Asimetría de Fuerzas, Jenny Toro Salas
Asimetría de Fuerzas, Jenny Toro Salas
Asimetría de Fuerzas, Jenny Toro Salas
de fuerzas
Jenny Toro Salas
Toro Salas, Jenny
Asimetría de fuerzas
ISBN 978-958-49-4425-2
Historia propia................................................................... 11
Antiinsurgencia e historia oral...........................................13
Genealogía para la comprensión del mundo.........................15
Guerras irregulares.............................................................21
Mal de Panamá.................................................................. 23
Conflicto político armado en Colombia............................... 29
Ecos de huelga................................................................. 45
Cuerpo y archivo................................................................. 49
Cuerpo de obra................................................................ 51
Bordado memoria............................................................. 51
Cuerpo memoria.............................................................. 66
Cuerpo teórico.................................................................... 77
Filiaciones....................................................................... 79
Archivo propio................................................................. 87
Cuerpo político ausente.................................................... 91
La historia habita el cuerpo.............................................. 100
Objetivos.......................................................................102
Conclusiones.................................................................104
Anexos..........................................................................107
Historia propia
Antiinsurgencia e historia oral
A lo largo de los últimos años me he propuesto revelar a través de mi obra
la capacidad del cuerpo de afectarse y ser afectado (Deleuze,1980) con la
intención de identificar y comprender las formas en que el contexto polí-
tico e histórico se graba en el cuerpo social a nivel emocional y físico. En
ese proceso, he procurado entender los efectos psicosociales de la gue-
rra contrainsurgente –librada en Latinoamérica durante el transcur-
so de la Guerra Fría– y analizarlos en mi propia subjetividad somática.
Mi acercamiento a estos relatos ha sido posible, en principio, gracias a su
pervivencia en la memoria a través de la historia oral, pues al no encontrar sufi-
cientes representaciones culturales –visuales o textuales– en mi entorno inme-
diato, por la ilegitimidad o el tabú de determinadas perspectivas históricas, sólo
pude acceder a ese acervo de experiencias y afectos mediante las anécdotas que 13
escuchaba en conversaciones desde la infancia: relatos a oídas que se transfieren
de una generación a otra y que guardan las huellas de un momento histórico.
En ese proceso de investigación, he revisado mi biografía y genealogía inme-
diata en un intento por comprender los desafíos de la memoria familiar en contraste
con los relatos históricos nacionales de los últimos cincuenta años en Colombia.
Este interés surge de un proceso de autoconciencia en el que resulta impres-
cindible conocer las razones que llevaron a unos sectores de la sociedad a dis-
putar el monopolio de la violencia con el Estado. Así como de la necesidad de
entender el funcionamiento del estigma en relación a las nociones de legitimi-
dad –social, jurídica, histórica–; y, sobre todo, las relaciones entre legitimidad y
representación visual. Así mismo, a través de este trabajo buscó abordar la com-
plejidad del concepto víctima en el marco del conflicto armado colombiano, para
comprender el origen de determinados afectos grabados en mi corporalidad.
Es así como se despliegan una serie de preguntas sobre la desaparición for-
zada como mecanismo militar usado para desarticular y suprimir el movimiento
social. En el caso de Latinoamérica, ¿qué acontece con el ethos revolucionario
cuando es exterminado mediante un programa político de orden continental?, ¿a
dónde va su cadáver sin nombre?, ¿en qué consiste la desaparición de la diferencia?
Este borramiento sistemático que comienza con los cuerpos está sucedido
por la ausencia de categorías narrativas y visuales que permitan enunciar di-
cha experiencia y perspectiva histórica. El exterminio de movimientos sociales
asociados a la izquierda ¿no es acaso comparable –salvando las proporciones–
con el epistemicidio ocurrido en América tras la colonización, cuya fuerza ra-
dica en la ausencia o la fragmentariedad de su historia? Apartir de estos inte-
rrogantes surgen nuevas preguntas: ¿cómo funciona el poder aniquilador en
contextos colonizados permanentemente?, ¿cómo se perpetúan los hechos
victimizantes a través de los usos del lenguaje en los relatos hegemónicos?
Debido a la desaparición forzada de mi tío materno, la cual ha dejado una
herida abierta en mi círculo familiar, sé que los rituales fúnebres resultan
cruciales para la continuidad de la vida, y que a falta de ellos el duelo se ex-
tiende irresoluble, dejando ecos invisibles en el entramado genealógico a
través de generaciones. ¿Cómo elaborar entonces la ausencia que deja la des-
aparición forzada?, ¿cómo tratar aquella astilla que sin estar presente con-
tamina de tristeza de forma soterrada la psiquis colectiva o el cuerpo social?
Por la naturaleza fragmentaria y fantasmagórica de tal esquirla que per-
mea la tarea de restaurar memorias, las imágenes que pretenden dar cuer-
po al testimonio del cuerpo ausente circundan el asunto sin tocar su centro,
dibujan el contorno de lo innombrable, aquello que no sólo no tiene “Nin-
gún Nombre”, sino, además, ninguna imagen, ninguna representación,
ningún relato o un relato acallado, ningún cuerpo o un cuerpo extravia-
14
do; la astilla no está y, sin embargo, es implacable en su punzar invisible.
Genealogía para la comprensión del mundo
El cuerpo, ese territorio de magias y violencias
que como el cosmos libra todas las batallas.
Javier Galarza
Diccionario
Hambre
Performance
2014
Peras de Olmo Ars Continua
17
Un camino lento y arduo me condujo a la necesidad de hablar de la elección
de la vía armada, de la desaparición forzada, del cuerpo ausente y la huella de
esta historia en mí, como signos que emergieron de un relato invisibilizado.
Mediante episodios de catarsis emocional fui descubriendo un capítulo de
mi ser que había permanecido en la penumbra. Si cada persona guardaba una
cuota de tristeza, ¿dónde nacía mi dolor?, ¿qué características tenía?, ¿qué le
sucedió a mi madre durante el embarazo? Fueron algunas de las preguntas que
se desataron.
La huella de ese malestar tabú había estado en mi cuerpo rondando como un
dolor en el centro del pecho y aparecía intermitentemente. Durante el tiempo
que viví en Buenos Aires se volvió somático, en forma de una bronquitis muy
recurrente, como había ocurrido durante mis primeros años de vida.
