02 - La Hija de La Reina Sirena

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Traducción y corrección realizada por:

      OBSESIONES AL MARGEN
                  
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Staff
OBSESIONES AL MARGEN
 

TRADUCCIÓN
ZD
 

CORRECIÓN
SHURA
 

DISEÑO
ZD
SHURA
 

EPUB
ZD
 

Para mamá,
porque dijiste que podía escribir un libro en lugar de conseguir un trabajo
de verano.
Te quiero.
 
 

 
 

"Y ESO FUE SIN UNA SOLA GOTA DE RON".


                  CAPITÁN JACK SPARROW
 

      Piratas del Caribe: En el fin del mundo


 
Capítulo 1
 

EL SONIDO DE MI CUCHILLO al cortar una garganta se oye


demasiado fuerte en la oscuridad.
Atrapo al pirata antes de que su cadáver caiga al suelo y lo bajo
suavemente. Es sólo el primero de la tripulación de Theris… no, de Vordan,
-me recuerdo a mí misma- que morirá esta noche.
Mi propia tripulación está repartida por las calles empedradas,
despachando a los hombres de Vordan uno por uno. No puedo verlos, pero
confío en que todos ellos cumplan con su parte esta noche.
He tardado dos meses en localizar al señor de los piratas y en reunir
suficiente información para infiltrarme en su territorio. Vordan pensó en
ponerse a salvo de mí, viajando tierra adentro. Estamos a kilómetros del
puerto más cercano, y aunque no tengo forma de reponer mis habilidades,
vine completamente abastecida.
El informante que tengo dentro me dio todos los detalles que
necesitaba. Vordan y su tripulación están hospedados en la posada del Viejo
Oso. Puedo verla ahora delante de mí, un edificio de cuatro pisos con un
techo casi plano y paredes pintadas de verde. La entrada principal está
construida con un impresionante arco, del que sobresale un gran cartel que
representa a un oso dormido.
La tripulación de piratas de Vordan se ha transformado en una banda
de ladrones de tierra que se aprovechan de los habitantes de Charden, la
mayor de las Diecisiete Islas. Compró la posada y paga los sueldos de todo
el personal, manteniéndola como su fortaleza personal. Parece que no teme
vivir a la vista de todos. Son casi cien los hombres a su servicio, y no hay
una unidad de fuerza destinada en esta isla, lo suficientemente grande como
para disponer de ellos.
Pero no necesito deshacerme de ellos. Todo lo que necesito es entrar y
sacar a Vordan y su pieza de mapa sin alertar al resto de sus hombres. Su
interrogatorio y su inevitable tortura ocurrirán una vez que estemos de
vuelta en mi nave.
Me deslizo por la calle, manteniéndome cerca de la casa adosada
construida toscamente a mi derecha. La ciudad está dormida a estas horas.
No he visto ni un alma deambulando, salvo sus hombres de guardia.
Un tintineo me detiene en seco. Contengo la respiración mientras me
asomo a la siguiente esquina, al hueco entre esta casa y la siguiente. Pero
sólo hay un niño de la calle -un chico de unos ocho o nueve años- buscando
entre un montón de botellas de cristal. Me sorprende cuando gira la cabeza
en mi dirección. He sido tan silenciosa como los muertos, pero supongo que
para sobrevivir en las calles hay que percibir cuándo puede haber una
amenaza cerca.
Me llevo el dedo a los labios y le lanzo una moneda al chico, que la
coge sin quitarme los ojos de encima. Le guiño un ojo antes de cruzar la
brecha hasta la siguiente casa.
Espero, viendo cómo se me nubla el aliento frente a la escasa luz de la
luna. Aunque me vendría bien el calor, no me atrevo a arriesgarme a
frotarme las manos. No puedo hacer nada más que mantenerme
perfectamente inmóvil.
Finalmente, llega el ulular de un búho. Luego otro. Y otro más.
Espero hasta que oigo los siete, que indican que cada calle y tejado vigilado
ha sido despejados.
Observo las ventanas de la gran posada que tengo delante. No hay ni
una sola vela encendida, ni una silueta en movimiento tras los cristales.
Aprovecho mi oportunidad y me apresuro a subir a la posada.
Una cuerda ya cuelga del techo. Sorinda se me ha adelantado aquí.
Me elevo piso tras piso, evitando las ventanas, hasta que mis botas se
afianzan en las tejas de piedra del tejado. Sorinda está guardando su espada,
con cuatro de los hombres de Vordan muertos a sus pies. No hay nada que
se le dé mejor que matar.
Sin decir una palabra, me ayuda a subir la cuerda y a atarla de nuevo
para que cuelgue en el lado oeste de la azotea. La ventana de Vordan está en
el último piso, tercera ventana desde la derecha.
—¿Preparada? —susurro.
Ella asiente.
                        

***
 

Sostener mi cuchillo contra la garganta de un Vordan dormido me


llena de la más dulce sensación de justicia. Muevo mi mano libre para
cubrir su boca. Sus ojos se abren de golpe y aprieto el cuchillo un poco más,
lo suficiente para rebanar la piel, pero no para hacerle sangrar.
—Pide ayuda y te corto el cuello —susurro. Retiro mi mano libre de
su boca.
—Alosa —dice, un reconocimiento amargo.
—Vordan.
Es tal y como lo recuerdo. Un hombre de aspecto poco llamativo:
pelo y ojos castaños, complexión media, altura media. Nada que le haga
destacar entre la multitud, que es como a él le gusta.
—Lo has descubierto. —responde, obviamente refiriéndose a su
identidad, sobre la que había mentido inicialmente.
Cuando estaba prisionera en el Rondador Nocturno, fingía ser uno de
los hombres de mi padre y se hacía llamar Theris.
—¿Dónde está el mapa? —pregunto.
—Aquí no.
Sorinda, que permanece como centinela silenciosa detrás de mí,
comienza a moverse por la habitación. La oigo rebuscar en los cajones de la
cómoda y luego hurgar en las tablas del suelo.
—No me sirves de nada si no me dices dónde está —le amenazo—.
Acabaré con tu vida. Aquí mismo. En esta habitación. Tus hombres
encontrarán tu cuerpo por la mañana.
Entonces sonríe.
—Me necesitas vivo, Alosa. Si no, ya estaría muerto.
—Si tengo que pedírtelo una vez más, me pondré a cantar —le
advierto—. ¿Qué debería obligarte a hacer primero? ¿Romperte las piernas?
¿Hacer dibujos en las paredes con tu propia sangre?
Traga saliva.
—Mis hombres superan a los tuyos tres a uno. No voy a ir a ninguna
parte, y esa voz tuya te servirá de poco cuando sólo puedas controlar a tres
a la vez.
—Tus hombres no podrán luchar mucho cuando estén dormidos en
sus camas. Mis chicas ya los están encerrando en sus habitaciones.
Sus ojos se entrecierran.
—Lástima que no hayas atrapado a mi espía en tus filas, y es una
pena que no te hayas dado cuenta de que ha cambiado todas las cerraduras
de las puertas. Sí, ahora se cierran desde fuera.
—Han sido alertados. Mis hombres de guardia...
—Están todos muertos. Los cuatro hombres en este techo. Los cinco
en la calle. Los tres en el tejado de la carnicería, el curtidor y la tienda de
suministros.
Su boca se ensancha para que pueda ver sus dientes.
—Seis —apunta.
Mi respiración se detiene por un instante.
—Tenía seis en la calle —aclara.
¿Qué? No. Habríamos sabido...
Una campana suena tan fuerte que despierta a toda la ciudad. Maldigo
en voz baja.
—El pequeño —caigo, justo cuando Vordan mete la mano debajo de
la almohada. Por la daga que ya le he quitado—. Hora de irse, Sorinda.
—Levántate. —Dirijo la palabra a Vordan, pero no es una orden
ordinaria pronunciada con una voz ordinaria.
La palabra es cantada, llena de magia que me transmitió mi madre
sirena. Y todos los hombres que la escuchan no tienen más remedio que
obedecer. Vordan se levanta enseguida de la cama y planta los pies en el
suelo.
—¿Dónde está el mapa?
Se lleva la mano a la garganta y saca un cordón de cuero oculto bajo
la camisa. En el extremo hay un frasco de cristal, no más grande que mi
pulgar, tapado con un corcho. Y enrollado en su interior está el último trozo
de mapa. Con él, mi padre y yo viajaremos por fin a la isla de las sirenas y
reclamaremos su tesoro.
Mi cuerpo ya está vivo con la canción, mis sentidos aumentados.
Oigo a los hombres que se mueven abajo, poniéndose las botas y corriendo
hacia sus puertas.
Tiro del frasco en el cuello de Vordan. El cordón se rompe con un
chasquido y guardo todo el collar en el bolsillo del corsé de ébano que
llevo.
Hago que Vordan salga primero por la puerta. Está descalzo, por
supuesto, y sólo lleva una camisa de franela suelta y unos pantalones de
algodón. El hombre que me encerró en una jaula no tendrá la comodidad de
unos zapatos y un abrigo.
Sorinda está justo detrás de mí cuando salgo al pasillo. Abajo, oigo a
sus hombres lanzar el peso de sus cuerpos contra las puertas cerradas,
intentando responder a la campana de aviso.
¡Maldita sea esa campana!
Mis chicas aún no han llegado a los pisos superiores. Los hombres de
esta planta y de la de abajo se desparraman por el pasillo. No tardan en ver
a su capitán. Le canto una serie de palabras a Vordan en no más que un
susurro.
—¡Afuera, imbéciles! Son los hombres del rey de la tierra. ¡Se
acercan por el sur! Id a recibirlos. —vocifera.
Muchos empiezan a moverse, atendiendo a la llamada de su capitán,
pero un hombre grita:
—¡No, mirad detrás de él! Es la puta sirena.
Ese hombre, decido, muere primero.
Vordan debe haberles advertido de una situación así, porque los
hombres sacan sus sables y cargan.
Lo hago estallar todo. Amplío la canción, colocando a dos más de los
hombres de Vordan bajo mi hechizo, y luego los envío delante de nosotros
para que luchen contra los hombres que se acercan. La estrechez del pasillo
nos favorece. La posada es rectangular, con habitaciones que bordean un
lado del pasillo y una barandilla en el otro. Por encima de la barandilla se
puede ver claramente el primer piso. Una escalera sube en zigzag a cada
uno, la única manera de subir o bajar, excepto por las ventanas y una larga
caída hasta el fondo.
Me pongo en fila con los tres hombres bajo mi hechizo para luchar
contra la primera oleada. Embisto con mi hombro al pirata que se atrevió a
llamarme la puta sirena, enviándolo por encima de la barandilla. Grita hasta
que se detiene con un fuerte crujido. No me paro a mirar: ya estoy clavando
mi espada en el vientre del siguiente pirata. Se desploma en el suelo y paso
por encima de su cuerpo retorcido para alcanzar al siguiente hombre.
Los piratas de Vordan no tienen reparos en abatir a sus propios
hombres, pero no quieren tocar a su capitán. En cuanto uno de los
hechizados cae, encanto al siguiente hombre más cercano, haciendo que
ocupe su lugar, manteniendo a tres bajo mi control en todo momento.
Sorinda está a nuestra espalda, de cara a los dos hombres que salieron
de las habitaciones del extremo, y no me preocupa comprobarlo por encima
de mi hombro. No podrán atravesarla.
Pronto los hombres de Vordan se dan cuenta de que, si matan a sus
propios hombres, serán las próximas víctimas que caigan bajo mi hechizo.
Se retiran, corriendo por las escaleras, probablemente esperando cambiar el
campo de batalla al primer piso abierto de la posada. Pero mis chicas, las
que cerraban las puertas, se reúnen con ellos en el segundo piso. Diez
mujeres, entrenadas personalmente por mí, dirigidas por Mandsy, médico y
segunda oficial de mi nave, impiden que tomen las escaleras.
Ahora los tenemos luchando en dos bandos.
—¡Despierte, capitán! —le grita a Vordan el hombre inusualmente
alto que ahora lucha contra mí—. ¡Dinos qué hacer!
Después de rechazar su último golpe, le doy con el codo en la parte
inferior de la barbilla. Su cabeza se echa hacia atrás, y le corto el gruñido
pasando mi alfanje por su garganta.
Su número disminuye, pero los que estaban encerrados en sus
habitaciones han empezado a atravesar las puertas con sus alfanjes y a
unirse a la lucha. Empiezan a saltar por encima de la barandilla del segundo
piso, estrellándose contra las mesas y sillas del comedor de abajo. Algunos
caen sólo para romperse las extremidades y torcerse los tobillos, pero
muchos lo logran e intentan atacar a mis chicas por la espalda.
Oh, no.
Salto por encima de la barandilla, caigo de pie con facilidad y atajo a
los cuatro hombres que se acercan a mis chicas. Me atrevo a echar un
vistazo hacia arriba mientras me estabilizo, y veo que Sorinda ha
despachado a los hombres que estaban a mi espalda y ahora ha ocupado mi
lugar.
—¡Sorinda! Baja aquí —grito, deteniendo mi canto el tiempo
suficiente para que salgan las palabras.
Corto los tendones de uno de los hombres que he derribado. Al
siguiente le clavo la punta de mi daga en la base de la columna vertebral.
Los otros dos se acercan a mí y por fin se ponen en pie. El más pequeño de
los dos me mira a los ojos, reconoce quién soy y sale corriendo por la
entrada principal, justo después de las escaleras.
—Lo tengo —dice Sorinda, que ha llegado a la planta principal, y
corre hacia mí.
El último tipo en mi camino arroja su espada.
—Me rindo —dice. Le golpeo en la cabeza con la empuñadura de mi
espada. Se desmorona a mis pies.
Quedan unos cuarenta hombres que intentan abrirse paso entre mi
tripulación. Vordan y dos de los suyos permanecen al final de la fila,
todavía bajo mi hechizo, luchando contra su propia tripulación.
Pero mis poderes se están agotando. Tenemos que salir de aquí. Echo un
vistazo a la habitación, observando las linternas sin encender que cuelgan a
lo largo de las paredes, contemplando el aceite que descansa en su interior.
—Salta —le ordeno a Vordan. Él no duda. Se lanza sobre la
barandilla. Aterriza con una de sus piernas dobladas torpemente debajo de
él, tal y como yo pretendía. Libero a Vordan y a los dos piratas del fondo de
la fila de mi hechizo, y en su lugar concentro el resto de mis esfuerzos en
los tres que están justo delante de mi tripulación.
—Mantened la línea —ordeno. Giran al instante, volviendo sus
espadas contra sus propios hombres. A mis chicas les grito:
—Derramen la pólvora extra para sus pistolas en la escalera.
Mandsy retrocede, saca la bolsa de pólvora de al lado de su funda y la
arroja sobre el escalón justo debajo de los hombres bajo mi hechizo. El
resto de las chicas siguen su ejemplo, y otras nueve bolsas de pólvora caen
al suelo.
—¡Vayan por Vordan! Llévenlo al carruaje.
Él maldice a todo pulmón ahora que tiene sus sentidos. Mis chicas lo
levantan limpiamente de sus pies, ya que su pierna está inutilizada, y lo
llevan a través de la salida. Voy justo detrás de ellas, sacando mi pistola del
costado y apuntando a ese montón de pólvora.
Disparo.
La ráfaga presiona mi espalda, impulsándome rápidamente. El humo
llena mis fosas nasales y una oleada de calor me envuelve. Me tambaleo
hacia delante, pero recupero el equilibrio y me apresuro a seguir avanzando.
Miro por encima del hombro y compruebo la destrucción. La posada sigue
en pie, pero está ardiendo por dentro. El muro que rodea la entrada principal
está ahora hecho añicos alrededor del camino. Los piratas que siguen dentro
son cáscaras ardientes en el suelo.
Doy la vuelta a la siguiente calle, corriendo hacia el punto de encuentro.
Sorinda se materializa de la oscuridad y corre silenciosamente a mi lado.
—Entrar y salir sin que nadie se entere —comenta, inexpresiva.
—Los planes cambian. Además, tenía a todos los hombres de Vordan
amontonados en un lugar. ¿Cómo iba a resistirme a volarlo? Ahora no tiene
nada.
—Salvo una pierna rota.
Sonrío. Sorinda rara vez se molesta en bromear.
—Sí, excepto eso.
Doblamos otra esquina y llegamos al carruaje. Wallov y Deros están
sentados a las riendas. Eran los únicos hombres de mi tripulación hasta que
se unieron Enwen y Kearan, pero dejé a estos dos últimos en el Ava-lee para
que custodiaran el barco bajo la vigilancia de Niridia. Wallov y Deros son
mis guardias de bergantín. Saltan de su asiento y abren las puertas del
vagón. Una jaula descansa en el suelo del interior. Deros saca una llave y la
abre, dejando que la portañuela se abra de par en par.
—Wallov, haz pasar a nuestro invitado al interior —pido.
—Con mucho gusto.
—No puedes meterme ahí —protesta—. Alosa, yo...
Lo interrumpe el puño de Sorinda que le golpea en las tripas. Le
amordaza y le ata las manos a la espalda. Sólo entonces Wallov lo introduce
en la jaula. Es bastante pequeña, pensada para un perro o algún tipo de
ganado, pero conseguimos meter a Vordan. Me acerco a la puerta del
carruaje y miro dentro. Sobre los asientos descansan dos cofres de madera,
con las cerraduras rotas.
—¿Lo tienes todo, entonces? —pregunto.
—Sí —responde Wallov—. La información de Athella era exacta. El
oro de Vordan estaba en el sótano bajo el falso suelo.
—¿Y dónde está nuestra informante?
—¡Aquí, Capitana!
Athella sale de entre el grupo detrás de Mandsy. Sigue disfrazada, con
el pelo oculto bajo un tricornio y el vello facial falso pegado a la barbilla.
Se ha puesto pintura facial sobre las cejas para ensancharlas y oscurecerlas.
Las líneas que rodean sus mejillas las hacen parecer más alargadas. Los
tacos en sus zapatos le dan la altura extra necesaria, y lleva un voluminoso
chaleco bajo la camisa para completar la ropa de hombre.
Se quita los adornos masculinos del cuerpo y se limpia la cara hasta
que vuelve a parecer ella misma. Lo que queda es una chica delgada como
una caña, con el pelo que le cae hasta los hombros en una sábana negra y
lisa. Athella es la espía designada de la nave y la ganzúa más reconocida.
Me vuelvo hacia Vordan, que mira con ojos de insecto a la joven que
creía miembro de su tripulación. Gira su mirada hacia mí, con los ojos
llenos de odio.
—¿Qué se siente al ser el que está encerrado en la jaula? —Le
pregunto.
Tira de sus manos atadas, tratando de liberarse, y mi mente se
remonta a aquella vez, hace dos meses, cuando él me metió en una jaula y
me obligó a mostrarle todas las habilidades que poseo, utilizando a Riden
para hacerlo.
Riden...
Él también está de vuelta en mi nave, curándose de las heridas de bala
que le hizo este tipo. Tendré que dedicarme finalmente un momento para
visitarlo una vez que regresemos, pero por ahora, le cierro la puerta del
carruaje en la cara a Vordan.
      
                   Capítulo 2
 

NO SÉ CÓMO LO Hacen los de tierra.


Los barcos no te dejan los muslos doloridos. No dejan montones
apestosos de mierda en el suelo. Los caballos, decido, son repugnantes, y
me siento aliviada de haberme librado de ellos cuando por fin llegamos a
Puerto Renwoll una semana después.
Mi barco, el Ava-lee, está atracado en el puerto, esperándome. Es el
barco más hermoso jamás construido. Pertenecía a la flota del rey de tierra
antes de que yo la requisara. Le dejé el color natural del roble del que está
hecho, pero teñí las velas de azul real. Tiene tres mástiles; el del medio es
cuadrado, mientras que los otros dos tienen velas latinas¹. Sin castillo de
proa² y con un pequeño castillo de popa, cabemos perfectamente los treinta
y tres.
Puede ser pequeño, pero también es el barco más rápido que existe.
—¡Han vuelto! —grita una voz desde lo alto de la cofa. Es la pequeña
Roslyn, la hija de Wallov y la vigía de la nave. Es el miembro más joven de
la tripulación con seis años.
Wallov estuvo con la madre de Roslyn sólo una noche. Nueve meses
después, ella murió al dar a luz a una niña. Él asumió la responsabilidad de
su hija, aunque no tenía ni idea de qué hacer con ella. En ese momento tenía
dieciséis años. Antes había sido marinero en un barco pesquero, pero se vio
obligado a dejarlo cuando tuvo a una niña que cuidar. No sabía cómo iba a
alimentar a los dos hasta que me conoció.
 

¹ Vela latina: Vela triangular, que suelen usar las embarcaciones de poco porte.

² Castillo de proa o popa: Cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda. Puede ser de proa* o popa* de pende
del lugar donde estén situados.
*Popa: Parte posterior de una embarcación.

*Proa: Parte delantera de una embarcación, con la cual corta el agua.

—¡Capitana a bordo! —grita Niridia cuando subo a cubierta.


Como mi primera oficial, ha estado capitaneando el barco en mi
ausencia. Roslyn ya ha bajado a la cubierta. Se lanza hacia mí, rodeando
mis piernas con sus brazos. Su cabeza apenas me llega a la cintura.
—Has estado fuera demasiado tiempo —dice—. La próxima vez,
llévame contigo.
—Había que luchar en este viaje, Roslyn. Además, te necesitaba aquí
vigilando mi barco.
—Pero puedo luchar, Capitana. Papá me ha enseñado. —Mete la
mano detrás de sus pantalones demasiado grandes y saca una pequeña daga.
—Roslyn, tienes seis años. Espera diez más y ya veremos.
Sus ojos se arrugan mirándome. Luego se lanza hacia mí. Es rápida,
lo reconozco, pero esquivo su estocada sin esfuerzo. Sin detenerse, vuelve a
girar y me golpea. Doy un salto hacia atrás y le quito la daga de una patada.
Se cruza de brazos, desafiante.
—Muy bien —digo—, lo volveremos a comprobar dentro de ocho
años. ¿Satisfecha?
Ella sonríe y se apresura a darme otro abrazo.
—Se diría que no existo —le dice Wallov a Deros desde algún lugar
detrás de mí.
Roslyn, al oírle, me suelta y corre hacia él.
—Estaba llegando a ti, papá.
Observo a todos los demás a bordo. Dejé a doce atrás para vigilar el
barco. Ahora están todos en cubierta, excepto nuestros dos nuevos reclutas.
—¿Hubo algún problema? —Le pregunto a Niridia.
—Fue francamente aburrido. ¿Y tú?
—Vimos algo de acción. Nada que no pudiéramos manejar. Y nos
trajimos algunos premios.
Saco el collar improvisado por la cuerda, mostrando el mapa para que
todos lo vean. Ya tengo una copia de las dos primeras piezas del mapa, y
mientras navegamos de vuelta al torreón, haré que Mandsy cree una réplica
del nuevo. Padre dirigirá el viaje a la Isla de Canta, pero quiero estar
preparada por si nos separamos o le ocurre una tragedia a su barco. Sería
una tontería tener sólo una copia de tan valiosos objetos.
A babor, Teniri, el sobrecargo del barco, mira hacia el carruaje y
pregunta:
—¿Qué más? ¿Algo de la variedad brillante y dorada, Capitana?
Mandsy y las chicas suben por la pasarela. Se necesitan cuatro para
levantar cada cofre. Deros y Wallov ya han depositado a nuestro prisionero,
con jaula y todo, en la cubierta. Vordan permanece allí, amordazado e
ignorado, mientras las chicas rodean los cofres. Hasta que todos se repartan
su parte, nadie puede tocar el oro, excepto Teniri. Es la mayor del barco,
con veintiséis años. Aunque todavía es muy joven, tiene un mechón de pelo
gris en la nuca que intenta ocultar con una trenza. Cualquiera que se atreva
a mencionarlo recibe una rápida patada en el estómago. Levanta las tapas de
los dos cofres a la vez, revelando una gran cantidad de monedas de oro y
plata, y algunas gemas y piedras de valor incalculable.
—Muy bien —digo—. Ya has tenido tu oportunidad de mirarlo.
Guardémoslo bien y sigamos nuestro camino.
—¿Qué pasa con él? —pregunta Wallov. Da una patada a la jaula, y
Vordan le arruga la nariz, sin molestarse en intentar gritar a través de la
mordaza.
—Haría que lo metieran en el calabozo, pero tengo que abastecerme
esta noche. Mejor que sea en la enfermería, entonces. Mantenlo en la jaula.
—Capitana —avisa Niridia—. La enfermería ya está ocupada por un
prisionero.
No lo había olvidado. Nunca lo olvidaría.
—Será reubicado —respondo.
—¿A dónde?
—Yo me encargaré de eso. Ocúpate de que todo lo demás se coloque
en su lugar. ¿Dónde está Kearan?
—Te daré una idea.
Exhalo una bocanada de aire.
—Sácalo de mi suministro de ron y llévalo al timón. Nos vamos
ahora.
Lejos, muy lejos del hedor del caballo. Necesito un baño.
Después de que mi anterior timonel perdiera la vida durante la batalla
en el Rondador Nocturno, me apropié de Kearan de la nave de Riden. Es un
borracho inútil la mayor parte del tiempo, pero también es el mejor
navegante que he visto. Aunque nunca se lo diría.
Me vuelvo hacia la enfermería y miro fijamente la puerta. Hace dos
meses que no veo a Riden. En su lugar, lo dejé al cuidado de Mandsy,
confiando en que ella le ayudaría a curar sus piernas y se encargaría de que
recibiera comida todos los días. Si fuera cualquier otra persona, la idea de
dejarla sola con él me haría hervir la sangre. Pero Mandsy nunca ha
mostrado un ápice de interés hacia los hombres o las mujeres. Simplemente
no está hecha de esa manera. Así que, como médico del barco, le ordené
que se ocupara de él y me pusiera al día: cuando le quitara los puntos,
cuando volviera a caminar con su pierna mala.
—Pregunta por usted, capitana —me contaba ella antes de salir a
capturar a Vordan, pero yo nunca estaba dispuesta a verlo.
Cuando estaba encerrado en esa jaula, Vordan amenazó a Riden para
intentar controlarme. Y funcionó.
Riden había sido mi interrogador mientras estaba prisionera en el
Rondador Nocturno. Era un medio para un fin. Una distracción del tedio de
registrar una nave de arriba a abajo, aunque una distracción muy atractiva
que además besaba bien. Era todo diversión. Sólo un juego. Al menos eso
creía. Las palabras que le dijo Vordan a Riden en la isla todavía me
persiguen.
Hay al menos una cosa que le importa más que su propia justicia. Tú.
La idea de hablar con Riden, incluso si eso significa que puedo
imponerle su condición de prisionero, es inquietante. Porque sabe que dejo
que otro hombre me controle, por él. Sabe que me preocupo por él. Pero no
estoy preparada para reconocer que él me importa. Entonces, ¿cómo puedo
tenerlo en frente?
Pero ahora, no tengo otra opción. Necesitamos la enfermería para
Vordan. Riden tendrá a unirse a Kearan y Enwen en la cubierta. No puedo
evitarlo por más tiempo.
La puerta se abre demasiado rápido, y lo encuentro en la esquina,
estirando su pierna mala. El pelo le ha crecido un poco, y su longitud
castaña le llega hasta más allá de los hombros. Un par de días de barba
pegada a la barbilla, ya que sólo se le permite afeitarse cuando se baña. No
está menos en forma de lo que recordaba, así que ha aprovechado bien el
tiempo que ha pasado aquí.
Los cambios sólo le hacen parecer más pícaro. Peligroso. Casi
irresistiblemente guapo. Tendrá que afeitarse a primera hora cuando salga
de la habitación. Si no, las chicas no podrán concentrarse en su trabajo.
Levanta la vista cuando cierro la puerta tras de mí, pero no dice nada,
se limita a observarme de pies a cabeza, sin importarle que me esté mirando
más de lo necesario. Una chispa de calor parpadea en mi vientre. Intento
expulsarla tosiendo. Él sonríe.
—Has tardado en venir a verme, Alosa.
—He estado ocupada.
—¿Ocupada poniéndote al día con tu pretendiente?
Tenía una pequeña lista de todas las cosas que iba a decirle, sobre por
qué lo reubicamos, o incluso por qué lo mantenemos en la nave para
empezar. Pero todo huye de mi mente ante sus palabras.
—¿Mi pretendiente? —pregunto.
—Ese tipo rubio de cabellos rizados. Se parece un poco a una chica.
—Ante mi mirada confusa, añade—: El que ayudó a derrotar al Nocturno
con tu padre.
—¿Te refieres a Tylon? No se parece en nada a una chica.
Aunque pagaría una fortuna para que Riden dijera lo contrario delante
de él.
—¿Así que él es tu pretendiente, entonces? —Lo pregunta con
bastante indiferencia.
Una sonrisa todavía descansa en sus labios, pero un análisis visual y
puedo ver que se arremolina con un verde oscuro. Celos en su forma más
profunda y cruda. Me fulmina con la mirada.
—No me hagas eso. Apágala.
Retrocedo, sobresaltada por su fría mirada y su arrebato, antes de
recomponerme.
—Olvidé que te das cuenta cuando la uso.
—Eso apenas importa. —Vuelve la sonrisa—. Pensé que odiabas usar
tus habilidades. ¿No se supone que te hacen sentir mal del estómago? Debe
importarte mucho lo que yo piense.
No me gusta hacia dónde está dirigiendo la conversación, así que la
desvío de nuevo.
—Tylon no es mi pretendiente. Somos piratas.
El matrimonio no es realmente algo que solemos hacer.
—¿Cómo lo llamarías, entonces? ¿Tu amante?
Resoplo. Eso desea él, pero nunca dejaría que la anguila viscosa me
toque. Sin embargo, Riden no necesita saber eso. Su acusación me hace
muchísima gracia. Prefiero ver cómo se desarrolla esto que negarlo.
—Claro —miento—, lo de amante funciona.
Esta vez no puede esconderse tras la indiferencia. Sus ojos brillan con
un negro peligroso y sus puños se cierran ligeramente. Hago como que no
me doy cuenta.
—¿Debo entender, entonces, que ustedes dos tienen una relación
abierta? —Cuando no respondo, añade—: ¿No le importa que hayas pasado
la mayor parte de un mes durmiendo en mi cama?
Tanto él como yo sabemos que dormir es lo único que hicimos en esa
cama. Bueno, eso y unos cuantos besos.
—Tenía un trabajo que desempeñar, Riden. Acercarme a ti era parte
de él.
—Ya veo. ¿Y a cuántos hombres te has acercado para hacer tu
trabajo?
No me gusta nada su tono. Necesita que le recuerden con quién está
hablando.
—Tengo a tu hermano encerrado en la celda más profunda y oscura
del torreón del rey pirata —contesto—. Está pagando por todo lo que me
hizo y trató de hacer. Un solo gesto mío y podría tener su cabeza. Sólo
porque me lo pediste no lo he matado todavía, pero eso ya no es suficiente.
Se endereza. Ahora tengo su atención.
—¿Qué estás diciendo?
—Mantener a los prisioneros es caro. Hay que alimentarlos y
limpiarlos. Mi padre rara vez mantiene a los prisioneros por un tiempo
prolongado. O le dan lo que quiere o los mata. No necesitamos nada de
Draxen. Es inútil para mí. Tú, sin embargo, no lo eres.
—¿Qué quieres de mí?
—Acabo de capturar a Vordan y su trozo del mapa, la última pieza
que mi padre necesita antes de zarpar hacia la Isla de Canta. Cuando la
flota parta, te unirás a mi tripulación para el viaje.
La mirada de Riden se estrecha.
—¿Por qué podría necesitarme? Seguramente Su Real Corazón Negro
tiene suficientes piratas en su flota.
Ciertamente los tiene. Más de los que podría necesitar. Y tengo
algunos de los marineros y luchadores más hábiles de toda Maneria a bordo
del Ava-lee. No necesitamos a Riden, pero no puedo liberarlo. ¿Cómo se
vería eso ante mi padre? No puedo encerrarlo en la torre porque no hay
razón para mantenerlo vivo. Padre lo matará a él y a Draxen. La única razón
por la que no está muerto aún es porque le dije a mi padre que lo necesito
vivo para que Riden coopere. Así que ahora que está mejor, me queda una
última opción. Tiene que venir conmigo. Tiene que ser parte de la
tripulación. ¿Pero cómo le explico eso a Riden sin que parezca que me he
ablandado con él?
Me digo que estoy haciendo esto porque se lo debo. Él me salvó.
Recibió dos balas por mí. Puede que lo haya traído de vuelta de casi
ahogarse, pero eso fue mi culpa para empezar. No estamos en paz, todavía
no. Esa es la única razón por la que lo mantengo vivo.
Si lo pienso suficientes veces, tal vez sea cierto.
Finalmente, digo:
—No sé con qué nos encontraremos en el viaje. Puede que necesite
algo de músculo extra. Con Kearan y Enwen, los hombres de este barco son
cuatro. Enwen es tan escuálido que estoy segura de que Niridia puede
levantar más peso que él. Y lo único que levanta Kearan es una botella para
llevársela a los labios. No voy a reclutar a una persona al azar del torreón,
porque necesito gente en la que pueda confiar.
—¿Y tú confías en mí? —pregunta levantando una ceja.
—No me hace falta. Sé qué harás cualquier cosa para proteger a tu
hermano. Puedo contar con tu total colaboración mientras esté encerrado. Y,
además, me lo debes por salvar su patética vida para empezar.
Hace una pausa por un momento, probablemente para pensarlo.
—¿Seguiré estando encerrado bajo llave?
—Sólo si haces alguna estupidez. Serás libre de vagar por el barco
como cualquier marinero. Sin embargo, si intentas escapar, enviaré un
mensaje a los hombres que custodian la torre del homenaje para que
separen la cabeza de Draxen de su cuerpo.
Vuelve la cara hacia otro lado.
—¿Qué? —pregunto.
—Había olvidado lo despiadada que puedes ser.
Doy un paso hacia él y lo atravieso con la mirada.
—Todavía no has visto nada despiadado en mí.
—Y ruego que nunca lo haga. Iré contigo a la isla con dos
condiciones.
—¿Quieres negociar conmigo? Tengo todas las cartas.
Se levanta con un movimiento fluido.
—Ir contigo no tiene sentido si vas a matar a Draxen tan pronto como
regresemos. Quiero tu palabra de que será liberado una vez que te ayude a
viajar a la isla y regresar.
—¿Y supongo que la segunda condición es tu propia libertad?
—No.
Parpadeo y doy un paso más.
—¿Qué quieres decir con 'no'? ¿Tienes la vida de Draxen en mayor
consideración que la tuya? Es un gusano asqueroso. Merece retorcerse bajo
tierra.
—Es mi hermano. Y tú eres una hipócrita. —da su propio paso
adelante.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Tu padre es el hombre más despreciable que recorre el mar. Dime
que no harías nada por él.
Avanzo un poco más, a un metro de él, decidiendo si lo golpeo o no
con mis puños. Al final, doy un paso atrás e inspiro con calma.
—¿Cuál es tu segunda condición?
—No volverás a usar tus habilidades de sirena conmigo. Aunque sea
para saber lo que siento.
—¿Y si tu vida estuviera en peligro y pudiera salvarte con mi voz?
¿Preferirías que te dejara morir?
Por alguna razón, siento la necesidad de defenderme. Y a mis
habilidades. A él. ¿Por qué a él? Su opinión sobre mí no debería importar.
No importa.
—He sobrevivido todo este tiempo sin ti, y seguiré haciéndolo.
—Ah, pero nunca has navegado conmigo antes. El peligro siempre
está cerca para mi tripulación.
—Contigo entre ellos, ¿cómo no iba a estarlo? —Lo dice en voz baja
para sí mismo, pero yo lo capto.
—¿Vas a venir conmigo o no? —Le pregunto.
—¿Estás de acuerdo con mis condiciones?
Miro al cielo. Tendré todo el viaje para pensar qué hacer con Riden y
Draxen cuando regresemos. Por ahora, puedo estar de acuerdo con esto.
Extiende su mano para sellar nuestro trato. Yo hago lo mismo con la mía,
anticipando un firme apretón. Lo que no espero es el cosquilleo de calor
que se dispara por mi brazo desde donde nos tocamos. Aunque le digo a mi
mano que la suelte, no me hace caso, y mis pies parecen clavados en el
sitio.
Levanto la vista de nuestras manos entrelazadas y mis ojos se posan
en la barba incipiente de su mandíbula. Me pregunto qué sentiría al rozar mi
barbilla y mis mejillas mientras me besa.
Parpadeo repetidamente. ¿Qué...? ¿Me he quedado mirando su boca?
¿Se ha dado cuenta?
Levanto la vista. Los ojos de Riden captan los míos, brillando con
picardía. Es el primero en hablar.
—Esta va a ser una travesía emocionante. Los dos juntos en un barco.
Su pulgar dibuja círculos en el dorso de mi mano y mi respiración se
entrecorta. Parece que mis pulmones también han olvidado cómo funcionar
correctamente. Comienza a acercarse, y mi mente finalmente recuerda algo.
Es mi prisionero. Todo lo que haga será un acto para favorecer su objetivo
de liberarse a sí mismo y a su hermano. No puedo confiar en nada. Después
de todo, ¿no intenté utilizar la cercanía física con Riden para promover mis
propios objetivos cuando yo era la prisionera y él el captor?
Su cara bonita no le hará ganar privilegios en esta nave. Tampoco
permitiré que la utilice para acercarse a mí. Le digo a mis miembros que
dejen de portarse mal y me alejo finalmente de él. Llevo dos meses sin sus
besos. Puedo pasar el resto de mi vida sin ellos también.
—Es un barco muy grande —suelto por fin, aunque sea mentira.
Y entonces, porque quiero verle retorcerse, le ofrezco la sonrisa más
seductora que tengo y me humedezco los labios con la lengua muy
ligeramente. La forma en que sus ojos se dirigen a mi boca -y el rebote de
su garganta al tragar audiblemente- es recompensa más que suficiente.
Sí, soy yo la que tiene el control.
Me giro para abrir la puerta y extiendo una mano hacia la maneta, una
invitación para que Riden me preceda en el barco. Sale perfectamente por la
puerta, sin cojear. Bien.
Le observo mientras desciende por la escalera, analizando a la
tripulación mientras realiza sus tareas. Sus ojos miran las nubes, recorren el
mar, y me siento mal por haberlo tenido encerrado durante dos meses.
—Admirando la vista, ¿verdad, Capitana? —pregunta alguien.
Lotiya y Deshel, unas hermanas que recogí de la isla de Jinda hace
dos años, se colocan a mi lado.
—Tiene un aspecto delicioso —añade Deshel.
—De espaldas, al menos —dice Lotiya—. No se puede juzgar bien al
hombre hasta que no veamos la parte delantera.
—Por no decir, desnudo. —Las risas se suceden.
Riden mira por encima de sus hombros, en parte divertido pero un
poco incómodo. Las ha oído. Me alegro de no ser propensa a ruborizarme.
Porque he visto el cuerpo de Riden. Y totalmente desnudo. La charla de las
hermanas hace aflorar inmediatamente la imagen en mi mente. Las fulmino
con la mirada.
—Tenemos un nuevo recluta —grito para que lo oiga toda la
tripulación—. Os presento a Riden.
Muchas de las chicas levantan la vista de sus tareas. Un par de ellas
bajan de las jarcias³ ahora que el barco está en marcha. Veo mucha
curiosidad en sus rostros. Y algo de interés en otros.
—¡Riden! —grito, recordando algo. Él vuelve a levantar la vista—.
Ve abajo y aféitate. Tienes un aspecto demacrado.
Levanta una ceja, pero no se atreve a desobedecer la primera orden
que le doy después de nuestro trato. Se dirige a la parte inferior de la
cubierta. Lotiya y Deshel intentan seguirle.
—Volved a vuestros puestos —les grito. Suspiran resignadas y se
dispersan.
—¿Haggard? —pregunta Niridia. Ella está al mando. Parece que
Kearan aún no ha llegado. Me uno a ella—. Ese hombre es muy guapo.
—Más bien molesto como el infierno —replico—. No sé qué voy a
hacer con él.
³ Jarcias: Conjunto de instrumentos y redes para pescar.
 

—Podría decirte lo que me gustaría hacer con él.


—Niridia —advierto.
—Es una broma, Capitana.
Lo sé. Niridia no ha sido capaz de soportar el toque de un hombre
después de lo que pasó antes de que la encontrara, pero eso no le impide
burlarse. Como mi mejor amiga, es su trabajo. Es capaz de pasar de un
papel a otro, de amiga a primer oficial, sin esfuerzo, sabiendo cuándo es
apropiado cada uno. La adoro por ello.
—¿Nos lo quedamos, entonces? —pregunta.
—Sí.
—Hmm. —Es todo lo que dice. Es del tipo excesivamente cauta, la
más responsable de todos en el barco. Siempre tiene algo que decir.
—¿Qué?
—Sólo recuerda que es el hijo de Jeskor. Vuestras familias son
rivales. ¿Te has preguntado si estar en esta nave es exactamente donde él
quiere estar?
—¿Igual que cuando era una prisionera en la suya?
Tenía la intención de ser capturada, todo porque tenía que encontrar
un mapa en el barco del hermano de Riden.
—Exactamente.
—Riden no es así. Él no tiene ambiciones propias. Lo único que lo
impulsa es su hermano.
Niridia aparta un mechón de pelo dorado de sus ojos azules.
—Yo no diría que es lo único, Capitana. —Me mira fijamente.
—¿Dónde está Kearan? — pregunto para cambiar de tema.
Niridia hace un gesto hacia la proa, y ahora me sorprende no haberlo
visto antes. Kearan es enorme. Su cuerpo está metido en su habitual abrigo
oscuro, una chaqueta llena de bolsillos donde guarda todas sus petacas. El
hombre bebe como un pez reseco. Pero ahora parece que ha bebido
demasiado. Está apretado contra la banda de estribor, el contenido de su
estómago se deposita en el mar de abajo.
Estoy tratando de pensar en un castigo adecuado para él cuando
Niridia y yo vemos a Sorinda saliendo de las sombras cerca del trinquete.
Su pelo color cuervo es apenas un tono más oscuro que su piel. Lo lleva
recogido con una cinta y las puntas le llegan hasta más allá de los hombros.
Sorinda nunca se molesta en llevar tricornio. Pasa la mayor parte del tiempo
en la oscuridad y no tiene necesidad de protegerse del sol. En lugar de un
alfanje, lleva un estoque a su lado, prefiriendo la velocidad a la fuerza. Sin
embargo, en este momento sostiene el extremo de una cuerda.
—¿Qué está haciendo? —pregunta Niridia.
Le encargué a Sorinda que vigilara a Kearan cuando se incorporó a la
nave. Ella lo odiaba, aunque su trabajo resultó ser fácil ya que Kearan no
podía quitarle los ojos de encima. Amenazó con sacarle los ojos varias
veces, pero se lo prohibí expresamente. No puede navegar en mi nave sin
ellos. Ahora que hemos vuelto de nuestra misión, parece que Sorinda ha
continuado justo donde lo dejó. Tolerando a Kearan.
Ella ata el extremo de la cuerda que sostiene alrededor de la cintura
de él. Él ni siquiera se da cuenta, simplemente se agita con otra ola de
malestar. Como ya está a medio camino del borde, a Sorinda le cuesta muy
poco esfuerzo empujarlo hasta el final. Se oye un grito rápido seguido de un
fuerte chapoteo. Y Sorinda, mi oscura y silenciosa asesina, sonríe. Es algo
hermoso, pero muy fugaz. Se recompone antes de asomarse por el borde, el
único signo externo de su acicalamiento por su victoria.
Kearan tose y maldice, pero ella vuelve a la sombra sin decir nada
más. A veces es tan fácil olvidar que él es sólo unos años mayor que
Sorinda y yo. Convertirse en un borracho envejece a un hombre
considerablemente.
—Encárgate de que alguien lo ayude a salir de ahí, ¿quieres? —Le
pregunto a Niridia—. Él y el resto de los hombres necesitan cubrirse las
orejas. Voy a aprovisionarme.
—¿Ahora? —pregunta ella con cuidado. Sabe exactamente cuánto
odio esta parte en particular de ser medio sirena.
—Tiene que ser ahora. No me queda ninguna canción después del
combate en Charden, y la necesitaré si quiero interrogar adecuadamente a
Vordan. —Sonrío entonces, pensando en la diversión que tendremos los
dos.
Se sabe que mis métodos de interrogación hacen que los hombres
pierdan la cabeza. 
 
                  Capítulo 3
 

SÓLO UNA CELDA del calabozo tiene cojines: la mía.


Una felpa roja mullida cubre el suelo y se apoya en la pared de
madera. Me quito las botas y las dejo fuera del alcance de los barrotes.
Luego me desato el corsé y lo pongo encima de las botas. Entro en la celda
sin más ropa que unos leotardos y una sencilla blusa de manga larga. No
puedo llevar botones ni cordones ni horquillas. Aquí no.
Me encierro y cierro la puerta. Lo más fuerte que puedo, le doy un
tirón a los barrotes. Sé que no se han vuelto menos resistentes, pero siempre
temo que pueda escaparme. Tengo que comprobarlo cada vez, sólo para
asegurarme de que el metal no se doblará bajo mis dedos.
Mandsy baja con un cubo de agua. Lo coloca justo al otro lado de la
celda, para que pueda alcanzarlo a través de los barrotes. Luego recoge mis
botas y mi corsé. Le doy la llave.
—Todos los hombres tienen las orejas tapadas, capitana —dice.
—Conocen el procedimiento.
—¿Y los nuevos reclutas?
—Bueno, Kearan está probablemente demasiado borracho para
despertarse incluso por tus habilidades, pero Sorinda se aseguró de que sus
orejas estuvieran debidamente cubiertas de todos modos. Enwen tomó
suficiente cera para las orejas de tres hombres, diciendo que nunca se puede
ser demasiado cuidadoso. —Se ríe—. Me gusta especialmente ese. Es un
tipo divertido.
—¿Y Riden?
—Se lo tomó con calma, sin hacer preguntas.
—¿Le explicaste lo que estaba haciendo?
—Sí, Capitana.
Quiero preguntar más. ¿Qué expresión tenía en su cara? ¿Parecía
disgustado? Me dijo que nunca debía usar mis habilidades con él. ¿Está
asqueado por lo que soy? Pero entonces recuerdo que no debería
importarme. No me importa.
Me hormiguean los dedos mientras mi mirada se dirige al cubo de
agua. Aunque temo lo que le hace a mi mente, mi cuerpo se deleita al estar
tan cerca. Sin pensarlo dos veces, hundo los dedos en el cubo y atraigo el
agua hacia mí.
Todo se intensifica al instante. El crujido de la madera, el chapoteo
del agua fuera del barco, el silbido de una mujer desde arriba, las botas en
cubierta, la tos, las risas. Puedo sentir la respiración de todas las personas
que me rodean, marionetas con las que puedo jugar. Como si tocara la
cuerda de un instrumento, mi voz tira de la cuerda de la conciencia humana.
Ven a mí.
La persona que tengo delante sonríe.
—Esa orden no es para mí, Capitana. Me llevaré esto arriba, entonces.
Una chica humana. Le siseo. Es incapaz de unirse a la diversión. Me
da la espalda y me hierve la sangre por dentro. ¿Cómo se atreve a
rechazarme? Me abalanzo sobre los barrotes, golpeándolos y tirando de
ellos, pero no se mueven. Me han atrapado. Los asquerosos humanos.
Puedo sentirlos andar por encima. Les canto, uno tras otro, intentando
encontrar un oído que me libere, pero ninguno responde a mi llamada.
Algo de poder me abandona. Me pica el cuerpo de necesidad. Miro
rápidamente a mi alrededor y mis ojos se posan en un cubo de agua. Mis
dedos se hunden, la absorbo, y suspiro por el placer que me produce. Muy
por debajo de mí, puedo sentir la vida marina. El agua se precipita sobre las
branquias, se enrosca en los tentáculos, burbujea desde el fondo arenoso.
Un pez asustado cambia de dirección al acercarse el barco. Un delfín se
prepara para salir a la superficie. Una ballena zumba a lo lejos.
Y yo soy la reina de todos ellos.
Esta jaula no me retendrá mucho tiempo, y cuando sea libre, haré que
los hombres de este barco bailen para mí hasta que les sangren los pies.
Hay un silencioso gemido de bisagras, un susurro de pies. Un rostro
se asoma por la esquina. Es uno de los hombres. Le sonrío tímidamente,
mostrando sólo un atisbo de dientes. No es suficiente para mostrarle la
depredadora que soy. Con un dedo enroscado, le hago una señal para que se
acerque. Él me mira, pero no da más que un par de pasos, distanciándonos
varios metros.
Es un tipo apuesto con un cabello castaño de aspecto sedoso. Me
imagino perfectamente cómo quedaría sumergido bajo el agua, con los
mechones rozados por las olas cuando su cadáver llegue a la orilla. Hay una
chispa de miedo en esos ricos ojos marrones. Están salpicados de oro.
Fascinante. Si pudiera alcanzar uno con la punta de la uña, podría
arrancarlo y...
Esos ojos se reafirman con determinación. ¿Está decidido a no tener
miedo? Bueno, déjame ayudar al pobre tonto. Redondeo mi boca y dejo
caer de mis labios unas cuantas notas bajas. Es un ritmo lento y sensual que
debería atraerlo hacia mí más rápido que un parpadeo.
Pero el hombre no se mueve. Se señala los oídos. Ah, sí. Los
humanos creen que están a salvo si no pueden oírme. ¿No sabe qué puedo
hacer algo más que cantar?
Con mucho cuidado, me subo las mangas hasta los codos, mostrando
más piel. Me paso los dedos lentamente por el pelo, dejando que los
mechones caigan alrededor de mis hombros. El hombre está fascinado,
observando cada uno de mis movimientos.
Por fin me recuesto en los cojines, arqueando los pechos hacia arriba,
y acaricio los cojines que están a mi lado con cariño en señal de invitación.
Se da la vuelta y se aleja de mí, sin mirarme. Le grito y le canto para que
vuelva, pero... por supuesto que no puede escuchar nada. Todo lo que hace
es obligarme a tomar más agua.
                        

***
Me estiro y bostezo después de despertarme a la mañana siguiente.
Niridia me espera fuera de la celda con el desayuno y las botas.
—¿Has dormido bien?
—Como una muerta.
Satisfecha de que soy la misma de siempre, abre la celda y me tiende
la bandeja de comida. Mientras me ocupo del pan y los huevos, Niridia
coge el cubo.
—Hemos tenido una noche dura, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir? —pregunto, limpiando las migas de mi cara.
—No queda ni una gota.
La sirena que hay en mí acaba por desistir de llamar a mi tripulación
con su canto. Normalmente queda mucha agua en el cubo aún. Pero anoche
fue diferente.
Vuelve a mí mente rápidamente.
—Riden —gruño.
—¿Qué?
—El idiota bajó aquí anoche.
Me meto el resto del desayuno en la boca y me calzo las botas
mientras camino.
—Las estrellas le protegen —murmura Niridia desde detrás de mí.
En un instante estoy arriba, escudriñando los rostros a mi alrededor.
Veo a Mandsy en un rincón, doblando unas prendas que probablemente
acaba de remendar.
—¿Dónde está? —pregunto con brusquedad.
Riden estuvo a su cargo hasta que terminó de curarse. Ella sabe
exactamente a quién me refiero.
Señala cerca de los botes de remos estibados, donde Lotiya y Deshel
lo han acorralado. Eso sólo hace que mi temperamento se encienda aún
más.
—¡Allemos! —grito.
Creo que nunca lo he llamado por su apellido, pero estoy tan furiosa
que no soporto que su nombre salga de mi boca. Levanta la vista de las
hermanas y el alivio se extiende por sus rasgos. Hasta que ve mi cara.
—¡Trae tu culo aquí ahora!
Las chicas se ríen cuando pasa, mirándole el culo mientras camina.
Cuando finalmente llega a mí, es imposible mantener la calma.
—Puede que Draxen haya sido indulgente con que no sigas las
órdenes, pero yo no lo tolero.
No parece preocupado mientras está de pie. El viento sopla sobre su
cabello, pegando las hebras a su cuello. Estoy demasiado furiosa para
distraerme con la inclinación de su cuello.
—¿He hecho algo? —pregunta.
El resto de la tripulación finge estar concentrada en sus tareas, pero
me doy cuenta de que todos están escuchándonos.
—Se te dijo que te mantuvieras en cubierta anoche, y sin embargo
desobedeciste deliberadamente y te aventuraste al calabozo.
Mira a los demás.
—¿Y quién dice haberme visto desobedeciendo órdenes?
—Yo te vi. Idiota.
Sus ojos se abren momentáneamente.
—No me había dado cuenta de que recordabas cosas cuando eras...
diferente.
—Si pensaste que te atraparían o no, es irrelevante. Eres mi
prisionero. Desobedecer órdenes no es una opción para ti. ¿Necesito
recordarte que la cabeza de tu hermano no tiene por qué permanecer unida a
su cuello?
Sus fosas nasales se encienden, pero refrena su propio temperamento
y se acerca, hablando en voz baja para que sólo yo pueda escuchar.
—Sólo tenía curiosidad. Quería verte en estado salvaje. No saqué la
cera. Tuve cuidado.
Hablo tan alto como antes para que todos puedan escuchar.
—No me importa. Pusiste a todos en esta nave en peligro por tu
curiosidad.
—Todos estaban perfectamente a salvo.
Pienso en la forma lasciva en la que me toqué, en cómo intenté
atraerlo más cerca usando mi cuerpo como incentivo. Odio a la sirena.
—¿Sabes lo que habría pasado si hubieras dado sólo tres pasos más?
Déjame decírtelo, ya que eres excelente subestimándome. Habría podido
alcanzarte a través de los barrotes. Habría tirado de tu brazo. Te lo habría
arrancado de cuajo. Luego habría tallado los huesos de tus dedos hasta
convertirlos en ganzúas. ¿Quieres saber lo que te habría pasado una vez que
hubiera salido de la celda?
Su rostro se ha congelado. Logra sacudir la cabeza.
—No puedo controlar a la sirena. Es un monstruo, por eso tomamos
precauciones.
—No me di cuenta... —Se interrumpe, y su voz se vuelve firme,
como si pudiera arreglar esto—. No me habría acercado más. Tu ser de
sirena no me interesa.
—Niridia —prácticamente grito—, enciérralo en el calabozo. Riden
necesita tiempo para pensar. Haz que los muchachos pongan a Vordan ahí
abajo también. Celdas separadas.
Riden odia a Vordan tanto como yo. Podría probar algo.
—Sí, Capitana —responde.
Me alejo de ambos y me dirijo a mis aposentos. Necesito cambiarme.
                  

***
Cuando reaparezco, no estoy menos furiosa con Riden. Esta nave es
demasiado pequeña, decido. Podría haber ordenado que le devolvieran a la
enfermería, pero eso sería menos castigo. Es sólo una cómoda sala de estar.
No, el calabozo para el bastardo engreído.
Me dirijo a la escotilla que lleva a la cubierta inferior, pero tengo que
detenerme para dejar que Enwen salga primero. Es tan alto que le cuesta
salir por la escotilla. Con ojos pequeños, mejillas hundidas y una nariz
perfecta, parece un tronco de árbol.
—Enwen, ¿dónde has estado?
—Ayudando a Teniri en la tesorería, capitana. Había mucho oro que
contar.
Entrecierro los ojos.
—Vacíate los bolsillos.
—No hace falta. Teniri ya me registró antes de salir. Puedes
preguntarle tú misma. No robaría a mi nueva tripulación. A diferencia de la
nave de Draxen, realmente disfruto viviendo en el Ava-lee.
—¿Entonces por qué te quedaste con Draxen?
—¿Quién más va a vigilar a Kearan?
—Vaya trabajo que estás haciendo. ¿Por qué no lo mantienes fuera de
mi bodega? Estoy harta de verlo vomitar sobre el costado de mi nave.
—Me refería a su bienestar emocional, Capitana.
—No puedes hablar en serio. Kearan tiene la profundidad emocional
de una almeja.
—Bueno, un hombre puede intentarlo, ¿no? No estaría haciendo mi
trabajo como su amigo si no lo intentara.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —grita Kearan desde el otro
extremo de la nave—. ¡No somos amigos!
—¡Sí, lo somos! —grita Enwen también.
—Deja de gritar —le digo a Enwen—. Resolvedlo vosotros mismos.
Tengo trabajo que hacer.
—¡Capitana, espera! —Una voz diferente esta vez. La de la pequeña
Roslyn. Me intercepta antes de que ponga un pie en la escotilla—. Necesito
hablar con usted acerca de tener una fiesta.
—¿Una fiesta?
—¡Por conseguir el mapa y robar el tesoro del señor pirata! Niridia
dijo que no podíamos anoche porque tuviste que encerrarte en el calabozo
durante la noche para dejar salir a la sirena.
—Eso es cierto. Y ahora mismo tengo un prisionero al que interrogar.
¿Qué tal esta noche?
—Sí, me viene bien —responde ella. Como si tuviera citas
importantes programadas—. ¿Puedo ayudar con el prisionero?
—No. —Se cruza de brazos, dispuesta a discutir—. ¿Has practicado
la escritura hoy? —Ella echa la cabeza hacia atrás y suspira enfadada—.
Nada de interrogar a los prisioneros cuando no has realizado tus propias
tareas. —No es que la deje ayudar de todos modos. No necesita verme
torturar a un hombre—. Y nada de celebrar si no has practicado.
—Oh, está bien. —Se queja, y se va.
Wallov y Deros están jugando a las cartas en el calabozo cuando llego
allí. A Vordan le han dejado finalmente salir de la jaula, pero le han metido
en una de las celdas del calabozo. Está sin atar y sin amordazar, de espaldas
a nosotros. Riden está dos celdas más allá, sentado en el suelo con los
brazos sobre las rodillas. No me mira.
Bien.
—Tu hija se está volviendo muy descarada, Wallov —digo.
—No puedo imaginar de dónde lo saca, Capitana —responde.
—Espero que no estés sugiriendo que lo copia de mí.
—Ni lo sueñes —dice. Pero su tono es demasiado ligero para ser
sincero. Le sonrío.
—Ustedes dos están relevados por ahora. —digo—. Yo vigilaré a las
ratas del calabozo.
Los dos se levantan de sus sillas y se dirigen a las escaleras.
—Y procura, Wallov, que Roslyn practique realmente su escritura y
no amenace a la gente con esa daga.
—¿No es una hermosa pieza, Capitana? Se la gané a Deros en uno de
nuestros juegos.
Deros cruza sus enormes brazos.
—Perdí a propósito para que la muchacha tuviera una forma de
protegerse.
—Iros arriba, chicos —digo.
Espero unos instantes hasta que la escotilla se cierra tras ellos. Vordan
se ha levantado sobre una pierna -la que no se rompió durante su caída en la
entrada- y ya se ha girado para mirarme. Mueve la cabeza hacia la celda que
está en el lado opuesto del calabozo, la que está llena de cojines de felpa.
—Hubiera preferido esa, pero supongo que es la tuya. —Sonríe ante
su propia astucia—. ¿Cómo es tener que estar encerrada en tu propia nave?
—continúa—. No me lo puedo imaginar…
Le corto con una nota grave y profunda. Vordan tiene un cuchillo en
la mano. Lo mira con miedo antes de clavárselo en su propia pierna, la que
no está rota. Grita antes de cambiar el sonido por un gruñido de rabia. Es un
intento bastante patético de mantener la compostura.
Dejo de cantar y sale de la alucinación. Se mira la pierna, ve que está
entera, que su mano no tiene ningún cuchillo, y me clava una sucia mirada.
Su respiración se ha acelerado. Aunque su mente sabe ahora que no está
herido, tarda en recuperarse del eco del dolor.
—Esto funciona así, tus pesadillas hechas realidad para ti —digo—.
Parece que, después de todo, vas a experimentar todo el peso de mis
habilidades.
Su rostro palidece, y la satisfacción que me produce es un bálsamo
para mis sentidos.
—Ahora, entonces —digo—, quiero saber todos los espías que tienes
en la flota de mi padre. Quiero sus nombres y en qué barcos navegan.
—Yo no...
Otra nota sale de mi boca. Un charco de agua aparece a los pies de
Vordan, y le hago meter la cara en él y mantenerla allí durante medio
minuto. Dejo que levante la cabeza unos segundos para respirar y luego lo
meto bajo el charco imaginario durante un minuto entero. Aunque su mente
está totalmente atenta a lo que ocurre, le he quitado el control sobre sus
propias extremidades. Ahora me obedecen.
Cuando sale a respirar esta vez, lo libero de la canción. Se tumba
sobre su espalda, sintiendo el suelo seco. No hay agua. No tiene fuerzas
para mantenerse en pie mientras aspira todo el aire que le permiten sus
pulmones y vuelve a toser.
Me atrevo a echar una mirada en la dirección de Riden. Está
observando todo, con el rostro cuidadosamente inexpresivo. No estoy
dispuesta a incumplir nuestro trato para percibir lo que está sintiendo,
aunque me gustaría desesperadamente hacerlo.
—Podría, por supuesto, obligarte a ser sincero conmigo -digo,
volviendo a prestarle atención a Vordan-, pero lo único que quiero es que
sufras antes de morir. Así que, por todos los medios, Vordan, sigue
negándome la información que quiero.
Una vez que respira con un poco más de facilidad, se levanta,
saltando lastimosamente mientras encuentra el equilibrio con la pierna rota.
—En la Hoja del Hombre Muerto, encontrarás a un pirata que se
llama Honsero. Es mi hombre. Klain navega con el Black Rage. Hace una
pausa para recuperar el aliento antes de enumerar varios barcos y piratas
más, e incluso me da los nombres de algunos que están estacionados en el
torreón de mi padre. Cuando termina de hablar, pronuncio una nota más
alta, algo punzante y estridente. Le pregunto si ha dicho la verdad y si ha
omitido algún nombre. Bajo mi influencia, confirma su testimonio anterior.
Mi poder se desvanece cuanto más canto. Es similar a la forma en que
el hambre se apodera de una persona entre comidas, dejándola frágil y
vacía. Es exasperante la fugacidad de mis habilidades.
—Has matado a todos los hombres que tenía en la posada conmigo.
Por lo que sé, también mataste al niño que te entregó. —dice cuando vuelve
a sus sentidos.
No lo hice. No mato a los niños. Especialmente cuando no tienen más
culpa que la de aceptar comida del hombre equivocado. Pero permanezco
en silencio. Que Vordan piense que soy muy cruel.
—Y ahora sabes de todo lo demás. Te has quedado con todo. Cuando
tú y yo podríamos haber sido tan buenos juntos.
—No, Vordan. Podría haberte hecho grande. No eres el tipo de
hombre que podría alcanzar la grandeza por sí mismo. Eres ordinario y no
has logrado nada.
Se ríe, un sonido tranquilo más para sí mismo mientras se pasa los
dedos por el pelo.
—Tienes razón —dice por fin—. Sólo me queda una carta por jugar,
Alosa. Un poco de información para intercambiar por mi vida.
—No hay nada que sepas que yo quiera.
—¿Ni siquiera si es un secreto que tu padre te oculta?
Mantengo el rostro inexpresivo, negándome a reaccionar a nada de lo
que dice. Ya no le quedan más que mentiras.
—Escuché muchas conversaciones entre tú y Riden allá en el
Nocturno —continúa, sonriendo en dirección a Riden—. ¿Recuerdas la
charla que tuvisteis sobre los secretos? Intentabas desesperadamente saber
dónde había escondido Jeskor el mapa, aprovechándote de Riden para
obtener cualquier información que pudiera tener. Incluso le contaste alguna
mentira sobre tablones ocultos en las habitaciones de tu padre donde guarda
información secreta. Como si al contarle algo de tu padre, él pudiera
contarte algo del suyo. —Sonríe al recordarlo, y no puedo creer que no me
hubiese dado cuenta de cuando se escabullía sin más—. Pero tú y yo
sabemos —dice—, que tu padre tiene un estudio secreto en su torreón.
Sí, lo sé. Es la habitación privada de mi padre. El único lugar en el
torreón donde sólo él puede entrar. Pasé gran parte de mi niñez tratando de
encontrar una forma de colarme, la curiosidad se apoderó de mí, y sufrí
mucho por ello.
—Envié a mi mejor espía de la fortaleza al interior, Alosa. ¿Te
gustaría saber lo que ha encontrado?
Abro la boca para decirle que no. Las mentiras no le llevarán a
ninguna parte. No puede manipularme. Ya no. No soy su prisionera. Esta
vez no ha ganado. Pero no digo nada de eso. En su lugar, pregunto.
—¿Qué?
Una sonrisa se apodera de su cara y me entran ganas de darle un
puñetazo. Esa manifestación física de creer que me ha superado.
—¿Me liberarás si te lo cuento?
—Puedo sacártelo con mis poderes o sin ellos, Vordan. Tú eliges.
Aprieta los dientes.
—Bien, pero no olvides que fui yo quien lo descubrió por ti.
Estoy a punto de abrir la boca y empezar a cantar, pero me corta.
—¿No te ha parecido siempre extraño que a tu padre no le afecten tus
habilidades? ¿Sabes por qué?
—Porque su sangre corre por mis venas. Esa conexión le protege.
—¿Es eso lo que te ha dicho?
—Es la verdad —suelto con los dientes apretados.
—Se equivoca. —Parece saborear la palabra cuando sale de sus labios
—. Encontró algo en la isla donde conoció a tu madre. Un arma. Un
dispositivo que le protege de las sirenas. Un dispositivo que le permite
controlarlas, si las encuentra de nuevo. Un dispositivo que le permite
controlarte a ti. Te ha estado manipulando desde que naciste.
Eso es ridículo. He estado desafiando a mi padre desde que aprendí a
controlar mis extremidades. No siempre le hago caso. Por eso todo mi
cuerpo está cubierto de cicatrices. Como si percibiera mi duda, añade:
—Piénsalo. Piensa en todo lo que te ha hecho. La forma en que te ha
golpeado. Te ha torturado. La forma en que te ha herido sólo para demostrar
algo. Ha sido más cruel contigo que cualquier otra persona viva, y aun así le
sirves. Siempre vuelves a él. Siempre. En última instancia, llevas a cabo sus
órdenes. ¿Suena eso como algo qué harías de buena gana? Puedes intentar
racionalizarlo, Alosa. Es tu padre. Sólo ha tratado de hacerte fuerte. Hacerte
una superviviente. ¿Pero te suenan esos pensamientos en tu cabeza? ¿O a
sus pensamientos llevándote de nuevo a su terreno?
Se me hiela la sangre. El aire se desvanece y mi visión se nubla. No.
No puede ser.
—Estás mintiendo —digo una vez que encuentro mi voz.
—¿Lo estoy? —pregunta él—. Compruébalo tú misma.
Lo hago. Lanzo una canción tan cargada de emoción que apenas
puedo exhalar las notas. Pero incluso mientras escucho la respuesta sincera
de Vordan, su historia no cambia. Dice la verdad. O al menos lo que él cree
que es la verdad.
Su espía le está engañando.
Tiene que estar equivocado.
Huyo del calabozo, necesitando espacio de los dos hombres que hay
dentro más de lo que he necesitado nada.
 

