Derecho de Obligaciones Examen Final Libro

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LIBRO DE DERECHO DE OBLIGACIONES, PARTE 3 ULTIMO EXAMEN

PARCIAL.
DE LA PAGINA 457 A LA 590, MAS CUADROS DE COMPARACIÓN O
APUNTES EXTRAS CON SUBRAYADOS
DEL CAPITULO 15 AL 18

21 DE ABRIL 2022 DIAPOSITIVAS DEL 21 AL 26 DE ESTE CAPITULO


CAPITULO XV
MODIFICACION DE LA OBLIGACION

I. LA MODIFICACIÓN DE LA RELACIÓN OBLIGATORIA


1. Las vicisitudes de la relación obligatoria

La idea de vicisitud por la que atraviesa una relación jurídica cualquiera, y en particular
la relación obligatoria, procede de los autores italianos (ALLARA, BETTI). En un
sentido muy amplio, designa las diferentes fases de lo que se podría llamar el ciclo vital
por el que atraviesa o se desenvuelve la relación obligatoria. Cabe así distinguir tres
tipos o momentos distintos: la constitución, la modificación y la extinción. En un
sentido más estricto, la idea de vicisitud trata de captar el fenómeno del cambio o de la
alteración que en su devenir histórico puede sufrir una relación jurídica cualquiera y las
consecuencias y efectos jurídicos que este cambio o alteración está llamado a producir.

La relación obligatoria puede sufrir modificaciones de distinta naturaleza: cambio de


sujetos, en el objeto cambio en las circunstancias (lugar, tiempo del pago, etc.), cambio
funcional (modificaciones en la función económico-jurídica de la obligación), o, cambio
en el contenido (alteración de las reglas que la rigen).

La relación obligatoria presenta un aspecto dinámico que no sólo se ve representado por


el natural intercambio de bienes y servicios programado por las partes, sino que incluso
puede afectar o concretarse en la modificación de su configuración jurídica. En este
sentido, el cambio en la relación obligatoria se da cuando en su desenvolvimiento o
desarrollo programado inicialmente se produce una alteración con trascendencia
jurídica. Esta alteración puede concretarse en sus elementos estructurales, variando o
modificando los sujetos, el objeto, o las circunstancias de la relación obligatoria, en su
propio contenido, esto es, respecto de la reglamentación de derechos y deberes de las
partes, e incluso, en su respectiva función (causa), ya sea a través de una alteración de la
tipicidad del negocio constitutivo de la obligación o bien mediante la modificación de la
eficacia o los actos o negocios programados, caso, por ejemplo, del acuerdo por el cual
el deudor y los acreedores modifican la eficacia pro solvendo de la cesión de bienes
llevada a cabo por su eficacia pro soluto.
En todos estos supuestos es indudable que el hecho generador principio eficiente del
cambio no es otro que la voluntad negocial de los contratantes, pero la cuestión
principal que se plantea no es esta, dada su plena admisibilidad salvo que la alteración
vulnere el tenor o el sentido de una norma imperativa, sino que se centra en determinar
el alcance de la modificación realizada, es decir, si la alteración implica necesariamente
la creación de una nueva relación obligatoria que sustituye a la relación originaria, o si,
por el contrario, dicha alteración puede integrarse en el marco de la relación obligatoria
existente, a la que simplemente modifica pero no extingue.

2. La novación modificativa y la extintiva


2.1. La novación de las obligaciones en el Derecho romano
Para comprender el origen histórico de la figura que se aborda, es menester no perder de
vista dos datos que poseen una extraordinaria relevancia. En primer lugar, se encuentra
el peculiar juego de la stipulatio, como fuente de obligaciones. La stipulatio es un
negocio jurídico formal y solemne que determina el nacimiento de la obligación por la
emisión de una promesa con los requisitos de solemnidad necesarios marcados por la
ley. Ocurre así, como señala SANCHO REBULLIDA, que una segunda stipulatio entre
las mismas personas, que no contenga nada nuevo, sería nula y si contiene un aliquid
novum, ha extinguido a la anterior y la ha sustituido.

El segundo dato que conviene no perder de vista es el carácter estrictamente personal


que al vínculo se atribuye en el Derecho romano. La obligatio es un vínculo personal
que liga a un deudor con un acreedor. No podía ser la obligatio transferida a otro
acreedor o ser asumida por otro deudor. La stipulatio de otro acreedor o de otro deudor
posee un aliquid novum y por eso extingue la vieja obligación y la sustituye.

Con todo ello, la novación clásica funcionaba mediante concurrencia de tres requisitos:

a) La existencia de una obligación anterior, que puede ser d cualquier clase y


derivada de cualquier fuente (de un contrato, de un delito, etc.).

b) Una obligación nueva creada para sustituir a la precedente, que en cuanto a su


origen nace de una stipulatio: la stipulatio novatoria.

c) Por último, un aliquid novum, que es una cierta diferencia entre la anterior
obligación y la nueva. Puede ser un cambio del acreedor, del deudor, de la causa
o función de la obligación o de alguna de sus modalidades, como el término.
Este aliquid novum no debe ser capaz para destruir la identidad de la deuda. El
idem creditum es también un elemento integrante de la novación. Si la nueva
obligación tuviera por objeto otro débito, no extinguiría la anterior, sino que
subsistiría con ella.

2.2. La figura de la novación en el Código Civil

El instituto de la novación es un mecanismo que se presenta como el cauce natural para


acceder a la modificación o alteración de la relación obligatoria. De esta forma, la
novación es el medio extintivo de obligaciones que opera mediante la sustitución de una
obligación por otra. Es, por tanto, un modo por el cual, simultáneamente, se extingue la
obligación y se crea otra a la vez.

En este sentido, el criterio sistemático del Código Civil parece terciar, a favor de la
naturaleza extintiva de la novación. Así se desprende del título IV del libro quinto,
primera parte titulado “Extinción de las obligaciones" y del tenor de los artículos 1478 y
1479del Código Civil. Esta orientación viene además apoyada por los antecedentes
históricos, donde la novación queda definida como la extinción de una obligación
mediante la creación de otra nueva destinada a reemplazarla.

En esta dirección la Exposición de Motivos del Código Civil expresa: “La novación
exige ánimo de novar y debe ser expresa, y aunque no es indispensable el uso de
términos o palabras especiales, si es necesario que la voluntad de novar resulte
claramente del nuevo convenio, o que las dos obligaciones que se requieren para que la
novación exista sean incompatibles".

La extinción de la obligación primitiva no es solo el efecto, sino la causa de la nueva,


llamada a sustituirla, hasta el extremo de que nacimiento y extinción se condicionan
recíprocamente. En este contexto, el artículo 1478 del Código Civil dispone: “Hay
novación cuando deudor y acreedor alteran sustancialmente la obligación
sustituyéndola por otra. La novación no se presume; es necesario que la voluntad de
efectuarla resulte claramente del nuevo convenio, o que la antigua y la nueva
obligación sean de todo punto incompatibles".

De lo anterior se desprenden los requisitos de la novación: a) preexistencia de una


obligación válida; b) creación de una nueva obligación; c) animus novandi o voluntad
de novar; y, d) la novación extingue la obligación anterior con todos los accesorios y
garantías.

2.3. Efectos de la novación

Si la novación es extintiva o propia, su efecto es la extinción de la obligación anterior y


la constitución de otra que la sustituye. SANCHC REBULLIDA señala que en la
novación existe una unidad negocia y una eficacia dual. Evidentemente, el efecto es
doble, porque consiste en la extinción de una obligación y en el nacimiento de otra.
Debe, sin embargo, subrayarse la “unidad negocial”; el acto novatorio presenta una
inescindible unidad. Obedece a una única causa y única es su función económico-social.
Por el contrario, si la novación es impropia o meramente modificativa, el efecto es
naturalmente el mantenimiento de la identidad de la relación obligatoria, con la
introducción de alguna variación en sus elementos estructurales o en su contenido.

II. EL CAMBIO DE ACREEDOR Y SUS FORMAS


1. Supuestos

A diferencia de la tradición romana, que dada la personalización extrema del vínculo


obligacional consideraba imposible de efectuar cualquier modificación de los sujetos
que no implicara la extinción de la obligación por novación, el Derecho moderno
admite y favorece la circulación económica de los créditos, bajo su consideración de
bienes objeto de tráfico jurídico, así como la posibilidad de que en determinados casos
el acreedor venga sustituido en su posición jurídica por un tercero, rodo ello sin
necesidad de un especial consentimiento del deudor.
Un cambio de acreedor en la relación obligatoria puede acontecer por razones de muy
diverso tipo:

a) Existe, en primer lugar, la cesión de crédito, que es un contrato celebrado por el


acreedor con otra persona a la que se transmite la titularidad de su derecho. El
negocio de cesión es un cauce para realizar el interés de las partes, y el interés
general, en la circulación y en la comercialización de los créditos.

b) Es posible, en segundo lugar, la transmisión del crédito incorporado un título


valor, por virtud de un endoso, cuando el título es a la orden, o por virtud de su
tradición, cuando se trata de un título al portador. Es también un negocio que
cumple una función de circulación y de comercialización, pero que presenta
caracteres especiales, en atención a la disciplina en la que el derecho está
sometido como consecuencia de su incorporación al título o documento.

c) Existe, en tercer lugar, la subrogación en el crédito, que es un subingreso o una


subentrada de un nuevo acreedor en el lugar del antiguo, que se produce por
mandato legal o por convenio de las partes y que cumple, como función, la
defensa de un interés en la recuperación o en el reintegro de una atribución
patrimonial que le ha sido hecha al acreedor.

d) Además, cabe la transmisión del crédito por vía hereditaria bien a los herederos
del acreedor (sucesión mortis causa en el crédito) o bien mediante su atribución
a título particular a un específico beneficiario (del legado del crédito).

e) Cabe, por último, que la transmisión del crédito se realice por virtud de una
actuación judicial, cuando el derecho del acreedor ha sido embargado por sus
propios acreedores (acreedores del acreedor) y vendido en pública subasta
(cesión o adjudicación judicial de créditos).

2. La cesión de créditos o de derechos


2.1. Definición

Puede haber un cambio de acreedor porque el acreedor primitivo (cedente) transmite su


derecho de crédito a un adquirente (acreedor cesionario), quien subroga o subentra en la
posición jurídica del primitivo acreedor. En este supuesto no hay extinción de la
obligación. A esto se llama cesión de créditos.

La cesión del crédito es un contrato celebrado por el acreedor de una relación


obligatoria, llamado cedente (es el acreedor originario que transmite su acreeduría a un
tercero y que como consecuencia de la cesión sale de la relación jurídica), con una
tercera persona extraña a dicha relación, llamado cesionario, con la finalidad de
producir la transferencia de la titularidad del crédito entre uno y otro. Lo anterior
simplemente da lugar a un cambio de la persona de acreedor, se traslada el crédito de
una persona a otra. Esta es la idea central recogida en el artículo 1443 del Código Civil:
“El acreedor puede ceder sus derechos sin el consentimiento del deudor, salvo que
haya convenio en contrario o que no lo permita la ley o la naturaleza del derecho. En
la cesión se observarán las disposiciones relativas al negocio jurídico que le dé origen,
en lo que no estuvieren modificadas en este capítulo".

De acuerdo con el art. 1443, la cesión de derechos es una figura jurídica autónoma que
engloba todos los actos traslativos del crédito, que se realicen inter vivos y que
respondan a una finalidad general de poner en circulación los créditos a los efectos de
su posible comercialización. Como señala DÍEZ-PICAZO, en el negocio de cesión se
encuentran indisolublemente unidos el acuerdo de cesión y la traslación del crédito
(tradición), aunque la referencia de la figura parezca aludir más bien el momento
traslativo.

2.2. La figura de la cesión de derechos en el Código Civil

El Código Civil reconoce al acreedor la facultad de ceder sus derechos sin el


consentimiento del deudor, salvo que haya convenio en contrario o. que no lo permita la
ley o la naturaleza del derecho (art. 1443).

La Exposición de Motivos del Código Civil sostiene, “el objeto de la cesión puede ser
todo derecho, sea personal o real; pero no los derechos. puramente personales
estipulados en consideración a la persona del beneficiario, los cuales son
intransferibles. Tampoco pueden cederse los derechos cuya transmisión está prohibida
por la ley, como el salario del trabajador, o los alimentos presentes, cuota vital que
patrocina la ley con el mismo fundamento con que protege la libertad y seguridad
personal. La cesión, por último, puede quedar prohibida por convenio de las partes”.

El artículo 1443 del CC debe entenderse que se refiere a todos los derechos
individualizados y que sean transmisibles.

Al seguir avanzando en el estadio de la cesión se debe tener presente que la cesión no


produce efecto contra el deudor ni contra tercero sino desde que se notifica al deudor o
desde que este se muestra sabedor de ella. La notificación de la cesión debe hacerse por
la vía judicial o por medio de Notario, diligencia que no es necesaria cuando el acreedor
está facultado por el deudor para ceder el crédito sin notificar a éste, o cuando se trata
de documentos endosables (arts. 1448 y 1449 CC).

Dispone el código que quien cede un crédito u otro derecho, solo responde de su
legitimidad y existencia al tiempo de la cesión, salvo que se haya comprometido
expresamente con el cesionario a garantizar la solvencia del deudor, o que se trate de
documentos endosables entendiéndose que la responsabilidad del cedente que se
compromete a garantizar la solvencia del deudor, se limita al momento en que la
obligación sea exigible, salvo convenio en contrario (arts. 1451 y 1452 CC).

La cesión puede ser total, si comprendiera la totalidad del derecho; parcial, si no la


comprendiere. Si la cesión es parcial, y el titulo quedare en poder del cedente, se hará
constar esta circunstancia en el documento de cesión y el cedente estará obligado a
exhibirlo cuando lo necesitare el cesionario (Cfr. artículo 1447 CC). Aunque la ley no lo
exprese, lógicamente la misma obligación tendrá el cesionario, en caso de cesión
parcial, si el documento le fuese entregado por el cedente. La cesión puede ser, también:
excepcionable por el deudor, cuando no se trate de títulos a la orden o al portador
(especies de títulos de crédito o títulos valores, regulados por el Derecho mercantil); y
no excepcionable por el deudor, cuando se trate de dicha clase de títulos (art. 1450 CC).

2.3. Presupuestos

Estos se refieren principalmente a las características del crédito como objeto de la


cesión. En este sentido el crédito debe reunir las siguientes notas:

a) Debe tratarse de un crédito transmisible. La cedibilidad de los créditos


comporta también la transmisión de los derechos accesorios, art.1444 del
Código Civil.

b) En principio el crédito debe reunir la idoneidad derivada de su existencia y


validez. No obstante, se admite su posible cesión como crédito dudoso, o bien,
como crédito litigioso. En ambos casos, si el cesionario acepta el crédito,
normalmente con un menor precio u onerosidad de su contraprestación, asume el
riesgo derivado acerca de la legitimidad del crédito.

2.4. Forma

No se exige especiales requisitos de forma. Por tanto, será suficiente con la


correspondiente celebración de la cesión para que esta surta efectos. No obstante, será
necesaria la escritura pública si se trata de derechos sobre inmuebles o que deben
inscribirse en el Registro de la Propiedad, arts.1125 y 1445 del Código Civil. Por
ejemplo, que el contrato de mutuo esté garantizado con hipoteca o prenda.

2.5. Efectos

Los efectos que produce la cesión de derechos pueden estudiarse con cierta sistemática
con ocasión de las múltiples relaciones a las que da lugar.

a) Relación entre cedente y cesionario. La relación entre cedente y cesionario


surge directamente de la celebración del contrato de cesión del crédito. El
principal efecto que se produce es la transferencia del derecho de crédito. El
Código Civil, configura dicha transferencia siguiendo el modelo y pautas del
contrato de compraventa. De ahí que su régimen contemple la existencia de una
suerte de obligaciones del cedente en orden a la plena efectividad del derecho
transmitido. Estas obligaciones, relativas al instituto del saneamiento, se
concretan en la llamada garantía de las veritas nominis del crédito cedido y en la
garantía de la solvencia del deudor cedido o bonitas nominis.

b) Relación entre el cedente y el deudor cedido. El deudor cedido no interviene


de un modo relevante en el negocio de cesión, no obstante, se le debe notificar la
cesión realizada. Su régimen es distinto antes o después de la notificación. Si el
deudor cedido paga al cedente antes de la notificación, el pago es válido y con él
queda liberado de la deuda. Después de efectuada la notificación, el deudor
cedido debe pagar al cesionario, para que su pago le libere, arts.1448 y 1449 del
Código Civil.

c) La relación entre cesionario y el deudor cedido. El cesionario sustituye al


acreedor cedente y se convierte en el nuevo acreedor del deudor. Esto supone,
por una parte, que el cesionario va a poder actuar con todas las facultades
inherentes al crédito y con todos sus derechos accesorios, privilegios y garantía
anexos al crédito.

3. La subrogación en el crédito
3.1. Definición

Otro modo de sustitución o cambio de la persona del acreedor en la relación obligatoria


es el que se denomina pago con subrogación; lo que sucede cuando un tercero paga al
acreedor y se coloca en la posición de este.

La Exposición de Motivos del Código Civil considera que, la subrogación “no es un


medio de extinción, sino al contrario, un medio de conservación de la obligación,
satisfaciendo al acreedor el valor de la misma. Técnicamente debe considerarse como
un medio de transmisión, pues toda la operación se reduce al cambio de acreedor,
dejando vigente la obligación y, por lo tanto, solamente queda extinguida para el
acreedor primitivo, pero no extinguida la obligación entre sí".

En este contexto, la subrogación es un subingreso o una subentrada de un nuevo


acreedor en lugar del antiguo. Supone la modificación subjetiva en la relación
obligatoria por la que un tercero sustituye al acreedor en su posición jurídica. Al
respecto, el artículo 1453 del Código Civil indica: “La subrogación tiene lugar cuando
el acreedor sustituye en el tercero que paga, todos los derechos, acciones y garantías
de la obligación". Por ende, una persona, se coloca en lugar que ocupaba el acreedor,
permaneciendo invariada en lo demás, la obligación afectada.

3.2. Diferencias entre la subrogación en el crédito y la cesión de créditos


La diferencia existente respecto de la cesión de créditos se produce sobre todo por su
distinta función normativa. La cesión es un instrumento idóneo para realizar el interés
económico de la circulación del crédito, considerado como bien patrimonial objeto de
tráfico jurídico. La cesión es siempre negocial. En cambio, la subrogación se presenta
como un cauce apropiado para recuperar vía de regreso el interés del subrogado con
base a una situación antecedente en la que este ha satisfecho un desembolso patrimonial
a favor del acreedor satisfecho. La situación de quien lleva a cabo el desembolso se
protege especialmente porque si se le concediera una simple acción de reintegro, tendría
un crédito nuevo nacido en ese instante, sin la antigüedad y los privilegios que pudiera
tener el crédito satisfecho. Esto explica que el caso normal de subrogación es el del
pago o satisfacción del derecho de crédito por persona distinta del deudor. La
subrogación es una medida de protección del subrogado superior en efectos a la
concesión de una pura acción de reembolso: el subrogado ejercita el crédito inicial que
adquiere, lo ejercita con toda su integridad y con todas las facultades a él anexas como
los privilegios y las garantías.

En suma, la subrogación tiene su origen en el pago del crédito que efectúa un tercero.
La cesión de derechos es el objeto de un contrato o convenio celebrado entre cedente y
cesionario. La cesión puede tener por objeto separadamente el crédito, como la deuda de
una determinada relación obligacional (cesión de derechos o cesión de deuda
consideradas separadamente). La subrogación, en cambio, comprende la transmisión de
ambos aspectos de la obligación.

3.3. Clases de subrogación

a) La subrogación legal: Se produce por efecto de la ley al venir el supuesto de


hecho (situación antecedente) contemplado en la norma y el crédito resulta
adquirido por la subrogación, sin necesidad que medie ninguna expresa
declaración de voluntad. Puede hablarse también de subrogación legal en
aquellos casos en que, aunque la. adquisición del crédito no se produzca de
manera automática por la ley, le es atribuida a una persona la facultad de
demandar frente al acreedor satisfecho que el crédito le sea subrogado.

Este tipo de subrogación tiene lugar por ministerio de la ley, sin necesidad de
declaración alguna de los interesados, en los supuestos previstos en el artículo
1455 del Código Civil: “La subrogación tiene lugar por ministerio de la ley, sin
necesidad de declaración alguna de los interesados: 1º. Cuando el que es
acreedor paga a otro acreedor que le es preferente; 2º. Cuando el tercero que
paga tiene interés jurídico en el cumplimiento de la obligación; 3º. Cuando el
tercero no interesado en la obligación paga con anuencia del deudor; y 4º.
Cuando un heredero paga con sus bienes propios alguna deuda de la herencia"
(por ejemplo, un heredero que sin ser fiador o codeudor paga un préstamo
bancario del causante). En este supuesto, si los bienes de la herencia no
alcanzaran a cubrir las deudas y cargas de la herencia (art.920 CC), el heredero
que pagó la deuda no tendría derecho a cobrar a los demás herederos lo pagado
por él, sino en todo caso en la proporción que dichos bienes cubrieren el monto
de la deuda pagada.

b) La subrogación convencional o contractual: Se da por el acuerdo o convenio


entre el acreedor y el subrogado. Dicho acuerdo ha de ser anterior o coetáneo al
momento de la satisfacción del crédito. También para que surta efectos frente al
deudor le debe ser notificada (art. 1453 CC). A su vez, debe establecerse con
claridad para que sea válida.

3.4. La subrogación operada por la sola voluntad del deudor

Por regla general, la subrogación convencional ha de ser acordada por el acreedor con el
subrogado. En un caso excepcional, sin embargo, el Código Civil permite que la
subrogación pueda ser convenida por el deudor con el subrogado, sin el consentimiento
del acreedor. Se trata de la hipótesis contemplada por el artículo 1456, de acuerdo con el
cual “Cuando la deuda fuere pagada por el deudor con dinero que un tercero le
prestare con ese objeto, el prestamista subrogará al acreedor por ministerio de la ley,
en sus derechos, si el préstamo constare en documento fehaciente en que se declare que
el dinero fue prestado para el pago de la deuda”.

Los presupuestos de aplicación del artículo 1456 CC se mueven en dos planos


diferentes. Por un lado, existe un contrato de mutuo celebrado por el deudor con un
prestamista, formalizado en documento fehaciente, en el cual se declare expresamente
que la suma de dinero prestada se destinará al pago de una deuda anterior del
prestatario. Por otro lado, existe un pago hecho por el deudor a su antiguo acreedor con
la suma prestada. Este pago ha de constar documentalmente y en el documento se ha de
expresar la procedencia de la cantidad con la que el pago se hace.

El fundamento y la naturaleza de este tipo de subrogación, según se desprende del


artículo 1456 del Código Civil es un supuesto de “subrogación legal”.