Las condiciones atmosféricas de la ciudad posibilitaron la emergencia del
18 síntoma físico, pero también las condiciones sociales el reconocimiento de pro-
cesos políticos relativos a la memoria de las desapariciones forzadas durante la
última dictadura cívico militar en Argentina. Por lo que empecé a preguntarme,
¿de qué manera los regímenes de poder o las cuestiones políticas se imbricaban
con el campo afectivo, su dimensión somática y la construcción de subjetivi-
dad?, ¿y en qué medida este proceso que percibía como individual era también
colectivo?
Con el correr de los meses fui comprendiendo que era ineludible ingresar en
el dolor para examinarlo y comprenderlo, darle cuerpo, abordarlo no sólo desde
la acción en una performance, sino volverlo objeto, objeto material y objeto de
estudio.
Durante el verano de 2015 permanecí en Buenos Aires procurando una
estabilidad habitacional. Un periodo relativamente sedentario me posibilitó
recuperar el dibujo como práctica, esta vez mediante agujas, empecé a bordar
y a tatuar. Así fue como las inquietudes se fueron hilvanando, avanzando por
caminos paralelos que ocasionalmente se cruzaban: un sueño, una memoria, un
libro, la curiosidad por un pueblo lejano inducida por una pesadilla, las mujeres
kurdas alzadas en armas, las mujeres guerrilleras, la imagen de mi madre gue-
rrillera elevándose como un arquetipo.
Un proceso de investigación se fue articulando lentamente de manera intui-
tiva. Me acerqué nuevamente al dibujo desde su valor iconográfico. Bordé sím-
bolos de izquierda en un procedimiento casi arqueológico para reabrir un signo
–del mismo modo en que se reabre una herida para limpiarla– en un mecanismo
de apropiación y cuestionamiento a la univocidad del significante.
Muy lentamente fui descubriendo como estas memorias borrosas persistían
a través del tiempo en una condición fantasmagórica, mientras su huella per-
meaba sutilmente todo mi campo afectivo. Estos hallazgos pasaron a convertir-
se en una obsesión con el pasado, hasta el punto de sentirme poseída por una
historia que nunca viví; pues como dice Elizabeth Jelin (2002) en Los trabajos
de la memoria , la transmisión intergeneracional no transita por canales y carri-
les verbales explícitos, sino por silencios, huecos y miedos.
Fue así como accedí a la historia política reciente de Colombia, primero a
través de los afectos y luego de forma directa a través del relato en primera per-
sona de algunos de sus agentes activos: militantes y combatientes de izquierda
que vivieron de cerca el calor y la crudeza de los movimientos políticos del conti-
nente en las décadas de los años setentas y ochentas. Esta proximidad y diálogo
me otorgaron una perspectiva particular de la historia, de la cual procuro dar
cuenta a través de este proceso de escritura y bordado. 19
Actualmente uso el mismo hilo fucsia y continúan las inquietudes sobre las
historias que fueron borradas, los procesos de insubordinación enarbolados e
interrumpidos en el marco de la Guerra Fría en Latinoamérica, cuyos huesos
fueron desperdigados, condenados al extravío. Hago uso del dibujo y la acción
para cartografiar un territorio de memorias opacas e ilegibles, procurando con-
trarrestar la edificación en marcha del olvido.
A través de este trabajo busco entender las continuidades que se entablan
entre los macro procesos geopolíticos y la micropolítica a nivel molecular. In-
tento comprender las mecánicas del poder disciplinar en mi propio cuerpo y las
afectaciones que la historia política inscribe en mí física, psicológica y emocio-
nalmente, por medio de la transmisión transgeneracional del trauma. Me sirvo
de la experiencia política de mis padres para develar dicha continuidad entre lo
particular y lo colectivo, en el contexto específico del conflicto colombiano; a
su vez, inmerso en el marco regional latinoamericano, signado por un trauma-
tismo colonial.
Guerras
irregulares
Mal de Panamá
23
El orden colonial en que están dispuestas las políticas económicas de los países
denominados del tercer mundo ha implantado unas condiciones de desigual-
dad estructural en sociedades complejas y mestizas, donde las lógicas de poder
entre oprimido y opresor se amalgaman y bifurcan a lo largo de generaciones.
La violencia de la conquista se transfirió subrepticiamente, sofisticando los mé-
todos de subyugación a medida que transcurrieron las generaciones. Lo que a
partir del año 1492 se descubrió en el nuevo continente fue la posibilidad de
establecer una relación de explotación y un flujo de materias primas. Por medio
del colonialismo, Europa se guareció de la tempestad que derrumbaba al feuda-
lismo y a expensas de este hallazgo edificó su imperio.
Desde el paradigma centro-periferia se inauguró el proceso de acumulación
primitiva del capitalismo, orquestado por la formación de un sistema económico
global a través de la acumulación por desposesión. Europa desplegó su fuerza
militar y clerical para desarticular los tejidos sociales preexistentes mediante la
explotación, la implantación del servilismo, la racialización, la evangelización,
la misoginia, esclavización y la jerarquización de la sociedad.
Durante cinco siglos diversas batallas se libraron para contrarrestar o re-
vertir la fuerza colonial, una y otra vez se desmembró la resistencia indígena,
mestiza y negra mediante las prácticas disciplinarias de la inquisición. Así las
pedagogías necropolíticas hicieron carne en nuestra historia.
Testimonio de ello son las resistencias de líderes indígenas a la llegada de los
españoles, como Cuauhtémoc en México, Acaime, la cacica Gaitana y el cacique
Tundamá en los Andes colombianos, Caupolicán y Lautaro en territorio mapu-
24 che; así como las revueltas panandinas impulsadas por Tupac Amaru II, Tupac
Musa paradisiaca
José Alejandro Restrepo, 1996
El tren de la muerte
Débora Arango, 1942
25
29
30
Con el objetivo de alcanzar “la toma del poder a través de la lucha armada re-
volucionaria” el PCC - ML “inicia un trabajo de concientización política, alfa-
betización, entrenamiento militar y organización en varios lugares alejados de
las grades ciudades en zonas campesinas y algunas selváticas que denominan
con el código de la clandestinidad ‘zonas X, H y Flor. La organización centro
sus esfuerzos en el Noroeste para constituir el primer núcleo armado con diez
hombres, semilla para la creación del EPL... dentro de la concepción de guerra
de guerrillas que desarrollo Mao Tse Tung en el concepto de Guerra Popular
Prolongada (Calvo, 1987, p.25).
En estas zonas fueron impulsados levantamientos campesinos, tomas de tie-
rra y distribución del ganado entre pobladores, así como las llamadas Juntas Pa-
trióticas en las que el campesinado desconocía las leyes del Estado y establecía
las propias como forma de gobierno popular.
