Art 1 Daño Moral Chile
Art 1 Daño Moral Chile
Art 1 Daño Moral Chile
ISSN: 0717-2877
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Universidad de Talca
Chile
El primer supuesto lo planteo en los términos siguientes: Estamos ante dos dere-
chos humanos esenciales, ninguno de los cuales puede nunca ser sacrificado por entero
en beneficio de otros derechos de igual naturaleza. La expuesta es una tesis tan univer-
salmente reconocida que no se puede ya poner en duda.
Dos derechos humanos esenciales, entonces, pero agrego que ninguno de ellos es
absoluto. Estoy convencido, por lo demás, que no hay ningún derecho público subjetivo
de contenido absoluto. Algunos especialistas citan, como excepción a esta regla, el caso
de la tortura. No ser torturado sería, por ende, el único derecho humano siempre y total-
mente inviolable.
La aplicación práctica o concreta de tales límites es, por cierto, una cuestión casuística,
imposible de condensar en un sistema a priori y abstracto, que es la pretensión de los
positivistas clásicos. Sin perjuicio de ello, estimo que lo atinado es propugnar el reconoci-
miento del principio y sus límites, como ocurre en la jurisprudencia anglosajona. Por vía
inductiva, después y lentamente, será posible llegar a condensar, en ciertas disposiciones
jurídicas, lo que es y debe ser el régimen de Derecho positivo en el tópico.
Lo justo en una sociedad democrática, libre pero civilizada y, por lo mismo, respe-
tuosa del prójimo, es admitir que, por muy importante que sea, por ejemplo, el disfrute
seguro de la libertad de información, él no puede llegar al extremo de abolir, convertir
en quimérico o hacer desaparecer el derecho a la intimidad. Aceptar la tesis contraria es,
en mi opinión, transitar –con el pretexto de la libertad– por el camino hacia la anarquía
y, más tarde, al despotismo, llegándose, en definitiva, a la pérdida de la democracia.
No hay, insisto, ningún derecho humano esencial que pueda ser destruido o aniqui-
lado para que otro derecho de esa índole asuma, por entero, su lugar. Quiere decir, si
ocurre así, que no se trata de un derecho esencial, siempre ejercitable, aunque con lími-
tes que legitiman su ejercicio, precaviendo que llegue a ser abusivo o excesivo.
Ante el conflicto descrito es obvio que la dificultad del jurista resulta grande y
delicada. Consiste en esforzarse por pensar con ecuanimidad, reflexionar y juzgar con
rigor hasta encontrar la fórmula que le permita, aunque sea parcialmente, conjugar o
armonizar el ejercicio de los derechos en aparente conflicto, sobre la base de la aplica-
ción de las limitaciones o restricciones dispuestas por la ley para el ejercicio de ellos. Y
Infundir realidad a tales delimitaciones permite que el ejercicio del derecho sea
legítimo y no abusivo, un disfrute racional y no descontrolado y dañino. Nunca, se sabe
bien, el abuso del Derecho ha sido aceptado como derecho, cualquiera sea el atributo
público subjetivo que se invoque. Consecuentemente, jamás se han desprendido del
abuso del Derecho efectos o secuelas jurídicas susceptibles de ser incluidas dentro del
derecho, al cual y con error, pretenden serle atribuidas como parte del mismo.
El tercer supuesto lo dejo planteado así: Todos los derechos humanos, incluidos
los nucleares, íntimos o personalísimos como los que comentaré ahora, son derechos
que tienen cierta fuente o base de arranque, desde la cual se despliegan, como lo sostuvo
el Tribunal Constitucional de España en 1985 y, reiteradamente, en varias sentencias
después1 . Trátase de la dignidad de la persona. Ella es el valor que, en la teoría de los
derechos humanos que sigo, se reconoce como el cimiento, presupuesto y base de todos
los derechos fundamentales, sin la cual no cabe hablar de lo que es una derivación de la
misma, que son las libertades, las inviolabilidades y en general, los atributos públicos
subjetivos conocidos como Derechos Humanos2 .
Pues bien, creo que la intimidad y la honra son emanaciones de la dignidad natural,
intrínseca de todo ser humano. Por lo tanto, cabe desprender de lo dicho que también tienen
igual dignidad el preso, el enfermo y el demente, el niño o la niña, el joven y el anciano, el
cesante o el ocupado, el nacional o el inmigrante, la mujer y el varón. Sin embargo, esta
definición y sus alcances, tan simples y de ricas consecuencias, son muchas veces ignoradas.