3.5. Efectos de la subrogación

La subrogación produce una transmisión de la titularidad del crédito, que pasa del
antiguo acreedor ya satisfecho a la persona que se subroga en él. La transmisión tiene
por objeto el derecho de crédito con todos los derechos y facultades accesorias o
inherentes al mismo, como son, en particular las garantías, los privilegios y los derechos
a los intereses y a las restantes prestaciones accesorias.

Por lo tanto, el subrogado (nuevo acreedor) pasa a ocupar la posición jurídica que tenía
el subrogante (antiguo acreedor) frente al deudor.

III. EL CAMBIO DE DEUDOR EN LA RELACIÓN OBLIGATORIA


1. Admisibilidad

A diferencia de lo visto en la modificación de la relación obligatoria por cambio del


acreedor, el cambio del deudor ha planteado mayores problemas en orden a su
admisibilidad. Estos problemas responden a criterios de diversa índole. Así, por
ejemplo, desde un punto de vista conceptual, el papel o la función del deudor es mucho
más determinante de cara a la configuración de la relación obligatoria que el del
acreedor, de ahí que la noción de la personalización del vínculo se halle más
intensificada en la posición del deudor y se dificulte, todavía más, cualquier
modificación de la relación obligatoria en este sentido que no lleve aparejada su
extinción automática. Por otro lado, desde un punto de vista socio-económico, el
cambio del deudor representa un suceso de mayor envergadura que el cambio de
acreedor, pues no es igual pagar a uno o a otro, que pague uno u otro, dado que en este
caso las circunstancias personales de seriedad y moralidad del deudor, así como su
capacidad patrimonial, son del todo determinantes para la posible efectividad del
derecho de crédito.

Habrá que estar a las reglas o criterios expuestos en los artículos 1459 a 1468 del
Código Civil.

2. La asunción o la cesión de la deuda


2.1. Definición

Si la cesión del crédito es la sustitución de la relación activa de la obligación, la cesión


de la deuda viene a ser el aspecto pasivo, aunque se diferencian claramente, pues en la
primera el acreedor puede, en virtud de un acuerdo, trasladar su derecho de crédito,
mientras que, en la segunda, en principio, ese traslado no es libre y presupone un
acuerdo entre el acreedor, el deudor primario y el deudor cesionario.

La cesión o transmisión de la deuda, es un contrato por el que el nuevo deudor (un


tercero, llamado asumente) asume la deuda del primitivo, es una transferencia de la
obligación cambiando al deudor, sin alterar la relación obligatoria establecida desde un
principio. Se configura como una manera de transmisión de las obligaciones, mas no de
extinción. Por ello, la cesión de la deuda requiere el consentimiento de ambos,
naturalmente, y el del acreedor para que el deudor primitivo quede liberado.507 En
síntesis, supone un cambio en el elemento subjetivo de la relación obligatoria: un
cambio de deudor.

Esta figura llamada por el Código Civil “transmisión de deudas” es contemplada como
un cambio de deudor, permaneciendo el mismo acreedor y la misma obligación. Se
encuentra regulada en el artículo 1459, el cual nos indica lo siguiente: “La sustitución
del deudor en una obligación personal y su liberación, se verifican por convenio entre
el acreedor y el tercero que se sustituye", o De esta norma se infiere que la transmisión
de deudas es el supuesto de transmisión de la obligación, en el lado pasivo, que se ha
denominado también sucesión en la deuda Es la sustitución de la persona del deudor por
otra, con respecto a la misma relación obligatoria, sin extinción de esta.

El consentimiento del acreedor puede ser anterior, coetáneo o posterior al negocio de


asunción, y por su forma, expreso o tácito (art.1461 CC). Si el acreedor no da el
consentimiento, se producirá la ineficacia del contrato de cesión si se ha condicionado a
aquel requisito.

Como consecuencia del contrato de asunción de deuda puede resultar una liberación del
deudor antiguo o anterior (asunción liberatoria) o bien la vinculación de ambos
deudores frente al acreedor (asunción cumulativa).

La cesión de deudas puede surgir del acuerdo de voluntades (cesión contractual) u


originarse por disposición de ley, cesión legal, arts.1464,1465,1466 CC; art.660, párrafo
1º, Código de Comercio.

2.1. La asunción de la deuda en el Código civil

De acuerdo con las disposiciones del Código Civil, la transmisión de la deuda:

a) Se realiza en una obligación personal por convenio entre el acreedor y el


tercero que sustituye al deudor, o por convenio entre el deudor y el
tercero, siempre que el acreedor lo consienta expresa o tácitamente
(arts.1459 y 1460 CC), presumiéndose que el acreedor consiente en la
sustitución del deudor, cuando permite que el sustituto ejecute actos que
debía ejecutar el deudor. como el pago de intereses o la amortización
parcial o periódica del capital. siempre que lo haga en nombre propio y
no por cuenta del deudor primitivo(art.1461).

b) El acreedor que exonera al antiguo deudor aceptando otro en su lugar,


no puede repetir contra el primero si el nuevo se encuentra insolvente,
salvo pacto en contrario (art. 1462).

c) El deudor sustituto queda obligado en los mismos términos que lo estaba


el deudor primitivo (identidad de la obligación): pero si la deuda
estuviera garantizada con fianza, esta garantía cesara con la sustitución
del deudor (liberación del garante), a menos que el fiador consienta
expresamente en que continúe (la garantía), art. 1463 del Código Civil.

d) Si la obligación estuviere garantizada con hipoteca o prenda (garantía


real), la transferencia de la cosa pignorada o hipotecada transmite la
deuda con todas sus consecuencias y modalidades. sin necesidad de
convenio expreso de los interesados (art.1464 C0) este principio es una
consecuencia del contenido en el artículo obligado personalmente ni aun
por pacto expreso.

e) El deudor sustituto puede oponer al acreedor las excepciones que se


originen de la naturaleza de la deuda y las que sean personales, pero no
puede oponer las que sean personales del deudor primitivo (art.1467
CC).

f) Cuando se declare nula la sustitución del deudor (la transmisión de la


deuda), la antigua deuda subsiste con todos sus accesorios, pero con la
reserva de derechos adquiridos por terceros de buena fe (art.1468 CC).

3. La delegación
3.1. Definición y caracteres

En su forma más simple, de acuerdo con la doctrina usual, delegar significa encargar,
encomendar, etcétera, y la delegación es una operación jurídica por medio de la cual
una persona (delegante) da una orden o una autorización a otra (delegado), a fin de que
realice una prestación o emita una promesa a favor de un tercero(delegatario), todo ello
de manera tal que la promesa o la prestación se entienda hecha por cuenta del delegante.

Con mayor rigor BIGIAVI señalaba que existe delegación siempre que Cayo (delegado)
por invitación o iniciativa de Ticio (delegante) quien toma a su cargo la eventual
consecuencia pasiva de la operación, asume en propio nombre una determinada
obligación frente a Sempronio (delegatario), a quien de un modo u otro se da a conocer
la delegación procedente de Ticio, o bien por orden de Ticio efectúa una prestación a
favor de Sempronio, quien la recibe como si proviniera de Ticio. De lo dicho hasta aquí
se infiere que en todo fenómeno de la delegación intervienen tres sujetos: “el
delegante”, de quien proviene la orden o invitación a pagar o prometer una prestación;
“el delegado”, que es quien la recibe y ejecuta, y el “delegatario”, que es la persona en
cuyo favor el delegado asume la obligación o realiza la prestación.

Del planteamiento esbozado se desprende igualmente que, en toda delegación, puede


decirse que se producen dos etapas o fases: la primera está constituida por la orden,
mandato o invitación dirigida por el delegante al delegado; la segunda se produce
cuando el delegado emite la declaración de voluntad por la que se obliga o hace la
prestación, lo que es aceptado por el delegatario.

La delegación es un importantísimo instrumento de crédito que es susceptible de


desempeñar funciones y cometidos muy diversos. En la delegación encuentran su
fundamento último figuras tan notorias en la práctica como la letra de cambio y los
títulos al portador, las tarjetas de crédito y otra serie de variantes que permiten un rápido
funcionamiento económico. En la práctica, tiende normalmente a concentrar dos
prestaciones entre tres personas: si el delegante es acreedor del delegado y deudor
delegatario, con una sola prestación, la del delegado al delegatario, se extinguen dos
relaciones obligatorias; igualmente la obligación del delegante hacia el delegatario
puede quedar sustituida o unida (según que el efecto sea extintivo o acumulativo) por
una obligación del delegante frente al delegatario.

3.2. Delegación pasiva y activa

La delegación puede ser pasiva o de deuda y activa o de crédito. La delegación pasiva


es aquella en que el delegante es deudor del delegatario, y lo que se delega es la función
de deudor, que recae sobre el delegado, pudiendo ser perfecta si el delegante queda
liberado, o imperfecta si delegante y delegado deben cumulativamente. La delegación
activa es la que se da cuando el delegante es acreedor, y busca convertir al delegatario
en nuevo acreedor del delegado. En otros términos, se dice que la delegación pasiva es
aquella en que la iniciativa o invitación delegatoria parte de una persona que es deudor
de la otra: el delegante es deudor del delegatario. En suma, lo que en ella se delega es la
función del deudor. En la delegación pasiva se trata de convertir al delegado, en el
supuesto de una delegatio promittendi, en un nuevo deudor del delegatario.

En cambio, en la llamada delegación activa se delega la función de crédito. Mediante


ella, el delegante, que es acreedor, busca convertir al delegatario en nuevo acreedor del
delegado.

El esquema de la delegación pasiva es el siguiente: Ticio, delegante, que es deudor de


Sempronio, delegatario, ordena o invita a Cayo, delegado, que se convierta en nuevo
deudor. Cayo acepta la invitación y la cumple asumiendo la deuda. A su vez la promesa
de Cayo es aceptada por Sempronio, quien libera a Ticio o adquiere un crédito
cumulativo contra ambos deudores.

El esquema de la delegación activa es, en cambio, el siguiente: el delegante, Ticio, es


acreedor del delegado, Cayo, y le invita o le ordena que el delegatario Sempronio sea su
nuevo acreedor. Cuando Cayo acepta y ejecuta la delegación, Sempronio será nuevo
acreedor de Cayo, quedando desligado de la relación Ticio o siendo acreedores ambos.

IV. LA CESION DEL CONTRATO


1. Función económico-jurídica de la llamada cesión del contrato

La institución llamada “cesión de contrato” no es más que el último en el orden del


tiempo, de una serie de esquemas que la ciencia jurídica ha venido elaborando en el
curso de los siglos para viabilizar el complicado fenómeno de la comercialización y
dinamización de la relación obligatoria a partir de un cambio de sujetos en la misma.
Tras haberse admitido la cesión de los créditos y, más tardíamente, la modificación
pasiva de las obligaciones a través de la figura de la asunción o transmisión de deuda se
ha ido preparando el ambiente y el camino para hacer posible la consagración de una
total cesión de un contrato o, por decirlo mejor, de una relación contractual, que ha ido
imponiendo en la práctica merced a la progresiva mercantilización de la vida
económica. Es una figura que se encuentra ampliamente difundida en la práctica
negocial.

La cesión del contrato es un acuerdo contractual el que permite que una de las partes
pueda quedar apartada de la relación jurídica y un tercero pase a ocupar su lugar. Este
queda subrogado en todos los derechos y obligaciones que correspondían al anterior
titular. Por ello, quizá sea más apropiado hablar de cesión de posición contractual, pues
se manifiesta la transferencia a un tercero, por parte de un contratante, de la íntegra
posición que en él ocupa.

Las partes de la cesión de posición contractual son: a) el cedente, su interés es salir de la


relación contractual, mediante la pérdida de su titularidad sobre los derechos y
obligaciones que le corresponden; b) el cesionario, que desea entrar a la relación
jurídica; c) el cedido, su interés es el de permanecer en la relación que nace del contrato,
limitándose su actividad a permitir el cambio de sujeto entre el cedente y el cesionario.

2. Admisibilidad de la cesión del contrato en el Derecho nacional

Aunque el Derecho positivo no contenga normas que admitan y regulen con carácter
general la figura de la cesión del contrato, parece que no hay ninguna dificultad en
construirla al amparo del principio general de libertad de pactos del artículo 1517 del
Código Civil. Sin embargo, la ley contempla y la admite en algunas concretas ocasiones
de las que son buen ejemplo la cesión del arrendamiento, la cesión de los contratos de
trabajo, sobre todo en la transmisión de la empresa y la cesión de la relación contractual
en las acciones no liberadas de una sociedad anónima.

Se trata, en concreto, de que circule y se transmita una relación contractual en su


complejo o en su unidad, con el conjunto de derechos obligaciones que contiene, sin
necesidad de escindir el fenómeno en una serie de transmisiones separadas de los
elementos activos (cesión de créditos) y de los elementos pasivos (asunciones de
deudas).513 Por ende la cesión del contrato solo contempla cesión de los efectos
contractuales de una de las partes, continuando intacto todo lo demás, que no se cede
sino que se limita a resentirse de las consecuencias de la cesión.

El negocio de cesión debe hacerse en la misma forma prescrita para el contrato cedido.

Conviene puntualizar que, en principio, todo contrato puede ser objeto de cesión, ya que
la cesión de contrato no se opone al principio de la relatividad del contrato. Sin
embargo, existen tres excepciones:

a) El contrato puede haber sido concluido intuitu personae: la satisfacción del


acreedor depende de la personalidad del deudor. Debe tratarse de una obligación
de hacer, ya que la consideración de la solvencia del deudor en una obligación
de pagar no podría impedir la cesión. A pesar del intuitu personae, la cesión será
válida si el cedido consiente.

b) El contrato no puede haber producido su efecto principal, pues la cesión supone


que el contrato continúa con un tercero, que deviene parte de este.

c) El acuerdo de las partes puede prohibir la cesión del contrato. Sin embargo, un
pacto de esta naturaleza no debe confundirse con el intuitu personae.

3. Efectos de la cesión del contrato

El efecto característico de la cesión de contratos es la subrogación del cesionario en la


posición contractual del cedente, de manera que le sustituye en todas las relaciones
pendientes que no tengan carácter personalísimo. Hay, pues, una sustitución en sentido
propio del cedente por el cesionario: el primero desaparece de la relación contractual,
aparece, exactamente en su mismo lugar, el segundo.

A partir de la cesión, el contrato sigue desarrollando sus efectos. pero ya entre el


cesionario y el cedido, desapareciendo toda relevancia del cedente en esta
relación: nada puede exigir, y nada está obligado a cumplir. Del mismo modo, el cedido
ya no puede cumplir frente a él, ni él se libera cumpliendo frente al cedido: su situación
a estos efectos es la del tercero, y estaría sometida al régimen del pago al tercero, o del
pago por tercero.

28 de abril al 3 de abril, son dos clases de este capitulo


CAPITULO XVI
EXTINCIÓN DE LA OBLIGACIÓN

I. GENERALIDADES

La propia dinámica de la obligación implica que tiene una duración limitada en el


tiempo, pretende la satisfacción del interés del acreedor. Se satisface tal interés
mediante la ejecución de la prestación por el deudor: es el cumplimiento de la
obligación, que evidentemente la extingue. La extingue igualmente la ejecución forzosa
o por equivalencia.

Los modos de extinguir las obligaciones son los actos o hechos jurídicos que ocasionan
la liberación del deudor de la prestación a la que se encuentra obligado.

II. CAUSAS DE EXTINCIÓN DISTINTAS DEL PAGO GENUINO

La forma normal de extinguirse la obligación es el pago o cumplimiento de la


prestación debida por parte del deudor, figura que se estudió con anterioridad. Pero,
además, la obligación puede extinguirse por otra serie de causas, las que se desarrollan
en el presente capítulo. Se alude a subrogados del cumplimiento porque vienen a
sustituir al pago en una determinada situación, permitiendo la liberación del deudor y la
extinción de la obligación.

La relación obligatoria se extingue cuando se produce alguno de los hechos o negocios


a los que la ley atribuye el efecto de hacer desaparecer el vínculo que existía entre
acreedor y deudor. A estos hechos se les denomina causas o modos de extinción de las
obligaciones. Sin embargo, conviene precisar que el estudio de las causas de extinción
se concreta a aquellas que ponen término a una relación obligatoria válida y eficaz; y,
por consiguiente, se excluyen aquellas circunstancias por las que se declara la ineficacia
de una relación obligatoria, como son la nulidad, anulabilidad, rescisión o la resolución.

Los derechos de obligación tienen una naturaleza transitoria, por ello suele decirse que
la obligación nace condenada a su extinción. El pago o cumplimiento (fin y medio) es el
modo lógico y normal de extinción de la relación obligatoria, pues a través de este se
satisface el interés del acreedor, y también el del deudor, que se libera de la atadura que
le constriñe. No obstante, la ley también atribuye a otros hechos o negocios la virtud de
extinguir el vínculo obligatorio.

En este contexto, la Exposición de Motivos de1 Código Civil señala:

“El Código del 77, después de reglamentar los contratos, enumeraba los modos de
extinguir las obligaciones en el título X, libro III, en este orden: pago, perdón
voluntario o condonación, confusión, compensación, novación, mutuo disenso,
obligación y consignación y destrucción de la cosa; y fuera de estos medios generales,
otros especiales para extinguir ciertas obligaciones constando en sus títulos
respectivos.

Hemos suprimido la enumeración mencionada por considerarla innecesaria en un


código, puesto que en capítulos separados se legisla sobre cada uno de esos medios
generales de extinción.

El nuevo Código los comprende en el título IV, en el siguiente orden: compensación,


novación, remisión, confusión y prescripción extintiva. Se suprime, como se ve, el pago
que, por las razones ya expuestas, ocupa lugar en el título que trata de los efectos de
las obligaciones, y el mutuo disenso y destrucción de la cosa, y, en cambio, se agrega la
prescripción liberatoria.

La razón de la supresión de las dos figuras citadas, no significa que se deje de


estimarlas como medios de extinción, sino que es innecesario formar con cada una de
ellas capítulo especial en este título, toda vez que el mutuo disenso no es más que la
rescisión de la obligación por mutuo consentimiento de las partes que la formaron y así
con este nombre se desarrolla. La destrucción de la cosa está comprendida entre los
efectos de las obligaciones, al reglamentar la pérdida por culpa o por caso fortuito.
Se agrega la prescripción extintiva o liberatoria separándola de la prescripción
positiva o usucapión que seguirá figurando en el libro II. La prescripción extintiva
como medio de extinguir las obligaciones debe colocarse en esta sección, con mayor
razón desde el momento en que se establece que la prescripción puede ejercitarse como
acción o como excepción y, por consiguiente, vencido el término legal ya puede el
deudor pedir que se declare su liberación de la deuda”.

En efecto, el Código Civil en el título IV, capítulos I, II, III, IV y V, del libro V, primera
parte, bajo el epígrafe “Extinción de las obligaciones", contempla como causas de
extinción de la relación obligatoria a las siguientes:

a) Compensación, artículos 1469 a1477;


b) Novación, artículos 1478 a 1488;
c) Remisión, comprendida de los artículos 1489 a 1494;
d) Confusión, artículos 1495 a 1500;
e) Prescripción extintiva, de los artículos 1501 a 1516.

1. La compensación
1.1. Definición

La compensación surge cuando dos personas son recíprocamente acreedora y deudora


una de la otra, se extinguen las dos deudas en la cantidad concurrente y su efecto es la
extinción o liquidación de las deudas recíprocamente homogéneas. Se denomina
también, pago abreviado, que evita un doble pago.

Inicialmente, la compensación encuentra su razón de ser en la conveniencia de


simplificar la operación de cumplimiento, sustituyendo dos o más pagos con efectiva
transferencia de fondos por una simple operación aritmética. Desde este punto de vista,
la compensación encuentra un amplio campo de aplicación entre personas o entidades
que poseen reiteradas y diferentes operaciones de negocios y permitir sustituir múltiples
pagos por un saldo al cierre del período. Así se efectúa, hoy día, en las llamadas
cámaras de compensación, para liquidar las diferentes operaciones realizadas entre
bancos.

La compensación “es un medio de liberarse de la deuda, que se produce por una mutua
neutralización de dos obligaciones, cuando quien tiene que cumplir es al mismo tiempo
acreedor de quien tiene que recibir satisfacción", Como puede observarse, se trata de
evitar una innecesaria duplicidad de pagos, y por eso la doctrina la ha llamado “doble
pago abreviado". La jurisprudencia extranjera ha dicho que “equivale a pesar y
balancear dos obligaciones "Calificándola de “pago abreviado" y de “permuta de
deudas". Dicho de otra manera, la compensación destruye dos créditos, el de la parte
que alega la compensación y el de la parte contraria; el compensante dispone de dos
créditos: el suyo propio como acreedor (contra crédito) y el de la parte contraria (crédito
principal) en virtud de un Derecho Potestativo extintivo inherente a su propio crédito.

La compensación viene configurada como una de las causas de extinción de las


obligaciones según dispone el artículo 1469 del Código Civil: “La compensación tiene
lugar cuando dos personas reúnen la calidad de deudores y acreedores recíprocamente
y por su propio derecho". Esta figura provoca la extinción de la obligación sin una
ejecución propiamente dicha de la prestación debida. Su función es, por tanto,
claramente liberatoria. La compensación tiene como presupuesto material la situación
jurídica de dos personas, que, por derecho propio, son recíprocamente acreedores y
deudores la una de la otra de la compensación en relación con la cantidad concurrente
de los respectivos créditos.

De esta forma, la compensación se presenta inicialmente como un mecanismo de


simplificación y de economía de las operaciones derivadas del cumplimiento de las
obligaciones. Así, por ejemplo, si A debe a B Q1,000 y B a A otros Q1,000, una
operación aritmética de resta extingue ambas deudas y ambos créditos. Si Ale debe
Q1,000 a B y, a su vez, B a A Q500, mediante un solo pago de Q500 se evitan dos. Sin
embargo, la raíz última de la compensación, desde el punto de vista jurídico, no se
encuentra tanto en la simplificación de las operaciones o en la evitación de la
transferencia material para el pago, cuanto en el carácter objetivamente injusto y desleal
del comportamiento de quien reclama un crédito, siendo al mismo tiempo deudor del
demandado. Así se dice que es contrario a la buena fe pedir aquello mismo que luego ha
de ser restituido. El que paga primero se expone al fraude o a la insolvencia de quien
debe pagar después.

En resumen, la compensación se traduce en la extinción total parcial de dos deudas


homogéneas cuando sus titulares sean mutua y recíprocamente acreedor y deudor;
equivale a nivelar o igualar el efecto de una cosa con el efecto opuesto de otra cosa
contraria. Para evitar el doble pago, se considera que, en la cantidad o valor
concurrente, quedan extinguidas las obligaciones susceptibles de ser exigidas por el
respectivo acreedor.