En este frente se sufrió un fuerte ataque del Ejército, que el partido denomi-
nó la primera campaña de cerco y aniquilamiento. Tanto la organización como el
campesinado se vieron hostigados por militares y colaboradores paramilitares,
con torturas, violaciones y ejecuciones. Con el avance del cerco, cayó en 1968
Pedro Vásquez Rendón, dejando un vacío significativo en la dirección del par-
tido, por lo que las fuerzas guerrilleras del EPL se vieron forzadas a replegarse.
Se popularizó el maoísmo en occidente, así como los rostros del Che Guevara,
Ho Chi Ming y Mao Tse-Tung. La revolución cultural china y la resistencia del
Vietcong se conviertieron en ejemplos concretos para las nuevas izquierdas la-
tinoamericanas que vislumbraban un socialismo tercermundista (Villarraga y
Plazas,1994, pp. 45-46).
Bolívar, tu espada vuelve a la lucha. Con el pueblo, con las armas, al poder. Bo-
lívar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los
combates del presente. Pasa a nuestras manos. Y apunta ahora contra los explo-
tadores del pueblo (M19, 1974).
35
El caballero de la fe
José Alejandro Restrepo, 2012.
1 Enrique Santos, pieza clave en el acuerdo de paz firmado entre el gobierno de su hermano Juan
Manuel Santos y las FARC en 2016.
Por parte de la izquierda comenzó a impulsarse la posibilidad de constituir un
movimiento unificado de carácter legal para presentarse a la contienda electoral: es
así que surgen “A Luchar” y “Frente Popular”, ante la necesidad de encontrar una
salida política a la espiral de violencia mediante una apertura democrática.
Paralelamente, empezó a sentirse la acción violenta del narcotráfico, lo que agu-
dizó la violencia en todo el territorio. El conflicto se fue complejizando a medida que
se multiplicaban los bandos y se cruzaban los fuegos entre el Estado, la insurgencia
y el conflicto del narcotráfico. Debido a la intensa presión norteamericana, el presi-
dente declaró la guerra a los narcos, provocando una contraofensiva terrorista, una
oleada de carros bomba, ataques a personajes públicos, jueces, policías y medios de
comunicación, la cual se desató primero en Medellín, luego en Bogotá y, posterior-
mente en otras ciudades, llegando a situaciones extremas como el secuestro de la
tripulación de un vuelo comercial.
Entre 1986 y 1989 se desató un pico de violencia exacerbado. Numerosos crí- 41
menes de lesa humanidad se perpetraron en diferentes zonas del país. Acciones pa-
ramilitares con participación del Ejército, la Policía y organismos de inteligencia,
se orquestaron con el objetivo de exterminar los grupos de oposición legales y las
organizaciones sociales cercanas a la izquierda. Los movimientos Unión Patriótica,
A Luchar y Frente Popular, sufrieron una persecución sin precedentes, en lo que se
ha considerado un genocidio de caracter político.
Al interior de la Coordinadora Nacional Guerrillera se agudizó el debate
sobre llevar a cabalidad la insurrección generalizada o pactar una salida ne-
gociada al conflicto. Ante la negativa de encontrar una salida multilateral por
medio de la Coordinadora, el M-19 que presentaba un debilitamiento militar y
político, entró en repliegue e inició en 1989 las negociaciones con el gobierno,
donde propuso revisar los acuerdos del año 1984 y declarar medidas de emer-
gencia nacional.
Los movimientos de izquierda que ya venían debilitados entraron en desgas-
te político y militar por las acciones de exterminio a la que se veían sometidos
por parte de las fuerzas armadas, así como por las contradicciones al interior de
los mismos movimientos y por los efectos adversos de la combinación de todas
las formas de lucha. Al interior del EPL se dieron debates en torno a la crisis
del movimiento insurgente y los esquemas militaristas. Se reconoció el anhelo
popular de cese a la violencia, y se dio inicio a una lucha por una nueva Consti-
tución y por transformaciones democráticas.
En 1989, con la emblemática caída del muro de Berlín, culminaba la Guerra
Fría con el derrumbe del bloque soviético, lo que representaría el fracaso del
socialismo real.
Señor Presidente qué honor estar con
usted en este momento histórico
Beatriz González, 1986.
42
2 La cifra estimada por el Centro de Memoria Histórica es de entre 80.000 y 130.000 personas
desaparecidas.
Ecos de huelga
45
Revisando fotos familiares encontré una que captó mi atención, un retrato fami-
liar tomado durante una huelga en la fábrica de hilos donde mi abuelo materno
era obrero y dirigente sindical, posiblemente en el año 1971. En ella aparece en
cuclillas y en el centro del grupo, sosteniendo a su hijo Iván, con apenas un año
de edad. A su lado izquierdo está la hija mayor, mi madre, con aproximadamente
seís años, de vestido verde y mirando a la cámara. Junto a ella y a la izquierda,
su hermano Juan, el segundo en nacer, el tío que no conocí. A la derecha de mi
abuelo está mi querida abuela Ligia, también en cuclillas. Detras de la familia se
asoman personas y algunas pancartas de protesta.
Como evidencia la fotografía, mi madre Carmen y su hermano Juan desde
temprana edad acompañaban a mi abuelo a las actividades sindicales, así lenta-
mente se fue formando su interés por la militancia política.
En los años ochenta y con diesiocho años de edad mi madre ingresó a los cír-
culos de estudio y trabajo revolucionario que se organizaban en el movimiento
estudiantil de la Universidad de Antioquia. Allí se acercó al EPL hasta ingre-
sar a la guerrilla ocupando tareas de logística. Estaba a cargo de transportar
propaganda, uniformes, dinero, víveres, armas y municiones. Su hermano Juan
Augusto ingresó como músico, acompañando actividades políticas del partido,
con su grupo de música andina Añuritay, y posteriormente, se vinculó en tareas
de logística.
Mi padre desde joven se destacó como líder estudiantil en el colegio y, pos-
teriormente, en la universidad donde se vinculó al Partido Comunista de Co-
lombia Marxista Leninista -PCC-ML. Estuvo permanentemente vinculado al
trabajo político desde el sindicato de maestros, rehusando incorporarse al bra-
zo armado del partido cuando la organización lo solicitó. Llegó a ser parte del
Comité Central, donde impulsó reformas, promoviendo la dejación de armas y
el proceso de paz. Tras la desmovilización del brazo armado, el partido PCC-
ML adherió a la Alianza Democrática M-19, partido a través del cual fue elegido
como representante a la Asamblea Nacional Constituyente en 1991.
