Alquimia
Alquimia
Alquimia
Bibliotheca chemica curiosa, una de las colecciones más completas de textos alquímicos
publicados por primera vez en latín, en Ginebra, en el año 1702 por Chouet y editados por Jean-
Jacques Manget (ejemplar original digitalizado de la biblioteca privada de Jung).
Actualmente es de interés para los historiadores de la ciencia y la filosofía, así como por sus
aspectos místicos, esotéricos y artísticos. La alquimia fue una de las principales precursoras de las
ciencias modernas, y muchas de las sustancias, herramientas y procesos de la antigua alquimia han
servido como pilares fundamentales de las modernas industrias químicas y metalúrgicas.
Aunque la alquimia adopta muchas formas, en la cultura popular es citada con mayor frecuencia
en historias, películas, espectáculos y juegos como el proceso usado para transformar plomo (u
otros elementos) en oro. Otra forma que adopta la alquimia es la de la búsqueda de la piedra
filosofal, con la que pretendía conseguir tanto la vida eterna como la transmutación de cualquier
metal en oro.
En el plano espiritual de la alquimia, los alquimistas debían transmutar su propia alma antes de
transmutar los metales. Esto quiere decir que debían purificarse, prepararse mediante la oración y
el ayuno.1
Visión general
La percepción popular y de los últimos siglos sobre los alquimistas, es que eran charlatanes que
intentaban convertir plomo en oro, y que empleaban la mayor parte de su tiempo elaborando
remedios milagrosos, venenos y pociones mágicas.
Fundaban su ciencia en que el universo estaba compuesto de cuatro elementos clásicos a los que
llamaban por el nombre vulgar de las sustancias que los representan, a saber: tierra, aire, fuego y
agua, y con ellos pretendían preparar un quinto elemento que contendría la potencia de los cuatro
en su máxima exaltación y equilibrio.
Para los alquimistas toda sustancia se componía de tres partes: mercurio, azufre y sal, siendo estos
los nombres vulgares que comúnmente se usaban para designar al espíritu, alma y cuerpo, estas
tres partes eran llamadas principios. Por manipulación de las sustancias y a través de diferentes
operaciones, separaban cada una de las tres partes que luego debían ser purificadas
individualmente, cada una de acuerdo al régimen de fuego que le es propicia, la sal con fuego de
fusión y el mercurio y el azufre con destilaciones recurrentes y suaves. Tras ser purificadas las tres
partes en una labor que solía conllevar mucho tiempo, y durante el cual debían vigilarse los
aspectos planetarios, las tres partes debían unirse para formar otra vez la sustancia inicial. Una vez
hecho todo esto la sustancia adquiría ciertos poderes.
Los trabajos de los alquimistas se basaban en las naturalezas, por lo que a cada reino le
correspondía una meta: al reino mineral la transmutación de metales vulgares en oro o plata, al
reino animal la creación de una «panacea», un remedio que supuestamente curaría todas las
enfermedades y prolongaría la vida indefinidamente. Todas ellas eran el resultado de las mismas
operaciones. Lo que cambiaba era la materia prima, la duración de los procesos y la vigilancia y
fuerza del fuego. Una meta intermedia era crear lo que se conocía como menstruo y que lo que
ofrecía era una multiplicación de sí mismo por inmersión de otras substancias semejantes en
fusión/disolución (según su naturaleza) con estas. De modo que se conseguía tanto la generación
como la regeneración de las substancias elementales. Estos no son los únicos usos de esta ciencia,
aunque sí son los más conocidos y mejor documentados. Desde la Edad Media, los alquimistas
europeos invirtieron mucho esfuerzo y dinero en la búsqueda de la piedra filosofal.
A partir de la Edad Media, algunos alquimistas empezaron a ver cada vez más estos aspectos
metafísicos como los auténticos cimientos de la alquimia y a las sustancias químicas, estados
físicos y procesos materiales como meras metáforas de entidades, estados y transformaciones
espirituales. De esta forma, tanto la transmutación de metales corrientes en oro como la panacea
universal simbolizaban la evolución desde un estado imperfecto, enfermo, corruptible y efímero
hacia un estado perfecto, sano, incorruptible y eterno; y la piedra filosofal representaba entonces
alguna clave mística que haría esta evolución posible. Aplicadas al propio alquimista, esta meta
gemela simbolizaba su evolución desde la ignorancia hasta la iluminación y la piedra representaba
alguna verdad o poder espiritual oculto que llevaría hasta esa meta. En los textos escritos según
este punto de vista, los crípticos símbolos alquímicos, diagramas e imaginería textual de las obras
alquímicas tardías contienen típicamente múltiples capas de significados, alegorías y referencias a
otras obras igualmente crípticas; y deben ser laboriosamente «descodificadas» para poder
descubrir su auténtico significado.
Alquimia y astrología
La alquimia en Occidente y otros lugares donde fue ampliamente practicada estaba (y en muchos
casos aún está) íntimamente relacionada y entrelazada con la astrología tradicional al estilo
griego-babilónico. En muchos sentidos fueron desarrolladas para complementarse una a la otra en
la búsqueda del conocimiento oculto. Tradicionalmente, cada uno de los siete cuerpos celestes del
sistema solar que conocían los antiguos estaba asociado, ejercía el dominio sobre, y gobernaba un
determinado metal. En el hermetismo está relacionada tanto con la astrología como con la teúrgia.