1.2. La compensación en el Código Civil guatemalteco

Los presupuestos de la compensación vienen contemplados en atención a la


compensación legal, según dispone el artículo 1469 del Código Civil. Dichos
presupuestos son:

a) Que cada uno de los obligados lo esté principalmente y sea, a su vez,


acreedor principal del otro (por su propio derecho), es decir, reciprocidad
entre acreedor y deudor. En relación con el presupuesto de partida de que
cada uno de los obligados lo esté principalmente y sea, a su vez, acreedor
principal del otro, responde al principio de evitar que una persona
compense su crédito o deuda por cuenta de otra persona o con deudas de
las cuales no es titular, art.1469 del Código Civil. Pero puede oponerla
también la parte interesada como el fiador o el que ha dado sus bienes en
garantía, como lo establecen los artículos 1471 y 1475 del Código Civil.

b) Que ambas deudas a compensar consistan en una cantidad de dinero, o


que siendo fungibles las cosas debidas, sean de la misma especie y de la
misma calidad, si esta se hubiese designado, según lo estipulado en el
artículo 1470.

La infungibilidad de la cosa excluye la compensación de los contratos de


depósito y comodato, pues el depositario y el comodatario son deudores
de cuerpo cierto y determinado. La ley solo les concede el derecho de
retención de la cosa mientras no se les haga efectivo el pago, de acuerdo
con lo dispuesto en los artículos 1971 y 1982 del Código Civil.

c) Que las deudas deben estar vencidas. Sólo cuando ha llegado el


momento del cumplimiento de la obligación se puede operar la
compensación legal. La fecha de vencimiento tiene importancia para
valorar el alcance de los efectos de la compensación, pues tanto se
defiende la eficacia ipso iure de esta, como su carácter facultativo con
efectos retroactivos, al momento del vencimiento habrá que referirse en
orden a la extinción de las deudas y créditos compensados. Con este
requisito, se excluye a las obligaciones naturales. Por consiguiente,
ambas deudas deben estar vencidas y ser exigibles.

d) Que sean líquidas y exigibles. Al respecto conviene señalar cuanto antes


que se trata de dos presupuestos diversos. La liquidez de la deuda se
refiere a la determinación de la cuantía o montante de la prestación. Este
presupuesto, como afirma LOPEZ VILAS, es congruente con el
funcionamiento de la compensación, pues solo cuando se sabe lo que se
debe puede operarse la extinción de las deudas en toda su cuantía o en la
cantidad concurrente. De este modo, hasta que no se tenga la certeza
sobre el montante de la prestación no se produce el efecto extintivo de la
compensación. Este requisito se encuentra en el artículo 1470 CC.

Por su parte, una deuda es exigible cuando el acreedor puede reclamar


con eficacia jurídica su cumplimiento, de tal modo que si el deudor no
paga puede demandarlo judicialmente con las consecuencias previstas
legalmente. De esta forma, no entrarían en tal concepto las llamadas
obligaciones naturales, las deudas prescritas, los intereses no estipulados,
las obligaciones inexistentes o nulas, y aquellas relaciones sometidas a
condición aún no cumplida, entre otras.
e) Por último, que sobre ninguna de ellas haya retención judicial o
contienda promovida por terceras personas y notificadas oportunamente
al deudor, esto es libertad de los créditos.

1.3. Créditos no compensables

El Código Civil de acuerdo con el contenido del artículo 1473, excluye la posibilidad de
compensar obligaciones en los siguientes:

a) En la demanda sobre la restitución de despojo, el cual se complementa con los


artículos 255 a 258 del Código Procesal Civil y Mercantil.

b) En la demanda sobre restitución de depósito, ya que aun cuando no se haya


fijado plazo para la restitución, el depositario debe entregarlo cuando el
depositante lo reclame y si rehúsa, responderá por los intereses desde que
incurra en mora y por los daños y perjuicios causados al depositante, tal como lo
regulan los artículos 1994 y 1995 del Código Civil.

c) En lo que se debe por alimentos presentes; ya que el artículo 282 del Código
Civil preceptúa que no puede compensarse el derecho a los alimentos con lo que
el alimentista debe al que ha de prestarlos, sin embargo, podrá compensarse, las
pensiones alimenticias atrasadas.

1.4. Efectos de la compensación

La compensación extingue las obligaciones en la cantidad concurrente, aunque no


tengan conocimiento de ella los acreedores y deudores. La cantidad concurrente es el
montante mínimo de cosas fungibles homogéneas de cifra dineraria de las deudas. Por
tanto, puede ser: a) Total, cuando las cantidades coincidan exactamente; b) Parcial,
cuando sean desiguales y solo se extinga el crédito menor hasta donde ambos concurran
y subsiste el mayor por la diferencia resultante.

La compensación opera de un modo automático e ipso iure23 desde el momento fáctico


en que se producen los requisitos legalmente exigidos. No obstante, su realidad no
puede apreciarse de oficio, y deben ser los propios interesados quienes ejerciten dicha
facultad. La tesis de la compensación automática o ipso jure ha sido modernamente
matizada. En este sentido, es expresivo el trabajo de ÁLVAREZ VIGARAY. Para este
autor, la atenuación que experimente la regla de la realización automática de la
compensación, obedece, por una parte, al carácter rogado del procedimiento civil, que
exige que las excepciones tengan que ser necesariamente alegadas en juicio por aquel
que tenga interés en servirse de ellas y que no puedan ser tenidas en cuenta de oficio por
el juez, de manera que, como en alguna ocasión ha declarado el Tribunal Supremo
español, comete incongruencia el fallo que declara la compensación sin haber sido
solicitada en el pleito por ninguna de las partes.
El carácter no automático de la compensación encuentra su apoyo en la facultad que se
reconoce a los interesados en la compensación de renunciar a ella, no solo a través de la
llamada renuncia preventiva o estipulación inserta en el negocio jurídica constitutivo de
la obligación, que la declara no compensable, sino también en virtud de actos
posteriores que, según la opinión citada, pueden constituir incluso renuncia tácita.

2. La novación extintiva
2.1. Definición

En principio cabe recordar lo expuesto en el capítulo XV en lo referente a la novación


modificativa y sobre esa base estar en capacidad de poder diferenciarla con la novación
extintiva. En este sentido, la novación modificativa afecta únicamente a los elementos
de la obligación que hayan quedado alterados, pero la obligación sigue siendo la misma.
Mientras que la novación extintiva determina una nueva obligación, quedando
extinguida la primitiva a la que sustituye.

La novación extintiva es la modificación o alteración de la obligación que determina la


extinción de la relación obligatoria. El artículo 1478 del Código Civil establece como
criterios para la determinación de dicho carácter extintivo la voluntad de las partes,
manifestada expresamente, y la total incompatibilidad objetiva entre la antigua y la
nueva obligación. En caso de duda, deberá estarse por la conservación de la antigua
relación obligatoria.

A la luz de lo considerado, la novación es un modo de extinción de la obligación que se


produce por la constitución de una nueva que sustituye a la extinguida, nace una
obligación nueva para extinguir la anterior y ocupa su puesto.

El artículo 1479 del Código Civil matiza el alcance del efecto extintivo de la novación
en los siguientes términos: “La novación extingue las garantías y obligaciones
accesorias, a menos que el acreedor y deudor convengan expresamente en la reserva;
pero no valdrá ésta cuando la garantía la hubiere prestado un tercero que no acepte
expresamente la nueva obligación”

2.2. Clases de novación extintiva

a) Objetiva o real: esta puede tener lugar por las siguientes alteraciones: lo.
Mutación del objeto; 20. Por cambio de la causa de la obligación; 3o. Cambio en
las modalidades de la obligación. Solo la condición es susceptible de cambiar la
obligación primitiva por una nueva. Establece el Código Civil en sus artículos
1481,1482 y 1485, que no constituye novación: la prórroga ni la reducción del
plazo; la reducción del tipo de interés en deudas en dinero, ni la reducción de
rentas.
El Código Civil admite solamente la novación objetiva, en su aspecto más
característico, al disponer en el artículo 1478, que hay novación cuando deudor
y acreedor alteran sustancialmente la obligación sustituyéndola por otra. Resulta
lógico que el CC no admita la novación subjetiva, puesto que, como se anotó,
regula expresamente la cesión de derechos (cambio de acreedor) y la transmisión
de deudas (sustitución de deudor).

Así el estado de cosas, la novación objetiva se produce por “cambio de objeto",


una obligación de pintar un cuadro, que se sustituye por la de pagar una cantidad
determinada de dinero; por “cambio de causa”, se debe el precio de la compra y
se sustituye por lo mismo, pero en concepto de préstamo o “por cambio de
condiciones", se debe dinero a pagar en determinada fecha y se pagará en tales
plazos con intereses, con garantías.

b) Subjetiva: este tipo de novación extintiva se refiere a alguno de los sujetos de la


relación obligatoria, ya sea por cambio de deudor, puede adoptar las
modalidades de la delegación o por cambio de acreedor. Esta figura no está
regulada en el Código Civil.

2.3. Efectos de la novación extintiva

Estos efectos de acuerdo al Código Civil son: a) extinguir las garantías y obligaciones
accesorias, a menos que acreedor y deudor convengan expresamente en la reserva, la
cual no tendrá validez si la garantía la hubiese prestado un tercero que no acepta
expresamente la nueva obligación (art. 1479); y b) la novación no altera el orden y
preferencia de las garantías constituidas por el deudor cuando se trate de bienes de su
propiedad o de bienes de terceros que hayan prestado su consentimiento para la nueva
obligación (art. 1480).

En concreto, los efectos de la novación son la extinción de la obligación y de las


obligaciones accesorias.

Los artículos 1481, 1482 y 1485 prevén los casos de modificación de la obligación
original, que no constituye novación.

3. La remisión o condonación de la deuda


3.1. Definición y caracteres

La condonación también llamada remisión, perdón o liberación, es el acto gratuito


mediante el cual el acreedor manifiesta su voluntad de liberar al deudor. Por ello, esta
figura se presenta como el perdón de la deuda, como aquella declaración del acreedor
por virtud de la cual manifiesta su voluntad de extinguir total o parcialmente su derecho
de crédito, sin recibir a cambio prestación alguna. Aparece claramente una liberación
del deudor sin satisfacción del acreedor.
La condonación parece encontrar su fundamento en el ánimo liberal del acreedor. Sin
embargo, como señala certeramente DÍEZ-PICAZO, este fundamento de mera
liberalidad del acreedor puede darse en estado puro, caso de la condonación por causa
donandi, pero también puede darse en aras de un interés patrimonial del acreedor que
instrumentalice la condonación de la deuda, caso de la quita parcial, o también, de la
condonación surgida de un acuerdo transaccional de las partes.

La Exposición de Motivos del Código Civil establece: “La remisión, perdón voluntario
o condonación de la obligación, es la renuncia que el acreedor hace del derecho que
tiene de exigir al deudor el cumplimiento de su obligación, o sea el pago de su deuda.
Esta renuncia constituye una donación; pero con la diferencia de que nada se entrega
en ese acto al deudor, sino solamente lo libera a título gratuito, de la obligación de
pagar. La aceptación del deudor es indispensable para que la remisión quede perfecta,
pues mientras no manifiesta su aceptación, el acreedor puede revocar su oferta".

El artículo 1489 del Código Civil dispone lo siguiente: “La remisión de la deuda hecha
por el acreedor y aceptada por el deudor, extingue la obligación". Bajo esta
denominación conoce el Código Civil los casos en los cuales el acreedor manifiesta su
voluntad de extinguir en todo o en parte (quita en este caso) su derecho de crédito, sin
recibir nada a cambio, es la renuncia gratuita al derecho de crédito. En tal virtud, sus
caracteres son la unilateralidad y la gratuidad.

La condonación, por otra parte, para que tenga una eficacia plena necesita de la
aceptación del deudor, por lo que tendrá ya un carácter irrevocable. Si la condonación
no es aceptada, ante el silencio del deudor cabrá su revocación siempre que esta no
contravenga el principio de buena fe y sea conforme a los usos del tráfico.

3.2. La unilateralidad y la bilateralidad de la condonación

Se discute por la doctrina si para que exista condonación o perdón es suficiente la


simple voluntad del acreedor (acto unilateral) o si, por el contrario, se requiere para que
produzca efectos la aceptación del deudor (acto bilateral).

A favor de la unilateralidad de la condonación se argumenta del modo siguiente: no hay


razón para que el acreedor no pueda disponer del crédito extinguiéndolo, de la misma
forma que puede disponer de él cediéndolo a un tercero, para lo que no necesita
consentimiento del deudor; y que el acreedor puede liberar al deudor, lo demuestra el
hecho de que está legitimado para recibir el pago de un tercero.

Frente a esta tesis cabe argüir que el acto unilateral del acreedor, no seguido de
aceptación, es una simple manifestación de no ejercicio de un derecho, que por sí
mismo no basta para liberar al deudor, el cual, en tanto no transcurra el plazo de
prescripción, se encontrará amenazado por la posible reclamación; y, por otra parte, el
acreedor no puede imponer la remisión de su crédito al deudor, pues este puede no
desear o querer la condonación o perdón de su acreedor, y para liberarse, acudir al
procedimiento de la consignación. Como dice LARENZ, “el crédito no es un derecho
de soberanía, en virtud del cual el deudor estaría sometido unilateralmente a la
voluntad del titular del crédito, sino un vínculo ético: una facultad que es de otra
persona en el reverso de la obligación. El acreedor no puede liberar al deudor de su
obligación sin el consentimiento de él, ya que el primero no puede, naturalmente,
sobreponerse a la posible voluntad del deudor de cumplir su obligación”.

La mayor parte de los autores franceses e italianos, según ha puesto de relieve


SANCHO REBULLIDA, consideran que para la plena eficacia de la condonación es
necesaria la aceptación del deudor. La condonación es una verdadera convención y no
puede decidirla el acreedor unilateralmente. A la misma conclusión se llega en los
ordenamientos germánicos, donde la figura que se estudia se construye como un
“contrato de remisión de deuda” (cfr. artículo 397, p. I, BGB). Igual actitud asume el
Código Civil suizo de las obligaciones (art. 115).

En definitiva, se puede concluir con las siguientes afirmaciones: la declaración del


acreedor condonando la deuda al deudor extingue la obligación desde el momento en
que este la conoce y no se opone a ella. Por tanto, la condonación de la deuda se
configuraría como un negocio jurídico unilateral y recepticio en el que se salvarían los
obstáculos que alegan los autores “bilateralistas" mediante la posibilidad que se concede
al deudor de oponerse al perdón. El silencio del deudor finalmente debe interpretarse de
forma positiva, como aceptación, según los usos del tráfico y de la buena fe.

Esto no supone la necesaria exclusión de un convenio entre el acreedor y deudor en


cuya virtud se condona la deuda. Es más, determinadas condonaciones exigirán, por su
propia naturaleza, el carácter convencional, tales como las condonaciones modales o las
que impongan un gravamen o condición al deudor.

3.3. Efectos de la remisión o condonación de la deuda

En cuanto a los efectos de la remisión de la deuda, puede afirmarse que el más


importante de ellos es la extinción (parcial o total) de la obligación; y otros efectos son:
que el perdón de la deuda hecha al deudor, aunque no sea aceptada por este, extingue la
obligación de los fiadores y cualesquiera otras garantías (art. 1490 CC); que la
condonación hecha a uno de los deudores simplemente mancomunados, solo extingue la
obligación del deudor que fue perdonado (art. 1491 CC); que la condonación hecha a
uno de los fiadores simples, no extingue la obligación del deudor ni la de los demás
fiadores (art. 1492 CC); y que se presume la remisión de la obligación accesoria de
prenda cuando la cosa pignorada, después de entrega al acreedor, se hallare en poder del
deudor, salvo prueba en contrario (esto es, que se pruebe que el acreedor no entregó
voluntariamente al deudor la cosa pignorada), art. 1494 del Código Civil.
En suma, el efecto fundamental e inmediato de la condonación de la deuda es la
extinción de la obligación en los términos en que se realiza la condonación, total o
parcialmente. En este sentido, la condonación total produce el efecto de extinguir el
crédito, como renuncia que es, y en consecuencia la extinción de la obligación y,
además delas obligaciones accesorias. La condonación parcial extingue el crédito en la
parte renunciada y subsiste la obligación con menor contenido.

4. La confusión de derechos
4.1. Definición

La concurrencia de dos sujetos aparece como requisito inherente al concepto de


obligación; se considera imposible el nacimiento o el mantenimiento en vida de una
relación obligatoria, de no existir dos sujetos que ostenten, el uno frente al otro, una
situación jurídica subjetiva. Así, parece lógico que de concurrir las cualidades de
acreedor y de deudor en una obligación en una misma persona, esta tenga que
extinguirse por faltarle su configuración esencial: deviene estructuralmente imposible
hablar de relación jurídica y en caso de haberse constituido correctamente, se estaría
ante la imposibilidad sobrevenida de mantenerla con vida.

Sobre este principio lógico-formal descansaría la confusión como modo de extinción de


las obligaciones. Sin embargo, no cabe ignorar que la reunión de dos titularidades
contrapuestas en una misma persona no determina siempre la extinción de la obligación,
como se verá más adelante.

De esta forma, la confusión es entendida como el modo de extinguir una obligación


cuando en una misma persona se reúnen las cualidades de acreedor y deudor, siempre
que tal reunión no se proyectó sobre entidades patrimoniales autónomas.

4.2. La confusión en el Código Civil guatemalteco

La Exposición de Motivos del Código Civil indica: “La confusión o consolidación es la


reunión en una misma persona de las calidades de acreedor y deudor, circunstancia
que hace legalmente imposible hacer efectiva la obligación, pues tendría el acreedor
que demandarse a sí mismo. Sin embargo, cuando concurren patrimonios separados en
la misma persona, la confusión no tiene lugar y la extinción no se produce. Los
artículos 1495 a 1500 contienen esta materia sin ninguna alteración de los principios
del Código del 77 en los artículos 2322 a 2325".

Según el artículo 1495 “La reunión en una misma persona de la calidad de acreedor y
deudor, extingue la obligación", queda extinguida la obligación desde que se reúnen en
una misma persona los conceptos de acreedor y de deudor. Ello puede ocurrir cuando el
deudor adquiere inter vivos o mortis causa la titularidad del crédito o, al revés, cuando
es el acreedor quien sucede al deudor. De esa cuenta, se extingue una deuda por
confusión, cuando se reúnen en una misma persona los conceptos o titularidad de
acreedor y deudor, esto es, que crédito y deuda pasan a formar parte del mismo
patrimonio, de la misma masa patrimonial.

Una excepción sería la herencia bajo beneficio de inventario, artículo 920 CC, porque,
con este mecanismo, el heredero no “confunde” el patrimonio hereditario que recibe con
su propio patrimonio.

El fundamento de la confusión de derechos como causa o fenómeno extintivo de la


obligación obedece a un claro presupuesto de lógica jurídica. Como se comprende
fácilmente nadie puede ostentar el derecho de crédito contra sí mismo, pues ello
supondría una contradicción en los términos. Desde un punto de vista de lógica jurídica,
una relación unisubjetiva, en la cual una persona sea a la vez sujeto activo y sujeto
pasivo, es algo que muy difícilmente se comprende. En otros términos, es la
imposibilidad lógica y estructural de que coincidan en la misma persona las
titularidades de acreedor y deudor en una misma obligación, ya que esta es una relación
jurídica que precisa de dos sujetos, activo y pasivo, el titular del derecho de crédito y el
del deber jurídico, nadie puede ser acreedor y deudor de sí mismo. La confusión
extingue, pues, la relación obligatoria por reunirse en un mismo sujeto de crédito y
deuda.

La extinción de la obligación principal por medio de la confusión extingue también las


obligaciones accesorias: al respecto el Código Civil en su artículo 1497 regula: “La
confusión que se verifica en el deudor principal aprovecha a sus fiadores". No obstante,
la confusión verificada en la persona del fiador no extingue la obligación principal ni la
de los demás fiadores (art. 1498). Por otra parte, el artículo 1496 del Código Civil
dispone que, “Si por cualquier causa el acto que originó la confusión se anulare o
rescindiere, se restablece la situación primitiva, con todos sus privilegios, garantías y
accesorios, sin perjuicio de tercero de buena fe".

4.3. La excepción a la regla general de extinción por de inventario

La regla general de la extinción de las obligaciones por confusión ofrece algunas


excepciones, que encuentran su fundamento y su raíz en la necesidad de proteger
especiales situaciones de intereses.

El artículo 920 del Código Civil enuncia: “El heredero sólo responde de las deudas y
cargas de la herencia hasta donde alcancen los bienes de ésta. El legatario sólo
responde de las cargas que expresamente le imponga el testador”. Del estudio de este
precepto se establece que existe una reunión en una misma persona de las cualidades de
acreedor y deudor, sin embargo, como tiene lugar en virtud de un fenómeno hereditario,
cuando la herencia haya sido aceptada por el heredero a beneficio de inventario se
exceptúa la confusión.
La explicación de esta excepción radica en la idea de que la herencia beneficiada
provoca una absoluta separación de patrimonios entre el patrimonio del heredero y el
patrimonio hereditario. La finalidad esencial del beneficio es limitar la responsabilidad
del heredero por las deudas hereditarias al importe del valor de los bienes de la
herencia.

Del planteamiento anterior se desprende que la aceptación de la herencia con beneficio


de inventario no provoca una subsistencia de las relaciones obligatorias, sino una
especial forma de protección del interés del heredero. La relación obligatoria en cuanto
tal debe considerarse extinguida en todo caso, haya sido aceptada la herencia pura y
simplemente o lo haya sido con beneficio de inventario. Las deudas que el heredero con
beneficio tuviere frente al causante deberán considerarse extinguidas, pues la separación
de los patrimonios es un beneficio del. heredero y solo juega para limitar su propia
responsabilidad. Los créditos que el heredero tenga contra el causante, los conserva
ciertamente, pero no como genuinos créditos, sino solo como derechos de concurrencia
con los demás acreedores para percibir su crédito o la cuota de este que sea posible, tras
la liquidación de los bienes hereditarios.

4.4. La confusión de derechos y la relación obligatoria con pluralidad de


personas

La confusión de derechos exige la reunión en una misma persona con entera titularidad
activa y pasiva de la relación obligatoria. Por esta razón cuando cualquiera de dichas
titularidades está constituida por una pluralidad de personas (pluralidad de acreedores o
deudores), para que una genuina confusión se produzca, será menester que todos los
titulares quieran la posición contraria.

El artículo 1499 del Código Civil dispone: “Si concurre la calidad de acreedor en uno
de varios deudores simplemente mancomunados, no quedan libres los demás sino en la
parte que correspondía a su codeudor.” El precepto, situado en el contexto de la
confusión de derechos y la relación obligatoria con pluralidad de personas, no resuelve
todas las posibles hipótesis de organización que puede plantear dicha pluralidad. Si la
pluralidad de acreedores o de deudores ha conducido a la parciariedad o a su
fragmentación, la confusión solo afectará a los créditos y deudas resultantes de la
división operada.