Mis padres, pertenecientes a distintos órganos de una estructura políti-
co-militar marxista leninista, sostuvieron una relación clandestina dentro de la
organización a finales de la década del ochenta .
En 1988 mi tío Juan Augusto Salas fue desaparecido forzosamente por parte
46 del Ejército. Esto produjo una herida anímica muy profunda en todo el orden
familiar.
Por aquel entonces, mi madre había sido expulsada del EPL por violar los
estatutos de la organización al sostener una relación clandestina con mi padre,
quién, como mencioné, era dirigente sindical, figura pública y dirigente de par-
tido; mientras ella, era una guerrillera rasa con tareas de logística que debía man-
tener sus actividades en completa clandestinidad bajo un régimen de comparti-
mentación de la información. Al ser expulsada, regresó a la casa paterna donde
la familia llevaba meses sin recibir noticias de Juan Augusto, y donde lentamente
se iba instalando la sospecha de que estaba desaparecido. Mi madre, sin poder
recurrir a ninguna entidad en búsqueda de ayuda, ni dentro de la organización a
la que perteneció, ni en la institucionalidad pública, atravezaba por aquel enton-
ces una depresión. Así trancurrieron meses, hasta que se dio cuenta que estaba
embarazada, a pesar de que tenía antecedentes médicos que pronosticaban que
no podía gestar debido a un diagnóstico de ovarios poliquísticos. Como sus pe-
riodos eran irregulares, sólo conoció su estado de embarazo hasta el quinto mes.
Nací en 1989, un año después de la desaparición de mi tío materno, por lo
cual todo mi proceso de gestación estuvo marcado por la insertidumbre de su
ausencia, que generaba un duelo inconcluso.
Este año bisagra, marcado por la caída del bloque soviético, coincide con
el fin de un proyecto político armado de una parte de la izquierda colombiana.
Agotada esta vía como forma de hacer política, se desmovilizaron cuatro de las
principales guerrillas y se inauguró un proceso de apertura democrática sin
precedentes en materia legislativa, consumado en la nueva Constitución Polí-
tica de Colombia de 1991.
Yo que ignoraba la historia de mis progenitores, la cual sólo se filtraba en
reuniones y reencuentros con sus antiguos camaradas; empecé a escuchar con
interés anécdotas de sus hazañas y osadías, en las que se traslucía la nostalgia
por un pasado furioso, esperanzado y aún clandestino. Así como la impotencia
y el dolor por los miles de compañeros y compañeras asesinadas con total impu-
nidad por el propio Estado o por fuerzas paramilitares.
Tenía trece años cuando mi madre me confesó uno de sus mayores secre-
tos: había sido guerrillera antes de mi nacimiento. Así entendí por qué no había
podido conocer al tío Juan, a quien admiraba y extrañaba. Su recuerdo, al que
accedí mediante el relato de familiares, me impregnaba de una nostalgia desco-
munal e incomprensible, apesar de que hasta entonces sólo se me había contado
una versión: Juan salió a comprar cigarrillos y nunca volvió.
El caso de Juan Augusto sólo fue denunciado ante las autoridades once años
después, cuando el delito de desaparición forzada fue tipificado en el artículo
165 del Código Penal colombiano, bajo la Ley 589 del año 2000. Esta historia
pervivió clandestinamente pues un fuerte tabú psicológico y social permeaba
todo el asunto. Hoy sabemos gracias a las investigaciones que mi madre ade-
lantó, que Juan fue desaparecido por parte del Ejercito cerca a Sincelejo en 47
1988, por pertenecer al Ejército Popular de Liberación -EPL. La fosa común
donde presuntamente se encuentra enterrado su cuerpo es inaccesible, se halla
ubicada en el Cementerio Central de la capital del Cesar. Sobre la fosa se han
construido bóvedas donde reposan otros difuntos debidamente sepultados, con
identidad. Las bóvedas se suman al laberinto burocrático que dificulta la bús-
queda del cuerpo y el acceso a la verdad.
Bordado-Memoria
Los trapos sucios se lavan en casa
Serie de siete bordados sobre paños de fieltro de uso doméstico.
52
Ladrillo
De la serie
Los trapos sucios se lavan en casa
Bordado sobre fieltro de cocina
2015
53
Hoz
De la serie
Los trapos sucios se lavan en casa
Bordado sobre fieltro de cocina
2015
54
Sur
De la serie
Los trapos sucios se lavan en casa
Bordado sobre fieltro de cocina
2015
55
Machete
De la serie
Los trapos sucios se lavan en casa
Bordado sobre fieltro de cocina
2015
56
Cuba
De la serie
Los trapos sucios se lavan en casa
Bordado sobre fieltro de cocina
2015
57
AK-44
De la serie
Los trapos sucios se lavan en casa
Bordado sobre fieltro de cocina
2015
58
Estrella
De la serie
Los trapos sucios se lavan en casa
Bordado sobre fieltro de cocina
2015
59
Sin nombre
61
Estado de sitio
De la serie
Sin nombre
Bordado sobre lienzo
2016
62
In-Sur-Gentes
De la serie
Sin nombre
Bordado sobrelienzo
2016
63
Asimetría de fuerzas
Prenda militar intervenida con bordados.
65
Cuerpo-Memoria
La herida
Serie de dos performances con procedimiento de tatuaje.
Esta serie inicia con la performance Anverso, la cual fue realizada en la ciu-
66 dad de Buenos Aires en colaboración con el entonces estudiante de psicoaná-
lisis Jorge Timaná. En esta acción se ponen en diálogo la memoria de Jorge y la
mía, ambos afectados por la muerte de un familiar en el transcurso del conflicto
político armado en Colombia. Su hermano murió siendo teniente del Ejército
en un enfrentamiento con las FARC. Ambos provenientes de sectores sociales
disímiles, compartimos un traumatismo en la memoria de nuestros cuerpos.
Jorge escribe una carta a su hermano, la lee en voz alta antes de prenderle
fuego; la carta se transforma en cenizas, las cenizas en la tinta con la cual rea-
lizo un tatuaje sobre la piel de Jorge para reabrir una herida en un proceso de
resignificación que permita digerir el trauma, diluyendo el dolor mientras se
cicatriza la impronta inscrita en la piel.
