2.0 Retiro Con Los Salmos - Segundo Dia

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“RETIRO CON LOS SALMOS”

Retiro con los Salmos, Talleres de Oración y Vida

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SEGUNDO DÍA

La libertad gloriosa – Salmo 27 (26)

Audio 2.1 y 2.1.1


Canto: Espera en el Señor

Espera en el Señor, Él te cobija;


¡Sé valiente, sé valiente! Espera
en el Señor, Él te conduce, te
conduce y te cobija.

1. Tú eres, Señor, mi luz y mi salvación,


¿a quién temeré? Eres la defensa de
mi vida, nadie me hará temblar.

2. Señor, mi corazón no es ambicioso


ni mis ojos altaneros; no pretendo
grandezas que superaran mi
capacidad, sino que acallo y modero
mis deseos como un niño en brazos
de su madre.

3. ¡Oh Dios! Crea en mí un corazón


puro.
Renuévame por dentro con espíritu firme.
Día tras día te bendeciré y alabaré tu
nombre por siempre, aleluya.

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2.2

Existe en la Biblia una melodía de fondo que viene resonando desde las
primeras páginas: el gran amor de Dios por el hombre.
Con palabras fuertes, Él nos dice:

“No tengas miedo, yo estoy contigo”. Una verdadera declaración de amor.

Moisés, Josué, Gedeón, Samuel, David, y todos los profetas, en los


momentos decisivos, al experimentar el peso de la fragilidad frente a la
altura de una responsabilidad, escucharon, en diferentes oportunidades y
en múltiples formas, estas o semejantes palabras, que les liberaron de
temores y les infundieron coraje.

Así, por ejemplo, muerto Moisés, Josué tuvo que ponerse al frente del
pueblo, en su marcha conquistadora hacia la Tierra Prometida.

Josué, sintiéndose indeciso para cruzar el río Jordán, va a orar y el Señor le


infunde aliento y esperanza con estas palabras: “...como estuve con
Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. Sé valiente y
firme... no tengas miedo ni te acobardes, porque yo estoy contigo a donde
quiera que vayas” (Josué 1, 1-9).

Esta melodía —la asistencia leal y amorosa de Dios— adquiere una


tonalidad todavía más intensa y alta en los profetas, sobre todo en Isaías:
“No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre: “eres
mío”.

De esta certeza del amor de Dios, repetida y confirmada a lo largo de los


siglos, San Pablo deduce la siguiente conclusión:

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“Ante eso, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra
nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la
angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?
Estoy seguro que, ni la vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni los principados,
ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad,
ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios” (Romanos 8,
3139).
En el Salmo 27 (26) nos encontramos, sobre todo en su primera parte, el
sonido de esa melodía inmortal.

El salmista entra en escena, lanzando desafíos en todas las direcciones, con


expresiones brillantes y llenas de coraje:

El Señor es mi luz y mi salvación,


¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?...
Si un ejército acampa contra mí, mi
corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.

¿Cómo podemos calificar estos sentimientos del salmista? ¿Libertad,


seguridad, gozo, paz, plenitud?

¿No estará aquí el contenido del saludo eterno de Israel: SHALOM? Es un


saludo que encierra tales resonancias de vida que no hay manera de
traducirlo a otros idiomas.

Pero ¿cuál es el fondo, la experiencia que está viviendo el salmista? ¿Cuál


es el contenido vital que se agita dentro del Salmo?

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El contenido vital de este Salmo es: ausencia de miedo.

Como hemos dicho, la Biblia repite invariablemente las mismas palabras:


“No tengas miedo, yo estoy contigo”.

Dios conoce profundamente el corazón de sus criaturas y sabe que la raíz


del miedo es la soledad. Por eso al decir “no tengas miedo” añade: “Yo
estoy contigo”. Hay pues, una relación de causa a efecto.
Esta es la explicación radical que yace en el fondo de este Salmo y en no
menos de otros 15 Salmos más.

Por ser el miedo un sentimiento tan presente en tantos Salmos vale la


pena hacer un análisis de las entrañas del fenómeno miedo.

2.3

Canto: Espera en el Señor

Espera en el Señor, Él te cobija;


¡Sé valiente, sé valiente! Espera
en el Señor, Él te conduce, te
conduce y te cobija.

1. Tú eres, Señor, mi luz y mi salvación,


¿a quién temeré? Eres la defensa de
mi vida, nadie me hará temblar.

2. Señor, mi corazón no es ambicioso ni


mis ojos altaneros; no pretendo
grandezas que superaran mi
capacidad, sino que acallo y modero

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mis deseos como un niño en brazos


de su madre.

3. ¡Oh Dios! Crea en mí un corazón


puro.
Renuévame por dentro con espíritu firme.
Día tras día te bendeciré y alabaré tu
nombre por siempre, aleluya.

