra el lugar perfecto para echar el ancla. La playa se
curva, formando un pequeño rincón bloqueado por árboles y otras plantas.
Está lo suficientemente lejos de la orilla principal para estar cómodos y nos
da algo de refugio de cualquiera que se dirija hacia aquí. También bloquea
nuestra visión del mar, pero ahora no me preocupa. Mi truco con el timón
debería haber detenido la flota durante horas. Tal vez incluso un día entero.
—¿Debo dar la orden de desembarcar? —pregunta Niridia.
—No. No vamos a desembarcar. Al menos no todavía. —No cuando
la última isla en la que nos detuvimos albergaba tales horrores—. Quiero
echar un vistazo bajo la superficie primero.
Ella levanta una ceja.
—¿Vas a adentrarte en el mar, sola?
—Si este tesoro legendario ha sido acaparado por sirenas,
probablemente sea mejor acceder a él por el mar. Además, tenemos que
saber a qué nos enfrentamos. Es mejor que vaya sola. Es menos probable
que me noten. —Sin mencionar que es imposible que alguien más nos siga
—. Manténganse alerta. —ordeno—. Uno en el mar y otro en la isla. En
ninguna circunstancia debe desembarcar nadie.
Aligero mi carga, quitándome las botas y el corsé. No quiero que me
pesen, y no me sirven de nada donde voy. Me ato un cuchillo al tobillo,
pero por lo demás, voy desarmada. Una espada y una pistola no tienen
ninguna utilidad bajo el agua.
Agarro la mano de Riden y tiro de él hacia el borde del barco
conmigo. Muevo el cuello hacia el océano, indicando lo que quiero. Él
sacude la cabeza con fiereza. Sabe que esto es lo que hemos estado
practicando, pero también sabe que ahora mismo hay sirenas en el agua.
Entiendo sus dudas, pero hago un gesto alrededor del barco. Tengo que
hacer esto para mantener a todos a salvo. Su mirada sigue siendo dura,
pero se acerca a la barandilla conmigo, cediendo. Confía en mí.
Me rodea con sus brazos y los dos saltamos. Entro en el agua, toda
esa energía me inunda y.… sigo siendo yo. Puedo hacer cualquier cosa
ahora mismo. Puedo cantar para siempre. Mis extremidades se han
fortalecido. Puedo moverme más rápido bajo el agua que en tierra. Ya era el
dispositivo perfecto para matar como pirata. Pero ahora...
Es difícil recordarme a mí misma que no soy invencible cuando siento
lo contrario.
Busco en las profundidades del océano, no hay sirenas a la vista,
aunque su canto se ha vuelto aún más fuerte ahora que estoy bajo el agua.
Nado con Riden hasta la superficie del océano. Se lanza una cuerda hacia
abajo. Me echa una mirada de despedida mientras la agarra y pronuncia dos
palabras.
Ten cuidado.
Le observo hasta que desaparece por el borde del barco. No puedo
continuar hasta que sé que está a salvo. Entonces vuelvo a sumergirme.
El agua nunca ha sido tan hermosa. Tan clara y limpia, virgen para los
humanos. La luz se filtra a través del agua, las manchas bailan en el fondo
arenoso. Un banco de peces con rayas azules y rojas brillantes pasa
nadando. Una tortuga posa sus aletas en una gran roca que descansa en el
fondo del océano. Un joven tiburón apenas más grande que mi brazo se
pasea por allí.
Nado más hacia el mar y luego sigo la costa alrededor de la isla,
siguiendo el canto. Cada vez salen más bichos a la superficie. Los cangrejos
se deslizan de lado a lado por la arena. Una medusa fluye con las olas hacia
la orilla. Las conchas, tanto rotas como enteras, giran sobre la arena al ser
empujadas hacia la isla.
Pero no hay sirenas, aún no.
Al principio me sorprende la falta de centinelas, de gente vigilando.
¿No querrían ser alertadas de cualquier amenaza? Pero luego me doy cuenta
de que no hay nada que las amenace cuando están bajo la superficie del
agua. Nada puede dañarlas. Ningún hombre puede sobrevivir bajo el agua.
¿Qué necesidad tienen las sirenas de vigilar a los barcos que se acercan?
Pero mis pensamientos se desvanecen al concentrarme en el canto.
Las voces se entrelazan en melodías tan complejas que ningún mortal
podría escribirlas en un papel. Me arrastran como la marea. Como si
llamaran a las demás. He cantado sola toda mi vida. Y siempre con un
propósito. Cantar nunca fue algo que hiciera solo para disfrutar,
especialmente cuando los que me rodeaban temían que les encantara. No a
mi tripulación, por supuesto, sino a los hombres de mi padre.
Sigo el sonido, saboreando cada nota. Pero falta un acorde. Un lugar
en la melodía que necesita ser llenado. Antes de que tome la decisión
conscientemente, mi voz está llenando el hueco, lanzando una línea de
notas que encaja perfectamente con las voces de las demás.
Mis músculos zumban ante la sincronización. La música se hace más
fuerte a medida que me acerco, rodeando un arrecife de coral. Y ahí están.
Cientos de ellas, pero apenas puedo procesarlo hasta que mi garganta deja
salir la última nota, sosteniéndola, dejando que llene el espacio que me
rodea.
Como una llama empapada en agua, la música se corta. Las cabezas
se giran en mi dirección, sus cabellos largos y frondosos se arremolinan con
el movimiento. Marrón cremoso. Amarillos con destellos de sol. Negro
tinta. Y entonces, en el centro, una se eleva por encima del resto con el pelo
del color de las llamas.
—Por fin has llegado a casa —dice mamá.
***
Si estuviera por encima del agua, podría encontrar extraño que no
lleven ropa. Pero tiene perfecto sentido aquí abajo. El agua no nos enfría.
No hay clima severo ni temperaturas extremas de las que protegerse. No
hay nadie a quien ocultar su desnudez.
Las sirenas más viejas, incluida mi madre, llevan conchas ensartadas
en el pelo como si fueran cuentas. Mi madre, me doy cuenta, es la que más
tiene. Las sirenas maduras no tienen arrugas cerca de los ojos ni ningún otro
indicio de edad, pero hay algo en ellas que las marca como mayores. Algo
que puedo percibir más que ver.
Las niñas sirenas -nunca me había planteado su existencia-
permanecen cerca del fondo del mar. Saltan por la arena, se revuelcan en
ella y me recuerdan a los niños humanos que juegan en los charcos de
barro. Una de ellas me ve e inmediatamente nada hacia la sirena que
supongo que es su madre. Las dos tienen los mismos mechones dorados.
Mi madre es tan diferente de cuando la contemplé en tierra. Donde
antes estaba hundida, débil, apenas capaz de mantenerse en pie, ahora sus
músculos están tonificados, su piel lisa y sin manchas. Es una criatura de
poder y belleza que no se parece al resto. Su reina.
Cuando ve que mis ojos vuelven a los suyos, dice:
—Siempre faltaba una pieza. Estamos completas ahora que estás aquí
para llenarla.
Pasa nadando por delante de las demás, utilizando ambos brazos y
piernas para impulsarse. Cuando está allí, justo delante de mí, extiende sus
brazos hacia mí.
—¿Por qué has tardado tanto? Te he echado mucho de menos.
Quiero desconfiar de ella. De todas ellas. Las sirenas son bestias. Son
monstruos descerebrados que no se preocupan por nada ni por nadie más
que por ellas mismas. Pero no puedo. No después de lo que sentí al cantar.
Siempre hubo un lugar para mí aquí. Mi madre dejó un hueco en la canción
sólo para mí, esperando -no, desesperada- que viniera a llenarlo.
—No lo entiendo —le digo—. Tú me dejaste. Me abandonaste después
de que te liberara. ¿Por qué?
Sus cejas se levantan en un arco perfecto.
—Tenía que volver con mis hermanas. Soy su reina. Ellas me
necesitaban. Te dijeron que las siguieras. ¿Por qué no escuchaste?
Porque no pude. Me convierto en otra cosa cuando estoy en el agua.
No soy yo misma. Sólo recientemente he encontrado una manera de
controlarlo.
El agua se agita y siento que las que nos rodean se mueven
incómodas. Mi madre cierra los ojos, asimilando mis palabras, pensando en
ellas.
—Por supuesto. —dice—. Has nacido en la tierra. Tus dos
naturalezas luchan por el dominio. Una es más fuerte en tierra, la otra bajo
el mar. Pero parece que la humana en ti ha ganado.
Casi imperceptiblemente, cada sirena en el agua retrocede una
pulgada. Todas excepto mi madre.
—¿Es eso algo malo? —le pregunto.
—No para mí. —responde en voz baja, para que sólo yo pueda oírla.
—¿Y para todas los demás? —pregunto susurrando.
—Puede que les lleve más tiempo entrar en calor. Pero eso no
importa por ahora. Quiero enseñarles algo.
Esta vez, en lugar de nadar hacia adelante sin mí, me toma de la
mano. Tenía toda la intención de seguirla, pero disfruto del contacto. Sé lo
que significa. Esta vez, no me da la oportunidad de separarme de ella.
Nadamos alrededor del grupo de sirenas, que empiezan a charlar entre ellas.
—¿Qué es lo que cubre su piel?
—Huele como una humana.
—¿Por qué la reina le da la bienvenida?
—Es una forastera.
Mi madre se detiene, se gira y canta una nota estruendosa con el
mismo movimiento.
—¡Basta! —ordena la canción. Todas las bocas se cierran, como si se
las obligara a cerrar con una mano en la parte superior de la cabeza y bajo
la barbilla.
Con mi mano aún en la suya, me acerca a tierra.
—¿Las sirenas tienen que obedecer tu canción? —le pregunto.
—Sí, pero no es lo mismo que cuando le cantamos a los hombres. Yo
soy su reina. Mi voz traslada el encanto.
—¿El encanto?