De la alquimia occidental surge la ciencia moderna. Los alquimistas utilizaron muchas de las
herramientas que se usan hoy. Estas herramientas eran a menudo fabricadas por ellos mismos y
podían estar en buen estado, especialmente durante la Alta Edad Media. Muchos intentos de
transmutación fallaban cuando los aprendices de alquimia elaboraban sin conocer compuestos
inestables, lo que se veía empeorado por las precarias condiciones de seguridad.
Hasta el siglo xvii, la alquimia fue en realidad considerada una ciencia seria en Europa: por
ejemplo, Isaac Newton dedicó mucho más tiempo y escritos al estudio de la alquimia que a la
óptica o la física, por lo que es célebre. Otros eminentes alquimistas del mundo occidental son
Roger Bacon, Santo Tomás de Aquino, Tycho Brahe, Thomas Browne, Ramon Llull y Parmigianino.
El nacimiento de la química moderna surgió con los aprendices de alquimia desencantados de su
nulo progreso alquímico y con los críticos resentidos de la alquimia; tanto unos como otros
lograron progresos en varios campos de la naturaleza en el siglo xviii, con el que proporcionaron
un marco más preciso y fiable para las elaboraciones industriales y la medicina, libres del
hermetismo propio de la alquimia (pues la alquimia nunca se prodigó como ciencia de multitudes),
y entrando en un nuevo diseño general de conocimiento basado en el racionalismo. A partir de
entonces, todo personaje que entroncaba con la alquimia o que «oscurecía» sus textos fue
despreciado por la naciente corriente científica moderna.
Tal es el caso, por ejemplo, del barón Carl Reichenbach, un conocido químico de la primera mitad
del siglo xix, que trabajó sobre conceptos parecidos a la antigua alquimia, tales como la fuerza
ódica, pero su trabajo no entró en la corriente dominante de la discusión científica.
La transmutación de la materia, disfrutó de un momento dulce en el siglo xx, cuando los físicos
lograron transformar átomos de plomo en átomos de oro mediante reacciones nucleares. Sin
embargo, los nuevos átomos de oro, al ser isótopos muy inestables, resistían menos de cinco
segundos antes de desintegrarse. Más recientemente, informes de transmutación de elementos
pesados —mediante electrólisis o cavitación sónica— fueron el origen de la controversia sobre
fusión fría en 1989. Ninguno de estos hallazgos ha podido ser aún reproducido con fiabilidad.
El simbolismo alquímico ha sido usado ocasionalmente en el siglo xx por psicólogos y filósofos. Carl
Jung revisó el simbolismo y teoría alquímicos y empezó a concebir el significado profundo del
trabajo alquimista como una senda espiritual. La filosofía, los símbolos y los métodos alquímicos
han gozado de un cierto renacimiento en contextos postmodernos tales como el movimiento
Nueva era.
Etimología
La palabra alquimia procede del árabe al-khīmiyaˀ ()الخيمياء, que podría estar formada por el
artículo al- y la palabra griega khumeia (χυμεία), que significa «echar juntos», «verter juntos»,
«soldar», «alear», etc. (de khumatos, «lo que se vierte», «lingote», o del persa kimia, «oro»). Un
decreto de Diocleciano, escrito en griego sobre el año 300, ordenaba quemar «los antiguos
escritos de los egipcios, que trataban sobre el arte de fabricar oro y plata»3 la khēmia
transmutación. La palabra árabe kīmiyaˀ, sin el artículo, ha dado lugar a «química» en castellano y
otras lenguas, y al-kīmiyaˀ significa, en árabe moderno, «la química».
Se ha sugerido que la palabra árabe al-kīmiyaˀ significaba en realidad, originariamente, «la ciencia
egipcia», tomando prestada del copto la palabra kēme, «Egipto», así alquimia era el «arte de
Keme» (o su equivalente en el dialecto medieval bohaírico del copto, khēme). La palabra copta
deriva del demótico kmỉ, y este a su vez del egipcio antiguo kmt. Esta última palabra designaba
tanto al país como al color ‘negro’ (Egipto era la ‘tierra negra’, en contraste con la «tierra roja», el
desierto circundante), por lo que esta etimología podría también explicar el apodo de «magia
negra egipcia». Sin embargo, esta teoría puede ser solo un ejemplo de etimología popular.
En la Edad Media se solía usar la expresión ars chimica para aludir a la alquimia.
A veces, se considera a la palabra crisopeya sinónimo de alquimia, pero esta es mucho más que la
mera búsqueda del método para fabricar oro. La palabra crisopeya viene del griego χρυσoσ,
«oro», y πoιεω, «hacer». El prefijo criso entra en la formación de palabras en que interviene el
oro, como crisoterapia (tratamiento de ciertas enfermedades por medio de sales de oro).
La alquimia en la historia
Extracto y clave de símbolos de un libro sobre alquimia del siglo xvii. Los símbolos usados tienen
una correspondencia unívoca con los usados en la astrología de la época.
La alquimia comprende varias tradiciones filosóficas abarcando cerca de cuatro milenios y tres
continentes. La general predilección de estas tradiciones por el lenguaje críptico y simbólico hace
que resulte difícil trazar sus mutuas influencias y relaciones «genéticas».
Pueden distinguirse al menos dos tendencias principales, que parecen ser ampliamente
independientes, al menos en sus primeras etapas: la alquimia china, centrada en China y su zona
de influencia cultural, y la alquimia occidental, cuyo centro se desplazó a lo largo del tiempo entre
Egipto, Grecia y Roma, el mundo islámico, y finalmente de nuevo Europa. La alquimia china estaba
íntimamente relacionada con el taoísmo, mientras que la alquimia occidental desarrolló su propio
sistema filosófico, con relaciones solo superficiales con las principales religiones occidentales. Aún
está abierta la cuestión de si estas dos ramas comparten un origen común o hasta qué extremo se
influyeron una a la otra.