***
Ojalá hubiera matado simplemente a Vordan y no me hubiera
molestado en interrogarle. Sus palabras me persiguen allá donde voy.
Te ha estado manipulando desde que naciste.
No puedo dudar de mi padre por algo que me ha contado su enemigo.
No lo haré.
Y, sin embargo, no puedo olvidar esas palabras. Porque las mantuvo
incluso cuando usé el poder de mi voz para exigirle la verdad. Hay una
incómoda opresión en mis entrañas que debo ignorar. Porque si lo analizará,
si admitiera el nombre de ese sentimiento, podría arruinar todo lo que sé.
Todo por lo que he trabajado toda mi vida. Así que sufro en silencio, sin
atreverme a sacar esa duda e investigarla.
El viaje de vuelta al torreón me llevará un mes. Eso debería ser
tiempo suficiente para que la sensación se extinga. Para que recuerde
exactamente dónde están mis lealtades. Reprimo esos pensamientos
punzantes mientras me encamino hacia el resto del día. Me había olvidado
por completo de la promesa que le hice a Roslyn de celebrar una fiesta, pero
parece que ella se ha tomado la justicia por su mano, porque el jolgorio
comienza sin que yo lo diga.
En la cubierta principal, Haeli, uno de mis aparejadores, saca un laúd
y empieza a tocar una alegre melodía. Lotiya y Deshel bailan juntas,
cogidas del brazo. Otras chicas aplauden o se unen al baile. Wallov y Deros
se turnan para hacer girar a las chicas. Enwen no tarda en unirse a la
diversión, pero Kearan está sentado solo en un rincón con su bebida.
Roslyn, al darse cuenta, hace una pausa en el baile y se acerca a él de
puntillas.
—¿Qué quieres? —le pregunta Kearan.
Por la forma en que inclina la cabeza, puedo decir que se sorprende de
que la haya escuchado.
—A veces te observo desde arriba. Sacas mucho esa petaca. ¿De
verdad el ron sabe tan bien?
Kearan se gira entonces hacia ella con los ojos extrañamente sobrios.
—No hace falta que sepa bien. Sólo tiene que estar fuerte.
—¿Puedo probar un poco?
Kearan se encoge de hombros y ofrece la petaca. Antes de que pueda
dar un paso adelante, Sorinda está allí, arrancando el frasco de sus manos.
Se lo vacía encima de la cabeza.
—¡Maldita sea, mujer! ¿Te gusta algo más aparte de empaparme? —
escupe Kearan.
—Idiota —le riñe ella—. No se le da de beber a un infante.
—¡No iba a hacerlo! En cuanto estuviera cerca de su nariz, la habría
devuelto.
—Eso no puedes saberlo.
—No soportas acercarte a menos de un metro porque la bebida es
muy fuerte.
—No soporto estar cerca de ti por muchas razones.
Siguen así, arremetiendo el uno contra el otro. Si Kearan consiguiera
seguir su ritmo, seguro que llegarían a las manos. Roslyn se aleja
sabiamente de los dos y vuelve al baile.
—Menuda pareja esos dos —dice Niridia, poniéndose a mi lado—.
Nunca he visto a nadie meterse en su piel de esa manera, —añade—.
Probablemente sea la primera vez. Me pregunto cuánto tiempo pasará antes
de que se dé cuenta de que él le gusta.
Suelto una carcajada.
—¿A Sorinda? ¿Le gusta Kearan? No lo creo.
Niridia se encoge de hombros.
—No estaría tan mal si se lavase un poco.
—Y dejara de beber.
—Y se afeitara.
—Hiciera un poco de ejercicio.
—Y que alguien le arregle la nariz.
Ambas nos reímos. No me había dado cuenta de lo mucho que lo
necesitaba.
—Está bien —concede—. Supongo que no tiene ninguna posibilidad.
—Nos volvemos para observar a los que bailan juntos, y Niridia añade—:
Sabes, no estaría mal tener un hombre más aquí para repartir entre las
chicas.
Y así, mis pensamientos vuelven al calabozo. A lo que dijo Vordan.
—¿Ha sufrido bastante Riden? —pregunta.
Quiero decir que no. Que lo dejaré allí hasta que lleguemos a la
fortaleza. Pero eso sería ser egoísta porque él escuchó lo que dijo Vordan y
que no lo castigué por lo que había hecho. De todos modos, sólo iba a
dejarlo allí por el día.
—Puedes dejarle salir —le contesto—, pero adviértele que, si vuelve
a desobedecer las órdenes, se quedará ahí dentro hasta que lleguemos al
torreón.
—Entendido.
Se queda mirándome la cara durante un rato más.
—¿Pasa algo?
Me obligo a soltar una sonrisa.
—No es nada. —Y luego, como sé que no me dejará en paz sin una
explicación, añado—: Ver a Vordan de nuevo me recordó lo que me hizo en
esa isla. Eso es todo. Estaré bien.
Sus ojos se llenan de comprensión.
—Intenta disfrutar de la celebración. Bailar siempre te anima.
Podemos hablar de ello más tarde, si quieres.
Asiento con ánimo y, en cuanto desaparece, quito la sonrisa de mi
rostro. Me debato entre irme directamente a la cama o no, pero no quiero
estar sola con mis pensamientos. Prefiero ver cómo se divierte la
tripulación. Me acurruco en un rincón, cruzando las piernas debajo de mí
mientras me siento encima de un cajón, dejando que la música sustituya la
inquietud que hay en mi interior.
Niridia regresa con Riden. Lotiya y Deshel están, afortunadamente,
ocupadas con Wallov y Deros. Son Philoria y Bayla, dos de mis pistoleras,
las que lo agarran y lo arrastran en un baile itinerante. Riden no pierde el
ritmo. Se diría que no lo acaban de meter en el calabozo un día después de
haber sido severamente castigado delante de toda la tripulación. Por no
mencionar el hecho de que se ha recuperado recientemente de dos balas en
la pierna. ¿Nada le afecta? ¿Nada, salvo su hermano? Lo miro abiertamente
desde mi escondite, observo cómo sus extremidades se mueven al ritmo de
la música, cómo interactúa con cada uno de los miembros de la tripulación
como si fueran amigos de toda la vida. Es casi como si tuviera poderes
encantadores propios.
Sus ojos dorados se dirigen a mí, como si supiera que he estado
sentada aquí todo el tiempo observándolo. En la siguiente pausa entre
canciones, Riden se acerca. Me pongo en tensión, esperando que Lotiya y
Deshel lo vean salir y lo atrapen de una vez. Pero no, llega hasta mí sin que
nadie se interponga en su camino y se sienta en el cajón a mi lado.
Espero a que diga algo. Que intente convencerme de la veracidad de
Vordan. ¿No ha intentado decirme desde que nos conocimos que mi padre
es un corrupto y un controlador? Apuesto a que ha sonreía ante las mentiras
de Vordan, complacido de que alguien más las confirme. ¿Cómo me llamó
cuando le dije que era ridículo por ser leal a su despreciable hermano?
Una hipócrita.
—Tienes una compañía interesante.
Mi mente se revuelve mientras intenta relacionar las palabras con lo
que ocurrió en el calabozo con Vordan.
—¿Qué? —pregunto.
—Esas hermanas.
Sigo su mirada hacia donde Lotiya y Deshel lo observan. Dejan un
momento de aplaudir y taconear para lanzarle un beso y Deshel le hace
señas con los dedos. Él se estremece incómodo. Las dos son chicas muy
guapas. Me sorprende su reacción.
—Se comportan como un par de... —Se interrumpe.
—¿Putas? —Termino por él—. Eso es porque lo fueron. A una edad
demasiado temprana, las forzaron a esa vida. Las saqué de allí cuando las vi
pelear con un par de hombres que intentaban hacerse con sus servicios
gratis a deshora. Son buenas con los cuchillos —añado como advertencia.
—No iba a decir putas.
—¿No? —pregunto, aliviada de estar hablando de un tema neutral—.
¿Qué ibas a decir?
—Sinceramente, no tengo palabras para describirlas.
Eso hace que me ponga un poco a la defensiva. Me alegro de sentir
algo diferente a la inquietud que no me ha abandonado en todo el día.
—Si este acuerdo va a funcionar, vas a tener que recordar que no sólo
somos mujeres, somos piratas. —Recuerdo los comentarios que las
hermanas hicieron antes sobre el deseo de verlo desnudo. Y añado—: No le
daríais importancia a que un par de hombres a bordo de vuestro barco se
comportaran de esa manera o hablaran así. No puedes juzgarnos más
duramente por ser mujeres. No es justo y no tiene sentido. Por no hablar de
que tiraré tu culo por la borda si te pillo haciéndolo de nuevo.
Su rostro se ilumina divertido, pero yo continúo tan decidida como
siempre.
—Tengo veintiocho chicas excelentes a bordo de este barco, y sus
pasados las han formado. Igual que el tuyo te ha formado a ti. Y cada una
de ellas, hasta la pequeña Roslyn, merece tu respeto.
Riden me observa unos instantes más antes de seguir mirando a las
bailarinas.
—Admiro tu amor por tu tripulación, Alosa, pero no hace falta que las
defiendas ante mí. No hago juicios de valor porque sean mujeres y no
hombres. Me sorprendió, eso es todo. Te pido disculpas.
Ignoro su disculpa, pero también me caliento ante ella. Estoy
acostumbrada a defender a mis chicas. Ante mi padre. Ante los hombres de
su consejo. Ante otros piratas. Las mujeres no pertenecen al mar a sus ojos.
Pero Riden se ha disculpado.
No sé cómo manejar eso.
—Y me disculpo por desobedecer las órdenes antes —afirma—. No
volveré a bajar cuando estés reponiendo tus habilidades.
—Bien.
—Son... un poco aterradoras.
No sé si irritarme o alegrarme con eso.
—¿Alosa? —pregunta.
Me preparo de nuevo para la mención de lo que dijo Vordan.
—Nunca te di las gracias por darnos una oportunidad a Draxen y a
mí. Estaríamos muertos si no hubieras intervenido con tu padre. Gracias.
Cuando no respondo, me pregunta:
—¿Por qué lo hiciste?
Y ahí está la otra cosa en la que no pienso. Por qué me molesto en dar
la cara por Riden y su inútil hermano. Me atrevo a mirarle.
—No lo sé.
Entonces sonríe, un hermoso estiramiento de esos labios, como si
tuviera sus propias ideas sobre por qué podría haberlo hecho. Me doy la
vuelta para no mirarle la boca y escucho a Haeli entonar una nueva canción.
—Baila conmigo.
Mi cuello gira tan rápido en su dirección que realmente lo oigo crujir.
—¿Qué?
—Vamos. Será divertido.
Me agarra del brazo y me pone en pie antes de que pueda negarme, lo
que por supuesto tenía intención de hacer.
Estoy segura de ello.
Ahora es demasiado tarde porque ya me está haciendo girar en
círculos. Rechazarlo ahora, sólo provocaría una escena. Además, la
tripulación está animada. Wallov, Deros y Enwen cogen nuevas compañeras
y se unen a nosotros. Mis movimientos son rígidos, vacilantes. Siento que
mi mente y mi cuerpo pelean por el dominio. Hay muchas razones por las
que esto es una mala idea. Por no mencionar que tengo demasiadas cosas de
las que preocuparme como para intentar disfrutar.
—Vamos, princesa —dice—. Seguro que puedes hacerlo mejor.
No debería dejar que me incite, pero a menudo no puedo evitar
responder cuando me proponen un reto. Y es que me encanta bailar. Mi
madre es una sirena, después de todo. Llevo la música en la sangre. Siento
que la música recorre mi piel y me balanceo para ayudarla. La acaricio con
las manos, la rodeo con las caderas, la pisoteo con los pies. Hago que Riden
me siga a mí y a mis pasos, pero de vez en cuando se olvida de sí mismo, se
detiene por completo y me observa, atrapado por mis movimientos. Vuelve
en sí y empieza a bailar de nuevo.
No lo hace nada mal. Da golpes con los pies al ritmo de la danza. Sus
giros son seguros e incluso elegantes. Cada vez que entramos en contacto -
nuestras manos, nuestros brazos, el roce de nuestras rodillas- el baile se
vuelve más excitante, más eléctrico. Me siento cargada como las nubes de
tormenta: es diez veces más fuerte que lo que siento cuando uso mis
habilidades de sirena. Y diferente. Algo decididamente humano.
Veo la forma en que él se comporta a mi alrededor: la concentración y
el calor en sus ojos, la forma en que sus manos se entretienen, la forma en
que sitúa su cuerpo junto al mío. Con normalidad, sabría exactamente lo
que significa. Pero entonces recuerdo una vez más que es mi prisionero.
Diría y haría cualquier cosa si pensara que eso ayudaría a su causa. La
canción termina. Haeli empieza otra, pero me despido.
—¡Adelante, entonces! —grito a la tripulación—. Seguid hasta la
noche, pero yo me voy a la cama.
Sonrío a las caras de felicidad. Están enrojecidas por la alegría que
produce un saqueo exitoso. Me dirijo a las escaleras, segura de que no
podré dormir con todo el peso que llevo a cuestas, pero con la necesidad de
alejarme. Me voy recordando a mí misma por el camino: Riden es mi
prisionero, Riden es mi prisionero, Riden es mi prisionero.
Alguien me coge de la mano y me arrastra bajo la pasarela. Fuera de
la vista y en la sombra. Una oleada de excitación y temor me golpea antes
de que vea su cara.
—Alosa —dice Riden mientras toma mis manos entre las suyas y me
aprieta suavemente contra la pared. Se inclina hacia mí.
—¿Qué?
Como si estuviera a punto de hacerme una pregunta en lugar de decir
mi nombre en voz alta simplemente por el placer de oírlo rodar por su
lengua.
—Bailas muy bien —contesta, y siento su nariz acercarse a la mía.
Mis ojos ya se han cerrado. Maldita sea, pero que bien huele. Como el
jabón de coco que tenemos en el barco mezclado con un almizcle terroso
que sólo le pertenece a él. Sería tan fácil dejar que me bese. Enormemente
fácil. Pero quiere liberar a su hermano. Quiere su propia libertad. Cualquier
intimidad entre nosotros es deliberada por parte de él. Tiene que serlo.
—Buenas noches, Riden —digo, dejando caer sus manos.
Pero al pasar a su lado, le beso la mejilla. Una vez que llego a mi
habitación, me reprendo a mí misma por un movimiento tan infantil. Pero lo
que más me asusta es que casi no he podido evitarlo. 
 
            Capítulo 4
 

DESDE EL EXTERIOR, el torreón no tiene nada destacable. Se


parece a cualquier otra pequeña isla de las agrupadas en el lejano noreste
del Pico de Lycon.
Pero los piratas del rey la reconocen como lo que es.
La isla tiene muchos bordes y zanjas salientes, un laberinto construido
con agua y tierra. Hay que llevar un rumbo cuidadoso para no encallar el
barco. El mar desemboca directamente en una serie de cuevas que albergan
las distintas naves de la flota. Su número asciende ahora a unos cincuenta.
Niridia nos dirige hasta el muelle. Haeli y los demás aparejadores atan las
velas mientras Lotiya, Deshel y Athella aseguran los cabos de atraque. Se
baja la pasarela.
—Envía a Wallov y a Deros a subir a Vordan —le digo a Niridia—. Y
que Mandsy siga a Riden como un tiburón en un rastro de sangre.
—De todas las mujeres de esta nave, yo no diría que Mandsy es la
que más se parece a un tiburón —suelta una voz detrás de mí.
Durante los últimos días del viaje, Riden tuvo que permanecer bajo
cubierta para no enterarse de la ubicación exacta del torreón. No esperaba
que Mandsy le permitiera volver arriba tan pronto.
—¿Y supongo que yo tendría ese feliz privilegio? —le pregunto.
—No, son esas hermanas viciosas. No puedo decir cuál es peor.
Deshel cree que mi regazo es una silla, y Lotiya mete sus dedos en mi pelo
como si fuera un guante para ella.
Me complace más allá de las palabras saber que se siente frustrado
por sus avances.
—Creía que te gustaba la compañía femenina. Vivir en un barco lleno
de mujeres debería ser un sueño hecho realidad para ti.
Me mira fijamente como si su mirada encerrara algún significado más
profundo, pero no lo veo. Y me prohíbe usar mis habilidades con él.
—No puedo leer mentes, Riden. Así que escupe lo que sea que
quieras decir.
—Sus atenciones no son deseadas. —dice finalmente.
—Entonces diles eso.
—¡No crees que lo he intentado!
—Si buscas simpatía, ve a buscar a Mandsy.
Me mira fijamente.
—Simpatía no es lo que quiero de ti, Alosa.
Antes de que pueda empezar a adivinar lo que quiere decir con eso, se
marcha. Niridia aparece con Mandsy. Señalo en dirección a Riden. Ella, con
su pelo castaño en dos trenzas sobre los hombros, le sigue.
—Cuidado —grito—. Está de mal humor.
—Tengo lo que necesita para eso —responde Mandsy.
—¿Y qué es eso?
—Costura. Nada como trabajar con las manos para relajar la mente.
Mandsy es un regalo del cielo. Cura, cose y lucha. Saber dónde se
encuentra cada órgano importante de una persona, la convierte en una
luchadora muy eficiente. Nos ha curado a mí y a la tripulación una y otra
vez. Muchos de ellos le deben la vida. Ojalá tuviera diez más como ella.
Incluso aceptaría el excesivo optimismo que trae consigo.
—No le daría a ese algo tan puntiagudo como una aguja —digo.
—Me arriesgaré.
Wallov y Deros suben, cada uno agarrando firmemente uno de los
brazos de Vordan. Se retuerce entre sus garras, pero ningún hombre es rival
para su fuerza conjunta. Vordan ni siquiera debería molestarse, herido como
está.
—¿Me vas a entregar a Kalligan? —pregunta.
—Te quedarás en el calabozo del torreón para que te cuiden hasta que
decida qué hacer contigo.
—¿Ya has olvidado nuestra pequeña charla? Me necesitas. Yo…
—Puedes ir a las mazmorras de pie o podemos volver a meterte en la
jaula. Tú eliges.
Sabiamente, cierra la boca. Dirijo mis ojos a los hombres que están a
su lado.
—Llévenlo por una entrada lateral. No quiero volver a verlo.
—Voy a salir —le digo a Niridia—. Ocúpate de que todos se bañen y
descansen bien. Quiero que el Ava-lee se aprovisione para volver a navegar.
Dudo que pase mucho tiempo antes de que estemos de nuevo en el mar. El
rey querrá trasladar la flota a la Isla de Canta lo antes posible.
Salto desde la borda de mi barco. La mayoría preferiría usar la
pasarela, pero la distancia no me molesta. Tardo un segundo en
acostumbrarme a la tierra firme e inmóvil después de semanas en el mar.
Varios barcos flotan a lo largo de los muelles separados en esta cueva en
particular. Es la más cercana a la entrada principal del torreón, por lo que
sólo los que pertenecen al círculo íntimo de mi padre pueden anclar aquí.
Entre ellos están el Aliento del Infierno, que pertenece al Capitán Timoth; la
Furia Negra, que pertenece al Capitán Rasell; y la Hoja del Hombre
Muerto, que capitanea Adderan. Mi cara se contorsiona de disgusto cuando
veo el Secreto de la Muerte. Si Tylon y su barco no fuesen tan importantes
para mi padre, le haría agujeros a este último cuando nadie me viese; quizá
también al primero.
Los muelles conducen a un camino que desciende a través de la
cueva, que finalmente se abre a la isla. A partir de ahí, hay un sendero muy
trillado, oculto desde la playa por grandes abetos y piceas. Es increíble que
sus raíces sean tan fuertes como para atravesar la dura superficie de la isla.
La torre del homenaje es una composición de roca hueca con adornos de
madera. A varias islas de distancia se encuentra un volcán en reposo. La
pequeña isla que el rey pirata utiliza como torreón es una serie de túneles,
que en su día fueron excavados en la roca por la lava humeante, una fuerza
natural mortal. Ahora alberga a los hombres más mortíferos.
Le doy una patada un guijarro que se interpone en mi camino al llegar
a la abertura más grande del túnel, que sirve de entrada principal del
torreón. Hay hombres muertos colgando de cuerdas en la parte superior del
túnel, lo que le da el aspecto de una boca abierta con dientes desgarrados.
Las cuerdas están atadas a grandes anzuelos en el extremo, anzuelos que
han sido insertados en las bocas de los traidores. Los cuelgan como peces
capturados para que todos vean lo que les ocurre a los que se enfrentan a la
ira de mi padre.
El túnel se bifurca en múltiples caminos, que también se desvían en
sus propias e innumerables direcciones. El torreón es un laberinto
interminable para todos, excepto para los que sirven al rey pirata.
Sigo la gruta que se adentra cada vez más en el torreón, en busca de
mi padre, o al menos de alguien que pueda indicarme su ubicación, cuando
me detengo frente a una puerta.
La puerta.
Encontró algo en la isla donde conoció a tu madre. Un arma.
Tras semanas de distánciame de Vordan y sus mentiras, había
empezado a relajarme. Pero, así como así, la duda me arrastra de nuevo. De
forma inesperada e inoportuna.
La entrada a los aposentos de mi padre está a una puerta de distancia.
Hay otra en el interior, que comunica el estudio secreto con su alcoba.
Como una de los pocos elegidos a los que se les permite visitar a mi padre
en sus habitaciones privadas, veo esta puerta con regularidad.
—Es mi estudio, Alosa. ¿Seguro que sabes cómo es un estudio? —me
dijo después de que le preguntara cómo era por dentro cuando yo era
pequeña. Por vergüenza, no volví a preguntarle.
Mis pensamientos son míos. No me estoy dejando controlar. No
puedo escuchar a Vordan. No lo haré.
Y, sin embargo, apoyo una oreja contra la puerta, escuchando
atentamente. No sé qué esperaba. ¿Oír un tic-tac? ¿Sentir el pulso de la
magia anti-sirena?
Suspirando, avanzo por el pasillo. Levanto el puño y golpeo la puerta
de las habitaciones de mi padre, recordando por qué he venido aquí en
primer lugar.
No hay respuesta. Tendré que buscarlo en otra parte. Me doy la
vuelta...
La respiración me abandona. Me empujan hacia atrás y la madera me
golpea la columna vertebral. Unos brillantes ojos azules me miran.
—Alosa.
Intento zafarme de las manos que me agarran, pero Tylon me tiene
bien sujeta. El peso de su cuerpo me tiene firmemente pegada contra la
puerta. Cada uno de sus ligamentos está alineado con el mío, nuestras caras
están demasiado cerca para mi gusto. Si no hubiera estado tan distraída con
los secretos de mi padre, nunca me habría pillado. Debería saber que no
debo bajar la guardia en la Torre. Dejo escapar un sonido entre un gruñido y
un suspiro frustrado.
—Deja. Me. Ir.
—Parece que la única forma de tener una conversación a solas
contigo es emboscarte en los pasillos.
—La mayoría de los hombres entenderían eso como una indirecta y se
apartarían del camino.
Se las arregla para acercarse aún más a mí.
—¿Por qué? ¿Por qué me evitas? Desde que volviste del Nocturno,
has estado distante. Has estado diferente.
Giro la cabeza hacia un lado para alejarme lo más posible de él.
—¿Diferente? No puedo pensar en una época en la que no te odiara, y
te puedo asegurar que eso no ha cambiado.
Sale un sonido bajo de su garganta.
—Ya entrarás en razón. Es sólo cuestión de tiempo.
—Sí, ¿cómo no voy a hacerlo si me asaltas en los túneles?
—No tendría que hacerlo si me dejaras verte en tu nave.
Niridia tiene órdenes explícitas de arrojar a Tylon al mar en cuanto lo
vea. Me han dicho que nadó varias veces antes de saliera a cazar a Vordan.
Usar mi canción en Tylon sería un desperdicio. Finalmente, me libero de un
brazo y lo uso para empujarle el pecho, haciéndole retroceder. Le doy una
sólida patada en el estómago y lo dejo en el suelo, jadeando.
—Sé que no eres el pirata más brillante —digo mientras me inclino
sobre su cuerpo—, así que lo diré despacio. Tus atenciones y tú no sois
deseadas. La próxima vez que me toques, encontrarás una bola de hierro en
tu estómago en lugar de mi pie.
                  

                        * **
 

Hay un aroma delicioso en el aire a pescado con mantequilla y carne


de cerdo salada. Me prometo que habrá tiempo para una comida caliente
más tarde.
Muchos de los hombres están almorzando en el comedor. Mesas y
mesas están repletas de los mejores manjares. Desde frutas en rodajas hasta
panes calientes, pasando por mariscos recién pescados y ron bien añejo.
Sólo lo mejor se sirve en el palacio del rey pirata. Podemos permitirnos
envíos regulares de alimentos perecederos. Al ritmo que va mi padre,
pronto podría comprar toda Maneria. El dinero llega a la fortaleza de todos
los mercaderes y nobles de la tierra que compran seguridad para sus barcos.
Algunos de los piratas bajo el control de mi padre ni siquiera necesitan salir
del torreón. Ni querrían hacerlo; aquí se puede encontrar cualquier cosa que
un hombre pueda desear. Un burdel flotante está anclado en una de las
cuevas y suministra comida y ron sin fin para todos.
Estoy acostumbrada a las miradas de deseo que me llegan desde el
torreón. Sólo los capitanes de los barcos saben lo que soy. Soy un misterio
para la mayoría. ¿Por qué el rey pirata se molestaría en reclamar a una
mujer como su hija? ¿Por qué me tiene en tan alta estima? ¿Por qué me da
las misiones más peligrosas e importantes? Algunos están celosos; otros,
curiosos y desconcertados. Otros desean que no sea tan capaz de
defenderme.
Escudriño la habitación con cuidado, buscando a mi progenitor, pero
no está aquí. Detengo a uno de los cocineros que trae una bandeja de panes
redondos para añadirlos a las mesas.
—¿Ha venido ya el rey a comer, Yalden?
—No, Capitana —responde—. He oído que lleva encerrado en la
tesorería casi toda la mañana. No habrá salido todavía.
—Gracias...
La madera golpea contra la roca cuando las puertas del fondo se abren
de par en par. La sala se calma al instante. Todos leen el estado de ánimo de
Kalligan. Incluso sin su flota, mi padre es una figura imponente. Es un
gigante entre los hombres, con más de un metro ochenta de estatura y una
constitución de buey.
Los hombres se apartan de su camino cuando se dirige al centro del
comedor, las mesas prácticamente tiemblan por la fuerza de sus pasos.
Busca entre los rostros a medida que avanza. Las estrellas ayuden a quien
sea que esté buscando.
—¡Praxer! —grita finalmente, al ver a un hombre con gafas y más
brillo en la cabeza que pelo.
—¿Mi rey? —abandona su comida y se levanta, aunque tiene que
estar a punto de mojar sus calzones.
—Te dije que había algo mal en el envío de Calpoon, ¿no es así?
—Lo hiciste, y revisé el inventario dos veces más. Encontré el cofre
de monedas que faltaba y lo añadí al resto del tesoro.
—¿Y actualizaste los libros? —La voz de mi padre se vuelve
inquietantemente tranquila.
La sangre huye del rostro de Praxer. Mi padre se sitúa cara a cara con
el hombre, sin molestarse en controlar su voz esta vez.             —¡Los dos
barcos fueron enviados la semana pasada para castigar a Lord Farrek por
haberme faltado dinero! Será un milagro que la fragata les llegue a tiempo
para retractarse de la orden. ¿Qué clase de mensaje crees que se envía a los
nobles de la tierra si empiezo a castigarlos por pagarme?
—No volverá a ocurrir.
—Eres diestro, ¿no?
El hombre calvo tartamudea antes de encontrar su voz.
—Sí, mi rey, por qué...
—Sujétalo.
Los dos hombres que están sentados más cerca de Praxer se levantan
de un salto y lo sujetan. Probablemente sean sus amigos, pero la amistad no
significa nada cuando el rey da una orden. Kalligan deja el suelo lleno de
platos de comida al limpiar la mesa de un solo golpe. Los que están
sentados cerca se paralizan por miedo a llamar su atención. Con una mano
en la cabeza y la otra en la espalda, el primero de los amigos de Praxer lo
empuja de cara contra la mesa. El segundo extiende el brazo izquierdo del
desdichado y lo clava contra la madera.
—No, mi rey. Por favor... —grita mientras el rojo rocía a los hombres
y las mesas cercanas.
—Vuelve a fallarme y perderás también tu otra mano. ¡Mírame!
Praxer se ha hundido en el suelo. Baja el volumen de sus gritos lo
suficiente como para encontrarse con los ojos de mi padre.
—No me sirve un hombre sin manos. ¿Lo entiendes?
—S-s-sí —jadea.
Kalligan seca su alfanje en la manga de la camisa de Praxer mientras
observa a la multitud. Sus ojos se posan en mí. En el lapso de un segundo,
su ceja derecha se levanta ligeramente. Asiento con la cabeza.
—Partimos hacia la Isla de Canta dentro de un mes —comunica a la
sala—. Esperemos que ustedes, tontos, puedan conservar sus miembros
mientras tanto. No más errores.
Praxer se queja mientras se balancea de un lado a otro, sujetándose la
muñeca justo por encima de donde estaba su mano izquierda momentos
antes.
Kalligan pasa por encima de él en su camino de vuelta hacia la puerta.
                        

                        * **
 

—Hola, padre —saludo cuando lo alcanzo. No es una hazaña fácil, ya


que sus piernas superan considerablemente a las mías. Es una pena que no
haya podido heredar un poco más de su altura. Me supera en más de 30
centímetros. No hay un solo hombre que conozca que no esté a su sombra.
—Tu viaje fue un éxito. —Lo dice como un hecho, no como una
pregunta.
—Sí, señor. El saco de mugre ha sido transportado a las mazmorras.
—¿Y el mapa?
Dejo de caminar, y él hace lo mismo, se da la vuelta de cara a mí. Con
el puño apretado, saco el collar del mapa de mi bolsillo. Su mal humor se
evapora al instante cuando lo toma en sus manos.
—Eres la única en quien puedo confiar para hacer las cosas bien. —
Con su gran mano me da una palmada en la espalda, y me caliento ante la
señal de afecto. Es un gran gesto por su parte y tan poco frecuente—. Lo
celebraremos esta noche. Que uno de los cocineros envíe un caldo de 1656,
de Wenoa. —Ah, ese es un buen año—. ¿Ya has interrogado a Vordan?
Me quedo un momento en silencio.
No puedo decirle lo que Vordan me ha dicho. Incluso si no le creo. Lo
cual, por supuesto, no hago. No hay razón para mencionarlo siquiera.      
—Lo he hecho. Cantaba como un pájaro. Tengo una lista con los
nombres de todos los hombres de nuestras filas que trabajan en secreto para
él. —digo, con cuidado de mantener la voz normal.
Padre me observa con atención.
—¿Qué ocurre? —pregunta.
No te está controlando, me digo. ¿Por qué tengo que tranquilizarme?
Me apresuro a pensar en algo creíble que decir.
—¿Crees que encontraremos a mi madre? Cuando lleguemos a la Isla
de Canta.
Después de soltar las palabras, me doy cuenta de que hay una
curiosidad genuina detrás de ellas. Sin embargo, me preocupa su reacción.
¿Y si asume que pienso que no es lo suficientemente bueno? ¿Que necesito
algo más que a él? ¿Pero está mal que una chica quiera conocer a su madre?
—Por tu bien, espero que no lo hagamos. La reina sirena es una
criatura realmente amenazante, no más que un monstruo marino febrilmente
al acecho de presas humanas. Te mataría antes de que pudieras decir quién
eres, e incluso si consiguieras identificarte, dudo que cambiara la situación.
No son como nosotros, Alosa. Has visto muy bien lo que pasa cuando tu
naturaleza de sirena se apodera de ti. Imagina que sólo tienen una parte. Esa
parte.
Se me hiela la sangre. Tenía tantas esperanzas de conocer a mi madre,
aunque sólo fuera una vez, pero quizás hay algunos recuerdos que no quiero
crear.
—Sugiero —continúa Kalligan—, que te prepares para matar a todas
las sirenas que encuentres.
                        

***
Padre convoca una reunión para todos los capitanes de naves
presentes en el torreón. Más de la mitad de ellos están realizando trabajos
por toda Maneria, y ha enviado a los pájaros yano para ordenar su regreso
inmediato. Como sabía que yo iba a llegar cualquier día, no se molestó en
escatimar un pájaro para arreglar el error del pobre Praxer. Y, sinceramente,
no me extrañaría que decidiera montar un espectáculo de furia y violencia
sólo para recordar a todos lo que les ocurre a los que le decepcionan.
Zarparemos en un mes hacia la Isla de Canta, con o sin el resto de la
flota. Los capitanes que no lleguen a tiempo no compartirán nuestro botín.
Estoy segura de que todos se darán prisa.
Mi barriga está llena. Me he bañado y cambiado. Mi pelo rojo se
derrama sobre mis hombros, rozando un corsé esmeralda. Me gusta lucir lo
mejor posible cuando estoy rodeada de los hombres más importantes de la
fortaleza, para recordarles que soy su princesa y que algún día seré su reina.
Y yo necesito esa inyección de confianza, dada la incertidumbre que me
invade últimamente.
Mis ojos son de un azul intenso. Volví a reponer mis habilidades
después de interrogar a Vordan en mi nave. Aunque la mayoría no se
atrevería a intentar nada conmigo o con mi tripulación por el riesgo de
molestar a su rey, es una tontería adentrarse en un territorio en el que estoy
rodeada de los hombres más sanguinarios del mundo y no venir totalmente
preparada.
—Cierra la boca, Timoth, o te atravesaré con mi alfanje.
Padre suele llamar la atención de la reunión con una amenaza.
Aunque casi todos han estado hablando, señalar a un hombre es suficiente
para callar a toda la sala. Especialmente después de la demostración de
poder que hizo ayer. Intento desesperadamente ignorar el lugar donde está
Tylon. Todavía estoy muy enfadada por su emboscada de ayer.
Arrogante de mierda.
Como si quisiera liarme con él. Tylon es sólo unos años mayor que
yo, y mi padre lo adora (tanto como un pirata despiadado puede adorar
algo) porque obedece las órdenes inmediatamente y sin cuestionarlas.
Siempre se apresura a delatar a otros piratas del torreón por su mala
conducta, lo que le hace impopular entre todos los demás, pero una estrella
a los ojos de mi padre. Su mayor defecto, sin embargo, es suponer que me
alinearé con él. Parece creer que querré compartir mi derecho de nacimiento
con él cuando mi padre se retire. Que al enredarse conmigo, se convertirá
en el próximo rey pirata. Lo apuñalaré mientras duerme antes de que eso
suceda. Me convertiré en la reina pirata cuando Padre se retire, y no
compartiré el poder.
—Por fin ha llegado el momento que todos esperábamos —anuncia el
rey.
Es una figura grande a la cabeza de una enorme mesa de roble. Está
de pie mientras los demás nos sentamos, para que no olvidemos quién
manda. Como si lo necesitara. Su tamaño es suficiente para que nadie dude
de su estatus. Siempre lleva el pelo y la barba cortos. Algo así como para no
dejar que obstruya su línea de visión. Una vez intentó cortarme el pelo para
que fuera una mejor pirata. Le dije dónde podía meter sus tijeras, y me las
clavó en la pierna.
Sin duda, él me ha educado con métodos poco convencionales; a
veces surge una rabia fundida cuando recuerdo el pasado. Pero luego me
centro en el aquí y el ahora. Nadie puede superarme con una espada, salvo
quizás mi padre. Nadie puede vencerme. Nadie puede rebasar mi
resistencia. Otros piratas me temen. Estoy orgullosa de todos estos hechos.
Es sólo gracias a él que los he logrado. Además de las habilidades que me
dio, están todos los buenos recuerdos que tengo de él. Cuando me regaló mi
primera espada. La vez que me acarició el pelo y me dijo que me parecía a
mi madre. Las bromas y las risas que compartimos cuando logramos
momentos de intimidad juntos. Estos recuerdos están repartidos con mucha
miseria de por medio, pero todo el mundo quiere y resiente a sus padres,
¿no es así?
Puedes intentar racionalizarlo, Alosa. Es tu padre. Sólo ha intentado
hacerte fuerte. Hacerte una superviviente.
¿Pero suenan tus propios pensamientos en tu cabeza? ¿O son sus
pensamientos los que te dirigen a él?
No estoy justificándolo. Estoy exponiendo los hechos. Fríos. Duros.
Hechos. No estoy bajo el control de nadie.
—El mapa de Vordan era el último de los tres fragmentos, la pieza
final que nos lleva el resto del camino a la Isla de Canta. —dice Padre,
sacándome de mis pensamientos—. He tenido años para examinar el primer
mapa, el mapa que vino de mi propio padre y de su padre antes que él. Ha
viajado por la línea de Kalligan durante siglos, y lo hemos conservado en
perfecto estado. La segunda pieza del mapa nos la trajo la Capitana Alosa
Kalligan. Los hijos de Jeskor lo tenían escondido en su barco, aunque eran
demasiado estúpidos para darse cuenta. La tercera nos ha llegado hoy, de
nuevo conseguida por la Capitana Alosa.
Los ojos de la sala se giran hacia mí. Muchos con celos… desean ser
tan favorecidos por el rey.
—Zarparemos dentro de treinta días —continúa— Llegaremos a la
Isla de Canta, y su tesoro será nuestro.
—¡Hurra! —aclaman los piratas en la sala.
—Capitanes, ¿cuál es el estado de sus barcos?
—Tengo cerca de veinte barriles de pólvora en el Furia Negra —
afirma el Capitán Rasell—. Cincuenta hombres esperan mis instrucciones.
Tylon es el siguiente, y hago lo posible por no fruncir el ceño.
—Tengo cinco cañones arponeros unidos al Secreto de la Muerte y
más de cien arpones individuales que pueden ser lanzados desde botes de
remos.
—¡Vamos a ensartar a las bestias! —proclama el Capitán Adderan, y
la sala enloquece de emoción.
Por primera vez, la idea de viajar a la isla me pone enferma.
Encontró algo en la isla donde conoció a tu madre. Un arma. Un
dispositivo que lo protege de las sirenas. Un dispositivo que le permite
controlarlas.
Así continúa mientras veinte capitanes piratas enumeran sus
colecciones más valiosas para el viaje. La otra treintena de capitanes se
apresura a regresar a la torre del homenaje para llegar a tiempo al viaje, y
algunos de ellos acabarán quedándose de todos modos para defender
nuestra fortaleza mientras el resto navegamos en busca de tesoros.
—Capitana Alosa —dice mi padre expectante.
Me trago mi malestar y alejo de mi mente la imagen de las sirenas
siendo arponeadas como ballenas, jurando que nada me impedirá viajar a la
isla. Esto es demasiado importante. Y mi padre ya ha tenido que recordarme
recientemente que son bestias inhumanas. Yo lo sé. He experimentado por
mí misma lo que ocurre cuando me sumerjo bajo el agua.
—Tengo una tripulación formada por veintiocho mujeres —digo
simplemente.
Adderan resopla.
—Mujeres. Bien. Los hombres tendrán compañía durante el viaje.
Algunos otros en la sala se atreven a reírse ante el comentario. Los
hombres pueden reconocer mis talentos y mi propósito, aunque no les
gusten. Pero otras mujeres piratas no reciben tal estima. Padre no defiende a
mi tripulación. Ni me gustaría que lo hiciera. Puedo hacerlo todo por mi
cuenta. Los capitanes piratas y el jefe de la mazmorra son los únicos que
conocen mis habilidades en la torre del homenaje, así que no tengo que
ocultarlas en esta sala.
Canto una nota estruendosa, algo que no pasará desapercibido para
nadie en los alrededores. Adderan se levanta de su silla y se da de bruces
contra la pared más cercana. El contacto le abre una fina línea en la cabeza,
pero no lo deja inconsciente. Quiero que esté totalmente despierto cuando
lo humille.
—Mientras las sirenas os hechizan a todos para que os quitéis la vida
—afirmo—, mi talentosa tripulación femenina no se verá afectada. Seremos
las que realmente alcancen el tesoro y hagan el viaje de vuelta a casa.
La sala se queda en silencio. Los hombres de Kalligan deben recordar
que estas no son mujeres comunes que defienden la Isla de Canta.
—Muy impresionante, Capitana Alosa —dice Tylon, y muevo la
cabeza en su dirección—, pero hay un remedio sencillo para tal problema.
Creo que usted lo experimentó mientras era prisionera de Vordan.
Saca algo de su bolsillo, lo parte en dos y lo amolda a sus orejas.
Cera.
Me vuelvo hacia el hombre a la derecha de Tylon.
—Capitán Lormos, tenga la amabilidad de probar una cosa para mí y
golpear a Tylon en el lado de la cabeza.
Tylon debe asumir que mi boca en movimiento está expulsando notas
hechizadoras. Sonríe condescendientemente por su invencibilidad. Pero
entonces Lormos, que es especialmente propenso a la violencia, dice:
—Con mucho gusto.
Y lleva a cabo mi petición. No hace falta cantar.
Tylon gruñe y se gira hacia su derecha, cerrando el puño en represalia.
Mi padre levanta las manos, un simple movimiento que ordena a todos que
dejen de ser violentos. Tylon obedece a regañadientes y se quita la cera de
las orejas.
—La canción no es lo único de lo que tienes que preocuparte —le
informo—. Tampoco podréis comunicaros entre vosotros, y entonces las
sirenas podrán daros caza fácilmente.
—Podemos tener hombres mirando en todas las direcciones. Las
espaldas de todos estarán cubiertas. —replica Tylon a la defensiva.
Me río sin humor.
—Estás siendo ingenuo. Eso os costará vidas.
Si tenemos suerte, la suya.
—Mis hombres estarán bien. No presumas de capitanear ninguna
tripulación que no sea la tuya.
—¡No menosprecies a mi tripulación insinuando que sólo servimos
para reproducirnos!
—¡Eso fue Adderan! Tú...
—Ya es suficiente.
La voz del rey pirata atraviesa la habitación. Poderosa. Definitiva.
Retiro mis ojos de la cara enfurecida de Tylon y observo que todos los
capitanes de la sala nos miran fijamente a los dos.
—¡Sólo termina con esto y acuéstate con la chica! —grita el Capitán
Sordil desde el fondo de la sala.
Lo parto en dos con mi mirada. Antes de que pueda hacer más que
eso, mi padre continúa, llamando la atención de todos, una vez más.
—La Capitana Alosa ha cumplido con creces —dice—, por lo que
ella y el Ava-lee navegarán en segundo lugar después del Cráneo de
Dragón en el viaje a la Isla de Canta.
¿Segundo? ¿Porque el barco de mi padre llevará un arma secreta que
controlará a las sirenas? ¿O porque necesita mantener su puesto al frente de
su flota?
El silencio golpea la sala ante el pronunciamiento. Entonces Adderan
toma la palabra.
—¿Estamos seguros de que es prudente? Seguramente la Hoja del
Hombre Muerto sería una mejor opción para tener a tu espalda. —Su propia
nave—. Es más grande y más…
—¿Estás cuestionando mi decisión? —pregunta el rey, con la voz
como un látigo.
Adderan se retracta inmediatamente de sus palabras.
—Sabia elección, señor. El Ava-lee debería ir en segundo lugar.
Kalligan asiente.
—Bien. Puedes ir en la retaguardia, Adderan.
Sonrío con suficiencia a Adderan mientras mi padre se lanza a contar
el resto de los detalles del viaje, y luego concluye la reunión.
—Alosa, Tylon, quédense.
Los capitanes salen de la sala, sonriendo y dándose palmadas en la
espalda. Por fin está sucediendo. Hemos esperado años para zarpar hacia los
inimaginables tesoros que nos esperan en la Isla de Canta. Ahora sí
podemos contar los días.
—Este viaje transcurrirá sin contratiempos —dice Kalligan cuando el
último hombre se ha marchado y la puerta vuelve a su sitio—, y no
permitiré que un pequeño desacuerdo adolescente se interponga. ¿Está
claro?
—Por supuesto —dice inmediatamente Tylon, siempre el peón
dispuesto a complacer.
—No hay ningún desacuerdo —aclaro yo. Es más bien un
aborrecimiento flagrante.
—Sea lo que sea, se acaba ahora. No habrá más menosprecio de los
otros capitanes durante las reuniones, Alosa. Y Tylon, harías bien en
escuchar la sabiduría que tiene la Capitana Alosa.
Tylon asiente. Resoplo y pongo los ojos en blanco ante toda la escena.
La obediencia de Tylon como un cachorro es suficiente para...
Mi padre vuela hacia mí, rápido como un rayo. No me muevo,
sabiendo que lo que venga será mejor si no me resisto. En un instante, estoy
contra la pared. Una daga se eleva hacia mí, incrustándose en la madera
justo a la derecha de mi ojo.
—No serás irrespetuosa en mi presencia —gruñe Kalligan—. Si no,
esta daga se moverá un centímetro hacia la izquierda. No necesitas los dos
ojos para que tu voz funcione.
Miro fijamente esos ojos grandes y fieros. No me cabe duda de que lo
dice en serio. Y antes de que intente hacer algo más que asustarme, tengo
que obedecer.
—Disculpa. —digo.
Ves, lo desafío todo el tiempo. No me disculpo porque él me controla.
Lo hago porque... porque... no puedo terminar el pensamiento. ¿Sólo le soy
útil mientras tenga voz? Si fuera muda, ¿me seguiría queriendo, querría que
capitanease un barco de su flota?
Deja la daga en su sitio y sale de la habitación. Cuando me alejo, unos
mechones de pelo se desprenden de mi cabeza, atrapados por la daga, y
cuelgan sin fuerza contra la pared. 
 
                  Capítulo 5
 

LOS CALABOZOS SE ENCUENTRAN en las profundidades de la


tierra. Serpentean y se retuercen como si estuvieran formados por el
recorrido de un monstruoso gusano. El olor a moho obstruye mis fosas
nasales, y la humedad densa del aire me oprime incómodamente la piel.
Algunos de los túneles se deslizan hasta el mar y permiten la entrada de
agua. Con las mareas, algunas de las celdas se llenan hasta los topes. Una
ventaja añadida a la hora de hacer hablar a los prisioneros.
Threck es el guardián de las mazmorras. Es un tipo enjuto que
siempre parece haber salido de la tumba de un habitante de la tierra. La
suciedad pinta sus ropas y su piel, y deja que su pelo cuelgue sobre él en
forma de rulos enmarañados. Pero el hecho de que esté absolutamente
aterrorizado por mí lo hace divertido de todos modos. Ahora mismo, sin
embargo, hay muy pocas cosas que me resulten divertidas. Golpeo la
entrada de los calabozos, una gran puerta de madera con una ventana
enrejada.
—¡Threck! —grito—. El rey me ha enviado a interrogar al nuevo
prisionero. —Una mentira.
Me envié a mí misma.
Las mazmorras son enormes, pero mi grito se transmite en un eco
estruendoso de un túnel a otro. Después de que el sonido se apaga, el
silencio es lo único que rebota hacia mí durante varios momentos, y me
pregunto si fingirá que no me ha oído. Pero es demasiado inteligente para
eso. Lo último que quiere hacer es irritar a alguien que le da miedo.
Un lento sonido de arrastre se abre paso hacia mí, cada vez más
fuerte, hasta que puedo decir que los pasos están justo al otro lado de la
puerta. La ventana enrejada me permite divisar el otro lado, pero Threck
debe estar agachado porque no puedo ver su cabeza.
Una llave se desliza por debajo de la puerta y los pasos se retiran a
toda prisa. Es difícil decir si estoy más orgullosa u ofendida por su reacción
ante mí.
Cojo una linterna de su candelabro en la pared y la enciendo. Hay una
oscuridad como ninguna otra en el calabozo del torreón. No hay luz natural
que pueda abrirse paso tan profundamente debajo de la tierra. Absorbe toda
la esperanza de los prisioneros atrapados aquí. Yo debería saberlo, he sido
una de ellas muchas veces. Sin embargo, a Threck no parece importarle.
Conoce tan bien las mazmorras que las recorre sin ninguna luz.
Me deslizo entre filas y filas de celdas vacías. Nunca están ocupadas
por mucho tiempo. Cuando llego a una de las pocas en uso, me detengo.
—Draxen.
El hijo mayor de Jeskor no se mueve al oír su propio nombre. está
sentado en el suelo de piedra y mira fijamente la pared opuesta a la entrada
de la celda. Al igual que su hermano, ha cambiado algo. Sólo que sus
cambios son para peor. Su pelo negro cuelga más allá de sus hombros en
rizos de rata. Su camisa le queda demasiado grande. Le cuelga de sus
huesudos hombros y se acumula en el suelo detrás de él. Eso será por la
dieta de gachas frías de los prisioneros. Pero a veces, si tienes suerte, una
rata entra en tu celda.
—Princesa —dice y escupe hacia la esquina.
Ahora veo que tiene una piedra en la mano que lanza al aire y atrapa.
Hay que pasar el tiempo de alguna manera. Me abrochaba y desabrochaba
el abrigo. Cuando mis manos no estaban encadenadas por encima de mi
cabeza, quiero decir.
—Qué buen tiempo estamos teniendo —suelto mientras tiemblo de
frío. ¿Cómo puede Draxen soportar no tener su abrigo puesto? Parece que
lo está usando como cojín bajo su trasero.
—¿Qué quieres? —pregunta.
—Nada de ti. Sólo estoy de paso.
—Entonces sigue adelante.
—No me di cuenta de que estabas ocupado.
Se gira ante el comentario sarcástico y me lanza la piedra. La esquivo
lo mejor que puedo en la oscuridad, pero me roza el costado del brazo.
—Sí que pica, cabrón —protesto.
—Al diablo contigo y tu brujería.
—¿Brujería?
—Tú me hiciste algo a mí. Y a Riden. Lo has hechizado de alguna
manera. Y casi lo matas. Así que, lo llames brujería o no, puedes ir a
colgarte de una cuerda del árbol más alto.
Me río. No es una burla, sino una respuesta sincera a su tontería.
—¿Estás furioso conmigo? ¿Recuerdas que me secuestraste? Me
obligaste a presenciar las torturas más repugnantes que he visto jamás.
Intentaste forzarme y tus hombres matarme. Todo lo que hice fue robar un
mapa.
A pesar de su mala actitud, rebusco en mi bolsillo y le lanzo algo. Me
aseguro de que le dé en la nuca antes de continuar.
Oigo cómo sus manos se revuelven furiosamente en la oscuridad para
recuperar lo que le he lanzado. Entonces el sonido de sus dientes
masticando es tan fuerte que lo oigo durante los siguientes seis metros. Pan
fresco de las cocinas. No sé qué me impulsó a traérselo, pero lo hice.
Ahora, la razón por la que realmente estoy aquí. La celda de Vordan
está embutida en un rincón desagradable donde sube la marea. El agua le
llega a los tobillos. Debe estar helado.
Bien. Lo odio. Odio que esté aquí.
—Alosa —dice cuando se fija en mí.
Sólo el tono me hace estremecer. La forma satisfecha y segura de sí
mismo con la que se las arregla para decirlo incluso cuando está encerrado
entre rejas.
—Cuéntame más —susurro, aunque sé que estamos solos.
—¿Qué? ¿No lo he entendido?
—Cuéntame. Me. Más.
—¿Sobre qué? —pregunta, jugando conmigo.
Me pongo a gritar. Mi voz sale disparada como un trueno. Lo entierro
bajo una montaña de nieve, dejo que sienta un frío tan penetrante que olvide
que alguna vez hubo algo más que sentir. Le empujo desde el acantilado
más alto, le dejo caer y caer, precipitándose hacia abajo a una velocidad
imposible, sabiendo que está a punto de morir y que no hay forma de
detenerlo. Lo empujo de nuevo a su celda, hago que las paredes traqueteen
mientras el volcán cercano explota y un calor abrasador lo ahoga. Una y
otra vez, le lanzo un terror tras otro. Cuando me detengo, ya está temblando
y su respiración es superficial. Contengo mi rabia lo suficiente como para
hablarle.
—Todavía puedo hacerte daño, Vordan. Dime lo que sabes o podemos
seguir con esto. Hoy no me siento especialmente paciente, así que déjate de
chorradas.
Tarda un minuto en encontrar su voz.
—Tú… —respira profundamente— eres un monstruo.
—Y tú has hecho enfadar al monstruo. Empieza a hablar.
—No sé... no sé nada más. —Abro la boca—. ¡Lo juro! —grita. —
Ladeo la cabeza—. Mi hombre no sacó nada del estudio del rey. Sólo pudo
decirme lo que vio. Algún tipo de dispositivo y una nota con la propia letra
de Kalligan, describiendo lo que hace. Ya sabes que no estoy mintiendo al
respecto. He dicho la verdad mientras estaba bajo tus habilidades.
Estoy más frustrada que antes. No puedo confiar en mi enemigo antes
que en mi propio padre. Pero después de lo que hizo Padre, amenazando
con sacarme el ojo porque mi voz seguiría funcionando sin él….
Sólo está tenso por el próximo viaje. Realmente no lo haría.
Pero ¿alguna vez lo has visto hacer una amenaza vacía?
¿Cómo puedo cuestionarlo? ¿Después de todo lo que ha hecho por
mí?
¿Te refieres a las palizas y al encarcelamiento?
¡No! Él me crió. Me entrenó. Me hizo imparable.
Te hizo su fiel mascota.
Gruño.
—¡Tú! Le digo a Vordan—. Tú me metiste estas ideas en mi cabeza.
Se levanta hasta su completa y poco impresionante altura, con una de
sus piernas doblada torpemente detrás de él.
—No puedo crear dudas donde no hay ya una semilla plantada.
Eso es todo.      Ya está bien.      Sólo hay una manera de deshacerse
de la incertidumbre de una vez por todas.
 
