Proyecto Derechos Humanos Segundo Parcial
Proyecto Derechos Humanos Segundo Parcial
Proyecto Derechos Humanos Segundo Parcial
PROYECTO DE INVESTIGACIÓN
CUARTO CUATRIMESTRE
MODALIDAD PRESENCIAL
21 DE NOVIEMBRE DE 2022
SIGNIFICADO Y GENERALIDADES DE LAS GARANTIAS
DE PROCEDIMIENTO.
Garantías procesales genéricas Se denomina garantías procesales
genéricas a “aquellas normas generales que guían el desenvolvimiento de la
actividad procesal”. Se trata de reglas constitucionales que no restringen sus
efectos a determinados momentos o actos del proceso penal, sino que
proyectan su fuerza garantista a todos los momentos por los que pasa el
desenvolvimiento del proceso, es decir, desde la fase preliminar o prejudicial,
pasando, según el caso, por las fases de instrucción, intermedia y juicio oral,
hasta concluir la fase impugnatoria, es decir, hasta la conclusión del proceso
penal.
3.1. Derecho a la tutela judicial efectiva: Los alcances de esta garantía,
de reconocimiento constitucional en la mayoría de sistemas procesales penales
de la región y del mundo —aunque en algunos dentro de la garantía del debido
proceso—, no es un tema zanjado ni pacífico. Así, en algunas oportunidades
se ha señalado que definir en forma más o menos precisa la garantía de la
tutela judicial efectiva en el derecho español es muy difícil, porque son tantos
los aspectos que se han estimado amparados en ella, que bien se podría decir
que la cobertura que presta es casi ilimitada; que su vitalidad es tan
extraordinaria que prácticamente todo el esquema de garantías
constitucionales podría construirse sobre ella. En esa perspectiva, el Tribunal
Constitucional peruano, aunque no de manera expresa, ha señalado que un
mecanismo de protección de la tutela judicial efectiva está configurado por las
acciones de garantía constitucional —acciones de amparo y de hábeas corpus
en particular—, que constituyen medios procesales constitucionales para la
defensa y vigencia de las garantías constitucionales del proceso penal.
3.1.1. Derecho de libre acceso a la jurisdicción: Aun cuando no
aparezca reconocido de modo explícito, el derecho a la tutela judicial
comprende el derecho de acceso a la justicia, como condición sine qua non
para obtener tutela judicial efectiva. Mediante este derecho se garantiza al
individuo la posibilidad de acceder al proceso jurisdiccional, promoviendo o
solicitando su inicio ante el órgano legalmente competente, o concurriendo
válidamente al proceso ya iniciado, en los casos en que tuviere algún interés
en la resolución jurídica de éste (en los casos del imputado o el tercero civil).
En el proceso penal este derecho se tiene que apreciar necesariamente desde
las posibilidades de acceso real a la jurisdicción del propio imputado, así
como del actor civil y del tercero civilmente responsable. Para cada uno de
estos sujetos procesales —sin importar que se trate de un sujeto contingente o
no necesario— se deben prever las vías legales para una efectiva garantía de
su derecho de acceso a la jurisdicción. En cuanto al imputado, se debe
garantizar que acceda al proceso jurisdiccional (e incluso, en los momentos
previos, en el policial y fiscal) como una efectiva parte de éste, con los
derechos y deberes que fluyen de su condición de sujeto procesal. Esta
garantía comporta necesariamente la superación definitiva de la concepción
inquisitiva que entendía al procesado como un mero objeto de investigación,
frente al cual, incluso, estaba permitido el secreto de la instrucción. En lo que
respecta a la víctima, aunque generalmente el derecho de acceso a la justicia
presenta la particularidad de que es el Ministerio Público el que tiene la
exclusividad para promover la acción penal, ello no obsta para que los
ciudadanos tengan el derecho a formular denuncias y que si el fiscal las
rechaza puedan instar el control jerárquico del superior. Una vez promovida la
acción penal, los agraviados están autorizados a constituirse en parte civil, sin
perjuicio de que decidan —sin condicionamiento alguno— acudir a la vía civil
interponiendo una demanda de indemnización. En suma, si bien la víctima no
está legitimada para reclamar la imposición de una pena al presunto
delincuente, sí lo está para acudir directamente al órgano judicial a fin de
obtener una indemnización.