1
Sentencia 53/1985, FJ. 8º, reproducida en Francisco Rubio Llorente (editor): Derechos Fundamentales y Prin-
cipios Constitucionales. Doctrina y Jurisprudencia (Barcelona, Ed. Ariel, 1995) p. 72. Véase, además, Tomás
Gui Mori: Jurisprudencia Constitucional 1981–1995 (Madrid, Ed. Civitas, 1997) p. 1626.
2
Comisión Teológica Internacional: (1983–1984) Dignidad y Derechos de la Persona Humana. Documento
sobre los Derechos del Hombre (Santiago, Ediciones Paulinas, 1990) pp. 9 ff. Véase, además, Miguel Angel
Alegre Martínez: La Dignidad de la Persona como Fundamento del Ordenamiento Constitucional Español
(León, Universidad de León, 1996); y Antonio Enrique Pérez Luño: Derechos Humanos, Estado de Derecho y
Constitución (Madrid, Ed. Tecnos, 1999) pp. 141–145.
Agrego yo que la honra, igual que la virginidad, se pierde una sola vez. Afirmo,
además, que tales ataques a la honra e intimidad quebrantan, a fondo, la dignidad perso-
nal y que, una sociedad en la cual ello sucede sin rápida y drástica sanción, como secue-
la de un proceso previo y justo, incurre en flagrante atropello del respeto a la fuente de
los derechos fundamentales, y siembra el mal ejemplo, imitado con rapidez.
3
Véase Teoría de la Libertad de Expresión, publicada en 1971, reimpresa en 1978, 1980 y, en una cuarta edición,
ampliada y revisada, incluida en Tomás P. Mac Hale (editor): Libertad de Expresión, Ética Periodística y
Desinformación (Santiago, Ed. Universitaria, 1988) pp. 15–76.
4
En una democracia participativa, pluralista y con vigencia real del principio de subsidiariedad, sin duda que la
Sociedad Civil se expande y asume roles que el Estado Gobierno debe devolverle. Un ejemplo de esta aseveración
es la autorregulación ética de los medios de comunicación social y del ejercicio del periodismo. Con respecto a
dichos medios, desde 1993 funciona el Consejo de Ética respectivo, el cual ha pronunciado casi cien sentencias.
La recopilación de ellas se hace y difunde anualmente, siendo de especial interés la síntesis de la doctrina que fluye
de esos fallos, publicada en el número de 1999.
La sociedad civilizada debe llegar a caracterizarse, lo repito con vigor, por el res-
peto generalizado, desde la pequeña norma de convivencia hasta los grandes criterios y
disposiciones del sistema jurídico. Por lo tanto, este presupuesto práctico de la digni-
dad, cual es el respeto a las reglas de convivencia y que se fundan en la consideración de
igualdad del prójimo, tiene que ser reconocido, aunque sea implícita pero inequívoca-
mente, como presente en el telos de la Constitución6 .
5
Jorge Carpizzo: “Los Medios Masivos de Comunicación y el Estado de Derecho, la Democracia, la Política y la
Ética”, Boletín de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional Nº167 (2000) pp. 4 ss.
6
Es regla elemental y cardinal de una recta hermenéutica constitucional contemporánea aquella según la cual, la
Constitución tiene que ser siempre aplicada, de manera directa e inmediata, y admitirse, a raíz de esa imperatividad
no supeditada a la ley ni diferida o condicionada a lo que el legislador disponga, que la Carta Fundamental posee
eficacia directa y también indirecta, v. gr., cuando induce al respeto y protección del ejercicio de los derechos
fundamentales, convirtiéndose en una pauta cultural de comportamiento civilizado. Consúltese H. P. Schneider:
Democracia y Constitución (Madrid, Ed. Tecnos, 1991), pp. 94 ss.
7
Revísense los artículos de Neil Mac Cormick, John Finnis y Joseph Raz, incluidos en Robert P. George (editor):
Natural Law Theory. Contemporary Essays (Oxford, Oxford University Press, 1995). Véase también Ronald
Dworkin: Los Derechos en Serio (Barcelona, Ed. Ariel, 1989) pp. 65 ss.
8
Antonio–Carlos Pereira Menaut: Teoría Constitucional (Santiago, Ed. ConoSur, 1998) pp. 377 ss.