La segunda performance con procedimiento de tatuaje es MADE IN
VIETNAM. Parto de la idea de hacer saltar la linealidad y univocidad de la his-
toria, entendiéndola como un remolino en curso del cual extraigo mis propias
conclusiones. Puesto que el triunfo del Vietcong como ejemplo histórico anti-
imperialista avivó la tesis de la vía armada como mecanismo de emancipación en
los países del tercer mundo, y siendo este uno de los movimientos icónicos que
animaron a una cantidad importante de jóvenes a incorporarse voluntariamen-
te en movimientos guerrilleros en la década del setenta, reconozco mi propio
nacimiento como fruto del encuentro entre mis padres en el contexto de mili-
tancia. Es así que identifico la profunda atracción que me suscita la experiencia
vietnamita, como un sentimiento heredado silenciosamente, y tatúo en mi pe-
cho la frase MADE IN VIETNAM.
MADE IN VIETNAM
Performance con procedimiento de tatuaje
2016
67
Anverso
Performance con procedimiento de tatuaje
2016
El peso
Siete performances de larga duración en torno al peso de la memoria.
69
Continente A
Performance duracional (20 min)
2016
70
La casa tiene fantasmas
Performance duracional (6 hrs)
2019
71
La casa tiene fantasmas
Performance duracional (6 hrs)
2019
72
3 La expresión peyorativa «república bananera» se utiliza para describir un país que es con-
siderado políticamente inestable, empobrecido, atrasado, tercermundista y corrupto, cuya
economía depende de unos pocos productos de escaso valor agregado (simbolizados por las
bananas), gobernado por un dictador legitimado de manera fraudulenta o una junta militar,
sometido a la hegemonía de una empresa extranjera, bien sea mediante sobornos a los gober-
nantes o mediante el ejercicio del poder financiero. Recuperado de: https://meta.wikimedia.
org/wiki/Wikipedia_Asian_Month_2021
Catorce meses después, quemé la serie de poemas frente al Congreso colom-
biano en una acción titulada Los miedos, realizada en la Plaza de Bolívar de
Bogotá. La plaza se encontraba cubierta de velos para proteger los edificios es-
tatales y el monumento del prócer frente a las oleadas de protestas sociales y la
amenaza de destrucción de monumentos públicos, debido al reiterado derribo
de estátuas a nivel mundial, durante el 2020. El aspecto de la Plaza da cuenta
del actual estado de excepción y la atmósfera sombría del presente.
Noviembre
Performance
2019
74
Los miedos
Performance
2020
75
Cuerpo
teórico
Filiaciones
Bordado-Memoria
Taller 4 Rojo y Emory Douglas.
Gráfica y propaganda de movimientos políticos de izquierda.
Nota. Adaptado de Afro-American Solidarity with the Oppressed People of the World,
[tinta sobre papel prensa], Emory Douglas, 1970, Swann (https://onx.la/fc62b).
1) La flor roja del trabajo. Homenaje a María Cano, 1971.
2) Cartel para la difusión del libro de Quintín Lame Las luchas del indio que
bajó de la montaña al valle de la “civilización”, 1973.
3) Cartel para la Revista Alternativa (n.º 4) en homenaje a Gustavo Mejía, 1974.
4) Cartel de difusión para Jornada de Solidaridad con el Preso Político, 1976.
81
83
La vida de Ana Mendieta (La Habana, 1948 - Nueva York, 1985) estuvo atra-
vesada por experiencias traumáticas derivadas del contexto de la Guerra Fría.
El exilio desde los trece años marcó la condición de desarraigo y orfandad que
determinó su producción artística. Podría deducirse que el comunismo como
fenómeno político ha generado un traumatismo en ciertos contextos ya sea por
la instauración como régimen estatal (véase el caso Yugoslavia en Marina Abra-
movich) o por la persecución desatada contra la posibilidad de su surgimiento.
84 En Ana Mendieta ese dolor del desarraigo es el combustible que mueve una
experiencia artística de profundas implicaciones poéticas y espirituales. Su
obra trasciende las circunstancias biográficas personales, y al mismo tiempo,
está profundamente determinada por ellas. Trasciende el fenómeno político,
pero se vuelca de forma radicalmente política hacia la conformación de un len-
guaje vitalista, reivindicativo de sus raíces más profundas.
85
Una cosa es una cosa
María Teresa Hincapié
1989.
Las palabras texto y textil provienen del latín textus “tejido”, participio de
texto, del verbo texere “tejer, trenzar, entrelazar”. En ese sentido, esta investi-
gación es un ejercicio de dar orden a un acto de conciencia que se ha venido de-
sarrollando a lo largo de cinco años mediante diversos pasos: una primera toma
de conciencia de determinadas huellas anímicas a las cuales accedí mediante
la práctica de performance; una urgencia por levantar un archivo material que
diera cuenta de estas, en la cual el textil sirvió para condensar un proceso de
escritura; un tránsito del bordado al tatuaje como mecanismo de incisión sobre 87
el cuerpo; un retorno del tatuaje al cuerpo presente del acto vivo.
Bordado-Memoria
La práctica de performance me ha llevado a tomar conciencia de las huellas que
el cuerpo carga como archivo vivo, huellas de origen político que reposan en el
inconsciente. Esta misma práctica centrada en el carácter inmaterial de la pro-
ducción artística me permitió entender cómo ese archivo que se iba abriendo,
requería un proceso de escritura o materialización.
En aquel momento inicial reconocí un acervo de memorias de carácter polí-
tico que tendían hacia la desaparición. Estas habían permanecido veladas a mi
propia conciencia durante muchos años, habitaban una zona penumbrosa de
mi psiquis, pero se insinuaba de forma fragmentaria a través de una profunda
nostalgia y una sentida atracción hacia figuras de resistencia y luchas sociales
de todo tipo. Fue a través de indagar en la atracción que me producían ciertos
íconos, y de su inscripción a través del bordado que guiada por un hilo, fui for-
mando lentamente una noción del espesor de estas memorias, reconstruyendo
la perspectiva específica de una historia subrepresentada.
Cuerpo-Memoria
Un segundo eje desarrollado en paralelo atañe directamente al cuerpo.
El paso, serie en la cual busco sublimar tanto el dolor de la herida como el peso
de la memoria.
Cuerpo político ausente
Entender la violencia como motor de la historia, nos permite identificarla como
estructural en los sistemas sociales, como fundadora y conservadora del dere-
cho y el poder. En términos de Walter Benjamin (1982,p.83) “Jamás se da un
documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie”. En el texto Para
una crítica de la violencia, Benjamin analiza los fundamentos del derecho, se-
gún el principio que distingue la violencia legítima de la ilegítima, a través del
monopolio de la violencia por parte del Estado, el cual sustrae al individuo la
posibilidad de ejercer la violencia en todas sus prácticas, en virtud de defender
el derecho.
