Huellas Del Catarismo Histcrit20.2000.04
Huellas Del Catarismo Histcrit20.2000.04
Huellas Del Catarismo Histcrit20.2000.04
Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Este se interesa tan poco en
diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una
confusión de la mente divina. Más correcto es decir que, en el paraíso, Aureliano supo que para
la insondable divinidad, él y Juan de Panonia, (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el
aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona.
Jorge L. Borges, Los teólogos
Los hombres siempre morirán por los dioses, hasta por falsos y mentirosos dioses, Pueden los
dioses mentir, Pueden, Y tú entre todos, eres el único verdadero, sí, Y siendo verdadero y
único. Ni siquiera así puedes evitar que los hombres mueran por ti...
La Inquisición, también llamado Tribunal del Santo Oficio, es el mal necesario, el instrumento
cruelísimo con el que atajaremos la infección que un día, durante largo tiempo, se instalará en
el cuerpo de tu Iglesia por vía de las nefandas herejías...
Esos fueron arrojados a la hoguera por creer en ti, los otros lo serán por dudar, No está
permitido dudar de mí...
El humo de los quemados cubrirá el sol, su grasa rechinará sobre las brasas, el hedor repugnará
y todo esto será por mi culpa, No por tu culpa, por tu causa, Padre aparta de mi este cáliz, El
que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria, No quiero esa gloria, Pero yo quiero
ese poder...
Entonces el Diablo dijo, Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre.
José Saramago, El evangelio según Jesucristo (diálogo entre Dios, Jesús y el Diablo...)
* Este artículo es un ensayo bibliográfico a propósito de las obras: MESTRE GODES, Jesús,
Los cataros. Problema religioso, pretexto político, Madrid, Editorial Península, 1995;
BRENON, Aune, La verdadera historia de los cataros. Vida y muerte de una iglesia
ejemplar, Barcelona, Editorial Martínez Roca, Colección Enigmas, 1997.
*Profesor de Historia de la Universidad Nacional de Colombia.
114
1
GARCÍA VILLOSLADA, Ricardo, la Historia de la Iglesia católica, t. II, Madrid, Biblioteca de Autores
Cristianos, 1953, p.743.
2
Ibid.
3
SOUTHERN, R. W, Western Society and the Church, Harmondsworth, 1970, p. 19; citado por MOORE,
Robert, La formación de una sociedad represora, Barcelona, Editorial Crítica, 1989, p. 12.
4
HAMILTON, B, The Medieval Inquisition, Londres, E. Arnold, 1981, p. 25.
115
5
Moore desarrolla estos puntos de vista en sus obras The origins ofEuropean Dissent, Toronto,
University of Toronto Press, 1994; La formación de una sociedad represora. Poder y disidencia en
la Europa Occidental, Barcelona, Editorial Crítica, 1989.
116
Una de las cuestiones que aún hoy se discute a propósito de los cataros tiene que ver
con la responsabilidad que le compete a la Iglesia católica medieval. Como lo anota
Brenon, "por todas partes leemos que acusar a la Iglesia romana medieval de
intolerancia es un falso proceso. Que la noción de tolerancia nada tiene de
medieval"6. Si bien, responde la historiadora francesa, podría aceptarse que aplicar la
noción moderna de tolerancia es una anacronismo, sin embargo, "la tolerancia no
estaba excluida del todo de cualquier contexto medieval"7. En efecto, ella concluye
que en la época de los cataros, se puede hablar de dos modelos de Iglesia: uno que
acepta la violencia y otro que la rechaza. Este último fue eliminado. Y agrega que se
acepte o no la noción de tolerancia como medieval, el catarismo estuvo en contra de
cualquier violencia e interpretó el evangelio de tal manera que incluso los más
violentos enemigos de los cataros algún día se podrían salvar, sin que para ello se
tuviese que recurrir a la violencia. Y esta fue la mayor contribución del catarismo:
"una piedra depositada por manos torturadas que nunca torturaron"8.
Tanto Los cataros como La verdadera historia de los cataros son libros escritos para un
público no especialista. Su estilo es ameno, sencillo; los autores buscan ordenar y
divulgar lo que hasta la fecha se conoce sobre estos herejes. Mestre Godes, quien no
se reconoce especialista en el tema, pretende que sus lectores alcancen un especial
afecto por los buenos hombres, como se denominaban así mismos aquellos a quienes
un escritor del siglo XII denominó cataros9. La obra de Brenon consiste en la
respuesta a veinticinco preguntas claves en la comprensión del catarismo, preguntas
que fueron surgiendo en conferencias universitarias a su cargo durante varios años.
Ella es especialista en el tema. Ha escrito varias obras reconocidas y citadas por
estudiosos del asunto10. Su investigación constituye
6
BRENON, Anne, La verdadera historia de los cataros. Vida y muerte de una iglesia ejemplar,
Barcelona, Editorial Martínez Roca, Colección Enigmas, 1997, p. 212.
7
Ibid., p. 212.
8
Ibid., p. 216.
