Derecho de Obligaciones Examen Final Libro
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PARCIAL.
DE LA PAGINA 457 A LA 590, MAS CUADROS DE COMPARACIÓN O
APUNTES EXTRAS CON SUBRAYADOS
DEL CAPITULO 15 AL 18
La idea de vicisitud por la que atraviesa una relación jurídica cualquiera, y en particular
la relación obligatoria, procede de los autores italianos (ALLARA, BETTI). En un
sentido muy amplio, designa las diferentes fases de lo que se podría llamar el ciclo vital
por el que atraviesa o se desenvuelve la relación obligatoria. Cabe así distinguir tres
tipos o momentos distintos: la constitución, la modificación y la extinción. En un
sentido más estricto, la idea de vicisitud trata de captar el fenómeno del cambio o de la
alteración que en su devenir histórico puede sufrir una relación jurídica cualquiera y las
consecuencias y efectos jurídicos que este cambio o alteración está llamado a producir.
Con todo ello, la novación clásica funcionaba mediante concurrencia de tres requisitos:
c) Por último, un aliquid novum, que es una cierta diferencia entre la anterior
obligación y la nueva. Puede ser un cambio del acreedor, del deudor, de la causa
o función de la obligación o de alguna de sus modalidades, como el término.
Este aliquid novum no debe ser capaz para destruir la identidad de la deuda. El
idem creditum es también un elemento integrante de la novación. Si la nueva
obligación tuviera por objeto otro débito, no extinguiría la anterior, sino que
subsistiría con ella.
En este sentido, el criterio sistemático del Código Civil parece terciar, a favor de la
naturaleza extintiva de la novación. Así se desprende del título IV del libro quinto,
primera parte titulado “Extinción de las obligaciones" y del tenor de los artículos 1478 y
1479del Código Civil. Esta orientación viene además apoyada por los antecedentes
históricos, donde la novación queda definida como la extinción de una obligación
mediante la creación de otra nueva destinada a reemplazarla.
En esta dirección la Exposición de Motivos del Código Civil expresa: “La novación
exige ánimo de novar y debe ser expresa, y aunque no es indispensable el uso de
términos o palabras especiales, si es necesario que la voluntad de novar resulte
claramente del nuevo convenio, o que las dos obligaciones que se requieren para que la
novación exista sean incompatibles".
d) Además, cabe la transmisión del crédito por vía hereditaria bien a los herederos
del acreedor (sucesión mortis causa en el crédito) o bien mediante su atribución
a título particular a un específico beneficiario (del legado del crédito).
e) Cabe, por último, que la transmisión del crédito se realice por virtud de una
actuación judicial, cuando el derecho del acreedor ha sido embargado por sus
propios acreedores (acreedores del acreedor) y vendido en pública subasta
(cesión o adjudicación judicial de créditos).
De acuerdo con el art. 1443, la cesión de derechos es una figura jurídica autónoma que
engloba todos los actos traslativos del crédito, que se realicen inter vivos y que
respondan a una finalidad general de poner en circulación los créditos a los efectos de
su posible comercialización. Como señala DÍEZ-PICAZO, en el negocio de cesión se
encuentran indisolublemente unidos el acuerdo de cesión y la traslación del crédito
(tradición), aunque la referencia de la figura parezca aludir más bien el momento
traslativo.
La Exposición de Motivos del Código Civil sostiene, “el objeto de la cesión puede ser
todo derecho, sea personal o real; pero no los derechos. puramente personales
estipulados en consideración a la persona del beneficiario, los cuales son
intransferibles. Tampoco pueden cederse los derechos cuya transmisión está prohibida
por la ley, como el salario del trabajador, o los alimentos presentes, cuota vital que
patrocina la ley con el mismo fundamento con que protege la libertad y seguridad
personal. La cesión, por último, puede quedar prohibida por convenio de las partes”.
El artículo 1443 del CC debe entenderse que se refiere a todos los derechos
individualizados y que sean transmisibles.
Dispone el código que quien cede un crédito u otro derecho, solo responde de su
legitimidad y existencia al tiempo de la cesión, salvo que se haya comprometido
expresamente con el cesionario a garantizar la solvencia del deudor, o que se trate de
documentos endosables entendiéndose que la responsabilidad del cedente que se
compromete a garantizar la solvencia del deudor, se limita al momento en que la
obligación sea exigible, salvo convenio en contrario (arts. 1451 y 1452 CC).
2.3. Presupuestos
2.4. Forma
2.5. Efectos
Los efectos que produce la cesión de derechos pueden estudiarse con cierta sistemática
con ocasión de las múltiples relaciones a las que da lugar.
3. La subrogación en el crédito
3.1. Definición
En suma, la subrogación tiene su origen en el pago del crédito que efectúa un tercero.
La cesión de derechos es el objeto de un contrato o convenio celebrado entre cedente y
cesionario. La cesión puede tener por objeto separadamente el crédito, como la deuda de
una determinada relación obligacional (cesión de derechos o cesión de deuda
consideradas separadamente). La subrogación, en cambio, comprende la transmisión de
ambos aspectos de la obligación.
Este tipo de subrogación tiene lugar por ministerio de la ley, sin necesidad de
declaración alguna de los interesados, en los supuestos previstos en el artículo
1455 del Código Civil: “La subrogación tiene lugar por ministerio de la ley, sin
necesidad de declaración alguna de los interesados: 1º. Cuando el que es
acreedor paga a otro acreedor que le es preferente; 2º. Cuando el tercero que
paga tiene interés jurídico en el cumplimiento de la obligación; 3º. Cuando el
tercero no interesado en la obligación paga con anuencia del deudor; y 4º.
Cuando un heredero paga con sus bienes propios alguna deuda de la herencia"
(por ejemplo, un heredero que sin ser fiador o codeudor paga un préstamo
bancario del causante). En este supuesto, si los bienes de la herencia no
alcanzaran a cubrir las deudas y cargas de la herencia (art.920 CC), el heredero
que pagó la deuda no tendría derecho a cobrar a los demás herederos lo pagado
por él, sino en todo caso en la proporción que dichos bienes cubrieren el monto
de la deuda pagada.
Por regla general, la subrogación convencional ha de ser acordada por el acreedor con el
subrogado. En un caso excepcional, sin embargo, el Código Civil permite que la
subrogación pueda ser convenida por el deudor con el subrogado, sin el consentimiento
del acreedor. Se trata de la hipótesis contemplada por el artículo 1456, de acuerdo con el
cual “Cuando la deuda fuere pagada por el deudor con dinero que un tercero le
prestare con ese objeto, el prestamista subrogará al acreedor por ministerio de la ley,
en sus derechos, si el préstamo constare en documento fehaciente en que se declare que
el dinero fue prestado para el pago de la deuda”.
La subrogación produce una transmisión de la titularidad del crédito, que pasa del
antiguo acreedor ya satisfecho a la persona que se subroga en él. La transmisión tiene
por objeto el derecho de crédito con todos los derechos y facultades accesorias o
inherentes al mismo, como son, en particular las garantías, los privilegios y los derechos
a los intereses y a las restantes prestaciones accesorias.
Por lo tanto, el subrogado (nuevo acreedor) pasa a ocupar la posición jurídica que tenía
el subrogante (antiguo acreedor) frente al deudor.
Habrá que estar a las reglas o criterios expuestos en los artículos 1459 a 1468 del
Código Civil.
Esta figura llamada por el Código Civil “transmisión de deudas” es contemplada como
un cambio de deudor, permaneciendo el mismo acreedor y la misma obligación. Se
encuentra regulada en el artículo 1459, el cual nos indica lo siguiente: “La sustitución
del deudor en una obligación personal y su liberación, se verifican por convenio entre
el acreedor y el tercero que se sustituye", o De esta norma se infiere que la transmisión
de deudas es el supuesto de transmisión de la obligación, en el lado pasivo, que se ha
denominado también sucesión en la deuda Es la sustitución de la persona del deudor por
otra, con respecto a la misma relación obligatoria, sin extinción de esta.
Como consecuencia del contrato de asunción de deuda puede resultar una liberación del
deudor antiguo o anterior (asunción liberatoria) o bien la vinculación de ambos
deudores frente al acreedor (asunción cumulativa).
3. La delegación
3.1. Definición y caracteres
En su forma más simple, de acuerdo con la doctrina usual, delegar significa encargar,
encomendar, etcétera, y la delegación es una operación jurídica por medio de la cual
una persona (delegante) da una orden o una autorización a otra (delegado), a fin de que
realice una prestación o emita una promesa a favor de un tercero(delegatario), todo ello
de manera tal que la promesa o la prestación se entienda hecha por cuenta del delegante.