En Vigilar y Castigar, Michel Foucault (2003) habla de la economía del cas-
tigo en la formación de la justicia penal de las sociedades modernas europeas,
analizando la redistribución de las justificaciones morales y políticas del dere- 91
cho a castigar. Con el surgimiento de la prisión se modulan los castigos, los
cuales se vuelven “menos inmediatamente físicos, cierta discreción en el arte
de hacer sufrir, un juego de dolores más sutiles, más silenciosos y despojados
de su fasto visible”(p.33).
En este viraje, el castigo físico tiende a transformarse en la parte más en-
cubierta del proceso penal. La justicia no ejerce públicamente la parte de vio-
lencia vinculada a la infame violencia legítima que anteriormente ejecutaba el
verdugo. En el sistema de justicia moderno, en virtud de la doctrina moral de
una sociedad que tiende hacia mecanismos más sofisticados, el Estado trata de
mantener a distancia esta violencia física, tendiendo siempre a confiarle a otros
el ejercicio de esta violencia, bajo secreto.
A comienzos del siglo XIX el poder tiende a disciplinar de forma preventiva
en lugar de castigar con tormentos físicos al delincuente. Desaparece el espec-
táculo de la pena física; se oculta el suplicio y se suprime el aparato teatral del
sufrimiento. En su lugar se reconfiguran los métodos disciplinarios a partir de
una tecnología política del cuerpo donde se acentúan las relaciones de poder al
interior del mismo, entendiendo al cuerpo como objeto.
Hay que situar los sistemas punitivos en cierta `economía política´ del cuerpo:
incluso si no apelan a castigos violentos o sangrientos, incluso cuando utilizan los
métodos `suaves´ que encierran o corrigen, siempre es del cuerpo del que se trata
—del cuerpo y de sus fuerzas, de su utilidad y de su docilidad, de su distribución y
de su sumisión. Pero el cuerpo está también directamente inmerso en un campo
político; las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo
marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a
unas ceremonias, exigen de él unos signos (Focault, 2003,pp. 33-34).
Este asedio político del cuerpo está estrechamente vinculado a su utilización
económica. Sólo es posible instituir al cuerpo como fuerza de trabajo si este se
halla prendido en un sistema de sujeción productivo: “El cuerpo sólo se con-
vierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido”
(Focault, 2003, p. 34).
El sistema penal de las sociedades europeas se torna más sofisticado con el
fin de controlar todas las prácticas ilícitas. Esto ocurre en sintonía con las nue-
vas formas de acumulación del capital y el estatuto jurídico de la propiedad pri-
vada. En este contexto se descubre al cuerpo como objeto y blanco de poder, se
busca manipularlo, darle forma, educarlo, volverlo obediente y hábil con el pro-
pósito de multiplicar su fuerza productiva. Esto se logra, por un lado, mediante
el estudio anatómico y moral de la ciencia médica y la filosofía; y por otro lado,
mediante un componente técnico-político constituido por los reglamentos mi-
92 litar, escolar, hospitalario, entre otros; consiguiendo así controlar y corregir las
operaciones del cuerpo a través de esquemas de docilidad.
El desarrollo de mecanismos de disciplinamiento del cuerpo, consecuen-
tes al proceso de transición de los imperios monárquicos europeos hacia esta-
dos-nacionales, fue subsidiario de una serie de relaciones macropolíticas, re-
lativas a la expansión colonial de dichos imperios-estados. Estos procesos de
expansión colonial europea, posibilitaron la acumulación primitiva de capital, a
partir de lo que el mismo Foucault denomina el genocidio colonizador.
En este sentido, la sociedad en general fue entendida como un cuerpo sus-
ceptible de análogas operaciones de adoctrinamiento. En el siglo XX se perfec-
cionaron las herramientas para adoctrinar al cuerpo social. Surgieron mode-
los inéditos de violencia política como la desaparición colectiva. A través de la
implementación de doctrinas militares, aparatos burocráticos de legitimación,
dictaduras expresas o encubiertas, se pusieron a prueba nuevas economías de
la muerte en los laboratorios políticos del tercer mundo. Como lo señalaron
Deleuze y Guattari (2002)en Mil Mesetas, la macropolítica de la seguridad se
corresponde con la micropolítica del terror.
En el contexto de la Guerra Fría, por integrar el territorio de influencia de los
Estados Unidos, América Latina se vio fuertemente intervenida a nivel militar
por la política exterior de ese país; la cual impuso una serie de operaciones con
el ánimo de contener la sublevación popular ante el temido avance del comunis-
mo. La doctrina de seguridad nacional se convirtió en el instrumento de legi-
timación de gobiernos autoritarios, fueran estos civiles o militares. Mediante
esta teoría se fabricó el argumento de la seguridad nacional amenazada, hacien-
do imperiosa la necesidad de la acción militar para combatir al enemigo interior
y justificar así la implementación de mecanismos de guerra.
Esta doctrina que surgió de las experiencias francesas en Indochina y Arge-
lia, fue importada a Latinoamérica por los Estados Unidos, tras la Revolución
cubana, mediante el financiamiento y capacitación de la contrainsurgencia a
nivel continental. La seguridad interna deja de ser un asunto de manutención
del orden público y se convierte en una cuestión de guerra. En este sentido,
los opositores pasan a considerarse enemigos, y se combate el surgimiento de
grupos que cuestionan la legitimidad imperante. La izquierda se convierte en
un rasgo de insubordinación y se la considera culpable de cometer no sólo un
crimen político, ideológico, sino también de amenazar la propiedad privada y
el orden establecido. La protesta obrera, campesina, indígena y estudiantil, se
funde con el fantasma de la revolución, al englobar a la oposición como enemigo
se permite aplicar sobre él categorías de guerra.
Según Roger Trinquier, teórico de la guerra contrainsurgente, la guerra re-
volucionaria es entendida como una forma de agresión externa. Según afirma, 93
la guerra nuclear entre potencias en el marco de la Guerra Fría era inviable por
el alto riesgo de destrucción mutua. Trinquier sostiene que las potencias comu-
nistas en su ambición de avance internacional utilizan la estrategia de guerra
subversiva, incorporando acciones de tipo político, social, económico, psicoló-
gico y armado en zonas estratégicas.
