Inquisición: Índice

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La 

Inquisición española o Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue una


institución fundada en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en
sus reinos. La Inquisición española tiene precedentes en instituciones similares existentes
en Europa desde el siglo XII (véase el artículo Inquisición), especialmente en la fundada
en Francia en el año 1184. La Inquisición española estaba bajo el control directo de la
monarquía. Su abolición fue aprobada en las Cortes de Cádiz en 1812 por mayoría
absoluta, pero no se abolió definitivamente hasta el 15 de julio de 1834, durante
la Regencia de María Cristina de Borbón, encuadrada en el inicio del reinado de Isabel II.
La Inquisición, como tribunal eclesiástico, solo tenía competencia sobre
cristianos bautizados. Durante la mayor parte de su historia, sin embargo, al no
existir libertad de culto ni en España ni en sus territorios dependientes, su jurisdicción se
extendió a la práctica totalidad de los súbditos del rey de España.

Índice

 1Orígenes
o 1.1Precedentes
o 1.2Contexto
o 1.3Causas
o 1.4Creación
 2La actividad de la Inquisición
o 2.1La expulsión de los judíos y la persecución de los judeoconversos
o 2.2Represión del protestantismo en España
o 2.3La censura
o 2.4La Inquisición y los moriscos
o 2.5Supersticiones y brujería
o 2.6Otros delitos graves
 3Organización
o 3.1Consejo de la Suprema y General Inquisición
o 3.2Composición de los tribunales
 4El proceso
o 4.1Delación anónima
o 4.2Detención sin acusación
o 4.3Instrucción secreta e indefensión del acusado
o 4.4Tortura
o 4.5Veredicto
o 4.6Apelación
o 4.7Auto de fe
o 4.8Relajación
 5Fin de la Inquisición
o 5.1La Inquisición en el siglo XVIII
o 5.2Abolición
 6Número de víctimas
 7Leyenda negra de la Inquisición
 8La Inquisición española en las artes
o 8.1Pintura
o 8.2Literatura
o 8.3Cine
 9Véase también
 10Notas
 11Referencias
 12Bibliografía
 13Enlaces externos

Orígenes[editar]
Artículo principal: Orígenes de la Inquisición española

Precedentes[editar]
Artículo principal: Inquisición pontificia

La institución inquisitorial no es una creación española. La primera inquisición,


la episcopal, fue creada por medio de la bula papal Ad abolendam, promulgada a finales
del siglo XII por el papa Lucio III como un instrumento para combatir la herejía albigense en
el sur de Francia. Cincuenta años después, en 1231-1233, el papa Gregorio IX creó
mediante la bula Excommunicamus la inquisición pontificia que se estableció en varios
reinos cristianos europeos durante la Edad Media. En cuanto a los reinos cristianos de la
península ibérica, la inquisición pontificia solo se instauró en la Corona de Aragón, donde
los dominicos catalanes Raimundo de Peñafort y Nicholas Eymerich fueron destacados
miembros de la misma. Con el tiempo, su importancia se fue diluyendo, y a mediados del
siglo XV era una institución casi olvidada, aunque legalmente vigente.
En la Corona de Castilla la represión de la herejía corrió a cargo de los príncipes seculares
basándose en una legislación también secular aunque reproducía en gran medida los
estatutos de la inquisición pontificia. En Las Partidas se admitió «la persecución de los
herejes, pero conducirlos, ante todo, a la abjuración; sólo en caso de que persistieran en
sus creencias podían ser entregados al verdugo. Los condenados perdían sus bienes y
eran desposeídos de toda dignidad y cargo público». En el reinado de Fernando III de
Castilla fue cuando se impusieron las penas más duras a los herejes. El propio rey ordenó
marcarlos con hierros al rojo vivo, y una crónica habla de que «enforcó muchos home e
coció en calderas».1

Contexto[editar]

Pedro Berruguete: Santo Domingo presidiendo un  auto de fe (1475). Las representaciones artísticas
normalmente muestran tortura y la quema en la hoguera durante el auto de fe.
Gran parte de la península ibérica había sido dominada por los árabes, y las regiones del
sur, particularmente los territorios del antiguo Reino nazarí de Granada, tenían una gran
población musulmana. Hasta 1492, Granada permaneció bajo dominio árabe. Las grandes
ciudades, en especial Sevilla y Valladolid, en Castilla, y Barcelona en la Corona de Aragón,
tuvieron grandes poblaciones de judíos, que habitaban en las llamadas «juderías».
Durante la Edad Media, se había producido una coexistencia relativamente pacífica —
aunque no exenta de incidentes— entre cristianos, judíos y musulmanes, en los reinos
peninsulares. Había una larga tradición de servicio a la Corona de Aragón por parte de
judíos. El padre de Fernando, Juan II de Aragón, nombró a Abiathar Crescas,
judío, astrónomo de la corte. Los judíos ocupaban muchos puestos importantes, tanto
religiosos como políticos. Castilla incluso tenía un rabino no oficial, un judío practicante.
No obstante, a finales del siglo XIV hubo en algunos lugares de España una ola de
violencia antijudía, alentada por la predicación de Ferrán Martínez, arcediano de Écija.
Fueron especialmente cruentos los pogromos de junio de 1391: en Sevilla fueron
asesinados cientos de judíos, y se destruyó por completo la aljama,2 y en otras ciudades,
como Córdoba, Valencia o Barcelona, las víctimas fueron igualmente muy elevadas.a
Una de las consecuencias de estos disturbios fue la conversión masiva de judíos. Antes de
esta fecha, los conversos eran escasos y apenas tenían relevancia social. Desde el
siglo XV puede hablarse de los judeoconversos, también llamados «cristianos nuevos»,
como un nuevo grupo social, visto con recelo tanto por judíos como por cristianos.
Convirtiéndose, los judíos no solamente escapaban a eventuales persecuciones, sino que
lograban acceder a numerosos oficios y puestos que les estaban siendo prohibidos por
normas de nuevo cuño, que aplicaban severas restricciones a los judíos. Fueron muchos
los conversos que alcanzaron una importante posición en los reinos hispanos del siglo XV.
Conversos eran, entre muchos otros, los médicos Andrés Laguna y Francisco López
Villalobos (médicos de la corte de Fernando el Católico); los escritores Juan del
Enzina, Juan de Mena, Diego de Valera y Alfonso de Palencia y los banqueros Luis de
Santángel y Gabriel Sánchez, que financiaron el viaje de Cristóbal Colón. Los conversos
—no sin oposición— llegaron a escalar también puestos relevantes en la jerarquía
eclesiástica, convirtiéndose a veces en severos detractores del judaísmo.b Incluso algunos
fueron ennoblecidos, y en el siglo XVI varios opúsculos pretendían demostrar que casi
todos los nobles de España tenían ascendencia judía.c La revuelta de Pedro
Sarmiento (Toledo, 1449) tuvo como principal elemento movilizador el recelo de los
cristianos viejos hacia los cristianos nuevos, sustanciado en los estatutos de limpieza de
sangre que se extendieron por multitud de instituciones, prohibiéndoles su acceso.