3.1.2. Derecho de libre acceso al proceso en las instancias reconocidas:
Conforme ha sido concebida en la doctrina jurisprudencial constitucional
española, esta consecuencia del derecho a la tutela judicial efectiva constituye
una mera continuación del derecho de acceso al proceso. Esta garantía se
refiere a la posibilidad que deben tener las partes de acceder a los recursos e
instancias correspondientes en tanto éstos se encuentren legalmente previstos.
No obstante, esta garantía no debe entenderse como un derecho a la pluralidad
de instancias; sólo constituye un derecho a acceder a las instancias —por
ende, al recurso que la posibilita— ya legalmente previstas.
3.1.3. Derecho a obtener una resolución fundada en Derecho que ponga
fin al proceso: Los derechos de libre acceso a la jurisdicción y al proceso en
sus instancias reconocidas perderían razón de ser, como integrantes del
superior derecho a la tutela judicial efectiva, si el sujeto no tuviera también el
derecho a una resolución fundada en derecho que ponga fin al proceso. De
nada serviría que se le haya permitido al sujeto comparecer al proceso, en sus
instancias legalmente previstas, si no se prevé también un derecho para que el
órgano jurisdiccional no pueda eludir dar la respuesta jurídica cuya búsqueda
dio origen al proceso o dé una que resulte ambigua. Sin embargo, no es
cualquier respuesta la que satisface el derecho a la tutela judicial efectiva, sino
que es necesario que ésta, además de ser clara, se encuentre debidamente
motivada, tanto desde una perspectiva fáctica como jurídica. Este derecho a la
motivación de la resolución que ponga fin al proceso se encuentra incluido
también en la garantía procesal específica de motivación de resoluciones
jurisdiccionales. Un problema especial y común en nuestros sistemas jurídicos
es el relativo a la fundamentación de las penas y demás consecuencias
jurídicas. Y es que, como señala Patricia Ziffer, la fundamentación de una
sentencia condenatoria no se agota en la atribución del hecho culpable a una
persona, sino que se extiende a la motivación de la decisión sobre la pena que
se impone y su modo de ejecución.8
3.1.4. El derecho a la efectividad de la tutela judicial (derecho a la
ejecución): Finalmente, el contenido del derecho a la tutela judicial efectiva se
complementa con el derecho que se tiene a que la resolución que pone fin al
proceso pueda ser operativizada en la realidad. De nada serviría permitir el
acceso al proceso y lograr la obtención de una resolución que le ponga fin de
forma favorable, si es que el pronunciamiento judicial queda sólo en eso, un
pronunciamiento, y no puede conseguir virtualidad en la vida social. Como
señala San Martín Castro, “las resoluciones judiciales firmes no son meras
declaraciones de intenciones, sino que es necesario que se ejecuten
obligatoriamente, inclusive de modo coactivo en los casos en que
voluntariamente no se cumpla el pronunciamiento contenido en ella”. En
nuestros sistemas jurídicos son comunes las situaciones de no realización de
los fines del derecho penal. Un aspecto sensible de este problema es el relativo
a la reparación civil o el control de las reglas de conducta en los supuestos de
condena condicional.