—La totalidad de nuestro pueblo junto se llama encanto. Yo digo
dónde nadamos, qué hacemos, y el encanto nos sigue. Está en nuestra
naturaleza. Es diferente de la magia que obliga a los hombres.
Como una abeja reina comandando su enjambre.
—No funciona conmigo, sin embargo. —digo, sabiendo esto de
alguna manera. Ella no puede ordenarme.
—No. Está en ti convertirte en una reina. Eres mi hija. Estás
destinada a gobernar cuando mi alma pase.
Eso me detiene en el lugar.
¿Gobernar a las sirenas? Mi mente siempre ha estado puesta en
gobernar el mar. Tengo una tripulación que cuidar y comandar. No puedo
apoderarme del encanto. Pero me sacudo el pensamiento de la cabeza y
continúo nadando tras ella. No es algo que deba abordarse ahora.
—Sé que es mucho para asimilar. Te adaptarás y lo entenderás. Sólo
tienes que esperar a ver.
El lecho marino se vuelve rocoso a medida que nos acercamos a un
nuevo lado de la orilla. Una serie de rocas se abren en una cueva
subterránea. Madre nada a través de ella, sosteniendo mi mano durante todo
el camino. El camino se vuelve más oscuro, pero todavía podemos ver. Los
erizos y las estrellas de mar se aferran a las rocas. Los percebes se abren a
medida que la corriente avanza por la cueva. Pero la corriente no nos
disuade a mamá y a mí. Seguimos avanzando.
Finalmente, la cueva se ensancha en una caverna. Es muy profunda, el
fondo está a unos quince metros de profundidad. Y descansando encima...
Muchísimo oro y plata.
En monedas, joyas, copas y platos. Envolviendo piedras preciosas y
gemas. Podría comprar el mundo entero cinco veces con la cantidad
contenida aquí. Mi madre se acerca nadando, coge un puñado de monedas y
las deja resbalar entre sus dedos.
—Ha estado en la familia durante generaciones —dice—, pero todas
hemos añadido algo. —Encuentra un anillo de plata con un diamante en el
centro. Lo acaricia con su dedo—. Se lo quité a un marinero que se cayó
por la borda durante una tormenta. El mar se tragó sus gritos cuando se lo
saqué del bolsillo. Creo que lo guardaba para una novia de su país. Y esto,
—continúa, sacando un plato y un tenedor de oro—, se cayó de un barco
cerca de tus Diecisiete Islas. En cuanto supimos que había un tesoro a
bordo, cantamos al resto de los hombres, exigiendo que tiraran todo lo
valioso por la borda. Cuando terminaron, hicimos que se arrojaran ellos
mismos después. Así podíamos disfrutar de ellos.
Mantengo mi rostro cuidadosamente neutral, pero ella pregunta:
—¿Te molesta eso?
Lo que ha revelado es inquietante. Está mal según mi código ético.
Por mi naturaleza humana. Pero también puedo verlo desde el punto de
vista de la sirena que hay en mí. Es natural. El instinto de las sirenas.
¿Culparía uno a un tigre por cazar a un humano como su presa?
—He matado a muchos hombres —respondo.
—Pero ¿disfrutas de ellos primero?
—No, sólo disfruto de los hombres que me gustan. No de los que
pienso matar.
Se vuelve hacia el tesoro.
—Él te arrancó de mí lado. Algún día, añadiré su oro a este montón,
y recordaré con placer en cómo murió.
—Espero que ese momento llegue pronto. —Le digo—. Odio que nos
haya separado. Pero me gusta ser quien soy. Mi lado humano puede
disgustarte, pero no lo tendría de otra manera.
—Pero mírate. —responde. Su mano se dirige a mi manga y tira de
ella para revelar todas las cicatrices que tiene—. Debes estar cubierta de
ellas. Él te hizo esto, ¿verdad?
—Era parte de mi entrenamiento.
Deja escapar un sonido tan inhumano que no tengo palabras para
describirlo.
—Se suponía que debías estar conmigo, no que debías sufrir. Estabas
destinada a nadar con el encanto, a añadir recuerdos a este montón de oro.
Para buscar conchas de colores, bailar en las corrientes. Para observar la
vida marina, para cantar con tu familia, para explorar cada grieta oculta
que posee el océano. Nuestra existencia es plena y feliz. No estás destinada
a ser abatida.
Se recompone y me atrae hacia ella en otro abrazo.
—Mi querida niña, no volverá a hacerte daño. Quédate conmigo y te
protegeré.
Por mucho que quiera creerla, incluso quedarme, sé que no puedo.
—No puedo. Tengo a quienes debo proteger.
—Tu tripulación.
—Sí.
Se queda en silencio.
—No estás aquí por mí en absoluto. Estás aquí por el tesoro.
Quiero decir que no, pero no creo que me crea.
—Pensé que me habías abandonado. Pensé que me usaste para que te
liberara, que fingiste tu preocupación por mí. Después de liberarte, el rey
pirata vino a cazarme. Me está persiguiendo. No puede estar muy lejos de
mi barco. Pensé que, si conseguía el tesoro, podría sobornar a sus hombres
y convertirme en la reina pirata. Vine aquí para sobrevivir. No porque
quisiera robarte. Aunque, cuando pensaba que me habías utilizado,
robarte, no me parecía algo tan malo.
Su rostro se suaviza ante mis palabras.
—No me preocupas. Te quiero, Alosa-Lina. —La forma en que canta
la última parte de mi nombre, llena la habitación de verdad, de poder—. Me
resulta imposible dudar. La mera preocupación no es nada comparada con
lo que siento por mi propia carne y sangre. Tú eres mía. Mía para
protegerte y cuidarte. Ya sé que eres feroz y poderosa, y no puedo esperar a
conocerte mejor.
Mis miembros tiemblan mientras ella me abraza, sabiendo que cada
palabra que dice es cierta.
—Pero primero —añade—, debes ponerte a salvo a ti y a tus amigos.
Toma todo el oro que necesites de aquí. Ve a establecer tu reinado. Yo te
esperaré.
El alivio me atraviesa.
—Gracias.
—El encanto no te dañará a ti ni a tu tripulación.
—¿Incluso a los hombres? —pregunto.
—Incluso a ellos. Ahora vete. Trae tu barco a esta posición. El
amuleto te ayudará a transportar el oro que no sea reclamado por las
sirenas vivas.
Es casi demasiado bueno para ser verdad, pero no puedo dudar de sus
palabras. No de la forma en que las dice. Pasar de tanto odio y asco hacia
mi madre, a llenarme de repente de amor y comprensión. Casi me deshace.
No puedo creer todo lo que ha pasado. Sin embargo, aún queda mucho por
hacer.
—Volveré cuando mi tripulación y yo estemos a salvo. Lo prometo. —
Le digo.
—Bien. Ahora vete. Cuanto antes te vayas, antes podrás regresar.
***
Ojalá hubiera más tiempo. Mi madre no es una bestia sin mente. Es
una sirena, fiel a su naturaleza, pero eso no la convierte en un monstruo. Es
mortal y despiadada, pero yo también lo soy. Un nuevo futuro se abre ante
mí. Uno en el que conozco a mi madre. La visito. Somos diferentes, y
nunca podré abandonar mi naturaleza humana, pero hay algo para nosotras.
Donde antes no había nada, ahora hay esperanza.
Y mi furia hacia mi padre sólo arde más por haberla alejado de mí.
Pero debajo de esa rabia, todavía hay miedo. Está justo detrás de nosotros,
podría caer sobre nosotros en cualquier momento. Mi barco ha mantenido
una ventaja, pero él tiene esos remos de barrido. Por lo que sé, ha hecho
trabajar a sus hombres hasta la muerte para alcanzarnos.
Nado de vuelta a mi barco. Por el Ava-lee. Supongo que no hay
necesidad de cambiarle el nombre después de todo. Niridia ha dejado una
cuerda para mí. Cuelga en el agua. La agarro y me subo sin esfuerzo a la
nave, adsorbiendo el agua mientras avanzo. Cuando llego a la cubierta, la
encuentro vacía.
Mi corazón se desploma. Les ordené que no bajaran a tierra. Lo dejé
perfectamente claro. Y les dije que vigilaran. El barco nunca está
desatendido. Algo va muy mal.
La barandilla está astillada y rota en algunos lugares del lado de
babor. ¿Ganchos de agarre? Busco en el agua de ese lado, en dirección
opuesta a la que vine. Los restos de madera flotan en la superficie del agua.
¿Botes de remos destrozados? ¿Algo subió a bordo desde la isla y huyó con
toda mi tripulación? Ni siquiera pensé en preguntarle a mi madre qué vivía
en esta isla con toda la emoción de volver a verla.
No tengo ningún arma, excepto mi daga. Primero voy a mi camarote.
Allí me está esperando.
—Alosa.
La voz es profunda y cortante, rápida y penetrante a la vez. Es la voz
del dolor, la voz de la violencia, la voz del terror. La voz de mi padre.
Capítulo 20
EL MIEDO SE APODERA DE TODOS los músculos de mi cuerpo
durante un segundo.
—¿Dónde estabas escondida? —pregunta mi padre—. Mis hombres
han registrado el barco a fondo.
Mi mente se acelera. ¿Me ha visto en el agua? ¿Está intentando que
admita algo? ¿Dónde está mi tripulación? ¿Qué les ha hecho?
—He bajado a tierra. —miento suavemente.
—Bien, puedes enseñarnos dónde está el tesoro.
Varios de sus hombres están detrás de él, con las manos apoyadas en
las empuñaduras de sus espadas. Tylon está entre ellos.
—No te molestes en intentar cantar. Tienen los oídos tapados. —
avisa.
Me sorprende un poco que se arriesgue a no taparse los oídos. Pero lo
atribuyo a su propia arrogancia. En cuanto acabe conmigo, se los tapará y
seguirá con sus planes. Probablemente es demasiado esperar que el encanto
comience a cantar de nuevo.
—Le voy a dar a Tylon tu nave, ya que arruinaste la suya.
