Mi Dulce Tirano

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—¡Maldita sea, qué calor hace! —Delia Lima abrió los ojos con dificultad.

Estiró
las manos con pereza y buscó a tientas el interruptor de la luz junto a su cama
antes de pulsarlo varias veces.

Sin embargo, la habitación seguía a oscuras. El suministro eléctrico de la casa


que había alquilado se había interrumpido de nuevo. El viejo aire acondicionado
montado en la pared dejó de silbar debido a la falta de electricidad. Las puertas
y ventanas estaban bien cerradas. Como vivía en una ciudad costera donde el
clima era cálido todo el año, ya había humedad y calor, aunque solo era febrero.

Delia sentía que estaba empapada de su propio sudor. El fino vestido que
llevaba estaba empapado también. Se le pegaba a la piel y la hacía sentir
incómoda.

—¿Por qué este repentino apagón en una noche tan calurosa? ¡No puedo
creerlo! —refunfuñaba mientras se levantaba de la cama.

Al no poder soportar más el calor sofocante, se dirigió a la puerta corrediza de


cristal que daba al balcón y abrió las cortinas. De un golpe, apartó las gruesas
cortinas a ambos lados de la puerta. Justo cuando abrió la puerta de cristal,
una sombra alta y delgada apareció de repente frente a ella. «¿E… Estaré viendo
cosas?». Al instante, Delia se quedó boquiabierta del susto. Aturdida, ya estaba
completamente envuelta en la sombra de aquella oscura figura.

La oscura figura se abrió paso cojeando y movió su mano grande hacia ella,
tomándola desprevenida. Le cubrió la boca y la nariz de manera que no pudiera
hacer ningún ruido. El fuerte olor a sangre penetró en su nariz. La frialdad que le
transmitía aquella mano la hizo estremecerse. Con la respiración contenida y
en estado de alerta, tuvo cuidado de no hacer ningún movimiento precipitado.

—¡Suba a la cama! —le dijo al oído con una voz grave y ronca.

Su cuerpo empezó a temblar sin control por el miedo y olvidó que aún podía
mover las piernas. Parecía que la figura oscura se estaba impacientando y con
ambas manos, levantó su cuerpo y la arrojó sobre la cama.

—¡Ay! —Como era una cama de madera, un dolor insoportable recorrió su


espalda cuando aterrizó de lleno en ella.

Justo cuando Delia hacía una mueca de dolor, la oscura figura empezó a
quitarse algunos equipos de encima en un gesto rápido. Poco después, su
cuerpo frío se apretó contra el de ella. En medio de la oscuridad, Delia apoyó
ambas manos con miedo en el cuerpo de la oscura figura, apartándola
instintivamente. En el momento en que sus manos tocaron de forma
inadvertida el musculoso pecho, se dio cuenta de que esa persona era en
realidad un hombre.
Horrorizada, se volvió más agresiva en su intento de rechazar al extraño.
Desafortunadamente, él consiguió dominar el movimiento de las piernas de
Delia con las suyas que eran largas y ágiles, y la rodeó con sus musculosos
brazos con tanta fuerza que sintió que se asfixiaba. Como todo ocurrió de
forma muy brusca, Delia no pudo evitar empezar a llorar de miedo e
impotencia. Snif... snif... Sus ojos se llenaron de lágrimas calientes.

La mano enorme del hombre se sentía fría en su rostro ardiente, como si


perteneciera a un vampiro.

—No la tocaré... mientras usted... se mantengas tranquila y callada... —Sonaba


como si tuviera algún dolor, pero se esforzaba por hablar lenta y suavemente
para intentar calmarla.

Atónita, Delia dejó de llorar de inmediato. Por el rabillo del ojo, divisó otras
figuras en el balcón, del otro lado de la puerta corrediza de cristal. Parecían
haber bajado por el lado del edificio, con cables atados a sus cuerpos, y
sostenían armas que parecían hoces.

Delia se quedó estupefacta ante lo que sus ojos presenciaban. Esperaba que
alguien le dijera que estaban rodando una película. Sin embargo, era obvio que
se trataba solo de un deseo de su subconsciente, ¡porque estaba ocurriendo
justo delante de ella!

—¡Aaah! —gritó en un ataque de pánico al notar que las figuras del exterior
parecían estar a punto de irrumpir en su casa.

El hombre que estaba tumbado sobre ella se asustó por el ruido que hizo. Sin
previo aviso, presionó sus labios contra los de ella. De repente, su mente se
quedó en blanco. En ese momento, lo único que podía sentir era el frío y leve
sabor a sangre en los labios de aquel hombre, que rozaban los de ella. Su
aroma la envolvió y, poco a poco, el aire que los rodeaba se volvió romántico.

Delia tenía un suave olor a limón que destilaba juventud y dulzura. Sin duda, el
aroma era una tentación a la que aquel hombre nunca se había enfrentado.
Podía sentir lo suave y cálida que era su piel... Todo lo relacionado con ella lo
distraía y lo hacía sentir inquieto. «¿Quién iba a decir que las mujeres podían ser
tan deseables?». Poco a poco, quiso algo más que un beso...

A pesar de que nunca le habían interesado las mujeres, sabía exactamente lo


que tenía que hacer en el momento en que sus labios presionaron los de ella.
Sin darse cuenta, se volvió adicto a besarla. Mientras su cerebro sucumbía a
sus deseos, ya no podía pensar con claridad. Por instinto, la gran mano del
hombre levantó el vestido que llevaba.

—¡Argh! —Delia abrió al instante los ojos de par en par y de inmediato cerró los
puños. Golpeaba sin parar la ancha espalda del extraño. Sin embargo, cuanto
más intentaba luchar, más apasionado se volvía su beso.
Era la primera vez en su vida que un desconocido la besaba con tanta pasión. Él
le prometió no tocarla, pero ¿qué pasó al final? Delia estaba furiosa porque el
hombre no había cumplido su promesa. Ella se había resistido desde el
principio. «¿Su deseo hacia mí es realmente tan insaciable?».

Después de Dios sabe cuánto tiempo, el tenso cuerpo de aquel hombre se


relajó lentamente y se alejó de los labios de Delia. Aun así, ella seguía teniendo
una sensación de ardor en los labios. Muy humillada, sintió un gran rencor por
el hombre que la había forzado.

—No se preocupes. Asumiré la responsabilidad de lo que he hecho —dijo el


hombre con arrogancia y sus finos labios se curvaron en una sonrisa.

En lugar de continuar con lo que estaba haciendo, se dio cuenta de que se


había olvidado de sí mismo. De un tirón se alejó de ella, se sentó con gran
esfuerzo y se giró para mirar en dirección al balcón. Supuso que aquel grupo de
hombres ya se había marchado. Entonces dejó escapar un leve suspiro de
alivio.

—¡Sinvergüenza! —gritó Delia enfadada por causa de la vergüenza que sentía.

En el momento en que el hombre bajó la guardia al darse la vuelta para


enfrentarse a ella, el sonido nítido de una bofetada resonó en la casa. Mientras
lo maldecía, Delia levantó la mano para darle otra bofetada, pero para su
sorpresa, el hombre se desplomó sobre la cama después de la primera.
«¿Habré ejercido demasiada fuerza en esa bofetada?». Se quedó boquiabierta
de inmediato.

Cuando su vista se acostumbró a la oscuridad, pudo distinguir poco a poco los


contornos grisáceos de los muebles de la habitación. Se puso en pie y sacó una
vela y un encendedor de la gaveta de la mesa de estudio que había junto a su
cama. Tras encender la vela, la colocó sobre un plato de porcelana blanca.

Afuera, todo estaba tranquilo y silencioso. Unas nubes grisáceas flotaban junto
a la luna. La luz de la luna se filtró en la casa como una corriente de agua e
iluminó todo el cuerpo del hombre. Tenía el cabello corto y oscuro como el
ébano. En su rostro esculpido se veía una nariz respingada y sus labios secos y
finos eran suaves.

Cuando los ojos de Delia se movieron hacia abajo, se encontraron con el sexy
cuello y el musculoso pecho del hombre... Parecía maduro. Tenía el cabello
despeinado, la cara manchada de pintura y abundante barba en el mentón.
Aunque tenía un aspecto desaliñado y mugriento, su apuesto rostro seguía
brillando. Sí, era en realidad un hombre muy guapo. Además, era sexy de una
manera muy madura y tenía un encanto varonil.

«¿Eh? ¿Por qué tengo algo viscoso en las manos?». Delia volvió a la realidad al
descubrir que sus manos estaban pegajosas. Por instinto, bajó la mirada y
pudo distinguir vagamente una herida ensangrentada de unos diez centímetros
justo en el lado izquierdo de la parte baja de su bien definido abdomen. ¡Había
mucha sangre!

Enseguida tomó su teléfono de la mesita de noche, pero dudó justo cuando se


disponía a llamar a la ambulancia. Pensó en lo que había pasado antes.
«¿Podría estar escondiéndose de sus enemigos? ¿Lo estaré poniendo en
evidencia al revelar su ubicación?», suspiró al pensar en ello. Incluso la había
besado sin su permiso. En ese caso, ¿debía dejar que se quedara en su casa?
¡Pero podría morir si no lo dejaba!

Después de meditarlo un rato, decidió ayudarlo. De un pequeño botiquín, sacó


algodón, pomada, gasa, un frasco de desinfectante, suturas quirúrgicas, una
aguja quirúrgica y unas tijeras.

A continuación, se dirigió al baño para lavarse las manos antes de


desinfectarlas. Tras limpiar y desinfectar la herida del hombre, comenzó a
coserla. Lo primero que tenía que hacer era detener la hemorragia.
Afortunadamente, la herida en el abdomen no era muy profunda, sino
relativamente superficial, y no llegaba a los órganos internos.

El hombre parecía estar durmiendo profundamente; no reaccionó en lo absoluto


mientras ella le curaba la herida. Después de coser, le aplicó una pomada
hemostática y luego un antiinflamatorio. Mientras le ponía las vendas, su frente
se llenó de sudor. Esperaba que no sufriera ningún efecto secundario al
despertarse. Después de todo, ella solo había hecho suturas en animales que
necesitaban una cesárea.

Delia tenía algunos conocimientos médicos porque su abuela era curandera y


partera en su pueblo. Ella no solo trataba enfermedades y atendía partos de los
habitantes del pueblo, sino que también hacía lo mismo con los animales. Delia
fue criada por su abuela desde pequeña y poco a poco se convirtió en su mano
derecha. Por lo tanto, sabía cómo tratar las heridas externas, pues creció
observando a su abuela. Ella se crio en el pueblo antes de empezar la
secundaria. Sus padres no la llevaron de nuevo a la ciudad hasta que falleció su
abuela.

Con cuidado, curó la herida en el abdomen del extraño y la vendó con gasa.
Supuso que había perdido el conocimiento debido a la hemorragia. Si
permanecía inconsciente durante mucho tiempo, tendría que enviarlo a un
hospital. De pronto, justo cuando ella terminó de cortar la gasa, los ojos del
hombre se abrieron lentamente.

«Gracias a Dios, ¡por fin se despertó!». En el momento en el que Delia dejó


escapar un suspiro de alivio, la luz de la linterna de su teléfono, que había
colocado a un lado, iluminó los ojos negros del hombre, que brillaban en la
oscuridad. La luz fría que se reflejó en ellos, la hizo estremecerse.
De repente, el hombre se incorporó rápidamente. Su mano salió disparada y
agarró con fuerza el delgado cuello de Delia. En un tono gélido y cauteloso, se
enfrentó a ella:

—Argh, ¿intenta matarme?

En ese momento, las tijeras que Delia tenía en la mano cayeron al suelo y todo
su cuerpo se puso rígido. El sudor de su frente goteaba sobre la muñeca del
hombre mientras ella contenía la respiración y trataba de mantener la
compostura. Estaba muy preocupada por la posibilidad de que él le rompiera el
cuello por no controlar bien su fuerza.

—¡S… Se equivoca! Además, ¡e… está herido! ¡Solo estoy tratando de salvar su
vida! —Con el ceño fruncido, ella agarró en sus manos las muñecas de él, que
se sentían heladas, y se sorprendió de lo fuerte que era a pesar de haber
perdido tanta sangre.

Tras acostumbrarse a la penumbra del entorno, el hombre empezó a examinar


con sus impasibles y oscuros ojos a la chica que tenía delante y que lo tenía en
alerta. En realidad, no podía ver su rostro con claridad, pero al pensar en el beso
de antes, la soltó lentamente y la dejó ir.

—¡Deme su teléfono! —exigió de repente el hombre en un tono seco. Cambió de


actitud incluso más rápido que pasar la página de un libro.

Aturdida, Delia tomó el teléfono que había sobre la cama y se lo entregó.


Rápidamente el hombre marcó un número y se colocó el móvil junto a la oreja.
Luego, le digo a la persona que respondió:

—¡Karel, soy yo! —Se volvió para mirar a Delia y le preguntó con la misma
frialdad que antes—: ¿Cuál es el número de su casa?

—¡1808! —respondió Delia con irritación.

Entonces, el hombre le repitió el número que ella le había dado a la persona que
estaba al otro lado de la línea. Terminó la llamada sin más y devolvió el teléfono
con indiferencia. Delia tomó su móvil. Creyendo que él no iba a crear más
problemas, se levantó y salió de la habitación. Fue a la cocina y sacó una olla
de sopa de la nevera y la puso en la estufa para recalentarla. Después de hervir,
echó un poco de sopa en un tazón, colocó una cuchara en él y lo llevó a su
habitación.

El hombre, que estaba sentado en la cama, no pudo evitar tragar saliva


mientras sentía el ligero olor a carne. Delia le entregó el tazón.

—Bébalo. Puede ayudar a reponer su sangre.


Con una de sus manos, el hombre agarró el tazón y bebió un sorbo rápido sin
siquiera usar la cuchara: tenía hambre. Tal y como esperaba, tanto la sopa
como la carne que contenía estaban deliciosas. «¡Esta mujer es una buena
cocinera!».

—¿De qué es esta sopa? —preguntó el hombre mientras disfrutaba de la sopa.

—Es de hígado de cerdo, dátiles rojos y bayas de goji. Es adecuada para usted,
ya que hace maravillas para reponer la sangre —contestó Delia en un tono
calmado.

«¡Hígado de cerdo!». La expresión del hombre cambió un poco.

—¿La hizo especialmente para mí? —preguntó mientras se incorporaba.

—No, son las sobras de mi cena porque cociné demasiado. No se preocupe, la


sopa no está contaminada porque no la he tocado —murmuró Delia con voz
suave.

Había preparado la sopa para la cena con el fin de reponer su sangre después
de haber terminado su período. No se imaginaba que lo que le había sobrado
serviría también para aquel extraño hombre. Luego, sacó una colchoneta de un
armario y la desplegó en el suelo junto a la cama antes de decir con calma:

»Ya que está herido, puede dormir en la cama.

—¡Argh! Dígalo ya. ¿Qué quiere de mí? —preguntó de repente el hombre


mientras apartaba el tazón después de tomarse la sopa de un tirón.

Ya se había topado con mujeres de distintos tipos: inocentes, de cara dulce,


sensuales, maduras, etc. En resumen, las había conocido a todas. Sin embargo,
la mayoría de las veces, esas mujeres se hacían amigas de él solo por su
familia y también porque querían conseguir algo. Por lo tanto, nunca tuvo una
aventura con ninguna de ellas. Sabía cómo comportarse y mantener la calma
cuando intentaban seducirlo. No obstante, no tenía ni idea de lo que le había
pasado esa noche, en ese momento de desesperación que le hizo perder el
control y desear a aquella chica.

En respuesta al tono altanero del extraño, Delia entrecerró los ojos y rebatió con
irritación:

—¿Se volvió loco por haber perdido demasiada sangre? Fue usted quien se
metió en mi casa hace un momento, me hizo algo inapropiado y se desplomó
en mi cama. Lo dejé quedarse aquí y lo cuidé por pura bondad ya que sentí
pena por usted porque estaba lastimado. Le recuerdo que es un desconocido
muy mal herido que está siendo perseguido por sus enemigos. Estaría muy
agradecida si no me causara ningún problema. —Siempre había sido una
persona de buen corazón y llevaba a casa cualquier animal herido con el que se
tropezaba.

«¡¿Por bondad?!». El hombre se quedó perplejo. En sus veinticuatro años de


vida, era la primera vez que una mujer le decía algo así.

Sin volver a mirarlo, Delia guardó su teléfono y se tumbó en la colchoneta. No le


importaba si él quería dormir o no, pues estaba agotada por haberle curado la
herida antes y tenía sueño. Además, supuso que él no volvería a desearla con
esa herida recién cosida en el abdomen.

—¿Ese fue su primer beso? —le preguntó el hombre.

Muy pronto, comenzó a quedarse dormida, por lo que respondió sin pensar:

—Sip.

¡Y lo fue! Ese fue su primer beso... Había planeado guardarlo para su novio,
Mario Herrera, pero aquel hombre se lo robó. Con pesar y frustración, se quedó
dormida. El hombre la admiraba sonriente por su carácter sincero.

—Qué casualidad. Ese también fue mi primer beso —respondió él con


franqueza.

Sin embargo, Delia no lo escuchó porque ya se había quedado dormida. Por


supuesto, él también era un admirador de sus dotes culinarias. Para alguien
que odiaba el hígado de cerdo, había encontrado su sopa muy sabrosa y se la
tomó con mucho gusto.

»Me salvó la vida y yo le robé su primer beso y me aproveché de usted. ¿Qué tal
si le devuelvo el favor convirtiéndola en mi esposa? —preguntó sin prestarle
atención a Delia.

Sin embargo, solo se oía la respiración de la chica. Entonces se dio cuenta de


que ella ya se había dormido y sonrió resignado. Parecía que él no le importaba
en lo absoluto. Sin darse cuenta, le invadió la sensación de que en realidad
había conocido a Delia hacía mucho tiempo, a partir del momento en que la
besó. A pesar de ser una sensación extraña para él, de alguna manera parecía
que estaba destinado a sentirse así por ella.

Cuando Delia se despertó ya era temprano en la mañana. Aún no había


electricidad en la casa. Cuando abrió los ojos, descubrió que estaba tumbada
en la cama y no en la colchoneta. Desconcertada, se incorporó rápidamente al
pensar en el incidente de la noche anterior.

La colchoneta seguía en el suelo y había un tazón vacío en la mesita de noche.


No había nadie más en la habitación. «¿Habrá sido un sueño lo ocurrido la
noche anterior?». Justo cuando comenzaba a creer que todo había sido solo
una pesadilla, bajó la cabeza y se llevó un gran susto al ver su camisón
salpicado de manchas de sangre. «¡Lo de anoche no fue una pesadilla! Ese
hombre...».

Enseguida se levantó de la cama, abrió la puerta y miró hacia afuera. Al mismo


tiempo, dejó escapar un leve suspiro de alivio. Supuso que el amigo del hombre
amigo ya habría pasado a recogerlo.

Era mejor que se hubiera ido. Ahora mismo, solo era una estudiante
universitaria de primer año. En esa gran ciudad, no solo tenía que ganarse la
vida por sí misma, sino que también tenía que mantener los estudios de
postgrado de su novio Mario. Como tenía poco dinero, no podía permitirse
cuidar de una persona más. Lo ocurrido la noche anterior había sido como un
sueño para ella. Aunque le habían robado su primer beso, había salvado la vida
de una persona y, al hacerlo, probablemente su abuela estaría orgullosa de ella.

Mientras sonreía aliviada, decidió no tomarse en serio lo sucedido. Se quitó el


camisón manchado de sangre y se dirigió al baño para darse una ducha. Como
en la noche anterior no había habido electricidad, apestaba a sudor. De pie
frente el espejo del baño, se sorprendió al ver un colgante de jade en su cuello.

El apellido «Larramendi» entrelazado con un dragón que parecía estar vivo


estaba tallado en el colgante que tenía en el pecho. «¿Lo habrá dejado el
hombre que irrumpió en mi habitación anoche? Pero, ¿por qué lo habrá hecho?
Parece muy valioso y caro».

No solo no sabía quién era ese hombre, sino que además estaba siendo
perseguido por sus enemigos. Delia supuso que debía tener un pasado
complicado. «¿Sería un criminal o…?». La cuestión era que, independientemente
de quién fuera ese hombre, ella no quería verse involucrada en sus problemas.
Después de arribar a una conclusión, se quitó de inmediato el colgante de jade
del cuello y lo arrojó al lavamanos con indiferencia.

—Es el comienzo de un nuevo día. Delia, hoy debes trabajar duro. —Después de
ducharse y cambiarse, se dijo unas palabras de ánimo frente al espejo.

Justo cuando estaba a punto de salir, se abrió la puerta de la otra habitación de


la casa. Su mejor amiga, Mariana Suárez, que había alquilado la casa con ella,
bostezó mientras salía de su habitación. Llevaba un par de zapatillas y tenía un
aspecto desarreglado.

—¡Buenos días, Mariana! —la saludó Delia con una leve sonrisa

—Buenos días, Delia. Eh, ¿vas a trabajar? —preguntó Mariana mientras miraba
fijamente a Delia que salía con los ojos adormecidos mientras se estiraba con
pereza.
Mariana y Delia eran del mismo pueblo. No solo eran compañeras en la
universidad, sino que también alquilaban juntas la misma casa y eran mejores
amigas. Solicitaron juntas un permiso para adquirir experiencia laboral y ambas
fueron contratadas como pasantes en una empresa de reformas y decoración.
Desde entonces, también se convirtieron en colegas que se contaban casi todo
lo que ocurría en sus vidas.

Aunque estaban destinadas a ser mejores amigas, tenían personalidades muy


diferentes. Mariana era perezosa por naturaleza y adoraba el dinero. Se
conseguía novios más rápido de lo que compraba ropa nueva y le gustaban los
hombres altos, ricos y guapos.

En cuanto a Delia, era más trabajadora y no daba mucha importancia a la


riqueza y la fama. Tenía un novio que había sido su compañero en la
secundaria. Empezaron a salir juntos cuando terminaron el examen final.
Debido a los resultados de sus exámenes, se matricularon en universidades
diferentes, pero por fortuna ambas estaban situadas en la misma ciudad. Por lo
tanto, podían pasar tiempo juntos todos los fines de semana.

Como Delia estudiaba en una universidad comunitaria, tenía mucho más


tiempo libre que Mario, que estudiaba en la universidad. Por eso, desde el
primer día de su primer año, Delia ahorró y trabajó duro para mantenerse a sí
misma y a su novio. Mario le dijo que su profesor había solicitado a la
universidad que empezara sus estudios de posgrado por adelantado debido a
sus excelentes resultados académicos. Por eso, Delia pidió permiso para
trabajar a tiempo parcial y le daba una gran parte de lo que le quedaba de
sueldo a Mario después pagar sus propios gastos.

Su relación platónica había durado ya casi un año. Durante ese tiempo, se


limitaban a tomarse de la mano y a abrazarse cada vez que se encontraban; su
amor era tan puro e inocente como la nieve. Aunque Mariana no conocía bien a
Mario, tenía sus dudas sobre esa relación. La gente suele decir que las cosas
siempre salen mal para una pareja pobre. Al igual que Delia, Mario procedía de
un pueblo e incluso necesitaba que su novia trabajara a tiempo parcial para
pagar sus estudios de posgrado. ¿Qué futuro brillante podía tener un hombre
así?

A Delia le esperaba un montón de trabajo en la oficina. No pudo evitar sonreír


con amargura.

—No tengo otra opción pues hoy tengo que entregar un proyecto a un cliente.
Estoy trabajando contra reloj.

—¡Ten cuidado en el camino al trabajo entonces! Por cierto, ¿me prestas tu


crema para la piel? La mía se acabó —preguntó Mariana.

Mariana tomó un vaso y se dirigió al dispensador de agua. ¿Se derrumbaría de


cansancio si fuera tan trabajadora como Delia? De hecho, hasta cierto punto,
Mariana despreciaba a las chicas de pueblo como su amiga. Aunque ambas
habían nacido en el mismo pueblo y, de hecho, procedían de la misma villa,
Mariana se había quedado en la ciudad junto con sus padres. Al menos, ella era
una citadina, a diferencia de Delia, que era una pueblerina sin una familia
importante que vivía en una aldea.

Como vivía en una ciudad de primer nivel como lo era Ciudad Ribera, la vida de
Mariana era igual a la de cualquier mujer que viviera en un lugar así, en cuanto a
su sentido de la moda, modales y círculo social. Delia, por su parte, aunque
tenía una belleza natural, nunca se esforzaba por arreglarse y no prestaba
atención a la moda. Como pasaba la mayor parte del tiempo en la universidad,
en la oficina o en la casa, Delia a veces deseaba poder transformar su vida,
mediante el trabajo duro, en una similar a la de Cenicienta.

A pesar de decir que era la mejor amiga de Delia, Mariana no sabía nada de ella
y tampoco tenía la intención de llegar a conocerla mejor. Esto se debía a que no
consideraba que fueran del mismo mundo. Creía que en el futuro se casaría
con alguien muy rico. Por eso, sabía mucho de maquillaje y de cómo arreglarse
bien para coquetear con los hombres ricos.

Por otro lado, Delia siempre iba sin maquillaje y se vestía de forma muy sencilla
y casual. Como había trabajado duro toda su vida, no dedicaba ningún tiempo a
mantener su apariencia. Por esta razón, Mariana creía que ningún hombre rico
se fijaría en ella. Solo los pobres como Mario, con un origen familiar similar al
suyo, se interesarían en alguien así.

Delia no tenía ni idea de lo que Mariana pensaba de ella, pero se conocía bien a
sí misma. Nunca pensó que estuviera en una situación tan mala y, por
supuesto, nunca soñó con convertirse tampoco en Cenicienta. Era simplemente
una persona con los pies en la tierra y se limitaba a hacer lo que le
correspondía en la vida. ¡Porque la espuma siempre sube a la superficie!

Al ver que Mariana no le preguntó si había ocurrido algo extraño la noche


anterior, Delia estaba segura de que había dormido bien. Era bueno que no
supiera nada de lo que había sucedido en su habitación pues así no se vería
implicada en ningún problema.

Delia se puso los zapatos mientras sonreía aliviada y luego abrió la puerta
principal.

—¡Adelante, tómala! ¡Está encima del lavamanos en mi baño! Tengo que irme
ya.

—¡Está bien, adiós!

Después de despedir a Delia, Mariana se tomó el agua y dejó el vaso antes de


entrar en su habitación. Se dirigió directamente al baño. Cuando tomó la crema
para la piel del estante, vio al lado algo que parecía jade. Después de mirarlo de
cerca, Mariana descubrió que era un colgante de jade y lo tomó y observó con
curiosidad. Estaba segura de que aquella joya era muy valiosa, ya que tenía un
aspecto exquisito, e incluso podía ver claramente la textura y el jaspeado del
jade.

—¿Cuándo ha tenido Delia cosas tan valiosas? —murmuró para sí misma,


impresionada.

Como su familia se dedicaba a la venta de productos falsificados que se


asemejaban mucho a los auténticos, tenía algunos conocimientos de tasación
de joyas. Decidió preguntarle a Delia cómo había conseguido el colgante de
jade cuando fuera a la oficina más tarde.

Mientras pensaba, Mariana no pudo resistir el impulso de ponerse el colgante


de jade en el cuello y admirar su reflejo en el espejo. En ese momento, sonó el
timbre de la puerta.

Salió de la habitación de Delia para abrir la puerta mientras murmuraba en voz


baja:

—¡Delia debe haber olvidado tomar las llaves de la oficina! —Tras abrir la puerta,
se encontró con dos hombres con trajes negros que la miraban
solemnemente—. ¿A quién buscan? —Sonriendo ligeramente, Mariana parpadeó
al verlos y por instinto se puso en guardia.

El hombre que parecía el líder de los dos la miró con recelo. En cuanto vio el
colgante de jade, que era una reliquia de la familia Larramendi, se inclinó de
inmediato y saludó con respeto:

—¡Buenos días, señorita!

—¿Señorita? —Atónita, Mariana miró confundida al hombre que tenía delante—.


¿Qué quiere decir con eso?

El hombre entendió su reacción y sonrió antes de explicar:

—La joya que lleva usted en el cuello es el colgante de jade que le dio nuestro
señor. Es una reliquia de su familia.

«¡Reliquia de su familia!». Instintivamente, Mariana bajó la cabeza para ver el


colgante de jade. Se llevó una grata sorpresa de repente al reparar en algo muy
importante. Parecía que el señor era alguien muy influyente, pero el colgante de
jade en realidad pertenecía a Delia... «¿Qué debo hacer? ¿Debería decirle al
hombre que el colgante de jade no me pertenece?». Después de pensarlo,
Mariana decidió averiguar más sobre la vida del hombre.

—Todavía no entiendo lo que quiere decir.


—Señorita, somos del Grupo Larramendi y yo soy el mayordomo del Joven
Larramendi. Puede llamarme Señor López. El joven me envió a recogerla —
explicó el hombre con paciencia. El joven les había ordenado que llevaran a su
casa a la mujer que le había salvado la vida.

—¡¿Grupo Larramendi?! ¿Se refiere al Grupo Larramendi que se dedica al


entretenimiento, los negocios y la política? ¡¿La empresa que más dinero ha
ganado en todo el país en los últimos diez años?! —tartamudeó sorprendida y
abrumada de alegría.

—Sí, señorita —asintió el Señor López con una leve sonrisa.

Como el Grupo Larramendi era famoso no solo en el país, sino también en el


mundo entero, casi todas las personas lo conocían.

Asombrada y encantada a la vez, Mariana continuó haciendo preguntas:

—¿Puedo saber quién es el señor para el que trabaja?

—¡Es el sucesor del Grupo Larramendi! Debido a su identidad especial, no


podemos revelarle su verdadero nombre por el momento. Después de que se
casen, como es natural le dirá todo sobre él. Asimismo, usted podrá disfrutar
de una vida lujosa en el futuro —le explicó el Señor López con una sonrisa en el
rostro.

«¡Podrá disfrutar de una vida lujosa en el futuro!». Esa frase hizo que Mariana
se llenara de alegría. ¡Qué tentadora era esa oferta! La noche anterior había
soñado que se había casado con un hombre rico. No sabía que su sueño se
haría realidad al día siguiente.

—¿Eso significa que me libraré de compartir lugares asquerosos como este con
otra persona? ¿Eso significa que nunca más tendré que colarme en el metro?
¿Y eso significa que ya no tendré que trabajar para nadie? —Llena de esperanza,
Mariana siguió haciendo preguntas mientras bailaba de alegría. Cegada por la
tentación de la riqueza y la fama, se le escapó por completo el hecho de que
Delia fuera la verdadera dueña del colgante de jade. Incluso ya se consideraba
a sí misma como la dueña.

Al ver lo emocionada y entusiasmada que estaba Mariana, el Señor López


asintió desconcertado con una sonrisa.

»¡Estupendo! ¡Por favor, lléveme allí de inmediato! Quiero ser la esposa de un


hombre rico. —Mariana nunca pensó que su vida soñada llegaría tan pronto.

Mientras Mariana estallaba de alegría, Delia ya había empezado a trabajar en su


computadora. Para ella, ser contratada como empleada fija después de su
pasantía significaba que tendría un trabajo estable cuando se graduara de la
universidad.
A partir de ese momento, las vidas de las dos mujeres tomaron direcciones
diferentes.

Mariana estaba entusiasmada pues era su primer viaje en un auto de lujo que
valía millones. Al mismo tiempo, estaba deseosa por conocer al joven de la
familia Larramendi. «¿Qué clase de hombre será?». Nerviosa y emocionada,
Mariana parecía algo perdida mientras se sentaba en el asiento trasero del
auto.

—Señorita, por favor, llene este formulario —El Señor López, que la
acompañaba, sacó de su maletín un papel y un bolígrafo y se los entregó.

Ella los tomó y miró el formulario.

—¿Puedo saber por qué tengo que llenar este formulario? —preguntó la chica
con una sonrisa.

La información requerida en el formulario podía parecer sencilla, pero ella tenía


la sensación de que la estaban investigando. Tuvo que escribir información
detallada sobre su nombre, fecha de nacimiento, ocupación, dirección,
miembros de su familia y antecedentes.

—Para que nos resulte más fácil enviar los regalos de compromiso a sus
padres —respondió el Señor López con una sonrisa.

Mientras miraba el formulario, Mariana no pudo evitar sentirse preocupada.

—En ese caso, ¿el joven sabe mi nombre? Además, ¿por qué quiere casarse
conmigo de repente? —preguntó con timidez.

—Mmm… —El Señor López no pudo encontrar una respuesta para ella.

A primera hora esa mañana, el joven le había indicado a través de una llamada
telefónica que se dirigiera a la habitación 1808 del Condominio Esperanza para
recoger a una chica que tenía el colgante de jade. Solo le dijo que la chica se
convertiría pronto en su esposa. No le informó nada más. De hecho, el Señor
López sabía lo que debía hacer sin más instrucciones del joven. Como la chica
iba a ser su esposa, solo debía seguir el procedimiento habitual de preparar una
ceremonia de boda. Si no, ¿para qué más lo necesitaría? Eso era lo que el Señor
López podía deducir de las instrucciones de su jefe.

—Señorita, ¿cómo conoció usted al joven? —Después de una breve pausa, el


Señor López comenzó a preguntar sobre la relación de Mariana con su jefe.

A pesar de no haber tenido nunca una relación o interacción íntima con ninguna
mujer, el joven había dicho de repente que se iba a casar. Como su mayordomo,
por supuesto que tenía curiosidad.
Mariana no sabía qué hacer cuando, de repente, se le ocurrió una idea brillante.

—¡E… es un s… secreto! —balbuceó.

Después de responderle al Señor López, Mariana se perdió en sus


pensamientos, mientras se preguntaba qué había ocurrido realmente entre
Delia y el señor de la Familia Larramendi. «Si él conocía realmente a Delia en
persona, ¿cómo pudo su mayordomo equivocarse de chica? ¿Podría ser el
colgante de jade la clave?».

Atónita, Mariana levantó con las manos el colgante de jade que llevaba en el
cuello para echarle otro vistazo. A juzgar por su exquisita elaboración, se podía
decir que era una antigüedad.

Al darse cuenta de que ella estaba examinando el colgante de jade, el Señor


López no pudo evitar comentar:

—Ese colgante de jade es una reliquia de la Familia Larramendi que ha sido


transmitida de generación en generación durante cien años. Por favor, cuídelo
bien. Cuando dé a luz a su hijo en el futuro, tendrá que entregárselo cuando se
convierta en adulto.

—¿Qué pasa si no es varón? —Mariana frunció el ceño, molesta. Por lo que


había dicho el Señor López, ella ya tenía una idea aproximada del tipo de familia
prestigiosa que sería la Familia Larramendi.

—Si el señor la quiere de verdad, aunque dé a luz a una niña, ¡ella también
tendrá derecho a recibir el colgante de jade! —dijo el Señor López mientras
sonreía.

En otras palabras, quien tuviera el colgante de jade sería el futuro sucesor del
Grupo Larramendi. El Señor López no se lo dijo a Mariana porque supuso que
ella ya estaría muy contenta de poder vivir una vida llena de lujos en el futuro.

—¡Señorita, por favor, llene primero el formulario para poder hacer los arreglos
para la ceremonia de la boda! —le instó el Señor López.

Al volver en sí, ella le dirigió una sonrisa incómoda. Todavía emocionada, tomó
el bolígrafo para llenar el formulario. A partir de ese momento, su vida
comenzaría un capítulo completamente nuevo.

«Aaah, así que su nombre es Mariana. ¿Le habrán puesto así porque pensaron
que sería buena y misericordiosa como la Virgen María? Sí, ¡ese nombre le
sienta!».

Dentro de un vehículo todoterreno que se camuflaba como un montón de


chatarra en un edificio abandonado y en ruinas, un hombre con la cara cubierta
de pintura no pudo evitar sonreír al leer el mensaje que había recibido del Señor
López.

—Señor, no puedo creer que todavía tenga ganas de sonreír aun cuando
estamos a punto de enfrentarnos a Las Águilas. —Su compañero de equipo,
Julio Hernández, que tenía la cara llena de ceniza, no pudo evitar preguntar al
ver la sonrisa en su rostro.

«¿Podía el frío e intimidante Manuel Larramendi, cuyos enemigos corrían al


mencionar su nombre, sonreír realmente?». Esto era algo nuevo para Julio.
«¿Acaso habría salido el sol por el oeste ese día?».

La sonrisa en el rostro de Manuel se desvaneció de inmediato y permaneció en


silencio. Julio lo vio teclear rápido una breve respuesta, pero no tenía ni idea de
a quién iba dirigido el mensaje.

»Señor, su ubicación fue expuesta durante la operación encubierta de anoche y


la gente de Las Águilas lo persiguió. Sin embargo, logró sobrevivir después de
saltar desde la azotea del edificio. ¿Le salvó la vida alguna chica guapa
anoche? —preguntó Julio con una sonrisa pícara mientras blandía la pistola en
sus manos.

En un momento tan crucial en el que sus vidas estaban en peligro, Julio todavía
tenía ganas de bromear con él. Después de enviar el mensaje, Manuel apagó su
teléfono y lo guardó antes de mirar a Julio con sus ojos oscuros y fríos.
Levantó una ceja y lo desafió:

—Mi esposa salvó mi vida. ¿Tienes algún problema con eso?

—¿Tiene una esposa? ¿Cuándo ocurrió eso? ¿Cómo es que no tengo ni idea de
eso? —Atónito, Julio lo miró incrédulo.

Las comisuras de los labios de Manuel se curvaron ligeramente hacia arriba en


una sonrisa de complicidad.

—Sucedió anoche... ¡Todo empezó con un beso!

Conoció a una mujer que no solo era una gran cocinera, sino que también tenía
algunos conocimientos de medicina. Le había salvado la vida sin pedir nada a
cambio y era una persona de muy buen corazón, tan puro e inocente como la
nieve.

En el interior de un cubículo de la empresa de diseño y decoración donde


trabajaba intensamente, Delia estornudó de repente. En ese momento, su jefe
de equipo, Juan Ramírez, se acercó de repente y apoyó los brazos en la división
de cristal de su cubículo.

—Delia, ¿por qué Mariana está ausente al trabajo hoy?


—¿No está aquí? —Asombrada, Delia levantó la vista de su computadora. Como
estaba hasta el cuello de trabajo, ni siquiera había notado la ausencia de
Mariana.

—¡No! ¡Aún no ha llegado! ¿No viven juntas ustedes? ¿No vinieron juntas a la
oficina? —Juan la bombardeó con un aluvión de preguntas.

Por instinto, Delia miró hacia el escritorio de Mariana que se encontraba frente
al de ella y, en efecto, no estaba allí.

»Ya que viven juntas y es tu mejor amiga, llámala, por favor. Tengo mucho
trabajo esperando por ella —refunfuñó molesto Juan, mientras señalaba el reloj
de pared.

—¡Está bien, la llamaré! —Delia sacó su teléfono y marcó el número de Mariana,


mientras sonreía resignada.

A pesar de varios intentos, Mariana no respondió la llamada. Solo en ese


momento, Delia se dio cuenta de que tenía un mensaje sin leer de un número
desconocido:

«Mariana, por favor espérame en casa».

El mensaje había sido enviado desde el número de teléfono 158xxxxxxx1.


Después de leerlo, Delia lo contestó confundida:

«¿Quién es usted?».

No obtuvo respuesta hasta después de un rato. No pudo evitar preguntarse


quién era el remitente del mensaje y por qué se dirigía a ella como Mariana.
«¿Se habrá equivocado quien lo envió?». Enseguida dejó de pensar en las
preguntas que tenía en su mente y dejó de tomárselas en serio porque su
prioridad por el momento era completar el plano de diseño lo antes posible.
Solo recibió una respuesta del remitente desconocido momentos antes de salir
del trabajo.

Luego de completar su misión, Manuel Larramendi se dio cuenta de que tenía


un mensaje de «Mariana Suárez». Su estado de ánimo, nervioso por el trato con
los matones, se disipó en gran medida gracias a su mensaje. Sin pensarlo
mucho, respondió al mensaje:

«Es tu prometido».

«¡¿Prometido?!». Delia se quedó confundida al ver el mensaje del remitente


desconocido. «¿Por qué Mariana no me dijo que tenía un prometido? ¿Podría
ser alguien que le habían presentado sus familiares?». Delia respondió a la
persona por amabilidad:
«Hola, parece que se ha equivocado de persona. No soy Mariana, sino su mejor
amiga. El número de teléfono de ella es 139xxxxxxxx8. Solo el último dígito de
su número es diferente al mío».

Como Mariana y ella solicitaron juntas sus tarjetas SIM en la universidad, sus
números de teléfono eran casi iguales y solo se diferenciaban por el último
dígito. El último dígito del número de teléfono de Mariana era 8, mientras que el
de ella era 9.

Manuel se quedó atónito al ver el mensaje de Delia. De inmediato, verificó el


número de teléfono con el del mensaje de Karel que había recibido esa mañana,
para comprobar que no se hubiera equivocado. El teléfono de Karel tenía el
registro del número de teléfono de la chica, ya que Manuel había utilizado el
teléfono de ella para llamarlo la noche anterior. ¿Habría tecleado Karel el
número de teléfono con el último dígito equivocado? En ese momento, recibió
otro mensaje del número 139xxxxxxx9.

«Si puede localizar a Mariana, por favor, dígale que me llame. Estoy muy
preocupada por ella porque no responde a ninguna de mis llamadas y hoy se ha
ausentado al trabajo».

«Envié mis hombres a recogerla».

Después de leer el mensaje Delia, Manuel le respondió de inmediato. El Señor


López le había informado de que ya había recogido a Mariana y que se habían
hecho los preparativos para que se quedara en la Mansión Colina, en la región
este de Ciudad Ribera.

«Dado que Mariana tiene una amiga que se preocupa tanto por ella, ¿eso
significará indirectamente que es una buena persona?». Manuel sonrió
mientras sostenía el teléfono en sus manos.

Antes de que Delia pudiera leer el mensaje de Manuel, finalmente recibió una
llamada de Mariana.

—Mariana, ¿por qué no viniste hoy a trabajar? ¿Te sientes mal? —preguntó Delia
con preocupación después de atender la llamada.

—Estoy bien. Ayúdame a enviar una carta de dimisión al jefe. Voy a renunciar —
le respondió Mariana con indiferencia.

—Mariana, ¿te ha pasado algo? —Delia no pudo evitar sentirse preocupada al


escuchar el tono impasible de Mariana.

—¡Estoy bien y ya he vuelto a casa! Por cierto, no volvamos a ponernos en


contacto jamás. No me menciones nunca más y ni siquiera le digas a nadie que
soy tu amiga. En resumen, Delia, ¡pongamos fin a nuestra amistad! —respondió
Mariana aún con tono indiferente.
—¿Terminar nuestra amistad? Espera, Mariana, ¿qué está pasando
exactamente contigo? —Delia estaba desconcertada. No tenía ni idea de qué
había ocurrido entre ellas para que Mariana tomara la decisión de acabar con
su amistad.

Bip...

En lugar de contestarle, Mariana le colgó enseguida. Delia se quedó perpleja al


mirar la pantalla de su teléfono que mostraba que la llamada había terminado.
«¿Qué le habrá pasado a Mariana?».

En ese momento, Juan se acercó para preguntar de nuevo por Mariana.

—Delia, ¿Mariana vendrá a trabajar mañana?

—Me temo que no vendrá más. —Delia se encogió ligeramente de hombros.

Juan se dio la vuelta y se alejó con frustración. Solo entonces Delia abrió el
mensaje no leído que había recibido antes.

«Envié mis hombres a recogerla».

Parecía que Mariana había vuelto a casa.

«¿Se va a casar en secreto? ¡Incluso ya tiene un prometido!». Delia pensó que


todo lo que estaba pasando era un poco extraño. ¿Su mejor amiga había
terminado su amistad porque se iba a casar? Por alguna razón, todo aquello le
parecía muy sospechoso.

Después de terminar su ajetreado día, salió de la oficina y regresó a la casa. La


puerta del dormitorio de Mariana estaba entreabierta y todo seguía en su sitio,
pero no había señal de ella.

—¿Mariana? ¿Mariana? —Delia intentó llamarla por su nombre varias veces,


pero no obtuvo respuesta. Así que sacó su teléfono y volvió a marcar su
número. Mariana respondió la llamada después de un buen rato—. Mariana,
¿dónde has estado todo el día? —preguntó Delia preocupada. Después de un
día tan agitado, se había olvidado por completo de la petición de Mariana de
terminar su amistad.

—¿No te lo dejé muy claro esta mañana? ¿Por qué me sigues llamando? —
respondió Mariana con frustración.

—Mariana, ¿qué te pasa exactamente? —Delia estaba desconcertada.

—No pasa nada. Solo que no vuelvas a llamarme y no le digas a nadie que soy
tu amiga —resopló Mariana de repente.
—¿Te metiste en algún problema? Por favor, cuéntamelo para que pueda
ayudarte —preguntó Delia con preocupación.

—Estoy bien, así que no lo pienses demasiado. Además, no voy a volver a la


casa que alquilamos y tampoco a esa pésima empresa. No vuelvas a llamarme
porque es muy molesto. Voy a colgar —respondió Mariana impaciente.

Bip…

Solo después de escuchar a Mariana, Delia recordó el contenido de los


mensajes que recibió mientras trabajaba durante el día. Se llevó una mano a la
frente en señal de frustración. Estaba tan ocupada que no solo se había
olvidado por completo de lo que le había dicho Mariana, sino que incluso había
intentado ser agradable con ella, pero al final esta la había despreciado.

A juzgar por lo arrogante que sonaba Mariana, Delia temía que realmente fuera
a terminar su amistad con ella. Sonrió con amargura. Era inevitable que los
amigos se separaran tarde o temprano por diversas razones, por muy unidos
que estuvieran. Por lo tanto, Delia no se tomó en serio lo ocurrido entre ella y
Mariana.

Como Mariana no iba a volver, tenía que buscar a otra persona para compartir
el alquiler.

Mientras se estiraba, volvió a su habitación, tomó algo de ropa y entró en el


baño para darse una ducha. Cuando tomó la vasija para bañarse, vio en el cubo
el vestido empapado de sangre que se había quitado por la mañana y se dio
cuenta de que aún no lo había lavado. Eso la hizo pensar de inmediato en el
hombre de la noche anterior. Se preguntó si la herida de su abdomen habría
mejorado y esperó que no se le hubiera infectado. Al pensar en eso, sacudió la
cabeza y se preguntaba por qué seguía pensando en ese hombre. Tomó un
poco de detergente y lo echó en el cubo, sin darse cuenta de que el colgante de
jade que había tirado por la mañana había desaparecido.

Cuando Mariana llegó a la Mansión Colina de la Familia Larramendi, ya tenía


una idea aproximada de la identidad secreta del señor, por todas las medallas
brillantes y premios que colgaban de la pared.

—¿El señor es un soldado? —Mariana no pudo evitar preguntar al Señor López


con preocupación.

Con una leve sonrisa, el Señor López asintió, pero negó con la cabeza
inmediatamente después. Él pensaba que era un honor ser el mayordomo del
señor.

Sin embargo, Mariana lo miró con angustia. «¿Eso significa que podría
convertirme en viuda en el futuro ya que el hombre con el que me casaré es un
soldado?».
Los soldados por lo general pasaban la mayor parte de su tiempo en la base
militar o luchando contra los criminales. No importaba lo rico que fuera el
hombre, no servía de nada, puesto que era alguien que ni siquiera podía
controlar su propio destino. Si lo hubiera sabido antes, no se habría hecho
pasar por Delia.

Al arrepentirse un poco de lo que había hecho, el brillo de sus ojos se atenuó. El


Señor López pudo leer sus pensamientos con una sola mirada y, por eso,
añadió:

—No se preocupe Señorita Mariana, el señor se retirará del ejército este año.
¡Sustituirá al patrón y se hará cargo del Grupo Larramendi!

—¿En serio? —Al instante, los ojos de Mariana se iluminaron con esperanza.

El Señor López asintió a secas con la cabeza; pero, en el fondo, se preguntaba


por qué el señor estaba interesado en una chica tan materialista.

—Señorita Mariana, ¿de verdad quiere casarse con el señor? Todavía tiene
tiempo de volver si de repente se arrepiente de su decisión de venir aquí —le
recordó el Señor López con una sonrisa.

—¡Voy a pasar el resto de mi vida con él! —respondió Mariana con firmeza y sin
dudarlo.

—¡Genial! Como ya ha tomado la decisión de casarse con el señor, no dude en


decirme lo que necesite. Él me ordenó que hiciera todo lo posible por
complacerla, sin importar lo que usted pidiera.

Mariana se alegró mucho al escuchar eso.

—¿Es cierto que el señor me dará todo lo que quiera? —preguntó de forma dócil,
mientras parpadeaba.

—¡Sí! —confirmó el Señor López con un tono muy serio.

—En ese caso... ¿Qué pasa si quiero las estrellas del cielo? ¿Puede el señor
conseguirlas también para mí? —preguntó en broma.

—¡Por supuesto! —respondió el mayordomo con seguridad.

—¡Estoy bromeando! —confesó Mariana con sensatez mientras sonreía de oreja


a oreja. Tras una breve pausa, levantó las cejas y le preguntó al Señor López
con seriedad—: En realidad, estoy interesada en adquirir una empresa de
decoración y renovación. ¿Puedes hacerlo por mí?

—Solo dígame lo que tengo que hacer, señorita —asintió el Señor López.
Tras escucharlo, Mariana alzó las cejas aún más y sus labios se curvaron hacia
arriba en una sonrisa triunfal y maliciosa.

»¡No dude en decirme todo lo que le gustaría tener, señorita! —añadió el


mayordomo. El Señor Larramendi le había indicado de antemano que se
asegurara de que su futura esposa tuviera una vida agradable y placentera en
casa.

—Ja, ja, ja... —Al escuchar lo que el mayordomo le decía, Mariana reía extasiada;
estaba mareada de alegría.

Esta era exactamente la vida lujosa de esposa de un hombre rico que ella había
anhelado. Sin embargo, esa vida estaba, en realidad, destinada a Delia. La
verdad eso no paraba de darle vueltas en la cabeza.

A la hora de la cena, Mariana se sentó en la larga y exquisita mesa del comedor


de la Mansión Colina con un par de cubiertos de plata en las manos y los ojos
brillantes de emoción. Al contemplar el suntuoso despliegue de todo tipo de
comida <i>gourmet</i> ante ella, se le hizo la boca agua y no tenía ni idea de
por dónde empezar.

Mientras tanto, en la casa alquilada, Delia solo preparó un sencillo plato casero
para ella. Sentada en la mesa de la cocina, masticaba despacio, con un plato de
arroz en las manos.

Cuando vivía con Mariana, esta nunca comía en casa porque había muchos
hombres dispuestos siempre a invitarla a cenar. Aunque Delia nunca se metía
en la vida privada de su amiga, ella también era lo bastante considerada como
para no llevar a ningún hombre a casa a pasar la noche.

La mayoría de las veces, Delia era quien cuidaba a Mariana. Cada vez que se
sentía mal, tenía fiebre o sufría dolores menstruales, Delia iba a la farmacia a
comprarle medicinas con su propio dinero y la atendía, aunque fuera en plena
noche. Sin embargo, Mariana nunca valoraba lo que Delia hacía por ella. Como
Delia procedía de un pueblo pobre, Mariana pensaba que debía ser un honor
para ella tener su compañía en esa gran ciudad, y estaba por tanto obligada a
cuidarla.

Ser poco agradecido era el rasgo más espantoso que podía tener una persona.
Delia nunca se esforzó por comprender qué clase de persona era en realidad su
mejor amiga. Como Mariana le sonreía todos los días, pensaba que su amistad
no tenía problemas. Lo que no sabía era que detrás de esas sonrisas, Mariana
tenía un corazón despiadado; su verdadero ser estaba oculto en el rincón más
profundo de su corazón.

Después de cenar, Delia limpió la cocina, tomó su bolso y salió.


Como Delia no tuvo tiempo de hacer las compras en la mañana, la nevera de su
casa estaba vacía, así que decidió ir al mercado de frutas para comprar algo de
fruta fresca para llenar la nevera. Ahora que su mejor amiga Mariana ya no vivía
con ella, tendría que quedarse sola en el apartamento alquilado. Aunque se
sentía sola, podía seguir viviendo cómodamente.

En el mercado de frutas, Delia eligió algunas pitayas, bananas y manzanas


antes de llevar la bolsa al mostrador para pesarla y pagarla. Justo cuando se
disponía a pagar, una mano grande y delgada entregó un billete de cien a la
cajera.

—Aquí tiene el cambio de un total de cincuenta. Gracias y vuelva pronto —dijo la


cajera con una sonrisa mientras entregaba el cambio a la persona que había
pagado.

Sorprendida, Delia recorrió con la mirada la mano hasta su dueño.

»¡Señorita, su novio es tan guapo! —añadió la cajera con una sonrisa antes de
desviar la mirada hacia el hombre que estaba a su lado.

Aquel hombre era, en efecto, extremadamente guapo. Su apuesto rostro era


como un retrato pintado por un pintor de una corte; las líneas de su cara
estaban bien definidas y tenía unos rasgos impecables. Llevaba un uniforme
militar que mostraba sus hombros anchos, su cintura delgada y sus piernas
alargadas. Parecía una persona reservada. Sobrepasaba a Delia en una cabeza
y media.

—Usted...

—¡Ven conmigo! —Aquel hombre extendió su larga mano y sacó a Delia de


repente del mercado de frutas antes de que esta pudiera terminar su frase.

—¿Quién es usted? Suélteme. —Delia llevaba la bolsa de frutas en una mano


mientras luchaba por liberar la otra del agarre del hombre. Sin embargo, este la
arrastraba y no podía defenderse.

Le parecía que habían pasado años, aunque apenas la había conocido ayer. Ya
le echaba mucho de menos; pero, por supuesto, Delia no podía entender lo que
aquel hombre estaba sintiendo. Incluso refunfuñó y se preguntó si estaba loco.
No lo conocía en lo absoluto.

El hombre se detuvo y se dio la vuelta, lo que hizo que Delia chocara contra su
pecho. En cuanto ella levantó la cabeza, él bajó la suya y la besó. Era dominante
y fuerte; su corazón latía con fuerza, su respiración se aceleraba. En la mente
de Delia, el mundo se detuvo. Ese olor familiar... era igual al del hombre de la
noche anterior...
Él la abrazó con fuerza y dedicó todo su calor, sinceridad y pasión a besarla.
Delia, agitando manos y piernas, hizo todo lo posible por apartar a aquel
hombre insolente de ella.

—¡Ay! —De repente, el hombre la soltó y se tocó el abdomen con dolor.

Atónita, Delia reparó de inmediato en que se trataba del hombre de la noche


anterior; el hombre herido que irrumpió en su casa.

—Usted... —Delia no sabía qué hacer. Quería gritarle por su insolencia, pero al
ver su rostro tan pálido y adolorido, se sintió culpable. Por lo tanto, se tragó sus
palabras y suspiró—. Olvídelo. Siento haberlo golpeado. ¿Por qué no me deja
ver la herida de su abdomen?

¿Por qué la besó de repente sin razón?

Al principio, Delia estaba muy molesta, pero considerando el hecho de que


había lastimado la herida en su abdomen, su rabia disminuyó, aunque quería
enfadarse. Por lo tanto, decidió no molestarlo.

—Estoy bien, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Tenía previsto visitarte
en la mansión, pero el mayordomo me dijo que habías salido. Fui al hospital a
que me cambiaran las vendas y de forma inesperada me encontré contigo aquí.
Por lo tanto, estamos destinados a estar juntos. Querida, tienes que esperarme.
Cuando arregle mis asuntos dentro de unos días, podré estar contigo para
siempre. —Mientras hablaba con cariño, Manuel levantó la mano y acarició la
cabeza de Delia.

¿Qué debía hacer él? Parecía como si de verdad se hubiese enamorado de


aquella mujer que lo salvó. Era amor a primera vista y cada vez que se
encontraban se enamoraba más. Manuel nunca se imaginó que él se
enamoraría perdidamente de la noche a la mañana; estaba cayendo sin
remedio en ese sentimiento tan ridículo que la gente llamaba amor, sin tener
escapatoria. Solo habían pasado 24 horas desde que la había conocido; sin
embargo, parecía como si la conociera de toda una vida. Quizás, en el fondo, él
sentía que la había conocido en algún momento. Tal vez, debido a ese
sentimiento, él siempre había estado esperando a que ella llegara a su vida.

Sin embargo, Delia solo podía quedársele mirando atónita, pues ella no
entendía ni una palabra de lo que decía Manuel.

—Querida, ya tengo que marcharme. Buenas noches. Dile al chofer que te lleve
más temprano a la casa y no me dejes preocupado. —Luego de esto, Manuel se
inclinó y besó con ternura el centro de la frente de Delia.

La mujer estaba confundida. Él se dio la vuelta con destreza y saltó el cantero


de flores antes de que ella tuviera oportunidad de preguntarle lo que él quería
decir con eso.
A un lado de la carretera estaba estacionado un vehículo militar todoterreno de
color verde. Alguien en su interior había abierto la puerta trasera del vehículo y
Manuel entró de un salto.

¡Clac!

En cuanto se cerró la puerta, el vehículo militar salió disparado a toda


velocidad. Él estaba apurado y tenía tan poco tiempo que ni siquiera le había
dado la oportunidad a la mujer de preguntarle nada.

Delia levantó su mano y se golpeó la frente; el dolor que sintió con el golpe le
demostraba que lo que había acabado de suceder no era un sueño. «¿Qué le
pasa a este hombre?». Él la había besado a la fuerza en cuanto llegó e incluso
le habló sin ton ni son. ¡Él no debió haber vuelto a por ella si ya estaba sano y
salvo!

Ese vehículo militar todoterreno de color verde que ella acababa de ver tenía
una matrícula blanca, lo que significaba que pertenecía al ejército. «¡¿Será que
él pertenece al ejército?!». Delia solo hacía suposiciones al azar. Sin embargo,
no pensó en él durante mucho tiempo. Quizás solo estaba agradecido de que
ella lo hubiese salvado y no quería lastimarla de ninguna manera.

Luego de que Manuel entrara en el auto, levantó su mano y, con un toque ligero
de su dedo, rozó sus labios; parecía como si estuviese recordando algo. Julio,
su compañero, le dio unas palmaditas en el hombro y frunció los labios
mientras le decía en broma:

—Señor, ¿piensa que no vi nada desde el interior del auto? ¿Qué tal estuvo?
¿Son dulces los labios de la chica?

Al momento, Manuel, con el rostro inexpresivo y sus ojos azabache, le lanzó


una mirada fulminante. Julio no pudo evitarlo; levantó su mano e hizo como si
cerrara una cremallera imaginaria en sus labios para guardar silencio.

Poco después, antes de comenzar su segunda misión del día, Manuel le envió
un mensaje al mayordomo de la Mansión Colina, el Señor López, para
preguntarle si Mariana ya estaba en la casa. Al poco tiempo, el Señor López le
respondió que la Señorita Suárez había llegado sana y salva, y le informó que
ella hasta había ido de compras y había vuelto con bolsas de ropa lujosa de
edición limitada. Bueno, a Manuel eso no le importaba, siempre y cuando
Mariana fuera feliz. Luego de escribir eso como respuesta y enviárselo al Señor
López, apagó su móvil.

Lo peor que le había sucedido a Delia desde que había puesto un pie en el
mundo real había sido perder a su mejor amiga. Sin embargo, ella no se
esperaba que la segunda peor experiencia de su vida la tuviese poco más de
una semana después de que Mariana se fuera.
Delia tenía pensado terminar su pasantía sin ningún tipo de problema y luego
convertirse en una empleada permanente de la empresa cuando se graduara de
la universidad. Sin embargo, la nueva jefa que designaron para la empresa la
despidió y, lo que es peor, ¡sin motivo alguno! Es como dice el refrán: «Escobita
nueva barre bien». La jefa, quien nunca había hecho una aparición en público,
anunció:

—¡Despidan a todos los pasantes!

Delia sentía que era muy injusto que hicieran algo contra ella sin que tuvieran
ningún motivo. Cuando ella había terminado de recoger sus cosas y estaba a
punto de marcharse de la empresa, el líder del equipo, Juan Ramírez, vino a
despedirla con amabilidad.

—Delia, escuché que la nueva jefa de nuestra empresa se llama Mariana


Suárez. ¿Crees que se trate de tu mejor amiga?

Antes de marcharse, Juan se inclinó un poco más cerca del oído de Delia y le
susurró un chisme. Luego hizo una pequeña pausa y Delia le ofreció una
sonrisa calmada.

—No importa si es ella o no, ya eso no tiene nada que ver conmigo.

—Bien. ¡Da lo mejor de ti y no te rindas! —Juan le sonrió y le hizo un gesto


alentador con su puño.

Delia asintió con la cabeza en silencio. Ese fue el momento más patético e
incómodo de su vida.

Después de pasar mucho trabajo buscando, ella por fin había encontrado una
pasantía con remuneración, pero esta había acabado de manera inesperada
antes de lo que ella pensaba. Delia se dio la vuelta para observar su empresa y,
de repente, se sintió un poco renuente a marcharse. Este había sido el primer
lugar donde ella había trabajado desde que se había incorporado a la sociedad
de manera oficial.

Mientras tanto, en medio del bosque, Manuel estaba montando su tienda de


campaña. A pesar de sus heridas, él continuaba enfrentando a sus enemigos.

«¡A la Señorita Suárez solo le gustan las cosas lujosas, como los productos de
maquillaje de marcas importantes, las joyas, ropas y zapatos de diseñadores
reconocidos y bolsos de marcas famosas!», escribió el Señor López. Al leer
este mensaje de texto, Manuel no pudo evitar burlarse; después de aquella
noche, él pensaba que Mariana Suárez era alguien especial. Ahora; sin
embargo, se decepcionó al darse cuenta de que ella era solo una mujer más del
montón. Él suspiró y se propuso olvidar el asunto. No había nada que pudiera
hacer, incluso si ella era tan ordinaria. Después de todo, ella era la mujer que él
había escogido y de la cual había planeado enamorarse, así que él no podía
rifar culpas a nadie.

En el peor de los casos, cuando se retirara del ejército, solo debía ganar dinero
para mantener a su familia, mientras Mariana se dedicaría a lucir bonita.

—Señor, ¿qué método usarán las Águilas para sus próximas actividades de
contrabando? —La pregunta de Julio hizo que Manuel bajara de las nubes.

El hombre se quedó con su móvil en la mano y apuntó con un dedo al río en el


mapa mientras respondía con determinación:

—Estamos seguros de que las Águilas escogerán este río para transportar sus
mercancías por agua. Sin embargo, el grupo va a usar este sendero por tierra
como señuelo para despistarnos.

Él nunca se había equivocado al juzgar ningún tipo de situación. ¡Su único error
había sido al juzgar a aquella mujer! Manuel pensaba comprarle primero un
obsequio especial cuando regresara de su misión, algo que a ella le gustara.
Este era el motivo por el cual le había preguntado al Señor López sobre las
preferencias de la chica.

Como Mariana tenía todos esos gustos tan extravagantes, él pensó que podría
simplemente darle una tarjeta de crédito sin límite. Poco después, el Señor
López recibió la orden de Manuel, hizo todos los trámites necesarios y le dio
una tarjeta de crédito a Mariana. La chica comenzó a dar gritos de alegría y
emoción mientras sostenía su obsequio, y luego abrazó encantada al
mayordomo que tenía a su lado, algo que no era para nada propio de una
señorita respetable y distinguida. Al Señor López le incomodó la reacción de
Mariana y no pudo evitar sentirse irritado; por alguna razón, él comenzó a
detestar a la señorita. ¡Este tipo de mujer materialista no merecía en lo absoluto
tener a su lado al Señor!

