El Camino de Los Inmigrantes
El Camino de Los Inmigrantes
El Camino de Los Inmigrantes
¿Por qué venían los inmigrantes?¿Por qué millones de personas desde principios
del siglo XIX emigraron masivamente, dejando sus países de origen para
establecerse en tierras lejanas?
¿Cómo se combinaron los factores estructurales es decir, las condiciones de los países
de origen y de destino con las estrategias de los propios migrantes, es decir cómo
decidían emigrar en función de sus proyectos, de la información de la cual disponían y de
sus relaciones sociales primarias: amigos, parientes, paisanos?. En primer término, las
circunstancias internacionales durante ese período hicieron posible la emigración de
europeos hacia América. Los rasgos particulares que tuvo la "gran emigración" fueron en
cierta medida la continuación de una movilidad geográfica anterior, dentro de Europa,
pero que presentó características que la convirtieron en un fenómeno diferente, por la
masividad del fenómeno, y por la preeminencia de destinos más allá de los océanos.
Desde esta perspectiva, fueron diversas las vías por las cuales los emigrantes potenciales
obtenían noticias de las posibilidades que ofrecían los eventuales países de destino, y
opciones concretas a partir de las cuales tomar sus decisiones. Por un lado, la
información proporcionada por agentes del gobierno, de las compañías de colonización o
de las compañías de navegación, y de aquella que los emigrantes obtenían a través de
sus relaciones con parientes, amigos y vecinos. Por otro, de las propias redes utilizadas
por los migrantes en función de objetivos prácticos como la obtención de trabajo y
alojamiento.
¿Cuales fueron los países desde los cuales partieron más emigrantes?
Ello fue variando con el tiempo. Durante la mayor parte del siglo XIX, los mayores
contingentes de emigrantes salieron de Europa Nord-occidental, con las Islas Británicas -
incluyendo a Irlanda- a la cabeza, seguida por Alemania (más correctamente los estados
que constituirán en futuro imperio alemán) y en tercer lugar por los países escandinavos.
Durante los primeros decenios del siglo XIX, la emigración del noroeste europeo se dirigió
a América del Norte, lo que ayudó a consolidar el origen anglosajón ya instalado en
aquellas tierras del nuevo mundo. Los flujos menos intensos, procedentes de España,
Italia, Portugal y, en menor medida, de Polonia y Rusia (que tomó importancia luego de
que Estados Unidos cerrara la inmigración a estos grupos en 1921) se concentraron en
América Latina, manteniéndose una característica diferenciación en la población de las
dos áreas americanas.
Desde la segunda mitad del siglo XIX los principales países de emigración fueron los de
Europa del Sud - Italia y España- y de Europa centro-oriental, zonas que adquirieron una
neta predominancia en los movimientos transoceánicos, incluidos aquellos hacia
Norteamérica.
Los países que, como los Estados Unidos, recibieron inmigrantes desde comienzos del
siglo XIX, fueron el destino privilegiado de la "vieja emigración" de Europa del Norte;
aquellos que, como la Argentina, abrieron más tardíamente las puertas a la inmigración,
recibieron en cambio mayoritariamente a europeos del Sud y del Este. Durante la primera
fase, de la "old inmigration" , la que se dirigió a Norteamérica y Australia, los factores de
expulsión parecen predominar sobre los factores de atracción, aún en su estrecha
interdependencia recíproca. Los componentes cualitativos, el papel de guía de los
primeros inmigrantes, y las políticas gubernativas, ejercieron una función determinante en
la orientación de los flujos migratorios.
En la segunda mitad del siglo XIX maduran las condiciones para la entrada de otros
países europeos que hasta el momento habían permanecido al margen del fenómeno
migratorio. La consolidación de las economías americanas, en particular de la
estadounidense, tras la guerra de secesión (1861-1865), y la revolución en los transportes
marítimos, favorecen un éxodo desde Europa de proporciones gigantescas. La producción
industrial del mundo aumenta siete veces en este período, permitiendo una fuerte
acumulación de capital y la progresiva conformación de un mercado mundial.
Los economistas del siglo XIX, a diferencia de los del siglo precedente, que consideraban
negativamente los procesos migratorios, los ven ahora de modo positivo, como
instrumento para descargar las poblaciones excedentes y las tensiones sociales en otros
territorios, así como para crear nuevos mercados. Se suelen considerar predominantes en
esta fase los factores de atracción para la formación de un verdadero mercado
internacional del trabajo. También Argentina y el Brasil adoptarán, a partir de los años
ochenta, políticas gubernativas e incentivos dirigidos a atraer trabajadores europeos para
el desarrollo de sectores enteros de su economía. Durante los últimos veinte años del
siglo, los dos países latinoamericanos, logran absorber más de un quinto de toda la
corriente migratoria europea.