Causas[editar]
No hay unanimidad acerca de los motivos por los que los Reyes Católicos decidieron
introducir en España la maquinaria inquisitorial. Los investigadores han planteado varias
posibles razones:

 El establecimiento de la unidad religiosa. Puesto que el objetivo de los Reyes


Católicos era la creación de una maquinaria estatal eficiente, una de sus prioridades
era lograr la unidad religiosa. Además, la Inquisición permitía a la monarquía intervenir
activamente en asuntos religiosos, sin la intermediación del Papa.
 Debilitar la oposición política local a los Reyes Católicos. Ciertamente, muchos de los
que en la Corona de Aragón se resistieron a la implantación de la Inquisición lo
hicieron invocando los fueros propios.
 Acabar con la poderosa minoría judeoconversa. En el reino de Aragón fueron
procesados miembros de familias influyentes, como Santa Fe, Santángel, Caballería y
Sánchez. Esto se contradice, sin embargo, con el hecho de que el propio Fernando
continuase contando en su administración con numerosos conversos.
 Financiación económica. Puesto que una de las medidas que se tomaba con los
procesados era la confiscación de sus bienes, no puede descartarse esa posibilidad.
Creación[editar]

Cuadro Virgen de los Reyes Católicos en el que aparece arrodillado detrás del rey Fernando el
Católico, el inquisidor general Tomás de Torquemada, y arrodillado detrás de la reina el inquisidor
de Aragón Pedro de Arbués.

El dominico sevillano Alonso de Ojeda convenció a la reina Isabel I, durante su estancia en


Sevilla entre 1477 y 1478, de la existencia de prácticas judaizantes entre los conversos
andaluces. Un informe, remitido a solicitud de los soberanos por Pedro González de
Mendoza, arzobispo de Sevilla, y por el dominico Tomás de Torquemada, corroboró este
aserto. Para descubrir y acabar con los falsos conversos, los Reyes Católicos decidieron
que se introdujera la Inquisición en Castilla, y pidieron al Papa su consentimiento. El 1 de
noviembre de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula Exigit sinceras devotionis affectus,
por la que quedaba constituida la Inquisición para la Corona de Castilla, y según la cual el
nombramiento de los inquisidores era competencia exclusiva de los monarcas. Sin
embargo, los primeros inquisidores, Miguel de Morillo y Juan de San Martín, no fueron
nombrados hasta dos años después, el 27 de septiembre de 1480, en Medina del Campo.

El martirio de San Pedro de Arbués (1664), por Murillo (Museo del Hermitage, San Petersburgo).


Pintura acerca del asesinato del inquisidor Pedro Arbués, canonizado por ser considerada su muerte
como la de un mártir. En el siglo XVII la imagen del inquisidor era todavía para la gran mayoría de la
población un ejemplo de fe a seguir.

En un principio, la actividad de la Inquisición se limitó a las diócesis de Sevilla y Córdoba,


donde Alonso de Ojeda había detectado el foco de conversos judaizantes. El primer auto
de fe se celebró en Sevilla el 6 de febrero de 1481: fueron quemadas vivas seis personas.
El sermón lo pronunció el mismo Alonso de Ojeda de cuyos desvelos había nacido la
Inquisición. Desde entonces, la presencia de la Inquisición en la Corona de Castilla se
incrementó rápidamente; para 1492 existían tribunales en ocho ciudades
castellanas: Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del
Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid.
Establecer la nueva Inquisición en los territorios de la Corona de Aragón resultó más
problemático. En realidad, Fernando el Católico no recurrió a nuevos nombramientos, sino
que resucitó la antigua Inquisición pontificia, pero sometiéndola a su control directo. La
población de estos territorios se mostró reacia a las actuaciones de la Inquisición. Además,
las diferencias de Fernando con Sixto IV hicieron que este promulgase una nueva bula en
la que prohibía categóricamente que la Inquisición se extendiese a Aragón. En esta bula,
el Papa reprobaba sin ambages la labor del tribunal inquisitorial, afirmando que
muchos verdaderos y fieles cristianos, por culpa del testimonio de enemigos, rivales, esclavos y
otras personas bajas y aun menos apropiadas, sin pruebas de ninguna clase, han sido encerradas
en prisiones seculares, torturadas y condenadas como herejes relapsos, privadas de sus bienes y
propiedades, y entregadas al brazo secular para ser ejecutadas, con peligro de sus almas, dando un
ejemplo pernicioso y causando escándalo a muchos.
Citado en Kamen (2011, p. 53)