2.4 Como ya dijimos, en el fondo del fenómeno miedo está la soledad.

Y, ¿qué es la soledad?
La soledad es sentirse desvalido, impotente, limitado, carente de amor y
de cuidados.

A todos estos sentimientos damos el nombre de Solitariedad.

Existen tres circunstancias que dramatizan esta situación o sensación:

1- El factor temperamental: hay personas que nacieron con una


predisposición especial a sentirse especialmente desvalidas, temerosas.

2- Hay personas que quedaron con las alas recortadas, enfermas de


inseguridad como consecuencia de algún acontecimiento infeliz en su vida.

3- Por otro lado, una alta responsabilidad le hace sentirse al hombre,


normalmente, solitario, incierto, inseguro; porque, siempre, el peso de una
responsabilidad es el peso de una soledad. Es lo que les sucedió a Moisés,
Jeremías y otros profetas.

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Y en ese momento nace el temor, porque el miedo está constituido


fundamentalmente de incertidumbre e inseguridad.

Por eso, el miedo sería consustancial al hecho de sentirse hombre, a partir


de su radical soledad e indigencia.

Tanto a la hora de nacer como a la hora de morir, los dos más grandiosos
momentos de nuestra vida, somos soledad e indigencia.

El hecho de vivir envuelve, de alguna manera, una cierta amenaza general


o peligro.

El hombre puede desear ardientemente la independencia, y luchar por


ella, pero no puede liberarse totalmente de las dependencias.

Siempre estará inserto en algún grupo o sistema social; y, mientras esto


suceda, siempre existirán algunas formas de dependencia, y, oculto entre
sus pliegues, el eventual conflicto que, en cualquier momento, puede
estallar.

En las entrañas del miedo, frecuentemente, nace, tensa y a la defensiva, la


resistencia mental, resistencia a alguna cosa que intuimos como posible
peligro o amenaza a nuestra seguridad.

Esta resistencia tiene un nombre: angustia.

Teóricamente, la angustia es hija del miedo, pero muchas veces no


sabemos dónde está la madre y donde está la hija.

Por eso, hay una serie de términos que acaban siendo sinónimos de miedo:
temor, angustia, ansiedad, pánico...

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No siempre el miedo tiene una causa objetivamente válida. Por eso, el


miedo crea fantasmas, ve sombras, engendra enemigos o los
sobredimensiona, se mueve entre suposiciones.

Es lo que acontece con el autor de algunos Salmos, como, por ejemplo, el


31 (30) y el 71 (70), entre otros.

El miedo no es el enemigo número uno del hombre, sino el enemigo único.

El mal de la muerte no es la muerte, sino el miedo de la muerte.


El mal del fracaso no es el fracaso, sino el miedo a fracasar.
El mal de que no me quieran o me marginen no es el hecho de que esto
suceda, sino el miedo a que suceda.

La conclusión es obvia: removido el miedo, las situaciones negativas y los


“enemigos” desaparecen.

Entonces, llegamos al punto inicial de esta charla.


¿Por qué, de qué manera, con qué mecanismos la presencia de Dios (yo
estoy contigo) acaba con el miedo (no tengas miedo)?

La explicación es la siguiente:

La presencia de Dios no “ataca” directamente al miedo, sino a la soledad,


madre del miedo.

Cuando el hombre abre sus espacios interiores a Dios, en la fe y en la


oración; cuando siente que sus soledades interiores quedan inundadas por
la presencia divina; cuando percibe que su desvalimiento e indigencia
radicales quedan contrarrestados por el poder y la riqueza de Dios; cuando
experimenta vivamente que ese Señor, que llena de plenitud y da solidez,
además de todopoderoso, es también todo cariñoso; que Dios es “su”

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Dios, el Señor es “su” Padre; y que su Padre lo ama, y lo envuelve, y lo


compenetra, y lo acompaña; y que es su fortaleza, su seguridad, su
certidumbre, y su liberación..., entonces, díganme, ¿miedo a qué?

Como dice el salmista en el versículo 1 de este Salmo:

“Si el Señor es mi fuerza y mi salvación, ¿temer, a quién? Si el Señor es


la defensa de mi vida, ¿temblar, ante quién?”

El miedo ha desaparecido porque la soledad ha quedado poblada de Dios.


Y entonces, nos sentimos libres, ligeros y relajados.

Y como resultado de todo esto, el ser humano experimenta la sensación


sublime y dulcísima del don supremo de la vida que llamamos PAZ, es
decir, ausencia de todo mal y presencia de todo Bien, que la Biblia llama
Shalom.

Pero, una vez más y siempre, esta libertad gloriosa presupone una
experiencia viva de Dios.