No es vano advertir que las disposiciones constitucionales cuyo origen es una reac-
ción con nombre y apellido, encierran secuelas nocivas y que pueden ser fatales para la
consolidación de la Carta Fundamental. Eso es lo que sucede con el precepto citado, en
ligamen con el inciso 2º del mismo numeral 4º del artículo 19º. He aquí una cláusula
que, felizmente, hasta el momento no ha sido legislada ni menos aplicada, pero que si
llega a serlo en un país con cultura jurídica como Chile, no habrá garantía judicial efec-
tiva para defenderse de la responsabilidad, penal y de la civil solidaria, derivada de la
difamación9 cometida por un medio de comunicación social, en contra de cualquiera
de los derechos consagrados en el inciso primero de la norma citada10 .
9
La difamación sigue siendo una figura penal confusa, nunca clara, tampoco aclarada ni categóricamente diferen-
ciada de la calumnia e injuria. En esa ambigüedad reside, precisamente, su peligro, más todavía si se entiende la
difamación como un tipo penal residual, susceptible de ser aplicado sobre la base, nada más, que del empleo de ese
vocablo en la ley. Para una síntesis del origen del término y su severa restricción actual, consúltese Philippe Bilger
y Bernard Prévost: Le Droit de la Presse (Paris, PUF, 1995) pp. 53 ss.
10
En agosto de 1993, el Presidente Patricio Aylwin envió a la Cámara de Diputados un mensaje con el proyecto
destinado a reemplazar la Ley sobre Abusos de Publicidad, Nº16.643 de 1967 y sus reformas, por otra dedicada a la
Libertad de Opinión e Información y Ejercicio del Periodismo. Tras casi siete años de tramitación parlamentaria,
dicha Cámara rechazó, en mayo de 2000, el informe de la Comisión Mixta destinado a salvar los desacuerdos con
el Senado. Finalmente, un mes después, esta última rama del Congreso aprobó aquel informe, hallándose hoy el
proyecto para veto del Primer Mandatario.
Pienso que el criterio central, orientador del trabajo interpretativo para desentrañar
el significado de la Ley de Abusos de Publicidad, estriba en que, si está comprobado o
claramente comprometido en los autos y en la mentalidad del magistrado que aplica sus
preceptos en un caso concreto, cierto interés supraindividual o que excede el interés
del titular del derecho subjetivo asegurado, entonces prima el derecho a la información
de la sociedad sobre el derecho a la intimidad, mal llamada privacidad, término este
que no existe en nuestro idioma.
Dicha ley definió los datos personales y lo hizo en una definición defectuosa. Dice,
en efecto, que datos personales “son los relativos a cualquier información concerniente
a personas naturales identificadas o identificables”. Trátase, por lo tanto, de hechos,
cifras, antecedentes, informaciones, gráficos u otros mensajes de una amplitud inmen-
sa, imposible de cerrar por anticipado. A continuación, sin embargo, la ley acota esa
amplitud ilimitada, al decir que datos sensibles son “aquellos datos personales”, o sea,
la parte o sección de los datos personales, que se refieren a las características físicas o
morales de las personas o a hechos de su vida privada o intimidad, tales como los hábi-
tos personales, el origen racial, las ideologías y opiniones políticas, las creencias o con-
vicciones religiosas, los estados de salud física y síquica y la vida sexual.
Útil es agregar que la ley Nº19.628 está comenzando a ser aplicada y ya ha generado
dificultades con las empresas que se dedican a la operación de bancos de datos, Dicom y
el Boletín de Informaciones Comerciales, sobre todo en relación con el respeto de la fe
pública. Los escollos van siendo salvados y puede sostenerse, en principio, que la ley es
acertada, porque en los artículos 17º y siguientes deja a salvo la entrega de información
sobre la base de lo que la doctrina alemana llama la limitación al poder individual de
autodeterminación informativa11 . De manera que los datos existentes en estos registros
o bancos de datos personales se entregan a quienes acrediten interés legítimo, cuando está
comprometida la fe o la salud públicas en que se sepa si quien rehúye proporcionarlos, o
se opone a que sean entregados, es un timador, estafador, traficante, paciente contagioso,
etc. Toda objeción, dolosa o injustificada, ha quedado superada, como digo, en virtud de lo
prescrito en los artículos 17º y 18º, pues allí se contemplan las salvedades pertinentes12 .
Quiero agregar que se encuentran en trámite ciertos proyectos de ley para modifi-
car otros preceptos de la Constitución y sus leyes complementarias. Así ocurre a propó-
sito de la grabación de imágenes, fundada en la protección de la propia imagen, ya que
se trata de una emanación de la dignidad de la persona y de la intimidad.
