Tema 45 Oposiciones Filosofía
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NUEVA
EDICIÓN
Filosofía
TEMA MUESTRA
FILOSOFÍA
Índice
1. El estado del bienestar
2. Historia del estado del bienestar
3. El keynesianismo
4. La Seguridad Social y la crisis del estado del bienestar
4.1. La Seguridad Social: desde la historia hasta el concepto
4.2. Los derechos sociales
5. El estado del bienestar y el principio de subsidiariedad
5.1. Empresa pública y sector público
5.2. Los riesgos del estado subsidiador
6. Caracteres básicos del estado del bienestar
7. Éxito y crisis del estado del bienestar
7.1. La crisis del estado del bienestar
7.1.1. Causas de la crisis
7.1.2. De la crisis económica a la crisis del estado del bienestar
7.2. Partidarios y detractores del estado del bienestar
8. Alienaciones y malestares del estado del bienestar
9. Dificultades técnicas del estado del bienestar
10. La alienación en las sociedades tecnificadas
10.1. Alienación y teoría crítica
10.2. Alienación y estado del bienestar
10.3. Marcuse y la alienación del hombre unidimensional
11. Estado de derecho y libertad
11.1. El estado de derecho
11.2. La sociedad civil
12. Crítica al estado del bienestar
El estado de bienestar
pitalismo. Es con esto con lo que Marx no contó, y por eso fallaron todos sus análi-
sis prospectivos. Desde posturas menos ideológicas, la crisis se interpretó como una
crisis de sobreproducción: la capacidad de producción creada en los países más
industrializados para hacer frente a la demanda bélica primero, y después a la de la
reconstrucción, terminó por resultar desorbitada para una época normal. A esto se
une que también se produjo una crisis de crédito como consecuencia de la especu-
lación desatada durante la fase expansiva que había precedido.
Sin embargo, estas explicaciones de carácter coyuntural no eran suficientes para
ocultar el alcance más hondo de lo que estaba sucediendo. Es aquí donde hay que si-
tuar la figura de John Maynard Keynes, que provocó un cambio radical en el enfoque
que hasta entonces se venía haciendo del equilibrio de la economía de manera es-
pontánea. Para alcanzar dicho equilibrio la acción del estado es esencial para favore-
cer la inversión, incluyendo el posible endeudamiento público y adoptando políticas
monetarias de abaratar el precio del dinero para favorecer la inversión, favoreciendo
así las condiciones para la creación de puestos de trabajos. De este modo, se intenta
superar la crisis de la económica desde la acción del estado.
Ese había sido el camino adoptado ya por algunos gobiernos occidentales.
Franklin Roosevelt había ganado en 1932 las elecciones a la presidencia de EE UU con
un programa claramente intervencionista, que se plasmaría luego en un conjunto
amplísimo de medidas económicas, orientadas a la inversión pública y a la creación
de puestos de trabajo, del todo inaceptables para la ortodoxia económica liberal tra-
dicional. Un programa parecido le valió a Hitler su triunfo electoral en Alemania, el
otro país más azotado por la crisis.
Hay que citar también el programa del Partido Laborista inglés, de 1945, así como al
del Partido Cristiano Demócrata alemán, de 1947. Que la izquierda (suave) y la derecha
(también suave) coincidieran en el afrontamiento del problema significa que el estado
del bienestar era una necesidad generalizada sentida en la postguerra, y también signifi-
ca que su teorización se formula con posterioridad a la aplicación real del programa
de los partidos que lo propugnan. En la génesis del estado del bienestar son determi-
nantes el resultado de la Guerra, cuyos vencedores habían actuado como una especie de
Frente Popular para derrotar al Fascismo y la participación relevante, en ese Frente, de
Rusia, que representaba los intereses de la clase obrera. También hay que contar con la
aparición inmediata de las dos Potencias. De la mano de una de ellas el capital responde
al movimiento obrero y al socialismo soviético, en el que fijaban sus miradas la clase
obrera y la izquierda intelectual de Occidente. El Plan Marshall refleja bien esta situación.
