Focus

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Focus.

Goleman

En el caso más extremo, Taiwán, Corea y otros países asiáticos consideran la

adicción de los niños y los jóvenes a internet (los juegos, las redes sociales y la

realidad virtual) como una crisis sanitaria nacional que los aísla. En torno al 8%

de

los jugadores estadounidenses de entre 8 y 18 años parece satisfacer los

criterios

diagnósticos establecidos por la psiquiatría para diagnosticar la adicción. Y la

investigación cerebral realizada mientras juegan ha puesto de relieve la

existencia de

cambios en su sistema neuronal de recompensa semejantes a los que presentan

los

alcohólicos y los drogadictos 11

Pero no es solo que el volumen de información nos deje muy poco

tiempo libre para reflexionar sobre su significado, sino que los hábitos

atencionales

que desarrollamos nos hacen también menos eficaces.

Esta es una situación ya advertida, en 1977, por Herbert Simon, premio Nobel de

Economía. Mientras escribía acerca del advenimiento de un mundo rico en


información, señaló que la información consume «la atención de sus receptores.

De

ahí que el exceso de información vaya necesariamente acompañado de una

pobreza

de atención»13

Por eso, el principal reto al que, en este sentido, todos —aun las personas más

concentradas— nos enfrentamos procede de la dimensión emocional de nuestra

vida,

como el reciente choque que acabamos de tener con un conocido y cuyo

recuerdo no

deja de interferir en nuestro pensamiento 16

El asiento neuronal de la capacidad de permanecer con la atención centrada en

un

objetivo, ignorando simultáneamente todos los demás, reside en las regiones

prefrontales del cerebro. No es de extrañar que, como la atención nos obliga a

desconectar de las

distracciones emocionales, los circuitos neuronales de la atención selectiva

incluyan

mecanismos de inhibición de la emoción. Esto significa que las personas que

mejor
se concentran son relativamente inmunes a la turbulencia emocional, más

capaces de

permanecer impasibles en medio de las crisis y de mantener el rumbo en medio

de

una marejada emocional 18

Este comentario me parece una advertencia en contra de la mengua de la

capacidad, básica para la reflexión, de mantener ininterrumpidamente un hilo

narrativo. El pensamiento profundo requiere de una mente concentrada. Cuanto

más

distraídos estamos, más superficiales son nuestras reflexiones, y, cuanto más

breves

estas, más triviales también nuestras conclusiones. Es, por tanto, muy probable

que,

de seguir Heidegger vivo, se horrorizase ante la necesidad de limitar sus

comentarios

al estrecho margen impuesto por 140 caracteres. 19

El estado cerebral óptimo para llevar a cabo un buen trabajo se caracteriza por la

armonía neuronal, es decir, por la elevada interconexión entre diferentes regiones


cerebrales. Los circuitos necesarios para la tarea en curso se hallan, en ese

estado,

muy activos, mientras que los irrelevantes, por el contrario, permanecen en

silencio,

lo que favorece la conexión del cerebro con las exigencias del momento. Cuando

nuestro cerebro se adentra en esa dimensión óptima entramos en flujo, con lo

que

nuestro trabajo, en consecuencia, hagamos lo que hagamos, es excelente.22

La atención voluntaria, la voluntad y la decisión intencional emplean los circuitos

de

arriba abajo, mientras que la atención reflexiva, el impulso y los hábitos rutinarios

lo

hacen, por su parte, de abajo arriba (como sucede, por ejemplo, cuando un

anuncio

ingenioso o un traje elegante llaman nuestra atención). Cuando decidimos

conectar

con la belleza de una puesta de sol, concentrarnos en lo que estamos leyendo o

hablar

con alguien, entramos en una modalidad de funcionamiento descendente. El ojo

de
nuestra mente ejecuta una danza continua entre la modalidad de atención

ascendente

(atrapada por los estímulos) y la modalidad descendente (voluntariamente

dirigida). 25

Resulta muy curioso que, en una especie de ilusión óptica, nuestra mente acabe

equiparando lo que ocupa el centro de la conciencia con la totalidad de nuestras

operaciones mentales. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de estas no

ocupan el

centro del escenario, sino que lo hacen entre el ronroneo del funcionamiento de

los

sistemas ascendentes, entre bambalinas, en el trasfondo de nuestra mente.

Gran parte de aquello en lo que la mente descendente cree decidir concentrarse,

pensar y planear voluntariamente —si no todo, en opinión de algunos— discurre,

de

hecho, por los circuitos ascendentes. Si se tratara de una película, comenta

irónicamente al respecto el psicólogo Daniel Kahneman, la mente descendente

sería

«un personaje secundario que se toma por el protagonista (31 Kanheman)» 26

Con un origen que se remonta a millones de años atrás en la historia de la


evolución, los veloces circuitos ascendentes favorecen el pensamiento a corto

plazo,

los impulsos y la toma rápida de decisiones. Las áreas superior y frontal del

cerebro y

los circuitos descendentes son, por el contrario, unos recién llegados, porque su

maduración plena solo se produjo hace unos centenares de miles de años.

Los circuitos descendentes agregan al repertorio de nuestra mente talentos como

la autoconciencia, la reflexión, la deliberación y la planificación. Se trata de un

foco

intencional que proporciona a la mente una palanca para equilibrar nuestro

cerebro. A

medida que cambiamos nuestra atención de una tarea, plan, sensación o similar

otro, se activan los circuitos cerebrales correspondientes. Basta con evocar un

recuerdo feliz para que se estimulen las neuronas del placer y el movimiento; es

suficiente con el simple recuerdo del funeral de un ser querido para que se

activen los

circuitos de la tristeza, y el mero ensayo mental de un golpe de golf fortalece, del

mismo modo, la activación de los axones y dendritas que se encargan de

orquestar los
correspondientes movimientos.

El sistema ascendente más antiguo funcionó bastante bien

durante la mayor parte de la prehistoria, pero son varios los problemas que

actualmente nos provoca su diseño. Se trata de un sistema que sigue siendo

dominante y suele funcionar bien, pero hay casos, como indican, por ejemplo, las

adicciones, las compras compulsivas y los adelantamientos imprudentes, en los

que

las cosas parecen salirse de madre 26

La distribución de las tareas mentales entre los circuitos ascendente y

descendente

se atiene al criterio de obtener, con el mínimo esfuerzo, el máximo resultado. Por

eso,

cuando la familiaridad acaba simplificando una determinada rutina, su control

cambia, en una transferencia neuronal que, cuanto más se automatiza, menos

atención

requiere, de descendente a ascendente.27

La vida inmersa en

distracciones digitales genera una sobrecarga cognitiva casi constante, que

desborda
nuestra capacidad de autocontrol… en cuyo caso olvidamos nuestra dieta y,

sumidos

en el mundo digital, echamos inadvertidamente mano a la bolsa de patatas fritas.

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