La Reina de Abejas

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La reina de las abejas

Posted on Oct 12 2009

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Este es un cuento en el que el héroe no es


valiente, ni super inteligente, no debe luchar contra dragones y para romper el hechizo que le
plantean no le anima la ambición ni el amor, sino salvar a sus dos imprudentes hermanos. La
moraleja de este cuento es que no hubiera podido realizar su gran hazaña sin la ayuda de las
criaturas más humildes.

La reina de las abejas

de los hermanos Grimm

Érase una vez en un pequeño reino un rey que tenía tres hijos. Los dos mayores, audaces y
aventureros, habían salido a recorrer el mundo años atrás y no habían regresado.

Por fin el Rey, que ya deseaba abdicar del peso de la corona, envió a su hijo pequeño, Bobalicón, en
busca de sus hermanos.

Mucho se alegraron de su encuentro los tres hermanos. Se abrazaron felices y se dispusieron a


regresar al reino. Pero los mayores propusieron volver dando un rodeo para tener oportunidad de
ver más mundo.

Para descansar de su largo camino, se detuvieron en un claro del bosque y, allí, entre la hierba, el
hermano mayor encontró un hormiguero.

-¡Un hormiguero! ¡Vamos a destruirlo para ver cómo se dispersan las hormigas!  -propuso, tomando
una piedra.

El segundo hermano ya se disponía a ayudar al primero, cuando intervino Bobalicón:

-¡No lo hagáis! ¡Dejad en paz a las criaturas de la Creación!

Y su vehemencia disuadió a sus hermanos.


El sol estaba bien alto en el cielo y el hambre comenzó a acuciar a los tres vigorosos jóvenes, cuando
éstos llegaron a un lago en cuyas aguas nadaban cientos de patos.

-¡Tomemos a un par de ellos para asarlos y comerlos!  -propuso el segundo hermano.

-¡No lo hagáis! Vosotros seréis reyes y debe moveros la clemencia  -suplicó Bobalicón.

Y su vehemencia disuadió a sus hermanos.

Comenzaba a ponerse el sol tras las montañas que festoneaban el horizaonte, cuando los hermanos,
en el tronco medio vacío de un viejo roble, encontraron un panal, rezumante de miel, en el que se
afanaban incansables las abejas.

Los dos hermanos mayores se aprestaron a encender fuego para alejar a las abejas y apoderarse de
la miel, pues la dura jornada con el estómago vacío ya les hacía sentirse débiles y sin fuerzas.

Bobalicón impidió que quemaran el panal:

-¡No lo hagáis! Destruir el fruto de un trabajo duro y honrado para saciar el propio apetito, no es
digno de futuros monarcas.

Y su vehemencias disuadió a sus hermanos, aunque a duras penas.

Los postreros rayos del sol, perfilaron el majestuoso contorno de una fortaleza. Bobalicón aventuró
que tal vez entre sus abrigados muros les cobijaran y dieran un mendrugo de pan para pasar la
noche, y sin elección, los jóvenes se dirigieron al edificio, cuyas troneras se iluminaban con
antorchas.

Al pie de la fortaleza, los muchachos se asombraron al no ver movimiento, ni hombres, mujeres o


animales en los alrededores. Se asomaron a una ventana de sombríos cristales y vieron a  un oscuro y
siniestro hombrecillo gris, que se calentaba los pies al calor de la chimenea.

El hombrecillo volvió se rostro ceniciento hacia los jóvenes, invitándoles a pasar al interior del palacio
con un gesto.

Grande fue la sorpresa de los tres hermanos cuando, al llegar a la sala que antes habían visto vacía,
vieron una espléndida mesa puesta, con toda clase de manjares, licores y  pasteles dispuestos sobre
un rico mantel bordado en or y en plata. Se sentaron a la mesa y satisficeron su hambre y su sed.

Se dirigieron hacia la puerta, con la intención de dar las gracias al hombrecillos gris, que les había
dejado a solas y, al darse la vueta, descubrieron asombrados que la mesa había desaparecido con
todos sus manjares, y en su lugar se habían dispuesto tres camas cómodas y limpias, que les
invitaban a descansar.

A la mañana siguiente, los tres jóvenes se despertaron descansados y con todas sus fuerzas para
proseguir su camino. Se lavaron, despacharon un apetitoso desayuno y, cuando se disponáin a partir,
vieron al hombrecillo que les hacía una seña para que le siguiesen.

Como no querían pecar de descorteses, los tres hermanos apresuraron el paso tras el extraño
personaje, quedando aterrorizados al ver un palacio en el que lebreles, sirvientes, doncellas,
guardianes y truhanes, incluso la comida en sus calderos, se habían convertido en piedra.  Por fin, el 
hombrecillo habló:

-Tenéis tres oportunidades para escapar del poderoso hechizo que ha convertido en piedra cuanto
contenían estos muros…

El hombrecillo los condujo a una sala en la que una multitud de vigorosos y apuestos jóvenes, como
ellos, convertidos en piedra en las posturas más insólitas, les contemplaban desde sus ojos sin vida.