Otras evidencias indican claramente que los primitivos alquimistas del Antiguo Egipto habían
ideado pastas de yeso ya en el 4000 a. C., morteros cimentantes hacia el 2500 a. C. y el vidrio en el
1500 a. C. La reacción química implicada en la producción del óxido de calcio es una de la más
antiguas conocidas: CaCO3 + calor ⇒ CaO + CO2 En el Antiguo Egipto se produjeron cosméticos,
fayenza y también pez para la construcción naval. El papiro también había sido inventado hacia el
3000 a. C.
La leyenda cuenta que el fundador de la alquimia egipcia fue el dios Tot, llamado Hermes-Tot o
Hermes Trismegisto («Tres veces grande») por los griegos. Según la leyenda, escribió los llamados
cuarenta y dos Libros del Saber, abarcando todos los campos del conocimiento, alquimia incluida.
El símbolo de Hermes era el caduceo o vara con serpientes, que llegó a ser uno de los muchos
símbolos principales de la alquimia. La Tabla de Esmeralda o Hermética de Hermes Trismegisto,
conocida solo por traducciones griegas y árabes, es normalmente considerada[cita requerida] la
base de la filosofía y práctica alquímicas occidentales, llamada filosofía hermética por sus primeros
seguidores.
La alquimia china
Ilustración del Neijing Tu, diagrama taoísta del "paisaje interior" del cuerpo humano mostrando el
Neidan o la "alquimia interna", el Wu Xing, el Yin y yang y la mitología china.
La alquimia china está relacionada con el taoísmo, consecuentemente, sus practicantes utilizan
conceptos tales como: los cinco elementos; el Tao, la relación entre el Yin y el Yang; el Qì; el I
Ching; la astrología china; los principios del Feng Shui, la Medicina Tradicional China, etc. Mientras
la alquimia occidental terminó centrándose en la transmutación de metales corrientes en otros
nobles, la alquimia china tuvo una conexión más obvia con la medicina. La piedra filosofal de los
alquimistas europeos puede ser comparada con el gran elixir de la inmortalidad perseguido por los
alquimistas chinos. Sin embargo, en la visión hermética, estas dos metas no estaban
desconectadas y la piedra filosofal era con frecuencia equiparada a la panacea universal. Por
tanto, las dos tradiciones pueden haber tenido más en común de lo que inicialmente parece.
La pólvora puede haber sido una importante invención de los alquimistas chinos. Descrita en
textos del siglo ix y usada en fuegos artificiales en el siglo x, fue empleada en cañones sobre 1290.
Desde China, el uso de la pólvora se extendió a Japón, los mongoles, el mundo árabe y Europa. La
pólvora fue usada por los mongoles contra los húngaros en 1241 y en Europa a partir del siglo xiv.
La alquimia china estaba estrechamente relacionada con las formas taoístas de la medicina
tradicional china, tales como la acupuntura y la moxibustión, y con artes marciales como el Tai Chi
Chuan y el Kung Fu (aunque algunas escuelas de Tai Chi creen que su arte deriva de las ramas
filosófica o higiénica del taoísmo, no de la alquímica). De hecho, al principio de la dinastía Song, los
seguidores de esta idea taoísta (principalmente la élite y la clase alta) ingerían cinabrio, que,
aunque tolerable en bajas dosis, llevó a muchos a la muerte por su elevado contenido en mercurio
(85%), que inducía el envenenamiento. Creyendo que estas muertes llevarían a la libertad y el
acceso a los cielos taoístas, las consiguientes muertes animaron a la gente a evitar esta forma de
alquimia en favor de fuentes externas (el antes mencionado Tai Chi Chuan, el dominio del Qi, etc.).
La alquimia india
Los textos de medicina aiurvédica tienen aspectos relacionados con la alquimia, como tener curas
para todas las enfermedades conocidas y métodos para tratar a los enfermos mediante la unción
de aceites. El mejor ejemplo de texto basado en esta ciencia es el Vaisheshika de Kanada (entre el
200 a. C. y el 200 d. C.), quien describe una teoría atómica parecida a la del griego Demócrito.
Dado que la alquimia terminaría integrada en el vasto campo de la erudición india, las influencias
de otras doctrinas metafísicas como el samkhya, el yoga, el vaisheshika y el ayurveda fueron
inevitables. Sin embargo, la mayoría de los textos Rasayāna tienen sus raíces en las escuelas
tántricas Kaula relacionadas con las enseñanzas de la personalidad de Matsyendranath.
El Rasayāna era entendido por muy poca gente en aquella época. Dos famosos ejemplos eran
Nagarjunacharya y Nityanadhiya. El primero era un monje budista que, en tiempos antiguos,
dirigía la gran universidad de Nagarjuna Sagar. Su conocido libro, Rasaratanakaram, es un famoso
ejemplo de la antigua medicina india.
En la terminología médica tradicional india rasa se traduce como «mercurio», y se decía que
Nagarjunacharya había desarrollado un método para convertirlo en oro. La mayoría de sus obras
originales se han perdido, pero sus enseñanzas tienen aún una fuerte influencia en la medicina
tradicional india (Āyurveda).