5. La prescripción extintiva o liberatoria


5.1. Definición y caracteres

En el Derecho romano antiguo las acciones eran perpetuas, imprescriptibles o


inextinguibles, no se conocía la prescripción. A pesar de ello, los pretores fijaban un
plazo dentro del que debían ejercitarse y pasado el cual el demandado podía oponer la
excepción de prescripción. El transcurso del tiempo incide en los derechos subjetivos de
las personas; ya sea permitiendo adquirirlos, por vía de la usucapión (prescripción
positiva), o bien extinguiendo la exigibilidad de los créditos mediante la prescripción
liberatoria.

La prescripción mide las relaciones de la persona con el tiempo y con el Derecho


domina todas las normas y todos los derechos. Es una figura de gran trascendencia
teórica y práctica, que va más allá incluso del Derecho privado, afectando a todo el
derecho en su conjunto. Pero es el marco del derecho privado donde se contiene el
régimen general de la prescripción. La prescripción es una figura que está en constante
revisión, por ejemplo, en Europa han sido varios los países que han modificado sus
códigos civiles para introducir importantes cambios en la prescripción. La regulación de
esta institución en el Código Civil guatemalteco es incompleta e inadecuada, y por ello
precisa de una completa reforma.

Un sector de la doctrina considera que la falta de ejercicio de un derecho subjetivo de


crédito por parte de su titular, durante el tiempo establecido en la ley, da lugar a la
extinción de la relación obligatoria. Sin embargo, resulta más correcta la tesis de que la
prescripción, respecto de la relación obligatoria, no se produce de manera automática,
pues el deudor puede renunciar a la prescripción ganada y cumplir o reconocer la deuda:
es decir, como indica ALBALADEJO, lo que sucede es que “al pasar cierto tiempo
intacto e irreconocido el Derecho, el ordenamiento jurídico lo deja a la buena voluntad
del sujeto pasivo, retirando al titular el poder de imponerlo a aquél”. Buena prueba de
ello es que, a pesar de haber transcurrido el tiempo necesario para la prescripción, si el
acreedor reclamase judicialmente al deudor el cumplimiento de la obligación y este no
alegara la prescripción a su favor, la sentencia tendría que ser necesariamente
condenatoria, pues, como dice la Sentencia del Tribunal Supremo español del 16 de
febrero de 1961, la prescripción "es una excepción autónoma y propia que no puede ser
acogida de oficio por los tribunales sin incurrir en ticio de incongruencia'; y además,
prescrita la obligación, el deudor que cumple o paga no podrá exigir la devolución de lo
que voluntariamente hubiese entregado o abonado. Por consiguiente, la prescripción no
da lugar a la extinción de la relación obligatoria, sino que únicamente permite al deudor
ampararse en ella, alegarla y no cumplir con su deber de prestación.

De acuerdo con lo anterior, la falta de un ejercicio de un derecho subjetivo de crédito


por parte de su titular, durante el tiempo establecido en la ley, da lugar a la extinción de
la relación obligatoria, esto por razones de seguridad jurídica y en atención al principio
de presunción de abandono del ejercicio del derecho, pues con la prescripción extintiva
se evita que el deudor esté eternamente expuesto a que el acreedor ejercite contra él su
derecho. De esta forma, se ha creado la institución de la prescripción extintiva o
liberatoria para permitir al deudor, cuando el plazo señalado en la ley ha transcurrido
solicitarle al juzgador la liberación de la obligación. Se persigue con ello que las
relaciones obligacionales no queden indefinidamente gravitando sobre el deudor.

En esta línea de pensamiento, es oportuno destacar que la prescripción extintiva es un


instituto al servicio de la seguridad jurídica y dirigido a sancionar situaciones
consolidadas por el transcurso de un determinado período de tiempo. No es razonable
que el deudor de un precio sienta la amenaza constante, perpetua, de ser demandado o
requerido de pago. Es adecuado y razonable que, transcurrido un determinado tiempo
(plazo de prescripción), la inactividad del acreedor (que no reclama), y también del
deudor (que no reconoce la deuda) permitan considerar el asunto como zanjado,
impidiendo a aquel reclamar (o más exactamente, permitiendo a este alegar la
prescripción como causa que justifica el impago).

Al respecto el artículo 1501 del Código Civil dispone: "La prescripción extintiva,
negativa o liberatoria, ejercitada como acción o como excepción por el deudor,
extingue la obligación. La prescripción de la obligación principal produce la
prescripción de la obligación accesoria".

El artículo anterior afirma que la prescripción puede ser alegada como “excepción” (a
manera de defensa en el juicio iniciado para que se cumpla una obligación que por el
transcurso del tiempo ha prescrito art. 116 CPCyM) o como “acción"(demandando ante
juez competente que sea declarada). Cuando el acreedor demanda después de haber
transcurrido el tiempo fijado por la ley, para exigir el cumplimiento de la prestación, el
deudor puede interponer la excepción de prescripción, argumentando que el tiempo
durante el cual el acreedor podía ejercitar su derecho ya transcurrió (art. 116 del Código
Procesal Civil y Mercantil). En lo que respecta a la prescripción como acción consiste
en que el deudor demanda al acreedor, indicándole que la obligación que tenía con él ya
prescribió, por lo que ya se extinguió la obligación. Por lo tanto, la prescripción no
extingue la obligación civil en sí misma, sino que extingue la acción engendrada por
esta para reclamar el cumplimiento de la prestación debida. Esto significa que la
obligación civil deja de ser exigible por el transcurso del tiempo; pierde su elemento
coercible, aunque mantiene una eficacia incompleta que la torna puramente natural, lo
que impide repetir lo pagado.

En cuanto al objeto de la prescripción (qué es lo que prescribe), el artículo 1501 alude al


término “obligación” y el artículo 1514 menciona la figura de “acción", por tal razón, se
extinguen por prescripción los “derechos y acciones". Con mayor precisión, en el
Derecho Civil catalán, los artículos 121.1 y siguientes del Libro I, se refieren a la
prescripción de las “pretensiones" relativas a derechos disponibles. En suma, lo que
prescribe es “el derecho a exigir el cumplimiento de una obligación”.

5.2. Duración de los plazos de prescripción

Según la naturaleza de las obligaciones, el plazo para la prescripción varía; puede ser de
cinco años (art. 1508 CC), de un año (arts. 1513, 1673 y 1727 CC), de dos años (art.
1514 CC); de tres años (art. 1515 y 1789 CC); de seis meses (art. 1572 CC); de diez
años (art. 651 CC); de veinte años (art. 155 Constitución Política de la República de
Guatemala). Cuando no se fije un plazo concreto de prescripción en los casos
mencionados en disposiciones especiales, se deberá entender que el mismo es de cinco
años, contados desde que la obligación puede exigirse y si esta consiste en no hacer,
desde el acto contrario a la obligación, según el artículo 1508 del Código Civil.

Uno de los reproches de los modelos clásicos de prescripción es la existencia de muchos


plazos de prescripción. De hecho, la mayoría de las modelos fijan un plazo general que
va de los dos a los cinco años.

5.3. El inicio del plazo de prescripción

El término de la prescripción empieza a correr desde que existe el derecho creditorio o


derecho personal al cual se refiere, desde que media actio nata, es decir, desde que tal
derecho es exigible, desde que está abierta la acción. Esto es, desde el momento en que
el plazo ha vencido. Así se desprende de lo estipulado en los artículos 1508 a 1516 CC,
en los que se indica el momento en que el plazo comienza a contar o correr.

Para establecer el inicio del plazo de prescripción hay que fijar con precisión la fecha
exacta en que comienza a correr el plazo. Este dato es decisivo, pues sólo sabiendo cuál
es el diez a quo (día inicial) puede averiguare si la pretensión ha prescrito o no. El
Código Civil para los diferentes supuestos recurre a criterios objetivos, como lo es el
nacimiento de la pretensión, la entrega de un bien o cualquier otra circunstancia
objetiva. El plazo comienza a correr desde el momento en que objetivamente la
pretensión se puede ejercitar o exigir, esto es, desde el momento que la pretensión ha
nacido.

Por lo demás, como se verá luego, si media algún acto interruptivo, el plazo comienza a
contarse nuevamente a partir del día de interrupción, en virtud que la interrupción de la
prescripción provoca el cómputo de reinicio del plazo, sin tomar en consideración el
tiempo transcurrido hasta ese momento.

5.4. Causas de suspensión

La suspensión detiene, “adormece" durante el tiempo que ella dura, el curso de la


prescripción, pero no ataca ni destruye los efectos que esta venía produciendo: no borra
el tiempo ya transcurrido, el cual es computado cuando la suspensión cesa y la
prescripción vuelve a correr.

Lo que hace la suspensión es que el tiempo no siga corriendo y el ya corrido perdure; se


puede dar cuando la prescripción ya se inició o en el momento de iniciarse. Las causas
legales incluidas en el Código Civil son claras y precisas.

En efecto, el artículo 1505 del Código Civil admite las siguientes hipótesis: "No corre el
término para la prescripción: 1º. Contra los menores y los incapacitados, durante el
tiempo que estén sin representante legal constituido; 2º. Entre padres e hijos, durante
la patria potestad; 3º. Entre los menores e incapacitados y sus tutores, mientras dure la
tutela; 4º. Entre los copropietarios, mientras dure la indivisión; y 5º. Entre los
cónyuges, durante el matrimonio; y entre hombre y mujer, durante la unión de hecho”.
La suspensión implica una paralización del cómputo. El plazo transcurrido no se borra,
sino que se detiene temporalmente.

Y una vez terminada la suspensión, la prescripción recupera su curso, teniendo en


cuenta el tiempo ya transcurrido.

5.5. Causas de interrupción

Los efectos de la interrupción son mucho más graves, pues aniquila, borra el tiempo
transcurrido, queda como no sucedida la posesión que le ha precedido y después de la
interrupción comienza una nueva prescripción. El contador se pone de nuevo a cero. Es
decir, mientras la suspensión no influye sobre el pasado, lo deja intacto, la interrupción
tiene precisamente por objeto anonadar ese pasado. Un ejemplo aclarará mejor la
diferencia: si soy acreedor de una suma por intereses (los cuales según el artículo 1508
prescriben a los cinco años) y dejo transcurrir un año sin reclamarlos, si luego la
prescripción es interrumpida, ese año que había pasado no será contado, a los efectos de
la prescripción, y será necesario que transcurran íntegramente los cinco años para que
aquella se produzca. Pero si en el caso supuesto la prescripción es suspendida, y
después de la suspensión la prescripción vuelve a correr, aquel año transcurrido será
computado y solo será necesario que transcurran otros cuatro años, para que la
prescripción quede cumplida.

En otros términos, la interrupción es la detención del curso del tiempo de la


prescripción, por la acción del acreedor. Con esto se inutiliza el tiempo ya transcurrido
de la misma, por lo tanto, ya no se puede tomar en cuenta.

Si durante el transcurso del término el acreedor demanda al deudor o lo interpela


judicialmente, interrumpe la prescripción. Esa demanda o interpelación es una ruptura
de su pasividad, una eliminación de ese supuesto de prescripción. También se
interrumpe si el deudor reconoce expresamente el derecho del acreedor. En efecto, el
artículo 1506 establece que la prescripción se interrumpe por: “...1º. Por demanda
judicial debidamente notificada o por cualquier providencia precautoria ejecutada,
salvo si el acreedor desistiere de la acción intentada, o el demandado fuere absuelto de
la demanda, o el acto judicial se declare nulo; 2º. Si la persona a cuyo favor corre la
prescripción, reconoce expresamente, de palabra o por escrito, o tácitamente por
hechos indudables, el derecho de la persona contra quien prescribe; y 3º. Por el pago
de intereses o amortizaciones por el deudor, así como por el cumplimiento parcial de la
obligación por parte de éste".

El efecto de la interrupción es inutilizar para la prescripción todo el tiempo corrido


antes de ella (art. 1507 CC). De manera que una vez que cesa la causa de la
interrupción, se tendría que iniciar nuevamente el cómputo del tiempo para la
prescripción, partiendo de cero. Extremo que no acontece en la suspensión de la
prescripción, toda vez, que, al cesar la causa de la suspensión, se reanuda el cómputo
del tiempo para la prescripción partiendo de donde fue suspendido.

De esta manera, en los casos de interrupción el cómputo del plazo se reinicia de nuevo,
la suspensión en cambio supone la paralización temporal del cómputo, de modo que,
desaparecida la causa de suspensión, el plazo se reanuda, esto es, continúa por donde
iba (no se reinicia).

5.6. Renuncia de la prescripción

Renunciar a una prescripción cumplida o ganada, implica renunciar a un derecho


adquirido, y estando en ello solo comprometido el interés individual, era natural que el
Código Civil la autorizara en su artículo 1503 al indicar: “Los que tienen capacidad para
obligarse pueden renunciar la prescripción ya adquirida, pero no el derecho de prescribir
para lo sucesivo” y el artículo 1504:“Se entiende renunciada la prescripción, si el
deudor confiesa deber sin alegar prescripción, o si paga el todo o parte de la deuda". Se
requiere, solamente, que el renunciante tenga capacidad para enajenar, y si es hecha por
mandatario deberá tener poderes especiales para ello.

6. Otras causas de extinción: el mutuo disenso y el desistimiento unilateral


6.1. El mutuo disenso

El mutuo disenso o desistimiento mutuo se presenta como un acuerdo de voluntades de


las partes orientado a dejar sin efecto o concluir la relación obligatoria existente. Es
enteramente lógica esta posibilidad, ya que las partes, en virtud del principio de
autonomía de la voluntad, del mismo modo (común acuerdo de voluntades) que crean
una relación obligatoria deben poder extinguirla.

La ineficacia resultante no se articula con base a una causa específica de extinción de la


relación obligatoria, como, por ejemplo, la ineficacia sobrevenida del negocio
constitutivo, sino que las partes acuerdan la extinción de la relación contractual
conforme a las motivaciones e intereses pertinentes al caso en cuestión. Se trata,
entonces, del acuerdo de las partes para dejar sin efecto el acto jurídico que han
celebrado anteriormente.

Por ejemplo: los socios se ponen de acuerdo para dar por terminada la sociedad;
arrendador y arrendatario convienen en dar por terminado el arrendamiento.

Es de advertir que el Código Civil denomina de forma antitécnica a esta figura como
rescisión. En este sentido el artículo 1579 expone: “Los contratos válidamente
celebrados pendientes de cumplimiento, pueden rescindirse por mutuo consentimiento o
por declaración judicial en los casos que establece este Código". Y el artículo 1584
establece: “En la rescisión por mutuo consentimiento ninguna de las partes podrá
reclamar daños y perjuicios, frutos ni intereses, si no lo hubieren convenido
expresamente".

Como el fenómeno extintivo de la relación es un nuevo contrato, será necesario que se


reúnan todos los requisitos de capacidad, objeto, causa y forma, necesarios para la
validez del contrato (art. 1578 CC).

6.2. El desistimiento unilateral o denuncia

La expresión desistimiento, o si se quiere, decisión unilateral, es doctrinalmente


utilizada para hacer referencia a los casos en que se autoriza a una de las partes de una
relación obligatoria, a poner fin a la misma por su libre determinación. Se trata, por
tanto, de un desistimiento unilateral, es decir, a iniciativa de una sola de las partes de la
relación, que provoca la extinción de la misma; si bien cuando se trata de una relación
plurilateral puede provocar la extinción parcial solo para el que desiste, pero no
necesariamente para los restantes miembros de la relación, es el caso, por ejemplo, del
desistimiento en el contrato de sociedad así estipulado.

La importancia del derecho de desistimiento es indiscutible pues el mismo es el


mecanismo más radical de control sobre la subsistencia del contrato, cuya eficacia es
todavía mayor si la facultad de desvincularse del contrato se atribuye
incondicionalmente no sujetando su ejercicio a alegación ni a acreditación de causa
alguna. Dentro del concepto de derecho de desistimiento se define como “aquel acto
por el cual una de las partes de la relación contractual pone fin al contrato antes de
tiempo previsto, por causas que no tienen que justificar, sino comunicar dicha decisión
a la otra u otras partes del contrato".

El desistimiento se formaliza mediante una declaración de voluntad unilateral de


carácter recepticio, que debe ser puesta en conocimiento de las restantes partes de la
relación obligatoria.

Respecto a su régimen jurídico puede afirmarse que no se encuentra regulado de un


modo general en el Código Civil, sino en atención a determinados supuestos, en los que
la ley concede a una de las partes contratantes, o a ambas, la facultad de poner fin a una
relación obligatoria existente mediante un acto libre que no tiene por qué estar fundado
en causa alguna, de ahí que su interpretación deba seguir el régimen específico de cada
caso en particular. No obstante, sin merma de lo afirmado pueden trazarse unas líneas
generales en orden a la delimitación doctrinal de la figura en relación con los siguientes
aspectos:

a) El desistimiento suele arbitrarse en el marco de las relaciones obligatorias de


carácter duradero o de tracto sucesivo, tales como el arrendamiento, el contrato
de servicios, de obra, mandato, el contrato de sociedad, contratos de
distribución, contrato de agencia, etcétera. También puede darse en relaciones
contractuales de carácter indefinido que carecen de plazo contractual de
duración.

b) El desistimiento, además, suele articularse en supuestos en donde hay una clara


primacía del interés de una de las partes. Dicha relevancia puede venir valorada
por la propia norma, dando lugar a una atribución ex lege de la facultad de
extinguir la relación, o puede tener su fundamento en la voluntad negocial de las
partes manifestada en el negocio constitutivo de la obligación.

c) Como resulta de su definición, el desistimiento no requiere de la concurrencia de


causa alguna para producir sus efectos, operando pues ad nutum. Sin embargo,
como se ha señalado, su determinación debe ser comunicada a la otra parte en
tiempo oportuno y conforme al principio de la buena fe. Lo que suele dar lugar a
la exigencia de un preaviso a través de la cual la parte que desee desistir pone en
conocimiento de la otra con cierta anticipación su intención firme de poner fin a
la relación. La falta de tempestividad, esto es, cuando el desistimiento se realiza
intempestivamente y sin preaviso, puede ocasionar la continuación de la relación
obligatoria hasta que llegue el momento oportuno de su finalización. Si se
realizó de mala fe puede desencadenar la correspondiente indemnización de
daños y perjuicios.

d) Los efectos del desistimiento normalmente no son retroactivos, sino para el


futuro, quedando extinguida la relación desde el instante de la notificación o de
la fecha futura que en ella se indique.

e) La importante reforma del Derecho de obligaciones en el BGB también abordó


el desistimiento de relaciones obligatorias duraderas por causa importante. Esta
regla, totalmente asentada en la doctrina y en la jurisprudencia, pasa ahora al
parágrafo 314 del BGB, convirtiéndose, así, a ser una regla general aplicable a
cualquier relación obligatoria duradera.

DE LAS CLASES DEL 5 DE MAYO PARA EL 10 DE MAYO


CAPITULO XVII
LA RESPONSABILIDAD CIVIL EXTRACONTRACTUAL

I. DERECHO DE DANOS Y RESPONSABILIDAD CIVIL


EXTRACONTRACTUAL
1. Evolución de la responsabilidad

CARBONNIER enseñó que el orden jurídico reposa en tres pilares fundamentales:


familia, contrato y propiedad. Indudablemente, a estos tres hoy se suma un cuarto, el de
la responsabilidad civil. “En el mundo en el que el accidente se encuentra en cada
esquina, en cada lugar de trabajo, en cada casa, en el que las libertades individuales,
aunque solemnemente proclamadas son cotidianamente lesionadas, es necesario
reparar, reglamentar y sancionar” De ahí, que sea una realidad en observación, pues la
responsabilidad no está detenida, ni normativa, ni doctrinal ni jurisprudencialmente. No
podía estarlo, debido al avance tecnológico y científico.

En términos generales, puede definirse el daño como el perjuicio que se deriva bien del
incumplimiento del contrato, bien de la lesión causada a través de acciones u omisiones
que tengan como base una intención de dañar, o que sean consecuencia del ejercicio de
actividades que provocan un riesgo. Aquí empiezan ya las dificultades tanto
terminológicas como conceptuales. Porque el derecho de daños recibe nombres distintos
según cuál sea el sistema jurídico que se consulte: en España y los países del área de
influencia del Código Civil francés (como el guatemalteco), el problema de
resarcimiento de los daños injustos se estudió bajo el título genérico de la
responsabilidad civil o también responsabilidad extracontractual, para distinguirla de la
derivada de contrato, que se denomina “contractual”; en los países anglosajones se
prefiere la terminología “derecho de daños”, porque se pone el acento en la causa de la
obligación de resarcir el daño. Aquí se combina esta última terminología con la de
responsabilidad extracontractual, porque se entiende que toda responsabilidad derivada
de un daño en el sentido antes propuesto es civil, por contraposición a la penal.

Este planteamiento resulta muy general, porque incluye los diversos tipos de
responsabilidad, la contractual y la extracontractual y dentro de esta, la derivada del
delito, cuya naturaleza y sistemas presentan límites no del todo nítidos. Por tanto, si
bien sirve como forma de enmarcar el tema que se va a tratar, a lo largo de este capítulo
debemos determinar los requisitos, y las consecuencias de los distintos aspectos que la
responsabilidad extracontractual incluye.

Resulta claro que no es este el lugar para estudiar la evolución del sistema de
responsabilidad a lo largo de los siglos. Sin embargo, hay que señalar que la estructura
actual del derecho de daños es el resultado de la confluencia de distintas culturas
jurídicas, en las que se funden conceptos provenientes de planteamientos morales,
políticos y jurídicos diversos. Por ello resulta didáctico seguir de forma breve esta
evolución.

La primera forma de distinguirlas la proporciona el origen histórico de la


responsabilidad extracontractual. En el Derecho romano, las obligaciones aparecían
divididas en cuatro clases: las que provenían de los contratos, los cuasi contratos, los
delitos y los cuasi delitos. La obligación derivada del daño incluía todos los casos de
delito culposo y se fundamentaba en la tan citada Lex Aquilia, que sirvió a lo largo del
tiempo para estructurar un sistema más o menos teórico sobre la responsabilidad civil.

Ahora bien, existe un punto en el que el concepto de daño confluye: en el derivado del
incumplimiento del contrato y el de la indemnización por los daños provocados como
consecuencia de una iniuria o de un delito. En el primer caso, la cuestión carecía de
importancia, porque lo que debía buscarse era, primordialmente, la prestación prometida
con el contrato; en el segundo caso, la prestación derivada precisamente del propio
daño: antes no existía obligación y surge a partir de la iniuria (ilícito).

Los elementos históricos referidos llevan a una contraposición entre los conceptos
derivados de derecho romano y los derivados del derecho germánico: entre los romanos,
no existía un interés en distinguir entre indemnización por daños y pena, aunque no
tenían la menor duda en considerar que el fundamento de la indemnización residía en la
culpa de quien causaba el daño; los germanos consideraron que la indemnización era
una forma de reparación del orden jurídico alterado; de ahí que fuera para ellos más
relevante el hecho de la sanción. En la elaboración posterior del derecho de daños se
incorporan otras corrientes filosóficas que introducirán elementos justificadores de la
indemnización: el concepto de delito como derivado de la obligación de no dañar al
prójimo, que fue puesto de relieve por el humanitarismo, de donde se deducía que la
obligación de indemnizar el daño era un mandato racional; la consagración de la
libertad humana como eje del sistema de daños y finalmente, la distinción entre
Derecho Penal y Derecho Civil, fueron los elementos que configuraron un derecho civil
de responsabilidad que influyó en los Códigos derivados del francés con base a los
criterios introducidos por DOMAT y POTHIER en el siglo XVIII.