Desde el momento en que Mariana se convirtió en una persona adinerada, ella


estableció su posición en la sociedad entre las personas más distinguidas de
Ciudad Ribera, y hasta hizo amistad con las hijas de familias pudientes y
algunos dandis acaudalados.

Ella gastaba el dinero como si fuese agua con sus vastas conexiones y
pensaba que todo le estaba saliendo a pedir de boca. Sin embargo, no podía
olvidarse de la piedra en su zapato, Delia Lima, ¡y estaba ansiosa por
deshacerse de ella! Así es; ella no podía permitir que Delia permaneciera en
Ciudad Ribera, pues la chica era un obstáculo. Mariana debía enterrar esta
piedra en su camino para poder continuar sin ningún impedimento. Los ojos de
la mujer brillaron con un destello de crueldad y sus rojos labios dibujaron una
sonrisa siniestra.
La vida en Ciudad Ribera no era fácil, sobre todo para las estudiantes con un
título universitario como Delia, y era mucho más difícil conseguir trabajo en
estas condiciones. No obstante, ella no entendía por qué las empresas con las
que se había entrevistado últimamente la habían rechazado en cuanto
escuchaban su nombre, sin siquiera echarle un vistazo a su currículum. A ella le
parecía que alguien había estado saboteando su vida en secreto. Delia pensó
que todo era producto de su imaginación, que estaba divagando más que
nunca. Después de todo, ella no era famosa y nunca había ofendido a nadie;
¿por qué alguien querría sabotear su vida?

De pronto, mientras observaba su reflejo en una vitrina junto a la calle, Delia se


sintió patética. ¿Habrá alguien en este mundo que soñara con triunfar en la
gran ciudad como lo hacía ella, que intentara sobresalir entre el resto de las
personas, pero que la cruel realidad le destruyera todos los planes? Durante los
próximos días, Delia sufrió golpe tras golpe en todos los lugares en los que se
presentaba. Ya no era solo la cuestión de no haber encontrar trabajo, sino que
también ahora su casero había decidido subirle el precio de la renta y se lo
comunicó cuando ella regresó a su apartamento.

Ya había pasado un mes desde que la habían despedido de la empresa y seguía


sin encontrar trabajo. Los ahorros que tenía en el banco estaban a punto de
agotarse por completo y ella no tenía dinero extra para pagar la renta por
adelantado. Al ver que no tenía otra opción, Delia decidió mudarse y buscar una
habitación cerca de la universidad de Mario para quedarse allí mientras
continuaba buscando trabajo.

Ciudad Ribera era el centro del estado y también había pueblitos aledaños. La
universidad del novio de Delia estaba ubicada en uno de estos pueblitos. Si
viajaba en autobús desde el centro de la ciudad, ella debía hacer tres
conexiones y le tomaban dos horas y media para llegar a su destino.

Cuando Delia recogió su equipaje del autobús y se paró delante de la


Universidad Ribera, ya el cielo estaba oscuro. Los dormitorios de los hombres
cerraban a las diez de la noche. La chica no le había avisado a Mario que
vendría, así que siguió hacia su habitación sin hacer escalas; la muchacha
sabía dónde quedaba su habitación, pues en el pasado ella acostumbraba a ir
todos los fines de semana que tuviese libres a lavar la ropa de su novio. Por
este motivo, la señora que cuidaba los dormitorios ya la conocía.

Los otros tres compañeros de dormitorio de Mario también conocían a Delia.


Ellos eran amables con ella y la trataban como si fuera su hermana. Los tres
muchachos hicieron a un lado sus juegos en cuanto la vieron llegar con su
equipaje a la puerta de la habitación de Mario. Le dieron una calurosa
bienvenida; se reunieron y la ayudaron con su equipaje, le ofrecieron un asiento
y le sirvieron un poco de agua. En realidad, cada vez que ella los visitaba, la
chica no solo lavaba la ropa de su novio, pues él también le pedía que lavara la
de sus tres compañeros y ella limpiaba bien la habitación hasta que quedara
brillando.
En ese momento, Héctor Zapata, el chico que tenía un corte de cabello con la
forma de un cocotero y la piel bronceada, tuvo la iniciativa de ir a ayudarla a
cargar su equipaje.

Héctor la saludó con cortesía:

—Delia, hoy no es fin de semana. ¿Qué te hizo venir para acá? ¡Incluso trajiste
una gran maleta contigo!

Heriberto Fernández tomó una silla y se la acercó a Delia para que se sentara a
descansar. Samuel Manzanares, quien usaba unas gafas de bisel negro y tenía
un aspecto de chico tranquilo y estudioso, le sirvió un vaso de agua fría a la
chica.

—Delia, toma un poco de agua.

—¡Gracias! —Delia tomó el vaso de agua y se sentó mientras sonreía. Ella


escaneó todo el cuarto con sus ojos y preguntó—: ¿Mayito no está aquí?

En cuanto la chica mencionó a Mario, los tres muchachos se miraron los unos a
los otros. Luego de un momento, Héctor le respondió con una sonrisa:

—Él fue a estudiar un poco por su cuenta.

—¡S… Sí! —añadió Heriberto con un grito.

Samuel frunció el ceño, pero se mantuvo en silencio. Por algún motivo, Delia
sintió que ellos le estaban ocultando algo, así que sacó su móvil del bolso. Sin
embargo, antes de que ella pudiera llamar a Mario, Samuel fue hacia ella y le
arrebató el móvil de la mano.

—No tienes que llamarlo. Yo te llevaré a donde él está —dijo Samuel en un tono
frío.

De inmediato, Héctor y Heriberto levantaron sus cejas mientras miraban a


Samuel para insinuarle que no debía entrometerse. Este último los miró, pero
luego los ignoró y le devolvió el móvil a Delia antes de decirle:

—Delia, ven conmigo.

Al terminar de hablar, el muchacho salió solo del dormitorio. Delia les pidió a
los otros dos chicos que cuidaran su equipaje y luego tomó su bolso para
seguir a Samuel de inmediato. Héctor y Heriberto se quedaron en la habitación
mirándose el uno al otro.

Cuando Delia alcanzó a Samuel, notó que él parecía estar muy ansioso. Ella no
pudo evitar fruncir sus labios y preguntarle con preocupación:

—¿Qué sucede, Samuel?


—Prométeme que no llorarás cuando veas a Mario —le respondió Samuel con
seriedad mientras seguía caminando.

En realidad, este asunto era solo entre Mario y Delia. ¿Por qué él tenía que
entrometerse? Sin embargo… Samuel frunció el ceño mientras pensaba en eso.

Delia pensó que le había ocurrido algo malo a Mario y su voz comenzó a sonar
ronca por la ansiedad.

—¿Le ha sucedido algo a Mayito? ¿Él está bien?

—Sí, está bien. De hecho, está muy bien —dijo Samuel con frialdad.

Durante el resto del camino, sin importar cuánto ella le preguntara, el chico solo
le decía: «Cuando llegues lo sabrás». Así evitaba tener que responderle sus
preguntas. Por tanto, Delia no tuvo más remedio que dejar de preguntar y
guardar silencio. Ambos se dirigieron a la entrada trasera de la universidad.
Afuera había una amplia carretera y del otro lado se veían dos edificios de
apartamentos residenciales de cinco o seis pisos y un punto de venta de
comida.

Samuel llevó a Delia por un callejón. Luego de doblar una esquina y caminar
unos diez metros, llegaron a una reja de acero inoxidable. Todos los que
entraban y salían eran parejas de jóvenes. Poco a poco, Delia comenzó a darse
cuenta de algo, pero ella no se atrevía a creer lo que presentía. Samuel abrió la
reja de acero inoxidable y entró, mientras que Delia bajó su cabeza despacio y
lo siguió en silencio. Ellos subieron al tercer piso y se detuvieron frente a una
puerta a prueba de ladrones de color verde oscuro. Entonces, el chico sacó una
llave de su bolsillo, abrió la puerta y entró. Delia entró detrás de él y se encontró
con un local de cuatro habitaciones que tenía una sala de estar, un balcón, un
comedor y una cocina; el lugar era tres veces más grande que el pequeño
apartamento que ella y Mariana habían rentado juntas. Samuel caminó recto
hacia la puerta del extremo izquierdo y la golpeó con suavidad.

La voz de Mario resonó desde el interior de la habitación.

—¿Quién es?

—¡Soy yo! —respondió Samuel.

—¿No habías dicho que irías de vuelta al dormitorio esta noche? ¿Por qué
regresaste? —preguntó Mario.

—Sal, que necesito hablar contigo —dijo Samuel.

—Dame un minuto; tengo que ponerme mi ropa primero —respondió Mario.


Justo después de eso, se escuchó la voz de una mujer también dentro de la
habitación.

—Samuel es muy desconsiderado. ¿Por qué viene en tan mal momento?

—Cariño, no te enojes. Déjame preguntarle lo que sucede y te lo explicaré en


cuanto regrese —la consoló Mario con una voz tierna.

Los sonidos que salían de la habitación apenas se percibían. A pesar de que


ellos no podían escuchar con claridad lo que las personas decían tras la puerta,
ellos sí podían distinguir que había una mujer con Mario en la habitación. Delia
estaba parada justo al lado de Samuel, así que ella pudo escucharlo todo con
claridad. Había una mujer con Mario en la habitación.

Esta no era hora de dormir, pero ¿por qué Mario tenía que ponerse su ropa
antes de salir? A Delia se le hizo un nudo en la garganta y se le llenaron los ojos
de lágrimas.

Cuando Mario abrió la puerta y vio a Delia parada junto a Samuel, su cuerpo se
tensó de inmediato por la sorpresa.

—Mario, ¿por qué te quedas ahí parado? —Se volvió a escuchar la voz de la
mujer.

Un segundo más tarde, la mujer que lo llamaba apareció frente a Delia. Su


cabello era largo y caía como una cortina sobre sus hombros. Tenía labios
rojos, dientes blancos y un rostro con maquillaje simple. Ella solo tenía puesta
la camisa blanca de Mario, mientras sus delgadas y parejas piernas estaban
expuestas.

—Vaya, mira lo que tenemos aquí. ¡Por fin encontraste una novia, cerebrito! —
Después de mirar a Delia de arriba abajo, la mujer movió sus rojos labios y
comenzó a bromear con Samuel.

Samuel entrecerró los ojos y miró a Raquel Lezcano con indiferencia. En cuanto
él abrió su boca para decirle algo a Mario, este lo interrumpió antes de que
pudiera pronunciar una palabra.

—¡Ella es mi prima que vive en las afueras de la ciudad! —dijo Mario con una
sonrisa.

En ese momento, el insoportable dolor que Delia sintió en su corazón impidió


que las lágrimas brotaran de sus ojos y solo le temblaban sus labios.

—Sí, tu prima llegó de repente a visitarte, así que la traje aquí —repitió Samuel
con frialdad.

Mario ladeó un poco su cuerpo y le dijo con ternura a Raquel:


—Raquel, voy a llevar a mi prima a cenar. Cuando la haya ayudado a
acomodarse, volveré para hacerte compañía. Ella hizo un largo viaje en autobús
desde su pueblo en las afueras de la ciudad, así que no debe haber cenado aún.

—Está bien. De todas formas, ya se me habían quitado las ganas de salir, así
que no iré con ustedes dos —dijo Raquel mientras hacía pucheros. Luego de
hacer una pausa, ella volvió a mirar a Delia y sonrió—. Fue un gusto conocerte,
prima de Mario. Yo soy la novia de tu primo, Raquel Lezcano.

—¿Ha… Hace cuánto… que… están juntos? —Delia intentó no ahogarse en sus
sollozos.

Raquel sonrió con timidez y tomó la mano de Mario con cariño antes de decir:

—¡Hace ya casi un año! ¿No es así, Mayito?

—No hablemos de eso ahora. Primero llevaré a mi prima a cenar. —Mario


intentó cambiar el tema.

Raquel asintió con la cabeza y soltó la mano de Mario.

Cuando el chico salió de la habitación y cerró la puerta, su expresión se


transformó de repente y miró a Samuel con cara de pocos amigos. Delia no dijo
ni una palabra más y se dio la vuelta para marcharse. Como por instinto, la
chica comenzó a correr y Mario la siguió de inmediato.

Delia y Mario comenzaron a discutir en el pasillo. Él no quería que alguien los


viera y se dañara su reputación, así que la tomó de la mano y tiró de ella
mientras corría escaleras abajo hacia un callejón donde no los escucharan.

En el callejón, había solo una lámpara encendida, así que ellos ni siquiera
podían ver con claridad a las personas que pasaban por ese lugar tan oscuro.
Delia se deshizo de la mano de Mario y no le preguntó nada; ella solo se quedó
parada junto a la pared, aturdida y sin pronunciar ni una palabra. El chico se
puso ambas manos en los bolsillos, inclinó la cabeza y suspiró profundamente.

—En realidad, yo siempre te vi como una hermana.

—¡Eso no me lo habías dicho nunca antes, y ahora es que me lo cuentas!


¿Acaso ibas a dejar que las cosas siguieran su curso y ya? —le preguntó Delia
un poco afónica.

De inmediato, Mario frunció el ceño y le respondió con impaciencia:

—Delia, no hagas que parezca peor de lo que es en realidad. A pesar de que


fuimos compañeros de clase en el instituto y ambos somos de las afueras de la
ciudad, yo soy un estudiante universitario con un futuro brillante y tú solo eres
una estudiante de una universidad comunitaria. En el futuro, tú ni siquiera serás
capaz de encontrar un trabajo estable con un salario mínimo. Además, durante
este último año, me has dado dinero como si estuvieras invirtiendo en mí, para
que yo tuviese que casarme contigo y darte una vida en la gran ciudad cuando
yo triunfara en el futuro.

—¿Eso es lo que piensas de mí? —Delia se le quedó mirando como si no


pudiese creer lo que estaba escuchando.

Mario la miró y le respondió:

—¿Estoy equivocado? ¡De todas formas, eres ese tipo de chica!

—¡En ese caso, quiero que me devuelvas con intereses todo el dinero que te he
dado durante este año! —Delia extendió su mano furiosa hacia donde estaba
Mario.

El chico miró con ira a la muchacha y apretó sus labios mientras se giraba un
poco de costado.

—¿Ya ves como yo tenía razón? Tú eres ese tipo de mujer; ya veo que eres una
chica del campo después de todo. Una cosa es que no tengas aspiraciones en
la vida; sin embargo, si solo te preocupa el dinero, entonces ya no queda nada
más por hacer.

—¡Tú! —Delia levantó su mano y apretó los dientes mientras apuntaba con su
dedo a la nariz de Mario. Sin embargo, las palabras no salían de su boca.

El chico sacó su cartera del bolsillo y tomó todo el dinero que tenía. Luego, lo
depositó en la mano con la que ella continuaba apuntándole.

—Delia, tú no me mereces. Tu personalidad, tu formación académica y el


pasado de tu familia no estarán a mi altura en el futuro. Además, si yo me
casara contigo, eso significaría que me estaría casando con toda tu familia
también, así que no solo tendría que mantenerte a ti, sino a tu miserable madre,
a tu padre lisiado e incluso al inútil de tu hermano. ¡Cuando yo termine mis
cursos de diploma y obtenga un buen trabajo, te voy a devolver el dinero que
me diste, con intereses! —Mario suspiró mientras hacía un gesto de
arrepentimiento con su cabeza.

Sin embargo, Delia le tiró el dinero en su cara. El chico estaba pasmado y se le


quedó mirando fijo a la mujer. A él no le irritó en absoluto la desfachatez de
Delia. Mario se agachó y comenzó a recoger uno a uno los billetes que habían
caído al suelo. Ella se quedó atónita mirando al chico que recogía el dinero y lo
ponía de vuelta en su cartera. Al mismo tiempo, Mario seguía murmurando
enojado.

—Tú eres quien no quiere tomar el dinero. No importa. Yo fui el que cometió un
error en primer lugar, así que tienes todo el derecho de estar molesta.
—Mario Herrera, nosotros fuimos compañeros de clase en el instituto por tres
años, e incluso salimos juntos en la universidad durante casi un año. ¡Yo de
verdad nunca pensé que fueras capaz de engañarme con otra mujer, y mucho
menos que pudieras mentir acerca de lo que sentías por mí! —Delia ahogó sus
lágrimas mientras hablaba.

Delia estaba trabajando y estudiando al mismo tiempo por él, iba de visita los
fines de semana para cuidar de él; ella nunca se imaginó que, mientras ella
hacía todo esto, él tuviera otra novia en la universidad sin decirle nada a ella. ¡Él
hasta estaba viviendo con esa otra chica!

Después de echarle un vistazo a Delia, Mario se quedó en silencio por un


momento. Como él no sabía qué podía decirle, optó por dar media vuelta y
marcharse sin decir ni una palabra más. ¿Qué motivo tenía él para quedarse y
expresarle su inconformidad a esa mujer? Además, ya toda la verdad había
salido a la luz, así que sus caminos no volverían a cruzarse a partir de hoy.

A decir verdad, Delia era más bonita que Raquel, pero su mundo no estaba a la
altura del de la otra chica. Raquel siempre había vivido en Ciudad Ribera. Su
familia era dueña de unas cuantas casas en la ciudad y sus padres incluso
estaban patrocinados por un mandamás que tenía una enorme influencia en la
ciudad. Si Mario se casaba con Raquel en el futuro, se ahorraría diez años de
trabajo arduo. ¡Sin embargo, si se casaba con Delia, él tendría que trabajar
muchísimo durante toda su vida! Al hacer esta comparación, era de esperar que
Mario abandonara a Delia y escogiera a Raquel.

Las lágrimas por fin comenzaron a correr por las mejillas de Delia, mientras
veía a Mario alejarse hasta perderse en la oscuridad. No podía llorar durante el
momento más desgarrador de su vida; sin embargo, una vez que había cerrado
ese capítulo, la chica se echó a llorar como una magdalena. ¡El amor de ellos
dos había sido tan hermoso! ¿Por qué él tuvo que hacer pedazos ese
sentimiento tan bello? No era que él nunca la hubiese amado, pero este tipo de
amor nunca hubiese sobrevivido los desafíos de la cruda realidad. Era
imposible que él continuara corriendo con ella en este maratón de amor
platónico. Por tanto, Mario tenía que dejarla ir por su propio bien.

Delia regresó al dormitorio para recoger su equipaje. Los compañeros de cuarto


de Mario, Héctor y Heriberto, estaban preocupados por ella. Sin embargo, al ver
la enérgica sonrisa que la chica llevaba dibujada en su rostro, ellos la
consolaron por un breve momento y luego la llevaron con Samuel a la estación
para que tomara un autobús de larga distancia.

Antes de marcharse, Samuel le dijo:

—Delia, no estés enojada conmigo, por favor. Tú eres una chica muy amable, así
que no quería ocultarte lo que estaba sucediendo. Estoy seguro de que volverás
a encontrar el amor en un hombre que sienta lo mismo por ti y te sepa cuidar.
—¡Samuel tiene razón! Mario es un idiota. ¡No estés tan triste! —añadió Héctor.

Heriberto no pudo evitarlo y también la consoló:

—Mario puede ser un idiota, pero nosotros tres no lo somos. Todavía quedan
buenos hombres en este mundo, así que no te des por vencida en el amor. Por
favor, Delia, ¡nunca cambies!

—Está bien. Gracias, chicos. —Delia les sonrió agradecida. Por lo menos estos
tres muchachos eran sinceros y amables con ella.

—¡Parece que nadie nos va a ayudar a lavar nuestra ropa en el futuro! —suspiró
Héctor.

Heriberto le dio un golpe en la cabeza de inmediato.

—¡Idiota! ¿No puedes lavar tu propia ropa?

Delia no pudo evitarlo y se echó a reír.

—El autobús ya está al marcharse. Delia, deberías subir ya. Ten cuidado durante
el viaje y mantente a salvo —dijo Samuel.

Después de que Delia hiciera un gesto de aprobación con su cabeza, ella se dio
la vuelta y subió al autobús para comenzar su viaje de vuelta a casa. Luego de
que el vehículo arrancó, el autobús se alejó de la estación poco a poco.
Heriberto puso su brazo sobre el hombro de Samuel mientras arrojaba el otro
brazo en los hombros de Héctor. Los tres comenzaron a caminar uno al lado
del otro. Mientras caminaban, Heriberto preguntó:

—Samuel, ¿a ti te gusta Delia?

Héctor se viró y le dio unas palmaditas en el pecho a Samuel.

—Por supuesto que le gusta. ¡Desde que la conociste, debes haber sufrido
mucho cada vez que la veías durante todo este año que pasó!

—Chicos, ustedes están pensando de más; es solo que no puedo soportar ver la
infidelidad de Mario —respondió Samuel con tranquilidad.

Héctor y Heriberto se miraron y se echaron a reír al mismo tiempo. «Bueno, lo


consideraremos un acuerdo no verbal».

...

Un hogar debe ser el lugar más acogedor para cualquier persona. Sin embargo,
para Delia, su hogar era todo lo contrario. Cuando la Señora Lima vio que Delia
regresó de Ciudad Ribera con una maleta después de su largo viaje, ella no
mostró ni un ápice de preocupación por la chica e incluso se burló de ella.
—¡Ja! ¿Tú no querías ir y hacer tu vida en la ciudad con ese título tuyo que no
sirve para nada? ¡De verdad te creíste que podías hacer mucho!

—Mamá, aún no me he graduado, así que no tengo título todavía. Por eso es
que me es tan difícil encontrar un trabajo —rebatió Delia.

La Señora Lima mantuvo su expresión desdeñosa.

—Yo creo que deberías dejar de estudiar en tu segundo año. ¿Qué tiene que ver
que no obtengas tu título? Es solo un título de una universidad comunitaria;
¿qué empresa del área metropolitana va a estar interesada en contratarte?

Cada palabra que salía de la boca de la Señora Lima se clavaba como un puñal
más en el corazón ya herido de Delia. Ella no quería discutir con su madre, así
que la ignoró y subió las escaleras con su maleta. La chica se dio cuenta de
que no debió haber regresado a su casa.

—¡Deja de hacerte la importante, si no eres ni la mitad de buena que María!


¡También deja de soñar que tu padre y yo continuaremos pagando el costo de
tu matrícula en tu segundo año! —La Señora Lima siguió molestándola y
tirándole baldes de agua fría mientras la chica se marchaba.

¿Quién era María? Ella era la prima de Delia y también era una señorita
adinerada. La Señora Lima la quería tanto, que Delia incluso se preguntaba si
María Torres era la hija biológica de su madre, mientras que ella era solo una
niña que la Señora Lima recogió de algún lado.

Delia cerró la puerta de su habitación con fuerza y comenzó a llorar angustiada.


Ella no quiso salir del dormitorio ni siquiera para comer a la hora de la cena.

Mientras tanto, la Señora Lima se quejaba con el Señor Lima tan alto que Delia
podía escucharla fuera de su puerta.

»¡Esa mocosa de Delia es realmente una inútil! ¡Mira lo bien que le va a María;
ella asiste a una universidad muy prestigiosa en el extranjero y cada semestre
le otorgan un gran reconocimiento! ¡Ella es muy buena y digna de respetar! ¡Esa
malcriada de Delia ni siquiera le llega a los talones a María!

—Delia también recibe un gran reconocimiento al final de cada semestre,


querida, así que deja ya de quejarte, por favor. Después de todo, María es la
prima biológica de Delia, y tu hermana se casó con alguien mejor, así que su
familia tiene una mejor situación económica que nosotros. Por tanto, ¿cómo
puedes compararlas con justicia? —El Señor Lima estaba un poco resentido.

Sin embargo, la señora le respondió:

—¿Por qué no puedo compararlas con justicia? Los reconocimientos que recibe
Delia son de una universidad de tercer nivel, así que no se pueden comparar
con los de la universidad prestigiosa de María. No lo entiendo; ellas dos
nacieron el mismo día del mismo mes y el mismo año, al mismo tiempo y en la
misma sala de parto. ¿Por qué son tan diferentes?

«Sin embargo, tiene sentido que sean tan diferentes, pues esa mocosa de Delia
no es...».

—Querida, Delia en realidad no es...

La frase que el Señor Lima dejó suspendida en el aire interrumpió los


pensamientos de su esposa y ella se sobresaltó. «¿Será que él sabe acerca de
lo que sucedió con Delia?». Luego, el señor cambió de tema y se quejó con
amargura:

»No es que las notas de Delia sean malas, pero todo se debe a que ella ha
tenido que dejar de estudiar para ir a cuidarme al hospital, y también ha estado
empleando su tiempo de estudio en un trabajo de medio tiempo para ganar
dinero y poder pagar mis gastos médicos. Ella no aprobó los exámenes de
matrícula a la universidad por eso.

De repente, la Señora Lima notó que todo había sido una falsa alarma y le
contestó con desaprobación:

—¡Ella es tu hija y tiene la responsabilidad de cuidar de ti! ¡De no ser así, los 18
años que dediqué a su crianza habrían sido en vano!

La actitud de la madre de Delia hacia la chica era muy indolente. Ella se burló
de su hija todos los días durante el tiempo que la muchacha estuvo en casa. La
madre siempre la renegaba y tenía miles de quejas de la chica; sin importar
cuán aplicada ella fuera al hacer las tareas del hogar como lavar la ropa,
cocinar y ayudar con la farmacia de la familia.

...

Durante la cena ese día, la Señora Lima mencionó a Mariana de la nada.

—Delia, Mariana es tu compañera de clases en la universidad, ¿no es así? —


Mientras usaba los cubiertos que sostenía en su mano para llenarse la boca de
comida, la señora chasqueó sus labios y dijo—: Escuché que Mariana se ha
buscado un novio muy adinerado en Ciudad Ribera. ¡Todos los meses, su novio
le da cientos de miles de mesada! ¡Con eso, ella no solo compró a sus padres
una casa de tres pisos en nuestro pueblito, sino también que mandó a construir
una enorme villa de cuatro pisos en el pueblo, la cual dicen que tiene un jardín
con árboles frutales en el frente y un estanque con un huerto de vegetales en el
fondo! —Mientras hablaba, los ojos de la mujer brillaban de envidia.

Delia paró de comer, pero recordó algo de repente que la hizo actuar como si
nada hubiese ocurrido y continuó comiendo. Ella sabía que Mariana se había
comprometido de la noche a la mañana y que pronto se casaría, pero nunca se
imaginó que su prometido tuviese tanto dinero como para poderle dar cientos
de miles todos los meses. No obstante, Mariana siempre había adorado gastar
a lo grande, así que ella no debía tener ningún problema para derrochar esa
cantidad.

»Bueno, Delia, tú no tienes nada que envidiarle a Mariana con respecto a tu


apariencia, así que no entiendo por qué tu gusto es mucho peor que el de ella.
¿Qué tiene Mario de bueno? Sí, él fue la única persona en nuestra villa que se
ganó la matrícula en la Universidad Ribera y es un estudiante egresado; pero
¿qué tiene que ver eso? Su familia es de las más pobres de la villa y el dinero
que lo ayudó a ir a la universidad lo recaudó la gente del pueblo. En
comparación con el novio de Mariana, a Mario no vale la pena ni mencionarlo.
En realidad, no sé qué le ves para estar planeando incluso casarte con él
cuando se gradúe y ayudarlo a cuidar a sus padres y sus viejos y enfermizos
abuelos. —La Señora Lima comenzó a quejarse una vez más.

De pronto, cuando escuchó que mencionaban a Mario, Delia arrojó sus


cubiertos y su tazón sobre la mesa en un arranque de rabia, lo que asustó a sus
padres.

—Ya he terminado con él, así que ahí tienes. ¿Ya estás feliz? —gritó la chica
afligida y con lágrimas en los ojos.

El temperamento de la Señora Lima empeoró al momento y volvió a enfocar su


ira en la chica.

—¡Eres una malcriada! ¿Por qué estás gritando? ¡Eso fue muy descortés de tu
parte! ¿Por qué me importaría que ustedes dos hayan terminado? Además,
¿qué derecho tienes para levantarme la voz?

—Querida, olvídalo, ¿sí? —El señor suspiró y trató de disuadir a su esposa con
sequedad.

En realidad, si la comparábamos con la familia de Mario, la familia de Delia no


era nada mejor. Su madre solo era la encargada de la farmacia que la familia
tenía en el primer piso de la casa y que medía poco más de doce metros
cuadrados, mientras que la situación de movilidad de su padre lo obligaba a
quedarse en casa y ayudar con tareas como sentarse a la caja en la farmacia
para recoger los pagos y entregar el cambio. Además, debido a la condición de
su padre, la familia tenía varias deudas con otros familiares y amigos. Su
hermano, por otro lado..., a pesar de estar trabajando en algún lugar, él seguía
pidiéndole dinero a su familia todos los meses.

Cuando llegaron a este tema, el tono de la Señora Lima se suavizó y su voz se


volvió un poco más dulce. Entonces, mientras le echaba un vistazo a Delia, le
dijo:
—¿Tú no eras la mejor amiga de Mariana? Ve a hablar con ella y pídele que te
dé un poco de dinero para que puedas terminar tus estudios.

—Mamá, ¿de qué estás hablando? —Delia se molestó al momento.

Antes de esto, Delia no sabía el motivo por el cual Mariana quería terminar su
amistad con ella; pero ahora por fin comprendió. Al final, todos en la villa sabían
el tipo de persona que era su madre.

—¿Acaso no entiendes de lo que estoy hablando? ¡Es bastante simple! No voy a


continuar dándote dinero para que sigas estudiando en esa maldita universidad
comunitaria. Si quieres terminar tus estudios, tendrás que pensar en un modo
de conseguir el dinero para pagarte la matrícula y los demás gastos de tu
estancia en la ciudad. No creas que no sé que tienes un trabajo de medio
tiempo mientras estás estudiando. Entonces, ¿dónde está el dinero que has
hecho con este trabajo? ¿En qué lo gastaste? —preguntó la Señora Lima con
indignación. Delia no dijo nada y la señora continuó quejándose sin parar.

»¡Vaya, debes habérselo dado todo a ese pordiosero de Mario! ¡Deberías


aprender de Mariana y mejorar tu gusto en hombres! Tu nivel educacional es
muy bajo, así que nunca podrás ganar mucho dinero ni tener un futuro
prometedor. ¡Lo mejor que puedes hacer es buscarte un marido adinerado! En
cambio, ¿qué decidiste hacer? ¿De qué te sirve ser hermosa si no le sacas
provecho a tu aspecto?

Delia se quedó sin palabras; tampoco tenía sentido que dijera nada, pues ella
no estaba de acuerdo con el punto de vista de su madre. Mientras tanto, el
Señor Lima estaba sentado a un lado sin poder pronunciar ni una sola palabra.

Delia se quedó callada por un momento. Sus ojos estaban llenos de tristeza,
enojo y resentimiento, y aun así, respondió con determinación:

—Yo no voy a hacer lo mismo que Mariana; no voy a casarme con un hombre
para aprovecharme de su situación económica, y mucho menos haré como
Mario, que favorece a las personas ricas y desprecia a las pobres. Yo voy a
ganarme mi propio dinero; el hecho de que ahora no sea capaz de hacerlo no
significa que no podré en el futuro. ¡Por lo menos me sentiré más tranquila al
no tener que depender del dinero que me dé alguien más!

—¡Yo te apoyo, Delia! ¡Estoy seguro de que triunfarás en el futuro! —De


inmediato, el Señor Lima le hizo un gesto de aprobación con el dedo pulgar; el
padre de Delia era el único que pensaba como ella en esa familia.

La Señora Lima dejó de discutir con Delia al ver el rumbo que había tomado la
conversación. Después de todo, no tenía sentido seguir discutiendo por gusto
si nadie iba a hacer nada al respecto. Cuando terminó de cenar, la señora dejó
su tazón y sus cubiertos en la mesa, se levantó y ordenó con impaciencia:
—Apresúrate y lava la vajilla. Cuando termines, sube a las montañas y recoge
algunas hierbas medicinales.

—Está bien —respondió Delia con tranquilidad.

La Señora Lima, que no estaba satisfecha todavía, comenzó a quejarse una vez
más:

—Tú apenas estás estudiando para obtener un título y, aun así, siempre te
rehúsas a venir a casa durante los períodos de receso de los semestres. ¡Ya
que estás aquí ahora, ayúdanos con el trabajo en la casa! Cuando recojas las
hierbas medicinales, recuerda ordenarlas antes de lavarlas bien y ponerlas a
secar en el aire. Al principio yo esperaba que estudiaras para ser una doctora
en el futuro, debido a todo el conocimiento que adquiriste mientras estabas con
tu abuela. ¡Sin embargo, mírate ahora! Ni siquiera lograste entrar a una escuela
de medicina y optaste por matricular en esa maldita escuela de arquitectura
para estudiar diseño de interiores. ¡No logro entender en qué estabas
pensando!

Esta no era la primera vez que su madre le hablaba con tanta crueldad. A pesar
de que Delia ya se había acostumbrado, a veces le resultaba imposible
aguantarse y la contrariaba.

Su padre, por otro lado, siempre había sido una buena persona, trataba de
permanecer imparcial cuando hablaba y mitigar la furia de ambas.

Cuando terminó de decir eso, la Señora Lima bajó a la farmacia, mientras que
Delia se levantó y recogió la mesa al ver que su padre había terminado de cenar
también. Cuando el Señor Lima notó que su hija era infeliz en la casa, él no
pudo aguantarlo y le dijo con sequedad:

—Delia, ¿por qué no vas a la ciudad con tu hermano y trabajas allá durante
estas vacaciones? Por lo menos me preocuparé menos por ti si estás allá con
él.

—Papá, ¿de verdad soy tan inútil como dice mamá? —preguntó Delia abatida—.
¿Por qué mamá siempre se queja tanto de mí? —Cuando Delia estaba cursando
su tercer año en el instituto de enseñanza media, ella tuvo que dejar de lado sus
estudios para cuidar a su padre, lo que provocó que perdiera la oportunidad de
entrar a la escuela de medicina que tanto quería su madre. A pesar de que la
chica se había graduado del instituto y había comenzado a salir con chicos, la
Señora Lima nunca paró de refunfuñar y quejarse.

Sin embargo, el padre sonrió de manera intencional.

—¡Yo creo que eres increíble, Delia! Eres una buena hija y también eres muy
amorosa con tus padres, obediente y sensible, aplicada y tienes una gran
motivación para alcanzar tus propias metas. Tu madre solo desea que seas
mejor. ¡Después de todo, los padres siempre quieren que sus hijos tengan un
futuro prometedor y que sean alguien en el futuro!

—Está bien, ya entiendo. —El estado de ánimo de Delia mejoró. La chica dibujó
una sonrisa en su rostro mientras respondía—: Gracias, papá. —Ella esperaba
que ese fuera el motivo real por el cual su madre la trataba con tanta severidad.

Por otro lado, Mariana había contratado a alguien para que investigara y
siguiera a Delia. Mariana finalmente pudo descansar en paz cuando supo que
Delia no había podido encontrar trabajo debido a las trabas que ella puso en su
camino. Además, había terminado su relación con Mario y se había marchado
de Ciudad Ribera para regresar a su pueblito sumida en un estado de
desesperación. El próximo paso era hacer que los administradores de la
universidad comunitaria expulsaran a Delia, así la chica no tendría ninguna
excusa para volver a poner un pie en Ciudad Ribera. Solo entonces, Mariana
podría asegurar su posición como Señora de la Familia Larramendi. De solo
pensar en eso, Mariana rebosaba de alegría.

Habían pasado alrededor de dos meses y ya casi estaban al terminar de


construir la villa de Mariana en su pueblo natal. Ella le había contado sobre esto
al Señor López y le había pedido que se encargara de que su regreso a ese
pueblo fuera todo un acontecimiento.

Hoy el pueblo estaba más animado que nunca. Esto no se debía a que el día
fuese hermoso o el cielo estuviese claro y despejado, sino a que un <i>BMW</i>
de color rojo brillante, que debía costar varios millones, se aproximaba al
pueblo lentamente. Los ojos de todos brillaban mientras se paraban en las
aceras a ambos lados de la calle para observar el hermoso auto, como si se
tratara de un tesoro. Al principio, Mariana quería comprar un
<i>Lamborghini</i> de color rojo claro que valía decenas de millones, pero el
Señor López vetó esa idea debido a que un <i>Lamborghini</i> no era el auto
adecuado para las carreteras irregulares de los pueblos a las afueras de la
ciudad. Al final, la mujer se resignó a bajar sus expectativas y escoger este
<i>BMW</i> que a ella no le parecía nada del otro mundo. Cuando el
<i>BMW</i> rojo brillante de Mariana pasó por la entrada de la farmacia de la
familia de Delia, la Señora Lima arrastró a su hija por la puerta hacia afuera de
la casa y se paró en la acera para echar un vistazo. Esta era la primera vez que
Delia veía a Mariana en dos meses; Mariana estaba sentada en el asiento
trasero detrás del conductor y había bajado la ventanilla para saludar con la
mano a todos en el vecindario. Su maquillaje era bastante llamativo y llevaba un
deslumbrante anillo de diamantes en su mano izquierda, con la que saludaba a
todos. Su ropa también era más llamativa y elegante que antes, y sus labios
rojo vivo la hacían lucir más hermosa que nunca.
Antes de ese día, Delia incluso había llegado a pensar que a Mariana le había
sucedido algo; sin embargo, ahora que la veía, se dio cuenta de que la Señora
Lima tenía razón cuando dijo que Mariana se había casado con un hombre muy
adinerado. «El sueño de Mariana siempre fue casarse con un hombre que
tuviese mucho dinero. ¡Parece que su sueño se ha hecho realidad después de
todo!». Delia sonrió mientras fruncía sus labios. Luego, ella miró a su madre,
quien estaba verde de envidia, negó con su cabeza y entró de nuevo a la
farmacia.

El Señor Lima estaba sentado en la caja registradora, mientras organizaba el


libro de las cuentas. Cuando vio a Delia entrar, no pudo contenerse y le
preguntó:

—Delia, ¿sientes envidia de Mariana?

—Por supuesto que la envidio. Después de todo, no soy una santa. Sin embargo,
espero convertirme en una diseñadora de interiores muy famosa en el futuro y
conducir un auto que haya comprado con mi propio dinero. ¡Eso sí que sería
impresionante! —El rostro de Delia se iluminó con una sonrisa llena de
esperanza al pensar en su futuro. Mientras hablaba, la chica recogió la cesta de
bambú que estaba tirada a un lado en el suelo y se la puso en la espalda.

Al ver que Delia estaba tomando la cesta de bambú, el Señor Lima sacó un
botiquín de abajo de la caja para entregárselo y luego le recordó:

—Debes tener cuidado, recuerda que hay muchas serpientes en las montañas.

—Está bien, lo tendré. Entonces, ya me voy a recoger hierbas medicinales a las


montañas.

La chica tomó el botiquín que le dio su padre y lo puso dentro de la cesta de


bambú que llevaba en su espalda. Luego, se marchó por la puerta trasera y
tomó un camino por el medio del campo que la llevaría directo hacia las
montañas que estaban del otro lado. Durante todos estos días desde que había
regresado, Delia había ayudado a la Señora Lima a recoger las hierbas
medicinales en las montañas. Cuando terminaba con una montaña, pasaba a
otra, cada montaña era más y más lejana que la anterior. Mientras tanto, la
señora la comparaba lo mismo con Mariana que con su prima María. En
resumidas cuentas, las hijas de los demás eran las mejores y Delia no podía
compararse con ninguna de ellas.

En realidad, la Señora Lima tenía la esperanza de que el hermano de Delia,


Ernesto Lima, asumiera el legado de su abuela, pero a él no le interesaba la
medicina tradicional y mucho menos quería quedarse para siempre en este
lugar pobre y apartado. Por otro lado, Delia siempre había acompañado a su
abuela a las montañas para recoger las hierbas medicinales y estaba muy
interesada en la medicina tradicional. Por desgracia, ella no logró entrar a la
escuela de medicina, y como la Señora Lima no estaba dispuesta a pagar por
los estudios de Delia, la chica tenía que resignarse a esa vida.

En las montañas, no había todo ese ajetreo y bullicio que siempre la seguían en
la gran ciudad. En cambio, aquí solo estaba la abundancia y la armonía de la
naturaleza. Delia se agachó bajo un enorme árbol rodeado de ramas secas y
pasto verde. Mientras recogía las plantas medicinales, la chica escuchó el
chirrido de los insectos y el gorjeo de las aves, pero no pudo ver ninguna ave ni
ningún insecto. Hoy había tenido mucha suerte, pues había encontrado hongos
pipa y raíces de ginseng.

Sin darse cuenta, Delia se había adentrado mucho en las montañas. En las
zonas profundas había valles de árboles enormes y riachuelos de caudal
constante. A pesar de que ya estaban en medio del caluroso verano, en esta
parte de las montañas, la temperatura era cálida como si fuese primavera.

Cuando Delia estaba recogiendo un bulto de hierbas de San Lorenzo, de


casualidad levantó la mirada y vio unas flores hermosas de un intenso color
púrpura que crecían en unos arbustos. De lejos parecían amapolas comunes y
eran sorprendentemente encantadoras. Era un hecho que a las chicas les
gustaban las flores y Delia no era la excepción. Como las flores eran preciosas,
ella quería arrancar la planta con sus raíces para sembrarla y cultivarla en casa.
Sin embargo, cuando se acercó y les echó un vistazo, se puso pálida del miedo
que sintió cuando observó las flores con mayor detenimiento; ¡esto no era una
planta de amapolas comunes, sino amapola! «La amapola no es una planta
autóctona de esta zona, así que no crece aquí de forma natural. Entonces,
¿cómo es posible que esta amapola esté en un lugar tan intrincado de estas
montañas?».

Delia frunció el ceño y analizó la situación. Luego, arrancó la planta, la puso


dentro de la cesta de bambú que llevaba en la espalda y la cubrió con otras
plantas medicinales. Entonces, continuó caminando por el serpenteante
camino montañoso hasta que llegó a la cima de la montaña. La chica se paró
sobre una enorme roca y contempló el horizonte. Desde allí pudo ver las
cordilleras de montañas que estaban cubiertas de niebla; el paisaje era tan
hermoso que parecía sacado de un cuadro sobre el paraíso.

Luego, Delia miró hacia el distante paisaje que tenía debajo. Al pie de las
montañas, había un vasto campo de flores rojas, naranjas, amarillas y púrpuras
que estaba rodeado de montañas. Era demasiado obvio que este campo de
flores no había crecido por sí solo. «¿Esas flores… son amapolas? ¿Quién se
escondería en un lugar tan profundo entre bosques y montañas para plantar
amapolas?». De repente, Delia vio con claridad lo que estaba sucediendo.
Entonces, se dio la vuelta y comenzó a correr.
El camino cuesta abajo se recorría más rápido que montaña arriba. Justo
cuando Delia estaba en medio de la montaña, escuchó de pronto un grito de
agonía que provenía de un lugar que ella no podía divisar. El grito lo emitió un
hombre. La chica arrugó las cejas un poco y como por instinto, se escondió
detrás de un grupo de arbustos.

¡Plaf! ¡Pum! ¡Crac!

—¿Ya está muerta la serpiente?

—No lo sé. Rápido, súbete a mi espalda, que yo te llevaré montaña abajo para
que un doctor te examine.

Al escuchar las voces de estas personas, Delia reconoció al momento una voz
familiar.

—No… No puedo moverme. ¡No puedo mover la pierna… y me duele mucho! —


Delia escuchó la voz del otro hombre otra vez.

Los ojos de la chica se oscurecieron ligeramente y salió en busca de los dos


hombres. Ellos estaban sentados bajo un árbol enorme a menos de diez metros
de la chica e iban vestidos con el atuendo tradicional de los mapuches. Cuando
Delia vio los dos profundos agujeros llenos de sangre en el tobillo de uno de los
hombres y una serpiente blanca y negra que yacía inmóvil junto a su pierna, la
chica corrió y se quitó la cesta que llevaba en su espalda para examinar la
herida del hombre.

—No es habitual que un <i>krait</i> con muchas rayas ataque sin que lo
provoquen, así que ustedes debieron haberlo pisado sin querer primero. —Delia
sacó el botiquín de su cesta de bambú y de él extrajo una pequeña caja de
madera. Cuando abrió la cajita, ella tomó una de las pequeñas píldoras que
tenía dentro y la introdujo en la boca del hombre antes de ordenarle que se la
tragara sin agua. Luego, la muchacha sacó una jeringuilla esterilizada y un
antídoto para las mordeduras de serpientes. Una vez que Delia tuvo al alcance
todo lo que iba a necesitar, le aplicó una inyección al herido.

Ambos hombres se miraron el uno al otro, mientras observaban a Delia, pero


ninguno protestó, porque ellos sabían que la mujer estaba salvando una vida.
Después de la inyección, la muchacha sacó una botella de agua de la cesta de
bambú y le quitó la tapa. Mientras lavaba la herida en el tobillo del hombre, ella
también tomó un tazón de medicina de la cesta y machacó en él algunas de las
hierbas que llevaba también en su canasta. Luego, la chica le aplicó la mezcla
de hierbas a la herida en el tobillo del hombre y la sujetó con gasa.

—Cuando bajen de la montaña, necesitan ir a que un doctor de la ciudad


examine la herida —dijo Delia. Cuando ella alzó la vista, su mirada se cruzó con
la del otro hombre por descuido. Los oscuros ojos del hombre eran impasibles,
pero el contorno de su rostro era tan delicado que parecía inconcebible; a pesar
de que sus secos labios estaban bastante rasgados, a juzgar por su rostro, este
hombre parecía ser joven y tener algo más de veinte años, quizás cerca de los
treinta. Ambos hombres estaban maquillados para ocultar sus rostros. Aunque
ellos vestían atuendos tradicionales, en sus acentos se notaba que no eran de
esa zona.

—Gracias por salvarle la vida a mi amigo. —El hombre le agradeció en nombre


del herido que estaba a su lado.

Mientras más escuchaba su voz, más se convencía Delia de que le era familiar.
De repente, la chica recordó algo, así que estiró su mano hacia el rostro del
hombre y tiró de la barba que tenía en su mentón.

—¡Así que en realidad es usted! —Delia apretó la barba falsa en su mano,


mientras miraba a Manuel Larramendi con los ojos abiertos de par en par.
«¡Este hombre no se piensa marchar de mi vida!».

Manuel frunció sus labios por un momento antes de mostrarle con timidez una
pequeña sonrisa.

—¡Hola, querida! ¡Nos volvemos a encontrar!

—¿Ustedes dos ya se conocían? —Julio Hernández, a quien había mordido la


serpiente, miró anonadado a Manuel, luego a Delia y luego repitió la operación.

Manuel le dio un codazo al hombro de Julio y le dijo con seriedad:

—Rápido, llámala señorita.

—¡Sí, sí! ¡Gracias por salvar mi vida, señorita! —Julio inclinó su cabeza una y otra
vez en señal de agradecimiento.

Delia frunció un poco el ceño. La chica no les prestó atención a estos dos
chiflados y tomó una rama para pinchar la serpiente de anillos blancos que
había estado en el suelo sin moverse durante todo ese tiempo.

—¿Está muerta? —murmuró Delia para sí misma. Mientras ella se planteaba si


debía llevarse la serpiente para aprovechar y hacer medicina de esta, el animal
se movió de nuevo.

Cuando Julio vio que la serpiente se estaba moviendo, se asustó tanto que
saltó a los brazos de Manuel y le abrazó el cuello de manera muy afeminada.

«Este hombre es la encarnación del dicho: “El gato escaldado, del agua fría
huye”».

Delia dejó que la serpiente se deslizara de la rama del árbol que ella estaba
sosteniendo, y cuando se volteó se echó a reír por la expresión tan graciosa de
Julio. Manuel se quedó fascinado con su risa; era tan elegante y refinada como
las aromáticas flores de la primavera. Julio le dio un golpecito en el pecho a su
compañero y fingió toser cuando vio que el otro estaba en las nubes.

—¡Ejem! ¡Señor, todavía tenemos varias tareas que cumplir! —Las palabras de
su compañero hicieron que las apuestas y delicadas facciones del rostro de
Manuel se transformaran en una expresión rigurosa.

—¿Qué tareas son esas que deben cumplir? —preguntó Delia con curiosidad e
indiferencia.

Manuel y Julio se miraron el uno al otro durante un rato. Delia observó a los
hombres que se habían quedado en silencio, pero luego recordó de repente que
ella los había visto en un vehículo militar cuando estaban en Ciudad Ribera y
después los había visto de nuevo aquí, en medio del bosque.

«Si ese es el caso…». Delia parecía haber atado los cabos sueltos, pues fue
hacia su cesta de bambú para buscar las amapolas y se las entregó a Manuel.

—¿Es esto lo que andan buscando?

—Estas… —Julio miró a Manuel luego de ver las flores que la chica tenía en sus
manos.

—¿De dónde las sacaste? —preguntó Manuel con frialdad mientras fruncía el
ceño.

—Si van a la cima de la montaña, encontrarán un campo con amapolas que


cubre las terrazas del costado de la misma. ¿Por alguna casualidad ustedes
son agentes de la Administración de Control de Drogas? —preguntó Delia, que
todavía no caía en cuenta.

Ellos estaban en la frontera y este tipo de acontecimientos era bastante común,


así que los hombres se miraron el uno al otro y no le respondieron la pregunta a
Delia.

La chica comprendió lo que estaba sucediendo y le entregó las flores a Manuel,


mientras les respondía con una sonrisa:

—Tomen estas y váyanse, y así no tendrán que subir hasta la cima de la


montaña. El camino hasta allá arriba es peligroso, pues está rodeado de
terrenos montañosos y yo no podré ayudarlos si se pierden allá adentro, así que
les aconsejo que regresen y piensen en una mejor opción.

Manuel tomó las flores y se las entregó a Julio, quien las puso dentro de la
mochila que llevaba encima.

—Nosotros solo vinimos de excursión —le dijo Julio a la chica mientras sonreía.
—Entonces vamos a bajar juntos. —Delia no se había creído esa mentira, pero
tampoco quería exponerlos.

Manuel cruzó el brazo de Julio sobre su propio hombro y luego cargó a su


compañero en su espalda con destreza. Los rayos del sol atravesaban el
grueso follaje de los árboles e iluminaban a Manuel por partes, lo que hacía que
sus apuestas facciones parecieran resplandecer con un color dorado. Sin darse
cuenta, Delia lo recorrió con la mirada, y tuvo que admitir que él era el hombre
más tosco y, a la misma vez, más apuesto que ella jamás había visto. Manuel
giró su cabeza en ese preciso momento y su mirada se cruzó con la de la chica,
lo cual bastó para que Delia volviera en sí y desviara su mirada avergonzada. La
expresión tímida en los ojos de la muchacha provocó que Manuel sonriera con
complicidad.

Delia se vino a dar cuenta de que ellos habían dejado su vehículo todoterreno
estacionado en el piedemonte luego de guiarlos de vuelta a la parte baja de la
montaña. Ella había subido por varias montañas para llegar al lugar donde los
encontró; por tanto, ella no había visto el deteriorado vehículo hasta ese
momento.

Manuel ayudó a Julio a acomodarse en el asiento trasero del auto y cerró la


puerta con fuerza antes de volverse para mirar a Delia.

—Debes marcharte en cuanto termines de visitar a tus abuelos, ¿de acuerdo? —


le dijo Manuel a Delia mientras la miraba con cariño.

El Señor López le había informado a Manuel que Mariana había comprado un


<i>BMW</i> antes de ir a visitar a sus abuelos. Ellos vivían en el pueblo natal de
su prometida, así que a él no le parecía nada raro habérsela encontrado aquí.
Manuel sentía como si el destino lo hubiese atado a Mariana con su hilo rojo y
la guiaba hacia él como una lámpara en la oscuridad para ayudarlo cada vez
que estaba en problemas, lo que también hacía que sus sentimientos hacia ella
crecieran poco a poco. Estaba dispuesto a estar con Mariana, incluso si era tan
horrible como la describía el Señor López. Ella era su amada y tenía sentido que
ella le gastara su dinero; además, él estaría encantado de darle cuanto
necesitara solo para que fuera feliz.

Delia levantó la cabeza para mirar a Manuel a los ojos, sin tener ni la más
mínima idea de a qué se refería el hombre cuando le dijo todas esas sandeces.
Sin embargo, él la tomó de los hombros sin que ella tuviera oportunidad de
preguntarle y dio un paso hacia ella, luego se inclinó, ladeó su cabeza y le selló
sus labios con un beso precipitado.

Una sensación helada tomó de sorpresa a Delia y se adueñó de su cuerpo hasta


aferrarse a su cuello como una soga. El beso solo duró unos segundos y luego
él mismo se alejó de los labios de la chica.
—Me dijiste que querías la luna y las estrellas, así que yo las mandé a bajar y
con ellas te hice un collar —susurró Manuel mientras se acercaba al oído de
Delia—. Nena, en cuanto termine con el trabajo, yo volveré a ti. Quizás no pueda
alcanzarte en casa, pero espera mi regreso con paciencia, por favor.

Cuando Manuel mencionó su casa, se refería a la Mansión Colina, que era el


lugar donde él había dejado que Mariana viviera. Él pensaba que quien estaba
frente a él en este momento era Mariana Suárez, la mujer que estaba viviendo
en su villa. «Nunca tuve la oportunidad de visitarla cuando estaba en la
Mansión Colina, pero no me esperaba que el destino nos reuniera aquí; estoy
tan agradecido por esto, pues pude verla sin tener que viajar tanto hasta allá».

Cuando Manuel terminó de hablar, le dio un beso de despedida a Delia en la


frente que la dejó congelada en el lugar por la sorpresa. El beso encendió una
llama que se esparció hasta sus oídos y el acaloramiento que él dejó en su
frente y sus labios no se sosegó, sino que la confundió cada vez más, incluso
cuando él ya estaba subiendo al asiento del conductor.

El vehículo todoterreno se comenzó a alejar poco tiempo después y Delia se


quedó pensando en esos sentimientos que no sabía que tenía. Ella ni siquiera
estaba confundida por su presencia; fue su beso lo que la hizo entrar en pánico
y la dejó sin saber qué debía hacer.

«Esta debe ser la segunda vez que veo a ese hombre desde aquella noche. La
primera vez fue frente al mercado de frutas, cuando él me besó a la fuerza
antes de marcharse apurado. Esta vez sucedió lo mismo, pues se marchó tan
rápido como llegó y dijo un montón de sandeces que me dejaron muy
confundida».

Cuando Delia recuperó la compostura, notó que tenía un elaborado collar con
un colgante de aerolito colgado alrededor del cuello. La cadena era de platino y
el aerolito negro con forma de corazón estaba incrustado en un pesado cristal
transparente. Al ver este collar, la chica se dio cuenta de repente de otro detalle:
ella parecía haber perdido el medallón de jade que él le había obsequiado. Delia
no lo había visto mientras empacaba sus cosas antes de mudarse y ni siquiera
recordaba dónde podía haberlo puesto.

«Da igual, debo dejar de pensar mucho las cosas e ir a casa». Delia frunció sus
labios mientras se quitaba el collar para guardarlo en el bolsillo de su blusa,
donde estaría seguro, y después se giró para seguir las sendas del campo de
arroz.

Mariana fue el centro de atención en su pueblo natal durante los últimos días,
mientras que sus abuelos se jactaban de lo buena que era su nieta con ellos,
también alardeaban por el hecho de que Mariana había conseguido un novio
perfecto con el cual se casaría pronto y de que todos debían asistir a su
banquete de ceremonia. Sin embargo, todavía nadie había visto siquiera al
novio de Mariana durante todos esos días que ella había estado en el pueblo.
Ella había hecho que su regreso al pueblo fuera todo un acontecimiento y todos
habían esperado que su novio se presentara, como era habitual. La Señora
Lima había decidido enfocarse en este detalle durante la cena.

—¡A pesar de que su novio tiene mucho dinero, él no tiene modales, así que no
debe ser tan buen hombre! —comentó la señora con un tono resentido.

Delia permaneció calmada mientras defendía a Mariana:

—Él es rico, así que debe estar ocupado ganando su dinero. Mariana ni siquiera
estuvo aquí para presentar a las familias de cada uno, así que deberías parar de
denigrar a su novio.

—Oye, ¿no crees que estás siendo muy indulgente con ellos, mocosa? —dijo la
Señora Lima en tono arrogante.

—No soy indulgente. Yo solo creo que no deberías estar hablando a sus
espaldas —respondió Delia mientras fruncía sus labios.

—Bien, no voy a gastar mis energías discutiendo contigo. De todos modos,


nunca esperé que te casaras con un hombre rico. —La Señora Lima puso los
ojos en blanco y continuó comiendo. El Señor Lima se mantuvo en silencio
durante el intercambio.

Delia sacó el teléfono para llamar a su hermano Ernesto después de la cena.

—Ernesto, ¡es Delia!

—¿Por qué cambiaste tu número de teléfono?

—Es que regresé a casa. El número que tenía era de la Facultad de Arquitectura
de Ciudad Ribera y costaría más si lo usara aquí, por eso lo cambié.

—¿Estás en casa? ¿Por qué regresaste de manera repentina? ¡Solo falta un mes
para que empiece la universidad de nuevo!

—Ernesto, ¿puedes prestarme diez mil?

—¿Para qué?

—Para la matrícula de segundo año y mis gastos corrientes.

—¿Por qué no se los pides a mamá y papá?

—No me los van a dar…

—¡Pero yo tampoco tengo tanto dinero! Ya me conoces; no tengo ahorros


porque gasto hasta el último centavo, ¡y después le pido más a mamá y papá!
—Entonces… pensaré en otra forma… —dijo desanimada.

Ernesto se sintió un poco culpable y le sugirió:

—¿Por qué no vienes el último mes de las vacaciones de verano a trabajar a la


ciudad donde vivo? ¡Es una de las ciudades portuarias más grandes del país!

—Ni siquiera puedo encontrar trabajo en Ciudad Ribera. Será imposible que
encuentre uno en tu ciudad… —Ella se sentía insegura.

Él rio y dijo:

—¿A qué se debe la preocupación? ¡En la vida siempre hay una salida! ¡Ven
adonde vivo y yo me ocupo de ti durante ese mes! ¡De una manera u otra,
encontrarás un trabajo que cubra tus gastos!

—¡Entonces partiré de inmediato! —De repente, recuperó la confianza.

—¿Te refieres ahora mismo? —Su entusiasmo lo sorprendió.

Delia se sentía bastante segura.

—¡Sí! ¡Iré a comprar el boleto de tren ahora mismo!

—¡Muy bien! ¡Cuídate en el trayecto y llámame en cuanto llegues!

—¡De acuerdo!

Delia había recobrado la esperanza tras haber hablado con Ernesto. Su casa
estaba cerca de la estación de ferrocarril donde podía comprar el boleto con
facilidad. El Señor Lima caminó hacia ella con sus muletas cuando, una vez
más, Delia estaba lista para dejar la casa con su equipaje a cuestas. El Señor
Lima trabajaba en la construcción, pero había caído del tercer piso de una obra
cuando Delia estaba en el último año de la enseñanza media. Aunque había
librado de la muerte, había perdido una pierna producto del accidente.

El Señor Lima se dirigió con trabajo hacia donde estaba Delia para ponerle unos
billetes arrugados en la palma de la mano.

—Tómalo. Son mis ahorros. Que tu madre no se entere. —Una sonrisa amable y
paternal se asomó en su envejecido rostro. Ella lo miró, abrazó su delicada
figura y estalló en lágrimas—. Delia, debes cuidarte bien; y lo más importante,
mira el lado positivo de las cosas. Mantente optimista. Hay muchos hombres
malvados en el mundo, así que debes aprender a protegerte —repitió el Señor
Lima, las mismas palabras que siempre decía.

Ella asintió mientras se enjugaba las lágrimas para poner buena cara. Se volteó
para marcharse con su equipaje, sin atreverse a mirarlo, pues temía comenzar a
llorar de nuevo.
Había decidido no regresar más una vez que saliera de la casa. Nunca sería su
refugio sin importar qué tan dura se tornara la situación.

«Si ese es el caso; entonces, ¿dónde está mi refugio?», pensó mientras la


oscuridad de la noche envolvía su solitaria figura. No podía evitar sentir que
una vez más se había embarcado en un viaje interminable.

Mientras tanto, en la taquilla de la estación de ferrocarril.

—¿No hay más asientos duros disponibles? ¿Y camas duras o incluso suaves?
¡Compraré un boleto siempre que haya uno! —preguntó Delia de manera
sucesiva, pues no pensó que sería tan difícil adquirir un boleto para Ciudad
Buenaventura esa noche.

Al cobrador se le estaba agotando la paciencia y dijo:

—¡Ya no quedan boletos para esta noche! Puede comprar uno para pasado
mañana, que es para cuando tenemos boletos disponibles.

—Disculpe, me gustaría devolver este boleto de asiento suave para Ciudad


Buenaventura. —Justo en ese instante, una voz de barítono grave provino de la
taquilla de reembolso junto a ella. Delia se acercó a él a toda prisa y le agarró la
mano de forma imprudente en cuanto se percató de su intención de reembolsar
el boleto a Ciudad Buenaventura.

—Señor, ¿puedo comprarle el boleto? —le preguntó ella con seriedad mientras
se enfocaba en el boleto que él tenía en la mano. Al agarrarlo, le temblaba la
mano y su rostro pálido indicaba que había llorado. Su penosa apariencia en
general le desgarró el corazón al señor. Era evidente que estaba decidida a
viajar a Ciudad Buenaventura.

Él se compadeció de ella y le habló con delicadeza:

—Por supuesto, pero tendrá que soltarme para poder darle mi boleto. —Sus
palabras hicieron que se diera cuenta de que le había estado agarrando la
mano de manera atrevida.

—¡Lo… lo siento! —Lo soltó de manera inconsciente al disculparse con él con


torpeza.

—No pasa nada. —La voz del hombre, tan dulce como siempre, hizo que ella lo
mirara.

Estaba vestido con un traje plateado que lo hacía lucir elegante y casi de otro
mundo. Era alto. Medía al menos un metro ochenta, pero su constitución era
delgada. Sus facciones eran una obra de arte creada por las manos de Dios, tan
definidas e inmaculadas como aquellas de los protagonistas mestizos de las
novelas.
«¡Qué bien se ve!», fue lo primero que pensó Delia de aquel hombre. Y quizás
era la primera vez que lisonjeaba a alguien, o quizás la segunda vez.

Delia tenía la sensación de que el hombre se parecía al que había entrado a su


casa, a quien al final salvó. «No, no se parecen, o más bien, ¡sus caras son casi
idénticas!».

—Usted… —Delia dudó pues no creía en tales coincidencias.

—Deme su identificación —dijo el hombre con una sonrisa refrescante en el


rostro. Sus ojos negros eran fríos y penetrantes como un foso sin fondo; sin
embargo, su mirada era dulce y se parecía al hombre que había salvado. Ella le
entregó su identificación mientras se distanciaba.

La tomó y se dirigió al cobrador al otro lado de la ventanilla:

—Disculpe, por favor, reembólseme este boleto y véndaselo a esta persona.

—Muy bien, enseguida… Aquí tiene, su boleto y su identificación. ¡Que tenga


buen viaje!