11
Consúltese Ernest Benda: “Dignidad Humana y Derechos de la Personalidad”, en Ernest Benda et al.: Manual de
Derecho Constitucional (Barcelona, Ed. Marcial Pons, 1996) pp. 117 ss.
12
Cabe advertir que lo dispuesto en el artículo 17º inciso 2º de la ley Nº19.628 es aún un precepto programático,
pues no ha sido dictado ningún decreto supremo que permita implementar la excepción prevista en la norma indi-
cada. Cabe, a su respecto y consecuentemente, plantearse ya la cuestión de inconstitucionalidad por omisión,
cierto que aún puramente doctrinaria en Chile.
Deseo detenerme en los casos más recientes decididos por la jurisprudencia de los
tribunales chilenos.
13
Una exposición diacrónica, con valiosas observaciones y conclusiones, pero no exentas de disensión y polémica,
se encuentra en Graciela Soriano de García Pelayo: “Aproximación Histórica a lo Público y lo Privado, a otras
Nociones Afines y a sus Mutuas Relaciones desde una Perspectiva Pluridimensional”, incluido en Graciela Soriano
y Humberto Njaim (editores): I Lo Público y lo Privado. Redefinición de los Ámbitos del Estado y de la Socie-
dad (Caracas, Fundación Manuel García Pelayo, 1996) pp. 27 ss.
14
Revísese José Luis Cea Egaña: Tratado de la Constitución de 1980 (Santiago, Ed. Jurídica de Chile, 1988) pp. 93 ss.
15
Alfredo Etcheberry O.: III Derecho Penal. Parte Especial (Santiago, Ed. Jurídica de Chile, 1998) pp. 151 ss.
Cuando iba a ser internado al país, ese libro fue requisado, por disposición de los
Tribunales Superiores de Justicia de Chile, acogiendo un recurso de protección, de ín-
dole preventiva o deducido ante la amenaza de difundir la obra en nuestro medio. La
acción cautelar nombrada fue acogida, en primera instancia, y después la confirmó, en
alzada, la Corte Suprema16 . Dicho caso fue objeto de una denuncia ante la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, órgano que la acogió, apoyando en su informe la
tesis opuesta a la sustentada por los Tribunales Superiores chilenos17 .
Pues bien, tuve el honor de comparecer ante dicha Corte como experto, presentado
por el Estado de Chile. Allí sostuve, entre otros argumentos, que no puede la Corte ordenar
al Gobierno de nuestro país, sin incurrir en una conducta de facto, que deje sin efecto las
16
Sentencias de 26 de abril y 15 de mayo de 1993, ya citadas.
17
Informe Nº11/96, Caso Nº11.230 (Chile), 03 de mayo de 1996.
18
Sentencia de 20 de enero de 1997 (Rol Nº4079/96).
Ocurrió en julio de 1998, cuando recurrieron de protección, una vez más con carác-
ter preventivo o ante amenazas, los familiares de una persona que se había suicidado por
hallarse sumida en depresión, a raíz de la muerte de una hija en un accidente aéreo, no
seguida del pago de indemnización por el daño moral que ello le había causado. La
revista mencionada quería informar de estos hechos y alcanzó a manifestar a la viuda,
por intermedio de uno de sus periodistas, tan sólo la intención de hacerlo. Sobre tal base,
aquellos parientes accionaron de protección.
19
Preocupación especial del autor, en su carácter de experto, fue demostrar a la Corte que, en recta hermenéutica, es
insostenible acudir al artículo 27º de la Convención de Viena sobre Derecho de los Tratados, precisamente
porque Chile no ha intentado justificar el incumplimiento del Pacto de San José de Costa Rica sino que, todo lo
contrario, ha adoptado todas las medidas que, dentro de nuestro Estado de Derecho, permiten infundirle pleno
acatamiento y eficacia.
20
Sentencia de 3 de noviembre de 1998 (Rol Nº2.824/98).
A propósito de lo recién expuesto, siento que es nuestro deber manifestar que resul-
ta alarmante la ignorancia que existe, en la doctrina, la Judicatura y la abogacía de
Chile, acerca del Derecho Constitucional Supra o Internacional de los Derechos Huma-
nos. En efecto, son raras aún las sentencias de nuestros tribunales que invocan, de modo
directo y categórico, los tratados internacionales en el rubro. Escasos son, analógicamente,
los fallos que han aplicado, de modo directo y como Derecho Interno, esas Convencio-
nes, reconociéndoles la jerarquía de normas de carácter constitucional o, por último, el
rango de normas complementarias, pero integrantes del bloque de constitucionalidad22 .