La ciudad griega de Alejandría en Egipto era un centro de saber alquímico que retuvo su
preeminencia durante la mayor parte de las eras griega y romana. Los griegos se apropiaron de las
creencias herméticas egipcias y las unieron con las filosofías pitagórica, jonista y gnóstica. La
filosofía pitagórica es, esencialmente, la creencia en que los números gobiernan el universo,
surgida de las observaciones del sonido, las estrellas y formas geométricas como los triángulos o
cualquiera de la que pueda derivarse una razón. El pensamiento jonista se basaba en la creencia
en que el universo podía ser explicado mediante la concentración en los fenómenos naturales; se
cree que esta filosofía fue iniciada por Tales de Mileto y su pupilo Anaximandro y posteriormente
desarrollada por Platón y Aristóteles, cuyas obras llegaron a ser una parte integral de la alquimia.
Según esta creencia, el universo puede ser descrito por unas pocas leyes unificadas que pueden
determinarse solo mediante cuidadosas, minuciosas y arduas exploraciones filosóficas. El tercer
componente introducido a la filosofía hermética por los griegos fue el gnosticismo, una creencia,
extendida en el Imperio romano cristiano, en que el mundo es imperfecto porque fue creado de
manera imperfecta y que el aprendizaje sobre la naturaleza de la sustancia espiritual llevaría a la
salvación. Incluso creían que Dios no «creó» el universo en el sentido clásico, sino que el universo
fue creado «de» él pero se corrompió en el proceso (en lugar de corromperse por las
transgresiones de Adán y Eva, es decir, por el pecado original). Según las creencias gnósticas, al
adorar el cosmos, la naturaleza o las criaturas del mundo, uno adora al Dios Verdadero. Muchas
sectas gnósticas sostenían incluso que la deidad bíblica sería mala y debía ser vista como una
emanación caída del Elevado Dios a quien buscaban adorar y unirse. Sin embargo, el aspecto del
dios abrahámico como ser malvado no jugó en realidad papel alguno en la alquimia, pero el
aspecto del ascenso al Elevado Dios probablemente tuvo mucha influencia. Las teorías platónicas y
neoplatónicas sobre los universales y la omnipotencia de Dios también fueron absorbidas (sus
principales creencias ven el aspecto físico del mundo como imperfecto y creen en Dios como una
mente cósmica trascendente).
Representación de los cuatro elementos de Empédocles en una edición de De rerum natura por
Tommaso Ferrando (1472).
Los cuatro elementos de los griegos eran aspectos mayoritariamente cualitativos de la materia y
no cuantitativos como lo son nuestros elementos modernos. «... La auténtica alquimia nunca trató
la tierra, el aire, el agua y el fuego como sustancias corpóreas o químicas en el sentido actual de la
palabra. Los cuatro elementos era simplemente las cualidades primarias y más generales por
medio de las cuales la sustancia amorfa y puramente cuantitativa de todos los cuerpos se
presentaba primero en una forma diferenciada.» 11 Alquimistas posteriores desarrollaron
extensivamente los aspectos místicos de este concepto.
Aristóteles creía que la combinación de cada elemento explica la variedad de cosas en el mundo.
Se consideraba que las substancias pesadas tales como los metales estaban principalmente
formadas por el elemento tierra, con una cantidad reducida de materia de los otros elementos.
Creía que cuando los rayos del sol caían sobre el agua, producían una exhalación de vapor que era
húmeda y fría. Esta exhalación se encerraba en tierra seca, se comprimía y finalmente se convierte
en metal. Según Aristóteles, todos los metales que son fusibles o maleables, como hierro, cobre u
oro, se formaron de esta manera. La formación de minerales, por otro lado, ocurrió cuando los
rayos del sol cayeron en tierra seca. Produjeron una exhalación de humo que estaba caliente y
seca, y la acción del calor produjo los minerales. En esta categoría, Aristóteles incluía sustancias
que no se pueden derretir, así como sustancias como el azufre.12
Los romanos adoptaron la alquimia y la metafísica griegas, al igual que adoptaron gran parte de su
conocimiento y filosofía. Al final del Imperio romano la filosofía alquímica se había unido a las
filosofías de los egipcios creando el culto del hermetismo.13
Sin embargo, del desarrollo del cristianismo en el Imperio trajo una línea opuesta de pensamiento,
proveniente de Agustín de Hipona (354-430), un filósofo cristiano temprano que escribió sobre sus
creencias poco antes de la caída del Imperio romano. En esencia, Agustín sentía que la razón y la fe
podían ser usadas para entender a Dios, pero que la filosofía experimental era nociva: «Hay
también presente en el alma, por los medios de estos mismos sentidos corporales, una especie de
vacío anhelo y curiosidad que pretende no conseguir el placer de la carne sino adquirir experiencia
a través de esta, y esta vacía curiosidad se dignifica con los nombres de conocimiento y ciencia».14
Las ideas agustinianas eran decididamente antiexperimentales, si bien las técnicas experimentales
aristotélicas no fueron rechazadas cuando estuvieron disponibles en Occidente. Aun así, el
pensamiento agustiniano tuvo fuerte arraigo en la sociedad medieval y se usó para mostrar la
alquimia como contraria a Dios.
Buena parte del saber alquímico romano, como el de los griegos y los egipcios, se ha perdido. En
Alejandría, el centro de los estudios alquímicos en el Imperio romano, el arte era principalmente
oral y en interés del secreto poco se confiaba al papel. (De ahí el uso de «hermético» para indicar
«reservado»)15 Es posible que alguna obra fuese escrita en Alejandría y que subsecuentemente se
perdiese o quemase en los turbulentos periodos siguientes.