3.2. Derecho al debido proceso penal: En un primer acercamiento, su
naturaleza resultaría de lo más amplia, pues su finalidad se refleja en la
función de síntesis de las garantías destinadas a concretar la legitimidad
procesal. En efecto, según un sector de la doctrina, a través del debido proceso
se precipitan todas las garantías, derechos fundamentales y libertades públicas
de las que es titular la persona. Esta garantía constitucional abarca los
siguientes aspectos:
3.2.1. Interdicción de la persecución múltiple (principio de ne bis in
idem) Esta garantía comporta la imposibilidad de que una persona sea
perseguida dos veces o más en razón de una misma imputación criminal. En
contra del entendimiento que tradicionalmente se ha dado al ne bis in idem,
equiparándolo con el principio de la cosa juzgada (ne bes in idem material), el
contenido de esta garantía ha demostrado poseer mayor amplitud, pues no sólo
comporta la prohibición de una persecución subsiguiente, es decir, cuando la
imputación ya ha sido materia de un pronunciamiento final del órgano
jurisdiccional correspondiente, sino que también se encuentra referido a la
prohibición de una persecución paralela, es decir, que la persona sea
perseguida al mismo tiempo en dos procesos diferentes (ne bes in idem
procesal). La garantía del ne bis in idem, como inadmisibilidad de persecución
penal múltiple se asienta sobre tres requisitos concurrentes. En primer lugar,
opera cuando la persecución penal se dirige contra la misma persona en la que
ya ha recaído un pronunciamiento final o que viene siendo perseguida. Para
este supuesto no importa la calificación jurídica que se haya realizado de la
participación en el hecho del sujeto perseguido, si concurrió como autor,
cómplice o instigador, sino solamente que se trate de la misma persona
(eadem personae). En segundo lugar, se necesita que se trate del mismo hecho
punible (eadem res). Este requisito no hace referencia alguna a la calificación
jurídica que haya tenido la conducta, sino al hecho fáctico por el cual se ha
procesado o se viene procesando. Así, por ejemplo, no importará que el hecho
haya sido calificado en un primer proceso, en el que se absolvió al imputado,
como delito de homicidio y posteriormente se pretenda procesar, nuevamente,
por el mismo supuesto fáctico pero calificándolo jurídicamente como
asesinato. En este extremo, es necesario dejar debidamente sentado que,
conforme señala generalmente la doctrina, para que opere la garantía del ne
bis in idem no es necesaria una identidad absoluta en los supuestos de hecho,
sino que sólo se debe mantener la estructura básica de la hipótesis fáctica. Es
decir, que en términos generales el hecho sea el mismo. Caso contrario, sería
muy fácil burlar esta garantía mediante la inclusión de cualquier detalle o
circunstancia que ofreciera una pequeña variación en la hipótesis delictiva.
Finalmente, se debe exigir que se trate del mismo motivo de persecución
(eadem causa petendi). Esto significa que el ne bis in idem sólo funciona en
sede penal en los casos en que ambos procesos tengan por norte la aplicación
de una sanción. Así, no funcionaría la garantía en comento en los casos en que
el otro proceso careciera de connotaciones sancionadoras; por ejemplo, si se
tratara de un proceso civil en el que se pide la reparación del daño causado por
el delito. Esta garantía ha merecido pronunciamientos expresos por el Tribunal
Constitucional (TC) peruano, en los que se la identifica como parte del
derecho al debido proceso penal y se reconoce su doble perspectiva: material y
procesal.
3.2.2. Derecho a un proceso sin dilaciones indebidas Para que la
actividad jurisdiccional alcance sus objetivos de justicia es necesario que el
proceso se tramite con celeridad. Aunque es una garantía aplicable a cualquier
tipo de proceso, esta exigencia se acentúa de gran manera en sede penal, en
razón del reconocimiento que tiene la persona de liberarse cuanto antes del
estado de sospecha que pesa sobre sus hombros y de las restricciones de
derechos que el proceso criminal indefectiblemente comporta. Como su
denominación lo indica, este derecho garantiza que el proceso penal se lleve
adelante y finalice sin que existan dilaciones indebidas en su tramitación. Sin
embargo, más allá, como bien lo ha señalado el Tribunal Supremo Federal
Norteamericano, quizá la nota más importante que caracteriza a esta garantía
(speedy trial) es que se trata de un concepto más vago que los que definen
otros derechos procesales, de modo que es imposible determinar de manera
general y con absoluta precisión cuándo ha sido violado. Así, no toda dilación