DOMAT distinguió los actos expresamente prohibidos por la ley(Derecho penal),de


aquellos que eran contrarios a la equidad, la honestidad, las buenas costumbres,
etcétera, aunque no estuvieran expresamente prohibidos; de aquí distinguió entre los
comportamientos que implican una pena; la violación de las relaciones contractuales y
la culpa que no se derivaban de delito, ni de violación de un acuerdo, sino del
comportamiento imprudente de las personas o a la falta de custodia de las cosas o de los
animales. Parecidos planteamientos se deducen de POTHIER, quien volvió a la antigua
clasificación romana entre delitos y cuasidelitos, como fuentes de las obligaciones,
considerando que el cuasidelito era el hecho por el que una persona, sin intención
directa de delinquir, causa daño a otra con imprudencia no excusable. De ahí derivará
POTHIER los caracteres del acto ilícito que han de dar lugar a la responsabilidad: el
elemento subjetivo (dolo o culpa), el daño, como elemento objetivo, la intención que
implica la imputabilidad y el nexo causal entre la conducta y el daño causado.

La anterior descripción debe tenerse muy en cuenta a los efectos de la actual teorización
de los conceptos sobre derecho de daños.

El pensamiento legislativo que sirvió de base para estructurar el sistema del Código
Civil en materia de responsabilidad civil se fundamentó en una responsabilidad
individual o personal. Con ello lo que se pretende decir es que, en la actualidad, la
mayor parte de los eventos dañosos no son imputables, si la imputación se lleva a cabo
rigurosamente, a un individuo aislado, sino a grupos a veces muy numerosos de
individuos. Ello puede ocurrir así: el aislado individuo, en quien se materializa la causa
inmediata, se encontraba sumido dentro de una organización y al servicio de ella.
Actualmente, un gran número de los daños no son el efecto de conductas individuales
sino el resultado de comportamientos sociales. Más aun, en el siglo XXI se enfrenta la
sociedad del riesgo con la que se entrecruza la necesidad social de seguridad. Según
VINEY, “la evolución de la responsabilidad civil está sellada por dos signos: i) la
declinación de la responsabilidad individual, y ii) el progreso de las responsabilidades
objetivas, o de pleno derecho”.

Estos cambios han implicado el desarrollo de un sistema de distribución de daños, o lo


que ha dado en llamarse la “socialización” de los riesgos, fenómeno que, a su vez, ha
creado nuevos problemas para distinguir el sistema de la responsabilidad civil y el de la
socialización directa de los riesgos a través de la seguridad social. La evolución parece,
pues, favorable a la víctima.

En este hilo de argumentación, es evidente la erosión que han ido experimentando todos
los pilares de la teoría de la responsabilidad construidos de acuerdo con los postulados
de la codificación: la culpa, el ilícito y la causalidad.

El primero enraíza indudablemente con la culpa y, precisamente por ello, los autores de
las últimas décadas han podido enunciar como una línea progresiva, el tránsito de la
llamada responsabilidad subjetiva a la responsabilidad objetiva o sin culpa. sustituyendo
la idea de imprudencia o negligencia por las reglas de la inversión de la carga de la
prueba, expedientes paliativos o por la llamada teoría del riesgo. Se ha puesto de
manifiesto la insuficiencia del sistema de responsabilidad civil basado en la culpa en
una sociedad industrial y tecnificada como la actual. De tal modo que al consolidarse el
desarrollo industrial también se hace necesario la vigencia de un amplio sistema de
aseguración y un mayor sentido de solidaridad social. Sin embargo, parece que las cosas
no se han detenido ahí.

También la noción de ilícito o de injusto ha sido objeto de la misma erosión. El Código


Civil es en ese punto menos expresivo que otros, tal como se ha expuesto, y por ello se
debe plantear menos dificultades en adoptar estas nuevas tendencias.

Finalmente, la última y tal vez, en el momento actual la más grave de las erosiones de la
construcción jurídica tradicional, es la que concierne a la causalidad. Porque la
causalidad se encuentra de algún modo en la base misma de la definición legal. El que
causa daño está obligado a reponer el daño causado (art.1645 CC). Esta sencilla
expresión, que probablemente en su origen no determinó graves problemas, desde hace
muchos años ha atormentado a la jurisprudencia, que ha tenido que ir elaborando
diversas teorías y puntos de vista, para discernir cuándo es causa y qué es lo que es
causa del daño. Problema que se complica cuando, como ocurre en el Código Civil, en
el hecho del hombre entran también las omisiones y cuando el afinamiento del análisis
permite discernir múltiples causas concurrentes o, cuando, al revés, la causa no puede
ser rigurosamente establecida.
Los postulados finales de lo que se llama la causalidad adecuada, que nos sitúa ante una
de las causas probables o de las causas a las que racionalmente el hecho parece que
puede ser imputable, conducen finalmente a una auténtica responsabilidad sin causa. De
esta suerte, hoy, en muchos casos, se acude a una responsabilidad sin injusto, sin culpa,
o, incluso, sin causa.

Actualmente, se transita una nueva etapa; las fuentes generadoras de daños ya no se


agotan ni en el hombre, ni en las cosas, ahora también cuentan las llamadas actividades
riesgosas, productos elaborados, contaminación ambiental, informática, actividades
profesionales, biogenética, biotecnología, etc.

A la luz delas consideraciones hasta aquí desarrolladas, ha quedado sobradamente


justificada la necesidad de una reforma del Código Civil guatemalteco en materia de
responsabilidad civil, delimitando como objetivos de la misma los siguientes: a) que la
reforma responda a los nuevos principios que informan esta materia y a las nuevas
necesidades sociales; b) que se cumpla con las finalidades del derecho de daños; c)
lograr la coherencia del sistema; y, d) la reforma debe ir dirigida a fundamentar la
responsabilidad sobre bases más amplias que las del estrecho principio de la culpa; todo
esto significa innegables ventajas sociales. En mayor o menor medida protegen a las
víctimas de los hechos dañosos, facilitando notablemente sus reclamaciones y dando
prioridad a los propósitos indemnizatorios.

2. Definición de responsabilidad civil extracontractual

La responsabilidad civil extracontractual es el fenómeno en virtud del cual, cuando un


sujeto causa daños a otro, surge a su cargo la obligación de reparar o indemnizar tales
daños. Las normas legales que regulan la responsabilidad civil extracontractual tienen
por finalidad establecer criterios que permitan determinar, ante un hecho que ha
ocasionado daños, si estos deben ser soportados por la víctima o por el sujeto que los ha
causado.

El Código Civil regula esta figura sobre la base del criterio general de la culpa por parte
de quien produce el daño (responsabilidad por culpa), así, el artículo 1424 estipula:
“Culpa. La culpa consiste en la acción u omisión perjudicial a otro, en que se incurre
por ignorancia, impericia o negligencia, pero sin propósito de dañar" y el artículo 1648
contempla una presunción iuris tantum al establecer: “La culpa se presume, pero esta
presunción admite prueba en contrario. El perjudicado solo está obligado a probar el
daño o perjuicio sufrido". Por consiguiente, el demandado se libera de la
responsabilidad si consigue probar que actuó con toda la diligencia exigible al tenor de
las circunstancias.

Para que nazca a cargo de un sujeto la obligación de indemnizar los daños causados a
otro deben concurrir los siguientes presupuestos: a) acción u omisión; b)
comportamiento antijurídico o ilícito; c) producción de un daño (solo son indemnizables
los daños ciertos); d) relación de causalidad entre el comportamiento y el daño; y, e)
existencia de un criterio legal de imputación (la culpa-riesgo y el criterio
responsabilidad objetiva o por riesgo).

Cuando se dan los presupuestos examinados, nace la obligación de reparar el daño


causado. La reparación podrá hacerse en forma específica, cuando sea posible
(reparando materialmente los desperfectos, entregando cosas similares a las pérdidas o
deterioradas) o bien mediante la indemnización en metálico de los daños y perjuicios.

La responsabilidad extracontractual puede ser subjetiva (para que el daño producido por
un hecho dé lugar a indemnización es necesario probar que el autor del hecho actuó con
dolo o culpa) u objetiva (se prescinde de la conducta del sujeto, no se mira su
culpabilidad, se atiende únicamente al daño producido). Normalmente, cuando la
ley establece un criterio de responsabilidad objetiva en un sector de actividad
determinado, suele imponer también un sistema de seguro obligatorio de
responsabilidad civil.

La acción para reclamar la responsabilidad civil está sujeta a un plazo de prescripción


de un año. Al respecto el artículo 1513 dispone: “Prescribe en un año la
responsabilidad civil proveniente de delito o falta, y la que nace de los daños o
perjuicios causados en las personas. La prescripción corre desde el día en que recaiga
sentencia firme condenatoria, o desde aquel en que se causó el daño".

3. La discusión culpa-riesgo y la evolución hacia una responsabilidad objetiva

Se puede decir grosso modo que en el campo de la responsabilidad existen básicamente


dos criterios a la hora de determinar la afirmación de esta: uno es aquel que tomó como
punto necesario de referencia la conducta o la voluntad del sujeto, esto es, un sistema de
imputación subjetiva basado en la culpa del agente dañoso (previsibilidad y evitabilidad
del daño); el otro es aquel que prescinde de ella (responsabilidad objetiva). La historia
jurídica muestra cómo ambos criterios se suceden y se mezclan en una genuina
demostración del relativismo de la evolución jurídica, en el sentido de que una misma
solución superada en su momento por primitiva, sustituye sucesivamente a aquella que
se consideraba más avanzada por considerarse ahora como más adecuada a las nuevas
necesidades.

De este modo se ha operado históricamente en el ámbito de la responsabilidad el


reenvío sucesivo a los principios de la culpa y del riesgo. La primera entendida como
necesidad de una verificación subjetiva previa a la afirmación de responsabilidad. El
segundo, como necesidad de una referibilidad automática del daño a quien lo causa,
con independencia de su culpa.
Evolución y alternancia de criterios (aunque por razones diversas) que no son algo
reciente, sino que se han producido en el ámbito de la responsabilidad desde los
primeros tiempos.

Conviene recordar que un sistema de responsabilidad subjetiva o por culpa, se configura


en aquellos supuestos en que la víctima del daño habría de probar, para lograr la
pretendida satisfacción, la culpa (intencionalidad o simple negligencia) del autor.

Los códigos civiles y concretamente, el guatemalteco, acogieron el esquema que se ha


descrito y que es una consecuencia clara de la combinación del dogma de la libertad
individual con el concepto de estado liberal. Pero los avances de la economía industrial
comportaron que se tuviera que discutir acerca de quién debía soportar el accidente
provocado por el funcionamiento de máquinas o de otros ingenios que causaban
accidentes inevitables. La responsabilidad por este tipo de accidentes causados sin la
culpa del agente, sino debidos a su simple funcionamiento, colocaba a los juristas ante
el dilema de determinar si la actividad causante del daño debía prohibirse, o bien debía
resarcirse el coste de la lesión. Y si esta era la solución, qué criterios debían utilizarse
para atribuir a alguien no la culpa, sino la obligación de indemnizar.

Surge así la teoría de la responsabilidad objetiva, responsabilidad sin culpa, strict


liability, etcétera, en el que el damnificado, por tanto, no habría de acreditar ningún
grado de culpa por parte del agente, sino tan solo la producción del daño, y que este fue
generado merced a la conducta del otro. En este tipo de responsabilidad el daño no se
atribuye a un sujeto según la participación que haya tenido en él, sino según criterios
derivados del riesgo de utilización de sustancias, máquinas, etcétera, potencialmente
peligrosas. Se dice en estos supuestos, que la responsabilidad se socializa, porque
incluye a sujetos no identificados, como en el caso normal de la culpa y también a
aquellos que han creado el riesgo del que se ha derivado el daño. O porque obteniendo
un beneficio con las actividades perjudiciales, se considera que deben soportar las
cargas que esta actividad conlleva y, por tanto, resarcir los daños que puedan
provocarse. El problema surgió con los accidentes causados por ferrocarriles, ya fueran
incendios provocados por las chispas que salían de las máquinas al pasar por zonas de
materias inflamables (bosques, sembrados de trigo, etc.), ya fueran accidentes mortales.
Se dice que el sujeto que ha creado el riesgo, debe administrarlo y, por tanto, se crea un
criterio de imputación basado no en la acción prohibida sino en la asunción de las
consecuencias de una actividad, generalmente, aunque no necesariamente empresarial,
arriesgada.

De ahí sigue la responsabilidad civil, es decir, los sistemas de resarcimiento de daño


injusto, no tiene como base exclusiva la culpa en la producción del hecho que provoca
el daño, sino que pueden utilizar otros criterios. Y de ahí también, la teoría del
denominado análisis económico del derecho, que formula el proceso de modificación de
los sistemas de responsabilidad civil no tanto en torno a la atribución del daño, sino al
de distribución de los costos que una actividad arriesgada comporta en el más amplio
número de sujetos posible.

Esta socialización del riesgo tiene lugar a través de mecanismos de mercado, en virtud
que se traslada el riesgo de la empresa al público, a través de maniobras de precios, ya
que en el precio de un producto aparece ya incluido el del riesgo que debe cubrir el
producto, por aquellos casos en que producirá un daño. Por tanto, cuando el ciudadano
adquiere un producto o paga un servicio, paga también la cuota correspondiente al costo
de un sistema de resarcimiento de daños. Con ello se dice que se está subsidiando la
empresa y se critica este planteamiento porque se entiende que no ofrece ningún
incentivo para que las empresas eviten la producción del daño, fabriquen productos
dañosos o produzcan contaminación ambiental.

En el fondo de la discusión se encuentra la regla fundamental de la sociedad moderna:


la responsabilidad tiene siempre una finalidad resarcitoria, por lo que todos los daños
que un individuo sufre deben ser compensados; a partir de aquí, habrá que determinar si
todos los daños están en la categoría anterior o si solo están determinados daños: operan
entonces diversos criterios de selección. Según cual sea la política jurídica que se
imponga, se compensarán solo aquellos que derivan de la culpa del agente (criterio
tradicional), o se compensarán también aquellos que se producen por riesgo de empresa
(criterio de responsabilidad objetiva). 0 bien se utilizará un sistema mixto, que
combinará los dos tipos de fundamento.

En suma, se puede resumir diciendo que, aunque sea de manera fragmentaria y para
unas actividades tasadas y muy concretas, se tiende hoy a una paulatina implantación de
este sistema de responsabilidad objetiva por riesgo en bastantes manifestaciones de la
vida cotidiana (circulación de vehículos de motor, navegación aérea, ejercicio de la
caza, actividades peligrosas, etc.), en las que se habrá de reparar el daño aun en caso de
que se haya debido a circunstancias absolutamente ajenas a la voluntad del que lo ha
causado.

4. Las finalidades generales del derecho de daños

Lo anterior obliga al planteamiento de las finalidades que debe perseguir un sistema


correcto de responsabilidad extracontractual.

Las funciones tradicionalmente atribuidas al derecho de daños se centran en las


siguientes finalidades:

a) Función reintegradora, que consiste en la reintegración de la situación alterada


al mismo estado que existía antes de la producción del daño.
b) Función sancionatoria, que se traduce en la sanción de una conducta contraria
a la norma general que obliga a no dañar a nadie, el reproche o castigo que la
condena importa.

c) Función resarcitoria o compensatoria, persigue un resarcimiento del daño


causado, es restablecer a la víctima en la situación en la que estaba antes de la
producción del daño. Desde esta perspectiva, la responsabilidad civil es
restauradora, compensatoria, resarcitoria, reparadora, restitutoria,
indemnizatoria, retributiva, satisfactoria o equilibrante.

d) Función disuasoria, a las anteriores y tradicionales funciones se le une la de


disuadir a las personas que están en situación de causar un daño, el desincentivo
de la repetición futura de la conducta. Esta función es escasa en las
responsabilidades objetivas.

Para determinar las funciones que en la sociedad moderna debe cumplir la


responsabilidad extracontractual, debe recordarse que inicialmente, se podía atribuir a la
obligación de resarcir naturaleza de pena privada, que en la actualidad ha desaparecido,
porque lo que hoy se pretende es citar que soporte la injusticia del daño que no está
previsto que deba soportarlo.

Existen diversas razones para considerar que la función de un sistema de


responsabilidad extracontractual debe ser siempre y básicamente “resarcitoria". Y ello
por las siguientes razones:

a) Porque la sanción corresponde a la técnica del derecho penal y, además, existen


daños causados por sujetos no identificados, que de todas maneras no deben ser
soportados por la víctima: por ejemplo, daños en un escaparate como
consecuencia de una manifestación.

b) Porque existen personas que no deben responder de sus actos y que están
exentas de responsabilidad penal: por ejemplo, el daño causado por el menor de
edad.

c) Porque el sistema del seguro de responsabilidad civil inutilizaba el criterio de la


culpa.

Por tanto, el sistema de responsabilidad civil debe tener como finalidad evitar que la
víctima sufra de forma definitiva las consecuencias del daño. Y para ello sólo existe el
sistema del resarcimiento, que evidentemente no borrará de forma total estas
consecuencias.

II. LA DISTINCION ENTRE RESPONSABILIDAD CONTRACTUAL Y


EXTRACONTRACTUAL O DELICTUAL
La finalidad que persigue el sistema de responsabilidad civil es el resarcimiento del
daño causado con independencia de que proceda la responsabilidad contractual o la
extracontractual, coexistiendo ambas en el ordenamiento jurídico y resultando en
ocasiones complicado discernir la frontera entre una y otra. Tanto en ámbito contractual
como extracontractual el daño patrimonial comprende el daño emergente y el lucro
cesante.

1. La distinción entre responsabilidad contractual y extracontractual


1.1. Principales diferencias

Hay que tener presente que una persona mediante un ilícito civil, puede ocasionar un
daño a otra, en dos circunstancias completamente diferentes. De un lado, cabe que el
daño sea consecuencia del incumplimiento de un pacto, de un convenio, de un contrato,
de una relación jurídica preexistente: al incumplirse una obligación previamente
asumida o cumplirla tarde o defectuosamente, las más de las veces se causará un
perjuicio al que esperaba la exacta realización de la prestación debida, por lo que el
incumplidor será, según las circunstancias del caso, responsable de ese incumplimiento
(o parcial o defectuoso cumplimiento), quedando obligado a reparar el daño ocasionado
(aquel que vendió el tractor, y que por entregarlo tarde provoca graves pérdidas en la
cosecha del comprador). Se trata entonces de un “daño contractual”, que dará lugar en
su caso a una responsabilidad contractual. El clásico principio romano del noeminem
loedere se traduce aquí en un no dañar a este concreto acreedor. La consagración legal
de esta forma de responsabilidad se encuentra contenida en el artículo 1423 y siguientes
del Código Civil,567 y la que ha sido desarrollada en el capítulo XII.

Al hilo de lo considerado, es evidente que cuando se produce el incumplimiento de una


obligación derivada de un contrato, existe la necesidad de exigir el cumplimiento de un
interés individual, el del acreedor, que puede pedir al deudor incumplidor el
resarcimiento de los. perjuicios que el incumplimiento ocasionó. Existe, por tanto, un
deber previamente pactado, existe una relación jurídica previa y el sistema de
responsabilidad derivado del contrato tiene como finalidad asegurar al perjudicado el
beneficio que se buscó con la obligación pactada.

Pero puede suceder que la producción del daño no descanse en una previa relación
contractual entre el que lo ocasiona y el perjudicado; o más exactamente, que no venga
provocado el perjuicio por el incumplimiento de un pacto, es decir, las personas no se
encontraban vinculadas con una relación previa. Dicho de una manera deliberadamente
poco técnica, las partes se conocen a través de un hecho dañoso: es el accidente de
tráfico, la cosecha que se pierde por efecto de la contaminación producida por el río por
los residuos tóxicos vertidos por una fábrica, el avión que cae sobre una vivienda o la
intoxicación de cientos de consumidores por la defectuosa fabricación de un
determinado producto. Es la llamada "responsabilidad extracontractual” o aquiliana,
denominada así porque fue regulada en el Siglo III a.C. por la Lex Aquilia, a la que
dedica hoy los artículos 1645 a 1673 del Código Civil, normativa que será abordada en
este capítulo y en el que sigue.

Conviene precisar que la sistemática adoptada por el Código sigue en este punto la
pauta del Código francés. En el Código Civil francés la disciplina normativa de la
responsabilidad civil se encuentra en los artículos 1382 y siguientes, que son los últimos
preceptos de la teoría general de las obligaciones y de los contratos, inmediatamente
anteriores a la regulación de cada uno de los contratos en particular.

Un modo de operar la distinción entre ambas clases de responsabilidad aparece de una


forma más clara en SCOGNAMIGLIO “. la llamada responsabilidad contractual tiene
su origen en la propia noción de obligación; que en caso de incumplimiento reafirma
su carácter esencial de vinculo que se perpetúa en la prestación resarcitoria cuando no
sea posible su realización en forma específica (ejecución forzosa). De modo que (la
responsabilidad contractual) se resuelve en la satisfacción del interés deducido de la
obligación a pesar de la falta de cooperación del deudor...Por el contrario, en la
responsabilidad aquiliana, el dato esencial es el constituido por la verificación del
daño injusto, al que se refiere y conmisura la reacción del Derecho que se actúa con la
imposición al sujeto que se halla en uno de los supuestos de responsabilidad
hipotetizados por la ley de la obligación (primaria) de resarcimiento de daño
causado”.

Otros modos de operar la distinción entre ambos campos de responsabilidad, toman


como base la referencia a la distinta naturaleza del interés lesionado o protegido. En
efecto, el sistema de responsabilidad extracontractual solo se refiere a la compensación
de lesiones producidas por acciones u omisiones no debidas. En el caso de la
responsabilidad contractual, el interés protegido es el del contrato.

En este orden de ideas, la distinción entre estos distintos ámbitos de responsabilidad se


basa también en los intereses protegidos por cada uno de los sistemas. La jurisprudencia
española en la Sentencia del Tribunal Supremo del 19 de junio de 1984 delimita la
diferencia sobre los siguientes términos: “la culpa extracontractual se diferencia de la
contractual en que aquélla presupone un daño con independencia de cualquier relación
jurídica anterior entre las partes, fuera del deber genérico y común de todos los
hombres del alterum non laedere, mientras que la segunda presupone una relación
preexistente que ordinariamente es un contrato". Cierto es que en ambos tipos de
responsabilidad subyace un deber preexistente, pues cada persona se encuentra obligada
no solo a cumplir las obligaciones con otros convenidas, sino también a no perjudicar
derechos subjetivos ajenos; pero está claro que mientras en un caso el deber es
específico, en el otro recae en la generalidad de los individuos.