Tras la caída del Imperio romano, el foco de desarrollo alquímico se trasladó al mundo islámico. Se
sabe mucho más sobre la alquimia islámica porque fue documentada mejor: de hecho, la mayoría
de los primeros escritos que han sobrevivido el paso de los años lo han hecho como traducciones
islámicas.16
El mundo islámico fue un crisol para la alquimia. El pensamiento platónico y aristotélico, que ya
había sido en cierta medida incluido en la ciencia hermética, continuó siendo asimilado.
Alquimistas islámicos como al-Razi (en latín Rasis) y Jabir ibn Hayyan (en latín Geber) aportaron
descubrimientos químicos clave propios, tales como la técnica de la destilación (las palabras
alambique y alcohol son de origen árabe), los ácidos muriático (clorhídrico), sulfúrico y nítrico, la
sosa, la potasa y más. (De los nombres árabes para estas dos últimas sustancias, al-natrun y al-
qalīy, latinizados como Natrium y Kalium, proceden los símbolos modernos del sodio y el potasio.)
El descubrimiento de que el agua regia, una mezcla de ácido nítrico y clorhídrico, podía disolver el
metal más noble —el oro— habría de avivar la imaginación de alquimistas durante el siguiente
milenio.
Los filósofos islámicos también hicieron grandes contribuciones al hermetismo alquímico. El autor
más influyente en este aspecto posiblemente fuera Abu Musa Jabir ibn Hayyan (en árabe جابر إبن
حيان, en latín Geberus, normalmente escrito en castellano como Geber). El objetivo primordial de
Jabir era la takwin, la creación artificial de vida en el laboratorio alquímico, hasta e incluyendo la
vida humana. Jabir analizó cada elemento aristotélico en términos de las cuatro cualidades básicas
de calor, frío, sequedad y humedad.17 De acuerdo con él, en cada metal dos de estas cualidades
eran interiores y dos exteriores. Por ejemplo, el plomo era externamente frío y seco, mientras que
el oro era caliente y húmedo. De esta forma, teorizaba Jabir, reordenando las cualidades de un
metal, podía obtenerse uno diferente.17 Con este razonamiento, la búsqueda de la piedra filosofal
fue introducida en la alquimia occidental. Jabir desarrolló una elaborada numerología mediante la
que las iniciales del nombre de una sustancia en árabe, cuando se les aplicaban varias
transformaciones, mantenían correspondencias con las propiedades físicas del elemento.
Debido a sus fuertes conexiones con las culturas griega y romana, la alquimia fue bastante
fácilmente aceptada por la filosofía cristiana y los alquimistas medievales europeos absorbieron
extensivamente el conocimiento alquímico islámico. Gerberto de Aurillac (fallecido en 1003),
quien más tarde se convertiría en el papa Silvestre II, fue uno de los primeros en llevar la ciencia
islámica a Europa desde España. Más tarde, hombres como Abelardo de Bath, quien vivió en el
siglo xii, trajeron enseñanzas adicionales. Pero hasta el siglo xiii los movimientos fueron
principalmente asimilativos.18
En este periodo aparecieron algunas desviaciones de los principios agustinianos de los primeros
pensadores cristianos. San Anselmo (1033-1109) fue un benedictino que creía que la fe debe
preceder a la razón, como Agustín y la mayoría de los teólogos anteriores a él había creído,
aunque él añadió la opinión de que la fe y la razón eran compatibles y fomentó este último en un
contexto cristiano. Sus puntos de vista sentaron las bases para la explosión filosófica que habría de
ocurrir. Pedro Abelardo continuó el trabajo de Anselmo, preparando los cimientos para la
aceptación del pensamiento aristotélico antes de que las primeras obras de Aristóteles alcanzasen
Occidente. Su principal influencia en la alquimia fue su creencia en que los universales platónicos
no tenían una existencia separada fuera de la consciencia del hombre. Abelardo también
sistematizó el análisis de las contradicciones filosóficas.19
Robert Grosseteste (1170-1253) fue un pionero de la teoría científica que posteriormente sería
usada y refinada por los alquimistas. Grosseteste tomó los métodos de análisis de Abelardo y
añadió el uso de observaciones, experimentación y conclusiones al realizar evaluaciones
científicas. También trabajó mucho para tender en puente entre el pensamiento platónico y el
aristotélico.20
Tarjeta de Liebig Extract of Meat Company que representa a Alberto Magno practicando alquimia.
Alberto Magno (1193-1280) y Tomás de Aquino (1225-1274) fueron dos dominicos que estudiaron
a Aristóteles y trabajaron en la reconciliación de las diferencias entre la filosofía y el cristianismo.
Tomás de Aquino también trabajó intensamente en desarrollar el método científico. Incluso fue
tan lejos como para afirmar que los universales podrían ser descubiertos solo mediante el
razonamiento lógico y, como la razón no puede oponerse a Dios, debe por tanto ser compatible
con la teología.21 Esto contradecía la comúnmente aceptada creencia platónica en que los
universales se encontraban solo mediante iluminación divina. Ambos estuvieron entre los
primeros en emprender el examen de la teoría alquímica y ellos mismos podrían ser considerados
alquimistas, excepto por el hecho de que hicieron poco en cuanto a la experimentación.