o retraso en la tramitación del proceso puede identificarse como una
infracción de la garantía en comento, sino que las dilaciones indebidas han
sido entendidas como supuestos extremos de funcionamiento anormal de la
administración de justicia, con una irregularidad irrazonable en la duración
mayor de lo previsible o lo tolerable, y además imputable a la negligencia o
inactividad de los órganos encargados de la administración de justicia. En este
marco, la evaluación sobre la existencia de un proceso con dilaciones
indebidas debe realizarse caso por caso, mediante la aplicación a las
circunstancias de cada supuesto de un grupo de factores objetivos y subjetivos
que sean congruentes con su enunciado genérico; no se puede limitar a una
simple constatación del incumplimiento de los plazos, pues incluso reclama su
funcionalidad para los casos en que no se ha previsto un plazo específico. La
evaluación de la existencia de dilaciones indebidas ha de ser integrada en cada
caso concreto mediante el examen de la naturaleza del objeto procesal, de la
actividad del órgano judicial y del propio comportamiento del recurrente. Así,
se deben analizar la complejidad del litigio, los márgenes ordinarios de
duración de otros litigios del mismo tipo, el interés en juego del
presuntamente perjudicado, su conducta procesal y, finalmente, la conducta de
las autoridades y la consideración de los medios disponibles. En cuanto a la
consecuencia de la violación de esta garantía, puede considerarse en el plano
dogmático una atenuación de la pena debido a una disminución del
merecimiento de pena, bien se explique ésta de la prevención general
integradora o conforme a la prevención general negativa.
3.2.3. Derecho a un juez imparcial Dado el carácter fundamental de esta
garantía para los sistemas procesales, ha sido denominada como el principio
supremo del proceso. Nos encontramos ante la exigencia mediante la cual se
persigue que el funcionario encargado de la resolución jurídica del conflicto
criminal no posea algún interés particular, más allá de la correcta aplicación
de las normas del derecho penal. En verdad, nos encontramos frente a una de
las garantías más importantes de cualquier tipo de proceso, pues el primero de
los requisitos estructurales que ha de cumplir necesariamente cualquier juez o
tribunal, para poder ser considerado como tal, es el carácter o condición de
tercero ajeno al conflicto que ante él planteen las partes procesales al
demandar su solución. La actividad judicial es, ante todo, una actuación
desinteresada, y puede afirmarse que la legitimación judicial se encuentra
antitéticamente opuesta a la de las partes: en tanto que la legitimación de éstas
se determina por la titularidad de un derecho o la existencia de un interés en el
proceso, la del juez proviene precisamente de esa ausencia de interés con el
objeto procesal. La imparcialidad impone la rigurosa aplicación del principio
de la identidad: el juez es juez, nada más que juez. Y entre el juez y las partes
resulta aplicable el principio del tercio excluido: o bien es parte, o bien es
juez; no hay posibilidad intermedia. Así, en tanto garantía, el derecho a un
juez imparcial se debe configurar para operar antes de que se haya producido
la parcialización efectiva del juzgador, para actuar frente a los casos en que
existe el peligro de que dicha parcialización se verifique. Es en este sentido
que se debe asegurar el apartamiento del conocimiento del proceso del
juzgador sobre el que existe sospecha de parcialidad, para lo que el legislador
debeproveer y regular las instituciones jurídicas de la abstención (inhibición) y
la recusación. Dentro de esta garantía, se encuentra el derecho al juez natural o
predeterminado por ley, en virtud del cual el juez penal será competente para
conocer de un proceso penal siempre y cuando su competencia haya sido
previamente determinada por ley. Pero ¿en qué momento debe
predeterminarse la competencia del Juez?, ¿antes del proceso penal? o ¿en el
momento de la comisión del delito? Para el TC peruano, la imparcialidad del
juez penal queda absolutamente definida si es investido de competencia antes
del inicio del proceso penal. Así, el máximo Tribunal ha ratificado la
exigencia de que la jurisdicción y competencia del juez sean predeterminadas
por la ley, lo que implica la predeterminación (y no sólo la determinación) del
órgano judicial y su competencia. Desde esta última perspectiva, la asignación
de competencia judicial necesariamente debe haberse establecido con
anterioridad al inicio del proceso, lo que garantiza que nadie pueda ser
juzgado por un juez ex post facto o por un juez ad hoc.
