El Gral. Raúl Cuevas. Relatos de La Revolución en Culiacán
El Gral. Raúl Cuevas. Relatos de La Revolución en Culiacán
El Gral. Raúl Cuevas. Relatos de La Revolución en Culiacán
Corría el año de 1993, en una calurosa tarde de agosto mi pasión por la historia de
Culiacán, me llevó a tocar las puertas de una vieja casona ubicada en la esquina de la calle
Colón y Morelos. Era la casa de la familia Achoy; ahí vivía el gral. Raúl Cuevas y la Sra.
Lucila Achoy, hermana de la ilustre maestra Agustina Achoy fundadora de la Escuela
Normal de Sinaloa. Dada la hora y el calor, dude de tocar ya que la mayoría de las personas
mayores a esta hora toman una siesta. Decidí tocar tres veces. “Si no me abren volveré otro
día” -Pensé- Me armé de valor y tomé con fuerza el aldabón de la vieja y despintada puerta.
Transcurrió un minuto y un anciano gritó sin abrir la puerta.
- ¿Quién es?
- ¡Disculpe la molestia señor, busco al general Raúl Cuevas! – le contesté
- ¿Qué quiere?
- ¡Soy escritor y vengo de parte del profesor Luis Mendoza Sánchez, me gustaría
entrevistarlo!
Se escuchó el pasador de una vieja cerradura y una antigua aldaba, una de las hojas de la
puerta se abrió con un rechinido. El rostro blanco y apergaminado de un anciano de entre
setenta y ochenta años de edad, asomó por la puerta; unos ojos negros y sagaces me
examinaron de arriba abajo.
- ¿Lo manda Luis Mendoza?
-Si señor, escribo para una revista y me gustaría platicar con usted.
La casa construida a finales del siglo XIX tiene una fachada del estilo neoclásico,
construida en una esquina tiene una forma de rectángulo sobre un terreno de 15 por 25
metros. Con una construcción de siete cuartos distribuidos a los lados que dan a las calles.
La entrada esta por la calle Colón, y sostenido por columnas de madera de ébano se
encuentra un portal interior y un corredor a los lados de los cuartos. El piso rústico de
cemento con cuadros blancos y negros, (clásico de este tipo de construcciones en Culiacán),
se encuentra con un hundimiento en el centro. Al caminar se siente hueco el piso.
El general me condujo a una mesa con sillas en el vestíbulo, le dije mi nombre y él me dio
el suyo y me preguntó.
- ¿Quiere un vaso con agua?
No quería, pero no quise desairar al general que cumplía con el ritual del buen anfitrión.
-Si gracias
- ¡Vieja, Vieja!
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De uno de los cuartos salió una dama de alrededor de unos sesenta y tantos años, vestida de
forma sencilla de constitución gordita y de gesto amable.
-Si viejo, ¿Qué se te ofrece?
- ¡Trae dos vasos de agua por favor!
El general sonrió, bajó su mirada como recordando algo, de nuevo me miró y me interrogó.
- ¿Y como que quiere que le platique?
- Lo que usted quiera mi general, lo que él le haya platicado de la Revolución.
La señora del general nos interrumpió con los vasos de agua.
-Ella es mi señora, me dijo el general. – Me levanté de inmediato y me presenté.
- Lucila Achoy – Me dijo- y yo agregué
- ¿Doña Agustina Achoy, fue su hermana, ¿verdad?
Ella se sorprendió con mi pregunta, sonrió y agregó.
- Si esta es su casa, en esa recamará hay varias fotos de ella, ¿Quiere verlas?...
Miré al general pidiendo con la mirada su permiso, el general asintió con un movimiento de
cabeza y se levanto para acompañarnos. Doña Lucila me condujo a un cuarto casi vacío de
muebles y empolvado pero lleno con varios cuadros en las paredes. La señota Achoy me
fue señalando uno a uno los cuadros, en ellos aparecía su hermana la profesora Agustina
Achoy. En uno de ellos recibía un diploma, en otro al lado del Gobernador Gabriel Leyva
Velázquez, en otro con un grupo de alumnos. El Gral. Cuevas junto a su mujer asentía a las
explicaciones de Doña Lucila. Después de de quince minutos el tour fotográfico se terminó
y el general y yo volvimos a la mesa. El calor era agotador y el agua me cayó muy bien,
seguimos la conversación.