—¿Arruiné? La hundí. ¿Dónde está mi tripulación?
—Están abajo, esperándote. ¿Por qué no vamos a verlos?
Su tono reemplaza la sangre en mis venas con hielo. ¿Qué les ha
hecho?
Los hombres de Tylon desenvainan sus espadas ante alguna orden no
escuchada. Hay más de diez de ellos apiñados en mi modesta habitación. Si
mi padre no estuviera aquí, podría intentar abrirme paso entre ellos. Pero
con él aquí, sé que no tengo ninguna posibilidad. Y necesito ver a mi
tripulación. Imágenes horribles pasan por mi mente. Imágenes de ellos ya
ensangrentados y muertos. Sería propio de mi padre matarlos a todos y
encerrarme en el calabozo sin más compañía que los cadáveres de todos los
que quiero.
Pero cuando bajamos, no me encuentro con la muerte. Mi tripulación
está a salvo por ahora, pero encerrada en las celdas, con aún más hombres
de mi padre apostados para vigilarlos.
—Capitana —dice Niridia aliviada. Mandsy está en la celda con ella.
Sorinda, Riden, Kearan, Enwen y los demás están repartidos por todas las
demás del calabozo.
—Silencio. —ladra mi padre antes de volverse hacia mí.
—¿Dónde está el tesoro, Alosa?
—No lo he encontrado.
Mi padre saca su pistola y me apunta. Lo miró fijamente, sin
pestañear.
—No me importa lo que me hagas.
—Me parece que no. —afirma, y gira el brazo ligeramente hacia la
derecha, hacia una de las otras celdas.
Antes de que pueda gritar, aprieta el gatillo. La pierna de Niridia se
dobla, obligándola a caer al suelo, con la sangre filtrándose a través de un
agujero en las medias sobre la rodilla. Observo fijamente el rojo que se
extiende por el suelo, tratando de encontrarle sentido, forcejeando contra
los hombres de mi padre para alcanzarla.
Se produce otro disparo.
Mi mirada vuelve a dirigirse a mi padre. Tiene una nueva pistola de la
que sale humo. Reona, una de mis aparejadoras, se sacude hacia la derecha
y cae.
Él saca una tercera pistola.
—¡Padre, para!
Me ignora. Algo está cambiando en él. Ahora no le basta con
mutilarlos. Está más enfadado conmigo de lo que nunca le he visto. Sé que
el próximo disparo se cobrará una vida.
—¡Por favor! —grito mientras intento apartar a sus hombres de mí.
Son demasiados.
Es Deros quien recibe el disparo en el corazón. Deros que se hunde en
el suelo con los ojos sin vida. Deros, a quien nunca volveré a ver.
Quiero correr hasta que me fallen las piernas. Gritar hasta quedarme
sin voz. Golpear la cabeza de mi padre hasta que se aplaste en un charco en
el suelo. Pero ninguna de esas cosas cambiaría el hecho de que se ha ido.
—¡No puedes llegar al tesoro desde la isla! —Le grito—. Está bajo el
agua, donde sólo pueden llegar las sirenas.
La cuarta pistola que había sacado baja ligeramente.
—¿Cómo lo sabes?
Apenas puedo ver a través de las lágrimas que se acumulan en mis
ojos, pero de alguna manera logro inventar una rápida mentira.
—No me afecta el canto de las sirenas, pero aún lo oigo. Lo cantan.
Las oí cantar mientras contaban sus monedas y se movían bajo el agua. El
único camino hacia ese tesoro está bajo la superficie.
Padre guarda silencio. Me doy cuenta de que analiza mis palabras con
mucho cuidado, decidiendo si creerme o no. Me desespera que se crea la
mentira.
—Entonces tendremos que ocuparnos primero de las bestias —dice
—, antes de ir a explorar bajo el agua con nuestra campana de buceo.
—¡No!
—¿Te importa lo que pase con las sirenas ahora? Bien. Puedes mirar
desde el ojo de buey.
Me agarra por el brazo, y aparte de él necesita a otros tres para
sujetarme, pero no me voy sin luchar. Recibo una buena patada entre las
piernas de uno de los piratas, y luego un puñetazo en la mandíbula. Mis
uñas rasgan la cara de otro hombre. Al final, me llevan a mi propia celda
acolchada. La que tiene un pequeño ojo de buey, demasiado pequeño para
pasar a través de él, si golpeara el cristal.
—Ya no tienes nada que decir —sentencia—. Te vas a quedar
encerrada hasta que hayas aprendido la lección y hayas visto sufrir y morir
a todos los miembros de tu tripulación.
Le grito, sacudo los barrotes, pero sé que no hay forma de escapar de
estas celdas. Fueron construidas para mí, para que pudiera acumular mis
habilidades. Sé que no hay forma de salir de ellas.
No puedo correr hacia los miembros de mi tripulación que aún están
vivos. Mandsy ya está al lado de Niridia para ayudarla. Grita órdenes a
Sorinda, que está en la celda con Reona, tratando de parar la hemorragia a
la herida sangrante.
Ni siquiera puedo avisar a las sirenas de lo que se les viene encima.
Están demasiado lejos para que pueda cantarles. Si estuviera bajo el agua,
podría hacerlo, pero así, atrapada en la superficie, soy inútil.
Padre sale del calabozo, satisfecho por mi castigo temporal. Deja a
Tylon y a varios de sus hombres para que nos vigilen, ahora que se cree el
dueño de mi barco. Como si lo fuera. No mientras yo respire. El Ava-lee es
mío. Tylon me lanza varias miradas de desprecio antes de dirigirse a mí.
—Gracias, Alosa. —suelta levantando demasiado la voz por la cera
de los oídos. Sólo cuando está satisfecho con su propio regodeo nos deja a
mí y a mi tripulación bajo cubierta.
Pateo los barrotes y le grito blasfemias. Cuando se pierde de vista, no
hay nada en lo que pueda pensar más que en las chicas sangrando en el
calabozo. En el cuerpo de Deros. Wallov cierra los ojos de su amigo y se
sienta en el suelo a su lado.
—¡Presiona más fuerte, Sorinda! —grita Mandsy—. ¡Le va a doler,
pero es mejor a que se muera! Wallov, lánzale tu camisa.
Mandsy ya ha atado un torniquete sobre la rodilla de Niridia. Ahora
se concentra en dirigir a Sorinda.
—Le cuesta respirar. —dice Sorinda.
—¿Le sale sangre de la boca? —pregunta Mandsy con la voz menos
acelerada.
—Sí.
Mandsy parpadea lentamente.
—Suelta la herida, Sorinda. Sujeta su mano y habla con ella.
—¿Qué pasa, Mandsy? —pregunto.
—La bala debe haber impactado en un pulmón. Es mejor dejarla
desangrarse que ahogarse con su propia sangre.
Cada respiración que hago parece alimentar mi odio hacia mi padre.
—Todo irá bien. —Le dice Sorinda, su voz adquiere un tono suave.
No creí que supiera ser tan delicada—. El dolor pasará pronto, Reona.
Cierra los ojos. Escucha mi voz.
No puedo soportar esto. ¡No puedo soportar estar atrapada aquí y no
poder hacer nada mientras mi tripulación muere a mi alrededor!
—¿Athella? —Llamo.
—Me registraron demasiado bien, Capitana. —responde ella— No
tengo ni una horquilla encima.
—Sorinda, ¿llevas algún arma escondida?
—No.
Reona deja escapar su último aliento. Sorinda le suelta la mano,
poniéndola suavemente a su lado. Durante varios segundos, no puedo hacer
nada más que parpadear.
—Encontraremos una forma de salir de esto. Que todo el mundo
piense.
Me niego a rendirme, incluso cuando mi propia mente intenta decirme
que es inútil. Tylon tiene las llaves. Las mantendrá consigo. No dejará que
nada salga mal. No ahora que cree que está tan cerca de conseguir lo que
siempre ha querido.
Gracias, Alosa, me dijo. Por traicionar a mi padre. Por quitarme del
medio. Por hacerle quedar bien. Cree que el legado de mi padre será para él
ahora. Maldigo el nombre de Tylon.
—¿Cómo está Niridia? —Me atrevo a preguntar.
—Estoy bien. —dice ella. Sus gruñidos son audibles ahora que los
jadeos de Reona han cesado.
—Estará bien. —aclara Mandsy—, siempre que pueda llegar pronto a
mi equipo. Necesito sacar la bala de su rodilla.
Lo que necesito es traer a Tylon de vuelta aquí. No puedo sacarnos de
aquí a menos que pueda conseguir algo útil.
—¿Estás bien?
Riden está en la celda contigua a la mía. No he podido dedicarle una
mirada con todo lo que está pasando.
—Estoy bien. —digo. Pero no es cierto. No con los dos cuerpos en el
calabozo.
—¿Qué pasó después de que te fueras?
Me despeja la cabeza centrarme en algo que no sean las muertes que
me rodean. Les cuento sobre el reencuentro con mi madre y lo que nos
ofreció.
—¿Tan cerca estuvimos de vencerlo? —pregunta Niridia.
—Deja de hablar. —Le aconseja Mandsy.
—¡Me distrae del dolor!
—Hemos estado en situaciones difíciles antes —dice Riden—, y
salimos vivos. Lo haremos de nuevo.
—¿Estás trabajando en otro plan brillante? —pregunto.
—Todavía no. Pero estoy seguro de que se me ocurrirá algo. Y esta
vez, voy a evitar que me disparen.
La situación es demasiado grave para que me ría, pero aprecio sus
esfuerzos por aligerarla. Miro fijamente el ojo de buey de mi celda. Ofrece
una visión torturadora de la libertad, a la vez que es totalmente inútil.
A través de él, veo a la flota alejarse en el mar, y mi barco se mueve con
ellos sólo un poco. Lo suficiente para que pueda ver el combate que está a
punto de producirse, me doy cuenta. La nave se mueve para mi beneficio.