Sin embargo, las presiones del monarca aragonés hicieron que el Papa terminara
suspendiendo la bula, e incluso que promulgara otra, el 17 de octubre de 1483, nombrando
a Torquemada inquisidor general de Aragón, Valencia y Cataluña. Con ello, la Inquisición
se convertía en la única institución con autoridad en todos los reinos de la monarquía
hispánica, y en un útil mecanismo para servir en todos ellos a los intereses de la corona.
No obstante, las ciudades de Aragón continuaron resistiéndose, e incluso hubo conatos de
sublevación, como en Teruel en 1484–1485. Sin embargo, el asesinato en Zaragoza del
inquisidor Pedro Arbués, el 15 de septiembre de 1485, hizo que la opinión pública diese un
vuelco en contra de los conversos y a favor de la Inquisición. En Aragón, los tribunales
inquisitoriales se cebaron especialmente con miembros de la poderosa minoría conversa,
acabando con su influencia en la administración aragonesa.

La actividad de la Inquisición[editar]
Henry Kamen divide la actividad de la Inquisición en cinco períodos. El primero, de 1480 a
1530, estuvo marcado por la intensa persecución de los judeconversos. El segundo, de
principios del siglo XVI, de relativa tranquilidad, fue seguido por un tercer periodo, entre
1560 y 1614, en el que vuelve a ser intensa la actividad del Santo Oficio centrada en
los protestantes y en los moriscos. El cuarto periodo ocuparía el resto del siglo XVII, en el
que la mayoría de las personas juzgadas son cristianos viejos y el quinto, el siglo XVIII, en
el que la herejía deja de ser el centro de atención del tribunal porque ya no constituye un
problema.3
En cuanto al primer periodo, de 1480 a 1530, de intensa actividad en la persecución de los
judeoconversos, las fuentes discrepan en cuanto al número de procesos y de ejecuciones
que tuvieron lugar en esos años. Henry Kamen arriesga una cifra aproximada, basada en
la documentación de los autos de fe, de 2000 personas ejecutadas.d

La expulsión de los judíos y la persecución de los


judeoconversos[editar]
Véase también: Judeoconverso (España)
Aunque los judíos que continuaban practicando su religión no fueron objeto de persecución
por parte del Santo Oficio, se recelaba de ellos porque se creía que incitaban a los
conversos a judaizar: en el proceso del Santo Niño de La Guardia, en 1491, fueron
condenados a la hoguera dos judíos y seis conversos por un supuesto crimen ritual de
carácter blasfemo.
El 31 de marzo de 1492, apenas tres meses después de la conquista del reino nazarí de
Granada, los Reyes Católicos promulgaron el Decreto de la Alhambra sobre expulsión de
los judíos de todos sus reinos. Se daba a los súbditos judíos de plazo hasta el 31 de julio
de ese mismo año para elegir entre aceptar el bautismo o abandonar definitivamente el
país, aunque les permitía llevarse todas sus propiedades, siempre que no fueran en oro,
plata o dinero. La razón dada para justificar esta medida en el preámbulo del edicto era la
«recaída» de muchos conversos debido a la proximidad de judíos no conversos que los
seducían y mantenían en ellos el conocimiento y la práctica del judaísmo.
Una delegación de judíos, encabezada por Isaac Abravanel, ofreció una alta
compensación económica a los Reyes a cambio de la revocación del edicto. Según se
cuenta, los Reyes rechazaron la oferta por presiones del inquisidor general, quien irrumpió
en la sala y arrojó treinta monedas de plata sobre la mesa, preguntando cuál sería esta
vez el precio por el que Jesús iba a ser vendido a los judíos. Al margen de la veracidad de
esta anécdota, sí parece que la idea de la expulsión procedió del entorno de la Inquisición.
La cifra de los judíos que salieron de España no se conoce, ni siquiera con aproximación.
Los historiadores de la época dan cifras elevadísimas (Juan de Mariana habla de 800 000
personas, e Isaac Abravanel de 300 000). Sin embargo, las estimaciones actuales reducen
significativamente esta cifra (Henry Kamen estima que, de una población aproximada de
80 000 judíos y más de 200 000 Conversos, aproximadamente —unos 40 000— optaron
por la emigración4). Los judíos españoles emigraron principalmente a Portugal (de donde
volverían a ser expulsados en 1497), al reino de Navarra (fueron expulsados en 1498)5 y
a Marruecos. Más adelante, los sefardíes, descendientes de los judíos de España,
establecerían florecientes comunidades en muchas ciudades de Europa, como
Ámsterdam, y el Norte de África, y, sobre todo, en el Imperio otomano.
Los que se quedaron engrosaron el grupo de conversos que eran el objetivo predilecto de
la Inquisición. Dado que todo judío que quedaba en los reinos de España había sido
bautizado, si continuaba practicando la religión judía, era susceptible de ser denunciado.
Puesto que en el lapso de tres meses se produjeron numerosísimas conversiones —unas
40 000, si se acepta la cifra de Kamen— puede suponerse con lógica que gran parte de
ellas no eran sinceras, sino que obedecían únicamente a la necesidad de evitar el decreto
de expulsión.
El período de más intensa persecución de los judeoconversos duró hasta 1530; desde
1531 hasta 1560, sin embargo, el porcentaje de casos de judeoconversos en los procesos
inquisitoriales bajó muy significativamente, hasta llegar a ser solo el 3 % del total. Hubo un
rebrote de las persecuciones cuando se descubrió un grupo de judaizantes, en 1588,
en Quintanar de la Orden, y en la última década del siglo XVI volvieron a aumentar las
denuncias. A comienzos del siglo XVII comienzan a retornar a España algunos
judeoconversos que se habían instalado en Portugal, huyendo de las persecuciones que la
Inquisición portuguesa, fundada en 1532, estaba realizando en el país vecino. Esto se
traduce en un rápido aumento de los procesos a judaizantes, de los que fueron víctimas
varios prestigiosos financieros. En 1691, en varios autos de fe, fueron quemados en
Mallorca 36 chuetas o judeoconversos mallorquines.
A lo largo del siglo XVIII se reduce significativamente el número de judeoconversos
acusados por la Inquisición. El último proceso a un judaizante fue el de Manuel Santiago
Vivar, que tuvo lugar en Córdoba en 1818.