            Capítulo 6
 

—¿QUIERES QUE TE AYUDE A ENTRAR en el estudio de tu


padre?
—Sí.
—Muy bien, entonces. —dice Riden.
Espero, aguardando a que continúe. Cuando no dice nada, le
pregunto.
—¿Eso es todo? ¿No tienes ninguna pregunta para mí?
¿No hay palabras condescendientes para echarme en cara? ¿Ninguna
condición o exigencia? ¿Nada de ya te lo dije?
—Escuché tu interrogatorio con Vordan, ¿recuerdas? Si fuera yo,
haría lo mismo.
Me doy cuenta entonces de que no va a deleitarse conmigo. No me
sonríe como lo hizo Vordan. No está satisfecho con él mismo ni con mi
propio dolor.
Quiere ayudar.
Riden me confunde más que nunca. Pero no tengo tiempo para pensar
en eso.
Lo que estamos haciendo es peligroso. Traicionero. Si mi padre nos
atrapa, estamos todos muertos. Es por eso que solo traigo a tres conmigo:
Athella, porque puede hacerme atravesar cualquier puerta; Sorinda, porque
puede acabar con cualquiera en nuestro camino; y Riden, porque…
Sólo lo quiero conmigo.
Los cuatro abandonamos el barco y entramos en el torreón. Nos
deslizamos pagados a las paredes de una cueva tras otra, echando un vistazo
a cada recodo y esquina para asegurarnos de que está despejado antes de
continuar. Se hace tarde, y sólo podemos esperar que la mayoría de los
piratas se hayan ido ya a la cama.
Cuando llegamos a la puerta, pongo a Sorinda y a Riden en cada
extremo del túnel como vigías. Athella se arrodilla para inspeccionar la
cerradura mientras yo me coloco justo detrás de ella. Mis dedos empiezan a
moverse, así que me cruzo de brazos. Athella suelta un silbido bajo.
—Shh —ruego, lanzando una mirada nerviosa hacia las habitaciones
de mi padre.
—Lo siento —susurra—. Es que el rey no quiere que nadie entre aquí.
Tiene una de esas nuevas y elegantes cerraduras de Wenoa con un ojo
cilíndrico. La mayoría de las ganzúas no pueden atravesarlas, no han
descubierto cómo fabricar las herramientas necesarias para esto.
—¿Así que no puedes hacerlo?
Una sonrisa traviesa se apodera de su rostro.
—No he dicho eso, Capitana. No soy una ladrona normal. Sólo me
llevará un tiempo.
—No sé cuánto tiempo tendrás.
—Entonces será mejor que empiece.
Desenrolla su paño de herramientas y agarra una pieza de metal hueca
y cilíndrica y la introduce en el agujero. Luego coge un pico y empieza a
hurgar en los bordes. Doy gracias a las estrellas por tener a Athella en mi
equipo. Mis habilidades para abrir cerraduras no son ni de lejos tan
avanzadas como las suyas.
—Potente resorte —murmura para sí misma y ajusta ligeramente sus
dedos.
Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración mientras ella
trabaja, así que me obligo a soltar el aire de mis pulmones.
—Si consigues abrir esto, te puedes quedar la mitad de mi parte de
nuestro próximo botín.
Se ríe.
—¿Sí? Capitana, me va a dar un infarto.
—¡Alguien viene! —susurra Sorinda a través de la parpadeante luz de
las antorchas.
Athella mete las herramientas y el kit en su corsé antes de ponerse de
pie.
—¿Qué hacemos?
No he tenido tiempo de empaparme de más canciones. Estoy
prácticamente vacía después de haberme desahogado con Vordan, así que
tenemos que ser inteligentes para salir de esta. Y si es mi padre el que se
acerca, cantar no nos servirá de nada. Como dijo Vordan, mis habilidades
nunca han funcionado con él.
Le hago un gesto a Riden para que se acerque. Él se une a nosotros, y
yo empiezo a reírme y a caminar en dirección a los nuevos pasos. Athella y
Riden se dan cuenta rápidamente y relajan sus posturas. Ella suelta una
risita y Riden sonríe abiertamente. Sorinda se une a la fila con nosotros, con
una mueca incómoda, pero rápidamente enmascara su rostro con su habitual
apatía. Ella no tiene mucha práctica disimulando. Prefiere no ser vista en
absoluto, pero eso es imposible en este momento.
—Pero el tonto se enfadó tanto que me retó a un duelo —comento
como si continuara una historia.
Unos cuantos hombres doblan la esquina y seguimos caminando hacia
ellos como si nos dirigiéramos al interior del torreón.
—¿Qué pasó después, Capitana? —pregunta Athella.
—No tuve más remedio que aceptar. Avergoncé al pobre hombre
delante de sus amigos.
Los pasos pertenecen a Adderan y a un par de sus hombres. Debe de
haber venido a presentar más disculpas a mi padre y a darle más garantías
de su lealtad. Nos lanzan miradas inapropiadas y persistentes,
probablemente pensando que somos putas solicitadas por el rey. Hasta que
Adderan se molesta en mirarme a la cara. Hace una mueca al reconocerme
y apura a los demás. Casi deseo que me provoque. Me encantaría tener una
excusa para matarlo. Seguimos caminando mucho después de que los
hombres nos adelanten. Entonces, para ser más precavida, digo en voz alta:
—Espera, he olvidado algo en la nave.
Volvemos a bajar por el túnel hasta llegar de nuevo a la puerta. Todos
retoman sus puestos.
—Han seguido su camino. —informa Riden desde su extremo.
Athella vuelve a sacar sus herramientas en un instante. Esta vez es
más rápida con sus manos. Pasan varios minutos mientras ella trabaja en la
cerradura. Dos veces más tenemos que detenernos ante el sonido de pasos
que resuenan, pero sólo se desplazan por algún otro túnel contiguo. No
entramos en contacto con nadie más. Y finalmente, la cerradura emite un
bajo clic.
—Lo tengo —anuncia Athella en voz baja. Vuelve a colocar sus
herramientas en sus lugares asignados antes de ponerse de pie—. Está listo
para usted, Capitana.
Un escalofrío recorre mi columna vertebral al oír esta declaración.
Realmente estoy a punto de hacerlo. Estoy confiando en un señor pirata
rival por encima de mi padre.
—Athella, ocupa el lugar de Riden y vigila. —Sus labios se
redondean en un ligero mohín—. Pronto verás lo que hay dentro. Riden, tú
vienes conmigo.
Con Athella y Sorinda vigilando en cada extremo del túnel, cojo una
de las antorchas de la pared y me deslizo dentro de la habitación con Riden
justo detrás de mí.

                        

***
El estudio parece haber sido tallado directamente en la roca. Los
bordes se rompen bruscamente como si un pico hubiera trabajado en ellos.
La decoración es opulenta, como mis propios gustos. Un enorme escritorio
está cuidadosamente colocado con plumas y pergaminos. Todos los cajones
están cerrados. La silla frente a él está acolchada con plumas,
probablemente de ganso. Otra silla descansa contra una de las paredes,
igualmente mullida, con tela negra en el asiento. Un mueble en el lado
opuesto guarda rones y vinos y dos copas. Una tumbona y una librería están
apoyadas en su propia pared. Un tapiz que representa a sirenas y piratas
enzarzados en una batalla cuelga frente al escritorio, junto a la única silla.
Tras colocar la linterna en un candelabro de la pared, me arrodillo
frente al escritorio y me pongo a trabajar en las cerraduras de los cajones.
Estas cerraduras son un juego de niños comparadas con la de la puerta. No
necesito a Athella para esto.
—¿Qué puedo hacer? —pregunta Riden mientras pruebo con las
herramientas que tengo en las manos.
—Para empezar, podrías callarte.
Muy dura, lo sé. Pero ahora mismo estoy demasiado al límite como
para ser amable. El cajón superior se abre y guardo mis ganzúas. Sólo hay
dos cosas aquí: un trozo de pergamino y una varilla de metal.
Primero saco la varilla. Es hueca, de no más de 30 centímetros de
largo, y en el metal se han grabado símbolos de aspecto antiguo. ¿El
supuesto dispositivo de control de la sirena? No zumba ni late ni brilla ni
hace nada místico. De hecho...
Examino una sección cerca de una de las aberturas más de cerca.
Reconozco el trabajo. Hakin, uno de los herreros de la fortaleza hizo esto.
Es débil, pero hay su firma en el extremo. La ha escondido dentro de uno de
los símbolos antiguos. Cualquiera que no esté familiarizado con su trabajo
lo pasaría por alto por completo.
¿Por qué papá mandaría a hacer esto? No hay un cristal para espiar ni
nada dentro de la vara, nada que la haga útil. Aunque probablemente
podrías golpear a alguien con ella si estuvieras dispuesto a hacerlo.
A continuación, saco el pergamino. Leo rápidamente la letra de mi
padre, con pequeñas frases que me llaman la atención.
      ...controlar las sirenas...
      ...manejar con cuidado...
      ... inmunidad a la canción encantadora ...
Riden lee por encima de mi hombro, pero no me importa. Cada vez se
aclaran más las cosas. Dejo el papel y recojo el aparato. Y me río.
—Todo esto es falso. ¿No le pareció sospechoso que mi padre
colocara una cerradura avanzada en la puerta principal y una tan endeble en
los cajones? Es probable que haya colocado esto para un espía, para que les
dieran información falsa. Y esto —alzo la varilla— es sólo un trozo de
metal. Vordan y su espía son idiotas.
Mis hombros se hunden, toda la tensión me abandona por fin. Fui una
tonta por escucharle. Por dejarle llegar a mí. Por supuesto que Padre tendría
algo preparado para los espías que deambulan por aquí. Tal vez me aventure
a esas mazmorras una última vez antes de irnos para que el mundo se libre
de Vordan para siempre.
He arriesgado nuestras vidas para nada.
Devuelvo los objetos al cajón y lo cierro. Estoy a punto de guiar a Riden
fuera de aquí, cuando mis ojos vuelven a echar un vistazo al armario del
ron.
Hay dos vasos. Dos sillas en la habitación. Y Padre es el único al que
se ve salir o entrar. En un instante estoy junto al tapiz, apartándolo y
palpando la pared en busca de algún tipo de interruptor.
Y encuentro uno.
La pared se balancea hacia fuera y mi respiración se detiene ante la
visión que tengo delante. Riden se une a mí en la entrada.
Una mujer está sentada en otra tumbona, mirando un cuadro del mar
al atardecer colgado en la pared. Es lo más bonito que he visto nunca. Su
pelo es de un rojo intenso y se enrosca alrededor de sus hombros como si
fueran zarcillos de fuego. Su piel es tan blanca, como si nunca hubiera visto
el sol. Sus pestañas son largas y tan rojas como su pelo. Su silueta se
esconde detrás de un sencillo vestido. Y aunque parece frágil y algo
hundida, sé que una vez fue fuerte y hermosa.
No se gira cuando entro en la habitación, aunque sé que me oye. Sus
ojos se cierran brevemente, como si estuviera irritada por la molestia.
Siento que las lágrimas se me agolpan a los lados de los ojos, pero no las
dejo salir. Todavía no.
Intento hablar, pero se convierte en una tos cuando las palabras se
atascan. Ella me mira entonces, y esos ojos verdes muestran tal sorpresa,
que confirman mis sospechas de que nadie la ha visto en esta habitación
aparte de mi padre. Lo intento de nuevo.
—¿Cómo te llamas? —Esta vez las palabras son claras, pero parecen
demasiado gritonas.
—Ava-lee —contesta con una voz tan hermosa como el resto de ella.
Sube una mano para cubrirse la boca abierta y luego la baja, con los dedos
temblando—. ¿Eres Alosa?
Esta vez las lágrimas se me derraman. No puedo detenerlas, ni tengo
el deseo de hacerlo.
—¿Madre?
Se levanta con un movimiento elegante. Antes de darme cuenta, me
abraza con tanta fuerza que apenas puedo respirar. El abrazo es extraño,
algo que nunca antes había experimentado, pero es exquisito. Una cosa tan
simple, pero que dice tanto sin decir nada.
Mil preguntas se abren paso al frente de mi mente, intentando
desesperadamente ser la primera.
¿Cómo?
¿Cuándo?
¿Por qué?
El por qué parece lo más importante.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto cuando puedo calmar mis
lágrimas.
Se aparta para observarme de pies a cabeza.
—Eres preciosa. No te pareces en nada a él. Bendito océano. —Las
lágrimas caen de sus propios ojos y se las toca como si no supiera qué hacer
con ellas antes de volver a centrarse en mí—. Oh, mi dulce niña. Por fin. —
Vuelve a aplastarme contra ella, y me maravilla que algo tan frágil pueda
ser tan fuerte.
Alguien se aclara la garganta desde detrás de nosotros. Me asusto por
un momento, hasta que recuerdo que es sólo Riden.
—Voy a esperar ahí fuera —dice, dándonos algo de privacidad. Estoy
segura de que podrá escuchar toda la conversación, pero de todos modos es
amable de su parte.
—¿Quién es ese? —pregunta mi madre.
—Es Riden. Es... un miembro de mi tripulación.
—¿Tu tripulación?
—Soy la capitana de mi propio barco.
Sonríe, pero parece que le duele.
—Por supuesto que lo eres. Siempre has estado destinada a gobernar.
Lo llevas en la sangre.
Un silencio llena el lugar, y recuerdo entonces lo desesperada que
estoy por respuestas.
—¿Por qué estás aquí? —Vuelvo a preguntar.
Me pasa una mano por el pelo, acariciando su longitud sin dejar de
aferrarme a ella. Es extrañamente relajante.
—Me encerró aquí después de que nacieras. Han pasado más de
dieciocho años. Dieciocho años sin ti y sin el mar.
—¿Pero por qué? —Me alejo de nuevo de ella, necesitando ver su
cara. De repente, las palabras salen de mi boca—. Me dijo que me habías
dejado. Que no me querías. Se supone que estás en la Isla de Canta. Que
eres una bestia sin sentido y sin humanidad.
Vuelvo a llorar por lo que significa todo esto. Mi padre me ha estado
mintiendo desde que nací. Se encoge ante mis palabras. Su voz se vuelve
débil.
—Por favor, no pienses esas cosas de mí. He intentado escapar de esta
habitación muchas veces y llegar a ti. Lo juro por la vida de todos los que
he jurado proteger.
Me duele el corazón y mi bajo la cabeza, avergonzada.
—Siento de verdad haberle creído. Ya no lo hago.
Es extraño estar tan desgarrada por dentro. Estoy muy contenta de
haber encontrado a mi madre, pero esa alegría está presionada por el
aguijón de la traición de mi padre. Me atrevo a levantar la vista de nuevo.
—¿Por qué te metió aquí?
—Nunca lo ha dicho, pero creo que no quería que yo influyera en ti.
Una madre dividiría tus lealtades.
—¿Entonces por qué no te mató?
Ella aparta la mirada de mí por primera vez.
—No quieras saberlo.
Me temo que ya lo sé.
—Por favor, dímelo. Creo que necesito saberlo.
Parece meditarlo un momento.
—Ya eres una mujer adulta. —Su cara cae ante los años perdidos—.
Él quería más hijas. Más sirenas para controlar y manipular como lo ha
hecho contigo. Más poder.
Bastardo despreciable. Pero dejo de maldecir su nombre por un
momento.
—¿Tengo hermanas? —La idea es a la vez excitante y horrorosa,
ahora que sé de lo que es realmente capaz mi padre.
—No. No he podido darle más hijos. —Pone cara de tristeza al
pensarlo, y eso me parece de lo más peculiar.
—¿Quieres hacerlo?
Sus perfectos labios se vuelven hacia abajo en una mirada de
disgusto.
—¿Con él? No quiero que me toque nunca más. Pero me hubiera
gustado tener muchas hijas. Quería criarlas y enseñarlas. Verlas crecer. Él
me quitó eso. —Me toca suavemente los hombros—. Pero me complace
más allá de las palabras verte ahora.
Tal vez debería tomar más que unos pocos minutos para volverme
contra el hombre que me crio. Para cambiar de bando tan fácilmente. ¿Pero
cómo puedo hacer otra cosa cuando sé lo que le ha hecho a mi madre? Una
madre que no es una bestia sin sentido. Una ola de ira me invade, sofocando
cualquier lealtad que alguna vez tuve hacia el rey pirata.
—No tenía ni idea de que estuvieras aquí. Debes saber que, si lo
hubiera sabido, habría venido a por ti inmediatamente. Sólo estoy aquí esta
noche por accidente.
—No te culpes. No hay nada que nadie pueda hacer. Sólo soy una
mujer cuando estoy lejos del mar.
Cuando el torrente de ira amarga finalmente se despeja, la resolución
toma su lugar.
—Pues yo no lo soy. Te voy a sacar de aquí. Ahora. ¡Riden!
Vuelve a la habitación en un instante.
—¿Puedes llevarla en brazos? —Le pregunto.
—Por supuesto.
Esta es una situación muy peligrosa; hay que manejarla con cuidado,
pero mi mente late con fuerza, tan llena que está a punto de estallar.
Mi padre mintió.
Mi madre no es un monstruo.
Es una prisionera.
Tengo que sacarla de aquí.
¿Pero qué pasa si nos atrapan?
No importa.
Tengo que intentarlo.
—No pasarás ni una noche más en esta habitación —le prometo.
—¿Qué puedes hacer contra él? No te pondré en peligro. Mientras él
no sepa que lo sabes, estás a salvo. Aléjate de aquí. De él. No te preocupes
por mí.
Mi corazón dolorido se tranquiliza ante sus palabras. Me recuerdan
una conversación, o más bien un interrogatorio, entre Riden y yo.
Hay diferentes tipos de padres. Los que aman incondicionalmente, los
que aman con condiciones y los que no aman nunca.
Mi madre no me conoce, pero antepone mi vida a la suya. ¿Es así
como debería haber sido entre mi padre y yo?
Examino rápidamente la habitación, buscando cualquier cosa que nos
ayude a alejarla en secreto. No hay mucho. Una cama sin hacer con un
colchón de plumas. Una tumbona. Cuadros en las paredes. Algunos libros
en una estantería. Debe de haberse vuelto loca aquí.
Cojo una de las mantas de la cama y la envuelvo alrededor de ella,
teniendo cuidado de apartar todo su pelo de la cara y esconderlo bajo la
manta. Soy conocida por mi pelo rojo. Si alguien la viera, despertaría la
curiosidad equivocada.
—Tiene que llevar el pelo cubierto —le digo a Riden.
Él asiente y, con un solo movimiento, la levanta de sus pies y la
sostiene fácilmente en sus brazos. Tendremos que zarpar de inmediato.
Menos mal que acabamos de reponer todas las provisiones después de
nuestro último viaje. ¿Dónde podemos ir donde el rey pirata no nos
encuentre? ¿A tierra? No puedo dejar el mar. Me volvería loca.
—Alosa —dice Riden.
—¿Sí?
—Mírame.
Lo hago.
—La sacaremos de aquí. Estará a salvo. Entonces podremos planear
nuestro próximo movimiento.
Entonces me doy cuenta de lo extraordinario que está siendo Riden
con todo esto. ¿No me dijo que mi padre era despreciable? ¿Qué era una
tonta por seguirlo? ¿Que no me quería de verdad? Pero ahora, cuando se
demuestra que todo es correcto, no es amenazante ni condescendiente.
Sigue ayudándome. Está sosteniendo a mi madre con tanto cuidado, que la
visión me da la fuerza para hacer lo que necesito.
—Vamos.
 
 

 
 

 
Capítulo 7
 

SORINDA NO DICE NADA cuando Riden y yo salimos del estudio


de mi padre. Ni siquiera parece sorprendida. Pero Athella…
—¿Quién es, Capitana?
—No hay tiempo. Sorinda, llévate a Athella y ve a buscar a Draxen a
las mazmorras. Dejaremos la fortaleza, pero no se lo digas a nadie. Debes
ser discreta.
—¿Alguna vez he sido algo más? —pregunta Sorinda. Sin esperar
una respuesta, agarra el brazo de Athella y la lleva lejos.
—Tenemos que ser rápidos —le digo a Riden—, pero no
sospechosos. Camina a mi lado. No hables si nos paran. Deja que yo me
encargue de todo.
Me mira por un momento, con la sorpresa escrita en su rostro.
—¿Qué?
—Gracias, por mi hermano.
—No es nada.
—Pues ese nada. Lo es todo para mí.
Su gratitud está abrumando mi ya reventado corazón.
—En ese caso, de nada. Ahora vamos.
—Guíame por el camino.
Caminamos a paso ligero. No hemos dado más de un par de pasos
cuando Riden susurra mi nombre.
—¿Qué?
—Cuando estemos fuera de aquí, cuando estemos a salvo lejos de la
fortaleza del rey, quiero hablarte de algo.
—¿Y qué es eso?
—¿Alosa?
Una nueva voz llega por el túnel, y está demasiado cerca. Tylon.
—Vete. —Le susurro a Riden en voz tan baja que puede que sólo esté
moviendo la boca—. Yo lo distraeré. Tú sigue adelante.
—No sé a dónde voy.
—Sólo vete. —Agito una mano frenéticamente.
Me apresuro a volver por donde hemos venido, corriendo justo al lado
de la puerta del estudio y deteniéndome justo antes de que el túnel se doble.
La cara de Tylon aparece delante de la mía.
—¿Estás sola? —pregunta, mirando por encima de mi hombro.
Como no echa mano de su espada, supongo que Riden me ha
escuchado y ha seguido adelante.
—Sí, ¿por qué?
—Parecía que estabas hablando con alguien. ¿Qué estás haciendo
aquí? —Mira con curiosidad la puerta del estudio, y mi corazón se
desploma.
No puede pensar que he venido de allí. Me delataría ante mi padre en
un santiamén. Necesito una buena mentira. Y la necesito ahora.
—Te estaba buscando —suelto apresuradamente—. Y ensayando lo
que diría cuando te encontrara.
Busco la sirena que hay en mí y la saco sin esfuerzo. La piel de
gallina aflora en mis brazos. Si Tylon se da cuenta, espero que piense que es
una reacción a él y no por usar mis habilidades. La mitad sirena de mí me
da tres habilidades únicas. Puedo cantar a los hombres y hacer que hagan lo
que yo quiera siempre que tenga el poder del mar conmigo. Puedo leer las
emociones de los hombres, que se manifiestan en forma de colores que
puedo descifrar. Y, por último, puedo saber lo que cualquier hombre quiere
en una mujer, convertirme en ella y utilizarla para manipularlo. Dado que
he desperdiciado la mayor parte de mi canción con Vordan, es de las dos
últimas habilidades de las que tiro ahora.
Toda mi atención se centra en Tylon, en sus mayores deseos y
anhelos. Puedo ver el rojo de su deseo por mí. Aunque sé que se siente
atraído por mí, lo que realmente le importa es que soy la hija del rey pirata.
Eso es lo que me hace útil para él. Estar a mi favor sirve a sus propios
intereses. Y la única persona que le importa es él mismo.
—Bueno, ya me has encontrado.
Se cruza de brazos y retrocede para verme mejor. Me está
escudriñando en busca de engaños, tratando de descubrirlos en cualquier
gesto. Una palabra o un movimiento equivocado, y quién sabe lo que hará.
Tengo que tragarme las náuseas y el orgullo en este momento. Olvidar lo
que le hace a mi dignidad. Esto es por mi madre.
—No me gusta discutir contigo. Lo que ha pasado hoy delante de
todos los capitanes no puede volver a pasar.
—Estoy de acuerdo.
Por alguna razón, me molesta más que esté de acuerdo conmigo.
—Y creo que deberías saber que, a pesar de lo que digo y de cómo
actúo, no te odio.
Su postura rígida y recelosa se relaja.
—Ya lo sé.
Claro que lo sabe. El bastardo arrogante no se da cuenta de que estoy
diciendo todo lo contrario de lo que siento.
—¿Lo sabes? —pregunto, añadiendo una pizca de jocosidad a mi
tono.
—Puedo ser muy simpático, si me dejas. —Me mira profundamente a
los ojos, como si intentara forzar una conexión conmigo.
—¿Dejarte qué?
—Déjame mostrarte lo bien que podríamos estar juntos. ¿No puedes
ver el futuro que formaríamos? Tú y yo gobernando el mar. Todos en
Maneria temiendo dejar la seguridad de la tierra. Todo el dinero del reino
fluyendo en nuestro tesoro. Contigo y tus habilidades, nuestro legado será
aún más grande que el de Kalligan.
Si cree que compartiría mi derecho de nacimiento con él... No, ahora
no. Olvida al fanfarrón. Concéntrate en tu madre. Doy un paso adelante y
deslizo mis manos por sus brazos hasta sus hombros.
—¿Y cuál va a ser la naturaleza de nuestra relación?
Su mirada lejana desaparece y se centra en mí. Algo nuevo se apodera
de él. Ya no es un deseo de riqueza y gloria. Aplasta su boca contra la mía.
Todo intensidad y pasión. La idea de convertirse en el nuevo rey pirata le
excita. Y se cree digno de mi atención. No espera que le devuelva el beso.
Lo anhela, y tengo que hacerlo si quiero mantener a Riden oculto de él. Me
encojo al recordar que Riden probablemente ha oído algo de esto.
—¿Qué pasa? —pregunta contra mis labios.
—Nada. Ven aquí.
Tengo que darle más tiempo a Riden para que se aleje. Agarro a Tylon
por las solapas de su abrigo de capitán y lo hago girar en el siguiente recodo
del túnel, alejándolo aún más de Riden y de mi madre, antes de
inmovilizarlo contra la pared y besarlo como si fuera en serio. Ahora que lo
tengo justo donde quiero, suelto la sirena.
Mis movimientos no tienen sentido para mí. Mi boca se mueve
automáticamente, dejando mi mente libre para divagar en otra parte. Espero
que Riden pueda recordar a dónde va. Me lo imagino llevando a mi madre
hasta el barco sin que les ocurra nada, metiéndola a salvo en mis
habitaciones. Luego vendrá a buscarme, tal vez a golpear a Tylon en la
cabeza porque de alguna manera sabe cuánto lo detesto, aunque le haya
dicho lo contrario. Y entonces me tomará en sus brazos y me besará. Porque
lo desea y sabe que yo también lo quiero.
Sólo un ligero picoteo en los labios, pero cuando intente irme, volverá
a tirar de mí para que le dé más. Y yo me alegraré secretamente de que pida
más. Me aprisiona contra una superficie dura, coloca sus manos a ambos
lados de mi cintura y se inclina hasta que desaparece todo el aire entre
nosotros.
Pongo mis manos en su cara, sintiendo los duros planos de sus
mejillas con mis manos. Eso le gusta. Siento que sus labios se convierten en
una sonrisa mientras continúa besándome. Sus labios se mueven hacia mi
garganta y yo llevo mis manos a su cabello. Pero en lugar de los mechones
sedosos que espero, toco rizos sueltos. Abro los ojos de golpe y contemplo
el pelo color sol.
No es Riden.
Estoy besando a Tylon.
Todavía está ocupado en la base de mi cuello cuando veo una enorme
figura doblando la esquina por encima de su hombro.
—Tylon. —Le doy una palmada en el hombro.
Se detiene lo suficiente para ver que es mi padre antes de serenarse,
apoyarse en la pared junto a mí y deslizar su mano por mi espalda para
apoyarla en mi cadera. Me estrecha contra él como si le perteneciera. Lo
detesto. Tylon sonríe.
—Seguimos tu consejo y dejamos de discutir.
A mi padre no se le mueve ni un músculo de la cara.
—Id a dejar de discutir a otra parte. Los túneles no son lugar para eso.
Me doy la vuelta como si estuviera avergonzada, pero la verdad es
que no soporto seguir mirando a mi padre. No después de saber lo que ha
hecho. Es como si fuera una persona diferente, cuando en realidad sólo
estoy empezando a entender quién es realmente.
Un monstruo.
—Entonces nos vamos. —digo finalmente.
Agarro la mano de mi cadera y tiro de Tylon en dirección a nuestras
naves. Es la dirección en la que se fue Riden. La dirección en la que mi
padre acaba de llegar. No ha podido verlo a él y a mi madre, si no, habría
oído un forcejeo. Oh, pero espero que Riden no se haya perdido. Y las
estrellas no permitan que mi padre tenga planes de visitar a mi madre esta
noche.
Avanzo con Tylon por el túnel, con su brazo entrecruzado con el mío.
Apoya su cabeza contra la mía y pregunta:
—¿A dónde vamos?
—A tus habitaciones.
Su respiración se entrecorta y sus pasos se aceleran. Mientras tanto,
mis ojos buscan a Riden en cada curva y recodo de los túneles, con la
esperanza de encontrarlo antes que Tylon. Cuando lo veo, no hay nada que
pueda hacer para evitar que Tylon se dé cuenta también. Riden se apoya en
la pared, con un pie apoyado en ella, los brazos cruzados
despreocupadamente contra el pecho. Abro la boca, sin saber qué voy a
decir. Espero que no sea lo que quiero preguntarle: ¿Qué hiciste con mi
madre?
—Capitana —dice Riden—, ¿has terminado con tus asuntos? —Tan
tranquilo. Tan normal.
—Sí. ¿Dónde está su carga?
—A salvo. Esperando para que podamos llevarla a la nave.
Tylon mira a Riden de cerca.
—No le reconozco.
—Es una incorporación reciente. —Le explico. Tylon tira de mí.
—La verdad es que no me importa. Estábamos de camino a un lugar
importante.
Espero que no se dé cuenta de que se me ha revuelto el estómago.
—Espera, olvidé que tengo que hablar con mi padre.
—Puedes hablar con él mañana —suelta, tratando de arrastrarme de
nuevo. Me obligo a reírme de su insistencia.
—No puede esperar hasta entonces. Se trata del viaje. Querrá saberlo
enseguida. Sólo será un segundo.
No me suelta; en cambio, me mira fijamente a los ojos de nuevo,
como si eso fuera a hacerme cambiar de opinión.
—Vete a tu camarote —le digo—. Te veré en tu barco.
Se inclina para darme un beso. Delante de Riden. Pero no puedo
hacerlo de nuevo. Yo. Simplemente. No puedo.
Cojo mi pistola, y justo cuando está a punto de apretar sus labios
contra los míos, se la bajo en la cabeza. Está cao antes de caer al suelo.
—¿Dónde está ella? —pregunto.
—No podíamos ir más lejos sin perdernos. Cuando oí que venía
alguien, la dejé en el suelo para que no la vieran. Está por aquí.
Recojo a Tylon del suelo y me lo echo al hombro. Riden se queda
mirando durante un rato más mi fuerza antes de guiarme. Da un par de
vueltas por el túnel y se detiene cuando llegamos a unos barriles de agua
apilados en las paredes. Se agacha detrás de ellos y, cuando vuelve a estar
de pie, tiene a mi madre en brazos una vez más. Tylon ocupa su lugar. Por
fin me relajo, pero es algo fugaz. Todavía nos queda un trecho por recorrer
antes de salir de aquí.
—¿Está bien? —Le pregunto.
—Sí. Sólo débil.
—Vamos —le digo.
Nos apresuramos. Cada eco, cada susurro del viento es suficiente para
que mi corazón se detenga. No nos pueden encontrar. No importa quién nos
vea. Llamamos demasiado la atención. Cualquiera nos denunciaría a mi
padre. No hablamos, demasiado temerosos de quién pueda oírnos. Pero o
las estrellas nos protegen o todos están bien dormidos, porque no
encontramos a nadie más durante la penosa marcha.
Subimos a la carrera por la pasarela. Niridia aparece a mi lado.
—Sorinda y Athella ya han regresado. Mandsy está atendiendo a
Draxen en la enfermería. No les he sacado mucho en claro, salvo que
tenemos que estar preparadas para zarpar.
La tripulación se despierta. Esperan en cubierta las órdenes. Algunos,
obviamente, estaban durmiendo: se frotan el sueño de los ojos. Enwen
todavía se está metiendo por la cabeza una camisa.
—Escuchen —digo. No me atrevo a gritar con todos los demás barcos
estacionados cerca de la cueva, pero espero que todos puedan oírme—. El
rey pirata me ha engañado. —Señalo hacia donde mi madre está envuelta en
los brazos de Riden—. Esa es mi madre. Kalligan la ha tenido como
prisionera durante los últimos dieciocho años. Acabo de encontrarla por
accidente. —Todos giran la cabeza en su dirección—. Nos vamos, y lo
haremos rápida y silenciosamente. ¿Alguien tiene algún problema con eso?
Enwen levanta la mano, rehuyendo de nosotros.
—¿Qué, Enwen?
—Capitana, si esa es tu madre, eso la convertiría en una...
—Sirena, sí. ¿Alguien más tiene alguna pregunta más importante que
nuestras vidas?
Silencio.
—Arreglen las velas —ladra Niridia—. ¡Izad la pasarela, elevad el
ancla! Muévanse.
La marinera amigable desaparece, reemplazada al instante por la dura
primera oficial que necesito que sea. Toda la tripulación corre a nuestro
alrededor para cumplir sus órdenes. Los otros barcos atracados están en
silencio, sin luces encendidas. Intento asegurarme de que, aunque hubiera
alguien vigilando, no pensarían nada de la partida de mi nave. Mi padre me
da órdenes sin avisar a nadie más todo el tiempo. Pero la incertidumbre
hace que mi corazón lata con fuerza.
—¿Tienes frío?
Me giro al oír la voz. Riden todavía sostiene a mi madre, y ella está
visiblemente temblando en sus brazos.
—Estoy bien —le responde ella. Su respuesta es firme a pesar de los
temblores de sus miembros—. Eres fuerte, para ser humano.
—Y también solía ser rápido. Hasta que me dispararon en la pierna.
Todavía no he podido recuperar la fuerza.
—¿Te dispararon? —pregunta mi madre—. ¿Cómo?
—Su hija me metió en problemas.
Debe ser lo más extraño que he visto nunca: ver a Riden hablando con
mi madre, distrayéndola de su malestar. Iré a verla tan pronto como estemos
a salvo. Por ahora, necesito ser capitana.
Sorinda localiza a Kearan, que está milagrosamente sobrio -bueno, lo
suficientemente sobrio como navegar y lo lleva al timón.
—¿A dónde nos dirigimos a esta hora?
Sí, ¿a dónde vamos?
—Por ahora, al puerto más cercano. Sólo aléjanos de aquí. Como si
nuestras vidas dependieran de ello, Kearan.
Me mira por encima de su nariz rota.
—¿Porque lo hacemos?
—Cuando el rey descubra que he raptado a mi madre, nos perseguirá.
Y si nos atrapa...
—Entendido.
Entonces la verdad me golpea. Lo que he hecho. Todos vamos a ser
cazados por el hombre más temido del mundo. Yo traje esto sobre todos
nosotros al llevármela. Sólo la cogí y no pensé en mi tripulación.
No, incluso si me hubiera detenido a pensar, habría hecho lo mismo.
No podemos seguir sirviéndole. Es peligroso y vil. La mantuvo en esa
habitación durante casi dos décadas, y no puedo ni pensar en la forma en
que la utilizó sin que mi cena amenace con volver a surgir.
¿Cómo he estado tan ciega?
Roslyn sube desde la cubierta inferior, frotándose los ojos cansados.
Todo el ruido debe haberla despertado.
—¿Qué pasa, Capitana?
—Roslyn, tienes que ir a la cofa. Necesito saber si alguien nos sigue.
Y si alguien empieza a disparar contra nosotros, debes irte a tu puesto.
Sus ojos se endurecen, abandonando cualquier signo de agotamiento.
Son del mismo azul brillante que los de su padre, pero Wallov nunca me
mira así.
—No es un puesto. Es un escondite bajo el suelo de la cofa.
—Sea como fuere, fue diseñado específicamente para ti, y si se
produce algún combate, debes meterte allí. —Sus manos se dirigen a las
caderas—. Ahora no es el momento, Roslyn. ¿Puedo contar contigo o no?
La lucha la abandona ante esas palabras.
—Por supuesto, Capitana.
Corre hacia la red y empieza a trepar mejor que cualquier mono. La
nave finalmente comienza a moverse, dirigiéndose hacia la salida de la
cueva.
—Es tan hermoso —dice Madre una vez que el océano abierto está a
la vista. Riden sigue sosteniéndola. Sigue su mirada hacia el océano. Ahora
me doy cuenta de que ella se turna para mirar entre él y yo.
No puedo imaginarme estar separada del océano durante dieciocho
años.
—¡Capitana! —grita Roslyn desde arriba—. Hay movimiento en el
muelle.
Giro y al instante encuentro a la bestia de hombre de pie en el muelle.
El Rey Pirata. Debe haber intentado visitar a Madre esta noche
después de todo. Se oye un grito. Aparecen más piratas. Suena una campana
de aviso: la alarma del torreón por si nos atacan. Despierta a todos. Toda la
flota, al parecer, nos seguirá.
Llevo ventaja, y mi barco es más rápido. Ya estamos fuera del rango
de disparo. No hay nada que pueda hacer excepto seguirnos a estas alturas.
Y sé que todas sus naves no están abastecidas para navegar. Puede
comprarnos otra hora, o incluso un día. Necesitamos un plan, pero no tengo
ninguno, y estamos a salvo por ahora. Así que me apresuro a acercarme a
mi madre, que sigue en los brazos de Riden a babor.
—¿Podrías bajarme? —le pregunta mi madre.
—¿Estás segura? ¿Por qué no te llevo yo...?
—No, aquí mismo, por favor. Gracias.
Tiene los dos pies en el suelo, pero se agarra a la barandilla como si
su vida dependiera de ello, temblando de pies a cabeza. Sólo cuando tomo
su lugar a su lado, Riden se va a la enfermería para ver a su hermano.
—Le pusiste mi nombre a tu barco —logra decir entre dientes
castañeteantes.
—Deja que te lleve a mis habitaciones.
—No.
—¿Qué necesitas? —Le pregunto—. ¿Comida? ¿Dormir? ¿Qué
puedo hacer para ayudarte?
—Agua. —contesta ella.
—Por supuesto. Traeré un poco.
—No, Alosa. —Parece triste por un momento—. Me dejó ponerte un
nombre, sabes. Fue lo único que me dejó hacer por ti. Alosa-Lina. Damos a
nuestros hijos nombres conjuntos. El primero es un nombre único: no hay
dos sirenas con el mismo. El segundo es un nombre cantado. Tiene poder.
Lina significa protectora, y veo que ya has estado a la altura. —Un
escalofrío sacude todo su cuerpo y se agarra con más fuerza a la barandilla
—. Mi preciosa hija. Quiero quedarme aquí contigo. He intentado ser fuerte
por ti, darte lo que tu naturaleza humana necesita, pero ya no puedo luchar
contra esto. La atracción es demasiado fuerte. Necesito el agua. Y mis
hermanas me necesitan a mí. Han estado demasiado tiempo sin una reina.
Sígueme. Te llevaré a casa.
Aunque está frágil y dolorida, se inclina sobre la barandilla y se deja
caer. Oigo el chapoteo antes de darme cuenta de lo que está pasando.
—¡Hombre al agua! —grita Roslyn, pero apenas la oigo.
—¡No!
Me apresuro a acercarme al borde, asomándome al agua. Es imposible
no verla. Su cuerpo parece brillar bajo la superficie, adquiriendo un brillo
como el de las escamas de los peces, pero no está cubierta de escamas. Su
piel es de un blanco nacarado. Parece más grande, ya no es frágil, sino
fuerte y saludable. Se mueve en círculos, como si estuviera... estirándose,
respirando aire fresco por primera vez.
Desde debajo del agua, su cara se vuelve hacia arriba. Puedo ver sus
ojos azules y penetrantes, ya no verdes, incluso desde esta distancia. Me
sonríe. Su mano se abre y se cierra, indicándome que la siga. Luego sale
como un tiro, nadando a una velocidad imposible a través del agua,
alejándose del torreón.
Lejos de mí.
 
                  Capítulo 8
 

—¿ESTO ES TODO? —grito las palabras, aunque sé que ella no


puede oírme—. ¡Ava-lee! Vuelve aquí.
¿No sabe que no puedo seguirla? ¿Seguro que sabe lo que pasa
cuando estoy en el agua? ¡No puedo controlarme! ¿Puede ella? ¿Es la
misma persona que acaba de hablar conmigo? No es humana. ¿Se convierte
en un monstruo cuando está bajo el agua como yo?
Ella se fue.
Se ha ido.
La salvé. Me puse a mí misma y a otros en riesgo por ella. Y ahora no
tenemos nada que enseñar. ¿Fue toda una treta? ¿Ella fingió que le
importaba? ¿Fue todo un truco que utilizó para que la salvara? ¿Fue su
humanidad una actuación?
Un golpecito en mi espalda me hace estremecer, pero es sólo la
pequeña Roslyn.
—¿Qué ha pasado, Capitana? ¿Quién era la bella dama? ¿Le tiramos
una cuerda?
Una voz que no parece pertenecerme le contesta.
—Ella no era nadie. Ya no necesita nuestra ayuda. Roslyn, vuelve a tu
puesto. Necesito que me digas si alguna nave nos gana.
—Aye-aye.
Un entumecimiento se apodera de mí mientras cierro todos los
pensamientos de mis padres y lo que han hecho. No hay nada excepto yo y
mi tripulación. Nada que importe excepto nuestra seguridad y bienestar.
Nos están persiguiendo. ¿Qué hacemos?
Ella me abandonó.
No… Acallo ese pensamiento. No pienses en nada más, Alosa. Tu
tripulación cuenta contigo.
—¡Kearan! —llamo—. Encuentra un puerto adecuado para depositar
a nuestros pasajeros extra.
Riden y Draxen no son parte de mi tripulación. El rey no los está
persiguiendo. No hay razón para arrastrarlos a esto.
Pero entonces… puede que nunca vuelva a ver a Riden....
Un atisbo de sentimiento intenta colarse por las rendijas. Las tapo, no
dejo que entre nada más que el entumecimiento. Con una voz lo
suficientemente alta como para que todos la oigan, comunico.
—He traído al rey pirata tras nosotros. No hay nada que pueda hacer
para cambiar eso ahora. Pero podemos sobrevivir a esto.
—¿Cuál es el plan, Capitana? —pregunta Niridia.
—Mi padre es tan temido porque tiene a casi todos los hombres del
mar a su servicio. Si queremos acabar con él, tenemos que quitarle eso.
—Los piratas sólo son leales a quien tiene más oro para pagar —
responde Mandsy—. La compañía actual está excluida, por supuesto.
—Exactamente. Tenemos copias de las tres piezas del mapa.
Navegaremos hasta la Isla de Canta y cogeremos el tesoro de las sirenas
para nosotros.
Sorinda, que está detrás del hombro de Kearan, vocifera:
—Entonces comienza el reinado de la Reina Pirata.
—¡Hurra! —aclama la tripulación.
—Si alguien tiene algún problema con el plan, puede irse cuando
dejemos a nuestros prisioneros. —añado, aunque estoy segura de que tengo
el apoyo de todos.
Un dolor de cabeza empieza a palpitarme entre mis ojos. Mis muros
cuidadosamente construidos se derrumbarán pronto. No puedo mantenerlos
para siempre.
—Kearan, mantennos firmes. Niridia, ven a buscarme si una nave nos
sigue fuera del torreón.
—Sí, Capitana. —se sitúa a mi lado. En voz más baja, para que nadie
más pueda oírla, añade—: Deberíamos hablar de lo que acaba de pasar,
Alosa.
Me llama así cuando se dirige a mí como amiga y no como mi
primera oficial. Sé que se refiere a la marcha de mi madre, pero apenas
puedo mantener la calma.
—Luego —digo, aunque no tengo intención de hablar de esto—.
Ahora mismo necesito un momento. A solas.
—Haz lo que necesites. Yo me encargaré de que todo vaya bien.
Siempre lo hace.
Por fin hay una puerta entre el resto del mundo y yo. Y mis paredes se
derrumban. Mi respiración se vuelve rasposa. Aprieto los dientes y miro
todo lo que está a mi alrededor. Mis cortinas. Mis cuadros con marco de
cristal. Mi cama. Tengo una presión en mi interior, como si fuera a explotar.
No sé cómo dejarla salir. Creo que nunca he estado tan furiosa en toda mi
vida.
Suena un golpe en la puerta.
—¡Aléjate si no quieres que te rompan la cabeza! —grito.
Le doy un puñetazo a la almohada de plumas de mi cama. Pero no es
suficiente. No hace nada para liberar la presión. Necesito golpear algo duro.
Fuerte. Algo que se resista. Quiero gritar, pero la tripulación lo oirá.
Estoy tan angustiada que no me doy cuenta de que la puerta se ha
abierto y cerrado hasta que una mano baja por mi hombro.       Me doy la
vuelta y empujo la parte baja de mi palma hacia fuera, conectando con... el
pecho de Riden. Se frota en el lugar, pero no se queja. No aparta sus ojos de
los míos.
—He oído lo que ha pasado —dice.
—Te dije que no entraras.
—No te hice caso.
Le doy un codazo en las tripas, pero se gira de lado y me agarra el
brazo.
—No fue una advertencia vacía.
—Lo sé.
—Eres un idiota. —Le quito las piernas de encima—. No has luchado
contra mí antes.
Tarda unos instantes en ponerse en pie. Creo que le he quitado el aire.
—Hemos luchado muchas veces —ronca.
—Sí, y yo estaba siendo blanda contigo.
—Entonces no lo seas ahora, mujer.
Lo hago. Al principio. Me muevo como una corriente inquebrantable,
forzando ola tras ola aplastante sobre él. Mis piernas arremeten, mis brazos
golpean, incluso mi cabeza conecta con él en un momento dado. Pero no me
ataca con sus propios golpes, sólo intenta desviarme lo mejor que puede.
—Contraataca, Riden.
—No —dice tercamente.
—¿Por qué no?
—No estaría bien.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Que estás herida.
—No seré yo quien se despierte mañana cubierta de moratones.
—No son visibles.
Le doy un revés. Lo mando al suelo. Tan pronto como mi mano hace
contacto, me arrepiento de la decisión. Estoy abusando de su cuerpo. No
está aquí para ser mi chivo expiatorio, y sin embargo es exactamente, así
como lo estoy tratando. No puedo pegarle a mi padre. O a mi madre. La
mujer que me hizo sentir tan amada y luego se fue sin dejar rastro.
La odio por ello.
Mi propio barco se burla de mí con su nombre. Lo pintaré en la
próxima oportunidad. Riden mueve su mandíbula de un lado a otro con la
mano mientras se levanta.
—¡Me haces sentir peor! —Le grito—. ¿Es eso lo que querías?
—No, he venido a consolarte.
—Estás haciendo un gran trabajo.
Ahora se recoloca la mandíbula.
—Eres tú la que lo hace difícil.
Sacudo la cabeza una vez con indignación.
—¿Se supone que tengo que facilitarte el consuelo?
—Deja que te abrace.
Las palabras me sobresaltan tanto que al principio no sé qué
responder.
—¡No! No necesito tu maldito consuelo. Quiero pegarle a algo y
gritar. Te dije lo que podías hacer para ayudarme. Dame algo con que
luchar. Si no, vete antes de que te mate.
—Tienes más autocontrol que eso.
—No me conoces.
Mi ira se enfría ligeramente. Estos rápidos intercambios parecen tener
algún efecto en mí. Por un momento, me permito imaginar cómo sería
simplemente ser abrazada por él. ¿Qué se sentiría? ¿Ser atrapada en un
abrazo que no pretende hacer nada más que calmar?
—Lo intento. —confiesa.
Tardo un momento en recordar de qué estábamos hablando. Un nuevo
pensamiento me asalta. No, un abrazo es demasiado lento. No es lo que
quiero.
Me abalanzo sobre él. Veo que se pone rígido, preparándose para el
golpe cuando registra mi movimiento. Pero eso tampoco es lo que quiero.
Pego mis labios a los suyos tan rápidamente que creo que sus ojos aún
están abiertos cuando lo alcanzo. No puedo asegurarlo; los míos ya están
cerrados, así que puedo concentrarme mejor en obtener la respuesta de él.
Mis dedos se deslizan por su pelo, sedoso y maravilloso, hasta llegar a su
nuca. Ejerzo presión allí para inmovilizarlo. Podría ser lo suficientemente
fuerte como para resistirse a luchar contra mí, pero esto... Está indefenso
ante esto.
Sólo tarda un segundo en poner una mano en mi pelo. La otra se
dirige a un lado de mi cara y a mi cuello para acariciar la piel con las yemas
de los dedos. Abro la boca para respirar, para aspirarle a él. Él aprovecha
para profundizar el beso. Su lengua se desliza hacia dentro, bañándome
completamente en sensaciones. Estrellas, ¿cómo me las he arreglado para
evitarlo durante dos meses enteros? Tiempo perdido.
Me agarro a su espalda para acercarlo más. Necesito que me toque
hasta el último centímetro. Ahora mismo. Nada es lo suficientemente
rápido. Es la sensación más gloriosa del mundo. Esto, aquí mismo. No tener
que pensar. Sólo sentir.
Le saco la camisa de donde está metida en los pantalones. Se agacha,
como para ayudarme a quitársela, pero se detiene. Aprieta su frente contra
la mía, respirando tan rápido que me pregunto cómo consigue pronunciar
las palabras.
—Espera.
—No quiero esperar.
Mis manos están ahora debajo de su camisa, deslizándose por su
estómago, subiendo lentamente el algodón con ellas. Su respiración se
entrecorta y eso me hace subirlo más despacio, saboreando el tacto de su
suave piel y amando la forma en que reacciona a todo lo que le hago.
—En los túneles —digo—, dijiste que querías hablar de algo
conmigo. ¿De qué se trata? Le doy un beso en el cuello.
—Quería hablar de nosotros.
—Se me ocurre algo más divertido que hablar.
Finalmente, me coge las manos con las suyas. No las aparta, sólo las
mantiene en su sitio para que pueda recuperar el aliento. Vuelvo a acercar
mi boca a sus labios.
—Alosa, para.
Abro los ojos y le miro.
—¿Qué pasa? —respondo, irritada.
—Quiero parar.
Le dedico una sonrisa perversa y aprieto mi boca contra su oreja.
—¿Pero no quieres sentir mis labios aquí después?
Hago más presión en el lugar donde tiene mis manos atrapadas contra
su pecho. Todo su cuerpo se estremece y yo me inclino hacia atrás,
triunfante.
—No quieres que me detenga. Ahora déjame quitarte la camiseta.
Riden hace una pausa muy larga. Pero finalmente, sacude la cabeza.
—¿Qué pasa? ¿Estás cansado de estar de pie? ¿Prefieres que te bese
en mi cama?
Me suelta las manos y retrocede varios pasos hasta que choca con un
cuadro de la pared de enfrente. Cae al suelo, el cristal se rompe, pero
ninguno de los dos lo mira.
—¿Qué estás haciendo ahora? —pregunto.
—Podrías hacer que un monje rompiera sus votos.
—No eres un monje.
—No, soy peor. Yo… —Respira profundamente—. Has sido
abandonada por tu madre de nuevo, y acabas de saber que tu padre te ha
estado mintiendo toda la vida. Eres vulnerable.
Extrañamente, me dan ganas de volver a golpearlo.
—No soy nada débil. Sé perfectamente lo que quiero.
—No he dicho que seas débil. —Tira del cuello de su camisa hacia
fuera, como si necesitara más aire—. Maldita sea, Alosa. Me merezco algo
mejor que esto. Ven a buscarme cuando no estés tan sensible.
¿Sensible? Ahora estoy más que furiosa y confundida. Tal vez un
poco herida. Pero no dejo que se me note. Pongo cara de indiferencia. Su
rostro decae y da un paso adelante.
—Ahora te he hecho daño. No hay nada malo en lo que sientes.
Tómate el tiempo de sentirlo. No te estoy rechazando, Alosa. ¿Cómo podría
alguien rechazarte? Sólo tómate un tiempo para adaptarte. Luego puedes
venir a buscarme. Pero ahora mismo, me estás haciendo sentir como un
canalla que se aprovecha de...
—Te estoy haciendo sentir... bueno, esto es todo sobre ti, ¿no? —
pregunto, con un tono de sarcasmo.
—No, no es todo sobre mí, pero debería tener algo que ver conmigo.
Cuando nos besemos, quiero que pienses en mí en lugar de en todo lo que te
enfurece. Hasta que no estés preparada para eso, no nos besaremos.
Algo de esas palabras me llega a lo más profundo, y la culpa me
invade. No lo necesito, además de todo lo demás.
—Ahora mismo, me estás enfureciendo. Y no habrá más besos.
Lárgate, ya.
Le doy una patada en el culo cuando sale por la puerta. 
 
            Capítulo 9
 

MALDITA SANGRE DE SIRENA.


Es lo único que se me ocurre para explicar mi comportamiento de
ayer. Seguramente ninguna chica humana se lanzaría a un hombre en el que
no confía plenamente porque sus padres la decepcionan.
Debe ser porque soy una criatura del mar. Construida para tentar a los
hombres, matar a los hombres y robarles a los hombres.
Al menos el dormir me ha hecho algún bien. Me ha dado tiempo para
ajustar mis expectativas y aceptar mi nueva realidad. Si mi madre no quiere
quedarse, bien. Iré a verla y le robaré a escondidas.
Estoy revisando mi armario, buscando algo que combine con mi
estado de ánimo, cuando la puerta se abre y se cierra. Me asusto por un
momento, temiendo que sea Riden, pero sólo es Sorinda.
—Por favor, dime que no vienes con malas noticias —ruego.
—No, Capitana. —Me ofrece una de sus raras sonrisas—. El rey sólo puede
venir a por nosotros con los barcos ya preparados para zarpar. El resto se
quedará para proteger la torre del homenaje. Y la mitad de la flota se está
apresurando al torreón mientras hablamos para preparar la travesía a la Isla
de Canta.
—Sí. ¿A dónde quieres llegar?
—¿Acaso el rey de la tierra no ha estado buscando una manera de
librar los mares de los piratas? ¿Qué crees que haría si le enviaras la
ubicación exacta del torreón del rey pirata?
Sonrío tanto que me duelen las mejillas.
—Creo que enviaría su armada y haría todo lo posible por volarlo en
pedazos.
—Eso mismo pienso yo.
—Sorinda, eres brillante. Ve a hacerlo.
—Sí.
Sale, y yo examino mi armario una vez más. Me decido por un corsé
gris plateado, del color del acero que brilla bajo el sol. Unas mallas negras
adornan mis piernas y me calzo unas botas oscuras pulidas con hebillas
plateadas. Me pongo unos aros de plata a juego en las orejas. Ahora sólo
una pizca de pintura para mi rostro. Rojo para los labios. Rosa para mis
mejillas. Gris plateado para mis párpados. El primer paso para sentirse bien
es verse bien, y yo me veo como la reina que soy.
Me acerco al borde del castillo de popa y observo a todos los que
están debajo de mí. Kearan está desmayado a un lado del barco, con la
petaca vacía a centímetros de su mano. Sorinda le da una patada entre dos
clavijas de la barandilla para que se deslice por el borde. Luego busca en su
abrigo más frascos para tirarlos.
La mayor parte de la tripulación está ausente, todavía bajo cubierta
durmiendo tras la tardía noche. Algunos de los aparejadores recorren el
barco, comprobando que los cabos están bien sujetos. Algunos de los
miembros más jóvenes de la tripulación están limpiando. Radita, el
contramaestre del barco, se pone al timón.
—Buenos días, Capitana —saluda Mandsy desde donde está sentada
en un cajón a un lado, atendiendo la costura.
—¿Por qué no estás vigilando a los hermanos? —No quiero decir el
nombre de Riden.
—Riden está cuidando a Draxen. La única vez que se fue de su lado
fue anoche, después de que se durmiera. Dijo que iba a verte.
—¿Y se lo permitiste?
Ella sonríe alegremente.
—Todo lo que quería era hacerte sentir mejor. Pensé que, si alguien
podía animarte, era él.
—¡Se supone que tienes que vigilar a los prisioneros, no dejar que
entren en mis habitaciones privadas!
Parece arrepentida, pero me doy cuenta de que está fingiendo.
—¿Te estás entrometiendo? —pregunto—. ¿Es un proyecto de esos
tuyos?
—En absoluto. Simplemente creo que es mejor hombre de lo que
crees.
Al parecer, es más noble de lo que yo creía. ¿Dónde está el pirata
mujeriego que sólo se preocupa por su hermano?
—Sólo hazme un favor y mantén a tu protegido fuera de mi vista —
digo.
—Haré lo que pueda. —Pero mientras me dirijo a las escaleras, me
parece oírla añadir—: Pero no puedo hacer mucho mientras me ocupo de
los remiendos.
                        

***
 

Niridia, Kearan, Sorinda, Enwen y yo nos apiñamos en torno a la mesa


acolchada de la sala de reuniones, a veces enfermería, donde los tres trozos
de mapa están desplegados frente a nosotros. El pelo de Kearan sigue
goteando agua del cubo que Sorinda le tiró a la cara para despertarlo. Le
pongo una mano en el pecho para apartarlo un paso de nuestra única copia
de un mapa centenario.
—¿Dónde vamos a dejar a los hermanos? —Le pregunto a Kearan.
Ha visto más de Maneria que cualquier otra persona que haya
conocido, a pesar de su corta edad. Era un trabajador a sueldo, iba a
cualquier lugar donde hubiera que hacer un trabajo. En los tres meses
desde que se unió a la tripulación, ha demostrado ser extremadamente
conocedor de navegación, cuando podemos conseguir que esté lo
suficientemente sobrio.
Kearan señala un lugar en el mapa, un mero punto de una isla.
—Este es un puesto de abastecimiento. El rey de la tierra lo
aprovisiona de comida y suministros para sus barcos excavadores. Así no
tienen que viajar hasta las Diecisiete Islas para recargarse. Podemos
dejarlos allí. Pueden tomar un pasaje en un barco que regrese a las Islas
después de depositar sus mercancías.
Deshacernos de Riden es algo bueno, me digo. No necesitamos una
boca extra que alimentar. Y mi padre estará tan ocupado viniendo a por mí,
que se olvidará de los hermanos Allemos. No hay razón para ponerlo en
peligro. Además, me confunde y exaspera, y no se puede confiar en él. La
nave estará mejor sin él. Pero, ¿y tú? pregunta una vocecita en mi cabeza.
La ignoro.
—Bien —digo—. El puesto de aprovisionamiento no nos apartará del
camino. —Temía que tuviéramos que pasar por las Diecisiete Islas antes de
dirigirnos a la Isla de Canta—. Niridia, ¿cuánta comida y agua tenemos en
el barco? —pregunto.
—Suficiente para cinco meses en el mar.
Examino el mapa y tomo la brújula para medir la distancia.
—Dependiendo del viento, podríamos llegar a la isla en dos meses.
—¿Y qué hay del rey? —pregunta Kearan—. ¿Cuánto tardarán sus
barcos en cruzar la misma distancia?
—Con el viento, nuestro barco es más rápido. Llegarían a la isla poco
más de dos semanas después que nosotros, probablemente.
—¿Sólo dos semanas? —interrumpe Enwen—. ¡Eso significa que
ahora mismo están más allá del horizonte!
Asiento con la cabeza, y se produce un silencio mientras todos
asimilan la proximidad de mi padre, y lo que ocurrirá si perdemos la
ventaja.
—¿Y sin el viento? —pregunta Kearan.
—La mayoría de los barcos de la flota están equipados con remos de
barrido. Sin viento, puede viajar mientras tenga hombres a bordo con fuerza
para remar, mientras nosotros estaríamos estancados.
—Que las estrellas nos ayuden si perdemos el viento —reza Enwen.
—Nadie está obligado a hacer este viaje —le recuerdo—. Eres libre
de irte con los hermanos.
Kearan ignora los exabruptos de Enwen, manteniendo la vista en el
mapa. Señala algunas masas de tierra diferentes entre aquí y la Isla de
Canta.
—Estas no aparecen en ningún mapa que haya visto. Y pensar que
hay más islas en Maneria aún por descubrir.
Le miramos fijamente.
—¿Qué? —pregunta.
—Te estás emocionando por algo de lo que no puedes apropiarte —
suelta Sorinda.
—Tengo intereses —dice a la defensiva—. Soy un ser humano. —Se
encoge de hombros con indiferencia.
Señalo la primera isla grande entre aquí y la Isla de Canta, una con
una laguna distinta.
—Aquí debe ser donde mi padre conoció a mi madre.
Está en el borde mismo de su mapa, justo antes de donde se conecta
con el mapa de Allemos. No sé por qué me molesto en decir algo. No hay
ninguna razón para que ella esté allí ahora. Se habrá ido a su isla con el
resto de su especie. Y no hay razón para que yo quiera verla.
Ella claramente no quiere verme a mí.