El estado providencia
Entendemos por estado providencia aquel que proporciona unos niveles míni-
mos de servicios educativos, sanitarios, en viviendas, pensiones, prestaciones por
desempleo, etc., siempre que los medios individuales son inadecuados. En Gran
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FILOSOFÍA
Bretaña sus principios se remontan a la segunda mitad del siglo XIX, y sus orígenes
son principalmente políticos y sociológicos. Fue considerablemente ampliado por el
gobierno liberal después de 1906 y por los gobiernos de la postguerra siguiendo el
informe de Lord Beveridge en 1942 sobre los seguros sociales. Con el tiempo, se ha
convertido en más comprehensivo y universal.
Las implicaciones económicas se centran, principalmente, sobre sus efectos en la
producción. Al asegurar unos niveles mínimos, el estado providencia puede aumen-
tar la producción y, en esta medida, constituye una buena inversión, es decir, puede
resultar rentable de por sí, aumentando la riqueza de un país. El efecto adverso se
introduce a través de los incentivos; los altos impuestos para financiarlo limitan a
veces la tendencia a aumentar las rentas mediante la asunción de riesgos, el espíritu
empresarial y el trabajo; y el suministro de servicios gratis o de subsidios puede paliar
la necesidad de ganar dinero con el que comprar estos servicios.
Existen tres límites principales a unos niveles mínimos:
a) La necesidad de permitir a aquellos que trabajan que alcancen unos niveles
más altos que aquellos que no trabajan.
b) La necesidad de evitar hacer más inmóvil el trabajo.
c) La necesidad de mantener el coste dentro de las posibilidades nacionales.
Algunos economistas han mantenido que, a medida que aumenta la renta, es
un derroche otorgar unas ventajas iguales para todos y que la educación, sanidad y
otros servicios, deberían limitarse a aquellas personas que se encontraran en la ne-
cesidad, y que el resto fuera libre de comprar el servicio estatal o el servicio privado
si así lo prefiere.
3. El keynesianismo
Keynes ha dado lugar, con sus ideas, a lo que se denomina keynesianismo: co-
rriente del pensamiento económico basada en la obra de Keynes, particularmente en
su obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero.
Uno de los objetivos centrales de la teoría keynesiana es el esclarecimiento de los
factores que determinan el nivel de la renta nacional y, consiguientemente, el em-
pleo. Según Keynes, en el capitalismo moderno no existe solución automática para
el desempleo, por lo que la intervención estatal es indispensable.
Para Keynes, junto a la intervención del estado en el terreno monetario, se debe
proceder a un aumento de las inversiones públicas y a una mejor distribución de las
rentas, a fin de estimular el consumo. El núcleo de estas ideas ha influido en econo-
mistas de un espectro teórico e ideológico muy amplio. En los últimos veinte años
se ha producido un intenso debate (en círculos académicos, pero también en los go-
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El estado de bienestar
riesgos dispersos, sino a una situación de necesidad global. Para comprender mejor
la diferencia hay que analizar los dos modelos históricos de seguridad, de los que
solo al segundo cabe aplicar con propiedad el término de “Seguridad Social”.
– El primero de ellos, que obedece mejor al sistema de seguros aislados, se co-
noce con el nombre de modelo bismarckiano o profesional. Se suele con-
siderar el discurso de Bismarck de 1881 en el Parlamento Alemán como su
acto fundacional. La implantación de este modelo responde a la conciencia
generalizada de la extrema miseria y desamparo en que se encuentra el prole-
tariado industrial. Su establecimiento es gradual, por razones comprensibles;
paulatinamente se va haciendo frente a los riesgos más importantes a que
está sometida la clase obrera (comenzando por los de enfermedad y acciden-
te), con la peculiaridad de ser, por tanto, un sistema de protección basado en la
relación laboral. La rápida expansión de este sistema condujo a una completa
organización y, finalmente, a un replanteamiento del mismo. A ello contribuyó
también la profunda crisis que azotó la economía mundial en la década de los
treinta y la necesidad inaplazable de arbitrar políticas de reactivación.