Represión del protestantismo en España[editar]


Artículo principal: Reforma Protestante en España
La llegada en 1516 a España del nuevo rey Carlos I fue vista por los conversos como una
posibilidad de terminar con la Inquisición, o al menos de reducir su influencia. Sin
embargo, a pesar de las reiteradas peticiones de las Cortes de Castilla y de Aragón,e el
nuevo monarca mantuvo intacto el sistema inquisitorial.
Durante el siglo XIV, sin embargo, la mayoría de los procesos no tuvieron como objetivo a
los falsos conversos. La Inquisición se reveló un mecanismo eficaz para extinguir los
escasos brotes protestantes que aparecieron en España. Curiosamente, gran parte de
estos protestantes eran de origen judío.
El primer proceso relevante fue el que se siguió contra la secta mística conocida como los
«alumbrados» en Guadalajara y Valladolid. Los procesos fueron largos, y se resolvieron
con penas de prisión de diferente magnitud, sin que ninguno de los integrantes de estas
sectas fuese ejecutado. No obstante, el asunto de los «alumbrados» puso a la Inquisición
sobre la pista de numerosos intelectuales y religiosos que, interesados por las
ideas erasmistas, se habían desviado de la ortodoxia (lo cual es llamativo porque
tanto Carlos I como Felipe II fueron admiradores confesos de Erasmo de Róterdam). Este
fue el caso del humanista Juan de Valdés, que debió huir a Italia para escapar al proceso
que se había iniciado contra él, o del predicador Juan de Ávila, que pasó cerca de un año
en prisión.
Los principales procesos contra grupos luteranos propiamente dichos tuvieron lugar entre
1558 y 1562, a comienzos del reinado de Felipe II, contra dos comunidades protestantes
de las ciudades de Valladolid y Sevilla.f Estos procesos significaron una notable
intensificación de las actividades inquisitoriales. Se celebraron varios autos de fe
multitudinarios, algunos de ellos presididos por miembros de la realeza, en los que fueron
ejecutadas alrededor de un centenar de personas.g Después de 1562, aunque los
procesos continuaron, la represión fue mucho menor, y se calcula que solo una decena de
españoles fueron quemados vivos por luteranos hasta finales del XVI, aunque se siguió
proceso a unos doscientos.6 Con los autos de fe de mediados de siglo se había acabado
prácticamente con el protestantismo español, que fue, por otro lado, un fenómeno bastante
minoritario.

La censura[editar]
Artículo principal: Índice de libros prohibidos de la Inquisición española

Índice de libros prohibidos de la Inquisición española


Madrid, 1583

En el marco de la Contrarreforma, la Inquisición trabajó activamente para evitar la difusión


de ideas heréticas en España mediante la elaboración de sucesivos Index Librorum
Prohibitorum et Derogatorum: se publicaron índices en 1551, 1559, 1583 y luego, en el
siglo XVII, en 1612, 1632 y 1640. Estos índices eran listas de libros prohibidos por razones
de ortodoxia religiosa que ya eran comunes en Europa una década antes de que la
Inquisición publicara el primero de los suyos que era, en realidad, una reimpresión del
publicado en la Universidad de Lovaina en 1546, con un apéndice dedicado a los libros
españoles.7 Los índices incluían una enorme cantidad de libros de todo tipo, aunque
prestaban especial atención a las obras religiosas y, particularmente, a las
traducciones vernáculas de la Biblia.
Se incluyeron en el índice, en uno u otro momento, muchas de las grandes obras de la
literatura española.h También varios escritores religiosos, hoy considerados santos por
la Iglesia católica, vieron sus obras en el índice de libros prohibidos.i En principio, la
inclusión en el índice implicaba la prohibición total y absoluta del libro, so pena de herejía,
pero con el tiempo se adoptó una solución de compromiso, consistente en permitir las
ediciones expurgadas de algunos de los libros prohibidos.j A pesar de que en teoría las
restricciones que el Índice imponía para la difusión de la cultura en España eran enormes,
algunos autores, como Henry Kamen, opinan que un control tan estricto fue imposible en la
práctica y que existió mucha más libertad en este aspecto de lo que habitualmente se cree.
La cuestión es polémica. Uno de los casos más destacados —y más conocidos— en que
la Inquisición chocó frontalmente con la actividad literaria es el de Fray Luis de León,
destacado humanista y escritor religioso, de origen converso, que sufrió prisión durante
cuatro años (entre 1572 y 1576) por haber traducido el Cantar de los
Cantares directamente del hebreo. Es un hecho, no obstante, que la actividad inquisitorial
no impidió el florecimiento del llamado Siglo de Oro de la literatura española, a pesar de
que casi todos sus grandes autores tuvieron en alguna ocasión sus más y sus menos con
el Santo Oficio.k

La Inquisición y los moriscos[editar]