9
El término "cátaro" es, por lo tanto, de origen católico. El primero en denominar así a este grupo
religioso fue el canónigo Eckbert de Schonau, en 1163, "a partir de una denominación popular
preexistente, cati (latín) y él intentó otorgarle una etimología más culta pero más fantasiosa: del
griego catharos, es decir puros", BRENON, p. 15. También se les conoce con el nombre de
albigenses, debido probablemente a que en Albi se estableció el primer obispado cátaro.
10
Entre otras, sobresalen: Le vrai visage des cathares. Interrogatio loahannis, apocryphe d'origine
bogomile, París, Beauchesne, 1980; Lesfemmes cathares, París, ?min,W2\ Montségur, 1244-1994,
Tolosa, Loubatiéres, 1994; précis du catharisme, Tolosa, Loubatiéres, 1994.
117
Por supuesto, hay diferencias de énfasis. Jesús Mestre Godes dedica varios
capítulos a explicar el contexto geográfico y político del Languedoc, región del
sur de Francia en la que tuvo mayor acogida la herejía catara; presenta la
situación económica general de Europa de finales del siglo XII y primera mitad
del XIII; examina las corrientes religiosas, espirituales y heréticas de la época.
Se incluye una somera presentación de las doctrinas y de la organización de los
cataros. Siete de los trece capítulos están dedicados a la guerra de cruzada.
Brenon, en cambio, se concentra en la discusión de temas doctrinales y de
organización. Uno y otro texto ofrecen una abundante y actualizada
bibliografía y se apoyan en documentos medievales entre los cuales se tienen
en cuenta escritos de los mismos cataros y no tan sólo de sus perseguidores. En
el libro de Brenon se pueden leer documentos completos de origen católico,
cátaro y del tribunal de la Inquisición. De esta manera, estos dos historiadores
construyen sus análisis con base en hallazgos documentales recientes que han
ido modificando la imagen que se tenía de los cataros, cuya representación, por
mucho tiempo, dependió fundamentalmente, por no decir que exclusivamente,
de escritores católicos medievales. Brenon ofrece información precisa acerca
de sus fuentes bibliográficas. No ocurre lo mismo con el libro de Mestre;
autores que él menciona en el texto, luego no figuran en la bibliografía general,
lo que no deja de desconcertar al lector que quiera ampliar sus conocimientos
sobre el particular o verificar la información.
11
TROELSCHT, Ernest, The Social Teaching ofthe Christian Churches, Nueva York, Harper,
1960, vol. I, p. 334, citado por OAKLEY, Francis, Los siglos decisivos, Madrid, Alianza
Editorial, 1979, pp. 59-60.
12
WEBER, Max, Economía y sociedad. Esbozo de una sociología comprensiva, Bogotá, Fondo
de Cultura Económica, 1997, p. 895.
120
Que la Iglesia catara era maniquea, es decir que seguía los principios de Mani
(siglo III D.C.) ha sido un punto de vista sostenido por un buen número de
historiadores del siglo XX. Esta era, por lo demás, la opinión de los clérigos
medievales. Estos últimos, como lo demuestra Robert Moore, tendían a pre-
sentar las doctrinas de los herejes como parte de una gran conspiración que
provenía desde la temprana era cristiana. Por lo tanto, calificaron de maniqueos
no sólo a los cataros, sino a cualquier disidencia con un mínimo asomo de
dualismo; se afanaban por mostrar coherencia y consistencia en los ritos y
creencias de los herejes pues con ello confirmaban sus propios prejuicios;
estaban interesados en mostrar que Mani seguía aún inspirando a los enemigos
de la Iglesia católica. Así pensaba Anselmo de Lieja, al afirmar que Mani era el
heresiarca de los herejes de Arras, en el siglo XI13. Everwin, prior de la orden
premostatense en Steinfeld, cerca de Colonia, sostenía que los cataros habían
reemplazado las fiestas católicas de semana santa por una conmemoración de la
muerte de Mani, la fiesta conocida con el nombre de Berna. Esta afirmación,
argumenta Moore, ilustra la debilidad del método de Everwin, puesto que él no
menciona testimonio de algún cátaro de quien hubiese oído o a quien le hubiese
preguntado, sino que se basa en la obra de San Agustín Contra Manicheos. En
este libro se dice que a los herejes les desagrada la Semana Santa. Pero no hay
razón alguna para suponer que la fiesta Berna fuera recordada; además, ninguno
de los herejes llegó a considerar a Mani como su maestro o inspirador o
fundador14. En la medida en que los cataros se constituían en importantes
antagonistas de la Iglesia católica, parecía apropiado darles el nombre de sus
siniestros predecesores, con el objetivo no tanto de precisar su origen histórico o
la identidad de su doctrina cuanto de dejar en claro el alcance y la seriedad del
peligro que significaban15.
13
MOORE, Robert, Theoriginsof..., op. cit., p. 244.
14
Ibid, p.l79.
15
Ibid..,p. 246.