21
En el proyecto de ley mencionado en supra, nota 10, se deroga la referencia a la difamación, presente en el
artículo 6º letra b de la ley citada. Según lo informado por la prensa, tal supresión se mantiene, afortunadamente, en
el veto presidencial.
Por otra parte, se ha informado, sin embargo, de una moción parlamentaria, aprobada ya en la Comisión de Cons-
titución de la Cámara de Diputados, que despenaliza la injuria y calumnia, estableciendo, en su lugar la indemniza-
ción de perjuicios, incluidos los morales, de cargo de los medios y periodistas que incurran en tales ilícitos. El autor
manifiesta, desde ya, su oposición a esta iniciativa, pues resulta probable que culmine en sanciones devastadoras
para el funcionamiento de los medios, las cuales provoquen la autocensura en ellos para no incurrir en el pago de
las indemnizaciones aludidas. Véase El Mercurio de Santiago (21 de julio de 2000).
22
Uso la expresión en el sentido que le otorgan Louis J. Favoreu y Francisco Rubio Llorente: El Bloque de la
Constitucionalidad (Madrid, Ed. Civitas, 1991) pp. 24 ff.
En segundo lugar, debo manifestar, con renovada energía, que he sido y soy contra-
rio a la censura. Categóricamente reafirmada aquí esa actitud invariable, pido, sin em-
bargo, que se defina qué se entiende por censura, de manera que no se le otorgue el
carácter de tal a cualquier impedimento, por legítimo que sea, para que se puedan con-
cebir o aplicar la libertad o el derecho de información en términos ilimitados o irrestrictos,
absolutos o infinitos, como si fuera el único derecho humano que tuviera el carácter o
privilegio de no ser susceptible de ninguna restricción o limitación lícita.
Lo digo convencido con claridad: Soy contrario, por principio, a toda especie de
censura, a la cual reputo siempre ilegítima. Pero, a la vez, declaro que hay numerosos
ejemplos que demuestran que no todo impedimento de informar, recaiga sobre los pe-
riodistas o medios de comunicación social, sobre autoridades o ciudadanos, sobre aca-
démicos, científicos o discípulos, sobre empresarios o trabajadores, es censura y conlleva
las consecuencias reprochables de tal.
Sé que definir provoca críticas o reparos, más todavía cuando tal esfuerzo se hace en
tópicos complejos y polémicos. Es siempre más fácil mantenerse en la ambigüedad o
indefinición, adoptando después la posición, cómoda y de conveniencia, consistente en
reprochar el esfuerzo ajeno para erigirse en libertario. Por eso y pese a intuir la incompren-
sión o tergiversación que puede sufrir mi definición, me arriesgo a darla porque estimo
indispensable hacerlo para no incurrir en la actitud de quienes se refieren a la censura, la
condenan como yo, pero acto seguido eluden decir, con claridad, qué entienden por tal.
23
El autor ha sostenido esta tesis por largo tiempo y aquí la reitera. Véase su Sistema Constitucional de Chile.
Síntesis Crítica (Santiago, Imp. Alfabeta, 1999), especialmente pp. 82 y 115.
24
La Declaración de la Mesa de Diálogo sobre Derechos Humanos, difundida el 13 de junio de 2000, sirvió de
base a la ley Nº19.687 del mismo año, sobre secreto para quienes entreguen información conducente a la ubicación
de los detenidos desaparecidos. Pues bien, léese en ese documento que “Es necesario formar y educar a nuestras
generaciones futuras en el debido respeto de los derechos de las personas. Para ello, se deben, incorporar o reforzar,
en todos los ámbitos de la enseñanza nacional, los contenidos del Derecho Internacional de los Derechos Humanos
y del Derecho Internacional Humanitario.”
En tercer lugar, creo que el proceso penal chileno y, más específicamente, las
disposiciones aplicables en materia de la injuria y calumnia, son parte de una normativa
que arranca de 1894, lenta en su aplicación, incierta en sus resultados y que, en definiti-
va, no asegura que se haga justicia en defensa de la intimidad y del derecho de honor.
Ante la evidencia que esos atributos esenciales se hallan bastante desamparados sur-
gen secuelas que conviene aquí al menos mencionar. Una es la conciencia de la impuni-
dad, la cual crece precisamente por ello. Otra yace en que, para las víctimas, tal conciencia
25
En su acepción más pertinente, el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (Madrid, Ed. Espasa
Calpe, 1992) p. 322 define la censura previa como el “examen y aprobación que, anticipadamente, hace el censor
gubernativo de ciertos escritos antes de darse a la imprenta”. Tal definición es objetable por varias razones, entre las
cuales menciono que la censura es siempre previa; que no es obra solamente de un agente gubernativo, pues puede
ejercerla un juez o un particular; y que se extiende a todos los medios de comunicación social e, incluso, más allá de ellos.