La razón de la distinción es de orden práctico, hay que tener en cuenta los temas de la
aplicación de la solidaridad en la pluralidad de responsables en la responsabilidad
extracontractual, que no se produce en la civil: las cláusulas de exoneración de
responsabilidad y los problemas de responsabilidad por auxiliares en el cumplimiento
de la obligación derivada de contrato, etcétera.

En conclusión, resulta importante diferenciar con claridad los conceptos de


responsabilidad contractual y extracontractual. La primera es la que deriva del
incumplimiento de una obligación preexistente, en especial cuando dicha obligación
deriva de un contrato. La responsabilidad extracontractual, por el contrario, deriva de la
causación o producción de un daño, y no del incumplimiento de una obligación
preexistente. El régimen aplicable a ambos tipos de responsabilidad es diferente en
algunos aspectos importantes. Sin embargo, puede haber casos en que de un mismo
hecho se deriven ambos tipos de responsabilidad (el cumplimiento defectuoso de un
contrato de obra o de transporte se siguen daños para la persona o para los bienes de los
contratantes).

1.2. Tendencia a una moderada unificación entre responsabilidad contractual y


responsabilidad extracontractual

Hay autores que propugnan por una regulación unitaria de estos dos tipos de
responsabilidad.

Es oportuno indicar que las novedades que presenta la Reforma del Derecho de daños
en Alemania no solo son interesantes en la vertiente práctica del Derecho de daños,
donde surgen los problemas técnicos de aplicación de normas, sino también en la
dogmática, donde es habitual discutir sobre cuál deba ser la función de este sector del
Derecho Civil. En esta última perspectiva incluso se ha llegado a postular la superación
de la tradicional estratificación del Derecho de daños en dos sectores separados con
fundamento distinto cada uno de ellos (responsabilidad por culpa y responsabilidad
objetiva o por riesgo), para pasar a una visión unitaria del Derecho de daños.

En España, con razonamientos diferentes, SALVADOR CODERCH, ha demostrado


que gran parte del territorio de la responsabilidad objetiva, la práctica así lo demuestra;
en ella se vuelve continuamente a los parámetros de diligencia, pertenece a la
negligencia. Sus argumentos consisten en considerar lo siguiente: “Ello supone
reconducir la denominada responsabilidad objetiva, por pura causación de daños, a la
negligencia: no existe una distinción polar entre Strict Liability y Negligence. Antes
bien, las reglas de responsabilidad se sitúan en un continuum que va desde la
negligencia con consideración a las circunstancias personales del agente (culpa
subjetiva) hasta la culpa objetiva, la responsabilidad objetiva, por pura causación de
daños, pero luego siguen más allá y alcanzan la (infrecuente, pero no inexistente)
imputación arbitraria de responsabilidad a una persona o entidad que no tuvieron
oportunidad alguna de reducir la probabilidad de que ocurriera el accidente: el caso
del envenenamiento por aceite de colza, imputado in extremis a un funcionario de
aduanas, es un buen ejemplo de ello. Si ello es así, la decisión básica sobre quién es
agente potencial de daños es pre-económica o, al menos, claramente normativa: deberá
responder quien mejor pueda evitar el daño".

Parece que esto es lo que ha ocurrido en Alemania con la presunción del nexo causal en
el marco de la responsabilidad por medicamentos. El legislador alemán se ha colocado
en este caso en el punto de considerar normativamente a quién es el agente potencial del
daño: evidentemente se trata de empresas farmacéuticas al encontrarse en mejor
situación para evitarlo. Por ello, no debe asustar a nadie la presunción del nexo causal
que se instaura en el sistema alemán de la responsabilidad por medicamentos. Puede ser
un buen ejemplo para otros países. Es una pura cuestión de política legislativa, pero
también de indudable progreso del Derecho de daños.

En lo que respecta al nuevo Código Civil y Comercial argentino, se concreta la


unificación de la responsabilidad civil contractual y la extracontractual, bajo el
argumento que la responsabilidad civil es un fenómeno unitario, y que ambas órbitas
comparten la misma finalidad (resarcir todo el perjuicio injustamente sufrido) y los
mismos elementos (antijuricidad, arts. 1717 a 1720, relación causal, arts. 1726, 1728,
factor de atribución y daño, art. 1740), justificando su regulación unitaria. Lo que se ha
hecho, precisamente, es que el sistema de la responsabilidad, en ambas categorías,
posea una misma finalidad. Unificación no es, en el caso de análisis, equiparación
absoluta. Esa imposibilidad de equiparación absoluta se debe a una circunstancia
eminentemente estructural, diferente en el contrato y en el hecho ilícito, pues la
distinción entre responsabilidad contractual y extracontractual no puede ser negada en
relación con la distinta estructura del hecho generador del deber de reparar.

2. Distinción entre responsabilidad extracontractual y responsabilidad por


delito

El sistema penal tiene unas funciones distintas en el actual planteamiento del


ordenamiento jurídico. Y ello, a pesar de que inicialmente el sistema de culpa
extracontractual obedecería también a finalidades sancionadoras. El delito es un agravio
contra el interés público y, por ello, el Estado tiene capacidad para perseguir y sancionar
al delincuente; el castigo al delincuente tiene como finalidad proteger la sociedad. El
sistema de responsabilidad civil tiene como objeto inmediato la compensación de la
víctima del daño. Por tanto, su finalidad no es el castigo del agente, sino la
compensación de la víctima.

Conviene subrayar que, aun existiendo una diferencia esencial entre responsabilidad
penal y responsabilidad civil, lo cierto es que dentro de un proceso penal pueden
reclamarse los daños que el delito haya ocasionado a la víctima. El artículo 112 del
Código Penal establece: “Toda persona responsable penalmente de un delito o falta, lo
es también civilmente”. Es más, el artículo 1646 del Código Civil dispone: “El
responsable de un delito doloso o culposo, está obligado a reparar a la víctima los
daños o perjuicios que le haya causado". Esto significa que además de merecer el autor
la correspondiente sanción penal, podrá quedar constreñido a indemnizar a la víctima (o
a sus herederos) de los posibles perjuicios económicos que hayan resultado de la
comisión de la conducta delictiva. Estos preceptos se deben integrar a lo regulado en los
artículos 124 a 140 del Código Procesal Penal, donde se describe el procedimiento de la
sanción a imponer como consecuencia de la responsabilidad civil derivada del delito,
denominada “Derecho a la reparación digna”.

Las principales diferencias entre la responsabilidad penal y la responsabilidad


extracontractual son: a) La responsabilidad penal nace de la violación de una norma
penal, independientemente de si se causó o no daño. La responsabilidad civil
extracontractual solo se configura cuando efectivamente se ha causado daño o perjuicio;
b) Las infracciones que originan responsabilidad penal deben estar, cada una,
debidamente tipificadas en la ley. Las que originan responsabilidad civil
extracontractual no necesariamente deben estarlo; c) La responsabilidad penal se fija en
razón de la magnitud de la culpabilidad del infractor. La civil se determina de
conformidad con la cuantía del daño o del perjuicio causado; d) La responsabilidad
penal se extingue por la muerte del infractor. La civil se transmite a los herederos del
obligado; y, e) La exención de la responsabilidad penal no libera de la responsabilidad
civil y viceversa. Existe una independencia de la responsabilidad civil con respecto de
la responsabilidad penal.

III. EL ACTO ILÍCITO

Es un acto prohibido, que entraña la trangresión de deberes generales, como es el deber


genérico de no dañar (alterum non laedere). No existe aquí ninguna relación jurídica
anteriormente establecida.

1. Requisitos generales

Para que surja la obligación de resarcir, se requiere la concurrencia de estos requisitos:

a) Que se haya cometido una acción u omisión que provoque un daño. Ha de


entenderse por acción todo obrar humano voluntario y por ello objetivamente
imputable; es decir, concebido como controlable por la voluntad a la cual se
imputa el hecho. Ello implica el estudio de dos elementos: quién es el sujeto
responsable y qué conducta debe haberse realizado para que esta obligación
surja, en definitiva, se trata de estudiar los caracteres del acto que provoca el
dañ0:la voluntariedad y la imputabilidad al sujeto.

b) Que se haya producido un daño. Por ello debe determinarse qué daño provoca la
obligación de resarcimiento.
c) Que el daño sea consecuencia de la conducta llevada a cabo por el sujeto
imputable. Debe estudiarse la relación de causalidad que exista entre la conducta
y el daño provocado.

2. La responsabilidad por acto propio


2.1. La conducta

La conducta que da lugar a responsabilidad debe consistir en una acción u omisión. De


acuerdo con lo establecido en los artículos 1645 a 1648 del Código Civil, las
obligaciones de resarcir derivan de acciones u omisiones.

No existen dudas sobre lo que significa acción: cualquier actuación positiva que
provoca de forma mediata o inmediata, el daño que debe indemnizarse.

No aparece tan claro el concepto de omisión. En principio, pueden considerarse


omisiones aquellos comportamientos que el agente no ha llevado a cabo, aun teniendo
Ia posibilidad de hacerlo; un segundo sentido más restringido indica que omisión es
todo comportamiento que el agente debía realizar en las circunstancias en que se ha
producido el evento y que no ha realizado. En realidad, una parte importante considera
que la omisión es sinónimo de negligencia.

A partir de estos conceptos descriptivos de lo que debe entenderse por omisión, se debe
plantear en qué casos se origina la obligación de resarcir. En definitiva, hay omisión
cuando existe una abstención con la intención de daño, independientemente de que esta
abstención contradiga o no una norma previa impuesta por la ley.

2.2. La culpa

La conducta que provoca la obligación de resarcir debe tener los siguientes caracteres:

a) Intencionalidad: El daño ha de ser intencional; el agente ha de haber buscado el


resultado dañoso directamente (dolo) o bien ha de haber actuado con
negligencia, esto significa que el resultado es previsible y, a pesar de ello, se ha
llevado a cabo la conducta que finalmente provocó el daño.

b) La culpa o negligencia: Se define la culpa como una forma de actuar


negligentemente imprevisora, que provoca el daño. Pero la cuestión es bastante
compleja y por lo tanto hay que ponderar en cada caso las circunstancias que en
él concurren para determinar si existió o no culpa.

Por ello se puede hablar de culpa en dos sentidos: uno objetivo, de modo que
existirá culpa siempre que se haya lesionado una norma que establece un
derecho subjetivo. Y un sentido subjetivo de la culpa que se centraría en los
criterios de imputabilidad.
c) La diligencia: El criterio de atribución de culpa se basa en la previsibilidad del
resultado dañoso, de acuerdo con un modelo de conducta que se ajusta al
estándar legal del buen padre de familia (hombre prudente).

2.3 La antijuridicidad

La doctrina tradicional entiende que la obligación de indemnizar el daño deriva de la


reprobación por la licitud del acto; el acto que produce un daño es contrario a derecho y,
por ello, se deriva la obligación de resarcir. Como se ha visto, esta antijuridicidad se
hace derivar del incumplimiento de una norma primaria, como es el principio según el
cual nadie puede causar daño a otro, regulado en el artículo 1645 del Código Civil.

Sin embargo, no es necesario recurrir al requisito de la antijuridicidad para atribuir al


causante de un daño la obligación de repararlo: solo la culpa es necesaria para que esta
obligación surja. La culpa es el criterio de atribución de responsabilidad, de modo que
el ordenamiento considera justo o económicamente eficiente, trasladar la carga dañosa
al responsable.

III. RESPONSABILIDAD POR HECHO AJENO


1. Definición

Junto a aquellos supuestos en que se responde por haber causado directamente un daño
a otro, el ordenamiento jurídico incluye una serie de casos en que se responde, no como
consecuencia de una actividad propia, sino como consecuencia de una relación que el
responsable ostenta con el causante del daño. El Código Civil se ocupa de otros
supuestos en los que no es el autor del perjuicio quien ha de responder del mismo, sino
otra persona distinta, debido a la especial situación en la que se encuentra respecto al
autor material del mismo (por ejemplo, está obligado a controlar su actuación y a
vigilarlo).

2. Caracteres

a) Es una responsabilidad directa: ello por dos razones, sin necesidad de demandar
al autor material del daño y porque se basa directamente en los actos del
declarado responsable.

b) Existe una clara interferencia entre la regulación del Código Civil y la del
Código Penal. Se manifiesta en la normativa relativa a la responsabilidad de
padres y tutores contenida en el artículo 1660 y en los empresarios, contenido en
los artículos 1649 a 1652 del Código Civil. La dualidad de regulaciones plantea
problemas de interpretación y de determinación de la jurisdicción competente.

3. Fundamento de este tipo de responsabilidad


Partiendo de la base de que para que una persona venga obligada a responder de las
actuaciones de otra, en todo caso ha de existir entre ambas una determinada relación de
guarda, custodia, dependencia, control, vigilancia, etcétera, la cuestión puede
contestarse utilizando argumentos ya esgrimidos en su día a tales efectos por los
redactores del Code francés. De una parte, existe una razón de índole social, cual es la
de asegurar en todo caso al perjudicado la reparación del daño, ante la posibilidad de
que el que se lo causa resulte insolvente y, por ello, incapaz de indemnizar (podría ser el
supuesto de los menores de edad sometidos a patria potestad, por los que dispone el
Código responden sus padres); y de otra (ésta quizá de mayor trascendencia jurídica),
que existiendo en todo caso alguna relación de guarda, custodia, dependencia, etcétera,
entre el que ocasiona el daño y el que responde del mismo, de producirse el perjuicio,
cabe presumir cierta culpabilidad en este último, pues, o bien no observó la debida
diligencia en el control y vigilancia a la que legalmente venía obligado respecto al
causante directo del daño, o lo que sucedió es que esa falta de diligencia la tuvo el
responsable al seleccionar la persona que iba a quedar bajo su dependencia y control,
que es la que después causa el daño.

Vistas, así las cosas, no resulta aventurado afirmar que en cualquiera de esos casos, el
daño tuvo lugar por culpa del que no supo vigilar o seleccionar, que la causa del daño
estuvo en una desacertada labor de vigilancia o elección por su parte, y que es por eso
por lo que debe responder de las acciones perjudiciales de aquellos a los que
indebidamente seleccionó o inadecuadamente controló y vigiló.

Se pasa ahora a analizar cada uno de los supuestos a los que alude el Código Civil, en
los que queda responsable del perjuicio persona distinta al que materialmente lo
ocasionó.

V. SUPUESTOS DE RESPONSABILIDAD POR HECHOS AJENOS


1. Padres y tutores

Los padres son responsables de los daños producidos por la actividad de los hijos que se
encuentren bajo su guarda; los tutores lo son de los menores y los incapacitados que se
hallen bajo su custodia. La excepción sería en aquellos casos estipulados en el artículo
1660 del Código Civil: “El menor de edad, pero mayor de quince años, y el incapaz
cuando obra en momentos de lucidez, son responsables de los daños o perjuicios que
ocasionen. En los demás casos, son responsables los padres, tutores o guardadores".

Como requisitos, es indispensable que el hijo se encuentre bajo guarda de padre o madre
y que exista convivencia, si está sometido a tutela. Según se ha apuntado, el fundamento
de esta especial modalidad de responsabilidad por actos ajenos, radica en la presunción
de culpa por parte delos padres del menor del causante de daño (culpa in educando o
culpa in vigilando), pues se estima que si éste llega a ocasionarlo, es porque sus
progenitores no observaron la debida diligencia ni emplearon toda la atención que
hubiese sido necesaria en las labores de educación, custodia y vigilancia a las que
legalmente vienen obligados, de modo que se entiende que el daño ha sido provocado,
no por culpa del propio menor autor material del mismo, sino de sus progenitores, que
no supieron educarlo ni vigilarlo en orden a la prevención de ese daño. Por ello, se dice,
resulta de justicia que sean los padres los responsables de los perjuicios que ese menor
haya ocasionado.

En relación a la presunción iuris tantum de culpabilidad de los padres, en cuya virtud,


para quedar libres de responsabilidad habrán de acreditar que en su tarea de control y
vigilancia del hijo obraron con la diligencia debida, lo que viene sucediendo es que ante
el riesgo de que algunos daños queden sin reparar, los tribunales se muestran
extraordinariamente exigentes a la hora de admitir cumplida esa prueba, de manera que
en la realidad cotidiana se tiende hacia una auténtica objetivización de la
responsabilidad de los padres, pues lo cierto es que éstos, en la práctica, responden en
casi todos los casos en que uno de sus hijos sometidos bajo su potestad ocasiona un
daño, habida cuenta de la dificultad de la práctica de esa prueba.

Se describe un supuesto real que servirá para ilustrar esa dificultad que en la práctica de
los tribunales casi siempre encuentran los padres al intentar acreditar que obraron con la
diligencia debida en el control y vigilancia de sus hijos: un menor efectúa unos disparos
contra otro menor, al que causa la muerte, con una pistola que su padre guardaba, sin
munición, dentro de un portafolios en el maletero de su vehículo, teniendo escondido el
cargador en la llanta o rueda de repuesto y manteniendo en todo momento cerrado con
llave el automóvil, aunque el citado menor, en un descuido de su padre, encontró las
llaves, abrió el vehículo, tomó el arma y el cargador, y disparó contra el otro. Pues bien,
consideró el Tribunal Supremo español que "las medidas adoptadas por el padre para
impedir que el menor (...)la utilizara (el arma) fueron insuficientes, y, en consecuencia,
constitutivas de negligencia” (Sentencia del 24 de mayo 1996).

2. El empresario

La responsabilidad del empresario está establecida en el artículo 1663 del Código Civil.
El fundamento de la responsabilidad de los empresarios es el caso más típico de la
responsabilidad por riesgo. A pesar de que históricamente se entendió que la obligación
de resarcir derivaba de la culpa in eligiendo, actualmente se acentúa el elemento riesgo
para atribuir la obligación al empresario. Se han alegado como razones que es lógico
que quien obtiene un beneficio con una actividad que puede crear riesgos, asuma las
consecuencias dañosas de esta actividad o bien que la atribución de responsabilidad del
empresario de forma objetiva es una consecuencia del principio de solidaridad, porque
la entidad está en mejor situación de resarcir el daño que el causante directo del mismo,
seguramente insolvente. Por consiguiente, es de extraordinaria importancia el artículo
1663 para fundamentar la objetivación de la responsabilidad del empresario.

Para que se produzca la responsabilidad del empresario se requiere que exista una
relación de dependencia entre el empresario responsable y el causante del daño y que el
daño se haya producido con ocasión del desempeño de obligaciones o servicios,
debiendo quedar excluidos aquellos otros casos en los que el perjuicio, aunque
provocado por una actuación del agente, lo haya sido al margen de esas funciones
concretas que se habían encomendado. Un interesante ejemplo nos lo proporciona la
Sentencia del Tribunal Supremo español del 30 mayo 1958, “entendió que el empleado
en una finca, que disparó y causó la muerte a un cazador furtivo, no había actuado en
el ejercicio de sus funciones, puesto que la misión que tenía encomendada dentro de
esa explotación agrícola no era la de guarda jurado, exonerando de responsabilidad al
titular de la misma y responsabilizando de la muerte al propio empleado”.

El artículo 1663 constituye una prueba más de que la responsabilidad del empresario es
vicaria, en garantía de los hechos de los empleados, y no por culpa propia, porque si
responde por culpa propia, mal puede repetir quien paga algo a lo que está obligado,
esto es, reclamarles más tarde a sus propios empleados las cantidades que haya pagado
en concepto de reparación del daño. Esta postura hace que el artículo citado tenga todo
su sentido, porque el empresario asume la obligación como consecuencia de su propia
actividad empresarial. Por tanto, la solución que aquí se propone de considerar que el
empresario paga la indemnización supliendo la insolvencia del empleado causante del
daño, con lo que se facilita a la víctima la reclamación y se asume el daño dentro del
riesgo de la empresa.

Por último, no se debe olvidar que el panorama del Derecho comparado, con buen
criterio, se acoge en la mayor parte de los ordenamientos jurídicos el carácter objetivo
de la responsabilidad extracontractual del empresario por los daños causados a terceros
por sus dependientes, así: a) el art. 1384 del Código Civil francés; b) art. 2049 del
Código Civil italiano; c) art. 500 del Código Civil portugués; d) en el Derecho
anglosajón se impone la responsabilidad vicaria del empresario; y, e) en cambio, en el
Derecho alemán el parágrafo 831 basa la responsabilidad del dueño del negocio por los
daños que su auxiliar cause a un tercero en una culpa propia, pudiendo exculparse, y de
este modo eximirse de responsabilidad, si prueba que empleó la diligencia necesaria
tanto en la elección, supervisión y dirección del auxiliar como al proporcionarle los
útiles de trabajo, quedando igualmente liberado si prueba que, aun habiendo actuado
negligentemente, el daño se habría producido de todos modos. Sin embargo, el
parágrafo 278 del BGB configura la responsabilidad contractual del deudor por los
daños causados por sus auxiliares en el cumplimiento de sus obligaciones de manera
objetiva.

En este contexto, el art. 4:202 de los Principios de derecho europeo de la


responsabilidad civil establece: “Responsabilidad de la empresa. (1) La persona que se
dedica de modo permanente a una actividad empresarial con fines económicos o
profesionales y que emplea auxiliares o equipamiento técnico es responsable de todo
daño causado por un defecto de tal empresa o de lo que en ella se produzca, a no ser
que pruebe que ha cumplido con el estándar de conducta exigible. (2) “Defecto” es
toda desviación con respecto a los estándares que son razonablemente exigibles a la
empresa o a sus productos o servicios”.

3. Los titulares de centros docentes

El art. 1661 CC establece la responsabilidad de los titulares de los centros docentes por
los daños causados por sus alumnos menores de edad durante el período en que se
hallen bajo la vigilancia del profesorado y desarrollando actividades escolares,
extraescolares o complementarias.

El fundamento de la responsabilidad de los titulares mencionados se desplaza de la


tradicional culpa in vigilando, a los mismos principios que presiden el artículo 1661,
ello constituye una responsabilidad objetiva, por hecho ajeno.

Para que surta efectos este tipo de responsabilidad se requiere que el causante del daño
sea menor de edad y que el daño sea ocasionado durante el curso de una actividad,
escolar o extraescolar. Ello justifica que el fundamento de esta responsabilidad radique
en una culpa in vigilando, pues solo se manifiesta en esos momentos en que los alumnos
se encuentran bajo el control o vigilancia del profesorado del centro, o si quiere y mejor,
en una culpa in eligendo, toda vez que, al hacer responsable al titular, es porque se
considera que no estuvo plenamente acertado en la elección del personal docente que
había de quedar a su cargo, considerándose que el daño se ha ocasionado por su culpa,
al ser responsable material y directo en una elección tan poco afortunada.

4. Responsabilidad civil del Estado

En materia de responsabilidad contractual es indudable que se puede configurar una


responsabilidad civil de personas jurídicas, pues si actuando como parte contratante
incumple un contrato, claro es que incurre directamente en responsabilidad, y deberá
indemnizar (arts. 1665 y 1666 del Código Civil).