121
él, de una tradición religiosa constante, de una religión definida que se extendió
desde el Mar Negro hasta Vizcaya. Si bien Runciman reconoce que el título que
ha dado a su libro es injustificable, pues el dualismo cristiano y el maniqueísmo
fueron dos religiones distintas, encuentra sin embargo que el término maniqueo
es razonable, pues los dualistas cristianos, así no reconociesen la religión de
Manes, "se encontraban fundamentalmente más cerca de él de lo que nunca
estuvieron del cristianismo medieval o moderno"16. A esta opinión se opone
precisamente Anne Brenon, para quien la Iglesia catara está mucho más cerca
del cristianismo e incluso del catolicismo que del maniqueísmo. Ni siquiera
acepta que este último sea considerado como fuente de inspiración para los
cataros: las únicas relaciones que se pueden establecer son las que se encuentren
entre maniqueísmo y cristianismo en general. He aquí algunos de los argumentos
presentados por Brenon: el maniqueísmo es una religión distinta a la cristiana y
no una mera desviación de ésta; los cataros ignoraron los libros sagrados de los
maniqueos; las reglas de vida, las fiestas y celebraciones, la liturgia, se basaban
en la doctrina cristiana, que nada tenía que ver con los libros sagrados, las
liturgias y la organización del clero de la religión maniquea. Pero el argumento
central es este: se puede ser cristiano y a la vez dualista, puesto que es
precisamente en los principios dualistas de la cosmogonía catara donde se han
encontrado las mayores afinidades entre una y otra corriente religiosa.
Maniqueos y albigenses coinciden en que desde siempre existieron dos
principios distintos y contrarios: el del bien y el del mal. El primero es el creador
de lo espiritual, el segundo de lo material. Dios no es el creador de este mundo,
que es obra del demonio. Esta lucha cósmica tiene su réplica en la historia de los
individuos: allí también hay dos principios, cuerpo y alma. Pero estas
coincidencias no son atribuibles a una influencia maniquea. El dualismo cátaro
se fundamenta en una interpretación del Nuevo Testamento: es de este texto del
que los predicadores cataros extraen sus argumentos a favor del dualismo
absoluto.
16
RUNCIMAN, Steven, Los maniqueos de la Edad Media. Un estudio de los herejes dualistas
cristianos, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 7.
122
puesta al problema cósmico del mal en este mundo. Pero no se debiera olvidar que
respuestas similares no significan ni una tradición común, ni un origen común. En este
equívoco se apoya la vinculación que se suele hacer entre maniqueos y cataros, según la
cual estos últimos fueron seguidores directos de aquéllos.
Los cataros creían en la transmigración de las almas. ¿Cuál era la naturaleza de esta
creencia? ¿Se trata acaso de una transposición del lejano brahmanis-mo o budismo?
Definitivamente no, responde Brenon. En el caso cátaro, se trata de un desarrollo del
tema bíblico del éxodo de Israel. La historia cósmica es la siguiente. Satanás, el príncipe
del mal, lanzó con sus legiones un asalto al cielo como resultado de lo cual el maligno
logra hacerse a un tercio de las criaturas de Dios. Una vez en la tierra, las almas así
robadas son aprisionadas en cuerpos en los cuales duermen en el olvido de la patria
celeste. Las almas viven en el exilio, a la manera del los Israelitas. Estas almas son
transmitidas de un cuerpo a otro hasta que finalmente son devueltas al cielo. El perfecto,
al morir su alma, iba directamente al cielo. Esa transmigración no tiene el carácter de
"karma" ni de purificación y por lo tanto no tiene nada que ver con el brahamanismo o el
budismo17.
Que esa creencia no es legado de las religiones hindúes, es bien cierto. No se puede
desconocer, empero, toda similitud. La transmigración catara sí tenía sentido de
purificación. En este sentido, Steven Runciman18 y Jesús Mestre19 tienen la razón. Prueba
de ello es, en primer lugar, que el alma de un no perfecto debe transmigrar antes y
cumplir la penitencia para llegar a ser perfecto. Con acierto lo ha establecido el
historiador norteamericano
17
BRENON, Anne, op. cit., p.85.
18
RUNCIMAN, Steven, op. cit., p. 237.
19
MESTRE, Jesús, Los cataros. Problema religioso, pretexto político, Madrid, Editorial Península,
1995, p. 109.
123
Los cataros, al igual que otros herejes de la Edad Media, fueron acusados de
diversos delitos. Historiadores del siglo XX aún hacen eco de esas acusaciones.
La verdadera historia de los cataros demuestra que son imputaciones sin
fundamento. Según sus detractores, los albigenses habrían promovido la
anarquía moral al considerar que, no obstante los pecados que se hubiesen
cometido, el consolamentum recibido ad portas de la muerte garantizaba sin
más la salvación. Esta concepción significaba una invitación a delinquir
mientras se tuviera salud. Sin embargo, responde Brenon, sería esta una
acusación que se podría hacer a los católicos y su práctica de la confesión in
extremis. Además, según la misma doctrina de los buenos hombres, el
consolamentum no bastaba: debía ir acompañado de las buenas obras.
20
LAMBERT, Malcolm, Medieval Heresy. Popular Movements from bogomil to Hus, Nueva
York, Holmes and Meier Publishers, 1976, p.125.
21
GARCÍA VILLOSDADA, op. cit., pp. 728-729.