Artículo principal: Historia de los moriscos

La Inquisición no afectó en exclusiva a judeoconversos y protestantes. Hubo un tercer


colectivo que sufrió sus rigores, aunque en menor medida. Se trata de los moriscos, es
decir, los conversos provenientes del Islam. Los moriscos se concentraban sobre todo en
tres zonas: en el recién conquistado Reino nazarí de Granada, en el Reino de Aragón y en
el Reino de Valencia. Oficialmente, todos los musulmanes de la Corona de Castilla se
habían convertido al cristianismo en 1502; los de la Corona de Aragón, por su parte, fueron
obligados a convertirse por un decreto de Carlos I en 1526.
Muchos moriscos mantenían en secreto su religión; pese a ello, en las primeras décadas
del siglo XVI, época de intensa persecución de conversos de origen judío, apenas fueron
perseguidos por la Inquisición. Había varias razones para ello: en los reinos de Valencia y
de Aragón la gran mayoría de los moriscos estaban bajo jurisdicción de la nobleza, y
perseguirles hubiera supuesto ir frontalmente contra los intereses económicos de esta
poderosa clase social. En Granada, el problema principal era el miedo a la rebelión en una
zona particularmente vulnerable en una época en que los turcos señoreaban
el Mediterráneo. Por esta razón, con los moriscos se ensayó una política diferente, la
evangelización pacífica, que nunca fue seguida con los judeoconversos.
No obstante, en la segunda mitad del siglo, avanzado ya el reinado de Felipe II, las cosas
cambiaron. Entre 1568 y 1570 se produjo la rebelión de las Alpujarras, una sublevación
que fue reprimida con inusitada dureza. Además de las ejecuciones y deportaciones de
moriscos a otras zonas de la Corona de Castilla que tuvieron lugar entonces, la Inquisición
intensificó los procesos a moriscos, también en la Corona de Aragón. A partir de 1570, en
los tribunales de Zaragoza, Valencia y Granada los casos de moriscos eran con mucho los
más abundantes.l Sin embargo, no se les aplicó la misma dureza que a los judeoconversos
y los protestantes,8 y el número de penas capitales fue proporcionalmente menor.
La permanente tensión que causaba el numeroso colectivo de los moriscos hizo que se
buscase una solución radical y definitiva, y el 4 de abril de 1609, bajo el reinado de Felipe
III, se decretó la expulsión de los moriscos, que se realizó en varias etapas, hasta 1614, y
durante la cual pudieron salir de España cientos de miles de personas. Muchos de los
expulsados eran cristianos sinceros; todos estaban bautizados y eran oficialmente
cristianos. El número de moriscos que permaneció en la Península está sujeto a debate
académico, sobre todo desde la publicación de estudios como los de Trevor J. Dadson que
ha resaltado las altas tasas de retorno de los moriscos expulsados9y la resistencia hacia la
orden de expulsión, tanto por los mismos moriscos como por sus vecinos cristianos y
autoridades locales.10 Aun sin ser una comunidad de particular preocupación para la
Inquisición, durante el siglo XVII la Inquisición continuó las causas contra ellos, pero
tuvieron una importancia muy limitada: según Kamen, entre 1615 y 1700 los casos contra
moriscos constituyeron solo el 9 % de los juzgados por la Inquisición.11 La última causa
masiva contra moriscos tuvo lugar en Granada en 1727.12

Supersticiones y brujería[editar]
Artículo principal: Brujería en España

El apartado de supersticiones incluye los procesos relacionados con la brujería. La caza de


brujas en España tuvo una intensidad mucho menor que en otros países europeos
(especialmente Francia, Inglaterra y Alemania). Un caso destacado fue el proceso de
Logroño, en que se juzgó a las brujas de Zugarramurdi (Navarra). En el auto de fe que
tuvo lugar en Logroño los días 7 y 8 de noviembre de 1610 fueron quemadas seis
personas, y otras cinco en efigie (por haber muerto con anterioridad).m En general, sin
embargo, la Inquisición mantuvo una actitud escéptica hacia los casos de brujería,
considerando, a diferencia de los inquisidores medievales, que se trataba de una mera
superstición sin base alguna. Alonso de Salazar y Frías, que después del proceso de
Logroño llevó un edicto de gracia a varias localidades navarras, indicó en su informe a la
suprema que: «No hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y
escribir de ellos».13

Otros delitos graves[editar]


Aunque la Inquisición fue creada para evitar los avances de la herejía, se ocupó también
de una amplia variedad de delitos que solo indirectamente pueden relacionarse con la
heterodoxia religiosa. Sobre el total de 49 092 procesados en el período de 1560 a 1700
de los que hay registro en los archivos de la Suprema fueron juzgados los siguientes
delitos: judaizantes (5007); moriscos (11 311); luteranos (3499); alumbrados (149);
supersticiones (3750); proposiciones heréticas (14 319); bigamia (2790); solicitaciones
(1241); ofensas al Santo Oficio (3954); varios (2575).
Estos datos demuestran que no solo fueron perseguidos por la Inquisición los cristianos
nuevos (judeoconversos y moriscos) y los protestantes, sino que muchos cristianos viejos
sufrieron su actividad por diferentes motivos.
Bajo el rubro de «proposiciones heréticas» se incluían todos los delitos verbales, desde
la blasfemia hasta afirmaciones relacionadas con las creencias religiosas, la moral
sexual o el clero. Muchas personasn fueron procesadas por afirmar que la «simple
fornicación» (relación sexual entre solteros) no era pecado, o por poner en duda diferentes
aspectos de la fe cristiana, tales como la presencia real de Cristo en la Eucaristía o la
virginidad de María. También el propio clero era acusado en ocasiones de proposiciones
heréticas. Estos delitos no llevaban aparejadas generalmente penas demasiado graves.
La Inquisición era competente además en muchos delitos contra la moral, a veces en
abierto conflicto de competencias con los tribunales civiles. En particular, fueron muy
numerosos los procesos por bigamia, un delito relativamente frecuente en una sociedad en
la que no existía el divorcio. En el caso de los hombres, la pena solía ser de cinco años de
galeras. La bigamia era asimismo un delito frecuente entre las mujeres. También se
juzgaron numerosos casos de solicitación sexual durante la confesión, lo que indica que el
clero era estrechamente vigilado.
Mención aparte merece la represión inquisitorial de dos delitos sexuales que en la época
solían asociarse, por considerarse ambos, según el derecho canónico, contra naturam:
la homosexualidad y el bestialismo. La homosexualidad, o mejor dicho el coito
anal homosexual o heterosexual, denominado como «sodomía», era castigada con la
muerte por los tribunales civiles. Era competencia de la Inquisición solo en los territorios de
la Corona de Aragón, desde que en 1524 Clemente VII, en un breve papal, concediera a la
Inquisición aragonesa jurisdicción sobre la sodomía, estuviese o no relacionada con la
herejía. En Castilla no se juzgaban casos de sodomía, a no ser que tuvieran relación con
desviaciones heréticas. El tribunal de Zaragoza se distinguió por su severidad juzgando
este delito: entre 1571 y 1579 fueron juzgados en Zaragoza más de un centenar de
hombres acusados de sodomía, y al menos 36 fueron ejecutados; en total, entre 1570 y
1630 se dieron 534 procesos, y fueron ejecutadas 102 personas.14