                        

***
El comienzo del viaje es un poco agravante con la carga extra. Draxen
es muy bueno, siendo antipático. Me observa fijamente cada vez que cree
que no estoy mirando. Una vez escupió en la cubierta cuando me vio, y le di
una patada en la espalda para que limpiara la mancha con la camisa. No ha
vuelto a intentarlo desde entonces.
Él tenía grandes expectativas para sí mismo. Secuestrar a la hija del
rey pirata, obtener el mapa del rey pirata, navegar él mismo hacia la isla.
Nunca se le ocurrió ser más astuto que yo. Me culpa por la pérdida de su
tripulación y su barco. No entiendo cómo se cree merecedor de semejante
botín. Además de ser una persona horrible, también era un capitán terrible.
Es extraño ver a Draxen y Riden interactuar. Hablan constantemente,
riéndose de lo que el otro tiene que decir. Riden lo mima, tratando de
forzarle a comer y a comer más mientras Draxen lo ahuyenta. Casi podría
confundirlo con un ser humano cuando interactúa con su hermano. Pero sé
la verdad. Es un hombre vil que utiliza a todos los que le rodean para
conseguir lo que quiere, sin importar lo que cueste.
Igual que mi padre.
Duele pensar en mi padre, imaginar el alcance de su traición. Podría
haber crecido conociendo a mi madre. O tal vez no. Tal vez sólo me hubiera
abandonado a una edad más temprana si hubiera podido tomar sus propias
decisiones. Tal vez ella realmente es el monstruo que Padre siempre dijo.
Ya no sé qué pensar de ella, qué significan todas sus acciones. Pero mi
padre... me ha hecho daño más allá del punto de perdonarlo. Lo destronaré
y tomaré todo lo que ha construido para sí mismo como propio.
En este momento, eso es de lo único de lo que estoy segura. Me aferro
a esa decisión y dejo que me lleve por el mar de confusión y amargura en
que se ha convertido mi vida.
Cuando llegamos al puesto de aprovisionamiento, mi estado de ánimo
se vuelve oscuro, como si alguien hubiera apagado una llama. No puedo
explicarlo. Desde luego, no tiene nada que ver con la marcha de Riden.
Apenas le he visto en el tiempo que hemos tardado en llegar al puesto
de abastecimiento. Me menospreció, me humilló en mis habitaciones
después de que mi madre se fuera. Lo que le ofrecí fue poco más que lo que
ya habíamos hecho a bordo del Rondador Nocturno. ¿Por qué de repente
monta un escándalo por los pensamientos y los sentimientos? Quería
acción. ¿No es eso lo que él siempre ha querido, también?
En cualquier caso, no me he molestado en buscarlo, y él ha estado
demasiado ocupado tratando de volver a llenar de carne los huesos de su
hermano, como para hacer otra cosa.
Riden cruza la cubierta con un Draxen de aspecto mucho más
saludable. Pasa por el hueco de la barandilla, preparándose para bajar al
bote de remos que le espera abajo. Gira la cabeza en mi dirección, así que
rápidamente miro hacia otro lado. Que me sorprenda mirando, aunque sé
que no volveré a verlo, sería aún más humillante.
Debería concentrarme en el hecho de que él es el único al que estoy
perdiendo. A pesar de que ofrecí escapar a cualquiera que prefiriera no
enfrentarse al rey pirata, nadie de mi tripulación quiere irse. Incluso me
esforcé en convencer a Wallov de que debía coger a su hija y huir.
Se sintió insultado. Ambos lo hicieron.
Debería estar encantada de tener la confianza y el respeto de toda mi
tripulación, y sin embargo mi mal humor no se disipa. Intento que no se me
note mientras le digo a Niridia:
—Pongámonos en marcha de nuevo.
Observo el barco, disgustada por el ritmo al que se mueven todos.
—¡Muevan sus piernas marinas! Tenemos un largo viaje por delante,
y el rey pirata nos pisa los talones. Si no recogen las cosas, ¡pueden saltar a
tierra ahora!
Eso las pone en marcha. Estoy observando sus pasos acelerados con
satisfacción, cuando mi visión es bloqueada por la cabeza de Mandsy. Lleva
una sonrisa exasperante, una sonrisa cómplice.
—¿No tienes nada que hacer? —Le digo bruscamente.
Sólo suelta una risita.
—¿Por qué estás de tan mal humor, Capitana? No se ha ido a ninguna
parte.
—¿Perdón?
—Riden. Está allí charlando con Roslyn.
Me inclino sobre la barandilla, mirando en dirección a la orilla.
Draxen está observando al barco desde su bote de remos, concretamente a
un punto cercano de la proa del Ava-lee.... Donde su hermano está, de
hecho, todavía a bordo, charlando con Roslyn.
—¿Qué está pasando? —pregunto.
—Creo que viene con nosotros. —responde Mandsy.
Entorno los ojos hacia ella.
—¿De dónde saca que puede hacer cosas sin consultar primero a la
capitana? Y mi estado de ánimo no se ve alterado por las idas y venidas de
ese hombre. No te atrevas a insinuar eso otra vez.
Hace una elegante reverencia antes de marcharse, probablemente a
tejer coronas de flores o a abrazar a un percebe o algo así.
—No soy una pasajera —oigo decir a Roslyn cuando me acerco—.
Soy parte de la tripulación. —Encuentro su pequeña figura a tiempo de ver
cómo saca su daga de la espalda y la presiona contra el ombligo de Riden
—. Y no me gusta que me hablen mal.
Los labios de Riden se crispan mientras intenta no sonreír.
—Error mío —dice y da un paso atrás—. No pretendía insultarte,
pequeña. Por favor, perdóname.
Roslyn considera su súplica cuidadosamente, como si estuviera
debatiendo si matarlo o no. En realidad, sé que está disfrutando de verlo
suplicar, de que alguien le siga el juego.
—¿Cuál es tu trabajo en la nave? —pregunta él. Aunque debe haber
notado que se mueve por el Ava-lee en todo el tiempo que ha pasado con
nosotros, tal vez nunca se dio cuenta de que Roslyn es parte de la
tripulación contratada. Recibe su parte del botín como todos los demás.
Roslyn baja el cuchillo.
—Soy la vigía de la capitana. Aviso del peligro desde arriba y nos
pongo a salvo cuando estamos en aguas difíciles.
—Ese es un trabajo muy importante. —No finge lo impresionado que
está.
Mi temperamento se desvanece mientras observo fijamente a Riden
un poco más. Algo en mi pecho se mueve al verle hablar con la pequeña
Roslyn. Es entrañable.
Parpadeo dos veces. No, no es entrañable. Es tan jodidamente
molesto como siempre. Y él no dicta quién se queda y quién se va en mi
barco.
—Allemos —llamo con la voz de capitana.
Los dos se giran hacia mí. Riden levanta una ceja por el uso de su
apellido, que sólo he utilizado una vez antes. Cuando estaba en apuros.
—¿Sí, Capitana? —pregunta.
—¿Capitana? ¿Quién te hizo parte de la tripulación?
—Tú lo hiciste. —Ante mi mirada confusa, dice—: A cambio de la
vida de mi hermano.
Bueno, sí, pero eso fue cuando su hermano tuvo que quedarse
encerrado en el calabozo para guardar las apariencias. Ahora ambos son
libres. No puede esperar que lo obligue a eso. ¿Me cree tan fría?
—Tu deuda conmigo está pagada. —Le digo—. Eres libre de
marcharte.
—¿Pagada cómo?
—A través de tu ayuda para liberar a la sirena.
Hace una pausa de apenas un suspiro.
—Pero ella se escapó. Hasta que la encontremos de nuevo, no veo
cómo puedo irme. No sería honorable.
Estoy a punto de abrir la boca para comentar lo honorable que me
parece, cuando vuelve a hablar.
—Si no te importa, me gustaría quedarme.
Me doy cuenta de que quiere estar aquí. Y no se me ocurre ninguna
razón nefasta para que desee quedarse. Su hermano está a salvo. ¿No es eso
lo que siempre ha querido? ¿Quedarse al lado de su hermano y asegurarse
de que el malcriado se salga con la suya? Entonces, ¿por qué se quedaría?
¿Por el tesoro?
El calor florece en mi pecho ante la siguiente posibilidad: ¿Podría ser
por mí? Y, la pregunta más grande: ¿Quiero que sea por mí?
No puedo ni siquiera empezar a averiguar la respuesta a esa pregunta.
Así que miento.
—Me da igual una cosa u otra. Pero si decides quedarte, será mejor
que cargues con tu propio peso. No tendré perezosos en este barco.
—Por supuesto que no, Capitana. ¿Dónde quiere que esté?
—Ya que te gusta pasar tanto tiempo con Roslyn, puedes unirte a los
aparejadores. Ponte a ello.
—Ese es el trabajo más peligroso de la nave —dice. Es menos un
argumento que una declaración.
—Empiezas desde abajo y trabajarás tu ascenso en mi equipo.
—Enwen y Kearan no lo hicieron.
Roslyn vuelve a sacar su daga.
—La Capitana te dio una orden, marinero.
—Sí, gracias, Roslyn —digo—. Vamos a guardar esa daga por ahora.
¿Necesito tener otra charla con tu padre?
—No, Capitana —responde ella antes de correr por la red.
Riden la persigue.
—Es muy joven para estar en un barco pirata.
—¿No lo somos todos?
                        

***
 

Doy un brinco en mi camino cuando me dirijo a la escalera. Ya


estamos en marcha. Nuestra próxima parada, la Isla de Canta, donde nos
esperan riquezas y gloria. Me encuentro tarareando mientras llego a la cima
de los escalones, pero entonces me detengo.
—Ahora sí, Kearan —digo.
Está boca abajo en el suelo. Probablemente desmayado en su propio
vómito, una vez más. Esto no puede continuar. Tendré que pensar en algún
castigo adecuado para él. No podría importarme menos lo que hace en su
tiempo libre, pero cuando está de servicio, más vale que esté preparado para
rendir al máximo. De repente, todo su cuerpo se levanta y yo doy un paso
atrás por si está teniendo algún tipo de pesadilla.
—Tres —dice con una respiración áspera antes de volver a inclinarse
hacia el suelo.
¿Está hablando dormido? Se sabe que lo hace incluso con los ojos
abiertos. No, espera...
—¿Estás haciendo flexiones? —le pregunto.
—C-cuatro —numera mientras se levanta de nuevo.
—Dulces estrellas, lo estás haciendo. ¿Qué te pasa?
Después de cinco, se tumba en el suelo y rueda sobre su espalda,
respirando con dificultad.
—Sólo estoy pasando el tiempo, es todo. Tenemos un largo viaje por
delante.
Sí, pero él suele pasar el tiempo con la bebida. Busca en uno de sus
bolsillos. Ah, ahí está. Pero lo que saca no es una petaca. Es una
cantimplora. Del tipo que usamos en el barco para almacenar agua. Se
sienta y da unos sorbos.
—¿Qué hay dentro?
Me tiende la cantimplora y la huelo. Es agua.
—Tiró todas mis cantimploras al mar mientras dormía —me explica
Kearan—. No me di cuenta de que le importaba tanto. —Busca a Sorinda
por todo el barco, pero debe estar debajo de la cubierta porque se centra en
mí una vez más—. ¿Alguna otra pregunta, Capitana? —Suena aburrido.
—¿Vamos en la dirección correcta?
—Por supuesto, la mantengo firme.
—Bien —afirmo antes de avanzar rápidamente.
No sea que Kearan rompa a cantar o le salgan alas.
                        

***
 

Cuando salgo de mis aposentos a la mañana siguiente, un pájaro negro


y amarillo se posa en la barandilla de estribor, con un pergamino de papel
atado a su pata izquierda. No necesito adivinar quién ha enviado la carta.
Aunque no va dirigida a nadie y no lleva firma, reconozco la pulcra
escritura de mi padre.
Has cogido algo que me pertenece. Devuélvelo inmediatamente, y me
aseguraré de que tu castigo sea rápido.
Devuélvelo, como si mi madre fuera un preciado objeto y no un ser
vivo. El calor me sube por el cuello, pero no es por su frase descuidada.
¿Dónde está la explicación que se me debe? ¿No va a intentar siquiera
decirme por qué me mintió durante años? ¿Por qué me ocultó a mi madre?
Kalligan es un maestro en tergiversar las palabras. Ni siquiera intenta
convencerme de su postura.
La brevedad de la carta sólo puede significar una de dos cosas. O está
furioso hasta el punto de que la mayoría de las palabras lo han abandonado,
o sabe que no se puede razonar conmigo después de lo que he averiguado.
De cualquier manera, sé que la carta es una treta. No creo ni por un segundo
que cualquier castigo que pueda imaginar sea rápido.
El pájaro yano espera pacientemente, pero no tengo intención de
enviar una respuesta. Sé que el silencio es la mejor manera de presionar a
mi padre. Dejarle reflexionar sobre la pérdida de su sirena.
Por mi pérdida.
Me pregunto qué le molesta más.
Yo era su medio para llegar y salir vivo de la Isla de Canta. Mi
tripulación femenina y yo somos las únicas resistentes al canto de la sirena.
Vordan se equivocó al decir que Kalligan tenía un dispositivo para
protegerlo. Mi padre y yo siempre hemos sospechado que es inmune a mis
habilidades debido a la sangre que compartimos. Pero su inmunidad sólo
debería aplicarse a mí. Cualquier otra sirena no debería tener problemas
para encantarlo. Eso lo hace vulnerable en la isla. Y ahora que me ha
perdido, tendrá que apañárselas por su cuenta.
Ahuyento al pájaro con mis manos. Grazna mientras vuela en el aire,
retirándose hacia el noreste. Es fácil olvidar que el peligro está cerca
cuando uno no puede verlo, pero ese pájaro no volará mucho antes de
aterrizar en la cubierta del Cráneo del Dragón.
—¿Problemas? —pregunta una voz.
Una voz masculina. La voz de Riden.
—Nada nuevo —contesto—. El rey pirata quiere recuperar a su
sirena.
—¿Y qué le has dicho?
—No me digné a responder.
—Eso debería animarle.
Él está tratando de aligerar la situación. Intentando quitarle
importancia a nuestra situación, pero no lo voy a tolerar.
—¿Qué quieres, Riden?
—¿Ahora mismo? Nada.
Lleva el pelo recogido en una cinta en la base del cuello, pero una
ráfaga de viento le arranca un mechón. Me riño por querer tocarlo.
—¿Por qué estás en mi barco?
Leer la nota de mi padre parece haberme provocado un ataque de
desconfianza. Me observa con atención, sus ojos se vuelven inquisitivos.
—¿No es obvio?
—Si lo fuera, ¿lo estaría preguntando? —respondo irritada.
Sonríe como si acabara de decir la cosa más divertida del mundo. Me
dan ganas de abofetearle. Como no es la mejor idea, me doy la vuelta para
dejarle, pero me pone la mano en el brazo. Antes de que pueda hacer nada
más, está detrás mía. Su pecho presionado contra mi espalda, su aliento
cálido en mi oreja.
—Estoy aquí porque cuando intenté subir a ese bote de remos con mi
hermano, me di cuenta de que lo último que quería era estar lejos de ti. —
Su mano recorre la longitud de mi brazo izquierdo, que está orientado hacia
el mar. Lejos de los ojos de la tripulación—. Estoy aquí por ti, Alosa. —Sus
dedos revolotean contra mi cuello, provocando un escalofrío en mi espalda
—. Si no te das cuenta de eso, no estoy haciendo un buen trabajo para
demostrártelo.
Sus labios rozan el lóbulo de mi oreja. Para cualquier otra persona en
el barco, debe parecer que sólo está compartiendo un secreto conmigo.
¿Ahora quiere tocarme? ¿Qué pasó con lo de huir al lado opuesto de
la habitación? Ese recuerdo vuelve a salir a la superficie.
—Te olvidas. Soy demasiado sensible para tu gusto.
Me suelto de su mano y no miro atrás.
El rechazo escuece, ¿verdad, Riden?
                        

***
 
Kearan no está en el timón cuando llego al día siguiente. Niridia ha
tomado su lugar.
—¿Dónde está ahora? —Me quejo.
Ella señala justo debajo de nosotros. Me asomo al castillo de popa y
encuentro a Sorinda apoyada en la puerta de la enfermería, con la cabeza
girada de forma que su oreja está pegada a la madera.
—¿Qué estás haciendo? —Le pregunto.
—Nada —responde inmediatamente. Desaparece bajo la cubierta
antes de que pueda sacarle algo más.
—Kearan está en la enfermería —explica Niridia—. No puede dejar
de temblar y sudar. Mandsy abre la puerta de vez en cuando para arrojar un
cubo con el contenido de su estómago por la borda de la nave.
—Sigue empeñado en no beber, entonces.
Estoy impresionada. 
 
            Capítulo 10
 

ME PONGO EN UNA DE LAS SALAS de almacenamiento de la


cubierta, observando el equipo.
—El Ava-lee ya estaba bien abastecido cuando llegamos a la torre del
homenaje, Capitana —dice Radita mientras señala la sala abarrotada—. No
sufrimos ningún daño mientras navegábamos para recoger a Vordan.
Aunque no estamos tan equipados como me gustaría para un viaje tan largo,
tenemos bastantes provisiones. Hay suficiente lona para reparar cada una de
las velas, pilas de tablones de madera por si hay que reparar la cubierta,
cuerda extra por si alguno de los cabos empieza a mostrar signos de
desgaste. Lo reviso todos los días. Hasta ahora todo va bien.
Radita pasó la mayor parte de su vida entrenando bajo la dirección de
su abuelo, uno de los más famosos armadores a disposición del rey de la
tierra. Tras la muerte de su abuelo, no tenía forma de mantenerse, ya que el
rey de tierra no estaba dispuesto a contratar a una mujer para ocupar el
puesto vacío. Fue entonces cuando la encontré.
—No hay nadie en quien confíe más en el mantenimiento de la nave,
Radita. Sigue con tu buen desempeño.
—Sí, Capitán.
Han pasado dos semanas desde que dejamos a Draxen en el puesto de
suministros. El Ava-lee se ha mantenido firme bajo la presión de vientos
fuertes y favorables, llevándonos a través de aguas que nunca he visto
antes. No hay tierras conocidas tan al sur. El rey de la tierra pagó su cuota a
mi padre para que permitiera a sus barcos explorar la zona aquí abajo, pero
ninguno ha regresado con noticias de tierra, si es que regresan. Mis
ancestros mantuvieron sus secretos bien escondidos.
Aun así, dos semanas de buen viento significan que tenemos una ventaja de
tres o cuatro días sobre mi padre, dependiendo de lo que haya tardado en
poner en marcha la flota. Es una ventaja aceptable, pero no suficiente para
que pueda dormir plenamente por la noche.
Paso por la abertura del bergantín cuando vuelvo a subir y me asomo
al interior. Riden está sentado en una mesa con Wallov y Deros, jugando a
las cartas. Parece que se ha propuesto como misión personal caerle bien a
todo el mundo en el barco. Si no está jugando con los hombres, está en la
cofa mirando a través de un telescopio con Roslyn o tomando copas con las
chicas. Incluso lo he visto tratando de conmover a Niridia. Ella no es de las
que confían, aunque cuando te ganas su confianza, es la amiga más leal que
jamás tendrás. Imagino que es sólo cuestión de tiempo que Niridia también
se haga amiga de él. Pronto seré la única persona de la nave que no lo
soporta.
Kearan está al timón cuando llego al castillo de popa. Sólo ha vuelto
al servicio en el último par de días. Le llevó algún tiempo recuperarse de su
adicción. Es demasiado pronto para decir si me gusta más el hombre sobrio
o no.
—Se está levantando el viento —dice a modo de saludo—. Hay una
tormenta en el horizonte. La pequeña divisó nubes negras. Nos dirigimos
hacia ellas.
Por supuesto que sí.
—Mantennos firmes —le ordeno. Luego le grito a Niridia—. Ten
todo atado y bien asegurado. La tormenta está delante nuestra.
—¡Todos a trabajar! —grita ella—. Aviso de tormenta. ¡Todos los
objetos sueltos deben ser guardados!
Todas las cubiertas entran en un frenesí de actividad mientras las cajas
y los barriles se atan doblemente. Aunque permanezco en la cubierta
principal, sé lo que está sucediendo debajo de mí. Trianne, la cocinera del
barco está asegurando todo en las cocinas detrás de los armarios. Los
cañones están siendo guardados, dispersados por el barco para que su peso
no nos arrastre demasiado hacia un lado. Todos las puertas y ventanas están
siendo cerradas. No pasa mucho tiempo antes de que los que estamos arriba
podamos ver las nubes negras en el horizonte.
—¿Las velas? —pregunta Niridia.
—Todavía no.
No hay suficiente distancia entre nosotros y la flota de Kalligan. Las
tormentas no suelen durar más de unas horas. Cada minuto que las velas
están atadas es otro minuto que la flota nos ganará.
Cae la noche y ordeno que se enciendan todos los faroles del barco.
Nadie se atreve a dormir. Todos están en cubierta. Esperando. Observando.
La mayor parte de la noche ya ha pasado cuando finalmente llega la
tormenta. El viento se vuelve frenético, y Kearan comienza a luchar con el
timón.
—¡Es el barco más fácil que he manejado hasta ahora! —grita para
que se le oiga por encima del chapoteo del agua y el viento voraz.
—¡Es una de las ventajas de tener un barco más pequeño! —Le grito.
Las velas ondean frenéticamente con el viento, ya no nos sirven. Sólo
se destrozarán si las dejamos levantadas.
—¡Niridia, baja esas velas!
Se apresura a bajar por la escalera y se lleva las manos a la boca.
—¡Tiradores, a sus puestos! Bajen las velas. Nadie debe subir a los
mástiles sin una cuerda segura.
Riden y los demás se atan las cuerdas a la cintura y aseguran los otros
extremos a las muescas cercanas a los pies de los mástiles. La lluvia cae con
fuerza, haciendo que todo esté resbaladizo casi al instante. El barco gira
bruscamente, la corriente de abajo lo envía en direcciones imprevisibles.
Me doy la vuelta.
—Kearan, deja el timón.
—Puedo mantenerlo estable, Capitana. Soy un timonel
experimentado.
—No conoces el Ava-lee como yo. Ahora muévete.
Frunce el ceño, pero hace lo que le digo. En lugar de salir a toda prisa
bajo cubierta, se queda detrás de mi hombro. Otra violenta sacudida
empieza a mover el barco, pero me agarro al timón y lo mantengo quieto.
Incluso entonces, una chica se resbala del mástil y pierde la formación. La
lluvia es demasiado espesa para poder distinguir quién es. Pero sus manos
encuentran la cuerda y se levanta. Otra chica se apresura hacia ella a lo
largo de la viga y la ayuda a poner los pies sobre la madera sólida.
—¡Niridia! —grito—. ¡Toda la tripulación innecesaria debe ir bajo
cubierta!
—Sí.
Ella corre alrededor de la cubierta, gritando a todos los que se aferran
a la barandilla, a los mástiles y a cualquier otra cosa para no ser arrojados al
océano. Con calma, pero rápidamente, se dirigen a la escotilla. Enwen es el
primero en alcanzarla. La abre de un tirón y mete a las chicas en el agujero
una por una antes de bajar él mismo. Todas las velas están atadas, excepto
la más alta del palo mayor. Un cuerpo más grande que sólo puede ser Riden
sube con un par de chicas para asegurarlo.
—Kearan, únete a los demás bajo cubierta —digo.
—Me necesitan, Capitana. Me quedaré.
Miro por encima de mi hombro.
—¿Cómo que te necesitan?
—Si usted se cae, alguien más tendrá que hacerse cargo del timón.
—Ya no te importa tu propia seguridad, ¿es eso?
—La única persona en la que confío al timón soy yo mismo. Me
cuido el cuello.
Después de eso vuelvo a ignorarle. Si va a empezar a ser tan difícil de
seguir órdenes como Riden, entonces puede ser arrastrado a las
profundidades del océano y me desharé de él.
Wallov sale corriendo de la trampilla un segundo después,
dirigiéndose hacia el palo mayor. Un forcejeo en la parte superior arrastra
mi atención hacia ella. Riden lucha en la cofa con algo. Otro cabeceo
repentino y el barco se desvía hacia la izquierda.
Dos cuerpos, uno grande y otro pequeño, se precipitan del mástil y se
agitan sobre el borde del barco, cayendo en picado tan rápido que si
parpadease no los vería.
Abandono el timón y llego a la mitad del camino hacia babor cuando
el barco empieza a girar salvajemente en círculo, haciéndome caer sobre las
manos y las rodillas. Wallov acaba pegado al barco donde la barandilla
conecta con la cubierta, y la fuerza del giro le impide ponerse en pie.
Otra brusca sacudida y salgo despedida sobre mi espalda. Levanto el
cuello para ver que Kearan vuelve a controlar el timón. He saltado hacia
Roslyn y Riden antes de pensar en las consecuencias.
La cuerda está tensada contra el borde del barco. Wallov por fin se
pone en pie y empieza a tirar de la cuerda. Cuando llego a su lado, sumo mi
fuerza a la suya. Tiramos del cuerpo de la pequeña Roslyn de vuelta a
bordo. Está consciente, pero gime tan fuerte que puedo oírla por encima de
la tormenta.
—Va a ser un moratón del demonio —dice mientras se frota la cuerda
bajo los brazos.
—Cuida tu lenguaje —le riñe su padre, pero la atrae hacia sí en un
abrazo aplastante.
—¿Qué ha pasado? —pregunto. Me agarro con fuerza al lado de la
barandilla mientras mis ojos buscan a Riden en el mar embravecido.
Roslyn se aparta de su padre para mirarme.
—¡Le dije que no necesitaba su cuerda! Pero no me escuchó. La
desató de su cintura y la puso alrededor de la mía.
—Se suponía que estabas debajo de la cubierta junto con todos los
demás —dice Wallov—. ¿Qué estabas haciendo?
—Estaba vigilando. Es aún más importante tener ojos en el mar
durante una tormenta. La capitana me necesitaba.
La cara de Wallov es más dura de lo que nunca le he visto delante de
su hija.
—Por desobedecer órdenes, un hombre ha muerto.
Roslyn se estremece involuntariamente, pero siento que mis sentidos
se aclaran.
—Todavía no está muerto —digo—. Llévenla bajo la cubierta.
Roslyn cuelga la cabeza, avergonzada, mientras Wallov se la lleva.
Niridia y el resto de los aparejadores llegan un instante después.
—Bajaré a por él —dice mientras juguetea con su propia cuerda.
—No —contesto—. Es demasiado peligroso. —Mi mente se acelera,
sabiendo que cada segundo que nos retrasamos acerca a Riden a la muerte
—. Átalo a mí.
—¡Qué!
—Sólo hazlo. Usa un nudo constrictor alrededor de mi cintura. No
podré desatarlo bajo el agua. —No tengo que decir en voz alta la siguiente
parte. Incluso en mi forma de sirena. Le entrego todas mis armas, todas
afiladas—. No tendré más remedio que volver a la nave.
—Pero no estarás lo suficientemente lúcida para alcanzarlo.
—Lo he hecho antes.
De alguna manera me las arreglé para salvarnos a ambos de Vordan
nadando a un lugar seguro.
—¿Cómo?
—No lo sé, pero es la única manera de que tenga una oportunidad.
Me mira con tristeza mientras termina de atar la cuerda. Sé que ambas
pensamos lo mismo. Riden no tiene ninguna posibilidad. Intento arrancar la
cuerda y encuentro que está bien ajustada.
—Prepárate para sujetarme cuando vuelva al barco. Haz que los otros
hombres se tapen las orejas.
Entonces me sumerjo. Mientras caigo, lleno mis pensamientos con
Riden. No lo olvides. Vas a entrar al agua para salvarlo, nada más. No te
perderás a ti misma. No te convertirás en el monstruo.
Cierro los ojos al entrar en el agua, como si eso me mantuviera
controlada. La calidez me envuelve. El mar me abraza en la caricia más
suave del mundo. Soy una de las suyas, y me ha echado de menos durante
mi larga ausencia. Y, oh, cómo la he echado de menos. Me contento con
dejar que me empuje hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo, donde puedo
descansar en el fondo sedoso del océano.
Pero hay una perturbación en el agua. Busco en las profundidades del
mar. Vería mejor si no estuviera tan oscuro y las olas tan revueltas. Tal
como están las cosas, todavía puedo distinguir a un hombre. No puede
verme; está demasiado concentrado en sus brazos y piernas. Como si
pudiera dominar todo el peso del océano sólo con sus extremidades.
Le observo por un momento. En todo caso, pierde terreno en lugar de
ganarlo. A veces ni siquiera se impulsa en la dirección correcta,
enterrándose más profundamente bajo las olas. Pronto me canso de verle
retorcerse.
Ven aquí, triste criatura, canto, y el hombre gira la cabeza en mi
dirección. Aunque no puede verme, hace todo lo posible por obedecer mis
gestos. Cada músculo de su cuerpo hace lo que puede para acercarse a mí.
Avanza mejor que antes, ahora que no lucha contra la dirección de la
corriente. Pero sigue moviéndose con demasiada lentitud para mi gusto. No
me gusta esperar.
Nado para encontrarme con él. Ya casi estoy allí, cuando una fuerza
me aprieta. Miro hacia abajo y encuentro una cuerda que me retiene. Tiro de
ella, intento liberarme, pero está demasiado tensa y es inflexible. Podría
clavarle las uñas, pero es probable que el hombre haya muerto antes. ¡No
nos divertiremos tanto si ya está muerto!
Vamos, entonces. ¡Sólo un poco más!
Consigue dar una buena patada más, y lo alcanzo con la punta de los
dedos. Mis labios se dibujan en una amplia sonrisa mientras lo acerco.
Qué guapo es. Le paso un dedo por la mejilla hasta llegar a sus labios.
Sus ojos se esfuerzan por verme. Se relaja de repente, como si se sintiera
cómodo ahora que está conmigo. No, espera, se está quedando sin aire. Eso
no puede ser todavía.
Me inclino y aprieto mis labios contra los suyos. Me queda aire en los
pulmones de antes de saltar. Se lo doy.
El contacto es eléctrico. Todo mi cuerpo cobra vida, incluso más que
antes. Todavía siento la fuerza de estar bajo el agua. Siento la confianza, el
poder. Y mi mente vuelve a mí.
Riden.
Me agarro a sus brazos y doy un impulso hacia la superficie. Su rostro
se libera del agua y traga una bocanada de aire tras otra. Las olas luchan
contra mí con todo lo que tienen, pero no me rindo. Mantengo a Riden por
encima del agua, donde puede respirar. Es más que extraño estar tan
rodeada por el agua y por él, como si las dos fuerzas estuvieran luchando
entre sí por controlar mi mente. El agua anima a la sirena, Riden a la
humana.
—¡Súbenos! —grito tan fuerte como puedo.
Estoy preparada para cantarle a Kearan si aún no se ha tapado los
oídos, pero la cuerda comienza a tirar de nosotros hacia el barco, Riden
chapotea mientras nos arrastran las olas.
El frío me golpea una vez que estoy fuera del agua. Riden tiembla a
mi lado, pero yo aún no lo he sentido lo suficiente como para que me afecte
tan profundamente. Las temperaturas extremas del océano no dañan ni
siquiera lo notan las sirenas.
Cuando llegamos al borde del barco, varias chicas me quitan a Riden
de los brazos y lo suben a la cubierta. Luego me agarran a mí. En lugar de
bajarme ligeramente al suelo, prácticamente me lanzan.
—¿Qué...?
Un peso cae encima de mí. Cuerdas. No, una red. La agarro con la
mano, intentando liberarme, pero eso sólo me enreda más. Entonces me
arrastran.
Me concentro en mi entorno, preguntándome quién podría habernos
abordado en la tormenta. Pero no miro a los intrusos.
—¿Niridia? —pregunto, asombrada al descubrir que es una de las
chicas que me arrastra—. ¡Quítame esta maldita cosa de encima! ¿Qué estás
haciendo?
—Lleva a Riden con Mandsy para que lo revise. Y por el amor de
Dios, tápale las orejas.
Oh. Ella cree que soy la sirena. Por supuesto que lo cree. Me metí en
el agua.
—Niridia, estoy bien. Soy yo.
Haeli y Reona, dos de mis aparejadoras, miran a Niridia interrogantes
ante mi lucidez.
—Ignórala. La Capitana no es ella misma. Estará bien por la mañana.
—Se inclina hacia Sorinda—. La criatura se está volviendo más inteligente.
Suspiro.
—Niridia Zasperon, realmente preferiría no pasar la noche en el
calabozo. Me pone de mal humor al día siguiente.
Se aparta de la red y me mira.
—¿Sólo al día siguiente, Capitana?
—Muy divertido.
Coloca las manos en las caderas.
—¿Quieres que ponga en peligro la seguridad de esta tripulación para
que puedas tener una cama blanda?
Contengo un gruñido.
—Bien. Ponme en el calabozo, pero necesito ropa seca para no
congelarme. Y mantas adicionales.
Niridia se ríe para sí misma, aunque no puedo oírla por el viento.
—Muy bien. Deja salir a la Capitana. Ella está bien.
 

***
 

Cuando puedo sentir mis dedos de nuevo, me dirijo a la cubierta


inferior con todos los demás. Kearan se queda arriba para mantener el barco
enderezado. Prometo relevarlo en breve. Él pasa por alto el comentario
como si no le importara nada. Se parece mucho a Sorinda en ese aspecto.
En un rincón del dormitorio de la tripulación, una niña llora en los
brazos de su padre. En cuanto me ve, Roslyn deja de lloriquear. Se levanta y
se libera de los brazos.
—Aceptaré cualquier castigo que tenga para mí, Capitana.
Saca su daga de la funda y me la ofrece. La observo con atención.
—¿Oíste a Niridia llamar a todos a cubierta?
—No, Capitana, pero...
—¿Pero?
—Vi a los aparejadores arriar las velas. Sabía que los vientos se
estaban volviendo peligrosos. Y no debería haber permitido que Riden me
pusiera su cuerda. Fue elección mía quedarme en el nido sin protección. —
No baja la mirada; mantiene esos ojos azules sobre mí.
—Por lo que he visto, parece que te has resistido bastante.
—Bueno, sí, Capitana. Pero debería haber sido lo suficientemente
fuerte para luchar contra él.
Me arrodillo a su nivel y le devuelvo la daga.
—En lo que a mí respecta, marinera, no has hecho nada malo. No se
espera que seas nada más de lo que eres. No has desobedecido
deliberadamente las órdenes, y Riden está vivo.
Sus ojos se iluminan.
—¿Vivo? ¿De verdad?
—Sí. Al único que le debes una disculpa y un castigo es a tu padre
por haberle dado un susto de muerte.
—Ten por seguro —dice Wallov—, que será castigada. —Le alborota
el pelo en la parte superior de la cabeza.
Roslyn asiente solemnemente antes de preguntar:
—¿Puedo ir a ver a Riden?
—Todavía no —respondo—. Mandsy lo tiene que examinar primero.
Voy a buscarla ahora para ponerla al día, pero quería que supieras que está
bien.
Me rodea con esos bracitos y me da un apretón antes de volver con su
padre.
Mantengo una mano en la barandilla para mantener el equilibrio
mientras subo los escalones. La tormenta ha empeorado y me preocupa la
seguridad del barco y de la tripulación. Si encallamos con este tiempo...
—¿Cómo está aguantando? —Le grito a Kearan una vez que llego
arriba.
—No es fácil, pero lo tengo.
Asiento con la cabeza, le digo que volveré después de comprobar
cómo está Riden, y me dirijo a mis aposentos. Niridia dijo que las chicas lo
habían llevado a la enfermería, una sala con una mesa acolchada para los
pacientes, pero la nave estaba demasiado inestable como para subirlo. Al
final tuvieron que llevarlo a mi habitación. Las exuberantes alfombras del
suelo fueron la mejor solución. Allí no puede caerse.
—¡Por última vez, Mandsy, no quiero agua! Acabo de pasar los
últimos diez minutos tosiéndola de mis pulmones.
—Tu cuerpo ha pasado por un calvario. Estás agotado y deberías
beber algo.
Mandsy no se deja intimidar por ninguno de sus pacientes. Nunca.
Ella trataría a un oso que gruñe si estuviera herido. Intenta acercar la taza a
sus labios.
—Lo que quiero es que me dejen en paz para poder dormir. Seguro
que dormir es parte de tu tratamiento.
—Sí, pero podrías sufrir una conmoción cerebral si te golpeaste la
cabeza con algo bajo el agua. Alguien debería vigilarte.
El barco se balancea. Mandsy retrocede para recuperar el equilibrio,
parte del agua se sale de la taza que sostiene, y Riden se apoya con los
brazos desde donde está tumbado en el suelo. Cuando el barco se endereza
de nuevo, me meto de lleno en mi habitación.
—Mandsy —le digo—, baja a ver cómo está Roslyn. Asegúrate de
que está bien.
Mandsy pasa junto a mí mientras Riden me mira alarmado.
—¿También se ha caído al agua? ¿Está...?
—Está bien, gracias a ti —le aseguro—. Sólo quería que Mandsy
saliera de aquí para que dejaras de ser tan grosero.
Su preocupación se vierte en su mirada.
—Dije que no quería compañía.
—Esta es mi habitación, y acabo de salvarte la vida. Podrías mostrar
un poco de gratitud hacia toda la gente que está tratando de ayudarte.
Ahora no me mira. Encuentra sus pies mucho más dignos de su furia.
Riden ha conseguido ponerse unos pantalones secos. (Yo ya me he secado
con mis habilidades.) Una toalla cuelga de su cuello, evitando que su pelo
gotee sobre su pecho desnudo. A su lado hay una camisa seca, pero
probablemente no tenga energía para ponérsela.
—¿Quieres que te ayude con eso? —pregunto, señalando la camisa.
—Si no te vas, lo haré yo.
Intenta ponerse de pie; al menos creo que eso es lo que está haciendo.
Le tiemblan las piernas. Me precipito hacia delante y empujo los hombros
del idiota.
—¿Qué estás haciendo?
Me golpea en los brazos con una débil presión y trata de ponerse de
pie de nuevo.
—Mantén tu culo pegado a mi suelo. —Le digo.
—¿Por qué no me obligas? —suelta—. Ya has roto tu promesa hoy.
¿Qué es una vez más?
Me quedo con la boca abierta.
—¿De eso se trata? —Sigue sin mirarme—. ¿Realmente habrías
preferido que te dejara ahogarte?
—Te di mis condiciones para unirte a tu tripulación. En ninguna
circunstancia debías usar tus habilidades conmigo.
—¡Ibas a morir!
Hace un chasquido con el cuello en mi dirección, sus ojos encuentran
los míos al instante.
—Entonces deberías haberme dejado hacerlo. Prácticamente me maté
tratando de obedecerte. Apenas puedo levantar los brazos, y olvídate de las
piernas. Me siento como si hubiera estado nadando durante años sin parar.
No porque estuviera luchando por mi vida, sino porque estaba tratando de
hacer caso a la orden de una sirena.
—Estás siendo un imbécil. No hice nada malo.
Murmura algo en voz baja. Casi no le llamo la atención, pero si va a
insultarme, más vale que tenga los huevos de hacerlo en mi cara.
—¿Qué fue eso? —Le pregunto.
—Eras igual que él.
Mi mente se queda en blanco. ¿A él?
—¿Que quién?
—Jeskor —respira tan débilmente que casi me lo pierdo.
Sus ojos adoptan una mirada lejana, reflexionando sobre algún tiempo
anterior. Algún demonio de su pasado, caigo en la cuenta. Sé muy bien lo
que es ser criada por un pirata. Pero no sé del todo cómo era la vida de
Riden mientras crecía. ¿Qué le hizo su padre?
—¿Qué pasó? —pregunto.
Sus ojos se estrechan de nuevo hacia mí.
—Quiero estar solo.
—Bien —le digo.
Le tiro la gran manta de plumas de mi cama encima de la cabeza. Tal
vez esté demasiado débil para ajustarla y se asfixie, pero eso es
probablemente demasiado esperar. Me voy antes de que pueda fantasear
más con estrangularlo. ¿Cómo se atreve a darme un susto de muerte y luego
intentar culparme por ello? Debería volver a tirar su culo al mar.
—Kearan, ve abajo y dile a Mandsy que debe quedarse con Riden si
Roslyn se encuentra bien. Luego descansa un poco. Yo tomaré el timón por
un rato. —Abre la boca.
—Si vas a discutir conmigo, te sugiero que no lo hagas.
Algo en mi tono le hace salir por la escotilla sin dudarlo un instante
más.

                        * **
 

Pasan dos horas. La brumosa luz del amanecer finalmente se asoma


por el horizonte, arrojando un poco de luz para que podamos ver. Kearan
toma otro turno al timón mientras yo descanso mis brazos de la batalla con
el mar. El barco tiene que girar constantemente hacia las olas para evitar
que vuelque. Es como si la tormenta fuera una manifestación de la ira de mi
padre.
Una brutal ráfaga de viento golpea el barco y un crujido corta el aire.
Supongo que son más truenos hasta que siento que el barco empieza a
volcar. No puedo hacer nada más que ver cómo el palo mayor se rompe
justo debajo de la segunda vela. Cae contra el costado del barco,
atravesando la barandilla y haciendo un agujero en la cubierta. Se mantiene
unido por meros fragmentos de madera y unos cuantos cabos de cuerda.
Corro hacia la trampilla, la abro y grito.
—¡Niridia, sube a la tripulación! Ahora mismo. Antes de que la
tensión nos arrastre hacia abajo.
La tripulación sube a la cubierta con cuchillos y hachas. Cortan las
cuerdas y la madera que nos hunde. Radita los dirige para que la tarea se
realice de la manera más eficiente posible. El mástil roto cae al mar y el
barco se balancea hacia el lado opuesto. Oscilamos de un lado a otro hasta
que el barco se endereza.
Con la misma lentitud con la que la tormenta se nos vino encima,
ahora se aleja. El mar descansa y las nubes se retiran. El sol sube hacia su
lugar en el cielo.
Radita deja que la tripulación respire un momento antes de instruirla
en la limpieza de los restos. Hay montones de plantas marinas enredadas en
la barandilla. Hay cuerdas sueltas por todas partes. Los fragmentos de
madera están en la cubierta. Radita les dice qué piezas del barco deben
salvar y cuáles tirar por la borda. Algunas de las chicas empiezan a
reconstruir las partes de la barandilla y de la cubierta que se han perdido.
El palo de mesana y el trinquete siguen en pie, pero las jarcias
cuelgan sin fuerza de la cubierta y se mueven con los vientos más
tranquilos. El palo mayor flota en el agua a cierta distancia, y algunas
chicas toman los botes de remos para intentar salvar las velas y la cofa.
Sólo entonces me doy cuenta de nuestra nueva situación. Una
secuencia de improperios sale de mi boca al ver la carnicería. Ni siquiera
me siento culpable cuando Roslyn se dirige a Niridia para preguntarle qué
significa una de las palabras mal sonantes.
El barco apenas se arrastra sin el palo mayor. Todavía no podemos
desplegar la vela del trinquete porque hay que arreglar el aparejo. La vela
latina de la mesana no hace mucho por impulsar el barco. El rey pirata no
tendrá problemas para alcanzarnos ahora.
No puedo dejar de mirar el mástil que falta. Mi padre me traicionó.
Mi madre me traicionó. Ahora mi propio barco me ha traicionado.
Un sentimiento de impotencia asoma por los bordes de mi mente,
queriendo entrar, queriendo inundar todo lo demás.
Tres días.
Mi padre está posiblemente a sólo tres días de distancia. Y nuestra
nave es ahora drásticamente más lenta que la suya. Estará encima de
nosotros en poco tiempo.
El pensamiento casi me deja sin aliento por el pánico. ¿Qué más
podría haber hecho? Teníamos un plan. Lo estábamos haciendo bien, pero
no puedo controlar el clima. Este fracaso no es mi culpa. Entonces, ¿por
qué me siento responsable? ¿Hice algo mal? Descubrí que mi padre no era
el hombre que yo creía que era. Pensé que estar lejos de él sería lo más
seguro para mi tripulación y para mí. Pero al ordenar que todos
abandonaran la flota, nos puse en más peligro del que habíamos corrido
antes.
Pero les diste a todos, una opción, argumenta una pequeña voz
racional en mi cabeza. Les diste la opción de irse. Todos eligieron quedarse.
Aun así. Es. Culpa. Mia.
Un cuerpo choca contra mí, y finalmente levanto la vista.
—Lo siento, Capitana —murmura Lotiya mientras lleva una carga de
tablones para reparar la cubierta.
Echo un buen vistazo a mi alrededor, veo a los hombres que arrastran
trozos de escombros más pesados sobre el barco, a los aparejadores
trabajando en la reparación de las dos velas que quedan en pie, a Roslyn
barriendo la cubierta con una escoba: los rostros de mi tripulación. Todavía
están vivos. El rey de los piratas aún no está sobre nosotros. Dejaría que la
desesperación ganara demasiado pronto. No se ha perdido toda esperanza.
Necesitamos un plan.
—¡Kearan, Niridia! Reúnanse conmigo en mis aposentos ahora.
Kearan se echa un trozo de madera roto al hombro. Lo tira al mar
antes de seguirme, con Niridia pisándole los talones. Nos dirigimos a mi
escritorio, pasando por alto a Mandsy y Riden en el suelo. No les dedico ni
una mirada. Estamos aquí por el mapa.
—Necesitamos un nuevo mástil —informo. Podemos fabricar uno
nosotros mismos, pero necesitamos un árbol alto para ello. No se
encuentran en mar abierto, pero si estamos cerca de tierra...— ¡Sí, aquí! —
Señalo la isla. En la que se conocieron mis padres. No está muy lejos.
—No podemos detenernos —dice Niridia—. No tenemos ni idea de lo
que hay ahí fuera.
—¿Prefieres navegar sin rumbo hasta que nos quedemos sin comida?
—le pregunta Kearan—. O peor aún. ¿Hasta que el rey nos alcance?
—Podríamos reemplazar el palo mayor por la mesana, atar la vela
mayor a ella, y…
—Es una buena idea, Niridia —la interrumpo—, pero nunca
dejaremos atrás a mi padre de esa manera. Nos aceleraría un poco, pero no
lo suficiente. No tenemos más remedio que parar.
Está en la naturaleza de Niridia ser cautelosa. Siempre sugiere la
forma de actuar más segura y práctica, pero nunca deja de cumplir las
órdenes cuando yo digo lo contrario. Ella es la razonabilidad de mi
imprudencia. Y yo siempre necesito considerar las opciones razonables,
aunque no siempre acabe tomándolas.
—Llévanos aquí, Kearan —ordeno—. Y recemos a las estrellas para
que podamos encontrar un tronco adecuado en tierra.
—Sí, Capitana.
Nos deja, y yo rezo una oración silenciosa de agradecimiento porque
el timón al menos no está dañado. Entonces estaríamos realmente en
problemas.
                        

***
 
Me arrastro a mi habitación mucho después del anochecer. Después
de dos días sin dormir, estoy prácticamente desplomada de cansancio.
—Vete —exige Riden.
Oh, no lo dice en serio. Lo rescaté. He trabajado para salvar la nave y
al resto de la tripulación. He trabajado muy duro y demasiado tiempo. Esta
noche dormiré en mi propia cama. Le ofrezco un gesto vulgar como
respuesta antes de pasar por encima de él para llegar a mi cama.
—No lo has visto —digo, dándome cuenta de que está muy oscuro—,
pero acabo de sugerirte que vayas a...
—Creo que puedo adivinarlo —responde.
Oigo un ruido de arrastre, y me doy cuenta de que está tratando de
levantarse del suelo para irse, igual que antes.
—No vas a salir de esta habitación, Riden. Inténtalo y haré que
Mandsy te ate.
Me gruñe. Es lo último que oigo antes de quedarme dormida.

Capítulo 11
 

Inteligente, Alosa.
Enviar al rey de tierra tras el torreón. Oh, sí, he oído hablar. Mis hombres
están bien. El rey de la tierra huyó con el rabo entre las piernas. Tendremos
que reubicarnos ahora, gracias a ti.
Tu lista de crímenes está creciendo. No sé si hay suficiente piel en tus
huesos para los latigazos que se te avecinan.
El último pájaro yano regresó bastante rápido. Si no lo conociera mejor,
diría que nos estamos acercando mucho.
 

LA ÚLTIMA NOTA DE MI PADRE me produce un escalofrío en la


espalda.
La tierra no podría haber llegado antes.
Cojo mi telescopio y miro hacia la línea verde del horizonte. Los altos
árboles que vigilan la isla se inclinan junto a las colinas. Unas nubes grises
se ciernen sobre la ella y, un instante después, empieza a una ligera llovizna.
No es muy diferente a Lemisa, la isla más cercana al torreón, salvo
que el tiempo es un poco más cálido. Por fin, un poco de suerte. Los árboles
cónicos son los mejores para hacer mástiles, y esta isla está cubierta de
ellos. Los más cercanos a la costa son relativamente pequeños, pero si nos
adentramos en el interior, donde seguro que hay una fuente de agua dulce,
encontraremos árboles más altos.
—¡Señoras y señores, ya casi llegamos! —Llamo a la tripulación. Los
gritos de respuesta estridentes.
—Disculpe, Capitana —dice Enwen, acercándose a mí—, pero
¿estamos seguros de que desembarcar es la mejor idea? La isla podría estar
encantada.
—Las sirenas rondan estas aguas, Enwen, ¿y te preocupan los
fantasmas? —pregunto.
—Fantasmas, demonios, banshees, espectros...
—No existen —interrumpe Kearan desde donde dirige el timón.
—Sí existen.
—¿Has visto alguna vez uno?
—No, pero hay historias.
—Historias que los padres cuentan a sus hijos para que se comporten
—dice Kearan—. Nada más. No son reales.
—Una vez dijiste que las sirenas no eran reales. Y ahora mira a
nuestra capitana —me mira—. Sin ánimo de ofender, Capitana. Usted está
bien.
—Gracias, Enwen.
—Resulta que tienes razón por una vez —dice Kearan—. Pero eso no
hace que el resto de tus supersticiones sean reales.
—¿Por qué?
—Porque... —se corta—. ¿Qué hago teniendo esta conversación?
Enwen, ve a parlotear con alguien que quiera escucharte.
—Te gusta escucharme.
—Realmente no me gusta.
—Basta —les digo a los dos—. Vamos a desembarcar. Fin de la
discusión. ¡Niridia! Lleva a todos a la cubierta.
Aunque no la veo, ella responde desde abajo.
—Sí, Capitana.
En cuestión de segundos, todos están reunidos, la tripulación está
ansiosa por un cambio después de dos días de un ritmo lento. Wallov tiene a
Roslyn sobre sus hombros para que pueda verme desde la cubierta. Lotiya y
Deshel tienen a Riden acorralado en el borde del barco, donde está sentado
encima de un barril.
Durmió durante un día entero después de su accidente. Una vez que
pudo ponerse de pie por sí mismo, se fue de mi habitación, se quitó de mi
vista. Ahora ni siquiera me mira mientras doy órdenes.
—No tenemos ni idea de lo que vamos a encontrar en esta isla —
aviso—, así que todo el mundo tiene que estar en guardia. Lo que sí
sabemos, sin embargo, es que en el pasado los hombres de mi padre se
encontraron con un grupo de sirenas en el agua frente a esta isla. Muy
pronto ordenaré a los hombres que se tapen los oídos hasta que estemos lo
suficientemente lejos tierra adentro como para que no sea un problema.
¿Queda entendido?
Miro con atención a cada uno de los hombres del barco. Ellos, a su
vez, asienten con la cabeza. Excepto Enwen, que parece haberse tapado los
oídos antes de que yo llegara al final de mi frase.
—Aunque las sirenas son las únicas criaturas que sabemos que
existen con seguridad, tenemos que entender que podría haber muchos otros
tipos de seres mágicos ahí fuera. No tengáis miedo, sólo precaución.
Estamos en aguas inexploradas, pero recuerden que mis antepasados
llegaron a la isla de las sirenas sin problemas, y no podían tener ni la mitad
de nuestros talentos.
Las chicas se ríen ligeramente.
—Estamos aquí para encontrar un nuevo mástil. Quiero entrar y salir
de la isla lo antes posible. Nos mantenemos juntos. Emparejaré a los
hombres con las mujeres mientras que necesiten tener las orejas taponadas.
Siempre habrá alguien de guardia. Radita irá a la cabeza. —Ella sabrá que
árbol es el perfecto para nuestro nuevo mástil—. Tan pronto como
tengamos este barco navegando de nuevo a toda velocidad, ¡seguiremos
hacia la Isla de Canta y el tesoro más allá de nuestros sueños más salvajes!
—¡Hurra!
Y entonces le quitaré todo a mi padre. Es el mayor castigo que se me
ocurre para él, pero no se equipara a alejar a una niña de su madre.
—Allemos —grito—. Ven aquí.
Me preocupa que me desafíe delante de toda la tripulación y tenga
que castigarle de nuevo, pero para mí alivio, obedece. Puede estar furioso
conmigo todo lo que quiera, pero sigo siendo su capitana. Me lo llevo a un
lado para que podamos tener una conversación privada.
—Puedes quedarte en el barco para vigilarlo mientras estamos fuera o
puedes venir a ayudarnos a encontrar un nuevo mástil. Esas son tus
opciones en este momento. Aunque te arrepientas, estás atado a ser un
miembro de esta tripulación. Es imposible que te vayas, y no permitiré que
seas un pasajero ocioso el resto del camino.
Su rostro es ilegible.
—¿Me estás dando a elegir?
No rompo el contacto visual.
—Creo que eres un idiota. Estás vivo gracias a mí, pero te empeñas
en odiarme por ello. —Su mandíbula se tensa. Sé que quiere discutir, pero
insisto—. Sin embargo, rompí la promesa que te hice. Por eso puedes elegir.
Se queda callado un momento.
—No te odio.
—Todo indica lo contrario.
No tiene nada que decir a eso. Creo que no va a responder en
absoluto. Entonces…
—Iré —dice—. Soy un miembro de esta tripulación. Mis fuerzas se
aprovecharán mejor obteniendo un nuevo mástil. La veré en tierra,
Capitana.
Capitana.
No era suficiente que su tono fuera indiferente, aceptando su destino
de estar atrapado en mi barco. Ahora tiene que distanciarse aún más de mí
negándose a llamarme por mi nombre, como acostumbra a hacer. Hay
mucho más que quiero decirle. Tanto que quiero exigirle. Una disculpa, por
ejemplo. Ya sea su capitana, su amiga o algo más, no debería haberme
hablado como lo hizo la otra noche. No lo dejaré pasar tan fácilmente.
Y luego respuestas. ¿Qué es lo que le atormenta tanto que prefiere
morir a ser salvado por mis habilidades? Esas conversaciones tendrán que
esperar hasta otro momento. Por ahora, tenemos que encontrar un árbol.
—Debes ser mi pareja en la isla —le digo. No le doy la oportunidad
de responder antes de salir a ayudar a soltar el ancla.
Puede estar molesto conmigo todo lo que quiera. No me disculparé
por haberlo salvado. Pero si tengo que ver a Lotiya o a Deshel guiándolo
por la isla mientras él no puede oír, no podré concentrarme en la tarea que
tengo entre manos.
Maldito sea.
Maldito sea Riden.
                        
***
 

Las aguas son claras mientras remamos hacia la orilla. Las olas nos
ayudan, empujándonos cada vez más cerca. Los hombres tienen los oídos
tapados, aunque todo indica que no hay sirenas. No podemos arriesgarnos.
No es que pueda sentirlas. He vivido toda mi vida sin saber que mi propia
madre vivía en la misma isla que yo. Si lo hubiera sabido, podría haberle
ahorrado años de esclavitud. ¿Habría huido de mí entonces? ¿Habría
evitado salvarla si hubiera sabido que me dejaría?
No.
Extrañamente, me reconforta darme cuenta, aunque no me hace estar
menos enfadada con ella.
La isla parece... normal a medida que nos acercamos. De alguna
manera, esperaba que una isla ligada a las sirenas tuviera un aspecto más
místico, aunque no estoy del todo segura de lo que eso supondría. Las
barcas encallan y desembarcamos, tirando de los botes de remos hasta la
arena para que las olas no puedan arrastrarlos de nuevo al mar. Observamos
nuestro entorno mientras pasamos de la playa de arena al suelo del bosque
cubierto de agujas. Una ardilla se da cuenta de que nos acercamos y se
escabulle por el tronco más cercano. El viento pasa entre las hojas de los
árboles y las agita. Los pájaros arrancan ramitas del suelo para hacer sus
nidos y algo cruje entre la espesa hierba. Probablemente un roedor de algún
tipo.
—Agrupaos con vuestras parejas —ordeno.
Mandsy engancha su brazo al de Enwen. Athella se acerca a Wallov.
Deros es reclamado por Lotiya, y Deshel se acerca a Riden. Le lanzo una
mirada que la hace retroceder un paso, y cojo la mano de Riden. Él mira
nuestras manos unidas, busca mi cara y vuelve a mirar nuestras manos.
Con las prisas por evitar que Riden tocara a otra mujer, lo he agarrado
sin pensar en cómo reaccionaría. Mis dedos se sueltan antes de que pueda
apartarse, cosa que estoy segura de que habría hecho. No le miro después,
pero le cubro la espalda por si algo sale corriendo de los arbustos.
Kearan, al que he emparejado con Sorinda, le tiende el brazo. Sorinda
lo mira fijamente, inmóvil. Él no lo retira, espera que ella haga algo. Nunca
he visto a Sorinda no intimidar a un hombre con una mirada, pero los dos
están atrapados en una batalla de voluntades, con el brazo de Kearan, que
ahora es más musculoso que graso, extendido entre los dos. Todas esas
flexiones le han sentado bien.
—Sorinda —digo, para recordarle sus órdenes mientras está en la isla.
Ella le devuelve el brazo a su lado, pero se queda cerca de él y
mantiene la mirada buscando en la zona que los rodea a ambos.
—No es tan malo, ¿sabes? —dice Mandsy, empujando su hombro
hacia Sorinda—. Ahora que está sobrio, tiene cosas interesantes que decir.
—No, no las tiene —replica ella.
—¿Cómo vas a saberlo? Nunca te quedas cerca de él si no sigues
órdenes.
—Y lo que oigo mientras sigo órdenes es bastante revelador. Es un
bufón torpe.
—Eso es bastante grosero.
—No puede oírme.
Kearan mira entre Sorinda y Mandsy.
—¿Estáis hablando de mí? —pregunta levantando demasiado la voz.
Sorinda pone los ojos en blanco.
La lluvia y la luz se humedecen ahora que deben filtrarse entre los
árboles para llegar a nosotros. Muchos senderos serpentean entre la maleza;
si fueron hechos por animales o por otra cosa, es imposible saberlo. En
cualquier caso, seguimos uno que nos aleja del mar. Controlo una brújula en
mi mano, para poder encontrar el camino de vuelta al barco. Radita se
queda cerca de mí, examinando los árboles a nuestro paso, pero aún son
demasiado pequeños.
Cuanto más avanzamos, más atrapada me siento. En el mar, puedo ver
kilómetros en cualquier dirección. Pero aquí, en tierra, en un bosque espeso,
cualquier cosa podría estar escondida. Una amenaza podría estar a un metro
de distancia, y yo no me daría cuenta. ¿Por qué alguien elegiría vivir en un
lugar como éste?
Cuando considero que estamos a una distancia segura del océano,
hago un gesto a los hombres para que saquen sus tapones. Enwen tarda más
en ser persuadido que los demás.
Sigo sin mirar a Riden. En su lugar, busco entre las coníferas,
asomándome entre sus ramas en busca de peligros ocultos. Una figura se
acerca a mí. Con la que estoy decidida a no cruzar la mirada.
—¿Qué fue eso? —pregunta Riden.
—¿Qué fue qué?
—Ya sabes qué. Me cogiste de la mano.
—Me pareció ver algo entre los árboles. Te estaba protegiendo. —La
mentira suena patética incluso para mis propios oídos.
—Ya veo. —Es todo lo que responde.
Cuanto más tiempo pasamos sin ver ninguna amenaza, más segura estoy de
que algo asqueroso nos está esperando en la siguiente colina. La vida
animal casi desaparece, como si estuvieran evitando el centro de la isla.
Después de una hora, llegamos a un claro. Un manantial de agua
dulce brota del suelo y da paso a un pequeño arroyo que se dirige al mar.
Una cueva, probablemente excavada hace tiempo por la fuente submarina,
descansa en el fondo de una elevación rocosa. Radita se acerca a un árbol
en el borde del claro, frente a la cueva. Lo examina cuidadosamente.
—No hay signos de deterioro. —murmura para sí misma. Luego—,
este pino alto es perfecto.
—Muy bien —digo—. Saca las cuerdas. Que las cuelguen alrededor
de los árboles vecinos. Riden, Kearan, la sierra.
Haeli y Reona, mis mejores aparejadoras, se suben a dos árboles
vecinos y colocan cuidadosamente las cuerdas. Ayudarán a sostener el árbol
mientras cae, dándole un descenso más controlado. También amortiguarán
el sonido de su caída. No necesitamos anunciar nuestra presencia. Lotiya y
Deshel hacen guardia mientras el resto se pone a trabajar.
Riden y Kearan marcan el árbol para que caiga en el ángulo que
queremos. Luego los dos manejan la sierra. Los demás nos envolvemos en
los extremos de las cuerdas, para poder usar nuestro peso para atrapar el
tronco.
Comienza el sonido chirriante del metal sobre la madera. Un pájaro
mueve la cabeza hacia un lado para vernos mejor con un ojo brillante. Tras
unos segundos, levanta el vuelo. Me digo que está huyendo de todo el jaleo
que hacemos y no de algo que viene hacia nosotros. He colocado los
relojes. No puedo hacer nada más para ayudar.
Mis ojos se alejan de la línea de árboles... Y se posan en los brazos de
Riden, que se flexionan mientras empujan la sierra a través del árbol.
Maldición, pero que músculos tiene.
—¿Hay algo en el brazo de Riden? —pregunta Niridia. Lo suelta
inocentemente, pero sé que no es así. Oh, me las pagará por eso más tarde.
Riden me mira por encima del hombro.
—Pensé que podría hacer que se moviera más rápido por pura fuerza
de voluntad —suelto.
—Si quieres venir a la sierra, te cambiaré el lugar con gusto —dice
Riden.
A las tres cuartas partes del aserrado, el árbol empieza a
resquebrajarse por sí mismo, y su peso lo hace caer hacia las cuerdas. Los
árboles cercanos con cuerdas hacen la mayor parte del trabajo para atrapar
el peso, pero aun así todos somos arrastrados un pie hacia adelante por la
tierra.
—Cortad la mayoría de las ramas tan cerca del tronco como sea
posible —pide Radita—, pero no cortéis el tronco. Guardad algunas ramas
más largas como asideros para llevarlo de vuelta a la nave.
Bajamos el árbol y empezamos a cortar con lo que tenemos. Algunos
trajeron hachas del barco. Otros sacan sus sables para las ramas más
pequeñas. Riden y Kearan toman la sierra para las ramas más bajas y
grandes. El trabajo es minuciosamente lento. Este pino tiene innumerables
ramas, lo que es una buena señal de que está sano, pero más trabajo para
nosotros. Mantengo un ojo en las que estoy cortando y otro en los árboles
circundantes, buscando algo que se acerque.
Puedo ver la parte posterior de la cabeza de Lotiya desde lo alto de la
elevación rocosa sobre la abertura de la cueva. Deshel está escondida frente
a ella, probablemente en uno de los árboles del otro lado del claro,
cubriendo nuestras espaldas.
Sin embargo, este lugar está demasiado lleno de vida animal y vegetal
como para creer que aquí no vive nada más. Sería el lugar perfecto para un
asentamiento, si el rey de la tierra descubriera este lugar. Y si las sirenas
emigran de este lugar, seguramente no puede estar vacío. ¿Por qué otra cosa
vendría si no hubiera hombres a los que cazar?
Golpeo un nudo en la rama que estoy abordando, así que pongo aún
más fuerza detrás de mi siguiente golpe, y la madera finalmente se rompe.
Las chicas se entrelazan entre sí para ir de una rama derribada a la
siguiente. No nos importan los cortes limpios ni los nudos. Podemos hacer
que las cosas parezcan bonitas más tarde.
La velocidad es mi única preocupación. Dentro y fuera de la isla.
Todos gimen por el peso del árbol mientras lo trasladamos, lo
arrastramos, empujamos y tiramos del tronco hasta el barco. Varias veces
tenemos que atar cuerdas y poleas a los árboles cercanos para llevar el
tronco por las colinas. Incluso con mi fuerza en la gorda base del tronco, el
árbol resulta un reto. Nos detenemos varias veces para recuperar el aliento.
Lotiya y Deshel siguen nuestros movimientos en un amplio arco,
listas para advertirnos a la primera señal de peligro. Todo mi cuerpo está
tenso, esperando una llamada de atención, segura de que debe llegar en
cualquier momento.
Cuando llegamos a la playa y el barco está por fin a la vista, un
suspiro colectivo resuena en el aire. Deshel vuelve de su posición y mira
hacia el lugar opuesto a su propia guardia, donde debería estar su hermana.
—¿Dónde está Lotiya? —pregunta Deshel.
Giramos las cabezas, pero nadie dice nada. Sé que no es probable que
se haya ido por su cuenta. La preocupación arraiga en mi pecho.
—¡Lotiya! —grita Deshel.
—Calla —le pido—. La buscaremos. —Miro entre la tripulación—.
Sorinda, Mandsy, Riden y Deros... vienen conmigo. Niridia, lleva el tronco
al barco. Radita, haz lo que puedas para que mi nave vuelva a funcionar.
—¿No quieres que vaya contigo? —pregunta Niridia.
—Si Lotiya está herida, necesitaré más a Mandsy.
Si no estoy en la nave, siempre necesito a una de ellas en mi lugar. No
puedo llevarme a las das.
—¿No debería ir yo también? —pregunta Kearan.
—No, necesito que tu fuerza se concentre en mover el tronco.
Kearan lanza una mirada en dirección a Sorinda con tanta rapidez que
casi me la pierdo.
—¿Y si te encuentras con un peligro? Podría...
—Tienes que quedarte, Kearan. Fin de la discusión.
—Me uniré a vosotros —exige Deshel.
—Por supuesto —digo—. Todos, muévanse.
La mayoría de la tripulación vuelve a arrastrar el tronco hacia el
barco, y mi pequeño grupo de seis se gira hacia la isla.
Es fácil volver sobre nuestros pasos. El tronco ha dejado un claro
rastro en el bosque, levantando tierra y plantas mientras lo arrastrábamos.
En otros lugares, nuestros pies dejaron profundos surcos en el suelo donde
el peso del pino nos hizo caer en el suelo del bosque.
Mantenemos el sendero a nuestra derecha, recorriendo el camino que
Lotiya habría tomado durante la guardia. He traído a Deros con nosotros
porque tiene cierta habilidad para rastrear en tierra. Él y su hermano vivían
juntos y pasaban los días cazando en el bosque en busca de comida, hasta
que su hermano sufrió un accidente. Otro cazador menos experimentado se
asustó y disparó antes de darse cuenta de que no era ninguna bestia la que
estaba cerca de él. Su muerte golpeó fuertemente a Deros. Quería olvidar
todo lo que le recordaba a su hermano. Así que buscó trabajo en el mar,
encontrando a mi tripulación.
—Aquí —avisa—. He encontrado su rastro.
—Hay más de uno —añade Sorinda.
—Sí —coincide Deros.
—Alguien se la llevó. —descifra Mandsy.
Incluso yo puedo adivinar que las líneas que se trazan sobre el suelo
cubierto de agujas indican que fue arrastrada.
—También hay sangre —dice Deshel, aspirando más la voz que de
costumbre.
Deros nos lleva a un ritmo más rápido por el bosque ahora que hemos
encontrado el sendero, pasando entre las ramas de los árboles, saltando
sobre las raíces, esquivando arbustos y zarzas. Y este nos lleva de vuelta al
claro. Las gotas de sangre terminan justo en la boca de la cueva.
 