Mas la idea de daño extracontractual sugiere de inmediato un proceder humano (acción


u omisión), del que, por definición, no es capaz la persona jurídica (el Estado, entre
otras), toda vez que por ella habrán siempre de actuar unas personas físicas. Por ende, se
entiende de que si el hecho productor del daño se debe a algunas de las personas físicas
que conforman algunos de los órganos de la persona jurídica, cuando actúe en el
ejercicio de sus funciones que sean inherentes a su cargo, quedará responsable directa la
persona jurídica, mientras que si el daño es producto de la actuación de cualquier otra
persona física (dependiente, empleado, auxiliar, etc., de la persona jurídica), la persona
jurídica de la que se trate no será responsable directo del perjuicio, sino tan solo
indirecto, como un caso más de responsabilidad por hecho de otro.

Según el art. 1665 del Código Civil: “El Estado y las municipalidades son responsables
de los daños o perjuicios causados por sus funcionarios o empleados en el ejercicio de
sus cargos. Esta responsabilidad es subsidiaria y sólo deberá hacerse efectiva cuando
el funcionario o empleado directamente responsable no tenga bienes, o los que tenga
no sean suficientes para responder del daño o perjuicio causado". Del estudio del
segundo párrafo de este precepto se desprende que la responsabilidad en este supuesto
es subsidiaria.

No obstante, en el presente supuesto se encuentra ante una antinomia, pues la


Constitución Política de la República de Guatemala preceptúa en su artículo 155 lo
siguiente: “Cuando un dignatario, funcionario o trabajador del Estado, en el ejercicio
de su cargo, infrinja la ley en perjuicio de particulares, el Estado o la institución
estatal a quien sirva, será solidariamente responsable por los daños y perjuicios que se
causaren. La responsabilidad civil de los funcionarios y empleados públicos, podrá
deducirse mientras no se hubiere consumado la prescripción, cuyo término será de
veinte años. La responsabilidad criminal se extingue, en este caso, por el transcurso del
doble del tiempo señalado por la ley para la prescripción de la pena. Ni los
guatemaltecos ni los extranjeros podrán reclamar al Estado indemnización por daños o
perjuicios causados por movimientos armados o disturbios civiles". Con apoyo en el
precepto citado y en atención al principio de supremacía Constitucional (arts.44,175,204
CPRG), se advierte que la Constitución Política de la República modificó el
Código Civil, respecto a este asunto, en dos aspectos a señalar:

a) En el sentido de establecer que la responsabilidad del Estado o de la


Municipalidad, es solidaria con su empleado o funcionario (ya no subsidiaria,
como el Código Civil establecía); y,

b) Que la obligación de resarcir los daños o perjuicios causados por funcionarios o


empleados públicos prescribe por el transcurso de veinte años (no de un año,
como lo establece para todos los demás casos de daños y perjuicios provenientes
de hechos y actos ilícitos, artículo 1673 CC).

Se considera que la responsabilidad de los funcionarios públicos (art. 229, inciso 4°, del
CPCyM) debe plantearse juntamente con la del Estado, a fin de destacar la necesidad no
solo de indemnizar el daño, lo que puede hacerlo tanto uno como el otro, y
generalmente lo hará el Estado, sino también castigar al verdadero responsable de aquel,
que es en la generalidad de los casos el funcionario que lo cometió. La inexistencia de
responsabilidad civil de los funcionarios públicos significa en la práctica otorgarles
impunidad para seguir cometiendo los mismos daños.

5. Responsabilidad por daños causados por animales

De los daños ocasionados por animales se ocupa el artículo 1669 del Código Civil al
indicar: “El dueño o poseedor de un animal, o el que lo tenga a su cuidado, es
responsable por los daños o perjuicios que cause, aun en el caso de que se le hubiere
escapado o extraviado sin su culpa. Pero si el animal fuere provocado o sustraído por
un tercero o hubiese mediado culpa del ofendido, la responsabilidad recaerá sobre éste
y no sobre aquéllos". Este artículo señala que el poseedor de un animal es responsable
de los daños que este produzca, independientemente de la clase de animal de que se
trate.

La responsabilidad afecta al poseedor de un animal, o a su propietario, si este no tiene el


cuidado directo, por tanto, la responsabilidad deriva de la tenencia o riesgo y no de la
culpa del poseedor.

Es claro que el artículo 1669 no hace sino consagrar un supuesto de responsabilidad


objetiva o por riesgo, toda vez que basta la causación o producción del daño por el
animal, aunque este se encuentre escapado o extraviado, para que nazca para el que se
sirve del mismo la obligación de repararlo, con independencia de la posible existencia
de culpa o negligencia. Solo quedará exento de responsabilidad si se acredita que el
animal fue provocado o sustraído por un tercero o hubiese mediado culpa del ofendido,
la responsabilidad en este caso recaerá sobre este.

6. Daños causados por cosas inanimadas


6.1. Ruina de un edificio

El propietario de un edificio responde de los daños que la ruina provoque en terceros, si


esta es consecuencia de la falta de reparaciones necesarias, según lo dispuesto en el
artículo 1671 del Código Civil: “El propietario de un edificio es responsable del daño o
perjuicio causado por la ruina total o parcial del mismo. Si la ruina se debió a defecto
de construcción, la responsabilidad del dueño será solidaria con la del constructor,
pero el propietario podrá repetir contra aquél para reembolsarse de lo que hubiere
pagado por los daños o perjuicios sufridos".

Esta responsabilidad tiene lugar cuando concurren los siguientes requisitos: a) que se
trate de una construcción; b) que sobrevenga la ruina, es decir, que la destrucción
suponga la caída de todo o parte de la obra; y, c) que esa ruina sea consecuencia de la
falta de las reparaciones necesarias.

6.2. Defectos de la construcción

Este supuesto se refiere a la obligación de los arquitectos, ingenieros o constructores


respecto al resarcimiento por daños que los edificios que hayan construido puedan haber
ocasionado a terceros. Este tipo de relación no se aplica en la relación entre comitente y
contratista.

En este supuesto es indispensable relacionar el artículo 1671 del Código Civil, que se
refiere a la responsabilidad contractual de contratista y de los técnicos que intervinieron
en la obra frente al comitente. En esta línea, respecto al contrato de obra el artículo 2012
establece: “El contratista es responsable de la infracción de las leyes y reglamentos
administrativos y municipales, referentes a la obra que se le encomendó y de todo daño
o perjuicio que por la construcción se cause a terceros". Y de acuerdo con el artículo
2015 el contratista es responsable por la destrucción o deterioros debido a dolo o culpa
de su parte, durante cinco años, contados desde la fecha de la entrega.

CAPITULO XVIII
PRESUPUESTOS PARA EL NACIMIENTO DE
LA OBLIGACION DE REPARAR: EL DANO Y
LA RELACION DE CAUSALIDAD
“Indemnizar no borra el daño del mundo;
simplemente, lo cambia de bolsillo"
1. EL DAÑO
1. Definición

La obligación de indemnizar existe porque la víctima de la acción u omisión ha sufrido


un daño, ya sea este material (patrimonial), o moral. Debe por tanto definirse lo que se
entiende por daño, en virtud que es uno de los presupuestos necesarios para poner en
marcha el mecanismo de responsabilidad civil y en la causación del daño concurren los
siguientes presupuestos: a) sujeto responsable; b) una acción u omisión que provoca el
daño; c) consecuencias dañosas de dicha acción u omisión; d) víctima; e) una norma
que regula la obligación de reparar; y, f) nexo causal entre la acción u omisión
generadora del daño y el daño causado.

Según LACRUZ, daño es “toda desventaja en los bienes jurídicos de una persona;
significa un desequilibrio jurídico que la indemnización debe restablecer, en todo o en
parte. Conceptualmente, se determina prescindiendo mentalmente del evento dañoso y
calculando cuál sería, entonces, la situación del dañado: la diferencia entre ésta y la
real representada por el daño". Bajo esta concepción, el daño equivale al menoscabo
sufrido por el acreedor, consiste en la diferencia que existe entre la actual situación del
patrimonio que recibió el agravio y la que tendría de no haberse realizado el evento
dañoso. Para SANTOS BRIZ, “daño es todo menoscabo material o moral causado
contraviniendo una norma jurídica, que sufre una persona y del cual haya de responder
otra”.

Aparece clara, pues, la idea de quebranto, menoscabo, desventaja o perjuicio en los


bienes de cualquier clase de una persona para que quepa hablar de daño.
En este contexto, es de citar que el daño injusto que obliga a la reparación es aquel que
supone una lesión de un interés jurídicamente relevante. Y ello es así aun cuando se
estructure el sistema de indemnización con base a una cláusula general y no a la
tipificación de determinadas conductas como antijurídicas.

2. Requisitos

a) Para que el daño sea indemnizable debe ser cierto. Por tanto, no puede
declararse la indemnización de un daño si no se ha probado su existencia por
quien lo alega.

b) La reparación del daño se inspira en la armonía y equilibrio que orienta el


Derecho y que constituye su elemento animador.
c) El daño es la causa generadora de la responsabilidad civil. Su fundamento
debería ser el principio de prevención.

d) El daño debe contener una traducción económica (art. 18 LOJ).

3. Elementos

Otra cuestión distinta se refiere a los daños que deben ser indemnizados: se entiende
que, en cualquier caso, el concepto de daño incluye dos elementos enunciados en el
artículo 1434 del Código Civil: “Los daños que consisten en las pérdidas que el
acreedor sufre en su patrimonio, y los perjuicios, que son las ganancias lícitas que deja
de percibir, deben ser consecuencia inmediata y directa de la contravención, ya sea que
se hayan causado o que necesariamente deban causarse”.

3.1. El daño emergente

Es la disminución de los valores patrimoniales que el perjudicado tenía en su haber. En


definitiva, el efectivo daño sufrido. Incluye también la previsión de efectos futuros de
un daño presente.

3.2. El lucro cesante (lucrum cessans)

Son los beneficios o ganancias ciertas y reales que se han dejado de obtener, como
consecuencia de haber sufrido un daño. Esta cuestión ofrece ciertas dificultades de
valoración y prueba. El lucro cesante, ganancia frustrada o ganancia dejada de obtener
no puede presumirse, sino que ha de ser una consecuencia directa del hecho que produjo
el daño.

El BGB alemán proporciona una pauta legal para facilitar esta labor, en su parágrafo
252 consagró una fórmula que puede ser de gran utilidad al respecto. Dicho texto civil
enuncia: “Considerase frustrada la ganancia que con cierta posibilidad fuese de
esperar, atendiendo al curso normal de las cosas o a las especiales circunstancias del
caso concreto, y particularmente a las medidas y previsiones adoptadas".

Al hilo de lo anterior un claro ejemplo de perjuicio lo constituyen los intereses dejados


de percibir como producto del daño.

Por otro lado, los Principios del Derecho Contractual Europeo, PECL, regulan una regla
general de indemnización integral, optando los Principios por el interés positivo, que
incluirá el daño emergente y el lucro cesante (art. 9:502). En la misma línea la
Convención de Viena (Compraventa Internacional de Mercaderías, art. 74) y los
Principios Unidroit (art.7.4.2.).

Sin embargo, el principio de indemnización integral del daño tiene como límite la regla
de la previsibilidad (art. 9:503 PECL), la cual supone que el deudor solo responderá de
aquellos daños que se hubieren previsto o podido prever razonablemente en el momento
de la celebración del contrato como consecuencia de su incumplimiento.

4. Clases de daños
Se distingue habitualmente entre daños materiales y daños morales. Los primeros
afectan al patrimonio de quien los sufre y los segundos (daños no patrimoniales) son los
que afectan a las creencias, dignidad, honor, perjuicio psíquico, estima social, pérdida
de confort, o salud física de las personas. Daño moral es así, el perjuicio que
experimenta una persona y que no afecta su patrimonio, ni a sus ingresos, ni puede
cuantificarse económicamente con referencia a un valor de mercado.

4.1. Por su naturaleza

a) Los daños materiales. Pueden integrarse dentro de la categoría de los que


algunos autores califican como daños patrimoniales. Son los que recaen sobre
los bienes materiales.

El daño material provoca una disminución de utilidad que es compensable con


dinero o con bienes intercambiables por dinero. Este tipo de daño se encuentra
regulado en el artículo 1434 del Código Civil, el cual indica: “Los daños que
consisten en las pérdidas que el acreedor sufre en su patrimonio...”.

Dentro de los daños materiales también se incluye el que supone la lesión de un


derecho de crédito por un tercero.

b) Los daños morales. Como se ha dicho son aquellos que afectan a la persona, en
cualquiera de sus esferas que no sea la patrimonial. Como señala CRISTÓBAL
MONTES, “daño moral es aquel que afecta a un bien de la personalidad o de
la vida (libertad, salud, honor, honestidad, paz, tranquilidad de espíritu,
integridad física, bienestar corporal, privacidad, etc.), es decir, el que implica
quebranto, privación o vulneración de esa categoría de bienes incorporales
cuya tutela cobijamos bajo la categoría jurídica de los denominados derechos
de la personalidad". Como advierte ÁLVAREZ VIGARAY, “el concepto de
danos morales no debe reducirse solamente a los dolores o sufrimientos
injustamente ocasionados, sino que en él ha de incluirse todo perjuicio no
pecuniario producido por la lesión de un bien de la persona o de sus
sentimientos y afectos más importantes y elevados".

La diversidad de manifestaciones que puede asumir, por tanto, el daño moral es


indescriptible, tantas como sean las facetas de la personalidad, valores y estimativas del
ser humano; algo que obliga a tener que buscar un criterio que sirva para delimitar el
campo estricto del daño moral, más allá del cual habrá disgusto, molestia, desagrado o
contrariedad, pero no genuino daño resarcible.

La admisión del daño moral como supuesto de indemnización es ya tradicional en la


jurisprudencia española desde la famosa Sentencia del Tribunal Supremo de 6
diciembre de 1912 (vulgarmente conocida como la del fraile de Sotana), pionera a estos
efectos y que admitió la protección del honor de una joven mujer doncella, como
consecuencia de la publicación de una noticia falsa en un medio de comunicación, en la
misma se afirma que la “honra, el honor y la fama de la mujer constituyen los bienes
sociales de su mayor estima, y su menoscabo la pérdida de mayor consideración que
puede padecer en una sociedad civilizada incapacitándola para ostentar en él la de
carácter de depositaria y custodia de los sagrados fines del hogar doméstico". Se
observa cómo el Tribunal, al referirse a la honra, el honor y la fama, está tutelando los
denominados bienes o derechos de la personalidad. Ello conduce a situar los derechos
de la personalidad en el germen de protección mediante la indemnización de las lesiones
producidas en el ámbito o la esfera personal de quien padece el daño.

La indemnización de los daños ocasionados a los derechos de la personalidad ha


continuado siendo la constante en las resoluciones posteriores. Así el Tribunal Supremo
español se ocupó del daño moral en la Sentencia de 9 de mayo de 1984, en la que
condena a la compañía telefónica, por lesión en nombradía profesional, fama y prestigio
de abogado, cuya inserción en letra negrilla, de acuerdo con lo pactado, fue omitida en
la guía de determinado año. Poco después, la Sentencia de 13 de diciembre de 1984
confirma la de instancia que condenó a la compañía telefónica a indemnizar por ofensas
al honor a una mujer cuyo segundo apellido “Ranera” apareció como “Ramera”, con
fundamento en el artículo 1902 del Código Civil español. Y la Sentencia del 3 de junio
de 1991, acordó casando la sentencia recurrida, daños morales al artista-pintor cuyos
cuadros cedidos gratuitamente para una exposición fueron restituidos con daños
materiales que afectaban también a los “sentimientos y dimensión espiritual” del pintor:
quizás haya en esa sentencia cierta confusión con la lesión de derecho moral del autor.
También las sentencias del 4 de febrero y 9 de diciembre de 1994 y 22 de mayo y 22
noviembre de 1995 abordan este tipo de daño.

La sentencia del Tribunal Supremo español del 25 de junio de 1984 afirma


resueltamente que el daño moral está "representado por el impacto o sufrimiento
psíquico o espiritual que en la persona pueden producir ciertas conductas, actividades
o incluso, resultados tanto si implican una agresión directa e inmediata, como si el
ataque afecta al acervo extrapatrimonial o de la personalidad (ofensas a la fama,
honor, honestidad, muerte de persona allegada, destrucción de objetos muy estimados
por el propietario, etc.)”.

Por otra parte, la función de reparación del daño moral la explica, con claridad la STS
del 9 de diciembre de 2003 al señalar que “... no es un medio de reparación
patrimonial, sino un modo de contribuir a sobrellevar el dolor y angustia de las
personas perjudicadas por el actuar injusto, abusivo o ilegal de otro”.

Con mayor exhaustividad se han pronunciado otras sentencias del Tribunal Supremo
español, así la del 22 de febrero de 2001, concibe al daño moral como todas las
“categorías anidadas en la esfera del intimismo de la persona; en la que deben
comprenderse toda gama de sufrimientos y dolores físicos y psíquicos que haya
padecido la víctima a consecuencia del hecho ilícito (o hasta haber sido objeto de
ataque a su prestigio o reputación artística)";así como cualquier frustración, quebranto
o ruptura de los sentimientos, lazos o afectos, soledad, orfandad, etc. Igualmente, la
sentencia del 14 de julio de 2006, a modo de glosario de otras muchas, contempla las
posibles situaciones básicas para que pueda darse un daño moral, citando el impacto o
sufrimiento o padecimiento psíquico, la impotencia, zozobra, ansiedad, angustia,
sensación anímica de inquietud, pesadumbre, temor o presagio de incertidumbre,
impacto, quebrantamiento o sufrimientos psíquicos.

En este escenario también la sentencia del 11 de noviembre de 2003 reconoce que el


daño moral, requiere un padecimiento o sufrimiento psíquico y la más reciente doctrina
jurisprudencial se ha referido al impacto o sufrimiento psíquico o espiritual, impotencia,
zozobra, angustia, trastorno de ansiedad, impacto emocional, etc. La sentencia de 9 de
diciembre de 2003, como consecuencia de la expulsión del colegio de un alumno por un
supuesto consumo de drogas, afirma que “el daño moral se sustantiviza para referirlo a
dolor inferido, sufrimiento, tristeza, desazón o inquietud que afecta a la persona que lo
padece". En el caso presente al alumno expulsado por consecuencia de la conducta del
colegio, le alcanza situación de descrédito de su imagen ante los compañeros y entorno
social, que indudablemente resultó dañada, pues fue desprestigiado de forma
evidenciada, máxime si merodeó y se sembró sospecha de consumo de drogas en el
recinto colegial, que para nada quedó demostrado.

El Código Civil guatemalteco hace referencia a este tipo de daño en su artículo 1656 al
regular: “En caso de difamación, calumnia o injuria, la reparación se determinará en
proporción al daño moral y a los perjuicios que se derivaron”.

Del análisis de este precepto podemos inferir, que el artículo 1656 no hace referencia a
la doble función al daño moral. Esto es, que la víctima debe percibir una indemnización
por la desgracia moral sufrida, por los padecimientos corporales o el impacto psíquico,
por la pérdida del estado físico o psíquico (función de compensación). Junto a esta
función, se encuentra la denominada función de satisfacción o punitiva, en virtud de la
cual el dañante ha de satisfacer la ofensa infringida a la víctima a través de la expiación
del acto. En este estrato debe valorarse el tipo de culpa en que el dañante ha incurrido.

Finalmente es indispensable enfatizar que un suceso dañoso puede provocar daños


materiales y morales y es normal que así suceda; por ejemplo, el velocista accidentado
que queda en una situación de extrema invalidez física, su gravísima lesión generará
además y sin duda algunos daños patrimoniales cuantiosos: gastos médicos,
farmacéuticos y de rehabilitación, pérdida de los ingresos derivados del ejercicio de su
profesión, costes asociados a la necesidad de prótesis, instalaciones y atención médica
permanentes, ayuda doméstica, adaptación de la vivienda, etc. Sin embargo y desde el
punto de vista de la víctima, las cosas nunca volverán a ser como antes del accidente:
por más que todos los gastos y pérdidas patrimoniales hayan sido objeto de una
compensación en dinero, la víctima no se verá restituida a la situación anterior al
accidente que sufrió. Por consiguiente, la indemnización por daño moral persigue
compensar los perjuicios que la víctima sufre en su vida personal (dolor físico y
sufrimiento psíquico) y sociofamiliar (su capacidad de comunicarse o relacionarse
afectivamente, por ejemplo).

4.2. Por su duración

Dentro de las clases de daños hay que tener en cuenta también la clasificación entre
daños duraderos, continuados y sobrevenidos. Esta distinción tendrá repercusión en
relación con la valoración a los efectos de la correspondiente indemnización.

A tal efecto se entiende que son daños duraderos aquellos que se manifiestan en un
momento determinado y siguen produciéndose de forma continuada, como una
enfermedad crónica. Son daños continuados aquellos perjuicios nuevos que aparecen
después de producido el daño y sin necesidad de una nueva conducta del agente;
finalmente, son daños sobrevenidos aquellos nuevos que aparecen con posterioridad y
que son consecuencia directa de la producción del daño.
La distinción de este tipo de daños debe tenerse en cuenta sobre todo a los efectos de la
prescripción de las correspondientes acciones.

5. Valoración
5.1. Los daños materiales

La práctica se ha planteado la cuestión de cómo debe valorarse este tipo de daños. Sobre
esta cuestión se han formulado diversas teorías: hay quienes opinan que el valor del
daño es el equivalente al valor objetivo de mercado del bien destruido; para otros, la
valoración del daño consiste en la diferencia entre el valor del patrimonio dañado y el
que éste tendría de no haberse producido el daño. Finalmente, la tesis que parece más
defendible es la que entiende que el daño patrimonial es la lesión de un interés valorable
en dinero, pero que este interés no es puramente objetivo, sino que incluye el subjetivo
del interesado en la destrucción o perjuicio de la cosa, o en la disminución de la
actividad impuesta por el dañante.

En este orden de argumentaciones el art. 10:201 de los Principios de derecho europeo de


la responsabilidad civil preceptúa: “Naturaleza y determinación del daño patrimonial.
El daño patrimonial resarcible es la disminución del patrimonio de la víctima causada
por el evento dañoso. Por regla general, tal daño se determina de un modo tan
concreto como sea posible, pero puede determinarse en abstracto, como por ejemplo
con relación al valor de mercado, cuando resulte pertinente”.

Para fijar la medida de los daños, los PECL, la Convención de Viena (Compraventa
Internacional de Mercaderías) y los Principios Unidroit, exigen tener en cuenta la
actitud del propio acreedor. En consecuencia, el deudor no será responsable de las
pérdidas atribuibles a la parte perjudicada (art. 9:504 PECL), y se impone al acreedor el
deber de mitigar los daños (art. 9.505 PECL), cuyo incumplimiento conlleva la
reducción de la indemnización.