Para terminar, insistimos:


El Señor será el vencedor de la soledad y liberador de las angustias, en la
medida en que sea el Dios viviente en el fondo de mi conciencia.

¡Y así habrá un inmenso SHALOM en nuestras vidas!

2.5 y 2.5.1
Tiempo Fuerte

1) Canto: El Señor es mi Pastor - Salmo 23 (22).

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El Señor es mi Pastor;
nada me habrá de faltar.

1. El Señor es mi Pastor ¿qué me


puede faltar?
A sus verdes praderas Él me
lleva a reposar; me conduce a
las fuentes de paz y repara mis
fuerzas.

2. Él me guía por el recto camino


en su inmensa bondad.
Aunque pase por oscuras quebradas
ningún mal temeré; me siento
seguro, Señor, porque Tú estás
conmigo.

3. Tú, Señor, me preparas una


mesa frente a mis adversarios;
perfumas con aceite mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu bondad y lealtad me acompañan a
lo largo de mi vida.

2.6 2) Oración: Tú me conoces. Salmo 139 (138).

Señor, Tú me sondeas y me conoces:


en todo momento estoy ante Ti.
Te das cuenta de mis pensamientos.
Lo mismo en el trabajo que en el descanso.

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Sabes muy bien lo que hago, mis


costumbres te son familiares:
antes de llegar mi palabra a mi lengua,
ya, Señor te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me encubres con tu palma, lo mismo que
el aire, así me rodeas Tú.
Lo creo, Señor, aunque no pueda entenderlo.

¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde


escaparé de tu mirada?
Tú estás aquí y allí,
en el extremo del horizonte,
en lo alto de la montaña,
en lo profundo del mar.
No puedo ocultarme a tus ojos,
porque no hay oscuridad para Ti.
Tu mano no me deja un momento.

Cuando quiero buscarte


me esperas ya dentro de mí.
Fuiste Tú quien me dio la vida,
y me formaste en el seno de mi madre.
Desde mucho antes, Tú me conocías,
tenías previsto qué iba a ser de mí,
habías contado conmigo para tu obra.
Hazme sentir tu presencia en cada instante,
para que haga lo que es de tu agrado,
y tu ilusión sobre mí se vea cumplida.

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3) Explicación de la modalidad “Orar con los Salmos”.

Los Salmos son oraciones en forma de poemas, y lo fundamental de la


Modalidad de “Orar con los Salmos” es hacer serenamente una verdadera
oración, usando las palabras del Salmo como vehículo y apoyo.

Tomamos un Salmo previamente conocido, mediante el “estudio”


personal.
De ser posible un Salmo que “hable” de nuestras necesidades del
momento.

Se comienza leyéndolo despacio, procurando entender el significado de lo


leído. Después, hay que dar paso al corazón: se trata de “decir” aquellas
palabras o versículos que más nos tocaron, comenzamos a repetirlos
varias veces con toda el alma, asumiendo vitalmente lo que pronuncian
nuestros labios.

En cuanto repetimos las palabras, vamos dejando que nuestra alma se


contagie de los sentimientos de admiración, adoración, interioridad y
otros de que están impregnados esos versículos.

Si, en un momento dado, y con determinado versículo, llegamos a percibir


una especial “visitación” divina, paramos ahí mismo, y repetimos
incansablemente el versículo, sin preocuparnos de seguir adelante.

No nos olvidemos de aplicar todo a la vida; esto es: qué me dice Dios a mí
con estas palabras, para el momento actual.
Para orar comunitariamente se toma un Salmo. Si los participantes están
usando Biblias iguales, el Salmo puede ser leído por todo el grupo, cada
uno leyendo un versículo; en caso contrario, solo uno o dos de los
participantes hacen la lectura, de pie.

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Durante unos minutos, después de la lectura, cada uno reza en silencio el


Salmo como “Lectura Rezada”, y luego, los que lo deseen harán una
especie de comentario, en forma de oración, del versículo o los versículos
que más le hayan tocado el corazón.

Recordando, como lo practicamos ayer, que en la Lectura Rezada se va


leyendo muy despacio y sintiendo con toda el alma el significado de cada
expresión, identificando la atención y la emoción con el contenido de las
frases leídas. Comience a pronunciar la frase que le tocó el corazón, con
voz suave, repítala muchas veces, identificándose profundamente con la
sustancia de la frase que es el propio Dios.

¿Qué es un comentario en forma de oración?

Comentario, en este caso, quiere decir hablar en voz alta en forma de


oración sobre lo que me evoca este versículo, o lo que este versículo “me
está diciendo”.
“En la Oración Comunitaria es preciso que los hermanos se abran
simultáneamente ante el Señor y delante de los otros; pero eso ocurrirá
cuando los hermanos provengan del “desierto” cargados de experiencia
divina de fe y amor” (Ignacio Larrañaga, Muéstrame tu Rostro).