El primer alquimista auténtico en la Europa medieval fue Roger Bacon. Su obra supuso tanto para
la alquimia como la de Robert Boyle para la química y la de Galileo Galilei para la astronomía y la
física. Bacon (1214-1294) era un franciscano de Oxford que estudió la óptica y los lenguajes
además de la alquimia. Los ideales franciscanos de conquistar el mundo en lugar de rechazarlo le
llevaron a su convicción de que la experimentación era más importante que el razonamiento: «De
las tres formas en las que los hombres piensan que adquieren conocimiento de las cosas:
autoridad, razonamiento y experiencia, solo la última es efectiva y capaz de llevar de paz al
intelecto.»22 «La ciencia experimental controla las conclusiones de todas las otras ciencias. Revela
verdades que el razonamiento de los principios generales nunca habrían descubierto.»20 A Roger
Bacon también se le ha atribuido el inicio de la búsqueda de la piedra filosofal y del elixir de la
vida: «Esa medicina que eliminará todas las impurezas y corrupciones de los metales menores
también, en opinión de los sabios, quitará tanto de la corruptibilidad del cuerpo que la vida
humana podrá ser prolongada durante muchos siglos.» La idea de la inmortalidad fue reemplazada
por la noción de la longevidad: después de todo, el tiempo que el hombre pasa en la Tierra era
simplemente para esperar y prepararse para la inmortalidad en el mundo de Dios. La inmortalidad
en la Tierra no encajaba con la teología cristiana.23
Bacon no fue el único alquimista de esta época pero sí el más importante. Sus obras fueron usadas
por incontables alquimistas entre los siglos xv y xix. Otros alquimistas de su misma época
compartieron diversos rasgos. Primero, y más obviamente, casi todos fueron miembros del clero.
Esto se debía simplemente a que poca gente fuera de las escuelas parroquiales tenía la educación
necesaria para examinar las obras derivadas del árabe. Además, la alquimia en esta época era
autorizada por la iglesia como un buen método de explorar y desarrollar la teología. La alquimia
era interesante para la amplia variedad de clérigos porque ofrecía una visión racionalista del
universo donde los hombres apenas estaban empezando a aprender sobre el racionalismo.24
Así que hacia finales del siglo xiii, la alquimia se había desarrollado hasta un sistema de creencias
bastante estructurado. Los adeptos creían en las teorías de Hermes sobre el macrocosmos-
microcosmos, es decir, creían que los procesos que afectan a los minerales y otras sustancias
podían tener un efecto en el cuerpo humano (por ejemplo, si uno aprendiese el secreto de
purificar oro, podría usar la misma técnica para purificar el alma humana). Creían en los cuatro
elementos y las cuatro cualidades anteriormente descritas y tenían una fuerte tradición de
esconder sus ideas escritas en un laberinto de jerga codificada lleno de trampas para despistar a
los no iniciados. Por último, los alquimistas practicaban su arte: experimentaban activamente con
sustancias químicas y hacían observaciones y teorías sobre cómo funcionaba el universo. Toda su
filosofía giraba en torno a su creencia en que el alma del hombre estaba dividida dentro de él tras
la caída de Adán. Purificando las dos parte del alma del hombre, este podría reunirse con Dios.25
En el siglo xiv se produjeron cambios importantes. Por una parte, en el año 1317, el papa Juan XXII
prohíbe la práctica de la alquimia a través de la bula Spondent Pariter que retiró a todos los
miembros de la iglesia de la práctica de este arte.26 No obstante, se cree que este mismo papa
estuvo interesado en el estudio alquímico y que también escribió un tratado titulado Ars
transmutatoria en el que narraba cómo fabricó 200 barras de oro de un quintal. Esto no era nuevo
en el seno de la iglesia ya que en 1295 la legislación de los franciscanos prohibió escribir, leer e
incluso poseer libros de alquimia.27 Mientras tanto los filósofos de la época variaron sus puntos
de vista ya que Guillermo de Ockham, un franciscano de Oxford que murió en 1349, atacó la visión
tomista de la compatibilidad entre la fe y la razón. Su opinión, hoy ampliamente aceptada, era que
Dios debe ser aceptado solo con la fe, pues Él no podía ser limitado por la razón humana. Por
supuesto este punto de vista no era incorrecto si uno aceptaba el postulado de un Dios ilimitado
frente a la limitada capacidad humana para razonar, pero eliminó virtualmente a la alquimia como
práctica aceptada en los siglos xiv y xv.28 Los cambios climáticos, la peste negra y el incremento de
guerras y hambrunas que caracterizaron a este siglo sirvieron también sin duda de obstáculo al
ejercicio filosófico en general.
La alquimia se mantuvo viva gracias a hombres como Nicolas Flamel, digno de mención solo
porque fue uno de los pocos alquimistas que escribieron en estos tiempos difíciles. Flamel vivió
entre 1330 y 1417 y serviría como arquetipo a la siguiente fase de la alquimia. No fue un
investigador religioso como muchos de sus predecesores y todo su interés por el arte giraba en
torno a la búsqueda de la piedra filosofal, que se dice que halló. Sus obras dedican gran cantidad
de espacio a describir procesos y reacciones, pero nunca llegan realmente a dar la fórmula para
conseguir las transmutaciones. La mayoría de su obra estaba dedicada a recoger el saber
alquímico anterior a él, especialmente en lo relacionado con la piedra filosofal.29
Durante la baja Edad Media (1300-1500) los alquimistas fueron muy parecidos a Flamel: se
concentraron en la búsqueda de la piedra filosofal y el elixir de la juventud, que ahora se creía que
eran cosas separadas. Sus alusiones crípticas y su simbolismo llevaron a grandes variaciones en la
interpretación del arte. Por ejemplo, muchos alquimistas durante este periodo interpretaban que
la purificación del alma significaba la transmutación del plomo en oro (en la que creían que el
mercurio desempeñaba un papel crucial). Estos hombres eran considerados magos y hechiceros
por muchos y fueron con frecuencia perseguidos por sus prácticas.3031.
Uno de estos hombres que surgió a principios del siglo xvi se llamaba Heinrich Cornelius Agrippa.