 
Capítulo 12
 

EL HEDOR DE LA CUEVA es abrumador. No puedo creer que no


se pueda oler desde fuera. Es carne en descomposición y desechos
humanos, todo en uno. El flujo de aire es limitado, lo que hace que los
olores sean casi abrumadores. Mandsy se tapa la nariz con la blusa. Sin
embargo, el olor no es tan molesto como los huesos. Cubren el suelo como
una alfombra. Bajo una de las antorchas, que hemos fabricado con ramas,
telas rasgadas y savia de árbol, para ver mejor.
—Reconozco huesos de ciervo, gato montés y conejo. —identifica
Deros.
—Estos son humanos. —añado yo, señalando un montón de cráneos.
—Pensé que estábamos siguiendo huellas humanas —dice Riden—.
Pero esto es la guarida de algún tipo de bestia.
—Yo tampoco lo entiendo. —concuerda Deros.
—¿Vamos a quedarnos aquí hablando de lo que no entendemos, o
vamos a salvar a mi hermana? —pregunta Deshel.
—No puedo distinguir un rastro en esto, capitana —dice Deros—. Lo
siento.
—Yo iré delante ahora. —digo.
Caminamos en fila india, cada uno con una antorcha para iluminarse.
Riden está a mi espalda. Le siguen Mandsy, Deros y Deshel. Sorinda va en
la retaguardia. Nos movemos lentamente, haciendo todo lo posible por no
hacer ruido, lo cual es difícil cuando los huesos crujen bajo nuestros pies.
Las paredes de la cueva no son lisas como las de los túneles del torreón.
Son irregulares y ásperas. Todo está mojado. El agua gotea del techo y se
desliza por los lados. Debe haber pequeñas aberturas a lo largo de la cueva
para que la lluvia entre.
Soporta todo el crecimiento de los insectos. Las telarañas salpicadas
de gotas de lluvia anidan en las esquinas. Bichos con demasiadas patas
corren por las paredes. Las lombrices se retuercen sobre el suelo rocoso a
nuestros pies. Los grillos llenan el espacio con sus gorjeos. Se me eriza la
piel al verlo. Me enfrentaría a cosas mucho peores por cualquiera de mi
tripulación, pero ¿tenía que haber bichos? Cuando llegamos a una
bifurcación del camino, hago que todos se detengan.
—¿A qué estáis esperando? —pregunta Deshel—. Solo tenemos que
dividirnos.
Nuestro grupo ya es pequeño como esta, tenemos que ser…
Un grito -un sonido de pura agonía- recorre mis sentidos, poniéndome
los pelos de punta.
—¡Lotiya! —grita Deshel—. ¡Ya voy!
Sale como un rayo por el túnel de la derecha, y los demás no podemos
hacer otra cosa que seguirla. Los huesos se dispersan con sus pasos
desesperados. Ella serpentea por las esquinas, escoge caminos al azar
cuando el túnel se bifurca una y otra vez. Casi la alcanzo cuando se detiene
bruscamente. El túnel se estrecha hasta llegar a un callejón sin salida.
—¡Maldita sea! —grita. Intenta darse la vuelta, pero la agarro por los
hombros. Con fuerza.
—Deshel, la encontraremos, pero no así. Tienes que parar. Escucha.
No la encontraremos de esta manera. Todo lo que has hecho es perdernos.
La agarro del brazo. Juntas, nos damos la vuelta y empezamos a subir
por donde hemos venido. Otro grito sale de los túneles. Aprieto el brazo de
Deshel con tanta fuerza que jadea de dolor. Cuando tengo su atención,
señalo una de mis orejas.
Escucha.
Con cuidado, en silencio esta vez, seguimos los sonidos, rastreándolos
hasta su origen. Bajamos por túneles delgados, subimos por una leve
elevación, y nos dirigimos a la izquierda en dos bifurcaciones más. Estoy a
punto de doblar otra esquina, cuando los gritos se cortan. El miedo se
apodera de mi vientre. Los gritos son buenos. Gritar significa que Lotiya
sigue viva. Pero ahora...
—Esperad aquí —digo al grupo. Le encargo Deshel a Deros, para que
no pueda desobedecer las órdenes. Tan silenciosa como siempre, me
escabullo por la siguiente esquina y me agacho inmediatamente. Hay un
saliente donde termina mi túnel. Debajo hay una amplia caverna, con varios
túneles que se ramifican desde ella en diferentes direcciones.
Un cuerpo se arrodilla a mi lado. Riden. Podría abofetearlo ahora
mismo por no escucharme, pero eso alertaría a los hombres de la caverna
que están delante de nosotros, de nuestra presencia.
Desde nuestra posición, vemos las espaldas de tres hombres. Miro a
Riden, que está tan sorprendido como yo. Estaba segura de que
encontraríamos algún monstruo. ¿Por qué habría hombres en el lugar donde
se alimenta una bestia viciosa? Su atuendo no es diferente al nuestro, salvo
que está bastante sucio y desgastado con rasgaduras y desgarros. No son
nativos, entonces. ¿Quizás sean hombres de la flota del rey de tierra que
naufragaron aquí durante una de sus excavaciones?
Sean quienes sean, están acurrucados sobre algo que tienen delante,
masticando con fuerza y chupándose los labios. Aparte de los hombres y su
comida, no parece haber nada más en el espacio, salvo varias antorchas
encendidas que han sido clavadas en el suelo a lo largo de los bordes.
Examino detenidamente la sala y las salidas antes de indicarle a Riden que
debemos retroceder hasta la esquina.
—¿Qué pasa? —susurra Sorinda.
—Hombres. Tres de ellos. No hay señales de Lotiya.
—Deberíamos enfrentarnos a ellos —dice Deshel—. Hacer que nos
digan a dónde podría haber llevado la criatura a Lotiya.
Sorinda se aparta de la pared en la que se había apoyado.
—Y podemos amenazarlos con atarlos y dejarlos para lo que sea que
haya en esta cueva si no nos dan respuestas.
—Hagámoslo —concuerdo.
Uno a uno, bajamos silenciosamente de la cornisa a la caverna. No se
apartan de su comida cuando nuestros pies tocan el suelo. Probablemente
no puedan oírnos por encima del sonido de sus propios mordiscos. Los
hombres pueden ser tan desagradables, especialmente cuando creen que
nadie está mirando. Cuando Sorinda baja la última, hablo enérgicamente a
los hombres con los que hemos tropezado.
—Daos la vuelta lentamente.
Sus espaldas se enderezan al oírme hablar. Se giran, y espero que
corran o saquen las espadas que llevan en la cintura o pidan ayuda. Sangre
roja y brillante corre por sus barbillas. Sus ojos están apagados, sin vida,
como si sus cuerpos fueran sólo cáscaras vacías. Y entonces, en una de sus
manos, veo los restos de un brazo con parte de la camisa de Lotiya aún
pegada a él.
Deshel empieza a chillar mientras los hombres se abalanzan sobre
nosotros. Mi mano se dirige a mi pistola, amartillándola mientras la alzo.
Mi pistola no es la única que se dispara. Los tres caen, con la sangre
manando de sus múltiples agujeros en el pecho. Los disparos resuenan por
los túneles mucho después de ser abatidos.
Miro fijamente los cuerpos durante un largo rato, hasta que me la
enfermiza comprensión llega a mi mente. Sé quiénes son estos hombres.
Deshel corre hacia los restos de su hermana. La garganta de Lotiya ha
sido arrancada. Le falta una pierna y un brazo y mucha sangre. Está por
todo el suelo de la cueva. Gritos y gruñidos de animales suenan por la cueva
y se acercan, alertados de nuestra presencia por los disparos. Mandsy va
hacia el cuerpo de Lotiya, como si pudiera hacer algo para ayudar. Pero es
inútil. Ella ha desaparecido. Me escuecen los ojos al ver lo que queda de
ella. Deshel empuja a Mandsy a un lado y agarra el cuerpo de su hermana.
Se lo echa a la espalda.
—Salgamos de aquí —dice, con una mirada de acero en sus ojos.
Tiene razón. No hay tiempo para lamentarse ahora. Tengo que sacar al
resto de nosotros con vida. Hay cuatro caminos que conducen a la salida de
la caverna, sin incluir la cornisa de la que nos hemos dejado caer. Uno de
ellos tiene que llevarnos fuera. Con un cuerpo que cargar, la cornisa no es
nuestra mejor opción.
—Vendrán por éste —digo, indicando el segundo túnel desde la
izquierda, el más ancho, naturalmente, donde los gruñidos son más fuertes
—. ¿Podéis ver algo en los otros túneles?
El grupo se dispersa, analizando los otros túneles circundantes.
—¡Capitana! —grita Mandsy—. ¡Puedo sentir una brisa por este!
Los gruñidos inhumanos se hacen más fuertes, están incómodamente
cerca de nosotros ahora.
—¡Corred!
 

 
Capítulo 13
 

CORREMOS POR NUESTRAS VIDAS por el túnel que encontró


Mandsy. Finalmente, una pequeña luz aparece delante. La luz del sol. Una
salida.
Miro por encima del hombro. Los caníbales aún no están a la vista,
pero estoy segura de que no tardarán en descubrir por dónde hemos ido. Me
choco con la espalda de Riden. Él se gira y me estabiliza antes de que caiga
al suelo, y me froto los brazos donde me he golpeado con él.
—¿Por qué nos paramos? —grito al mismo tiempo que veo el
problema.
Un derrumbe. La luz del sol se filtra por una pequeña abertura, no lo
suficientemente grande como para que quepa una persona, todavía no. Las
chicas han sacado sus sables y golpean la pared con las empuñaduras. Deros
trata de encontrar asideros en las rocas para apartarlas del camino.
—¡Seguid así! —Les grito.
Clavo mi antorcha en el suelo delante de mí, saco mi espada y me
preparo para recibir a los voraces hombres. Riden está a mi lado, listo para
ayudar. Apenas cabemos uno al lado del otro.
—Toma —dice y me entrega su espada mientras recarga su pistola—.
No bromeabas cuando hablabas del peligro que corre tu tripulación.
—Nos gusta mantener las cosas interesantes.
—Y fatales.
Los caníbales están ahora a la vista, corriendo a toda velocidad.
Riden echa más pólvora en su pistola, apunta y dispara. El primer
caníbal de la fila cae, haciendo tropezar a los que vienen detrás. Algunos
son lo suficientemente inteligentes como para saltar sobre el caído y seguir
corriendo. Le devuelvo a Riden su espada y empezamos a rechazarlos. Los
caníbales se extienden hasta donde mis ojos pueden ver en la escasa luz.
El primero que me alcanza tiene los ojos inyectados en sangre, una
cicatriz en la frente en forma de K y el pelo largo y enmarañado. Me lanza
su espada a la cabeza, y yo alzo la mía para desviarla. Luego vuelve a
intentarlo. Es rápido, pero después de tres veces de esta acción repetitiva,
me desvío en cuanto empieza a mover el brazo hacia abajo y le doy un
hachazo en el codo. El brazo se desprende limpiamente y se produce un
grito que me hace querer arrancarme las orejas. Lo silencio con una
puñalada bien colocada.
Sólo necesito un intento para confirmar mis sospechas. A los hombres
no les afecta mi voz. Sus mentes ya han sido encantadas por sirenas mucho
más poderosas que yo. Queda muy poco de los hombres que una vez
fueron. No tienen habilidad con la espada. Sus golpes son imprecisos,
inoportunos, salvajes como niños pequeños con palos de juguete. Son
desesperados, rápidos, emergentes. Se diría que son ellos los que luchan por
su vida y no nosotros. Pero están descansados y llenos de energía, a
diferencia de nosotros.
—Uno de estos días estaría bien hacer algo normal contigo —dice
Riden mientras le da un puñetazo en la cara al que se asoma y luego
apuñala al caníbal en el estómago.
—Creía que estabas enfadado conmigo.
—Todavía lo estoy, creo, pero no parece tan importante cuando
estamos luchando por nuestras vidas.
Bien, entonces.
—¿Qué tenías exactamente en mente?
Le doy una patada a mi propio agresor, justo en la boca. Debo de
haberle arrancado unos cuantos dientes.
—No lo sé. Podríamos comer juntos.
¿Comer juntos? No sé a qué se refiere.
—Oh, vamos, esto es mucho más divertido.
Seguimos retrocediendo mientras los cuerpos se amontonan frente a
nosotros. El sonido del metal golpeando la roca sigue sonando a nuestras
espaldas.
—Reconozco que me siento más vivo cuando creo que estoy a punto
de morir. —dice.
—No vas a morir. —Le digo.
Es entonces cuando uno de ellos me salta encima. Había estado
luchando contra un caníbal, y el siguiente, en lugar de esperar su turno, se
lanza sobre el primero y me aplasta sobre la espalda mientras mi espada
sale volando de mi mano.
El impacto habría sido suficientemente doloroso sin que los huesos
del suelo se me clavaran. Unos dientes como los de un tiburón me muerden
el hombro y suelto una especie de gruñido. Llevo la mano izquierda a la
garganta del caníbal, apretando y empujando esas agujas fuera de mi piel.
Se han limado hasta convertirse en puntas. Están rechinando, deseosas de
clavarse en mi piel una vez más. Su aliento es rancio. Tengo que
atragantarme con mi última comida.
Riden está ocupado bloqueando el túnel por sí mismo mientras yo
busco frenéticamente mi espada. Finalmente, mi mano encuentra algo duro
y pesado. Un fémur humano, creo. Lo estampo sobre la cabeza del caníbal,
que queda inconsciente al instante. Lo empujo y me contoneo para quitarme
el peso muerto de encima. Dos segundos después vuelvo a tener mi espada
en la mano. Mato al hombre al que acababa de dejar inconsciente -no quiero
que vuelva a despertarse- mientras Riden retiene al resto.
Ahora estoy sangrando, y los caníbales se ponen aún más frenéticos
por eso. Al parecer, sus propios compañeros sangrantes que yacen en el
suelo de la cueva no tienen ningún atractivo para ellos. Sólo los marineros
no encantados que tienen la suerte de desembarcar en esta isla, les
despiertan el apetito.
Un resquicio más y oigo rocas cayendo en cascada detrás de mí. La
luz irrumpe en el túnel, cegando temporalmente a los caníbales que tenemos
delante.
—¡Corred! —Vuelvo a gritar.
La luz me quema los ojos al girar, y al principio corro a ciegas,
tropezando con las rocas y el suelo del bosque. Pero no me detengo. Mi
respiración hace que me duela la garganta, pero ignoro el dolor. Sólo puedo
imaginar cómo se deben sentir los demás si yo me estoy cansando.
Están a sólo unos metros detrás de nosotros. A Deshel le frena el
cuerpo que lleva, pero ninguna palabra la convencería de dejarlo caer.
Tampoco soñaría con hacerlo. No ser enterrado en el mar es estar
condenado por la eternidad, sin encontrar nunca el descanso con las
estrellas.
Deros y yo llegamos primero a la playa. Nuestras zancadas no decaen
mientras empujamos con nuestras fuerzas el único bote de remos que nos
han dejado, sumergiéndolo en el océano. Los demás se tiran dentro y por fin
vamos a la deriva hacia el barco. Hacia la seguridad.
Los caníbales se meten en el agua. Deros y yo remamos con todas las
fuerzas que nos quedan. Pero tan pronto como entran en el agua, se
tambalean, luchando por conseguir llegar a la arena, tragando agua y
ahogándose.
Hace tiempo que olvidaron cómo ser hombres.
                        

***
 

—¿Qué ha pasado? —pregunta Niridia cuando finalmente nos


arrastramos de vuelta al barco—. ¿Qué bestias han hecho esto? —Mira con
horror el cuerpo de Lotiya.
—Hombres —responde Sorinda.
—No sólo hombres —añado yo—. Hombres embrujados. Una vez
fueron piratas. Hombres de la propia tripulación de mi padre.
—¿Cómo es posible? —pregunta.
—En su primer viaje aquí, mi padre afirmó que fueron atacados por
sirenas, pero no todos sus hombres lograron salir de la isla. Parece que los
que se dieron por muertos fueron encantados para vigilar este lugar y darse
un festín con cualquiera que se detuviera en su camino hacia la Isla de
Canta.
—¿Cómo sabes que eran los hombres de tu padre? —pregunta Riden.
Se coloca cerca de Deshel, que aún no ha soltado el cuerpo de Lotiya.
—Algunos de ellos llevaban la marca de Kalligan. Los hombres de mi
padre se distinguen por llevar la letra K en la frente. Hace años, los que
querían demostrar realmente su lealtad se la grababan en la carne, dejando
que la piel quedara tatuada. Padre ha suprimido casi todo eso, ya que
dificulta esconderlos en una multitud o enviarlos como espías.
—Un momento —dice Enwen—. ¿Me estás diciendo que puedes
hechizar a los hombres para convertirlos en caníbales?
—No. Sólo soy medio sirena, y mis habilidades duran sólo mientras
canto una canción para los oídos de un hombre. Tan pronto como mi
canción se desvanece, el hechizo termina. Parece que las sirenas completas
son mucho más poderosas que yo.
Enwen saca la lengua con asco, como si imaginara su propia vida
como caníbal. Todos los demás guardan silencio mientras asimilan la nueva
información. Deshel lo rompe al soltar una sola carcajada, una sin humor.
—Arriesgamos nuestras vidas para salvar a una sirena. Que luego nos
abandonó para que nos persiguiera el rey. Y ahora casi nos comen vivos por
culpa de los encantamientos que hizo esa sirena hace tiempo. —Su mirada
me corta como un cuchillo—. Espero que sientas que su vida valió la de mi
hermana. —Deja el cuerpo en el suelo.
Un nuevo tipo de silencio llena la nave, el de las respiraciones
contenidas. Ya estoy corriendo hacia ella. Tengo un puñado de su camisa en
mis manos mientras la golpeo contra la barandilla del barco y la inclino
hacia atrás, de modo que la mayor parte de su peso se tambalea en la borda,
sostenida sólo por mis brazos. Esa forma de hablar se inclina hacia el motín,
y no lo permitiré.
—Lotiya era familia para mí, no de la forma en que lo era para ti,
pero sí de todas las que importaban. —Aflojo mi agarre, y coloco su peso
de nuevo en la nave—. No puedo deshacer lo que se ha hecho. Pero
recuerda, les di a todos, la opción de quedarse o irse antes de emprender
este viaje. Y tú tienes que elegir ahora, Deshel. Puedes echarme toda la
culpa a mí, dejar que la amargura y el resentimiento te llenen hasta que ya
no seas capaz de navegar con mi tripulación. O. Puedes aceptar que tu
hermana conocía los riesgos y decidió navegar en busca de aventuras y
tesoros de todos modos. Llorarás por ella. Todos lo haremos, pero podemos
seguir luchando y viviendo nuestras vidas como ella querría. Ahora, ve
abajo y límpiate. Tómate un tiempo para adaptarte. Decide lo que vas a
hacer.
La suelto. Ella no tiene palabras que responderme. Todavía no. Se
desliza bajo la cubierta.
—En cuanto al resto de ustedes, preparen el barco para zarpar. El rey
podría estar sólo a un día de nosotros.
Ya han empezado a cortar y alisar nuestro nuevo mástil para darle
forma, y Radita se pone a ordenar a todos que vuelvan a la tarea.
Probablemente sea un exceso, ya he visto que los caníbales no saben nadar,
y no parecen lo suficientemente inteligentes como para usar barcos, pero
después de que una se enfrenta al peligro de ser comida viva, no creo que
eso importe realmente. En cualquier caso, pongo los relojes mientras
hacemos las reparaciones. Una mano me agarra suavemente el codo.
—Ven —dice Riden—. Vamos a limpiarte.
Ahora me doy cuenta de que todavía estoy cubierta de sangre, y mi
hombro necesita ser desinfectado. Probablemente con una botella entera de
ron.
—Mandsy —dice él—, tu kit de curación.
—Iré a buscarlo.
—Y algo de agua. La capitana necesita lavarse.
Me lleva hacia mis aposentos, ahora de la mano, y yo le dejo. Me da
algo de tiempo para pensar en algún exabrupto que estoy a punto de darle.
Le digo que se quede en la cubierta mientras repongo mis habilidades y él
baja. Le digo que se quede en la cueva con todos los demás y me sigue. No
puedo tener gente en esta nave en la que no pueda confiar.
Cierra la puerta de mi habitación y hace que me siente en la cama.
Después de examinar mi hombro por un momento, se lleva la mano a su
bota y saca un cuchillo.
—¿De dónde has sacado eso? —le pregunto.
—Lo gané en una partida de cartas con Deros. Siempre pierde sus
cuchillos contra nosotros. —No me mira mientras habla. En cambio,
mantiene su atención en el cuchillo, que baja cerca de mi hombro.
—¿Qué estás haciendo? —Me quejo, apartando su mano.
—Cortando la manga de tu corsé. Necesito ver bien el mordisco.
—¿Y arruinar mi corsé? ¿Estás loco?
—Alosa, ya está manchado de sangre. Dame un descanso.
—¿Darte un descanso de qué?
—De discusiones.
—Tú eres el que necesita darle un descanso. Se está convirtiendo en
un hábito: desobedecer y cuestionar las órdenes.
—Entonces, castígame de nuevo —dice—. Pero ahora mismo
tenemos que limpiarte.
Levanto los dos brazos, posiblemente en un intento de estrangularlo,
pero me arde el hombro y tengo que conformarme con gritar.
—¡No se trata de castigarte! Se trata de que me escuches. Necesito
marineros bajo mi mando en los que pueda confiar.
Esos ojos marrones brillan con dolor por un instante antes de
endurecerse.
—Puedes confiar en mí.
—¿Puedo? Te paseas por debajo de la cubierta cuando se te ha
ordenado que te quedes arriba. Me sigues hacia el peligro cuando te dicen
que te quedes atrás.
—Mis disculpas, Capitana.
—No te disculpes si no lo dices en serio. ¿Piensas desobedecer las
órdenes de nuevo?
Mira al suelo por un momento, buscando las palabras adecuadas. Me
atraviesa con esa mirada suya cuando las encuentra.
—No puedo evitarlo cuando se trata de ti.
—¿Qué significa eso?
—Solía ser capaz de racionalizar. Cuando estábamos en el Rondador
Nocturno, podía dejar de lado los sentimientos y centrarme en lo que era
importante. En ese momento, era darle a Draxen lo que quería. Pero eso ya
no es lo más importante para mí. —Trago con fuerza durante su breve pausa
—. Me tienes fascinado. Necesitaba verte cuando estabas en el calabozo.
No me gustaba la idea de que estuvieras sola y no podía evitar mi
curiosidad. Tenía que ver cómo eras cuando eres... diferente. Tienes tanto
poder. Me tentaste con un solo movimiento de tu dedo. Y, sin embargo,
cuando eres tú misma, tratas a esta tripulación como si fueran tu familia. Te
gusta fingir que eres muy dura y que nada te hace daño, pero te preocupas
profundamente. Y cuando estábamos en la cueva, me ordenaste que me
quedara atrás. Estabas tratando de proteger a todos de nuevo. No te importa
ni un ápice ponerte en peligro si es el precio para mantener a todos los
demás con vida.
Da un paso hacia adelante, y mi corazón late más rápido ante su
proximidad.
—No valoro mi vida por encima de la tuya, y no podía dejar que te
enfrentaras sola al peligro. Quería formar parte de tu tripulación para poder
luchar contigo, no para que intentaras salvarme a mí. Me hice una promesa
—continúa—, después de dejar a Draxen en el puesto de suministros. No
iba a seguir órdenes ciegamente como lo hice como primer oficial del
Nocturno. No quiero ser el hombre que no hace lo que cree que es correcto
porque está demasiado ocupado siguiendo órdenes. Quiero tomar mis
propias decisiones. Especialmente en lo que a ti se refiere.
Me quedo sin palabras, completamente sorprendida por su
razonamiento. Continúa, alargando una mano para acariciar mi pelo.
—Eres preciosa, la persona más impresionante que he visto nunca. No
tienes miedo. Te gusta el peligro. Te gusta hacer reír a tus amigos y
acobardar a tus enemigos. Tienes el poder de obtener todo lo que deseas,
aunque has trabajado duro para conseguir todo lo que tienes. Así que no,
Alosa, no puedo prometerte que no volveré a ignorar las órdenes. Como
dije, cuando se trata de ti, no tengo control sobre lo que hago.
Me pongo de pie y me acerco a uno de los ojos de buey de la
habitación para mirar la luz del sol que se desvanece. Necesito poner
distancia entre nosotros para no hacer algo embarazoso. Como expresar mis
sentimientos o lanzarme contra él de nuevo. Respiro profundamente,
intentando calmar los latidos de mi corazón, intentando concentrarme en el
dolor de mi hombro.
Pero entonces siento que su mano acaricia la base de mi cuello. Casi
me sobresalto. Ni siquiera le había oído acercarse. ¿Cuándo me he relajado
lo suficiente con Riden como para dejar de considerarlo una amenaza? No
tengo la guardia alta. Y, extrañamente, esa constatación no me molesta. Sus
dedos se deslizan por mi cuello hasta llegar a mi pelo, levantando las hebras
de mi piel. Mi corazón da un salto al sentir su aliento allí.
—Tus hechizos duran mucho después de que tu canción se
desvanezca. —Su voz adquiere un tono más ronco y mis sentidos se
agudizan con ella.
Sus labios me rozan el cuello y empieza a besarme hasta el
nacimiento del pelo. Mi cuerpo se estremece, una reacción incontrolable
ante él. Sonríe contra mi piel, complacido por la respuesta. Trago saliva.
—Creía que ya no debíamos besarnos.
—No nos estamos besando —susurra—. Te estoy besando yo a ti. —
Su mano libre se desliza alrededor de mi cintura, apretándome contra él—.
Tu piel sabe tan bien. —Sus dientes me mordisquean el cuello y un jadeo
excitado sale de mi boca.
Estoy a punto de rodearlo, posiblemente para exigirle un beso o cincuenta,
pero entonces llega Mandsy con su equipo.
—Lo tengo todo —dice alegremente—. Te curaré en un santiamén.
Él no se mueve. Yo sigo mirando hacia la ventana, así que no puedo
imaginarme la expresión de su cara.
—O puedo volver más tarde —dice con el mismo tono de voz alegre.
Nada la perturba.
—No —dice Riden—. La Capitana necesita ser atendida ahora. Te
dejaré con ella.
Sus cálidos brazos me abandonan, y sus pasos se retiran hasta que se
cortan por completo al cerrarse la puerta.
¿Qué demonios acaba de pasar? ¿Cree que he olvidado cómo
reaccionó cuando le salvé de ahogarse? No puede hacer que todo
desaparezca con sólo tocarme. Aunque, aparentemente, sí puede, ya que me
olvidé completamente de todo en ese momento.
Sacudo la cabeza y me vuelvo hacia Mandsy. No parece que haya
visto nada importante. Está sonriendo, pero siempre sonríe.
—Siéntate, Capitana. —Señala la cama.
No me doy cuenta del calor que tengo hasta que Mandsy me pone un
paño frío en la cara ensangrentada. Su peso es un consuelo, a diferencia de
todo lo demás.
Lotiya ha muerto. Mi padre está casi sobre nosotros. Mi madre
probablemente esté nadando en algún lugar sin preocuparse por el mundo.
Mis músculos se martillean por las peleas, las carreras y el trabajo pesado.
Y ni siquiera puedo empezar a entender a Riden. Todo se me acumula, y no
quiero lidiar con nada de eso.
—¿Por qué has tardado tanto? —Le pregunto para distraerme.
—He tardado en abrir un barril de agua dulce.
Su respuesta es demasiado precipitada. Vuelve a entrometerse y yo
entrecierro los ojos ante ella.
—Oh, de acuerdo. Solo… pensé que los dos podrían pasar un ratito
agradable juntos. Lo menos que podía haber hecho era ayudarte a quitarte la
ropa para que yo pudiera…
—¡Mandsy!
Ella levanta las manos defensivamente.
—Sólo estoy diciendo...
—Bueno, deja de decir sólo.
—Claro que sí, Capitana.
Permanece en silencio, pero no abandona su rostro una sonrisa
cómplice.
                        

***
 

Mandsy me ha limpiado en poco tiempo. No he necesitado puntos,


aunque es probable que tenga los caninos de ese hombre impresos en mi
carne para siempre.
Para cuando salgo de mis habitaciones, el mástil está cortado a escala,
y la tripulación lo baja con cuidado en el espacio que dejó el anterior. Es un
acto de equilibrio, levantar una pieza de madera tan enorme sin que el barco
se vuelque. Han colocado poleas en el trinquete y el palo de mesana para
poner el tronco en posición vertical, y yo me acerco a ayudar. Una vez
hecho esto, tenemos que fijar los travesaños y sujetar la cofa de Roslyn en
la parte superior. A continuación, se fijan las velas.
En cuanto el mástil está en funcionamiento, volvemos a zarpar. Radita
está un poco disgustada por no poder pulir todos los desperfectos, pero es
vital que volvamos a navegar. La tripulación grita cuando las velas se llenan
de viento. Empezamos a movernos de nuevo a nuestro rápido ritmo
habitual. Miro por encima de mi espalda al horizonte; aún no hay rastro de
la flota.
Por la noche encendemos las linternas. Dejamos que los restos del
cuerpo de Lotiya vayan a la deriva hacia el mar, enterrados con los piratas
caídos antes que ella. Cuando su alma se separe de su cuerpo, seguirá la luz
de la linterna y encontrará la superficie del agua. Desde allí, podrá ver las
estrellas y volar a los cielos. Cada alma que se separa de este mundo es una
estrella en el cielo. Viven en paz, reunidas por fin con los seres queridos
perdidos.
Deshel permanece en silencio durante todo el asunto, sin apartar los
ojos del agua, como si deseara que su hermana volviera a la vida. Mi propio
corazón sufre por la pérdida. Puede que Deshel me culpe a mí, pero yo
culpo al hombre que me obligó a actuar así. Mi padre tiene la culpa. Nadie
más.
                        

***
 

Después de otra semana en el mar y sin señales de la flota, me relajo.


Hemos puesto algo más de distancia entre nosotros, y no siento la necesidad
de mirar por encima del hombro cada hora. Mi herida se está curando bien,
y todo el mundo está de mejor humor. Por fin tengo tiempo para ocuparme
de otras cosas.
Las cosas de Riden.
Lo encuentro debajo de la cubierta, sentado en una litera frente a
Deshel, ambos con los rostros sombríos. Él pone una mano consoladora en
su hombro. Me pregunto si se siente culpable por todas las quejas que dio
de las hermanas. Intenta compensarlas de alguna manera. Mientras le veo
consolarla, me asalta la idea de lo bueno que es. Me burlo de sus intentos de
ser honorable, pero en este momento, es tan fácil ver que realmente es una
persona generosa y considerada. Estoy segura de que imagina cómo se
sentiría si perdiera a su hermano. Tiene tanta bondad para ofrecerle a una
mujer que normalmente no soportaría.
Y, sin embargo, cuando una mujer que sí le gusta le salva la vida, no
obtiene más que desprecio. Y luego tiene la audacia de tocarme, de
susurrarme pensamientos tentadores al oído, de besar mi piel. Como si no
hubiera pasado nada.
La ira que me recorre podría hacer hervir el mar. Me acerco a los dos.
—A veces me olvido de que se ha ido. —Le dice Deshel—. Me
sorprendo buscándola, incluso gritando su nombre. Y entonces me
acuerdo.... Esa es la peor parte. Darme cuenta una y otra vez. También hay
un dolor constante, pero entonces me golpea de repente.
—Había veces que me olvidaba de que mi padre había muerto —
cuenta Riden—, pero siempre sentía alivio cuando lo recordaba. No puedo
imaginar lo que sería en tu situación. Lo siento mucho. Estoy aquí cuando
quieras hablar.
—Gracias. Aunque creo que ahora me gustaría estar sola.
Deshel levanta la vista, notando mi presencia.
—Capitana. —Se levanta y da un paso hacia mí—. Sobre lo de antes,
siento lo que dije. No te culpo. Me dolía -me duele- más que nunca.
—Ya está olvidado.
Ella asiente una vez antes de volver a tumbarse en su litera.
—Necesito verte en mi camarote —le digo a él.
—¿Pasa algo? —pregunta.
No le respondo. Me dirijo a las escaleras de arriba, esperando que me
siga. Me relajo un poco cuando oigo sus pasos detrás de mí. Pero sigo
preocupada por la conversación que se avecina. No sé cómo irá. Si sólo
empeorará las cosas. Cierra la puerta tras él al entrar en mi habitación. La
luz natural se cuela por los ojos de buey, iluminando sus hermosos rasgos.
Se apoya en la pared, cruzando los brazos perezosamente sobre el pecho.
—¿Qué he hecho?
—Estoy preparada para tus disculpas. —digo.
Parpadea y se endereza.
—¿Por qué me disculpo?
Me aseguro de que mis palabras sean claras y hago lo posible por no
levantar la voz.
—No puedes decidir cómo tratarme en función de tu estado de ánimo.
No me importa tu gratitud; no la necesito. Eres un miembro de mi
tripulación, y yo trataría de salvar a cualquiera que cayera por la borda
durante una tormenta. Pero tu reacción fue completamente injustificada. Sí,
rompí una promesa, pero te salvé y todo salió bien.
Sus brazos cruzados se levantan mientras sus músculos se tensan,
pero sigo presionando.
—Estuviste enfadado hasta que nuestras vidas volvieron a estar en
peligro. No parece tan importante cuando luchamos por nuestras vidas. —
Le devuelvo sus palabras.
—Alosa…
—No he terminado.
Cierra la boca de golpe.
—Se te permitió rechazarme cuando estoy en mi momento más
vulnerable, luego enfurecerte conmigo por rescatarte, luego tocarme y
besarme y expresar tus sentimientos cuando te conviene. Quiero respuestas
de por qué te has comportado así. Y quiero mi maldita disculpa, ¡y la quiero
ahora!
Descruza los brazos.
—¿Puedo hablar ya?
Le hago un gesto con la cabeza para no caer en otra perorata.
—He sido egoísta —confiesa—, pero tú también.
—Así no suena una disculpa.
—Tú has tenido tu turno para hablar. Ahora me toca a mí. ¿Echarte
encima mía cuando tu mundo se derrumba? Egoísta. Estabas tratando de
usarme. Quería más de ti que eso.
No se me escapa que ha dicho quería. Tiempo pasado.
—Quise decir lo que dije en la isla caníbal. Cuando estábamos
peleando por nuestras vidas, me di cuenta de que no quería estar enfadado
contigo. Se podría decir que mi respuesta a ese comportamiento fue...
precipitado.
El recuerdo de sus labios en mi nuca aflora.
—Pero antes —continua—, después de que me rescataras del mar,
podría decirse que estaba en el punto álgido de la vulnerabilidad.
Necesitaba tiempo para ordenar mi propio pasado y aceptarlo.
Me quedo en silencio, esperando que me ofrezca una explicación sin
que yo se la pida. Como no lo hace, le pregunto:
—¿Qué pasó? —con toda la delicadeza posible para no asustarlo.
—Pasé gran parte de mis primeros años sin tener control sobre nada.
—Cierra los ojos, quizás intentando bloquear los recuerdos. Cuando los
abre de nuevo, dice—: Mi padre dictaba cuándo podía comer, cuándo podía
dormir, cuándo podía orinar... no importaba cuánto le rogara o suplicara.
Me odiaba y hacía todo lo posible para demostrarlo, prefiriendo hacerme
sufrir que matarme. Hubo momentos -pocos- en los que hice algo que le
agradó. Prometía no volver a golpearme. Por supuesto, eran mentiras.
>> No voy a entrar en los detalles de todo lo que me hizo. Basta con
decir que Jeskor era un bastardo. Todavía llevo esas cicatrices. Los miedos
de un niño pequeño que intenta confiar en que su propio padre no le hará
daño. Cuando usaste tus habilidades en mí, cuando te pedí específicamente
que no lo hicieras, me acordé de esa época. Esas cicatrices salieron a la
superficie. Recordé las promesas rotas. Palizas, latigazos, hambre. Lo
recordé todo, me sentí manipulado de nuevo. Siento lo que dije y cómo me
comporté. Sólo necesitaba tiempo para recordar que no eres él. No me
salvaste para ser cruel.
—Por supuesto que no. —afirmo.
—Entonces, ¿por qué me salvaste? —pregunta.
La pregunta es tan extraña que casi no le respondo.
—Porque eres parte de mi tripulación. Yo cuido de los míos.
Se queda callado, mirándome fijamente.
—¿Eso es todo?
Hay palabras que quiere que diga. Palabras que debería decir. Pero no
puedo permitirme pensarlas, y mucho menos decirlas. Mi mente está tan en
blanco, como mi boca seca.
—Ya son dos las veces que he sido sincero contigo, Alosa. Dos veces
me he hecho vulnerable ante ti. Se supone que eso va en ambas direcciones.
Cuando todavía no puedo decir nada, se va. 
 
Capítulo 14
 

EL VIENTO SE DETIENE, dejándonos completamente atrapados


después de otros días de travesía. El aire puede ser así. Salvaje y mortal un
día. Inexistente al siguiente. En muchos sentidos, es incluso peor que estar
atrapada en una tormenta, especialmente cuando una está compitiendo
contra el hombre más mortal del mar. Así de fácil, la ventaja que hemos
obtenido tras arreglar el mástil empieza a disiparse.
Doy a la tripulación tareas para que no se dedique a pensar en nuestra
grave situación. Los mando abajo a limpiar sus literas. Trianne se lleva a
algunas de las chicas para que le ayuden a poner en orden la cocina, y la
cubierta necesita desesperadamente una limpieza después de la tormenta.
Radita tiene por fin la oportunidad de arreglar el mástil como a ella le
gustaría. Pero no se tarda más de un día en limpiar el barco a la perfección.
Me pica la piel.
—¡Kearan! ¿Por qué no estás en el timón? Ve al castillo de popa.
—¿Y hacer qué? ¿Hacernos girar en círculos?
—¡Sólo intenta de parecer ocupado!
Sin embargo, está ocupado. Pasa su tiempo haciendo más flexiones y
estiramientos. Hace pesas por el barco, e incluso lo he visto subir y bajar las
escaleras que llevan a las cubiertas inferiores. No porque vaya a ninguna
parte, sino porque está fortaleciendo sus piernas. Antes, tenía un aspecto
canoso con una barba salvaje, tenía unos rollitos de grasa perezosos y el
hedor de un borracho impregnado en él. Ahora parece de su edad:
diecinueve años.
No es guapo -nada podría arreglar eso- pero está sano, robusto. Sus
ojos siguen estando demasiado separados, su nariz sigue rota y mal
colocada. Pero todos los bultos de su piel son ahora músculos. La
tripulación puede soportar estar a menos de tres metros de él, y tiene una
lucidez que le hace aún más útil. Pensé que los cambios harían que mirara
menos a Sorinda, pero no hay ninguna variación en eso.
Deshel sube por la escotilla. Sola. Y todo en lo que puedo pensar es
en cómo siempre estaba en compañía de su hermana, las dos riéndose de
alguna broma privada.
He perdido una miembro de la tripulación en este viaje, y
probablemente perderé más antes de que termine. Mi propio padre me está
persiguiendo, y no estoy del todo segura de lo que hará si me atrapa. Sé que
matará a mi tripulación. Lentamente. ¿Y a mí? ¿Intentará persuadirme de
nuevo para volver a su lado? ¿O se molestará siquiera en hacerlo? Tal vez
mi cuello ya está marcado para una soga.
Huyo de un progenitor y vuelvo con otro, pero ¿qué clase de
recepción recibiré de mi madre? Dudo que me reconozca ya. Ha vuelto al
agua, y todos los humanos serán una presa para ella. Puede que sea su hija,
pero ¿importará eso sí es una bestia marina sin mente? Y entonces Riden...
No, no voy a pensar en Riden.
A la mañana siguiente, el cielo sigue sin viento, pero en su lugar una
niebla lo cubre todo. Roslyn apenas puede ver la cubierta del barco desde la
cofa. El propio océano está ahora en contra. Enwen dice que hay formas
seguras de deshacerse de la niebla.
—Lance tres monedas al mar, capitana. Una para las estrellas, otra
para el cielo y otra para el océano —dice.
—¿Qué necesidad tienen de dinero?
—No se trata de necesidad, sino de mostrar respeto.
Suelo tener paciencia con él, pero hoy no la tengo.
—Por supuesto, Enwen, malgasta tu dinero, pero si pones un pie en
mi tesorería, te tiraré por la borda.
Mandsy está sentada con las piernas cruzadas en la cubierta con una
tela en su regazo. Parece que está trabajando en un vestido. Ella aprecia las
cosas elegantes tanto como yo. Niridia se agacha a su lado, charlando
ligeramente.
Kearan hace rodar un barril lleno de agua dulce por la cubierta como
ejercicio matutino. Sorinda se sienta en la sombra en el castillo de popa,
observando a la tripulación en cubierta. Me aburro como una ostra, así que
me acerco a ella.
—Kearan tiene mejor aspecto —digo.
—No me he dado cuenta.
—Quizá deberías hablar con él.
Ella gira la cabeza para mirarme a la cara. A menudo me recuerda a un gato
por la forma elegante en que se mueve.
—¿Para qué?
—Ya no es un borracho. Tiene cosas que decir.
—Yo no las tengo.
—Nunca hablas con nadie. Quizá sea hora de que empieces.
Se aparta de mí y vuelve a mirar a Kearan.
—Hablar no es necesario para hacer mi trabajo.
—No, pero podrías disfrutarlo si lo intentaras.
Me pongo en pie. Nadie puede hacer cambiar de opinión a Sorinda.
Ella sigue las órdenes mejor que nadie en la nave, pero cuando se trata de
su vida personal, es tan cerrada como una almeja.
—Capitana. —Me detiene con una palabra—. Lo veo todo en esta
nave. En lugar de intentar entablar una conversación conmigo, podría
considerar hablar con la persona que realmente desea. Si se mueve a donde
Riden está charlando con Wallov y Deros cerca de la proa.
—Eso no es de tu incumbencia —replico, pero Sorinda ya ha
desaparecido. Vuelvo a mirar a Riden.
—¡Barcos en la distancia! —grita Roslyn desde la barandilla, cerca de
los hombres.
Aunque no está en la cofa, está claro que ha estado vigilando mejor
que nadie. Las cabezas giran hacia el lado de estribor. Todos los dedos están
apuntando. Algunis se cubren con las manos sus bocas abiertas. Wallov
lleva a Roslyn a la cofa para que se esconda en el falso fondo de su puesto.
La flota del rey pirata nos ha encontrado.
                        

***
 

La niebla ha empezado a despejarse, y a lo lejos se ven veinte barcos,


con el Cráneo del Dragón a la cabeza. El aire se paraliza en un silencio
sepulcral, sin siquiera hay una brisa que lo agite. Me atrevo a esperar que
no nos hayan visto, pero entonces una nave se adelanta, separándose de la
flota, utilizando barridos para navegar directamente hacia nosotros.
—¡A los puestos de combate! —grito—. ¡Preparen los cañones!
¡Artilleros, a sus puestos! ¡Carguen todos los mosquetes y pistolas de este
barco! ¡Muévanse, muévanse, muévanse!
Se oye el golpeteo de pies corriendo rápidamente sobre la madera. Se
pasan los mosquetes. Se construyen barreras con barriles, cajas y botes de
repuesto para protegerse de los disparos. Abajo, Philoria, Bayla, Wallov,
Deros y los demás sacan la pólvora y las balas de cañón. Niridia y yo
montamos un puesto justo detrás de la pasarela. Tenemos cinco mosquetes y
cinco pistolas entre las dos, todos dispuestos en el suelo. La munición y la
pólvora están al alcance de la mano para recargos. Niridia está allí para
hacerlo y repetir mis órdenes cuando las doy. Riden se mete en el hueco con
nosotras.
—Soy un buen tirador. Me querrán aquí, a menos que tengan otros
planes para mí.
Como miembro más reciente de la nave, no se le ha asignado un
puesto de combate. Una parte de mí quiere enviarlo lejos sólo para ser
mezquina, pero recuerdo la primera vez que nos conocimos, cuando usó su
pistola para disparar a la que yo tenía en mi mano. Tiene buena puntería.
—Puedes quedarte —digo.
Es la nave de Tylon, el Secreto de la Muerte, la que se acerca a
nosotros. Me encuentro deseando que mi propio barco estuviera equipado
con remos de barrido, pero el Ava-lee no fue construido para llevarlos. No
tenemos forma de huir. No hay nada que hacer más que esperar.
—¿Les disparamos mientras se acercan? —pregunta Niridia.
—No. Padre se retiraría y luego ordenaría a toda la flota que nos
disparara. Si una nave se acerca es porque quiere hablar primero. El resto de
la flota no disparará para arriesgarse a golpear su propia nave, y me gustan
más nuestras probabilidades cuando es uno contra uno.
—¿Hablar primero? —pregunta ella.
—Si el rey pirata sólo tuviera en mente hablar, habría enviado su
barco hacia adelante. Como esto se convertirá en una batalla y no quiere
arriesgarse a dañar su propio barco, viene en otro.
Es al menos un poco satisfactorio saber que es la nave de Tylon la que
voy a agujerear.
El Secreto de la Muerte deja de remar cuando se encuentra a unos
cincuenta metros de nosotros, y se orienta de modo que la banda de estribor
se alinea con la nuestra, cañones contra cañones. Mi padre no es difícil de
ver. Baja a grandes zancadas del castillo de popa para situarse en la cubierta
principal, lo más cerca posible de mí. Lleva un cinturón colgado de un
hombro y cuatro pistolas atadas a la espalda. A su lado lleva un enorme
alfanje que sería un perjuicio para un hombre normal. Podría arrancar una
cabeza con él. A mi padre le gusta tener un aspecto feroz. Por suerte, hoy
me he levantado de mal humor y eso se nota en mi ropa. Mi corsé es negro
con una blusa roja como la sangre debajo. Me he recogido el cabello,
retirándomelo de la cara y me he puesto un pañuelo rojo a juego en la
cabeza. Parece que estoy preparada para una pelea. Me sitúo frente a mi
padre y sólo nos separa el agua.
—¿Dónde está? —dice lentamente, como si apenas pudiera contener
su temperamento.
—Yo también la he echado de menos, padre. —Le respondo.
—La traerás a este barco, dejarás las armas y te rendirás a mis
hombres.
—No la tengo. Se fue nadando en cuanto se liberó de ti. Puedes
registrar este barco de arriba a abajo, pero verás que digo la verdad.
Asiente para sí mismo, como si se hubiera estado preparando para
esta respuesta.
—Entonces ordena a sus hombres que depongan las armas y
entreguen el barco.
—¿Y si no lo hago? —pregunto.
—¡Entonces mi barco hará pedazos el tuyo! —grita Tylon. Mi padre
gira la cabeza hacia él, irritado por la interrupción.
—Tylon —digo—. No me había dado cuenta de que estabas a la
sombra de mi padre.
Su tez blanca adquiere un tono rojizo.
—Eres mi hija —continúa el rey—. Entrega el barco y hablaremos.
Me sorprende la oferta. Por supuesto, sé que no habrá más que una
muerte lenta para mi tripulación si les ordeno que se rindan. Puedo verlo en
sus ojos. Pero el hecho de que intente esto cuando todo el mundo en la nave
de Tylon puede oírle, podría interpretarse como un signo de debilidad. No
me había dado cuenta de lo mucho que mi padre dependía de mí y de mis
habilidades. Cree que puede quebrarme si me pone las manos encima,
obligarme a hacer su voluntad una vez más. No quiere matarme, todavía no.
Pero no volveré a caer en sus manos, y estoy segura de que no dejaré
que se apodere de mi tripulación. Mejor golpear que esquivar. Es una de las
primeras lecciones que padre me enseñó. Me pongo una mano sobre la boca
y la barbilla, como si estuviera meditando su oferta.
—Niridia —digo en voz baja—. Dile a la tripulación de abajo que
dispare los cañones.
—Sí.
Ella desaparece despreocupadamente por la escotilla. Hago ademán
de pensar en la oferta de Padre, pero lo único que puedo pensar es que
nunca conocí realmente a este hombre. Creí que lo conocía. Creía que sabía
lo feroz y cruel que era, creía que me parecía bien, ya que esa crueldad se
dirigía sobre todo a nuestros enemigos. Pero ahora que se dirige a mi
tripulación, es algo que no puedo perdonar.
—Déjame decirte lo que pienso de tu oferta.
Es entonces cuando se disparan los primeros cañones. El Ava-lee se
tambalea por las ráfagas. La madera se abre en la nave opuesta. Sólo tengo
cuatro cañones abajo. Dos apuntan a la cubierta del barco contrario, uno de
los cuales destroza a un grupo de hombres acurrucados y el otro, mella el
palo de mesana. Los otros dos cañones abren agujeros en la banda de
estribor, uno se incrusta en la madera mientras que el otro la atraviesa por
completo. Padre se vuelve y grita órdenes a los hombres de Tylon. Sonrío al
ver la cara de desilusión de la comadreja mientras mi padre toma el control
de sus hombres, y doy órdenes a mi propia tripulación.
—¡Disparen los mosquetes! —grito—. Apunten a las troneras.
¡Acaben con los hombres de los cañones!
El barco de Tylon tiene más del doble de cañones que el mío. Si no
centramos el fuego en los hombres que manejan los cañones, nos arrasarán
en poco tiempo. Niridia aparece de nuevo a mi lado.
—Mosquete —digo, extendiendo mi mano, y ella coloca el arma en
ella.
Apunto a una de las bocas del cañón, estrecho la mirada hacia el
hombre que carga la bala y disparo. Cae, y Niridia me cambia el mosquete
vacío por uno lleno. Riden me rodea para hacer su propio disparo,
apuntando a las bocas de fuego como se le ha ordenado. Su objetivo cae.
—Muy bien —le felicito.
Sonríe antes de intercambiar los mosquetes.
Los disparos se extienden por el aire en ambos lados. Mis chicas están
bien protegidas detrás de sus barriles, cajas, botes de remos y otros
escondites, pero los hombres del barco de Tylon caen como granizo del
cielo, algunos se desprenden de los bordes de su barco y se precipitan al
agua. Sólo consigo disparar una vez más antes de que nos alcance el primer
cañonazo. El barco se tambalea por la fuerza, pero no hay tiempo para
evaluar los daños. En su lugar, extiendo mi voz. Sé que, si Padre está
lanzando órdenes, sus hombres no deben tener los oídos cubiertos.
Encuentro a tres hombres junto a un cañón y los atraigo bajo mi
hechizo. No es difícil proyectar una nueva imagen en sus mentes, hacerles
creer que el fondo de su propia nave es en realidad el mío. Empiezan a
alejar el cañón de la apertura, apuntando a la base de su propia nave. Pero
entonces pierdo a uno. Fue asesinado por sus propios hombres una vez que
se dieron cuenta de lo que estaba haciendo.
Agarro a otro hombre, para que me ayude con la tarea. Uno consigue
finalmente limpiar el carro, otro alcanza una bala de cañón, pero pierdo a
los tres. Alguien está dando una buena pelea allí. Por suerte, sin embargo,
está apartando al resto de los artilleros de sus propios cañones mientras
intentan evitar que sus compañeros hagan agujeros en su nave. Los
mantengo ocupados, buscando hombres vivos cuando los anteriores
mueren, como hice en la posada de Vordan. Sorinda corre hacia mí,
agachándose tras la barrera que hemos formado. Con cuatro de nosotros,
estamos apretados hombro con hombro.
—Las anguilas de Acura han salido a la superficie. —informa.
Sonrío.
—¿Cuántas?
—Al menos dos. Una es enorme.
—Perfecto.
Cambio de táctica, cantando a los hombres de la cubierta superior,
hechizándolos para que salten al agua. En cuanto lo hacen, los suelto,
buscando con mi voz a los hombres que aún están a bordo del barco.
—Seguid disparando —les digo a Riden y a Niridia. Cojo otro
mosquete cargado y una pistola extra, y luego corro con Sorinda hacia su
posición anterior, bloqueada del ataque por barriles que almacenan agua
dulce. Me asomo al mar.
Los hombres gritan cuando las anguilas los rodean. A las anguilas les
gusta jugar con su comida primero. Es cuando se sumergen bajo la
superficie cuando hay que preocuparse. Es entonces cuando se preparan
para atacar. Son carnívoras mortales que pasan la mayor parte del tiempo en
el fondo del mar, detectando las perturbaciones en el agua. Sus fosas
nasales sobresalen prominentemente, dándoles un aspecto aún más feroz.
Son de color azul marino en la parte superior y blancas en la inferior: el
camuflaje perfecto, aunque no lo necesitan. Son mucho peores que los
tiburones. Los tiburones sólo matan cuando tienen hambre. Pero las
anguilas no dejan nada con vida, tengan hambre o no.
Una de las que están en el agua debe medir al menos tres metros, con
dientes del doble de la longitud de un dedo. Los hombres de Tylon nadan
desesperadamente hacia el barco, aferrándose a sus costados, antes de ser
arrastrados hacia abajo. No puedo cantar y disparar al mismo tiempo, y los
hombres de las bocas de fuego vuelven a cargar los cañones. Me dirijo a
ellos con mi canción una vez más, y finalmente encanto a uno para que
encienda la mecha del cañón que apunta hacia abajo. Oigo el estallido,
segundos después, y me hace sonreír. Eso mantendrá ocupados a los
pistoleros mientras intentan tapar el agujero.
Mi padre es visible desde donde estoy. Su voz brama por encima de
los sonidos de los cañones de mi nave que está disparando de nuevo. Veo a
uno de los hombres de Tylon junto a él. Con mi canción, le prometo que
hay riquezas en el agua si salta. Mi padre observa cómo el hombre se tira
por la borda. Una anguila lo rodea, haciendo girar la corriente a su
alrededor, antes de sumergirse. Segundos después arrastra su grito bajo el
agua. Kalligan busca en mi barco. Cuando sus ojos se posan en mí, se
estrechan.
Me gustaría poder eliminar a mi padre, pero es un luchador
demasiado hábil. Sólo se distraería momentáneamente si enviara hombres a
luchar contra él. Y necesitaría toda mi concentración sólo para mantenerlo
ocupado.
Una brisa me recorre la frente mientras pronuncio una última nota,
enviando a tres hombres más por la borda, y mi canción se acaba
oficialmente. Pero mi padre aún no lo sabe, y escucho una palabra que
surge del caos.
—¡Retírense!
Ha terminado de jugar con nosotros. Ahora nos enfrentaremos a la
flota tan pronto como él y la nave de Tylon estén fuera del camino.
Me limpio el sudor de la frente, disparo mi mosquete a otro hombre a
través de una boca de fuego, justo cuando otra brisa reconfortante recorre
mi acalorada piel. La brisa...
—¡Arreglistas! ¡Bajen esas velas! —grito.
Las chicas abandonan sus lugares seguros para correr hacia los
mástiles. Riden se apresura a unirse a ellas.
—¡Tú no, Riden! ¡Sigue disparando!
Vamos a derribar a tantos de esos bastardos como podamos.
—¡Sí, sí!
Se sumerge detrás de la pasarela con Niridia. Sorinda dispara su
propio mosquete desde mi lado, y yo levanto un arma recién cargada. Algo
se lanza sobre la distancia entre nuestros dos barcos, golpeando mi cubierta,
desgarrando la madera, antes de engancharse contra la barandilla. Pronto se
le une otro. Luego otro y otro.
Los arpones.
Padre debe haber cambiado de opinión tan pronto como la brisa se
levantó. Sabe que ahora podemos superarlo.
—¡Corten esas cuerdas! —grito a la tripulación.
Niridia, Teniri, Athella, Sorinda y Deshel se precipitan a la barandilla
y se inclinan precariamente sobre la cubierta para alcanzar las cuerdas
atadas a los arpones. Los sables cortan y serruchan los cabos tensos. Dos
caen, pero otros tres arpones los reemplazan rápidamente.
¡Maldita sea!
Dejo de apuntar mi mosquete hacia los hombres de los arpones para
unirme a las chicas. Nos llueven los disparos, ahora que los hombres no
tienen miedo de que los elimine. Riden sigue disparando, pero varios
disparos enemigos dan en el blanco.
Oigo un grito y un golpe cuando cae una de las chicas en las jarcias.
Mandsy ya está saliendo de su escondite para alcanzar a quien sea. Teniri
sisea entre dientes cuando un disparo le roza el brazo, pero no deja de serrar
la cuerda que tiene delante.
Y entonces Niridia...
Niridia cae al agua.
El tiempo parece ralentizarse mientras mi mente trata de resolver
tantas cosas a la vez. Aunque consigamos arriar las velas, estamos
bloqueados por los cabos que nos conectan al otro barco. Los tiradores nos
están eligiendo. Y estoy segura de que no pasará mucho tiempo antes de
que los hombres vuelvan a los cañones. Si logran atraparnos con los
arpones, nos superarán en número al menos dos a uno. Mis habilidades
están agotadas. Nos hemos enfrentado a cosas peores, pero mi padre está en
ese barco. Es tan bueno como diez hombres. Ninguna persona en este barco
podría vencerlo, excepto quizás yo. Cuando he luchado con mi padre en el
pasado, sólo gané la mitad de las veces. Estamos demasiado igualados.
Pero Niridia.
Ella va a morir si no la saco del agua.
Una de mis chicas va a por una cuerda, pero una anguila cerca del
barco de Tylon se aleja para investigar la perturbación al lado del nuestro.
El Ava-lee se sacude tan violentamente hacia un lado que apenas me
agarro a la barandilla, pero Teniri, Deshel y Athella caen al agua también.
Sólo Sorinda consigue mantenerse en pie.
Los arpones han empezado a atraparnos.
Mi mente da vueltas. Tengo que ir tras ellas. Sorinda tiene que atarme
con una cuerda. Necesitaré una daga si voy a enfrentarme a una anguila.
Pero si tengo algo afilado, la sirena cortará la cuerda y seguirá su propia
hoja de ruta. Ellas morirán y yo me perderé en el mar. A menos que...
Riden dispara otra vez.
Cada vez que he logrado mantener el control de la sirena, Riden ha
estado ahí. De alguna manera, me mantiene humana. No sé por qué. No sé
cómo, pero lo necesito si voy a hacer esto. Me abalanzo sobre él mientras
las bolas de hierro caen a mi alrededor. Suelta otro disparo justo cuando se
fija en mí.
—¡Ven conmigo ahora! —Le digo. Le agarro firmemente por la parte
superior del brazo. No duda en escucharme, aunque no puede tener ni idea
de lo que pretendo—. ¡Corre! —Le ruego, para no arrastrarlo tanto.
Lo hace, hasta que se da cuenta de que nos dirigimos al borde de la
nave. Intenta detenerse, pero en ese momento ya hay suficiente impulso
para que los dos caigamos.
Mi agarre sobre él es como un tornillo de banco mientras caemos. Me
aferro a él como si fuera la clave de mi supervivencia. En cierto modo, lo
es. Si esto no funciona, mis chicas están muertas y yo seré una bestia sin
sentido para siempre. Cada músculo de mi cuerpo se tensa ante el chapoteo,
y realmente espero que mi agarre no le rompa el brazo a Riden…
Todo el miedo y la tensión se desvanecen. Es como despertar de una
buena noche de sueño, totalmente descansada. Llena de energía. Llena de
poder. Lista para cantar todo el día. Pero mi océano está lleno de
perturbaciones.
Los hombres gritan desde lejos, sus gritos se detienen por las anguilas
que los desgarran. Qué bestias tan maravillosas. Otra viene lanzada en esta
dirección, tras las mujeres cuyas piernas patalean para mantenerse sobre la
superficie. Una de ellas está sangrando, lo que hace que la anguila se ponga
furiosa. Me quedo donde estoy, lista para ver el espectáculo. Hasta que algo
me da una patada.
No me había dado cuenta de que estaba agarrado a un hombre.
Aunque el agua salada debe picarle los ojos, se las arregla para mirarme con
detenimiento. Me río de la tonta criatura. Lo veo luchar contra mí. Estamos
bajo la superficie del agua. Sus pulmones no tardarán en rendirse. Pero
entonces, deja de luchar. No puede haberse ahogado tan rápido. No, se
acerca, pone su frente contra la mía, nuestras narices chocan.
El calor de él...
Esta sensación. Esta falta de pelea. Es... Es...
Un recuerdo sale a la superficie, las palabras revolotean en mi mente
como alas. Tus encantos duran mucho después de que tu canción se
desvanezca, dijo antes de besar mi piel.
De repente, la paz y el afán desaparecen, sustituidos de nuevo por el
miedo y la urgencia. Empujo a Riden hacia la superficie del océano antes de
lanzarme hacia la anguila que se aproxima. La más grande hasta el
momento, de unos cuatro metros, toda dientes y músculos. Su cola ondea en
el agua tan rápido que apenas puedo verla. Pero yo soy más rápida.
Puede que no haya nacido en el mar, pero he nacido para gobernarlo.
Soy la hija de la reina sirena.
La anguila ya ha terminado de rodear a Niridia y a las demás. Ahora
está muy por debajo de nosotras, subiendo, subiendo, subiendo, con la boca
abierta. Agarro la daga de mi bota y me lanzo hacia ella desde un lado. La
daga penetra primero, luego mis piernas rodean el cuerpo de la criatura,
apenas lo suficiente para que mis pies conecten con el otro lado de la
enorme bestia acuática. Ésta se retuerce ante el dolor, haciendo que
salgamos disparadas en direcciones aleatorias. Saco la daga y la clavo de
nuevo. Y una y otra vez. Finalmente, la criatura se calma y la suelto. Un
rápido vistazo me muestra que alguien bajó una cuerda para las chicas y
Riden. Pero el Secreto de la Muerte sigue tirando de nosotros.
Un arpón se desprende de mi barco; una de las chicas debe haberlo
arrojado después de cortar el cabo. Se me ocurre una idea y agarro el arpón
antes de que se hunda en el fondo del mar. Nado hacia abajo, hacia abajo,
hacia abajo, lo más lejos que puedo llegar sin dejar de viajar hacia el barco
contrario. Entonces me lanzo hacia la nave enemiga, con todos los
músculos en tensión, nadando tan rápido como mi naturaleza de sirena me
permite, inclinando el arpón para que la punta golpee primero.
Atraviesa la madera y la arranco. Tiro de las tablas de la abertura,
ensanchándola mientras el agua entra a borbotones en el agujero. Deben
haber reparado el agujero del cañón que hice que los hombres lanzaran a su
propio barco.
Vamos a ver cómo arreglan esto.
Repito la acción, nadando hacia abajo y golpeando el barco con el
arpón tres veces más. El Secreto de la Muerte se hunde rápidamente.
Estoy bajo el agua, con pleno control de mi mente, y el barco que
sostiene a mi padre se hunde. Ahora mismo debería ser una bestia sin
mente, perdida en el mar para siempre, mi tripulación y mi barco
desapareciendo en las profundidades. En lugar de eso, soy más poderosa de
lo que he sido nunca en mi vida.
El efecto es embriagador.
No quiero salir del agua. En cuanto lo haga, sé que tendré las mismas
debilidades que antes. Incapaz de reponer mis habilidades sin perder la
cabeza, inútil para todos. ¿Pero cuál es la alternativa? ¿Quedarme bajo el
agua con mi mente humana para siempre? Nunca vivir la vida como sirena
o humana. Atrapada en algún punto intermedio.
Nado de vuelta hacia mi propio barco, viendo cómo los cabos de los
arpones caen al mar. El Ava-lee está libre, comenzando a navegar. No salgo
de la superficie del agua hasta que estoy a babor, donde la flota no puede
verme. No quiero que mi padre sepa que he vencido a su barco
destruyéndolo desde la superficie del agua. Esta no será la última vez que lo
vea a él o a su flota, y no quiero que sepa que he encontrado una ventaja. 
 