– El segundo es el modelo beverdgiano o universal, cuyo texto programático
es el informe de lord Beveridge al Gobierno inglés en 1942, al que ya se había
adelantado por razones políticas la Social Security Act norteamericana de F.D.
Roosevelt en 1935. Las propuestas de este informa, que configuran el nuevo
modelo, se sintetizan en las 3 U:
* Universalidad de la población beneficiada (acabando con el carácter pro-
fesional o laboral).
* Unidad de régimen que recoja todos los riesgos.
* Uniformidad de prestaciones (que garantice un nivel mínimo, igual para todos).
Los dos modelos descritos, aunque difieren en puntos esenciales, en la práctica
no existen independientes y en estado puro. Los regímenes vigentes son una mez-
cla de ambos, en los que siempre se percibe el esfuerzo por adecuarse en casi todo
al ideal trazado por Beveridge (aunque el principio último, el de uniformidad, está
siempre más lejos de ser alcanzado). Esta evolución desde un modelo a otro ayuda
a comprender la seguridad social como una actividad compleja en que el estado
pretende plasmar su responsabilidad de atender al bienestar social de la sociedad.
Separado ya el planteamiento de los riesgos, se aspira a ofrecer al ciudadano un nivel
de prestaciones sobre la base de un derecho que le ha sido reconocido como per-
sona humana al margen de la contribución que pague con esa finalidad particular.
Esta nueva concepción cuestiona el sistema de financiación en doble sentido:
– En primer lugar, el sistema de reparto se impone al de capitalización (más pro-
pia de la previsión privada), cambio que ya viene consolidándose desde anti-
guo y que es expresión del principio de solidaridad en la medida en que son
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El estado de bienestar
los sanos los que mantienen a los enfermos, los que tienen trabajo a los que
carecen de él, etc. Pero es, sobre todo, la solidaridad intergeneracional la que
actúa en el caso de las pensiones de vejez, ya que estas se financian con las
aportaciones de las generaciones en activo.
– En segundo lugar, este modelo de seguridad social cuestiona el sistema de fi-
nanciación por cuotas, pagadas por el trabajador y por la empresa que lo em-
plea, y favorece la financiación impositiva a través de transferencias procedentes
del estado; este cambio, que tiene su razón de ser en el carácter cada vez menos
profesionalizado del modelo, evitaría la discriminación que hoy se da contra
aquellas empresas intensivas de trabajo; se dice que las cuotas a la seguridad
social, al encarecer el factor trabajo, actúan como desestímulo frente a la crea-
ción y al mantenimiento del empleo. Incluso algunos se inclinan a pensar que las
cotizaciones tienen en el fondo naturaleza de impuestos de carácter indirecto.
Los pobres más aparentes son los mendigos, los transeúntes, los marginados “vi-
sibles” que en encuentran en la gran ciudad, constituyendo el “Cuarto Mundo”. Es
difícil calcular cuánto son y las causas de su situación. Los que trabajan cerca de ellos
insisten en la influencia decisiva de la gran ciudad, en la cual la vida resulta dura,
implacable: la economía está totalmente “monetarizada”, las actividades están todas
reguladas, la exigencia en el trabajo es fuerte. Por otro lado, la aglomeración urbana
y el pluralismo propician una situación de anonimato, de alienación personal y de
aislamiento. El resultado es que la persona se debilita, queda aislada y no encuen-
tra apoyo. Hemos creado una sociedad dura que rechaza al débil. La recuperación e
integración de esta población es una tarea muy difícil: habría que cuestionar los dos
polos del problema: la debilidad de los interesados, pero también la inhumanidad de
la vida en las grandes ciudades industrializadas.