22
RUNCIMAN, op. cit, pp. 244 y 277.
124
Brenon demuestra que los perfectos alentaban a sus fieles a contraer uniones
estables. La imagen que proyectan los documentos es la de un clero casto y
continente y de fieles que viven en parejas y procreando. La descendencia era
numerosa, lo que prueba que la Iglesia catara de hecho no prohibía la
reproducción de los cuerpos. Se puede saber que la proporción de vírgenes
consagradas era claramente inferior a la de los católicos; un fuerte contingente
de los castos clérigos eran personas relativamente ancianas, viudas que habían
tenido ya varios hijos antes de hacerse perfectas23. Ahora bien, no prohibían la
reproducción de los cuerpos, pero a la vez proponían la abstención sexual
como modelo para alcanzar la perfección. Como se verá más adelante, tal
predicación se puede relacionar con las condiciones demográficas de la región,
aspecto que Brenon no tiene en cuenta.
No sobra reiterar que las mejores pruebas en contra de las falsas acusaciones
provienen de hallazgos documentales en los que se describen comportamientos
de los herejes procesados por el tribunal de la Inquisición. Según estos
testimonios, los cataros en su vida diaria no diferían en gran manera de lo que
se sabe era la conducta de los católicos. Me refiero en especial al registro
inquisitorial de Jacques Fournier, publicado por Jean Duvernoy en 196524, que
sirvió de base documental para una famosa obra de gran éxito editorial:
Montaillou25. En el registro mencionado se recogen los resultados de 98
expedientes mediante los cuales se encausó a 114 personas, de las cuales 94
comparecieron ante el obispo Jacques Fournier para responder por sospechas
de catarismo. Los historiadores admiran en este documento la información
minuciosa que proporciona sobre los aspectos diversos de la vida privada e
íntima de los aldeanos occitanos.
Que inducían al suicido es la otra acusación. Se dice que se hacían cortar las
venas, tomaban bebidas con veneno y acudían a una práctica singular conocida
con el nombre de endura16. Este ritual consistía en la administración del
consolamentum a los creyentes moribundos o en peligro de muerte, acom-
pañado de la obligación de ayuno y penitencia severos, independientemente del
estado de salud y de la edad. Ha sido interpretada como consecuencia lógica
del desprecio que los cataros sentían por todo lo material,
23
BRENON, Anne, op. cit., pp. 131-132.
24
DUVERNOY, Jean, Le registre d'Inquisition de Jacques Fournier (1318-1325), texte latin, 3
vols., Tolosa, Privat, 1965.
25
LE ROY LADURIE, Emmanuel, Montailbu, aldea occitana de 1294 a 1324, Madrid, Editorial
Taurus, 1981.
26
GARCÍA VILLOSLADA, op. dt., p. 728.
125
una forma deliberada de suicidio por hambre. Se habla de perfectos que fueron
sospechosos de apresurar la muerte de inválidos que daban señales de
recuperación: de esta manera se evitaba que volviesen a pecar27. La endura era
pues, en opinión de algunos historiadores, una costumbre suicida. Ayuno total
y suicida que permitía perder el cuerpo pero salvar el alma, puesto que no se
podía comer hasta que sobreviniera la muerte, rápida y con seguridad, por
agonía o por el suicidio endura. Es un suicidio por hambre, la prueba suprema,
hazaña última y mortal del creyente como expresión del rechazo radical al
mundo carnal. En los anteriores términos la interpreta el historiador Emmanuel
Le Roy Ladurie. Agrega, además, que en la región de Montaillou era moneda
corriente28. Otra y contraria es la valoración que hace Anne Brenon. Reconoce
que la endura existió, pero niega que se tratara de huelga de hambre con
intenciones suicidas y que mucho menos se amenazara a la humanidad por
incitación al suicidio. Afirma que los equívocos provienen de insuficiente
información histórica. Es cierto, agrega, que en algunos registros inquisitoriales
de comienzos del siglo XIV se describen prácticas de ayuno absoluto de
enfermos luego de un consolamentum y que los mismos tribunales interpretan
como prácticas suicidas. Pero recuerda que antes del siglo XIV no hay mención
alguna de esta práctica. Su aparición fue resultado de la persecución, la cual
produjo la disminución del número de perfectos. Recuérdese que estos últimos
tenían el privilegio de administrar el consolamentum y que este sacramento era
indispensable para no perder el beneficio de la salvación, como lo era también
actuar conforme a estrictas reglas de penitencia, ayuno y castidad. Al que-
brantarlas y no poder recibir el sacramento por falta de un clérigo, se corría el
riesgo de no tener un buen fin. La endura, pues, no era algo distinto a observar
en el lecho de muerte las normas de los buenos cristianos en circunstancias de
excepción, cuando ya eran escasos los clérigos cataros. Cuando la Iglesia catara
aún era vigorosa, y numerosos sus perfectos, no parece haberse conocido esta
práctica. En cualquier caso, concluye Brenon, no había una especial vocación
por la muerte. Se pretendía vivir para difundir el evangelio; no podían concebir
que el camino de la salvación, abierto por Cristo, pudiera cerrarse por la
violencia de los hombres. "Ni mucho menos desearlo, tal como suponía aún
una corriente historiográfica de mediados del siglo XX"29.