Organización[editar]
A pesar de ser competente en asuntos religiosos, la Inquisición fue un instrumento al
servicio de la monarquía. En general, sin embargo, esto no significaba que fuese
absolutamente independiente de la autoridad papal, ya que para su actividad debía contar,
en varios aspectos, con la aprobación de Roma. Aunque el Inquisidor General, máximo
responsable del Santo Oficio, era designado por el rey, su nombramiento debía ser
aprobado por el Papa. El Inquisidor General era el único cargo público cuya competencia
alcanzaba a todos los reinos de España (incluyendo los virreinatos americanos), salvo un
breve período (1507–1518) en que existieron dos inquisidores generales, uno en la Corona
de Castilla, y otro en la de Aragón. Tanto fue así, que en ciertas ocasiones la corona
utilizaba a la Inquisición para detener a personas que habían sido condenadas en Castilla
y se encontraban en zonas protegidas por fueros.15
A lo largo de su existencia, se produjeron distintas fricciones entre Roma y los Reyes de
España por el control de la Inquisición. Sixto IV había promulgado una bula en 1478 por la
que daba a la corona española plenos poderes para el nombramiento y destitución de los
inquisidores, pero al enterarse de los abusos cometidos por estos en Sevilla, revocó la
bula en 1482, haciendo que los inquisidores se sometieran a los obispos de sus diócesis.
Ante la protesta elevada por Fernando el Católico, el Papa llegó a decir que
la inquisición lleva tiempo actuando no por celo de la fe y salvación de las almas, sino por la codicia
de la riqueza, y muchos verdaderos y fieles cristianos [...] han sido encerrados [...] torturados y
condenados como herejes relapsos, privados de sus bienes y propiedades, [...] dando un ejemplo
pernicioso y causando escándalo a muchos.16

Como respuesta a ello, el rey acusó al Papa de favorecer a los conversos, y se permitió
decirle esto:
Tenga cuidado [...] de no permitir que el asunto vaya más lejos, y de revocar toda concesión,
encomendándonos el cuidado de esta cuestión.17

Ante tanta resolución, Sixto IV se echó atrás y dejó en manos de la corona el control de la
Inquisición. En 1483 el Papa concedió a los conversos una bula que revocaba todos los
casos de apelación, que debían ser presentados ante Roma, pero once días más tarde la
suspendió, alegando que había sido engañado.
Otra cuestión conflictiva fue el caso de las cartas a Roma. Como la constitución del tribunal
permitía al acusado apelar a Roma, esto hicieron los conversos en numerosas ocasiones,
y como las respuestas fueran tan contradictorias a las sentencias, el Rey Católico acabó
por amenazar con muerte a quien apelara sin permiso real y otorgó a la Inquisición el
derecho a escuchar apelaciones. Así, la Santa Sede renunciaba a otra cuestión más en el
gobierno del tribunal. También tuvo que claudicar ante la presión ejercida por este para
que se pudiera procesar a Bartolomé de Carranza, aun siendo él obispo (los obispos eran
las únicas personas al margen del Santo oficio) y ser acusado injustamente.18

Consejo de la Suprema y General Inquisición[editar]


Artículo principal: Consejo de la Suprema Inquisición

El Inquisidor General presidía el Consejo de la Suprema y General Inquisición


(generalmente abreviado en «Consejo de la Suprema»), creado en 1488, formado por seis
miembros que eran nombrados directamente por el rey (el número de miembros de la
Suprema varió a lo largo de la historia de la Inquisición, pero nunca fue mayor de diez).
Con el tiempo, la autoridad de la Suprema fue creciendo, y debilitándose el poder del
Inquisidor General.
La Suprema se reunía todas las mañanas de los días no feriados, y además los martes,
jueves y sábados, dos horas por la tarde. En las sesiones matinales se trataban las
cuestiones de fe, mientras que por la tarde se reservaban a los casos de sodomía,
bigamia, hechicería, etc.19
Dependientes de la Suprema eran los diferentes tribunales de la Inquisición, que en sus
orígenes eran itinerantes, instalándose allí donde fuera necesario para combatir la herejía,
pero que más adelante tuvieron sedes fijas. En una primera etapa se establecieron
numerosos tribunales, pero a partir de 1495 se manifiesta una tendencia a la
concentración.

Auto de fe en la Plaza Mayor de Lima, Virreinato del Perú, siglo XVII.

En la Corona de Castilla se establecieron los siguientes tribunales permanentes de la


Inquisición:

 En 1482 en Sevilla y en Córdoba.