Y otro ejemplo son los países del Sur. Paradójicamente el bienestar de los ricos lo
pagan los pobres, para los cuales, en la medida en que el estado del bienestar logra
bienestar, ellos consiguen malestar. La creciente vigencia de acuerdos internaciona-
les de los diversos estados del bienestar convierte en cada vez más dependientes a
los países económicamente periféricos, a medida que aumentan estos acuerdos, que
suelen ser muy proteccionistas. Y ello por no hablar de la ingente deuda externa de
los países empobrecidos, que parece sumergirles en un pozo sin fondo.
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El estado de bienestar
samiento de Marx en la que al mismo tiempo han quedado iluminadas facetas fundamen-
tales de las filosofías de Hegel y Feuerbach. Indudablemente, la propia conformación de la
obra de Marx invita y casi exige semejante lectura paralela, pues la génesis Hegel-Feuerbach-
Marx configura un peculiar tipo de pensamiento en torno a la dialéctica de la emancipación.
El texto clásico que tiene como centro el concepto de alienación es el conocido como
Manuscritos de Economía y Filosofía, escrito en París en 1844. Allí Marx expone por vez pri-
mera su concepción del trabajo alienado, en una vigorosa y original síntesis de aspectos
de Hegel, Feuerbach y A. Smith. Al hilo de una lectura crítica de lo que denomina economía
nacional en sus conceptos fundamentales: propiedad privada, distinción entre trabajo, ca-
pital y tierra, distinción entre salario, beneficios y renta; división del trabajo, competencia,
valor de cambio, etc., Marx presenta un esbozo de sus teorías de la sociedad y de la historia,
donde el sujeto adquiere la forma del trabajador según el modo de producción capitalista,
en una especie de epopeya del sufrimiento humano. No falta en esa concepción, y esto
constituye uno de sus rasgos esenciales, el análisis de la perspectiva de la “superación de
la enajenación”, como pone de manifiesto el apartado “Propiedad privada y comunismo”.
La imagen del “hombre total” desarrollada en los Manuscritos, remite a una con-
cepción antropológica presente en la teoría social y económica de la alienación del
trabajo, de manera que resulta difícil separar los aspectos de esencia del hombre, su
situación alienada en la sociedad capitalista y la perspectiva de superación de esta
alienación en una sociedad comunista futura. En todo ese desarrollo (esbozo de una
filosofía de la historia) subyace una antropología de inspiración romántica, basada
en el modelo del artista y la relación entre su actividad y su obra. Al mismo tiempo,
esta “epopeya del sufrimiento” no deja de ser una visión del trabajo industrial y, a su
través, de la sociedad moderna, subrayando sus patologías fundamentales y la va-
cuidad de todo discurso que no dé cuenta de las mismas. Por eso, la apertura teórica
a un pensamiento del comunismo, tiene como fin encontrar un marco adecuado en
sentido materialista para una perspectiva teórica de la emancipación.
En el desarrollo más pormenorizado del concepto de alienación, al final del pri-
mer Manuscrito, Marx distingue cuatro formas o aspectos de la alienación del trabajo,
que son las que afectan:
– Al objeto del trabajo.
– A la propia actividad productiva.
– A la esencia genérica del hombre.
– A su relación con otros hombres.