Vemos aquí claramente ejemplificado como se usa la alegoría del cuerpo con
el ánimo de alentar el disciplinamiento de una sociedad. Entre las medidas que
Trinquier (2013,p.107) sugiere, se encuentra, en primer lugar, un adecuado
aparato de inteligencia militar, restringir la aparición de partidos de índole re-
volucionaria y, en caso de conformados, destruirlos con prontitud mediante la
oportuna identificación de los rasgos ideológicos. Así lo evicencia, al decir que:
“Una vez definido el enemigo, el poder podrá seleccionar las armas más adecua-
das para hacerlos capitular o desaparecer. Estas armas serán a la vez políticas,
policiales y militares”.
Trinquier sugiere cortar los vínculos entre la población y los insurgentes me-
diante un estricto control de la sociedad, la implementación de interrogatorios
con uso de intimidación moderada hacia los civiles y severa contra los terroris-
tas; así mismo, la implementación de campos de detención para la reclusión y
corrección de los prisioneros de guerra.
A través de esta doctrina militar llegó a implementarse en Latinoamérica de
forma sistemática la desaparición forzada de personas: cerca de noventa mil,
sólo entre 1966 y 1986 fueron desaparecidas en el continente, según cifras de
Amnistía Internacional y de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de
Familares de Detenidos Desaparecidos -FEDEFAM. Los interrogatorios en
muchos casos desencadenaban en la muerte del prisionero. La eliminación del
cuerpo, en el proceso de eliminación de pruebas, buscaba ocultar los vejámenes
a los que fueron sometidos los detenidos y proteger a los agentes del Estado,
94 otorgando total impunidad a los perpetradores.
Un NN no cuenta con partida de defunción, no hay un documento que testi-
fique su muerte y los motivos de la misma, este permanece en un limbo jurídico,
sin documento legal que dé cuenta de su suerte. La noción de su existencia y
muerte perduran como un rumor o una sospecha para sus seres queridos, so-
breviviendo sólo mediante historia oral, en una cristalizada condición de fragi-
lidad. Así mismo, escasean los documentos que den cuenta de las historias de
los vencidos. Estás permanecen en un limbo discursivo, su paso por el mundo
perdura sólo como anécdota, circula minoritariamente como historia oral entre
los allegados a su causa o sus descendientes. De este modo se configuran como
“relatos menores”.
Por su parte, los relatos mayores se desprenden de la legitimidad del Estado
y sus medios de difusión circulan por los sectores mayoritarios de la sociedad,
para los cuales la experiencia y perspectiva histórica de los vencidos, aparente-
mente minoritaria, parece nunca haber existido, no está ni viva ni muerta, es
un fantasma o es reducida a la categoría de incidente, criminalizada y descon-
textualizada de sus causas y orígenes, resumida en una versión desfigurada y
tendenciosa.
La legitimidad que se destila del Estado se vuelve el problema central de
aquellas guerras. La historia se monopoliza, como se ha monopolizado la legiti-
midad del uso de la violencia por parte del Estado. En el caso colombiano donde
han sido tan incipientes los procesos de memoria histórica a nivel colectivo, se
ha generalizado el rechazo a las violencias proveniente de movimientos de iz-
quierda político-armados, no han sido reconocidas abiertamente los atropellos
cometidos contra la población y los enemigos políticos por parte del Estado,
que en la mayoría de los casos, no han sido penalizados y, por tanto, este no ha
asumido su responsabilidad en el uso arbitrario y desmedido de la fuerza.
La historia nos habla de fuerzas legítimas e ilegítimas, de donde se despren-
den relatos mayores y menores, versiones y subversiones. A razón de dicho do-
minio de legitimidad jurídica y periodística, es que la versión hegemónica ter-
mina por establecerse como verídica. Mientras las fuerzas insurgentes quedan
reducidas a su simple condición de ilegitimidad, por tanto las versiones que de
ella proceden no son acogidas por la sociedad, sus ecos hasta ahora son parcia-
les y minoritarios.
Volviendo al problema del cuerpo ausente, José Alejandro Restrepo aborda
al cuerpo como superficie de inscripción y como emisor de signos en relación
a los reiterativos periodos de violencia en los procesos histórico-políticos de
Colombia.
La fosse commune (fosa común) fue el cuerpo político del fascismo y de otras
formas de dictadura, dejando bien en claro que la `comunidad´ que los había
producido era en realidad una `fausse commune´ (un error común), una com-
pleta y desastrosa falsedad que porfiaba por ser legítima (Steyerl, 2009, pp.
154-155).
Los casos de desaparición forzada parecen burlar toda lógica. El lugar del
desaparecido es un rincón excluyente, incompatible con las normas dominantes
del realismo político. “Su invisibilidad es una construcción política alimentada
por la violencia epistémica. Los medios técnicos, el saber experto y la motiva-
ción política para investigar y analizar –los casos y pruebas– no están disponi-
bles”(Steyerl, 2009, p.155). Estos casos y estas pruebas tienden a convertirse
en lo que Hito Steyerl denomina imágenes pobres, condenados por la violencia y
la historia a permanecer en una condición fantasmagórica, de enigma inconclu-
so, convertidos en objetos subalternos, indeterminados, excluidos del discurso
legítimo, objetos sujetos a negación, indiferencia y represión.
Un hueso que podría ser un resto abyecto en algunas partes del mundo, imagen
pobre mezclada entre desperdicios y arrojada a un vertedero, podría –en otros
lugares– ser sobreexpuesto, escaneado en HD o 3D ampliado en alta resolu-
ción, investigado, examinado e interpretado hasta que sus misterios fueran re-
sueltos. El mismo hueso puede verse en dos resoluciones distintas: unas veces 97
como una imagen pobre anónima, otras veces como una prueba oficial transpa-
rente (Steyerl, 2009, pp. 164).
En este sentido, siguiendo las palabras de la artista Doris Salcedo, ante las
imágenes de la atrocidad y la violencia resulta necesario anteponer otro tipo
de imágenes que procuren dar cuenta de las historias borradas y que permitan 101
honrar estas memorias en el proceso de nombrarlas. De esta forma, los trabajos
de memoria se aproximan a procesos de índole terapéutico, en los que la ver-
balización (o creación de imágenes y archivos) resulta ser el primer paso en el
intento de reparación. Así mismo, resulta importante señalar que en proceso de
reparación en escenarios de “posguerra” resulta imprescindible la colectiviza-
ción de la memoria para propiciar el acompañamiento de las víctimas por parte
del cuerpo social, reconociendo y socializando los duelos particulares que que-
daron inconclusos y vedados en el curso del conflicto
Objetivos
A lo largo de mi trabajo, y luego de la reflexión que ha impulsado la escritura
de esta investigación, puedo percibir una serie de objetivos que cosen los dife-
rentes momentos de mi quehacer artístico:
En primer lugar, he buscado dar cuenta de la dimensión histórica y política
de la subjetividad-corporalidad para entender las formas y los mecanismos en
que los conflictos políticos y las matrices de dominación económica y política
determinan aspectos más sutiles de la construcción de subjetividad, como lo
son las dimensiones psicológicas y afectivas de la individualidad.