Este alquimista creía ser un mago y poder invocar espíritus. Su influencia fue insignificante pero,
como Flamel, elaboró escritos a los que se refirieron alquimistas de años posteriores. De nuevo
como Flamel, hizo bastante por cambiar la alquimia de una filosofía mística a una magia ocultista.
Mantuvo vivas las filosofías de alquimistas anteriores, incluyendo la ciencia experimental, la
numerología, etc., pero añadió la teoría mágica, lo que reforzó la idea de la alquimia como
creencia ocultista. A pesar de todo esto, Agrippa se consideraba a sí mismo cristiano, si bien sus
opiniones entraron con frecuencia en conflicto con la Iglesia, en afirmaciones de Edwardes (1977,
p. 56-9) y Wilson (1971, p. 23-9).
La alquimia europea continuó por esta misma senda hasta los albores del Renacimiento. Esta
época vio también un florecimiento de los estafadores que usaban trucos químicos y juegos de
manos para «demostrar» la transmutación de metales comunes en oro o que afirmaban poseer el
conocimiento del secreto que (con una «pequeña» inversión inicial) llevaría con toda seguridad a
ello.
El nombre más importante de este periodo es Paracelso (1493-1541), quien dio a la alquimia una
nueva forma, rechazando parte del ocultismo que había acumulado a lo largo de los años y
promoviendo el uso de observaciones y experimentos para aprender sobre el cuerpo humano.
Paracelso rechazó las tradiciones gnósticas pero mantuvo mucho de las filosofías hermética,
neoplatónica y pitagórica; sin embargo, la ciencia hermética tenía tanta teoría aristotélica que su
rechazo del gnosticismo era prácticamente insignificante. En particular, rechazó las teorías
mágicas de Flamel y Agrippa. Paracelso no se veía a sí mismo como un mago y desdeñaba a
quienes lo hacían.32
Paracelso fue pionero en el uso de compuestos químicos y minerales en medicina. Escribió que
«Muchos han dicho que la alquimia es para fabricar oro y plata. Para mí no es tal el propósito, sino
considerar solo la virtud y el poder que puede haber en las medicinas.»33 Sus puntos de vista
herméticos eran que la enfermedad y la salud del cuerpo dependían de la armonía del hombre (el
microcosmos) y la naturaleza (el macrocosmo). Paracelso dio un enfoque diferente al de sus
predecesores, usando esta analogía no como referencia a la purificación del alma sino a que los
humanos deben mantener ciertos equilibrios de minerales en sus cuerpos y que para ciertas
enfermedades de estos había remedios químicos que podían curarlas.34. Mientras sus intentos de
tratar enfermedades con remedios tales como el mercurio podrían parecer contraproducentes
desde un punto de vista moderno, su idea básica de medicinas producidas químicamente ha
permanecido vigente sorprendentemente bien.
John Dee performing an experiment before Queen Elizabeth I, Henry Gillard Glindoni.
En Inglaterra la alquimia en esta época se asocia frecuentemente con John Dee (1527-1608), más
conocido por sus facetas de astrólogo, criptógrafo y «consultor científico» general de la reina
Isabel I. Dee era considerado una autoridad en la obra de Roger Bacon y estuvo lo suficientemente
interesado en la alquimia como para escribir un libro sobre ella (Monas Hieroglyphica, 1564),
influenciado por la cábala. El socio de Dee, Edward Kelley —quien afirmaba conversar con ángeles
a través de una bola de cristal y poseer un polvo que transformaría el mercurio en oro—, puede
haber sido la fuente de la imagen popular del alquimista-charlatán.
Un alquimista menos conocido de esta época es Miguel Sendivogius (1566-1636), filósofo, médico
y pionero de la química polaco. Según algunas fuentes, destiló oxígeno en el laboratorio sobre
1600, 170 años antes que Scheele y Priestley, calentando salitre. Pensaba que el gas resultante era
«el elixir de la vida». Poco después de descubrir este método, se cree que Sendivogius enseñó su
técnica a Cornelius Drebbel, quien en 1621 le daría aplicación práctica en un submarino.
Tycho Brahe (1546-1601), más conocido por sus investigaciones astronómicas y astrológicas, era
también un alquimista. Tuvo un laboratorio expresamente construido para este fin en Uraniborg,
su observatorio e instituto de investigación.
Robert Boyle (1627-1691), más conocido por sus estudios sobre los gases (véase la ley de Boyle),
fue uno de los pioneros del método científico en las investigaciones químicas. Boyle no asumía
nada en sus experimentos y recopilaba todos los datos relevantes: en un experimento típico
anotaba el lugar en el que se efectuaba, las características del viento, las posiciones del sol y la
luna y la lectura barométrica, por si luego resultasen ser relevantes.35 Este enfoque terminó
llevando a la fundación de la química moderna en los siglos xviii y xix, basada en los
revolucionarios descubrimientos de Lavoisier y John Dalton, que finalmente proporcionaron un
marco de trabajo lógico, cuantitativo y fiable para entender las transmutaciones de la materia,
revelando la futilidad de las tradicionales metas alquímicas tales como la piedra filosofal.
De esta forma, a medida que la ciencia siguió descubriendo y racionalizando continuamente los
mecanismos del universo, fundada en su propia metafísica materialista, la alquimia fue quedando
despojada de sus conexiones química y médica, pero incurablemente sujeta a ellas. Reducida a un
sistema filosófico arcano, pobremente relacionada con el mundo material, la alquimia sufrió el
destino común a otras disciplinas esotéricas tales como la astrología y la cábala: excluida de los
estudios universitarios, rechazada por sus antiguos mecenas, relegada al ostracismo por los
científicos y considerada habitualmente como el epítome de la charlatanería y la superstición. Sin
embargo, los rosacruces y francmasones siempre han estado interesados en la alquimia y su
simbolismo. Una gran colección de libros sobre alquimia se guarda en la Bibliotheca Philosophica
Hermetica de Ámsterdam.