27
RUNCIMAN, op. cit, pp. 249-250.
28
LE ROY LADURIE, op. cit., pp. 11-12 y 513.
29
BRENON, Anne, op. át., pp. 132-134.
126
Sin duda que uno de los efectos del ayuno podía ser apresurar la muerte. Pero
ello es distinto a pensar que se trataba de un programa destinado a amenazar al
género humano. No se debiera olvidar una vez más que las acusaciones
provienen de textos inquisitoriales, interesados en exagerar y a veces deformar
comportamientos considerados inmorales. De lo generalizado de esta costumbre
poco se sabe. El mismo Le Roy Ladurie no ofrece evidencias empíricas para
sustentar la afirmación arriba citada sobre el uso generalizado de la endura en
Montaillou. Lo que se ha podido averiguar hace pensar, más bien, que se trató de
una práctica poco extendida, nada frecuente, un rasgo esporádico30. Brenon tiene
razón: no es cierto que el catarismo condenara la humanidad a la extinción.
La Iglesia catara tuvo acogida especial en la Occitania, región del sur de Francia
y que aún no estaba incorporada a los dominios de la monarquía capeta.
Comprendía el moderno Languedoc en el Occidente, y Provenza en el Este. Se le
conoce más comúnmente con el nombre de "Midi francés". Allí se compartía
una tradición lingüística común: la lengua de Oc. El mayor éxito cátaro se
alcanzó en el Languedoc, del cual formaban parte, en términos políticos, los
condados de Tolosa y de Foix, los vizcondados de Albi, Carcasona y Beziers en
poder de la familia Trencael, y el vizcondado de Narbona.
30
cit., p. 137.
LAMBERT, op.
31
MOORE, Theorigins of..., op. cit. ,p.224.
127
32
MESTRE,
Jesús, op. cit, p. 47; BRENON, Anne, op cit., p. 148.
33
BRENON, Anne, op cit., pp. 145-149.
34
CHAUNU, Pierre, Le temps des Reformes. T. 1, La crise de la Chrétienté 1250-
1550, Bruselas, Editions Complexe, 1984, p. 66.
128
35
LABAL, Paul, Zas cataros. Herejía y crisis social, Barcelona, Editorial Crítica, 1984, pp. 108-
111.
36
MESTRE, Jesús, op. cit., p. 46.
37
LABAL,op. cit.,pp. 121-123;MOORE, Theoriginsof..., op. cit.,p. 237.
129
De la lectura de los dos libros objeto de este comentario se deduce que, con
excepción del clero católico, el catarismo, tuvo amplia acogida y apoyo en los
diferentes grupos sociales del Languedoc, en la Occitania, desde la alta nobleza
hasta el pueblo llano. "Acogida" significa que no se les perseguía, que en una
misma familia había cataros y católicos, y, en fin, que incluso se les defendió
de los ataques militares promovidos por el papado. Esta situación podía
producir contradicciones entre las creencias religiosas y las convicciones
vitales. Era precisamente este el drama que vivía Raimundo VI, conde de
Tolosa y, agrega Mestre, "será a un tiempo el gran drama de su país, que
comulgaba punto por punto en los mismos sentimientos de su conde"38.
1. la nobleza
Los grandes dignatarios, de una u otra forma, simpatizaron con los cataros:
Raimundo VI de Tolosa, Raimundo Roger de Trancavel y Ramón Roger, con-
de de Foix. Lo mismo se puede decir de la pequeña nobleza asentada en
fortalezas y castillos. Esta pequeña nobleza sufrió los efectos del fracciona-
miento de las propiedades como consecuencia de que en Languedoc, a
diferencia del norte de Francia, no se extendió la práctica de la primogenitu-ra.
El efecto fue un mayor número de nobles empobrecidos39. Su apoyo a la
herejía tiene menos que ver con la aceptación de la doctrina que con intereses
materiales: estaban poco dispuestos a doblegarse ante la exigencias de la
Iglesia católica que exigía diezmos40. Es esta una hipótesis que otros historia-
dores han desarrollado atendiendo con mayor detalle a las circunstancias
económicas y demográficas del Languedoc. Según el análisis de Labal, la
fortuna de la pequeña nobleza no provenía de la explotación directa de los
campesinos. Dependía de colonos que pagaban rentas fijas en dinero, las
cuales, al aumentar el costo de vida, como en efecto ocurrió hacia 1150,
perdían su valor inicial. Eran rentistas en apuros. Al atravesar por tantas difi-
cultades, su enfrentamiento con los clérigos se hizo más fuerte. El antagonismo
giraba alrededor de los diezmos parroquiales, que por mucho tiempo
38
MESTRE, Jesús, op. cit.,p. 33 (negrilla mía).
39
Ibid, p. 132.
40
BRENON, Anne, op. cit., pp. 150-151.