—El boleto es para usted. —El hombre sonrió de manera cómplice mientras
depositaba el boleto y la identificación en la palma de la mano de Delia. Luego,
se volteó para marcharse de manera grácil.

—Espere… —«No le he pagado por...». Su figura ya había desaparecido del


concurrido salón cuando ella recuperó sus sentidos. Sin embargo, por fin tenía
su boleto para Ciudad Buenaventura.

Abordó el tren expreso con el boleto en la mano. ¡Fue entonces que se dio
cuenta de que el boleto era para el coche de cama suave de lujo! La azafata
abrió la puerta y le dio la bienvenida a bordo con una sonrisa. Cuando Delia
entró al coche lujosamente amueblado, había un hombre sentado en el sofá
haciendo una llamada. Para su sorpresa, era el mismo que le había dado el
boleto.

—Ya estoy en el tren, así que consigue a alguien que remolque el auto en caso
de que no pueda arreglarse. Sí, estaré ocupado en una videoconferencia.
Hablaré contigo sobre lo demás cuando termine. —Colgó el teléfono, pero antes
que Delia pudiera pagarle, se puso el micrófono y colocó su computadora
portátil plateada en su regazo. Luego prosiguió a comunicarse con la otra parte
en un inglés fluido.

Delia se movió y vio que estaba hablando con varios extranjeros en trajes.
«Guau, ¡se ve con tanta clase!». Regresó a su asiento en el coche de camas
suaves de lujo y comenzó a examinarlo. Había dos sofás debajo de dos camas
individuales suspendidas y una mesita compartida en el centro. Sobre la
mesita, había un celular conectado a la red interna del tren. Además, había un
televisor y un baño independiente. El coche también contaba con internet
inalámbrica. El diseño del coche estaba basado en un acabado dorado
majestuoso, que lo hacía lucir precioso.

Delia se dio cuenta de que él podría estar ocupado durante largo rato; por tanto,
se tiró en el sofá y se conectó a internet para jugar en su teléfono. Sin embargo,
le comenzaron a rugir las tripas a mitad del juego. Recordó que no había
cenado y había salido con tanta prisa que no había traído nada de comer.

Después de una hora, el hombre se quitó el micrófono y cerró la portátil. Delia


se levantó del sofá y lo saludó con una sonrisa.

—Hola. ¡Gracias por permitir que me quedara con su boleto reembolsado!


¿Cuánto sería? Le pagaré ahora.

Él la miraba mientras escuchaba, pero para disgusto de ella, sus tripas rugieron
otra vez antes de que él pudiera responder; se sintió avergonzada.

Él tomó el celular de la mesa con una sonrisa de complicidad.

—¿Tiene alguna restricción alimentaria? —le preguntó mientras la miraba, a lo


que ella sacudió la cabeza de forma reflexiva.

Luego, le hizo el pedido de comida a la azafata por teléfono.

—¡Qué coincidencia! Yo tampoco he comido, cenemos juntos —dijo con una


sonrisa después de colgar.

Delia se dio cuenta de que él no tenía intenciones de que ella le pagara el


boleto, así que dejó de preguntarle. Él sacó sus propios cubiertos cuando la
azafata trajo la comida. Vio que Delia, sentada enfrente, lo miraba inquieta.

Quizás él notó la extravagancia en sus acciones. Guardó sus cubiertos y optó


por cenar con Delia utilizando los cubiertos desechables.

—Está bien. No me preste atención. Haga lo que desee —respondió ella a toda
prisa con una sonrisa forzada en el rostro. El hombre esbozó una sonrisa de
complicidad y se dispuso a cenar utilizando los cubiertos desechables de
forma elegante.

Ella lo miró a hurtadillas mientras comía. Su comportamiento era de familia


noble y lo hacía resaltar en su entorno. Aunque estaban sentados en un coche
de camas suaves de lujo, casi se sentía como si él hubiera admitido estar
sentado en ese lugar. «Quizás esa era la diferencia clave entre las personas»,
pensó.

La azafata retiró la comida de la mesa. No habían conversado mucho durante


la cena. Ella estaba dejando pasar el tiempo mientras jugaba en su teléfono
cuando Dunia Muñoz, su amiga de la infancia, le envió un mensaje por
WhatsApp. «Delia, (sollozos)… terminé con mi novio. ¡Necesito que me
consueles!».

«¿Terminó?», la noticia la sorprendió y de inmediato le envió un emoji para


consolarla.

«¡Me estaba engañando en el apartamento que rentamos juntos! ¡Se estaba


acostando con mi compañera de piso y lo agarré con las manos en la masa!».
Ella permaneció en silencio después de leer la respuesta de Dunia. Ella sufrió
un incidente similar cuando Mario Herrera la engañó. Luego, él le habló sobre
eso como si fuera lo más natural del mundo y esa acción le rompió el corazón.

Delia sintió la necesidad de que la consolaran, así que no sabía cómo consolar
a su amiga, que estaba viviendo una experiencia similar. De hecho, lo que le
sucedió a ella fue aún más lamentable que lo sucedido a Dunia.

«¿No es todo una m*erda? Y tenía que pasarme a mí», Dunia envió otro
mensaje.

«Dunia, no estés triste. ¡No llores por ese hijo de p*ta! ¡No merece tus
lágrimas!». Con su respuesta, Delia se estaba motivando a sí misma.

«Delia, quiero escucharte cantar “Soy Feliz”». Delia cantaba todo el tiempo cada
vez que ella y sus amigas de la escuela secundaria se reunían para el karaoke.
Podía cantar mejor que la cantante original, pues descendía de una familia con
talento innato para cantar y actuar.

«Estoy en un tren, ¡y no es el mejor lugar para cantar!».

«En verdad, quiero escucharte cantar Delia. Considéralo una manera de


consolar a tu lejana amiga de la infancia. Por favor, Delia, el dolor en el corazón
me está matando».

Delia miró la solicitud de Dunia antes de mirar al hombre que estaba trabajando
en su computadora portátil frente a ella.

—Esto… señor… ¿puedo cantar una canción? —preguntó ella con mucho
atrevimiento, pues había decidido hacerlo por su amiga, quien tenía el corazón
destrozado.

Él miró a Delia y sonrió.

—Si canta bien, por supuesto que puede.

Delia se sintió avergonzada y sostuvo el teléfono con la cara color escarlata.


Después de activar la función de grabar, miró al hombre sentado frente a ella.
La hizo pensar en el herido de aquella noche. «¿Son la misma persona?», ella no
estaba segura. Pensó que sí, pues eran muy similares. Sin embargo, pensó que
se equivocaba, pues sus personalidades eran diferentes.

Se encontró con el hombre de aquella noche en dos ocasiones más, así que
sabía que era discretamente apasionado. Cada vez que aparecía, venía
acompañado de un beso repentino. Por otra parte, este hombre delante de ella
era afable y caballeroso.

Delia lo pensaría demasiado si seguía mirando a aquel hombre


endemoniadamente apuesto; así que cerró los ojos y cantó:

—<i>No hay nada que no pueda decir, créeme que no lloraré porque no estaré
triste. ¿De quién es la culpa? Nadie sabe. Entonces es mía si tiene que acabar.
No puedo hacer nada, créeme no me importa, aun si te vas…</i>

En cuanto terminó de cantar, se lo envió a Dunia. Tenía la esperanza de que su


voz sirviera de consuelo a su amiga de la infancia en la distancia.

Luego, escuchó unos aplausos. Cuando miró en la dirección de donde provenía


el sonido, lo vio bajar las manos y la alabó con una sonrisa:

—Canta bien.

—Gracias. —Ella sonrió encantada.

—¿Puede cantar más? —continuó.

—¿Qué le gustaría escuchar?

—Su mejor canción.

—Claro. —Delia sonrió y desbloqueó su teléfono antes de pasar a la letra de la


canción. Escogió una un poco más alegre.

—<i>En esta noche de verano, las estrellas brillan más en el cielo norteño.
Apareciste en el momento más inesperado. Crees que he mirado hacia otro
lado, pero siempre te tengo presente, esa calidez sobrevive en mi alma. Me
anima a dormir, tan pacíficamente, ese verano pacífico, siempre en mi
corazón</i>.

Mientras la escuchaba, el hombre se recostó en el sofá con las manos


cruzadas detrás de la cabeza. Sonreía con los ojos cerrados mientras la
escuchaba. «¡Sí que tiene una voz linda! No importa cuánto la escuche, no me
aburro».

Cuando Delia terminó de cantar, notó que él estaba dormido en el sofá. Había
un poco de frío por el aire acondicionado. Ella tomó la manta de la litera y lo
arropó.
Aun dormido, el hombre se veía estupendo. Tenía un rostro bello, cejas tupidas,
una nariz respingona y labios sensuales. Todo en él irradiaba elegancia.

Lo miraba y le parecía familiar. Después de repasar sus recuerdos, notó que se


parecía al herido que había entrado a su habitación aquella noche, a quien ella
ayudó. «Aunque es demasiada coincidencia. He dejado Ciudad Ribera».

Cuando Delia reaccionó y miró al hombre elegante, sonrió. «Es agradable


conocer a un buen hombre cuando no me siento bien».

Cuando amaneció, el tren ya estaba cerca de Ciudad Buenaventura.

Cuando Miguel despertó, notó que una manta lo cubría. De forma reflexiva, miró
a la litera que tenía enfrente y la vio durmiendo tranquilamente sobre un
costado.

«Debió haber sido ella quien me abrigó anoche», sonrió con alegría.

En ese momento, la azafata tocó a la puerta para informarles con delicadeza:

—Buenos días, estimados pasajeros. Arribaremos a Ciudad Buenaventura en


media hora.

Como si hubiera escuchado a la azafata y su recordatorio, Delia comenzó a


parpadear. Estaba despertando.

Miguel reaccionó, tomó sus artículos de tocador y entró al baño.

Delia se sentó de inmediato y sacó su teléfono para ver la hora. Un minuto


después, suspiró en señal de alivio, pues pensó que se había quedado dormida.

Se acercó al extremo de la cama todavía un poco dormida y se dispuso a bajar


por la escalera, pero se saltó un escalón y se cayó.

¡Paf!

—¡Ah! —Cuando él escuchó a alguien gritar de dolor, enseguida soltó la toalla y


salió. Entonces vio a la chica en el suelo masajeándose el tobillo derecho con
una expresión de dolor en el rostro.

—¿Qué sucedió? —Se acercó con rapidez y se agachó para preguntarle


preocupado.

Delia apretó los labios y guardó silencio. No quería decirle que se había saltado
un escalón y se había caído de la litera. Cuando Miguel se dio cuenta de que
estaba guardando silencio, se dio cuenta de lo sucedido y se rio. «¡Qué chica
tan tonta!».
—¿Qué tiene de gracioso? —farfulló ella a modo de queja mientras fruncía el
ceño.

—Lo siento, fue grosero de mi parte —se disculpó él de manera educada y


agarró su tobillo.

En cuanto lo tocó, ella gritó. «Parece que se hizo un esguince».

»La ayudaré a levantarse. —Miguel agarró su brazo. Cuando la levantó, notó que
era muy liviana; en otras palabras, era delgada y frágil.

—Gracias. —Ella le agradeció de manera educada antes de sentarse en el sofá.

—No hay problema. —Sonrió y dio la vuelta para empacar sus cosas.

Cuando el tren arribó a su parada, Delia tomó su equipaje e intentó salir


saltando en un solo pie. Cuando él la vio, llamó a la azafata para que la ayudara
con el equipaje. Unos instantes después, se le acercó y la cargó en sus brazos.

La manera repentina en que la cargó como a una novia la impactó. La azafata


tomó su equipaje, los escoltó para bajar del tren y los mandó a la línea de
seguridad.

Miguel la puso en el suelo y le señaló su equipaje.

—Puede sentarse en mi equipaje, para así empujarla.

—Gracias, pero puedo caminar sola. —Ella se rehusó sonriendo.

Miguel arqueó las cejas y miró la salida que aún quedaba a cierta distancia de
ellos.

—¿Está segura que quiere ir saltando en un solo pie hasta allá? —le preguntó.

Al decir eso, Delia miró la salida que no estaba tan lejos y a la multitud a su
alrededor.

—Entonces… pienso que debería sentarme en su equipaje. —Sonrió


avergonzada.

Miguel, sonriendo, la acomodó sobre su equipaje que era grande y resistente;


una persona podía sentarse en él y además Delia no pesaba. Él empujaba su
equipaje con una mano y en la otra llevaba el de ella. Antes de continuar, le
recordó:

—Agárrese fuerte.

Para todos, parecían una pareja enamorada en la que el apuesto muchacho


malcriaba a su novia. Delia notó que muchas jóvenes que pasaban por su lado
la miraban con envidia. Para ser honesta, notó que ir sentado en el equipaje y
que alguien te empuje es una experiencia divertida.

Cuando llegaron a la salida, un deslumbrante<i> Ferrari </i>rojo estaba


parqueado afuera. Al salir, empujando a Delia, Miguel se dirigió hacia el
<i>Ferrari</i>.

En ese momento, una mujer vestida a la moda y de porte profesional descendió


del auto. Llevaba un vestido con chaqueta negra y tacones. Tenía el cabello
corto y arreglado; con unos mechones detrás de la oreja derecha. Llevaba
además unos pendientes de borla plateados.

—Pensé que ibas a llegar tarde, Miguel. —Se acercó con una sonrisa. Cuando
vio a una desconocida sobre su equipaje, dejó de sonreír.

—Sí —contestó él con calma.

Su carro se rompió de manera inexplicable en el camino y casi choca. Quiso


reservar un vuelo, pero no había asientos disponibles y sucedió lo mismo con el
tren de alta velocidad. Aunque tuvo suerte de que hubiera una estación de
ferrocarril cerca.

—¿Dónde está tu asistente? ¿Por qué no está contigo? —continuó, todavía


ignorando a Delia.

—Pasó algo en su familia y se fue anoche —respondió de manera cortante. Él


no planeaba reembolsar el boleto de su asistente, pero pensó que otra persona
podría necesitarlo, así que lo hizo. Al final, alguien sí lo necesitó. Después de
una pausa, continuó—: Envía a esta muchacha al hospital. Se torció el tobillo.

—¿Y tú? —dijo la mujer haciendo un mohín.

—Tomaré un taxi. Nos vemos después. —Él parecía estar apurado, así que tomó
su portafolio a toda prisa y se dirigió a la plataforma a esperar.

Delia no pudo agradecerle, así que se despidió de él. Cuando se volteó, vio que
la mujer la miraba celosa y sonrió incómoda.

—En realidad mi pierna está bien.

—¡Entonces bájate del equipaje! —le riñó.

Delia se bajó rápido del equipaje de Miguel y se paró en una sola pierna.

Cuando la mujer la vio saltando con el pie izquierdo, pensó que no estaba
fingiendo. Como Miguel le había pedido que hiciera su trabajo, le preguntó:

—¿Qué relación tienes con Miguel?


—¿Eh? —Delia estaba asombrada. «¿Mi… mi relación con él? ¿De qué está
hablando?».

—Olvídalo. Una mujer hogareña como tú nunca podría tener una relación con
Miguel —dijo entre dientes.

Delia sabía que la mujer se estaba burlando de ella y en ese momento se dio
cuenta de que a la mujer le gustaba el hombre, así que sonrió.

—¿Sabes cómo me lastimé la pierna?

—¿Qué hiciste? —Puso los ojos en blanco.

—Retozamos demasiado en la pequeña cama del tren. En medio de la pasión,


me caí y me torcí el tobillo por accidente —dijo Delia intencionalmente.

—¿Por qué…? —Al escuchar eso, la mujer entró en pánico. Le creyó con
facilidad, porque Miguel Larramendi nunca había mostrado semejante cortesía
hacia ninguna otra mujer.

Miguel nunca había estado en una situación ambigua con ninguna mujer,
mucho menos dejar que se sentara en su equipaje y empujarla. «¿Me pidió que
la enviara al hospital mientras él se iba en un simple taxi? ¿Esta mujer tan
siquiera sabe quién es Miguel Larramendi?».

Miranda Salazar, enojada, miró a Delia que sonreía con petulancia. Puso los
ojos en blanco antes de tomar el equipaje de Miguel y regresar al <i>Ferrari</i>.
Un minuto después, se alejó manejando con rabia.

Cuando Delia vio que la mujer se había marchado, sacó su teléfono y llamó a su
hermano. El teléfono sonó durante mucho tiempo y nadie contestó. Ella pensó
que quizás estaba tomando una siesta, así que puso su equipaje en el suelo y
se sentó sobre él a la espera de que Ernesto le devolviera la llamada.

Ciudad Buenaventura era tan avanzada y absurdamente próspera como Ciudad


Ribera. Ella era el mínimo denominador común en este tipo de metrópolis,
mientras otros se encontraban en las altas esferas.

Hoy era un día especial para la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía,


una filial del Grupo Larramendi que se ocupaba de todo lo relacionado con la
construcción, incluyendo planificación, diseño, propuesta, ingeniería,
presupuesto, contabilidad, finanzas y control de calidad.

Era un hermoso día y el sol brillaba sobre la ciudad. En la concurrida y tensa


Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía iba a tener lugar un cambio
importante en el personal. Todos trabajaban y a la vez susurraban los últimos
rumores a medida que llegaban las noticias.
El aire en el salón de conferencias del último piso era frío, un crudo contraste
con el sol que brillaba afuera de la ventana. En este momento, los accionistas
estaban en el proceso de elegir a un nuevo director general.

—Si Miguel no llega a tiempo, ofreceremos el puesto de director general a otra


persona.

En el gran salón de conferencias había un grupo de hombres en traje sentados


alrededor de la mesa.

—Eso es un poco apresurado, ¿no cree, Señor Carlos? —dijo con voz fría el
hombre que entraba por la puerta.

Cuando todos miraron en la dirección de donde provenía la voz, la secretaria


estaba abriendo la puerta y Miguel Larramendi hacía su entrada con frialdad. Al
ver que Miguel había logrado llegar sin complicaciones, Carlos apretó los labios
y su oscura mirada mostró hostilidad.

Después de mirar a uno y al otro, todos se pusieron de pie para aplaudir al


nuevo director general. Carlos Larramendi miró a su asistente antes de
levantarse y marcharse.

Miguel sabía que alguien había saboteado su auto, pero no tenía evidencia que
apuntara al culpable.

Al terminar la reunión, Miguel se dirigió a la oficina del director general. En


cuanto se sentó, el teléfono en su bolsillo vibró.

—Ay, ¡qué agradable saber de ti, Manuel! —contestó con una sonrisa cálida.
Había pasado casi seis meses desde la última vez que vio a su hermano.

—Ve al aeropuerto a las tres a recoger a tu futura cuñada, Miguel —le dijo
Manuel distante. Siempre hablaba así. Sin importar lo que expresara, siempre
sonaba como si estuviera dando órdenes.

A Miguel no le importaba eso. En cambio, fastidió a Manuel:

—Ha pasado casi seis meses desde que nos vimos. ¿Cuándo te conseguiste
novia?

—Ella me salvó la vida.

—¿Y le estás pagando con tu felicidad?

—No estoy seguro. —Manuel estaba en una misión en Ciudad Buenaventura


también. Sin embargo, no podía recoger a Mariana, así que tuvo que pedirle a
su hermano que la recogiera.
Manuel no esperó a que Mariana molestara al Sr. López para conseguir un
boleto para venir a Ciudad Buenaventura a divertirse. Pensó que después de
venir de su pueblo natal, ella vivía bien en la Mansión Colina de Ciudad Ribera.
Se preguntaba si era coincidencia o un complot intencionado de alguien.

Después que Manuel se despidió de Mariana, nunca más la llamó. Había


querido enviarle un mensaje, pero después que el Sr. López le contó sobre ella,
no sabía cómo enfrentarla.

Él la extrañaba, pero el Sr. López dijo que era una despilfarradora cuya vida
privada estaba llena de pecados.

A menudo, ella invitaba a sus amigos a fiestas llenas de bebida y bailes


provocativos en la Mansión Colina de la familia Larramendi. A aquella mujer no
solo le gustaba la «atención» y transmitir en vivo para presumir su dinero, sino
también coquetear con los apuestos guardaespaldas.

Después que terminó de escuchar el recuento del Sr. López, el rostro de Manuel
se ensombreció. «¿Por qué Mariana se está comportando de manera diferente
a la persona que conozco?». Sin embargo, aunque tenía dudas, la realidad
hablaba por sí sola.

Dado que ella era la mujer que él quería, le aceptaría todo. Podía tolerar que
gastara dinero e invitara a sus amigos a las fiestas en casa. Sin embargo, no
podía aceptar que coqueteara con ningún otro hombre.

Manuel le pidió al Sr. López que le dijera que no se libraría con facilidad si se
enteraba que estaba coqueteando con otros hombres.

Si él no le gustaba, Mariana pudo haberse rehusado cuando el Sr. López intentó


llevarla a casa. Sin embargo, lo siguió por voluntad propia en lugar de
rechazarlo. Eso era suficiente para indicarle que ella lo había aceptado. Dado
que Mariana era la prometida de Manuel, tenía que comportarse como una
señorita de la familia Larramendi.

Cuando el Patrón Larramendi supo que esa mujer había salvado a su nieto
mayor, accedió a que Manuel se casara con ella.

Él ya había buscado algunas jóvenes ricas para casarlas con Manuel. Sin
embargo, cuando supieron que estaría en el ejército toda la vida, todas se
retractaron.

Nadie quería casarse con Manuel solo por papeles. El Patrón Larramendi
tampoco podía hacer nada con aquellas que venían por el dinero y la influencia
de la familia.

El amor era inusual en estos tiempos. Ahora que su nieto había pedido casarse
con alguien, él estaba encantado de acceder a su petición. Y como le pidió
permiso, él pensó que la mujer debía ser importante para su nieto. Al final, le
dijo que tenía que retirarse del ejército si quería casarse.

Para su sorpresa y alegría, su nieto, quien era siempre tan obstinado, accedió a
hacerlo. Ahora que este jubiloso suceso que el patrón tanto ambicionaba
tendría lugar, estaba totalmente a favor.

—¿El abuelo sabe que tienes novia? —preguntó Miguel.

—Sí.

—Fantástico. Había estado molestándome sin cesar para que te pidiera que te
retiraras del ejército con la excusa del matrimonio. Ahora que tienes novia y se
van a casar, se pondrá loco de contento. Eres el heredero de la familia
Larramendi, así que el abuelo tiene razón en pedirte que te retires del ejército.

—¿Tú también lo apoyas?

—Por supuesto. Bien, logré quitarle la Empresa de Desarrollo Inmobiliario


Armonía al tío Carlos por ti.

—Yo iba a dártela a ti. Si no fuera porque se inmiscuye…

—La Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía le pertenece al Grupo


Larramendi y tú eres el heredero del grupo. Por extensión, la Empresa de
Desarrollo Inmobiliario Armonía te pertenece. Pelearé a tu lado, Manuel, para
que no tengas que darme la empresa.

—Muy bien, ya deja las formalidades. Hablaremos cuando tengamos la


oportunidad. —Manuel colgó y no le dio a Miguel la oportunidad de terminar lo
que tenía que decir.

«¡Olvidó darme el teléfono de su prometida!», en cuanto lo pensó, Manuel le


envió el nombre y el teléfono de Mariana.

El Grupo Larramendi tenía tres filiales: Propiedades Tamayo, Empresa de


Desarrollo Inmobiliario Armonía y Propiedades Ríos. Tamayo estaba a cargo de
la industria electrónica, Armonía de la industria de bienes raíces y Ríos se
ocuparía del sector del entretenimiento. El jefe del Grupo Larramendi era
Alberto Larramendi, su abuelo, mientras que el heredero de la empresa sería
Manuel, su hermano mayor.

En cuanto a él, bueno, era el asistente de su hermano. Miguel nunca se había


atrevido a cruzar esa línea.

Un rato después, Miranda regresó con un ramo de flores.

—Felicidades por ser el director general, Miguel. —Le entregó el ramo. Era raro
ver a una mujer dándole flores a un hombre.
Él no lo tomó, así que Miranda con astucia lo puso en un florero junto a ellos.

—¿Cómo está la pierna de la muchacha? —preguntó él mientras se dirigía a su


buró para revisar algunos documentos.

Miranda, impactada, hizo una pausa y en sus labios se dibujó una mueca de
amargura. No esperaba que Miguel siguiera pensando en aquella mujer. Arregló
las flores en el florero y le respondió celosa:

—El doctor dijo que su pierna estaba bien. Solo estaba fingiendo estar
lastimada.

—¿Estaba fingiendo? —Miguel se quedó atónito. «¿Su pierna estaba bien incluso
después de haberse caído de esa altura?».

—¡Sí! Estaba fingiendo. La mujer está perfectamente bien. —Miranda


«embelleció» la historia.

Miguel sonrió con complicidad.

—Es bueno saberlo —dijo entre dientes.

«¿Es todo?». Miranda se volteó y miró a Miguel estupefacta. «Se supone que le
desagrade esa mujer por haber mentido. ¿Por qué está sonriendo ahora?».

—¿Qué representa esa chica para ti, Miguel? —le preguntó de manera coqueta,
pues no podía seguir reprimiendo su curiosidad.

Miguel no dijo nada y se sumergió en el trabajo. Un minuto después, levantó el


teléfono de su escritorio y preguntó:

—¿Cómo va el proyecto de la Primaria Esperanza en el Distrito Ámbar, Luaces?

Cuando se dio cuenta de que Miguel la estaba ignorando, Miranda entendió que
no tenía sentido quedarse por más tiempo, así que salió de su oficina. «Soy su
amiga de la infancia; ¿sin embargo, piensa más en esa aventura de una noche
que en mí?». Estaba furiosa de tan solo pensarlo, así que maldijo a Delia una y
otra vez en silencio.

Delia estornudó un par de veces por eso. Se restregó la nariz y de nuevo llamó a
su hermano al ver que aún no la llamaba. Cuando se comunicó esta vez, Delia
gruñó:

—¡Al fin contestas, Ernesto!

—¿Es… Delia? —Se escuchó una voz de mujer en el teléfono.

Delia pensó que había marcado un número equivocado, así que revisó otra vez
el número en la pantalla.
—Tu hermano está durmiendo aún. ¿Ya llegaste? Iré a buscarte —continuó la
mujer.

—Hola, ¿me puede decir… quién habla? —preguntó perpleja.

—Soy Xiomara, la novia de tu hermano —respondió con serenidad como una


mujer madura.

Con tan solo escuchar su voz, Delia pudo sentir su aura viajando por las ondas
de radio directamente hasta ella.

—Hola, Xiomara —la saludó insegura.

—¡Buena chica! Mantén tu teléfono encendido. Te llamaré en cuanto llegue.

—Muy bien —contestó Delia muy dócil. Entonces Xiomara colgó.

¡¿En lugar de su hermano, iba a venir su novia?! En verdad Delia no tenía mucho
que decir sobre su hermano Ernesto. Después de esperar alrededor de media
hora, su teléfono sonó, así que contestó la llamada:

—¿Es Xiomara?

—Sí, ya estoy aquí. ¿Dónde estás?

—Estoy afuera en la calle, cerca de la salida de la estación.

—Ya te vi. ¡Mira para el frente!

Al escuchar eso, Delia levantó la cabeza para mirar. Una mujer en un


<i>Santana</i> plateado le hacía seña con un teléfono en la mano.

A Delia no le quedó más remedio que cojear hasta allá con su equipaje. Al
darse cuenta de que ella caminaba con dificultad, Xiomara se bajó del auto y
tomó su equipaje. Al mismo tiempo, le preguntó preocupada:

—¿Qué te pasó en la pierna?

—Me torcí el tobillo. No es para tanto. —Sonrió.

En cuanto Xiomara guardó el equipaje en el maletero, ayudó a Delia a subir al


asiento del acompañante.

—¡Ajústate el cinturón! —Le pidió en cuanto se sentó en el asiento del


conductor.

Ella asintió y agarró el cinturón para ponérselo.


—¿Me dijo Ernesto que quieres trabajar aquí? —preguntó Xiomara por el
camino.

—Sí —respondió bajito.

—Ni siquiera te has graduado de la universidad. Además, eres de una


universidad comunitaria, así que te será difícil encontrar un trabajo decente en
Ciudad Buenaventura —continuó Xiomara.

—Lo sé… —contestó despacio. Antes de venir, había pensado en eso. Sin
embargo, no quería quedarse en casa, por eso vino de todos modos.

Xiomara la miró y siguió preguntando:

—Tu hermano me comentó que cantas muy bien. ¿Te interesa ser cantante a
tiempo parcial en un club?

—¿Cantante? —Delia estaba perpleja.

Xiomara miró a Delia una vez más y notó que ni siquiera sabía lo que era, así
que lo expresó de otra manera.

—Es similar a cantar en un bar, pero el club aquí es más extravagante y de más
categoría que los bares cerca de donde vives.

—¿Puedo… puedo ganar mucho cantando? —preguntó sin rodeos porque en


verdad necesitaba dinero ahora.

Xiomara sonrió y le dio una respuesta irrelevante.

—¡La manera más rápida para una mujer de ganar dinero en esta ciudad es
juntándose con hombres ricos!

Delia cerró la boca con sensatez. Xiomara había sido amable en recomendarle
un trabajo, ¿entonces por qué debería importarle si podía ganar una fortuna con
eso y por qué estaba exigiendo tanto? Ella debió haber insinuado eso y aunque
su corazón estaba triste, entendió por qué lo había dicho.

El auto se detuvo en un semáforo en una intersección. Xiomara suspiró.

—Ciudad Buenaventura es famosa por tener mucho tráfico.

—Ya veo… —respondió en un tono de voz tranquilo y plano sin dejar de mirar el
paisaje por la ventana del auto. Un magnífico edificio resaltaba entre los demás
y de inmediato llamó su atención.

¡Grupo Larramendi! Al ver el llamativo logotipo encima del edificio, Delia se


sintió mareada. Necesitaba aire fresco, así que bajó la ventanilla. Luego, se giró
hacia Xiomara y le preguntó:
—¿La oficina central del Grupo Larramendi está en Ciudad Buenaventura?

—Sí. ¿No lo sabías? —le respondió Xiomara distraída mientras miraba el


semáforo enfrente.

Delia sonrió con complicidad. De hecho, acababa de enterarse ahora, pero


había escuchado hablar del Grupo Larramendi con anterioridad. Era una de las
empresas internacionales más destacadas donde de seguro los graduados de
universidades de tercera como la suya no podían ni poner un pie.

En ese momento, un elegante todoterreno negro se posicionó detrás de un


lujoso auto.

Manuel pisó el freno y miró el semáforo; se dio cuenta de que aún tenía que
esperar un minuto.

Mientras tanto, en el <i>Santana </i>plateado, Xiomara estaba aburrida y le dijo


a Delia de repente:

—Delia, cántame una canción.

Ella accedió con gusto. Sin acompañamiento musical, comenzó a cantar


recostada a la ventanilla del auto.

Una voz dulce y refrescante viajó por el aire y llamó la atención de Manuel, que
estaba sentado en el asiento del conductor del elegante todoterreno negro. Él
miró en la dirección de donde venía la voz. Cuando vio a Delia sentada en el
asiento del acompañante del <i>Santana </i>plateado junto a su auto, se
estremeció.

«¡¿Mariana?!».

Después que ella lo había rescatado cuando estaba herido, él se había


marchado al amanecer.

Antes de irse, la levantó del colchón en el suelo y la puso sobre la cama.


Claramente él había visto su verdadero rostro ovalado y regordete. Ella tenía un
aura refrescante. Sus cejas eran finas; sus pestañas largas y tupidas. Sus
delgados labios rojos se veían muy delicados.

Al mirar sus labios, extrañó la sensación de besarla. La primera vez, ella dijo
que había sido su primer beso. Ella no sabía que también había sido el primer
beso para él. La segunda vez, la besó por la fuerza porque la extrañaba. La
tercera vez, la besó a la fuerza de nuevo porque se sentía agradecido con ella.

Él nunca había estado en una relación ni había tenido a una mujer en su vida. En
el pasado, como estaba solo, no tenía en cuenta su propia vida. Ahora, de
repente, tenía a alguien por quién vivir; por tanto, comenzó a atesorar su vida.
Era esta mujer a quien tenía la necesidad de proteger y adorar por el resto de su
vida.

Desde joven, Manuel siguió los pasos de su padre y vivió su vida en el cuartel.
Solo tenía 16 años cuando lo admitieron por adelantado en la Universidad
Militar. Cuando cumplió 20, se convirtió en el mayor general más joven de la
historia. Al mismo tiempo, comenzó su vida en el ejército y pasó la mayor parte
del tiempo lejos de casa. Después, por ser tan inteligente, lo enviaron a estudiar
a una reconocida academia de policías en otro país, y cuando regresó, trabajó a
tiempo parcial en las fuerzas especiales.

Desde su nacimiento hasta ahora, Manuel Larramendi había dedicado su vida a


su país. Por tanto, nunca había tenido sus propios sentimientos. Solo esta vez
se sintió conmovido y se enamoró de ella.

Su carácter abierto, sus habilidades culinarias, su belleza natural y cómo le dijo


que sentía pena por él; todo en ella lo hacía extrañarla.

Antes de irse y por impulso, le había puesto en el cuello el colgante de jade que
había heredado de sus ancestros y le dejó un beso en la frente que solo le
pertenecía a él.

Cuando llegó a casa, incluso le dijo con seguridad a su abuelo que quería
casarse con ella.

Después de recordar todo esto, Manuel se sintió confundido. Pensó que ella
llegaría a Ciudad Buenaventura a las 3 de la tarde.

¿Por qué había aparecido aquí de repente?

—¡Mariana! —gritó por reflejo.

Justo en ese momento, Xiomara subió la ventanilla que estaba junto a Delia,
pues tenía puesto el aire acondicionado y la tonta la había bajado.

—Xiomara, ¿qué te pareció mi canto? —le preguntó con una sonrisa cuando
terminó de cantar.

—¡Nada mal! Puedes cantar en el club —respondió satisfecha.

Mientras tanto, Manuel sacó el teléfono para llamar al Sr. López, quien le
informó que Mariana estaba empacando su equipaje en la Mansión Colina en
Ciudad Ribera. Planeaba tomar el avión para Ciudad Buenaventura después de
almorzar. Entonces Manuel se dio cuenta de que debía haberla confundido con
otra persona.

Cuando llegaron a la casa que Ernesto tenía rentada en Ciudad Buenaventura,


lo primero que Delia pensó en cuanto entró fue que era un desastre…
Xiomara se veía limpia y organizada por fuera. Era sorprendente que no le
gustara organizar.

—Ernesto, tu hermana está aquí. ¡Despierta! —gritó ella mientras entraba al


dormitorio.

¡Blam! La puerta se cerró.

Delia entró saltando en un solo pie con su equipaje hasta el sofá, donde hizo a
un lado todas las revistas desordenadas para sentarse.

—¡Sinvergüenza, sé delicado! —gruñó con dulzura Xiomara en la habitación.

—Cariño… dame un beso…

—¡Tu hermana te está esperando afuera!

—Pero te deseo ahora…

Delia no pudo escuchar con claridad el resto de la conversación, pero le


impactó saber lo mal insonorizado que estaba ese lugar.

El apartamento era enorme. Tenía una sala de estar, un comedor, una cocina y
un baño. Por las medidas, a Delia le pareció que era similar a un apartamento
de solteros. Viéndolo desde afuera del edificio, el lugar parecía más bien
imponente.

Y más importante aún, justo enfrente del edificio, se encontraba la ilustre


Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía perteneciente al Grupo
Larramendi.

Cuando Delia aún era estudiante, sus compañeros y profesores le habían


hablado de esta empresa. Era una reconocida empresa de bienes raíces en el
país. Sin embargo, su negocio no se limitaba a las propiedades inmobiliarias,
también incluía hoteles y centros comerciales.

Desafortunadamente, esta enorme empresa no aceptaba pasantes.

¡Ñic! De repente, la puerta se abrió.

Delia vio a su hermano Ernesto asomando la cabeza.

—Delia, ¿puedes bajar a comprarme una caja de preservativos? —preguntó


avergonzado.

—¿Yo? —Delia no podía creer lo que escuchaba.

Ernesto asintió repetidas veces y le suplicó con la mirada.


—Mi hermanita querida, te lo pido, hazme ese favor. ¡Es muy urgente!

—¿Dónde puedo comprarlos? —Delia, atónita, no tuvo más remedio que


preguntar.

Ernesto sonrió.

—Puedes comprarlos en el vestíbulo. Cerca de la entrada, hay una máquina


expendedora de aperitivos y, al lado, hay una de preservativos.

—¡Eres ridículo, Ernesto! —Delia se levantó de mala gana del sofá y cojeó hacia
la puerta. Después que habló, Ernesto cerró la puerta. Ni siquiera se dio cuenta
de que ella tenía dificultades para caminar.

Mientras tanto, después de que Miguel terminó de trabajar, se dio cuenta de


que la noche anterior se había quedado dormido sin ducharse. Se sintió muy
incómodo y decidió volver a su apartamento a bañarse antes de recoger a su
cuñada Mariana por la tarde.

Miguel salió de la empresa y al llegar al vestíbulo del edificio, se tropezó con


una joven conocida que salía cojeando por la puerta. Ella se dirigió a la máquina
expendedora y empezó a examinarla. Sin embargo, no pudo encontrar por
dónde introducir el dinero. En realidad, Delia estaba frustrada. Nunca había
utilizado este tipo de máquinas expendedoras para comprar algo, así que tuvo
que estudiarla. Al darse cuenta de eso, Miguel caminó hacia ella.

—¿No se ha recuperado su pierna? —De repente, una voz familiar proveniente


de atrás de ella la sobresaltó.

Al voltearse, descubrió que era el hombre amable y apuesto que había conocido
esta mañana.

—¡Mi pierna está bien! —Sonrió. Él le miró la pierna. De alguna manera sintió
que ella no estaba fingiendo cuando salió hacía un momento—. ¡Qué casualidad
encontrarlo aquí! —continuó ella.

En un inicio, Miguel quiso decirle que era el dueño de este edificio de


apartamentos, pero dudó. En su lugar, preguntó por amabilidad:

—¿Qué está comprando? ¿Necesita ayuda?

—Quiero comprar preservativos, pero no sé cómo... —dijo ella sin pensar. Luego,
de repente, se dio cuenta de que podía malinterpretarla, así que añadió
enseguida—: ¡Son para mi hermano y su novia!

—¿Qué marca necesitan? —le preguntó con calma.

Delia quería que la tierra se abriera y se la tragara.


—¿Por qué no dice nada? —preguntó de nuevo Miguel con calma.

En ese momento, la cara de Delia estaba sonrojada.

—Solo compre la marca que crea que sea buena... —Ella no sabía qué
contestarle; solo podía dejar la decisión en manos de este hombre tan guapo.

De manera inesperada, Miguel respondió sin poder evitarlo:

—Nunca los he usado, así que no sé cuál es mejor.

De inmediato, Delia se sumió en un incómodo silencio. Justo en ese momento,


el teléfono en el bolsillo de Delia sonó y tuvo que contestar. En cuanto lo hizo,
Ernesto gritó por el teléfono:

—Delia, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué tardas tanto en comprar preservativos?
¿No sabes que Xiomara se está impacientando?

—Sinvergüenza, no me metas en esto, ¿quieres? —El dulce gruñido de Xiomara


se escuchó por el altavoz del teléfono—. Ernesto, ¿qué marca quieres? —
preguntó ella estupefacta.

—<i>Durex</i>, ultrafinos con patrón en espiral. ¡Cómpralo de fresa!

Cuando llamó, Ernesto habló bien alto. Incluso Miguel, que estaba al lado de
Delia, pudo oír claramente qué marca le gustaba.

—De acuerdo —dijo Delia aturdida. Cuando colgó, Miguel ya estaba


comprándoselos.

—¡Ding!<i> </i>Por favor, tome su artículo. Gracias y, por favor, regrese


pronto<i>.</i> —Se escuchó una agradable voz robótica femenina proveniente
de la máquina expendedora. Delia miró hacia abajo y retiró la caja de
preservativos.

—Gracias. Déjeme devolverle el dinero...

—No es necesario. —Miguel esbozó una sonrisa comprensiva antes de caminar


hacia la entrada. Delia lo siguió cojeando. Cuando él entró en el ascensor, se
dio cuenta de que ella no había entrado aún, así que volvió a salir para ver cómo
estaba. La encontró saltando en un solo pie con una mueca de dolor.

—¿Miranda no la llevó al médico esta mañana? —le preguntó de repente.

Cuando ella levantó la cabeza, encontró sus ojos serios.

—Un… un poco después llegó mi hermano, así que no fui con ella. —Ella esbozó
una sonrisa boba. Esa mujer la había torturado bastante esta mañana, así que
prefirió ser amable con sus palabras.
Al escuchar las diferentes explicaciones de ambas mujeres, Miguel sonrió de
oreja a oreja. Ella lo miró fijamente. Tenía que admitir que este hombre se veía
muy apuesto cuando sonreía. Sin embargo, ¿por qué sonreía? ¿Había dicho
algo malo otra vez?

Miguel adivinó lo que había pasado, así que se acercó y le arrebató de repente
la caja de preservativos. Antes de que ella pudiera entender la situación, él le
hizo otra pregunta.

—¿En qué apartamento vive tu hermano?

—Creo que es... el 502 —respondió después de reflexionar por un momento.

—Herrera, venga acá —llamó a la recepcionista, quien acudió de inmediato


como si él fuera un emperador y preguntó con reverencia:

—Director… Director General Larramendi, ¿puedo ayudarlo?

—Envíe esta caja de preservativos al 502. —Antes de que la recepcionista


respondiera, le entregó la caja.

Al principio, la mujer se quedó anonadada. Luego, cogió los preservativos con


timidez y se dio la vuelta para entrar en el ascensor.

Delia estaba aún desconcertada cuando Miguel la levantó de repente, en un


solo movimiento, como se le hace a una novia.

—La llevaré al médico.

Delia se quedó atónita. Miró el apuesto perfil de Miguel y su corazón latió con
fuerza. Este tipo de sentimiento... ¡era refrescante y maravilloso!

En el hospital, el médico examinó la radiografía del pie de Delia y dijo:

—El hueso no está fracturado. Solo tiene un esguince en el ligamento del tobillo.

—¿El dolor durará varios días? —preguntó ella con vacilación. La verdad es que
el dolor le daba bastante miedo. El médico asintió y le recetó algunos
medicamentos.

Miguel ayudó a Delia a salir del hospital caminando. Ella sacó su monedero del
bolsillo y le entregó los 2000 que le había dado su padre.

—Sé que probablemente no sea suficiente para cubrir el boleto y los gastos
médicos, pero solo puedo darle esa cantidad, pues tengo que guardar algo para
mis gastos diarios... —dijo avergonzada, pero con sinceridad.

Para él, en su corazón, esa sinceridad era el aspecto más real y más valioso de
ella.
Esta chica no era igual que esas mujeres vestidas con atuendos caros y muy
maquilladas que lo rodeaban. Estas mujeres eran poco razonables,
pretenciosas y maquinadoras; tenían siempre en mente el objetivo de superarse
unas a las otras o para conseguir algo que querían. Pero ella no era hipócrita o,
en otras palabras, tal vez esa vida aún le era desconocida. Además, su voz era
realmente melodiosa y pura.

Miguel estaba pensando en eso cuando le preguntó:

—¿Cree que la ayudé por su dinero?

—Sé que no, pues no parece que necesite dinero, pero en realidad no quiero
deberle nada, ya que una deuda siempre debe pagarse... —Ella tenía sus
propios principios.

Él sonrió en señal de comprensión y aceptó el dinero.

—Respeto su forma de pensar. —Entonces, sacó otros 3000 de su cartera y se


los entregó a Delia, quien se quedó mirándolo perpleja.

—Debe ser su primera vez en Ciudad Buenaventura. No parece que esté


visitando a sus parientes, así que supongo que debe haber venido para buscar
un trabajo. Como su hermano tiene novia, no es muy apropiado que se quede
con él. Solo asuma que le estoy prestando este dinero —dijo él despacio.

En el edificio de apartamentos que poseía, todas las unidades por debajo del
piso 9 tenían una habitación, una sala de estar, una cocina y un baño. Esta
chica tenía un hermano que tenía novia. Así que era obvio que, si se quedaba
con su hermano, dormiría lastimosamente en la sala de estar. Estaba seguro de
que su análisis era correcto.

Era cierto que él sabía muy bien cómo analizar a una persona. Incluso podía
captar con facilidad las expresiones más sutiles.

Delia se sorprendió de que aquel hombre la hubiera analizado por completo. En


ese momento, sacó su identificación del bolso y se la entregó.

—Esta es mi identificación. Si de verdad quiere prestarme dinero, ¡por favor,


présteme 10 000! Le pagaré y podrá añadir los intereses. Cuando encuentre un
trabajo y gane dinero, sin duda se lo devolveré —dijo con seguridad.

—¿Para qué necesita 10 000? —preguntó por curiosidad.

—Para pagar la matrícula de la universidad y... en verdad necesito encontrar un


alquiler. Es incómodo quedarme con mi hermano y su novia. —Sonrió con
sequedad.

—¿No se ha graduado?
—Estoy en mi segundo año — asintió con sinceridad.

—¿Qué está estudiando? —preguntó de nuevo.

Delia se frotó la nuca con timidez.

—Diseño de interiores.

Miguel no pudo evitar sonreír.

Al ver su sonrisa y las preguntas que le hacía, ella supo que sin lugar a dudas le
prestaría el dinero. Por eso, de manera proactiva, sacó un bolígrafo y unas
notas adhesivas para escribir un pagaré y dárselo junto con su identificación.

—Hasta redactó un pagaré. ¿No tiene miedo de que me niegue a prestarle el


dinero? —Sonrió.

—¡No lo hará! —respondió ella con firmeza. Miguel asintió y se limitó a tomar el
pagaré, pero le dejó la identificación.

—¿Delia Lima? —dijo su nombre con dulzura.

—Sí —le respondió por reflejo.

—¿Cómo se llama su hermano?

—Ernesto Lima. ¿Lo conoce?

Miguel rio y contestó:

—No lo conozco. Pero a juzgar por su nombre, debe ser honesto y buena
persona. De seguro se llevan bien. Sus padres deben haberse querido mucho.

«Sí… Sí...». En efecto, sus padres sentían amor el uno por el otro y su padre
obedecía al pie de la letra lo que decía su madre. Al pensar en su madre, Delia
no pudo evitar sentir una amarga decepción.

»El apartamento de su hermano es una buena opción. Puede preguntar a la


recepcionista si hay alguno disponible para alquilar. Además, si está buscando
trabajo, puede probar en la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía.
Contratan pasantes de diseño de interiores —le sugirió con amabilidad.

¿La Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, propiedad del Grupo


Larramendi, contrata también pasantes de diseño de interiores? ¡¿En serio?!
Delia lo miró con incredulidad, pero recibió una amable sonrisa de su parte. Ella
no sabía que él era el director general, por lo que la contratación de un pasante
solo requería una simple orden.
Aunque Delia pensó que era extraño, porque sabía que dicha empresa no
contrataba pasantes, asintió con la cabeza después de recobrar los sentidos.
De inmediato le agradeció:

—¡En verdad se lo agradezco!

—Por cierto, no traje mucho dinero en efectivo, así que déjeme su número de
cuenta bancaria y le transferiré el dinero más tarde —continuó Miguel.

Delia asintió, escribió el número en una nota adhesiva y se la entregó. ¡Hoy sí


que había conocido a su salvador! Él incluso la envió para el apartamento de
Ernesto. Sin embargo, olvidó preguntar su nombre y solo se dio cuenta después
de que él se marchó. Si el destino lo permitía, le preguntaría la próxima vez que
se encontraran.

Aquel hombre amable y apuesto había mencionado que la Empresa de


Desarrollo Inmobiliario Armonía contrataba pasantes para el diseño de
interiores. Delia decidió probar suerte, así que sacó su teléfono para buscar
cómo solicitar trabajo en la empresa por internet. Luego, envió su currículum.

En ese momento, Ernesto y Xiomara se habían arreglado y salieron del


dormitorio abrazados.

—Delia, Xiomara y yo nos vamos a trabajar y no volveremos para el almuerzo,


así que prepárate algo, ¿está bien? —le informó Ernesto.

—¡No te preocupes por nada y ponte cómoda! —añadió Xiomara. Luego, ambos
se fueron.

Hablando de eso, ya eran casi las 12 del mediodía. ¿Estaba bien que fueran a
trabajar a esta hora?

Delia no entendía. Solo sabía que su hermano era editor en una página web de
búsqueda de pareja. En cuanto a Xiomara, no tenía ni idea de qué hacía. Sin
embargo, ¡lo más probable es que su sueldo fuera bastante bueno!

«Delia Lima…». Miguel sacó el pagaré que ella le había escrito y lo leyó. Luego,
lo rompió y lo tiró a la basura.

Se moría por tomar una ducha de inmediato. Sentía que, si esperaba más, en
cualquier momento le saldría urticaria por todo el cuerpo.

Mientras tanto, Delia se erizó cuando vio la casa de Ernesto. ¿Cómo era posible
que una casa estuviera tan desordenada? Había revistas y periódicos
esparcidos por toda la sala de estar, mientras montones de latas de bebidas,
tazas de fideos instantáneos, aperitivos y otros desperdicios inundaban la
mesa. Incluso una gruesa capa de polvo cubría el televisor en la pared.
Delia no podía soportar permanecer en una casa tan desordenada, así que se
puso a limpiar a pesar de estar lastimada. Cuando iba por la mitad, su teléfono
recibió una notificación de que aquel apuesto hombre le había depositado en
su cuenta bancaria los 10 mil.

Mientras tanto, después de que Miguel se bañó, le dijo a su asistente, Basilio


Zabala, que le transfiriera el dinero a Delia. Luego, almorzó y se acostó a dormir
la siesta. Cuando se despertó, ya era casi la hora, así que cogió las llaves del
auto y salió. A las tres de la tarde, llegó al Aeropuerto de Ciudad Buenaventura.

Cuando los viajeros empezaron a salir uno tras otro, Miguel sacó su teléfono y
llamó a Mariana. La primera vez no se comunicó. Tras varios intentos, por fin
logró comunicarse con ella.

—Hola, ¿eres Miguel? —dijo ella con voz coqueta antes de que él hablara. Al
escuchar su voz, Miguel no pudo evitar que se le pusiera la piel de gallina.

—Sí, Mariana. —Al parecer, su hermano Manuel le había dado su número de


teléfono de antemano.

—¿Estás usando camisa blanca y pantalones plateados? —preguntó Mariana.

Miguel Larramendi, confundido, respondió:

—Sí.

¿Será que ella lo había visto?

En ese momento, una mujer que estaba en la salida en medio de la multitud,


agitaba su mano sosteniendo un teléfono que tenía la pantalla encendida. Era
una mujer alta, maquillada en exceso y lucía un vestido de color morado oscuro
que la hacía verse elegante.

Miguel caminó hacia Mariana y, resuelto como todo un caballero, tomó su


equipaje.

Mientras tanto, Mariana miraba a Miguel atontada. Después de examinarlo bien,


exclamó encantada:

—¡Eres tan apuesto!

El hermano menor era muy apuesto; así que, ¡el hermano mayor debía ser más
apuesto aún!

A pesar de todo, Mariana quedó encantada con él de inmediato, así que no


pudo evitar tomarlo del brazo y acercarse a él sin ninguna pena. Sin embargo, al
momento, Miguel quitó su mano y deliberadamente se separó de ella. Entonces,
dijo cortésmente:
—Mariana, por aquí, por favor.

Entonces Mariana frunció los labios y se sintió un poco disgustada.

¡Ella era prácticamente su cuñada! ¿Realmente era necesario que él se alejara


de ella?

Miguel también estaba sorprendido de que su hermano, Manuel, se hubiera


enamorado de una mujer tan vulgar.

Por la tarde, cuando Xiomara regresó a su casa del trabajo, todo estaba
impecable y casi grita de la emoción. Entonces, vio a Delia tirada en el sofá,
dormida y con un paño de limpieza en la mano.

«¡Esta chica en verdad merece que la quieran!», pensó Xiomara.

—Delia, despierta, date un baño. ¡Te voy a invitar a cenar esta noche! —Cuando
ya casi era la hora, Xiomara despertó a Delia.

Cuando Delia abrió sus ojos, medio dormida, vio que en la casa solo estaba
Xiomara. Entonces preguntó:

—¿Dónde está mi hermano?

—Tu hermano va a hacer horas extra hoy en el trabajo, así que regresará tarde.
Rápido, date una ducha y ponte algo lindo. ¡Voy a llevarte a pasear para que
despejes! —dijo Xiomara radiante de emoción.

Medio dormida todavía y dando tumbos, Delia buscó su ropa antes de ir a


bañarse.

Cuando Delia salió del baño, Xiomara no pudo evitar negar con la cabeza al ver
cómo estaba vestida. Entonces abrió la maleta de Delia sin su permiso y revisó
la ropa que tenía ahí. Al final, ella chasqueó la lengua y dijo con desdén:

—¿Qué ropas son estas?

—¿Qué tiene de malo mi ropa? —preguntó Delia desconcertada.

Xiomara cerró la maleta y llevó a Delia hacia su habitación. Entonces abrió su


armario y deslizó su mano por la ropa que tenía colgada ahí hasta que se
detuvo en un vestido largo completamente blanco.

—Mira, ¡usa este! —Xiomara sacó el vestido blanco y se lo dio a Delia.

Mientras Delia se probaba el vestido, preguntó:

—¿Por qué quieres que use algo tan formal?


—Te conseguí un espacio esta noche para que cantes en el club. Si les gusta tu
trabajo, ¡vas a ganar mucho dinero! —dijo Xiomara con una gran sonrisa en el
rostro.

De inmediato, Delia resplandeció de alegría y fue a ponerse el vestido. Cuando


terminó de cambiarse, se paró otra vez delante de Xiomara, quien quedó
asombrada al ver a Delia.

—¡Qué linda y refinada te ves! —la elogió Xiomara.

Mientras Delia bajaba la vista para verse, sonrió con timidez.

—Ah, ¡necesitas un nombre artístico! —dijo Xiomara.

Delia, confundida, preguntó:

—¿Por qué?

—¿Quién usa su nombre verdadero en ese tipo de lugares?

—Entonces, Xiomara, ¿cuál es tu nombre artístico?

—La Eva Nocturna.

—Entonces mi hermano sería el Adán Nocturno, ¿no? —Delia comenzó a reírse.

Xiomara dio un golpecito en la frente de Delia y dijo en forma de broma:

—¡Eres una chica mala!

—¿Por qué no me sugieres algún nombre artístico?

—¡Me gusta Sirena! —sugirió Xiomara rápidamente.

Delia sonrió.

—¿Por qué crees que deba ser Sirena?

—Porque somos como los seres místicos de <i>Historias misteriosas</i> que


seducen a los hombres, pero nosotras lo hacemos específicamente en el club
—respondió Xiomara emocionada.

Delia soltó una carcajada. Parecía que Xiomara siempre estaba bromeando
cuando hablaba, pero en realidad era una persona muy seria.

El Club Nocturno El Fantasma era el más grande y lujoso que había en Ciudad
Buenaventura. Todosí se ofrecía una variedad de actividades para amenizar la
vida nocturna.
Gracias a la recomendación de Xiomara, esa noche, Delia se presentaría como
la cantante principal del club. Mientras Fernando, el jefe de Xiomara, miraba a
Delia actuar sin nervios, no pudo evitar preguntar con brillo en los ojos:

—Eva Nocturna, ¿dónde encontraste a esa cantante tan talentosa?

—Ella es la hermana de mi novio. —Xiomara sonrió mientras miraba a Delia en


el escenario.

Fernando levantó las cejas.

—Justo ahora, el hijo de un funcionario del gobierno me dijo que estaba


interesado en esta chica y quiere invitarla a un trago.

—Olvídalo. ¡No te atrevas a aprovecharte de ella! —Xiomara le puso los ojos en


blanco a Fernando.

Fernando peinó el flequillo en su frente y se marchó enojado.

Cuando Xiomara volvió a mirar a Delia, no pudo evitar sonreír.

Mientras tanto, en un reservado de lujo, alguien observaba a Delia mientras


cantaba. Muy indignada, se moría de ganas de acabar con Delia.

¿Para qué vendría Delia a Ciudad Buenaventura? ¿Por qué ella tenía que estar
en todas partes?

Mariana pensó que Delia había vuelto a su desolado pueblo natal. Sin embargo,
¡ella estaba ahí en Ciudad Buenaventura!

Delia no podía destruir el esplendor y la riqueza que ella había conseguido con
tanto esfuerzo. La Mariana de ahora era muy distinta a la anterior. La Mariana
de ahora vestía ropa de marca de edición limitada y usaba muchas joyas caras
como la distinguida esposa de un hombre rico. De hecho, ella era la distinguida
esposa de un hombre rico. Gracias a Delia, ahora ella era la prometida del
respetable heredero del Grupo Larramendi, el Señor Larramendi.

En ese momento, Manuel, elegante, entró pavoneándose al club con algunos


compañeros suyos. Llevaba un traje negro y zapatos de cuero que lo hacían
lucir espléndido. Cuando pasó por el salón y escuchó una voz familiar, se
detuvo y miró hacia el lugar de donde provenía la voz. Al ver a Delia cantando,
Manuel no pudo evitar apretar los puños.

Con la luz del escenario y el vestido blanco, ella se veía pura e inocente. Con
poco maquillaje, se veía más linda todavía y, de hecho, había cautivado el
corazón de varios hombres presentes.
Sin embargo…, Mariana que era su prometida, ¿cómo es posible que pudiera
rebajarse y cantar en un lugar de estos? ¿Acaso el dinero que él le daba no era
suficiente? ¿O es que ella era poco convencional e incontenible?

—Manuel, ¿qué pasa? —preguntó preocupado Julio al darse cuenta de que


Manuel estaba mirando a la mujer que estaba en el escenario. Sin embargo, al
darse cuenta de quién era la mujer, se quedó perplejo—. Oye, ¿esa no es…?

Manuel reaccionó. Entonces cerró los ojos e interrumpió a Julio fríamente.

—No es nadie. Vamos. —Estaba decepcionado por el comportamiento de


Mariana.

Julio miró a Delia y luego vio a Manuel marcharse. Entonces, se rascó la cabeza
y siguió a Manuel.

Si Mariana no hubiera aparecido a tiempo y lo hubiera salvado cuando aquella


serpiente venenosa lo mordió, él hubiera muerto en aquella montaña, pues no
hubiera podido regresar solo.

A pesar de todo, Mariana le había salvado la vida, así que probablemente él


debía acercarse a saludarla. Sin embargo, ese no era el momento, porque tenía
un asunto que atender; por esa razón, Julio alcanzó a Manuel rápidamente.
Además, había algunas personas conversando muy alegres en el reservado.

—Mariana, ¿sabes que la mujer que está cantando en el escenario rechazó a


Yunior Gómez, hijo de un funcionario del gobierno? —contaba Sonia sentada al
lado de su buena amiga Mariana mientras reía.

Hacía un momento, Yunior Gómez había ido a buscar al jefe del club para que le
dijera a la cantante que fuera a tomar un trago con él. Sin embargo, el jefe le
quitó el entusiasmo cuando le dijo que esa mujer se ganaba la vida cantando y
no con su cuerpo.

Las palabras de Sonia hicieron reaccionar a Mariana.

«¿Delia se ganaba la vida cantando, no con su cuerpo? ¡Argh! ¿Cantando en


este tipo de lugares y todavía pretendía hacerse la casta? ¡Qué ridículo!».

Mariana se burló de Delia para sus adentros. Entonces sacó su teléfono y tomó
una foto de Delia en el escenario, en caso de que la pudiera necesitar en el
futuro.

Por cierto, Sonia era la hija del jefe de una empresa de modas. El hermano del
Señor Larramendi se la presentó después de que ella llegara a Ciudad
Buenaventura. En cuanto Sonia se enteró de que Mariana era la prometida del
Señor Larramendi, se volvió muy atenta con ella. Hasta se ofreció para darle un
recorrido por la ciudad. Cuando dos mujeres acaban de conocerse, pero una de
las dos se muestra demasiado amable con la otra, es porque se trae algo entre
manos, y Mariana sabía muy bien lo que Sonia quería de ella.

Con respecto a la residencia Larramendi, podemos decir que esa fría y vacía
mansión estaba llena de lujos. Mariana se había quedado allí por más de dos
meses y aún no conocía al Señor Larramendi en persona. Él era muy misterioso
y el Señor López no le había revelado ni tan siquiera su verdadero nombre.

Mariana se sentía impotente, pero todavía no se había aburrido. Además, el


Señor Larramendi le había dado luz verde para que comprara todo lo que
quisiera. Por tanto, lo primero que compró fue esa empresa de decoraciones en
Ciudad Ribera en la que inicialmente trabajaban ella y Delia; luego, despidió a
Delia. Además, ordenó a las demás compañías relacionadas con el diseño de
interiores en Ciudad Ribera que no contrataran a una mujer llamada Delia Lima.

Después de destruir a Delia, Mariana creyó que podía tomarse un descanso.


Entonces escuchó que las oficinas del Grupo Larramendi radicaban en Ciudad
Buenaventura, así que le dijo al Señor López que le reservara un boleto de avión
para ir de vacaciones a Ciudad Buenaventura.

El Grupo Larramendi pertenecía al Señor Larramendi. Después de que se


casaran, ¿el Grupo Larramendi no le pertenecería a ella también? Con solo
pensar en eso, Mariana se sentía extasiada, así que esa era otra razón para
querer visitar Ciudad Buenaventura.

―Muchas mujeres desearían acostarse con el Señor Gómez. ¡Esa mujer en


verdad no sabe aprovechar las oportunidades! —Sonia sonrió presumida al
darse cuenta de que Yunior Gómez, molesto, había vuelto a su asiento a beber
solo.

Cuando Mariana reaccionó, luego de escuchar las palabras de Sonia, se notaba


molesta. De pronto, Mariana tuvo una idea y sonrió sutilmente.

—Señor Gómez, si está realmente interesado en esa chica que está en el


escenario, yo puedo ayudarlo a que sea suya.

Cuando Yunior escuchó lo que dijo Mariana, inmediatamente se sintió intrigado,


así que se levantó y fue a sentarse al lado de ella.

—Señorita Suárez, ¿en qué está pensando?

—Esa chica que está en el escenario se ve muy joven, así que no debe tener
mucha experiencia. Si usted va donde está ella y, de pronto, le pide que salga
con usted, es evidente que lo va a rechazar. Por tanto, usted debe aproximarse
de una forma más sutil. —Sonrió Mariana.

Hasta Sonia estaba intrigada, así que no pudo evitar interrumpir:


—Mariana, ¡dinos más!

Mariana sonrió con aire de autosuficiencia, mientras hacía un gesto con el dedo
para que Yunior y Sonia se acercaran y escucharan lo que ella tenía que decir.

Mientras tanto, cuando Delia bajó del escenario, el camarero le entregó un ramo
de rosas frescas y dentro del ramo había una tarjeta que decía: «Sirena, usted
tiene una voz angelical. ¡Siga así!».

Cuando Delia leyó la tarjeta, no pudo evitar sonreír. Le había encantado recibir
esa muestra de aceptación. Entonces, Yunior se acercó a Delia con dos copas
de vino en la mano y en ese mismo momento, Miguel entró al club.

Miguel, al ver a Delia, pensó acercarse a saludar, pero entonces apareció un


hombre refinado a su lado, así que se detuvo.