 En 1485 en Toledo y en Llerena.
 En 1488 en Valladolid y en Murcia.
 En 1489 en Cuenca.
 En 1505 en Las Palmas de Gran Canaria.
 En 1512 en Logroño.
 En 1526 en Granada.
 En 1574 en Santiago de Compostela.
Para la Corona de Aragón funcionaron solo cuatro
tribunales: Zaragoza y Valencia (1482), Barcelona (1484) y Mallorca (1488).20 Fernando el
Católico implantó la Inquisición Española también en Sicilia (1513), con sede en Palermo,o
y en Cerdeña. En América, en 1569 se crearon los tribunales de Lima y de México, y en
1610 el de Cartagena de Indias.
La máxima autoridad era el Inquisidor General.

Composición de los tribunales[editar]


Cada uno de los tribunales contaba al inicio con dos inquisidores, un «calificador», un
alguacil y un fiscal. Con el tiempo fueron añadiéndose nuevos cargos.
Los inquisidores eran preferentemente juristas, más que teólogos, e incluso en
1608 Felipe III estipuló que todos los inquisidores debían tener conocimientos en leyes.
Los inquisidores no solían permanecer mucho tiempo en el cargo: para el tribunal de
Valencia, por ejemplo, la media de permanencia en el cargo era de unos dos años.21 La
mayoría de los inquisidores pertenecían al clero secular (sacerdotes), y tenían formación
universitaria. Su sueldo era de 60 000 maravedíes a finales del siglo XV, y de 250 000
maravedíes a comienzos del .
Estructura de la Inquisición.

El procurador fiscal era el encargado de elaborar la acusación, investigando las


denuncias e interrogando a los testigos.
Los calificadores eran generalmente teólogos; a ellos competía determinar si en la
conducta del acusado existía delito contra la fe.
Los consultores eran juristas expertos que asesoraban al tribunal en cuestiones de la
casuística procesal.
El tribunal contaba además con tres secretarios: el notario de secuestros, quien
registraba las propiedades del reo en el momento de su detención; el notario del secreto,
quien anotaba las declaraciones del acusado y de los testigos; y el escribano general,
secretario del tribunal.
El alguacil era el brazo ejecutivo del tribunal: a él competía detener y encarcelar a los
acusados.
Otros funcionarios eran el nuncio, encargado de difundir los comunicados del tribunal, y
el alcaide, carcelero encargado de alimentar a los presos.
Además de los miembros del tribunal, existían dos figuras auxiliares que colaboraban en el
desempeño de la actividad inquisitorial: los familiares y los comisarios.
Los familiares eran colaboradores laicos del Santo Oficio, que debían estar
permanentemente al servicio de la Inquisición. Convertirse en familiar era considerado un
honor, ya que suponía un reconocimiento público de limpieza de sangre y llevaba además
aparejados ciertos privilegios. Aunque eran muchos los nobles que ostentaban el cargo, la
mayoría de los familiares eran de extracción social popular.
Los comisarios, por su parte, eran sacerdotes regulares que colaboraban ocasionalmente
con el Santo Oficio.
Uno de los aspectos más llamativos de la organización de la Inquisición es su forma de
financiación: carentes de un presupuesto propio, dependían exclusivamente de las
confiscaciones de los bienes de los reos. No resulta sorprendente, por tanto, que muchos
de los encausados fueran hombres ricos. Que la situación propiciaba abusos es evidente,
como se destaca en el memorial que un converso toledano dirigió a Carlos I:
Vuestra Majestad debe proveer ante todas cosas que el gasto del Santo Oficio no sea de las
haciendas de los condenados, porque recia cosa es que si no queman no comen.22

El proceso[editar]
Artículo principal: Proceso inquisitorial
Los inquisidores buscaban establecer la veracidad de una acusación en materia de fe
(precisamente el verbo inquiro, en latín, significa "buscar" e inquisitio, la "búsqueda"). El
procedimiento que empleaban rompió con la forma medieval de justicia basada en
el proceso acusatorio en el que el juez decidía si la parte que acusaba había aportado las
pruebas suficientes para demostrar lo que afirmaba. Para evitar las acusaciones sin
fundamento el que acusaba corría el riesgo de ser condenado a la misma pena que le
hubiera correspondido al acusado si lo que afirmaba se demostraba que era falso. Esto no
ocurría en el proceso inquisitorial en el que el juez podía actuar de oficio sin necesidad de
que un acusador inicie la acción judicial o por denuncias que recibía, sin que el que las
hacía corriera ningún riesgo de ser condenado si lo que decía se demostraba falso. Pero la
diferencia fundamental entre el proceso inquisitorial y el proceso acusatorio estaba en el
papel del juez, que deja de ser una parte "inactiva" del proceso ya que es quien toma las
declaraciones, interroga a los testigos y al acusado y finalmente emite el veredicto. Así,
según Josep Pérez, el inquisidor "reúne en su persona la función de policía y el poder de
juez aunque, según el derecho canónico, no asume la función de acusador, ya que lo
único que pretende es establecer la verdad [inquisitio] con imparcialidad y no acabar con
su adversario". Pérez concluye: "los inquisidores son jueces y parte, acusadores y jueces;
se conserva la figura del fiscal, pero su función se limita a mantener la ficción de un
proceso que enfrenta a dos partes. [...] En realidad, el fiscal es un inquisidor como los
demás, salvo que no participa en la votación de la sentencia".23
Así pues, la Inquisición no funcionó en modo alguno de forma arbitraria, sino conforme
al derecho canónico. Sus procedimientos se explicitaban en las llamadas Instrucciones,
elaboradas por los inquisidores generales Torquemada, Deza y Valdés.
Las instrucciones de Torquemada fueron publicadas el 29 de octubre de 1484 con el
nombre de Compilación de las instrucciones del Oficio de la Santa Inquisición. En ellas se
recogen las reglas de procedimiento de la Inquisición pontificia tal como figuran en
la Practica inquisitionis (1324) de Bernardo Gui o en Directorium inquisitorum (1376)
de Nicholas Eymerich. Los inquisidores generales Diego de Deza y Cisneros añadieron
algunas disposiciones que fueron publicadas en 1536 por orden del inquisidor
general Alonso Manrique. Finalmente en 1561 el inquisidor Fernando de Valdés publicó las
últimas instrucciones que estarán vigentes hasta la abolición de la Inquisición española,
aunque como señala Joseph Pérez, "las circulares del Consejo supremo, las cartas
acordadas, aportan precisiones cuando la ocasión lo requiere".24

Delación anónima[editar]
Artículos principales: Edicto de gracia  y  Edicto de fe.