-Es poco lo que le puedo decir sobre mi padre, y es que yo casi no lo conocí. Lo mataron en
Tepic Nayarit cuando yo era un niño. ¡Vieja trae la carpeta que esta en el cajón de arriba
del ropero!... Mi padre nació en Bequillos, municipio de Mocorito, Sinaloa. Al saber en
1911, del llamado de Don Francisco I. Madero, se adhirió a la Revolución. Se levantó en
armas y se unió a la gente del general Juan Banderas, y participó en la toma de Culiacán
con el grado de coronel. A mi padre le tocó dirigir la batalla contra el también coronel Luis
G. Morelos. Él dirigió a los hombres que mantenían sitiado a dicho coronel federal, según
me contó Doña Clarita de la Rocha, (Coronela también e hija de Don Herculano de la
Rocha).
Le voy a contar o que ella me dijo, (que por cierto no se ha escrito en ningún libro, al
menos que yo sepa).
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Resulta que el coronel Morelos se hizo fuerte con sus hombres en la azotea del santuario y
allí se mantuvo por más de tres días, desde allí el coronel y sus hombres disparaban a todo
hombre que se movía en las calles. El coronel disparaba con un rifle y tenía muy buena
puntería,” un disparo un muerto”, no fallaba. Por lo cual nadie caminaba por las calles, los
revolucionarios tuvieron que horadar las paredes de las casas vecinas al santuario para
poder acercarse y desde las ventanas y azoteas resguardarse y disparar a los hombres del
coronel Luis G. Morelos.
Pues bien resulta que Doña Clarita quería mucho a mi papá, y lo fue a visitar a la casa
donde se encontraban atrincherados disparando al santuario, ya tenían dos días y estaban
cansados y hambrientos cuando llegaron dos hombres cargando un enorme perol lleno de
un caldo con carne y papas. Mi padre pregunto ¿Quién les enviaba el perol? A lo que los
hombres contestaron que era un regalo del director de la cárcel y dicho eso se fueron
dejando el perol.
Todos los hombres se alegraron y se reunieron para recibir una ración del apetitoso caldo y
ya la iban a recibir cuando Doña Clarita gritó:
- ¡Un momento! ¿Quién nos asegura que este caldo no esté envenenado?
Y enseguida tomó una porción del caldo y se la dio a un par de perros que estaban
amarrados a un árbol en el patio de la casa.
- ¡Esperémonos un momento! No perdemos nada con probar.
Aunque los hombres estaban hambreados e impacientes, respetaron lo que hizo Clarita y
esperaron varios minutos como lo ordenó ella, y cual no sería la sorpresa de los hombres
cuando vieron convulsionarse a los perros y después cayeron al suelo revolcándose y
llorando lastimosamente. Entonces mi padre ordeno colérico.
- ¡Tráiganme al director de la cárcel!
Salió un piquete de revolucionarios en busca del hombre y con la ayuda de un preso que lo
señaló, lo encontraron en las mediaciones del mercado y lo llevaron a la casa donde estaba
mi padre. Al llegar mi padre lo iba a interrogar, pero no contó con la furia de Doña Clarita,
quién en cuanto lo vio desenfundó su pistola y nomás dijo:
- A estos perros no hay que tenerles piedad – y de tres tiros lo mató.
- ¡Pero Clarita! – dijo mi papá.
- ¡Nada Goyo! Con esta gente no hay que tentarse el corazón.
Mi padre nada dijo, sabía el aprecio que le tenía Clarita, y estaba furiosa.
En realidad, no se supo quién había enviado el perol envenenado; es muy probable que el
hombre que mató Clarita haya sido inocente, porque nadie es tan estúpido de enviar una
comida envenenada y revelar su nombre. Los hombres que llevaron el perol jamás fueron
encontrados.
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Todo esto me lo contó Doña Clarita de la Rocha siendo yo coronel del ejército. Ella vivía
por la avenida Madero, en una casa vecina al PRI ahí donde actualmente venden
guayaberas. Por cierto, me dijo que después de la batalla todos los oficiales se reunieron
para celebrar y empezaron a decir cuantos hombres habían matado.