Con mayor rigor BIGIAVI señalaba que existe delegación siempre que Cayo (delegado)
por invitación o iniciativa de Ticio (delegante) quien toma a su cargo la eventual
consecuencia pasiva de la operación, asume en propio nombre una determinada
obligación frente a Sempronio (delegatario), a quien de un modo u otro se da a conocer
la delegación procedente de Ticio, o bien por orden de Ticio efectúa una prestación a
favor de Sempronio, quien la recibe como si proviniera de Ticio. De lo dicho hasta aquí
se infiere que en todo fenómeno de la delegación intervienen tres sujetos: “el
delegante”, de quien proviene la orden o invitación a pagar o prometer una prestación;
“el delegado”, que es quien la recibe y ejecuta, y el “delegatario”, que es la persona en
cuyo favor el delegado asume la obligación o realiza la prestación.
La cesión del contrato es un acuerdo contractual el que permite que una de las partes
pueda quedar apartada de la relación jurídica y un tercero pase a ocupar su lugar. Este
queda subrogado en todos los derechos y obligaciones que correspondían al anterior
titular. Por ello, quizá sea más apropiado hablar de cesión de posición contractual, pues
se manifiesta la transferencia a un tercero, por parte de un contratante, de la íntegra
posición que en él ocupa.
Aunque el Derecho positivo no contenga normas que admitan y regulen con carácter
general la figura de la cesión del contrato, parece que no hay ninguna dificultad en
construirla al amparo del principio general de libertad de pactos del artículo 1517 del
Código Civil. Sin embargo, la ley contempla y la admite en algunas concretas ocasiones
de las que son buen ejemplo la cesión del arrendamiento, la cesión de los contratos de
trabajo, sobre todo en la transmisión de la empresa y la cesión de la relación contractual
en las acciones no liberadas de una sociedad anónima.
El negocio de cesión debe hacerse en la misma forma prescrita para el contrato cedido.
Conviene puntualizar que, en principio, todo contrato puede ser objeto de cesión, ya que
la cesión de contrato no se opone al principio de la relatividad del contrato. Sin
embargo, existen tres excepciones:
c) El acuerdo de las partes puede prohibir la cesión del contrato. Sin embargo, un
pacto de esta naturaleza no debe confundirse con el intuitu personae.
I. GENERALIDADES
Los modos de extinguir las obligaciones son los actos o hechos jurídicos que ocasionan
la liberación del deudor de la prestación a la que se encuentra obligado.
Los derechos de obligación tienen una naturaleza transitoria, por ello suele decirse que
la obligación nace condenada a su extinción. El pago o cumplimiento (fin y medio) es el
modo lógico y normal de extinción de la relación obligatoria, pues a través de este se
satisface el interés del acreedor, y también el del deudor, que se libera de la atadura que
le constriñe. No obstante, la ley también atribuye a otros hechos o negocios la virtud de
extinguir el vínculo obligatorio.
“El Código del 77, después de reglamentar los contratos, enumeraba los modos de
extinguir las obligaciones en el título X, libro III, en este orden: pago, perdón
voluntario o condonación, confusión, compensación, novación, mutuo disenso,
obligación y consignación y destrucción de la cosa; y fuera de estos medios generales,
otros especiales para extinguir ciertas obligaciones constando en sus títulos
respectivos.
En efecto, el Código Civil en el título IV, capítulos I, II, III, IV y V, del libro V, primera
parte, bajo el epígrafe “Extinción de las obligaciones", contempla como causas de
extinción de la relación obligatoria a las siguientes:
1. La compensación
1.1. Definición
La compensación “es un medio de liberarse de la deuda, que se produce por una mutua
neutralización de dos obligaciones, cuando quien tiene que cumplir es al mismo tiempo
acreedor de quien tiene que recibir satisfacción", Como puede observarse, se trata de
evitar una innecesaria duplicidad de pagos, y por eso la doctrina la ha llamado “doble
pago abreviado". La jurisprudencia extranjera ha dicho que “equivale a pesar y
balancear dos obligaciones "Calificándola de “pago abreviado" y de “permuta de
deudas". Dicho de otra manera, la compensación destruye dos créditos, el de la parte
que alega la compensación y el de la parte contraria; el compensante dispone de dos
créditos: el suyo propio como acreedor (contra crédito) y el de la parte contraria (crédito
principal) en virtud de un Derecho Potestativo extintivo inherente a su propio crédito.
El Código Civil de acuerdo con el contenido del artículo 1473, excluye la posibilidad de
compensar obligaciones en los siguientes:
c) En lo que se debe por alimentos presentes; ya que el artículo 282 del Código
Civil preceptúa que no puede compensarse el derecho a los alimentos con lo que
el alimentista debe al que ha de prestarlos, sin embargo, podrá compensarse, las
pensiones alimenticias atrasadas.
2. La novación extintiva
2.1. Definición
El artículo 1479 del Código Civil matiza el alcance del efecto extintivo de la novación
en los siguientes términos: “La novación extingue las garantías y obligaciones
accesorias, a menos que el acreedor y deudor convengan expresamente en la reserva;
pero no valdrá ésta cuando la garantía la hubiere prestado un tercero que no acepte
expresamente la nueva obligación”
a) Objetiva o real: esta puede tener lugar por las siguientes alteraciones: lo.
Mutación del objeto; 20. Por cambio de la causa de la obligación; 3o. Cambio en
las modalidades de la obligación. Solo la condición es susceptible de cambiar la
obligación primitiva por una nueva. Establece el Código Civil en sus artículos
1481,1482 y 1485, que no constituye novación: la prórroga ni la reducción del
plazo; la reducción del tipo de interés en deudas en dinero, ni la reducción de
rentas.
El Código Civil admite solamente la novación objetiva, en su aspecto más
característico, al disponer en el artículo 1478, que hay novación cuando deudor
y acreedor alteran sustancialmente la obligación sustituyéndola por otra. Resulta
lógico que el CC no admita la novación subjetiva, puesto que, como se anotó,
regula expresamente la cesión de derechos (cambio de acreedor) y la transmisión
de deudas (sustitución de deudor).
Estos efectos de acuerdo al Código Civil son: a) extinguir las garantías y obligaciones
accesorias, a menos que acreedor y deudor convengan expresamente en la reserva, la
cual no tendrá validez si la garantía la hubiese prestado un tercero que no acepta
expresamente la nueva obligación (art. 1479); y b) la novación no altera el orden y
preferencia de las garantías constituidas por el deudor cuando se trate de bienes de su
propiedad o de bienes de terceros que hayan prestado su consentimiento para la nueva
obligación (art. 1480).
Los artículos 1481, 1482 y 1485 prevén los casos de modificación de la obligación
original, que no constituye novación.
La Exposición de Motivos del Código Civil establece: “La remisión, perdón voluntario
o condonación de la obligación, es la renuncia que el acreedor hace del derecho que
tiene de exigir al deudor el cumplimiento de su obligación, o sea el pago de su deuda.
Esta renuncia constituye una donación; pero con la diferencia de que nada se entrega
en ese acto al deudor, sino solamente lo libera a título gratuito, de la obligación de
pagar. La aceptación del deudor es indispensable para que la remisión quede perfecta,
pues mientras no manifiesta su aceptación, el acreedor puede revocar su oferta".
El artículo 1489 del Código Civil dispone lo siguiente: “La remisión de la deuda hecha
por el acreedor y aceptada por el deudor, extingue la obligación". Bajo esta
denominación conoce el Código Civil los casos en los cuales el acreedor manifiesta su
voluntad de extinguir en todo o en parte (quita en este caso) su derecho de crédito, sin
recibir nada a cambio, es la renuncia gratuita al derecho de crédito. En tal virtud, sus
caracteres son la unilateralidad y la gratuidad.
La condonación, por otra parte, para que tenga una eficacia plena necesita de la
aceptación del deudor, por lo que tendrá ya un carácter irrevocable. Si la condonación
no es aceptada, ante el silencio del deudor cabrá su revocación siempre que esta no
contravenga el principio de buena fe y sea conforme a los usos del tráfico.
Frente a esta tesis cabe argüir que el acto unilateral del acreedor, no seguido de
aceptación, es una simple manifestación de no ejercicio de un derecho, que por sí
mismo no basta para liberar al deudor, el cual, en tanto no transcurra el plazo de
prescripción, se encontrará amenazado por la posible reclamación; y, por otra parte, el
acreedor no puede imponer la remisión de su crédito al deudor, pues este puede no
desear o querer la condonación o perdón de su acreedor, y para liberarse, acudir al
procedimiento de la consignación. Como dice LARENZ, “el crédito no es un derecho
de soberanía, en virtud del cual el deudor estaría sometido unilateralmente a la
voluntad del titular del crédito, sino un vínculo ético: una facultad que es de otra
persona en el reverso de la obligación. El acreedor no puede liberar al deudor de su
obligación sin el consentimiento de él, ya que el primero no puede, naturalmente,
sobreponerse a la posible voluntad del deudor de cumplir su obligación”.