130
estuvieron en poder de los señores en virtud del derecho de protección que éstos ejercían
sobre las parroquias. Como patronos, protegían a las iglesias, nombraban los párrocos, e
incluso daban en herencia o en donación sus derechos sobre las iglesias. Estas prácticas
fueron severamente condenadas por la Reforma Gregoriana de finales del XI y comienzos
del XII. Su efecto fue la restitución de los diezmos a la Iglesia. Las tensiones se
agravaron hacia los años 1150-1175 como consecuencia de la presión demográfica. En
algunas diócesis, las cesiones se interrumpieron hacia la mitad del siglo. El alza de
precios con rentas fijas empobrecía a la nobleza, mientras el clero se enriquecía. No es de
extrañarse, pues, que el discurso cátaro que habla de la Iglesia del diablo, que fustiga la
codicia de los obispos haya tenido eco y haya habido nobles que defendieron a los herejes
contra los cruzados católicos41.
2. las ciudades
Los habitantes de las ciudades fueron también puntos de apoyo. Las élites burguesas
fueron las primeras en permitir la práctica y devociones de la herejía42. Los comerciantes
y prestamistas encontraron un respaldo espiritual, debido a que los cataros no se oponían
al préstamo con interés. Más aún, los mismos "buenos hombres" se dedicaron con éxito a
esta actividad. Tisserands, tejedores, era un término usual para designar a los cataros y
ello era así por el gran número de obreros que seguían a los buenos hombres. "En su
mayoría la burguesía occitana estuvo del lado de los cataros"43. El asunto, sin
embargo, parece más complejo. Lo aconsejable es la prudencia antes de formular
conclusiones tan contundentes, como las propuestas por Mestre. Veamos por qué.
Primero, porque, en principio, la herejía podía encontrar mejores condiciones de apoyo en
las ciudades que en el campo. En aquéllas, los contactos son más complejos. Se observa
allí una ruptura con los marcos tradicionales; a las ciudades llegaban quienes habían sido
expulsados de sus diócesis y podían hallar protección, apoyo y audiencia. Había pues
mayores posibilidades que en el campo de atraer seguidores, de reunirse. En este sentido,
las herejías y la expansión de las ciudades fueron fenómenos concomitantes44. Sin embar-
45
La intervención de Thouzeillier puede leerse en el capítulo "Ciudades y campos en la herejía
catara", publicado en el libro compilado por LE GOFF, Jacques, Herejías y sociedades en la
Europa preindustrial, siglos H-XVIII, Madrid, Siglo XXI,1987, p. 157.
46
WOLLF, P. "Ciudades y campos en la herejía catara", en LE GOFF, op. cit, p. 155.
47
LABAL, op. cit., pp. 82 y siguientes.
48
MOORE, Theoriginsof..., op cit,p. 236.
49
Ibid., p. 268.
132
3. el pueblo llano
Se dejó seducir con facilidad por la predicación de los cataros. En el Languedoc, ante el
desencanto del catolicismo, el pueblo optó por la herejía. La sencillez del mensaje y de
sus predicadores hace resaltar la distancia que la élite eclesiástica católica mantenía con
sus fieles. Sin el apoyo del pueblo, el catarismo hubiera quedado relegado a un simple
esnobismo, a ser una religión de privilegiados52. Opinión similar es la de Anne Brenon.
Sostiene que el catarismo no fue un fenómeno puramente elitista. Si lo hubiera sido, no
se explicaría que la Iglesia católica organizara una cruzada, ni tampoco la tenaz
resistencia después de un siglo de persecución. Más aún, el catarismo fue en burgos y
aldeas del sur de Francia "el cristianismo ordinario y compartido por los distintos
sectores sociales"53.
Estas consideraciones deben asumirse con cautela, habida cuenta de las dificultades con
que se encuentran los historiadores para determinar el alcance de las predicación
herética en los sectores populares. Tal como lo planteó P. Wolf en el Coloquio
"Herejías y Sociedades", que tuvo lugar en Royaumont, en 1962, al lado de los
perfectos que se comprometieron a
50
MESTRE, Jesús, op. cit.,p.. 144.
51
LABAL, op. cit.,.p. 84.
52
MESTRE, Jesús, op. cit.,.p. 145.
53
BRENON, Anne, op. cit.,.pp. 150-151 (negrilla mía).
133
fondo con la herejía, hubo una franja que, aunque seducida por las virtudes de
los predicadores heréticos, no llegó a romper con sus prácticas católicas y
seguramente no estaban al tanto de las controversias doctrinales. Además, el
haber hecho causa común con los herejes en las guerra de cruzada no significa
haber abandonado Ja piedad ortodoxa. Las coincidencias en estos casos se
explican por razones culturales y políticas: defender la libertad del condado
frente a los intentos de ocupación por parte del rey capeto. "Toma de
conciencia, no sé si decir nacional, de una comunidad de lengua, de
civilización, de concepciones, sin duda de actitud frente a los herejes, pero no
de religión"54. Paul Labal es más escéptico aún. Reconoce que esta herejía
penetró en los más diversos medios sociales: grandes señores, pequeña
nobleza, gentes del pueblo, mercaderes. Pero se trató de "adhesiones
negativas". Era gente que se unía contra la Iglesia católica, misógina, rica,
empecinada en imponerse en términos de poder. Las adhesiones estuvieron
lejos de conquistar el pueblo languedociano. Por lo que se deduce de los
testimonios inquisitoriales, los creyentes mostraban vacilación doctrinal y
desconocimiento de los principios religiosos del catarismo. De las
predicaciones sólo retenían migajas, retazos. Y seguramente había un gran
franja de indecisos que asistían por igual a los sermones cataros y a los
católicos55.