Aunque todos los hombres de mi padre tienen los oídos tapados, eso no les
impedirá comunicarse. La flota ya tiene señales establecidas. Mi padre tiene
diferentes banderas que iza en el aire, cada una con un significado distinto.
Todavía pueden coordinar un ataque.
Mi atención ya no se centra en mí y en mi tripulación, sino en mi
madre y en las sirenas. No vendrán a la superficie, ¿verdad? No cuando
pueden ver los cascos de todas esas naves. Deben saber que están en
desventaja. ¿Pero cómo sabrán que sus voces no funcionarán con los
hombres? Se creerán invulnerables cuando se enfrenten a ellos.
—Quédate bajo el agua. —susurro. No he venido hasta aquí sólo para
perder a mi madre con la muerte.
Al principio no pasa nada. Los barcos se anclan y esperan. Hasta que
un hombre es arrojado por la borda. No lo vi pasar, pero oí el chapoteo y
luego al hombre en el agua. ¿Sacaron pajitas? ¿O Padre eligió a alguna
víctima desconocida, lo atrajo hacia el costado de su barco y lo empujó?
Todo queda en silencio por un momento. Sólo el pirata se agita en el
agua. Y entonces se oye una canción, débil al principio. Luego abrumadora.
Supongo que el pobre diablo no puede oírla, porque no se lanza hacia ella.
En cambio, veo cómo unos elegantes brazos se aferran a él antes de
arrastrarlo hacia abajo.
El agua se calma de nuevo, pero no por mucho tiempo. Suben a la
superficie varios cantos más, los más hermosos y gloriosos que he oído
nunca. Son todos diferentes, provienen de muchas sirenas a la vez, pero de
alguna manera las melodías no desentonan. Suben y bajan juntas en
cadencias que atraviesan mi corazón.
Mis hombres no se ven afectados. Tienen los oídos destapados,
probablemente mi padre les robo la cera durante el ataque, pero no importa.
Fieles a la promesa de mi madre, las sirenas no arrastran a los cuatro
hombres que quedan en mi tripulación bajo su hechizo. Cantan a todos los
demás piratas, invitándolos a unirse a ellas en el agua vigorizante,
prometiéndoles amor, calor y aceptación. Unas hermosas cabezas de
preciosos cabellos rompen la superficie del agua, con las bocas abiertas
para cantar. Se mueven tentadoramente, intentando atraer a los hombres al
agua.
Es extraño que el sonido sea tan claro en medio del estallido de la
pólvora. Los gritos de batalla llegan hasta nosotros con el viento. Las
sirenas chillan y silban. Muchos hombres sostienen arpones, esperando el
momento oportuno para lanzarlos al mar contra objetivos que no puedo ver
con claridad. Otros apuntan con cañones o mosquetes directamente al agua,
disparando y recargando lo más rápidamente posible.
El agua gira rápidamente en múltiples corrientes: las corrientes que
crean al nadar las sirenas. Los cuerpos luminiscentes flotan en la superficie
en una maraña de pelo abundante y piel manchada de sangre. Y algunas de
las melodías se convierten en cantos de dolor en lugar de los de seducción.
Aunque los hombres de los barcos permanecen ilesos, protegidos del
enfrentamiento desde alturas seguras. Muchos se ven obligados a subir a
botes de remos para lanzar arpones desde una distancia más corta. En los
botes apuntan con sus armas al agua, pero no pueden recargarlos con la
suficiente rapidez. En cuanto han depositado un cartucho en el agua, unos
brazos de tonos brillantes, desde el marfil hasta el marrón dorado y el negro
de medianoche, rompen la superficie y arrastran a los hombres hacia abajo.
Una sirena se lanza fuera del agua, saltando sobre la barca como lo haría un
delfín, y se precipita sobre un pirata desprevenido, haciéndolo caer al mar
con ella.
Tenía una belleza casi dolorosa, con un cabello del color de la luz
blanca de las estrellas, engarzado con perlas y conchas. Se pegaba a su
cuerpo mientras se impulsaba fuera de la superficie, llegando claramente
hasta las rodillas.
Las sirenas se parecen mucho a las mujeres humanas. Si no fuera por
sus afiladas uñas y dientes, y su exquisita belleza, uno no podría notar la
diferencia. Incluso sin la calma de los cantos, los piratas miran,
hipnotizados, el agua. A muchos de ellos les cuesta la vida.
Es algo extraño para mí ver, de primera mano la brutalidad y la
belleza de mi propia especie. Mucho de lo que soy cobra sentido. La asesina
despiadada que hay en mí podría ser parte de mi naturaleza, más que de mi
educación.
Una cabeza de pelo rojo aparece sobre la superficie del océano.
—¡No! ¡Sumérgete! —grito tan fuerte como puedo, pero no se oyen
por la distancia que nos separa, por encima de los cañonazos y los disparos.
Hay señalamientos y barridos en la nave más cercana a mi madre. Los
cañones son sustituidos inmediatamente por las redes. Lleva algún tiempo;
la reina de las sirenas es una criatura formidable. Al menos una docena de
hombres pierden la vida. Pero la atrapan.
Veo como la transportan al Cráneo del Dragón. Veo como el resto de
las sirenas que quedan vivas se retiran de la superficie. Ahora que su reina
se ha ido, no hay nada que puedan hacer sin su dirección.
Él la interrogará. La torturará, hasta que tenga toda la información
que quiere. Y no puedo hacer nada mientras esté atrapada en otra celda.
El océano vuelve a la calma, como si la pelea nunca hubiera ocurrido. La
noche se refleja en el agua, y los piratas se van a dormir.
***
Intento gritar, llamando a Tylon. Tal vez ahora que las sirenas
perdieron la batalla, los hombres no tengan los oídos tapados. Pero a
medida que avanza la noche, me veo obligada a aceptar que ninguno de
ellos puede oír una maldita cosa. No responden a mis gritos. No se
aventuran a bajar al calabozo. Probablemente estén durmiendo en nuestras
literas del otro lado del barco.
Me desplomo en el suelo, con los brazos apoyados sobre las rodillas
dobladas. ¿Qué puedo intentar ahora? Riden se mueve en la celda contigua
a la mía. Se aprieta contra los barrotes, donde puede verme bien.
—Ven aquí. —dice.
Me acerco a los barrotes todo lo que puedo. Hay varias
conversaciones silenciosas entre la tripulación. La nuestra probablemente
no la escucharan.
—Quiero decirte algo.
—¿De qué se trata? —susurro.
—La primera vez que he disfrutado de ser pirata, ha sido al navegar
contigo y tu tripulación.
Me río, con un sonido fuerte e incómodo.
—No intentes hacerme sentir mejor. Hoy he perdido a dos amigos y
Niridia está herida. No quiero reírme.
—Tienes que mantener el ánimo. Encontraremos una manera de salir
de esto. Todavía no ha ganado.
Pero cuanto más tiempo estamos aquí sentados en silencio en la
oscuridad, más empiezo a pensar que si lo ha hecho. Estamos atrapados.
Tiene a mi madre. Es sólo cuestión de tiempo antes de que consiga el
tesoro, también. Estamos encerrados en este calabozo con dos cadáveres.
Mi corazón se rompe por lo mucho que he perdido en este viaje. Más
muerte y tortura es lo que nos espera una vez que regresemos al torreón. No
veo que nada vaya a cambiar con el tiempo.
—¿Capitana?
Un susurro flota en el calabozo, y no proviene de una de las celdas.
Capítulo 21
***
De vuelta a la cubierta, observo lo que queda de mi tripulación y veo
todos los rostros heridos.
—Ahora tenemos dos opciones. —Le explico al grupo—. Podemos
huir o podemos luchar. Me inclino por la opción número dos.
—Yo también. —concuerda Mandsy, todavía empapada por la sangre
de Roslyn y Niridia.
—Los mataré a todos. —ruje Wallov, aferrando a una Roslyn que se
está curando lentamente hacia su pecho.
—No, Wallov. —contesto—. Te quedarás aquí y cuidarás de los heridos. —
Con Niridia herida, Mandsy tiene que desempeñar el papel de mi segunda
—. El resto de nosotros abordará al Cráneo del Dragón. ¿Hay alguna
objeción?
Cuando no escucho ninguna, les cuento el plan.
***
Los hombres muertos, pesan más que los vivos. Los despojamos de la
ropa que no está demasiado ensangrentada, y luego arrastramos los
cadáveres a una de las celdas, apilándolos sin miramientos unos sobre otros.
Es más rápido que tirarlos al mar.
No hay suficiente ropa para todos, pero nos arreglamos con lo que
tenemos. Las chicas cubren sus corsés con camisas de hombre. Se meten el
pelo bajo los tricornios. De sus literas, rompen sábanas y las meten dentro
de sus polainas para parecer más grandes, más masculinas. Algunas incluso
me piden permiso para asaltar mis cosméticos para dibujar vello facial bajo
sus narices y bocas. De cerca no sirve para nada, pero de lejos puede
funcionar.
El cuerpo de Tylon es el único fuera de la celda. Sospecho que a nadie
le agrada la idea de tocarlo, incluso muerto. Pero Riden se mueve hacia él
como para ponerlo con los demás.
—No. —Lo detengo—. Necesitaremos su cadáver.
***
El amanecer aún no se ha acercado. Las estrellas en el cielo se reflejan
en el océano, atrapándonos en un mundo salpicado de luces. Los botes de
remos cortan franjas en el agua, ondulando la ilusión de paz. No llevamos
linternas a través de la distancia entre el Ava-lee y el Cráneo del Dragón.
Necesitamos la ausencia de luz para enmascararnos. Si queremos pasar por
hombres, tenemos que ser lo más invisible posible.
Aunque no llamamos la atención, tampoco intentamos escondernos.
Estamos ahí, flotando en la oscuridad. Fácilmente localizables si alguien
nos alumbra. Pero ocultos hasta entonces. Riden está sentado junto a mí en
el bote de remos. Apoya su mano sobre mi rodilla, la aprieta y la retira.