4. La confusión de derechos
4.1. Definición
Según el artículo 1495 “La reunión en una misma persona de la calidad de acreedor y
deudor, extingue la obligación", queda extinguida la obligación desde que se reúnen en
una misma persona los conceptos de acreedor y de deudor. Ello puede ocurrir cuando el
deudor adquiere inter vivos o mortis causa la titularidad del crédito o, al revés, cuando
es el acreedor quien sucede al deudor. De esa cuenta, se extingue una deuda por
confusión, cuando se reúnen en una misma persona los conceptos o titularidad de
acreedor y deudor, esto es, que crédito y deuda pasan a formar parte del mismo
patrimonio, de la misma masa patrimonial.
Una excepción sería la herencia bajo beneficio de inventario, artículo 920 CC, porque,
con este mecanismo, el heredero no “confunde” el patrimonio hereditario que recibe con
su propio patrimonio.
El artículo 920 del Código Civil enuncia: “El heredero sólo responde de las deudas y
cargas de la herencia hasta donde alcancen los bienes de ésta. El legatario sólo
responde de las cargas que expresamente le imponga el testador”. Del estudio de este
precepto se establece que existe una reunión en una misma persona de las cualidades de
acreedor y deudor, sin embargo, como tiene lugar en virtud de un fenómeno hereditario,
cuando la herencia haya sido aceptada por el heredero a beneficio de inventario se
exceptúa la confusión.
La explicación de esta excepción radica en la idea de que la herencia beneficiada
provoca una absoluta separación de patrimonios entre el patrimonio del heredero y el
patrimonio hereditario. La finalidad esencial del beneficio es limitar la responsabilidad
del heredero por las deudas hereditarias al importe del valor de los bienes de la
herencia.
La confusión de derechos exige la reunión en una misma persona con entera titularidad
activa y pasiva de la relación obligatoria. Por esta razón cuando cualquiera de dichas
titularidades está constituida por una pluralidad de personas (pluralidad de acreedores o
deudores), para que una genuina confusión se produzca, será menester que todos los
titulares quieran la posición contraria.
El artículo 1499 del Código Civil dispone: “Si concurre la calidad de acreedor en uno
de varios deudores simplemente mancomunados, no quedan libres los demás sino en la
parte que correspondía a su codeudor.” El precepto, situado en el contexto de la
confusión de derechos y la relación obligatoria con pluralidad de personas, no resuelve
todas las posibles hipótesis de organización que puede plantear dicha pluralidad. Si la
pluralidad de acreedores o de deudores ha conducido a la parciariedad o a su
fragmentación, la confusión solo afectará a los créditos y deudas resultantes de la
división operada.
Al respecto el artículo 1501 del Código Civil dispone: "La prescripción extintiva,
negativa o liberatoria, ejercitada como acción o como excepción por el deudor,
extingue la obligación. La prescripción de la obligación principal produce la
prescripción de la obligación accesoria".
El artículo anterior afirma que la prescripción puede ser alegada como “excepción” (a
manera de defensa en el juicio iniciado para que se cumpla una obligación que por el
transcurso del tiempo ha prescrito art. 116 CPCyM) o como “acción"(demandando ante
juez competente que sea declarada). Cuando el acreedor demanda después de haber
transcurrido el tiempo fijado por la ley, para exigir el cumplimiento de la prestación, el
deudor puede interponer la excepción de prescripción, argumentando que el tiempo
durante el cual el acreedor podía ejercitar su derecho ya transcurrió (art. 116 del Código
Procesal Civil y Mercantil). En lo que respecta a la prescripción como acción consiste
en que el deudor demanda al acreedor, indicándole que la obligación que tenía con él ya
prescribió, por lo que ya se extinguió la obligación. Por lo tanto, la prescripción no
extingue la obligación civil en sí misma, sino que extingue la acción engendrada por
esta para reclamar el cumplimiento de la prestación debida. Esto significa que la
obligación civil deja de ser exigible por el transcurso del tiempo; pierde su elemento
coercible, aunque mantiene una eficacia incompleta que la torna puramente natural, lo
que impide repetir lo pagado.
Según la naturaleza de las obligaciones, el plazo para la prescripción varía; puede ser de
cinco años (art. 1508 CC), de un año (arts. 1513, 1673 y 1727 CC), de dos años (art.
1514 CC); de tres años (art. 1515 y 1789 CC); de seis meses (art. 1572 CC); de diez
años (art. 651 CC); de veinte años (art. 155 Constitución Política de la República de
Guatemala). Cuando no se fije un plazo concreto de prescripción en los casos
mencionados en disposiciones especiales, se deberá entender que el mismo es de cinco
años, contados desde que la obligación puede exigirse y si esta consiste en no hacer,
desde el acto contrario a la obligación, según el artículo 1508 del Código Civil.
Para establecer el inicio del plazo de prescripción hay que fijar con precisión la fecha
exacta en que comienza a correr el plazo. Este dato es decisivo, pues sólo sabiendo cuál
es el diez a quo (día inicial) puede averiguare si la pretensión ha prescrito o no. El
Código Civil para los diferentes supuestos recurre a criterios objetivos, como lo es el
nacimiento de la pretensión, la entrega de un bien o cualquier otra circunstancia
objetiva. El plazo comienza a correr desde el momento en que objetivamente la
pretensión se puede ejercitar o exigir, esto es, desde el momento que la pretensión ha
nacido.
Por lo demás, como se verá luego, si media algún acto interruptivo, el plazo comienza a
contarse nuevamente a partir del día de interrupción, en virtud que la interrupción de la
prescripción provoca el cómputo de reinicio del plazo, sin tomar en consideración el
tiempo transcurrido hasta ese momento.
En efecto, el artículo 1505 del Código Civil admite las siguientes hipótesis: "No corre el
término para la prescripción: 1º. Contra los menores y los incapacitados, durante el
tiempo que estén sin representante legal constituido; 2º. Entre padres e hijos, durante
la patria potestad; 3º. Entre los menores e incapacitados y sus tutores, mientras dure la
tutela; 4º. Entre los copropietarios, mientras dure la indivisión; y 5º. Entre los
cónyuges, durante el matrimonio; y entre hombre y mujer, durante la unión de hecho”.
La suspensión implica una paralización del cómputo. El plazo transcurrido no se borra,
sino que se detiene temporalmente.
Los efectos de la interrupción son mucho más graves, pues aniquila, borra el tiempo
transcurrido, queda como no sucedida la posesión que le ha precedido y después de la
interrupción comienza una nueva prescripción. El contador se pone de nuevo a cero. Es
decir, mientras la suspensión no influye sobre el pasado, lo deja intacto, la interrupción
tiene precisamente por objeto anonadar ese pasado. Un ejemplo aclarará mejor la
diferencia: si soy acreedor de una suma por intereses (los cuales según el artículo 1508
prescriben a los cinco años) y dejo transcurrir un año sin reclamarlos, si luego la
prescripción es interrumpida, ese año que había pasado no será contado, a los efectos de
la prescripción, y será necesario que transcurran íntegramente los cinco años para que
aquella se produzca. Pero si en el caso supuesto la prescripción es suspendida, y
después de la suspensión la prescripción vuelve a correr, aquel año transcurrido será
computado y solo será necesario que transcurran otros cuatro años, para que la
prescripción quede cumplida.
De esta manera, en los casos de interrupción el cómputo del plazo se reinicia de nuevo,
la suspensión en cambio supone la paralización temporal del cómputo, de modo que,
desaparecida la causa de suspensión, el plazo se reanuda, esto es, continúa por donde
iba (no se reinicia).
Por ejemplo: los socios se ponen de acuerdo para dar por terminada la sociedad;
arrendador y arrendatario convienen en dar por terminado el arrendamiento.
Es de advertir que el Código Civil denomina de forma antitécnica a esta figura como
rescisión. En este sentido el artículo 1579 expone: “Los contratos válidamente
celebrados pendientes de cumplimiento, pueden rescindirse por mutuo consentimiento o
por declaración judicial en los casos que establece este Código". Y el artículo 1584
establece: “En la rescisión por mutuo consentimiento ninguna de las partes podrá
reclamar daños y perjuicios, frutos ni intereses, si no lo hubieren convenido
expresamente".