Desde la distinción entre objetivación y enajenación, la conversión del trabajador
en mercancía se traduce, en palabras de Marx, en que:
“El objeto producido por el trabajo, su producto, se le opone como algo
extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo
es el trabajo fijado en un objeto, convertido en una cosa, es la objetivación del
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El estado de bienestar
¿Tiene esta sociedad y el hombre actual alguna esperanza? Puesto que la explo-
tación capitalista se mantiene, pero las formas de dominación se han hecho más su-
tiles, y el sistema ha llegado incluso a obtener el consentimiento de los explotados
(ya que la manipulación de las necesidades y los deseos que realiza el sistema llega
incluso hasta el pensamiento mismo), Marcuse considera que solamente las capas
más marginales de la sociedad (el lumpenproletariado) y, especialmente, los jóvenes,
pueden constituirse en los nuevos sujetos revolucionarios. Un ejemplo de ello es la
guerra de Vietnam, que demuestra que los pobres a veces ganan a los ricos. En frase
de W. Benjamin (con la que acaba el libro Marcuse): “Solo por causa de aquellos que no
tienen esperanza nos es dada la esperanza”. Por eso Marcuse cree que todavía es posi-
ble la revolución, y por eso cree en la utopía, pues siempre el hombre podrá pensar
y ejercer una crítica, aunque sea reprimido. Al menos, queda el deseo de la utopía y
también nos cabe poder imaginarla.
Pues bien, esta lucha contra la falsa conciencia y la alienación debe llevarse a cabo
en todos los terrenos. Acabar con la sobre-represión y realizar la tarea de la auténtica
emancipación de la humanidad, supone una auténtica subversión total de todas las
estructuras sociales, especialmente de las propias de la organización del trabajo, al
modo como ya lo habían planteado ciertos autores del llamado “socialismo utópico” y
del pensamiento libertario, pero aún de forma más radical. Finalmente, ante esta ge-
neralización de la alienación y de la unidimensionalización de los hombres, es preciso,
según Marcuse, a la vez una reivindicación y una reinterpretación del pensamiento
de Marx: mantener su capacidad crítica, pero replantear esta crítica no tanto desde
la concepción marxista clásica de la alienación del trabajo, sino a partir de la felicidad
total del ser humano. Se trata, según Marcuse, de añadir al marxismo la dimensión
de lo lúdico, de la alegría, del erotismo y de la eudaimonía en el sentido más amplio.
La escisión entre la naturaleza moral del derecho y la naturaleza moral del hom-
bre queda superada tan pronto como el estado pasa a ser el sistema no solo jurídico
sino también moral en el que el interés individual y los principios morales se anulan
y unifican. El estado como “realidad de la idea moral” y como “idea divina plasmada
en la tierra” (Hegel) funde en una misma unidad la autoconciencia del individual y la
libertad de todos.
La teoría del estado de derecho reúne ciertos elementos de las teorías idealistas
y los interpreta institucionalmente. Las garantías de la propiedad privada, la libertad
de contrato y comercio, así como la legalidad de la administración pública, son cri-
terios jurídicos, influidos por la declaración de los derechos humanos (ONU, 1948),
pero que han de interpretarse ante todo de acuerdo con las necesidades de la socie-
dad liberal de mercado. También aquí se considera al estado como un sujeto agente;
pero, como proponen las teorías neoliberales (R. Nozick), se le libera de las tareas
económicas y sociales con su concepto de “estado mínimo”.
La prioridad del derecho formal se corrige en las teorías del estado social de dere-
cho, que establece constitucionalmente, además de los criterios formales del estado
de derecho –la división de poderes y la independencia de la justicia–, las tareas mate-
riales para asegurarse las necesidades básicas del bien común. En el estado social se
supera así la identificación entre estado y orden jurídico, obligando a aquel a arbitrar
en los conflictos sociales, y a garantizar un orden social justo, así como la paz social.
El estado ya no es un sujeto agente autónomo, sino que está sometido a un sistema
de controles entre los poderes individuales. Para asegurar el equilibrio entre los prin-
cipios jurídico-políticos, formales y sociales (libertad, igualdad, derechos fundamen-
tales) y los contenidos de la acción estatal, y para formar una opinión de voluntades
políticas, es necesaria la construcción tanto de controles de racionalidad (entre los
cuales hay que contar a los asesores políticos) como la cooperación entre los órganos
representativos (parlamentos), las burocracias y órganos estatales, que representan a
los grupos sociales.