—Esto funcionará —le digo.
—Lo sé. Te estoy tranquilizando a ti, no a mí.
Si podemos llegar al Cráneo del Dragón sin hacer ruido y acabar con
todos los que están en el barco, podremos salir airosos. El resto de la flota
no desatará sus cañones sobre el barco del rey pirata. Y una vez que explote
cómo puedo llegar al tesoro, no les importará que su rey esté muerto. Se
unirán a mi lado. Ese es el camino del pirata. Sólo necesito matar a mi
padre primero.
Lo he pensado muchas veces. Matar a mi padre. Cuando me hizo
daño. Cuando descubrí que había encerrado a mi madre. Cuando amenazó a
mi tripulación. Ahora trato de imaginarlo, mi alfanje deslizándose entre sus
costillas para clavarse en su corazón. El jadeo que flotaría en su aliento. La
ciega mirada de sus ojos.
He matado a cientos de varones. ¿Por qué se me revuelve el estómago
al pensar en matar a éste? Es sólo un hombre. Uno ciertamente poderoso,
pero aun así sólo un hombre.
Pero nunca he matado a mi propia carne y sangre. ¿Por qué siento que
es distinto? ¿Debería sentirse diferente? ¿Podré hacer lo que hay que hacer
al final?
Debo hacerlo.
Una luz a bordo del Cráneo del Dragón se cierne en el borde de la
nave, se eleva en el aire, nos ilumina. Nos han visto.
Es hora de que estos disfraces hagan su trabajo.
El cuerpo de Tylon está apoyado contra la parte delantera del bote de
remos, su cara apunta hacia los hombres a bordo del barco. Como la mitad
de su cabeza ha desaparecido, tenemos que mantenerlo apuntando al frente.
Me siento a su lado, manteniendo discretamente su cuerpo erguido. Sus ojos
vidriosos están abiertos, pero por suerte el barco está demasiado lejos para
que nadie se dé cuenta de que no parpadea.
Ahora hay dos linternas, pero no suena ninguna alarma. Actuamos
con calma, despreocupados. Algunas de las chicas los saludan con
brusquedad. Sorinda protege sus ojos de la luz y no tiene que fingir su ceño
irritado.
Tres linternas se reúnen, observando cómo se acerca nuestro bote.
Nos bajan una escalera de cuerda. Deben haber reconocido a Tylon. Ni
nosotros ni ellos decimos nada mientras subimos por la borda del barco. A
través de un ojo de buey, veo a casi un centenar de hombres durmiendo en
sus literas, sin que les moleste nuestra aproximación.
Esto funcionará.
Soy la primera en cruzar la barandilla de la nave. Observo a los tres
tipos de guardia. No dicen ni una palabra mientras asimilan mi disfraz.
Debo pasar la prueba, porque siguen sin intentar hablarme. Uno de ellos
entrega su linterna a uno de los otros y saca un pergamino y un papel.
Garabatea en él mientras el resto de las chicas me acompañan a bordo del
barco. Cuando el pirata ha terminado, me muestra el papel.
¿Está herido su capitán?
Siguen tapándose los oídos por precaución. No pueden oír nada. Su
único medio de comunicación es la palabra escrita. Tal y como esperaba.
Alargo la mano hacia delante como si fuera a coger el pergamino. En
lugar de eso, le corto las vías respiratorias con un puñetazo en la garganta y
busco mi alfanje para terminar el trabajo. Sorinda se sitúa a mi lado y pasa
su estoque por el cuello de otro hombre. Mandsy elimina al tercero. Caen
muertos a nuestros pies, sin hacer ruido, aunque nadie podría oírlo.
—Sorinda. —digo—. Encuentra a todos los demás que estén de
guardia en la cubierta y deshazte de ellos. Mandsy, lleva a la tripulación
abajo y elimina silenciosamente al resto de los hombres del barco. Si no los
despiertas, debería ser tan fácil como descuartizar ovejas. Y mantén los ojos
abiertos por la reina sirena.
Enwen se estremece a unos metros de distancia. Mis hombres no
tienen los oídos cubiertos. Sigo confiando en la promesa de mi madre.
—¿Y tú? —pregunta Mandsy.
—Debo enfrentarme al rey pirata.
—No sola.
Riden atraviesa la oscuridad a grandes zancadas y se planta
firmemente a mi lado.
—Creo que esto es algo que debo hacer sola.
—No tienes que volver a hacer nada sola si no quieres.
Casi me duele mirar esos ojos marrones dorados. Sé lo que quiere
decir con esas palabras. Estará a mi lado siempre, mientras yo lo quiera. Es
muy tentador, pero...
—No. Te necesito abajo. Nos superan ampliamente en número. Todas
las manos son necesarias para eliminar a los más leales al rey pirata si
queremos sobrevivir a esto. Y el sigilo será primordial si voy a acercarme
silenciosamente al rey mientras duerme. Una persona en la habitación es lo
mejor.
Él asiente, casi imperceptiblemente, pero es una afirmación, no
obstante. Lo beso por ello, odiando tener que alejarme tan pronto. Pero ¿y si
es la última vez? Lo atraigo hacia mí de nuevo. No me importa perder
tiempo. Sus brazos me rodean, me aplastan, como si quisiera unirnos
permanentemente. Sus labios son frenéticos contra los míos, y saben a sal.
Me pregunto si habrá derramado algunas lágrimas por la herida de Roslyn
cuando yo no estaba mirando. Saberlo me hace amarlo aún más. Me retiro,
aunque me duele, y me vuelvo hacia lo que queda de mi tripulación.
—Espero volver a veros a todos pronto.
—Ya sea en esta vida o en la siguiente. —añade Sorinda.
Capítulo 22
***
Primero veo a mi madre. Está atada a una silla con cuerdas. Le unen
los hombros al respaldo de la silla, los muslos al asiento y los tobillos a las
patas de la silla. Tiene las muñecas anudadas a la espalda. Tiene la boca
amordazada y la cara ligeramente hinchada, empezando a mostrar los
signos de la paliza que sin duda le dio Kalligan.
Mira hacia mi entrada y sus ojos se abren de par en par. Me llevo un
dedo a los labios, aunque esté amordazada. Ella asiente y me observa
mientras yo vuelvo mi atención a la cama. Primero mátalo a él. Luego
libérala a ella.
Kalligan está tumbado boca abajo, con la cabeza girada para mirar
hacia la puerta. Y a mí. Pero tiene los ojos cerrados por el sueño. Un brazo
está metido bajo la almohada. Sé que agarra una gran daga. Nunca duerme
sin una cerca. Como un niño peligroso con su muñeca.
No puedo pensar más en él. No hay tiempo ni espacio para que la culpa y la
indecisión se instalen. No hay lugar para la emoción. Sólo para la acción.
Me pongo de puntillas en la cama.
Un golpe rápido.
Ahora.
Mi muñeca se mueve hacia afuera. Obligo a mis ojos a permanecer
abiertos todo el tiempo. No hay posibilidad de cometer un error. Me tenso
justo antes de que el metal se hunda en la carne... pero no lo hace.
Se encuentra con el metal.
La mano que está debajo de la almohada se arquea hacia afuera,
atrapando el golpe en la hoja que sostiene.
—Deberías haber venido con una pistola. —dice.
Eso me queda muy claro ahora.
Empuja hacia atrás mi hoja y se levanta con el mismo movimiento.
De alguna manera, el hecho de que esté de pie hace que todo sea más fácil.
No es difícil luchar contra alguien que también intenta quitarme la vida.
Esto lo cambia todo. Ya no se trata de ser sigilosa. Se trata de vencer a un
oponente con el que pierdo en el manejo de la espada con la misma
frecuencia con la que gano. Kalligan es inmune a mi canción. Estamos
igualados en fuerza. Le gano en velocidad, pero me ha entrenado toda la
vida. Nadie puede anticipar mis movimientos como él.
—Baja tu arma, Alosa. —ordena—. Suplica mi perdón. Puede que te
lo conceda. Después de que esté satisfecho con tu castigo.
—No soy yo quien necesita el perdón.
—¿Me estas juzgando? ¿Porque eres tan honesta? Eres igual que yo.
No hay nada que no harías para conseguir lo que yo tengo.
—Eso no es cierto. No haría daño a inocentes. No mataría...
—¿A tu propio padre?
Cambio la daga a mi mano izquierda y saco mi espada.
—Lo que vamos a hacer no tiene nada que ver con el poder. Se trata
de hacer lo correcto.
He perdido miembros de la tripulación por culpa de este hombre.
Coge su propio sable, con una mirada de indiferencia en su rostro.
—No lograrás nada. Te lo aseguro.
El barco se balancea al mismo tiempo que el estampido de un cañón
se enciende en el aire. El movimiento es leve, no es suficiente para derribar
a ninguno de los dos. Pero seguramente sí, para despertar a todos en la
nave. Alguien de su tripulación debe haber visto a las chicas y ha disparado
un cañón para despertar al resto.
—No eres tan cuidadosa cómo crees. —acusa Kalligan—. Siempre
estoy un paso por delante de todo lo que haces.
Me doy cuenta entonces de que estamos conversando, lo que significa
que no tiene los oídos tapados. No como el resto de sus hombres. Debe
haber oído la llamada moribunda del hombre que Sorinda mató. Se habría
oído levemente aquí, pero suficiente para despertar a mi padre.
—Las sirenas te atraparán. —Le aseguro, tratando de ocultar mi rabia.
He condenado a toda mi tripulación. No pueden haber asesinado a
suficientes hombres mientras dormían. Si es que han llegado tan lejos.
Sonríe, una mueca nacida del triunfo y la codicia.
—Las sirenas no pueden tocarme. Soy inmune.
Parpadeo. Siempre he sabido que mi canción no le afecta debido a la
sangre que compartimos, pero no puede ser inmune a todas las sirenas.
¿Pero qué gana mintiendo?
Nada.
Los gritos interrumpen la tranquilidad del exterior. Está amaneciendo.