—Miguel, ¿qué estás mirando? ¡Vamos! Tenemos un salón reservado para


celebrar tu ascenso como director general de la Empresa de Desarrollo
Inmobiliario Armonía —dijo Gerardo, su mejor amigo, mientras daba unos
golpecitos en su hombro hasta que Miguel reaccionó y asintió. Luego Gerardo
continuó hablando—: Esa mujer que estaba en el escenario ahora mismo canta
bien. Yo nunca la había visto, ¡debe ser nueva aquí!

—Sí —respondió rotundamente Miguel y se quedó pensativo, mientras


caminaba con Gerardo.

Sin embargo, con el rabillo del ojo, vio a Delia conversando con ese hombre
muy animada. Él estaba decepcionado, no entendía por qué ella tenía que
ganarse la vida cantando en este tipo de lugar. ¿Acaso ella no tenía una pierna
lastimada? Por la mañana, ella se estaba quejando delante de él, pero por la
noche había venido al club a seducir al hijo del alcalde.

—Señor Gómez, me alegra que le haya gustado mi voz, pero no puedo aceptar
las rosas. —Delia, con delicadeza, rechazó a Yunior, al darse cuenta de que él
había mandado las flores.

Mariana había dicho que Delia prefería los hombres que se comportaban como
caballeros. Por tanto, Yunior decidió actuar como todo un galán refinado e
instruido para agradar a Delia.

—Sirena, yo no tengo segundas intenciones. Solo me gustó su voz y quise


regalarle las flores en señal de aprobación —dijo Yunior.

Entonces Delia lo miró. Él llevaba puesto un traje azul claro, tenía un corte de
cabello similar al de los militares y se veía como alguien bastante refinado. Por
tanto, ella decidió aceptar las flores.

Luego Yunior le alcanzó una copa de vino.


—Vamos, ¡brindemos!

—No, yo no bebo. —Delia no aceptó la copa.

Yunior sonrió.

—Esta bebida no tiene alcohol. Debe tener sed después de cantar durante tanto
tiempo. Vamos, pruébela. Está muy buena.

En verdad, Delia tenía bastante sed y no se dio cuenta de que, aunque Yunior
aparentaba ser amable, en realidad, tenía malas intenciones. Finalmente, él la
convenció y ella, sin dudar, se tomó la bebida que él le había traído.

Después de tomarse aquella bebida y hablar con Yunior por un rato, comenzó a
sentirse mareada y no podía ni siquiera mantenerse firme. Entonces él la
sostuvo y sonrió.

—Debes estar cansada de tanto cantar. Te llevaré arriba para que descanses.

—No, gracias. Debo encontrar a… «Xiomara». —Antes de que pudiera terminar la


frase, el mareo aumentó y sintió que todo le daba vueltas.

—¡Déjame llevarte arriba para que descanses! Tengo una habitación <i>VIP</i>
arriba. Ahí puedes descansar. —Entonces Yunior sonrió de forma lasciva y, sin
que ella se diera cuenta, la llevó arriba a la habitación.

Mariana había dicho que Delia era virgen y que nunca había estado con ningún
hombre. Esto hizo que el deseo de Yunior aumentara. Después de llevarla a la
habitación, la lanzó de forma brusca en la cama. ¡Estaba ansioso por probar a
esa tierna chica!

Delia tenía el vestido de chifón subido hasta los muslos. Su piel delicada y su
figura perfecta se veían deliciosas. Entonces la sangre de Yunior comenzó a
hervir mientras la miraba y se quitó la ropa con desespero.

Delia, mareada, abrió los ojos, y al ver quién era Yunior en realidad, no pudo
evitar sentir miedo.

—Tú…

Sediento, Yunior se lanzó sobre Delia y trató de tocarla. Ella lo empujó con toda
su fuerza. Aunque su corazón estaba sufriendo, todavía podía pensar con
claridad, así que se quejó delicadamente:

»No te desesperes. —Yunior se detuvo al escuchar las palabras de Delia—. ¿Por


qué no te bañas primero…? —Delia levantó su mano casi sin poder y tocó la
cara de Yunior—. Hueles a sudor.

Yunior, al escuchar esto, se puso alegre.


—¿Quieres estar conmigo?

—Las personas que frecuentan este lugar son ricos o distinguidos, así que estar
contigo solo me puede traer cosas buenas. —Delia, con toda intención, actuó
como una mujer interesada.

Yunior estaba encantado, así que le dio un beso apasionado a Delia en la


mejilla.

—Querida, ¡vamos a bañarnos juntos!

—Esta es mi primera vez, tengo pena. Deberías bañarte primero mientras yo


espero por ti… —Delia hizo un esfuerzo por sonreír.

Yunior parecía convencido, así que entró al baño. Mientras, Delia de inmediato
fue tambaleándose hacia la puerta. Sin embargo, solo pudo dar unos pasos
fuera de la habitación antes de que Yunior la aguantara por la muñeca.

—Sabía que no eras una presa fácil, ¡es imposible engañarme! —dijo Yunior con
malicia. Entonces, para evitar un alboroto, se hizo el cariñoso y continuó—:
Querida, por favor, no te vayas. ¡Reconozco que me equivoqué! Por favor, no te
enojes conmigo. ¡Regresa!

—¡Suéltame! —Delia estaba haciendo un esfuerzo, pero estaba muy mareada y


ya no tenía fuerzas.

—¿No te gustaron las flores que te di? —preguntó Yunior y mientras hablaba la
traía hacia la habitación.

Delia tenía una pierna lastimada que debió haberle empeorado mientras trataba
de escapar, pues había tropezado y había caído al suelo. De inmediato, Yunior
se agachó y sosteniendo a Delia por la cintura preguntó:

—Querida, ¿estás bien?

En ese momento, unos hombres salieron de la habitación que estaba al frente.


Delia levantó la vista y sus ojos resplandecieron al ver a uno de ellos.

¡Era él! ¡El hombre al que ella había salvado aquella noche! ¡Esta vez, ella estaba
segura de que era él! En un primer momento, pensó que Manuel se parecía a
ese hombre. Sin embargo, ahora, ¡estaba segura de que el hombre que tenía
delante era quien ella había salvado!

A Delia nunca le pasó por la mente encontrarse con él en un lugar como este.
Xiomara había dicho que al Club Nocturno El Fantasma solo podían entrar
hombres que fueran ricos o de la alta sociedad. ¿Ese hombre no era soldado o
policía? ¿Por qué vino a este sitio? Al parecer, su identidad era, en realidad,
¡muy complicada! Justo como ella había imaginado desde un primer momento.
Honestamente, la razón por la que Delia estaba convencida de que ese hombre
era al que ella había salvado, era porque tenía muchas ganas de que alguien
bueno apareciera y la salvara. En realidad, ella no estaba segura de que el
hombre que tenía delante fuera aquel mismo. Después de todo, solo se vieron
tres veces y cada vez que se encontraron, él estaba vestido de forma diferente,
así que no tenía idea de cómo era su cara realmente.

Entonces, indefensa, Delia sonrió.

A los ojos de Manuel, Yunior la estaba abrazando y se veían románticos.


¡Manuel no imaginaba que Mariana fuera tan desvergonzada! Ella no quiso
quedarse en casa y ser la obediente Señora Larramendi. Como si no fuera
suficiente estar flirteando con los guardias de seguridad de la casa, ¡ella salió
para encontrarse con otros hombres!

Manuel, al pensar en eso, sintió que ella había destruido totalmente su dignidad
como hombre y tenía mucha rabia.

Al principio, Delia tuvo esperanzas, pero después, el apuesto Manuel sonrió con
desprecio.

Entonces Julio, al percatarse de que Manuel había mirado a esa mujer con
frialdad, preguntó:

—Manuel, ¿esa no es Mariana?

Yunior se puso nervioso al escuchar las palabras de Julio. Ese hombre parecía
un pez gordo. Si él conocía a esta mujer, estaría en problemas.

Sin embargo, no fue hasta que Delia fijó su mirada esperanzada en Manuel que,
en medio del silencio, él dijo indiferente:

—Yo no la conozco.

Él no la conocía… Esas palabras llegaron hasta el corazón de Delia. Parece que


este hombre no era aquel. El hombre que estaba frente a ella no era el hombre
al que ella había salvado aquella noche.

Entonces, Manuel y sus compañeros se voltearon y al mismo tiempo Yunior,


ligeramente, suspiro aliviado. Delia se sentía aún más atontada y hasta le
costaba hablar. Mientras veía a Manuel y sus compañeros marcharse, ella
reunió fuerzas y dijo muy débil:

—Sálvame…

Entonces las lágrimas brotaron de sus ojos al ver que Manuel no se volteó
cuando ella dijo eso. Estaba completamente mareada, se sentía débil y, aunque
de manera extraña, ella también sentía calor. Sentía un calor indescriptible en
todo su cuerpo.

Yunior, al ver su estado, la levantó del suelo rápidamente.

Esta mujer tenía una fuerza de voluntad increíble. Después de tomar una buena
dosis de la droga, resistió por mucho tiempo y ahora era que estaba
empezando a hacerle efecto.

A toda prisa, Yunior cargó a Delia, la llevó hacia el cuarto otra vez y tiró la
puerta.

«Sálvame…».

Eso era lo que ella había dicho hace un momento. Después de que Manuel se
había volteado, escuchó vagamente a Delia decir eso. ¿Qué quiso decir ella
cuando le pidió que la salvara?

—Julio, adelántense ustedes —dijo Manuel impávido antes de voltearse y


caminar hacia la habitación a la que Yunior había entrado.

Como él estaba de espaldas, solo había escuchado el portazo, así que no


estaba seguro de cuál habitación era. Por tanto, se arriesgó y pateó la puerta
que tenía delante. Cuando entró, vio que la habitación estaba vacía, así que
pateó la puerta de la habitación contigua.

¡Bam!

Yunior, que en ese momento estaba quitándole el vestido a Delia, se sobresaltó


con el ruido.

—¿P… Por qué… entraste…?

Antes de que pudiera terminar de hablar, Manuel lo agarró por el cuello de la


camisa y con solo un puñetazo lo quitó de encima de Delia y lo tiró al suelo.

Luego, Manuel fue hacia la cama y acarició el rostro de Delia mientras le decía:

—Mariana, ¡despierta! ¡Despierta!

Después de intentarlo varias veces, ella seguía inconsciente, así que Manuel
rápidamente la levantó de la cama.

—¿Qué le hiciste? —gritó Manuel con violencia. Yunior sintió un escalofrío por
todo su cuerpo.

Yunior se puso pálido inmediatamente y respondió con sinceridad:

—Yo… Yo solo le di un poco de droga… para que se relajara…


—¿Cómo te atreves a ponerle las manos encima a mi mujer? ¡¿Acaso te quieres
morir?! —Manuel miró a Yunior muy molesto. Entonces le dio una patada con
rabia y salió de la habitación con Delia en los brazos.

En ese momento, Yunior se dio cuenta de que estaba en problemas.

Manuel, con Delia en los brazos, apareció frente a Julio, quien quedó
desconcertado.

—Manuel, ¿qué pasó?

—Envía a ese hombre a la cárcel —ordenó Manuel a Julio mientras sostenía a


Delia con fuerza.

Aunque Julio no entendía lo que estaba pasando, asintió sin dudar y respondió:

—¡Entendido!

Después, Manuel no dijo nada más y se fue del club. Entonces, puso a Delia en
el asiento trasero de su auto y cuando él se levantó para ir hacia el asiento del
conductor, ella lo agarró por la corbata.

—¡Ayúdame…! ¡Ayúdame…! —murmuró Delia sosteniendo su corbata con fuerza


como si fuera su última esperanza.

Cuando Manuel tomó la mano de Delia, se dio cuenta de que estaba hirviendo.
Esa sensación fría que Delia sintió hizo que, por instinto, se apoyara sobre la
mano de Manuel y que lo abrazara con los ojos cerrados.

—No te vayas… —dijo Delia entre dientes con los ojos cerrados y la mente
confundida—. Sálvame… No me dejes…

—Mariana, abre los ojos. ¿Sabes quién soy? —preguntó Manuel con voz grave
después de quitar las manos de Delia de alrededor de su cuerpo.

Al escuchar esa voz familiar, Delia abrió los ojos, pero todavía tenía la vista
nublada.

¿Mariana? ¿Por qué él la llamaba Mariana?

Delia tenía la vista nublada y lo veía borroso, pero su voz era bastante conocida.
Sin embargo, ella no entendía por qué la estaba llamando por el nombre de
Mariana. ¿Quién era ese hombre? ¿Acaso era Yunior?

—Yo… «¡no soy Mariana!».

Delia estaba tratando de explicarle, pero Manuel, de pronto, se inclinó hacia


delante y la besó en los labios.
Las manos frías de Manuel tocaron sus mejillas calientes. Delia solo podía
sentir cómo su cuerpo se estremecía; era una sensación completamente nueva
para ella.

Cuando Manuel se separó de los labios de Delia, se puso serio, mientras la


miraba tendida debajo de él. La droga había comenzado a hacer efecto, pero
como ella era virgen, no conocía esa sensación.

—¿Quieres que te vuelva a besar? —Él no quería aprovecharse de ella en el estado en


que se encontraba.

La voz de ese hombre no sonaba como la de Yunior. Entonces ella se dio cuenta de
que el beso que se habían dado era muy parecido al beso que le dio el hombre herido
aquella noche... Así que, por alguna razón, mientras se mordía su labio inferior, asintió
con timidez.

Entonces Manuel inclinó la cabeza hacia abajo y, antes de que pudiera tocarla, los
tiernos labios de Delia lo besaron primero. Ese roce delicado electrificó todo el cuerpo
de Manuel y lo dejó paralizado. Ese beso le llegó al corazón.

Él la besó también y mordisqueó los labios de Delia antes de abrirle lentamente la


boca. Entonces su flexible lengua se apoderó de la boca de Delia con facilidad
mientras ella estaba distraída y los dos se dejaron llevar.

Al principio, Delia tenía pena y lo estaba evitando, pero los movimientos de Manuel,
intensos y dominantes, no le permitían negarse. Él le estaba robando los besos como
todo un experto.

Delia, temblando y sin saber cómo sus manos habían llegado hasta el cuello de
Manuel, lo atraía hacia ella. Los ojos negros de Manuel tenían un brillo especial y
reflejaban mucha lujuria. Mientras él la besaba, sus pensamientos se nublaron y, de
pronto, perdió el control. La lujuria se apoderó de él; agonizaba por tanto calor dentro
de su cuerpo.

Luego Delia movió la mano y su tirante se deslizó hacia abajo mostrando su hombro
delicado; ahora lucía más tentadora aún. Los dedos largos de Manuel se deslizaron
juguetones por su piel y la hicieron temblar. Delia, con la cara roja, parecía como si
estuviera disgustada, pero en realidad lo estaba disfrutando también y mientras tanto
pasaba la mano por todo el cuerpo de Manuel. Entonces él comenzó a besarla
delicadamente más abajo del cuello, en un lugar suave. Él no podía despegarse de esa
delicada piel de seda. Entonces suspiró satisfecho. Ella era tan pura y real. Le costaba
creer que ella fuera la mala mujer que el Señor López le describía.

En ese momento, Delia sintió que Manuel, como una tormenta, la iba a devorar, así que
dijo con voz temblorosa:

—No...

Manuel, de pronto, se detuvo y reaccionó. Esa decisión lo llevaría a una realidad


diferente. Él ardía de tanto deseo que le producía el cuerpo seductor de Delia, pero el
«No» que ella había pronunciado era suficiente para que él se detuviera. Por tanto, él
arregló sus ropas y la abrazó. Ella se acurrucó en sus brazos temblando como un
corderito, hasta que se disipó la tensión del momento. Finalmente, Delia, el corderito
inexperto, se durmió en sus brazos.

En ese momento, el teléfono de Manuel comenzó a vibrar. Con solo sentir las
vibraciones del teléfono, él supo el motivo de esa llamada, así que ni siquiera tuvo que
contestar. Tenía otra misión.

Entonces él acomodó la ropa de Delia y, sin tener más opción, llamó a su hermano
Miguel.

—Migue, ven al parqueo que está en el sótano del Club Nocturno El Fantasma. Mi auto
está estacionado en el Área A, 201.

—Está bien, enseguida estaré ahí.

Estos hermanos siempre estaban disponibles el uno para el otro.

Cuando Miguel llegó al parqueo, no vio a su hermano. Manuel estaba ya dentro de otro
auto todoterreno y cuando vio que Miguel había llegado ahí, ordenó que arrancaran el
auto.

Mientras tanto, Miguel se percató de que la puerta trasera del auto de Manuel estaba
abierta, así que rápidamente fue a ver si todo estaba en orden. Para su sorpresa,
encontró a Delia en el asiento trasero, inconsciente y en la mano tenía las llaves del
auto de su hermano.

—¡Delia! ¡Delia! ¡Delia! —Miguel la levantó y le dio palmaditas en la mejilla. Sin embargo,
ella no reaccionaba.

¿Por qué Delia estaría en el auto de Manuel?

Xiomara no encontraba a Delia por ninguna parte. Estaba en ascuas. Entonces decidió
llamarla por teléfono, pero ella no contestaba, así que Xiomara se puso muy nerviosa.

Delia era ingenua. Xiomara pensó que alguno de los figurines que frecuentaban el club
se podía haber aprovechado de ella; eso sería una desgracia. Xiomara no sabía qué
hacer, así que decidió volverla a llamar. Si Delia no contestaba esta vez, ella tendría
que pedirle al jefe que la buscara. Sin embargo, por suerte, contestaron la llamada.

—Delia, ¿dónde estás? —preguntó Xiomara preocupada.

—Ella está conmigo —respondió un hombre.

Al escuchar esto, Xiomara se puso tensa y automáticamente gritó:

—No me importa si eres un figurín, un señor o una persona con influencias. ¡No te
atrevas a tocarla! Ella es buena, ¡así que no le vayas a hacer daño!

—¿Y si fue ella quién me sedujo? —contestó el hombre.

Xiomara respondió indignada:

—¡Delia no es ese tipo de chica! Definitivamente, ¡usted fue quien la engañó! Le


advierto que, si se atreve a tocarla, ¡lo voy a denunciar a la policía!

—¿Ella está cantando en el club para ganar dinero? —preguntó de repente.


Xiomara respondió impaciente:

—Las personas como nosotras no tienen los mismos privilegios que tienen ustedes los
ricos todopoderosos. Además, nosotras no cantamos para ganarnos la vida; lo
hacemos porque nos gusta cantar, ¿de acuerdo?

—¿Necesitan el dinero? —preguntó él otra vez.

Xiomara respondió con seguridad:

—¡Claro! Si no trabajáramos, no tendríamos dinero para mantenernos. Señor, por favor,


tenga piedad y no le haga daño. De lo contrario, de verdad, ¡lo voy a denunciar a la
policía!

—No se preocupe. Yo soy su novio, la voy a cuidar bien, no le voy a hacer daño.

Miguel colgó después de decir eso. Al parecer, él la había malinterpretado al principio.


Todos tenían sus propios problemas en la vida y ella no era más que una pobre chica…

Entonces Miguel volvió a guardar el teléfono en la bolsa de mano que Delia tenía antes
de empezar a conducir hacia su apartamento.

Él había conocido a Delia hace solo dos días, pero, por alguna razón, sentía que la
conocía de toda la vida.

Xiomara llegó a casa muy tarde en la noche. Cuando vio que Ernesto estaba jugando
videojuegos en línea, le dio un manotazo al teclado que él tenía bajo las manos.

¡¿Cómo era posible que él tuviera ganas de jugar videojuegos en este momento?!

—¡Por Dios! Querida, ¿qué haces? —exclamó Ernesto molesto.

—¿Tu hermana tiene novio en Ciudad Buenaventura? —preguntó Xiomara en vez de


responder.

—¡Argh! ¡Eso es imposible! Ningún hombre se interesaría por una chica tonta como
Delia. ¿Un novio? ¡Bah! —murmuró él mientras recogía el teclado del suelo—. Ya está
bueno, ¿dónde está Delia? ¿Por qué no regresó contigo?

—¿No dices que ningún hombre se interesaría en ella? Pues hoy vestí a tu hermana tan
linda que no la reconocerías y varios hombres se quedaron locos con ella en cuanto
subió al escenario —explicó Xiomara con gestos que ilustraban sus palabras.

Sin prestar atención a las tonterías que Xiomara estaba diciendo, Ernesto volvió a
preguntar lentamente:

—¿Dónde está mi hermana?

—¡Ella va a pasar la noche con su novio! —dijo Xiomara mientras tiraba el bolso hacia
un lado; luego se lanzó hacia la cama con los brazos y las piernas abiertas.

Él no podía creerlo, así que preguntó:

—¿Desde cuándo ella tiene novio?

Ella volteó los ojos.

—¡Tú dices ser su hermano y ni siquiera sabes que tiene novio!


—¿Estás segura de que es su novio? Esto no tiene sentido. Ella no está casada, ¡no
puede pasar la noche con un hombre! —murmuró Ernesto. Entonces se olvidó del
videojuego y comenzó a buscar su teléfono.

Xiomara, de repente, se sentó en la cama y señaló a Ernesto con el dedo.

—Desgraciado, ¿yo no soy una chica como tu hermana? ¿Qué tiene de malo pasar la
noche con un hombre sin estar casada? Si no fuera por hombres como tú…

—Querida, ahora tú eres mi mujer. Hay una diferencia entre una chica y una mujer. ¿Me
entiendes? —Ernesto, con una gran sonrisa, trataba de calmarla.

Sin embargo, ella solo tenía deseos de darle una bofetada a este hombre tan
fastidioso.

De vuelta al tema más importante, Ernesto llamó a Delia rápidamente en cuanto


encontró su teléfono.

Miguel acababa de poner a Delia en la cama cuando el teléfono volvió a sonar. Él tomó
el teléfono del bolso de mano y, al ver que era el hermano de Delia quien estaba
llamando, contestó.

—Delia, ¿dónde estás? —preguntó Ernesto en cuanto le contestaron la llamada.

—Ella está en mi casa —respondió Miguel calmado.

—¿Quién es usted?

—Su novio.

—¿Su novio? —Ernesto miró a Xiomara sorprendido y cuando reaccionó, dijo


rápidamente—: Mi hermana no tiene novio. ¿Quién eres? ¡Trae a mi hermana a su casa
ahora mismo!

—No se preocupe. No le voy a hacer nada. Ella va a regresar a casa sana y salva
mañana. Eso es todo, ¡ahora voy a colgar!

Miguel no tenía esa intención, pero Ernesto casi enloquece cuando se cortó la llamada.
Xiomara tuvo que calmarlo.

—Por la voz, no parecía una mala persona. ¡No va a pasar nada!

—¡Nueve de cada diez hombres son malos! —gritó él.

En ese momento, Xiomara se dio cuenta de lo sobreprotector que él era con su


hermana. Así que decidió no perder más su tiempo y dijo:

—Ya no puedo seguir molestándome contigo. ¡Voy a tomar una ducha!

Ernesto, preocupado porque su hermana no estaba en casa, no quería ir a acostarse. Si


no fuera porque Xiomara lo arrastró hacia la cama y agotó sus energías, difícilmente él
se hubiera podido quedar dormido, pues no dejaba de pensar en que su hermana
estaba pasando la noche en la casa de otro hombre.

Al día siguiente, cuando Mariana se despertó, la ama de llaves le llevó un ramo de


flores inmenso a la <i>suite</i> presidencial que Manuel había reservado para ella.
Eran noventa y nueve rosas rojas en total y desprendían un aroma muy refrescante.
Mientras admiraba las flores, ella, contenta, preguntó:

—¿Quién mandó las flores?

—Fue el Señor Larramendi —respondió con educación la ama de llaves mientras hacía
una ligera reverencia.

El rostro de Mariana resplandeció al escuchar la respuesta y, feliz, sonrió. ¿Quién diría


que un hombre acostumbrado a la vida militar podría ser romántico? Aun sin saber por
qué el Señor Larramendi, a quien ella no conocía todavía, le había enviado flores, ella
estaba muy feliz por ese gesto tan sincero.

Entonces, se quedó pensativa y comenzó a planear su próximo movimiento. Ella


esperaría con paciencia por su regreso triunfal del ejército. Luego, él dejaría la vida
militar y se concentraría en el negocio de la familia y, finalmente, la tomaría a ella,
Mariana, como su legítima esposa.

La noche anterior, cuando estaban en la misión, Manuel le había hecho una pregunta a
Julio, quien tenía experiencia en las relaciones amorosas.

—Yo besé a una mujer y la toqué por todas partes, pero lo más importante fue que casi
le hice el amor. Sin embargo, en realidad, no sucedió nada, porque nos detuvimos. Así
que te quiero hacer una pregunta: Si la vuelvo a ver después de lo que pasó, ¿cómo
puedo hacer para que no se sienta incómoda?

Julio no podía contener la risa al escuchar las palabras de Manuel, así que soltó una
carcajada. El mismo hombre que hacía temblar a los pandilleros, ¡no sabía cómo hacer
sentir bien a una mujer! ¡Este era el típico caso de alguien con mucha teoría y poca
práctica en el amor!

Manuel no veía la gracia por ningún lado, así que preguntó:

—¿Ya terminaste de reírte?

Julio hizo un esfuerzo por dejar de reír y puso cara seria.

—Primero que todo, ¡envíale noventa y nueve rosas rojas para que le demuestres que
eres sincero!

—¿Crees que eso funcione? —Manuel no parecía convencido.

Mientras daba unos golpecitos en su pecho, Julio aseguró:

—¡Claro que funciona!

—¿Cómo estás tan seguro? —Ernesto lo miró con los ojos entrecerrados.

Julio respondió emocionado:

—¡A todas las mujeres les encantan las rosas! Hasta cuando te dicen que no les
gustan, ellas quedan encantadas cuando reciben flores. ¡Es algo que nosotros los
hombres no entendemos! Es parecido a cuando las mujeres disfrutan teniendo sexo;
¡es algo que nosotros nunca entenderemos! Haciendo el…

Ernesto interrumpió a Julio con un manotazo en la parte de atrás de la cabeza.

―¡No te vayas demasiado del tema! —dijo Ernesto con voz severa.
Julio se molestó, porque obviamente esta era una actitud hipócrita de Manuel y una
descarada muestra de su doble moral. En otras palabras, solo el Señor Larramendi
estaba autorizado a complacer a su mujer mientras que él, el subordinado, ¿no tenía
derecho ni a pensar en mujeres?

Entonces, si no era gracias a Delia, ¿de qué otra forma Mariana tendría el privilegio de
que Manuel le enviara flores hoy al despertarse?

Mientras tanto, Delia se despertó con el sonido de su teléfono. Hacía mucho tiempo
que ella no dormía tan profundamente en una cama tan grande y cómoda toda la
noche hasta el amanecer.

—Hola, ¿a quién desea? —Delia respondió la llamada con un bostezo.

—Hola, ¿usted es la señorita Delia Lima?

—Sí… —respondió ella medio dormida.

—Hola Señorita Delia. Yo estoy al frente del Departamento de Recursos Humanos de la


Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, una filial del Grupo Larramendi. Quisiera
informarle que ha sido contratada. ¿Está disponible hoy en la tarde para una
entrevista?

—¿En serio? ¿De verdad estoy contratada? —Ella salió de entre las sábanas sin poder
creerlo.

—Así es. Usted está contratada.

—¡Es increíble! Esta tarde, ¿a qué hora?

—A las dos y treinta de la tarde.

—Perfecto, ¡ahí estaré!

Sin poder contener la emoción, después de colgar, Delia saltó en la cama como una
niña.

—¡Ya tengo trabajo! ¡Ya tengo trabajo!

Cuando se le fue pasando la emoción, se dio cuenta de que ese lugar… no se parecía a
su casa. Anoche…

Estos pensamientos la hicieron reaccionar y al momento saltó de la cama. Ella, en vez


del vestido, tenía puesta una camisa grande de hombre. ¡Y no tenía puesta ropa
interior! Entonces su corazón comenzó a latir con fuerza y rápidamente buscó en la
cama algunas pistas sobre lo que podía haber ocurrido la noche anterior. Sin embargo,
las sábanas estaban limpias. Además, ella no tenía ningún malestar en el cuerpo.

Pero ¿dónde estaba? Descalza, abrió la puerta y salió de la habitación mientras miraba
a su alrededor. Era una casa magnífica, moderna y con mucho estilo. Ella nunca había
visto un lugar así. Sin embargo, seguía preguntándose lo mismo. ¿De quién era esta
casa? ¿Sería la casa de Yunior? Entonces, cuando pensó en Yunior, se le pusieron los
cabellos de punta. Luego, ella recordó vagamente que la noche anterior había estado
con otro hombre y esos pensamientos confusos la hicieron sentir un escalofrío por
todo el cuerpo.
De pronto, escuchó el sonido de una puerta que se abrió y se precipitó hacia la
habitación asustada. Entonces miró a su alrededor, agarró un jarrón para usarlo como
arma en caso de que tuviera que defenderse y esperó escondida detrás de la puerta.

Delia escuchaba los pasos cada vez más cerca y cuando vio a alguien parado en la
puerta, levantó el jarrón; estaba a punto de golpearlo, pero Miguel alzó las manos y la
detuvo. De inmediato, la abrazó como por instinto.

Ella lo miró sorprendida, con los ojos abiertos de par en par, y se le resbaló el jarrón de
las manos, pero Miguel lo atrapó rápidamente antes de que cayera al suelo.

—Este jarrón es una reliquia. ¡Me esforcé mucho para conseguirlo! —Miguel la soltó y
comenzó a bromear con ella.

Delia, de inmediato, retrocedió y se disculpó:

—¡Lo siento!

—Ve y aséate. Voy a prepararte el almuerzo —dijo él mientras ponía el jarrón de vuelta
en su sitio.

Delia, sonrojada, preguntó:

—A… Anoche…

—No te preocupes, anoche no pasó nada —respondió él con una sonrisa amable en los
labios.

Ella estaba muy nerviosa y quería agradecerle por salvarla la noche anterior. Sin
embargo, en ese momento, al ver el rostro tan apuesto de Miguel, ella se sintió
intimidada y no podía ni hablar.

—Te compré ropa nueva; ya está lavada y seca sobre el sofá de la sala —agregó él.

Delia dijo tartamudeando:

—La ropa que tenía puesta anoche…

—Yo te cambié de ropa —respondió él calmado y ella se sonrojó—. Te cambié de ropa


con los ojos cerrados —dijo él con sinceridad.

Al escuchar esto, lo único que Delia sentía eran sus orejas calientes y su corazón que
se quería salir del pecho.

Entonces Miguel frunció los labios y dijo:

―Sin embargo, al tener los ojos cerrados, puede que mis manos hayan tocado algunos
lugares que no debían. Todavía me siento un poco culpable por eso, ¡y quisiera
recompensarte!

Delia, al ver el rumbo que estaba tomando esta conversación, negó con las manos y la
cabeza a la misma vez.

—No, de verdad, ¡no hace falta!


—Delia, ¿por qué no me dejas ser tu novio? —dijo él de pronto con una sonrisa—. De
hecho, eso fue lo que les dije a tu hermano y a su esposa anoche cuando llamaron por
teléfono.

Sus palabras la tomaron por sorpresa, así que ella se sintió halagada.

Sin embargo, Miguel sentía que ella no pensaba de la misma forma, así que decidió
cambiar de tema y sonrió presumido.

»Solo estaba bromeando.

Delia suspiró aliviada, pero por algún motivo, a la misma vez, se arrepintió de lo que
había dicho. Después de todo, ellos solo se conocían hacía dos días y ni siquiera sabía
su nombre. Ella no creía en el amor a primera vista.

—¿De dónde conoces a mi hermano mayor? —preguntó Miguel de forma natural, pero
ella, sobresaltada, lo miró completamente confundida—. ¿No conoces a mi hermano
mayor? —preguntó él sorprendido al percatarse de que Delia estaba desconcertada.

Ella parpadeaba completamente confundida con sus preguntas.

—¿Quién es tu hermano mayor?

Ahora Miguel también estaba sorprendido. ¿Por qué ella estaba en su auto si no lo
conocía? ¡Ella hasta tenía las llaves del auto de su hermano! Anoche su hermano solo
le había pedido que fuera al parqueo sin explicar nada más. Sin embargo, debido a la
forma de ser de su hermano, casi siempre las conversaciones entre ellos transcurrían
de esa forma. Él solo le decía por teléfono a dónde necesitaba que fuera y no le decía
qué tenía que hacer.

¿Sería que anoche Delia se había encontrado con algún hombre con malas intenciones
después de beber tanto y su hermano la salvó y la puso en su auto por gentileza? En el
Club Nocturno El Fantasma, era muy común que los hombres con malas intenciones
fueran tras las mujeres cuando estaban ebrias.

Cuando Miguel se dio cuenta de lo que podía haber pasado, cambió el tema y dijo:

—¡No cantes más en el Club Nocturno El Fantasma! ¡Ese lugar no es para alguien como
tú!

Delia asintió con obediencia. Ahora ella tenía un nuevo trabajo, así que nunca más
pondría un pie en un lugar como el Club Nocturno El Fantasma. ¡Ella había aprendido la
lección!

—¡Yo le devolveré su dinero lo antes posible! —prometió ella con seguridad.

Él sonrió con una amplia sonrisa mientras pensaba que no se había equivocado con
esa chica.

»De hecho, yo todavía no sé tu nombre… —preguntó dócil ella, sin mirarlo. En verdad
era una situación un poco incómoda para ella, ya que él sí sabía su nombre.

—Yo me llamo Miguel Larramendi —se presentó él con naturalidad.

De pronto, Delia levantó la cabeza, lo miró y, sin darse cuenta, dijo:

—¡Tu nombre proviene de la Biblia!


Él, con una ligera sonrisa, dijo:

—Es cierto.

Ella dijo bromeando:

—Es un libro muy antiguo. ¿No me digas que tu hermano se llama Lucifer?

—¡Eres increíble! —Él soltó una carcajada.

Si su hermano se enteraba de que una chica lo había llamado «Lucifer», se hubiera


reído mucho.

—Solo estaba adivinando, así como tú adivinaste el nombre de mi hermano —dijo Delia
y, descaradamente, sacó la lengua.

Todavía sin parar de reírse, Miguel le dijo:

—Mi hermano se llama Manuel, ¡no Lucifer!

Delia, apenada, para tratar de enmendar su equivocación, halagó el nombre de su


hermano.

—De hecho, ¡Manuel suena mucho mejor!

—Sí. —Sonrió él ligeramente.

—Tu nombre significa «Nadie como Dios». ¿Y el de tu hermano?

—Su nombre significa «Lobo Solitario». —Miguel creyó que no estaría mal describir a
Manuel de esa forma. Después de todo, tenía mucho que ver con el trabajo peculiar
que tenía su hermano.

Todo lo que Miguel sabía sobre ese trabajo era que su hermano formaba parte de un
equipo de las Fuerzas Especiales que se llamaba «Manada de Lobos». Probablemente,
era un grupo armado de las Fuerzas Especiales que trataba con todo tipo de crímenes.

Sin embargo, él no tenía idea de cuál era el nombre encubierto de su hermano. Era muy
importante mantener en secreto toda la información militar. La única razón por la que
Miguel conocía el nombre de Manada de Lobos era porque un año atrás, cuando
hirieron a su hermano y estuvo ingresado en el hospital, él tomó del suelo la radio de
mano de Manuel y escuchó una conversación.

Miguel no sabía mucho sobre Manuel. Después de todo, ellos eran hijos del mismo
padre, pero tenían madres diferentes. Además, él era un hijo bastardo y conocía muy
bien el lugar que ocupaba en la familia Larramendi. Luego, cuando su padre murió, su
abuelo, Alberto, cuidó muy bien de Manuel. El Grupo Larramendi no tenía más heredero
que su hermano Manuel. Por tanto, había muchas cosas a las que Miguel no tenía
derecho, cosas que solo pertenecían a Manuel por ser hijo legítimo.

—¿Un lobo? —Delia suspiró y su dulce voz lo sacó de sus propios pensamientos.

—¿No te gustan los lobos?

—¡No!

—Entonces, ¿qué animal te gusta?


—¡Me gustan los perros!

—¿Por qué?

—Los lobos son salvajes y no les gusta estar cerca de los humanos. Hasta pueden
lastimarte; sin embargo, ¡los perros son diferentes! ¡Son buenos, inteligentes,
encantadores, te acompañan y también son muy leales!

Él sonrió a propósito y dijo:

—Al parecer prefieres a los hombres amables, inteligentes y leales.

Ella, al darse cuenta de que él la estaba analizando, dejó de sonreír de repente.


Entonces bajó la cabeza y murmuró:

—¡Una cosa no tiene nada que ver con la otra!

—Está bien, aséate y cámbiate de ropa mientras preparo el almuerzo. —Él no pudo
evitar reírse.

Delia levantó la cabeza y lo vio sonriendo.

Aunque Miguel vivía en el último piso de la casa de la familia Larramendi y esta parte
de la casa no contaba con el esplendor de los patios, ni los magníficos jardines de la
planta baja, tenía un invernadero y hasta una piscina al aire libre.

Cuando ella terminó de asearse y vestirse, recorrió el lugar y no pudo evitar preguntar
con curiosidad:

—¿No es complicado cambiar el agua de la piscina? Y ni hablar del malgasto de agua.

—Hay unas tuberías que pasan por debajo de la piscina y van hasta el invernadero y los
tanques de agua de los inodoros. Así que no es complicado y el agua no se malgasta
en lo más mínimo. —Él se rio mientras abría el refrigerador.

Apenada, Delia hizo un mohín que reflejaba una sonrisa y asintió.

»¿Qué deseas comer? Vamos a ver si sé preparártelo. —Miguel miró toda la comida
que tenía en el refrigerador y, de pronto, no sabía qué hacer. En realidad, él no sabía
qué le gustaba comer a Delia.

Entonces ella se acercó y después de mirar dentro del refrigerador, se volteó hacia él y
preguntó:

—Tú dijiste que sabías cocinar, ¿verdad?

Él, como respuesta, asintió con una sonrisa en los labios.

Chasqueando los dedos, Delia dijo con los ojos entrecerrados:

―Prepara la comida que te guste y yo voy a hacer lo mismo.

—¿Eso es todo? —Miguel no podía creerlo.

Delia asintió mientras tomaba del refrigerador un pedazo de carne de res, un poco de
cilantro, jengibre, ajo y pimientos rojos.
Cuando Miguel vio los ingredientes que ella había seleccionado, de inmediato supo
qué comida le gustaba a ella. Mientras cocinaban y hablaban, se podía percibir un
ambiente muy agradable.

—¿Qué estudiaste? —preguntó Delia mientras lavaba los vegetales.

Mientras cortaba sus ingredientes, Miguel contestó:

—Arquitectura.

—¡Yo estudié diseño de interiores! Aunque el enfoque de mi carrera no fue tan


occidental como en arquitectura, también me gusta —dijo ella con satisfacción.

Él, asombrado, alzó la vista y vio a Delia sonriendo igual que una planta cuando florece;
ella lucía refinada y elegante a la vez.

»¡Sí! Yo envié mi currículum a la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía y resulta


que… ¡me contrataron! Yo creo que tú tuviste algo que ver con eso, porque tú fuiste
quien me sugirió que lo hiciera —continuó ella.

—¡Felicidades! —Miguel ya lo sabía, incluso antes de que ella lo mencionara.

—Tú conoces bastante esa empresa. ¿Trabajas ahí también? —preguntó ella contenta
mientras ataba los cabos.

—¡Sí! —dijo él con una sonrisa.

A ella le pareció bien, entonces exclamó:

—Vamos a ser compañeros de trabajo.

Él, jocoso, la miró con un brillo juguetón en los ojos y una sonrisa de complicidad y dijo:

—Tú no vas a ser solo mi compañera de trabajo.

En realidad, ¡Miguel sería su jefe! Sin embargo, como él no tenía intenciones de


decírselo, solo mostró una amplia sonrisa.

—¡Ah sí, casi me olvido! ¡Al parecer la empresa no permite que los empleados tengan
relaciones entre sí! ¿Crees que el jefe haya exagerado? ¿Cómo se puede meter en las
relaciones de los demás?

Entretenido por las quejas de Delia sobre la empresa, él preguntó:

—¿Tú quieres tener alguna relación?

—En realidad, ¡no! Solo creo que puede ser un poco difícil para mí que no estoy casada,
no provengo de una familia rica, no tengo grandes calificaciones, ni una cara bonita y
ahora tampoco tendré tiempo para una relación. En el peor de los casos, pensé buscar
a alguien adecuado para mi entre las personas que más cercanas están —dijo ella
riendo. Delia siempre había sido una persona directa que decía lo que le venía a la
mente.

Miguel, cautivado, la encontraba interesante.

—En realidad, tú eres medio bonita y tienes una voz dulce.


—¿No crees que es una lástima que no haya estudiado canto? —preguntó ella en tono
narcisista. Entonces él se rio, asintió y ella continuó—: Eso es lo que me dicen mis
amigos también, pero ¡mi mayor sueño es convertirme en una famosa diseñadora de
interiores!

—¿De verdad te gusta el diseño de interiores?

—¡Sí!

—¿Por qué?

—Porque… «deseo tener una casita linda y acogedora». —Ella se detuvo sin terminar la
oración y guardó sus pensamientos para sí misma.

A pesar de eso, él se dio cuenta de lo que ella quería decir por el desaliento que se
reflejó en sus ojos.

—Deseas tener un lugar que en verdad puedas llamar hogar, ¿cierto?

Las palabras de Miguel la asombraron. No solo la había vuelto a leer como un libro
abierto, sino que supo exactamente lo que ella más anhelaba.

Aunque ella tenía a sus padres y un hermano, nunca había sentido la calidez de un
hogar. La Señora Lima era fría e impasible, el Señor Lima era débil e indefenso,
mientras que su hermano era un desvergonzado. Para Delia, su hogar era fríamente
amargo, donde había discusiones interminables y ella nunca había escuchado una risa
allí.

Después de hacer una pausa prolongada, ella respondió sin convicción:

—Sí.

Él la miró y comprendió por lo que ella estaba pasando, porque él también anhelaba un
hogar cálido y acogedor.

—Delia… «¡yo deseo lo mismo que tú!».

Sin embargo, él no pudo terminar de hablar, porque ella lo interrumpió


intencionalmente.

—¡Ya terminé de lavar los ingredientes! ¡Ahora voy a empezar a cocinar! —Entonces ella
se volteó hacia él y preguntó—: ¿Qué me estabas diciendo?

—No, nada. ¡Sigue cocinando! —Él sonrió a propósito.

Delia no volvió a pensar en eso y continuó con su tarea.

Una hora después, ellos sirvieron sus platillos en la mesa del comedor. Delia había
preparado una carne de res salteada con cilantro, mientras que Miguel había elaborado
un platillo con pescado que ella nunca había visto.

—Este platillo se llama Sopa de Corvina Amarilla y era el plato más importante en los
banquetes imperiales de Manchú-Han. —Miguel frunció ligeramente el borde del labio y
reflejó una sonrisa presumida.

Delia lo miró asombrada y, con pena, haló hacia ella el platillo que había preparado.
—Vamos a intercambiar nuestros platillos. —Miguel puso su platillo frente a Delia.

Entonces él tomó la carne de res salteada con cilantro y comenzó a devorarla.

—¡Mmm! ¡Está muy sabroso! —Él la halagó y le mostró el pulgar como muestra de
aprobación.

Ella, con los labios fruncidos, tomó un pedazo y se lo comió. Parpadeó mientras
masticaba el pescado despacio, luego miró a Miguel incrédula.

—¿Qué tiene? ¿No te gusta? —preguntó él preocupado.

Ella rápido movió la cabeza y aclaró:

—Nada de eso… Sabe a los platillos que preparan los chefs de los hoteles… ¡Tú
habilidad para la cocina es increíble!

Ella se sentía un poco avergonzada. Él, siendo hombre, había preparado un platillo
mucho más sabroso que el de ella, quien, de hecho, cocinaba todos los días en casa.

Miguel, encantado, dijo con una sonrisa:

—¡Gracias por el cumplido!

—¿Tú cocinas a menudo? —preguntó Delia en voz baja. Entonces él se encogió de


hombros para dar a entender que rara vez cocinaba—. ¡Estás desperdiciando tu talento
al no ser chef! —comentó ella de forma jocosa.

Él contesto con una sonrisa sutil:

—Yo lo veo como un pasatiempo.

«¡¿Para él cocinar es un pasatiempo?! Así que, ¿solo cocina porque le gusta? Con
razón…».

Ahora Delia había entendido, ella cocinaba para llenar su estómago, mientras que él
cocinaba por placer. Esa era la diferencia entre ellos.

—En realidad, yo no tengo una educación impresionante, así que no soy tan hábil ni
culta como tú… —murmuró ella avergonzada con la cabeza baja.

Miguel pensó que había dicho algo indebido y rápidamente explicó:

—Yo no quise decir eso… Cuando dije que cocinar era un pasatiempo para mí, quise
decir que todos los días podría cocinar los platillos preferidos de mi futura esposa y
mis hijos…

En cuanto él se detuvo, Delia levantó la cabeza y su corazón latía muy rápido. Mientras
los dos se miraban a los ojos, el ambiente alrededor de ellos se volvió un poco
romántico. Sin embargo, Delia reaccionó y, confundida, tomó el tazón y siguió
comiendo.

Miguel, al verla tan tímida, no pudo evitar fruncir los labios.

Entonces, después de almorzar, Delia se percató de que ya era hora de irse a casa, así
que se despidió.
—Gracias por esta cálida acogida hoy, pero ya es hora de que me vaya a casa. Después
de haber desaparecido una noche entera, ¡me imagino que mi hermano esté muy
preocupado!

—Si tomas el elevador hasta el piso ocho, llegarás a la casa de tu hermano —dijo él con
amabilidad.

Delia se quedó sorprendida por un momento, pero de pronto entendió.

—¿Estamos…?

—Sí, tu hermano y yo, de hecho, ¡vivimos en el mismo condominio! —Él sonrió


intencionalmente.

Delia se rio con timidez.

—¡Qué coincidencia!

—Anoche pensé llevarte a la casa de tu hermano, pero allí ibas a tener que dormir en el
sofá. Así que para evitarte eso, te traje para mi casa. Eso es básicamente todo lo que
ocurrió anoche. Espero que no estés molesta conmigo por eso —explicó él de forma
educada y elegante.

Delia estaba contenta. No había manera de que ella estuviera molesta con él, porque le
estaba agradecida por lo que había hecho.

Sin dudas, ella tenía muy buena opinión de Miguel, quien fue muy considerado y
caballeroso con ella.

—En pocas palabras, quería decirte que, ¡estoy muy agradecida por la forma en que me
cuidaste! ¡Ya me voy!

—Permíteme acompañarte hasta el elevador.

—No hace falta, puedo llegar yo sola.

Al estar frente al tipo de hombre que le gustaba, Delia se quedó sin saber qué hacer y
lo único a lo que atinó fue a huir avergonzada de la escena.

Mientras miraba cómo se marchaba, Miguel comprendió su reacción y esbozó una


sonrisa. Tras darse la vuelta para volver a su casa, llamó a su ayudante, Basilio.

—Director Larramendi, ¿en qué puedo ayudarlo? —preguntó Basilio al contestar la


llamada.

—Basilio, transmite mi mensaje al Departamento de Recursos Humanos. Si una chica


llamada Delia Lima viene a la empresa a una entrevista de trabajo, diles que permitan
que la chica solicite el salario que desee. No importa cuánto pida, tienen que aceptarlo.

—Sí, Director Larramendi.

—Por cierto, ¿hay alguna norma en nuestra empresa que prohíba el romance en la
oficina?

—¡Sí, hay una!

—Entonces, ¿hay una norma que prohíba que un empleado salga con el director?
—¡N… No!

—¡Genial entonces! —Miguel sonrió de manera cómplice en respuesta a eso.

Basilio, que estaba al otro lado del teléfono, se quedó perplejo. ¿Qué se le había metido
a su jefe en la cabeza? Se preguntaba el motivo de aquellas extrañas preguntas que su
jefe hacía en pleno día.

—Director Larramendi, ¿tiene otras instrucciones para mí? —preguntó Basilio.

Después de pensarlo, Miguel terminó la llamada telefónica con Basilio tras confirmar
que no tenía más tareas para él.

Delia llamó a la puerta de la casa de su hermano y la recibió su cuñada, Xiomara.

Al ver que Delia regresaba ilesa, Xiomara no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.

—Xiomara.

—Es bueno verte de vuelta sana y salva. Sinceramente, ¿por qué no nos dijiste a tu
hermano y a mí que tenías un novio en Ciudad Buenaventura? —la regañó Xiomara.

Confundida, Delia pensó de repente en lo que Miguel había dicho antes y solo entonces
se dio cuenta de por qué Xiomara decía que ella tenía un novio. Pensó en aclararlo
diciendo que Miguel no era su novio, pero, de momento, la declaración le pareció
inapropiada. Al no poder encontrar nada sensato que decir después de pensarlo
mucho, decidió quedarse callada.

Cuando terminó de regañar a Delia, Xiomara volvió a su habitación y regresó con un


montón de dinero en efectivo, mil en total.

»Por cierto, ¡este es tu pago por tu actuación de anoche y también tus propinas! —
Mientras hablaba, puso el dinero en las manos de Delia, quien se sorprendió al ver el
montón de dinero. Estaba asombrada por el pago tan bueno que podía obtener cada
noche por cantar en el Club Nocturno El Fantasma. Al notar su estupor, Xiomara
comentó de repente—: ¡Esto no es mucho! Antes de esto, había cantantes que ganaban
aún más vendiendo sus cuerpos.

«Ve… Vendiendo sus cuerpos...». Al percatarse de lo que se trataba, Delia empezó a


sudar frío mientras tragaba. No era de extrañar que Miguel le hubiera dicho que el Club
Nocturno El Fantasma no era un lugar adecuado para ella. Parecía que esa era la razón
por la que lo había dicho.

»¿Vas a ir allí esta noche? —preguntó Xiomara. Delia negó rápido con la cabeza y
Xiomara sonrió con complicidad mientras preguntaba—: ¿Tu novio te prohibió ir allí?

—¡Encontré un trabajo! —Delia tomó la iniciativa para cambiar el tema de conversación


y evitar que Xiomara hablara de Miguel.

—¿Tan pronto? —A Xiomara le resultaba difícil de creer.

En aquel entonces, cuando había llegado por primera vez a Ciudad Buenaventura,
habría renunciado a cualquier esperanza de conseguir un empleo y habría vuelto a su
pueblo natal si no hubiera sido por el apoyo de su hermano, Ernesto.
Delia asintió con una sonrisa. A pesar de no querer hablar de Miguel, Xiomara seguía
muy interesada en «su novio».

»¿Por qué no lo invitas a salir un día para que veamos si es el chico adecuado para ti?
—Xiomara habló como si fuera la madre de Delia.

Delia solo pudo responder a su pregunta con indiferencia. Le había bastado mirar a
Miguel solo una vez para darse cuenta de que provenía de una familia noble y
prestigiosa y que estaba fuera de su alcance. Decidió que alquilaría un novio para
hacer frente a la curiosidad de su hermano y su cuñada si se desesperaban.

Xiomara llamó entonces a Ernesto, que estaba en el trabajo, para informarle que su
hermana había regresado sana y salva, para calmar su preocupación y que pudiera
concentrarse en su trabajo. Al notar que Xiomara estaba sin hacer nada en casa todo
el día, Delia preguntó por curiosidad:

—Xiomara, ¿a qué te dedicas?

—Trabajo a tiempo parcial en el Departamento de Recursos Humanos del Club


Nocturno El Fantasma —contestó distraída.

Delia solo respondió con una sonrisa porque no entendía su trabajo en realidad. Para
ser sinceros, el trabajo de Xiomara consistía en reclutar chicas guapas de todos los
lugares y asignarles diferentes tareas en el club nocturno. Delia era una de sus
reclutadas. Como era una buena cantante y bastante guapa, Xiomara la recomendó
para trabajar en el club. Delia allí solo cantaba y dependía de ella si quería ofrecer otros
servicios.

El Club Nocturno El Fantasma nunca obligaba a sus empleados a hacer nada que no
quisieran. Sin embargo, las cosas eran diferentes si los ricachones hacían peticiones
especiales. En definitiva, cuanto más próspera era una ciudad, más complicados eran
los lugares que parecían glamurosos y deslumbrantes.

Delia nunca podría entender los problemas que Xiomara tenía en mente.

—Xiomara, mi hermano es un hombre muy afortunado por tenerte —la felicitó ella con
una sutil sonrisa. Por lo que podía apreciar, Xiomara era una dama agradable
independientemente de su ocupación.

Mientras sonreía con complicidad, Xiomara se alborotó el cabello antes de preguntar:

—¿Sueles cocinar?

—¡Sí!

—¡Tengo hambre!

—¡Entonces iré a preparar algo de comida para ti! —Delia se dirigió con rapidez a la
cocina para cumplir su promesa.

«¡Qué adorable es esta chica!». Xiomara no pudo evitar sentirse impresionada. Sin
querer, se fijó en la venda que tenía Delia en el tobillo y preguntó preocupada:

—¿Todavía te duele el tobillo?


—Ya está mucho mejor. —Delia, que estaba recogiendo la vasija interior de la olla
arrocera, se dio la vuelta y sonrió.

A decir verdad, a Xiomara le caía bien Delia porque era una chica inocente, trabajadora
y obediente. Era agradable tener una hermana menor obediente y sensata como ella.

Mientras Xiomara disfrutaba de la comida que Delia había preparado, se entusiasmó


enseguida cuando esta dijo que estaba buscando un lugar donde alojarse.

—¿Por qué no alquilamos un lugar juntos?

—¿Alquilar un lugar juntos? —Delia parpadeó confundida.

Xiomara asintió enérgicamente antes de extender uno de sus dedos, con el que señaló
el techo.

—El nombre de este edificio es Condominio Armonía y solía ser el albergue de los
empleados del Grupo Larramendi. Sin embargo, todos los empleados de la empresa
son tan ricos que cada uno de ellos puede permitirse su propia casa y no necesitan
este lugar para nada. Por lo tanto, los apartamentos de este condominio están
disponibles para que el público las alquile.

—¿Y entonces?

—Este condominio es un edificio de 17 pisos. Del primer al quinto piso hay estudios;
del sexto al décimo, hay apartamentos con dos habitaciones y una sala de estar; del
undécimo al decimoquinto, hay apartamentos con tres habitaciones y dos salas de
estar; mientras que, del decimosexto al decimoséptimo, hay <i>penthouses</i>.

—¿Sí?

—¡Por lo que he escuchado, todavía hay un apartamento vacío con dos habitaciones y
una sala de estar disponible en el piso de arriba!

—Xiomara, después de darme un resumen tan detallado del lugar, ¿estás interesada en
alquilar ese apartamento junto conmigo?

Xiomara asintió enérgicamente mientras sonreía. Sin dudarlo, Delia aceptó su plan.

»¡Hagámoslo entonces!

La alegría se dibujó de inmediato en el rostro de Xiomara y se sintió muy complacida


en su interior. Quedarse con Delia significaba que se libraría de hacer todas las tareas
domésticas y todos los días volvería a casa a comer comida casera. ¡Qué agradable
iba a ser eso!

Desde el punto de vista de Delia, se sentía más segura quedándose con su hermano y
su cuñada por el momento.

—Creo que deberías conseguir un trabajo en Ciudad Buenaventura después de


graduarte en la universidad —añadió Xiomara.

Con una sutil sonrisa, Delia asintió. Ella también pensaba que la ciudad era un lugar
agradable, pero no estaba segura de cuánto tiempo se quedaría aquí.

Ernesto y su esposa, Xiomara debían ocuparse entonces de ver el apartamento y el


tema de la mudanza.
Más tarde, al mediodía, Delia fue al Departamento de Recursos Humanos de la
Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, que era una filial del Grupo Larramendi.
Cuando se abordó el tema de su salario durante la entrevista, Delia no esperaba mucho
al principio, pero para su sorpresa, el jefe del departamento tomó la iniciativa y le hizo
una oferta muy generosa.

—Te daré la cantidad que quieras.

Ella se quedó boquiabierta ante la oferta.

—Eh... señor, ¿se ha... equivocado? —No creía que un jefe de departamento de una
empresa hiciera una oferta tan poco realista a un candidato que solicitaba el puesto de
pasante.

De hecho, el jefe de departamento, que estaba sentado frente a ella, también tenía
ganas de abofetearse a sí mismo, pero tenía que seguir las instrucciones del director
general al pie de la letra. Echó un vistazo a la bonita chica, que tenía una voz dulce y
era educada, y pensó que era muy probable que el director general estuviera
interesado en ella. Si ya fuera su novia, no se habría esforzado en buscarle un trabajo.
Por lo tanto, sospechaba que el director seguía persiguiéndola.

Al mirar al jefe de departamento que estaba en un dilema por su causa, Delia también
se quedó indecisa. Pensaba en la posibilidad de que estuviera poniéndola a prueba
para ver cómo respondía a su oferta. Ella había escuchado rumores en su universidad
de que los entrevistadores solían hacer preguntas extrañas para ver si un candidato
estaba cualificado para el trabajo o no. Pensó en la pasantía que había hecho antes en
la empresa de decoración y reformas de Ciudad Ribera, donde solo le ofrecieron dos
mil al mes como salario. ¿Sería la tarifa aquí similar a la que le ofrecieron allí?

Sin embargo, todo en Ciudad Buenaventura era más caro que en Ciudad Ribera. Le
resultaría difícil mantenerse con solo dos mil al mes pues tenía que pagar el alquiler,
cubrir sus gastos de vida y liquidar el préstamo que debía a Miguel. Después de
pensarlo mucho, todavía no podía llegar a una conclusión.

Al ver que era incapaz de responder incluso después de un largo rato, el jefe de
departamento no pudo evitar animarla con una sonrisa.

—Señorita Lima, por favor, no se ande con ceremonias. ¡Solo díganos la cantidad que
necesita y la aceptaremos sin importar cuánto quiera!

—En ese caso... —Delia mostró cuatro dedos con timidez.

—¡¿Cuarenta mil?! —El jefe de departamento estaba horrorizado. No podía creer que
esta chica fuera tan codiciosa incluso antes de graduarse. Además, solo era
estudiante de una universidad comunitaria, mientras que el resto de los empleados del
Grupo Larramendi eran, como mínimo, graduados universitarios.

Rápidamente, Delia sacudió la cabeza y aclaró aturdida:

—No cuarenta mil, sino c… cuatro mil... ¿Está bien así?

—¡Por supuesto! —El jefe de departamento no pudo evitar sonreír, pues se alegraba de
que la joven supiera cuánto valía.
Lo menos que se imaginaba ella era que cuatro mil al mes era en realidad el salario
más bajo entre todos los empleados del Grupo Larramendi. Todo se debía a que Delia
no conocía a fondo la estructura salarial del grupo. Si lo hubiera sabido, no habría
pedido un sueldo de cuatro mil al mes.

»¿Puede empezar de inmediato? —preguntó el jefe del Departamento de Recursos


Humanos.

Delia asintió con una sonrisa sutil.

La noticia de que el Departamento de Recursos Humanos había contratado a una


estudiante universitaria por un salario de apenas cuatro mil al mes corrió como la
pólvora en la empresa. Cuando el jefe del Departamento de Diseño llevó a Delia a la
oficina, todos sus compañeros en los cubículos la miraban como si estuvieran viendo
un animal en el zoológico.

¿Su empresa, la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía del Grupo Larramendi,


había contratado a una pasante?

¿Cuándo se modificó la política de la empresa? ¿Por qué Miranda Salazar, la


subdirectora del Departamento Financiero, no tenía ni idea de eso?

Miranda, a quien siempre le encantaban los chismes, se acercó también al


Departamento de Diseño para observar el alboroto. Se quedó boquiabierta en el
momento en que vio a Delia a través de la puerta de cristal de la oficina de este
departamento, presentándose ante sus colegas con una sonrisa en el rostro. No pudo
evitar fruncir sus labios rojos, apretar los dos puños y dar un pisotón de rabia.

Al ver a Delia, se dio cuenta enseguida de que todo debía haber sido organizado por
Miguel. Como no podía enfrentarse a él, tenía que hacer pasar un mal rato a Delia. Por
fortuna, se llevaba bien con Lily Sánchez, la subdirectora del Departamento de Diseño.

Dentro del Departamento de Diseño, el jefe de departamento se encargaba


básicamente de todos los asuntos externos, mientras que los asuntos internos se
asignaban al subdirector.

Desde que Miranda había tenido una charla con Lily en privado, a Delia solo se le
asignaban tareas menores en la oficina. En su primer día, sus compañeros la
mandaron a realizar tareas como ir a buscar bebidas, imprimir planos y entregar
documentos. La larga distancia que recorría añadía presión a sus piernas, lo que de
nuevo le provocaba dolor.

Unos minutos antes de que terminara la hora de oficina, Lily, la subdirectora del
departamento, se acercó de repente a Delia y llamó a la mampara de su cubículo.

—Lima, ¿sabes cómo modelar imágenes en la computadora? —preguntó Lily.

Delia asintió con una sutil sonrisa. En el momento en que Lily le entregó un plano de
diseño de una sala de estar y le pidió que le hiciera un modelo para el día siguiente por
la mañana, se arrepintió de su decisión de haber asentido de inmediato. ¿No la estaba
obligando Lily a trabajar horas extras esa noche?

»Voy a utilizarlo para la reunión de mañana por la mañana. Asegúrate de no causarme


ningún retraso —advirtió Lily con severidad.
Justo cuando Delia quería explicarle que era imposible que pudiera hacerlo en tan
poco tiempo ella sola, Lily ya se había dado la vuelta y se había marchado. No había
forma de que pudiera realizar la tarea.

Mientras soportaba el dolor palpitante que tenía en el tobillo aceleró el paso y se


esforzó por alcanzar a Lily.

—Señorita Sánchez, por favor, espere.

En respuesta a alguien que la llamaba por detrás, Lily se detuvo en seco y se dio la
vuelta. Al ver que Delia se dirigía cojeando hacia ella, preguntó con amabilidad:

—¿Qué te pasa en la pierna?

—Me torcí el tobillo y aún no me he recuperado. —Delia le sonrió.

Sin embargo, Lily no cambió su opinión sobre ella solo porque viniera al trabajo
lesionada.

—¿Hay algo que quieras decirme?

—¡Sí! Si en realidad necesita el modelo mañana por la mañana, no creo que pueda
terminarlo en tan poco tiempo...; «me preocupa que le cause un retraso. Por favor,
haga que otro colega me ayude a hacerlo».

Sin embargo, antes de que pudiera decir la última parte de su frase, Lily la criticó con
severidad:

—Todo el mundo aquí puede hacerlo. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo? —Su tono
agudo atrajo la atención de todos los compañeros que estaban presentes en la oficina;
todos levantaron la vista y se voltearon para mirarlas.

Después de echarles un vistazo rápido a todos, Delia miró a Lily para disculparse y dijo
con la cabeza ligeramente baja:

—Lo siento, Señorita Sánchez, en realidad no puedo...

—Delia, nuestra empresa solo contrata personas con talento y capacidad. Si no puedes
completar la tarea, ¿cómo fuiste contratada? —preguntó Lily.

De inmediato, Delia se quedó boquiabierta. Era evidente que había podido entrar en la
Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía del Grupo Larramendi porque había sido
contratada por el Departamento de Recursos Humanos. Se preguntó por qué la
Señorita Sánchez hacía una pregunta que tenía una respuesta tan obvia. Delia miró
desconcertada a Lily.