Respecto al cálculo del daño, los Principios del Derecho contractual europeo consagran
algunos criterios:

 Así, en caso de que se elija la resolución, los PECL, proporcionan un sistema de


valoración concreto: la operación de reemplazo (art.9.506), consistiendo la
indemnización en la diferencia entre el precio fijado en el contrato incumplido y
el de la operación substitutiva (en este sentido también, CISG, art. 75 y
Principios Unidroit, art.7.4.5).

 Si no se ha realizado la operación de reemplazo, el art. 9.507 (como el art. 76


CISG y el art. 7.4.6 de los Principios Unidroit) señala un sistema de cálculo
abstracto: la diferencia entre el precio contractual y el precio de mercado.

 Finalmente, para el cumplimiento tardío en el pago de sumas de dinero se


sanciona un sistema de cálculo abstracto: los intereses de dicha suma desde el
momento en que el pago se debió hasta el momento del pago efectivo, de
acuerdo con los tipos bancarios en los préstamos a plazo corto con las
condiciones más favorables del lugar en que debió hacerse el pago (art.9.508).
 En todos los casos, además, los PECL dejan a salvo la posibilidad de reclamar
indemnización por otras pérdidas que se hayan sufrido (arts. 9.507 in fine y
9.508), como corresponde a la regla de la reparación o indemnización integral.

5.2. Los daños morales

La existencia del daño moral se encuentra sometido a los criterios generales de fijación
por medio de prueba contemplados en el CPCyM. Han de probarse los daños morales de
forma patente e indiscutible. La prueba ha de referirse a su existencia a la realidad que
le sirve de soporte, pero también a la determinación causal entre el daño y el agente.

El problema capital que plantean este tipo de daños es el de su valoración, habida


cuenta de la dificultad que tiene cuantificarlos económicamente, toda vez que la
mayoría de las veces no quedan secuelas físicas ni materiales tras su producción.
¿Cómo tasar económicamente, por ejemplo, el honor de una persona? Por ello, y ante la
ausencia de unos baremos objetivos de valoración, el criterio en la jurisprudencia
extranjera es fijar la cuantía indemnizatoria atendiendo a las circunstancias concretas
que hayan incidido en el caso del que se trate, dejando su determinación a la apreciación
subjetiva, a la equidad y al prudente arbitrio del juzgador. Ello, con independencia de
una posible reparación in natura o específica de los mismos (y no mediante una
indemnización), cuando tal cosa sea factible (por ejemplo, haciendo publicar en la
prensa la falsedad de la noticia aparecida unos días antes). Por lo tanto, en su valoración
habrá de tener un amplio juego el arbitrio judicial. Qué deba reputarse en cada momento
daño moral y a cuánto ha de ascender su reparación es algo que queda reservado a la
actuación equitativa del juzgador; circunstancia que, por lo demás, juega con gran
amplitud en toda la materia del resarcimiento del daño, ya que, como establece el
Código Civil italiano en su artículo 1226, “si el daño no puede ser probado en el monto
preciso, es liquidado por el juez con valoración equitativa”.

Lo que no puede valorarse patrimonialmente no es el daño inferido, sino el bien dañado,


el particular bien incorporal o ideal que ha sufrido quebranto, y esto es, precisamente, lo
que genera las dificultades a la hora de cuantificar aquél, pero no su imposibilidad,
porque de ser así se estaría aproximando a la contradictio in adiecto de tener que
resarcir en dinero algo que no cabe valuar en dinero. Cuánto vale la salud, desde luego
que no puede estimarse, pero cuánto cuesta recuperar la salud, sí que es susceptible de
cuantificación.

En cuanto a la importante reforma del Derecho de Daños en Alemania, aborda la


generalización de la indemnización de los daños inmateriales o morales. Tal y como
apunta la generalidad de la doctrina alemana, ésta es la modificación más significativa
de la nueva regulación, hasta el punto de que se ha llegado a afirmar que es la regla más
vistosa del nuevo Derecho de daños. En efecto, al parágrafo 253 del BGB59 se le ha
añadido un segundo párrafo que dice así: “Si por causa de una lesión del cuerpo, de la
salud, de la libertad o de la autodeterminación sexual debe indemnizarse el daño,
puede exigirse también una indemnización equitativa en dinero por causa de los danos
inmateriales”. El nuevo 253 II del BGB reconoce, con carácter general, la
indemnización del daño moral derivado de una lesión corporal, a la salud, la libertad o
autodeterminación sexual, sin distinguir entre regímenes de responsabilidad por culpa u
objetiva, ni si se trata de una relación contractual o extracontractual.
Todavía queda, no obstante, un punto negro que habrá de superar el Derecho alemán en
un futuro, y que España ha superado hace tiempo gracias a su jurisprudencia: la
extensión de la indemnización del daño moral a los parientes y demás seres queridos de
la víctima.

II. LA RELACION DE CAUSALIDAD


1. Definición

Para que exista obligación de reparar un daño es necesario que este haya sido
producido, causado, por la acción u omisión que puede atribuirse a determinado sujeto.
Es necesario, por tanto, que exista una relación de causalidad entre acción y resultado,
daño. En otros términos, para que nazca la responsabilidad, es indispensable que exista
una relación de causalidad, en el sentido de que haya un nexo causal entre el
comportamiento humano (acción u omisión) y el daño ocasionado a la víctima; que
haya una relación causa-efecto entre uno y otro, de forma que este (daño) haya sido
consecuencia de aquel(comportamiento).

Esta es una de las cuestiones más difíciles de determinar, puesto que, en muchas
ocasiones, el resultado no es nunca consecuencia de un único acontecimiento. Se trata
de aquellos supuestos en los que, por ejemplo, concurren diversos causantes, ya sea de
forma coetánea o sucesiva, ya sea con igual o diferente participación sobre el resultado
final. Para que se entienda a qué se refiere cuando se habla de relación de causalidad y
de las dificultades para determinarlas e brindan unos ejemplos:

 Un sujeto mata a otro. La muerte, el daño, es consecuencia de la acción de un


único sujeto y tiene con esta acción una relación directa. No hay duda, por tanto,
que entre la acción de producir la muerte y el resultado existe una relación: la
acción es la causa del daño. En este caso, la causalidad se ha manifestado de una
forma directa y clara.

 Un conductor atropella a un peatón; como consecuencia de las lesiones


producidas, debe ser trasladado en ambulancia a un hospital; la ambulancia tiene
un accidente camino al hospital, y el peatón atropellado fallece. En este caso
existe una serie de acontecimientos que hacen más difícil determinar la relación
que existe entre el resultado final, la muerte, y la acción del primer autor del
daño. Aquí no existe la misma claridad, porque un acontecimiento extraño ha
interferido en la producción del daño.

 Lo mismo puede decirse del siguiente ejemplo: una persona es atropellada por
un motociclista. Trasladada al hospital, los médicos diagnostican una
hemorragia interna que requiere una transfusión urgente. La victima pertenece a
una confesión religiosa que le impide recibir sangre ajena; por ello se niega a la
operación y fallece. En este caso, la propia víctima ha interferido en la
producción del resultado final, la muerte, con su conducta negativa.

 Un conductor atropella a un peatón, sin causarle daños; pero el atropello es


presenciado por una mujer embarazada, muy sensible a los accidentes, que sufre
graves perturbaciones psíquicas, que se agravan después de haber presenciado el
accidente. En este caso el daño que sufre la mujer no es consecuencia directa del
accidente: sí lo es indirecta. ¿Debe responder por ello el conductor?
En estos ejemplos y en otros más complejos, se plantea la cuestión de la determinación
de la relación de causalidad, que debe plantearse en torno a dos grandes preguntas:

a) ¿cuál es la relación que debe mediar entre un acontecimiento y un resultado para


que se impute a un determinado sujeto la obligación de resarcir?

b) ¿Hasta qué daños se extiende la causalidad? ¿O dicho en otras palabras cuál


debe ser la pérdida que el perjudicado debe soportar si es que debe soportar
alguna? ¿O bien, debe el perjudicado buscar otra fuente de resarcimiento?

Parece que hay que distinguir entre la contribución parcial a un resultado único y la
coautoría. La cuestión de la contribución a la producción de daño y, por tanto, la
imputación a un autor o a otro es distinta, como se verá.

La prueba del nexo de causalidad corresponde al actor o demandante.

2. La causa necesaria para producir el daño

La complejidad de la concatenación de acontecimientos y la necesidad de determinar


quién fue el autor a los efectos de atribuir la correspondiente obligación de resarcir ha
sido objeto de explicación teórica y jurisprudencial y ello porque o bien se decide
atribuir responsabilidad a todos los sujetos intervinientes, o bien se debe elegir aquel
que parezca más razonablemente relacionado con el resultado dañoso. O bien se decide
que nadie debe responder.

3. Certeza del nexo causal

Es evidente que para que pueda atribuirse a un agente un resultado dañoso, debe éste
resultar objetivamente imputable al mismo. En consecuencia, no debe existir ninguna
duda sobre su autoría. Ahora bien, pueden producirse determinados supuestos en los
que existan dudas sobre si la participación del autor es decisiva en la producción
del resultado.

a) Daño causado por miembro indeterminado de un grupo. Es posible que no


pueda imputarse el daño a un sujeto concreto, aunque se sabe con certeza que ha
sido producido por uno de los miembros de un grupo concreto de personas. No
consta, por tanto, quién ha sido el auténtico autor. Se habla en estos casos de
culpa anónima. No se trata de los supuestos de coautoría, en el que diversas
personas contribuyen simultánea o sucesivamente a la producción de un
resultado dañoso. En el caso de miembro de un grupo indeterminado, se sabe
con seguridad que el daño procede de uno de los miembros del grupo, pero se
ignora cuál de ellos sea. Se equipará a este supuesto el que tiene lugar en
tumultos o agresiones con ocasión de espectáculos deportivos.

Producida la dificultad de identificación del auténtico productor del daño, debe


concluirse que todos los miembros del grupo responden de forma solidaria,
aunque es necesario que sean demandados conjuntamente.
b) Coautoría. Se produce en el supuesto de actuación conjunta con la misma
finalidad de producir el daño. En este caso, por tanto, se han determinado los
agentes y se conoce que cada uno de ellos puede ser calificado como autor,
aunque con independencia de que se les pueda atribuir una participación
concreta o un aspecto concreto del daño. En esta hipótesis, responden todos ellos
solidariamente.

c) Pluralidad de responsables. Se trata de aquellos supuestos en que el mismo


hecho dañoso puede ser atribuido de forma cierta a más de una persona que no
actúan conjuntamente: son dos autores distintos que determinan el mismo
resultado. Por ejemplo, una persona atropellada a la vez por dos vehículos
distintos. En esta premisa, ambos deben responder en proporción a la
participación que han tenido en la causa del daño.

4. Interferencia en la relación de causalidad: la concurrencia


de culpas (o multiplicidad de causas)

Se estudian aquí un grupo de casos en los que además de la indudable intervención del
agente del daño, se produce la de la propia víctima. Se alude a los supuestos de
concurrencia de culpas que se configuran cuando se prueba la culpabilidad de las dos
partes, de manera que ambas actuaciones determinan la producción del mismo daño: las
dos causas son concurrentes, de modo que faltando una de ellas, el daño no se hubiera
producido. Por ejemplo, el caso de un choque frontal entre dos conductores que
circulaban por el centro de la calzada, invadiendo la respectivamente contraria. De esa
cuenta, en la multiplicidad de causas se configuran muchos eventos sin cuyo
acaecimiento se hubiera producido el daño.

A partir de aquí se plantea quién debe responder por los daños que resultan: puede
entenderse que la intervención de la propia víctima supone la ruptura del nexo causal,
por lo que el agente ajeno no debe responder. O puede considerarse que debe
ponderarse la intención de cada uno de ellos en la producción del daño y distribuir
equitativamente entre el agente externo y la victima las consecuencias perjudiciales.

El Código Civil italiano en su artículo 1227 establece: “Si el hecho culposo del
acreedor ha contribuido a causar el daño, el resarcimiento queda disminuido según la
gravedad de la culpa y la entidad de las consecuencias que de ellas se derivan. El
resarcimiento no es debido por los daños que el acreedor hubiera podido evitar usando
la diligencia ordinaria".

En síntesis, la concurrencia de culpas comporta como consecuencia la ponderación de la


contribución de la víctima en la producción del daño y la consiguiente moderación o
disminuir la responsabilidad.

III. LA OBLIGACIÓN JURÍDICA DE REPARAR EL DAÑO

La consecuencia fundamental de la responsabilidad extracontractual consiste en reparar


el daño causado. Esta obligación, a cargo del responsable, tiene por objeto dejar
indemne en la medida de lo posible a la víctima o perjudicado.

1. Características
El principio elemental que preside la regulación de la responsabilidad extracontractual
es el de que la víctima de un daño debe quedar indemne de las consecuencias que éste
produce. Por ello, de la producción del perjuicio nace una obligación jurídica de
indemnizar, tal como lo establece el artículo 1645 del Código Civil. A partir del
momento en que esta obligación nace en el mundo del derecho, tendrá como todas, un
acreedor y un deudor: el acreedor es la víctima del daño, quien lo ha sufrido en su
persona o en su patrimonio; el deudor es aquel que lo ha producido con su conducta.
Este elemental esquema conduce a una evidente conclusión: en el derecho de daños se
estudia preferentemente cómo surge la obligación de reparar; cuando esta ha surgido
por concurrir las circunstancias propias de esta fuente de las obligaciones, la relación
obligatoria creada se rige por las normas generales establecidas en el Código Civil a
partir del artículo 1645.

La deuda en que la obligación de reparar el daño consiste tiene las siguientes


características:

a) Es una deuda de valor (deuda en dinero), pues, en evitación de los problemas a


que da lugar la alteración del valor de la moneda, su cuantía se fija no al tiempo
de producirse los daños sino cuando recaiga condena definitiva a su reparación,
o en caso de acuerdo entre las partes, al procederse a su liquidación.

b) Es ilíquida, el monto económico de la deuda deberá fijarse en un momento


determinado, sea del proceso, o bien de la transacción, para ello habrá que llevar
a cabo dos tipos de operaciones: 1º. Determinar qué daños se han producido
efectivamente; 2º. Valorarlos.

c) Es una deuda no personalísima (la obligación no tiene las características de


intuitu personae), pues el crédito es transmisible, tanto inter vivos como mortis
causa.

d) En el caso de que intervienen varios autores en la producción del daño, es


también solidaria, pues quien haya sufrido podrá dirigirse indistintamente contra
cualquiera de ellos.

2. Las formas de reparación del daño

Determinada la imputación del agente y el nexo de causalidad entre la actuación de éste


y el daño producido en la víctima, el objeto de la obligación del causante del daño
consiste en la reparación de este.

Existen dos formas de reparación del daño: el resarcimiento en forma específica o in


natura y la indemnización de daños y perjuicios (o indemnización por equivalente), es
decir, la denominación, prestación del equivalente. Estas formas de reparación permiten
que el perjudicado mantenga intacto su patrimonio, de forma equivalente a como estaría
antes de la producción del daño.

Todas ellas responden a la finalidad de reponer a la víctima al estado anterior a la


producción del daño, pero, en ocasiones, resarcir a la víctima requerirá el concurso de
varias formas de reparación. Por ejemplo, los daños derivados del incendio de un local
de negocio: en el lucro cesante (perjuicio) en el caso del incendio del local de negocio:
el local de negocio podrá ser reconstruido, es decir, reparado in natura, pero los
beneficios dejados de obtener como consecuencia del acto ilícito deberán ser resarcidos
mediante la indemnización por equivalente.

2.1.La reparación por resarcimiento en forma específica o in natura

Consiste en eliminar la causa que provocó el daño y en reponer al perjudicado en la


situación anterior al perjuicio, ello se traduce en el arreglo de la cosa dañada o mediante
su sustitución por otra igual. Parece que esta es la finalidad primaria de la obligación de
resarcir y que se deriva del propio significado de la palabra “resarcimiento”. Por
ejemplo, arreglarle al otro las abolladuras que se le causan en su automóvil; pintarle el
piso que le inundamos al vecino al dejar descuidadamente abierto nuestro grifo; el
incendio de un inmueble, la reparación específica significará la construcción de un
nuevo inmueble, lo que es lo mismo la construcción o reparación según se encontraba
antes de que sucediera el incendio.

A este respecto, el Código Civil en su artículo 1672, hace aplicación de esta forma de
reparación al indicar: “Los propietarios, arrendatarios, poseedores y, en general las
personas que se aprovechan de los bienes, responderán igualmente... En todos estos
casos, el perjudicado tiene derecho a exigir que cese la causa que motiva el daño o
perjuicio y la indemnización si procediere”. Y también el artículo 1655 indica: “Si el
daño consiste en lesiones corporales, la víctima tiene derecho al reembolso de los
gastos de curación y al pago de los daños o perjuicios que resulten de su incapacidad
corporal, parcial o total para el trabajo...".

En materia de daños causados al medio ambiente, la forma de reparación generalmente


se hace de dos maneras: por un lado, se condena al causante del daño a reparar todos los
daños producidos por el tipo de actividades que realiza y que casi siempre son
industriales, y además se le constriñe para que proceda a la cesación o disminución de la
actividad considerada como lesiva al medio ambiente mediante la realización de obras
necesarias y pertinentes para evitar que en el futuro se siga produciendo ese mismo
daño. Ahora bien, puede ocurrir que esta forma de resarcimiento in natura sea
imposible, porque requiera inversiones muy costosas o la intervención de un tercero,
que no está dispuesto o no puede colaborar, sin que pueda ser obligado a ello. Puede
ocurrir también, que esta reparación sea imposible porque se haya destruido el objeto
sin posibilidad de restauración o reparación. En estos casos se deberá proceder a la
reparación por equivalente.

2.2.El resarcimiento pecuniario o por equivalente

Si no es posible la reparación del perjuicio causado, el dañado tiene derecho a obtener el


equivalente pecuniario, calculado de acuerdo con los parámetros aludidos en este
capítulo. Esta es la indemnización propiamente dicha y es posible utilizarla siempre, y
para reparar cualquier tipo de intereses lesionados. Por ejemplo, se le paga al
perjudicado en metálico el coste de la reparación de su automóvil, o de la pintura de su
piso o de la construcción del inmueble incendiado.

En este contexto el artículo 1653 del Código Civil dispone: “El exceso y mala fe en el
ejercicio de un derecho, o la abstención del mismo, que cause daños o perjuicios a las
personas o propiedades, obliga al titular a indemnizarlos". Normalmente, la reparación
pecuniaria consistirá en la entrega de un capital correspondiente al daño sufrido. Puede
también consistir en una renta, aunque esta es una posibilidad que se ha dado en la
jurisprudencia extranjera en casos concretos, como por ejemplo las consecuencias que
el daño provoca en la víctima, le impiden acceder a un puesto de trabajo. O bien cuando
los perjudicados son menores de edad y el perjuicio, consecuencia de la muerte de la
persona de quien dependían consiste en la pérdida de los alimentos.

Algunos supuestos contenidos en el Código Civil que se refieren a incumplimiento total


que traen como consecuencia el resarcimiento de daños y perjuicios, son los siguientes:
artículo 1331, incisos 2º. y 3º.; art. 1324; art, 1326; art. 1329 (prenda general); y,
art.1433.

3. La prevención de la responsabilidad: el seguro

Se considera que se trata de un sistema que permite resarcir los daños sin dejar de
realizar la actividad que los provoca: así se obliga a contratar un seguro en ciertos
campos de actividades especialmente peligrosas o propensas a causar daños, como los
automóviles.0 se previene el costo del ejercicio de determinadas profesiones, como
médicos, notarios, arquitectos, etcétera. A través de la contratación de estos mismos
seguros para proporcionar el resarcimiento de las posibles víctimas, independientemente
de que el causante del daño sea o no insolvente.

El seguro de responsabilidad civil se encuentra regulado en el artículo 986 de Código de


Comercio de Guatemala que preceptúa: “En el seguro contra la responsabilidad civil,
el asegurador se obliga a pagar la indemnización que el asegurado deba a terceros a
consecuencia de un hecho no doloso que cause a éstos un daño previsto en el contrato
de seguro. El seguro contra la responsabilidad civil atribuye el derecho a la
indemnización directamente al tercero dañado, quien se considerará como beneficiario
desde el momento del siniestro".

Los elementos subjetivos o personales del contrato de seguro son: asegurador,


asegurado y tercero. Y los elementos objetivos: riesgo y siniestro.

Con este tipo de seguro, el asegurador se obliga a abonar al tercero perjudicado por la
actividad del asegurado, la cantidad que este debería pagar por daños que se le imputen
y como consecuencia del nacimiento de la obligación de resarcir. La mecánica de esta
obligación implica que sea el asegurador quien abone directamente al tercero los daños:
no es necesario que se haga efectiva la cantidad al asegurado para que éste, después, la
abone al tercero. El seguro de responsabilidad civil no cubre toda la actividad del
asegurado. Cubre solamente los daños que puedan causarse a terceros en ejercicio de
una concreta actividad; así, por ejemplo, un arquitecto asegurado que se dedica a cazar;
el contrato de seguro de responsabilidad para prever los daños causados en la actividad
de caza no cubrirá los daños que haya causado en el ejercicio de su profesión, puesto
que para ello debería haber contratado un seguro distinto.

IV. LAS FUNCIONES DE LA RESPONSABILIDAD Y EL ROL DEL


JUEZ
La importancia del rol del juez frente a las diferentes funciones de la responsabilidad
civil es enorme, en virtud que, si se tiene en cuenta que este derecho está construido a
partir de escasas normas jurídicas, de ahí, el derecho de daños es en buena medida un
derecho judicial, pues son los jueces en su función de interpretación recreadora, que
completan la ordenación legal y resuelven los conflictos sometidos a su competencia.

Por eso, GALGANO expresa acertadamente que: “Cuando se habla de responsabilidad


civil se piensa en una especie de comedia; esta comedia no tiene un solo libreto sino
tan sólo un boceto. El juez no aplica reglas preestablecidas, preconstituidas, sino una
cláusula general, a cuya luz crea, él mismo, la regla del derecho, o sea, la trama de la
comedia. El protagonista de la comedia es el juez; el rol que la jurisprudencia tienen en
esta materia es dominante. En este rol hay un gran riesgo pues el juez puede dejar de
ser el juez de ley para convertirse en el juez de la sola equidad. El limite a esas
facultades está en que en esta comedia también hay un director, y el director somos
todos nosotros, que debemos controlar esa función judicial. En el fondo, no hay que
lamentarse de la evolución que ha tenido la responsabilidad; ha sido gradual y ha
tomado pausas e intervalos; sin embargo, los jueces deben ser conscientes que los
dañadores hoy más frecuentes (las empresas) necesitan saber a qué atenerse; por eso,
el juez debe aplicar las cláusulas indeterminadas con mucha prudencia; de lo
contrario, normalmente, frente a una jurisprudencia desquiciante aparece el legislador
para reglamentar con limites no siempre razonables.” Con ello, se confirma la
responsabilidad política en seleccionar buenos jueces.

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