3.2.4. Prohibición de compeler a declarar o a reconocer la culpabilidad
La garantía de no autoincriminación o nemo tenetur11 está prevista en el
artículo 8.2.g de la CADH. Nos encontramos frente al derecho que tiene la
persona para decidir libremente si declarará o no cuando viene siendo objeto
de una persecución penal, así como respecto de cuál habrá de ser el contenido
de su declaración. Los funcionarios encargados de la persecución penal no
están legitimados para compeler al individuo a declarar y, mucho menos, a
declarar de una determinada manera. Esta garantía tiene por finalidad desterrar
aquellas concepciones inquisitivas que buscaban afanosamente lograr la
confesión del imputado, incluso en desmedro de su dignidad como persona
humana. Entre las consecuencias más importantes de este derecho se
encuentra el que de ninguna manera se puede obligar, ni inducir siquiera, al
imputado a reconocer su culpabilidad, pero también se contiene el derecho a
que de la negativa a declarar, del silencio del imputado frente a preguntas
concretas o, incluso, frente a su mentira, no se puedan extraer conclusiones de
culpabilidad.12 La prohibición de compeler a declarar o reconocer la
culpabilidad y sus consecuencias no sólo surte efectos en sede judicial (en
todas sus etapas), sino también en cualquiera de los estadios por los que pasa
la persecución penal; así, puede ser reclamada tanto ante la Policía como
frente al Ministerio Público, e incluso en los supuestos en los que sea
necesario el antejuicio constitucional para que la acción penal setenga por
expedita, es decir, para la persecución de los altos funcionarios del Estado
protegidos por este mecanismo. La eficacia de esta garantía, correctamente
entendida, no sólo se debe limitar a las declaraciones de los imputados; se
extiende a los testigos, quienes, pese a tener el deber procesal de declarar la
verdad, se encuentran amparados por esta garantía en tanto se trate de
declaraciones que no versen exclusivamente sobre la responsabilidad penal de
terceros, sino que, de alguna manera, expresen la probabilidad de
responsabilidad penal propia.
3.3 Derecho a la presunción de inocencia Mediante esta garantía se
reconoce el derecho de la persona que viene siendo sujeto de una persecución
criminal de ser considerado y tratado como inocente por el ordenamiento
jurídico en su conjunto hasta que no exista un pronunciamiento judicial firme
en el sentido de que el sujeto ha realizado un comportamiento delictivo. Ya de
inicio debe advertirse que el derecho a la presunción de inocencia no sólo es
una garantía que impone la consideración del imputado como inocente, sino
que su efecto más importante radica en que exige que la persona que viene
afrontando un procedimiento criminal sea tratada, en los diversos sectores del
ordenamiento jurídico y la vida social, como una persona de la que aun no se
ha comprobado responsabilidad penal alguna. En cuanto a la consideración
como inocente, uno de los sectores más importantes en los que debe actuar
esta garantía se encuentra en la información que se debe proporcionar sobre el
estado del imputado en el proceso, tanto por los sujetos procesales, los poderes
públicos en general, como, especialmente, por los agentes de los medios de
comunicación. Rige en consecuencia una regla general de “no resonancia de
los actos investigatorios”. Se sabe que el proceso penal por sí mismo —
independientemente de su finalización con una sentencia condenatoria o
absolutoria— comporta un grave perjuicio para el honor del imputado, por sus
efectos estigmatizadores. Pues bien, uno de los factores determinantes para
acrecentar este procesados más de aquello que se puede justificar según lo
actuado en cada momento procesal de que se trate. En lo que al tratamiento
como inocente se refiere, cobran singular importancia sus implicaciones para
la configuración de las medidas coercitivas, fundamentalmente en lo que
respecta al mandato de detención. El principio de inocencia exige que la
detención tenga una aplicación excepcional, de ultima ratio, toda vez que se
trata de un medio de coerción procesal de contenido idéntico a la más clásica
de las sanciones criminales, la pena privativa de libertad. Por tanto, las
medidas de coerción no persiguen que al imputado se le pueda anticipar una