En términos generales, puede definirse el daño como el perjuicio que se deriva bien del
incumplimiento del contrato, bien de la lesión causada a través de acciones u omisiones
que tengan como base una intención de dañar, o que sean consecuencia del ejercicio de
actividades que provocan un riesgo. Aquí empiezan ya las dificultades tanto
terminológicas como conceptuales. Porque el derecho de daños recibe nombres distintos
según cuál sea el sistema jurídico que se consulte: en España y los países del área de
influencia del Código Civil francés (como el guatemalteco), el problema de
resarcimiento de los daños injustos se estudió bajo el título genérico de la
responsabilidad civil o también responsabilidad extracontractual, para distinguirla de la
derivada de contrato, que se denomina “contractual”; en los países anglosajones se
prefiere la terminología “derecho de daños”, porque se pone el acento en la causa de la
obligación de resarcir el daño. Aquí se combina esta última terminología con la de
responsabilidad extracontractual, porque se entiende que toda responsabilidad derivada
de un daño en el sentido antes propuesto es civil, por contraposición a la penal.
Este planteamiento resulta muy general, porque incluye los diversos tipos de
responsabilidad, la contractual y la extracontractual y dentro de esta, la derivada del
delito, cuya naturaleza y sistemas presentan límites no del todo nítidos. Por tanto, si
bien sirve como forma de enmarcar el tema que se va a tratar, a lo largo de este capítulo
debemos determinar los requisitos, y las consecuencias de los distintos aspectos que la
responsabilidad extracontractual incluye.
Resulta claro que no es este el lugar para estudiar la evolución del sistema de
responsabilidad a lo largo de los siglos. Sin embargo, hay que señalar que la estructura
actual del derecho de daños es el resultado de la confluencia de distintas culturas
jurídicas, en las que se funden conceptos provenientes de planteamientos morales,
políticos y jurídicos diversos. Por ello resulta didáctico seguir de forma breve esta
evolución.
Ahora bien, existe un punto en el que el concepto de daño confluye: en el derivado del
incumplimiento del contrato y el de la indemnización por los daños provocados como
consecuencia de una iniuria o de un delito. En el primer caso, la cuestión carecía de
importancia, porque lo que debía buscarse era, primordialmente, la prestación prometida
con el contrato; en el segundo caso, la prestación derivada precisamente del propio
daño: antes no existía obligación y surge a partir de la iniuria (ilícito).
Los elementos históricos referidos llevan a una contraposición entre los conceptos
derivados de derecho romano y los derivados del derecho germánico: entre los romanos,
no existía un interés en distinguir entre indemnización por daños y pena, aunque no
tenían la menor duda en considerar que el fundamento de la indemnización residía en la
culpa de quien causaba el daño; los germanos consideraron que la indemnización era
una forma de reparación del orden jurídico alterado; de ahí que fuera para ellos más
relevante el hecho de la sanción. En la elaboración posterior del derecho de daños se
incorporan otras corrientes filosóficas que introducirán elementos justificadores de la
indemnización: el concepto de delito como derivado de la obligación de no dañar al
prójimo, que fue puesto de relieve por el humanitarismo, de donde se deducía que la
obligación de indemnizar el daño era un mandato racional; la consagración de la
libertad humana como eje del sistema de daños y finalmente, la distinción entre
Derecho Penal y Derecho Civil, fueron los elementos que configuraron un derecho civil
de responsabilidad que influyó en los Códigos derivados del francés con base a los
criterios introducidos por DOMAT y POTHIER en el siglo XVIII.
La anterior descripción debe tenerse muy en cuenta a los efectos de la actual teorización
de los conceptos sobre derecho de daños.
El pensamiento legislativo que sirvió de base para estructurar el sistema del Código
Civil en materia de responsabilidad civil se fundamentó en una responsabilidad
individual o personal. Con ello lo que se pretende decir es que, en la actualidad, la
mayor parte de los eventos dañosos no son imputables, si la imputación se lleva a cabo
rigurosamente, a un individuo aislado, sino a grupos a veces muy numerosos de
individuos. Ello puede ocurrir así: el aislado individuo, en quien se materializa la causa
inmediata, se encontraba sumido dentro de una organización y al servicio de ella.
Actualmente, un gran número de los daños no son el efecto de conductas individuales
sino el resultado de comportamientos sociales. Más aun, en el siglo XXI se enfrenta la
sociedad del riesgo con la que se entrecruza la necesidad social de seguridad. Según
VINEY, “la evolución de la responsabilidad civil está sellada por dos signos: i) la
declinación de la responsabilidad individual, y ii) el progreso de las responsabilidades
objetivas, o de pleno derecho”.
En este hilo de argumentación, es evidente la erosión que han ido experimentando todos
los pilares de la teoría de la responsabilidad construidos de acuerdo con los postulados
de la codificación: la culpa, el ilícito y la causalidad.
El primero enraíza indudablemente con la culpa y, precisamente por ello, los autores de
las últimas décadas han podido enunciar como una línea progresiva, el tránsito de la
llamada responsabilidad subjetiva a la responsabilidad objetiva o sin culpa. sustituyendo
la idea de imprudencia o negligencia por las reglas de la inversión de la carga de la
prueba, expedientes paliativos o por la llamada teoría del riesgo. Se ha puesto de
manifiesto la insuficiencia del sistema de responsabilidad civil basado en la culpa en
una sociedad industrial y tecnificada como la actual. De tal modo que al consolidarse el
desarrollo industrial también se hace necesario la vigencia de un amplio sistema de
aseguración y un mayor sentido de solidaridad social. Sin embargo, parece que las cosas
no se han detenido ahí.
Finalmente, la última y tal vez, en el momento actual la más grave de las erosiones de la
construcción jurídica tradicional, es la que concierne a la causalidad. Porque la
causalidad se encuentra de algún modo en la base misma de la definición legal. El que
causa daño está obligado a reponer el daño causado (art.1645 CC). Esta sencilla
expresión, que probablemente en su origen no determinó graves problemas, desde hace
muchos años ha atormentado a la jurisprudencia, que ha tenido que ir elaborando
diversas teorías y puntos de vista, para discernir cuándo es causa y qué es lo que es
causa del daño. Problema que se complica cuando, como ocurre en el Código Civil, en
el hecho del hombre entran también las omisiones y cuando el afinamiento del análisis
permite discernir múltiples causas concurrentes o, cuando, al revés, la causa no puede
ser rigurosamente establecida.
Los postulados finales de lo que se llama la causalidad adecuada, que nos sitúa ante una
de las causas probables o de las causas a las que racionalmente el hecho parece que
puede ser imputable, conducen finalmente a una auténtica responsabilidad sin causa. De
esta suerte, hoy, en muchos casos, se acude a una responsabilidad sin injusto, sin culpa,
o, incluso, sin causa.
El Código Civil regula esta figura sobre la base del criterio general de la culpa por parte
de quien produce el daño (responsabilidad por culpa), así, el artículo 1424 estipula:
“Culpa. La culpa consiste en la acción u omisión perjudicial a otro, en que se incurre
por ignorancia, impericia o negligencia, pero sin propósito de dañar" y el artículo 1648
contempla una presunción iuris tantum al establecer: “La culpa se presume, pero esta
presunción admite prueba en contrario. El perjudicado solo está obligado a probar el
daño o perjuicio sufrido". Por consiguiente, el demandado se libera de la
responsabilidad si consigue probar que actuó con toda la diligencia exigible al tenor de
las circunstancias.
Para que nazca a cargo de un sujeto la obligación de indemnizar los daños causados a
otro deben concurrir los siguientes presupuestos: a) acción u omisión; b)
comportamiento antijurídico o ilícito; c) producción de un daño (solo son indemnizables
los daños ciertos); d) relación de causalidad entre el comportamiento y el daño; y, e)
existencia de un criterio legal de imputación (la culpa-riesgo y el criterio
responsabilidad objetiva o por riesgo).
La responsabilidad extracontractual puede ser subjetiva (para que el daño producido por
un hecho dé lugar a indemnización es necesario probar que el autor del hecho actuó con
dolo o culpa) u objetiva (se prescinde de la conducta del sujeto, no se mira su
culpabilidad, se atiende únicamente al daño producido). Normalmente, cuando la
ley establece un criterio de responsabilidad objetiva en un sector de actividad
determinado, suele imponer también un sistema de seguro obligatorio de
responsabilidad civil.
Esta socialización del riesgo tiene lugar a través de mecanismos de mercado, en virtud
que se traslada el riesgo de la empresa al público, a través de maniobras de precios, ya
que en el precio de un producto aparece ya incluido el del riesgo que debe cubrir el
producto, por aquellos casos en que producirá un daño. Por tanto, cuando el ciudadano
adquiere un producto o paga un servicio, paga también la cuota correspondiente al costo
de un sistema de resarcimiento de daños. Con ello se dice que se está subsidiando la
empresa y se critica este planteamiento porque se entiende que no ofrece ningún
incentivo para que las empresas eviten la producción del daño, fabriquen productos
dañosos o produzcan contaminación ambiental.