26
Por ejemplo, no es censura, aunque erróneamente en el artículo 13º Nº4 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos se la califique de tal, la calificación previa de los espectáculos públicos hecha con el objeto
exclusivo de proteger la moral de la infancia y adolescencia, y que consiste en regular el acceso a ellos de los
sujetos indicados.
Por idéntica razón, tampoco es censura la prohibición de propaganda, apología y cualquier otra conducta ilegal
hecha en los términos mencionados en el artículo 13º Nº5º de dicha Convención.
27
Mayores argumentos pueden hallarse en la monografía del autor titulada “Reflexión Prospectiva sobre Ética y
Derecho”, Revista de Derecho de la Universidad Austral de Chile (número especial, agosto de 1997) pp. 100 ss.
Repito: la reforma del proceso penal es, en esta materia, urgente en Chile. Cuando
ocurra así, entonces será dificilísimo admitir que una acción constitucional, de índole
cautelar, como el recurso de protección, pueda ser admitido y acogido tratándose de
amenazas para el ejercicio legítimo de los derechos indicados28 .
Llego aquí a plantear otro dilema: ¿es legítimo acudir al recurso de protección, en el
acápite específico del artículo 20º inciso 1º de la Constitución que se refiere a las amena-
zas, con carácter preventivo ex ante o cautelar, para la defensa de la intimidad o del
honor? ¿O por el contrario, es menester hacer hincapié en la cláusula general del artículo
19º N°12º inciso 1°, al tenor de la cual, sólo se responde una vez ejercida la libertad de
opinión o información, conforme a las disposiciones de la ley, pero siempre ex – post?
28
No duda el autor del buen propósito que anima a los diputados patrocinantes de la moción mencionada en supra
nota 21, tendiente a despenalizar la injuria y calumnia para proteger la vida privada y la honra, reemplazando el
castigo penal por la indemnización de perjuicios, abarcando los de índole moral. Repito aquí, sin embargo, que esa
solución puede ser peor que el problema que se busca resolver con ella, pues la imprecisión del concepto y alcance
del daño moral, unida a las demasías en que se puede incurrir para elevarlo en las demandas, conduce a pensar en
el riesgo de aplicar la autocensura por los medios y periodistas con el fin de precaver pagos de indemnizaciones
imposibles de solucionar; salvo con amenaza para la estabilidad económica del afectado. Consúltese Carmen
Domínguez Hidalgo: El Daño Moral (Santiago, 2000).
29
Véase Pedro Serna: “La llamada “Censura Judicial” y el Derecho Constitucional Argentino”, El Derecho (Bue-
nos Aires, 25 de febrero de 2000) pp. 8 ss.
Creo que vamos avanzando en tan delicado tema. Lo que se acordó, según lo ya
indicado, en fecha reciente por el órgano legislativo, con respecto a la abolición del
delito de difamación, es un ejemplo de ello.
CONCLUSIONES
Soy humanista. Creo, por ende, en el respeto, protección y promoción de todos los
derechos humanos, como asimismo, que ellos deben siempre ser defendidos y tutelados,
sin excepción, exclusión, ni discriminación.
Creo también que todos los derechos humanos son iguales desde el punto de vista de su
esencial vigencia para la vida y convivencia digna de la persona. Probablemente, determina-
dos derechos fundamentales pueden sufrir restricciones mayores y de aplicación más fre-
cuente que otros, pero con lo que no estoy de acuerdo es con invocar ciertos derechos humanos
abusiva, delictiva o ilegítimamente ejercidos, para arrasar así el goce lícito de otros derechos
fundamentales, tanto o más relevantes que los primeros. Con la intimidad y la honra puede
estar ocurriendo algo semejante, ante las graves deficiencias que presenta el obsoleto régi-
men procesal penal destinado a sancionar los atropellos después de cometidos.
Creo, asimismo, que los derechos humanos forman un sistema o conjunto cohe-
rente, en el cual todos ellos son inescindibles. Entre tales derechos se hallan la intimi-
dad y la honra.
30
José Luis Cea Egaña: “Derecho Constitucional a la Intimidad”, Gaceta Jurídica Nº198 (1996) pp. 7 ff.