pena durante el procedimiento, sino que la limitación procesal de los derechos
fundamentales tiene como fundamento legítimo asegurar la realización del
proceso de conocimiento —averiguación de la verdad— para actuar la ley
sustantiva o para asegurar la ejecución efectiva de la sentencia. fenómeno lo
constituyen los medios de comunicación, en su costumbre por difundir
fotografías, filmaciones, audios y no pocas veces adelantarse a las sentencias
con calificaciones de “hampones”, “criminales”, “ladrones”, “violadores”,
etcétera, informaciones que se difunden, muchas veces, sin que en el caso se
haya expedido sentencia. Es necesaria, entonces, la actuación de esta garantía
en el contexto del ejercicio del derecho constitucional a la información, para
impedir que en los medios de comunicación se diga de la culpabilidad de los
3.4 Derecho a la defensa Se entiende por derecho de defensa a la
garantía constitucional que le asiste a toda persona que posea un interés
directo en la resolución jurídica del proceso penal para poder comparecer ante
los órganos de persecución pertinentes, a lo largo de todo el proceso, a fin de
poder resguardar con eficacia sus intereses en juego. En esta perspectiva
amplia, todos los sujetos participantes del proceso penal, sean imputados o no,
poseen una garantía constitucional de defensa. Es necesario advertir, sin
embargo, que el Ministerio Público no posee un derecho a la defensa, sino un
conjunto de facultades o armas para cumplir con su función persecutoria. No
obstante lo señalado, es respecto de la persona perseguida que el derecho
constitucional a la defensa presenta su mayor capacidad de rendimiento e
importancia, pues si bien los distintos sujetos procesales se enfrentan entre sí,
con sus propios medios, el imputado se enfrenta al Estado y a toda su
maquinaria de persecución. Es por esta razón que en la doctrina se ha
privilegiado la explicación del derecho a la defensa en sede penal, desde la
perspectiva del imputado. Se debe precisar que para el funcionamiento de esta
garantía no es necesario, siquiera, que se haya instaurado un proceso penal
formal, es decir, que se haya dictado un auto de apertura de instrucción;
funciona ya con la mera imputación de la comisión de un ilícito criminal por
alguna de las autoridades encargadas de la persecución penal. Como refiere
San Martín Castro, “El derecho de defensa de toda persona nace, según el
texto constitucional, desde que es citada o detenida por la autoridad. Ello
significa que surge con la mera determinación del imputado: no hace falta que
exista una decisión nominal o formal al respecto, basta que, de uno u otro
modo, se le vincule con la comisión de un delito”.15 En síntesis, el derecho de
defensa ampara al imputado desde el momento de la primera presunción
(material) policial de su participación en el evento criminal hasta la definitiva
resolución jurídica del conflicto criminal. En este sentido, lo acompaña tanto
en sede de investigación preliminar policial, como en los momentos que le
corresponden al Ministerio Público, el juez especializado en lo penal y las
salas penales (Superior y Suprema) que intervengan en el caso.
Las garantías procesales específicas
4.1. Principios referidos a la relación entre el juez y las pruebas
(inmediación y mediación) Como lógica consecuencia de la vigencia del
principio de oralidad, surge en la fase probatoria el principio de inmediación.
Según este principio, la actividad probatoria ha de transcurrir ante la presencia
o intervención del órgano jurisdiccional encargado de pronunciar la sentencia.
Un procedimiento está presidido por el principio de inmediación cuando el
juez o el tribunal está obligado a formar su íntima convicción y a fundamentar
su sentencia exclusivamente con el resultado probatorio que ha podido
formarse bajo su directa intervención en el juicio oral. La vigencia del
principio de inmediación obliga a que la sentencia sea dictada también con
inmediatez temporal, porque, de otro modo, los resultados favorables de
aquélla, tales como las impresiones y recuerdos, se borran o desaparecen de la
memoria de los miembros del Tribunal, y ello haría necesaria la declaración
de nulidad y consiguiente repetición del juicio oral.