En suma, se puede resumir diciendo que, aunque sea de manera fragmentaria y para
unas actividades tasadas y muy concretas, se tiende hoy a una paulatina implantación de
este sistema de responsabilidad objetiva por riesgo en bastantes manifestaciones de la
vida cotidiana (circulación de vehículos de motor, navegación aérea, ejercicio de la
caza, actividades peligrosas, etc.), en las que se habrá de reparar el daño aun en caso de
que se haya debido a circunstancias absolutamente ajenas a la voluntad del que lo ha
causado.
b) Porque existen personas que no deben responder de sus actos y que están
exentas de responsabilidad penal: por ejemplo, el daño causado por el menor de
edad.
Por tanto, el sistema de responsabilidad civil debe tener como finalidad evitar que la
víctima sufra de forma definitiva las consecuencias del daño. Y para ello sólo existe el
sistema del resarcimiento, que evidentemente no borrará de forma total estas
consecuencias.
Hay que tener presente que una persona mediante un ilícito civil, puede ocasionar un
daño a otra, en dos circunstancias completamente diferentes. De un lado, cabe que el
daño sea consecuencia del incumplimiento de un pacto, de un convenio, de un contrato,
de una relación jurídica preexistente: al incumplirse una obligación previamente
asumida o cumplirla tarde o defectuosamente, las más de las veces se causará un
perjuicio al que esperaba la exacta realización de la prestación debida, por lo que el
incumplidor será, según las circunstancias del caso, responsable de ese incumplimiento
(o parcial o defectuoso cumplimiento), quedando obligado a reparar el daño ocasionado
(aquel que vendió el tractor, y que por entregarlo tarde provoca graves pérdidas en la
cosecha del comprador). Se trata entonces de un “daño contractual”, que dará lugar en
su caso a una responsabilidad contractual. El clásico principio romano del noeminem
loedere se traduce aquí en un no dañar a este concreto acreedor. La consagración legal
de esta forma de responsabilidad se encuentra contenida en el artículo 1423 y siguientes
del Código Civil,567 y la que ha sido desarrollada en el capítulo XII.
Pero puede suceder que la producción del daño no descanse en una previa relación
contractual entre el que lo ocasiona y el perjudicado; o más exactamente, que no venga
provocado el perjuicio por el incumplimiento de un pacto, es decir, las personas no se
encontraban vinculadas con una relación previa. Dicho de una manera deliberadamente
poco técnica, las partes se conocen a través de un hecho dañoso: es el accidente de
tráfico, la cosecha que se pierde por efecto de la contaminación producida por el río por
los residuos tóxicos vertidos por una fábrica, el avión que cae sobre una vivienda o la
intoxicación de cientos de consumidores por la defectuosa fabricación de un
determinado producto. Es la llamada "responsabilidad extracontractual” o aquiliana,
denominada así porque fue regulada en el Siglo III a.C. por la Lex Aquilia, a la que
dedica hoy los artículos 1645 a 1673 del Código Civil, normativa que será abordada en
este capítulo y en el que sigue.
Conviene precisar que la sistemática adoptada por el Código sigue en este punto la
pauta del Código francés. En el Código Civil francés la disciplina normativa de la
responsabilidad civil se encuentra en los artículos 1382 y siguientes, que son los últimos
preceptos de la teoría general de las obligaciones y de los contratos, inmediatamente
anteriores a la regulación de cada uno de los contratos en particular.
La razón de la distinción es de orden práctico, hay que tener en cuenta los temas de la
aplicación de la solidaridad en la pluralidad de responsables en la responsabilidad
extracontractual, que no se produce en la civil: las cláusulas de exoneración de
responsabilidad y los problemas de responsabilidad por auxiliares en el cumplimiento
de la obligación derivada de contrato, etcétera.
Hay autores que propugnan por una regulación unitaria de estos dos tipos de
responsabilidad.
Es oportuno indicar que las novedades que presenta la Reforma del Derecho de daños
en Alemania no solo son interesantes en la vertiente práctica del Derecho de daños,
donde surgen los problemas técnicos de aplicación de normas, sino también en la
dogmática, donde es habitual discutir sobre cuál deba ser la función de este sector del
Derecho Civil. En esta última perspectiva incluso se ha llegado a postular la superación
de la tradicional estratificación del Derecho de daños en dos sectores separados con
fundamento distinto cada uno de ellos (responsabilidad por culpa y responsabilidad
objetiva o por riesgo), para pasar a una visión unitaria del Derecho de daños.
Parece que esto es lo que ha ocurrido en Alemania con la presunción del nexo causal en
el marco de la responsabilidad por medicamentos. El legislador alemán se ha colocado
en este caso en el punto de considerar normativamente a quién es el agente potencial del
daño: evidentemente se trata de empresas farmacéuticas al encontrarse en mejor
situación para evitarlo. Por ello, no debe asustar a nadie la presunción del nexo causal
que se instaura en el sistema alemán de la responsabilidad por medicamentos. Puede ser
un buen ejemplo para otros países. Es una pura cuestión de política legislativa, pero
también de indudable progreso del Derecho de daños.
Conviene subrayar que, aun existiendo una diferencia esencial entre responsabilidad
penal y responsabilidad civil, lo cierto es que dentro de un proceso penal pueden
reclamarse los daños que el delito haya ocasionado a la víctima. El artículo 112 del
Código Penal establece: “Toda persona responsable penalmente de un delito o falta, lo
es también civilmente”. Es más, el artículo 1646 del Código Civil dispone: “El
responsable de un delito doloso o culposo, está obligado a reparar a la víctima los
daños o perjuicios que le haya causado". Esto significa que además de merecer el autor
la correspondiente sanción penal, podrá quedar constreñido a indemnizar a la víctima (o
a sus herederos) de los posibles perjuicios económicos que hayan resultado de la
comisión de la conducta delictiva. Estos preceptos se deben integrar a lo regulado en los
artículos 124 a 140 del Código Procesal Penal, donde se describe el procedimiento de la
sanción a imponer como consecuencia de la responsabilidad civil derivada del delito,
denominada “Derecho a la reparación digna”.
1. Requisitos generales
b) Que se haya producido un daño. Por ello debe determinarse qué daño provoca la
obligación de resarcimiento.
c) Que el daño sea consecuencia de la conducta llevada a cabo por el sujeto
imputable. Debe estudiarse la relación de causalidad que exista entre la conducta
y el daño provocado.
No existen dudas sobre lo que significa acción: cualquier actuación positiva que
provoca de forma mediata o inmediata, el daño que debe indemnizarse.
A partir de estos conceptos descriptivos de lo que debe entenderse por omisión, se debe
plantear en qué casos se origina la obligación de resarcir. En definitiva, hay omisión
cuando existe una abstención con la intención de daño, independientemente de que esta
abstención contradiga o no una norma previa impuesta por la ley.
2.2. La culpa
La conducta que provoca la obligación de resarcir debe tener los siguientes caracteres:
Por ello se puede hablar de culpa en dos sentidos: uno objetivo, de modo que
existirá culpa siempre que se haya lesionado una norma que establece un
derecho subjetivo. Y un sentido subjetivo de la culpa que se centraría en los
criterios de imputabilidad.
c) La diligencia: El criterio de atribución de culpa se basa en la previsibilidad del
resultado dañoso, de acuerdo con un modelo de conducta que se ajusta al
estándar legal del buen padre de familia (hombre prudente).
2.3 La antijuridicidad
Junto a aquellos supuestos en que se responde por haber causado directamente un daño
a otro, el ordenamiento jurídico incluye una serie de casos en que se responde, no como
consecuencia de una actividad propia, sino como consecuencia de una relación que el
responsable ostenta con el causante del daño. El Código Civil se ocupa de otros
supuestos en los que no es el autor del perjuicio quien ha de responder del mismo, sino
otra persona distinta, debido a la especial situación en la que se encuentra respecto al
autor material del mismo (por ejemplo, está obligado a controlar su actuación y a
vigilarlo).
2. Caracteres
a) Es una responsabilidad directa: ello por dos razones, sin necesidad de demandar
al autor material del daño y porque se basa directamente en los actos del
declarado responsable.
b) Existe una clara interferencia entre la regulación del Código Civil y la del
Código Penal. Se manifiesta en la normativa relativa a la responsabilidad de
padres y tutores contenida en el artículo 1660 y en los empresarios, contenido en
los artículos 1649 a 1652 del Código Civil. La dualidad de regulaciones plantea
problemas de interpretación y de determinación de la jurisdicción competente.