Cada uno decía más que el compañero anterior. Uno decía que diez otro que doce, otro que
quince cada quién iba aumentando los muertos hasta que Clarita declaró que ella había
matado más que todos. La risa fue general, se burlaron de ella, entonces enojada les lanzó
un reto:
- Les apuesto que yo tengo mejor puntería que ustedes, el que me gane se lleva mi
pistola y mis cueros. (Funda y cinturón)
Todos dejaron de reír, pero Clarita estaba enojada y los volvió a retar.
- ¿No que muy hombres? ¿Le tienen miedo a una mujer? ¡Habladores!
El reto estaba lanzado y no se podían echar atrás, así es que tuvieron que competir contra
Clarita. Pusieron blancos a treinta metros y con la pistola les disparaban, Clarita les fue
ganado a uno por uno y despojándolos de sus pistolas y cueros. Ella se quedó con las
pistolas y cueros de los principales oficiales revolucionarios.
Cuando ella me lo contó, yo, la verdad lo dudé. Pensé que era una mentira, pero ella me
leyó la mirada y me dijo:
- ¡No me crees! ¿Verdad?
- ¡No mi coronela, si le creo!
- ¡No te hagas pendejo! No me lo crees, pero para probártelo, ¿Qué te parece si
apostamos la pistola y los cueros? ¡Órale, no te rajes!
Eso sucedió allá por 1942, mi coronela tendría alrededor de 60 y tantos años, y lo que me
dijo lo expresó con tanta seguridad, que yo de plano me rajé y le reafirmé que sí le creía.
- ¡Que collón eres! - Me dijo y se fue a la cocina y trajo un cucharón de madera y
una alcayata y me lo dio.
- Mira ve a ese árbol y cuelga este cucharón en la alcayata.
El árbol estaba como a veinte metros, caminé y con una piedra clavé la alcayata y colgué el
cucharón. Cuando regresé junto a ella, ella saco su pistola, pero la enfundó de nuevo, vio la
mía y me la pidió prestada la peso, apuntó con ella y antes de disparar volteó a verme y me
preguntó.
- ¿Entonces que? ¿Te apuesto mi pistola y los cueros a que le pego al cucharón?
- ¡No mi coronela! Yo si le creo, no hay necesidad de apostar nada.
Ella volvió su mirada al cucharón apunto la pistola y dijo riéndose,
- ¡Que zacatón eres! -Disparó y nomás vi como el cucharón salto del tronco del árbol.
Cuando fui a recogerlo, en el mero centro tenía el agujero de la bala, ¡Me quedé frío! Que
bueno que no le aposté; hubiera salido de la casa sin pistola y sin cueros. Ni Banderas, ni
Iturbe le pudieron ganar, ¡yo menos! Así era mi coronela Doña Clarita de la Rocha.
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- ¡Que bárbaro! Mi general, ¡que anécdota! –le dije- Oiga por cierto ¿y que pasó con
el coronel Luis G. Morelos? – En ese momento Doña Lucila Achoy nos interrumpió
para entregarle un sobre al general.
- Batallé para encontralos, no estaban donde me dijiste.
- Lo bueno es que los encontraste. – le contestó el general y Doña Lucila se retiró
dejándonos solos.
El coronel Morelos, (Según me platicó Doña Clarita) bajó del santuario cuando un grupo de
señores le hicieron llegar un telegrama en clave del alto mando militar, donde le
informaban que el presidente Porfirio Díaz, había renunciado y que depusiera las armas.
Entonces el coronel Morelos ordenó el cese al fuego, y ordenó a sus hombres bajar y
alinearse y entregar las armas a los revolucionarios. Entonces él conoció a mi padre quién
era coronel también.
Morelos le quiso entregar la espada a mi padre, pero él no se la aceptó y le dijo que a quién
se la debía entregar era al general Banderas, jefe máximo de la revolución. En eso llegó el
general Ramón F. Iturbe, y les tomaron una foto. Iturbe, Morelos y mi padre. Morelos había
derrotado a Iturbe en Durango y contaba con su admiración, tanto que Iturbe lo alojó en el
edificio de correos donde él estaba, para platicar con Morelos sobre las tácticas militares
que el federal había usado para derrotarlo.