4.2. Principio referente al conocimiento de los actos procesales
(publicidad y secreto) El principio de publicidad del proceso penal fue una
conquista del pensamiento liberal. Frente al procedimiento escrito o justicia de
gabinete del Antiguo Régimen, el movimiento liberal opuso la publicidad del
proceso como seguridad de los ciudadanos contra la arbitrariedad judicial y
política (injerencia del Ejecutivo en la administración de justicia). También
este principio de publicidad aporta como medio para el fortalecimiento de la
confianza ciudadana en sus jueces, y a la seguridad jurídica. Por proceso
público cabe entender aquel procedimiento en que la ejecución o práctica de la
prueba se realiza mediante la posibilidad de asistencia física, no sólo de las
partes, sino de la sociedad en general. El procedimiento es público cuando con
anterioridad al inicio de las actuaciones del juicio oral el tribunal dispone la
audiencia pública; es secreto cuando transcurre a puerta cerrada. Este
principio se encuentra fuertemente afectado en el proceso penal sumario, pues,
al resolverse en una sola etapa, en el Perú llamada de instrucción, la
publicidad de la actuación probatoria queda excluida totalmente, lo que genera
alta probabilidad de justicia de gabinete.
4.3. Principios referidos a la marcha de los actos procesales (celeridad)
El denominado principio de aceleración o de celeridad del procedimiento es
otro de los principios que conforman la sucesión temporal de los actos
procesales. Presenta, en la actualidad tres importantes manifestaciones: a)
desde el punto de vista de la legalidad ordinaria, la celeridad ha de obtenerse
mediante la adecuada combinación de los principios de preclusión,
eventualidad y concentración del procedimiento; b) desde la legislación
constitucional, es un auténtico derecho fundamental el que todo ciudadano
tiene “a un proceso sin dilaciones indebidas”, y c) desde la política legislativa,
al haberse convertido el principio de celeridad, junto con el de eficacia, en uno
de los postulados de la justicia social contemporánea, ha de informar las
sucesivas reformas legislativas. Desde una perspectiva constitucional, el
principio de celeridad se manifiesta también como un auténtico derecho
fundamental, que a todo ciudadano asiste, a un proceso “sin dilaciones
indebidas o a que su causa [sea] vista dentro de un plazo razonable” (artículo
6.1.o del Convenio Europeo de Derechos Humanos). Se trata de un derecho
subjetivo constitucional, que asiste a todos los sujetos que hayan sido parte en
un procedimiento penal, de carácter autónomo, aunque instrumental del
derecho a la tutela, y que se dirige a los órganos del Poder Judicial (aun
cuando en su ejercicio han de estar comprometidos todos los demás poderes
del Estado), creando en ellos la obligación de actuar en un plazo razonable el
ius puniendi o de reconocer y, en su caso, restablecer inmediatamente el
derecho a la libertad.
5. Garantías procesales de la víctima Como señala Cafferata Nores, la
víctima comparte con el imputado tres garantías judiciales comunes: 1) la
igualdad ante los tribunales, 2) la defensa en juicio y el acceso a la justicia, y
3) la imparcialidad de los jueces.17 Pero a la víctima compete además un
sólido lugar en el proceso penal. El artículo 25 de la CADH establece la
obligación del Estado de dispensar una debida protección judicial a sus
ciudadanos cuando alguno de sus derechos, constitucional o
convencionalmente reconocidos, ha sido vulnerado. Más concretamente, la
CIDH ha establecido que la vulneración de derechos por particulares o
funcionarios públicos, derivados de delitos, obliga a los Estados a perseguir y
sancionar a los responsables. Y ello comprende por un lado la necesidad de
identificar a los responsables, imponerles las sanciones pertinentes y asegurar
a la víctima una adecuada reparación;18 pero además implica que la
investigación emprendida sea efectiva, que persiga verdaderamente la sanción
de los culpables y, además, que “toda esa actividad del gobierno culmine con
la reparación a la parte lesionada”.
ANTECEDENTES INTERNACIONALES DE LAS
GARANTIAS DE AUDIENCIA Y DE LEGALIDAD.