-Cada uno de vosotros, por orden, de mayor a menor, deberá salir airoso de tres pruebas
consecutivas. La primera de ellas, encontrar entre el musgo y las rocas las mil perlas del collar que se
le rompió a la Reina, antes de que el sol se ponga. La segunda preuba consiste en encontrar la llave
del joyero que contiene el sello real y que cayó al lago en el último paseo en botes que dio el rey con
sus coretesanos antes de convertirse en piedra. La tercera prueba es discernir, entre tres jóvenes
idénticas cual de ellas es la más pequeña. Si falláis en alguna de estas pruebas, os convertiréis en
piedra.

Conducido a un lugar sombrío y húmedo en el bosque, el hermano mayor se dispuso con ánimo a
superar la prueba. Pero a mediodía apenas había podido reunir cien, y para cuando el último rayo de
sol desapreció en el horizonte, el montón había crecido a duras penas a menos de trescientas perlas.
No hubo oportunidad de pedir clemencia.

El joven se transformó en piedra tal y como estaba, en cuclillas, con una expresión de horror y
asombro en su rostro, que heló la sangre a sus hermanos cuando le vieron enetre el mudo ejército de
aspirantes de piedra con el que habían quedado encerrados.

El amanecer del segundo día fue el turno del segundo hermano. No se dio un momento de descanso.
Se juró que slavaría a su hermano de su triste destino.

Cuando el sol estaba en lo alto del horizonte, el joven había conseguido reunir trescientas perlas, que
se escondían entre las grietas de las rocas, entre hojarasca seca, en el lecho de  un débil arroyo.

Cuando el último rayo de sol se puso, las seiscientas perlas reunidas no salvaron al joven de un triste
destino de piedra.

Una expresión de abatimiento y profunda resignación transformó su rostro. El joven aguardó en pie,
con dignidad, a convertirse en piedra.

Bobalicón se sentó sobre una roca cuando fue conducido al bosque, convencideo de que si sus
valientes hermanos, los más inteligentes, los más arrojados, no habían podido superar con éxito la
pruebo, él, el más pequeño y menos brillante, no conseguiría salvar a todos aquellos jóvenes y el
radiante palacio.

Pero mientras él intentaba esforzarse pensando qué otro camino podía seguir para liberar a todos
del hechizo, las hormigas del hormiguero que salvó surgieron de todas las grietas, de bajo la
hojarasca y de los troncos de los árboles, reuniendo para él las mil perlas del collar de la Reina, una
hora antes de la puesta de sol.
El segundo día, después de una abundante cena y un cómodo descanso, el hombrecillo gris llevó a
Bobalicón a orillas de un lago de aguas oscuras.

-La llave del joyero que guarda el sello real está en el fondo –y le dejó abandonado a su suerte.

Bobalicón se quitó la ropa, se sumergió en las aguas y pronto perdió pie. El agua estaba helada, el
fondo oscuro y poblado de algas yrocas. Aquello iba a ser el fin.

Pronto vio una bandada de patos dirigirse hacia el centro exacto del lago. Uno a uno comezaron a
sumergirse hasta que, antes del mediodía, un majestuoso pato le llevó la llave en su pico. Se trataba
de los patos por los que había intercedido.

Al amanecer del tercer día, el hombrecillo gris guió a Bobalicón por un intrincado laberinto hasta una
cámara secreta, donde descansaban profundamente dormidas tres princesas.

-Debes descubrir cuál es la más pequeña antes del anochecer. No puedes tocarlas, sólo
contemplarlas, pero como has sido un joven valiente, te daré una pista  -dijo el hombrecillo gris-.   La
mayor, antes del hechizo había probado un poco de caramelo; la mediana, había mojado los labios
en azúcar; la pequeña había tomado una cucharadita de miel.

¡Eran tan iguales! Bobalicón comenzó a contemplar sus rostros, sus manos… desconcertado,  hasta
que vio una pequeña abeja, la abeja reina, revolotear sobre ellas y posarse brevemente sobre los
labios de cada una, comenzando a volar en círculo sobre el rostro de la más pequeña.

Tan pronto señaló Bobalicón a la más pequeña, el hombrecillo gris se esfumó en el aire, las tres
jóvenes se desperezaron, el ejército de aspirantes a desencantar el palacio, incluidos sus hermanos,
recuperaron su carne, su flexiblidad y su color. Los perros alegraron con sonoros ladridos los pasillos
y salones; el contendio de los calderos, que comenezaron de nuevo a hervir, esparcieron aromas
deliciosos por aquellos muros. Sirvientes, doncellas, damas, soldados  y visitantes prosiguieron su
actividad como si nada hubiera sucedido…

Sólo la más pequeña de las hijas del Rey se acercó a Bobalicón para abrazarle y darle las gracias, lo
mismo que sucedió con el Rey en persona.

No recibió la mano de las más pequeña de las hijas del Rey y el trono mismo del reino por su arrojo y
su valentía.  Lo ganaron para él su clemencia, su bondad, su afán de justicia y sus cualidades únicas
para sere el rey más adorado por sus súbditos.

También sus hermanos desposaron con las otras princesas, y aprendieron la lección para gobernar
con prudencia sus propios reinos.

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