Pero a pesar de la admiración que como militar sentía Iturbe por Morelos, el coronel
federal en Durango había dejado que la soldadesca robara y matara a placer cometiendo
muchos abusos en contra de los duranguenses, por lo que muchos de los revolucionarios
que habían venido del estado vecino, querían la cabeza de Morelos. Al otro día de la
rendición de Morelos hubo un consejo de guerra contra Morelos, y no se ponían de
acuerdo. El coronel Herculano de la Rocha opinó que por su valor debían dejarlo como
semental.
Iturbe abogó por él, pero la mayoría acordó fusilarlo. Como había diversidad de opiniones,
la gente de Durango amenazó con rebelarse. Al jefe máximo de la revolución, el gral.
Banderas, no le quedó más remedio que acordar su fusilamiento. Y al tercer día de su
rendición el coronel Morelos fue llevado junto con el mayor Agustín del Corral, al panteón
municipal para ser fusilados.
En el panteón, el coronel Morelos dio una muestra de su valor a toda prueba. Después de
entregar sus partencias a un soldado del pelotón de fusilamiento con la petición de que se
las entregara a su esposa. (Entre ellas iba su reloj y una bolsa que el coronel portaba debajo
de su casaca militar) y repartió dinero a los integrantes del pelotón. Le tocó a Mariano
Quiñones el dirigir el pelotón de fusilamiento, pero nunca lo había hecho, el coronel, al ver
la tardanza, pidió que le quitarán la venda de los ojos para ordenar al pelotón, cuando
volteó, vio que el mayor del Corral estaba temblando a lo que el coronel con voz fuerte y
segura le dijo: ¡No tenga miedo Mayor!, ¡Que solo se muere una vez!
Dicho esto, dio órdenes al pelotón, lo alineó y les instruyó lo que tenían que hacer. Pidió
que de nuevo le vendaran los ojos y dirigió el fusilamiento, a la orden de ¡Fuego! Su cuerpo
cayó a como a seis metros de la tumba con los estertores de la muerte un soldado le dio el
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tiro de gracia. Como ironía minutos después llegó un mensajero portando un indulto
ordenado por el presidente Madero, para el coronel Morelos. Tal vez si el coronel no
hubiera acelerado su propio fusilamiento, el mensajero hubiera llegado a tiempo para salvar
su vida. Días después llegó su viuda. Exhumaron el cadáver y se hicieron tres misas en el
Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, donde él presentó su última batalla. Así fue la
muerte del valiente pero cruel coronel Luis G. Morelos.
Yo estaba fascinado escuchando el interesante relato del general Raúl Cuevas. Cuando
hubo terminado su anécdota de Doña Clarita de la Rocha y el Coronel Morelos, le pregunté
por el destino de su padre, el coronel Gregorio Cuevas.
_Mi padre siguió luchando en la revolución y murió en 1915 en Tepic Nayarit. Mi madre
sufrió mucho para que el gobierno le reconociera su derecho a recibir una pensión, y tuvo
que recurrir al gobernador el Gral. Felipe Riveros, para conseguir la pensión. Precisamente
aquí tengo copia de uno de esos documentos.
Papel tamaño carta con cuatro timbres en la margen izquierda. Arriba a la izquierda
un sello con el águila rodeada con la leyenda “Gobierno del Estado de Sinaloa”.
Departamento de Gobernación. Forma Gob. Núm. 8. Sección de Gob. y Justicia.
Expediente 001/6.
Resumen:
Macario Gaxiola Gobernador Constitucional del Estado de Sinaloa, hago constar y
certifico que el señor Coronel Gregorio Cuevas, prestó sus servicios con este grado a
la Revolución Mexicana desde su iniciación y murió en las filas Constitucionalistas en
un combate que tuvo con el Jefe Huertista Francisco del Toro o del Real, en el Estado
de Nayarit, habiendo sido hecho prisionero por el mismo del Real, y fusilado en el
pueblo conocido por Pinabete de aquél Estado.
Svh/g.
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En verdad el general tenía razón, la casa Achoy se veía deteriorada con la falta del
mantenimiento que solo el poder económico le puede dar a un inmueble. El tiempo había
pasado rápidamente, había llegado a las cuatro de la tarde y ya eran las seis, el calor era
agobiante, así es que les agradecí al general Raúl Cuevas y a Doña Agustina Achoy su
amabilidad y me despedí de ellos prometiendo regresar, y así lo hice.
Regresé varias veces y en una de ellas el general Cuevas me invitó a buscar un tesoro, pero
eso es… otra historia.