Parte del excedente de población emigró dentro de Europa: en algunos casos se trataba
de movimientos migratorios entre regiones de un mismo estado nacional, en otros de
emigración hacia otros países europeos. Francia, por ejemplo, fue un país desde el cual
se emigró muy poco, ya que el crecimiento de su población a lo largo del siglo XIX fue el
más bajo de Europa. Fue en cambio un país de inmigración.
Desde mediados del siglo XIX el medio de transporte hacia los puertos fue el ferrocarril, y
los barcos a vela fueron siendo reemplazados por los vapores.
Los emigrantes se dirigían a los distintos puertos según la cercanía respecto a sus
lugares de origen y a las facilidades que las distintas compañías ofrecían. Partían
mayoritariamente de Génova, Trieste, Nápoles, El Havre, Burdeos, Hamburgo, puertos
españoles. La emigración masiva fue un negocio muy lucrativo para las compañías de
navegación. Los armadores lograron obtener bajos costos de transporte reduciendo la
tripulación, sirviendo comida de escasa calidad, ofreciendo a los emigrantes espacios
reducidos y precarias condiciones de higiene a bordo. Los testimonios de los
protagonistas y de los médicos y funcionarios destinados al control sanitario ofrecen una
imagen dramática del viaje, acechado por enfermedades e incomodidades.
Las precarias condiciones de las naves llevaron a las autoridades de los diversos países a
regular los aspectos sanitarios del viaje, concentrando su atención en los requisitos que
debían cumplir las naves, para evitar la aparición y difusión de enfermedades infecciosas.
La voluntad de los gobiernos por garantizar buenas condiciones sanitarias contrastaba
con los intereses de las compañías de navegación. Para las compañías, el objetivo era el
de embarcar el mayor número de pasajeros, sin respetar las disposiciones legales. El
viaje se transformaba para los emigrantes en una pesadilla de gentío, de malos olores, de
exceso de frío o de calor, según las estaciones, y más en general de intolerable
promiscuidad.
A medida que los gobiernos fueron regulando las condiciones del viaje, estas comenzaron
a mejorar. Parte de las características que describiremos en los párrafos que siguen
corresponden al período previo a la primera década del siglo XX, etapa en la que el viaje
consistía en una experiencia de rasgos fuertemente negativos. De todos modos, las
condiciones variaban también entre las distintas compañías de navegación. Los buques
que desembarcaban emigrantes en el puerto de Buenos Aires, aparte de la tercera clase,
disponían también de una confortable segunda -los inmigrantes eran definidos por la ley
argentina como aquellos que llegaban en segunda o tercera clase- y una lujosa primera
clase. En la tercera viajan la mayoría de los emigrantes; la segunda en cambio tiene
características menos definidas, emigrantes que han hecho fortuna y se pueden permitir
un viaje más cómodo, pequeños comerciantes, y el clero. En la primera están los ricos
argentinos de regreso, y luego franceses, españoles, brasileños. A éstos deben agregarse
los médicos de a bordo, los oficiales, los sacerdotes. Siguen el mismo itinerario pero
constituyen trayectorias paralelas, divididas entre sí por un abismo social. Durante el viaje,
los pasajeros de primera y de segunda son preservados rigurosamente de las incursiones
de los de tercera, mientras que a ellos les está permitido, y con poco riesgo, irrumpir en el
otro territorio.
Las diferencias sociales se hacen evidentes desde el momento del embarque en los
buques. Edmundo De Amicis ha dejado un dramático testimonio de ello en su libro
Sull'Oceano. Dice De Amicis: "El contraste entre la elegancia de los pasajeros de primera
clase, los guardapolvos, las sombrereras, junto a un perrito, que atravesaban la multitud
de miserables: rostros y ropas de todas partes de Italia, robustos trabajadores de ojos
tristes, viejos andrajosos y sucios, mujeres embarazadas, muchachas alegres,
muchachones achispados, villanos en mangas de camisa.(...) Como la mayor parte
habían pasado una o dos noches al aire libre, amontonados como perros en las calles de
Génova, no podían tenerse en pie, postrados por el sueño y el cansancio. Obreros,
campesinos, mujeres con niños de pecho, chicuelos que tenían todavía sobre el pecho, la
chapa de metal del asilo donde habían transcurrido su infancia, (...)sacos y valijas de
todas clases en la mano o sobre la cabeza; Fardos de mantas y colchones a la espalda y
apretado entre los labios el billete con el número de su litera(... Dos horas hacía que
comenzara el embarque, y el inmenso buque siempre inmóvil (... Pasaban los emigrantes
delante de una mesilla, junto a la cual permanecía sentado el sobrecargo, que
reuniéndolos en grupos de seis, llamados ranchos, apuntaba sus nombres en una hoja
impresa (...) para que con ella en la mano, a las horas señaladas, fuera a buscar la
comida a la cocina.