Vistas, así las cosas, no resulta aventurado afirmar que en cualquiera de esos casos, el
daño tuvo lugar por culpa del que no supo vigilar o seleccionar, que la causa del daño
estuvo en una desacertada labor de vigilancia o elección por su parte, y que es por eso
por lo que debe responder de las acciones perjudiciales de aquellos a los que
indebidamente seleccionó o inadecuadamente controló y vigiló.
Se pasa ahora a analizar cada uno de los supuestos a los que alude el Código Civil, en
los que queda responsable del perjuicio persona distinta al que materialmente lo
ocasionó.
Los padres son responsables de los daños producidos por la actividad de los hijos que se
encuentren bajo su guarda; los tutores lo son de los menores y los incapacitados que se
hallen bajo su custodia. La excepción sería en aquellos casos estipulados en el artículo
1660 del Código Civil: “El menor de edad, pero mayor de quince años, y el incapaz
cuando obra en momentos de lucidez, son responsables de los daños o perjuicios que
ocasionen. En los demás casos, son responsables los padres, tutores o guardadores".
Como requisitos, es indispensable que el hijo se encuentre bajo guarda de padre o madre
y que exista convivencia, si está sometido a tutela. Según se ha apuntado, el fundamento
de esta especial modalidad de responsabilidad por actos ajenos, radica en la presunción
de culpa por parte delos padres del menor del causante de daño (culpa in educando o
culpa in vigilando), pues se estima que si éste llega a ocasionarlo, es porque sus
progenitores no observaron la debida diligencia ni emplearon toda la atención que
hubiese sido necesaria en las labores de educación, custodia y vigilancia a las que
legalmente vienen obligados, de modo que se entiende que el daño ha sido provocado,
no por culpa del propio menor autor material del mismo, sino de sus progenitores, que
no supieron educarlo ni vigilarlo en orden a la prevención de ese daño. Por ello, se dice,
resulta de justicia que sean los padres los responsables de los perjuicios que ese menor
haya ocasionado.
Se describe un supuesto real que servirá para ilustrar esa dificultad que en la práctica de
los tribunales casi siempre encuentran los padres al intentar acreditar que obraron con la
diligencia debida en el control y vigilancia de sus hijos: un menor efectúa unos disparos
contra otro menor, al que causa la muerte, con una pistola que su padre guardaba, sin
munición, dentro de un portafolios en el maletero de su vehículo, teniendo escondido el
cargador en la llanta o rueda de repuesto y manteniendo en todo momento cerrado con
llave el automóvil, aunque el citado menor, en un descuido de su padre, encontró las
llaves, abrió el vehículo, tomó el arma y el cargador, y disparó contra el otro. Pues bien,
consideró el Tribunal Supremo español que "las medidas adoptadas por el padre para
impedir que el menor (...)la utilizara (el arma) fueron insuficientes, y, en consecuencia,
constitutivas de negligencia” (Sentencia del 24 de mayo 1996).
2. El empresario
La responsabilidad del empresario está establecida en el artículo 1663 del Código Civil.
El fundamento de la responsabilidad de los empresarios es el caso más típico de la
responsabilidad por riesgo. A pesar de que históricamente se entendió que la obligación
de resarcir derivaba de la culpa in eligiendo, actualmente se acentúa el elemento riesgo
para atribuir la obligación al empresario. Se han alegado como razones que es lógico
que quien obtiene un beneficio con una actividad que puede crear riesgos, asuma las
consecuencias dañosas de esta actividad o bien que la atribución de responsabilidad del
empresario de forma objetiva es una consecuencia del principio de solidaridad, porque
la entidad está en mejor situación de resarcir el daño que el causante directo del mismo,
seguramente insolvente. Por consiguiente, es de extraordinaria importancia el artículo
1663 para fundamentar la objetivación de la responsabilidad del empresario.
Para que se produzca la responsabilidad del empresario se requiere que exista una
relación de dependencia entre el empresario responsable y el causante del daño y que el
daño se haya producido con ocasión del desempeño de obligaciones o servicios,
debiendo quedar excluidos aquellos otros casos en los que el perjuicio, aunque
provocado por una actuación del agente, lo haya sido al margen de esas funciones
concretas que se habían encomendado. Un interesante ejemplo nos lo proporciona la
Sentencia del Tribunal Supremo español del 30 mayo 1958, “entendió que el empleado
en una finca, que disparó y causó la muerte a un cazador furtivo, no había actuado en
el ejercicio de sus funciones, puesto que la misión que tenía encomendada dentro de
esa explotación agrícola no era la de guarda jurado, exonerando de responsabilidad al
titular de la misma y responsabilizando de la muerte al propio empleado”.
El artículo 1663 constituye una prueba más de que la responsabilidad del empresario es
vicaria, en garantía de los hechos de los empleados, y no por culpa propia, porque si
responde por culpa propia, mal puede repetir quien paga algo a lo que está obligado,
esto es, reclamarles más tarde a sus propios empleados las cantidades que haya pagado
en concepto de reparación del daño. Esta postura hace que el artículo citado tenga todo
su sentido, porque el empresario asume la obligación como consecuencia de su propia
actividad empresarial. Por tanto, la solución que aquí se propone de considerar que el
empresario paga la indemnización supliendo la insolvencia del empleado causante del
daño, con lo que se facilita a la víctima la reclamación y se asume el daño dentro del
riesgo de la empresa.
Por último, no se debe olvidar que el panorama del Derecho comparado, con buen
criterio, se acoge en la mayor parte de los ordenamientos jurídicos el carácter objetivo
de la responsabilidad extracontractual del empresario por los daños causados a terceros
por sus dependientes, así: a) el art. 1384 del Código Civil francés; b) art. 2049 del
Código Civil italiano; c) art. 500 del Código Civil portugués; d) en el Derecho
anglosajón se impone la responsabilidad vicaria del empresario; y, e) en cambio, en el
Derecho alemán el parágrafo 831 basa la responsabilidad del dueño del negocio por los
daños que su auxiliar cause a un tercero en una culpa propia, pudiendo exculparse, y de
este modo eximirse de responsabilidad, si prueba que empleó la diligencia necesaria
tanto en la elección, supervisión y dirección del auxiliar como al proporcionarle los
útiles de trabajo, quedando igualmente liberado si prueba que, aun habiendo actuado
negligentemente, el daño se habría producido de todos modos. Sin embargo, el
parágrafo 278 del BGB configura la responsabilidad contractual del deudor por los
daños causados por sus auxiliares en el cumplimiento de sus obligaciones de manera
objetiva.
El art. 1661 CC establece la responsabilidad de los titulares de los centros docentes por
los daños causados por sus alumnos menores de edad durante el período en que se
hallen bajo la vigilancia del profesorado y desarrollando actividades escolares,
extraescolares o complementarias.
Para que surta efectos este tipo de responsabilidad se requiere que el causante del daño
sea menor de edad y que el daño sea ocasionado durante el curso de una actividad,
escolar o extraescolar. Ello justifica que el fundamento de esta responsabilidad radique
en una culpa in vigilando, pues solo se manifiesta en esos momentos en que los alumnos
se encuentran bajo el control o vigilancia del profesorado del centro, o si quiere y mejor,
en una culpa in eligendo, toda vez que, al hacer responsable al titular, es porque se
considera que no estuvo plenamente acertado en la elección del personal docente que
había de quedar a su cargo, considerándose que el daño se ha ocasionado por su culpa,
al ser responsable material y directo en una elección tan poco afortunada.
Según el art. 1665 del Código Civil: “El Estado y las municipalidades son responsables
de los daños o perjuicios causados por sus funcionarios o empleados en el ejercicio de
sus cargos. Esta responsabilidad es subsidiaria y sólo deberá hacerse efectiva cuando
el funcionario o empleado directamente responsable no tenga bienes, o los que tenga
no sean suficientes para responder del daño o perjuicio causado". Del estudio del
segundo párrafo de este precepto se desprende que la responsabilidad en este supuesto
es subsidiaria.
Se considera que la responsabilidad de los funcionarios públicos (art. 229, inciso 4°, del
CPCyM) debe plantearse juntamente con la del Estado, a fin de destacar la necesidad no
solo de indemnizar el daño, lo que puede hacerlo tanto uno como el otro, y
generalmente lo hará el Estado, sino también castigar al verdadero responsable de aquel,
que es en la generalidad de los casos el funcionario que lo cometió. La inexistencia de
responsabilidad civil de los funcionarios públicos significa en la práctica otorgarles
impunidad para seguir cometiendo los mismos daños.
