Vicente Blasco Ibanez - Hombre Al Agua
Vicente Blasco Ibanez - Hombre Al Agua
Vicente Blasco Ibanez - Hombre Al Agua
textos.info
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Texto núm. 4908
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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¡Hombre al Agua!
Al cerrar la noche, salió de Torrevieja el laúd San Rafael, con cargamento
de sal para Gibraltar.
Había llegado a los diez y nueve años, hambriento y casi desnudo como
un salvaje, durmiendo en la torcida barraca donde gemía y rezaba su
abuela, inmóvil por el reuma: de día ayudaba a botar las barcas,
descargaba cestas de pescado, o iba de parásito en las lanchas que
perseguían al atún y la sardina, para llevar a casa un puñado de pesca
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menuda. Pero ahora, gracias al tío Chispas, que le tenía ley por haber
conocido a su padre, era todo un marinero, estaba en camino de ser algo,
podía con todo derecho meter su brazo en el caldero, y hasta llevaba
zapatos, los primeros de su vida, unas soberbias piezas capaces de
navegar como una fragata, que le sumían en éxtasis de adoración. ¡Y aún
dicen que si el mar!... Vamos, hombre. El mejor oficio del mundo.
El tío Chispas, sin apartar la vista de la proa ni las manos del timón,
agachándose para sondear la oscuridad por entre la vela y el montón de
sacos, le escuchaba con sonrisa marrullera.
—Sí; no has escogido mal oficio. Pero tiene quiebras. Las verás... cuando
tengas mis años... Pero tu sitio no es aquí: anda a proa y avisa si ves por
delante alguna barca.
El laúd, panzudo y pesado, caía tras cada ola con un solemne ¡chap! que
hacía saltar las gotas hasta la cara de Juanillo: dos hojas de espuma
fosforescentes resbalaban por ambos lados de la gruesa proa, y la
hinchada vela, con el vértice perdido en la oscuridad, parecía arañar la
bóveda del cielo.
¿Qué rey ni qué almirante estaba mejor que el serviola del San Rafael?...
¡Brrru! Su estómago repleto le saludaba con eructos de satisfacción. ¡Vida
más hermosa!...
Juanillo corrió por la borda del lado contrario al viento. Era un momento de
calma, y la vela rizábase con fuertes palpitaciones, próxima a caer
desmayada a lo largo del mástil. Pero vino una ráfaga, y la barca se inclinó
con rápido movimiento; Juanillo, para guardar el equilibrio, agarrose al
borde de la vela, y en el mismo instante ésta se hinchó como si fuera a
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estallar, lanzando al laúd en una carrera veloz y empujando con fuerza tan
irresistible todo el cuerpo del muchacho, que lo disparó como una
catapulta.
Los zapatos pesaban como si fuesen de plomo: ¡malditos! ¡la primera vez
que los usaba! La gorra le martirizaba las sienes; los pantalones tiraban de
él como si llegasen hasta el fondo del mar y fuesen barriendo las algas.
Tenía confianza. Él nadaba mucho: se sentía con aguante para dos horas.
Los de la barca virarían para pescarle: un remojón y nada más... ¿pues
qué así como así mueren los hombres? En un temporal, como habían
muerto su padre y su abuelo, bueno, pero en noche tan hermosa y con
buena mar, morir empujado por una vela sería una muerte de tonto.
Pero el gritar le fatigaba y dos o tres veces las olas le taparon la boca.
¡Malditas!... Desde la barca parecían insignificantes, pero en medio del
mar, hundido hasta el cuello y obligado a un continuo manoteo para
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sostenerse, le asfixiaban, le golpeaban con su sorda ondulación, abrían
ante él hondas y movibles zanjas, cerrándolas en seguida como para
tragarle.
Seguía creyendo, pero con cierta inquietud, en sus dos horas de aguante.
Sí; contaba con ellas. Dos horas y más nadaba allá en su playa sin
cansancio. Pero era en las horas de sol, en aquel mar de cristal azul,
viendo allá bajo, a través de fantástica transparencia, las rocas amarillas
con sus hierbajos puntiagudos como ramos de coral verde, las conchas de
color rosa, las estrellas de nácar, las flores luminosas de pétalos carnosos
estremeciéndose al ser rozados por el vientre de plata de los peces; y
ahora estaba en un mar de tinta, perdido en la oscuridad, agobiado por sus
ropas, teniendo bajo sus pies ¡quién sabe cuántos barcos destrozados,
cuántos cadáveres descarnados por los peces feroces! Y estremecíase al
contacto de su mojado pantalón, creyendo sentir el rozamiento de agudos
dientes.
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Se acordaba de la abuela, que a aquellas horas estaría pensando en él. Y
quiso rezar como mil veces había oído a su pobre vieja. «Padre nuestro
que estás...» Rezaba mentalmente, pero sin darse cuenta de ello, su
lengua se movió y dijo con una voz tan ronca que le pareció de otro:
Ahora las estrellas eran negras, más negras que el cielo, destacándose
como gotas de tinta.
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Vicente Blasco Ibáñez
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literatura españolas.
Blasco cultivó varios géneros dentro de la narrativa. Así, obras como Arroz
y tartana (1894), Cañas y barro (1902) o La barraca (1898), entre otras, se
pueden considerar novelas regionales, de ambiente valenciano. Al mismo
tiempo, destacan sus libros de carácter histórico, entre los cuales se
encuentran: Mare Nostrum, El caballero de la Virgen, Los cuatro jinetes del
Apocalipsis (1916), El Papa del Mar, A los pies de Venus o de carácter
autobiográfico como La maja desnuda, La voluntad de vivir e incluso Los
Argonautas, en la que mezcla algo de su propia biografía con la historia de
la colonización española de América. Añádase La catedral, detallado
fresco de los entresijos eclesiásticos de la catedral de Toledo.
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literatura española hechas en España, se califica por sus características
generales como perteneciente al naturalismo literario. También se pueden
observar, en su primera fase, algunos elementos costumbristas y
regionalistas.
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