Lily prosiguió:

»He comprobado tu currículum. No solo vienes de una universidad comunitaria, sino


que además no te has graduado y solo estás aquí como pasante.

—¡Sí, efectivamente soy una pasante, pero trabajaré duro para que me contraten de
forma permanente! —respondió Delia con determinación.

Lily se burló de ella:


—¿Supongo que necesitarás alguna prueba de tu pasantía cuando vuelvas a la
universidad para la defensa oral de tu tesis? ¡Si eres incompetente, no firmaré tu
informe de pasantía!

El resto de sus compañeros iniciaron una acalorada discusión tras escuchar lo que dijo
Lily. ¿Delia era en realidad una pasante que ni siquiera se había graduado en una
universidad comunitaria? Algunos de los empleados de la oficina ya lo sabían,
mientras que otros no tenían ni idea. Sin embargo, gracias al comentario público de
Lily, todos se habían enterado.

Mientras fruncía los labios, Delia agarró con fuerza el plano y forzó una sonrisa
mientras decía:

—Señorita Sánchez, tiene usted razón. No la defraudaré y completaré el modelo.

—¡Entonces esperaré tu trabajo mañana por la mañana! —Con los labios curvados
hacia arriba, Lily se dio la vuelta y salió de la oficina.

Justo en ese momento, la máquina de tarjetas perforadas empezó a sonar, para


señalar el fin de la hora de oficina; todos comenzaron a guardar sus cosas y a
levantarse de sus asientos.

Delia fue la única que volvió a su cubículo en silencio y se sentó. Como era nueva en la
oficina, no tenía ningún compañero con el que poder hablar. Tal vez, pensaban que no
valía la pena interactuar con ella.

La joven respiró hondo, encendió su computadora y echó un vistazo al plano de diseño


de la sala de estar que tenía a mano con una sonrisa forzada. La Señorita Sánchez ni
siquiera le había dado el diseño en formato digital. Era obvio, la estaba condenando a
la exclusión de forma deliberada. ¿Era por su currículum?

En ese momento, una señora muy amable se apresuró a recordarle:

—Lima, la empresa prohíbe que sus empleados hagan horas extras en la oficina por la
noche. ¡Debes llevar el trabajo para la casa!

—¡Está bien, gracias por decirme! —agradeció Delia a la señora con una sonrisa.

La señora sonrió también y respondió:

—¡No te preocupes!

Después de que las dos se despidieran con cortesía agitando las manos, Delia se dejó
caer en la silla de la oficina, un poco abatida. No podía creer que la empresa, una de
las más grandes del país, prohibiera a sus empleados hacer horas extras en la oficina.
¿Era porque querían ahorrar electricidad? ¿Qué mezquino era eso?

En realidad, la empresa prohibía a sus empleados hacer horas extras solo en


determinadas circunstancias.

En un estado de desesperación, Delia decidió hacer uso del préstamo de diez mil que
le había dado Miguel para comprar una portátil. Después de llamar a Xiomara para
informarle que no iría a casa a cenar, subió sola a un autobús que se dirigía al centro
de la ciudad.
La vida nocturna de Ciudad Buenaventura era tan emocionante y vibrante como la de
Ciudad Ribera. Incluso los centros comerciales de la ciudad cerraban a la una de la
madrugada.

En cuanto llegó a la entrada del centro comercial más grande de Ciudad Buenaventura,
lo primero que vio fue una losa de piedra enorme colocada en medio de un cantero de
flores en la se podía leer: «Centro Comercial Prosperidad del Grupo Larramendi».
Parecía que el Grupo Larramendi tenía todos los centros económicos de Ciudad
Buenaventura bajo su control exclusivo.

Se dirigió a la primera planta, en la que había sobre todo tiendas de aparatos


electrónicos; pero, después de mirar a su alrededor, no pudo encontrar ninguna portátil
que tuviera buenas características y fuera asequible al mismo tiempo. Como la más
barata costaba cinco mil, la preocupación la invadió.

En ese momento, un grupo de agentes de policía vestidos con ropa informal se abrió
paso en el centro comercial, que estaba abarrotado de gente que iba y venía. A gran
velocidad se dispersaron por todas las partes del centro comercial e informaban en
secreto a los clientes que los rodeaban que abandonaran el lugar con calma y
tranquilidad.

Después de que la vendedora, que en ese momento estaba dándole sugerencias a


Delia sobre la elección de una computadora portátil, recibiera la información a través
de su radio, se apresuró a agarrar las manos de Delia y le dijo con voz suave:

—Señorita, el centro comercial va a cerrar hoy más temprano por una razón especial.
Por favor, abandone el centro comercial por la salida de incendios.

Debido a su extraña declaración, Delia miró instintivamente hacia la salida de


incendios que estaba a su izquierda. Uno tras otro, los clientes se precipitaban a salir.

Después de escudriñar su entorno, descubrió que muchos otros clientes se


comportaban como si acabaran de recibir la misma instrucción, ya que todos
comenzaron a dirigirse a las salidas de incendios más cercanas.

—¿Puedo pagar esta portátil antes de irme? Lo necesito con desesperación para
trabajar esta noche —suplicó Delia mientras miraba a la vendedora.

Al ver la seriedad con la que se mostraba y que al parecer sí tenía cosas importantes
que hacer, la vendedora cedió con resignación y accedió a su petición.

—¿Está segura de que quiere este modelo?

—¡Sí!

—Sígame a la caja, por favor. —Mientras hablaba, la vendedora sacó de debajo de la


vitrina una caja sellada que contenía la portátil. Ansiosa, preparó la factura antes de
conducir a Delia hacia la caja con la portátil en sus manos—. ¿Quiere hacer el pago con
tarjeta de crédito o en efectivo?

—¡Con tarjeta de crédito, por favor! —De esa manera, Delia entregó su tarjeta a la
vendedora.

La vendedora se dirigió a la caja y le dijo a la cajera:


—Ana, por favor, ayúdame a pagar este último artículo.

La chica, que se llamaba Ana, echó una mirada a la vendedora antes de rechazarla:

—¡Ya estoy preparando para apagar la máquina!

—Pero aún no la has apagado, ¿verdad? Sé rápida y ayúdame a pagar este último
artículo. —La vendedora insistió antes de entregarle la tarjeta de crédito de Delia.

Con los labios fruncidos por la molestia, Ana tomó la tarjeta y cobró la portátil.
Después de teclear su número, Delia firmó en el recibo. Solo entonces la vendedora le
entregó la computadora.

Ana apagó de inmediato la caja y se marchó de prisa mientras sujetaba las manos de
la vendedora.

Mientras miraba su portátil, Delia chocó con alguien por accidente. En ese momento, la
persona con la que chocó la agarró de repente y le ató algo a la cintura. Antes de que
pudiera distinguir con claridad el rostro de la persona, un sonido diabólico llegó a sus
oídos.

—¡Señorita, enhorabuena! ¡Ha sido elegida como nuestra Aventurera!

¿Qué era una aventurera? Delia se quedó horrorizada y cuando se dio la vuelta, la
persona con la que se había topado ya había desaparecido de su vista. De repente,
escuchó a alguien gritar.

—¡Hay una bomba!

Atónita, Delia vio a una mujer, cuyo rostro estaba tan pálido como el papel, que
exclamaba mientras señalaba su cintura. A continuación, la mujer huyó despavorida
del lugar.

Debido al grito, los clientes que aún no habían salido del centro comercial también
entraron en pánico. Todos estaban muy ansiosos y empezaron a correr alarmados.

Al levantar la portátil, Delia bajó la mirada por instinto. Una cadena de metal estaba
atada a su cintura con fuerza y había una bomba de tiempo amarrada a la cadena. Solo
quedaban diez minutos en la cuenta regresiva.

Presa del miedo, Delia abrió los ojos y se desplomó en el suelo porque le temblaban
las piernas. En ese momento, un grupo de hombres corrió hacia ella uno tras otro
desde la multitud.

—Señorita, por favor, no se asuste. Él es nuestro experto en desactivación de bombas y


la ayudará.

Delia ya no podía determinar quién era el que hablaba. Solo podía oír el caos en su
entorno: los niños lloraban y las personas huían en todas las direcciones. Rodeada por
el grupo de hombres, el tiempo pasaba lento. Solo quedaba un hombre a su lado, que
intentaba desactivar la bomba de tiempo mientras por su frente corría el sudor frío. Al
principio tenía un ayudante, pero ahora, incluso el ayudante había sido evacuado. Solo
quedaban cinco minutos en el cronómetro.

El rostro de Delia palideció por completo y las palmas de sus manos estaban
empapadas de sudor frío.
—Eh... señor, ¡ta… también debería irse ahora! —Delia había hecho acopio de mucho
valor para hacer la declaración.

El hombre que estaba desarmando la bomba estaba al límite de su ingenio.

—¡Déjeme intentarlo!

De repente, Delia oyó una voz fuerte y poderosa. Levantó la vista en dirección a la voz y
vio a un hombre alto y delgado, que llevaba unos pantalones negros ajustados y unas
gafas de sol espejadas, que se dirigía hacia ella. El hombre que estaba desarmando la
bomba dejó escapar un leve suspiro de alivio al verlo.

—Es muy complicado, así que es un gran reto. Puedes usar el diagrama del circuito que
dibujé hace un momento como referencia. —Después de entregar la tarea al hombre de
las gafas de sol espejadas, el hombre se alejó a toda prisa de la escena.

En ese momento, solo quedaban tres minutos.

Mientras temblaba, Delia se quedó mirando al hombre que había asumido la tarea de
desactivar la bomba de tiempo. Al estar tan cerca de él, tenía la sensación de haberlo
visto antes en alguna parte.

—¡Usted también debería irse! —Estaba segura de que esta vez no podría escapar del
destino de morir. Por lo tanto, estaba desesperada.

Mientras centraba su atención en desarmar la bomba, el hombre le preguntó con


indiferencia:

—¿Su corazón siente pena de mí? ¿Le preocupa que muera junto a usted?

Tras oír eso, Delia pensó de inmediato en una persona. Vino a su mente el hombre
herido al que le había salvado la vida aquella fatídica noche. Delia no pudo evitar
analizar al hombre que tenía delante. Aunque no podía ver sus ojos, reconoció la
afilada mandíbula y sus pronunciados y bien definidos rasgos faciales.

—¿Es usted? —se sorprendió Delia.

Atónito, Manuel Larramendi levantó la vista y la miró. Nunca pensó que ella fuera
capaz de reconocerlo.

Delia confirmó su suposición después de notar la mirada del hombre. A continuación,


prosiguió:

»¿Se ha recuperado ya la herida de su abdomen? Además, supongo que también se ha


eliminado todo el veneno de serpiente del cuerpo de su amigo.

No podía creer que ella pudiera seguir preocupándose por los demás en este momento
crucial. Sin responder a la pregunta, Manuel centró toda su atención en desactivar la
bomba.

»¿Es usted un agente especial? —volvió a preguntar Delia. Esperaba que la perdonara
por ser tan inquisitiva en ese momento, porque si no se ponía a hablar, estaría tan
aterrorizada que podría llorar. Todos en este mundo le tienen miedo a la muerte, por no
hablar de que ella era solo una joven que nunca había pasado por una experiencia tan
intensa como esta. Se limitaba a hacer conjeturas sobre su identidad.
Él había aterrizado en el balcón del lugar donde ella se hospedaba y había irrumpido en
su casa en medio de la noche porque estaba herido, se había adentrado en las
montañas de su recóndito pueblo para buscar amapolas y, además, Delia se había
topado con él en el Club Nocturno El Fantasma. Si no se equivocaba, acababa de
reencontrarse con él.

Alguien que podía ir y venir a varios lugares con varias identidades solo podía ser un
agente especial como los que veía en la televisión.

Solo quedaban diez segundos.

Sin saber qué hacer, Manuel la miró fijamente y le preguntó:

—Azul, rosa, blanco, negro, amarillo y verde. ¿Cuál es su color favorito?

—¡El rosa! —respondió Delia sin pensarlo.

En los dos últimos segundos, Manuel cortó el cable. El temporizador de la bomba se


congeló en el último segundo.

—¡Esa es mi chica! —Con los labios curvados en una sonrisa, Manuel la atrajo de
repente hacia sus brazos.

«Sus brazos... se sienten... tan cálidos...». Entonces Delia se desmayó. Después de


haber estado en ascuas y con un miedo extremo durante todo el proceso, perdió el
control en el último momento.

Al sentir que Delia se había quedado quieta e inmóvil en sus brazos, Manuel no pudo
evitar agarrar su hombro y mirar instintivamente hacia abajo. Su rostro estaba tan
pálido como el papel y sus labios estaban amoratados. Había perdido el conocimiento
debido al miedo extremo...

—¡Mariana, Mariana, Mariana!

A pesar de llamarla varias veces, Delia seguía inmóvil. Por lo tanto, se vio obligado a
levantarla del suelo. En ese momento, dos paramédicos dirigidos por la policía se
acercaban a toda prisa.

—¡Doctor, por favor, échele un vistazo ahora! —gritó Manuel con ansiedad.

Vagamente, Delia pudo oír la voz familiar pero angustiada del hombre. «¿Está...
preocupado por mí?».

Cuando recobró la conciencia, estaba en el hospital con un suero intravenoso.

Fuera de la ventana el cielo estaba nublado.

«¿Qué hora es?».

Con debilidad, se apoyó para sentarse erguida. Al ver el reloj de pared que indicaba que
eran las cinco de la mañana, se acabó de despertar de inmediato. Como tenía que
llegar a la oficina a las ocho y media, ¡todavía le quedaban tres horas y media para
terminar el trabajo! Sin prestar atención a nada más, se quitó la aguja del suero
intravenoso del dorso de la mano, se puso los zapatos y salió del hospital a toda prisa.
Cuando llegó al puesto de vigilancia situado en la entrada del edificio de oficinas, logró
convencer a los guardias de seguridad de que la dejaran entrar en la oficina antes,
después de decirles algunas palabras amables.

Se dirigió a su cubículo, se sentó y encendió con rapidez la computadora antes de


ponerse a trabajar. Se esforzaría al máximo esta vez. A como diera lugar tenía que
tener listo el modelo antes de las ocho y media.

Por suerte, ya había hecho un diseño similar durante su pasantía en la empresa de


renovación y diseño de Ciudad Ribera. Por lo tanto, solo tuvo que hacer algunas
modificaciones al anterior. Sentada sola en su cubículo, tecleaba y pulsaba el ratón
con rapidez. Solo tenía una cosa en mente: ¡terminar el modelo lo antes posible!

Antes de entrar en el edificio, Miguel se dio cuenta de que las luces estaban
encendidas en una de las oficinas. Por alguna razón, lo relacionó con Delia. Sin que se
diera cuenta, ese pensamiento lo impulsó a ir hasta el Departamento de Diseño y a
través de la puerta de cristal apareció a la vista Delia, que estaba trabajando
arduamente en su cubículo. A juzgar por su aspecto un poco desaliñado, calculó que
no había pegado ojo esa noche.

Delia, que estaba trabajando con ahínco en el modelo, ni siquiera notó la presencia de
Miguel. Él llevaba mucho tiempo mirándola y solo una pared de cristal los separaba. Al
ver lo trabajadora que era, Miguel pensó en que él solía trabajar tan duro como ella
para ganarse la aprobación de su abuelo. Aunque tenían identidades y estatus sociales
diferentes, en cierto modo, tenía la sensación de que Delia y él se entenderían bien.
Ambos anhelaban tener una familia y los dos aspiraban a cambiar sus vidas mediante
el trabajo arduo.

—Basilio, ve a buscar un desayuno completo y envíaselo a una chica llamada Delia


Lima del Departamento de Diseño. Acuérdate de conseguir uno nutritivo. —Miguel
llamó a su ayudante, Basilio, antes de darse la vuelta y marcharse con una sutil
sonrisa.

Después de completar el modelo, Delia lo imprimió. Aunque no estaba del todo


satisfecha con su trabajo debido a que sentía que había hecho un poco de trampa, por
el momento era lo mejor que podía hacer para cumplir con la tarea. Se estiró y recogió
su escritorio antes de dirigirse al baño, donde se lavó la cara, se enjuagó la boca y se
arregló el cabello. Esbozó una sonrisa amarga mientras miraba su aspecto demacrado
en el espejo.

¿Por qué siempre acababa siendo tan patética en todo lo que hacía?

«¡Ah, sí!». Un pensamiento la asaltó de repente y recordó la portátil que había


comprado la noche anterior.

¡Ains...!

No pudo evitar sentirse desanimada al pensar que alguien debió haber tomado la
portátil en medio del caos. Sin embargo, cuando pensó en el hombre que había
insistido en desactivar la bomba de tiempo que llevaba encima y al que no le importó
morir con ella en el momento crucial la noche anterior, su rostro se sonrojó de forma
descontrolada. Puede que no hubiera visto su rostro con claridad detrás de las gafas
de sol espejadas que llevaba, pero el resto de sus rasgos faciales bastaron para
convencerla de que era un hombre encantador y apuesto.

Como su mente había estado ocupada por completo en su propia seguridad en ese
momento, no había prestado ninguna atención a su gran atractivo, pero ahora que
recordaba el momento con calma, ¡al fin se daba cuenta de que el hombre era de
hecho muy apuesto!

Justo cuando Delia estaba pensando en eso, dos de sus compañeras de trabajo
entraron al baño charlando alegres. Volvió a la realidad y se dirigió a la oficina,
avergonzada.

Aunque el horario de oficina empezaba a las ocho y media, la mayoría de los


compañeros ya habían llegado a las ocho y cuarto. Los cubículos de la oficina se
llenaron poco a poco de ruidosas conversaciones.

—¿Quién de ustedes es Delia Lima? —preguntó un hombre trajeado en la entrada del


Departamento de Diseño con unas bolsas en las manos.

Todos se voltearon para mirar al hombre antes de mirar a Delia. Con cara de
confusión, Delia levantó la mano y dijo:

—Soy yo...

Tras ver a Delia, Basilio se acercó a ella y colocó el desayuno sobre su mesa mientras
ella seguía desconcertada.

—Por favor, disfrute de su desayuno —dijo Basilio con amabilidad. Antes de que Delia
pudiera preguntar nada, ya él había dado media vuelta y se había marchado.

Al ver que Basilio le había traído el desayuno, todos comenzaron a susurrar y a


chismear entre ellos.

¿Quién era Basilio Zabala? Era el asistente del director general. ¿Por qué iba a traer el
desayuno a Delia?

Mientras se tocaba el estómago, sentía como le rugían las tripas desde bien temprano
en la mañana. Delia recogió las bolsas de comida y se dirigió a la despensa que había
al lado de la oficina.

Había papilla de arroz con huevo y cerdo, <i>dumplings</i> de camarón, leche tibia y
ensalada de frutas... Abrió las bolsas y encontró una cantidad de comida que la dejó
atónita. Había tanta comida que... ¡por supuesto que podría comérsela toda, ella sola!
Mientras sonreía tomó los cubiertos desechables y comenzó a devorar la comida.

Aunque pudo disfrutar de un suntuoso desayuno gratuito, no pudo evitar las críticas de
Lily. De hecho, esta no estaba contenta con el modelo que había hecho en el último
minuto.

—Delia Lima, ¿tú solo holgazaneaste con el trabajo que te di? —Arrojó el trabajo de
Delia sobre el escritorio con crueldad en su arrebato de ira. Delia bajó la cabeza en
señal de resignación—. Encontraste una representación similar en algún lugar y la
modificaste un poco antes de dármela. ¿Crees que soy idiota o una niña de tres años?
¿Crees que no me daría cuenta de los trucos que has intentado hacer para completar
el trabajo de una forma tan superficial? —la reprendió Lily con severidad.
Delia bajó la cabeza de golpe, avergonzada.

—¡No solo tu currículum es mediocre, sino que me sorprende saber que tu actitud ante
el trabajo también lo es! —Lily lanzó a Delia una mirada desdeñosa mientras sentía el
impulso de confrontar al Departamento de Recursos Humanos. «¿Por qué contrataron
a una empleada tan incompetente?». No tenía derecho a despedirla, pero sí a rellenar
su formulario de evaluación de empleados.

Delia salió de la habitación en silencio después de que Lily la reprendió.

—Lima, envía estos diseños al Departamento de Presupuestos, por favor —dijo con una
sonrisa una de sus compañeras que se dirigía hacia ella con un montón de papeles.

—Lima, ¡por favor, lleva este paquete al puesto de vigilancia de camino al


Departamento de Presupuestos! El mensajero vendrá a recogerlo después.

—Lima, envía este documento al Departamento de Control de Costos, por favor.

—Lima, por favor, tráeme un café cuando vuelvas.

—Lima...

En un abrir y cerrar de ojos, le llovió un cúmulo de tareas. Decidió enviar los diseños al
Departamento de Presupuestos antes de enviar el documento al de Control de Costos,
luego... A pesar de la pila desordenada que tenía en sus manos, mantuvo la lucidez al
ejecutar primero en su mente la secuencia en la que realizaría las tareas.

A diferencia de Delia, que tenía que trabajar sin descanso, recibir críticas de su
superior y recibir órdenes de sus colegas, la vida de Mariana era mucho más agradable
y relajada. Justo cuando Mariana se preparaba para ir a pasar el rato con algunas
señoras y señores ricos, llegó un mensajero para entregar una computadora portátil.

Esta vez, Mariana sabía quién se lo había enviado sin necesidad de preguntar. Quitó el
envoltorio y descubrió la portátil. De inmediato, sacó su teléfono para escanear el
código de barras de la caja.

—¡Tch, esta portátil solo cuesta unos cinco mil! ¡Es muy barato! De verdad que el señor
no tiene buen juicio, ¡eh! —Con disgusto, Mariana dejó la portátil en el suelo sin
molestarse en sacarlo de la caja. No sabía que la portátil la había comprado Delia la
noche anterior.

Manuel se había tomado un tiempo libre en el trabajo para visitar a Delia en el hospital,
pero la enfermera le había dicho que ya le habían dado el alta y se había ido a casa con
antelación. Como todavía tenía trabajo y no podía quedarse mucho tiempo, había
enviado a sus hombres a llevar la computadora que había dejado «Mariana» al hotel
donde se alojaba.

Después de haber vivido una situación de vida o muerte con la chica la noche anterior,
Manuel se había enamorado de ella. El Señor López envió un mensaje en el que le
informaba de la intención de la Señorita Suárez de comprar una mansión en Ciudad
Buenaventura. Manuel permitió la transacción sin dudarlo.

Mariana se alegró mucho cuando supo a través del Señor López que Manuel le había
dado permiso para comprar una mansión en Ciudad Buenaventura. Llevaba dos meses
disfrutando de la vida en la casa de la Familia Larramendi, donde podía conseguir todo
lo que pedía mientras se hacía pasar por Delia. A juzgar por lo dispuesto que estaba el
Señor Larramendi a concederle todos sus deseos, supuso que no tenía ni idea del
verdadero nombre de Delia Lima.

Respiró aliviada, pero al mismo tiempo se advirtió a sí misma que no debía bajar la
guardia porque Delia también estaba en Ciudad Buenaventura. No podía permitir que
Delia volviera a aparecer en su círculo social o su suplantación quedaría al descubierto
tarde o temprano.

A Delia nunca le pasó por la cabeza que la mujer que solía ser su mejor amiga
estuviera tramando en secreto algo contra ella. Después de completar los recados,
regresó a su propio escritorio para seguir haciendo el modelo que Lily le había
asignado. Aunque ya era demasiado tarde, todavía quería demostrar su capacidad.

Media hora antes de que terminara el horario de oficina, Delia tocó a la puerta de
cristal de la oficina de Lily con el modelo que había rehecho.

Lily la miró y dijo molesta:

—Entra.

—Señorita Sánchez, este es el modelo que volví a hacer. —Le entregó de manera
respetuosa el dibujo que sostenía con ambas manos.

Sin siquiera echarle un vistazo, Lily dijo con sarcasmo:

—¿Ahora va a servir de algo? Si todo el mundo hiciera su trabajo como tú hiciste el


tuyo, nuestra empresa ya habría quebrado.

—Como me ocurrió algo inesperado anoche, me enviaron al hospital y me dieron


tratamiento intravenoso hasta esta mañana, y solo entonces volví corriendo a la
oficina para trabajar en el modelo. Reconozco que me equivoqué al entregar un trabajo
modificado sobre otro similar que ya había hecho antes. Sé que no puedo hacer nada
para compensar su pérdida, pero aun así le pido disculpas. Por favor, perdóneme. —
Después de hablar con seriedad, hizo una reverencia a Lily para mostrar la sinceridad
de su disculpa.

Lily la miró antes de mover sus manos para tomar el modelo. Un destello de sorpresa
apareció en sus ojos después de echarle un vistazo.

—¿Seguro que aún no te has graduado? —preguntó incrédula Lily mientras miraba el
dibujo hecho por Delia.

Con la cabeza baja, Delia respondió en voz baja:

—Estoy en mi segundo año y la universidad ha dispuesto que hagamos una pasantía


este trimestre.

Lily volvió a mirarla, ya impresionada.

—Has hecho un buen trabajo para este modelo.

—¿Eh? —Delia pensó que estaba escuchando voces imaginarias.

—Has hecho un buen trabajo para este modelo —repitió Lily. Delia estaba llena de
alegría por el cumplido y un par de hoyuelos se mostraron en su rostro—. Tengo un
nuevo proyecto para el diseño interior de una mansión. Puedes trabajar en él. —Lily le
entregó una carpeta con los detalles de una mansión, que había recibido del
Departamento de Ventas y Mercadotecnia.

Con la alegría reflejada en su rostro, Delia tomó con rapidez el expediente que Lily le
dio, lo puso en sus brazos y se inclinó ante ella en señal de gratitud.

—¡Gracias por darme otra oportunidad, Señorita Sánchez!

—¡Encárgate bien de ello y no me defraudes! —dijo Lily sin expresión.

Delia asintió. Se dio la vuelta y salió de la oficina mientras llevaba el expediente


consigo.

Mientras observaba a Delia marcharse, Lily no pudo evitar preguntarse qué

tipo de desacuerdo había tenido Miranda con Delia, para que Miranda la
hubiera invitado a tomar un café para discutir sobre la forma de hacerle la
vida imposible a Delia y lograr que esta dimitiera de la Empresa de
Desarrollo Inmobiliario Armonía.
Las competiciones, ya fueran abiertas o secretas, eran inevitables entre las

mujeres. Al principio, Lily no creía que Delia tuviera buenos conocimientos


técnicos debido a sus mediocres cali caciones. Sin embargo, no podía
negar el hecho de que la chica estaba casi al nivel de los diseñadores
actuales del departamento, incluso basándose en el modelo modi cado.

Exacto. Ya tenía los conocimientos técnicos de un diseñador en lugar de


los de un asistente de diseño.
Dado que Delia ya había demostrado sus habilidades de dibujo, era hora de
ver si era igual de buena en su capacidad de visualización espacial. Lily

pensó que la razón por la que el Departamento de Recursos Humanos


había hecho una excepción para contratarla como pasante era su talento.
Cuando Delia salió del trabajo, se dirigió al nuevo apartamento alquilado al
que ya se habían mudado su hermano y su cuñada. Xiomara le entregó la
llave del lugar.

—Deli, esa es tu habitación. ¿Por qué no vas a preparar la cena primero


antes de ordenarla? —sugirió Xiomara con una sutil sonrisa.
Delia asintió con gran resignación porque estaba bastante cansada debido
al día ajetreado que había tenido. Sin embargo, al ver que su hermano y su

cuñada la esperaban para preparar la cena, no podía hacer otra cosa que
dirigirse a la cocina y hacer la comida.
»Deli, he hablado con tu hermano y hemos decidido que solo tienes que
pagar el alquiler mientras te quedes con nosotros. Tu hermano pagará tu

comida, tus necesidades diarias y las facturas del agua y la electricidad —


dijo Xiomara mientras se dirigía a la entrada de la cocina.
Delia preguntó sobre el alquiler con timidez:

—¿Cuánto cuesta el alquiler de un mes?

—Mil

—¡¿Mil?! ¡Eso es muy caro!

—Eso ya es una tarifa baja comparada con el precio del mercado. —

Xiomara no estaba de acuerdo con su comentario. Tras una breve pausa,

añadió—: Como tu hermano y yo sufragaremos tus gastos de vida, tendrás


que encargarte de todas las tareas domésticas. Te librarás de preparar
nuestros desayunos y almuerzos, pero tendrás que volver a casa para
preparar las cenas para nosotros.

—¡Está bien! Pero... ¿Y si no puedo hacerlo por alguna situación de

emergencia como irme de viaje de trabajo o hacer horas extras?

—Solo tienes que informarme con una llamada de antemano.

—De acuerdo. —Delia sonrió, pero en realidad se quejaba en secreto de lo

difícil que sería su vida. Su vida no era nada fácil, puesto que no solo tenía
que recibir órdenes de sus colegas durante el día, sino también de su
cuñada cuando volviera a casa. Además, apenas podía mantenerse con su

sueldo de cuatro mil al mes. En su opinión, necesitaba conseguir un


trabajo a tiempo parcial por la noche, pero por esa noche, solo quería
descansar bien para tener energía para trabajar al día siguiente.
A las diez de la noche, Manuel apareció frente a la puerta de la habitación
de Mariana con un elegante traje gris plateado en lugar de su habitual

uniforme militar y un ramo de rosas en las manos. A pesar de haber tocado


el timbre muchas veces, Mariana no acudió a responder a la puerta. Por lo
tanto, sacó su teléfono para marcar su número. Era la primera vez que
tomaba la iniciativa de llamarla. Lo menos que se imaginaba era que ella

solo descolgaría el teléfono en su sexto intento.

—Hola, ¿quién eres?

Antes de que Manuel pudiera decir nada, una ensordecedora música de

rock heavy metal salió del altavoz de su teléfono en medio de la cual se oía,
a lo lejos, la voz impaciente de una mujer. Como el fondo era demasiado
ruidoso, no pudo oír lo que ella decía con claridad.

—Mariana, ¿dónde diablos has ido a divertirte otra vez? —Manuel no pudo

evitar fruncir el ceño.


Tal vez fue por el volumen de la música, pero Mariana chilló a todo
pulmón:

—¿Quién demonios eres tú? ¿Por qué te importa dónde estoy? Estás loco.

De hecho, había bebido tanto alcohol en el club nocturno que ahora mismo

estaba en estado de embriaguez.


Manuel colgó el teléfono enfurecido y dio media vuelta para marcharse;
luego tiró el ramo de rosas en un cubo de basura que encontró por
casualidad en el pasillo.

¡Qué mujer tan ridícula era Mariana!

Manuel estaba seguro de que debía de haberse vuelto loco para amarla y
odiarla al mismo tiempo. ¿Por qué tenía diferentes personalidades cuando

estaba frente a él y cuando él no estaba? No podía entenderla en realidad.


Manuel no era el único que no podía entender a Mariana.
Al día siguiente, cuando Delia fue a la o cina y abrió el expediente que le
había entregado Lily el día anterior, se quedó paralizada al ver el número
de contacto del cliente: «Señora Suárez: 139xxxxxxx8». El cliente tenía el

mismo número de teléfono que Mariana e incluso compartían el mismo


apellido. Al verlo, Delia tuvo sentimientos encontrados.
«No volvamos a ponernos en contacto. No vuelvas a hablar de mí con nadie
más y ni siquiera le digas a nadie que soy tu amiga. En resumen, Delia,

¡pongamos n a nuestra amistad!». Lo que Mariana le había dicho por

teléfono aquel día volvió a resonar en sus oídos.


Con el teléfono en la mano, Delia quiso llamarla, pero dudó. «¿Debería

pedir un proyecto diferente a la Señorita Sánchez? ¡Ni hablar!».


Acababa de conseguir demostrar su valía a la Señorita Sánchez con mucho
esfuerzo. Si dejaba el expediente esta vez, estaba segura de que ella
pensaría que volvía a manejar el trabajo de forma super cial. Después de

pensarlo mucho, Delia tomó al n su teléfono y marcó el número de


Mariana. Esta no contestó a la llamada hasta que el teléfono sonó durante
mucho tiempo. Su voz no sonaba tan amable como antes, puesto que la
arrogancia había ocupado su lugar.

—Hola, ¿puedo saber quién habla? —Era normal que Mariana no tuviera ni

idea de que era ella, porque había conseguido un nuevo número al


mudarse a Ciudad Buenaventura y nunca había informado a su ex-amiga

de ello.

—Buenos días, llamo del Departamento de Diseño de la Empresa de

Desarrollo Inmobiliario Armonía... «y soy la Señorita Lima». —Aunque Delia


quería hacer referencia a sí misma como Señorita Lima, tras una breve
pausa decidió ngir que era la Señorita Sánchez. Después de presentarse
con ese nombre, se volteó a mirar a Lily en su o cina y le sacó la lengua
con la esperanza de que la perdonara por haberse apropiado de forma

indebida de su apellido.

—¿En qué puedo ayudarla entonces? —preguntó Mariana distraída. Era


evidente, no la había reconocido o, tal vez, no le pasó por la mente que

quien llamaba era Delia, la chica que solía ser su mejor amiga.

—Tendré que hacer una visita para inspeccionar su mansión para diseñar

su interior —dijo Delia.

—Puede venir a las dos en punto de la tarde y haré que alguien la espere en

la mansión —dijo Mariana con pereza.

—De acuerdo, gracias —respondió Delia con alegría. Después de eso,

Mariana terminó la llamada telefónica.

Supuso que Mariana no estaría en casa más tarde ya que había dicho que
enviaría a alguien a la mansión a esperarla. De hecho, no tenía miedo de
verla. En cambio, solo temía la incomodidad de encontrarse con su examiga que no
quería saber nada de ella.
Solo después de terminar la llamada telefónica, Mariana tuvo la sensación

de que la mujer que acababa de hablar con ella por teléfono se parecía
mucho a Delia. No obstante, supuso que no sería ella, pues su apellido era
Sánchez.
En los últimos tiempos, Mariana se sentía muy paranoica con respecto a Delia.
Además, se preguntaba cuándo iba a casarse con el Señor Larramendi de manera
oficial. Temía que llegara el día en que todo lo que poseía y la fastuosa vida que
llevaba desaparecieran de repente como si se tratara de una burbuja.

Cuando Delia sostenía su bandeja de comida en el comedor y se preparaba para


almorzar al mediodía, vio a Basilio, que le había llevado el desayuno el día anterior por
la mañana. Tomó la iniciativa de dirigirse hacia donde él estaba sentado y ocupó el
asiento de enfrente, lo que le produjo un gran susto al hombre.

—¿Usted es? —Basilio no pudo recordar por un momento quién era ella.

Con una sutil sonrisa Delia dijo:

—Gracias por el desayuno de ayer por la mañana, pero ¿por qué lo hizo?

—¿Es usted Delia Lima? —Solo entonces Basilio se dio cuenta de quién era.

Delia asintió con una sonrisa.

Como ayer había salido de prisa del Departamento de Diseño, ni siquiera llegó a ver la
cara de la chica por la que se interesaba el Director General Larramendi. Sin embargo,
ahora por fin podía verla mejor. Aunque no fuera una chica guapa, era muy dulce y
tenía un aura refrescante.
—¿Cuánto costó el desayuno? Se lo devolveré...

—Apuesto a que conoce a Miguel Larramendi —interrumpió Basilio rápidamente a


Delia, que se sintió confundida mientras parpadeaba—. Él me pidió que lo hiciera. —
Basilio sonrió. Al principio, quiso preguntarle cómo había llegado a conocer a su jefe,
pero este le había advertido que no debía revelar a Delia su identidad como director
general de la empresa.

—¿Es usted su amigo? —preguntó de forma instintiva Delia.

Basilio se quedó quieto un segundo antes de asentir aturdido. De hecho, era su


subordinado o, de forma más clara, uno de sus subordinados.

»¿Apuesto a que también te especializas en diseño arquitectónico? —continuó Delia.


Basilio se quedó perplejo de inmediato—. Perdón por ser demasiado habladora. —Al
ver que el hombre se quedó mirándola sin palabras, se disculpó de manera rápida con
él y en su lugar, decidió concentrarse en comer.

Solo por el hecho de que compartieran mesa durante la pausa del almuerzo, empezó a
correr el rumor de que estaban saliendo juntos. Se rumoreaba que la pasante que
acababa de entrar en el Departamento de Diseño había empezado a salir con Basilio
Zabala, el asistente del director general. El día anterior, Basilio había llevado el
desayuno a Delia y hoy compartían la misma mesa para almorzar.

Miranda se alegró mucho al enterarse del rumor pues se dio cuenta de que había
malinterpretado a Miguel. Resultó que Delia y Basilio eran pareja. A juzgar por lo
amable que era Miguel, no era demasiado sorprendente que fuera amable con la novia
de su ayudante.

Después de la pausa del almuerzo, Miranda se dirigió a la oficina de Miguel para


delatarlos.

—Zabala, ¿por qué no me dijiste que tenías novia? —Basilio no podía soportar a
Miranda que estaba allí sin un buen motivo.

—¡Señorita Salazar! ¿Ha venido a ver al Director General Larramendi? —preguntó Basilio
con una sonrisa falsa.

Mientras ignoraba su pregunta, Miranda le lanzó una mirada arrogante antes de ir


directo al despacho del director general. Miguel estaba leyendo un documento en ese
momento. Miranda se dirigió a la puerta y llamó tres veces con cortesía.

—Pase —dijo Miguel sin siquiera levantar la vista.

Entró sola a su despacho y fue directo al grano antes de llegar a su mesa.

—¿No es el romance de oficina algo prohibido por la empresa?

—Sí —contestó Miguel, de forma distraída.

Se sentó con las piernas cruzadas frente a su escritorio y cruzó los brazos; parecía
muy segura y confiada, aunque estuviera ahí para delatar a otra persona.

—Su ayudante está saliendo con la pasante que acaba de entrar en el Departamento de
Diseño. ¿Cómo va a lidiar con eso?
—No estoy a cargo de este tipo de asuntos —respondió Miguel con despreocupación.

Miranda no pudo evitar sentirse alegre ante su respuesta. Si hubiera sabido que Delia
era en realidad la novia de Basilio, no la habría visto como su enemiga en absoluto.

—¡Entonces lo dejaré hacer su trabajo! —Mientras curvaba los labios hacia arriba,
Miranda se dio la vuelta y se marchó sacando pecho y con la cabeza alta. Solo
entonces, Miguel la miró mientras se alejaba y sacudió la cabeza con resignación.

«¡Ja! ¿Delia está saliendo con Basilio? ¿De verdad? ¡Si lo pensara más, sabría que no es
cierto en absoluto!». Se sorprendió de que Miranda hubiera acudido a él para delatar su
relación a pesar de que ni siquiera estuvieran saliendo.

Sin embargo, el rumor no era en realidad algo malo para Delia. Al menos Miranda dejó
de tratarla como una enemiga y sus colegas dejaron de darle órdenes debido al rumor.

Puede que el puesto de asistente del director general no fuera uno muy importante,
pero tenía un estatus muy apreciado en la empresa. Aunque Basilio no era más que un
ayudante, seguía siendo, después de todo, la mano derecha del hombre más
importante de la empresa.

Con el formulario de solicitud de permiso en la mano, Delia no tenía ni idea de que ya la


veían como la novia del asistente del director general. Cuando llegó a la zona
residencial, se registró primero en el puesto de vigilancia antes de ir a la oficina de la
empresa de administración de la propiedad, donde mostró su tarjeta de empleada. Por
último, una ejecutiva de la administración de la propiedad la llevó a la mansión de
Mariana.

Las mansiones de esa zona residencial eran de gama alta en Ciudad Buenaventura.
Como estaban situadas cerca del centro de la ciudad, eran muy convenientes pues se
podía ir a cualquier parte desde allí. Delia no pudo evitar sentir envidia al ver que su
examiga ya podía permitirse una mansión tan enorme después de poco más de un
mes de haber dejado de ser amigas.

Con la cinta métrica en la mano, tomó medidas y las anotó en su cuaderno. Sola, se
arrodilló, se puso de puntillas, subió las escaleras y volvió a bajar. El día pasó sin que
se diera cuenta. Después de obtener todas las medidas que necesitaba, se sentó en la
escalera y empezó a leer la información del cliente. Mariana había pedido un bar con
pista de baile, un gimnasio y un cine familiar. Además, quería que la mansión tuviera
un gran sistema de insonorización.

De acuerdo con el diseño que quería para la mansión, esta se parecería más a un club
nocturno a pequeña escala que a un hogar. Además, no creía que Mariana fuera una
mujer que estuviera preparada para casarse y ocuparse de la casa. En cambio, era una
mujer que solo sabía divertirse y derrochar.

Delia no pudo evitar preguntarse qué clase de hombre era su prometido. De todos
modos, estaba segura de que la adoraba mucho porque le permitía hacer lo que
quisiera. Ella era feliz mientras su examiga tuviera una vida próspera y ya no le
preocupaba la cuestión de si seguían siendo amigas o no.

Con una sonrisa de satisfacción, Delia empezó a trabajar en el diseño interior de la


mansión de acuerdo con los requisitos de Mariana. El tiempo pasó volando y Delia se
pasó todo el día en la mansión vacía con solo un sándwich, una botella de agua, un
bolígrafo y un tablero de dibujo.

Tras realizar varios bocetos preliminares, Delia esbozó una deslumbrante sonrisa;
estaba satisfecha con el trabajo. Al ver el cielo nublado a través de la ventana, pensó
que iba a llover pronto. Guardó sus cosas y cerró la puerta de la mansión a toda prisa
con la intención de llegar a su casa antes de que cayera la lluvia, pero al final empezó a
llover a cántaros justo cuando salía del jardín residencial. Se puso el bolso sobre la
cabeza y salió corriendo por la calle en medio del fuerte aguacero para llegar a la
parada de autobús que estaba enfrente.

En ese momento, un sofisticado vehículo todoterreno de color negro le pasó por el


lado a gran velocidad. Como Delia no consiguió alejarse de él a tiempo, los neumáticos
del auto la salpicaron con agua fangosa. De repente, se detuvo frente a ella y le
obstruyó el paso. «El dueño debe tener mucho dinero para estar por esta zona», pensó
Delia.

Aunque sintió el impulso de decirle unas cuantas verdades, no tenía ni idea de por
dónde empezar a desahogar su frustración. Además, ya estaba empapada por la lluvia,
por lo que el fango que llevaba encima no suponía una gran diferencia.

Al instante, el conductor se bajó con un paraguas. Delia, quien ya se había resignado a


su mala suerte, decidió pasar por delante del vehículo para continuar su camino hacia
la parada del autobús. En el momento en que se disponía a correr, alguien la agarró del
brazo y, al girarse para mirarlo, ambos acabaron chocando.

Las gotas de lluvia bajaban por su cara y goteaban sobre su esbelto cuello antes de
descender por debajo de su blusa. Al estar toda empapada por la lluvia, la blusa blanca
parecía translúcida y, como le quedaba ajustada, su cuerpo atractivo era un tanto
visible. El hombre no pudo evitar tragar en seco ante tal imagen.

Justo cuando Delia levantó la vista para mirarlo, el hombre bajó la cabeza y sus labios
se encontraron. Su cálido aliento la envolvió. Horrorizada, dio un paso atrás sin
pensarlo, pero una gran mano en la nuca la mantuvo en su sitio. Antes de que pudiera
reaccionar al repentino movimiento, él ya se había apoderado de sus labios de nuevo.
Un rostro apuesto, con rasgos faciales bien definidos, se reflejó en las pupilas
dilatadas de Delia.

Él disfrutaba con pasión cada roce de sus labios. Justo cuando estaba a punto de ir
más lejos, Delia lo apartó con fuerza, pero él una vez más la atrajo hacia su pecho. Ella
nunca imaginó que él pudiera ser tan fuerte. A pesar de sostener el paraguas con una
de sus manos, aún podía retenerla con la otra.

—Usted... —Cuando por fin Delia logró distinguir su rostro, sintió deseos de decir algo,
pero lo pensó mejor mientras la sorpresa se apoderaba de ella.

Manuel Larramendi sonrió mientras movía sus manos para acariciarle la parte superior
de su cabeza.

—Entra al auto —le ordenó.

—U… Usted es... —tartamudeó Delia al no saber con certeza si era quien ella realmente
creía.
El hombre, quien lucía un uniforme militar, era alto, pero no corpulento, y emitía un aura
dominante. La haló por la mano y la hizo entrar al vehículo.

Justo después de que se alejaran, un auto sedán de un color rosa llamativo entró en el
jardín residencial.

Debido a su identidad especial, Manuel no tenía un teléfono celular fijo. Por eso,
Mariana había ido a la mansión a esperarlo como le había dicho el Señor López. Según
este, el Joven Larramendi quería echarle un vistazo a la mansión que ella eligió, por lo
que se le solicitó que esperara por él allí.

Mariana solo podía llegar rápido en auto. Sin embargo, cuando ya estaba allí a punto
de bajarse, dudó. De pronto, se sintió nerviosa por encontrarse con el Joven
Larramendi por primera vez. «¿Y si...?», pensó.

Si el Joven Larramendi hubiera visto antes a Delia, aunque no supiera su nombre, su


identidad falsa ya habría quedado al descubierto. Mariana tembló de miedo solo de
pensarlo. Entonces, se le ocurrió una idea y, después de decidirse, dio un giro de ciento
ochenta grados en el auto.

Por otro lado, en el vehículo todoterreno, Manuel encendió la calefacción para que
Delia no se resfriara. El auto iba a toda velocidad hacia su destino. Durante el trayecto,
ella se dio cuenta de que iban en una dirección diferente a la que esperaba, por lo que
exclamó:

—¡Este no es el camino correcto hacia mi casa!

—Por supuesto que no. Este es el camino que nos llevará a mi casa —respondió
Manuel sonriendo. Él iba sentado en el asiento del conductor; ella lo miró y le preguntó
con timidez:

—¿Es el hombre... herido de aquella noche?

—Me sorprende saber que todavía no puedes recordar mi cara después de haberme
visto ya varias veces —expresó sin poder evitar sentirse sorprendido.

—Es porque tiene pintura en la cara cada vez que lo veo. Lo único que recuerdo son tus
memorables ojos —le contestó ella con enfado. Sí, Delia recordaba sus ojos tan fríos
como los de un leopardo, que podían provocar escalofríos aun en la oscuridad.

—Es un verdadero honor que me recuerde, señora —dijo él en tono de broma.

Ella se quedó atónita. «¿Señora? ¿Parezco tan mayor para que él se dirija a mí de esa
manera?». Delia había malinterpretado todo lo que le había dicho.

Por la forma en que él se dirigía a ella, Delia sentía mucha más curiosidad por la
identidad de aquel hombre. Había sido perseguido por sus enemigos en mitad de la
noche, había ido a la montaña a buscar amapolas, había aparecido en traje en el Club
Nocturno El Fantasma, había desactivado la bomba que ella tenía encima con un traje
de protección la noche anterior y ahora llevaba un uniforme militar. Su identidad era
misteriosa e impredecible, por lo que podía asegurar que él no le diría cuál era su
trabajo, aunque se lo preguntara. Por eso, guardó sus pensamientos para sí misma y
contuvo su curiosidad.
La lluvia caía cada vez más fuerte en el exterior y los cristales del auto se empañaban
como si los cubrieran unas cortinas. Era la primera lluvia fuerte que ella experimentaba
en Ciudad Buenaventura.

El intenso aguacero, en lugar de eliminar el calor del verano, hacía que el aire fuera aún
más húmedo. Manuel apagó la calefacción y encendió el sistema de ventilación del
auto. Aceleró la marcha, porque le preocupaba que ella se resfriara.

Delia se sintió muy incómoda en ese momento. Como el clima antes que lloviera había
sido muy caluroso, había sudado mucho después de correr por la enorme mansión
vacía. Ahora que estaba empapada por la lluvia, podía percibir su olor corporal en el
auto. Prefería caminar bajo la lluvia para disfrutar su efecto refrescante antes que
quedarse en el interior sofocante del vehículo.

—Mmm... ¿Podría llevarme a casa primero? —No tenía nada de qué hablar con ese
hombre, quien le resultaba extraño y familiar al mismo tiempo.

Aunque él la había obligado a besarlo hacía un momento, ella no encontró su beso


repulsivo. A decir verdad, ella no lo odiaba. Tal vez era porque él había decidido
permanecer a su lado a pesar de haber estado al borde de la muerte la noche anterior;
o quizás porque el aspecto tan elegante que tenía con el uniforme militar le hacía
pensar inconscientemente que no era un imbécil. Además, era muy atractivo.

—¿A qué casa te gustaría ir? —preguntó él mientras conducía.

Al principio, Manuel le había pedido a Mariana que lo esperara en la mansión que ella
había comprado a través del Señor López porque él tenía que ir a su casa; en este
recorrido, pasaría por el jardín residencial de la mansión. Por lo tanto, solo quería
aprovechar la oportunidad para tener un encuentro oficial con ella.

—¡Por supuesto que a mi propia casa! —dijo ella y con los labios fruncidos añadió—:
Aunque solo es alquilada.

—¿Prefieres una casa alquilada antes que un hotel? —Manuel se quedó sorprendido.
«¿Mi hermano Miguel no había organizado todo para que ella se quedara en un hotel?
¿Por qué querría alquilar un lugar?».

Delia solo pudo callar porque no tenía ni idea de lo que él estaba hablando. Se dio
cuenta de que era difícil comunicarse con él.

—Voy a buscar algunas cosas en mi casa primero y luego te llevaré a la tuya. —Al ver el
aspecto malhumorado de Delia, por primera vez en su vida, Manuel intentó razonar
pacientemente con una mujer.

Delia era una persona sensata. Sin embargo, se moría de ganas de decirle que, en
realidad, podía dejarla en la parada del autobús, pues le era más conveniente para
regresar a su casa, pero le daba vergüenza subirse a un autobús con ese aspecto. A fin
de cuentas, estaba empapada hasta los huesos.

Un tiempo después, el auto entró a un patio cerrado por una valla metálica y luego a un
garaje. Ambos se bajaron. Al principio, Delia pensó que debía salir del garaje para
entrar a la casa, pero se sorprendió al ver un ascensor que conducía directamente a
esta. Él la haló hasta el elevador y se dirigieron al segundo piso de la casa. Desde que
salieron del auto, él la llevaba agarrada de la mano.
Cuando llegaron al dormitorio de Manuel, este se volteó de repente y la empujó contra
la pared. Su beso apasionado la tomó por sorpresa y se apoderó de ella como una
ráfaga de viento fuerte sin previo aviso. Cuanto más trataba de esquivarlo y luchar
contra él, más él se emocionaba. Con una sola mano, le agarró las dos muñecas sin
esfuerzo y, con la otra, le presionó la cabeza contra la pared para que no se moviera.

—¡Usted, descarado, suélteme! —Delia se enfadó por la vergüenza. «¿Cómo puede


comportarse de forma tan inapropiada conmigo?».

Tras el turbulento y apasionado beso, Manuel se quedó mirando sus ojos vidriosos
como si ella fuera su presa y le dijo:

—¿Cómo me acabas de llamar?

—Mmm…

Manuel volvió a callarla con un beso, mientras succionaba y mordía con cuidado su
boca, sin perderse un ápice de sus suaves labios. Su enorme mano la agarraba con
mucha firmeza y con una fuerza monstruosa.

Como Delia no podía mover sus manos, solo pudo dar patadas con ambas piernas. Sin
embargo, no hubo forma de que pudiera igualar a su rival. Cada vez que levantaba una
de sus piernas, él aprovechaba la oportunidad para deslizarle el vestido hasta el muslo
con la otra mano.

Manuel ya no podía contener su ardiente deseo por ella. La ansiaba desde la vez que
no consiguió llegar hasta el final después de besar todas las partes de su cuerpo.
Aunque nunca antes había tocado el cuerpo de una mujer, había visto ya a algunas
bajo circunstancias especiales, pero no había sentido nada.

Mariana era la única que podía excitarlo. Debió haberse enamorado como para que
solo ella fuera capaz de provocar esa sensación en él.

Sin que ella se diera cuenta, él desabrochó los botones de la blusa que le ajustaban en
el pecho. Su boca recorrió todo su cuerpo.

Cuando por fin Delia consiguió hablar, no pudo evitar quejarse con lágrimas en sus
ojos:

—¡Si hubiera sabido que me haría esto, no lo hubiera salvado aquella noche!

Manuel la miró atónito y desconcertado. Si ya estaban comprometidos, ¿acaso no era


normal que hubiera intimidad sexual entre ellos? ¿Había hecho algo malo por querer
tener relaciones sexuales con ella? ¡Había algo mal en su percepción que la hacía
arrepentirse de haberlo salvado aquella noche! ¿En qué demonios estaba pensando
esta mujer?

Manuel se sentía cada vez más frustrado mientras más pensaba en ello, pero al final la
dejó ir.

—¡Ve a bañarte y a cambiarte la ropa mojada!

—Yo... —Delia parecía que quería decir algo, pero cambió de opinión.

Manuel la miró y le dijo con seriedad:


—¡No te tocaré más por hoy!

Delia tragó en seco y decidió creerle. Luego entró de inmediato al baño y cerró la
puerta. Cuando se quitó la blusa, descubrió que su cuello estaba lleno de marcas de
sus besos.

«¿Qué le sucede a ese hombre? ¿Por qué se comportaba de forma tan íntima con ella
cada vez que se encontraban, a pesar de no tener ningún tipo de relación?»,
reflexionaba Delia mientras se duchaba.

Cuando terminó, alguien llamó a la puerta del baño:

—Señora, le traigo ropa limpia. —Era la voz de una mujer.

Con timidez, Delia entreabrió un poco la puerta y asomó la cabeza para mirar a su
alrededor antes de tomar la ropa que sostenía la mujer a través de la abertura. Salió
del baño después de cambiarse y descubrió que se trataba de una mujer gruesa de
mediana edad.

—¿Dónde está el hombre? —inquirió Delia con timidez.

La mujer asintió antes de preguntar:

—¿Se refiere al señor?

—¿Señor? —Delia estaba desconcertada.

La mujer continuó:

—El señor ya se ha ido para ocuparse de algo. ¿En qué puedo ayudarla?

—¿Podría conseguirme un taxi? —le preguntó Delia.

—Por supuesto, señora.

—¿Por qué me llama señora? No tengo ninguna relación con su señor.

—Ya que es la prometida del señor, es la señora.

«¡¿Señora?!». Una vez más, Delia se quedó atónita. ¿Desde cuándo se había convertido
en la prometida de ese hombre? Todo el incidente se había desarrollado de una
manera demasiado extraña como para que ella pudiera entenderlo.

Delia pensó que lo mejor era abandonar el lugar lo antes posible. Al fin y al cabo, aquel
hombre tenía demasiadas identidades y un historial complicado. Por lo tanto, no quería
tener nada que ver con su caos.

Luego de que la mujer lavara su ropa y la secara, Delia volvió a ponérsela y se marchó
en un taxi; decidió no quedarse a cenar. Ella no tenía ningún vínculo con él.

Cuando volvió a casa, se puso a trabajar en el diseño de la mansión de Mariana


Suárez.

Por otra parte, Manuel recibió una llamada del Señor López, quien le informó que
Mariana se había ido de viaje al País K.

Había dicho que iba para hacer turismo, pero en realidad era para hacerse una cirugía
plástica para transformar su cara en la de Delia Lima. Mariana sabía muy bien que,
comparado con el de ella, el rostro sin maquillaje de Delia era mucho más hermoso. Se
alegró de tener todavía en su teléfono las fotos que se hizo con ella en aquella época.
Solo así podía deshacerse del problema que la atormentaba.

Cuando Manuel tuvo oportunidad de regresar a su casa, la Señora López le informó


que la señora se había marchado en un taxi que le había conseguido.

Parecía que Mariana Suárez sí se había ido al País K.

De repente, Manuel se sintió confundido sin poder entender en qué estaba pensando
Mariana. Por un lado, disfrutaba de todo lo que él le daba; pero, por otro lado, se
negaba a tener alguna intimidad con él. ¿Será porque aún no se había enamorado de
él? Desde el principio, él había sido quien se encargaba de todo y nunca le había
preguntado si ella quería o no. Después de reflexionar acerca de esto, llegó a la
conclusión de que tenía que darle a Mariana un tiempo para que aceptara su amor.

Como ella se había ido al País K y no volvería en un tiempo, podía aprovechar para atar
todos los cabos sueltos en el ejército antes de convertirse de manera oficial en un
empresario.

Tras varios días de arduo trabajo, Delia terminó por fin el dibujo del diseño interior de la
mansión de Mariana y se lo entregó a Lily Sánchez, la subdirectora del departamento,
quien quedó satisfecha con su trabajo.

—Señorita Sánchez, ¿podría mantener en secreto mi identidad como diseñadora de la


mansión para este cliente?

—¿Está usted en malos términos con ella? —le respondió y, por instinto, la miró alzando
las cejas.

Delia frunció los labios y ligeramente el ceño.

Lily asintió y aceptó:

—¡Está bien! No me interesa su vida privada y mantendré su información personal


confidencial.

Delia asintió con una alegre sonrisa y respondió:

—¡Gracias, Señorita Sánchez!

Después que su trabajo recibió la aprobación de la subdirectora, Delia notó que su vida
en la oficina había mejorado. Sus compañeros, en vez de mostrarse antipáticos con
ella, habían empezado a hablarle, incluso a hacerle chistes.

A Delia también le seguían llegando nuevos proyectos. Solo en un mes, recibió un pago
de diez mil que era el total de su sueldo básico y su comisión.

Era, por mucho, el salario más alto que había recibido en toda su etapa de prácticas.

Lo primero que hizo después de recibir el sueldo fue devolverle a Miguel su préstamo.
Cuando salió de la oficina y regresó al condominio, tomó el ascensor para ir
directamente al <i>penthouse</i> donde se alojaba Miguel.

Se alegró de que estuvieran en el mismo edificio porque, de lo contrario, no sabría


dónde buscarlo.
Tocó el timbre de su casa, pero no hubo respuesta. Así que decidió sentarse en la
escalera que había junto a la casa para esperarlo. Al ver que aún no había regresado
después de una larga espera, se puso de pie y se dirigió hacia el ascensor, pensando
que ya era hora de volver a casa para preparar la cena.

En cuanto pulsó el botón para bajar, la puerta del ascensor se abrió de inmediato y
pudo ver a Miguel, quien lucía un traje negro.

Habían coincidido. Con una tenue sonrisa, ella le dijo:

—Al fin regresaste.

—¿Me estabas esperando? —Él se quedó atónito al verla dentro del ascensor.

Ella asintió y sacó al instante de su bolso un sobre de papel marrón abultado que le
entregó con ambas manos.

—Aquí tienes cinco mil en efectivo para devolverte la mitad del préstamo que me diste
—le dijo.

—Me sorprende que me pagues tan pronto.

—Como el negocio de la empresa marcha bien, tengo nuevos proyectos en los que
trabajar cada día y la comisión por cada uno de ellos es también bastante alta —
expresó Delia con una sonrisa de satisfacción.

Miguel sonrió, agarró el sobre y lo guardó en su maletín.

—¿No vas a contar el dinero? —preguntó ella.

—¿Te preocupa que te busque si la cantidad de dinero que hay dentro es menor de lo
que me dices? —le preguntó con una sonrisa.

—Tienes razón. —Ella se echó a reír.

—Ven a comer a mi casa esta noche.

—No puedo, tengo que volver a casa a preparar la cena para mi hermano y mi cuñada.

Delia hizo un gesto de rechazo con las manos antes de pulsar el botón del ascensor.
En cuanto la puerta se abrió, entró al instante antes de que se dirigiera a otro piso.

Mirándola con una sonrisa, le dijo:

—Ven a visitarme a menudo en el futuro.

—De acuerdo, vendré si estoy libre. Adiós... —respondió ella mientras movía la mano en
señal de despedida.

Fue después de que se cerró la puerta del ascensor que Miguel pensó en algo que
necesitaba preguntarle, pero, por desgracia, ya este había empezado a bajar.

Quería preguntarle sobre su relación con su ayudante, Basilio Zabala, y la razón por la
que Miranda Salazar pensaba que ambos estaban saliendo.

Tal vez podría hacerlo la próxima vez que se encontrara con ella ya que, después de
todo, trabajaban en la misma empresa, o podría dirigirse directamente a Basilio.
Sonrió con cierta resignación mientras se preguntaba por qué de repente tenía ganas
de comentarle a Delia sobre eso. Cuando escuchó de Miranda por primera vez sobre el
asunto en la oficina, no le había interesado en lo absoluto. No tenía idea de por qué
ahora le preocupaba tanto ese rumor.

«Olvídalo, no le preguntaré nada. Lo más probable es que sean solo chismes».


Después de decidirse, se volteó y entró a su casa.

En cuanto llegó a casa, Delia empezó a preparar la cena, pues ya era hora de que su
hermano y su cuñada volvieran del trabajo.

Cuando terminó de colocar todos los platos en la mesa del comedor, oyó que la puerta
se abrió. Se quitó el delantal que llevaba puesto y sirvió la cena.

Ernesto y Xiomara entraron conversando muy contentos.

Al ver la alegría deslumbrante de sus rostros, Delia, quien estaba sirviendo arroz en los
platos de la mesa del comedor, les preguntó con una amplia sonrisa:

—Ernesto, Xiomara, ¿hay buenas noticias?

—¡Por supuesto! ¡Ascendieron a tu hermano de editor a redactor jefe y le duplicaron el


sueldo! —contó Xiomara con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Tengo que beber hoy y no voy a parar hasta emborracharme! —añadió Ernesto lleno
de gozo.

Delia, contagiada por su alegría, felicitó a su hermano:

—¡Felicidades, Ernesto!

Entonces, Xiomara sacó del armario para vinos una botella de vino tinto y los tres la
disfrutaron junto con la cena.

Xiomara miró a Delia y de repente le preguntó con seriedad:

—Delia, ¿de verdad no piensas seguir con tu trabajo a medio tiempo en el Club
Nocturno El Fantasma?

Desde la vez que se presentó como cantante en el club nocturno con el nombre
artístico de Sirena, muchos clientes estaban deseosos de escucharla de nuevo, pues
su interpretación había sido, sin dudas, memorable.

Xiomara pensaba que Delia tenía una voz atractiva; no resultaba exagerado describirla
como angelical.

De hecho, cuando Delia le dijo por primera vez que no cantaría más en el club nocturno,
no le causó tanta preocupación, pero en los últimos dos días, su jefe, Fernando, le
había pedido en varias ocasiones que la convenciera para que no lo dejara. Además,
Fernando hasta le había ofrecido a Delia una comisión por la interpretación.

Si ella accedía a regresar, Xiomara también recibiría una bonificación por haberla
traído de vuelta al club nocturno.

—No voy a volver allí porque no es un lugar para mí. Además, con los proyectos que me
ofrece la empresa, ya tengo suficiente para suplir mis gastos —dijo Delia satisfecha.
Tras un parpadeo, Xiomara intentó persuadirla con una gran sonrisa:

—¡Nunca el dinero es suficiente! ¿No vas a continuar desarrollando tu carrera en


Ciudad Buenaventura? ¿O piensas quedarte aquí hasta que termine tu período de
prácticas y regresar a Villa Occidental después de que te gradúes para terminar como
una campesina? Todo el mundo tiene derecho a soñar en grande. Además, conmigo en
el club, que puedo cuidarte, ¿a qué le tienes miedo?