“FORMALIDADES ESENCIALES DEL PROCEDIMIENTO. SON
LAS QUE GARANTIZAN UNA ADECUADA Y OPORTUNA DEFENSA
PREVIA AL ACTO PRIVATIVO”. La garantía de audiencia establecida por
el artículo 14 constitucional consiste en otorgar al gobernado la oportunidad
de defensa previamente al acto privativo de la vida, libertad, propiedad,
posesiones o derechos, y su debido respeto impone a las autoridades, entre
otras obligaciones, la de que en el juicio que se siga "se cumplan las
formalidades esenciales del procedimiento". Estas son las que resultan
necesarias para garantizar la defensa adecuada antes del acto de privación y
que, de manera genérica, se traducen en los siguientes requisitos: 1) La
notificación del inicio del procedimiento y sus consecuencias; 2) La
oportunidad de ofrecer y desahogar las pruebas en que se finque la defensa; 3)
La oportunidad de alegar; y 4) El dictado de una resolución que dirima las
cuestiones debatidas. De no respetarse estos requisitos, se dejaría de cumplir
con el fin de la garantía de audiencia, que es evitar la indefensión del
afectado”.
ANTECEDENTES EN MEXICO DE LOS ARTICULOS 14 Y
16 CONSTITUCIONALES.
El primer antecedente que se tiene del artículo 14, se encuentra en la
Constitución de Apatzingán, sancionada el 22 de octubre de 1814, ésta su
artículo 28 planteó el primer respaldo legal al mexicano, en cuanto a la
aplicación de las leyes: "son tiránicos y arbitrarios los actos ejercidos contra
un ciudadano sin las formalidades de la ley". Además, el artículo 31 otorgaba
al ciudadano la facultad de ser escuchado antes de proceder legalmente contra
él. En el primer documento constitucional del México independiente, el Acta
Constitutiva, firmada el 31 de enero de 1824, quedó prohibido ejercer juicios
por comisión especial o hacer uso de leyes retroactivas (artículo 19). Dicho
precepto se repitió en la Constitución de 1824, dentro del artículo 148.
Ya en los debates propios del Congreso Constituyente de 1856-1857, se
pusieron a discusión estos artículos, mismos que se convertirían en el artículo
14 de la Constitución de 1857.
Derecho al trabajo.
Derecho a la capacitación.
Derecho a la educación.
Derecho al Deporte.
Derecho al uso de los instrumentos necesarios para el desarrollo de
actividades productivas y educativas.
4.- Los que garantizan la vinculación social del interno, tales como:
Recibir visitantes.
Procedimientos de admisión y revisión de los visitantes.
La visita familiar.
La visita intima.
Derecho a la recreación.
Derecho a practicar la propia religión.
Derecho a la comunicación con el exterior.
5.- Los que garantizan el mantenimiento del orden y la aplicación de
sanciones son los siguientes:
La vigilancia cotidiana a los internos.
El pase de lista de internos.
Revisiones de la persona y de las posesiones de los internos.
Condiciones para la aplicación de sanciones dentro de la prisión.
Procedimiento disciplinario.
El aislamiento temporal como sanción administrativa.
6.- Los de grupos especiales dentro de instituciones penitenciarias que son de:
Grupos indígenas.
Adultos mayores.
Jóvenes.
Enfermos psiquiátricos.
Portadores del Virus de Inmunodeficiencia Humana.
Consumidores de drogas.
De capacidad diferente.
3. Defensa adecuada:
CONCLUSIÓN
Como estuvimos viendo durante las clases es de suma importancia el poder tener
conocimiento de estos temas y poder conocerlos a fondo, para poder entender un
poco el fondo la materia que nos compete que es la de Derechos Humanos y
garantías Individuales, y todo lo que conlleva, hemos estado estudiando a fondo
las layes que rigen los DERECHOS HUMANOS, GARANTÍAS INDIVIDUALES Y
DERECHO A LA INFORMACIÓN, y como sabemos que los estos temas son de suma
importancia, ya que nos ayudan a comprender mejor nuestros derechos y
garantías. GRACIAS