Puedo ver el sol saliendo por la ventana ahora.
Nuestra batalla final ha comenzado.
Él hace el primer movimiento, un golpe destinado a arrancarme la
cabeza. Lo esquivo y le doy una patada en las tripas. Intenta esquivarlo,
pero mi espada le alcanza en el costado. La punta de mi arma sale
ensangrentada. Sé que no debo deleitarme con la victoria. Mi padre no se
debilita como un hombre normal después de ser herido. El dolor lo
alimenta, lo hace más fuerte.
Le hace atacarme.
Ya he empezado a retroceder, cerrando la puerta de su habitación
entre nosotros. No le doy la espalda. Nunca hay que dar la espalda a un
adversario. Incluso ahora su entrenamiento dirige mis movimientos.
¡BAM!
Mis brazos apenas me protegen la cara a tiempo. Las astillas de
madera se clavan en mi piel cuando la puerta destrozada estalla en mi
dirección. La sed de sangre se apodera de mi padre. Su furia de batalla le
hace olvidar el dolor. Olvida la razón. En lugar de abrir la puerta, la
atraviesa con su propio peso. Es un movimiento destinado a asustarme, a
intimidarme.
Y funciona.
Vacilo un paso, pero consigo abrir la puerta de la cubierta. No quiero
estar encerrada en sus aposentos con él. No puedo estarlo. Necesito que la
luz del amanecer del exterior lo alcance. Para recordarme que sólo es un
hombre. Si evito mirar demasiado su rostro, puedo olvidar que es uno con el
que he crecido viéndolo toda mi vida. Uno al que realmente he amado.
Aprieto mi espalda contra la pared exterior de su camarote justo al
lado del umbral de la puerta, y echo un vistazo a la escena de abajo. Las
chicas se mantienen ocupadas en la cubierta del Cráneo del Dragón. Han
subido desde los dormitorios y están emboscando a los hombres de mi
padre cuando suben por las escotillas.
Mandsy, eres brillante, una mujer brillante.
Un barco tan grande tiene dos escotillas, una en cada extremo, pero
ella ya ha dividido a la tripulación, la mitad en cada una, y están cortando el
paso a los hombres de mi padre antes de que puedan rodearlos y usar su
superioridad numérica para dominarlos.
Lo percibo todo en menos de un segundo. Mi alfanje está preparado a
mi lado, esperando para estocar a mi padre cuando éste exponga su espalda,
al precipitarse por la puerta.
Pierdo el aliento y la espada cuando una bala me atraviesa el brazo
derecho. Mi músculo arde mientras bajo el brazo, el fuego se extiende hasta
la punta de los dedos. Aprieto los dientes ante el dolor y mi propia locura.
Kalligan ha vuelto a predecir lo que iba a hacer. No podía saber
exactamente dónde estaba parada, así que hizo su mejor conjetura. Tal vez
no esté tan descontrolado como pensé en un principio. Sólo quería dar la
apariencia de haber perdido toda la razón. Este fue un disparo calculado.
Aunque no es letal, me ha costado el brazo de la espada y, muy
probablemente, el combate. Parte de las pruebas de resistencia de Kalligan
era practicar un enfrentamiento contra él, con la izquierda. Me pregunto si
ahora se está arrepintiendo de lo bien que me ha entrenado.
Cuando me agacho para recuperar mi espada con la mano izquierda,
la bota de Kalligan aparece a toda velocidad en la esquina, chocando con mi
barbilla y mandándome, volando hacia atrás. Ahora también pierdo la daga.
La fuerza de la patada me hace ver las estrellas. El dolor es tan
intenso que me pregunto si, de ser humana, la patada me habría arrancado la
cabeza. Tengo la garganta tensa por el intenso dolor, todavía me suenan los
dientes y la nave se balancea un momento antes de volver a estabilizarse
para que pueda echar un vistazo.
Cometo el error de intentar usar mi brazo herido para enderezarme. El
resbalón de mi mano empapada de sangre y el dolor agudo que me recorre
el brazo hacen que me desplome sobre la cubierta.
Kalligan grita algo. No puedo entender las palabras, pero creo que son
órdenes a sus hombres. Habla demasiado fuerte para dirigirse a mí. Ha
olvidado momentáneamente que sus hombres no pueden oír nada.
Afortunadamente, sus órdenes me dan la oportunidad de recomponerme.
Me levanto. Pero él sigue interponiéndose entre mi espada y yo. Cojo mi
pistola y la encañono. Kalligan se da cuenta de lo que voy a hacer y se lanza
sobre el timón y fuera del castillo de popa.
No acierto el disparo. La bala se incrusta en la cubierta, y maldigo a
las estrellas por mi inestabilidad en la mano izquierda. Pero con él fuera del
camino, busco mi espada y la agarro con firmeza.
Me espera en la cubierta principal. Cuando salto los peldaños de la
pasarela, veo a los piratas de Kalligan subiendo a la cubierta por los flancos
del barco. Algunos de ellos deben haber tenido por fin el sentido común de
salir por las bocas de los cañones.
—¡Mandsy! —grito cuando aterrizo—. Vienen por los lados.
Se gira y los localiza, luego grita órdenes al resto de la tripulación.
Los cuerpos se amontonan junto a las escotillas. Los hombres se abren paso
entre sus compañeros caídos para intentar llegar a mi tripulación. Veo a una
chica en el suelo, con el pelo cubriéndole la cara. Es Deshel, creo. Radita se
ha dejado atrapar por uno de los enemigos. Le da un fuerte taconazo en el
empeine antes de clavarle un puño en la ingle. Sorinda ya está en la banda
de estribor del barco, cortando los dedos de los hombres que intentan
agarrarse a la barandilla. Athella está encaramada en la red, lanzándose
sobre los tipos que rompen la formación de las chicas en la escotilla de
popa. Veo un destello de Riden antes de tener que devolver mi atención al
rey pirata.
Él vuelve a lanzarse hacia mí. No puedo seguir dejando que tome la
ofensiva. Así no lo mataré. Mi brazo derecho cuelga inútilmente contra mi
costado. Intento no sacudirlo mientras desvío el siguiente embate del rey.
—Ya has perdido este combate —gruñe mientras me lanza una
andanada de cuchilladas.
—Todavía no.
Al bloquear el siguiente golpe, envío mi brazo herido hacia su cabeza,
apretando los dientes por el dolor asesino. Casi pierdo el conocimiento
cuando unos puntos negros acorralan mi visión. Pero, merece la pena. No se
lo espera, y aprovecho la oportunidad para lanzar mis propios golpes. Nada
de lo que hago es suave. Con cada choque pongo toda la fuerza que tengo,
toda la velocidad que puedo reunir. Mi brazo palpita agonizando. Todavía
me pitan los oídos por la patada que recibí en la cabeza.
Una de mis chicas grita. Su tripulación está reuniendo sus fuerzas. Un
número superior está invadiendo la cubierta. Necesito terminar esta pelea
para poder ayudarlas. Pero nada de lo que hago me da ventaja. El corte en el
costado de mi padre apenas sangra. Lucha como si no sintiera dolor. Nos
martilleamos y golpeamos mutuamente hasta que uno de los dos se
derrumbe por agotamiento o cometa un error tonto. Como soy la más
herida, lo más probable es que sea yo.
No dejo que el miedo a la derrota me afecte. Llevaré esta lucha hasta
el final, sin importar el resultado.
La muerte se extiende en el aire, un hedor único en sí mismo. Casi
tropiezo con un cuerpo caído, mientras Kalligan intenta empujarme hacia la
popa del barco. Los disparos ya no penetran en el aire. Todos han vaciado
sus pistolas. No hay más que un tropezar de miembros y espadas. Athella ya
no está sentada en la red. Ha bajado al suelo tratando de igualar las
probabilidades. Uno de los enemigos se acerca por detrás de ella y…
Miro hacia otro lado antes de que caiga. Una nueva urgencia y rabia
alimenta mi pelea con Kalligan.
—Ríndete —ordena.
—¿Te estás cansando? —pregunto a través de una pesada respiración.
Su pecho también se agita. Sé, que no quiere que me rinda porque
crea que vaya a perder la pelea. Quiere doblegarme. Tanto a mi cuerpo,
como a mi mente. Que me rinda es una victoria para él. Pero por la forma
en que agita su espada y blande su puño, sé que quiere arrancarme la
traición de la piel.
Rendirse no es una opción.
—Estoy cansado de ti. —responde—. Cansado de tu insolencia y tu
debilidad. Estoy dispuesto a librarme de ti. Pero te dejaré para el final.
Puedes ver a tu tripulación sufrir primero.
—Te mataré antes de que puedas tocarlos. —Le amenazo.
—Ahora mismo los están aplastando como a roedores bajo sus pies.
Mis hombres podrían no perdonar a ninguno. Entonces sólo te tendré a ti
para desatar mi furia.
—No te tengo miedo.
—¿Y qué hay de tu tripulación? ¿Temes por ellos?
Despliega los brazos a un lado, y me atrevo a mirar. Muchos han
perdido sus armas. Los están arreando a un lado, atados con cuerdas.
Mandsy y Sorinda están luchando espalda con espalda. Sé que ninguna de
las dos se detendrá hasta que estén muertas. Riden también sigue atizando a
sus oponentes. Se acerca a mí, tratando de alcanzarme. Doy una patada al
aire vacío mientras Kalligan lo esquiva.
—¿Crees que matarme detendrá esto? —pregunta—. Mira a tu
alrededor. —Sé que se refiere a que piense en todas las naves de su flota—.
Incluso si yo muriera, tú y tu tripulación no saldrían vivos. Mis hombres
terminarán lo que yo empecé.
—Estarán demasiado ocupados luchando entre ellos para ver quien
ocupa tu lugar. No creo que me presten atención. No le darán a tu cuerpo un
segundo vistazo. Tu nombre será olvidado. Se desvanecerá de la memoria, y
cualquier atisbo de gloria que hayas alcanzado será borrado. Nadie te
recordará. Yo ciertamente no lo haré.