De los daños ocasionados por animales se ocupa el artículo 1669 del Código Civil al
indicar: “El dueño o poseedor de un animal, o el que lo tenga a su cuidado, es
responsable por los daños o perjuicios que cause, aun en el caso de que se le hubiere
escapado o extraviado sin su culpa. Pero si el animal fuere provocado o sustraído por
un tercero o hubiese mediado culpa del ofendido, la responsabilidad recaerá sobre éste
y no sobre aquéllos". Este artículo señala que el poseedor de un animal es responsable
de los daños que este produzca, independientemente de la clase de animal de que se
trate.
Esta responsabilidad tiene lugar cuando concurren los siguientes requisitos: a) que se
trate de una construcción; b) que sobrevenga la ruina, es decir, que la destrucción
suponga la caída de todo o parte de la obra; y, c) que esa ruina sea consecuencia de la
falta de las reparaciones necesarias.
En este supuesto es indispensable relacionar el artículo 1671 del Código Civil, que se
refiere a la responsabilidad contractual de contratista y de los técnicos que intervinieron
en la obra frente al comitente. En esta línea, respecto al contrato de obra el artículo 2012
establece: “El contratista es responsable de la infracción de las leyes y reglamentos
administrativos y municipales, referentes a la obra que se le encomendó y de todo daño
o perjuicio que por la construcción se cause a terceros". Y de acuerdo con el artículo
2015 el contratista es responsable por la destrucción o deterioros debido a dolo o culpa
de su parte, durante cinco años, contados desde la fecha de la entrega.
CAPITULO XVIII
PRESUPUESTOS PARA EL NACIMIENTO DE
LA OBLIGACION DE REPARAR: EL DANO Y
LA RELACION DE CAUSALIDAD
“Indemnizar no borra el daño del mundo;
simplemente, lo cambia de bolsillo"
1. EL DAÑO
1. Definición
Según LACRUZ, daño es “toda desventaja en los bienes jurídicos de una persona;
significa un desequilibrio jurídico que la indemnización debe restablecer, en todo o en
parte. Conceptualmente, se determina prescindiendo mentalmente del evento dañoso y
calculando cuál sería, entonces, la situación del dañado: la diferencia entre ésta y la
real representada por el daño". Bajo esta concepción, el daño equivale al menoscabo
sufrido por el acreedor, consiste en la diferencia que existe entre la actual situación del
patrimonio que recibió el agravio y la que tendría de no haberse realizado el evento
dañoso. Para SANTOS BRIZ, “daño es todo menoscabo material o moral causado
contraviniendo una norma jurídica, que sufre una persona y del cual haya de responder
otra”.
2. Requisitos
a) Para que el daño sea indemnizable debe ser cierto. Por tanto, no puede
declararse la indemnización de un daño si no se ha probado su existencia por
quien lo alega.
3. Elementos
Otra cuestión distinta se refiere a los daños que deben ser indemnizados: se entiende
que, en cualquier caso, el concepto de daño incluye dos elementos enunciados en el
artículo 1434 del Código Civil: “Los daños que consisten en las pérdidas que el
acreedor sufre en su patrimonio, y los perjuicios, que son las ganancias lícitas que deja
de percibir, deben ser consecuencia inmediata y directa de la contravención, ya sea que
se hayan causado o que necesariamente deban causarse”.
Son los beneficios o ganancias ciertas y reales que se han dejado de obtener, como
consecuencia de haber sufrido un daño. Esta cuestión ofrece ciertas dificultades de
valoración y prueba. El lucro cesante, ganancia frustrada o ganancia dejada de obtener
no puede presumirse, sino que ha de ser una consecuencia directa del hecho que produjo
el daño.
El BGB alemán proporciona una pauta legal para facilitar esta labor, en su parágrafo
252 consagró una fórmula que puede ser de gran utilidad al respecto. Dicho texto civil
enuncia: “Considerase frustrada la ganancia que con cierta posibilidad fuese de
esperar, atendiendo al curso normal de las cosas o a las especiales circunstancias del
caso concreto, y particularmente a las medidas y previsiones adoptadas".
Por otro lado, los Principios del Derecho Contractual Europeo, PECL, regulan una regla
general de indemnización integral, optando los Principios por el interés positivo, que
incluirá el daño emergente y el lucro cesante (art. 9:502). En la misma línea la
Convención de Viena (Compraventa Internacional de Mercaderías, art. 74) y los
Principios Unidroit (art.7.4.2.).
Sin embargo, el principio de indemnización integral del daño tiene como límite la regla
de la previsibilidad (art. 9:503 PECL), la cual supone que el deudor solo responderá de
aquellos daños que se hubieren previsto o podido prever razonablemente en el momento
de la celebración del contrato como consecuencia de su incumplimiento.
4. Clases de daños
Se distingue habitualmente entre daños materiales y daños morales. Los primeros
afectan al patrimonio de quien los sufre y los segundos (daños no patrimoniales) son los
que afectan a las creencias, dignidad, honor, perjuicio psíquico, estima social, pérdida
de confort, o salud física de las personas. Daño moral es así, el perjuicio que
experimenta una persona y que no afecta su patrimonio, ni a sus ingresos, ni puede
cuantificarse económicamente con referencia a un valor de mercado.
b) Los daños morales. Como se ha dicho son aquellos que afectan a la persona, en
cualquiera de sus esferas que no sea la patrimonial. Como señala CRISTÓBAL
MONTES, “daño moral es aquel que afecta a un bien de la personalidad o de
la vida (libertad, salud, honor, honestidad, paz, tranquilidad de espíritu,
integridad física, bienestar corporal, privacidad, etc.), es decir, el que implica
quebranto, privación o vulneración de esa categoría de bienes incorporales
cuya tutela cobijamos bajo la categoría jurídica de los denominados derechos
de la personalidad". Como advierte ÁLVAREZ VIGARAY, “el concepto de
danos morales no debe reducirse solamente a los dolores o sufrimientos
injustamente ocasionados, sino que en él ha de incluirse todo perjuicio no
pecuniario producido por la lesión de un bien de la persona o de sus
sentimientos y afectos más importantes y elevados".
Por otra parte, la función de reparación del daño moral la explica, con claridad la STS
del 9 de diciembre de 2003 al señalar que “... no es un medio de reparación
patrimonial, sino un modo de contribuir a sobrellevar el dolor y angustia de las
personas perjudicadas por el actuar injusto, abusivo o ilegal de otro”.
Con mayor exhaustividad se han pronunciado otras sentencias del Tribunal Supremo
español, así la del 22 de febrero de 2001, concibe al daño moral como todas las
“categorías anidadas en la esfera del intimismo de la persona; en la que deben
comprenderse toda gama de sufrimientos y dolores físicos y psíquicos que haya
padecido la víctima a consecuencia del hecho ilícito (o hasta haber sido objeto de
ataque a su prestigio o reputación artística)";así como cualquier frustración, quebranto
o ruptura de los sentimientos, lazos o afectos, soledad, orfandad, etc. Igualmente, la
sentencia del 14 de julio de 2006, a modo de glosario de otras muchas, contempla las
posibles situaciones básicas para que pueda darse un daño moral, citando el impacto o
sufrimiento o padecimiento psíquico, la impotencia, zozobra, ansiedad, angustia,
sensación anímica de inquietud, pesadumbre, temor o presagio de incertidumbre,
impacto, quebrantamiento o sufrimientos psíquicos.
El Código Civil guatemalteco hace referencia a este tipo de daño en su artículo 1656 al
regular: “En caso de difamación, calumnia o injuria, la reparación se determinará en
proporción al daño moral y a los perjuicios que se derivaron”.
Del análisis de este precepto podemos inferir, que el artículo 1656 no hace referencia a
la doble función al daño moral. Esto es, que la víctima debe percibir una indemnización
por la desgracia moral sufrida, por los padecimientos corporales o el impacto psíquico,
por la pérdida del estado físico o psíquico (función de compensación). Junto a esta
función, se encuentra la denominada función de satisfacción o punitiva, en virtud de la
cual el dañante ha de satisfacer la ofensa infringida a la víctima a través de la expiación
del acto. En este estrato debe valorarse el tipo de culpa en que el dañante ha incurrido.
Dentro de las clases de daños hay que tener en cuenta también la clasificación entre
daños duraderos, continuados y sobrevenidos. Esta distinción tendrá repercusión en
relación con la valoración a los efectos de la correspondiente indemnización.
A tal efecto se entiende que son daños duraderos aquellos que se manifiestan en un
momento determinado y siguen produciéndose de forma continuada, como una
enfermedad crónica. Son daños continuados aquellos perjuicios nuevos que aparecen
después de producido el daño y sin necesidad de una nueva conducta del agente;
finalmente, son daños sobrevenidos aquellos nuevos que aparecen con posterioridad y
que son consecuencia directa de la producción del daño.