                  Capítulo 15
 

—¡CUERDA! —grito desde el agua.


Sorinda se asoma al borde del barco una vez antes de lanzarme una.
Me elevo con su ayuda. Los barcos en la distancia disparan sus cañones,
ahora que la nave de Tylon se ha hundido. Los agujeros ondulan en la
superficie cerca de nosotros, pero pronto estaremos fuera de alcance.
Tenemos que recuperar nuestra ventaja.
Es demasiado esperar que mi padre se hunda con el barco. Habrá sido
el primero en salir de él.
Expulso parte de mi canto para poder absorber el agua que empapa mi
ropa. Una vez que me haya secado, ya no podré reabastecerme sin
perderme. Lo sé, de alguna manera. Puedo sentir la parte de sirena que hay
en mí esperando para volver a salir.
Me planto en el castillo de popa con Kearan. Él nos dirige mientras yo
mantengo mis ojos en la flota. No puedo ver las caras de los hombres desde
esta distancia, pero hay una figura -más grande que todas las demás- que
destaca. El rey. Estará furioso. Sus hombres estarán aterrorizados de él.
Deben estar agotados de remar todo el camino, porque son incapaces de
seguir nuestro ritmo.
Me quedo con Kearan durante una hora, lo suficiente para determinar
que seguimos ganando ventaja y que estamos fuera de alcance. La flota
sigue a la vista. Pasará un tiempo antes de que dejemos de verlos en el
horizonte. Pero es lo suficientemente seguro como para comprobar otras
cosas.
Mi primera parada es la enfermería. Encuentro a Mandsy envolviendo
la mano de Niridia en gasas. Mi primera oficial está cubierta con una gran
manta, el agua se acumula debajo de ella en el suelo.
—¿Cómo de grave es? —pregunto.
—El proyectil le atravesó limpiamente el centro de la mano. Es difícil
decir cómo sanarán los huesos.
—Es mi mano izquierda —murmura Niridia—. Seguiré teniendo la
mano de la espada. No hay que preocuparse.
—He intentado darle algo para el dolor, pero no lo acepta.
Levanto una ceja a Niridia.
—Me necesitas despierta. Nuestros enemigos están demasiado cerca.
Le pongo una mano en el hombro.
—Te necesito bien. Por ahora estamos bien. Cúrate. Debes tomar lo
que Mandsy te dé. Es una orden.
Niridia frunce los labios, pero no rechaza la botella que le pasa
Mandsy.
—Es la última en ser curada —dice Mandsy—. Me he ocupado de las
demás. Ya están descansando abajo. Algunas de las chicas se llevaron
balazos en las piernas y los brazos. En su mayoría, cortes al girar alrededor
de sus escondites para disparar.
—Oí a alguien caer del mástil mientras ordenaba desplegar las velas
—digo—. ¿No hay conmociones cerebrales?
El rostro de Mandsy se pone serio.
—No, una baja, Capitana.
Trago saliva.
—¿Quién?
—Haeli. Recibió una bala en la espalda. Intenté detener la
hemorragia, pero era demasiado tarde. La dejé en la cubierta para que
podamos ponerla a descansar tan pronto como tengamos suficiente ventaja
sobre la flota.
Haeli. Una de mis mejores aparejadoras. La recogí en Calpoon, una
de las diecisiete islas. Ella estaba en una banda itinerante de artistas. La
mitad del tiempo tocaba el laúd durante las actuaciones, la otra estaba entre
el público, robando de sus bolsillos. Yo era uno de sus objetivos. Después
de que me robó, le ofrecí un trabajo. Le dije que pagaba mejor que eso.
Ahora está sin vida en mi cubierta. Respiro profundamente por la nariz.
—¿Alguna otra baja?
—No.
—Bien.
Los dejo. El peso de este viaje me aprieta los hombros, agotándome
físicamente, a pesar del alimento que acabo de recibir del océano. ¿Cuántos
de nosotros quedarán cuando lleguemos a la isla de las sirenas? ¿A cuántos
de mis seres queridos me veré obligada a perder para poner a salvo al resto?
No puedo soportar la presión de mis propios pensamientos. Necesito
mantenerme ocupada. Busco a Radita bajo la cubierta.
—Ha recibido algunos impactos, Capitana —dice una vez que le
pregunto por el estado de la nave—. Un cañón impactó en la galera. Se
llevó la mayor parte del almacenamiento de agua, y todos los barriles de la
cubierta fueron acribillados durante la batalla. Hemos perdido la mayor
parte del agua potable.
—¿Cuánto nos queda?
—Un solo barril.
—¡Sólo uno!
Ella asiente.
—El que ya hemos abierto y del que hemos empezado a beber.
Me cubro la cara con las manos. Nuestros días están contados. Voy a
ordenar a Trianne que empiece a racionar el agua. Incluso entonces, no veo
cómo podremos llegar a la isla de las sirenas con lo que queda. Luego está
el viaje de regreso....
—¿Puedes ocuparte de las reparaciones del barco?
—Ya tengo a algunas de las chicas en eso.
—Gracias.
—Es mi trabajo, Capitana, pero de nada.
Cuando paso por las literas, Roslyn está preocupada por las heridas de
Wallov.
—Es un rasguño, cariño —le dice.
—No, ha sido un trozo de madera en el hombro. Ahora recuéstate.
—Estoy bien —dice, enfatizando la última palabra.
—En ese caso, no hay razón para interrumpir mis clases de daga.
Logro sonreír mientras cierro la escotilla tras de mí, dirigiéndome
ahora a mi camarote. Pero mi expresión divertida desaparece en cuanto
entro. Alguien ya está aquí, esperándome.
—¿Qué estás haciendo? No puedes entrar aquí a menos que yo te
invite.
—Tengo un asunto pendiente con mi capitana —responde Riden. Su
cuerpo está rígido de furia, y me pregunto cómo consigue un tono tan
uniforme—. He pensado que lo mejor es hacerlo en privado para que no me
retenga al borde del barco por amotinamiento.
—No eres el único con problemas —le suelto—. Mi propio padre
agujereo mi barco. Un tercio de la tripulación está herida. Una de las
nuestras está muerta. Así que, a no ser que tus problemas sean mayores que
esos, te sugiero que te vayas porque no necesito que me añadan más a mi
carga.
Su tono tranquilo se desvanece.
—¡Estuvo a punto de haber más de un herido! ¿En qué demonios
estabas pensando al arrastrarme al océano contigo?
—¡Estaba pensando que había chicas en el agua y que tenía que
salvarlas! No tuve exactamente tiempo de pedirte permiso antes de que las
anguilas las atacaran.
—¿Y yo qué era? ¿Un cebo? ¿Un cuerpo prescindible mientras tú
estabas fuera salvando a los miembros de tu verdadera tripulación?
—¿Mis verdaderos miembros de la tripulación? ¡A veces eres tan
imbécil! Tomé un riesgo calculado. No tuve más remedio que involucrarte.
Sus fosas nasales se ensanchan mientras respira con dificultad.
—Te necesitaba —escupo—. Sin ti, me convierto en un monstruo
bajo el agua. Pero tú, tú me mantienes humana. Eres lo que necesitaba para
recordarme a mí misma. Lo odio, pero me he dado cuenta de que algo en ti,
sólo en ti, me mantiene humana cuando mi naturaleza de sirena intenta
tomar el control.
Eso le hace quedarse callado.
—¿Por qué?
—Ni que lo supiera. No iba a dejar que cuatro chicas bajo mi
protección murieran mientras me detenía a averiguarlo.
Levanta su mirada de la mía, reflexionando sobre algo.
—Al principio no eras tú misma. Eras peligrosa. Eras la sirena, y
entonces supe qué hacer de alguna manera. Sabía que, si no luchaba, si me
acercaba a ti, no me ahogarías.
—En la historia que mi padre siempre me contaba sobre cómo
conoció a mi madre, decía que en lugar de luchar contra la sirena que
intentaba ahogarle, no se resistió. Eso fue lo que la detuvo, la hizo subir a
tierra en su lugar.
No puede ser tan simple, ¿verdad? ¿Un hombre que no se resiste hace
que la naturaleza de la sirena sea reemplazada por la humana? Sea lo que
sea, necesito aprender a controlarla, y Riden es la primera oportunidad que
tengo de hacerlo.
—¿Qué pasa? —pregunta. Me mira una vez más.
—Necesito tu ayuda. Fui capaz de hundir un barco desde debajo del
agua. Si pudiera aprender a controlarme, para poder sumergirme en
cualquier momento sin miedo... No es sólo un deseo. Es una necesidad. Lo
necesito para proteger a mi tripulación. Necesito aprender a reponer mis
habilidades sin perder la cabeza. Necesito sumergirme en el agua sin
convertirme en una bestia sin sentido. Necesito que me ayudes.
Abandona la discusión al ver mi cara. No sé lo que ve allí.
—Alosa, hay muy pocas cosas que no haría por ti, pero ¿qué me pides
exactamente?
—Necesito que estés conmigo cuando reponga mis habilidades.
Necesito que me traigas de vuelta. Una y otra vez. Hasta que pueda hacerlo
por mi cuenta.
Se burla.
—He venido aquí para decirte que no me arrastres bajo el agua
contigo, ¿y me pides que haga precisamente eso?
—Riden, necesitamos esto.
—Prometiste que no usarías tus habilidades conmigo. Lo rompiste
una vez para salvar mi vida. Y ahora... —Se estremece.
—Esto es diferente. Te estoy pidiendo permiso por adelantado.
—¿Y si digo que no?
—Entonces lo respetaré.
—Bien. Digo que no.
No había esperado que respondiera tan rápido. Al menos podría haber
fingido que lo consideraba.
Una parte de mí se siente aliviada. La sirena me aterra cada vez que
tengo que abastecerme. Pero la otra parte está decepcionada. ¿No sabe lo
que esto podría significar para la tripulación, para nuestras posibilidades de
supervivencia?
No importa. Riden no cooperará. Eso significa que voy a tener que
pensar en otra cosa.
—Entonces, sigue tu camino —digo, señalando la puerta.
                        

***
Kearan, Niridia y yo estamos de vuelta frente a los mapas. Ya he
explicado la situación del agua a la tripulación. Ahora los tres tenemos que
encontrar una solución.
—Hay una gran isla en el mapa de Allemos —nos muestra Kearan,
señalándola—. Es probable que tenga agua dulce. Podríamos parar.
—La última isla en la que nos detuvimos tenía caníbales hechos por
las sirenas —recuerda Niridia—. El diablo sabe lo que hay en esta.
—La cuestión es si preferimos morir de sed —digo—, o arriesgarnos
a correr peligro en otra isla.
Niridia lo considera.
—Morir de sed está asegurado si no nos detenemos. Morir en esta
segunda isla es sólo una posibilidad en este momento.
—Estoy de acuerdo —dice Kearan.
Yo pienso lo mismo.
—Bien. Kearan, fija el rumbo.
                        

***
Mis ojos recorren el horizonte, como lo han hecho durante los últimos
días, pero no hay señales de la flota. Roslyn no ha gritado nada desde su
mejor lugar de vigía en la cofa, tampoco, así que decido darle un descanso.
Una manada de ballenas nada a unos cientos de metros a nuestra
derecha. Saltan en el agua y vuelven a chapotear. Roslyn se ríe desde la
barandilla, acercándose todo lo que puede, tratando de atrapar la espuma del
mar con los dedos. El agua es sorprendentemente clara aquí. Peces
brillantes de color rojo, azul y amarillo nadan en las aguas poco profundas
mientras pasamos por más islas en el camino. Son parcelas de arena sin más
que una o dos palmeras. Todavía no nos hemos acercada a nada que
contenga una fuente de agua dulce.
Hoy me encuentro observando a la tripulación en sus tareas. Radita va
de un lado a otro, comprobando el aparejo, asegurándose de que las nuevas
fijaciones se mantienen. Algunas de las chicas limpian la cubierta. Otras se
tumban en el exterior del barco, suspendidas por cuerdas, para recoger los
percebes y otras criaturas indeseables que intentan hacer un hueco.
La temperatura ha subido aún más, lo que hace que tengamos más sed
con el nuevo racionamiento. Las chicas llevan las mangas arremangadas y
el pelo recogido y fuera del cuello. Riden está en la jarcia, jugueteando con
las velas. Está descalzo, sin camisa, y lleva varios días sin afeitarse.
Santo cielo.
Le estoy mirando. Lo sé, pero no puedo dejar de hacerlo.
—Podría acostumbrarme al clima cálido —dice Niridia desde mi lado
—. No hará que todo el mundo huela bien exactamente, pero la vista mejora
mucho.
Debería tener una respuesta inteligente, pero lo único que consigo
decir es "Sí". Nos quedamos mirando unos cuantos, latidos más, hasta que
está a punto de darse la vuelta y seguro que nos pilla.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta Niridia.
—¿Qué quieres decir?
—Me refiero a que por qué no lo veo salir todas las mañanas bailando
un vals de tu camerino dando brincos.
Me río.
—Porque aquí no pasa nada.
—¿Por qué no?
Me atrevo a echarle otro vistazo, a observar la forma en que se
mueve, a ver cómo se tensan sus músculos cuando tira de una cuerda.
—No puede soportar lo que yo puedo hacer. Mis habilidades le
aterrorizan.
—A cualquier persona con sentido común le aterra lo que puedes
hacer. Eso no significa que no te queramos todos.
—Gracias, pero con él es diferente. Él tiene una historia con la gente
tratando de controlarlo. El hecho de que yo pueda literalmente obligarle a
hacer cosas le hace retroceder a una época más oscura.
—Lo superará —afirma Niridia con una seguridad que me sorprende.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque no es idiota.
Respiro profundamente.
—He empeorado las cosas.
—¿Qué has hecho?
—Las pocas veces que he podido controlarme bajo el agua, siempre
ha sido gracias a Riden. Quería controlar mejor mis habilidades, así que le
pedí que me ayudara. Le pedí que se hiciera así de vulnerable una y otra
vez.
—¿Y dijo que no? —pregunta asombrada.
—Por supuesto que sí. No debería habérselo pedido. Fue una
equivocación…
—No, Alosa. Lo que está mal es que no intentes hacer todo lo posible
para proteger a tu tripulación. Hiciste lo correcto. Él también verá qué es lo
correcto.
—No hay manera de que entre en razón.
—Bueno, no por su cuenta —responde ella—. Los hombres pueden
ser muy espesos a veces. Necesitan ayuda de vez en cuando.
Sonrío. Se lo había dicho a Riden en la cara, pero cuando Niridia
empieza a alejarse, se me cae la sonrisa.
—¿Qué estás haciendo?
—Ayudando.
—¡Niridia!
—¡Riden! —grita ella.
Él mira hacia abajo, sus ojos vagan hasta que la localizan.       —¿Sí?
—Baja un momento, por favor.
Salta hacia la red y comienza a arrastrarse hacia abajo.
—Niridia, ya ha dicho que no. Déjalo en paz.
—Deja que intente algo. Confías en mí, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Entonces déjame hacer mi trabajo en este barco.
Él se pone en cuclillas cuando sus pies descalzos tocan la cubierta. Se
endereza, se fija en mí, pero se centra en ella.
—¿Te consideras una persona egoísta, Riden? —pregunta con
descaro.
Si se siente incómodo con la pregunta, no lo demuestra.
—Puedo serlo —responde.
—Soy la primera oficial de este barco, lo que significa que veo todo
lo que sucede. Te veo consolando a Deshel, te veo ablandarte cada vez que
Roslyn está cerca, te veo reír con Wallov y Deros. Te has encariñado con
nosotros, ¿verdad?
—Sí.
—Bien. Ahora la Capitana me dice que podrías ser inestimable para
ayudarla a controlar sus habilidades, y así ayudarnos a sobrevivir al rey
pirata. ¿Crees que tiene razón en eso?
Su rostro se desvía ligeramente. Me sorprendo cuando un débil "Sí"
sale de él.
—Ya arriesgaste tu vida por Roslyn una vez. Casi mueres por ella.
Dime, si el rey pirata nos alcanza, ¿crees que la perdonará porque es una
niña?
Su cabeza vuelve a girar.
—No —dice, con más fuerza.
—Nadie te está ordenando nada. Sólo creo que es importante que veas
las cosas exactamente como son. Podrías inclinar las probabilidades a
nuestro favor, Riden. Recuérdalo cuando intentes dormir por la noche.
Y luego se va. Dejándome para lidiar con Riden.
Con Riden sin camisa.
—Te juro que yo no le mandé hacer eso —explico—. Le dije que te
dejara en paz. Sólo me estaba desahogando con ella, y se le metió en la
cabeza...
—No pasa nada.
—¿No?
—Recordarás que una vez fui primer oficial. Podemos ser una especie
obstinada.
Se rasca una mancha en el brazo, y yo me concentro en eso en lugar
de en su abdomen.
—Tiene razón —dice de repente, atrayendo mi mirada hacia su rostro
—. No me gusta, y no puedo prometer que no vaya a cabrearme después,
pero tenemos que hacerlo.
—Si hubiera otra forma de hacer esto, no te lo habría pedido. He
intentado toda mi vida controlarla. Mi padre me hizo pasar por todo tipo
de... da igual. Eso no es importante. Sólo digo que, si el rey pirata lo
descartó como una causa perdida, entonces sé que realmente eres mi última
opción.
—Hmm —Es todo lo que dice.
—¿Cuándo deberíamos empezar? —pregunto tímidamente.
—Probablemente, cuanto antes, mejor.
—Probablemente. —Una pausa—. Entonces... ¿ahora? —Aventuro.
—Sí.
Asiento con la cabeza.
—Déjame hacer algunos arreglos.
                        

***
Tardo un cuarto de hora en preparar las cosas, y sólo porque me tomé
mi tiempo. No tengo prisa por usar mis habilidades frente a Riden de nuevo.
Para ver su disgusto y su ira. Si tenemos éxito, será una diferencia
insuperable en la batalla contra mi padre. Pero si algo sale mal, si hago
daño a alguien mientras estoy perdida en la sirena… estoy caminando por
una línea muy fina.
Cuando vuelvo a aparecer al lado de Riden, no dice nada, sólo me
sigue por debajo de la cubierta. Una presumida Niridia ha ordenado a todos
los demás hombres que se tapen los oídos con cera. Sorinda nos espera en el
calabozo, fuera de mi celda acolchada.
—¿No suele ayudarte Mandsy con esto? —pregunta Riden,
sorprendido al ver a la asesina.
—Si las cosas se descontrolan, Sorinda está aquí para ponerles fin.
—¿Quieres decir que ella está aquí para acabar conmigo si me pongo
bajo su control?
—No —salto, horrorizada por su tono de aceptación, de que piense
que yo permitiría tal cosa—. Ella está aquí para asegurarse de que no te
haga daño. —Imbécil. Mis ojos se lanzan hacia abajo antes de volver
inmediatamente a su cara—. Ve a ponerte una camiseta antes de que
empecemos.
—Hace calor —dice, y puedo adivinar lo que está pensando. Esto va
a ser miserable. Lo menos que puedes hacer es dejarme estar lo más
cómodo posible.
Tengo dos opciones. Puedo dejar que piense que estoy siendo
irracionalmente cruel, o puedo explicarle las cosas. Insiste en que nunca me
abro con él.
Bien. Le explicaré las cosas.
—Las sirenas quieren dos cosas de los hombres. Oro y placer. ¿Tienes
algo de oro encima?
—No —respira.
—La sirena que hay en mí te haría gemir de placer mientras te
agujerea con un cuchillo. Te desnudaría y te vería bailar hasta que tus pies
se desintegraran hasta el hueso. Una vez que la hayas aburrido en vida,
disfrutará bailando con tu cadáver bajo el mar. ¿Quieres que te diga lo
mucho que le deleita ese pensamiento? Ya lo ha pensado contigo.
Un silencio estrepitoso es todo lo que tengo como respuesta.
—No lo has pensado. Ponte la camisa. No la hagamos pasar más
hambre de la necesaria.
Sale del calabozo, y cuando regresa, tiene una expresión más severa
en su rostro. Pero al menos su mitad superior también está cubierta ahora.
Entro en mi celda acolchada y le entrego a Sorinda mis armas, mi corsé,
mis botas. Todo lo que contenga metal, todo lo afilado. Todo lo que la
sirena puede utilizar para intentar escapar. Me encierra, luego hace lo
mismo con Riden, haciéndole entregar sus armas, y lo encierra en la celda
de enfrente, donde no puedo alcanzarlo.
Pero podré escucharlo.
—En la isla con Vordan —digo—, cuando me metió en esa jaula y me
obligó a cantarte, me mantuviste lo suficientemente cuerda como para hacer
lo que me pedía, para que no te matara. Deberías haber muerto. Nunca he
permanecido tan cerca de los humanos después de reponer mis habilidades.
Esos piratas me echaron agua, obligándome a adsorberla una y otra vez.
Pero sólo con hablarme, mantuviste mi cabeza despejada. Me costó un poco
de esfuerzo. Pero creo que, hacia el final de nuestra estancia en la isla, era
más fácil. Acumular mi poder es diferente a estar sumergida bajo el mar con
todo ese poder fluyendo sin cesar a través de mí. Pero empezaremos poco a
poco y trabajaremos hasta llegar a la cima. Si es que se puede progresar. —
añado.
—Y siempre que no muera —dice.
Sorinda saca su estoque de la vaina.
—No vas a morir. No en mi guardia.
—Te prometo que esto no va a ser más divertido para mí que para ti.
—Le aseguro.
Ahora mismo mi poder está al máximo, así que canto para expulsar
algo de él. No estoy encantando a nadie. Mi canción no tiene por qué ser
una orden. Riden se estremece de todos modos. Finjo no darme cuenta.
Cuando lo he agotado un poco, meto un dedo en el agua. Casi le pregunto a
Riden si está preparado o no, pero me doy cuenta de que ni él ni yo
estaremos nunca preparados para esto.
Tiro del agua a través de mi piel, dejo que me llene. Es como tomar
un trago de agua fresca en una garganta reseca. La forma en que las
habilidades agotadas dentro de mí anhelan fuerza y poder. Anhelan el agua.
Observo mi entorno con ojos nuevos. Ojos que pueden ver las fibras
individuales de la madera en las paredes, las manchas en el suelo, las motas
de oro en los ojos del hombre humano frente a mí. Los humanos me han
vuelto a atrapar, pero esta vez han tenido la amabilidad de dejarme alguien
con quien jugar.
—Alosa —dice con firmeza, como si fuera una orden. Humano inútil.
Ninguna criatura me da órdenes.
—Alosa. —Lo dice de nuevo, pero esta vez es diferente. Es suave,
suplicante.
Donde antes sólo había otro humano, ahora está Riden.
Mi Riden.
Mío.
La sirena sigue empujando al frente. Es despiadada y brutal.
Hambrienta de su propio disfrute. Hambrienta de poder. Pero coloco una
jaula en mi mente, y la pongo detrás de ella. No la necesito ahora.
—Soy yo —digo.
Riden deja escapar un largo suspiro.
Estoy acostumbrada a la sirena después de tratar con ella todos estos
años. Es muy extraño. Porque yo soy ella. Cuando tomo el agua, me
convierto en una criatura sin conocimiento de mi existencia humana, sin
conocimiento de los que me importan ni de mis aspiraciones humanas. Me
convierto en lo que habría sido si nunca hubiera conocido la vida sobre el
mar.
Es aterrador saber que podría perderme en ella. Pero no ocurrirá aquí.
No en un entorno que controle. Me reconforta el entorno familiar del Ava-
lee. Pero lo que más me preocupa ahora es Riden. Parece estar bien, a pesar
de lo que acabo de hacerle pasar. Me atrevo a hablar.
—Antes —digo—, cuando estaba reponiendo mis habilidades y tú
desobedeciste las órdenes al venir a observarme, no hablaste. Y yo no entré
en razón. Seguí siendo una sirena todo el tiempo. Me pregunto si es tu voz,
de alguna manera, la que lo hace.
—¿Y cuando estás bajo el agua? —pregunta—. Entonces no puedo
hablarte, pero aun así has conseguido volver a tus sentidos tres veces
diferentes.
—Tienes razón. Esas veces, tú...
—Te besé —completa.
Sorinda sigue tan apática como siempre mientras Riden continúa
hablando.
—Cuando nos salvaste de Vordan, me sostuviste bajo el agua. Pensé
que iba a morir, y el último pensamiento que recuerdo fue que quería
besarte una vez más antes de que eso sucediera.
Nunca me dijo eso antes de ....
—Fue entonces cuando volví en mí —digo, recordando—. Y cuando
te caíste al agua durante la tormenta, te estabas ahogando de nuevo. La
sirena acercó sus labios a los tuyos para darte aire, para que no murieras
antes de que ella pudiera divertirse. Fue entonces cuando volví a ser yo
misma.
—Y luego, durante la batalla —dice Riden—, puse mi frente sobre la
tuya. No fue un beso, pero estuvo cerca.
Le miro fijamente a través de los barrotes.
—¿Por qué hiciste eso? No podías saber lo que estaba intentando.
—De alguna manera, pensé que, si podía acercarme a ti, tal vez no
moriríamos.
No es sólo la sirena la que reacciona ante Riden, entonces. De alguna
manera, él también sabe cómo manejarla.
—Vamos de nuevo —digo, sumergiendo mi dedo en el agua una vez
más.
Riden no se opone, así que lo meto.
                        

***
Riden y yo practicamos durante horas. Cada vez, todo lo que tiene que
hacer es decir mi nombre, y soy yo de nuevo. No puedo explicarlo. Él no es
el único que me ha hablado mientras era la sirena. En el pasado, mi padre
me mantuvo contenida mientras yo acumulaba mis habilidades. Su voz no
me hizo volver en sí. Tylon me ha visto como sirena y ha intentado hablar
conmigo. Eso tampoco hizo nada por mí. Wallov y Deros lo han hecho.
Algunos otros capitanes en el torreón.
Nada.
Es Riden. Sólo Riden. 
 

 
 

 
 

 
 
 

 
 

 
 

 
 

 
Capítulo 16
 

La cosa estuvo reñida, ¿no? La próxima vez que nos encontremos, Alosa, te
enfrentarás a toda la fuerza de la Calavera del Dragón y a mi flota. Las
cosas serán diferentes entonces.
 

CUALQUIER PROGRESO QUE PENSÉ que había hecho con


Riden el día anterior parece insignificante cuando me recuerda el gran
tamaño de la flota. ¿Y qué si puedo mantener mi mente mientras repongo
mis habilidades? ¿Qué voy a hacer contra veinte naves? ¿Con treinta más
que pueden estar ya siguiéndolos? Sin el tesoro de la sirena para sobornar a
los hombres de mi padre, no me gustan nuestras posibilidades.
Sólo unas horas después, llega otra nota.
Te veo.
Subo por las jarcias hasta la cofa. Incluso entonces, tengo que
entrecerrar los ojos para ver la línea marrón en el horizonte. Debe haber una
buena corriente allí atrás, ayudando a la flota a avanzar. Se me acelera el
corazón al verlos tan cerca. Vuelvo a bajar lo más rápido posible.
—Ve a buscarme a Radita —le digo a Niridia.
Mi padre debe estar haciendo trabajar a sus hombres hasta el
cansancio, haciéndolos rotar en los remos. Estarán agotados para cuando
lleguen a la Isla de Canta. Pero no creo que ese sea su objetivo actual. Sólo
necesita atraparme. Entonces podrán descansar antes de continuar.
Cuando Niridia regresa con Radita a cuestas, no puedo pronunciar las
palabras lo suficientemente rápido.
—Nos está alcanzando. Ahora que nos tiene en el punto de mira, no
va a frenar. ¿Qué podemos hacer para ganar velocidad?
La respuesta de Radita es inmediata.
—No podemos hacer nada a la nave en sí, pero podríamos aligerarla.
La forma más eficaz sería tirar los cañones por la borda.
—No podemos hacer eso. —niega Niridia—. ¡Entonces, si nos
alcanzan de nuevo, no tendremos forma de luchar!
No tengo soluciones para esto. Tiene sentido aligerar la carga y
también lo tiene mantener los cañones. Es imposible saber cuál es la opción
más inteligente en este momento.
—Está bien —digo—. No haremos nada todavía. ¡Roslyn!
La niña no está de servicio, pero necesito cambiar eso rápidamente.
—¿Sí, Capitana? —pregunta, paseando desde donde estaba charlando
con un grupo de chicas.
—Te necesito arriba. Infórmame inmediatamente si las naves en la
distancia se hacen más grandes. ¿Entendido?
—Sí. —Se apresura a subir.
—Busca en la nave, Radita —ordeno—. Fíjate si hay algo más que
podamos arrojar que marque la diferencia.
—No hay nada...
—¡Sólo hazlo, por favor!
Ella comparte una mirada con Niridia antes de bajar.
—No estoy siendo irracional. Quizá esté pasando algo por alto. No
puede atraparnos, Niridia.
—Le ganamos una vez —responde ella—, podemos hacerlo de
nuevo.
—Esta vez no se enfrentará a nosotros uno a uno. No podemos
confrontar a veinte naves.
—Eso es cierto —dice ella—. Pero no hay nada que puedas hacer
para cambiar la situación todavía. Concéntrate en practicar con Riden. Yo
supervisaré todo aquí.
 

***
Quería darle un descanso a Riden después de lo que logramos ayer.
Estar cerca de mí mientras uso mis habilidades no es fácil para él. Pero la
necesidad de resolver las cosas se ha vuelto más urgente que nunca.
Suspiro, aliviada cuando Riden no me hace ningún reproche después
de que le diga que tenemos que volver a practicar inmediatamente. Sin
embargo, debe notar que estoy nerviosa, porque una vez que llegamos al
calabozo me pregunta:
—¿Qué pasa?
—Podemos ver la flota desde la cofa. Padre está llevando a sus
hombres al límite para atraparnos.
—Entonces será mejor que estemos preparados.
Bajo la mirada de Sorinda, pasamos el resto del día aprendiendo el
alcance de mi control sobre la sirena que hay en mí. Riden intenta salir de la
habitación -con los oídos tapados, por supuesto- para ver si la distancia
afecta a la respuesta que la sirena tiene hacia él. Lo hace. Tiene que estar en
mi línea de visión, o la sirena bloquea sus gritos.
Trata de llamarme cada vez más en voz baja, hasta que no dice nada
en absoluto, con la esperanza de que finalmente baste con mirarle. Pero eso
no la mantiene a raya. Es su voz mientras está en al alcance de mi vista.
Nada menos.
Tenía la esperanza de que tal vez, con la práctica, podría aprender a
controlarla por mi cuenta. Pero después de tres días más con los mismos
resultados, me veo obligada a renunciar a esa idea. Aun así, mientras Riden
esté cerca, puedo reponer mis habilidades y recuperar mis sentidos
inmediatamente. La próxima vez que me enfrente a mi padre en una batalla,
no tendré que preocuparme por lo que haré cuando mis habilidades se
agoten. Puedo reponerlas sin miedo a que la sirena se haga cargo mientras
pueda oír a Riden, hasta que me fallen las fuerzas o todos los hombres de
mi padre estén muertos. Lo que ocurra primero. Aun así, es demasiado fácil
para nuestros enemigos taparse los oídos. No es suficiente.
Este es sólo el primer paso. El verdadero reto será seguir siendo yo
misma mientras esté rodeada del agua del océano. Necesito estar en el mar
y seguir siendo yo.
                        

***
La flota desaparece más allá del horizonte, y no puedo decidir si es
mejor o peor no saber dónde están. Aun así, no poder verlos significa que
hemos ganado más terreno. Quizá por eso retraso el siguiente paso en el
aprendizaje del nuevo control que puedo ejercer sobre mis habilidades con
Riden.
Es más que por la flota. No puedo presionar a Riden demasiado
rápido. Él necesita tiempo para afrontarlo. Es una mentira que me digo a mí
misma. En realidad, Riden parece sentirse más y más cómodo con la sirena
cuanto más tiempo pasa con ella. Y aunque, por supuesto, tengo en cuenta
sus sentimientos, la verdad es que estar en el agua me aterroriza. Hay tanto
daño que ella puede hacer. Tanta gente a la que puede lastimar en este
barco. Estoy absolutamente petrificada de ser ella y correr el riesgo de
perderme en el mar para siempre.
Pero mientras la amenaza de deshidratación se cierne cada vez más
sobre nuestras cabezas, se me acaban las excusas. Kearan cree que
deberíamos llegar a la isla en cualquier momento.
En la cubierta, él y Enwen se cuelgan de la barandilla, mirando con anhelo
la extensión plana de agua.
—Tiene mejor aspecto que sabor —les aseguro.
—¿Por qué, pero por qué, el mar contiene sal? —pregunta Enwen.
—Para volvernos locos. —responde Kearan.
—Dejad de mirarlo —les aconsejo—. Vayan a distraerse.
Como si lo hubieran coordinado de antemano, los dos se dan la vuelta
y se desploman en la cubierta simultáneamente. Puede que no sobrevivamos
para llegar a esa isla.
Me dirijo a las cocinas, buscando a Trianne. Tiene el último barril de
agua bajo llave en uno de los almacenes. Confío en que mi tripulación no
robará más que su parte cuando se trata de oro. Pero el agua es un asunto
completamente diferente. La falta de agua afecta a la mente de una persona.
—¿Cuánto queda? —pregunto.
Ella sabe inmediatamente a qué me refiero.
—¿Si seguimos con estas porciones? Cinco días.
Cinco.
—Empieza a servir el ron con la cena en lugar del agua. —Le pido.
No sólo nos dará más tiempo en el mar, sino que ayudará a la tripulación a
dormir por la noche con la garganta sedienta.
—Eso nos dará una semana más, tal vez. Hay que dar las gracias a las
estrellas, Kearan lo dejó. Si no, ya estaríamos sin nada.
—Eso es verdad.
Le doy una palmada en el hombro antes de salir de la galera.
—¡Han vuelto!
El grito es silencioso desde aquí abajo, pero sé que es Roslyn. Ella
debe referirse a los barcos. La flota.
¿Está jugando conmigo? No me extrañaría que mi padre diera a sus
hombres un respiro lo suficiente como para que me sintiera segura sólo para
acelerarlos de nuevo y despistarme. A él le gustan los juegos, y en este
momento, la única ventaja que tengo es poder reponer mis habilidades sin
tener que encarcelarme y esperar una noche.
No es suficiente. Lo sé. Sé lo que tengo que hacer a continuación.
Me tiemblan las piernas sólo de pensarlo, pero me obligo a dar los
pasos necesarios. Primero localizo a Sorinda y le doy órdenes. Luego voy a
mi camarote a cambiarme. Finalmente, busco a Riden. Está charlando con
Wallov en el calabozo cuando lo encuentro. Probablemente están demasiado
abajo para haber oído el grito, y cuando empiezo a captar el tema de su
conversación, decido no interrumpirlo de inmediato.
—Cuidar de una niña es un trabajo duro —dice Wallov—, sobre todo
cuando es demasiado pequeña para andar sola. Pero no cambiaría a Roslyn
ni por todo el oro del mundo.
—¿Alguna vez es incómodo ser padre de una hija? —pregunta Riden.
—Todavía no lo ha sido, pero temo las conversaciones que tendremos
cuando sea un poco mayor.
—No temas, Wallov —intervengo, alertando a los dos hombres de mi
presencia—. Hay toda una tripulación de mujeres para ayudarla con eso.
—Bien —respira, el alivio es evidente en su voz—. Realmente
esperaba eso.
—Siento interrumpir —digo, mi voz adquiere un tono más urgente—,
pero necesito a Riden. —Él ladea la cabeza y me apresuro a añadir algo más
a mi declaración—. La flota ha vuelto. Es hora de dar el siguiente paso.
Las expresiones desenfadadas de sus rostros flaquean. Wallov se
apresura a subir para estar cerca de su hija mientras ella hace su trabajo.
—Sígueme. —pido a Riden.
Cuando me ve dirigirme hacia las escaleras, pregunta:
—¿Arriba? ¿No estaremos en el calabozo?
—Hoy no.
Me sigue sin más preguntas, y me encuentro recordando su
conversación con Wallov, a pesar de la amenaza que supone la flota.
—¿Piensas tener hijos pronto? —pregunto una vez que estamos arriba
y nos dirigimos a mi camarote.
Niridia me lanza una mirada calculadora y asiente con la cabeza
cuando ve que estoy con Riden. Su mano herida está sostenida por un
cabestrillo alrededor del cuello.
—No pronto —responde—, pero algún día. Antes no lo creía posible
con esta vida. Pero aquí, en esta nave, un niño estaría a salvo. Bueno,
probablemente no tan seguro como en tierra, pero lo suficientemente seguro
con esta tripulación alrededor.
Mi mente da vueltas ante esta revelación. ¿Riden engendrando un
hijo? No puedo entenderlo, y mi mente lo está pasando peor de lo normal
con mi padre en el punto de mira.
—¿No te gustaría tener un hijo algún día? —pregunta.
La pregunta pone a Roslyn y a mi padre en el mismo espacio de
pensamiento en mi cabeza, y me estremezco antes de encontrar una
respuesta.
—Sinceramente, nunca lo he pensado.
—¿Nunca?
—No. Ya cuido de toda una tripulación. No veo cómo encajaría un
niño en la mezcla.
—Me imagino a una niña de pelo feroz haciendo estragos en este
barco, encerrando a sus muñecas en el calabozo cuando se portan mal. —
Me río—. Probablemente sólo puedas tener hijas, ¿no? ¿No hay varones?
Supongo que tampoco había pensado en eso.
—Probablemente. ¿Pero serían como yo? ¿O serían... humanos? —
Casi digo normal.
—¿Importa? —pregunta.
La confusión me desgarra. A regañadientes se permite estar en
presencia de la sirena. ¿Por qué no se preocuparía de que un niño que yo
haya engendrado tenga también una sirena en su interior? La falta de agua
se le está subiendo a la cabeza. Está alucinando.
Sorinda ya nos está esperando en mi cuarto de baño. Él echa un
vistazo a la bañera llena de agua salada.
—¿Hablas en serio?
—Mucho.
—¿Cuál es el plan, exactamente?
—Me meto en la bañera, me pongo en plan sirena, y tú intentas
traerme de vuelta.
—No estás contenida —dice.
—La bañera está atornillada al suelo. No puedo trasladarla al
calabozo.
Debe percibir lo nerviosa que estoy, lo mucho que no quiero hacer
esto, porque a continuación dice:
—Está bien. Métete en el agua.
Me quito las botas y cualquier otro objeto peligroso. Me quedo sólo
con una blusa negra y unos leotardos. Decidí que lo mejor era no vestir de
blanco ya que sabía que me iba a empapar delante de Riden.
Entro en la bañera, cada músculo de mi cuerpo se tensa ante el
contraste. El agua está fría, lo que hace que se produzcan pinchazos a lo
largo de mi piel. Mi propia mente se vuelve traidora y me ruega que
absorba el agua, deseando el poder, la seguridad y la revitalización que
conlleva. Sé que en cuanto me permita sentarme, el agua me consumirá, y
seré incapaz de asimilarla. Ser la sirena es no tener nunca miedo. No tener
nunca hambre ni sed. No dudar ni preocuparse jamás. No temer nunca. Es
una existencia diferente a cualquier otra. Despreocupada y maravillosa. A
veces la anhelo, pero también sé que con ella viene la falta de todo lo
humano. Me hace olvidar a todas las personas a las que quiero tanto.
No quiero olvidar, pero necesito la sirena para vencer a mi padre.
Estoy segura de ello de una manera que no puedo explicar. Si tan sólo
puedo fusionar las dos mitades de mí misma para lograrlo.
Me dejo hundir en el agua. Mi preocupación se transforma en
confianza. El cansancio se convierte en fuerza. Me tumbo, dejando que el
poder me envuelva. Levanto los brazos para estirarme, para nadar, pero
chocan contra el metal.
¿Qué...?
Esto es un contenedor. No es el mar. No, puedo sentir mi precioso
océano debajo de mí, separado de mí por metros de madera. Bajar a rastras
no es una opción. Tengo que salir del agua para llegar a mi verdadero hogar.
Una voz me llama desde arriba.
—Alosa, sal del agua.
La voz es masculina. El mismo hombre de antes. El guapo. El que aún
no he conseguido convertir en cadáver. Levanto la cabeza fuera del agua, le
miro con los ojos que ven mucho mejor bajo el mar.
—¡Ningún humano me da órdenes!
Espero que se acobarde, que se encoja. Pero, en todo caso, se
mantiene más firme.
—Una parte de ti también es humana. Déjala salir.
Me pongo de pie y mis ojos se posan en la salida. El humano se
interpone entre ella y yo. Levanto el primer dedo, examinando la garra
puntiaguda del extremo.
—Creo que voy a trazar una línea en tu garganta. Te gustaría,
¿verdad?
Mi lengua se enrosca alrededor de una nota dulce, dejando que mi
voluntad se convierta también en la de este hombre.
—Sí —dice con entusiasmo, extendiendo su cuello hacia mí.
Podría hacer los más preciosos dibujos rojos sobre ti, canto. Me
encanta decidir por dónde empezar. ¿Por ese torso musculoso? ¿Por tus
piernas delgadas?
Pero estar lejos del mar es como tener un incómodo picor, necesito
apresurarme a volver a él. Supongo que tendré que llevarlo conmigo. Salgo
de la bañera. Y siseo entre los dientes cuando un dolor al rojo vivo me
atraviesa el brazo. Hay otra humana en la habitación. Una mujer oculta a mi
vista hasta ahora. Su espada gotea con mi sangre. Voy a arrancar el brazo
que sostiene esa espada. Pero antes de que pueda moverme, un cuerpo se
aprieta contra mi espalda. Un brazo me rodea la cintura, el otro me cruza
los hombros y el pecho. Una barbilla se apoya en mi hombro, presionando
una mejilla desaliñada junto a la mía.
—No le harás daño a los que amas, Alosa —dice Riden—. No
mientras siga respirando.
Mis piernas pierden su fuerza. Caería al suelo si Riden no siguiera
sujetándome. Las lágrimas se me clavan en los ojos, pero no se derraman.
Se me revuelve el estómago al pensar en lo que casi he hecho. A Riden. A
Sorinda. Al resto de la tripulación. Podría haberlos matado a todos.
—Soy yo —murmuro en voz baja, temblando.
El movimiento hace temblar también a Riden. Absorbo el agua que
aún se aferra a mi ropa, pensando que tal vez sólo tengo frío. Pero el
temblor no cesa.
—Hemos terminado por ahora. —le digo a Sorinda—. Puedes irte.
—Mandaré llamar a Mandsy. —responde ella, señalando el corte que
me ha hecho.
—No, yo lo curaré. Creo que necesito... procesar adecuadamente lo
que ha pasado.
No discute. Me encanta eso de Sorinda. Se va en silencio. Ni siquiera
oigo la puerta cerrarse tras ella.
—Tú también puedes irte —le digo a Riden, que todavía se encuentra
detrás de mí.
—Todavía no. —responde, abrazándome mientras espero a que el
temblor disminuya.
—No volveremos a hacer eso. —Le digo cuando me relajo.
Él afloja su abrazo y deja que una de sus manos frote círculos en mi
espalda.
—Sí, lo haremos.
Me vuelvo contra él, rompiendo su agarre por completo.
—¿Cómo puedes decir eso? No te ha gustado nada de esto desde el
principio. Sólo lo hiciste porque eres demasiado desinteresado para tu
propio bien.
—Me importa esta tripulación. Y a ti también. Por eso tenemos que
volver a intentarlo. Hasta que consigamos controlar esto, al igual que hemos
hecho con la reposición de tus habilidades.
—Tuve un exceso de confianza. Pensé que sería más fácil porque
habíamos practicado mucho antes. Pero esto fue diferente. Casi os mato a ti
y a Sorinda. Entonces habría estado suelta en esta nave. No quiero ni
imaginar el daño que podría haber hecho.
—Pero no lo hiciste. —dice, tratando de alcanzarme.
—¡Por qué intentas tocarme! —Le grito, perdiendo la compostura—.
Te doy asco. Mis poderes te aterrorizan. No soportas estar cerca de mí. No
tienes que fingir.
Riden se congela en su sitio.
—¿Es eso lo que piensas?
—Es lo que sé, Riden.
—¿Y supongo que conoces mi mente mejor que yo?
—Está bien, Riden. Puedo soportar la verdad.
Se lleva una mano a la cara, como si tratara de borrar la tensión que
hay allí.
—No te odio a ti ni a tus habilidades, Alosa. Sólo necesitaba tiempo
para adaptarme a ellas. Para superar todo lo que me pasó en el pasado.
Me quedo en silencio por un momento. El horror de lo que casi hago
aún se arremolina en mi interior, como una tormenta que espera ser
desatada. Hay demasiadas cosas que estoy sintiendo en este momento.
Demasiado para que me quede callada.
—No puedo superar la forma en que actuaste cuando te salvé. —
confieso—. Hiciste que pareciera que le canto a los hombres por puro
placer, como si fueran muñecos con los que puedo jugar. Ya deberías saber
que el único momento en que uso mi voz es cuando necesito proteger a mi
tripulación. Eso te incluye a ti. Cuando te caíste al mar, no pensé, Riden. No
recordé nuestro trato. Lo único en lo que podía pensar era en el hecho de
que estabas en peligro. Actué. Salté.
Mi voz gana fuerza mientras hablo, mientras lleno las palabras de
significado, de emoción. Como lo hacen los humanos, no las sirenas.
—Pero, aunque me hubiera parado a pensar —continúo—, habría
tomado la misma decisión. No puedo evitarlo. Cuando se trata de ti, no
tengo control sobre mis acciones.
Son las mismas palabras que me dijo después de que escapáramos de
la isla caníbal. Puedo ver por su cara que él también lo recuerda.
—Lo sé. —responde—. Sé que nunca utilizas tus habilidades para
divertirte. No es tu forma de ser. En ese momento, no podía ver eso. Era
más fácil creer que me estabas manipulando como hacía mi padre, que
pensar que me estabas salvando porque realmente te importaba. No puedo
retractarme de la forma en que actué después de que me salvaste. Pero,
sinceramente, esto —señala el agua salada de la bañera— estos momentos
en los que trabajamos para controlar tus habilidades, me han ayudado a
crecer tanto como a ti. Eres perfecta tal y como eres —continúa—, y no
cambiaría nada de ti.
Quiero acercar su cara a la mía. Besarlo hasta que no pueda respirar.
Sus ojos se intensifican y me doy cuenta de que está pensando lo mismo.
Me hace sentir un calor abrasador hasta los dedos de los pies. Riden respira
profundamente.
—Lo estás haciendo de nuevo, Alosa. Esta vez estás furiosa contigo
misma. Te sientes culpable por lo que podría haber pasado. Y buscas una
distracción.
¡Y qué! Quiero estallar. ¿Cómo puede leerme tan bien? ¿Por qué
mantiene a raya a la sirena? ¿Qué tiene este maldito hombre? Antes de que
pueda decir nada, sus ojos se posan en mi brazo. Donde Sorinda me cortó.
—¿Puedo ayudarte con eso? —me pregunta.
Si espera que mantenga mis manos para mí, entonces no.
—Yo me encargo. ¿Podrías decirle a Niridia que envíe a alguien para
que saque el agua de mi bañera?
—Por supuesto.
Y se va. Me dirijo a mi armario y me vendo la herida sola. 
 
Capítulo 17
 

AHORA NECESITO ACTUALIZACIONES constantes de la flota.


Cada vez están más cerca. Ocupa mi mente, todas las horas del día. Eso y
los estragos que casi desato en mi propia nave. Encima de eso está la culpa
que siento por mi tripulación me martiriza. Es tan fuerte que me encuentro
comiendo mis raciones más tarde que la mayoría, sólo para no tener que ver
cómo de escasas son las suyas.
Me siento a cenar unos días después, la cocina está casi vacía. Kearan
y Enwen están en una mesa juntos, Enwen es quien habla, por supuesto.
Kearan se desploma en su asiento, el racionamiento le afecta más que a los
demás. Se niega a beber ron con la cena.
—Lo que necesitas, Kearan, es distraer tu mente —dice Enwen.
—¿Cómo se supone que voy a hacer eso?
—¿Quieres que te cuente un chiste?
—No.
—Un pirata en el mar tiene una pata de palo, un gancho por mano y
un parche en el ojo. Uno de sus compañeros le pregunta cómo perdió la
pierna.
—Por favor, para —ruega Kearan.
—Él responde: 'Una bala de cañón'. Luego su compañero le pregunta
cómo perdió la mano. Él responde: 'Una espada'.
—Enwen, te dejaré inconsciente —amenaza Kearan, pero me doy
cuenta de que no tiene energía para llevarlo a cabo.
—Cuando el acompañante le pregunta cómo perdió el ojo, el hombre
dice: Un chorro de mar.
Kearan mira fijamente a Enwen.
—Eso no tiene ningún sentido.
—Fue su primer día con el gancho.
Kearan gime y apoya la cabeza en la mesa.
Les sonrío a los dos, aunque solo sea para enmascarar el sentimiento
de culpa que se me acumula en el pecho. Ojalá mis habilidades incluyeran
la extracción de sal del agua.
Al otro lado de la galera, sólo hay otro dúo sentado: Wallov y Roslyn.
Ella se lleva la taza a la boca, tratando de sacar las últimas gotas. Deja la
taza, mira a su padre y le susurra algo. Él le entrega su propia taza. Me
levanto tan rápido que el banco que tengo detrás se vuelca.
—Wallov —digo, quizá demasiado bruscamente—, no lo hagas.
Las discusiones de Kearan y Enwen se acallan al instante, ya que su
atención se centra en la escena que estoy montando.
—Tiene mucha sed, Capitana —responde Wallov.
—Todos tenemos sed. Pero nadie morirá con el racionamiento actual.
Si empiezas a darle tu parte a ella, morirás. Entonces no te lo agradecerá.
A continuación, dirijo mi atención a la pequeña Roslyn.
—Nunca debes aceptar sus porciones. ¿Entiendes? Será duro, y te
dolerá la garganta y la barriga, pero perderás a tu papá si bebes su agua.
Ella traga, sin romper el contacto visual conmigo.
—Lo entiendo, Capitana. No volverá a escuchar ninguna queja de mí.
Tanta convicción en alguien tan pequeña. La creo.
—Pronto estaremos en esa isla —digo—. Entonces podremos beber
todos hasta hartarnos.
Los dos asienten con la cabeza. Cuando llevo mi plato vacío y mi taza
a Trianne, le digo:
—Vigila a esos dos.
—Sí, Capitana.
Todavía estoy pensando en el enfrentamiento cuando vuelvo a subir.
Estoy obligando a un padre a ver a su hija marchitarse delante de él. Niridia
se precipita hacia mí, sacándome de mis pensamientos.
—Tenemos un problema.
—¿Cuál es?
—Ahora podemos verlos.
Mi mirada se vuelve hacia el horizonte detrás de nosotros, donde esa
línea marrón está más oscura que nunca. Desde la cofa, uno puede ver
kilómetros más allá que en la cubierta. Si ahora puedo ver la flota a simple
vista...
—Se está burlando de nosotros —digo. Manteniéndose en nuestra
mira, ahora. Seguirá haciéndolo durante días si quiere. Sin acercarse, sólo
invocando el miedo.
Es en lo que se destaca.
Mis sospechas sobre sus brutales juegos se confirman pocos días
después. Se ha acercado, pero no mucho. Radita no me ha traído ninguna
idea nueva sobre cómo podemos aligerar la nave. Son los cañones o nada.
Puedo contar con los dedos los días que nos quedan antes de quedarnos sin
agua.
La flota está ahí.
La mitad de la tripulación está mirando por encima de la barandilla
detrás de nosotros, viendo la flota acercarse. Más y más cerca.
—¡Tierra a la vista!
Algunos vítores flotan en el aire, pero son sólo a medias; la
resistencia de mi tripulación está en su punto más bajo. Pero tenemos un
problema mayor. No podemos detenernos con el rey pisándonos los talones.
Si lo hacemos, nos alcanzará seguro. Podríamos tardar horas en recorrer la
nueva isla antes de encontrar agua. Y aún más tiempo para llevarla de
vuelta al barco. Tiempo es lo que no tenemos ahora.
Kearan y yo nos turnamos para mirar por el telescopio y examinar el
mapa de Allemos. Al final, nuestros hallazgos coinciden. Es la gran isla del
mapa. Estamos muy cerca de la Isla de Canta. Está justo después de esta
isla a la que nos acercamos ahora. Y a través del telescopio podemos
distinguir un terreno parecido a la selva. Tan verde. Tan lleno de agua. Se
me revuelve el estómago al ver nuestra salvación justo delante de nosotros,
nuestra perdición justo detrás. No podemos tener una sin la otra.
Los que miraban detrás de nosotros a la flota ahora dirigen sus
miradas hacia la proa. Hacia su esperanza.
—¿Cuántos deben desembarcar, Capitana? —pregunta Niridia.
Muchas manos se levantan en el aire.
—Me necesitas. —dice Athella.
—No me quedaré atrás. —suelta Deshel desafiante.
—Por favor, llévame esta vez. —Eso viene de la pequeña Roslyn.
Tantos rostros esperanzados, tantos cuerpos desesperados por
desembarcar y encontrar agua primero.
—Ninguno. —grazno.
Muchos ojos se abren de par en par. Tantas bocas sedientas tragan.
Tantos que me miran como si de repente me hubiera salido una cola.
—¿Ninguno? —pregunta Niridia—. Capitana, me refería a la isla. La
isla es muy verde y seguro que tiene agua.
—Lo sé. No he entendido mal. No podemos parar.
—¡Nos estamos muriendo! —insiste Deshel.
Señalo enfáticamente a la flota detrás de nosotros.
—Si nos detenemos, nos atraparán. Estamos muertas.
—¡Si no nos detenemos, moriremos de sed!
Sorinda aparece en la cubierta, donde todos pueden verla.
—Estoy con la Capitana. Debemos seguir adelante.
Mandsy habla.
—He tenido demasiados cuerpos descansando a la sombra de la
enfermería por agotamiento por el calor. Capitana, tenemos que parar. Si no,
no lo conseguiremos.
—Alosa… —comienza Niridia.
—No, no, nada de Alosa. He dicho que no vamos a parar.
Kearan mira disculpándose a Sorinda antes de decir:
—No sé cuánto tiempo más podré seguir así. Probablemente soy el
cuerpo más grande de la nave y el más deshidratado. No sé si podré
llevarnos a la Isla de Canta si no consigo más agua pronto.
—La Capitana te dio órdenes. —dice Sorinda—. No vamos a parar.
Riden, me doy cuenta, está al lado del barco, sin decir nada. ¿No tiene
una opinión?
—Pero, Capitana... —Es Roslyn de nuevo—. Tenemos mucha sed.
—Si no nos detenemos, vamos a morir de deshidratación —añade
Niridia—. Creo que esa es una forma peor de morir que en manos del rey
pirata.
No puedo soportar esto. No puedo soportar ver sus rostros
angustiados. No puedo soportar no poder protegerlos esta vez. Y me pongo
a gritar.
—¡Eso es porque nunca has sufrido en sus manos! —Miro a todos los
cuerpos en la cubierta, veo cómo el viento roza su piel seca. Observo su
respiración entrecortada con la boca abierta—. Lo habéis visto a distancia
porque os he mantenido a todos alejados de sus garras. Pero yo he estado
allí. Me han golpeado hasta que me desmayaba. He pasado hambre hasta
querer comer la piel de mis propios huesos. He estado encadenada en esa
mazmorra tan oscura y fría durante meses tanto que olvidé la sensación del
sol en mi piel. —Tomo aire, tratando de sacar mi mente de esos tiempos
oscuros—. Debes confiar en mí cuando te digo que es mucho peor morir a
manos de ese hombre. Nosotros. No. Vamos. A. Parar. —Ahora están en
silencio. Nadie tiene una respuesta a eso—. Si alguien intenta abandonar
esta nave, le arrastraré personalmente y le encerraré en el calabozo.
Y dicho esto, me encierro en mi camarote. No me sorprende en
absoluto que luego llamen a la puerta. Me debato durante un minuto si le
dejo entrar o no. No puedo soportar que alguien discuta conmigo.
—Alosa, no estoy aquí para discutir contigo —dice Riden.
¿Así que puede leer mi mente además de mantener a la sirena a raya?
¿De verdad ha llegado a conocerme tan bien?
Le dejo entrar. Luego vuelvo a apoyarme en la montaña de almohadas
de mi cama, cruzando los brazos y mirando el edredón de plumas de ganso
de color rojo real.
—No te odies —dice, tomando asiento en el borde de la cama—. Esto
está fuera de tu control.
—Lo sé. Odio no poder salvarlos, pero no me odio por ello.
Me doy cuenta de que capta mi significado inmediatamente.
—¿Por qué te odias ahora, entonces?
Este pequeño secreto se ha convertido en una carga propia. Lo he
alejado de mi mente desde que nos quedamos sin agua.
—Porque no tengo sed. —Él levanta una ceja—. Riden, el mar me
nutre. Cada vez que me abastezco de mis habilidades, es como comer o
beber. Yo. No. Estoy. Sedienta. Y toda mi tripulación está sufriendo. Y
acabo de decirles que no podemos parar, cuando no estoy sintiendo lo que
ellos. Soy egoísta y horrible.
Acerco las rodillas a mi cuerpo y apoyo los brazos cruzados sobre
ellas. Él pone una mano en mi brazo.
—No eres egoísta y horrible. Eres lo que eres. Eso no se puede
cambiar. En todo caso, esto es algo bueno. Te mantiene lúcida, te permite
tomar las decisiones necesarias para mantener al resto de nosotros a salvo.
—La mitad de ellos no me creen. No ven la amenaza que es mi padre.
No tienen ni idea de lo que es capaz.
—Confían en ti; sólo que es más difícil cuando el dolor de la sed
nubla sus propias mentes.
—¿Y qué hay de ti?
Agacha la cabeza para que sus ojos estén a la altura de los míos.
—Yo también confío en ti. Alosa, si fuera mi propio padre el que
estuviera detrás de nosotros, a punto de atraparnos, tomaría exactamente la
misma decisión que tú estás tomando ahora.
Me reconforta saber que no soy la única que habría tomado esta
decisión.
—¿Cómo salimos así, si nos criaron unos hombres tan horribles? —
Me pregunto en voz alta.
—Porque no somos nuestros padres. Vimos cómo era el mal y
supimos que queríamos ser diferentes.
Miro fijamente la mano en mi brazo, pensando en sus palabras. Puede
que no sea mi padre, pero eso no significa que siempre sepa cuál es la
decisión correcta. Y ahora mismo estoy aterrorizada, desesperada por tener
a alguien en quien confiar. No puede ser Niridia cuando está en desacuerdo
conmigo por esto.
—¿Voy a verme obligada a ver cómo todos los que me importan se
desvanecen lentamente? —pregunto—. ¿Seré la única que quede en esta
nave? ¿La única que mi padre atrapará? Parece que mis únicas opciones son
perderme en el mar o perderme en él. No estoy segura de cuál es peor.
—Ninguna de las dos cosas va a suceder. —Lo dice con tanta
seguridad, como el cabrón engreído por el que siempre le he tomado.
—¿Y cómo será entonces?
—Vas a controlarte bajo el agua.
Me burlo.
—¿Para poder salvarme?
—No, para que puedas salvarnos a todos.
Sacudo la cabeza.
—Eso no sucederá. La sirena no puede controlarse cuando está en su
hábitat natural. La última vez casi te corto el cuello. No creo que te des
cuenta de lo cerca que estuviste de la muerte.
—Y no quiero que corras el riesgo de perderte. ¿Qué pasa si te caes al
agua después de que la Ava-lee dé su próximo golpe? Así de fácil estarías
perdida para nosotros. Sin poder salvar a nadie. ¿No vale la pena intentarlo
de nuevo?
—No si eso significa que voy a matar a toda la tripulación.
—Alosa, ya estamos rodeados de muerte por todos lados. Tenemos
que correr este riesgo.
Mi mente está tan agotada. Todas esas caras de decepción...
—Dijiste que no habías venido a discutir conmigo. Quiero estar sola
ahora.
Retira su brazo, observándome cuidadosamente.
—Te estás quedando sin opciones. Y a nosotros se nos acaba el
tiempo.
                        