4) Práctica de la Oración Comunitaria.

a) Oración: Invocación al Espíritu Santo.

Invocación al Espíritu Santo

Ven, Espíritu divino, manda tu


luz desde el cielo. Padre
amoroso del pobre; don, en

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tus dones espléndido; luz que


penetras las almas; fuente del
mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,


descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y
reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,


divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre si tú
le faltas por dentro; mira el
poder del pecado cuando no
envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el


corazón enfermo, lava las
manchas, infunde calor de vida
en el hielo, doma el espíritu
indómito, guía al que tuerce el
sendero.

Reparte tus siete dones


según la fe de tus siervos. Por
tu bondad y tu gracia dale al
esfuerzo su mérito; salva al
que busca salvarse y danos
tu gozo eterno. Amén.

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r
ación en voz alta. Si estás viviendo el Retiro sin acompañantes, también
puedes dirigirte al Señor de manera personal, con aquellas palabras que
te evocan estos versículos.
2.7
b) Salmo 86 (85). Después de leer los versículos en voz alta, el o los
participantes rezan el Salmo con una Lectura Rezada silenciosa durante 10
minutos. Pasado este tiempo, apoyados en los versículos que les
conmovieron, oran voluntariamente de uno en uno, haciendo su o
Salmo 86 (85)

1 2
«Escúchame, Señor, y respóndeme, pues soy pobre y desamparado;
si soy tu fiel, vela por mi vida, salva a tu servidor que en ti confía.
3
Tú eres mi Dios; piedad de mí, Señor, que a ti clamo todo el día.
4
Regocija el alma de tu siervo, pues a ti, Señor, elevo mi alma. 5 Tú
eres, Señor, bueno e indulgente, lleno de amor con los que te
invocan. 6 Señor, escucha mi plegaria, pon atención a la voz de mis
súplicas.
7
A ti clamo en el día de mi angustia, y tú me responderás.
8
Nadie hay como tú, Señor, entre los dioses y nada que a tus obras se
asemeje.
9
Todos los paganos vendrán para adorarte y darán, Señor, gloria a tu
nombre.
10
Porque eres grande y haces maravillas, tú solo eres Dios.
11
Tus caminos enséñame, Señor, para que así ande en tu verdad;
unifica mi corazón con el temor a tu nombre.
12
Señor, mi Dios, de todo corazón te daré gracias y por siempre a tu
nombre daré gloria,
13
por el favor tan grande que me has hecho: pues libraste mi vida del
abismo.

15
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14
Oh Dios, me echan la culpa los soberbios, una banda de locos busca
mi muerte, y son gente que no piensan en ti.
15
Mas tú, Señor, Dios tierno y compasivo, lento para enojarte, lleno de
amor y lealtad,
16
vuélvete a mí y ten piedad de mí, otórgale tu fuerza a tu servidor y
salva al hijo de tu sierva,
17
y para mi bien haz un milagro. Humillados verán mis enemigos que
tú, Señor, me has ayudado y consolado».

c) Terminar la Oración Comunitaria con el canto:

2.8
Canto: Toda mi vida te
bendeciré (Salmo 63)

Toda mi vida te bendeciré Y


alzaré las manos invocándote.
Aleluya.

¡Oh Dios! Tú eres mi Dios, por ti madrugo,


mi alma está sedienta de Ti; mi cuerpo
tiene ansia de Ti como tierra reseca y
agrietada, sin agua.

2.9
d) Para terminar, rezaremos la oración: Te encontré.

Me inclino y me postro delante de Tu Majestad.


Suavemente escucho tu voz.
Te abrazo en la caricia serena del viento.
Sacio mi sed en Tu fuente, que brota en mi pecho.

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Te escucho en el rumor de la brisa en los pinares, y


en la leve ondulación de las aguas mansas del lago.
Oí Tus palabras en la voz de mi razón.
Me di cuenta de que trabajabas en la tierra de mi alma,
a través de las pruebas, y dejabas sembradas semillas
de sabiduría. Todos los días regabas lo sembrado, y
cuando el sol de Tu gracia despuntó, las semillas
germinaron, crecieron y produjeron la semilla de Tu
alegría. En un breve instante, las aguas, el infinito azul,
las montañas y mi cuerpo, eran transformados por el
toque misterioso del silencio en un inmenso espejo, y
me vi reflejado en cada cosa.

Y cuando, al reencontrarme, me miré a mí


mismo constaté que me volvía transparente, en
la transparencia ya no me encontré más...
te encontré a Ti,
solamente a Ti.
Amén.

(Oración extraída del libro usado en los Encuentros de


Experiencia de Dios – 1976)

El Señor te bendiga y te guarde, te esperamos mañana.

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