—Sí, creo que Xiomara tiene razón. Dado que puedes ganar hasta mil por noche
cantando en el club nocturno, ¿por qué no sigues con el trabajo? Al fin y al cabo, solo
vas a vender tu interpretación, no tu cuerpo. Con tu cuñada cerca para protegerte, no
tienes nada de qué preocuparte —coincidió Ernesto con su esposa.

Delia se dejó llevar en el fondo por sus persuasiones. Ella procedía de una familia
ordinaria de un pueblo campesino y no tenía una formación prestigiosa. Además, solo
tenía un título de una universidad comunitaria.

Para establecerse en Ciudad Buenaventura, necesitaba ganar lo suficiente como para


comprarse una casa, debido a que era muy poco probable que siguiera viviendo con su
hermano y su cuñada el resto de su vida.

—En ese caso... ¿podría hacerlo dos veces por semana, los viernes y los sábados por la
noche? Como los sábados y domingos son los días de descanso de mi empresa,
quiero asegurarme de que mi trabajo entre semana no se vea afectado —preguntó
Delia con timidez, mientras miraba fijamente a Xiomara. A fin de cuentas, sus
interpretaciones en el club nocturno durarían hasta las dos o las tres de la madrugada.

Al ver que Delia ya había accedido a aceptar el trabajo, Ernesto al instante intentó
llegar a un acuerdo y le aseguró:

—¡Eso no será ningún problema! Si ese es el caso, Xiomara, te dejaré a cargo de mi


hermana. Tienes que cuidarla bien y mantenerla alejada de esos imbéciles que
frecuentan el club nocturno —advirtió él con seriedad.

Un poco ebria, Xiomara le aseguró con una carcajada:

—¿Acaso ella no es mi hermana también? Si no la cuido yo, ¿quién lo hará?

Con una sonrisa de satisfacción, Delia se alegró de tener un hermano y una cuñada
que se preocuparan por ella.

Después de la cena, tanto Ernesto como Xiomara seguían sobrios a pesar de haber
bebido demasiado.

Justo cuando Delia salió de la cocina tras terminar de fregar los platos, vio a los dos
besándose con gran intensidad en el sofá.

Xiomara tenía puesta la blusa a medias, mostraba un lado de sus pechos y su ropa
interior ya se había deslizado por las rodillas. Ernesto la besaba con fervor mientras le
manoseaba los pechos y el espacio entre sus piernas.

Con la cara enrojecida, Delia se apresuró a regresar a su dormitorio. Al poco rato, los
gemidos de ambos afuera se oían desde el interior de su habitación.
Poco tiempo después, alguien llamó a su puerta. Solo entonces, Delia se levantó del
escritorio para abrirle.

—¿Xiomara? —Delia se quedó atónita.

Tenía todo el cuerpo lleno de marcas por los besos y llevaba solo una toalla de baño
envuelta en la cintura. Xiomara arrugó sus cejas tupidas, frunció los labios y le dijo con
una angustia fingida:

—¡Delia, ayúdame a conseguir una caja de preservativos, por favor!

—¿No te compré una hace poco? —Delia hizo un gesto de rabia con la boca.

—¡Ya se me acabó! ¡Por favor, ve y cómprame otra! No, ¡cómprame dos cajas, por
favor! ¡Por favor, ve y cómprame otras dos cajas! Por favor... —imploró Xiomara con
las dos manos unidas en señal de ruego.

A pesar de estar renuente, al final accedió a hacerlo por amabilidad:

—¡Está bien!

Mientras se ponía los zapatos junto a la puerta principal, Ernesto empezó a insistirle
que se apurara.

—¡Que sea rápido! ¡De verdad lo necesito con desesperación! —Luego se volteó y se
dirigió a su habitación.

Delia agarró las llaves y salió de la casa. Después bajó en el ascensor hasta el primer
piso, donde había una máquina expendedora en la entrada del vestíbulo. Por la
experiencia de la última vez, ya estaba muy familiarizada con su uso, desde cómo se
insertaba la moneda hasta cómo se obtenía el artículo comprado.

—Vuelves a comprar preservativos para tu hermano.

De repente, Delia escuchó una voz familiar y atractiva detrás de ella. Su primera
reacción fue esconder a sus espaldas las dos cajas de preservativos que acababa de
conseguir, mientras se giraba para mirar a la persona que habló.

Se trataba de Miguel Larramendi, que llevaba una camiseta deportiva blanca sin
mangas, unos pantalones deportivos y tenis blancos. Podían verse gotas de sudor en
su frente y su camiseta, empapada en sudor, se ceñía a su musculoso pecho.

Su aspecto sudoroso era muy varonil.

—¡Señor Larramendi, me alegro de verlo! —Tras volver en sí, Delia lo saludó con la
cabeza baja y la cara sonrojada.

Él le respondió mientras reía a carcajadas:

—Me resulta incómodo que te dirijas a mí como Señor Larramendi. Si no te importa,


puedes llamarme solo Miguel.

—Yo... —Delia sintió ganas de decir algo, pero al final se detuvo. Apartó con las manos
el flequillo que le caía sobre la frente y expresó con un poco de timidez—: Me alegro de
verte, Miguel.
Él le despeinó el cabello con delicadeza como si fuera un hermano mayor y le
respondió sonriendo de forma sutil:

—¡Buena chica!

En el mismo instante que levantó la vista hacia él, quedó tan fascinada por ese gesto,
que parecía tener la mirada perdida. Estaba impresionada por lo gentil y considerado
que era. Su corazón latía muy deprisa cuando empezó a sonar su teléfono en el
momento más inoportuno.

De vuelta a la realidad, lo sacó inmediatamente para comprobar el identificador de


llamadas en la pantalla.

Por instinto, Miguel también miró la pantalla del teléfono, la cual decía «Mi hermano» y,
sonriendo, le recordó con voz suave:

—¡Deberías volver a subir! Seguro tu hermano no puede esperar más.

—¡Está bien! Hasta la próxima vez entonces, Miguel.

Después de rechazar la llamada de su hermano, Delia lo saludó con la mano, se dio la


vuelta y salió corriendo hacia el vestíbulo.

Miguel sonrió, mientras miraba su espalda cuando ella se alejaba. «¡Qué muchacha tan
adorable!».

Cuando Delia entró en el ascensor, su corazón seguía acelerado y no conseguía


frenarlo, ni siquiera después de mucho tiempo. ¿Qué le había pasado ahora? No era la
primera vez que veía a un hombre atractivo en su vida. ¿Por qué se había sentido tan
fascinada por Miguel Larramendi en tan solo unos minutos?

Respiró profundo, levantó una de sus manos para tocar sus mejillas que estaban un
poco calientes. Sin embargo, no pudo evitar que apareciera una dulce sonrisa en su
rostro mientras reproducía en su mente la escena que había vivido con él.

—¡Al fin llegaste! ¿Por qué tardaste tanto? Incluso rechazaste mi llamada y pensé que
te había pasado algo malo. —Delia apenas había puesto el pie en la puerta cuando
Ernesto la bombardeó con preguntas. Entonces, antes de poder al menos quitarse los
zapatos, ya él le había arrebatado las dos cajas de preservativos de sus manos.

—¡Rechacé tu llamada porque ya estaba casi en casa! —A Delia le pareció divertidísimo


el estado de desesperación de su hermano.

—¡No tengo tiempo para hablar contigo ahora, tu cuñada no puede esperar más! —Con
una expresión de asombro en su rostro, retiró el envoltorio de los preservativos que
tenía en sus manos mientras corría hacia su dormitorio.

Delia no pudo evitar reírse mientras se quitaba los zapatos, entró a la casa y cerró la
puerta.

Aunque Ernesto era su hermano, no se parecían en nada. De hecho, esto no solo le


sucedía con él, ella tampoco se parecía a sus padres.

Los rasgos faciales de Delia eran los más definidos y bonitos de entre todas las
muchachas mapuche de Villa Occidental. Unos años atrás, la eligieron como la más
hermosa del pueblo en comparación con todas las demás muchachas mapuche que
vivían allí y, por esto, su rostro se utilizó en el cartel que promocionaba el turismo en el
Condado Aguas Claras.

Al día siguiente, Delia se levantó temprano e incluso preparó el desayuno para su


hermano y su cuñada antes de ir a trabajar.

Lily Sánchez, que había llegado al trabajo mucho antes que ella, salía de su despacho
cuando Delia entró a la oficina. Al verla, como acababa de recibir un nuevo proyecto, la
llamó para entregárselo.

Delia hojeó el expediente y descubrió que se trataba de un encargo en el que había que
dibujar un boceto para el diseño de la oficina del futuro presidente de la sede del Grupo
Larramendi.

Aunque se trataba de un proyecto interno, tenía derecho a recibir una comisión. Este
proyecto no era como cualquier otro, pues sus superiores le habían ordenado al
Departamento de Diseño que le dieran mucha importancia y elaboraran el mejor diseño
posible.

El jefe del departamento estaba de viaje por motivos de trabajo. Cuando ayer por la
tarde Lily Sánchez vio los estrictos requisitos del proyecto, se reunió con varios
diseñadores veteranos para debatir sobre el diseño. Sin embargo, como al final no
llegaron a concretar nada, se sintió un poco desorientada.

Aunque Delia era una principiante, la vez anterior había realizado un gran trabajo en su
boceto para el diseño de la mansión, por lo que Lily consideró que no había nada de
malo en dejarla intentarlo.

De todas formas, ya le había entregado el proyecto a otro diseñador y no tenía por qué
impedir que ella lo ayudara también. Cuando terminaran los bocetos, podrían tener
incluso mejores resultados, pues ella misma podría hacer comparaciones y elegir el
mejor.

—¿Terminaste de leer el expediente? —preguntó Lily.

Ella asintió y respondió con una sonrisa:

—Solo he repasado a grandes rasgos los requisitos, pero puedo intentarlo.

—¡Entonces ya puedes empezar a trabajar en ello! Asegúrate de que te esfuerces al


máximo, porque se trata del diseño de la oficina del futuro presidente del Grupo
Larramendi. ¿Está claro? —preguntó Lily con seriedad.

Delia asintió con energía, mientras sostenía el archivo en sus brazos.

—¡Pues a trabajar! —Lily Sánchez giró la cabeza en dirección a la puerta.

Después de hacer un gesto de despedida, Delia tomó el archivo y salió del despacho.
Se sentó en silencio delante de su escritorio, que se encontraba dentro de un cubículo
situado junto a la ventana de la oficina central y examinó el archivo que había acabado
de recibir.

La oficina del presidente era un dúplex que ocupaba una gran superficie y requería
estar bien equipada con diversos dispositivos. Quedaba descartado un diseño de estilo
retro y lo mejor era uno ultramoderno.
Una vez que terminó de hojear el archivo, descubrió que había diez páginas de
requisitos para la oficina.

—¡Ains! —Delia no pudo evitar suspirar con desánimo al darse cuenta de que la
Señorita Sánchez le había encomendado un proyecto complicado.

Cuando estuvo en su despacho, no se fijó bien en el expediente, pero ahora que lo


había examinado de forma detallada, tenía la sensación de que la habían engañado.

¡El futuro presidente del Grupo Larramendi exigía muchísimos requisitos para su
oficina!

Después de estudiar a fondo el expediente durante tres días, Delia envió una solicitud a
Lily Sánchez para salir de la oficina y llevar sus útiles de dibujo a la sede del Grupo
Larramendi.

La sede del Grupo Larramendi se ubicaba no muy lejos de las oficinas de la Empresa
de Desarrollo Inmobiliario Armonía, pero el edificio del grupo, situado en el centro de la
ciudad, era mucho más grande y majestuoso que el de la empresa. Contaba con un
estacionamiento subterráneo de tres pisos y una enorme plaza al frente, así como un
centro comercial de cinco pisos.

Delia se registró como visitante ante los guardias de seguridad del vestíbulo y les
mostró su tarjeta de empleada provisional para que le permitieran acceder a la sede.

El edificio contaba con una fila de tres ascensores; un letrero sobre el ascensor de la
izquierda indicaba bien claro que estaba reservado para el uso exclusivo de personas
muy importantes. Delia conocía la tradición de que el lado izquierdo les correspondía a
las personas más respetadas y, por tanto, por prudencia, decidió tomar el ascensor de
la derecha, que era para los empleados.

El despacho del nuevo presidente estaba situado en la parte superior del edificio, cuya
ubicación exacta tenía bien anotada en el archivo. Delia no tardó en encontrar el
despacho, que no era más que un espacio vacío y sin ninguna renovación, ni siquiera
una puerta de cristal. Sin embargo, sus ojos se desviaron hacia las ventanas de cristal
situadas a la izquierda, que daban hacia el oeste.

Desde adentro, se podía disfrutar de la vista de la ciudad, pero desde afuera no era
posible ver nada del interior. Había un balcón detrás de los cristales y algunas macetas
con plantas a ambos lados de la baranda.

A la derecha del despacho, al este, había un balcón de cristal. Era un lugar maravilloso.
Aunque estaba en lo alto del edificio, la oficina cumplía con el idealismo del estilo
<i>Feng Shui</i> en cuanto a su iluminación natural, sistema de ventilación, así como
la disposición de las ventanas y puertas.

Delia dejó a un lado su mochila, sacó un bolígrafo, un tablero de dibujo y una regla, y
empezó a tomar medidas de la oficina y a trabajar en su diseño.

Su abuela había querido que ella cursara la carrera de Medicina cuando fuera mayor,
para que llegara a ser una profesional de la medicina tradicional, pero las había
decepcionado a ella y a su madre. Por culpa de su padre, se había visto obligada a
faltar a las clases y no tenía tiempo para estudiar. Como consecuencia, el resultado de
su examen final no fue tan bueno como para conseguir ingresar en la universidad que
le gustaba a su abuela, ni en la facultad de medicina que su madre aspiraba para ella.

La decisión de hacer el curso de diseño de interiores fue solo por mera motivación. Ella
sí deseaba continuar sus estudios en la universidad, pero su madre no se lo permitía.
Nunca gastaría el dinero en ella, incluso si pudieran darse el lujo de costear sus
estudios. Fue su padre quien le rogó a su madre que le permitiera seguir estudiando en
la escuela secundaria. De hecho, de no haber sido por esto, no hubiera podido asistir
más.

Pensar en esto siempre la entristecía, se le formaba un nudo en la garganta y se le


llenaban los ojos de lágrimas. Después de respirar profundo para calmar su mal
humor, continuó con el trabajo que tenía delante a partir del expediente y la
desocupada oficina.

El nuevo presidente tenía requisitos muy estrictos con respecto a su despacho. Como
tenía que cumplir con varios al mismo tiempo, no estaba segura de poder realizar el
diseño conforme al gusto del nuevo presidente, ni siquiera rompiéndose la cabeza.

Volvió a suspirar y empezó a dudar si sus habilidades eran tan buenas y si podía
considerarse una experta en la materia.

Solo después de un largo rato dentro de la oficina vacía, Delia comenzó a trabajar en
un boceto preliminar del diseño en un tablero de dibujo.

Se tomaba muy en serio todos y cada uno de los proyectos que manejaba, hasta el
punto de poder estar inmersa por completo en su propia imaginación y dibujar el lugar
en su mente sin que ninguna interrupción a su alrededor la afecte.

Algunos pasos dispersos se escucharon desde el exterior de la oficina.

—Señor, este es el despacho que el patrón preparó para usted. Según sus indicaciones,
quería que viniera aquí para ver si la ubicación es de su agrado. Si no le gusta, siempre
podemos trasladarlo a otro lugar.

El supervisor del edificio de la Torre del Grupo Larramendi adulaba a Manuel, al mismo
tiempo que le presentaba la oficina de forma respetuosa.

En realidad, Manuel estaba hasta el cuello de trabajo, pero su abuelo había insistido en
que sacara tiempo para echar un vistazo a su nueva oficina. Como no tuvo más
remedio, se vio obligado a acudir.

El supervisor se esforzaba por ganarse su estima y lo trataba como a un emperador.


Después de todo, no se atrevía a descuidar sus obligaciones, dado que él era el
sucesor del Grupo Larramendi.

Cuando Manuel llegó a la puerta y distinguió una figura familiar dentro de la oficina,
levantó de inmediato una de sus manos para indicarle al supervisor que se callara.
Este dejó de hablar al instante. Luego siguió la mirada de Manuel y le dijo con voz
suave:

—Es la diseñadora responsable del diseño de su oficina.

—Puedes volver al trabajo. Ya no necesito tu ayuda —expresó Manuel con indiferencia.


Tras dudar un poco, el supervisor asintió y le hizo una reverencia antes de irse en
silencio. Al marcharse por fin el hablador y fastidioso supervisor, Manuel se volteó
para mirar a la persona que estaba dentro de la oficina y a la que había echado mucho
de menos. Sus finos labios no pudieron evitar dibujar una ligera sonrisa.

Paso a paso, se le fue acercando en silencio, pero ella seguía sentada en el mismo
sitio, inmersa en su trabajo.

Al parecer, ella le había dejado dicho con el Sr. López que iría al País K, solo para darle
la sorpresa de que diseñaría personalmente su nueva oficina.

Manuel sabía, por la información que había reunido el Sr. López, que Mariana se había
especializado en diseño de interiores, pero que aún no se había graduado de la
universidad.

Supuso que ella ya sabía desde hace tiempo, por medio del Señor López, que pronto se
retiraría del ejército para convertirse en un hombre de negocios.

¿Acaso ella había anticipado que algún día ya no iba a tener que arriesgar más su vida
y estar lejos de casa, sino que se quedaría a su lado y la sustentaría, tal y como él
había anhelado también?

Delia no tenía ni idea de que alguien se le acercaba despacio por detrás. Al darse
cuenta, ya la habían levantado y sus piernas pataleaban en el aire. Luego sintió que la
abrazaron con ternura.

—¡Querida, nunca pensé que me prepararías una sorpresa tan grande! Incluso te las
arreglaste para mentirle al Sr. López. —Manuel la atrajo sin esfuerzo a sus brazos y la
acercó a su pecho con cariño.

Su comportamiento le provocó a Delia un susto tan grande, que dejó caer el tablero de
dibujo al suelo y solo le quedó un lápiz de carbón entre sus dedos.

En cuanto puso su mirada en él, se encontró con un par de ojos profundos y fríos.

Sus ojos y cejas desprendían un aura intimidante y autoritaria, y bajo sus ojos oscuros,
tan profundos como los de un hombre lobo, se hallaba su larga nariz. Sus labios, tan
delgados como si los hubieran afeitado con un cuchillo afilado, formaban una ligera y
pícara sonrisa, lo que le daba un aspecto frío pero amable.

—¡Bájame! —Al instante, Delia volvió en sí y golpeó el pecho de Manuel.

No obstante, él pensó que se comportaba de forma coqueta.

—¡No voy a hacer eso! —Le resultaba raro hablarle a la mujer que amaba en un tono tan
severo.

Delia trató de apartarlo con todas sus fuerzas, pero, para su sorpresa, él se volteó y la
puso en el suelo antes de presionarla contra la pared para evitar que se moviera.

—Querida, ¿podrías decirme cuál de todas es tu verdadera personalidad? —Apoyó una


de las palmas de la mano en la pared, agarró con la otra la mano derecha de ella y la
colocó con firmeza sobre su pecho.

Delia podía sentir los fuertes y palpitantes latidos de su corazón a través del abrigo, al
parecer muy costoso, que él traía.
—¿Por qué siempre me dices cosas raras cada vez que nos vemos? —le preguntó ella.

Manuel sonrió con cierta picardía, bajó la cabeza y se apoderó de sus suaves labios sin
más dilación. Como el tiempo se le estaba acabando, tenía que aprovechar cada
minuto y segundo que pudiera pasar con ella.

Delia intentó por todos los medios de apartarlo, pero eso solo hizo que él intensificara
sus acciones. Sin darle siquiera la oportunidad de hablar, se le acercó y volvió a
presionar sus labios sobre los de ella.

—Querida, no digas nada más y deja que te bese un rato, ¿sí? —La sedujo de forma
coqueta y suave con su magnética voz, después de liberar sus labios durante un rato.

Una mirada de total confusión se apoderó de ella al no tener ni idea de por qué él
siempre la besaba sin su permiso cada vez que se encontraban, como si fueran una
pareja.

Ni siquiera sabía su nombre hasta ahora. En su opinión, solo era un desconocido que
le resultaba familiar.

Cuando el cuello de la camisa limpia que llevaba debajo del abrigo le rozó despacio la
cara, percibió un leve y refrescante aroma.

El ambiente era demasiado peligroso por la tensión sexual que se respiraba.

—Yo... Mmm... —Al segundo siguiente, Delia no tuvo otra opción que callar por el
dominante beso de aquel hombre.

Él inclinó un poco la cabeza, sujetó su rostro con las manos y le besó sus suaves
labios. Los siguientes besos estuvieron llenos de cariño, ternura y deseo.

Para Manuel, se suponía que ella ya había aceptado su amor en el momento en que el
Señor López la llevó a la casa. Era su prometida y la mujer que más amaba. Por tanto,
era lo más normal que la besara.

Parecía como si el mundo que los rodeaba se hubiera detenido. Delia, con la mente en
blanco, sintió una sensación eléctrica que recorría todo su cuerpo. Colocó ambas
manos en su pecho y trató de apartarlo, pero su esfuerzo fue inútil.

Mientras las manos de Manuel recorrían todo su cuerpo, se estremeció de repente y su


mente quedó bloqueada. ¿Qué estaba pasando con ella?

Una vez más, él se apoderó de sus labios en un intento de dejarse llevar por la pasión
del momento. Sin embargo, Delia reaccionó de repente y lo apartó sin previo aviso.
Sacudió la cabeza y le dijo con repugnancia y suavidad:

—¡N… No me toques!

Manuel se quedó atónito. Al percibir el pánico de Delia, se sumió en un prolongado


silencio.

Horrorizada, ella lo miró fijo para que pudiera detectar el miedo en sus ojos.

De repente, él colocó de nuevo las manos bajo su blusa. Justo cuando ella quiso
detenerlo, se dio cuenta de que solo intentaba volver a enganchar el cierre de su
sostén.
Entonces, Manuel volvió a colocar sus labios sobre su frente para darle un leve beso
antes de soltarla. Le acarició el rostro con cariño y su pesada respiración empezó a
tranquilizarse.

—Querida, lamento mucho haber sido demasiado impaciente. No te obligaré a hacer


nada que no quieras.

Delia estaba desconcertada y se preguntaba por qué cada vez que coincidía con él le
hacía todo lo que se suponía que era solo para parejas.

Verla frente a él como un pajarito asustado le provocó el deseo de protegerla y lo incitó


a atraerla a sus brazos.

»Lo siento. No he podido reprimir el impulso de besarte y desearte porque,


sencillamente, te extraño demasiado. —La estrechó en un fuerte abrazo, como si
tuviera miedo de perderla.

Sin embargo, Delia se enfureció de la vergüenza. Se apartó y exclamó:

—Tú, hombre frívolo, ¿no sabes que es indecoroso que dos personas de sexos
opuestos se comporten con tanta intimidad el uno con el otro?

Manuel miró su hermoso rostro, que se había puesto rojo como un tomate, y no pudo
evitar decirle con una sonrisa:

—Sí, señora. Tiene usted razón, he sido demasiado ansioso e impaciente. Le prometo
que me controlaré bien la próxima vez que nos veamos.

—Por favor, no... «No vuelvas a decirme esas cosas raras nunca más, ¿de acuerdo?».

¡Riiin!

Delia no pudo terminar la frase porque en ese momento empezó a sonar el teléfono de
Manuel en su bolsillo. Este lo sacó para atender la llamada y, de repente, Delia notó
que fruncía mucho el ceño y su semblante parecía ansioso, como si acabara de recibir
una mala noticia.

Mientras sostenía el teléfono junto a la oreja con una mano para atender la llamada,
agarró con la otra la de Delia y le besó con suavidad el dorso. De repente, apareció una
navaja afilada en su mano y le dio un gran susto.

—¿Qué estás... «haciendo»?.

Delia abrió los ojos aterrorizada. Aún en estado de asombro, un rayo de luz
resplandeció frente a ella y el sonido que siguió poco después de una banda elástica al
cortarse, la desconcertó.

Su largo cabello, que en un inicio llevaba atado en una cola de caballo, cayó en
cascada sobre sus hombros como un pedazo de tela de seda negra. Al verla tan
hermosa y encantadora, los labios finos de Miguel dibujaron una sonrisa de
admiración.

Cuando reaccionó después del susto, Delia notó que el hombre frente a ella sostenía
unos mechones de cabello en la palma de la mano.
—A partir de ahora, procuraré regresar con vida de cada misión a la que vaya para
poder verte. —Entonces, dio un paso adelante, la besó en la frente con los ojos
cerrados, dio media vuelta y se marchó rápidamente.

Delia Lima, estupefacta, se quedó mirando la espalda de Manuel mientras se alejaba.


Siempre le decía cosas raras y salía a toda prisa cada vez que coincidía con él. A pesar
de no tener ni idea de su nombre hasta ahora, ya se había relacionado con él como se
suponía que solo podían hacer las parejas. La forma en que la trataba era tan natural,
que parecía que estaba acostumbrado a ello.

Después de que Manuel se marchó, recogió el tablero de dibujo del suelo y continuó
trabajando en el diseño del espacio vacío de la oficina. Ahora mismo, nada le
importaba más que su trabajo.

Un vehículo todoterreno de color verde militar avanzaba por la congestionada carretera


detrás de una fila de patrullas de policía con las sirenas encendidas.

En su interior, Manuel ya se había puesto un chaleco antibalas en el minuto once y


llevaba un rifle de francotirador en los brazos. Después de tenerlo todo preparado,
aprovechó el tiempo antes de llegar a su destino y sacó del bolsillo de su camisa los
mechones de cabello de Delia y los tejió en un brazalete con un nudo celta antes de
atársela en la mano izquierda.

Le habían informado que unos maleantes armados tenían secuestrada a una


muchacha por la zona rural y se necesitaban miembros de las Fuerzas Especiales para
rescatar al rehén.

Cada misión que recibía era muy peligrosa, con situaciones en las que su vida corría
peligro, mientras se enfrentaba a criminales despiadados y armados, casi siempre con
cuchillos y pistolas.

En las misiones anteriores, no había nada en su vida que lo frenara, pero ahora ya tenía
a alguien que le importaba, por eso sabía que tenía que cuidarse.

Al ver su mirada de preocupación, su compañero de las Fuerzas Especiales, Julio


Hernández, no pudo evitar darle una palmadita en el hombro y le dijo en tono de
broma:

—¡Es tan evidente que eres el tipo de hombre que se casa con la primera mujer de la
que se enamora!

—Creo que es bueno ser ese tipo de hombre —contestó sin darle mucha importancia.

Se había enamorado por completo de ella solo por aquel beso forzado y la breve
conversación que tuvieron durante su primer encuentro.

En realidad, nunca pensó que encontraría tan pronto a la mujer que amaba. El amor
era, en efecto, algo tan maravilloso e increíble, que estaba más allá de las palabras.

—¿Qué es lo que ve en su prometida, señor? —preguntó Julio con una expresión


sonriente. Al fin y al cabo, era difícil no sentir curiosidad por el hecho de que un
hombre que no se acercaba mucho a las mujeres, hubiera encontrado de repente a la
que amaba.
Sin embargo, Manuel frunció el ceño y agarró su tableta para estudiar el plan de
rescate, mientras cambiaba el tema de conversación con un tono severo:

—¡El rehén quedará en desventaja con este tipo de plan!

En la zona rural, al este de la ciudad, había un edificio abandonado y en ruinas. Su


estructura, que era de hormigón armado grisáceo, ofrecía una imagen aterradora,
debido a que se encontraba solo en un campo lleno de maleza de la altura de medio
hombre.

Algunas de esas malas hierbas ya se habían marchitado y parecía que el movimiento


del viento las hacía susurrar. De repente, un pájaro blanco de una especie desconocida
batió sus alas y elevó su vuelo hacia el cielo desde los arbustos. Su llamado largo y
desesperado sonaba como el de un demonio y agravaba la sensación escalofriante del
ambiente.

Como los maleantes habían obstruido el paso a la escalera que conducía al interior del
edificio abandonado, la policía solo pudo rodear la zona, pues no podían acceder al
edificio.

La persona secuestrada era la hija menor del presidente del Grupo Juárez, Yamila. Los
secuestradores le exigían diez millones como rescate al presidente a cambio de su
hija.

No había ninguna otra edificación en los alrededores del edificio abandonado y los
secuestradores también habían hecho estallar el dron que la policía había enviado. Por
ese motivo, no tenían forma de inspeccionar lo que ocurría en el interior. No obstante,
mediante un sensor infrarrojo, supieron con certeza que había un total de cinco
secuestradores.

Cuando Manuel terminó de escuchar el análisis de una mujer policía que estaba a su
lado, decidió escalar la pared del edificio para entrar.

Todos los policías presentes en el lugar actuaron con firmeza, cuidado y rapidez.
Después de tenerlo todo listo, los miembros de las Fuerzas Especiales acataron la
orden de Manuel y escalaron en secreto la columna de hormigón armado del edificio
abandonado hasta el piso donde se encontraba retenida la muchacha. Lo hicieron de
uno en uno y utilizaron una cuerda.

Dentro del edificio, tres hombres armados y con capuchas negras sobre sus cabezas
vigilaban de pie junto al borde del edificio a los policías que estaban abajo, mientras
que otros dos custodiaban la escalera.

Sin hacer ruido, Manuel se acercó con cuidado a Yamila, que se encontraba atada a
una columna. Enseguida se llevó un dedo a sus labios para indicarle que guardara
silencio.

La muchacha aparentaba unos dieciséis o diecisiete años y llevaba un uniforme


escolar. Tenía un poco de polvo en sus gruesas mejillas y sus enormes ojos, llorosos y
muy abiertos, reflejaban terror e impotencia.

Justo después que le retiró las ataduras y la ayudó a ponerse de pie, se dio cuenta de
que había una bomba de tiempo sujeta a su espalda. Su movimiento al levantarse
había activado el temporizador de la bomba.
Manuel sacó de inmediato una daga de gran filo de su bolsillo y la utilizó para cortar la
cadena de metal que unía la bomba de tiempo a la cintura de la muchacha. Aunque
actuaba con extrema cautela, los maleantes notaron su presencia.

Sus compañeros de las Fuerzas Especiales que habían seguido a Julio al interior del
edificio cubrieron a Manuel e iniciaron un tiroteo contra los cinco maleantes.

Después de quitarle la bomba de tiempo a la muchacha, Manuel corrió hacia un


extremo del edificio lo más rápido que pudo y la lanzó al aire con fuerza. En varios
segundos, el artefacto explotó en medio del aire y produjo un estallido que hizo
temblar la tierra. Las potentes ondas de choque provocadas por la explosión hicieron
volar a todos los presentes en el edificio. Cuando el edificio empezó a temblar,
emergió un humo espeso y se dispersó en el aire.

Manuel, tendido en el suelo, escuchaba resonar en sus oídos una especie de vibración
y golpes tan fuertes que le daban vértigo. Aunque no podía oír nada más, era lo
suficiente sensible como para percibir que el suelo debajo de él vibraba debido a la
resonancia.

¡Las cosas no pintaban bien!

Al ser el primero en darse cuenta del peligro, ordenó a viva voz:

—¡Evacúen el edificio ahora mismo!

Sin embargo, en ese momento, el edificio comenzó a sacudirse con mayor violencia.
Dentro, el aire estaba cargado de polvo, pues caían escombros del techo que
colapsaban sobre ellos. Manuel era quien más cerca estaba de la joven. El instinto le
hizo levantarse del suelo, correr hacia ella, cargarla sobre su hombro y llevarla
directamente a la escalera para de ahí subir al piso superior.

Julio y el resto de los miembros de las Fuerzas Especiales arrastraron a los matones
con ellos y corrieron escaleras arriba detrás de Manuel. Tras un estruendo
ensordecedor que ahogó todos los demás ruidos, sus figuras quedaron enseguida
envueltas en una nube de polvo.

Nadie sabía con certeza quién había sobrevivido. Los policías que esperaban fuera
solo veían que el edificio abandonado caía y, acto seguido, quedaba reducido a un
montón de escombros. Todas las televisoras de la ciudad reportaban en vivo la noticia
del secuestro y la explosión en un edificio abandonado de la zona rural al este de la
ciudad.

Luego de salir de la Torre Larramendi, Delia subió a un autobús. Dentro, el televisor a


bordo también mostraba la noticia. La escena era caótica. La pantalla proyectaba
imágenes del derrumbe del edificio abandonado. En el aire, el polvo de los escombros
flotaba como un humo espeso y creaba la forma de una calavera de la cual emanaba
un aura aterradora. Todos rezaban por la seguridad de los miembros de las Fuerzas
Especiales, responsables de rescatar a la rehén.

—¡La gente buena siempre estará a salvo! —rezaban algunas señoras en voz baja.

Por alguna razón, mientras miraba la pantalla del televisor, Delia empatizó con lo que
le sucedía a aquel hombre. De repente, sintió un dolor punzante en el corazón y su
estómago dio un vuelco.
Aquel dolor, con un dejo de amargura, pareció extenderse del corazón al resto de su
cuerpo. «¿Estaré sufriendo de mareo por viajar en el autobús?». No le dio demasiada
importancia. Cuando estaba a punto de llegar a su destino, decidió bajarse una parada
antes, pues caminar un poco podría hacerle sentir mejor.

Para encontrar el mejor diseño para la oficina, no solo llevaba dos días investigando en
Internet, sino que también había dedicado sus horarios de almuerzo a visitar la
biblioteca de la ciudad, donde revisaba el trabajo de los más importantes diseñadores
de interiores extranjeros. La única manera de poco a poco mejorar su trabajo era
aprender constantemente y buscar siempre nuevas ideas.

Como estaba enfrascada en su trabajo, ya no le estaba prestando atención al


secuestro y a la explosión que mostraba el televisor del autobús. Sabía que sus
colegas la menospreciaban porque no estaba tan bien calificada como ellos y eso la
motivaba a demostrar, con su desempeño, que era tan capaz como cualquiera de
ellos.

Regresó a casa del trabajo a preparar la cena para su hermano y su cuñada. Para ella,
echó unas bolas de arroz en una bolsa y corrió de nuevo a la oficina para continuar
trabajando. Tras dos semanas, luego de darle uso a toda la información que había
encontrado y de cumplir con los estrictos requisitos del nuevo presidente, Delia por fin
había terminado el boceto preliminar. Sin embargo, su progreso creativo se había
estancado, lo cual le preocupaba porque ya no identificaba las debilidades en su
propio diseño. Para un diseñador, encontrarse en semejante estado no auguraba nada
bueno.

Justo cuando su problema comenzaba a producirle una jaqueca, una persona le pasó
por la mente: ¡Miguel Larramendi! Aunque él era diseñador arquitectónico, de seguro
tenía también conocimientos de diseño interior. Delia podía acudir a él para que la
aconsejara. Después del trabajo, con esa idea en mente, tomó su diseño en la mano
inmediatamente después de terminar de preparar la cena y dejarle una nota a su
hermano y a su cuñada, y se fue al <i>penthouse</i> donde se estaba quedando
Miguel.

Tocó el timbre, pero no hubo respuesta durante un largo rato. Así que decidió
acomodarse junto a la puerta y esperarlo, con su diseño en brazos. La luz del techo del
pasillo se encendió y luego se apagó de manera automática. Se volvió a encender
cuando Delia tosió suavemente. Este proceso se repitió una y otra vez, sabe Dios por
cuánto tiempo. En el pasillo, Delia caminaba de un lado a otro, cavilando sobre el
contenido de su boceto.

Así pasó un rato más, hasta que sonó la campana del elevador. Al oírla, Delia se acercó
con el rostro lleno de alegría. En cuanto se abrieron las puertas del elevador, Miguel se
dispuso a salir y se llevó un buen susto al ver a Delia.

—¡Es usted! —le dijo con una sonrisa.

Delia sonrió también y sus ojos era tan hermosos como la luna creciente en el cielo
nocturno.

—Buenas noches —lo saludó llena de dulzura.


—Buenas noches. —Miguel salió del elevador y caminó hasta Delia. Bajó la cabeza para
mirar a aquella chica, que solo le llegaba al pecho. Al reparar en los papeles que traía,
le preguntó preocupado—: Delia, ¿necesita que la ayude con algo?

Delia asintió enérgicamente.

—Hablemos dentro —le dijo Miguel, mientras buscaba en su bolsillo las llaves de su
apartamento.

—Está bien.

Delia moría de ganas de conversar con él. Antes de entrar al apartamento, ya había
comenzado a explicarle su diseño. Miguel escuchaba con mucha paciencia su
explicación. No había razón para no ofrecerle su ayuda a una chica motivada y
deseosa de aprender. Ya dentro del apartamento, Miguel la condujo a su estudio.
Todosí, Delia abrió su diseño y lo extendió sobre la mesa para mostrarle su enfoque y
su concepto.

Fue entonces que Miguel reparó en el logotipo y se dio cuenta de que Delia estaba
trabajando en el diseño para la oficina de su hermano Manuel. Su abuelo estaba
planeando retirarse del Grupo Larramendi y, desde hacía tiempo, Miguel sabía que
planeaba dejarle la empresa a su hermano. Al ver las diez páginas de requisitos que su
hermano había estipulado para su oficina, no pudo evitar reír. Era evidente que lo había
hecho a propósito. Encima, su abuelo había añadido la mitad de los requisitos.

—Creo que el objetivo de las cristaleras es ampliar la vista. Así que ese rincón para
tomar el té no es necesario. Detrás de las cristaleras, está la azotea donde creo que es
mejor tener un mirador. El cliente puede tomar el sol en invierno o disfrutar del paisaje
nocturno cuando termine de trabajar tarde y esté cansado —le sugirió Miguel con una
sonrisa.

A Delia, la idea le pareció magnífica. Como Miguel era un hombre rico, sabía disfrutar
de la vida.

»Además —continuó Miguel—, el diseño de estos estantes para libros no es muy


práctico. Puedes instalar una escalera automática oculta. Así, él solo tiene que
presionar un botón cuando necesite los libros que están arriba. Cuando ya no la
necesite, vuelve a presionar el botón y la escalera se recoge de forma automática. El
cliente necesita que la oficina sea práctica y cómoda de utilizar, así que esto se
ajustará a lo que quiere y no ocupará mucho espacio.

La pobreza limitaba la imaginación de Delia. Jamás se le habría ocurrido la idea de


instalar una escalera automática oculta en las estanterías. Entusiasmada y rebosante
de alegría, preguntó:

—Además de cubrir los peldaños de la escalera con tiras antideslizantes, ¿podría


diseñarlos con una superficie irregular, de manera que masajeen los pies del cliente
cuando use la escalera para alcanzar los libros?

—¡Qué buena idea! —exclamó Miguel para expresar su aprobación.

—Entonces, diseñaré las superficies según los puntos de acupuntura de los pies —
pensó ella en voz alta con una leve sonrisa.
Miguel no pudo evitar exclamar sorprendido:

—¡¿También sabe de acupuntura?!

Delia se rascó la nuca con timidez y aclaró:

—Bueno, en realidad, no mucho. Una vez, encontré un diagrama de mi abuela, con los
puntos de acupuntura del cuerpo humano.

—Acabo de descubrir que es una joven muy ingeniosa —comentó Miguel riendo.

Delia sonrió con picardía y los ojos se le achicaron. Miguel procedió entonces a darle
sus opiniones con paciencia, mientras Delia anotaba diligente sus sugerencias en un
cuaderno.

—¿Eh, y este diseño qué es? Nunca lo había visto y es muy hermoso —le preguntó
Miguel al ver un singular dibujo en los bordes de un armario.

Delia miró el diseño y no pudo contener su orgullo al presentárselo:

—Es un tótem de nosotros los mapuches, que significa prosperidad y riqueza.

—¡Entonces, es mapuche! —exclamó Miguel impresionado—. ¡Con razón sabe cantar!

—¡Ja, ja! ¡Y bailar también! —Delia levantó las manos y le mostró un par de pasos de
baile.

Riendo al verla tan adorable, Miguel sugirió:

—¿Por qué la próxima vez no me muestra sus habilidades de baile con el traje
tradicional de los mapuches?

—¡Pues claro que sí! —asintió ella con alegría.

De vuelta al trabajo, Miguel volvió a tomar el dibujo y sacudió la cabeza con


admiración.

—Incorporar el tótem es buena idea. Aunque no es un elemento que uno encontraría en


los diseños ultramodernos, se ve bien en los bordes del armario.

Delia estaba encantada con el cumplido de Miguel. Sin que se dieran cuenta, ya se
había hecho de noche. Su estómago comenzó a rugir de repente y la vergüenza hizo
que se sonrojara delante de Miguel.

—¿No ha cenado? —le preguntó él con una sonrisa.

Delia negó con timidez. Había preparado la cena, pero para su hermano y su cuñada.
Ella había estado esperando a Miguel fuera de su apartamento, pues le urgía su
opinión. Él no sabía cuánto tiempo había estado ella esperando, pues Delia no se lo
había dicho. Miguel levantó las manos para alborotarle el cabello y le dijo con una
sonrisa:

—¡Chica boba! Vamos. Prepararé <i>sushi</i>.

—¿<i>Sushi</i>? —inquirió Delia pestañeando de curiosidad.

Con una sonrisa, Miguel le puso la tapa al bolígrafo, apartó los papeles, se puso de pie
y salió del estudio. Delia ya le había preguntado todo lo que necesitaba sobre el diseño,
así que guardó rápidamente sus papeles y lo siguió a la cocina. Nunca había probado
platos orientales, mucho menos <i>sushi</i>. Mientras Miguel lo preparaba, le pidió a
ella que sacara del refrigerador unas algas y las lavara, lo cual hizo diligentemente.

En presencia de Miguel, Delia era como una hermana pequeña que esperaba a que su
hermano mayor le preparara la cena. De hecho, estar con él era la única manera en que
Delia podía sentir la calidez y la dulzura de alguien que se ocupaba de ella. Después de
todo, siempre era ella quien se ocupaba de los demás. Cuando estaba en casa, atendía
a sus padres y, cuando estaba lejos de casa, se ocupaba de Mariana. Ahora que vivía
con su hermano y su cuñada, tenía que ocuparse de ellos también. Solo su abuela y su
madre habían cocinado para ella. Así que Miguel era el primer hombre, quizás el único
hombre, que le preparaba de comer.

Luego del ajetreo en la cocina, Miguel le sirvió el <i>sushi</i> a Delia, quien se apresuró
a comerlo con una cuchara. Miguel no pudo evitar reír al verla. Con dulzura, le quitó la
cuchara y le dijo que usara sus manos. Con una sonrisa tímida, Delia tomó un trozo
con la mano y comenzó a masticar lentamente. Él se sentó frente a ella y puso una
mano sobre la mesa, mientras apoyaba la cabeza en la otra con elegancia. Mirando a
Delia disfrutar el <i>sushi</i>, no pudo evitar que en sus labios se dibujara una sonrisa.

Era totalmente distinta de las demás mujeres que lo rodeaban. Por su personalidad, se
parecía mucho a su primera novia: era inocente, directa, honesta y seria en todo lo que
hacía. Delia se estaba esforzando por controlarse y comportarse de la manera más
femenina posible mientras comía. Sin embargo, tenía tanta hambre y el <i>sushi</i>
que había preparado Miguel estaba tan delicioso, que no podía evitar engullirlo. Al ver
que se lo había terminado, Miguel se levantó, le preparó un vaso de jugo de naranja
fresco y se lo sirvió. Delia le dio las gracias y tomó el vaso. Cuando estaba a punto de
bebérselo, Miguel le recordó en tono gentil:

—Bébalo despacio, para que no se atragante.

Con una leve sonrisa, Delia asintió y bebió a sorbos el jugo, aunque no estaba
acostumbrada. Se daba cuenta de que Miguel era un hombre de origen aristocrático
con modales perfectos.

Cuando terminó de cenar, tuvo el buen tino de lavar la vajilla. Sin embargo, Miguel,
quien salía en ese momento del cuarto del gimnasio, le dijo que en el apartamento
había un lavaplatos. Luego, puso la vajilla en el lavaplatos para lavarla una vez más y lo
encendió. De pie junto a él, Delia se sentía un tanto incómoda y no sabía qué hacer con
las manos.

—Eh…, discúlpeme por ocupar su tiempo esta noche y muchas gracias por sus
consejos. Ya me voy —le dijo con una sonrisa mientras jugueteaba nerviosa con los
dedos.

Miguel asintió y le respondió sonriendo:

—Buenas noches. Entonces, no la acompaño a la salida.

—De acuerdo. Buenas noches. ¡Y descanse temprano! —Delia recogió los papeles que
había dejado sobre la mesa del comedor, se despidió con un gesto, dio la vuelta y se
fue.
Al final, Miguel sí la acompañó hasta la puerta y se quedó allí mirándola hasta que se
subió al elevador. Era una chica muy motivada y enérgica. Miguel esperaba que lograra
cumplir su aspiración de convertirse en una gran diseñadora de interiores.

Cuando Delia regresó a su casa, vio que aún quedaban platos sucios por lavar en la
mesa del comedor. Dejó a un lado los papeles, llevó los platos a la cocina y los fregó.
Luego, recogió toda la casa, se dio una ducha y se fue a la cama. Francamente, no
soportaba que la casa estuviera desorganizada. Le gustaba tenerla limpia y ordenada,
que fuera agradable para vivir.

En cuanto llegó al trabajo al día siguiente, comenzó a enmendar su diseño frente a la


computadora a partir de los consejos de Miguel. Mientras trabajaba, su compañera
Sara Cortez, que ocupaba el cubículo de enfrente, le pidió ayuda de pronto, con rostro
abatido.

—Delia, no logro reinstalar el programa <i>3DS Max</i> en mi computadora. ¿Puedes


venir a ayudarme?

En la oficina, Delia siempre estaba dispuesta a ofrecer su ayuda a quien la necesitara,


pues creía que los compañeros de trabajo debían ayudarse. Levantó la vista y le dijo
con una sonrisa:

—Enseguida. Dame un minuto.

—¡Gracias! —le dijo Sara con una sonrisa. Se puso de pie y continuó—: Me duele la
barriga y necesito ir al baño. La contraseña de mi computadora de 201314. Puedes
venir y ayudarme a reinstalar el programa.

—¡Perfecto!

Luego de guardar los cambios a su diseño, Delia se levantó y fue al cubículo de Sara,
que ya había salido de la oficina. Como no estaba familiarizada con el sistema
operativo de las computadoras, no tenía idea de por qué no se podía reinstalar el
<i>3DS Max</i>. Solo logró hacerlo después de intentarlo durante un buen rato.

Sara regresó a la oficina mucho después. Al ver que Delia había logrado reinstalar el
programa en la computadora, la colmó de elogios delante de los demás e incluso se
brindó a invitarla a la merienda por la tarde. Delia rechazó con diplomacia su invitación
y le dijo que, como eran compañeras de trabajo, debían ayudarse. Sara continuó
halagándola por ser una persona tan amigable por la que todos en la oficina sentían
cariño. A Delia le alegraba llevarse tan bien con sus compañeros de trabajo.

Regresó a su escritorio para continuar con su trabajo. Luego de terminar el diseño,


solo quedaba seleccionar los materiales. El diseño era para la oficina del presidente,
así que Delia seleccionó los materiales de la mejor calidad. En solo dos semanas,
había terminado el diseño para la oficina del presidente, había elaborado una lista
comparativa de materiales con sus respectivas marcas y modelos e incluso había
producido una imagen de muestra del diseño completo y parcial. Luego, se lo entregó
todo a la Señorita Sánchez.

Lily examinó cada detalle de los dibujos que le había presentado Delia, quien, de pie
frente a ella, esperaba nerviosa su respuesta. Delia pensaba que la Señorita Sánchez
estaría muy contenta con su trabajo. Sin embargo, cuando esta terminó de revisarlo,
levantó la vista y la miró con ojos furiosos. De repente, la Señorita Sánchez lanzó los
papeles sobre el escritorio, dio un manotazo y la reprendió con severidad:

—Delia Lima, ¡¿no te parece que este plagio tuyo es demasiado descarado?!

—¡¿Plagio?! —preguntó Delia confundida.

Había terminado sola el diseño de la oficina del presidente. Desde las baldosas del
suelo hasta el techo, el escritorio, las estanterías, las sillas, la alfombra, la mesa de
centro… Cada mueble, cada adorno, cada decoración había sido idea suya, después de
mucho tiempo y esfuerzo investigando y luego de pedir la opinión de Miguel. Sin
embargo, ahora, ¡la Señorita Sánchez decía que lo había plagiado! ¿Cómo podía
lanzarle una acusación semejante?

Tras rehacerse, respiró profundo y encaró indignada a la Señorita Sánchez:

—Este trabajo es mío. Señorita Sánchez, ¿por qué dice que es un plagio?

Lily le reviró los ojos mientras abría una gaveta y sacaba otros dibujos. Los lanzó con
violencia sobre los diseños de Delia y vociferó furiosa:

—¡Míralo tú misma! ¡No puedo creer que tengas el descaro de decir que no plagiaste
este trabajo!

Delia hojeó rápidamente los dibujos. Mostraban también el diseño de una oficina.
Aunque las dimensiones del espacio eran distintas, el diseño era exactamente igual al
que ella había hecho para la oficina del nuevo presidente del Grupo Larramendi.
Excepto por el diseño del sofá, la mesa de centro y la alfombra, el resto era idéntico.
Incluso algunas de las imágenes de partes de la oficina eran iguales.

—No puede ser, es imposible… —Delia estaba atónita. No podía parar de sacudir la
cabeza y negar la acusación. No podía creer que alguien se hubiera robado su diseño y
que la acusaran a ella de plagio.

—Estos diseños, me los dio Sara Cortez hace tres días. Así que tú tienes que haberle
copiado su trabajo, ¿no te parece? —la acusó Lily mientras ponía los ojos en blanco
una vez más—. ¡Qué lástima que, antes de esto, me hubieras impresionado! ¡Resulta
que tu carácter es tan pobre como tu currículum!

—¡Yo no copié su trabajo! ¡Ella tiene que haberme robado el mío! —Delia trató de
defenderse con firmeza, presa de la angustia.

En respuesta, Lily llamó a Sara por la línea interna y le pidió que viniera a la oficina.
Cuando Sara entró, miró a la Señorita Sánchez con gran sorpresa y, luego, le lanzó una
mirada confundida a Delia. De pie junto a Delia, saludó con un gesto respetuoso a Lily y
le preguntó con timidez:

—Señorita Sánchez, ¿la puedo ayudar en algo?

—Delia dice que tú le robaste su diseño —le dijo Lily recostada en su silla con los
brazos cruzados, observando con detenimiento a las dos empleadas que tenía delante.

Horrorizada, Sara miró a Delia y, con el rostro confundido, le preguntó a Lily:

—Señorita Sánchez, ¿qué es lo que sucede, exactamente? ¿Yo me robé el diseño de


Delia? ¡Por favor, no me acuse de algo que no he hecho!
—Aquí sobre el escritorio están los dos diseños. ¡Explíquense, las dos! —les exigió Lily
furiosa.

En la industria, era perfectamente normal tomar como referencia el trabajo de otros


diseñadores. Sin embargo, en esta ocasión, el plagio era demasiado obvio. Los dos
diseños eran idénticos en casi un noventa por ciento y ambos eran obra de
diseñadoras de la misma empresa, algo del todo inaceptable.

Enseguida, Sara tomó los dos diseños para compararlos. Cuando terminó, señaló a
Delia con un dedo y la encaró furiosa y angustiada:

—Delia Lima, ¡¿cómo pudiste copiarme mi trabajo?!

—¡No fui yo! ¡Fuiste tú quien me copió el mío! —le respondió Delia sin poder contener
su enojo.

Sacudiendo ligeramente la cabeza, Sara la miró de soslayo y con incredulidad. Luego,


con expresión herida y frunciendo los labios, se quejó:

—Señorita Sánchez, ¡tiene que hacerme justicia! Yo le entregué mi trabajo hace tres
días. ¡Usted incluso lo alabó! ¡Delia ha tenido el descaro de robarme mi trabajo y ahora
me acusa de haberle plagiado el suyo! ¡Es inaceptable!

—¡Yo no robé nada! —exclamó Delia entre dientes, mirando a la Señorita Sánchez.

Harta de la discusión, Lily se levantó de su silla y salió de la oficina.

—¡Vengan conmigo!

Delia y Sara cruzaron miradas y salieron detrás de la Señorita Sánchez. Esta les pidió
que abrieran las copias digitales de sus diseños, para verificar la fecha y la hora en que
los habían creado. Luego de revisar en el programa, Lily se puso aún más furiosa.

Para sorpresa de Delia, de su computadora había desaparecido casi todo el historial de


edición. Según el programa, Delia había comenzado a trabajar hacía una semana,
mientras que Sara lo había hecho hacía dos semanas. Todo estaba absolutamente
claro. Lily se enderezó, se dio la vuelta para mirar a Delia y la encaró:

—Delia Lima, ¿qué más vas a decir ahora?

—¡Es imposible! ¡Alguien debe haber manipulado mi computadora! —Fue entonces que
Delia reparó en que todos los materiales de investigación, que había guardado en una
carpeta para sus bocetos preliminares, ya no estaban.

—¡Sí! ¡Ahora recuerdo! —exclamó Sara y continuó con confianza—: ¡Señorita Sánchez,
tiene que hacerme justicia! ¡Delia estuvo andando en mi computadora! Yo tenía
problemas con mi <i>3DS Max</i> y ella me ayudó a reinstalarlo. ¡Incluso le di mi
contraseña! Todos estaban aquí y pueden confirmar lo que digo.

Lily miró enseguida a los demás empleados de la oficina central, que asentían en
respuesta a lo que había dicho Sara. Delia sufría en silencio, pues no podía hacer nada
para limpiar su nombre.

—Delia, ¿quieres presentarme tu carta de renuncia o prefieres que te presente yo una


carta de despido? —le preguntó Lily con severidad.
Delia sintió un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas, pero se
esforzó por contener el llanto delante de todas aquellas personas. Lily no quería verla
fingir su inocencia, así que le dio la espalda y regresó a su oficina.

Delia volvió a su puesto y se quedó mirando la computadora, aturdida. Los demás la


miraban con desconfianza y murmuraban. Después de un largo rato, Lily llamó a Sara a
su oficina y le asignó el trabajo de diseñar la oficina del futuro presidente del Grupo
Larramendi. Sara no cabía en sí de felicidad, aunque no lo mostró. Moría de ganas de
que le asignaran el trabajo, pero Lily se lo había dado a Delia. Todo este tiempo, Sara
había estado sufriendo por la decepción.

Ahora que Sara ya tenía una muestra, bocetar otro diseño para la oficina del presidente
sería pan comido. Cuando salió sonriente de la oficina de la Señorita Sánchez, vio a
Delia, aún sentada en su puesto, aturdida. «¡Se lo merece!». En actitud triunfante, le
lanzó una mirada desdeñosa.

¡Por nada del mundo presentaría Delia su carta de renuncia! Se levantó de golpe y se
dirigió con aire resuelto al cubículo de Sara. Sin vacilar, levantó la mano y le propinó
una bofetada.

—Delia, ¡perra loca! ¡¿Cómo te atreves a golpearme?! —gritó Sara atónita, cubriéndose
el rostro.

Con un nudo en la garganta y mirada furiosa, Delia le dijo:

—Sara Cortez, ¡me tendiste una trampa! ¡Te juro que me las vas a pagar!

—¡¿Qué?! ¡¿Que yo te tendí una trampa?! Delia, ¡no seas tan sinvergüenza! Fuiste tú
quien me robó mi trabajo. Ya está demostrado con evidencia y testigos. ¡No puedo
creer que insistas en culparme! ¡Voy a llamar a la policía! ¡Te voy a demandar! —gruñó
Sara y enseguida levantó el teléfono de su escritorio, lista para llamar a la policía.

Nadie se atrevía a proferir sonido. Al escuchar el alboroto, Lily salió de su oficina para
ver qué sucedía. Cuando vio que Sara estaba a punto de llamar a la policía, la detuvo
de inmediato.

—Sara, ¿acaso no sabes que la ropa sucia se lava en casa?

—Yo… —Sara comenzó a decir, pero luego lo pensó mejor. A regañadientes, volvió a
colgar el teléfono.

Lily Sánchez caminó hacia Delia con sus tacones, la espalda erguida y la cabeza en
alto, y le dijo a secas:

—No dañaremos tu reputación, pues eres una pasante que ni siquiera se ha graduado
de la universidad. Te puedes ir sin presentar carta de renuncia y haremos como que
nunca has trabajado en la empresa.

—¡Exacto! ¡Recoge tus cosas y vete, ladrona! ¡Vete! —gritó alguien en la oficina.

Esto hizo que los demás comenzaran a abuchearla, a hacerle gestos y a echarla de allí
con ofensas. Al ver a sus compañeros de trabajo, Delia sintió un dolor tan fuerte en el
corazón que le provocó náuseas. Se sentía tan mal que se le humedecieron los ojos.

—¡Lárgate!
—¡Fuera!

—¡¿Qué haces aquí todavía?!

—¡Eso! ¡Vete de aquí!

Todos la reprendían a la vez. De repente, Delia sintió mareo y el mundo comenzó a


darle vueltas. Guardó sus pertenencias en el bolso sin ningún cuidado y salió de prisa.
Aunque no era ella la plagiadora, había cargado con la culpa porque la habían
saboteado.

Por la náusea, justo después de salir de la oficina, corrió a una papelera y, aferrada a
ella, vomitó todo lo que tenía en el estómago. Casi vomitó bilis también. Era la primera
vez que sufría en carne propia la despiadada competencia del mundo profesional.
Además, la treta de Sara era solo una pequeña entre todas las demás.

Se recostó a la pared y se dejó caer al suelo, donde se quedó sentada con la mirada
perdida. Solo quería descansar un rato para calmar su ánimo, pero no había
descansado siquiera diez minutos, cuando los guardias de seguridad le pidieron que
se fuera. A regañadientes, se levantó y salió de la empresa a tropezones, como un
cadáver viviente. Sentía ganas de llorar, pero no había lágrimas en sus ojos. Se sentía
también como una pecadora incorregible a quien todos odiaban.

Cuando regresó a casa, Delia recogió y limpió el lugar como era su costumbre,
fingiendo que no había sucedido nada. La única diferencia es que ese día se mostraba
aún más diligente. Era la única manera de darles salida a su angustia, a su furia y a su
impotencia. Cuando terminó la cena, se sentó a la mesa del comedor con rostro
disgustado y esperó a que su hermano y su cuñada llegaran del trabajo.

A la hora en que habitualmente llegaban, solo su hermano Ernesto entró por la puerta
del apartamento.

—¿Dónde está Xiomara? —le preguntó Delia por instinto.

—Hoy tiene que trabajar hasta más tarde —le respondió él de mal humor.

Luego de entrar al apartamento y de cambiarse los zapatos por unas zapatillas,


Ernesto adoptó un aire solemne y le dijo:

—Delia, acompáñame mañana al pueblo.

Aquella petición sorprendió sobremanera a Delia.

—¿Qué sucede?

—Algo muy grande ha ocurrido en casa.

—¿Algo muy grande? ¿Qué cosa? ¿Papá…?

—No tiene nada que ver con papá.

—¿Quién entonces?

—¡Tú!

—¿Yo?
Al día siguiente, Delia y su hermano salieron rumbo a su pueblo natal. Delia se
preguntaba todavía qué era aquello tan grande y qué tenía que ver con ella. En el tren,
siguió tratando de que su hermano le explicara qué tenía ella que ver con lo que había
sucedido en casa, pero Ernesto solo se encogía de hombros como señal de que no
tenía idea. Tendrían que esperar a llegar para conocer los detalles.

—¡Papá, mamá! ¡Estamos de regreso!

Cuando Delia y su hermano entraron a la casa arrastrando el equipaje, la Señora Lima


les pidió de sopetón:

—Ya que están aquí, apúrense y preparen algo de comer para la prima María, que viene
de visita más tarde.

—De acuerdo —asintió Delia sin emoción.

En ese momento, su tía y su tío vinieron de la sala de estar.

—¡Delia, Ernesto, han vuelto! —dijeron casi al unísono.

Delia y Ernesto los saludaron. «¿La familia estará celebrando alguna ocasión especial?
¡Hasta el tío y la tía, que no nos visitan hace tiempo, están aquí!», cavilaba Delia
mientras preparaba la comida. Cuando terminó de cocinar y sirvió todo en la mesa del
comedor, su prima María Torres entró a la casa arrastrando una maleta y con una
mochila al hombro.

—¡Papá, mamá! ¡Tío, tía! ¡Ya estoy aquí!

La Señora Lima siempre era la primera en correr a saludar a la prima cuando


escuchaba su dulce voz. María era más joven que Delia solo por unos minutos. Como
la prima más joven, era la niña de los ojos de ambas familias.

Por alguna razón, Delia sintió que la invadía la amargura al ver cuán atenta se
mostraba la Señora Lima con María. Estaba segura de que cualquiera se sentiría igual
si tuviera una madre que trataba a su prima mejor que a ella misma. Respiró profundo
y forzó una sonrisa. Después de todo, estaban allí su tío y su tía, a quienes no veía
desde hacía tiempo. Después de mucho tiempo sin que la familia se reuniera, todos
estaban juntos.

La lógica indicaba que Delia, al haberse puesto a cocinar no más llegar de un agotador
viaje, debía ser la que más cansada estuviera. Sin embargo, solo podía mirar con
envidia cómo su madre llenaba una y otra vez el plato de su prima. Delia había
cocinado todos los platillos favoritos de su prima, siguiendo las instrucciones de la
Señora Lima. Ver a su madre tratando tan bien a María le provocaba un pesar
indescriptible. Desde que era niña, había visto cómo el amor de su madre por su prima
no hacía sino crecer.

Delia no podía evitar preguntarse si en verdad era hija de la Señora Lima. Sin que lo
supiera en ese momento, sus sospechas eran ciertas.

Cuando terminaron de comer, las dos familias pasaron a la sala de estar y conversaron
alrededor de la mesa de centro. El tema principal giró sobre Delia y María. María era
una estudiante de primera en la universidad, pero aún le quedaban tres años para
graduarse y necesitaba con urgencia dinero para la matrícula. Sus padres tenían una
tienda de dulces; pero, por algún motivo, se habían declarado en bancarrota hacía dos
semanas y debían una suma enorme. Así que la Familia Torres estaba prácticamente
arruinada.

Fue entonces que Delia se dio cuenta de que su tía y su tío llevaban ya una semana
viviendo con sus padres. La Señora Lima solía tratarlos con mucha cortesía cuando
eran ricos, pero ahora que estaban arruinados y endeudados, le provocaban
repugnancia.

Con tantas personas en la casa y tras solo una semana de vivir juntos, las dos familias
ya comenzaban a pelear. «Además, mi mamá es una persona mezquina y amargada.
Sé que describirla así es irrespetuoso, pero es la verdad». Justo entonces, la Señora
Lima reveló un escandaloso secreto:

—¡María es mi hija verdadera! —anunció muy seria.

Delia sintió que le estallaba una bomba en la cabeza.

Hacía dieciocho años, la Señora Lima y su hermana habían dado a luz en el mismo
salón de hospital, el mismo día y a la misma hora. La Señora Lima sabía desde hacía
tiempo que ambas iban a tener niñas, así que le pagó a la enfermera jefa y, mientras su
hermana dormía agotada por el esfuerzo del parto, cambió a las niñas.