***
Al día siguiente, toda la tripulación observa cómo se acerca la isla. Y
la pasamos de largo. Niridia apenas puede soportar hablar conmigo o
repartir mis órdenes, está tan furiosa. Mandsy está en la enfermería con más
pacientes agotados. Sorinda se queda a mi lado, en la sombra, pero cerca,
no obstante. Un apoyo físico. Es demasiado esperar que llueva. No hay ni
una nube en el cielo. El agua no vendrá por ahí. Nos quedan días. Sólo días.
Niridia se acerca a mí otro día después, cuando la isla está a nuestras
espaldas cerca de la flota.
—Niridia…
—Silencio —me suelta.
Le dirijo una mirada de advertencia.
—No, Alosa —dice—. Voy a hablar. Parece que soy la única voz de
la razón en esta nave estos días. Riden me dice que te niegas a practicar con
tus habilidades bajo el agua.
—¡Claro que me niego! Casi mato a todos, la última vez.
Me agarra bruscamente por el brazo y me arrastra hacia la popa. La
tripulación la observa, y yo intento decidir cómo ponerla en su sitio sin
bajar más la moral. La tripulación no puede ver a su primer oficial y a su
capitana enfrentadas. Pero ella me suelta antes de que pueda pensar en algo
que decir o hacer. Señala con un dedo delante de nosotros.
—¡Flota! Justo ahí. Nos quedamos sin opciones. —Doy un paso atrás
de ella—. Nuestras opciones son la muerte, la muerte o la muerte —ruge
ella—. ¡Ve a hacer algo útil! ¡Necesitamos la sirena! En el peor de los
casos, ella da a todas las mujeres una muerte rápida. En el mejor de los
casos, utiliza su nuevo control para encontrar una manera de salir de este
lío. Has hecho que parar por agua sea imposible ahora. Esta es nuestra única
opción.
Gruño.
—Maldición, Riden.
—Él es lo único que nos ha mantenido vivos hasta ahora. Le debo la
vida gracias a lo que le hace a la sirena. Ahora la necesitamos de nuevo.
Con todos mirando, me doy cuenta de que no tengo elección. Voy a
tener que arriesgarme a matarlos a todos y a odiarme después. Tengo que
arriesgarme por ellos.
                  

***
—Me delataste —le digo a Riden cuando lo encuentro debajo de la
cubierta.
—Tú me hiciste lo mismo la última vez.
—¡No veo cómo ustedes dos esperan resultados diferentes a los de la
última vez! Van a pasar cosas malas.
Me siento cerca de la histeria. No veo un final feliz para ninguno de
nosotros.
—Ya he pensado en eso —dice. Le miro bruscamente—. Si no me
hubieras echado de tu habitación anoche, habría tenido tiempo de
explicarte.
Quiero gritarle, pero cierro la boca, dispuesta a escuchar.
—Estaré cerca de ti todo el tiempo —dice—. La última vez, sólo tuve
que tocarte, poner mi cara junto a la tuya, y volviste a ser tú misma. Esta
vez, te mantendré cerca mientras te sumerges. No harás daño a nadie. Y tú
misma no saldrás herida.
Es una buena idea.
El miedo sigue ahí. Estoy absolutamente aterrorizada de que vaya a
lastimar a alguien. Pero también estamos desesperados. Y Riden parece tan
seguro de que puede ayudarme esta vez.
Y confío en él.
Esa constatación es un shock, y me decido. Sorinda y Mandsy llenan
la bañera. Me preparo, tanto mental como físicamente. Sin metal. Nada de
cordones. Sin alfileres ni adornos para el pelo. Inspirar. Exhalar. Intenta no
matar a nadie.
Mandsy se queda cuando la bañera está llena para ayudar a
mantenerme a raya en caso de que las cosas vayan mal. Esta vez decido que
dos chicas preparadas para actuar si algo va mal son mejores que una. Me
preocupa que Mandsy no sea lo suficientemente despiadada como para
herirme (o más) si es necesario. Sé que puedo contar con Sorinda para hacer
lo que hay que hacer, pero cualquier otra podría dudar. Y un momento de
vacilación es todo lo que necesito para hacer un daño serio. La próxima vez,
la sirena puede no estar de humor para jugar. Tal vez vaya a por la matanza
de inmediato.
Me meto en la bañera, con los dedos de los pies desnudos que se
enroscan por la promesa de poder que los acaricia. Casi salto cuando Riden
se mete conmigo. Sé que este era el plan, pero ¿y si no funciona? ¿Y si lo
ahogo? ¿O le rompo el cuello? Estoy nerviosa, incómoda, agotada por todas
las presiones externas. Él debe sentirlo.
—Relájate —dice.
—Relájate tú —le digo—. Eres tú quien está a punto de morir.
Sacude la cabeza.
—Ven aquí. —Antes de que pueda escuchar, me atrae hacia sus
brazos—. Quédate a mi lado. Ahora siéntate.
Es incómodo intentar hacerlo con él pegado a mí, pero lo
conseguimos. Cada centímetro que descendemos, el agua se vuelve más y
más irresistible. Estoy tan ansiosa, tan cansada de todo, y el agua promete
aliviarlo. Cuando me llega a la cintura, ya no puedo evitarlo. Dejo que
entre.
Y con la cara de Riden justo pegada a la mía, la sirena ni siquiera sale
a la superficie. Se queda lejos, justo donde la quiero. Dejo que mi cabeza se
hunda bajo el agua, y Riden, como si percibiera que soy yo todo el tiempo,
me deja hacerlo. Tras un minuto de descanso en la base de la bañera, vuelvo
a la superficie, salgo de la bañera, me vuelvo a meter en el agua y sonrío.
—Otra vez.
Tras unos cuantos intentos más con los mismos resultados, Mandsy y
Sorinda salen de la habitación. No las necesito. Riden es la clave.
Me vuelvo a secar después de la quinta vez y le lanzo a Riden una
toalla. Se alborota el pelo con ella y se escurre la ropa sobre la bañera.
—Todo este tiempo —digo mientras me vuelvo a poner el corsé—,
sólo te necesitaba cerca y que me mantuvieras humana.
—¿Por qué crees que es eso?
Todavía no lo sé. Quizás no estoy preparada para saberlo aún. No con
el peligro acechándonos.
El peligro está tan cerca.
La flota está cerca.
La flota tendrá agua.
—Riden, tengo una idea.
 
 

 
 

 
 

 
Capítulo 18
 

HABLO CON NIRIDIA y Riden en privado.


—No quiero ilusionar a nadie en caso de que esto no funcione.
—La tripulación necesita esperanzas ahora mismo. —dice Niridia—.
¿Qué tal si se lo digo después de que te hayas ido?
Ella sabe que no quiero enfrentarme a ellos. No después de haberles
quitado la oportunidad de tener agua. No quiero ofrecerles una nueva.
¿Cuánto me odiarían si no funciona?
—Está bien. —respondo. Luego me vuelvo hacia Riden—. ¿Te
sientes cómodo con esto?
—Estoy dispuesto a intentarlo si tú lo estás. —dice.
—Entonces, vámonos.
Los dos nos acercamos al hueco en la barandilla, el que se utiliza para
bajar a bordo de los botes de remos. Nos acercamos al borde, miramos
hacia abajo en ese abismo azul. Probablemente a miles de metros de
profundidad. El océano es un misterio aterrador. Miro a Riden nerviosa.
—Será lo mismo que en la bañera...
—Más vale que lo sea.
Detrás de nosotros, la tripulación debe estar mirando, curiosa por lo
que estamos haciendo.
—Esta es tu última oportunidad para... —empiezo.
Me rodea con sus brazos y caemos.
La caliente agua salada nos envuelve después del chapoteo. Riden me
rodea con los brazos y las piernas, su cara está pegada a la mía. La sirena no
aparece por ningún lado. No con él aquí. Un profundo suspiro de alivio se
escapa de mis labios mientras nos impulsó a ambos hacia la superficie. La
fuerza del océano me inunda, calmando mi culpa, mis miedos. Siguen ahí,
en el fondo de mi mente para sacarlos y procesarlos si lo deseo. Pero en este
momento esos sentimientos no servirán de nada. Siento la respiración de
Riden contra mi oído. Me hace cosquillas en la piel húmeda. Sus brazos y
sus piernas me agarran con fuerza, como si temiera que me fuera a perder
para siempre.
—Riden, nadaré más fácilmente si no me aprietas tanto.
Entonces se retira y me mira a la cara.
—Eres tú.
—Soy yo.
Nos miramos fijamente, con el agua resbalándonos por la cara,
abrazados el uno al otro. Cada vez que he estado en el agua con él, el
peligro nos pisaba los talones. Pero ahora, no hay ninguna amenaza
inmediata, aunque tengamos un trabajo que hacer. Así que me tomo un
momento para disfrutar de esto. Sintiéndome fortalecida por el océano.
Tenerlo tan cerca de mí, confiando en que lo mantendré a flote, en que no lo
lastimaré.
Nadar es tan fácil como caminar para mí. Y el peso de Riden hace
muy poco para frenarme. Podría quedarme con él así para siempre. Los
susurros llegan hasta nosotros desde arriba. Miro y veo a la mayoría de la
tripulación mirándonos por encima del borde del barco.
—Volveremos.
Entonces empiezo a nadar. No sé lo rápido que puedo hacerlo. Nunca
he tenido la oportunidad de averiguarlo. Pero sé que soy más rápida que un
barco. Mucho más rápida. Y cuando estoy en el agua, con toda su fuerza
corriendo a través de mí, no me canso. Puedo mantener esta velocidad para
siempre si lo necesito.
El agua está cálida, la travesía nos ha traído a un clima tropical. Algo
bueno, también, de lo contrario Riden se congelaría. Está en silencio
mientras nado. Tengo cuidado de mantener su cabeza por encima del agua
mientras mis brazos y piernas dan brazadas silenciosas en el mar. Es casi de
noche, y espero llegar a los barcos justo cuando oscurezca. No podemos
arriesgarnos a que nos descubran en el agua, y yo no puedo nadar bajo ella
cuando lo llevo a él conmigo.
Cuando el cielo finalmente se oscurece por completo, estamos sobre
la flota. Los vigías no podrán descubrirnos, aunque no sabrían buscarnos de
todos modos. Selecciono una de las naves más pequeñas, un barco en la fila
de los bordes de la formación de la flota. Así hay menos posibilidades de
que nos vean. Y si nos atrapan, habrá una tripulación más pequeña con la
que luchar.
La Serpiente es la elección perfecta. Las linternas están encendidas en
cubierta, pero hay poco movimiento. La mayoría de la tripulación debe
estar abajo, con suerte ya dormida. Encuentro un asidero en el barco, un
cabo atado a lo largo del costado. Riden levanta un brazo y empieza a trepar
primero, con el agua corriendo por su cuerpo, goteando en mis ojos
mientras lo sigo. Se detiene en una de las bocas de los cañones y asoma la
cabeza al interior. Después de respirar un par de veces, se impulsa y yo le
sigo.
La cubierta del cañón está vacía, pero no tranquila. Oímos voces
debajo de nosotros, que suben desde la escalera abierta en el extremo
opuesto del barco. El agua de mi ropa se acumula en el suelo. Susurro una
canción para expulsar parte de la energía antes de absorber el agua y
secarme. Riden resopla antes de señalarse a sí mismo. No llegaremos muy
lejos con el chirrido de sus botas o el sonido del agua que gotea.
Sin decir una palabra, le aprieto contra la pared vacía entre dos
cañones y cubro su cuerpo con el mío. De mi boca salen más palabras
flotando en el aire, demasiado silenciosas para que las oiga alguien que no
sea Riden. Entonces empiezo a sacarle el agua. Deja escapar un pequeño
jadeo cuando empieza a secarse. De miedo, de asombro o de algo
totalmente distinto, no estoy segura. Mi cabeza está sobre su hombro, mis
manos recorren su pelo, su espalda, atrayendo hasta la última gota hacia mí.
—Mi trasero aún está mojado. —Se burla.
—Lidia con eso.
Le doy una palmada en el hombro y veo su expresión divertida antes
de apartarme. Ahora me doy cuenta de que le he estado tocando, bueno,
mucho de él. Algo que no había hecho desde la última vez que nos
besamos. Casi una eternidad. Pero no hay tiempo para ese tipo de
pensamientos. Tengo una tripulación sedienta.
La cocina está un piso por encima de nosotros. Subimos las escaleras
con cuidado, observando las cubiertas inferiores para asegurarnos de que
nadie mira hacia arriba. Puedo ver dos cabezas de pelo desde aquí. Un par
de hombres están sentados en las escaleras, riéndose a carcajadas de algún
chiste que ha dicho una persona a la que no puedo ver.
Giramos alrededor de las mesas y los bancos para llegar a los
almacenes de la parte trasera. En la cocina, las carnes secas cuelgan del
techo. Los fogones no tienen más que hollín y ceniza. Los platos de la cena
ya están limpios y guardados.
Una puerta cerrada nos da pocos problemas. No he traído mis
ganzúas, pero utilizo un cuchillo para abrir las bisagras. Un ligero ruido de
raspado es todo el sonido que hago. Nos quedamos helados, pero nadie
viene corriendo. No con toda la cháchara de abajo para enmascarar lo que
estamos haciendo.
Dentro, encontramos un surtido de alimentos: panes, verduras en
escabeche, harina, azúcar y otros ingredientes para cocinar. Y en el fondo:
barriles de agua.
Riden abre uno, mete la cabeza y bebe.
—Cuidado, te vas a poner malo. —Le digo.
—No me importa. —responde y vuelve a meter la cabeza.
Cuando termina, llevamos los barriles (de uno en uno, los dos con
nuestra fuerza combinada) por las escaleras, de vuelta a la cubierta del
cañón. Desde allí, los atamos con una cuerda que encontramos en el barco.
Luego los arrojamos por las bocas de los cañones. Riden empieza a subir
por el agujero, pero le detengo.
—Un momento.
Abro los almacenes de la cubierta de armas, estos sin llave, y sonrío
cuando encuentro lo que busco. Me coloco un hacha en el cinturón que
rodea mi corsé. Él la mira, pero no hace ninguna pregunta antes de volver a
abrazarme mientras caemos al agua. Cuando salimos a la superficie, ambos
sonreímos por nuestro éxito.
—¿Puedes esperar aquí un momento? —Le pregunto.
—¿Adónde vas?
—A frenar la flota.
—¿Con un hacha?
Amplío la sonrisa antes de sumergir la cabeza bajo la superficie. Nado
muy por debajo de los barcos, midiendo los cascos, hasta que encuentro el
más grande de ellos a la cabeza de la flota.
Y al igual que hice con el arpón durante la batalla naval, nado como
un tiro hacia el cráneo del dragón, con el hacha extendida frente a mí con
las dos manos, en ángulo para que la hoja afilada golpee primero. Conecta
con el timón, enviando una aguda reverberación por mis brazos. Todo el
barco se sacude con el contacto. Me pregunto qué pensará mi padre. Apoyo
los pies en la base del barco, tirando de la rotura hasta que el timón se
desprende. Con mi trabajo hecho, vuelvo a por Riden y los barriles.
El regreso es el mejor baño de mi vida. Soy yo, totalmente en control.
Estoy remolcando el agua que salvará las vidas de mi tripulación justo
detrás de mí. Cuatro gloriosos barriles. Y lo mejor es que si necesitamos
más, Riden y yo podemos volver a hacer el viaje a otro barco. Está casi
amaneciendo cuando alcanzamos al Ava-lee.
—¡Tira un anzuelo y un sedal! —grito.
La llamada es obedecida, y coloco el anzuelo alrededor de una
sección de cuerda que une los barriles.
—¡Tira!
Sacan los barriles del agua. Los oigo rebotar en la cubierta. Se lanza
otro cabo para ayudarnos a Riden y a mí a subir. Cuando entramos en la
cubierta, nos reciben los sonidos de sorber, tragar y reír. Risas.
Se turnan, compartiendo libremente, pasando tazas. Y cuando
terminan, me rodean. Me abrazan, me dan palmadas en la espalda,
murmuran disculpas y agradecimientos.
—No podría haberlo hecho sin Riden —afirmo, y entonces me dejan
para rodearlo a él.
Niridia me llama la atención y me acerco a ella a grandes zancadas.
Se rasca el vendaje de su mano izquierda.
—Capitana, te pido disculpas. —dice—. No debería haber discutido
contigo delante de la tripulación. No debería haber hablado tan
directamente, yo...
—No vayas a llamarme 'capitana'. Ahora no. —digo, abrazándola.
Ella levanta la cabeza de mi hombro, mirando detrás de nosotros.
—La flota se ha ido.
Sonrío.
—Eso es porque le quité el timón al Cráneo de Dragón antes de que
nos fuéramos.
—Por supuesto que lo hiciste.
Me encantaría quedarme a celebrarlo con el resto, pero he estado
despierta toda la noche.
—Me voy a dormir. ¿Manten las cosas en marcha aquí?
—Por supuesto.
                        

***
Los oigo en la cubierta, sus risas y cantos. Alguien más debe sacar el
laúd de Haeli y entonar una canción. Me calienta el corazón pensar en cómo
la están honrando. Manteniendo vivo lo que más amaba. Estoy muy
cansada, todavía vestida con mi corsé y mis botas. Me quito estas últimas y
me dirijo a mi armario.
Llaman a la puerta.
Espero que Niridia no tenga malas noticias para mí.
—Pasa. —digo, buscando algo de ropa de dormir.
Me detengo cuando veo que no es Niridia, sino Riden quien entra en
mi habitación.
—¿No estás cansado? —Le pregunto. Hoy me he alimentado del mar
durante horas, así que, si yo tengo sueño, él debe estar agotado.
—No creo que pueda dormir ahora mismo. —responde.
—¿Por qué no? —Me alejo del armario y le miro de frente.
—No puedo dejar de pensar en lo que hemos hecho juntos. Todo lo
que hemos practicado. No puedo dejar de preguntarme por qué soy yo el
que te mantiene humana.
El corazón me late como un loco en mi pecho, pero me encojo de
hombros.
—Uno de los misterios de la vida.
Vuelvo a centrar mi atención en la ropa que tengo delante, pero sus
pasos se acercan. Se detiene ante mí, interponiéndose entre mi armario y yo.
De repente, cualquier deseo de dormir se desvanece.
—Creo que tienes una idea. —dice—. ¿Por qué no la compartes
conmigo?
—No sé por qué sucede. —susurro.
Pero es una mentira. Una gran mentira.
—¿Por qué yo? —susurra él, tan suavemente. Tan sensual.
Sin intentarlo, la verdad surge en mi mente.
Porque me amas, me doy cuenta, pero no lo digo en voz alta. Por eso.
Esa relación especial, más poderosa que cualquier otra cosa. Lo más
humano que existe. Eso es lo que hace.
—¿Alosa?
—Tengo una relación diferente contigo, que no tengo con cualquier
otra persona.
—Diferente. —repite, divertido—. ¿Diferente cómo?
—Tú lo sabes.
—Quiero oírte decirlo.
Tal vez sea la emoción de poder seguir siendo yo misma mientras
estoy bajo el agua. Tal vez sea la comprensión de por qué es capaz de
mantenerme humana. O la comprensión de que, le ponga nombre o no, esa
relación entre nosotros está ahí. Sólo tengo que elegir si la quiero o no. Él
ha sido muy abierto conmigo. Si quiero dar este salto con él, es mi turno.
—Creo que me amas. —Le digo.
—Lo hago.
—Y yo creo que te amo.
—¿Crees?
—Lo sé.
Se acerca aún más a mí. Una mano se desliza por mi brazo desde la
muñeca hasta el hombro. Agarra un mechón de mi pelo y lo hace girar
alrededor de uno de sus dedos antes de llevárselo a los labios.
—¿En qué estás pensando ahora mismo? —pregunta.
—Sólo en ti.
En nada que me preocupe o me frustre. Sólo en Riden.
Desliza su mano hasta mi nuca para acercar mis labios a los suyos.
Me besa suavemente, lánguidamente, saboreándome cada vez que nuestros
labios se conectan. Me derrito bajo esa presión, pero consigo tirar de su
camisa aún húmeda. Me ayuda a quitársela. Paso las manos por su pecho
liso. Un torso tan perfecto como el de Riden nunca debería estar cubierto.
Sus labios se deslizan hasta mi garganta y yo inclino la cabeza hacia
atrás. Me apoya sus manos en la parte baja de mi espalda.
—¿Y qué pasa con ese chico? —pregunta.
—¿Hmm?
—Tu amante.
—Oh, mentí sobre eso. No soporto a Tylon.
Se aleja lo suficiente para mirarme a los ojos.
—¿Por qué hiciste eso?
—Estabas siendo cruel, y quería ponerte celoso.
—Creo que podríamos discutir sobre quién estaba siendo más cruel en
ese momento.
Sonrío y acerco mis labios a su hombro.
—¿Dices que ha funcionado?
En lugar de responder, me levanta con una mano bajo cada muslo y
me apoya contra la pared. Sus labios vuelven a estar sobre los míos, esta
vez duros e implacables. Lo rodeo con mis piernas en su espalda. Mis
brazos se cierran alrededor de su cuello. Apenas puedo respirar y no me
importa. El aire no es lo que necesito para vivir. Es él. Siempre ha sido él.
¿Por qué he tardado tanto en darme cuenta?
Riden me pone de nuevo en pie para poder recorrer mi cuerpo con sus
manos. Se deslizan por mis costados, por mi pelo, por mi espalda. Esta es la
parte en la que normalmente corto lo que estoy haciendo. Esta vez no. No
hay razón para no besar a Riden. No hay razón para no dejarle entrar. No
hay razón para no confiar en él. Él es lo que quiero.
Lo hago girar, plantándolo contra la pared. Mordisqueo sus labios, los
recorro con la lengua, escucho su respiración entrecortada y siento cómo se
tensan sus músculos. Sin romper el beso, empiezo a tirar de él hacia atrás,
hacia la cama. Pero debo de haber ido demasiado despacio, porque me coge
de nuevo y me lleva hasta el final.
Me deja sobre ella, se tumba encima de mí, pero la presión de sus
labios nunca se suaviza, nunca se detiene, y no quiero que lo haga.
Me doy cuenta de que mi corsé se está aflojando. Sus dedos, tan
hábiles y ligeros como una pluma, tiran de las cuerdas, deslizándolas de un
agujero a otro. Cuando por fin consigue abrirlo, me pasa los dedos por el
vientre, que ahora sólo está cubierto por una fina blusa. Sus labios
abandonan los míos. Estoy a punto de protestar cuando siento sus manos de
nuevo en el lugar donde estaban. Bajan y siento que la blusa se levanta
lentamente. Cierro los ojos, inundada de sensaciones. Riden se detiene con
sus labios en mi ombligo. Y se incorpora.
—¿Qué estás haciendo? —Le pregunto—. Vuelve aquí.
No me mira. En lugar de eso, se dirige a la puerta.
—Riden...
Es entonces cuando lo oigo.
El canto.
Oh, diablos. 
 
            Capítulo 19
 

AGARRO A RIDEN POR EL HOMBRO y le aprisiono la cara


contra la pared más cercana de la habitación.
—Riden, sácala de ahí.
Se retuerce contra mí, balancea un brazo, se aparta de la pared con los
pies.
—Maldita sea, Riden. Para.
Él tira su cabeza hacia atrás, se choca con mi nariz. La sangre corre
hacia mi boca. Me la limpio de la cara con el brazo.
Muy bien, eso es todo. Agarro el objeto robusto más cercano a mi
alcance, un bonito tarro de cristal de la isla de Naula que guarda mis
horquillas. Qué pena, pienso mientras se lo hago estampo en la cabeza.
Se hace añicos y se queda sin sentido. Rebusco entre mis cosas hasta
encontrar la cera que traje para los hombres. Le meto un poco en los oídos a
antes de salir a toda prisa. Sorinda tiene a Kearan tumbado de espaldas, con
el pomo de su espada preparado para golpear de nuevo si el primer golpe no
ha servido de nada.
—Toma. —digo, lanzándole la cera.
Mandsy y Niridia tienen los brazos de Enwen inmovilizados en la
espalda mientras se retuerce contra el suelo. Me apresuro a ayudarles a
taparle las orejas. Deros ya está inconsciente en el suelo cerca de ellos, y
Niridia se acerca a él a continuación con una bola de cera.
—¡Papá! Vuelve aquí.
Wallov.
Me precipito escaleras abajo y choco con Wallov en su prisa por subir
a cubierta. Los dos rodamos de cabeza por los escalones.
Gimoteo mientras me froto la cabeza, pero Wallov ya se ha puesto en pie,
ignorando el dolor mientras intenta subir las escaleras de nuevo. Roslyn se
adelanta a mí y se lanza sobre él, rodeándole las piernas con sus pequeños
brazos. También le rodea con sus piernas y aprieta con todas sus fuerzas. Lo
envía al suelo de nuevo, lo que me da el tiempo que necesito para
alcanzarlos. Le clavo una rodilla en la espalda y le meto la cera en los
oídos. Se queda quieto.
—Está bien, Roslyn. —digo—. Ya puedes soltarlo.
Lo hace y deja escapar un largo suspiro.
—Eso estuvo cerca.
—Lo has hecho muy bien —le felicito.
Wallov se levanta y se frota el costado, que debe haberse golpeado al
caer por las escaleras. Me señalo las orejas. Él se lleva la mano a las suyas,
palpa la cera. La comprensión aparece en sus ojos. Roslyn le rodea con un
brazo. Me hace un gesto con la cabeza. Los dejo a los dos y vuelvo arriba.
—¿Cómo están? —Le pregunto a Niridia.
—Enwen ha vuelto a ser él mismo. Riden, Kearan y Deros están
desmayados. Los hemos atado al mástil, no sea que intenten destaparse los
oídos nada más despertarse. Sorinda los está vigilando.
—Bien. La isla aún no está a la vista. —afirmo.
—Lo sé. ¿Quizás las sirenas se están alejando de sus costas?
—O su canto llega más lejos de lo que pensamos.
Los ojos de Niridia se abren de par en par.
—¿De verdad lo crees?
—No hay forma de saberlo.
—Probablemente es demasiado esperar que sorprendan al rey igual
que nos ha pasado a nosotros.
Resoplo.
—Probablemente enviará un barco muy por delante del suyo para
tantear las aguas primero.
Niridia hace una mueca. La crueldad de mi padre realmente no tiene
límites.
—Quiero saberlo en cuanto la isla esté a la vista —ordeno.
—Sí.
                        

***
El canto va y viene mientras navegamos, pero no nos atrevemos a
permitir que los hombres se destapen los oídos. Ni por un instante.
Pasa una semana completa antes de que la Isla de Canta esté a la
vista. Una semana entera sin hablar con nuestros hombres. Una semana
completa sin poder hablar con Riden.
Ahora observo la isla a través de mi telescopio. Los árboles cubren el
lugar, haciendo imposible ver nada más. Otra selva como la isla por la que
pasamos en nuestra búsqueda de agua. En un trozo de pergamino, escribo:
Mira si puedes encontrar algún lugar fuera de la vista para echar el
ancla.
Kearan lo lee y asiente. Riden está a mi lado en el castillo de popa.
No habla; no podría oír mi respuesta, aunque lo intentara. Pero su presencia
es un consuelo. Cuanto más nos acercamos a la isla, más fuerte es el canto.
El canto que nos interrumpió a Riden y a mí.
Supongo que podría haberle arrastrado a la cama conmigo cuando
volviera en sí. Ciertamente no necesita sus oídos para eso, pero no quiero
dar ese paso con él cuando no tiene uso de todos sus sentidos. No para la
primera vez. Me caliento sólo de pensarlo, y rápidamente vuelvo a
centrarme en la isla que tengo delante. Pero eso sólo aumenta mi ansiedad.
¿Está mi madre cerca? Me da miedo y me encanta la idea de volver a
hablar con ella. Quiero preguntarle, no, exigirle, por qué me dejó. Quiero
saber qué ha sido de ella. ¿Sigue siendo frágil y débil? ¿Recuerda nuestro
encuentro en el torreón? ¿O es ahora un monstruo sin sentido que sólo
necesita matar hombres?
Nadie se atreve a hablar mientras navegamos. Varias de las chicas se
inclinan sobre el borde del barco, mirando hacia el agua, en busca de
avistamientos de sirenas. A pesar de que deben saber que estamos aquí, se
mantienen fuera de la vista.
Kearan encuentra el lugar perfecto para echar el ancla. La playa se
curva, formando un pequeño rincón bloqueado por árboles y otras plantas.
Está lo suficientemente lejos de la orilla principal para estar cómodos y nos
da algo de refugio de cualquiera que se dirija hacia aquí. También bloquea
nuestra visión del mar, pero ahora no me preocupa. Mi truco con el timón
debería haber detenido la flota durante horas. Tal vez incluso un día entero.
—¿Debo dar la orden de desembarcar? —pregunta Niridia.
—No. No vamos a desembarcar. Al menos no todavía. —No cuando
la última isla en la que nos detuvimos albergaba tales horrores—. Quiero
echar un vistazo bajo la superficie primero.
Ella levanta una ceja.
—¿Vas a adentrarte en el mar, sola?
—Si este tesoro legendario ha sido acaparado por sirenas,
probablemente sea mejor acceder a él por el mar. Además, tenemos que
saber a qué nos enfrentamos. Es mejor que vaya sola. Es menos probable
que me noten. —Sin mencionar que es imposible que alguien más nos siga
—. Manténganse alerta. —ordeno—. Uno en el mar y otro en la isla. En
ninguna circunstancia debe desembarcar nadie.
Aligero mi carga, quitándome las botas y el corsé. No quiero que me
pesen, y no me sirven de nada donde voy. Me ato un cuchillo al tobillo,
pero por lo demás, voy desarmada. Una espada y una pistola no tienen
ninguna utilidad bajo el agua.
Agarro la mano de Riden y tiro de él hacia el borde del barco
conmigo. Muevo el cuello hacia el océano, indicando lo que quiero. Él
sacude la cabeza con fiereza. Sabe que esto es lo que hemos estado
practicando, pero también sabe que ahora mismo hay sirenas en el agua.
Entiendo sus dudas, pero hago un gesto alrededor del barco. Tengo que
hacer esto para mantener a todos a salvo. Su mirada sigue siendo dura,
pero se acerca a la barandilla conmigo, cediendo. Confía en mí.
Me rodea con sus brazos y los dos saltamos. Entro en el agua, toda
esa energía me inunda y.… sigo siendo yo. Puedo hacer cualquier cosa
ahora mismo. Puedo cantar para siempre. Mis extremidades se han
fortalecido. Puedo moverme más rápido bajo el agua que en tierra. Ya era el
dispositivo perfecto para matar como pirata. Pero ahora...
Es difícil recordarme a mí misma que no soy invencible cuando siento
lo contrario.
Busco en las profundidades del océano, no hay sirenas a la vista,
aunque su canto se ha vuelto aún más fuerte ahora que estoy bajo el agua.
Nado con Riden hasta la superficie del océano. Se lanza una cuerda hacia
abajo. Me echa una mirada de despedida mientras la agarra y pronuncia dos
palabras.
Ten cuidado.
Le observo hasta que desaparece por el borde del barco. No puedo
continuar hasta que sé que está a salvo. Entonces vuelvo a sumergirme.
El agua nunca ha sido tan hermosa. Tan clara y limpia, virgen para los
humanos. La luz se filtra a través del agua, las manchas bailan en el fondo
arenoso. Un banco de peces con rayas azules y rojas brillantes pasa
nadando. Una tortuga posa sus aletas en una gran roca que descansa en el
fondo del océano. Un joven tiburón apenas más grande que mi brazo se
pasea por allí.
Nado más hacia el mar y luego sigo la costa alrededor de la isla,
siguiendo el canto. Cada vez salen más bichos a la superficie. Los cangrejos
se deslizan de lado a lado por la arena. Una medusa fluye con las olas hacia
la orilla. Las conchas, tanto rotas como enteras, giran sobre la arena al ser
empujadas hacia la isla.
Pero no hay sirenas, aún no.
Al principio me sorprende la falta de centinelas, de gente vigilando.
¿No querrían ser alertadas de cualquier amenaza? Pero luego me doy cuenta
de que no hay nada que las amenace cuando están bajo la superficie del
agua. Nada puede dañarlas. Ningún hombre puede sobrevivir bajo el agua.
¿Qué necesidad tienen las sirenas de vigilar a los barcos que se acercan?
Pero mis pensamientos se desvanecen al concentrarme en el canto.
Las voces se entrelazan en melodías tan complejas que ningún mortal
podría escribirlas en un papel. Me arrastran como la marea. Como si
llamaran a las demás. He cantado sola toda mi vida. Y siempre con un
propósito. Cantar nunca fue algo que hiciera solo para disfrutar,
especialmente cuando los que me rodeaban temían que les encantara. No a
mi tripulación, por supuesto, sino a los hombres de mi padre.
Sigo el sonido, saboreando cada nota. Pero falta un acorde. Un lugar
en la melodía que necesita ser llenado. Antes de que tome la decisión
conscientemente, mi voz está llenando el hueco, lanzando una línea de
notas que encaja perfectamente con las voces de las demás.
Mis músculos zumban ante la sincronización. La música se hace más
fuerte a medida que me acerco, rodeando un arrecife de coral. Y ahí están.
Cientos de ellas, pero apenas puedo procesarlo hasta que mi garganta deja
salir la última nota, sosteniéndola, dejando que llene el espacio que me
rodea.
Como una llama empapada en agua, la música se corta. Las cabezas
se giran en mi dirección, sus cabellos largos y frondosos se arremolinan con
el movimiento. Marrón cremoso. Amarillos con destellos de sol. Negro
tinta. Y entonces, en el centro, una se eleva por encima del resto con el pelo
del color de las llamas.
—Por fin has llegado a casa —dice mamá.
                        

***
Si estuviera por encima del agua, podría encontrar extraño que no
lleven ropa. Pero tiene perfecto sentido aquí abajo. El agua no nos enfría.
No hay clima severo ni temperaturas extremas de las que protegerse. No
hay nadie a quien ocultar su desnudez.
Las sirenas más viejas, incluida mi madre, llevan conchas ensartadas
en el pelo como si fueran cuentas. Mi madre, me doy cuenta, es la que más
tiene. Las sirenas maduras no tienen arrugas cerca de los ojos ni ningún otro
indicio de edad, pero hay algo en ellas que las marca como mayores. Algo
que puedo percibir más que ver.
Las niñas sirenas -nunca me había planteado su existencia-
permanecen cerca del fondo del mar. Saltan por la arena, se revuelcan en
ella y me recuerdan a los niños humanos que juegan en los charcos de
barro. Una de ellas me ve e inmediatamente nada hacia la sirena que
supongo que es su madre. Las dos tienen los mismos mechones dorados.
Mi madre es tan diferente de cuando la contemplé en tierra. Donde
antes estaba hundida, débil, apenas capaz de mantenerse en pie, ahora sus
músculos están tonificados, su piel lisa y sin manchas. Es una criatura de
poder y belleza que no se parece al resto. Su reina.
Cuando ve que mis ojos vuelven a los suyos, dice:
—Siempre faltaba una pieza. Estamos completas ahora que estás aquí
para llenarla.
Pasa nadando por delante de las demás, utilizando ambos brazos y
piernas para impulsarse. Cuando está allí, justo delante de mí, extiende sus
brazos hacia mí.
—¿Por qué has tardado tanto? Te he echado mucho de menos.
Quiero desconfiar de ella. De todas ellas. Las sirenas son bestias. Son
monstruos descerebrados que no se preocupan por nada ni por nadie más
que por ellas mismas. Pero no puedo. No después de lo que sentí al cantar.
Siempre hubo un lugar para mí aquí. Mi madre dejó un hueco en la canción
sólo para mí, esperando -no, desesperada- que viniera a llenarlo.
—No lo entiendo —le digo—. Tú me dejaste. Me abandonaste después
de que te liberara. ¿Por qué?
Sus cejas se levantan en un arco perfecto.
—Tenía que volver con mis hermanas. Soy su reina. Ellas me
necesitaban. Te dijeron que las siguieras. ¿Por qué no escuchaste?
Porque no pude. Me convierto en otra cosa cuando estoy en el agua.
No soy yo misma. Sólo recientemente he encontrado una manera de
controlarlo.
El agua se agita y siento que las que nos rodean se mueven
incómodas. Mi madre cierra los ojos, asimilando mis palabras, pensando en
ellas.
—Por supuesto. —dice—. Has nacido en la tierra. Tus dos
naturalezas luchan por el dominio. Una es más fuerte en tierra, la otra bajo
el mar. Pero parece que la humana en ti ha ganado.
Casi imperceptiblemente, cada sirena en el agua retrocede una
pulgada. Todas excepto mi madre.
—¿Es eso algo malo? —le pregunto.
—No para mí. —responde en voz baja, para que sólo yo pueda oírla.
—¿Y para todas los demás? —pregunto susurrando.
—Puede que les lleve más tiempo entrar en calor. Pero eso no
importa por ahora. Quiero enseñarles algo.
Esta vez, en lugar de nadar hacia adelante sin mí, me toma de la
mano. Tenía toda la intención de seguirla, pero disfruto del contacto. Sé lo
que significa. Esta vez, no me da la oportunidad de separarme de ella.
Nadamos alrededor del grupo de sirenas, que empiezan a charlar entre ellas.
—¿Qué es lo que cubre su piel?
—Huele como una humana.
—¿Por qué la reina le da la bienvenida?
—Es una forastera.
Mi madre se detiene, se gira y canta una nota estruendosa con el
mismo movimiento.
—¡Basta! —ordena la canción. Todas las bocas se cierran, como si se
las obligara a cerrar con una mano en la parte superior de la cabeza y bajo
la barbilla.
Con mi mano aún en la suya, me acerca a tierra.
—¿Las sirenas tienen que obedecer tu canción? —le pregunto.
—Sí, pero no es lo mismo que cuando le cantamos a los hombres. Yo
soy su reina. Mi voz traslada el encanto.
—¿El encanto?
—La totalidad de nuestro pueblo junto se llama encanto. Yo digo
dónde nadamos, qué hacemos, y el encanto nos sigue. Está en nuestra
naturaleza. Es diferente de la magia que obliga a los hombres.
Como una abeja reina comandando su enjambre.
—No funciona conmigo, sin embargo. —digo, sabiendo esto de
alguna manera. Ella no puede ordenarme.
—No. Está en ti convertirte en una reina. Eres mi hija. Estás
destinada a gobernar cuando mi alma pase.
Eso me detiene en el lugar.
¿Gobernar a las sirenas? Mi mente siempre ha estado puesta en
gobernar el mar. Tengo una tripulación que cuidar y comandar. No puedo
apoderarme del encanto. Pero me sacudo el pensamiento de la cabeza y
continúo nadando tras ella. No es algo que deba abordarse ahora.
—Sé que es mucho para asimilar. Te adaptarás y lo entenderás. Sólo
tienes que esperar a ver.
El lecho marino se vuelve rocoso a medida que nos acercamos a un
nuevo lado de la orilla. Una serie de rocas se abren en una cueva
subterránea. Madre nada a través de ella, sosteniendo mi mano durante todo
el camino. El camino se vuelve más oscuro, pero todavía podemos ver. Los
erizos y las estrellas de mar se aferran a las rocas. Los percebes se abren a
medida que la corriente avanza por la cueva. Pero la corriente no nos
disuade a mamá y a mí. Seguimos avanzando.
Finalmente, la cueva se ensancha en una caverna. Es muy profunda, el
fondo está a unos quince metros de profundidad. Y descansando encima...
Muchísimo oro y plata.
En monedas, joyas, copas y platos. Envolviendo piedras preciosas y
gemas. Podría comprar el mundo entero cinco veces con la cantidad
contenida aquí. Mi madre se acerca nadando, coge un puñado de monedas y
las deja resbalar entre sus dedos.
—Ha estado en la familia durante generaciones —dice—, pero todas
hemos añadido algo. —Encuentra un anillo de plata con un diamante en el
centro. Lo acaricia con su dedo—. Se lo quité a un marinero que se cayó
por la borda durante una tormenta. El mar se tragó sus gritos cuando se lo
saqué del bolsillo. Creo que lo guardaba para una novia de su país. Y esto,
—continúa, sacando un plato y un tenedor de oro—, se cayó de un barco
cerca de tus Diecisiete Islas. En cuanto supimos que había un tesoro a
bordo, cantamos al resto de los hombres, exigiendo que tiraran todo lo
valioso por la borda. Cuando terminaron, hicimos que se arrojaran ellos
mismos después. Así podíamos disfrutar de ellos.
Mantengo mi rostro cuidadosamente neutral, pero ella pregunta:
—¿Te molesta eso?
Lo que ha revelado es inquietante. Está mal según mi código ético.
Por mi naturaleza humana. Pero también puedo verlo desde el punto de
vista de la sirena que hay en mí. Es natural. El instinto de las sirenas.
¿Culparía uno a un tigre por cazar a un humano como su presa?
—He matado a muchos hombres —respondo.
—Pero ¿disfrutas de ellos primero?
—No, sólo disfruto de los hombres que me gustan. No de los que
pienso matar.
Se vuelve hacia el tesoro.
—Él te arrancó de mí lado. Algún día, añadiré su oro a este montón,
y recordaré con placer en cómo murió.
—Espero que ese momento llegue pronto. —Le digo—. Odio que nos
haya separado. Pero me gusta ser quien soy. Mi lado humano puede
disgustarte, pero no lo tendría de otra manera.
—Pero mírate. —responde. Su mano se dirige a mi manga y tira de
ella para revelar todas las cicatrices que tiene—. Debes estar cubierta de
ellas. Él te hizo esto, ¿verdad?
—Era parte de mi entrenamiento.
Deja escapar un sonido tan inhumano que no tengo palabras para
describirlo.
—Se suponía que debías estar conmigo, no que debías sufrir. Estabas
destinada a nadar con el encanto, a añadir recuerdos a este montón de oro.
Para buscar conchas de colores, bailar en las corrientes. Para observar la
vida marina, para cantar con tu familia, para explorar cada grieta oculta
que posee el océano. Nuestra existencia es plena y feliz. No estás destinada
a ser abatida.
Se recompone y me atrae hacia ella en otro abrazo.
—Mi querida niña, no volverá a hacerte daño. Quédate conmigo y te
protegeré.
Por mucho que quiera creerla, incluso quedarme, sé que no puedo.
—No puedo. Tengo a quienes debo proteger.
—Tu tripulación.
—Sí.
Se queda en silencio.
—No estás aquí por mí en absoluto. Estás aquí por el tesoro.
Quiero decir que no, pero no creo que me crea.
—Pensé que me habías abandonado. Pensé que me usaste para que te
liberara, que fingiste tu preocupación por mí. Después de liberarte, el rey
pirata vino a cazarme. Me está persiguiendo. No puede estar muy lejos de
mi barco. Pensé que, si conseguía el tesoro, podría sobornar a sus hombres
y convertirme en la reina pirata. Vine aquí para sobrevivir. No porque
quisiera robarte. Aunque, cuando pensaba que me habías utilizado,
robarte, no me parecía algo tan malo.
Su rostro se suaviza ante mis palabras.
—No me preocupas. Te quiero, Alosa-Lina. —La forma en que canta
la última parte de mi nombre, llena la habitación de verdad, de poder—. Me
resulta imposible dudar. La mera preocupación no es nada comparada con
lo que siento por mi propia carne y sangre. Tú eres mía. Mía para
protegerte y cuidarte. Ya sé que eres feroz y poderosa, y no puedo esperar a
conocerte mejor.
Mis miembros tiemblan mientras ella me abraza, sabiendo que cada
palabra que dice es cierta.
—Pero primero —añade—, debes ponerte a salvo a ti y a tus amigos.
Toma todo el oro que necesites de aquí. Ve a establecer tu reinado. Yo te
esperaré.
El alivio me atraviesa.
—Gracias.
—El encanto no te dañará a ti ni a tu tripulación.
—¿Incluso a los hombres? —pregunto.
—Incluso a ellos. Ahora vete. Trae tu barco a esta posición. El
amuleto te ayudará a transportar el oro que no sea reclamado por las
sirenas vivas.
Es casi demasiado bueno para ser verdad, pero no puedo dudar de sus
palabras. No de la forma en que las dice. Pasar de tanto odio y asco hacia
mi madre, a llenarme de repente de amor y comprensión. Casi me deshace.
No puedo creer todo lo que ha pasado. Sin embargo, aún queda mucho por
hacer.
—Volveré cuando mi tripulación y yo estemos a salvo. Lo prometo. —
Le digo.
—Bien. Ahora vete. Cuanto antes te vayas, antes podrás regresar.
                        

***
Ojalá hubiera más tiempo. Mi madre no es una bestia sin mente. Es
una sirena, fiel a su naturaleza, pero eso no la convierte en un monstruo. Es
mortal y despiadada, pero yo también lo soy. Un nuevo futuro se abre ante
mí. Uno en el que conozco a mi madre. La visito. Somos diferentes, y
nunca podré abandonar mi naturaleza humana, pero hay algo para nosotras.
Donde antes no había nada, ahora hay esperanza.
Y mi furia hacia mi padre sólo arde más por haberla alejado de mí.
Pero debajo de esa rabia, todavía hay miedo. Está justo detrás de nosotros,
podría caer sobre nosotros en cualquier momento. Mi barco ha mantenido
una ventaja, pero él tiene esos remos de barrido. Por lo que sé, ha hecho
trabajar a sus hombres hasta la muerte para alcanzarnos.
Nado de vuelta a mi barco. Por el Ava-lee. Supongo que no hay
necesidad de cambiarle el nombre después de todo. Niridia ha dejado una
cuerda para mí. Cuelga en el agua. La agarro y me subo sin esfuerzo a la
nave, adsorbiendo el agua mientras avanzo. Cuando llego a la cubierta, la
encuentro vacía.
Mi corazón se desploma. Les ordené que no bajaran a tierra. Lo dejé
perfectamente claro. Y les dije que vigilaran. El barco nunca está
desatendido. Algo va muy mal.
La barandilla está astillada y rota en algunos lugares del lado de
babor. ¿Ganchos de agarre? Busco en el agua de ese lado, en dirección
opuesta a la que vine. Los restos de madera flotan en la superficie del agua.
¿Botes de remos destrozados? ¿Algo subió a bordo desde la isla y huyó con
toda mi tripulación? Ni siquiera pensé en preguntarle a mi madre qué vivía
en esta isla con toda la emoción de volver a verla.
No tengo ningún arma, excepto mi daga. Primero voy a mi camarote.
Allí me está esperando.
—Alosa.
La voz es profunda y cortante, rápida y penetrante a la vez. Es la voz
del dolor, la voz de la violencia, la voz del terror. La voz de mi padre.
 
            Capítulo 20
EL MIEDO SE APODERA DE TODOS los músculos de mi cuerpo
durante un segundo.
—¿Dónde estabas escondida? —pregunta mi padre—. Mis hombres
han registrado el barco a fondo.
Mi mente se acelera. ¿Me ha visto en el agua? ¿Está intentando que
admita algo? ¿Dónde está mi tripulación? ¿Qué les ha hecho?
—He bajado a tierra. —miento suavemente.
—Bien, puedes enseñarnos dónde está el tesoro.
Varios de sus hombres están detrás de él, con las manos apoyadas en
las empuñaduras de sus espadas. Tylon está entre ellos.
—No te molestes en intentar cantar. Tienen los oídos tapados. —
avisa.
Me sorprende un poco que se arriesgue a no taparse los oídos. Pero lo
atribuyo a su propia arrogancia. En cuanto acabe conmigo, se los tapará y
seguirá con sus planes. Probablemente es demasiado esperar que el encanto
comience a cantar de nuevo.
—Le voy a dar a Tylon tu nave, ya que arruinaste la suya.
—¿Arruiné? La hundí. ¿Dónde está mi tripulación?
—Están abajo, esperándote. ¿Por qué no vamos a verlos?
Su tono reemplaza la sangre en mis venas con hielo. ¿Qué les ha
hecho?
Los hombres de Tylon desenvainan sus espadas ante alguna orden no
escuchada. Hay más de diez de ellos apiñados en mi modesta habitación. Si
mi padre no estuviera aquí, podría intentar abrirme paso entre ellos. Pero
con él aquí, sé que no tengo ninguna posibilidad. Y necesito ver a mi
tripulación. Imágenes horribles pasan por mi mente. Imágenes de ellos ya
ensangrentados y muertos. Sería propio de mi padre matarlos a todos y
encerrarme en el calabozo sin más compañía que los cadáveres de todos los
que quiero.
Pero cuando bajamos, no me encuentro con la muerte. Mi tripulación
está a salvo por ahora, pero encerrada en las celdas, con aún más hombres
de mi padre apostados para vigilarlos.
—Capitana —dice Niridia aliviada. Mandsy está en la celda con ella.
Sorinda, Riden, Kearan, Enwen y los demás están repartidos por todas las
demás del calabozo.
—Silencio. —ladra mi padre antes de volverse hacia mí.
—¿Dónde está el tesoro, Alosa?
—No lo he encontrado.
Mi padre saca su pistola y me apunta. Lo miró fijamente, sin
pestañear.
—No me importa lo que me hagas.
—Me parece que no. —afirma, y gira el brazo ligeramente hacia la
derecha, hacia una de las otras celdas.
Antes de que pueda gritar, aprieta el gatillo. La pierna de Niridia se
dobla, obligándola a caer al suelo, con la sangre filtrándose a través de un
agujero en las medias sobre la rodilla. Observo fijamente el rojo que se
extiende por el suelo, tratando de encontrarle sentido, forcejeando contra
los hombres de mi padre para alcanzarla.
Se produce otro disparo.
Mi mirada vuelve a dirigirse a mi padre. Tiene una nueva pistola de la
que sale humo. Reona, una de mis aparejadoras, se sacude hacia la derecha
y cae.
Él saca una tercera pistola.
—¡Padre, para!
Me ignora. Algo está cambiando en él. Ahora no le basta con
mutilarlos. Está más enfadado conmigo de lo que nunca le he visto. Sé que
el próximo disparo se cobrará una vida.
—¡Por favor! —grito mientras intento apartar a sus hombres de mí.
Son demasiados.
Es Deros quien recibe el disparo en el corazón. Deros que se hunde en
el suelo con los ojos sin vida. Deros, a quien nunca volveré a ver.
Quiero correr hasta que me fallen las piernas. Gritar hasta quedarme
sin voz. Golpear la cabeza de mi padre hasta que se aplaste en un charco en
el suelo. Pero ninguna de esas cosas cambiaría el hecho de que se ha ido.
—¡No puedes llegar al tesoro desde la isla! —Le grito—. Está bajo el
agua, donde sólo pueden llegar las sirenas.
La cuarta pistola que había sacado baja ligeramente.
—¿Cómo lo sabes?
Apenas puedo ver a través de las lágrimas que se acumulan en mis
ojos, pero de alguna manera logro inventar una rápida mentira.
—No me afecta el canto de las sirenas, pero aún lo oigo. Lo cantan.
Las oí cantar mientras contaban sus monedas y se movían bajo el agua. El
único camino hacia ese tesoro está bajo la superficie.
Padre guarda silencio. Me doy cuenta de que analiza mis palabras con
mucho cuidado, decidiendo si creerme o no. Me desespera que se crea la
mentira.
—Entonces tendremos que ocuparnos primero de las bestias —dice
—, antes de ir a explorar bajo el agua con nuestra campana de buceo.
—¡No!
—¿Te importa lo que pase con las sirenas ahora? Bien. Puedes mirar
desde el ojo de buey.
Me agarra por el brazo, y aparte de él necesita a otros tres para
sujetarme, pero no me voy sin luchar. Recibo una buena patada entre las
piernas de uno de los piratas, y luego un puñetazo en la mandíbula. Mis
uñas rasgan la cara de otro hombre. Al final, me llevan a mi propia celda
acolchada. La que tiene un pequeño ojo de buey, demasiado pequeño para
pasar a través de él, si golpeara el cristal.
—Ya no tienes nada que decir —sentencia—. Te vas a quedar
encerrada hasta que hayas aprendido la lección y hayas visto sufrir y morir
a todos los miembros de tu tripulación.
Le grito, sacudo los barrotes, pero sé que no hay forma de escapar de
estas celdas. Fueron construidas para mí, para que pudiera acumular mis
habilidades. Sé que no hay forma de salir de ellas.
No puedo correr hacia los miembros de mi tripulación que aún están
vivos. Mandsy ya está al lado de Niridia para ayudarla. Grita órdenes a
Sorinda, que está en la celda con Reona, tratando de parar la hemorragia a
la herida sangrante.
Ni siquiera puedo avisar a las sirenas de lo que se les viene encima.
Están demasiado lejos para que pueda cantarles. Si estuviera bajo el agua,
podría hacerlo, pero así, atrapada en la superficie, soy inútil.
Padre sale del calabozo, satisfecho por mi castigo temporal. Deja a
Tylon y a varios de sus hombres para que nos vigilen, ahora que se cree el
dueño de mi barco. Como si lo fuera. No mientras yo respire. El Ava-lee es
mío. Tylon me lanza varias miradas de desprecio antes de dirigirse a mí.
—Gracias, Alosa. —suelta levantando demasiado la voz por la cera
de los oídos. Sólo cuando está satisfecho con su propio regodeo nos deja a
mí y a mi tripulación bajo cubierta.
Pateo los barrotes y le grito blasfemias. Cuando se pierde de vista, no
hay nada en lo que pueda pensar más que en las chicas sangrando en el
calabozo. En el cuerpo de Deros. Wallov cierra los ojos de su amigo y se
sienta en el suelo a su lado.
—¡Presiona más fuerte, Sorinda! —grita Mandsy—. ¡Le va a doler,
pero es mejor a que se muera! Wallov, lánzale tu camisa.
Mandsy ya ha atado un torniquete sobre la rodilla de Niridia. Ahora
se concentra en dirigir a Sorinda.
—Le cuesta respirar. —dice Sorinda.
—¿Le sale sangre de la boca? —pregunta Mandsy con la voz menos
acelerada.
—Sí.
Mandsy parpadea lentamente.
—Suelta la herida, Sorinda. Sujeta su mano y habla con ella.
—¿Qué pasa, Mandsy? —pregunto.
—La bala debe haber impactado en un pulmón. Es mejor dejarla
desangrarse que ahogarse con su propia sangre.
Cada respiración que hago parece alimentar mi odio hacia mi padre.
—Todo irá bien. —Le dice Sorinda, su voz adquiere un tono suave.
No creí que supiera ser tan delicada—. El dolor pasará pronto, Reona.
Cierra los ojos. Escucha mi voz.
No puedo soportar esto. ¡No puedo soportar estar atrapada aquí y no
poder hacer nada mientras mi tripulación muere a mi alrededor!
—¿Athella? —Llamo.
—Me registraron demasiado bien, Capitana. —responde ella— No
tengo ni una horquilla encima.
—Sorinda, ¿llevas algún arma escondida?
—No.
Reona deja escapar su último aliento. Sorinda le suelta la mano,
poniéndola suavemente a su lado. Durante varios segundos, no puedo hacer
nada más que parpadear.
—Encontraremos una forma de salir de esto. Que todo el mundo
piense.
Me niego a rendirme, incluso cuando mi propia mente intenta decirme
que es inútil. Tylon tiene las llaves. Las mantendrá consigo. No dejará que
nada salga mal. No ahora que cree que está tan cerca de conseguir lo que
siempre ha querido.
Gracias, Alosa, me dijo. Por traicionar a mi padre. Por quitarme del
medio. Por hacerle quedar bien. Cree que el legado de mi padre será para él
ahora. Maldigo el nombre de Tylon.
—¿Cómo está Niridia? —Me atrevo a preguntar.
—Estoy bien. —dice ella. Sus gruñidos son audibles ahora que los
jadeos de Reona han cesado.
—Estará bien. —aclara Mandsy—, siempre que pueda llegar pronto a
mi equipo. Necesito sacar la bala de su rodilla.
Lo que necesito es traer a Tylon de vuelta aquí. No puedo sacarnos de
aquí a menos que pueda conseguir algo útil.
—¿Estás bien?      
Riden está en la celda contigua a la mía. No he podido dedicarle una
mirada con todo lo que está pasando.
—Estoy bien. —digo. Pero no es cierto. No con los dos cuerpos en el
calabozo.
—¿Qué pasó después de que te fueras?
Me despeja la cabeza centrarme en algo que no sean las muertes que
me rodean. Les cuento sobre el reencuentro con mi madre y lo que nos
ofreció.
—¿Tan cerca estuvimos de vencerlo? —pregunta Niridia.
—Deja de hablar. —Le aconseja Mandsy.
—¡Me distrae del dolor!
—Hemos estado en situaciones difíciles antes —dice Riden—, y
salimos vivos. Lo haremos de nuevo.
—¿Estás trabajando en otro plan brillante? —pregunto.
—Todavía no. Pero estoy seguro de que se me ocurrirá algo. Y esta
vez, voy a evitar que me disparen.
La situación es demasiado grave para que me ría, pero aprecio sus
esfuerzos por aligerarla. Miro fijamente el ojo de buey de mi celda. Ofrece
una visión torturadora de la libertad, a la vez que es totalmente inútil.
A través de él, veo a la flota alejarse en el mar, y mi barco se mueve con
ellos sólo un poco. Lo suficiente para que pueda ver el combate que está a
punto de producirse, me doy cuenta. La nave se mueve para mi beneficio.
Aunque todos los hombres de mi padre tienen los oídos tapados, eso no les
impedirá comunicarse. La flota ya tiene señales establecidas. Mi padre tiene
diferentes banderas que iza en el aire, cada una con un significado distinto.
Todavía pueden coordinar un ataque.
Mi atención ya no se centra en mí y en mi tripulación, sino en mi
madre y en las sirenas. No vendrán a la superficie, ¿verdad? No cuando
pueden ver los cascos de todas esas naves. Deben saber que están en
desventaja. ¿Pero cómo sabrán que sus voces no funcionarán con los
hombres? Se creerán invulnerables cuando se enfrenten a ellos.
—Quédate bajo el agua. —susurro. No he venido hasta aquí sólo para
perder a mi madre con la muerte.
Al principio no pasa nada. Los barcos se anclan y esperan. Hasta que
un hombre es arrojado por la borda. No lo vi pasar, pero oí el chapoteo y
luego al hombre en el agua. ¿Sacaron pajitas? ¿O Padre eligió a alguna
víctima desconocida, lo atrajo hacia el costado de su barco y lo empujó?
Todo queda en silencio por un momento. Sólo el pirata se agita en el
agua. Y entonces se oye una canción, débil al principio. Luego abrumadora.
Supongo que el pobre diablo no puede oírla, porque no se lanza hacia ella.
En cambio, veo cómo unos elegantes brazos se aferran a él antes de
arrastrarlo hacia abajo.
El agua se calma de nuevo, pero no por mucho tiempo. Suben a la
superficie varios cantos más, los más hermosos y gloriosos que he oído
nunca. Son todos diferentes, provienen de muchas sirenas a la vez, pero de
alguna manera las melodías no desentonan. Suben y bajan juntas en
cadencias que atraviesan mi corazón.
Mis hombres no se ven afectados. Tienen los oídos destapados,
probablemente mi padre les robo la cera durante el ataque, pero no importa.
Fieles a la promesa de mi madre, las sirenas no arrastran a los cuatro
hombres que quedan en mi tripulación bajo su hechizo. Cantan a todos los
demás piratas, invitándolos a unirse a ellas en el agua vigorizante,
prometiéndoles amor, calor y aceptación. Unas hermosas cabezas de
preciosos cabellos rompen la superficie del agua, con las bocas abiertas
para cantar. Se mueven tentadoramente, intentando atraer a los hombres al
agua.
Es extraño que el sonido sea tan claro en medio del estallido de la
pólvora. Los gritos de batalla llegan hasta nosotros con el viento. Las
sirenas chillan y silban. Muchos hombres sostienen arpones, esperando el
momento oportuno para lanzarlos al mar contra objetivos que no puedo ver
con claridad. Otros apuntan con cañones o mosquetes directamente al agua,
disparando y recargando lo más rápidamente posible.
El agua gira rápidamente en múltiples corrientes: las corrientes que
crean al nadar las sirenas. Los cuerpos luminiscentes flotan en la superficie
en una maraña de pelo abundante y piel manchada de sangre. Y algunas de
las melodías se convierten en cantos de dolor en lugar de los de seducción.
Aunque los hombres de los barcos permanecen ilesos, protegidos del
enfrentamiento desde alturas seguras. Muchos se ven obligados a subir a
botes de remos para lanzar arpones desde una distancia más corta. En los
botes apuntan con sus armas al agua, pero no pueden recargarlos con la
suficiente rapidez. En cuanto han depositado un cartucho en el agua, unos
brazos de tonos brillantes, desde el marfil hasta el marrón dorado y el negro
de medianoche, rompen la superficie y arrastran a los hombres hacia abajo.
Una sirena se lanza fuera del agua, saltando sobre la barca como lo haría un
delfín, y se precipita sobre un pirata desprevenido, haciéndolo caer al mar
con ella.
Tenía una belleza casi dolorosa, con un cabello del color de la luz
blanca de las estrellas, engarzado con perlas y conchas. Se pegaba a su
cuerpo mientras se impulsaba fuera de la superficie, llegando claramente
hasta las rodillas.
Las sirenas se parecen mucho a las mujeres humanas. Si no fuera por
sus afiladas uñas y dientes, y su exquisita belleza, uno no podría notar la
diferencia. Incluso sin la calma de los cantos, los piratas miran,
hipnotizados, el agua. A muchos de ellos les cuesta la vida.
Es algo extraño para mí ver, de primera mano la brutalidad y la
belleza de mi propia especie. Mucho de lo que soy cobra sentido. La asesina
despiadada que hay en mí podría ser parte de mi naturaleza, más que de mi
educación.
Una cabeza de pelo rojo aparece sobre la superficie del océano.
—¡No! ¡Sumérgete! —grito tan fuerte como puedo, pero no se oyen
por la distancia que nos separa, por encima de los cañonazos y los disparos.
Hay señalamientos y barridos en la nave más cercana a mi madre. Los
cañones son sustituidos inmediatamente por las redes. Lleva algún tiempo;
la reina de las sirenas es una criatura formidable. Al menos una docena de
hombres pierden la vida. Pero la atrapan.
Veo como la transportan al Cráneo del Dragón. Veo como el resto de
las sirenas que quedan vivas se retiran de la superficie. Ahora que su reina
se ha ido, no hay nada que puedan hacer sin su dirección.
Él la interrogará. La torturará, hasta que tenga toda la información
que quiere. Y no puedo hacer nada mientras esté atrapada en otra celda.
El océano vuelve a la calma, como si la pelea nunca hubiera ocurrido. La
noche se refleja en el agua, y los piratas se van a dormir.
                        