Duplica sus esfuerzos. Me hace un corte en el brazo ya herido, me
magulla las costillas, esquiva mis patadas. Ruedo y ruedo y ruedo lejos de
él. No me detengo hasta que mi espalda choca con la barandilla de estribor.
Me pongo de pie y sostengo débilmente mi espada frente a mí. Estoy
perdiendo demasiada sangre ahora que tengo dos heridas abiertas.
Avanza lentamente. Sabe que estoy derrotada. Mi tripulación está
completamente sometida. Un tercio de ellos pintan la cubierta de rojo y se
tumban en ángulos antinaturales, inmóviles. El resto está acobardado en una
esquina. Y Riden está casi encima de mí cuando tres de los hombres de mi
padre lo derriban sobre la cubierta y le arrebatan la espada.
Miro a mi alrededor en busca de algo, cualquier cosa, que me ayude a
vencer a Kalligan. Es inútil. No hay nada que Riden pueda hacer. No hay
nada que mi tripulación pueda hacer. Mi madre está indefensa en las
habitaciones de mi padre. Y las sirenas... ¿Qué pasa con las sirenas?
Ya han sido derrotadas, han perdido la intención de luchar ahora que
su reina ha sido capturada una vez más. Probablemente ya han abandonado
la zona.
Pero ¿y si no lo han hecho? ¿Y si están revolviéndose abajo,
esperando que su reina venga a ellas?
Yo no soy ella, pero soy la hija de la reina. Me veían como una
extraña, pero ¿podría llamarlas? ¿Acaso me escucharían?
Porque es la única opción que me queda, canto.
La canción es una nube de desesperación y súplica. Un grito de
auxilio, luchando contra el viento, cayendo al agua, buscando en sus
profundidades a quien pueda escuchar. Puedo sentirlas, ahora que las estoy
llamando. Cientos y cientos de ellas. Lloran bajo las olas. Temiendo por su
reina, llorando por sus caídas, temblando por sus vidas. Es tan...
Humano viniendo de ellas.
Algunas callan ante mi propia canción, escuchando. Puedo sentir que
su atención se desplaza hacia mí. Soy parte de la línea real. Fluye por mis
venas, cabalga en mi canción. No tienen que escucharme, pero sí puedo
decir las palabras adecuadas...
Soy Alosa-Lina, hija de Ava-lee. Mi madre está viva, pero prisionera
en esta nave. ¿No me ayudarás? ¿Lucharás contra los piratas que se han
atrevido a entrar en tus aguas y robar lo que es tuyo?
Murmuran entre ellas. Lo siento en sus cantos, en la forma en que el
agua tiembla a su alrededor. La respuesta es débil, pero una me responde.
¿No eres tú una de esas escorias piratas? ¿No rechazaste la llamada
de la reina cuando te invitó a volver a casa? Incluso ahora te quedas en
tierra firme, negándote a unirte a tus hermanas de abajo.
Mi padre me mira fijamente, deteniéndose frente a mí.
—¿Estás llamando a las sirenas? Han huido, gritando hacia las
profundidades. Eres una extraña para ellas. Me aseguré de ello.
Tú superas en número a los piratas —explico—. Mi lealtad no está
con ellos. Te ayudaré a vencerlos.
La duda me canta desde abajo. Las emociones son melodías propias,
que brotan sin esfuerzo, como si sus voces no pudieran callarse. Ahora
nadie habla conmigo. Las sirenas reanudan sus lamentos de dolor hasta que
mi voz me abandona y ya no puedo oírlas.
—Suelta tu espada —ordena Kalligan. Su tono es cortante, definitivo.
No me lo volverá a pedir. Su próximo golpe se llevará una vida.
—Alosa.
Esta voz es tranquila. Es de Riden. Está muy cerca, lo están
sometiendo agarrándolo de todas sus extremidades.
Dejo caer mi espada como mi padre me pide y me vuelvo hacia
Riden. Lanzo unos cuantos golpes bien dados a sus captores y lo liberan.
Lo sujeto y los dos saltamos de la nave.
Capítulo 23
***
Cuando mi cabeza rompe la superficie, canto y atraigo la humedad
hacia mí, secándome mientras me arrastro hacia el lateral del Cráneo del
Dragón. Asomo la cabeza por el borde del barco. Mi tripulación ha sido
atada al palo mayor, agrupada bajo capas de cuerda. Unos cinco hombres
están de pie frente a ellos, asegurándose de que nadie se vaya.
Un empapado Riden está atado con los demás. No ha tenido más
remedio que regresar al barco y volver a ser cautivo hasta que yo regrese.
Sorinda, según veo, ya ha conseguido liberar sus manos sin llamar la
atención de los guardias. Mandsy está enfrente de ella, con la cabeza
desplomada contra el mástil, sólo noqueada, estoy segura. Radita retuerce
los hombros y un pirata avanza hacia ella con la espada en alto.
—Deja de hacer eso —dice—, o te atravesaré.
Ella le lanza una mirada que le dice exactamente dónde puede
clavarse su espada. Él se adelanta, cogiendo un mechón de su pelo con su
alfanje y sosteniéndolo a la luz.
—El capitán dice que podemos hacer lo que queramos con ustedes
una vez que empecemos a navegar de nuevo, siempre y cuando sigan vivas
cuando lleguemos al torreón. Voy a empezar contigo. —Frunce los labios y
se ríe, deslizando su espada por su mejilla como si fuera una caricia.
Nadie pone un dedo sobre mis chicas.
Él es el primero en morir. De espaldas a mí, no puede verme llegar
por detrás, no puede verme alcanzar su espada. Con una mano en su
muñeca y la otra justo debajo de su hombro, hago caer todo el brazo sobre
mi rodilla, ignorando el espasmo de dolor que brota en el mío herido ante el
movimiento. El crujido resultante es un feroz golpe de tambor que se suma
a la música de mis hermanas sirenas. Tomo su espada y se la clavo en la
garganta.
El forcejeo es suficiente para llamar la atención de los demás
guardias. Antes de que puedan alcanzarme, lanzo el alfanje a Sorinda, que
lo atrapa con facilidad y se libera a sí misma y a los demás.
Uno de los hombres de mi padre se apresura a bajar para pedir ayuda.
Yo empiezo con el resto. Riden me regala una sonrisa antes de saltar sobre
el guardia más cercano y arrebatarle la espada. Le rompo la pierna a otro de
una patada y lo clavo en la cubierta con su propio alfanje en el pecho.
Para cuando terminamos con los guardias, mi padre ha vuelto a
aparecer, con las enormes fuerzas de sus hombres alineadas tras él. Ahora
tiene el costado vendado; su mano sostiene de nuevo su espada.
No parece sorprendido, sólo más enfurecido.
—No sabes cuándo abandonar, chica. Estás tan en inferioridad
numérica como antes. Esta pelea no tendrá un resultado diferente.
Un grito se eleva en el aire. Primero uno, luego otro, y otro. Son
lejanos, viajan hacia nosotros desde otras naves de la flota. Mi padre mira a
su alrededor, pero no puede ver nada desde su posición. Sus hombres aún
no oyen nada. No tienen ni idea de que algo anda mal.
Hasta que las sirenas llegan a la cubierta. Cientos. Todas las que
caben. El agua se desprende de ellas en oleadas, goteando por sus largos
mechones y sus cuerpos lisos, empapando la cubierta al instante. Una fila
de ellas desciende mientras los hombres de mi padre, asustados, disparan,
pero no pueden hacer nada contra la superioridad numérica. Las sirenas los
pisotean. Los obligan a salir de los bordes del barco y a caer al agua.
Luchan junto a mi tripulación, enviando almas a las estrellas a diestro y
siniestro.
Nunca he sabido que Kalligan huyera del peligro, pero corre hacia la
parte más alta al ver todas esas sirenas en su barco. Sube a las jarcias,
dejando a sus hombres a su suerte. Y me doy cuenta entonces de cuánto
debe temer a la muerte. Ha estado en una posición de poder y seguridad
durante tanto tiempo, que me pregunto si ha olvidado lo que es tener miedo.
Y ahora no tiene que preocuparse por que vean su debilidad. Ninguno de
sus hombres vivirá para contarlo.
Lo dejo por ahora. Mi prioridad es mi madre.
Me abro paso a través del tumulto, derribando a los piratas en mi
camino, asistiendo a las sirenas que lo necesitan. Finalmente llego a las
habitaciones de mi padre.
Está justo donde la dejé.
Primero le quito la mordaza. Tose dos veces y traga profundamente.
—Me has salvado otra vez.
—Es mi culpa haberte encontrado de nuevo. Fui yo quien localizó las
piezas del mapa para él. —Utilizo un alfanje prestado para cortar las
gruesas cuerdas de sus muñecas.
—¿Está muerto? —pregunta. Es el tono más feroz que he escuchado
en su voz.
—Todavía no. Se está escondiendo de la refriega.
***
La batalla termina sólo unos minutos después de que comenzara. Las
sirenas hicieron un trabajo rápido con los piratas. Ya se han retirado al agua
para cuando saco a mi madre al aire libre. Me sorprende que no se una a
ellas inmediatamente. En lugar de eso, mira fijamente hacia el palo mayor,
donde Kalligan está de pie en la viga bajo la vela más alta.
—Has perdido. —le grito.
—No perderé hasta que tenga una espada clavada en el corazón. —
Me responde.
—Mandsy, búscame una sierra. —Le pido—. Si nuestro amado rey no
baja por su propia voluntad, tendremos que derribar su trono a hachazos.
Suena un fuerte ruido. Es la espada de mi padre golpeando la cubierta.
La señal más pura de derrota. No es un tonto. Sabe que ha perdido. No tiene
poder sobre mí. Mi tripulación y yo estamos finalmente a salvo. Sus pies le
siguen, y todos en el barco se callan, observándole.
—¿Y ahora qué? —pregunta mientras se eleva a su máxima altura—.