Delia estaba destinada a nacer en el seno de una familia adinerada y, en cambio, había
crecido en una familia común. Siempre trabajaba muy duro por su futuro, así que no se
esperaba que su madre la fuera a abandonar de repente.

Esa noche, todos estuvieron despiertos hasta muy tarde, tratando de digerir la noticia.
Al final, todos acordaron volver a cambiar a las hijas. Delia no pudo evitar sonreír con
amargura. En ese momento, comprendió por qué su madre solo amaba a María. Era
porque María era su verdadera hija, no Delia.

Se volvió para mirar a sus humillados tíos. Aunque eran sus verdaderos padres, a Delia
no le caían mal. Sin embargo, justo cuando Delia estaba a punto de llamarlos «padres»,
reparó en la expresión sombría de sus rostros. No solo sombría, sino también
demacrada. Pudo incluso escuchar el sonido de sus corazones al romperse en mil
pedazos y era evidente que no querían cambiar a María por ella. Después de todo,
María era una estudiante de primera con una carrera universitaria y un futuro
prometedor, mientras que ella era solo una estudiante del montón en una universidad
de tercera.

Cuando hubo recuperado a su hija, la Señora Lima ordenó que echaran a la Familia
Torres de su casa. Aunque María le rogó y le imploró que los dejara quedarse, la
Señora Lima le dijo que, si se quedaban, le costarían mucho dinero. Además, la Familia
Torres también estaba endeudada. Si el cobrador de la deuda venía a por el dinero que
debían los Torres, la Familia Lima también se vería afectada.

María sentía impotencia al ver que expulsaban de la casa a sus padres adoptivos, que
tanto amor le habían dado. Ella todavía era estudiante y no tenía dinero para ocuparse
de ellos, así que no podía impedir que su madre echara a la calle a sus padres
adoptivos. Delia, en cambio, no podía soportar que desalojaran a los Torres, que eran
su verdadera familia, así que se fue con ellos de la casa de la Familia Lima.

Cuando se fue con los Torres, la Señora Lima solo le dijo con frialdad:
—Delia, no me culpes por ser tan cruel contigo. La realidad me obligó.

Delia no pudo evitar mirarla con desdén. «No puedo creer que mi regreso a la casa de
la Familia Lima haya tenido como resultado una nueva familia». Ayudó a sus padres a
hacer la maleta y les pidió que regresaran con ella a Ciudad Buenaventura, pero ellos
se negaron. Después de todo, habían vivido allí toda la vida y no estaban dispuestos a
marcharse. Sin embargo, si no se iban, Delia no sabía qué hacer, porque los usureros
vendrían a por ellos.

Ernesto Lima los veía a los tres hundirse en la desesperación y tuvo compasión de
Delia, así que subió a despedirse de ellos antes de que se fueran.

—Ernesto…

—Delia, ¿por qué no te apuras y te casas con tu novio? —le sugirió él. Aquello la tomó
por sorpresa y miró confundida a Ernesto, quien continuó diciendo—: La tía y el tío
tienen una deuda de trescientos mil. Si regresas a Ciudad Buenaventura y los dejas
aquí, se les romperá el corazón. Si te apuras y te casas con tu novio, con el dinero que
les regalen en la boda puedes…

—Ernesto, yo… yo no tengo novio —le respondió Delia avergonzada.

Ernesto se había hecho una idea equivocada.

—¿No tienes novio? —le preguntó asombrado.

Delia no dijo nada y negó con la cabeza.

—Entonces… No pasa nada —le dijo Ernesto—. Cuando regrese a Ciudad Buenaventura,
te ayudaré a encontrar a alguien para una cita a ciegas. Después de todo, soy el editor
jefe de una web de citas.

Mientras tanto, el Señor y la Señora Torres guardaban silencio.

—Está bien. Gracias, Ernesto —le respondió Delia con una sonrisa amarga. Aunque no
quería ir a ninguna cita a ciegas, no quería tampoco rechazar la amabilidad de su
hermano.

Luego de despedirse de Ernesto, Delia reservó una habitación en un hotel cercano para
el Señor y la Señora Torres. Al día siguiente, buscaría un alquiler. Era la primera vez
que se sentía acorralada. Solo tenía ahorrados cinco mil. Nunca imaginó que su vida
sería tan miserable. No obstante, nuevas tragedias la esperaban.

Los usureros que les habían prestado el dinero al Señor y a la Señora Torres llegaron al
hotel con varios subordinados. Casualmente, Delia había salido a buscar la cena para
sus padres. Llevaba dos cajas de comida en las manos y, cuando llegó a la puerta, vio
a un grupo de hombres vestidos como mafiosos que rodeaban al Señor y a la Señora
Torres. Los habían obligado a ponerse de rodillas. De inmediato, Delia fue presa de la
angustia.

—Si no nos pagan ahora, ¡les cortaremos los dedos! ¿Cuál de los dos quiere ser el
primero? —dijo el jefe del grupo para demostrar su poder.

Delia dejó las cajas que llevaba y se acercó a ellos con largos pasos.

—¡Paren eso ahora mismo! —les gritó.


El jefe del grupo se dio la vuelta para mirarla.

—¿Tú quién eres? —le preguntó molesto.

Para proteger a Delia, la Señora Torres se apresuró a gritar:

—¡Es mi sobrina! Solo vino a visitarnos. No…

Antes de que la Señora Torres pudiera terminar de hablar, el jefe del grupo ya
caminaba hacia Delia con rostro taimado. Delia sintió miedo. Tragó en seco y dio un
paso atrás por instinto. Cuando el hombre estuvo frente a ella, le preguntó de golpe:

—¿Tú eres Delia Lima?

Hubo una pequeña pausa antes de que Delia, mirando atemorizada al hombre que
tenía delante, respondiera:

—Sí…

De súbito, el carácter del hombre se aplacó y, con una sonrisa, le dijo:

—¡De verdad eres tú! Delia Lima, ¿cuándo regresaste al pueblo?

—Usted es… —Delia estaba confundida.

El fornido hombre, de pie frente a ella, tenía barriga cervecera y barba. Delia no sabía
quién era, pero él hablaba como si la conociera. El hombre carraspeó y dijo:

—¿Te acuerdas del chico que se sentaba detrás de ti en clase y que a veces te tiraba
del cabello por diversión?

—¿Wil… Wilfredo Pérez? —balbuceó Delia asombrada.

Wilfredo asintió y en sus labios se dibujó una amplia sonrisa. Tenía los dientes
amarillos y su rostro regordete se ensanchó aún más. Delia abrió mucho los ojos.
Aunque Wilfredo ya era gordo cuando estudiaban en el instituto, ella nunca imaginó
que luciría tan temible. «Ya que fue mi compañero de clase, de seguro me será más
fácil hablar con él». Delia señaló con timidez al Señor y a la Señora Torres, y le dijo a
Wilfredo:

—En realidad, soy su hija.

—¿Tu apellido no es Lima? ¿Cómo es que de pronto eres la hija de la Familia Torres? —
le preguntó Wilfredo en tono gentil. Su brutalidad había desaparecido por completo.

Con una sonrisa amarga, Delia le respondió:

—Es una larga historia. ¿Crees que puedas hacer la vista gorda? Mis padres están
desesperados.

—Delia, lo único que puedo hacer es dejarlos ir por ahora. Yo trabajo para mi jefe
cobrando deudas. Puedo dejarlo pasar esta vez; pero, si no pagan la deuda, no podrán
huir toda la vida —le dijo Wilfredo con un gesto de impotencia.

—¡Te aseguro que te pagaremos la próxima vez! —prometió Delia—. ¡Confía en mí!
Wilfredo observó la expresión seria en el rostro de Delia e hizo un gesto a sus
subordinados. Estaban a punto de marcharse del hotel, pero volvió a mirar a Delia
antes de irse y le dijo:

—Lo mejor es que paguen la deuda lo antes posible. De lo contrario, si mi jefe se da


cuenta de que los perdoné esta vez, es seguro que enviará a otro a cobrar la deuda. ¡Y
quizás los golpee a los tres!

Al oír esto, el rostro de Delia palideció. Asintió como respuesta y se despidió de ellos.
Cuando se dio la vuelta, la Señora Torres lloraba en brazos del Señor Torres. Cuando
Delia los vio, tomó una decisión y llamó a su hermano.

—Ernesto, por favor, organízame una cita a ciegas.

Cuando el Señor y la Señora Torres la oyeron decir esto, ambos se sorprendieron y, al


mismo tiempo, se le quedaron mirando.

«Si casarme puede ayudar a que mis padres lleven una vida tranquila, pues me
casaré». Delia miró al Señor y a la Señora Torres, y los ojos se le inundaron de
lágrimas. Se sentía angustiada por ellos y, al mismo tiempo, sentía que la vida era
injusta. Sin embargo, si quería escapar de aquella difícil situación, no le quedaba otro
camino que casarse.

El Señor y la Señora Torres cruzaron miradas y suspiraron, pero no dijeron nada. Delia
sabía que ambos la sentían aún distante. Después de todo, aunque ella era su hija,
ellos no la habían criado. Era natural que todavía no se hicieran a la idea de tenerla
como hija. Sin embargo, aunque podía tenerles consideración, olvidaba que no había
nadie allí que la compadeciera a ella.

Pocos días después, en la oficina del director general de la Empresa de Desarrollo


Inmobiliario Armonía del Grupo Larramendi, Miguel Larramendi había recibido los
dibujos del Departamento de Diseño. Siguiendo órdenes de su abuelo, tenía que ayudar
a su hermano Manuel a revisar de antemano los diseños para su oficina. De hecho,
había visto los bocetos de estos diseños hacía tiempo y sabía que los había hecho
Delia. Miguel incluso creía que a Manuel le gustarían sus diseños.

Sin embargo, luego de estudiarlos, Miguel reparó en que el nombre de la diseñadora


era Sara Cortez en lugar de Delia Lima, así que tomó rápidamente los papeles y se
dirigió al Departamento de Diseño.

Cuando las empleadas del departamento vieron a Miguel, todas admiraron en secreto
cuán apuesto se veía. El jefe del departamento no había regresado aún de su viaje de
trabajo. La segunda jefa durante ese tiempo, Lily Sánchez, estaba a cargo; así que,
como es natural, Miguel fue a verla a ella. De camino a la oficina de Lily, pasó por la
oficina colectiva y reparó en que el puesto de Delia estaba vacío. No pudo evitar
preguntarse por qué no había venido a trabajar.

Cuando Lily Sánchez vio a Miguel Larramendi entrar a su oficina sin avisar, se sintió
halagada, se levantó de un salto y le preguntó con respeto:

—Director General Larramendi, ¿lo puedo ayudar en algo?

—¿Por qué Delia Lima no vino hoy? —le preguntó Miguel sin preámbulo.
La pregunta sorprendió a Lily por un momento. Luego, sonrió incómoda y respondió:

—P… Porque renunció.

—¡¿Renunció?! —gritó Miguel incrédulo. «Delia necesitaba desesperadamente este


trabajo. ¿Cómo es posible que renuncie de buenas a primeras?».

Fue entonces que Lily recordó que Delia, para poder entrar a la empresa, debía haber
tenido una relación cercana con alguien allí. «¡¿Será posible que el Director General
Larramendi sea la persona que ayudó a Delia a entrar a la empresa?!». En el
Departamento de Diseño, siempre habían creído que Delia era la novia de Basilio
Zabala, el asistente del Director General Larramendi. Evidentemente, se habían
equivocado.

En ese momento, Lily creyó que lo mejor era sincerarse y contárselo todo al Señor
Larramendi, para no verse inmiscuida en la situación. Le contó con detalles cómo Delia
había plagiado los diseños de Sara Cortez y le dijo incluso que Delia había renunciado
por decisión propia, porque le deba demasiada vergüenza seguir trabajando en la
empresa.

Cuando terminó de escuchar la explicación, Miguel dio un puñetazo en la mesa y le


ordenó a Lily que reuniera a todo el departamento en el salón de reuniones. Insistió en
que estuviera presente Sara Cortez.

Todo el departamento se reunió en el salón. Miguel colocó el diseño bajo el proyector


y, con un puntero láser, señaló la decoración del borde del armario y le preguntó a Sara:

—Señorita Cortez, ¿podría decirme por qué usó estos cuatro motivos en los bordes del
armario?

—Eh… Encontré la imagen en Internet y me pareció bonita, así que la añadí a los bordes
del armario —balbuceó Sara con la cabeza gacha, de pie frente a la mesa de reuniones.

Miguel adoptó un aire despectivo y le explicó con calma:

—Estos cuatro motivos son tótems de los mapuches y significan buena suerte y
prosperidad.

—¡Ah, así que eso es lo que significa! —dijo Sara con una sonrisa incómoda.

Miguel continuó:

—Estos motivos no están disponibles en Internet porque son tótems antiguos de los
mapuches, modificados y rediseñados por Delia Lima.

—¡¿Qué?!

—¿Qué está sucediendo?

De repente, estalló una acalorada discusión sobre el tema en el salón de reuniones.

—Señorita Sánchez, puede revisar la ficha de Delia y verificar usted misma que es de
ascendencia mapuche —dijo Miguel indignado.

Fue entonces que Lily recordó que, en efecto, Delia era de ascendencia mapuche, así
que no necesitaba revisar su ficha de empleada.
»Señorita Cortez, déjeme hacerle otra pregunta. ¿Por qué los peldaños de la escalera
oculta tienen superficie irregular? —siguió cuestionando Miguel.

Esta vez, Sara respondió con soltura:

—¡Para evitar resbalones! —«¡Esta vez sí respondí bien, estoy segura!».

Sin embargo, Miguel Larramendi la miró con sorna y explicó confiado:

—Delia Lima me consultó cuando estaba elaborando el primer borrador del diseño. Fui
yo quien le dio la idea de la escalera oculta en la estantería de los libros. Ella me dijo
que le parecía un poco aburrido que los peldaños fueran solo antideslizantes e
incorporó puntos de masaje. Así que estas protuberancias irregulares están basadas
en puntos de acupuntura, para que masajeen las plantas de los pies. Señorita Cortez,
¿quiere añadir algo?

Sara no pudo evitar cubrirse la boca por el asombro y no sabía qué decir. Miguel la
miró con frialdad y la reprendió:

»Aunque es fácil copiar y plagiar proyectos, el concepto y la intención de cada diseño


están grabados en la mente de una persona. ¡Y eso no se puede copiar! Señorita
Cortez, no sé cómo se las arregló para incriminar a Delia por plagio, pero creo que
ahora mismo todos saben bien quién fue la verdadera plagiadora. No necesito más
explicaciones. Señorita Sánchez, creo que no tengo que enseñarle a lidiar con
empleadas como esta, ¿o sí?

—¡No, Director General Larramendi! —respondió sin titubear Lily Sánchez, mientras un
sudor frío le surcaba la frente.

Miguel salió del salón de reuniones sin decir otra palabra. Al momento, Lily le lanzó
una mirada furiosa a Sara y los demás presentes comenzaron a susurrar sobre ella.
Nadie imaginaba que se hubieran hecho una imagen equivocada de Delia ni que se
convertirían en cómplices al expulsarla de la empresa de la forma que lo hicieron.

Luego de que Miguel se fuera, Sara intentó defenderse, pero Lily Sánchez ya no
confiaba en ella. El castigo para Sara fue peor que la expulsión que había sufrido Delia.
El Departamento Legal de la empresa la demandó por plagio y robo de trabajo ajeno.
Era un castigo ejemplar, que servía de advertencia al resto. Por desgracia, Delia no
estaba allí para presenciar el terrible fin de Sara Cortez.

Mientras tanto, Manuel Larramendi, que llevaba un mes hospitalizado, presentó a sus
superiores una solicitud oficial para retirarse del ejército. Manuel había usado su
cuerpo para proteger a Yamila Juárez, la chica que había sido secuestrada, y había
sufrido heridas graves en la explosión. Un bloque de concreto lo había aplastado al
caer y le había provocado una hemorragia interna. Los otros cinco miembros de las
Fuerzas Especiales también habían resultado heridos y algunos habían quedado
incapacitados. Por fortuna, todos habían sobrevivido. Sin embargo, cuatro de los cinco
secuestradores habían muerto y el único que había sobrevivido yacía inconsciente en
el hospital, debido a un grave daño cerebral.

Ni siquiera Julio Hernández, el compañero de Manuel que había escapado de la muerte


junto con él, podía evitar provocarlo en broma:

—Señor, ¡Mariana Suárez es su amuleto de la suerte!


Cuando el edificio había colapsado, el brazalete negro de seda que Manuel llevaba en
su muñeca izquierda se había enganchado a una barra de acero y lo había salvado. De
lo contrario, él y Yamila habrían quedado sepultados bajo los escombros de concreto.

Manuel sonrió de manera cómplice y no pudo evitar pensar en Delia.

—¡Por supuesto que lo es!

Manuel amaba y odiaba a Mariana. Cuando no estaban juntos, a Manuel le hervía la


sangre al escuchar los informes del Señor López; pero, en cuanto la veía, no podía
reprimir el deseo de tenerla en sus brazos. Aun así, no encontraba las palabras para
explicar sus extraños sentimientos hacia ella.

Por otra parte, ahora que estaba a punto de dejar las Fuerzas Especiales para
dedicarse a los negocios, su abuelo se alegraría más que nadie. No le había contado a
su abuelo sobre sus heridas ni sobre su hospitalización. Ni siquiera se lo había dicho a
su hermano Miguel.

—Señor, ¿cuándo prevé casarse con Mariana Suárez? —le preguntó Julio.

Con una sonrisa, Manuel le respondió:

—Cuando gane el proyecto del Complejo de Villa Occidental, se lo daré como regalo de
bodas, luego de que ella regrese del País K. —«Porque Villa Occidental es su pueblo
natal».

El Señor López le había dicho que Mariana lo había visitado durante su estancia en el
hospital, pero solo se había quedado dos días y había regresado al País K. El Señor
López quería contarle a Mariana sobre las graves heridas de Manuel, pero este no se lo
permitió porque no quería que ella se preocupara. Solo quería que se divirtiera en su
viaje. Si ella era feliz, él también.

Durante los siguientes cuatro días, Delia fue a todas las citas a ciegas que Ernesto le
organizó, para casarse lo antes posible. Al mismo tiempo, comenzó a notar que el
Señor y la Señora Torres la trataban con mucha cortesía. Quizás se debía a que no
eran muy cercanos, pero Delia presentía que algo no iba bien.

De vez en cuando, la Señora Torres decía que quería ir a casa de la Familia Lima a
visitar a María, pero el Señor Torres no decía nada. Delia solo les decía las mismas
pocas frases cada día, frases como «Papá, mamá, es hora de cenar» y «Papá, mamá,
me voy a mi cita a ciegas».

Desde que la habían acusado injustamente, que sus colegas la habían expulsado de la
empresa y que había regresado a su pueblo, había estado yendo a citas a ciegas con
los hombres que Ernesto le presentaba. Sus esperanzas, sueños y deseos ya nunca se
cumplirían. Cada noche, cuando todo estaba en silencio, Delia se escondía bajo su
manta y lloraba desconsolada. Sin embargo, aquel día, fue a una cita a ciegas con un
hombre diferente como de costumbre.

A todas sus citas, Delia les había hecho la misma pregunta con toda franqueza:

—Nunca antes he salido con nadie y seré fiel en mi matrimonio. Además, sé llevar una
casa, cocinar, limpiar, pero no tengo ni auto ni casa ni trabajo ni ahorros. Encima, tengo
que pagarles a unos usureros un interés cada mes, así que mi regalo de bodas debe
ser al menos de doscientos mil. ¿Estás dispuesto a casarte con alguien como yo?

Como era natural, aunque había recibido varias respuestas, todas se resumían en «no».

«¡Un momento! Yo ya no soy “Delia Lima”, sino “Delia Torres” y, naturalmente, mi prima
ya no es “María Torres”, sino “María Lima”». Delia no pudo contener una sonrisa
amarga. «Solo espero que Dios me perdone por ser tan realista y estar tan
obsesionada con el dinero».

¡Ding!

La notificación de un mensaje de texto interrumpió los pensamientos de Delia. Luego


de otra cita infructuosa, Ernesto le había enviado el teléfono de otro hombre. Delia
presionó sobre el mensaje. Como era habitual, levantó el teléfono y marcó el número
de su próxima cita para acordar una hora y un lugar. Otros pensarían sin duda que era
una sinvergüenza y tendrían razón. Haría lo que fuera con tal de casarse lo antes
posible. Su meta era simple y realista: todo esto lo hacía por el dinero.

Sin embargo, lo que Delia en verdad deseaba era encontrar a alguien que la amara.

—¿Oigo?

Cuando la llamada conectó, a Delia la sorprendió la voz al otro lado, pues le resultaba
muy familiar.

—¡Ho… Hola! Soy tu cita a ciegas, Delia Torres. Estoy segura de que has oído hablar de
mí. ¿Estás libre esta tarde?

—Sí, estoy libre.

—Bueno, pues vamos a encontrarnos en el restaurante a la carta que está en la esquina


del Jardín Alma, esta tarde a las dos.

—De acuerdo.

—¡Pues nos vemos más tarde!

—¿Te gustan las rosas rosadas? —le preguntó de pronto el hombre cuando Delia
estaba a punto de colgar.

Delia se quedó un momento desconcertada y luego respondió:

—Sí, me gustan.

—Bueno, te llevaré rosas rosadas.

—¡Está bien! ¡Nos vemos!

El corazón de Delia dio un vuelco cuando se apresuró a colgar. Una vez más, estaba
convencida de que la voz le resultaba familiar. Sonaba como la voz de Miguel
Larramendi. No obstante, estaba segura de que se equivocaba, pues el condado Aguas
Claras estaba bien lejos de Ciudad Buenaventura, así que era imposible que él viniera
hasta aquí a encontrarse con ella. Aun así, Delia no podía evitar aquella extraña
sensación.
Era una tarde de primavera. El sol brillaba y el dulce perfume de las flores inundaba el
aire. El autobús 103 avanzaba bajo el resplandeciente verdor de los árboles. Delia
estaba sentada con pereza junto a la ventanilla, con el sol en su rostro ovalado. Su
cabello ondeado, que le llegaba a la cintura, se mecía suavemente con el vaivén del
autobús.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco… dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, ¡veinte! —
murmuró para sí mientras revisaba las notas de su teléfono con la cabeza baja—. ¡Este
hombre será mi cita número veinte! Quizás no debería ser tan franca cuando los
conozco.

Durante el último mes, el récord de Delia había sido encontrarse con cinco hombres en
el mismo día. Cada vez que conocía a uno nuevo, le decía lo mismo. «Me pregunto qué
excusa inventará el próximo para rechazarme». Delia no abrigaba ninguna esperanza.
Esperaba ver a su cita salir huyendo luego de que ella le contara su situación.

¡Ding!

—Hemos llegado a la Estación Jardín Alma. Los pasajeros que deseen bajar, por favor,
utilicen la puerta trasera...

La metálica voz femenina de los altavoces del ómnibus interrumpió los pensamientos
de Delia. Había llegado a su destino, pero tardó un rato en levantarse y salir apresurada
por la puerta trasera del ómnibus.

«¡Casi pierdo la parada!». Cuando Delia se bajó del ómnibus, respiró profundo.

Había una famosa y concurrida calle en el lado este del Jardín Alma, en el Condado
Aguas Claras. Al final de esa calle, había un restaurante a la carta de ambiente
tranquilo y adecuado para las parejas cansadas de las compras y para citas a ciegas.

Ella conocía el lugar porque había tenido una cita a ciegas allí la semana anterior. Esta
era su segunda vez en el lugar y pudiera incluso haber una tercera o cuarta visita. No
pudo evitar burlarse de sí misma, acto seguido, empujó la puerta para entrar al
restaurante y vio que estaba abarrotado.

Su cita le había dicho que traería rosas rosadas para ella. Así que Delia rápidamente
empezó a escudriñar el interior del restaurante. Pronto encontró lo que buscaba, pues
la mesa central del restaurante era la única decorada con numerosas rosas de color
rosa pálido. En esa mesa, se encontraba sentado de espaldas a Delia un hombre de
traje negro. Después de verlo, ella peinó con sus dedos el desorden que el viento le
había dejado en el cabello. Estaba mentalmente preparada para lo que ocurriera a
continuación.

«¡Veamos qué tipo de excusa extraña se inventará para rechazarme!».

Aun así, respiró profundo. La comisura de sus labios se curvó en una sonrisa y,
sosteniendo su bolso, se dirigió hacia la mesa.

—Siento llegar tarde… —se disculpó en cuanto se acercó a la mesa y pudo percibir al
instante el fresco aroma de las rosas. Si hubiera mirado más de cerca, habría visto
todas las rosas que cubrían los lados de la mesa. Cuando el hombre la vio, se levantó y
extendió con amabilidad su mano y dijo:
—Por favor, tome asiento. No llega tarde, fui yo quien llegó antes.

Cuando ella volvió a escuchar aquella dulce voz, su corazón se aceleró. Entonces, él
tomó un ramo de siete rosas, se inclinó con sutileza y sujetándolo con elegancia con
las dos manos, se lo entregó a Delia. En ese momento, ella alcanzó a ver un par de
manos finas y las resplandecientes rosas rosadas. Levantó la cabeza con lentitud y
sus ojos se encontraron con los de él.

«¡Miguel Larramendi!».

Delia lo miró sorprendida, nunca pensó que fuera él en realidad.

Aunque le pareció escuchar su voz por teléfono, se encogió de hombros y pensó que
era imposible. No podía creer que el hombre que estaba frente a ella fuera él en
realidad.

—¡Un regalo para ti! —La sonrisa de Miguel era como una brisa primaveral. Aunque sus
ojos negros eran penetrantes y profundos, la miraban con ternura.

Delia lo miró boquiabierta, estaba tan emocionada de verlo, que no sabía qué decir.

—¿No crees que soy tu príncipe azul? —dijo él con una sonrisa. Ella frunció los labios y
sonrió aliviada—. ¿No te gusta?

Delia parpadeó, volvió en sí y no demoró en aceptar el ramo de rosas antes de bajar la


cabeza y sentarse. Con voz suave, respondió:

—Sí... Gracias, me gusta mucho.

—¡Me alegra que te guste! —Miguel sonrió con delicadeza y se sentó—. Me enteré de lo
que te sucedió en la empresa. El departamento legal ya demandó a Sara Cortez y
cambiamos el nombre del diseñador del dibujo por el tuyo. Al principio, pensé que te
había sucedido algo terrible, pero me enteré por tu hermano de que regresaste al
Condado Aguas Claras para encontrar un esposo.

—Entonces, tú... —Delia estaba confundida, no entendía lo que Miguel intentaba decir.

Él sonrió y dijo:

—Entonces me ofrecí para tener una cita a ciegas contigo. Deja que me presente, para
que me conozcas...

—¡No! ¡Déjame presentarme primero! —dijo ella en voz alta de repente, mientras
levantaba la vista y lo miraba con seriedad. Sus miradas se encontraron, en tanto el
olor de las rosas perfumaba el aire.

En ese momento, los ojos de Delia captaron por completo el atractivo aspecto de
Miguel. Quedó cautivada; no obstante, por alguna razón, sintió compasión por él.
Sentía un fuerte deseo de no dejarlo ir.

Miguel fijó la mirada en ella y sonrió antes de asentir y decir:

—¡Estoy listo para escuchar tu historia!

Para Miguel, los grandes ojos de Delia eran tan cristalinos como el agua. Su nariz y
boca diminutas le daban un toque de ternura a su rostro descubierto.
—Nunca he tenido una relación estable, pero seré fiel en mi matrimonio. Además, sé
administrar un hogar y puedo cocinar y limpiar. Mi familia es sencilla y mis padres
tienen trabajos estables. Señor Miguel Larramendi, ¿está dispuesto a casarse con una
persona como yo? —Cuando Delia lanzó todas esas palabras de golpe, su voz se iba
apagando y sus ojos se movían intranquilos.

Acababa de decirle una gran mentira. Después de terminar de hablar, ella bajó la
cabeza avergonzada.

«Ay, no. ¡Estoy condenada! ¡No puedo creer que le haya mentido!».

De repente, escuchó una risa burlona. Delia se estremeció al momento y se sintió


incómoda. Sin embargo, por fortuna, la risa no era de Miguel. Delia levantó la vista y
buscó el origen de risa. Vio que un hombre de unos treinta años vestido con un traje
negro que estaba sentado en una mesa cercana se levantaba.

—Acabo de ver a alguien que conozco. Voy a acercarme a saludar —le dijo a la mujer
que lo acompañaba. Mientras caminaba hacia a Delia, reía.

—Señorita Delia, nos encontramos de nuevo. —El hombre se acercó a Delia y le asestó
una fuerte palmada en el hombro. Le dolía el hombro por el golpe, así que lo miró
confundida, pues él aún no había retirado la mano y preguntó:

—¿Quién es usted?

Delia tuvo la sensación de que el hombre que tenía delante le resultaba familiar, pero
no podía recordar dónde lo había visto antes.

«¿Quizás, uno de los hombres con los que he tenido una cita a ciegas antes?».

—¡Vaya! ¡Señorita Delia, es usted en verdad olvidadiza! ¿No recuerda que también
tuvimos una cita a ciegas en este restaurante la semana pasada? —exclamó sonriente
el hombre mirándola desde arriba.

Al oírlo, Delia recordó de repente quién era. «Como imaginaba, es uno de ellos. Es mi
culpa por ir a tantas citas a ciegas. Es inevitable que lo olvide».

—¡H… Hola! —Delia forzó una sonrisa y apartó con fuerza la mano del hombre que aún
estaba en su hombro. En el fondo, tenía la sensación de que algo terrible estaba a
punto de suceder.

De repente, el hombre fingió ser un buen amigo de Delia. La obligó a hacerse a un lado
con su cuerpo para tener un lugar donde sentarse. Entonces, se sentó de inmediato
junto a ella de forma casual, lo que hizo que Delia se sintiera muy avergonzada. El
hombre sabía que ella estaba de nuevo en una cita a ciegas, así que empezó a burlarse
de ella.

—Delia, ¿de veras tienes tanta prisa por casarte?

—N… No… —Se rio con sequedad antes de cambiar su respuesta y decir—: Sí.

La razón por la que tenía tanta prisa por casarse era porque...

Justo cuando ella quería explicarse, el hombre que se sentó a su lado miró a Miguel y
juzgándolo por su aspecto dijo:
—Amigo, viendo que pareces un hombre de mucho éxito, déjame decirte la verdad.
¿Sabes cuántas citas a ciegas ha tenido ella? Si te diría que ha tenido al menos cien
citas a ciegas, no estaría exagerando. He oído que el negocio del padre de esta mujer
fracasó y quedó en bancarrota y hoy por hoy mantiene una enorme deuda. Incluso han
pedido dinero a prestamistas. La razón por la que quiere casarse es para que un
hombre adinerado la ayude a pagar sus deudas. Todo lo que esta mujer te acaba de
decir es mentira. No tiene ni auto, ni casa, ni trabajo, ni siquiera ahorros.

En ese instante, Delia ansiaba darle al hombre una bofetada en la cara, pero solo podía
desahogar su ira en secreto.

El hombre hizo una pausa y tomó un sorbo de agua antes de mancillar por completo la
reputación de Delia: continuó exponiéndola muy animado.

—Ella se sinceró conmigo sobre todo esto la semana pasada durante nuestra cita a
ciegas. Creo que decidió engañarte hoy para que te cases con ella, porque eres guapo
y adinerado. Será mejor que no caigas en su trampa. —Cuando Delia escuchó lo que
dijo, se sintió tan avergonzada que bajó la cabeza y sentía la cara ardiendo. En ese
momento, de veras deseaba que el suelo se abriera y se la tragara.

—¿Es cierto? —le preguntó Miguel con gentileza y sin expresión en el rostro a Delia que
permanecía callada y con la cabeza baja. Delia no se atrevió a mirarlo a los ojos, así
que bajó aún más la cabeza. En realidad, no quería asentir, pero tenía que hacerlo con
sinceridad. En ese momento, las personas cercanas la miraban, empezaron a susurrar
y a señalarla. Aunque comentaban en voz baja, sabía que hablaban de ella.

«Probablemente digan que soy una desvergonzada, ávida de dinero, hipócrita o que
intento abarcar demasiado... Estoy segura de que no hay nada positivo que puedan
decir para describirme. Ahora que conoce todos mis secretos, no tengo más remedio
que huir».

—¡Lo…! ¡Lo siento! —se disculpó, tomó su bolso y se levantó para irse, pero Miguel, con
su mano cálida y fuerte, la tomó de la muñeca. Delia se detuvo y sujetó el bolso con
fuerza mientras fruncía el ceño confundida.

—Todavía no me has respondido.

—¿Sobre qué? —Se sorprendió al escuchar la magnética voz de Miguel y levantó la


vista con el rostro confundido.

—Ya te he propuesto matrimonio, pero aún no me has dado una respuesta —dijo
Miguel con seriedad.

—¿Qué? —Era evidente que Delia estaba sorprendida.

—Hay ciento una rosas alrededor de esta mesa, y combinadas con las siete que te
acabo de entregar, suman ciento ocho rosas rosadas que representan una propuesta
—dijo Miguel y sonrió despacio.

—U… Una propuesta —Delia se quedó pasmada, estaba en extremo desconcertada.

—Acepto —añadió Miguel, con tono serio.

«¿Acepta? ¿Qué está aceptando?». Desconcertada aún, Delia lo miraba.


En un abrir y cerrar de ojos, los labios de Miguel se separaron y sonriendo dijo:

—¿No me preguntaste si quería casarme contigo? Te digo que mi respuesta es sí.


Ahora, es tu turno. Ya te he propuesto matrimonio. ¿Quieres casarte conmigo?

Sus palabras hicieron que Delia se quedara boquiabierta y el hombre que se había
sentado a su lado abrió los ojos de par en par. Antes de que Delia respondiera, el
hombre dijo descaradamente:

—Amigo, es obvio que las razones de esta mujer no son honestas.

—La razón por la que se atrevió a decirte la verdad fue porque no le gustabas. En
cambio, a mí me ocultó la verdad con toda intención, pues siente algo por mí. Tú solo
acabas de hablar mal de mi prometida delante de todas estas personas. Deberías
preocuparte por tus propias intenciones.

Luego de responderle al hombre, Miguel atrajo a Delia hacia él con un rápido


movimiento y la sostuvo en sus brazos. De repente, la cara del hombre se enrojeció de
ira. Estaba tan enfadado que miró con desprecio a Miguel, pero no fue capaz de
hacerle frente a su poderosa aura y solo resopló antes de volver enfadado a su
asiento.

Con la cabeza erguida, Delia miraba a Miguel, estaba gratamente sorprendida. No


podía creer que en verdad hubiera un hombre tan atractivo que luciera bien desde
todos los ángulos. Delia sintió como su corazón latía al calor del cuerpo de Miguel.

«Su cara se parece un poco a la de ese hombre...».

Con los ojos casi salidos de las órbitas, Delia miraba atenta a Miguel. En ese momento,
parecía como si el tiempo se hubiera detenido y todo estuviera en silencio. Sentía que
su corazón latía por él y que tenía mariposas en el vientre.

—¿Quieres casarte conmigo? —La voz de Miguel sonaba distante.

—Sí, quiero —respondió Delia aturdida.

—Si no tienes inconveniente, ¿por qué no firmamos hoy mismo el certificado de


matrimonio? —preguntó Miguel con expresión seria pero apuesta y bajó la cabeza para
contemplar a Delia, que estaba entre sus brazos.

La voz de Miguel despertó a Delia de su ensueño. Antes de sonrojarse, sus ojos


brillaron al mirar a Miguel y su corazón latía acelerado cuando dijo:

—De… Dejé mi registro familiar en la casa...

—No te preocupes, te acompañaré a casa a buscarlo —respondió Miguel sonriente y


gallardo.

—De acuerdo. —Delia se sintió tan atraída por su atractivo aspecto, que tardó un rato
en recuperar el tino y responder. No se había percatado de que había venido
preparado.

¡¿Por qué llevaría alguien el registro familiar a una cita a ciegas?!

Miguel pagó la cuenta en el mostrador, Delia seguía sosteniendo el ramo de rosas en


sus brazos. Al mirar a Miguel por detrás, pudo fijarse en su figura esbelta pero
musculosa y cómo el traje se ajustaba perfectamente a su cuerpo. Delia no pudo evitar
tener pensamientos eróticos e imaginar lo sensual que se verían los abdominales de
Miguel cuando se quitara el traje.

—¡Vamos! —dijo con voz tranquila Miguel después de pagar la cuenta y se dio la vuelta
para mirar a Delia que estaba soñando despierta. Delia volvió al instante en sí y miró
asustada el ramo en sus brazos.

Cuando Miguel la vio asentir con la cabeza agachada como una niña culpable, no pudo
evitar el impulso de querer amarla.

—Niña tonta. —Miguel extendió la mano para acariciar con cariño su rostro, luego la
tomó por la muñeca y la llevó fuera del restaurante.

Una vez fuera, ella sugirió que tomaran el ómnibus a casa, Miguel no se opuso, sino
que la acompañó en silencio hasta la estación. En la bulliciosa calle, Delia notó cómo
llamaban la atención de los transeúntes, ya fueran hombre o mujer. Todos dirigían su
atención a la pareja.

«¡Probablemente están mirando a Miguel!».

Delia lo miró con el rabillo del ojo y fue entonces cuando se dio cuenta de que con su
altura solo le llegaba al pecho. Sin embargo, seguía siendo una vista muy llamativa.
Con su 1,60 de estatura, cuando Delia estaba junto a Miguel, no parecían una pareja,
¡más bien parecían hermanos!

«No me extraña que esas mujeres me miren con envidia…».

De repente, Delia pensó en una famosa frase de internet: «¡Qué todos los amantes se
conviertan en hermanos al final!». No pudo evitar suspirar con nostalgia.

Miguel la miró, y al ver su aspecto cansado, le preguntó con seriedad:

—Parece que no me conoces en lo absoluto. ¿Estás segura de que quieres casarte


conmigo?

Delia volvió a la realidad, miró sonriente a Miguel y dijo:

—No dudaste en proponerme matrimonio, así que… ¿por qué iba a tener miedo de
casarme contigo?

Miguel sonrió en complicidad antes de comenzar a reflexionar con la mirada perdida.


De repente, Delia empezó a preguntarse en qué estaba pensando. «¿Por qué ha
decidido de repente casarse conmigo?».

Después de subir al ómnibus, justo cuando Miguel estaba a punto de pagar en efectivo,
Delia pasó su tarjeta primero. Entonces, él la siguió de cerca y entró al pasillo. Era la
hora de mayor afluencia, así que el ómnibus público estaba bastante lleno.

Una vez más, Delia notó que todas las mujeres que estaban en el ómnibus, ya fueran
mayores o jóvenes e incluso una niña con un pañuelo rojo, se acercaban a Miguel e
intentaban apartarla de él. Finalmente, la niña del pañuelo rojo que estaba sentada
junto a Miguel, tiró de la esquina de su camisa y dijo:

—¡Joven, está muy elegante! —Con mirada inocente, la linda niña miró a Miguel y dijo
en voz alta lo que todos los demás estaban pensando.
—Gracias por el cumplido —dijo Miguel sonriendo y con amabilidad sin mostrar ningún
signo de sorpresa.

—Joven, ¿puede darme su número de teléfono? —preguntó la niña mientras se quitaba


el teléfono que llevaba colgado del cuello y se lo pasaba a Miguel.

Sin saber qué decir, Miguel sonrió, tomó el teléfono de la mano de la niña y registró su
número antes de devolvérselo. La niña miró el número y pulsó el botón de marcar,
cuando vio que el teléfono de Miguel vibraba, se colgó el de ella al cuello muy
tranquila.

Cuando Delia vio eso, no pudo evitar sentirse avergonzada de sí misma. Por la edad,
Miguel podría ser fácilmente el padre de la niña, ¡pero la niña le acababa de llamar
«joven»!

«Definitivamente, ¡a todas nos gustan los hombres atractivos que luzcan jóvenes!».

En ese instante, Miguel se sintió en «peligro», se inclinó despacio hacia Delia, se ubicó
detrás y se acercó a ella, para dar a entender que la abrazaba por la espalda. De
pronto, las mujeres que estaban admirándolo empezaron a observar a Delia con
envidia. Distraída, ella sujetaba el pasamanos cerca de la salida y no se percató de que
Miguel estaba abrazándola para evitar que las mujeres lo miraran.

Los dos se bajaron en una estación de ómnibus cercana a la casa de Delia. Diez
minutos más tarde, al cruzar un pequeño callejón, se encontraban frente al lugar donde
ella vivía.

—¡Espérame aquí! Volveré en cuanto tenga el registro familiar.

Delia sostenía el ramo de rosas en sus brazos y en su rostro se dibujaba una sonrisa
forzada que la hacía lucir apenada. Miguel sabía que ella no quería que fuera a su casa,
así que no la presionó y solo asintió. Delia también asintió y sujetó el ramo de flores
con fuerza en sus brazos antes de darse la vuelta y correr hacia la casa. Corrió durante
todo el trayecto. Se sentía como si flotara en el aire y sin el menor cansancio.

Al llegar a casa, simplemente colocó las flores sobre el zapatero junto a la puerta y
corrió a toda prisa hacia la cómoda para tomar el libro del registro familiar. Cuando lo
encontró, se sintió tan feliz que dio saltos de alegría. Luego lo sujetó con fuerza y
emocionada salió corriendo por la puerta.

Cuando Delia llegó a la estación de ómnibus, después de haber corrido hasta allí con el
libro del registro familiar en las manos, se dio cuenta de que Miguel se había ido. Por
un instante, su mente quedó en blanco. Entró en pánico, sintió un nudo en la garganta y
ganas de llorar.

«En mi estado, ¡solo un tonto estaría dispuesto a casarse conmigo!».

Al darse cuenta de que Miguel la había dejado plantada, Delia sintió que su corazón
sufría y en un intento de contener las lágrimas se mordió el labio.

«Nunca he tenido muchas esperanzas, pero ¿por qué, aun así, sufro?».

Delia tenía sentimientos encontrados. No tenía ni idea de por qué se sentía enfadada.
«Miguel y yo solo somos conocidos y sé a la perfección que mi posición social está a
un mundo de distancia de la suya. Mi ingenuidad me hizo pensar que podía entrar en
su mundo e incluso, en su corazón...».

Mientras sostenía con tristeza el libro del registro familiar, Delia se reía de sí misma.
Justo cuando estaba a punto de irse a casa, su teléfono sonó.

—Hola... —Delia respondió el teléfono con voz débil y casual.

—Delia, es Miguel. Tengo que ir a firmar un contrato. ¿Puedes esperarme una hora?

Además del sonido de la brisa, Delia pudo escuchar la voz clara y atractiva de Miguel.
Aunque ella se estremeció y se emocionó al escuchar su voz, aún estaba un poco
molesta.

—Señor Miguel, muchas gracias por salvarme de la incómoda situación en la que


estaba hace un momento. Para ser sincera, creo que no es necesario que nos
apresuremos a firmar el certificado de matrimonio. Después de todo…

—¡Estaré ahí en cinco minutos! ¡Hablaremos cara a cara! —Miguel la interrumpió antes
de dejarla terminar la frase. Al terminar de hablar, colgó de inmediato el teléfono. Solo
se oía el viento y Delia se quedó atónita con el teléfono en la mano.

«¿Qué acaba de pasar?».

En la calle, un sedán <i>Bentley Mulsanne</i> de color negro destacaba entre los


vehículos que lo rodeaban.

—Basilio, llévame a donde me recogiste. —La orden de Miguel, que estaba sentado en
el auto, hizo que el conductor del auto, su ayudante Basilio Zabala, entrara en pánico.

—Director Larramendi, la razón por la que nos apresuramos a ir desde Ciudad


Buenaventura a la Villa Occidental fue para firmar un contrato de venta de tierras con
el gobierno. Es una oportunidad que no puede perder. ¡Los líderes del gobierno ya lo
están esperando! Si de repente cambian de opinión o se impacientan, ¡perderá esa
tierra! —Basilio, que estaba preocupado, intentó persuadir a su jefe, pero las manos
obedecieron la orden y maniobró el volante para dar un giro en U. Miguel permaneció
en silencio.

El motivo principal de la visita de Miguel a la Villa Occidental era por su hermano,


Manuel Larramendi. Esa villa era una antigua ciudad del pueblo mapuche que tenía un
bello paisaje, por lo que Manuel quería construir un centro vacacional. Ambas cosas
eran importantes, Miguel no sabía qué elegir en ese momento. Tenía la sensación de
que encontrarse con Delia era la decisión correcta.

Miguel no mostraba sus emociones, así que Basilio no podía adivinar lo que estaba
pensando.

Cinco minutos después...

Delia contaba los segundos mientras esperaba a Miguel. Cuando pasaron los cinco
minutos, miró a su alrededor y solo pudo ver un sedán <i>Bentley Mulsanne</i> negro
que se detuvo a un lado de la carretera.

«¡Me han vuelto a dejar plantada!».


Delia estaba frustrada y enfadada consigo misma. Se golpeó la frente con el libro de
registro y se burló de sí misma por ser una idiota, luego se dio la vuelta para
marcharse. Sin embargo, caminó solo unos pasos, pues una mano fuerte la agarró de
la muñeca, la haló con tanta fuerza que se dio la vuelta y cayó en los brazos de aquella
persona.

—Anda, vamos a casarnos.

Antes de que Delia pudiera ver bien de quién se trataba, la persona ya la había
empujado a la fuerza dentro del sedán.

—Tú...

Delia se arreglaba con prisa su cabello rizo despeinado por el viento, en tanto, sus
pensamientos estaban todos entremezclados. Luego se volvió para mirar a la persona
que estaba a su lado.

—Llévanos a la Oficina de Asuntos Civiles. —A la orden de Miguel, el auto se puso de


inmediato en marcha, Delia aún seguía confundida—. Siento haberme demorado un
poco en llamar y hacerte pensar que te había dejado plantada.

Miguel giró la cabeza a un lado y miró a Delia con seriedad. Seguía agarrando la mano
de Delia con fuerza, sin querer soltarla.

—Yo... Yo... —Delia se deshizo con torpeza de su agarre. Con el ceño ligeramente
fruncido y con voz débil dijo—: Me estás haciendo daño.

Miguel se asombró y notó que le sudaban las palmas de las manos. Entonces, dejó
escapar un suspiro mientras se disculpaba con dulzura:

—Lo siento.

—Está bien, me alegra verte de nuevo —dijo Delia sacudiendo con emoción la cabeza y
con una mirada de alivio.

—A partir de hoy, me aseguraré de que puedas verme todos los días. —Miguel sonrió
con picardía, como si «el verlo todos los días» tuviera otro significado.

Delia no pensó demasiado en lo que dijo Miguel, sino que bajó la cabeza y se sentó
con tranquilidad a su lado.

Basilio, desde el asiento del conductor, no podía contener su curiosidad y lanzaba


miradas furtivas a Delia, que estaba sentada en la parte de atrás. Además, era natural
que quisiera saber cómo era la futura señora. Todavía no podía creer que el señor
hubiera renunciado al contrato de venta de tierras por ella. Cuando Basilio vio quién era
la mujer, se quedó perplejo.

«¿No es esta mujer la misma a la que el señor me ordenó entregar el desayuno?».

Cuando Basilio vio que se trataba de Delia, sonrió aliviado.

«Parece que el señor ha escapado por fin del oscuro pasado de su primer amor».

Cuando Delia y Miguel salieron de la Oficina de Asuntos Civiles, ella examinó el


certificado de matrimonio que tenía en sus manos. Después de todo, nunca había visto
uno. Cuanto más miraba la foto de ellos en el certificado de matrimonio, más atractivo
le parecía Miguel.

«Es tan apuesto que parece un dios. Comparada con él, yo...». Delia frunció el ceño de
repente. «En realidad no hago buena pareja con Miguel... ¿Qué puedo hacer? ¡Qué
triste!».

Delia suspiró. No podía negar que ahora era una de esas personas que se sentían
atraídas por la buena apariencia; estaba empezando a caer bajo el hechizo del aspecto
de Miguel.

—Me casé con una mapuche —dijo Miguel en broma a Delia justo delante de la Oficina
de Asuntos Civiles de Villa Occidental.

Hubo un momento de silencio antes de que Delia sonriera y respondiera también


bromeando:

—Somos una pareja de mapuche y aymara.

—Delia, ¿en realidad tienes veinte años? —preguntó en tono jocoso Miguel, que no pudo
evitar la curiosidad, al observar el rostro juvenil de Delia.

—Acabo de cumplir dieciocho años en enero. Sin embargo, en el libro del registro
familiar me inscribieron con dos años de más porque mi madre quería que fuera a la
escuela lo más rápido posible, para poder casarme cuanto antes. —Ella sacudió la
cabeza y sonriendo lo miró.

—¡¿Solo tienes dieciocho años?! —Miguel estaba atónito. Nunca pensó que se casaría
con una chica que no hacía mucho que se había convertido oficialmente en adulta.

—La gente del pueblo no es como la de la ciudad. Las chicas de aquí se casan muy
jóvenes. En la Villa Occidental, hay chicas que se independizan de sus familias y
trabajan por su cuenta desde los dieciséis años. Sin embargo, ¡la mayoría deja la
escuela y se pone a trabajar para brindarle apoyo económico a su familia! —explicó
Delia de inmediato cuando vio que Miguel parecía preocupado por su edad.

Incluso, ella misma, casi había sido obligada por la Señora Lima a dejar la escuela y a
ponerse a trabajar. Si no fuera por el Señor Lima, ni siquiera hubiera ido a la
universidad y nunca hubiera conocido a Miguel.

Por eso, Delia todavía agradecía a la familia Lima.

—¡Ah, ya entiendo! —Miguel sonrió sin poder evitarlo y asintió antes de sacar un
colgante de jade y ponerlo en las manos de Delia. Con una sonrisa, dijo—: Este
colgante de jade ha estado en la familia Larramendi durante generaciones.
Considéralo un regalo por nuestra unión.

Delia recobró el sentido, bajó la cabeza para mirar el colgante en sus manos y al
instante tuvo la sensación de que le resultaba familiar. El colgante de jade tenía tallado
el apellido «Larramendi» rodeado de un fénix que parecía real.

—N… No... ¡No por ahora! Yo... —Delia lo rechazó con respeto y enseguida se lo
devolvió a Miguel, pues el colgante de jade parecía en verdad valioso.
—¡No me gusta que me rechaces! —Había cierta ternura en los ojos de Miguel. Su tono
era suave pero firme y no daba cabida al rechazo.

Sorprendida, ella levantó la vista y vio que una figura oscura se acercó a sus ojos.
Miguel bajó la cabeza y le dio un beso en la frente.

—Incluyendo este beso.

Esto era solo el principio. Miguel se enderezó, miró fijo a los ojos de Delia y sus labios
dibujaron una amplia sonrisa. Ahora que estaba bien cerca de ella, se dio cuenta de un
detalle que no había notado antes. Delia era una chica sureña delgada y hermosa. Ella
no pudo evitar sonrojarse, por lo que se cubrió con timidez las mejillas.

En cuanto al colgante de jade...

De repente, Delia lo recordó todo. El colgante que le dio Miguel era casi idéntico al que
un hombre le había dejado hace unos meses.

—¿Hay dos piezas de este colgante de jade? El ser místico del otro colgante es un
dragón, ¿no? —preguntó ella.

Miguel asintió para luego responder:

—Sí, yo tengo uno y mi hermano tiene otro. El mío tiene un fénix y, en efecto, ¡hay un
dragón tallado en el de mi hermano!

—¿Tu hermano? M… Manuel Larr... —Ella tenía un vago recuerdo de la última vez que
estuvo en la casa de Miguel, él había mencionado el nombre de su hermano.

—Manuel Larramendi. —Miguel sonrió con toda intención.

Fue entonces cuando Delia pareció darse cuenta de algo.

«¿Es posible que el hombre que conocí hace unos meses sea Manuel, el hermano de
Miguel? Será coincidencia, ¿o no? Pero ¿de qué otra manera podría explicar el par de
colgantes de jade?».

—Dentro de unos días, te llevaré a casa para que conozcas a mis padres. Para
entonces, también podrás conocer a mi hermano y a mi futura cuñada —continuó
diciendo Miguel, en tanto Delia seguía inmersa en sus reflexiones.

Los pensamientos de Delia cambiaron al escuchar aquellas palabras.

«¿Hermano? ¿Futura cuñada? Parece que he estado pensando demasiado».

Con una sonrisa, Delia asintió en respuesta. Entonces, Miguel sacó una tarjeta
bancaria de su bolsillo y se la entregó.

—Aquí hay 350 000 en total, tómalos para que pagues la deuda de tus padres. La
contraseña es 520327.

—Tú... —Delia se quedó pasmada.

—Tu hermano, Ernesto Lima, ya me contó todo sobre ti —dijo Miguel sonriente.

«¿Así que la razón por la que te casaste conmigo es porque te doy lástima? No debí
haber soñado que te casabas conmigo porque te gustaba». Delia sonrió con amargura.
Miguel vio que ella no tomaba la tarjeta bancaria, así que la puso en sus manos con
fuerza.

—¡Seguro que te lo devolveré! —juró Delia con una sonrisa forzada.

—Ahora estamos casados. No deberías decirme esas cosas —dijo Miguel sacudiendo
la cabeza.

—Lo siento —se disculpó ella sin pensarlo.

—Tampoco deberías disculparte conmigo —añadió Miguel sacudiendo de nuevo la


cabeza. Ella frunció los labios y sonrió. Entonces, él miró su reloj, la miró a ella y, a
manera de excusa, dijo—: Tengo un asunto muy importante que atender ahora mismo.
Ve a casa y espérame; te llamaré cuando haya terminado. Le pediré a Basilio que te
envíe un mensaje de texto con la contraseña de la tarjeta bancaria.

—De acuerdo —asintió ella con sutileza. Luego, vio cómo Miguel y Basilio se subieron
con prisa al auto y se marcharon.

Después de firmar con éxito el contrato de venta del terreno, Miguel suspiró aliviado.
Por fortuna, no perjudicó los negocios de Manuel.

Mientras tanto, Delia tomó el dinero que le dio Miguel y pagó la deuda de 300 000 de
sus padres y también les dio los 50 000 restantes.

Después de regresar a su casa alquilada, Delia hizo las maletas con la esperanza de
traer a sus padres a Ciudad Buenaventura; sin embargo, el Señor y la Señora Torres la
miraban preocupados.

—Delia, devuelve todo este dinero. —Con lágrimas en los ojos, el Señor Torres volvió a
poner la tarjeta bancaria en las manos de Delia.

—Tí… Papá, ¿qué estás haciendo? —Delia estaba confundida.

—Delia, en realidad, ¡tampoco somos tus padres! —Le reveló la Señora Torres con
tristeza mientras se acercaba a ella. La razón por la que la pareja parecía distante, a
pesar de haber pasado tantos días viviendo juntos, era porque sabían que ella no era
su hija.

—¿Es una especie de broma? —preguntó Delia riéndose con incredulidad.

—Yo no sabía que mi hermana había sustituido a mi bebé en secreto. La niña murió
poco después de ser sustituida. Para evitar que mi hermana cayera en la depresión, mi
cuñado nos rogó que compráramos una bebé a un traficante de niños —le explicó la
Señora Torres mientras suspiraba.

—Entonces... ¿soy la niña que le compraron al traficante? —preguntó Delia con voz
temblorosa. El Señor y la Señora Torres se miraron y asintieron despacio.

Se sentían culpables desde que Delia aceptó vivir con ellos y dejar a la familia Lima.
Después de todo, aquella chica agradable estaba dispuesta a vivir una vida de
carencias con ellos. Entonces, se sintieron aún más culpables al ver que, para
salvarlos, Delia se casaba siendo tan joven.

»Lo que significa que mi apellido ni siquiera es Torres, ¿verdad? —Delia sonreía
mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—Delia, no podemos ir contigo a Ciudad Buenaventura, no podemos seguir siendo un
estorbo para ti —añadió la Señora Torres.

La joven puso la tarjeta en sus manos una vez más y dijo:

—Toma el dinero.

—Delia, no podemos aceptar este dinero.

—¡Solo tómalo! —gritó Delia y la Señora Torres calló al momento—. Al menos el


apellido que tengo en el registro familiar es Torres. Nuestros caminos se separan aquí.

—Delia... —Cuando la Señora Torres escuchó lo decidida que estaba, no pudo evitar
romper en llanto y arrepentirse de haberle dicho la verdad tan pronto. Sin embargo, si
no le hubiera dicho la verdad, habría continuado con ese peso en la conciencia.

El Señor Torres permanecía a un lado y guardaba silencio.

Decidida, Delia eliminó su nombre del registro familiar del Señor Torres. Luego,
arrastró su equipaje y abandonó la pequeña casa y a la pareja que solo le había dado el
apellido. Sentada sola en la estación de ómnibus, comenzó a pensar sobre cuál había
sido el propósito de su vida todos aquellos años.

Aunque la Señora Lima la había criado, nunca le había prestado mucha atención.
Además, había perdido la oportunidad de asistir a una gran universidad por culpa del
Señor Lima y ahora, con dieciocho años, se había casado solo para salvar a una pareja
con la que no tenía ningún parentesco.

Delia sonrió en burla. «Esta es mi vida, mi terrible vida».

—¿Me estabas esperando? —De repente oyó una voz dulce, pero que sonaba firme y
atractiva como la del locutor radial.

Delia levantó la vista y vio a Miguel iluminado por una cálida luz dorada procedente de
las luces de neón que los rodeaban. Estaba recostado sobre el sedán negro. Su blanco
y afinado rostro revelaba un matiz de frialdad; sus encantadores ojos, profundos y
oscuros, brillaban con gracia. Sus gruesas cejas, su nariz respingada y sus labios
perfilados a la perfección mostraban nobleza y garbo.

»Mi querida Señora Larramendi, por favor, suba al auto. —Con una sonrisa, Miguel
abrió la puerta del asiento del copiloto.

Cuando Delia reaccionó, el lujoso auto de Miguel ya se había detenido frente a ella.

—Tú...

—Te llamé, pero nadie respondió, así que vine a buscarte, pensando que no habría nada
de malo en ello. Para mi sorpresa, ¡estás aquí! —Miguel sonrió y recordó que antes, ella
le había pedido que la esperara allí.

Delia frunció los labios, se levantó de repente para arrojarse a los brazos de Miguel y
no pudo controlar las lágrimas. Lo abrazó con fuerza y aquello lo tomó desprevenido.

Por un momento, Miguel no supo dónde poner las manos. Dudó un poco antes de
abrazarla con delicadeza. Le acarició la cabeza con suavidad como si estuviera
abrazando a una niña indefensa. Ella solo lloraba en silencio. No montó una escena, ni
hubo lamentos. Tan solo quería descansar en su cálido abrazo, pues desde hacía
tiempo se sentía muy cansada. No solo en ese instante, sino que, a partir de entonces,
él sería su refugio seguro.

Después de Dios sabe cuánto tiempo, Delia se limpió con tranquilidad las lágrimas y se
separó de los brazos de Miguel. Levantó la cabeza, miró su hermoso rostro y sonrió sin
ganas.

—Lo siento, he hecho el ridículo.

—¿Por qué tienes los ojos tan rojos? —Miguel la miró y vio que sus ojos estaban algo
hinchados y enrojecidos. Sentía lástima por ella así que le acarició la mejilla.

Delia se sobresaltó y sin darse cuenta inclinó la cabeza hacia el otro lado. Fingiendo
indiferencia, respondió:

—Me cayó polvo en los ojos.

Miguel frunció el ceño. Aunque estaba un poco molesto porque ella no quería contarle
la verdad, no hizo nada al respecto. No era su estilo imponer su voluntad en los demás.

—¡Sube al auto! Vamos a cenar juntos —le dijo y abrió la puerta del asiento del copiloto
para ella, luego la tomó de la mano y se dispuso a ayudarla a sentarse.

Delia sonrió y se inclinó un poco para subir al auto. Miguel cerró la puerta y se dirigió al
asiento del conductor. Al entrar y ver que ella no llevaba abrochado el cinturón de
seguridad, se acercó y tomó la iniciativa para ayudarla a ponérselo. Al mismo tiempo y
sin pretenderlo, ella también tiró del cinturón de seguridad, entonces se rozaron las
manos por accidente. Con timidez, Delia retiró de inmediato su mano.

Ya estaban casados. Sin embargo, los sentimientos de Delia hacia Miguel eran
diferentes a los que sentía por otros hombres. Actuaba con naturalidad cuando estaba
con sus amigos de sexo masculino, pero en presencia de Miguel, le resultaba difícil
actuar de forma casual, se sentía algo nerviosa y apocada.

Después de abrocharle el cinturón de seguridad, Miguel, que no se percató de la


extraña expresión que tenía en el rostro, se dispuso a conducir.

»¿Qué tipo de comida te gusta? —preguntó mientras conducía. Sorprendida, Delia giró
la cabeza para mirarlo y luego la bajó de súbito.

—¿Vamos a comer en un restaurante?

—¡Sí! —exclamó Miguel sonriendo—. Después de la cena, vamos a comprar algunos


regalos juntos y luego visitaremos a tus padres.

—No es necesario que los visitemos —dijo Delia con indiferencia. Miguel la miró
desconcertado. Luego, ella bajó la mirada y agregó con tristeza—: Tampoco son mis
padres. Me compraron a un traficante de niños. —Delia bajó la voz al decir la oración
final, por lo que Miguel no pudo oírla con claridad, pero sí escuchó lo primero. En otras
palabras, era huérfana ahora...

Miguel no pudo evitar fruncir el ceño mientras intentaba ordenar sus sentimientos.

Después de cenar juntos en Villa Occidental, regresaron a Ciudad Buenaventura.


Ahora era ella la anfitriona de su apartamento de soltero.

Después de conducir durante cuatro horas, Miguel estaba muy cansado, así que en
cuanto se acostó, se quedó dormido. Como esposa obediente, Delia le quitó los
zapatos y le cambió la ropa. Miguel dormía plácidamente y no le molestaron en
absoluto sus movimientos.

En ese momento, el teléfono móvil de Miguel vibró. Delia lo sacó de un bolsillo para
bajarle el volumen y, sin pretenderlo, miró el identificador de llamadas.

«Hermano...».

En ese momento recordó que Miguel había mencionado que tenía un hermano mayor
que se llamaba Manuel. Ya era muy tarde, pero su hermano lo estaba llamando. ¿Sería
alguna urgencia?

Al ver que el teléfono seguía vibrando, contestó la llamada.

—Hola, hermano —lo saludó con cortesía. Ella y Miguel ya se habían casado, ¡así que
podía, como Miguel, llamarlo «hermano»!

—Tú eres... —Al otro lado de la línea, Manuel se sorprendió. ¿Por qué esa voz le
resultaba tan familiar? Si recordaba bien, aquella voz sonaba muy similar a la de
Mariana. De hecho, ¡sonaban exactamente igual!

—Yo soy... —Delia dudó. Aunque ya estaba casada con Miguel, aún no se había
presentado ante su familia. ¿Sería inapropiado que dijera con brusquedad que era la
esposa de Miguel? Titubeó por un instante y luego respondió—: Soy la asistente del
Señor Larramendi.

«¿Cuándo cambió Miguel a su asistente por aquella muchacha?». Manuel sonrió


desconcertado, pero no pensó demasiado en ello. Entonces, preguntó:

—¿Firmó el contrato de las tierras de Villa Occidental?