***
Intento gritar, llamando a Tylon. Tal vez ahora que las sirenas
perdieron la batalla, los hombres no tengan los oídos tapados. Pero a
medida que avanza la noche, me veo obligada a aceptar que ninguno de
ellos puede oír una maldita cosa. No responden a mis gritos. No se
aventuran a bajar al calabozo. Probablemente estén durmiendo en nuestras
literas del otro lado del barco.
Me desplomo en el suelo, con los brazos apoyados sobre las rodillas
dobladas. ¿Qué puedo intentar ahora? Riden se mueve en la celda contigua
a la mía. Se aprieta contra los barrotes, donde puede verme bien.
—Ven aquí. —dice.
Me acerco a los barrotes todo lo que puedo. Hay varias
conversaciones silenciosas entre la tripulación. La nuestra probablemente
no la escucharan.
—Quiero decirte algo.
—¿De qué se trata? —susurro.
—La primera vez que he disfrutado de ser pirata, ha sido al navegar
contigo y tu tripulación.
Me río, con un sonido fuerte e incómodo.
—No intentes hacerme sentir mejor. Hoy he perdido a dos amigos y
Niridia está herida. No quiero reírme.
—Tienes que mantener el ánimo. Encontraremos una manera de salir
de esto. Todavía no ha ganado.
Pero cuanto más tiempo estamos aquí sentados en silencio en la
oscuridad, más empiezo a pensar que si lo ha hecho. Estamos atrapados.
Tiene a mi madre. Es sólo cuestión de tiempo antes de que consiga el
tesoro, también. Estamos encerrados en este calabozo con dos cadáveres.
Mi corazón se rompe por lo mucho que he perdido en este viaje. Más
muerte y tortura es lo que nos espera una vez que regresemos al torreón. No
veo que nada vaya a cambiar con el tiempo.
—¿Capitana?
Un susurro flota en el calabozo, y no proviene de una de las celdas.
 
Capítulo 21
 

—¡SOY ROSLYN! —Me silba su vocecita.


Su sonrisa deja al descubierto un diente suelto doblado ligeramente
fuera de su sitio.
—Tengo algo para ti. —Sostiene un anillo de llaves.
—Sabía que nos salvarías. —dice Wallov, con el orgullo de un padre
brillando en sus ojos.
¿Cómo he podido olvidar a la pequeña Roslyn? Oculta todo este
tiempo en su escondite en la cofa.
—¿Cómo conseguiste las llaves?
—Tuve que esperar a que el tipo con aspecto de niña se durmiera. —
dice disculpándose.
Riden me lanza una mirada diciéndome: ¿No te lo dije?
—Menos mal que tuvo las orejas tapadas todo el tiempo porque las
llaves tintinean mucho.
—Pequeña ladrona escurridiza —exclamo orgullosa.
Se pone delante de la celda de su padre.
—La próxima vez que te enfades conmigo, papá, quiero que
recuerdes este momento.
Introduce la llave en la cerradura.
—Ah, ¿y Capitana?
—¿Sí?
—Quiero luchar con la tripulación dentro de seis años. —Su voz
cambia ligeramente, como si intentara un tono más adulto.
Nunca podría enmascarar el chirrido de una niña de seis años, pero es
algo adorable verla intentarlo. Levanto una ceja, logrando lo que espero que
sea una mirada ligeramente severa. Se muerde el interior de la mejilla, pero
espera a girar la llave. Miro detrás de ella a Wallov, que intenta no reírse.
—Siete. —propongo.
—Hecho. —responde, haciendo un gesto con la muñeca. La sonrisa
emocionada que pone, casi le parte la cara por la mitad.
Un disparo estalla en el silencioso calabozo. Todas las cabezas se
giran hacia la entrada, donde ha aparecido Tylon, con el ceño fruncido. Una
nube de humo cubre sus rasgos por un momento. Mis ojos se dirigen hacia
donde tiene su pistola extendida delante de él. Sigo su trayectoria hasta
donde se encuentra Roslyn. La sangre brota a borbotones de su cabeza.
Y ella cae.
Un grito de dolor llena el repentino silencio. Creo que yo podría ser la
fuente, pero me doy cuenta un momento después de que es Wallov. Mis
ojos se clavan en Tylon, y digo las únicas palabras que tienen sentido
cuando lo imposible está ante mí.
—Te mataré.
—No, no lo harás.
Wallov tiene la puerta de su celda abierta antes de que nadie pueda
moverse. Se lanza contra Tylon, que estaba a medio camino de desenvainar
su espada. Más piratas irrumpen en el calabozo detrás de Tylon. Las chicas
empiezan a salir de la celda abierta, siguiendo a Wallov. Mis ojos vuelven a
mi tripulante caída. A la pequeña Roslyn, que no se ha movido desde que se
derrumbó. A pesar de los gritos y gruñidos, no puedo concentrarme en nada
más. Finalmente encuentro mi voz.
—¡Tira las llaves!
No sé con quién estoy hablando. No sé si alguien puede oírme a
través de la cacofonía de los gritos de batalla. Pero alguien debe hacerlo,
porque las llaves chocan con uno de los barrotes de mi celda y se deslizan
hasta el suelo. Las agarro y maniobro para abrir mi propia celda. Antes de
que pueda meter la llave, uno de los hombres de Tylon me golpea con su
alfanje. Atraigo los brazos y las llaves a través de los barrotes justo a
tiempo, y el sable choca con el metal, lanzando chispas al suelo.
Me mira, desafiándome a hacer un movimiento, contentándose con
quedarse allí hasta que me acerque lo suficiente como para que pueda
alcanzarme. Una punta de espada le atraviesa la parte delantera del
estómago. Se le escapa un suspiro mientras mira el metal. Sorinda no espera
a que caiga antes de volver a atravesarle las tripas con su alfanje y pasar al
siguiente objetivo.
Una nueva sensación de urgencia se apodera de mí cuando se forma
un charco de sangre cerca de Roslyn. Abro mi celda, le arrojo las llaves a
Riden y corro hacia ella, pero Mandsy la alcanza primero y se arranca una
parte del pantalón para detener la hemorragia. Pero sé lo difícil que es
sobrevivir a una herida en la cabeza. Y en una niña tan pequeña.
Mis dedos temblorosos buscan su pulso. Todavía está ahí. ¿Cómo es
que sigue ahí?
—Le rozó la cabeza, Capitana —dice Mandsy—. La dejó
inconsciente. Hay mucha sangre, pero pude ver su cráneo intacto debajo. Si
puedo controlar la hemorragia...
—Haz lo que puedas. Yo voy a por Tylon.
Me lanzo a la refriega, arrojo a los piratas enemigos como si fueran
piedras. Tengo barras de metal a mi disposición, así que embisto cabezas
contra ellas en mi búsqueda de Tylon. Por fin veo a Wallov en medio del
caos. Tiene a Tylon agarrado por los hombros y le golpea la cabeza contra
el suelo una y otra vez. No sé cuánto tiempo lleva muerto Tylon, pero
Wallov no parece notar nada en absoluto. Me precipito hacia él y le sujeto
los brazos a los costados.
—Wallov, está viva. Cálmate.
Las palabras tardan un momento en calar, pero entonces, en lugar de
seguir destrozando a Tylon, intenta alejarse de mí. Para correr con Roslyn.
Lo suelto.
Superamos en número a los hombres del barco. Después de
depositarnos en el calabozo, la mayoría de los hombres de Tylon deben
haber salido para unirse a la lucha contra las sirenas. Los que quedan caen
rápidamente. No perdonamos a ninguno. Para cuando llego a Wallov y
Roslyn, Mandsy tiene su equipo. Sutura la herida de la cabeza y la
envuelve. Luego se dirige a Niridia. Dos de nosotros la sujetamos mientras
Mandsy le saca la bala de la pierna.
—Lástima que os hayáis bebido todo el ron. —dice Kearan—. Le
vendría bien.
—¡No quiero ron! —grita ella—. Quiero mi espada, voy a...
—No vas a ninguna parte. —Le rujo.
Mandsy clava los alicates más profundamente en la carne de Niridia.
Mi primera oficial grita antes de desmayarse.
—¡La tengo! —exclama Mandsy.
Comienza a limpiar y vendar la herida. Me siento de nuevo sobre mis
talones, agradecida al menos de que Niridia ya no sienta dolor.
Ahora que hemos terminado de atender a los que aún están vivos, nos
ocupamos de los muertos. Mientras observo los cuerpos de Reona y Deros
alejarse a la deriva hacia el mar a la luz de la linterna, juro que les haré
justicia por la forma insensata en que murieron. No cayeron luchando,
protegiendo lo que apreciaban. Fueron enjaulados. Como animales.
Mi mirada se desplaza desde el agua. Al Cráneo del Dragón.
            —Voy a por ti. —susurro.
                  

***
De vuelta a la cubierta, observo lo que queda de mi tripulación y veo
todos los rostros heridos.
—Ahora tenemos dos opciones. —Le explico al grupo—. Podemos
huir o podemos luchar. Me inclino por la opción número dos.
—Yo también. —concuerda Mandsy, todavía empapada por la sangre
de Roslyn y Niridia.
—Los mataré a todos. —ruje Wallov, aferrando a una Roslyn que se
está curando lentamente hacia su pecho.
—No, Wallov. —contesto—. Te quedarás aquí y cuidarás de los heridos. —
Con Niridia herida, Mandsy tiene que desempeñar el papel de mi segunda
—. El resto de nosotros abordará al Cráneo del Dragón. ¿Hay alguna
objeción?
Cuando no escucho ninguna, les cuento el plan.
                  

***
Los hombres muertos, pesan más que los vivos. Los despojamos de la
ropa que no está demasiado ensangrentada, y luego arrastramos los
cadáveres a una de las celdas, apilándolos sin miramientos unos sobre otros.
Es más rápido que tirarlos al mar.
No hay suficiente ropa para todos, pero nos arreglamos con lo que
tenemos. Las chicas cubren sus corsés con camisas de hombre. Se meten el
pelo bajo los tricornios. De sus literas, rompen sábanas y las meten dentro
de sus polainas para parecer más grandes, más masculinas. Algunas incluso
me piden permiso para asaltar mis cosméticos para dibujar vello facial bajo
sus narices y bocas. De cerca no sirve para nada, pero de lejos puede
funcionar.
El cuerpo de Tylon es el único fuera de la celda. Sospecho que a nadie
le agrada la idea de tocarlo, incluso muerto. Pero Riden se mueve hacia él
como para ponerlo con los demás.
—No. —Lo detengo—. Necesitaremos su cadáver.
                        

***
El amanecer aún no se ha acercado. Las estrellas en el cielo se reflejan
en el océano, atrapándonos en un mundo salpicado de luces. Los botes de
remos cortan franjas en el agua, ondulando la ilusión de paz. No llevamos
linternas a través de la distancia entre el Ava-lee y el Cráneo del Dragón.
Necesitamos la ausencia de luz para enmascararnos. Si queremos pasar por
hombres, tenemos que ser lo más invisible posible.
Aunque no llamamos la atención, tampoco intentamos escondernos.
Estamos ahí, flotando en la oscuridad. Fácilmente localizables si alguien
nos alumbra. Pero ocultos hasta entonces. Riden está sentado junto a mí en
el bote de remos. Apoya su mano sobre mi rodilla, la aprieta y la retira.
—Esto funcionará —le digo.
—Lo sé. Te estoy tranquilizando a ti, no a mí.
Si podemos llegar al Cráneo del Dragón sin hacer ruido y acabar con
todos los que están en el barco, podremos salir airosos. El resto de la flota
no desatará sus cañones sobre el barco del rey pirata. Y una vez que explote
cómo puedo llegar al tesoro, no les importará que su rey esté muerto. Se
unirán a mi lado. Ese es el camino del pirata. Sólo necesito matar a mi
padre primero.
Lo he pensado muchas veces. Matar a mi padre. Cuando me hizo
daño. Cuando descubrí que había encerrado a mi madre. Cuando amenazó a
mi tripulación. Ahora trato de imaginarlo, mi alfanje deslizándose entre sus
costillas para clavarse en su corazón. El jadeo que flotaría en su aliento. La
ciega mirada de sus ojos.
He matado a cientos de varones. ¿Por qué se me revuelve el estómago
al pensar en matar a éste? Es sólo un hombre. Uno ciertamente poderoso,
pero aun así sólo un hombre.
Pero nunca he matado a mi propia carne y sangre. ¿Por qué siento que
es distinto? ¿Debería sentirse diferente? ¿Podré hacer lo que hay que hacer
al final?
Debo hacerlo.
Una luz a bordo del Cráneo del Dragón se cierne en el borde de la
nave, se eleva en el aire, nos ilumina. Nos han visto.
Es hora de que estos disfraces hagan su trabajo.
El cuerpo de Tylon está apoyado contra la parte delantera del bote de
remos, su cara apunta hacia los hombres a bordo del barco. Como la mitad
de su cabeza ha desaparecido, tenemos que mantenerlo apuntando al frente.
Me siento a su lado, manteniendo discretamente su cuerpo erguido. Sus ojos
vidriosos están abiertos, pero por suerte el barco está demasiado lejos para
que nadie se dé cuenta de que no parpadea.
Ahora hay dos linternas, pero no suena ninguna alarma. Actuamos
con calma, despreocupados. Algunas de las chicas los saludan con
brusquedad. Sorinda protege sus ojos de la luz y no tiene que fingir su ceño
irritado.
Tres linternas se reúnen, observando cómo se acerca nuestro bote.
Nos bajan una escalera de cuerda. Deben haber reconocido a Tylon. Ni
nosotros ni ellos decimos nada mientras subimos por la borda del barco. A
través de un ojo de buey, veo a casi un centenar de hombres durmiendo en
sus literas, sin que les moleste nuestra aproximación.
Esto funcionará.
Soy la primera en cruzar la barandilla de la nave. Observo a los tres
tipos de guardia. No dicen ni una palabra mientras asimilan mi disfraz.
Debo pasar la prueba, porque siguen sin intentar hablarme. Uno de ellos
entrega su linterna a uno de los otros y saca un pergamino y un papel.
Garabatea en él mientras el resto de las chicas me acompañan a bordo del
barco. Cuando el pirata ha terminado, me muestra el papel.
¿Está herido su capitán?
Siguen tapándose los oídos por precaución. No pueden oír nada. Su
único medio de comunicación es la palabra escrita.      Tal y como esperaba.
Alargo la mano hacia delante como si fuera a coger el pergamino. En
lugar de eso, le corto las vías respiratorias con un puñetazo en la garganta y
busco mi alfanje para terminar el trabajo. Sorinda se sitúa a mi lado y pasa
su estoque por el cuello de otro hombre. Mandsy elimina al tercero. Caen
muertos a nuestros pies, sin hacer ruido, aunque nadie podría oírlo.
—Sorinda. —digo—. Encuentra a todos los demás que estén de
guardia en la cubierta y deshazte de ellos. Mandsy, lleva a la tripulación
abajo y elimina silenciosamente al resto de los hombres del barco. Si no los
despiertas, debería ser tan fácil como descuartizar ovejas. Y mantén los ojos
abiertos por la reina sirena.
Enwen se estremece a unos metros de distancia. Mis hombres no
tienen los oídos cubiertos. Sigo confiando en la promesa de mi madre.
—¿Y tú? —pregunta Mandsy.
—Debo enfrentarme al rey pirata.
—No sola.
Riden atraviesa la oscuridad a grandes zancadas y se planta
firmemente a mi lado.
—Creo que esto es algo que debo hacer sola.
—No tienes que volver a hacer nada sola si no quieres.
Casi me duele mirar esos ojos marrones dorados. Sé lo que quiere
decir con esas palabras. Estará a mi lado siempre, mientras yo lo quiera. Es
muy tentador, pero...
—No. Te necesito abajo. Nos superan ampliamente en número. Todas
las manos son necesarias para eliminar a los más leales al rey pirata si
queremos sobrevivir a esto. Y el sigilo será primordial si voy a acercarme
silenciosamente al rey mientras duerme. Una persona en la habitación es lo
mejor.
Él asiente, casi imperceptiblemente, pero es una afirmación, no
obstante. Lo beso por ello, odiando tener que alejarme tan pronto. Pero ¿y si
es la última vez? Lo atraigo hacia mí de nuevo. No me importa perder
tiempo. Sus brazos me rodean, me aplastan, como si quisiera unirnos
permanentemente. Sus labios son frenéticos contra los míos, y saben a sal.
Me pregunto si habrá derramado algunas lágrimas por la herida de Roslyn
cuando yo no estaba mirando. Saberlo me hace amarlo aún más. Me retiro,
aunque me duele, y me vuelvo hacia lo que queda de mi tripulación.
—Espero volver a veros a todos pronto.
—Ya sea en esta vida o en la siguiente. —añade Sorinda.
 
            Capítulo 22
 

EL CRÁNEO DEL DRAGÓN es tres veces más grande que el Ava-


lee. Mientras que mi nave fue diseñada para el sigilo, la de mi padre fue
hecha para todo lo contrario. Kalligan quiere que sus víctimas lo vean venir.
Quiere invocar el miedo, para empezar a atacar las mentes de los marineros
mucho antes de llegar a ellos.
Su bandera lleva una calavera de dragón con las fauces abiertas,
preparándose para echar fuego a sus enemigos. Los hombres del mar han
aprendido a temer esa bandera. Sin duda, mi padre se considera un dragón,
la criatura más grande y poderosa de todas. Ellos, sin embargo, son mitos.
Mi padre es muy real.
Él es el dragón que debo matar.
Todo en el barco es un mensaje para los que están a bordo. Mientras
subo los peldaños de la escalera, no puedo evitar mirar los cráneos
ensartados en las clavijas de la barandilla. Cada uno de ellos es un hombre
que mi padre mató. No hay ni una sola clavija en este barco que esté vacía.
Las cuerdas están manchadas de rojo, no sé si de pintura o de sangre real.
Cuando doy el último paso, un grito estrangulado interrumpe la
tranquilidad y un cuerpo cae desde arriba. Sorinda debe haber matado a otro
de los vigilantes nocturnos, alguien de las jarcias. No es normal que Sorinda
permita que sus asesinatos sean tan ruidosos, pero todo el mundo comete
errores. Gracias a las estrellas que nadie a bordo puede escuchar.
Me detengo con la mano en la puerta del camarote de mi padre. La
realidad de lo que estoy a punto de hacer me golpea de nuevo.
Parricidio.
No. Eso no. Él es mi padre sólo de sangre. Lo que nos hizo -a mí
madre y a mí- no le hace merecedor de tal título. Él es sólo un nombre.
Kalligan. Un don nadie.
Hay diferentes tipos de padres, me dijo una vez Riden. Entonces
ignoré sus palabras. No quería escucharlas. Kalligan era todo lo que había
conocido. No me di cuenta de que las cosas podían ser diferentes.
¿O sí?
La imagen del pelo ensangrentado de la pequeña Roslyn me viene a la
mente, y una ráfaga de dolor y rabia se extiende por mis miembros, que de
otro modo estarían entumecidos. He visto a Wallov con Roslyn cientos de
veces. Su amabilidad y compasión. Su apoyo y amistad. Pero con su
disciplina suave y dirección. Nunca me di cuenta de que era lo que yo
debería haber tenido. Y por culpa de Kalligan, ella está luchando por su
vida en mi nave.
No encuentro resistencia cuando empujo el pestillo de la puerta. Debe
estar dentro si sus habitaciones no están cerradas. Siempre cierra con llave
cuando se va.
Cierro la puerta suavemente tras de mí. No puedo evitar que mis
pasos sean ligeros y mi respiración suave, aunque sé que, por mucho que
me acerque, no me oirá. Mi corazón palpita con fuerza cuando atravieso su
sala de estar. Las sillas están pegadas alrededor de una mesa. Un armario
con botellas de ron llena la pared con las mejores añadas. Sus aposentos son
los únicos lugares del barco que no gritan muerte.
En el estudio hay un pulcro escritorio con trozos de mapa y notas
sobre la travesía a su lado. Paso por delante de todo eso para cernirme
frente a la cámara de su cama. Apretando el oído contra la puerta, contengo
la respiración.
Sus profundas respiraciones llegan hasta mí como el batir de las alas
en el viento. Me agacho y me detengo un momento, preguntándome cuál
será el arma con el que lo asesinare. ¿El alfanje? Por muy tentador que sea
dispararle a distancia, la pistola no puede ser una opción. No me atrevo a
usar algo tan fuerte. ¿Y si eso pudiera atravesar los oídos cubiertos de cera
de los hombres que duermen abajo? Además, esto es personal. Debo estar
junto a él cuando acabe con su vida.
Deslizo una mano dentro de mi bota, rozando mis polainas, y saco la
daga que hay allí. La empuñadura es pequeña en mis manos, pero robusta, y
la hoja está muy afilada. Mi puño se cierra sobre el suave mango de metal.
Todo está listo.
Todo excepto yo.
Pienso en mi tripulación una vez más para obtener fuerzas y abro la
puerta.
                        

***
Primero veo a mi madre. Está atada a una silla con cuerdas. Le unen
los hombros al respaldo de la silla, los muslos al asiento y los tobillos a las
patas de la silla. Tiene las muñecas anudadas a la espalda. Tiene la boca
amordazada y la cara ligeramente hinchada, empezando a mostrar los
signos de la paliza que sin duda le dio Kalligan.
Mira hacia mi entrada y sus ojos se abren de par en par. Me llevo un
dedo a los labios, aunque esté amordazada. Ella asiente y me observa
mientras yo vuelvo mi atención a la cama. Primero mátalo a él. Luego
libérala a ella.
Kalligan está tumbado boca abajo, con la cabeza girada para mirar
hacia la puerta. Y a mí. Pero tiene los ojos cerrados por el sueño. Un brazo
está metido bajo la almohada. Sé que agarra una gran daga. Nunca duerme
sin una cerca. Como un niño peligroso con su muñeca.
No puedo pensar más en él. No hay tiempo ni espacio para que la culpa y la
indecisión se instalen. No hay lugar para la emoción. Sólo para la acción.
Me pongo de puntillas en la cama.
Un golpe rápido.
Ahora.
Mi muñeca se mueve hacia afuera. Obligo a mis ojos a permanecer
abiertos todo el tiempo. No hay posibilidad de cometer un error. Me tenso
justo antes de que el metal se hunda en la carne... pero no lo hace.
Se encuentra con el metal.
La mano que está debajo de la almohada se arquea hacia afuera,
atrapando el golpe en la hoja que sostiene.
—Deberías haber venido con una pistola. —dice.
Eso me queda muy claro ahora.
Empuja hacia atrás mi hoja y se levanta con el mismo movimiento.
De alguna manera, el hecho de que esté de pie hace que todo sea más fácil.
No es difícil luchar contra alguien que también intenta quitarme la vida.
Esto lo cambia todo. Ya no se trata de ser sigilosa. Se trata de vencer a un
oponente con el que pierdo en el manejo de la espada con la misma
frecuencia con la que gano. Kalligan es inmune a mi canción. Estamos
igualados en fuerza. Le gano en velocidad, pero me ha entrenado toda la
vida. Nadie puede anticipar mis movimientos como él.
—Baja tu arma, Alosa. —ordena—. Suplica mi perdón. Puede que te
lo conceda. Después de que esté satisfecho con tu castigo.
—No soy yo quien necesita el perdón.
—¿Me estas juzgando? ¿Porque eres tan honesta? Eres igual que yo.
No hay nada que no harías para conseguir lo que yo tengo.
—Eso no es cierto. No haría daño a inocentes. No mataría...
—¿A tu propio padre?
Cambio la daga a mi mano izquierda y saco mi espada.
—Lo que vamos a hacer no tiene nada que ver con el poder. Se trata
de hacer lo correcto.
He perdido miembros de la tripulación por culpa de este hombre.
Coge su propio sable, con una mirada de indiferencia en su rostro.
—No lograrás nada. Te lo aseguro.
El barco se balancea al mismo tiempo que el estampido de un cañón
se enciende en el aire. El movimiento es leve, no es suficiente para derribar
a ninguno de los dos. Pero seguramente sí, para despertar a todos en la
nave. Alguien de su tripulación debe haber visto a las chicas y ha disparado
un cañón para despertar al resto.
—No eres tan cuidadosa cómo crees. —acusa Kalligan—. Siempre
estoy un paso por delante de todo lo que haces.
Me doy cuenta entonces de que estamos conversando, lo que significa
que no tiene los oídos tapados. No como el resto de sus hombres. Debe
haber oído la llamada moribunda del hombre que Sorinda mató. Se habría
oído levemente aquí, pero suficiente para despertar a mi padre.
—Las sirenas te atraparán. —Le aseguro, tratando de ocultar mi rabia.
He condenado a toda mi tripulación. No pueden haber asesinado a
suficientes hombres mientras dormían. Si es que han llegado tan lejos.
Sonríe, una mueca nacida del triunfo y la codicia.
—Las sirenas no pueden tocarme. Soy inmune.
Parpadeo. Siempre he sabido que mi canción no le afecta debido a la
sangre que compartimos, pero no puede ser inmune a todas las sirenas.
¿Pero qué gana mintiendo?
Nada.
Los gritos interrumpen la tranquilidad del exterior. Está amaneciendo.
Puedo ver el sol saliendo por la ventana ahora.
Nuestra batalla final ha comenzado.
Él hace el primer movimiento, un golpe destinado a arrancarme la
cabeza. Lo esquivo y le doy una patada en las tripas. Intenta esquivarlo,
pero mi espada le alcanza en el costado. La punta de mi arma sale
ensangrentada. Sé que no debo deleitarme con la victoria. Mi padre no se
debilita como un hombre normal después de ser herido. El dolor lo
alimenta, lo hace más fuerte.
Le hace atacarme.
Ya he empezado a retroceder, cerrando la puerta de su habitación
entre nosotros. No le doy la espalda. Nunca hay que dar la espalda a un
adversario. Incluso ahora su entrenamiento dirige mis movimientos.
¡BAM!
Mis brazos apenas me protegen la cara a tiempo. Las astillas de
madera se clavan en mi piel cuando la puerta destrozada estalla en mi
dirección. La sed de sangre se apodera de mi padre. Su furia de batalla le
hace olvidar el dolor. Olvida la razón. En lugar de abrir la puerta, la
atraviesa con su propio peso. Es un movimiento destinado a asustarme, a
intimidarme.
Y funciona.
Vacilo un paso, pero consigo abrir la puerta de la cubierta. No quiero
estar encerrada en sus aposentos con él. No puedo estarlo. Necesito que la
luz del amanecer del exterior lo alcance. Para recordarme que sólo es un
hombre. Si evito mirar demasiado su rostro, puedo olvidar que es uno con el
que he crecido viéndolo toda mi vida. Uno al que realmente he amado.
Aprieto mi espalda contra la pared exterior de su camarote justo al
lado del umbral de la puerta, y echo un vistazo a la escena de abajo. Las
chicas se mantienen ocupadas en la cubierta del Cráneo del Dragón. Han
subido desde los dormitorios y están emboscando a los hombres de mi
padre cuando suben por las escotillas.
Mandsy, eres brillante, una mujer brillante.
Un barco tan grande tiene dos escotillas, una en cada extremo, pero
ella ya ha dividido a la tripulación, la mitad en cada una, y están cortando el
paso a los hombres de mi padre antes de que puedan rodearlos y usar su
superioridad numérica para dominarlos.
Lo percibo todo en menos de un segundo. Mi alfanje está preparado a
mi lado, esperando para estocar a mi padre cuando éste exponga su espalda,
al precipitarse por la puerta.
Pierdo el aliento y la espada cuando una bala me atraviesa el brazo
derecho. Mi músculo arde mientras bajo el brazo, el fuego se extiende hasta
la punta de los dedos. Aprieto los dientes ante el dolor y mi propia locura.
Kalligan ha vuelto a predecir lo que iba a hacer. No podía saber
exactamente dónde estaba parada, así que hizo su mejor conjetura. Tal vez
no esté tan descontrolado como pensé en un principio. Sólo quería dar la
apariencia de haber perdido toda la razón. Este fue un disparo calculado.
Aunque no es letal, me ha costado el brazo de la espada y, muy
probablemente, el combate. Parte de las pruebas de resistencia de Kalligan
era practicar un enfrentamiento contra él, con la izquierda. Me pregunto si
ahora se está arrepintiendo de lo bien que me ha entrenado.
Cuando me agacho para recuperar mi espada con la mano izquierda,
la bota de Kalligan aparece a toda velocidad en la esquina, chocando con mi
barbilla y mandándome, volando hacia atrás. Ahora también pierdo la daga.
La fuerza de la patada me hace ver las estrellas. El dolor es tan
intenso que me pregunto si, de ser humana, la patada me habría arrancado la
cabeza. Tengo la garganta tensa por el intenso dolor, todavía me suenan los
dientes y la nave se balancea un momento antes de volver a estabilizarse
para que pueda echar un vistazo.
Cometo el error de intentar usar mi brazo herido para enderezarme. El
resbalón de mi mano empapada de sangre y el dolor agudo que me recorre
el brazo hacen que me desplome sobre la cubierta.
Kalligan grita algo. No puedo entender las palabras, pero creo que son
órdenes a sus hombres. Habla demasiado fuerte para dirigirse a mí. Ha
olvidado momentáneamente que sus hombres no pueden oír nada.
Afortunadamente, sus órdenes me dan la oportunidad de recomponerme.
Me levanto. Pero él sigue interponiéndose entre mi espada y yo. Cojo mi
pistola y la encañono. Kalligan se da cuenta de lo que voy a hacer y se lanza
sobre el timón y fuera del castillo de popa.
No acierto el disparo. La bala se incrusta en la cubierta, y maldigo a
las estrellas por mi inestabilidad en la mano izquierda. Pero con él fuera del
camino, busco mi espada y la agarro con firmeza.
Me espera en la cubierta principal. Cuando salto los peldaños de la
pasarela, veo a los piratas de Kalligan subiendo a la cubierta por los flancos
del barco. Algunos de ellos deben haber tenido por fin el sentido común de
salir por las bocas de los cañones.
—¡Mandsy! —grito cuando aterrizo—. Vienen por los lados.
Se gira y los localiza, luego grita órdenes al resto de la tripulación.
Los cuerpos se amontonan junto a las escotillas. Los hombres se abren paso
entre sus compañeros caídos para intentar llegar a mi tripulación. Veo a una
chica en el suelo, con el pelo cubriéndole la cara. Es Deshel, creo. Radita se
ha dejado atrapar por uno de los enemigos. Le da un fuerte taconazo en el
empeine antes de clavarle un puño en la ingle. Sorinda ya está en la banda
de estribor del barco, cortando los dedos de los hombres que intentan
agarrarse a la barandilla. Athella está encaramada en la red, lanzándose
sobre los tipos que rompen la formación de las chicas en la escotilla de
popa. Veo un destello de Riden antes de tener que devolver mi atención al
rey pirata.
Él vuelve a lanzarse hacia mí. No puedo seguir dejando que tome la
ofensiva. Así no lo mataré. Mi brazo derecho cuelga inútilmente contra mi
costado. Intento no sacudirlo mientras desvío el siguiente embate del rey.
—Ya has perdido este combate —gruñe mientras me lanza una
andanada de cuchilladas.
—Todavía no.
Al bloquear el siguiente golpe, envío mi brazo herido hacia su cabeza,
apretando los dientes por el dolor asesino. Casi pierdo el conocimiento
cuando unos puntos negros acorralan mi visión. Pero, merece la pena. No se
lo espera, y aprovecho la oportunidad para lanzar mis propios golpes. Nada
de lo que hago es suave. Con cada choque pongo toda la fuerza que tengo,
toda la velocidad que puedo reunir. Mi brazo palpita agonizando. Todavía
me pitan los oídos por la patada que recibí en la cabeza.
Una de mis chicas grita. Su tripulación está reuniendo sus fuerzas. Un
número superior está invadiendo la cubierta. Necesito terminar esta pelea
para poder ayudarlas. Pero nada de lo que hago me da ventaja. El corte en el
costado de mi padre apenas sangra. Lucha como si no sintiera dolor. Nos
martilleamos y golpeamos mutuamente hasta que uno de los dos se
derrumbe por agotamiento o cometa un error tonto. Como soy la más
herida, lo más probable es que sea yo.
No dejo que el miedo a la derrota me afecte. Llevaré esta lucha hasta
el final, sin importar el resultado.
La muerte se extiende en el aire, un hedor único en sí mismo. Casi
tropiezo con un cuerpo caído, mientras Kalligan intenta empujarme hacia la
popa del barco. Los disparos ya no penetran en el aire. Todos han vaciado
sus pistolas. No hay más que un tropezar de miembros y espadas. Athella ya
no está sentada en la red. Ha bajado al suelo tratando de igualar las
probabilidades. Uno de los enemigos se acerca por detrás de ella y…
Miro hacia otro lado antes de que caiga. Una nueva urgencia y rabia
alimenta mi pelea con Kalligan.
—Ríndete —ordena.
—¿Te estás cansando? —pregunto a través de una pesada respiración.
Su pecho también se agita. Sé, que no quiere que me rinda porque
crea que vaya a perder la pelea. Quiere doblegarme. Tanto a mi cuerpo,
como a mi mente. Que me rinda es una victoria para él. Pero por la forma
en que agita su espada y blande su puño, sé que quiere arrancarme la
traición de la piel.
Rendirse no es una opción.
—Estoy cansado de ti. —responde—. Cansado de tu insolencia y tu
debilidad. Estoy dispuesto a librarme de ti. Pero te dejaré para el final.
Puedes ver a tu tripulación sufrir primero.
—Te mataré antes de que puedas tocarlos. —Le amenazo.
—Ahora mismo los están aplastando como a roedores bajo sus pies.
Mis hombres podrían no perdonar a ninguno. Entonces sólo te tendré a ti
para desatar mi furia.
—No te tengo miedo.
—¿Y qué hay de tu tripulación? ¿Temes por ellos?
Despliega los brazos a un lado, y me atrevo a mirar. Muchos han
perdido sus armas. Los están arreando a un lado, atados con cuerdas.
Mandsy y Sorinda están luchando espalda con espalda. Sé que ninguna de
las dos se detendrá hasta que estén muertas. Riden también sigue atizando a
sus oponentes. Se acerca a mí, tratando de alcanzarme. Doy una patada al
aire vacío mientras Kalligan lo esquiva.
—¿Crees que matarme detendrá esto? —pregunta—. Mira a tu
alrededor. —Sé que se refiere a que piense en todas las naves de su flota—.
Incluso si yo muriera, tú y tu tripulación no saldrían vivos. Mis hombres
terminarán lo que yo empecé.
—Estarán demasiado ocupados luchando entre ellos para ver quien
ocupa tu lugar. No creo que me presten atención. No le darán a tu cuerpo un
segundo vistazo. Tu nombre será olvidado. Se desvanecerá de la memoria, y
cualquier atisbo de gloria que hayas alcanzado será borrado. Nadie te
recordará. Yo ciertamente no lo haré.
Duplica sus esfuerzos. Me hace un corte en el brazo ya herido, me
magulla las costillas, esquiva mis patadas. Ruedo y ruedo y ruedo lejos de
él. No me detengo hasta que mi espalda choca con la barandilla de estribor.
Me pongo de pie y sostengo débilmente mi espada frente a mí. Estoy
perdiendo demasiada sangre ahora que tengo dos heridas abiertas.
Avanza lentamente. Sabe que estoy derrotada. Mi tripulación está
completamente sometida. Un tercio de ellos pintan la cubierta de rojo y se
tumban en ángulos antinaturales, inmóviles. El resto está acobardado en una
esquina. Y Riden está casi encima de mí cuando tres de los hombres de mi
padre lo derriban sobre la cubierta y le arrebatan la espada.
Miro a mi alrededor en busca de algo, cualquier cosa, que me ayude a
vencer a Kalligan. Es inútil. No hay nada que Riden pueda hacer. No hay
nada que mi tripulación pueda hacer. Mi madre está indefensa en las
habitaciones de mi padre. Y las sirenas... ¿Qué pasa con las sirenas?
Ya han sido derrotadas, han perdido la intención de luchar ahora que
su reina ha sido capturada una vez más. Probablemente ya han abandonado
la zona.
Pero ¿y si no lo han hecho? ¿Y si están revolviéndose abajo,
esperando que su reina venga a ellas?
Yo no soy ella, pero soy la hija de la reina. Me veían como una
extraña, pero ¿podría llamarlas? ¿Acaso me escucharían?
Porque es la única opción que me queda, canto.
La canción es una nube de desesperación y súplica. Un grito de
auxilio, luchando contra el viento, cayendo al agua, buscando en sus
profundidades a quien pueda escuchar. Puedo sentirlas, ahora que las estoy
llamando. Cientos y cientos de ellas. Lloran bajo las olas. Temiendo por su
reina, llorando por sus caídas, temblando por sus vidas. Es tan...
Humano viniendo de ellas.
Algunas callan ante mi propia canción, escuchando. Puedo sentir que
su atención se desplaza hacia mí. Soy parte de la línea real. Fluye por mis
venas, cabalga en mi canción. No tienen que escucharme, pero sí puedo
decir las palabras adecuadas...
Soy Alosa-Lina, hija de Ava-lee. Mi madre está viva, pero prisionera
en esta nave. ¿No me ayudarás? ¿Lucharás contra los piratas que se han
atrevido a entrar en tus aguas y robar lo que es tuyo?
Murmuran entre ellas. Lo siento en sus cantos, en la forma en que el
agua tiembla a su alrededor. La respuesta es débil, pero una me responde.
¿No eres tú una de esas escorias piratas? ¿No rechazaste la llamada
de la reina cuando te invitó a volver a casa? Incluso ahora te quedas en
tierra firme, negándote a unirte a tus hermanas de abajo.
Mi padre me mira fijamente, deteniéndose frente a mí.
—¿Estás llamando a las sirenas? Han huido, gritando hacia las
profundidades. Eres una extraña para ellas. Me aseguré de ello.
Tú superas en número a los piratas —explico—. Mi lealtad no está
con ellos. Te ayudaré a vencerlos.
La duda me canta desde abajo. Las emociones son melodías propias,
que brotan sin esfuerzo, como si sus voces no pudieran callarse. Ahora
nadie habla conmigo. Las sirenas reanudan sus lamentos de dolor hasta que
mi voz me abandona y ya no puedo oírlas.
—Suelta tu espada —ordena Kalligan. Su tono es cortante, definitivo.
No me lo volverá a pedir. Su próximo golpe se llevará una vida.
—Alosa.
Esta voz es tranquila. Es de Riden. Está muy cerca, lo están
sometiendo agarrándolo de todas sus extremidades.
Dejo caer mi espada como mi padre me pide y me vuelvo hacia
Riden. Lanzo unos cuantos golpes bien dados a sus captores y lo liberan.
Lo sujeto y los dos saltamos de la nave. 

 
Capítulo 23
 

EL AGUA, ME ENVUELVE, me acuna, me da la bienvenida a casa.


Mi cuerpo se retuerce, se estira, disfruta del nuevo entorno. Mis músculos
se sienten renovados, listos para volver a luchar.
Riden me observa, se cerciora de que soy yo misma, antes de darme
una señal de ánimo y nadar hacia la superficie. La risa de mi padre me
llega, incluso aquí abajo.
—¡Tu Capitana te ha abandonado! Prefiere vivir su vida como una
bestia sin sentido que hundirse con su barco y su tripulación. No me había
dado cuenta de que había criado a una cobarde.
No siento nada ante esas palabras. Mi tripulación sabe cómo he
crecido. No las creerán. Deben saber que estoy aquí para salvarlos, no para
salvarme a mí misma. Por ahora, nado muy, muy abajo, arqueándome hacia
las profundidades. Está claro como el día para mí donde ningún humano
podría ver o soportar la presión.
Las encuentro fácilmente. Las hermanas con las que habría crecido, si
hubiera vivido mi vida como sirena. Nadan en círculos o descansan en el
fondo del océano, con los brazos sobre la cara en señal de derrota. Las
extremidades se retuercen y se mueven inquietas, impotentes, pero
enfurecidas.
—Estoy aquí —les canto—. Ahora pueden hablarme directamente a
la cara. Decidme por qué habéis abandonado a vuestra reina una vez más.
Un grupo de sirenas mayores mira hacia otro lado. Sus cabellos
ocultan sus rostros mientras se mueven con inquietud. Estaban allí cuando
les quitaron a su reina la primera vez. Están avergonzadas, tanto que no
soportan mirarme a la cara.
Las niñas sirena son etéreas. Perlas perfectas en este mar. Se quedan
detrás de sus madres, las que aún las tienen. Una niña con el pelo del color
de la arena brillante se acurruca cerca de una mujer con mechones negros
como la noche. La niña, que no puede tener más de cinco años, canta la
muerte de su mamá. Lo vio con perfecta claridad, la forma en que el arpón
la ensartó, cómo sus ojos se pusieron en blanco, cómo se hundió en el fondo
del océano.
—Tenemos que hacerles pagar por lo que han hecho. —rujo.
—¿Cómo? —pregunta la sirena que sostiene a la huérfana—. Los
hombres no pueden oírnos. Su líder es inmune.
—¿Cómo es posible?
—Se ha acostado con una sirena y ha vivido. Ahora la magia de
nuestra canción no le afecta.
Todo este tiempo pensé que no podía controlarlo porque
compartíamos sangre, pero es por su relación con mi madre, no conmigo,
que es inmune.
—Y aunque no lo fuera —continúa—, de poco nos serviría. Nuestras
voces no funcionan cuando estamos completamente fuera del agua como la
tuya.
—No la necesitan. ¿No tienen brazos y piernas?
—Somos débiles fuera del agua. No tendremos más fuerza que las
mujeres humanas.
Les sonrío a todas.
—Llevo años entrenando a las mujeres humanas para que luchen.
Una mujer no está indefensa cuando sabe qué hacer. E incluso un hombre
puede estarlo cuando le superan en número diez a uno. No es cuestión de si
ganarás —continúo—. La única pregunta es si elegirás luchar. ¿Pelearás
por tu reina? ¿Pelearás por tus aguas y tu tesoro? ¿Lucharás por tus
pequeñas?
Mi canción atraviesa el agua, firme e inconfundible. Una llamada a
las armas. Una demanda de su princesa.
—No soy su reina. No tienen que obedecerme como a mi madre. Esta
es una elección que debéis hacer. Una elección para vengar vuestras
perdidas, para salvar a vuestra reina, para proteger a vuestras hijas. Soy
una extraña. La vida que podría haber tenido con todas ustedes me la
quitaron, pero ahora estoy aquí por elección. ¿No elegiríais uniros a mi
ahora? Enfrenté el océano por ustedes. ¿Enfrentareis la tierra por su
reina?
Todos sus cantos se detienen. Los acordes punzantes del dolor cesan.
Los ásperos truenos de la ira ceden. En su lugar hay convicción. Una
promesa. Como una, cantan una canción tan poderosa que me hace llorar.
Es un grito de guerra hecho de una melodía pura y celestial. Las naves de
arriba se mueven por su fuerza.
Les muestro sus ventajas sobre los hombres, lo que pueden hacer para
someterlos.
Y entonces ascendemos.
                        

***
Cuando mi cabeza rompe la superficie, canto y atraigo la humedad
hacia mí, secándome mientras me arrastro hacia el lateral del Cráneo del
Dragón. Asomo la cabeza por el borde del barco. Mi tripulación ha sido
atada al palo mayor, agrupada bajo capas de cuerda. Unos cinco hombres
están de pie frente a ellos, asegurándose de que nadie se vaya.
Un empapado Riden está atado con los demás. No ha tenido más
remedio que regresar al barco y volver a ser cautivo hasta que yo regrese.
Sorinda, según veo, ya ha conseguido liberar sus manos sin llamar la
atención de los guardias. Mandsy está enfrente de ella, con la cabeza
desplomada contra el mástil, sólo noqueada, estoy segura. Radita retuerce
los hombros y un pirata avanza hacia ella con la espada en alto.
—Deja de hacer eso —dice—, o te atravesaré.
Ella le lanza una mirada que le dice exactamente dónde puede
clavarse su espada. Él se adelanta, cogiendo un mechón de su pelo con su
alfanje y sosteniéndolo a la luz.
—El capitán dice que podemos hacer lo que queramos con ustedes
una vez que empecemos a navegar de nuevo, siempre y cuando sigan vivas
cuando lleguemos al torreón. Voy a empezar contigo. —Frunce los labios y
se ríe, deslizando su espada por su mejilla como si fuera una caricia.
Nadie pone un dedo sobre mis chicas.
Él es el primero en morir. De espaldas a mí, no puede verme llegar
por detrás, no puede verme alcanzar su espada. Con una mano en su
muñeca y la otra justo debajo de su hombro, hago caer todo el brazo sobre
mi rodilla, ignorando el espasmo de dolor que brota en el mío herido ante el
movimiento. El crujido resultante es un feroz golpe de tambor que se suma
a la música de mis hermanas sirenas. Tomo su espada y se la clavo en la
garganta.
El forcejeo es suficiente para llamar la atención de los demás
guardias. Antes de que puedan alcanzarme, lanzo el alfanje a Sorinda, que
lo atrapa con facilidad y se libera a sí misma y a los demás.
Uno de los hombres de mi padre se apresura a bajar para pedir ayuda.
Yo empiezo con el resto. Riden me regala una sonrisa antes de saltar sobre
el guardia más cercano y arrebatarle la espada. Le rompo la pierna a otro de
una patada y lo clavo en la cubierta con su propio alfanje en el pecho.
Para cuando terminamos con los guardias, mi padre ha vuelto a
aparecer, con las enormes fuerzas de sus hombres alineadas tras él. Ahora
tiene el costado vendado; su mano sostiene de nuevo su espada.
No parece sorprendido, sólo más enfurecido.
—No sabes cuándo abandonar, chica. Estás tan en inferioridad
numérica como antes. Esta pelea no tendrá un resultado diferente.
Un grito se eleva en el aire. Primero uno, luego otro, y otro. Son
lejanos, viajan hacia nosotros desde otras naves de la flota. Mi padre mira a
su alrededor, pero no puede ver nada desde su posición. Sus hombres aún
no oyen nada. No tienen ni idea de que algo anda mal.
Hasta que las sirenas llegan a la cubierta. Cientos. Todas las que
caben. El agua se desprende de ellas en oleadas, goteando por sus largos
mechones y sus cuerpos lisos, empapando la cubierta al instante. Una fila
de ellas desciende mientras los hombres de mi padre, asustados, disparan,
pero no pueden hacer nada contra la superioridad numérica. Las sirenas los
pisotean. Los obligan a salir de los bordes del barco y a caer al agua.
Luchan junto a mi tripulación, enviando almas a las estrellas a diestro y
siniestro.
Nunca he sabido que Kalligan huyera del peligro, pero corre hacia la
parte más alta al ver todas esas sirenas en su barco. Sube a las jarcias,
dejando a sus hombres a su suerte. Y me doy cuenta entonces de cuánto
debe temer a la muerte. Ha estado en una posición de poder y seguridad
durante tanto tiempo, que me pregunto si ha olvidado lo que es tener miedo.
Y ahora no tiene que preocuparse por que vean su debilidad. Ninguno de
sus hombres vivirá para contarlo.
Lo dejo por ahora. Mi prioridad es mi madre.
Me abro paso a través del tumulto, derribando a los piratas en mi
camino, asistiendo a las sirenas que lo necesitan. Finalmente llego a las
habitaciones de mi padre.
Está justo donde la dejé.
Primero le quito la mordaza. Tose dos veces y traga profundamente.
—Me has salvado otra vez.
—Es mi culpa haberte encontrado de nuevo. Fui yo quien localizó las
piezas del mapa para él. —Utilizo un alfanje prestado para cortar las
gruesas cuerdas de sus muñecas.
—¿Está muerto? —pregunta. Es el tono más feroz que he escuchado
en su voz.
—Todavía no. Se está escondiendo de la refriega.

      
                  

***
La batalla termina sólo unos minutos después de que comenzara. Las
sirenas hicieron un trabajo rápido con los piratas. Ya se han retirado al agua
para cuando saco a mi madre al aire libre. Me sorprende que no se una a
ellas inmediatamente. En lugar de eso, mira fijamente hacia el palo mayor,
donde Kalligan está de pie en la viga bajo la vela más alta.
—Has perdido. —le grito.
—No perderé hasta que tenga una espada clavada en el corazón. —
Me responde.
—Mandsy, búscame una sierra. —Le pido—. Si nuestro amado rey no
baja por su propia voluntad, tendremos que derribar su trono a hachazos.
Suena un fuerte ruido. Es la espada de mi padre golpeando la cubierta.
La señal más pura de derrota. No es un tonto. Sabe que ha perdido. No tiene
poder sobre mí. Mi tripulación y yo estamos finalmente a salvo. Sus pies le
siguen, y todos en el barco se callan, observándole.
—¿Y ahora qué? —pregunta mientras se eleva a su máxima altura—.
¿Voy a enfrentarme a un pelotón de fusilamiento? ¿Seré encarcelado hasta
el día de mi muerte? No tienes...
Sus palabras son detenidas por una mancha roja y feroz que choca
contra él. Atraviesan la barandilla de madera y caen por la borda del barco,
formando una maraña de miembros, cabellos y los gritos de mi padre. En
cuanto caen al agua, sé que no volveré a verlo con vida.
El agua se agita violentamente mientras Kalligan intenta salir a la
superficie. Se oye un grito ahogado. Mi madre tira de él hacia el fondo. El
agua se serena a medida que sus oscuras sombras se alejan. Una, dos, tres
burbujas.
Y todo se queda en calma.
El reinado del rey pirata ha llegado a su fin.
                        

***
Los vítores son estremecedores. Se mezclan con los cantos de cientos
de sirenas, sacudiendo el barco desde debajo del agua. Las chicas se
abalanzan unas sobre otras, enredándose en feroces abrazos. Estamos vivas.
Seguimos vivas y el rey está muerto.
Por un breve momento, lloro al hombre que creí que era mi padre.
Lloro los raros abrazos, las palabras de consuelo y aliento. Lloro al hombre
que me enseñó a luchar. Que me dio un ejemplo de liderazgo. Que me
mostró las alegrías que se pueden obtener en una vida en el mar. Lo lloro, y
luego recuerdo la última elección que hizo. Quería el control y el poder.
Nada más. No supo amar, sólo usar lo que tenía para conseguir lo que
quería.
Así que lloro al hombre que una vez creí que era mi padre.
Y luego lo dejo ir.
Me lanzo hacia Mandsy, abrazándola con toda la fuerza que me atrevo
sin aplastarla ni empujar demasiado mi propio brazo herido. Pronto se nos
une Enwen, rodeándonos con sus brazos a las dos. Se me escapa una risa de
alivio mientras miro a mi alrededor y veo todos esos rostros felices. Ni
siquiera Sorinda se aparta de los abrazos que le llegan. Hasta que Kearan lo
intenta, claro. En cuanto Enwen y Mandsy me dejan para celebrar con los
demás, mis ojos buscan a la siguiente persona más cercana.
Se posan en Riden.
La mirada que compartimos parece crepitar con su propia energía. De
repente, no está allí. Está aquí. Justo delante de mí. Hasta que está tan cerca
que no puedo verlo en absoluto.
Mis ojos se cierran cuando presiona sus labios contra los míos. Y
aunque no es ni de lejos nuestro primer beso, se siente como algo nuevo.
Ninguno de los dos está agobiado. Draxen no está aquí para separarnos. Mi
padre no puede aterrorizarnos. Ni una amenaza de muerte pende sobre
nuestras cabezas.
Este beso se siente honesto. Se siente real.
Y no quiero que nunca sea diferente. 

Capítulo 24
            
 
¿NO TE QUEDAS CONMIGO? me ruega mi madre por décima
vez en esa hora. Hemos pasado días juntas bajo el agua, hablando,
cantando. Mi tía, Arianna-leren, está a su lado. Ahora que no tenemos prisa,
mi madre hace las presentaciones. Arianna-leren es una belleza con
mechones dorados que se agrupan a su alrededor en ondas aún más gruesas
que las mías.
Las sirenas ya no me tratan como un paria ahora que los piratas han
sido derrotados.
—Saben que no puedo —les digo—. Me he quedado demasiado
tiempo así.
—Pero Kalligan está muerto. Ya no es una amenaza. He añadido su
oro al tesoro.
Miro a la arena. Las sirenas tienen pocas preocupaciones. No
necesitan comer. El océano las alimenta. No necesitan ropa ni refugio. No
hay nada que pueda dañarlas mientras permanezcan bajo el agua. El tiempo
no es algo que les preocupe. Su vida dura el doble que la de un humano.
Aunque mi madre ha dicho que probablemente mantendré mi aspecto
juvenil toda la vida, es probable que mi vida sea tan larga como la de una
humana, ya que pasaré la mayor parte de mi vida viviendo como tal.
El modo de vida de las sirenas es una existencia hermosa y
despreocupada, que transcurre constantemente en presencia de los seres
queridos. Si nunca hubiera vivido como humana, estoy segura de que me
parecería perfecta.
Intento encontrar las palabras adecuadas para hacerla entender.
—He pasado mis diecisiete años de mi vida por encima del océano,
salvo las pocas ocasiones en que me he visto obligada a entrar en el agua.
He amado y perdido miembros de mi tripulación. He aprendido a manejar
la espada. Conozco el placer de subir a un mástil y balancearme en una
cuerda. He hecho de maestra, de amiga, de confidente.
Las sirenas no saben el verdadero valor de estas cosas, porque no
conocen más que la paz entre ellas. Los únicos conflictos que tienen son
cuando atraen a los hombres a la muerte.
—No puedo vivir mi vida sin las experiencias humanas que tanto
aprecio. —explico—. Prometo visitarte a menudo, pero necesito llevar una
vida diferente a la tuya.
—Asta-Reven gobernará el encanto cuando tú no estés, hermana. —
dice mi tía—. No debes temer por nuestro bienestar.
—No es por vuestro bien por lo que estoy preocupada. —dice mi
madre—. Por fin he conocido a mi hija. Mi única hija. No quiero perderla
de vista otra vez.
Sus palabras me conmueven, pero no me hacen cambiar de opinión.
Me despido antes de volver a mi nave.
Los cuerpos de los caídos ya han sido depositados en el mar. El Ava-
lee fue limpiado de sangre y otros desechos. Encendimos linternas para los
caídos, y las sirenas nos regalaron todo el tesoro que el Ava-lee pudiera
transportar.
—Es nuestro regalo para ti —dijo mi madre—, por salvarnos a
todas.
Partimos a este viaje con treinta y cuatro. Ahora hay veintidós. Son
suficientes para llevarnos a casa y suficientes para destrozar mi corazón.
Los extrañaré terriblemente. Los hábiles dedos de Athella para abrir
cerraduras, la fuerza de Deros, la risa de Deshel y Lotiya.
—¿Buena visita? —pregunta Niridia a mi regreso.
Radita y Mandsy han trabajado juntas para fabricar una muleta de
madera para ella. La utiliza para caminar por el barco, a pesar de los
esfuerzos de Mandsy por mantenerla en la cama. Roslyn también se está
recuperando. Está postrada en la cama, pero ahora está consciente, su padre
nunca se aleja de ella.
—Sí. Podía acostumbrarme a tener una madre que me cuidara, pero ahora la
echaré de menos siempre que esté fuera. Viene con la alegría y el dolor.
—Quizá venga a visitarnos.
Dejo escapar una carcajada.
—¿Quieres dejar que las sirenas vaguen por las aguas cerca de donde
establezcamos nuestra fortaleza? Nunca reuniría más hombres para mi
causa.
—Pero eso evitaría que el rey de tierra nos buscara. —señala ella.
—Muy cierto. Tal vez me lo piense. ¿Cómo van las cosas por aquí?
—El barco está listo. ¿Qué rumbo le doy a Kearan?
Podemos ir a cualquier parte. Hacer cualquier cosa. Mi padre ya no
nos controla.
—Al torreón. —decido—. Veamos lo que dejo sin arrasar el rey de la
tierra. Nos desharemos de los que no nos sean leales. Navegaremos a las
ciudades portuarias y limpiaremos los cuarteles de los piratas.
Construiremos. Y lo haremos mejor de lo que era antes. Es hora de
establecer el reinado de la reina pirata.
Niridia sonríe su aprobación.
—¡Kearan! ¡Deja de mirar a Sorinda y haz que este barco apunte
hacia el noreste!
Me coloco en el borde del barco, asomándome al castillo de popa para
echar otro vistazo a la Isla de Canta antes de partir. Creo que una parte de
mí siempre la echará de menos. Es el lugar donde reside mi familia. Pero
volveré cuando pueda disponer de tiempo. Cuando haya construido lo que
empecé para mi padre.
—¿Te lo estás pensando mejor?
Riden se apoya sus antebrazos en la barandilla, dejando que su piel
toque la mía.
—No. Estoy exactamente donde quiero estar. Sólo desearía poder
recuperar todos los años que me perdí con mi madre.
—Podrías tenerlos ahora. —dice suavemente—. Podrías vivir tu vida
entre las sirenas y dejar todo esto atrás.
Sonrío y me vuelvo hacia él.
—A ti y a mi madre os falta una cosa importante.
—¿Qué es?
—Me encanta ser pirata, y no hay nada que me apetezca más.
Se relaja considerablemente.
—Gracias a las estrellas. Me esforzaba mucho por ser solidario y me
olvidaba de lo que más quiero.
—¿Y qué es eso?
Esos hermosos ojos marrones brillan.
—A ti.
—¿Has decidido que quieres ser un miembro permanente de la
tripulación, entonces? —Me burlo.
—Sí, Capitana. —Me quita el tricornio de la cabeza y me pasa los
dedos por el pelo—. Navegaré contigo a cualquier parte. No me importa a
dónde vayamos o lo que hagamos mientras esté contigo.
—Podría ser peligroso.
—Me protegerás.
Se inclina y me besa. Tan despacio que es enloquecedor. Cuando se
retira, le digo:
—Llevo un barco muy limpio, marinero. Espero que se cumplan las
reglas.
—¿Qué reglas serían esas?
—Todos los hombres están obligados a mantener un par de días de
barba en la barbilla. Les hace parecer más temibles. Mejores piratas, ya ves.
Sonríe tanto que siento que se me derrite el corazón.
—No tenía ni idea de que te gustara tanto. —Acerca sus labios a mi
oído—. No hace falta que hagas una regla y molestes a los otros hombres.
Lo haré si me lo pides amablemente.
Sus labios recorren mi cuello y me estremezco.
—¿Algo más? —pregunta.
—Necesito encontrarte en mi camarote por las noches.
—Sí, sí. 

FIN.
                                          
 

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