Una mera elevación del sistema de seguridad y previsión social, como el que prac-
tica el estado del bienestar, no aumenta automáticamente la participación de los
ciudadanos en la vida pública, y no garantiza el desarrollo personal ni social y eco-
nómico. No es posible una distribución justa independientemente del aumento del
producto social.
Una hipóstasis del estado como la que se da en las teorías funcionalista e idealista,
conlleva el peligro tanto de un estado total (totalitario) como la disolución del orden
estatal en la anarquía absoluta y en la revolución. Ambas fundamentan la necesidad
de la extinción del estado en que el estado hipostasiado no es legitimable. Para evitar
este peligro, las constituciones democráticas hacen de la dignidad humana y de la
libertad de los ciudadanos el criterio absoluto de justificación de la acción estatal. El
estado no puede ser principio de sí mismo, en el sentido de una comprensión cuasi-
teológica de la soberanía.
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FILOSOFÍA
cia: a las leyes del mercado y a las necesidades sociales. La producción de bienes
educativos y culturales da lugar a una mayor concienciación y un mayor nivel de
exigencias, que pueden derivar en formas extraparlamentarias y extrapartidarias e
incluso extraconstitucionales de lucha, cuando la experiencia desmiente la promesa.
Ello es visible en la producción de bienes y servicios que, en última instancia, deben
servir los intereses de la producción explotadora. Las instancias estatales proyectan
una imagen de sí mismas donde se sugiere que valores de uso como educación, co-
nocimiento, salud, seguridad social y otros ingredientes de una vida decente son
el propósito final de sus medidas y políticas. Pero la imagen es falaz: el estado no
produce todos esos servicios para satisfacer las necesidades correspondientes, sino
solo en la medida requerida para mantener en movimiento el universo de bienes
con sus implícitas relaciones explotadoras de producción. Esa ambigüedad provoca
falsas promesas y la frustración correspondiente en las masas. Resulta difícil asentir a
las tesis que defienden la tendencia del capitalismo a desembocar en socialismo: el
estado del bienestar constituiría la transición entre ambos. Unos afirman esa tenden-
cia, aunque la temen (Keynes, Schumpeter), pero otros, de convicciones socialistas la
afirman y la defienden (Strachey, Heller).
La crítica socialista podría resumirse señalando esta gran contradicción: se intenta
una política socializante de la redistribución de la riqueza, pero en el contexto de la
propiedad privada, que pone techo a aquellos intentos socializadores, si no acaba
poniéndolos en entredicho.
El estado del bienestar solo tiene dos salidas: una superación en dirección posi-
tiva, hacia el socialismo –democrático, claro–; o una vuelta atrás, en dirección a po-
siciones anteriores al estado del bienestar –fuerte tendencia a la reprivatización y
neoliberalización–. La vuelta atrás es lo que practica la estrategia neoliberal que se
propone utilizar al estado para fortalecer a la clase empresarial, debilitando las insti-
tuciones de la clase trabajadora –sobre todo, los sindicatos– y desmontando la polí-
tica de rentas pro-salarios, privatizando las empresas estatales, etc. Podría pensarse
también en una vía intermedia: se podrían aplicar las fuerzas a una reforma radical
(Habermas, Offe).
Pero, pese a los males que comporta y al riesgo de alienación de la persona, el
estado del bienestar resulta muy difícil de relevar en dirección positiva, no solo por la
vida de su transformación en el socialismo –que lo contradice–, sino ni siquiera por
la vía de la reforma radical –que las condiciones objetivas no favorecen–. La fortaleza
del capitalismo se vuelve mayor con los recursos que le presta el estado del bienes-
tar, a pesar de las crisis periódicas. No es incoherente pensar que el capitalismo será
difícil de desbancar. Su fuerza es enorme: las sociedades –al menos, las occidenta-
les– no parece que tengan interés en evitarlo mediante una confrontación; prefieren
negociar, pero las ventajas iniciales son de aquel. Su capacidad para asimilar la con-
testación es asombrosa.
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