La distinción de este tipo de daños debe tenerse en cuenta sobre todo a los efectos de la
prescripción de las correspondientes acciones.
5. Valoración
5.1. Los daños materiales
La práctica se ha planteado la cuestión de cómo debe valorarse este tipo de daños. Sobre
esta cuestión se han formulado diversas teorías: hay quienes opinan que el valor del
daño es el equivalente al valor objetivo de mercado del bien destruido; para otros, la
valoración del daño consiste en la diferencia entre el valor del patrimonio dañado y el
que éste tendría de no haberse producido el daño. Finalmente, la tesis que parece más
defendible es la que entiende que el daño patrimonial es la lesión de un interés valorable
en dinero, pero que este interés no es puramente objetivo, sino que incluye el subjetivo
del interesado en la destrucción o perjuicio de la cosa, o en la disminución de la
actividad impuesta por el dañante.
Para fijar la medida de los daños, los PECL, la Convención de Viena (Compraventa
Internacional de Mercaderías) y los Principios Unidroit, exigen tener en cuenta la
actitud del propio acreedor. En consecuencia, el deudor no será responsable de las
pérdidas atribuibles a la parte perjudicada (art. 9:504 PECL), y se impone al acreedor el
deber de mitigar los daños (art. 9.505 PECL), cuyo incumplimiento conlleva la
reducción de la indemnización.
Respecto al cálculo del daño, los Principios del Derecho contractual europeo consagran
algunos criterios:
La existencia del daño moral se encuentra sometido a los criterios generales de fijación
por medio de prueba contemplados en el CPCyM. Han de probarse los daños morales de
forma patente e indiscutible. La prueba ha de referirse a su existencia a la realidad que
le sirve de soporte, pero también a la determinación causal entre el daño y el agente.
Para que exista obligación de reparar un daño es necesario que este haya sido
producido, causado, por la acción u omisión que puede atribuirse a determinado sujeto.
Es necesario, por tanto, que exista una relación de causalidad entre acción y resultado,
daño. En otros términos, para que nazca la responsabilidad, es indispensable que exista
una relación de causalidad, en el sentido de que haya un nexo causal entre el
comportamiento humano (acción u omisión) y el daño ocasionado a la víctima; que
haya una relación causa-efecto entre uno y otro, de forma que este (daño) haya sido
consecuencia de aquel(comportamiento).
Esta es una de las cuestiones más difíciles de determinar, puesto que, en muchas
ocasiones, el resultado no es nunca consecuencia de un único acontecimiento. Se trata
de aquellos supuestos en los que, por ejemplo, concurren diversos causantes, ya sea de
forma coetánea o sucesiva, ya sea con igual o diferente participación sobre el resultado
final. Para que se entienda a qué se refiere cuando se habla de relación de causalidad y
de las dificultades para determinarlas e brindan unos ejemplos:
Lo mismo puede decirse del siguiente ejemplo: una persona es atropellada por
un motociclista. Trasladada al hospital, los médicos diagnostican una
hemorragia interna que requiere una transfusión urgente. La victima pertenece a
una confesión religiosa que le impide recibir sangre ajena; por ello se niega a la
operación y fallece. En este caso, la propia víctima ha interferido en la
producción del resultado final, la muerte, con su conducta negativa.
Parece que hay que distinguir entre la contribución parcial a un resultado único y la
coautoría. La cuestión de la contribución a la producción de daño y, por tanto, la
imputación a un autor o a otro es distinta, como se verá.
Es evidente que para que pueda atribuirse a un agente un resultado dañoso, debe éste
resultar objetivamente imputable al mismo. En consecuencia, no debe existir ninguna
duda sobre su autoría. Ahora bien, pueden producirse determinados supuestos en los
que existan dudas sobre si la participación del autor es decisiva en la producción
del resultado.
Se estudian aquí un grupo de casos en los que además de la indudable intervención del
agente del daño, se produce la de la propia víctima. Se alude a los supuestos de
concurrencia de culpas que se configuran cuando se prueba la culpabilidad de las dos
partes, de manera que ambas actuaciones determinan la producción del mismo daño: las
dos causas son concurrentes, de modo que faltando una de ellas, el daño no se hubiera
producido. Por ejemplo, el caso de un choque frontal entre dos conductores que
circulaban por el centro de la calzada, invadiendo la respectivamente contraria. De esa
cuenta, en la multiplicidad de causas se configuran muchos eventos sin cuyo
acaecimiento se hubiera producido el daño.
A partir de aquí se plantea quién debe responder por los daños que resultan: puede
entenderse que la intervención de la propia víctima supone la ruptura del nexo causal,
por lo que el agente ajeno no debe responder. O puede considerarse que debe
ponderarse la intención de cada uno de ellos en la producción del daño y distribuir
equitativamente entre el agente externo y la victima las consecuencias perjudiciales.
El Código Civil italiano en su artículo 1227 establece: “Si el hecho culposo del
acreedor ha contribuido a causar el daño, el resarcimiento queda disminuido según la
gravedad de la culpa y la entidad de las consecuencias que de ellas se derivan. El
resarcimiento no es debido por los daños que el acreedor hubiera podido evitar usando
la diligencia ordinaria".
1. Características
El principio elemental que preside la regulación de la responsabilidad extracontractual
es el de que la víctima de un daño debe quedar indemne de las consecuencias que éste
produce. Por ello, de la producción del perjuicio nace una obligación jurídica de
indemnizar, tal como lo establece el artículo 1645 del Código Civil. A partir del
momento en que esta obligación nace en el mundo del derecho, tendrá como todas, un
acreedor y un deudor: el acreedor es la víctima del daño, quien lo ha sufrido en su
persona o en su patrimonio; el deudor es aquel que lo ha producido con su conducta.
Este elemental esquema conduce a una evidente conclusión: en el derecho de daños se
estudia preferentemente cómo surge la obligación de reparar; cuando esta ha surgido
por concurrir las circunstancias propias de esta fuente de las obligaciones, la relación
obligatoria creada se rige por las normas generales establecidas en el Código Civil a
partir del artículo 1645.
A este respecto, el Código Civil en su artículo 1672, hace aplicación de esta forma de
reparación al indicar: “Los propietarios, arrendatarios, poseedores y, en general las
personas que se aprovechan de los bienes, responderán igualmente... En todos estos
casos, el perjudicado tiene derecho a exigir que cese la causa que motiva el daño o
perjuicio y la indemnización si procediere”. Y también el artículo 1655 indica: “Si el
daño consiste en lesiones corporales, la víctima tiene derecho al reembolso de los
gastos de curación y al pago de los daños o perjuicios que resulten de su incapacidad
corporal, parcial o total para el trabajo...".
En este contexto el artículo 1653 del Código Civil dispone: “El exceso y mala fe en el
ejercicio de un derecho, o la abstención del mismo, que cause daños o perjuicios a las
personas o propiedades, obliga al titular a indemnizarlos". Normalmente, la reparación
pecuniaria consistirá en la entrega de un capital correspondiente al daño sufrido. Puede
también consistir en una renta, aunque esta es una posibilidad que se ha dado en la
jurisprudencia extranjera en casos concretos, como por ejemplo las consecuencias que
el daño provoca en la víctima, le impiden acceder a un puesto de trabajo. O bien cuando
los perjudicados son menores de edad y el perjuicio, consecuencia de la muerte de la
persona de quien dependían consiste en la pérdida de los alimentos.
Se considera que se trata de un sistema que permite resarcir los daños sin dejar de
realizar la actividad que los provoca: así se obliga a contratar un seguro en ciertos
campos de actividades especialmente peligrosas o propensas a causar daños, como los
automóviles.0 se previene el costo del ejercicio de determinadas profesiones, como
médicos, notarios, arquitectos, etcétera. A través de la contratación de estos mismos
seguros para proporcionar el resarcimiento de las posibles víctimas, independientemente
de que el causante del daño sea o no insolvente.
Con este tipo de seguro, el asegurador se obliga a abonar al tercero perjudicado por la
actividad del asegurado, la cantidad que este debería pagar por daños que se le imputen
y como consecuencia del nacimiento de la obligación de resarcir. La mecánica de esta
obligación implica que sea el asegurador quien abone directamente al tercero los daños:
no es necesario que se haga efectiva la cantidad al asegurado para que éste, después, la
abone al tercero. El seguro de responsabilidad civil no cubre toda la actividad del
asegurado. Cubre solamente los daños que puedan causarse a terceros en ejercicio de
una concreta actividad; así, por ejemplo, un arquitecto asegurado que se dedica a cazar;
el contrato de seguro de responsabilidad para prever los daños causados en la actividad
de caza no cubrirá los daños que haya causado en el ejercicio de su profesión, puesto
que para ello debería haber contratado un seguro distinto.