57
BRENON, Anne, op. cit., pp. 120 y siguientes.
58
Ibid, p. 129.
135
Ahora bien, la batalla entre ortodoxia y herejía era también una lucha por la
representatividad en las comunidades locales. La Iglesia católica, con el fin de
hacerse más efectiva, perfeccionó sus instrumentos de control: dejó de
depender tan sólo de la autoridad carismática para confiar en la autoridad
burocrática. Centralizó sus instituciones, afianzó el poder del Papa, en el
mismo momento en que las monarquías hacían lo propio. El desafío que
planteaba la disidencia consistía en otorgar poder a quienes carecían de él.
"Poder", en este caso, quería decir ser aceptado como defensor de una
comunidad, por lo tanto, capacidad de administrar justicia y garantizar la
acción colectiva. De ahí que cuando los cronistas medievales describían a los
seguidores de los herejes con el término latino pauperes (pobres) no se estaban
refiriendo a quienes carecían de riqueza, sino a quienes carecían de poder. El
contraste no era con los divites (ricos) sino con los potentes (poderosos), es
decir a aquellos a quienes había que servir a cambio de protección. La herejía,
al otorgar derechos de liderazgo a aquellos que podían ganar su confianza,
constituía una amenaza para los poderes laicos y eclesiásticos. Estos últimos se
reservaban el derecho de predicar. Por eso el peligro no consistía tan sólo
predicar doctrinas contrarias a las de la Iglesia. También lo era hacerlo sin el
debido permiso. "Predicar sin permiso era una declaración de rebelión".
Este análisis de Moore tiene otra ventaja: ayuda a explicar la relación entre
poder monárquico y herejía en los siglos XII y primera mitad del XIII. La
herejía, escribe, aparecía a veces entre los pobres, a veces entre los ricos, a
veces en las regiones más atrasadas, aunque con mayor frecuencia en las de
mayor progreso, pero siempre floreció allí donde la autoridad política era
difusa y nunca apareció donde era grande la concentración del poder. Ello fue
así porque la monarquía había logrado desarrollar instrumentos de
136
coerción eficaces, más eficaces incluso que los de la Iglesia. Los sistemas
legales y administrativos creados por los reyes facilitaron una jurisdicción
universal. En este contexto, la religión también jugó su papel, porque al ser ella
la más poderosa expresión de solidaridad de grupo, la lucha que se suscitó
entre poderes locales y poder central (monarquía) con frecuencia se desarrolló
en términos religiosos. La Iglesia, por su parte, se opuso también a las
tendencias descentralizadoras. La sociedad, concluye Moore, no podía
abandonar el ideal de uniformidad religiosa, por lo menos hasta el momento en
que se tuviese la seguridad de que sus instituciones podían preservar su tejido
por otros medios59.
De otro lado, ¿qué tan revolucionaria fue la doctrina social de los cataros? No
proponían un reino milenarista de igualdad social, como bien lo advierte
Brenon. A pesar de las declaraciones de los cataros en contra de la violencia,
que no siempre cumplieron, y de su oposición al juramento, no suscitaron un
gran conflicto social, ni sus seguidores estaban interesados en alterar las rela-
ciones sociales en el campo o en la ciudad. Su mayor eco lo encontraron en
aquellos sectores sociales insatisfechos con los efectos de los cambios econó-
micos de la época. En términos espirituales, por quienes se oponían a los
nuevos valores de amor al dinero. Socialmente, por quienes resultaron perju-
dicados en su propio status a causa de los prestamistas. Su fuerza social y su
fervor religioso fueron menores que los de la otra herejía contemporánea: los
valdenses. Estos últimos propusieron una doctrina social inspirada en la
pobreza evangélica. El catarismo insistía en que sus perfectos, es decir, sus
jerarquías, debían alcanzar la pureza total; sin embargo, la ruta que proponían
hacia la salvación no era la búsqueda interior y personal de lo divino, ni el
esfuerzo solitario. Lo que se buscaba era la observancia exacta e impersonal
del ritual prescrito. A pesar de su radicalismo teológico, el catarismo, agrega
Moore, no fue, en términos sociales, la alternativa más radical que la Iglesia
católica hubo de enfrentar entonces60.
Con esta pregunta, Anne Brenon cierra el capítulo en el que estudia la relación
entre herejía y mujeres. En efecto, la mujer tuvo especial acogida
59
MOORE, op. cit., pp. 274 y siguientes.
60
Ibid., p. 240.
137
61
MESTRE, Jesús, op. cit., p. 146; BRENON, Anne, op. cit., p. 138.