Estos avances podrían ser interpretados como parte de una reacción más amplia del
intelectualismo europeo contra el movimiento romántico del siglo anterior.
Transmutación nuclear
En 1919 Ernest Rutherford usó la desintegración artificial para convertir nitrógeno en oxígeno,
aunque usando métodos de bombardeo nuclear. Este proceso o transmutación ha sido
posteriormente realizado a escala comercial mediante el bombardeo de núcleos atómicos con
partículas de alta energía en aceleradores de partículas y reactores nucleares.[cita requerida]
La idea de convertir plomo en oro no es del todo incorrecta ya que, teóricamente, bastaría extraer
3 protones de un átomo de plomo (82 protones) para obtener otro pero de oro (79 protones).36
De hecho, en 1980 Glenn T. Seaborg transmutó plomo en oro, solo que el oro resultante apenas
dura unos segundos por su inestabilidad atómica y la cantidad obtenida es tan microscópica que
hace impensable su rentabilidad.
En 1964 George Ohsawa y Michio Kushi, basándose en una de las primeras afirmaciones de
Corentin Louis Kervran, informaron haber logrado transmutar sodio en potasio usando un arco
eléctrico, y más tarde carbono y oxígeno en hierro[cita requerida]. En 1994, R. Sundaresan y J.
Bockris informaron haber observado reacciones de fusión en descargas eléctricas entre barras de
carbono sumergidas en agua. Sin embargo, ninguna de estas afirmaciones ha sido reproducida por
otros científicos y la idea está en la actualidad ampliamente desacreditada.
Psicología analítica
El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung inició su contacto con la alquimia desde un claro desinterés:
«La alquimia me parecía una cosa afectada y ridícula». Su opinión cambiaría radicalmente en 1928
a raíz del comentario solicitado por parte del sinólogo Richard Wilhelm sobre la traducción de las
ocho primeras secciones de un tratado de alquimia fisiológica china del siglo xiii: El secreto de la
Flor de Oro, libro budista con base taoísta. El inicio de su contacto con la alquimia se vio por lo
tanto determinado al contemplar en la obra las bases del proceso de individuación, así como un
centro procesual al que denominó posteriormente sí-mismo. Necesitó diez años para elaborar un
diccionario de referencias cruzadas con el fin de poder entender los significados incluidos en los
textos alquímicos, así como quince años para disponer de una biblioteca semejante a las de sus
sueños.37
Jung vio la alquimia como una proto-psicología occidental dedicada al logro de la individuación. En
su interpretación, la alquimia era el recipiente en el que el gnosticismo sobrevivió sus diversas
purgas en el Renacimiento. En este sentido, Jung veía la alquimia como comparable al yoga en
occidente. También interpretaba los textos alquímicos chinos en términos de su psicología
analítica como medios para la individuación. Jung sostiene en su obra Psicología y alquimia (1944)
que los fenómenos observables de lo inconsciente, tales como los sueños, contienen elementos
simbólicos que también se pueden hallar en la simbología alquímica. Además, dedica un análisis al
paralelismo entre los conceptos de la llamada piedra filosofal, por un lado, y la figura de Cristo, por
otro. Ilustró a través de las figuras del Rosarium philosophorum incluidas en su trabajo La
psicología de la transferencia (1946) aquellos fenómenos transferenciales acaecidos en el proceso
de individuación. Finalmente, en su obra Mysterium coniunctionis (1955-1956), configura la
culminación de la confrontación entre la alquimia y la psicología analítica. Como tercera parte de
dicha obra se incluirá editado y comentado por Marie-Louise von Franz el Aurora consurgens.
A todo ello no hay que olvidar la importancia que revistieron para el acceso de Jung a la esencia de
la alquimia diversas figuras históricas relevantes, como son María la Judía, Zósimo de Panópolis o
Paracelso.
Splendor Solis.
Basilius Valentinus, Carrus Triumphalis Antimonii (El carro triunfal del antimonio); Duodecim
Claves.
Conversación del rey Calid y del filósofo Morien sobre el magisterio de Hermes.
Donum Dei.
Elias Ashmole, Theatrum chemicum britannicum.
Fulcanelli, El misterio de las catedrales; Las moradas filosofales; Finis Gloriæ Mundi.
Libro de Picatrix.
Michael Sendivogius, Carta filosófica; Novum Lumen Chymicum; Dialogus Mercurii; Tractatus de
Sulphure; Ænigma Philosphicum.
Roger Bacon, Speculum Alchemiæ (El espejo de la alquimia); Alchemia Major; De Ione Viridi;
Breviaram de dono Dei; Secretm secretorum; Epístolæ de secretis operibus artis et naturæ ac
mullitate magiæ.
Rosarium philosophorum.
Speculum veritatis.
Splendor Solis.
Teofrasto Paracelso, Opera Omnia; De Natura Rerum Libri Novem; Thesaurus Thesaurorum
Alchimistorum (El tesoro de los tesoros de los alquimistas).
Tomás de Aquino, Aurora consurgens; Tratado de la piedra filosofal; Tratado sobre el arte de la
alquimia.
Tratado del secreto del arte filosófico: la arqueta del pequeño campesino.
Turba philosophorum.