En este proceso, ha sido central entender el rol de las imágenes y los relatos
culturales (producciones textuales, gráficas, audiovisuales etc.) en la construc-
ción de memoria, entendida esta última como un proceso de construcción de
102 identidad, a nivel individual y colectivo. En esta línea, ha sido relevante descu-
brir los modos en que los relatos hegemónicos eclipsan versiones y perspectivas
subalternas, las cuales son consideradas ilegítimas y peligrosas para la conti-
nuidad del poder hegemónico. Dichas perspectivas subalternas por más diver-
sas y matizadas que sean, resultan anuladas por un poder totalizador –en el
caso específico de Colombia– que sólo distingue a través del lente polarizador
derivado de la Guerra Fría. Es de esta forma como, defensores y defensoras de
derechos humanos, sindicalistas, artistas e intelectuales han sido homologados
con el enemigo: la guerrilla. La existencia de este enemigo es a su vez inadmisi-
ble para el orden establecido, siendo procedente, para los detentores del poder,
su completa aniquilación, generalizando el uso de la violencia y la represión.
En este sentido, al entender la centralidad de las imágenes en los procesos
de visibilidad de determinadas perspectivas y en la construcción de memoria e
identidad, ha sido central acercar mi producción artística a mis preocupaciones
políticas, con el ánimo de anteponer otras imágenes a los relatos hegemónicos.
De esta manera he buscado elaborar por medio de procedimientos artísticos un
trabajo que aborde experiencias histórico políticas en proceso de desaparición.
Esto es visible, principalmente, en las piezas de bordado, Los trapos sucios se
lavan en casa, Serie sin nombre, Asimetría de fuerzas. Siendo este proceso textil
el modo de asir una materia tan volátil como la memoria.
Por otro lado, he buscado abordar la historia como material para la produc-
ción artística, o entender el trabajo del artista como historiador, con el ánimo
de exponer a través de una reflexión autobiográfica, una problemática colectiva.
En este camino ha sido central tratar de encontrar formas de representación del
cuerpo desaparecido, al que paradóji mente “accedo” a través de la desaparición
de mi tío, el cual constituye un cuerpo colectivo que se desvanece: el cuerpo
político ausentado. Lo anterior ha partido del ánimo de efectuar un proceso
de sanación anímico individual que se extienda hacia mi círculo familiar, en el
intento de honrar la memoria de Juan Augusto Salas Palacio.
En una esfera más amplia, he procurado relacionar mi experiencia con la de
otras personas, entendiendo la subjetividad como un rasgo de época, más que
como una experiencia individual aislada, para de este modo hacer visible los
hilos de continuidad entre las microhistorias y la “Historia general”.
103
Conclusiones
A través de esta investigación he podido profundizar en el entendimiento de la
historia como un complejo juego de engranajes, en el que los procesos políticos
se inscriben en el cuerpo a través de la memoria colectiva e individual en tanto
fenómeno que se transfiere intergeneracionalmente.
He podido ver como los vestigios de la guerra que se libra en el territorio
hacen eco en la carne de sus habitantes en sus formas de sentir y de expresarse,
en sus producciones culturales –tanto en los casos donde hay representación
como en los que abunda la omisión de estas memorias–. Y como las batallas del
pasado se siguen librando en el cuerpo y la psiquis de los pueblos, traducidas en
la lucha por instituir determinados sentidos del pasado.
Las huellas que ha dejado el transcurso del tiempo sobre los territorios y sus
104 habitantes se yuxtaponen, conformando un palimpsesto más o menos legible.
Las huellas del pasado, al ser objetos frágiles, envejecen y con ellas su aspecto
inteligible, la posibilidad que tenemos de descifrar o reconocer en ella la ma-
triz del presente, este presente en el que coexisten todos los tiempos verbales,
donde lo ausente se halla presente, entre las líneas del ahora, pese a nuestra
capacidad para ignorar.
El cuerpo se me presenta entonces como archivo vivo, colmado de huellas
legibles e ilegibles, imágenes que se incrustan en la carne, para las que se re-
quiere un esfuerzo enorme en el trabajo de guarecer los archivos que guardan
las células y los afectos. En los cuerpos como en los territorios habita un relato
callado, la materia oscura de la historia, o las microhistorias que subyacen al
gran relato.
En este proceso me he reconocido inmersa en un curso histórico, cuya pro-
ducción cultural hegemónica parece programada para el olvido. Me he descu-
bierto parte de una generación en la que abunda la falta de conciencia sobre el
espesor de lo acontecido, el desconocimiento de las pugnas sociales que nos
precedieron, lo cual no permite dimensionar el presente como consecuencia y
continuidad del conflicto que estremeció a las generaciones anteriores. Menos
aún, comprender las réplicas que aún sacuden imperceptiblemente nuestro in-
consciente colectivo.
Aquellas memorias de dolor que han quedado relegadas en ámbitos familia-
res pueden llegar a hacerse visibles en el plano de lo simbólico mediante proce-
sos artísticos. En el curso de esta investigación ha sido de suma relevancia los
trabajos de memoria elaborados en otros contextos de Latinoamérica, como las
experiencias de hijos de desaparecidos en Argentina, y la conciencia colectiva
que se tiene de dicho fenómeno.
Por alguna razón este proceso de memoria ha sido posible gracias al ejercicio
de prácticas textiles como el bordado, el cual me ha permitido construir a través
del tiempo un testimonio material de mi investigación. Estas prácticas textiles
que en muchos contextos están relacionadas a procesos de memoria, han sido
usadas para narrar la historia a modo de escritura.
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Anexos
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113
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Anexo bibliográfico
Artaud, A. (2013). Van Gogh el suicidado por la sociedad. Argonauta.
Calvo Ocampo, F.(1987). EPL, una historia armada. Ediciones Vosa, S.L.
Galeano, E. (1973). Las Venas Abiertas de América Latina. Siglo XXI editores.
Jones, A. (1998). Body Art: Performing the Subject. University of Minnesota Press.
116