62
Sobre estas circunstancias propias del Languedoc, véase LABAL, op. cit., pp. 115-116.
138
El papa Inocencio III proclamó una cruzada contra los príncipes del Languedoc
con el fin de obligarlos a perseguir a los cataros. Se trató de una empresa militar
en la que participaron nobles franceses primero y luego el mismo rey de Francia.
El principal beneficiado de esta atroz guerra fue la monarquía francesa63.
Perseguir a los herejes fue simplemente la excusa para un propósito político:
ampliar los territorios sobre los cuales el rey ejercía control directo. En este orden
de ideas, la cruzada forma parte del proceso de formación del Estado moderno y
de la nación francesa misma.
63
BRENON, Anne, op. cit., pp. 177 y siguientes.
64
ROACH, Andrew, "Occitania Past and Present: Southern Consciousness in Medieval and
Modern Frenen Politics", en Histoty Workshop Journal N° 43,1997, pp. 1-22.
65
MESTRE, Jesús, op. cit., pp. 208-209.
66
Ibid., p. 234.
139
67
ROACH, op. cit., pp. 4-5.
68
LABAL, op. cit., pp. 155-156.
69
ROACH, op. cit., p. 6; LABAL, op. cit., pp. 178-180. A propósito del acuerdo de Pamiers,
no es cierto, como afirma Mestre, que allí "no hay medida ninguna encaminada al control de
los heréticos", p. 194; por el contrario, se establece que los herejes no pueden ser ni prebostes,
ni juez, ni magistrado, ni abogado, LABAL, op. cit.,p. 179.
70
ROACH, op. cit.,,p. 7.
140
Una cierta literatura histórica, con acogida entre el gran público y que fascina a los
ocultistas modernos gustosos de considerarse herederos de los mártires cataros, pretende
hacer creer que estos herejes medievales rendían culto al sol, que en sus templos y
castillos se habían guardado misterios de la Edad Media, el santo Grial entre otros.
Estas afirmaciones no son ciertas; son leyendas que contribuyen al éxito comercial y
turístico de los lugares que un día fueron refugio de los cataros. Mestre y Brenon, con
base en evidencias arqueológicas, muestran que los cataros no construyeron castillos ni
templos. Sus emplazamientos consistieron en "castra" o pueblos fortificados. Los
castillos son posteriores a la desaparición del catarismo. El caso más frecuentemente
citado por esa literatura fantasiosa es Montségur. Fue en esta fortaleza donde tuvo lugar
una de las últimas batallas de los cruzados contra los cataros. Fernando Niel realizó un
estudio a partir de las ruinas del actual castillo. Según este historiador, el plano de esta
construcción muestra que sus murallas eran una especie de zodíaco de piedra; esto le
permite concluir que los cataros eran adoradores del sol. Pero las investigaciones
arqueológicas han echado por tierra tales especulaciones. Los cataros nunca vieron el
actual castillo de Montségur. Este fue construido más tarde. El Montségur de la época
de la cruzada no fue un templo, sino una aldea71.
Que allí se guardase el santo grial, fue idea imaginada por Otto Rhan en 1933, en su
libro Cruzada contra el Griaf2. Es esta una hipótesis sin mayor fundamento. Como
símbolo eucarístico, el grial fue más bien un argumento utilizado por los clérigos
católicos en contra de la herejía que precisamente negaba el sacramento de la
eucaristía73.
conclusión
jías que mayor discusión ha suscitado. El libro de Brenon tiene la ventaja adicional de
detenerse en el contexto espiritual de la herejía, lo que le permite desvirtuar acusaciones
y estereotipos del catarismo y mostrar que no se trató de una simple secta maniquea. De
esta conclusión se extrae una importante lección de historia: coincidencias doctrinales no
implican orígenes comunes.
Del contraste entre las explicaciones suministradas por Mestre y Brenon con la de otros
historiadores se destaca la especial atención que algunos de estos últimos han prestado,
por una parte, al análisis del poder con el fin de apreciar las relaciones entre ortodoxia y
herejía, y por otra, al examen de las condiciones materiales propias del Languedoc. Las
motivaciones que impulsan a alguien a hacerse hereje tal vez nunca las sepamos del todo.
Son múltiples y varían de individuo a individuo. Pero reconocer esto no debiera impedir
establecer las vínculos entre catarismo y grupos sociales. Como lo ha indicado Patrick
Collinson, la noción según la cual una determinada ideología religiosa sirve como
instrumento de intereses materiales y de aspiraciones de un grupo social "no es
necesariamente falsa y a veces funciona aunque siempre deba someterse a prueba"78
(negrilla mía). En el caso de los cataros, por lo menos en lo que se refiere a los apoyos,
esta hipótesis, como quedó mostrado, funciona. "Los intereses materiales sin los ideales
son vacíos, pero los ideales sin los intereses materiales son impotentes"79.
78
COLLINSON, Patrick, "Religión, Society and the Historian, en The Journal ofReligious History, vol. 23,
N° 2, junio, 1999, p-158 (negrilla mía).
79
WEBER, M., citado por P. COLLINSON, "Religion, Society, and the Historian", p.167