En los primeros tiempos cuando la Inquisición llegaba a una ciudad, el primer paso era el
«edicto de gracia». En la misa del domingo, el inquisidor procedía a leer el edicto:25 se
explicaban las posibles herejías y se animaba a todos los feligreses a acudir a los
tribunales de la Inquisición para descargar sus conciencias. Se denominaban «edictos de
gracia» porque a todos los autoinculpados que se presentasen dentro de un «período de
gracia» (aproximadamente, un mes) se les ofrecía la posibilidad de reconciliarse con la
Iglesia sin castigos severos. La promesa de benevolencia resultaba eficaz, y eran muchos
los que se presentaban voluntariamente ante la Inquisición. Sin embargo, a partir de 1500
los «edictos de gracia» fueron sustituidos por los llamados «edictos de fe», suprimiéndose
esta posibilidad de reconciliación voluntaria.
Como la herejía no era solo un pecado sino un delito, no bastaba con la confesión para ser
absuelto —de hecho se recordaba en los edictos de fe que los sacerdotes debían remitir a
la Inquisición a aquellos que se acusaran de pecados contra la fe— por lo que su
confesión debía ser pública. Como ha señalado Joseph Pérez, «había algo terrorífico en la
regla: condenaba a la vergüenza de un auto de fe público incluso a aquel que confesaba
su falta de forma libre y espontánea». Además no bastaba con denunciarse a sí mismo
sino que había que denunciar también a sus «cómplices» -incluso si habían muerto,
porque en ese caso sus restos se exhumaban y quemaban—, una obligación que se
extendía a todos los creyentes bajo pena de excomunión.26 Gracias a esto la Inquisición
contaba con una inagotable provisión de informantes.
Los delatores se mantenían en el anonimato y si sus afirmaciones se demostraban falsas
no eran castigados con la misma pena que le hubiera correspondido al acusado. De esta
forma se facilitaban las denuncias, y se protegía a los testigos de las presiones y de una
posible venganza, pero también se permitía con ello que muchas de ellas se debieran a
motivos de animadversión personal o para deshacerse de un competidor. "Estas
denuncias malintencionadas no siempre proceden del pueblo llano; también las élites son
capaces de semejante vileza. En 1572, son sus colegas de la Universidad de
Salamanca quienes denuncian a Fray Luis de León a la Inquisición", afirma Joseph
Pérez.27
Según Henry Kamen, «las delaciones por hechos de poca importancia eran la regla más
que la excepción». «En 1530, Aldonça de Vargas fue delatada en las islas Canarias por
haber sonreído cuando se mencionó a la Virgen María en su presencia... En 1635, Pedro
Ginesta, un anciano de más de ochenta años de edad, de origen francés, fue llevado ante
el tribunal de Barcelona por un antiguo amigo por haber comido inadvertidamente un poco
de tocino y cebollas en un día de abstinencia.» «El dicho preso» —decía la acusación—
«siendo de una nación infectada por la herejía [Francia], se presume que ha comido carne
en días prohibidos en muchas ocasiones, a la manera de la secta de Lutero». Por lo tanto,
denuncias basadas en sospechas llevaban a acusaciones basadas en conjeturas. Este es
el tenor de los miles de datos con que gentes malévolas, que vivían en la misma
comunidad que los denunciados, dieron alimento a la maquinaria de la Inquisición".28
El acusado no tenía ninguna posibilidad de conocer la identidad de sus acusadores, un
privilegio que los testigos tenían en los tribunales seculares. Este era uno de los puntos
más criticados y así fue denunciado, por ejemplo, por las Cortes de Castilla en 1518) o por
la ciudad de Granada en 1526, que en el memorial que redactó denunció que el sistema
de secreto era una invitación abierta al perjurio y al testimonio malévolo. Es lo que le
sucedió, por ejemplo, a la familia y a los criados del doctor Jorge Enríquez que pasó dos
años en la cárcel de la Inquisición por una denuncia anónima que afirmaba que cuando
murió el médico fue enterrado según los ritos judíos —fueron puestos en libertad por falta
de pruebas—.29 En la práctica, eran frecuentes las denuncias falsas para satisfacer
envidias o rencores personales. Muchas denuncias eran por motivos absolutamente
nimios. La Inquisición estimulaba el miedo y la desconfianza entre vecinos, e incluso no
eran raras las denuncias entre familiares.
Un escritor toledano de origen converso aseguró en 1538 que30
muchas gentes ricas... se van a reinos estraños por no vivir toda su vida en temor y sobresalto
cuándo entrará un alguacil de la Inquisición por las puertas, que mayor muerte es el temor continuo
que la muerte misma

Sin embargo, no en todos los lugares despertaba el mismo temor la Inquisición. Es el caso
del Principado de Cataluña, donde los inquisidores del tribunal de Barcelona se quejaban
en 1560 de que la gente «en son de tenerse por buenos cristianos traen todos por lenguaje
que la Inquisición es aquí por de mas, que ni se haze nada ni ay que hazer». «Toda la
gente de esta tierra, assi ecclesiastica como seglar, ha mostrado siempre poca afficion al
Santo Officio». Así, el tribunal tuvo que disculparse en más de una ocasión ante el Consejo
de la Suprema por el reducido número de procesos que llevaba, alegando que no era ni
por «negligencia ni descuydo nuestro» sino por las «pocas denunciaciones que se
hazen».31

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