¿Voy a enfrentarme a un pelotón de fusilamiento? ¿Seré encarcelado hasta
el día de mi muerte? No tienes...
Sus palabras son detenidas por una mancha roja y feroz que choca
contra él. Atraviesan la barandilla de madera y caen por la borda del barco,
formando una maraña de miembros, cabellos y los gritos de mi padre. En
cuanto caen al agua, sé que no volveré a verlo con vida.
El agua se agita violentamente mientras Kalligan intenta salir a la
superficie. Se oye un grito ahogado. Mi madre tira de él hacia el fondo. El
agua se serena a medida que sus oscuras sombras se alejan. Una, dos, tres
burbujas.
Y todo se queda en calma.
El reinado del rey pirata ha llegado a su fin.
***
Los vítores son estremecedores. Se mezclan con los cantos de cientos
de sirenas, sacudiendo el barco desde debajo del agua. Las chicas se
abalanzan unas sobre otras, enredándose en feroces abrazos. Estamos vivas.
Seguimos vivas y el rey está muerto.
Por un breve momento, lloro al hombre que creí que era mi padre.
Lloro los raros abrazos, las palabras de consuelo y aliento. Lloro al hombre
que me enseñó a luchar. Que me dio un ejemplo de liderazgo. Que me
mostró las alegrías que se pueden obtener en una vida en el mar. Lo lloro, y
luego recuerdo la última elección que hizo. Quería el control y el poder.
Nada más. No supo amar, sólo usar lo que tenía para conseguir lo que
quería.
Así que lloro al hombre que una vez creí que era mi padre.
Y luego lo dejo ir.
Me lanzo hacia Mandsy, abrazándola con toda la fuerza que me atrevo
sin aplastarla ni empujar demasiado mi propio brazo herido. Pronto se nos
une Enwen, rodeándonos con sus brazos a las dos. Se me escapa una risa de
alivio mientras miro a mi alrededor y veo todos esos rostros felices. Ni
siquiera Sorinda se aparta de los abrazos que le llegan. Hasta que Kearan lo
intenta, claro. En cuanto Enwen y Mandsy me dejan para celebrar con los
demás, mis ojos buscan a la siguiente persona más cercana.
Se posan en Riden.
La mirada que compartimos parece crepitar con su propia energía. De
repente, no está allí. Está aquí. Justo delante de mí. Hasta que está tan cerca
que no puedo verlo en absoluto.
Mis ojos se cierran cuando presiona sus labios contra los míos. Y
aunque no es ni de lejos nuestro primer beso, se siente como algo nuevo.
Ninguno de los dos está agobiado. Draxen no está aquí para separarnos. Mi
padre no puede aterrorizarnos. Ni una amenaza de muerte pende sobre
nuestras cabezas.
Este beso se siente honesto. Se siente real.
Y no quiero que nunca sea diferente.
Capítulo 24
¿NO TE QUEDAS CONMIGO? me ruega mi madre por décima
vez en esa hora. Hemos pasado días juntas bajo el agua, hablando,
cantando. Mi tía, Arianna-leren, está a su lado. Ahora que no tenemos prisa,
mi madre hace las presentaciones. Arianna-leren es una belleza con
mechones dorados que se agrupan a su alrededor en ondas aún más gruesas
que las mías.
Las sirenas ya no me tratan como un paria ahora que los piratas han
sido derrotados.
—Saben que no puedo —les digo—. Me he quedado demasiado
tiempo así.
—Pero Kalligan está muerto. Ya no es una amenaza. He añadido su
oro al tesoro.
Miro a la arena. Las sirenas tienen pocas preocupaciones. No
necesitan comer. El océano las alimenta. No necesitan ropa ni refugio. No
hay nada que pueda dañarlas mientras permanezcan bajo el agua. El tiempo
no es algo que les preocupe. Su vida dura el doble que la de un humano.
Aunque mi madre ha dicho que probablemente mantendré mi aspecto
juvenil toda la vida, es probable que mi vida sea tan larga como la de una
humana, ya que pasaré la mayor parte de mi vida viviendo como tal.
El modo de vida de las sirenas es una existencia hermosa y
despreocupada, que transcurre constantemente en presencia de los seres
queridos. Si nunca hubiera vivido como humana, estoy segura de que me
parecería perfecta.
Intento encontrar las palabras adecuadas para hacerla entender.
—He pasado mis diecisiete años de mi vida por encima del océano,
salvo las pocas ocasiones en que me he visto obligada a entrar en el agua.
He amado y perdido miembros de mi tripulación. He aprendido a manejar
la espada. Conozco el placer de subir a un mástil y balancearme en una
cuerda. He hecho de maestra, de amiga, de confidente.
Las sirenas no saben el verdadero valor de estas cosas, porque no
conocen más que la paz entre ellas. Los únicos conflictos que tienen son
cuando atraen a los hombres a la muerte.
—No puedo vivir mi vida sin las experiencias humanas que tanto
aprecio. —explico—. Prometo visitarte a menudo, pero necesito llevar una
vida diferente a la tuya.
—Asta-Reven gobernará el encanto cuando tú no estés, hermana. —
dice mi tía—. No debes temer por nuestro bienestar.
—No es por vuestro bien por lo que estoy preocupada. —dice mi
madre—. Por fin he conocido a mi hija. Mi única hija. No quiero perderla
de vista otra vez.
Sus palabras me conmueven, pero no me hacen cambiar de opinión.
Me despido antes de volver a mi nave.
Los cuerpos de los caídos ya han sido depositados en el mar. El Ava-
lee fue limpiado de sangre y otros desechos. Encendimos linternas para los
caídos, y las sirenas nos regalaron todo el tesoro que el Ava-lee pudiera
transportar.
—Es nuestro regalo para ti —dijo mi madre—, por salvarnos a
todas.
Partimos a este viaje con treinta y cuatro. Ahora hay veintidós. Son
suficientes para llevarnos a casa y suficientes para destrozar mi corazón.
Los extrañaré terriblemente. Los hábiles dedos de Athella para abrir
cerraduras, la fuerza de Deros, la risa de Deshel y Lotiya.
—¿Buena visita? —pregunta Niridia a mi regreso.
Radita y Mandsy han trabajado juntas para fabricar una muleta de
madera para ella. La utiliza para caminar por el barco, a pesar de los
esfuerzos de Mandsy por mantenerla en la cama. Roslyn también se está
recuperando. Está postrada en la cama, pero ahora está consciente, su padre
nunca se aleja de ella.
—Sí. Podía acostumbrarme a tener una madre que me cuidara, pero ahora la
echaré de menos siempre que esté fuera. Viene con la alegría y el dolor.
—Quizá venga a visitarnos.
Dejo escapar una carcajada.
—¿Quieres dejar que las sirenas vaguen por las aguas cerca de donde
establezcamos nuestra fortaleza? Nunca reuniría más hombres para mi
causa.
—Pero eso evitaría que el rey de tierra nos buscara. —señala ella.
—Muy cierto. Tal vez me lo piense. ¿Cómo van las cosas por aquí?
—El barco está listo. ¿Qué rumbo le doy a Kearan?
Podemos ir a cualquier parte. Hacer cualquier cosa. Mi padre ya no
nos controla.
—Al torreón. —decido—. Veamos lo que dejo sin arrasar el rey de la
tierra. Nos desharemos de los que no nos sean leales. Navegaremos a las
ciudades portuarias y limpiaremos los cuarteles de los piratas.
Construiremos. Y lo haremos mejor de lo que era antes. Es hora de
establecer el reinado de la reina pirata.
Niridia sonríe su aprobación.
—¡Kearan! ¡Deja de mirar a Sorinda y haz que este barco apunte
hacia el noreste!
Me coloco en el borde del barco, asomándome al castillo de popa para
echar otro vistazo a la Isla de Canta antes de partir. Creo que una parte de
mí siempre la echará de menos. Es el lugar donde reside mi familia. Pero
volveré cuando pueda disponer de tiempo. Cuando haya construido lo que
empecé para mi padre.
—¿Te lo estás pensando mejor?
Riden se apoya sus antebrazos en la barandilla, dejando que su piel
toque la mía.
—No. Estoy exactamente donde quiero estar. Sólo desearía poder
recuperar todos los años que me perdí con mi madre.
—Podrías tenerlos ahora. —dice suavemente—. Podrías vivir tu vida
entre las sirenas y dejar todo esto atrás.
Sonrío y me vuelvo hacia él.
—A ti y a mi madre os falta una cosa importante.
—¿Qué es?
—Me encanta ser pirata, y no hay nada que me apetezca más.
Se relaja considerablemente.
—Gracias a las estrellas. Me esforzaba mucho por ser solidario y me
olvidaba de lo que más quiero.
—¿Y qué es eso?
Esos hermosos ojos marrones brillan.
—A ti.
—¿Has decidido que quieres ser un miembro permanente de la
tripulación, entonces? —Me burlo.
—Sí, Capitana. —Me quita el tricornio de la cabeza y me pasa los
dedos por el pelo—. Navegaré contigo a cualquier parte. No me importa a
dónde vayamos o lo que hagamos mientras esté contigo.
—Podría ser peligroso.
—Me protegerás.
Se inclina y me besa. Tan despacio que es enloquecedor. Cuando se
retira, le digo:
—Llevo un barco muy limpio, marinero. Espero que se cumplan las
reglas.
—¿Qué reglas serían esas?
—Todos los hombres están obligados a mantener un par de días de
barba en la barbilla. Les hace parecer más temibles. Mejores piratas, ya ves.
Sonríe tanto que siento que se me derrite el corazón.
—No tenía ni idea de que te gustara tanto. —Acerca sus labios a mi
oído—. No hace falta que hagas una regla y molestes a los otros hombres.
Lo haré si me lo pides amablemente.
Sus labios recorren mi cuello y me estremezco.
—¿Algo más? —pregunta.
—Necesito encontrarte en mi camarote por las noches.
—Sí, sí.
FIN.