¿El contrato de las tierras de Villa Occidental? ¿No era esa su pueblo natal? ¿Podría ser
que Villa Occidental estuviera a punto de ser expropiada?

Al instante, Delia se quedó sin palabras. ¿Qué debía responderle?

—Sí.

Si decía eso, no debería haber ningún problema, ¿verdad? Estaba un poco nerviosa
porque temía cometer un error y causarle problemas a Miguel.

—¿Dónde está mi hermano? ¡Que se ponga al teléfono! —insistió Manuel.

—Está durmiendo —replicó Delia de inmediato.

Manuel sonrió al comprender por fin lo que ocurría. Así que decidió colgar el teléfono.
Ya era muy tarde, pero su asistente femenina seguía a su lado. Su hermano parecía
haberse recuperado de su ruptura amorosa.

Delia miró la pantalla del teléfono, vio que la llamada había terminado y suspiró
aliviada. De alguna manera, había conseguido no meter la pata. Después de colgar, se
acostó a un lado de la cama y miró a Miguel que, aunque estaba dormido, tenía cierta
expresión de ansiedad, como si estuviera en medio de una pesadilla. Sus gruesas
cejas estaban algo arrugadas y tenía el entrecejo claramente levantado.

Delia levantó la mano y acarició las cejas de Miguel. Al ver que su rostro se calmaba,
las comisuras de su boca no pudieron evitar esbozar una leve sonrisa. En realidad,
nunca imaginó que su futuro marido no solo sería gentil y elegante, sino también
arquitecto.

Al ver que Miguel estaba profundamente dormido, Delia se apoyó sobre el codo, se
acercó y le murmuró con delicadeza y timidez al oído:

—Buenas noches, querido.

Al día siguiente.

Los barrios periféricos del sur de Ciudad Buenaventura eran famosos por las casas
que solo los ricos podían comprar. A ambos lados de una recta carretera asfaltada
había varias mansiones.

El sol de la mañana salía poco a poco. Los rayos de la luz del día brillaban cual piezas
de oro rotas y bañaban de un color dorado rojizo las mansiones que se alzaban sobre
las colinas como blancos cisnes.

Aunque estaba en el extranjero, Mariana había comprado, en aquella zona residencial,


una mansión que ya habían renovado.

Al final de la carretera había una zona privada con un gran portón de hierro negro. A
ambos lados de los pilares del portón había altas vallas de hierro cubiertas de flores y
vides espinosas. La entrada tenía un aspecto hermoso; sin embargo, el alambre
antirrobo oculto bajo las enredaderas la hacía muy peligrosa.

En ese momento, la llegada de una chica rompió el silencio del lugar.

¡Bip, bip!

La chica hizo sonar el botón del videoportero sobre el marco de la puerta.

Una mujer de mediana edad la atendió.

Manuel acababa de volver de correr en el patio esa mañana y se estaba duchando. La


Señora López, el ama de llaves, tocó a la puerta del baño y dijo:

—Señor, afuera hay una chica llamada Yamila Juárez. Dice que usted la rescató y que
quiere darle las gracias en persona.

«¡¿Yamila Juárez?!». Manuel frunció ligeramente el ceño. Había salvado a


innumerables personas así que, ¿cómo podía recordar quién era esa joven llamada
Yamila Juárez?

—No la conozco. Que se vaya. —Manuel cerró la ducha, se puso una toalla alrededor de
la cintura, abrió la puerta del baño y salió.

Al verlo semidesnudo, la Señora López buscó rápidamente una bata de baño limpia y
se la entregó.
Manuel era delgado, alto y su piel trigueña estaba atestada de cicatrices, lo que hacía
que la gente que lo miraba se sintiera incómoda. Aunque el mimado Manuel había
nacido en cuna de oro, protegía a los demás con su propio cuerpo.

La Señora López estaba conmovida, pero seguía lamentando lo sucedido.

—Señor, ahora que se ha retirado, si tiene tiempo, debería volver con frecuencia a
Ciudad Ribera para acompañar al patrón —balbuceó como una madre amable—.
Además, no se olvide de la Señora Larramendi. Ella espera que usted vuelva sano y
salvo.

—Lo sé, Señora López.

Desde la cintura, envuelta por una toalla de baño no tan apretada, nacía una sexy línea
en V a ambos lados de los músculos abdominales. Las tenues líneas de su cuerpo casi
hicieron que la Señora López, que ya era una mujer mayor, se sonrojara de vergüenza;
se sintió un poco apenada, así que de inmediato se dio la vuelta para salir de la
habitación de Manuel.

Después de desayunar, Manuel se puso el traje, los zapatos de cuero y salió. Justo
antes de entrar en el auto, la Señora López lo alcanzó y le entregó el portafolio.

Un soldado como él, acostumbrado a manejar armas día tras día, no podía adaptarse a
la rutina diaria de llevar un portafolio a la empresa para «presentarse» a tiempo.

Manuel subió entonces a su lujoso auto privado y tomó asiento detrás del conductor.
Tenía la intención de cerrar los ojos y relajarse, pero de repente, el conductor pisó el
freno. La inercia hizo que todo su cuerpo se inclinara hacia delante y casi se golpeara
contra el respaldo del asiento delantero.

—¿Qué sucede? —preguntó Manuel con mirada severa y con el ceño fruncido. Aquel
era un mal comienzo del día pues apenas habían cruzado el portón.

—Lo siento, señor. Una chica detuvo el auto —respondió el conductor Chávez, con una
mirada de disculpa.

Cuando Chávez explicó lo sucedido, alguien desde fuera del auto golpeó la ventanilla
donde estaba sentado Manuel, entonces él giró despacio la cabeza.

Junto al auto vio a una chica alta y delgada que llevaba una camisa blanca, una falda
azul oscura a cuadros y una mochila escolar a la espalda que parecía demasiado
grande para ella.

Además, llevaba el cabello recogido en una coleta. Tenía cejas elegantes y hermosas,
ojos cristalinos como el agua de un manantial, una nariz pequeña y una boca de cereza
que añadía algo de vigor a su diminuto rostro.

Manuel no quería prestarle atención, pero todo su ser se petrificó cuando ella levantó
la mano y agitó frente a sus ojos un brazalete negro que sostenía entre los dedos.
Manuel presionó de inmediato el botón de la puerta del auto para bajar la ventanilla.

—Mi salvador, sé que no quiere verme. Sin embargo, insisto en devolverle este
importante objeto que perdió al rescatarme. Encontré expresamente a una hábil
artesana y le pedí que trenzara este brazalete para mí. Además, le pedí que añadiera
un poco de hilo de oro en el interior. ¡Así durará más! Por consiguiente, le deseo a
usted y a su amor una vida feliz y bendecida. —Yamila hizo una ligera reverencia e
introdujo la mano en el auto.

Manuel examinó el brazalete de seda negro que ella le entregó y se sintió encantado y
aliviado. Él lo había trenzado con el cabello de Mariana, pero se estropeó cuando les
salvó la vida a él y a la chica en el derrumbe del edificio abandonado.

Entonces... ¡¿Era la chica que tenía delante la que salvó aquel día?!

Cuando Manuel tomó el brazalete de seda negro, abrió la puerta, se acercó y dijo a
secas:

—¡Entra! Chávez, primero llevemos a esta chica a la Escuela de Enseñanza Media de


Buenaventura.

—¡Sí! —accedió Chávez con respeto.

—¡¿Entonces no le molesta si subo?! —Yamila sonrió, entró rápido al auto y miró de


reojo a Manuel antes de preguntar con curiosidad—: ¿Cómo sabe que estudio en la
Escuela de Enseñanza Media de Buenaventura? Ni siquiera llevo puesto mi distintivo
de estudiante.

—Yo estudié en esa escuela —dijo Manuel calmado mientras se acomodaba en el


asiento detrás del copiloto.

—Gracias —agradeció con cortesía Yamila, que estaba muy contenta pues él le dio el
lugar más seguro: el asiento detrás del conductor.

Manuel no volvió a mirarla; fijó su atención en el brazalete que sostenía en la mano.


Algo distraído, le preguntó:

—¿Cómo lo supiste?

El día que la rescató, tenía la cara pintada con aceite. A pesar de estar muy malherido,
los familiares de la rehén, solo pudieron acudir a sus superiores para enviarle un
banderín en agradecimiento. No podían visitarlo en el hospital porque su identidad no
podía ser revelada.

—Mi tía era su médico. Le insistí y le pedí que me lo dijera. En cuanto a su dirección, ¡le
pagué a alguien para que investigara! ¡Je, je! —Yamila sonrió.

—En resumidas cuentas, gracias por rehacer el brazalete y ayudarme a recuperarlo.


Espero que mantengas mi identidad en secreto. —Manuel frunció las cejas con sutileza
mientras guardaba el brazalete junto a su pecho, en el bolsillo interior del traje.

—¡Mi salvador, no se preocupe! ¡Nunca lo traicionaré! Si no fuera por usted, ¡me temo
que ni siquiera podría hacer el examen de ingreso a la universidad este año! —aseguró
Yamila de manera enérgica y obediente.

Manuel decidió permanecer en silencio. Aquella niña era en verdad una parlanchina.
¡No paraba de hablar!

De camino a la Escuela de Enseñanza Media de Buenaventura, Yamila hablaba como


un loro. Aunque Manuel la ignoraba, ella seguía hablando y hablando.
Después de que el auto se detuvo, ella se giró de repente y lo miró con una mirada
triste y extraña. Antes de salir del auto le dijo:

—Señor Manuel, usted es el primero que considera mi vida más importante que la
suya. ¿Sabía usted que los secuestradores llamaron a mi padre y le pidieron dinero?
Sin embargo, mi padre no les pagó. En cambio, ¡llamó de inmediato a la policía!
Aunque tengo un hermano y una hermana, nunca se han preocupado por mí. La
sensación de importarle a alguien es tan reconfortante. Así que, Señor Manuel, debe
cuidar de su vida y de su salud en el futuro. Por favor, no deje que su amada novia llore
lágrimas de tristeza.

Manuel solo cerró los ojos y no dijo nada. Yamila no sabía si le había escuchado; aun
así, le estaba agradecida desde el fondo de su corazón. Nunca olvidaría cómo le había
salvado la vida. Ella frunció los labios y, tras salir del auto, cerró la puerta. Manuel
abrió, entonces, poco a poco los ojos.

De hecho, por Mariana, antes de emprender la misión, se había comprometido consigo


mismo a no jugarse la vida. Tenía que volver vivo para hacerla feliz. No obstante, en
cada situación de vida o muerte, siempre se sacrificaba y salvaba primero a los demás;
era como una reacción instintiva.

¿Desde cuándo el deber de proteger al país y a sus ciudadanos había arraigado tan
profundamente en él?

En el Condominio Armonía en Ciudad Buenaventura, Delia ya había preparado el


desayuno y estaba esperando a que Miguel se levantara. Él se sorprendió al salir
soñoliento del dormitorio y ver que Delia estaba ocupada sirviendo el desayuno en la
mesa. Casi había olvidado que el día anterior se había casado con ella.

—¡Buenos días! —Delia sonrió.

Miguel también sonrió, asintió con la cabeza y fue al baño a darse una ducha.

Al sentarse de nuevo a la mesa, ya no se sentían tan incómodos como hasta hacía un


momento. ¡Se dieron cuenta de que habían tenido un matrimonio relámpago! Por lo
tanto, Miguel creyó conveniente explicarle de manera clara en el primer día de casados
algunos asuntos triviales del día a día y algunas reglas.

—Delia.

—¿Sí?

—En estos días estoy un poco ocupado, así que es probable que, por lo pronto, no
pueda prepararte una boda.

—Está bien.

—Lo otro es que puedo ser un poco prejuicioso.

—Bueno, puedo tolerar eso.

—Entonces, yo me encargaré de ganar dinero para mantener a la familia. Tú solo tienes


que ocuparte de la casa —agregó Miguel.

Delia estaba sorprendida y luego de dudar un poco, asintió.


Sus palabras hablaban por sí solas: no quería que ella trabajara y, si no trabajaba, se
preguntaba Delia cómo iba a devolverle los 350 000. Había olvidado que él le había
dicho que no era necesario que le devolviera el dinero.

—Entonces... ¿puedo seguir asistiendo a la escuela? Aunque solo voy a una


universidad común, quiero terminar mis estudios —preguntó sin rodeos Delia mirando
con sinceridad a Miguel.

—¡Por supuesto, boba! —exclamó sin poder evitar la risa, al ver lo seria que se había
puesto.

En ese momento, Delia se sintió aliviada y, sonriendo, desayunó con Miguel.

—El desayuno estuvo bien. Ahora me voy a la oficina. —Cuando Miguel terminó de
desayunar, tomó una servilleta y se limpió la boca, luego la lanzó a la papelera. Delia
tomó el maletín y se lo entregó como una esposa obediente. Antes de salir, Miguel se
paró de repente en seco, se dio la vuelta y miró a Delia antes de preguntar—: ¿Dónde
dormiste anoche?

La noche anterior se había quedado dormido apenas regresó. Cuando despertó, vio
que lo habían cambiado de ropa, pero no había indicios de que alguien más hubiera
dormido en la cama.

—En la habitación de invitados... —Delia sonrió.

—Ahora estamos casados, así que deberías dormir conmigo —dijo Miguel con toda
naturalidad.

El corazón de Delia se aceleró al escucharlo. Asintió aturdida mientras sus mejillas se


ruborizaban como manzanas maduras. Miguel dejó escapar una sonrisa cómplice y
aprovechó para besar sus mejillas sonrojadas.

—Me voy a trabajar.

—De acuerdo.

Con el suave roce de sus labios, el corazón de Delia se aceleró aún más. Ella levantó
los ojos y al verlo darse la vuelta y dirigirse hacia la puerta, se sintió acalorada.

Por fin tenía un hogar que era realmente suyo. Tenía un marido y podría tener un
precioso bebé en un futuro próximo. Delia sintió de repente una dulce sensación de
felicidad solo de pensar en los días venideros.

En cuanto Miguel cerró la puerta, el teléfono que tenía en su bolsillo vibró. Lo sacó y
miró el identificador de llamadas. No era un número registrado, pero le resultaba
conocido. Sabía quién lo llamaba y que lo mejor sería ignorarla. Sin embargo, pulsó el
botón de respuesta.

—Migue, he vuelto. —Se oyó una voz suave al otro lado de la línea.

Su primer amor había vuelto después de cinco años, ¡y en qué momento!

»Llegaré al aeropuerto a las 11:30. Sé que vendrás a recogerme —continuó Sofía, su


antigua novia y primer amor.
Miguel no dijo nada. Sus labios se apretaron en una fina línea y frunció un poco el
ceño. Se quedó en silencio, al igual que Sofía. Luego colgó enseguida.

Después que Miguel se fue a trabajar, Delia se dispuso a hacer lo que hace una
esposa. Se puso un pañuelo en la cabeza, un delantal, guantes; se remangó los
pantalones y comenzó a limpiar.

Aunque había sufrido mucho con anterioridad, Delia aún tenía esperanzas en la vida
después del matrimonio. Ahora tenía un hogar y amaba ese hogar; así que, ¿eso
significaba que amaba a Miguel? Limpiaba los muebles mientras ocupaba su mente
con esos pensamientos.

Miguel era muy atractivo, amable y elegante. Incluso era arquitecto, lo que significaba
que trabajaba en la misma industria que ella. Además, había aparecido justo cuando
ella más desamparada se encontraba y la había rescatado de la angustia. Por lo tanto,
no encontraba ninguna razón para que él no le gustara.

Delia tomó el retrato de Miguel que estaba en la mesita de noche, lo sostuvo entre sus
brazos y admiró su buen aspecto. Parecía que la semilla del amor por él brotaba en su
corazón.

Después de limpiar la casa, Delia decidió ir al supermercado. En el ascensor se


encontró con su cuñada, Xiomara Tabares.

—¡¿Delia?! —En cuanto se abrió la puerta del ascensor, Xiomara miró a Delia
sorprendida, luego entró apurada en el ascensor y se paró a su lado.

—Xiomara —la saludó Delia con cordialidad.

Xiomara no pudo evitar preguntar:

—¿Por qué estabas arriba? ¡¿Y tu hermano no acaba de volver de su pueblo natal hace
unos días?! ¡Hoy ha vuelto a ir sin decírselo a nadie!

—Yo… —dudó Delia. Hasta ahora, no había presentado de manera oficial a Miguel
Larramendi a Xiomara. ¿Sería inapropiado decirle que se habían casado de repente y
que estaba viviendo en el último piso con el hombre que acababa de convertirse en su
esposo?

—Tu hermano me contó todo sobre ti —le dijo Xiomara mientras la miraba con lástima
y luego añadía con impotencia—: Creo que es mejor que vivamos separados. Después
de todo..., Ernesto y tú ya no son familia.

Así que era eso lo que le molestaba a Xiomara.

Delia asintió con una sonrisa forzada.

Antes de eso, Xiomara era amable con ella solo porque era la «hermana» de Ernesto. Si
ya no era de la familia, sería sin dudas inapropiado que viviera con ellos. Al pensar en
todo, Delia sacó con rapidez sus llaves, quitó del llavero la del lugar que había
alquilado junto a Xiomara y Ernesto y se la dio.

—Tus cosas... —intentó preguntar Xiomara.

Delia sonrió y la interrumpió:


—En realidad no tengo nada en la casa.

—¿Y tus edredones y pantuflas?

—¡Puedes tirarlos por mí!

—¡Oh!

¡Ding!

Cuando la puerta del ascensor se abrió, tomaron caminos separados. Ya no podía


llamar a Xiomara «cuñada». A partir de ahora, no tenía otra persona en quien confiar en
esta ciudad, excepto Miguel Larramendi.

Mientras tanto, en la oficina del Director General de la Empresa de Desarrollo


Inmobiliario Armonía.

—Señor Larramendi, su té rojo —El asistente de Miguel, Basilio, colocó despacio una
taza de cerámica de color arcilla con té sobre su escritorio.

Miguel revisaba con cuidado los documentos y no había notado que la taza de té
estaba junto a su mano. De manera inconsciente, pasó una página del documento y
derramó el té por toda la mesa.

Al ver esto, Basilio tomó al instante un pañuelo desechable de la mesa y se apresuró a


limpiarlo antes de decir a modo de disculpa:

—No debería haber puesto el té aquí.

—Está bien, ya no beberé el té. Después de aprobar estos documentos, tengo que ir a la
sede —dijo Miguel mientras cerraba los documentos y se levantaba.

—¿Se va ahora? —No pudo evitar preguntar Basilio a medida que limpiaba la mesa. De
inmediato añadió—: Tiene una reunión interna en media hora.

—¡Pospón la reunión hasta la tarde! —le respondió Miguel con calma. Ahora su mente
estaba ocupada con los asuntos de su hermano mayor.

Su hermano iría hoy a la sede para una revisión de rutina. ¿Debería ir a encontrarse con
él también? Se levantó y se fue de la oficina. Cuando salió de su ascensor personal,
levantó la mirada y vio una figura familiar de pie junto a la puerta principal.

Tal vez un sexto sentido hizo que la figura se volteara. Ya no era tan delgada como
antes y ahora tenía más curvas. Tenía una tez clara, ojos brillantes, una sonrisa limpia,
así como un cabello voluminoso y rizado. Llevaba un bolso <i>Louis Vuitton</i> y sus
manos cruzadas delante del pecho.

Miguel no pudo evitar fruncir un poco el ceño. Cuando aún estaba sumido en sus
pensamientos, Sofía Juárez ya había caminado hacia él con una sonrisa en su rostro
mientras sus zapatos plateados de tacón alto se escuchaban a medida que caminaba.

—Migue.

Después de eso, ella extendió su mano con naturalidad y entrelazó sus dedos con los
suyos antes de mover sus manos unidas con suavidad en el aire como si fuera su
novia. La palma de su mano era cálida como antes, era una sensación que ella no
había podido olvidar.
Desde que Miguel estaba rodeado de mujeres como Miranda Salazar, la subdirectora
del Departamento de Finanzas, el resto había dejado de perseguirlo. Anteriormente,
Miranda había malinterpretado la situación con Delia y había conspirado contra ella, de
modo que le hizo la vida imposible.

Ahora, había aparecido otra mujer intrépida. El personal femenino que pasaba por el
vestíbulo no pudo evitar mirarlos con disimulo y analizar en detalle a Sofía. Ella se
sintió incómoda al ser observada por las mujeres que pasaban, pero también estaba
en la gloria, puesto que era vanidosa. No pudo evitar que sus labios esbozaran una
ligera sonrisa. Con sus ojos negros, miró a Miguel y se quejó:

—Migue, ¿por qué no has venido a recogerme? Estaba...

Él frunció el ceño, retiró su mano y con un tono frío la interrumpió sin piedad:

—¡Señorita Juárez, por favor, cuide su comportamiento!

Sofía estaba un poco atónita. Se quedó mirando el rostro inexpresivo de Miguel


durante mucho tiempo antes de recordar que era ella quien tenía la culpa, así que dio
un paso atrás. Bajó los ojos con tristeza y dijo en tono cortés y formal:

—Señor Larramendi, ¿tiene tiempo para almorzar hoy conmigo? ¡Tengo algo que
contarle!

—No, no tengo tiempo —la rechazó Miguel con brusquedad. Luego pasó por su lado y
se dirigió a la entrada principal.

Ella lo siguió, sin intenciones de desistir, y volvió a agarrarle la mano; se sentía herida.
Sus ojos lo miraron de repente y su voz se volvió un poco ronca mientras se humillaba
y le suplicaba.

—Migue..., por favor.

Miguel continuaba sin querer escuchar lo que Sofía tenía que decir. Sus ojos negros se
entrecerraron ligeramente y se fijaron en la mano de ella, que lo sujetaba con fuerza,
pero no la rechazó.

Al ver esto, Sofía levantó las cejas con alegría.

—Migue, en verdad tengo algo que decirte. En realidad...

—No me interesa. —Miguel volvió en sí en un instante y la interrumpió con indiferencia


antes de que pudiera terminar de hablar.

Miró de nuevo la mano de ella que sostenía la suya y sus finos labios formaron una
delgada línea. Luego, la retiró. Había sido un poco rudo y la había empujado sin querer
mientras retiraba la mano, por lo que Sofía se tambaleó. Llevaba unos tacones altos,
así que no pudo estabilizarse y casi se cayó hacia atrás. Tal vez por compasión, él
estiró la mano de inmediato y la sujetó por los hombros para que no se cayera.

Sofía se alegró mucho y aprovechó la oportunidad para, una vez apoyada en él,
levantar la cabeza y mirar con cara de lástima a sus ojos un poco desconcertados.
Después de cinco años, él era incluso más extraordinario que antes. No solo se había
convertido en el Director General de la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía,
sino que también era un famoso arquitecto nacional.
Ella tenía el recuerdo vago de que, durante el instituto, el hermoso rostro de Migue
deslumbraba a muchas chicas de la escuela. Ahora, era incluso más encantador y
apuesto. Una sola mirada bastó para que se enamorara una vez más de él.

—Migue, por favor... Escúchame, ¿de acuerdo? En aquel entonces, tenía mis razones
para dejarte. ¿No quieres saber por qué fue? —Mientras Miguel estaba distraído, Sofía
se apresuró a decir lo que quería.

Ella se acurrucó contra Miguel y le rodeó la cintura con los brazos. Al mirar hacia
arriba, su rostro cubierto con una ligera base de maquillaje brillaba con esplendor bajo
las luces del vestíbulo. En comparación con su aspecto puro y natural de hacía cinco
años, ahora era mucho más madura y encantadora.

—¡Ya no me interesa la verdad! —Miguel volvió a empujarla mientras retiraba sus


manos enseguida.

Su voz seguía siendo gélida, como si no la hubiera extrañado en absoluto. Sofía se


sorprendió y lo miró incrédula. Apretó los puños, pero los dejó caer con impotencia a
los lados de sus muslos blancos como la nieve y sus uñas arregladas se clavaron
profundamente en las palmas de sus manos. El dolor que le causaban era muy inferior
al que sentía su corazón ahogado por la indiferencia en ese momento.

Miguel dejó de hablar, ya no quería mirarla siquiera. Por tanto, volvió a pasarle por
delante, avanzó con dificultad y salió por la entrada principal del vestíbulo solo.

Hoy era la primera vez que Manuel, el futuro heredero del Grupo Larramendi, realizaba
inspecciones de rutina. Los jefes de todos los departamentos de sus filiales debían
acudir a la sede central, que era el edificio del Grupo Larramendi, y presentarse.

Aunque no había asumido de modo formal el cargo de Presidente del Grupo


Larramendi, todos lo halagaban como si fuera un rey. A donde se dirigiera en el edificio
se escuchaban de manera constante saludos respetuosos.

—Buenas tardes, Señor Larramendi.

Incluso todo el mundo había empezado a referirse a Miguel como «pobre Señor
Larramendi» en secreto. Para todos, estaba claro quién era el hermano más
favorecido.

Cuando Miranda Salazar, que estaba esperando a que comenzara la reunión en la


sede, se enteró de lo ocurrido entre Miguel y Sofía en el vestíbulo principal del edificio
de la empresa, los celos la abrumaron.

Todo el mundo sabía quién era Miranda para Miguel. No solo era su amor de la
infancia, sino que también conocía a Manuel, el futuro heredero del Grupo Larramendi,
desde una edad temprana.

Cada empresa tenía un grupo de mujeres que se dedicaba al chisme. Varias


empleadas que pasaban por allí habían visto la breve interacción entre Miguel y Sofía
en el vestíbulo principal de la primera planta y habían grabado un breve video que
luego compartieron con todo el grupo.

Miranda recordó que la mujer del video no era otra que Sofía Juárez, el primer amor de
Miguel, que lo había abandonado hacía cinco años. En realidad, no esperaba que Sofía
tuviera la desfachatez de venir a buscarlo. Justo después de guardar su teléfono móvil
tras ver el corto video, la puerta del ascensor se abrió con un sonido que llamó su
atención. Cuando levantó la vista, vio que Miguel y un grupo de ejecutivos de la
empresa salían juntos del ascensor. No le importó lo que pudieran pensar de ella y se
dirigió a Miguel. Con la cabeza en alto y el pecho erguido, preguntó celosa:

—Miguel, ¿por qué te buscaba Sofía Juárez?

En realidad, no podía entenderlo. Era su culpa haber malinterpretado antes que la chica
llamada Delia era su novia, pero ¿y ahora? ¿Por qué Sofía lo había abrazado en la
empresa donde todos podían verlos?

Miguel frunció un poco el ceño e ignoró a Miranda, después entró en la sala de


conferencias con varios altos ejecutivos.

El abuelo de Miguel, Alberto Larramendi, había accedido a que Miranda trabajara en la


empresa solo porque ambas familias tenían una estrecha relación. Ella también había
conseguido el puesto de subdirectora del Departamento de Finanzas gracias a Alberto,
pero estaba equivocada al pensar que Miguel la apoyaba en secreto, por lo que seguía
molestándolo llena de esperanza. Llevaba quince años con la misma actitud hacia él,
desde que era una niña. Hace un año, estuvo a punto de ir a casa de su abuelo y pedirle
que uniera a la Familia Larramendi y a la Familia Salazar mediante el matrimonio.
Quería que Miguel se casara con ella.

Por fortuna, Alberto no era un hombre anticuado que se preocupara por mantener la
estirpe de la familia. Cuando Miguel le dijo que no sentía nada por ella, su abuelo no
insistió en el asunto. No obstante, Miranda nunca se dio por vencida.

En el fondo, a Miguel no le gustaban las mujeres bulliciosas como ella. Prefería a las
más tranquilas y de mejor comportamiento como Delia, por ejemplo.

Miranda seguía sin descanso cada paso de Miguel. Incluso durante las reuniones,
trataba de sentarse junto a él.

Miguel se sentó en la sala de conferencias, sumido en sus pensamientos durante un


rato. Finalmente, se levantó con sensatez junto con todos los demás cuando Manuel
entró con Saúl Zulueta, el fiel subordinado de Alberto.

Solo hicieron falta unos segundos para que las mujeres presentes, que se reunían con
Manuel por primera vez, quedaran asombradas. Llevaba un costoso traje gris plateado
que se ajustaba a su cuerpo y hacía que sus piernas parecieran largas y delgadas. Su
piel bronceada le daba un aspecto maduro y reservado. Era guapo, encantador y fuerte
como un roble, con un encanto masculino único. Hasta Miranda quedó encantada con
su aspecto. ¡Manuel era tan apuesto! Lo admiraba desde el fondo de su corazón. Tuvo
un recuerdo vago de haberlo visto hacía mucho tiempo, hacía siete u ocho años. No
esperó que Manuel hubiese cambiado tanto.

Dicho esto, los dos hermanos Larramendi habían nacido apuestos. Sin embargo,
Manuel era en realidad más atractivo que Miguel en términos de apariencia física. No
obstante, este último era más popular entre las chicas. Esto se debía a que Miguel
parecía entenderlas mejor y tenía una personalidad amable. No era tan frío como
Manuel, que siempre rechazaba a las chicas sin piedad.
Hubo algo que dejó una profunda impresión en Miranda y que para ella era lo que más
los diferenciaba. Cuando tenían trece años, su buena amiga, Yolanda Luaces, la chica
más guapa de la secundaria, sostuvo con confianza una carta de amor rosa y
bombones en forma de corazón en sus manos y detuvo a los dos hermanos cuando
iban de camino a la escuela el día de San Valentín. Yolanda se sonrojó, se armó de
valor y le confesó su amor con timidez a Manuel, que era un año mayor que ellas. Sin
embargo, él la ignoró por completo y pasó de largo. Fue Miguel quien tomó la carta de
amor y los bombones en forma de corazón de las manos de Yolanda con una
refrescante sonrisa en la cara. De esa manera, la salvó de la vergüenza de ser
rechazada.

Se comentaba que Yolanda se había declarado a Miguel, pero en realidad, era a


Manuel a quien quería, y él la rechazó. La única persona que sabía la verdad, excepto
ellos tres, era Miranda, que estuvo allí en ese momento. Ella la había acompañado para
que diera a Manuel los regalos el día de San Valentín.

Por ende, las chicas generalmente admiraban a Manuel desde la distancia. En cambio,
como es lógico, estaban más cerca de Miguel.

Por ejemplo, Miranda Salazar era una de ellas. Había estado persiguiendo a Miguel,
pero no había tenido éxito. Ahora que había crecido, seguía pensando que Manuel era
el tipo de hombre al que solo podía admirar desde la distancia. No le gustaba su fría
personalidad.

Después de la reunión, Manuel tomó la iniciativa y se acercó a conversar con Miguel.


Los dos hermanos se limitaron a intercambiar saludos, como de costumbre, pero para
ser prudentes, los demás abandonaron la sala de reuniones.

Solo Miranda se quedó al lado de Miguel y se rehusó a marcharse, aprovechando su


condición de amiga de la infancia. Manuel no la había visto durante varios años.
Además, había cambiado tanto que no la reconocía aun cuando la tenía enfrente. Así
que se limitó a sonreír y decirle a su hermano:

—Migue, tu novia es muy guapa.

—Manuel, no es mi novia. Es Miranda Salazar. —El rostro de Miguel se amargó por un


instante.

Manuel tenía una expresión de indiferencia en su rostro. Aunque su tono no era frío,
era evidente que no le importaba en lo más mínimo la mujer que tenía delante.

—¿Miranda? —preguntó Manuel.

—Es la chica que nos seguía todos los días cuando estábamos en la secundaria —dijo
Miguel mientras sonreía con amargura. ¡Su hermano era olvidadizo en verdad!

Manuel sonrió con calma.

—Oh, no la recuerdo. —Nunca había tenido una fuerte impresión de ella. Además, hacía
ya siete u ocho años que no se veían, así que ¿cómo iba a recordar quién era?

Miranda se sintió avergonzada en ese instante. «Se merece la mala suerte que tiene en
el amor». No sabía dónde poner las manos. Para suavizar la incómoda situación, solo
tomó los brazos de Miguel y actuó como si fueran muy cercanos. Luego, se comportó
con coquetería al dirigirse a Manuel.

—Manuel, no importa si no te acuerdas de mí. Yo sí te recuerdo. ¿No crees que sería


estupendo si me convirtiera en tu cuñada?

La boca de Manuel se frunció ligeramente. Entonces, levantó sus ojos y miró a Miguel.
Al ver su expresión sombría, respondió con indiferencia:

—Es Miguel quien tiene la última palabra sobre esto.

—Mi hermano y yo tenemos cosas importantes que discutir. Si no tienes nada


importante que hacer aquí, por favor, ¡vuelve a la Empresa de Desarrollo Inmobiliario
Armonía con ellos! —replicó Miguel mientras retiraba su mano de la de Miranda.

Ella apretó sus labios rojos, pero sabía que no podía hacer nada. Entonces, se despidió
con cortesía de Manuel y le dijo con dulzura:

—¡Manuel, nos vemos pronto!

Manuel asintió de manera rápida y se negó a mirar otra vez a Miranda, por lo que
dirigió toda su atención a Miguel.

—¿Querías hablarme del tío Carlos?

—Sí. Desde hace algún tiempo, ha estado haciendo trucos sucios en la empresa. ¡Ha
causado que cinco o seis empleados de élite dimitan de la compañía! —dijo Miguel con
el rostro pensativo.

Desde que Miguel había sido electo Director General de la Empresa de Desarrollo
Inmobiliario Armonía, su tío, Carlos Larramendi, nunca dejó de conspirar contra él.
Además, como no podía oponerse a él abiertamente, se limitaba a hacer trucos sucios
a sus espaldas.

—¿Qué vas a hacer con él? —le preguntó Manuel mientras lo miraba directo a los ojos.

Miguel solo sonrió con amargura.

—No sé qué hacer y quiero escuchar tu opinión.

—Todavía no estoy familiarizado con las operaciones de la empresa, así que no pienso
atender primero los asuntos del personal —respondió Manuel, pero había un
significado oculto en sus palabras.

Miguel comprendió de inmediato lo que quería decir su hermano mayor, por lo que
sonrió en un gesto de impotencia.

—Entonces, seguiré tus instrucciones. —Sin embargo, en realidad no estaba muy


convencido en su corazón.

En los dos años desde que se graduó de la universidad y trabajó en la empresa, había
sido presionado por su tío. Su competencia era la razón por la que había sido capaz de
convertirse en Director General en solo dos años. Paso a paso, se había ganado el
corazón de la gente con sus propias habilidades. Por ello, siempre quiso desechar el
obstáculo de su carrera: su tío. Sin embargo, no tenía ese derecho. A partir de ahora,
solo Manuel podía despedir a Carlos. No obstante, se había negado a hacerlo.
Al ser rechazado por su hermano, el estado de ánimo de Miguel decayó.

Después, Manuel lo invitó a almorzar al mediodía, pero él buscó una excusa y rechazó
su invitación. Por tanto, Manuel se percató de que este estaba molesto por el asunto
de Carlos.

Miguel había sido así desde que era un niño. Aunque no parecía molesto cuando algo
lo disgustaba, se comportaba con una frialdad excepcional hacia esa persona. Sin
embargo, al ser el hermano mayor, Manuel debía mantener la calma ante la actitud de
su hermano.

Su problema con el tío Carlos no podía resolverse simplemente despidiéndolo.


Después de todo, este era la «figura principal» del Grupo Larramendi, ¡y todavía lo
necesitaban! A menos que cometiera un error, era imposible que dejara el grupo por la
petición de su hermano. Por lo tanto, Miguel y Manuel tenían ideas diferentes. El menor
deseaba que lo despidieran, pero el mayor se aferraba al viejo refrán que decía: «No
por mucho madrugar, amanece más temprano».

Mientras tanto, Delia y Miguel tenían una vida feliz de recién casados. Cuando se
despertó esa mañana, Delia intentó ayudar a su esposo con la corbata, pero era un
poco torpe y de manera accidental le apretó el cuello, casi al punto de asfixiarlo.

—Niña boba, ¡¿intentas asesinar a tu esposo?! —Miguel levantó la mano con rapidez y
cubrió las de su esposa, que eran más pequeñas, mientras tiraba de su corbata hacia
abajo.

Ella lo miró con cara de arrepentimiento y dijo con suavidad y coquetería:

—¡Lo siento! Es la primera vez que hago esto...

Miguel no pudo evitar reírse.

—No te preocupes, puedes practicar. Tengo tiempo para enseñarte cada mañana.

—¡Sí! —Sonrió Delia con dulzura y asintió.

La noche anterior volvieron a dormir en habitaciones separadas, tal y como pidió el


propio Miguel. No era un santo y, por supuesto, tenía impulsos sexuales. No hubiese
podido contenerse como un caballero si su mujer estuviera en sus brazos. Para dar
una buena impresión a Delia, le había dicho que, oficialmente, solo se acostaría con
ella la noche de su boda. Ella estuvo conforme y aceptó el acuerdo.

Quizás los demás se reirían de ellos por ser demasiado conservadores si se enteraban
de esto. Sin embargo, él quería respetar la intención original de su esposa. Después de
desayunar, se puso los zapatos y besó en la frente a Delia, que lo había acompañado
hasta la puerta, y le dijo con gentileza:

—Me voy a trabajar. Si te aburres en casa, ve de compras. Hoy tengo que hacer horas
extra al mediodía, así que no volveré para almorzar.

—¡Está bien! —Sonrió con ternura y luego se quedó en la puerta, mientras observaba en
silencio a su marido que entraba en el ascensor.
Cuando Miguel llegó al primer piso vio una familiar figura de blanco en la entrada del
condominio, simplemente fingió no haber visto nada y salió de allí. Sin embargo, esa
persona comenzó a perseguirlo de inmediato.

—¡Migue! —lo llamó Sofía Juárez en voz baja.

Sin embargo, él no se detuvo.

Después de alcanzarlo, tuvo que correr para pararse frente a él con los brazos abiertos.
Era alta y bien proporcionada. El ajustado vestido blanco plateado revelaba su figura
atractiva y refinada. Las correas de los zapatos sencillos y elegantes de tacón color
crema rodeaban sus hermosos y esbeltos tobillos.

»Migue, busquemos un lugar para sentarnos y conversar, ¿sí? —le suplicó con sus
grandes ojos llorosos. Se sentía asfixiada como si la hubiesen juzgado de manera
injusta y quisiera confesarle lo sucedido.

—Rompimos hace cinco años, ¿no? Así que no hay nada más que hablar entre
nosotros —dijo él con calma, mientras pasaba de largo y continuaba caminando a paso
ligero.

Sofía frunció sus labios rojos, se dio la vuelta y gritó mientras lloraba:

—¡Hace cinco años tu abuelo me obligó a dejarte, pero siempre te he amado!

Miguel quedó atónito. Acababa de dar un paso y se detuvo de momento. Después de


uno o dos segundos de consternación, volvió a calmarse.

—¿Y qué? ¡Ya no importa! —Su tono seguía siendo frío y, tras una pausa, respondió con
seriedad—: Nunca volveremos a estar juntos. —Dicho esto, se marchó.

Sofía se quedó sola allí, llorando de tal manera que causaba lástima.

«Nunca volveremos a estar juntos. ¿Es en verdad imposible que eso suceda?», se
preguntaba ella una y otra vez. Obviamente, no lo creía. ¿Por qué él había renunciado
con tanta facilidad? ¡Llevaba cinco años pensando en él! ¿Sería que solo ella lo pasó
mal tras la ruptura? Estaba abatida y caminaba sola, sin rumbo por las calles de la
ciudad. Al recordar su pasado con Miguel, llegó sin darse cuenta a la Escuela de
Enseñanza Media de Buenaventura, lugar donde ambos se habían enamorado.

Por aquel entonces, Miguel era un estudiante transferido desde Ciudad Ribera. Por su
aspecto atractivo, sus excelentes notas y su personalidad amable, era muy popular
entre las chicas de la escuela. Desde el momento en que entró al aula, Sofía se había
enamorado de él. Fue ella quien lo persiguió y también quien lo abandonó primero.

Mientras recordaba con tristeza aquellos años, se detuvo a las puertas de la escuela.

Dong, dong, dong, dong.

Al mediodía la campana que señalaba el fin de las clases sonaba como un melodioso
instrumento, aunque había un rastro de tristeza en su sonido alegre. Sofía permanecía
afligida en la puerta y, después de Dios sabe cuánto, vio un rostro conocido que salía
de la escuela. Entonces, no pudo evitar gritar:

—¡Yamila!
Yamila Juárez no esperaba encontrarse con su media hermana en la puerta de la
escuela. Los ojos de Sofía se posaron de manera involuntaria en la mochila que
llevaba Yamila en la espalda y no pudo evitar fruncir el ceño.

—Hermana. —Yamila frunció los labios y apretó las correas de la mochila. Dudó un
poco antes de caminar hacia Sofía. Aunque la llamaba «hermana», en realidad, nunca
habían sido cercanas.

Ante los ojos de Sofía, su media hermana no era más que una vergüenza, una hija
ilegítima nacida de la amante de su padre. De lo contrario, cuando había sido
secuestrada por matones anteriormente, su padre no habría optado por llamar a la
policía para evitar perder su riqueza y perjudicar a su familia.

—¿Estás traumada por el incidente del secuestro aquella vez? —preguntó Sofía con
indiferencia.

Por supuesto, Yamila sabía que, en realidad, esta supuesta «hermana» no se


preocupaba por ella, así que respondió impasible:

—¡No lo creo!

Nadie de la familia Juárez se preocupó siquiera por el hombre que había arriesgado su
vida para salvarla. Aunque su salvador fuera poco especial, ¡deberían haber enviado al
menos un premio a su superior o algo así! Sin embargo, la familia no hizo nada en
absoluto. ¡Probablemente incluso desearon que ella muriera a manos de los
secuestradores! Así es. Su familia la trató con una actitud muy indiferente.

Incluso en ese entonces, la razón por la que nació en este mundo fue porque su madre
había querido utilizarla como moneda de cambio para forzar a su padre a divorciarse
de su legítima esposa. Sin embargo, había calculado mal. La esposa de su padre ya
tenía un hijo y una hija con él y era de una familia poderosa. ¿Por qué iba él a
preocuparse por la criatura que esa mujer llevaba en el vientre? Por tanto, su existencia
no tenía sentido...

Por fortuna, su padre no fue demasiado irresponsable con ella. Al menos, después de
que su madre diera a luz, le puso un nombre y la inscribió en el registro de la Familia
Juárez. Cada mes, les daba a ambas una pensión.

Sofía volvió a mirar la mochila que llevaba Yamila al hombro y preguntó pensativa:

—Tu mochila vale 30 000. Además, es edición limitada internacional. ¿Tú… de dónde
has sacado tanto dinero para comprar una mochila tan cara?

Yamila miró de manera involuntaria la mochila que tenía detrás y sonrió con desdén.

—¡Claro, era de esperar! Mi hermana acaba de regresar del extranjero después de cinco
años. ¿Así que has aprendido a reconocer los artículos de lujo?

—Argh. —Sofía hizo una mueca aún más indiferente y le dijo—: Yamila, ¿estás tratando
de seguir los pasos de tu madre?

Había adivinado bien y el corazón de Yamila palpitó mientras sus encantadoras cejas
se arrugaban y sus labios rosados se fruncían. Aun así, levantó la cabeza y replicó con
seguridad:
—¡Eres tan prejuiciosa! Esta mochila me la regaló un pretendiente. ¿Sientes envidia y
celos de mí?

—Tú sabes mejor que nadie si te la regaló un pretendiente o no. ¿Por qué te molestas
en discutir conmigo? Solo quiero aconsejarte. Tendrás un final trágico si te conviertes
en la amante de otra persona. ¡En especial una chica como tú que está a punto de
graduarse y entrar en la universidad! ¡No te arruines y desperdicies tu juventud! —Con
la cabeza en alto y el pecho erguido, trató de hacer el papel de hermana mayor. Miró a
Yamila con condescendencia mientras le daba un sermón en tono severo.

La otra, en cambio, no quería perder el tiempo discutiendo con su media hermana, así
que se limitó a poner los ojos en blanco, darse la vuelta y marcharse sin decir nada
más. Como se había girado con rapidez, su larga coleta golpeó la cara de Sofía sin
piedad, como un látigo.

Sofía se llevó la mano a la mejilla con dolor y dio un paso adelante, pero decidió dejarlo
pasar. ¿Por qué debería preocuparse tanto por ella? Esa chica era la hija de la amante
de su padre, que casi había provocado el divorcio entre sus padres, e incluso acudía
con desfachatez a su casa todos los meses para pedirle a su madre los gastos de su
manutención. Si un hombre estaba jugando con ella o si se había buscado un <i>sugar
daddy</i>, no tenía por qué interesarle.

¡El hijo de una mujerzuela estaba destinado a ser una vergüenza!

Sofía dijo adiós con la mano y se fue.

Por otro lado, Yamila se dio la vuelta y corrió hacia un callejón. Mientras se apoyaba en
la pared cubierta de musgo, sintió que se le formaba un nudo en la garganta y, al poco
tiempo, las lágrimas corrieron por su rostro. ¿Cuál fue la causa? ¡Fue la madre de
Sofía!

A principios de ese año, su madre sufrió una hemorragia cerebral y fue enviada al
hospital. Necesitó casi 400 000 para la cirugía. Fue a la casa de la Familia Juárez para
pedir dinero y se arrodilló durante un día en la espaciosa villa. Las rodillas le dolían
tanto que se le entumecían, pero la madre de Sofía no solo no le prestó dinero, sino
que aprovechó la oportunidad para golpearla y maltratarla con un plumero. La
abofeteaba y pateaba con furia para desahogar la rabia que había reprimido en su
corazón durante tantos años, pero ¿y Yamila? Si su madre decidió involucrarse con esa
familia era su culpa. ¿Qué había hecho mal Yamila?

Tuvo que vivir como la «hija de la amante» durante toda la vida y su corazón llevaba
mucho tiempo destrozado. Nadie se compadecía de ella porque, a sus ojos, no era
digna de compasión. Todo esto era culpa de su madre. La frase que más había
escuchado en su vida era «te lo mereces».

¡Sí! Se lo merecía... ¡Qué mala suerte tuvo! Se merecía seguir los pasos de su madre
que interrumpió el matrimonio de otras personas y quiso convertirse en la esposa
oficial de su padre, pero las cosas no terminaron bien.

Mientras tanto, ella acababa de conseguirse un <i>sugar daddy</i>. En realidad, no


quería casarse con el hombre, sino que quería irse tan pronto como pudiera. Todavía
tenía la esperanza de poder tener un buen futuro. Él le dio 2 millones al momento, a
cambio de que fuera su <i>sugar bapor</i> durante cinco años. Además, solo se verían
una vez cada fin de semana. Prometió no tocarla hasta que cumpliera los dieciocho
años; salvo besos, no haría nada excesivamente sexual con ella. Quedaría libre
después de que el acuerdo expirara en cinco años.

Cinco años, cinco años... Ella solo tendría 22 años. Todavía joven, ¿no? Sin embargo,
estaría marcada como la «amante» de alguien por el resto de su vida...

Yamila se agachó en el suelo y se rodeó con los brazos. Se pellizcaba los brazos con
tanta fuerza que se habían puesto rojos y sus labios temblaban. Lloró mientras
intentaba adormecer sus emociones. En su visión llorosa y borrosa apareció de
repente una fina mano blanca que sostenía un pañuelo desechable. Ella se sorprendió,
levantó la cabeza con inquietud y miró a la persona que le había ofrecido esa hermosa
mano.

Delia Torres sonrió y preguntó con suavidad:

—¿Tienes algún problema? ¿Necesitas mi ayuda?

Sin embargo, Yamila no apreció su amabilidad y se apresuró a gritar:

—¡Soy la hija de una amante, así que será mejor que te alejes de mí! ¡Si no, traeré mala
suerte a tu futuro matrimonio y tu marido te engañará!

Delia estaba muy confundida.

Yamila casi se rio al ver su cara de confusión. Sabía que solo trataba de ser amable,
así que tomó el pañuelo en su mano y se limpió las lágrimas del rostro antes de decir
calmada:

—Gracias.

Delia sonrió aliviada.

—¡Por nada!

Yamila se levantó del suelo y miró a Delia de arriba abajo.

Ella también la miraba y se dio cuenta de que llevaba un uniforme escolar, estimó que
solo tenía 17 o 18 años.

—¿Eres del campo? —preguntó sin rodeos después de mirar a Delia.

La ropa de esta mujer no estaba a la moda, pero era delgada y tenía una buena figura,
así que le quedaría bien cualquier cosa.

Delia la miró y sonrió.

—¡Podríamos decir que sí! —Su pueblo natal, Villa Occidental, era sin dudas pobre y
remoto, pero el paisaje era hermoso.

—Hoy estoy de mal humor, así que necesito que alguien me acompañe a comer. ¡Estás
de suerte! ¡Te invitaré a un bufé! —añadió Yamila. Ese mediodía, al salir de la escuela,
se había encontrado con su hermana, que fue poco amable con ella y le dijo muchas
cosas horribles. Incluso se burló de su secreto.

Miguel no iba a almorzar en casa, así que Delia no pensaba ir a cocinar. Entonces, al
ver que la chica no tenía malas intenciones, decidió acompañarla a comer.
—Te acompañaré. Compartiremos los gastos —dijo Delia con una sonrisa. No quería
deber favores a nadie.

Yamila entendió su actitud, así que asintió y aceptó.

—¡Está bien! ¡Pagaremos a la mitad entonces!

Cuando llegaron al lugar, Yamila llenó la mesa de comida, ante lo cual Delia no pudo
evitar sonreír y preguntar:

—Te has servido mucha comida. ¿Podrás terminar de comerlo todo?

Yamila tomó una ostra, sacó la carne de su interior con una cuchara y la introdujo en
su boca. Luego, preguntó mientras masticaba ruidosamente:

—¿Alguna vez te has entregado a la desesperación?

Delia negó con la cabeza.

Yamila apretó los labios y tragó la comida que tenía en la boca.

»Mi madre es una amante, así que he sido despreciada por todos desde que nací, y
crecí siendo maltratada por los demás. Cada vez que estoy de mal humor, voy a un
bufé sin importar si tengo dinero o no.

¿Así que por eso se había rendido? ¡Si era así, Delia tendría que llorar un río!

—Depende del tipo de mentalidad que tengas ante la vida. Hacer esto no es bueno para
tu salud —dijo para consolarla.

Yamila pensó de repente en algo y preguntó:

—¿Ya te casaste?

—Bueno, tenemos el certificado, pero aún no hemos celebrado la boda. —Delia sonrió
con dulzura. Por alguna razón, cada vez que pensaba en Miguel, había un sentimiento
dulce en su corazón.

Yamila miró su dulce sonrisa y apoyó la cabeza en su mano izquierda. Luego, se rio
con deseos.

—¡Ahora que me has conocido, tu matrimonio está destinado a fracasar!

—¿Por qué? —Delia la miró desconcertada.

—Siempre he traído mala suerte a los matrimonios de otras personas desde que era
joven. A donde me mudara, el marido de mi vecina siempre terminaba siendo infiel —
contestó sin rodeos.

—No somos vecinas —dijo Delia sin poder evitarlo.

Yamila dejó la cuchara en su boca, se dio la vuelta y buscó algo en su mochila. Cuando
volvió a poner las manos sobre la mesa, tenía un juego de cartas de tarot en la mano.
Las barajó al azar, por lo que Delia exclamó sorprendida:

»¡Eres increíble!
—¡Lo más increíble está por venir! —Después de barajarlas, se las entregó a Delia.
¡Saca tres cartas al azar! Te ayudaré a interpretarlas con respecto a tu matrimonio.

De inmediato, Delia sintió mucha curiosidad. Después de frotarse las manos, sacó al
azar tres cartas del montón que tenía Yamila en la mano y las puso sobre la mesa.

Luego de revelar las tres cartas que había sacado, una por una, Yamila no pudo evitar
hacer un chasquido con la boca y negar con la cabeza.

Delia frunció el ceño y preguntó preocupada:

—¿Pasa algo?

Yamila levantó los ojos y miró a Delia antes de responder:

—¡Puede que tu matrimonio no vaya bien en el futuro!

—¡Pero nadie tiene un matrimonio perfecto! —Delia esbozó una sonrisa comprensiva.

Yamila guardó enseguida las cartas y replicó con una expresión indiferente:

—Si lo crees, se hará realidad. Si no, no se cumplirá. ¡Es genial que no lo creas! —Sin
embargo, en un segundo su expresión volvió a cambiar. Sacó de algún lugar un cordón
rojo trenzado y lo colocó frente a Delia.

Delia miró el cordón con exquisitos y hermosos patrones y preguntó:

—Esta pulsera es muy hermosa. ¿Dónde la compraste?

—La tejí yo misma. ¡Incluso fui a la iglesia y le pedí al cura que la bendijera! Está hecha
especialmente para deshacerse de la mala suerte. Como tu matrimonio no va a ir bien,
¿quieres comprar una para librarte de la mala suerte? —preguntó Yamila mientras
entrecerraba sus ojos y sonreía.

De hecho, fue ella también quien tejió le brazalete de seda negro que le regaló a la
persona que la salvó. Sin embargo, pensó que no era de gran calidad porque lo había
hecho ella misma y temía que a su salvador no le gustara, así que mintió y dijo que lo
había confeccionado un artesano famoso.

Delia tomó la pulsera y se la puso en la muñeca izquierda antes de preguntar:

—¿Cuánto cuesta?

—Si me invitas a esta comida, ¡te la daré! —Yamila mostró una ligera sonrisa.

Delia tuvo que decir:

—Como tu pulsera es tan bella, te invitaré.

—¿Cómo puedes ser tan ingenua? —dijo en broma Yamila con una sonrisa de
suficiencia.

Delia, luego de ponérsela, levantó la mano y la movió delante de Yamila mientras


sonreía con alegría.

—¡Si es por tu hermosa pulsera, estoy dispuesta a ser engañada! —De hecho, no sabía
por qué congeniaba tan bien con esta chica.
Desde el momento en que se conocieron, Yamila percibió un aroma muy, muy ligero
proveniente de Delia, que era muy similar al del brazalete de seda negro de la persona
que la había salvado.

—¡Seamos amigas! Hola, mi nombre es Yamila Juárez. ¡Tengo diecisiete años y medio!
—Entonces se presentó y le tendió la mano a Delia.

Delia miró su mano extendida y la estrechó sin dudar. Luego, sonrió y dijo:

—Hola, me llamo Delia Torres. Soy un año mayor que tú.

—¿Las mujeres del campo suelen casarse antes? —preguntó Yamila de manera
despreocupada.

A Delia no le importaba que ella la describiera como alguien «del campo» porque, en
primer lugar, no creía que fuera motivo de vergüenza y, en segundo lugar, no sentía que
Yamila la estuviera menospreciando.

Yamila era una persona muy directa y franca, no tenía mal corazón.

Como era una persona de mentalidad abierta, Delia respondió con una sonrisa
despreocupada:

—¡Supongo! Pero no ocurre con todas necesariamente. Eso también depende de


factores personales.

—Si tuvieras poco dinero, ¿estarías dispuesta a convertirte en la <i>sugar bapor</i> de


un rico y apuesto hombre casado? —De repente, Yamila preguntó con tristeza.

Delia se sorprendió por un momento. Por alguna razón, al mirar el rostro rellenito e
infantil y la piel suave de Yamila, respondió sin rodeos:

—¡No!

Ya ella había necesitado dinero con urgencia. Sin embargo, en esa ocasión, optó por
acudir a una cita a ciegas para casarse con un hombre rico y conseguir dinero para
pagar las deudas de sus padres. Ese fue el camino más extremo que tomó. Sin
embargo, si ese hombre casado, rico y guapo del que hablaba Yamila hubiese
aparecido para apoyarla en su momento de dificultad, ella lo hubiese rechazado sin
dudar. Tal vez cada uno tenía diferentes enfoques y principios al respecto.

Eso era cierto para Yamila. En aquel momento, nada más tenía una opción y era el
único camino que podía tomar. Fueron su padre biológico y la esposa quienes la
obligaron a hacerlo.

—¿Y si, en ese momento, tu madre estuviera enferma y necesitaras dinero para salvarle
la vida, pues de lo contrario moriría? Y en ese caso, solo ese hombre te daría tanto
dinero al momento. ¿Aun así te negarías? —continuó preguntando de inmediato. Había
una tristeza indescriptible en sus ojos, como si estuvieran dejando salir el dolor de su
corazón.

Delia se sobresaltó. Al mirar a los ojos de Yamila, su actitud ya no era tan firme como
antes.

—N… No sé..., pero... creo... que podría negociar con ese hombre... Podría pedirle
dinero prestado. Así no tendría que ser precisamente su <i>sugar bapor</i>...
Yamila levantó un poco la vista y tras encontrarse con la mirada de Delia, hizo una
mueca de indiferencia.

—Bah, si hubiera espacio para negociar, la otra parte no pediría eso.

Delia bajó la mirada y guardó silencio.

—Mantengamos el contacto en el futuro. ¿De acuerdo? —Yamila cambió de tema y de


repente ya no parecía tan triste.

Delia volvió a mirarla, sonrió y asintió. Entonces intercambiaron los números de


teléfono.

Después de comer, Delia se quedó con Yamila en el restaurante un rato para que
descansara un poco antes de regresar a la escuela.

Antes de irse, Yamila le dijo con una expresión seria en su rostro:

—Eres la primera persona que está dispuesta a ser mi amiga. ¡Siempre te apreciaré por
eso!

—De acuerdo. Yo también te apreciaré como amiga. —Delia dijo adiós con la mano y
sonrió de manera reconfortante.

Yamila sonrió. Con su mochila puesta, se dio la vuelta y corrió hacia la escuela.

Delia la vio entrar en la escuela. Al hacerlo, se asombró de lo grande que era la Escuela
de Enseñanza Media de Buenaventura en comparación con la suya en Villa Occidental.
Cada uno tenía su propio destino, pero no se daría por vencida solo porque fuera
desgraciada. Ella también había pasado por momentos difíciles en su vida antes, pero
nunca se rindió.

De vuelta a la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, propiedad del Grupo


Larramendi.

En la oficina del Director General, Miguel Larramendi estaba muy molesto cuando se
enteró de que su hermano mayor, Manuel, había entregado un proyecto por un valor de
quinientos millones a su tío, Carlos Larramendi.

En el pasado, si había algún proyecto de la sede central evaluado en cientos de


millones, primero los directores generales de las filiales competirían por él con su
equipo de forma justa, y el ganador estaría calificado para hacerse cargo de ese
proyecto. Sin embargo, ¿por qué Manuel lo delegó directamente a su tío incluso antes
de que este asumiera su cargo de manera oficial?

Miguel estaba insatisfecho, pero no tenía dónde descargar su frustración, así que solo
podía quejarse en su interior. No sabía si estaba alucinando. Sentía que desde que su
hermano mayor se había retirado del ejército y se había hecho cargo del negocio,
estaba arrebatando la autonomía de las filiales del Grupo Larramendi poco a poco.

El Grupo Larramendi tenía tres filiales principales: la Empresa Tiempo, la Empresa


Armonía y la Empresa Alianza. Cada una era responsable de los negocios en varios
campos de la industria. Los directores generales de las tres eran similares a los
príncipes que se les daban tierras para gobernar. Cada uno de ellos poseía los
derechos de las filiales de las que eran responsables.
Miguel no sabía por qué le preocupaba que la empresa que ahora estaba a su cargo
volviera a manos de su hermano mayor. Desde un punto de vista lógico, no debería
tener ese pensamiento, ¡pues de todos modos pertenecía a Manuel desde un principio!

En los últimos dos años, había hecho mucho por la empresa. Vio cómo crecía con él
poco a poco. A medida que su negocio se expandía, sus logros también aumentaban.

En ese momento, Miguel se sintió un poco confundido. Así que interrumpió su trabajo
y se dirigió hacia el otro lado de la oficina, donde había una ventana que iba del suelo
al techo. Desde allí contempló aturdido la escena del exterior.

«¿No sería estupendo que... la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía se separara


por completo del Grupo Larramendi?». Pensamientos prohibidos pasaron por la mente
de Miguel.

Las cosas que hicieron que se molestara ocurrieron una tras otra ese día.

Ese día, cuando la bolsa de valores abrió, descubrió que había tenido pérdidas.
Después de graduarse de la universidad, utilizó su primer sueldo para invertir en
acciones. En el pasado, siempre había obtenido ganancias. Aunque no ganara mucho
dinero, siempre seguía teniendo beneficios. Luego, reinvertía el dinero. No solo perdió
todas las ganancias que obtuvo, sino que solamente pudo recuperar el 5% de su
capital inicial. En otras palabras, solo le quedaban 50 000, era su «dinero personal».
Por fortuna, su tarjeta salarial estaba bajo el control de Delia. Ahora, vivía del dinero de
esa tarjeta cada mes.

Tras salir del trabajo por la noche, volvió a su apartamento, agotado. Cuando abrió la
puerta y entró, Delia aún estaba cocinando, por lo que no se percató de que había
vuelto. Miguel levantó la mirada y observó a su esposa. Sin saludarla, entró solo en el
dormitorio. Se tumbó en la cama mientras miraba la lámpara del techo, su estado de
ánimo estaba por los suelos.

¿Cuál era la diferencia entre él y su hermano mayor?

La diferencia era que Manuel no tenía que trabajar duro para conseguir cantidades
inagotables de dinero. Ahora, sus conexiones abarcaban las esferas militar, política y
empresarial. Además, se convirtió en el presidente de la compañía así, sin más.
Mientras que él, para ganar capital, tuvo que encontrar su propio camino. Trabajó duro
y ascendió en la escala corporativa, pero solo llegó a ser el director general de una
filial.

Eran hermanos, pero ¿por qué los trataban de formas tan diferentes?

Todo se debía a que su hermano mayor era hijo de la esposa legal de su padre,
mientras que él era hijo de la amante. Desde la antigüedad, la descendencia de la
esposa legal había sido tratada mejor que la que no lo era y él era un desgraciado hijo
ilegítimo.

Su abuelo nunca lo había tratado bien desde que era un niño. Solo su hermano mayor
lo trataba como si fuera de la familia, pero su abuelo lo vigilaba como si fuera un
ladrón. Incluso durante la ceremonia de mayoría de edad, cuando este eligió
prometidas para los dos hermanos, seleccionó a una mujer de familia adinerada para
su hermano mayor. Sin embargo, eligió a Miranda Salazar, una mujer de familia de
clase media, para Miguel.
No obstante, a esa mujer de familia rica le preocupaba quedarse viuda en el futuro, por
lo que no estaba dispuesta a casarse con su hermano mayor. También sucedió que
Manuel tampoco quería una prometida, solo le interesaba servir como soldado y
proteger al país. Por eso, su abuelo se lo permitió y dejó de presionarlo para que se
casara.

Miguel tampoco quería una prometida. Aunque su abuelo supuestamente había


aceptado su decisión, dispuso a propósito que Miranda asistiera a la misma
universidad que él y después de que se graduaron, hizo que trabajara cerca de él.
Miguel sabía bien cuáles eran las intenciones de su abuelo. ¿Para él, solo era digno de
una mujer mediocre como Miranda? Tal vez, su abuelo nunca pensó que alguien como
él se fugaría tan pronto con la persona que amaba.

En su boca se dibujó una vaga sonrisa. Alguien como él... ¡Sí! ¿Qué clase de persona
era? Su esposa no era como Miranda ni como Sofía, sino una mujer que no tenía
familia y que además había sido abandonada por sus parientes. Tal vez, eran harina
del mismo costal.

Solo cuando Delia terminó de hacer la cena, puso la mesa y sirvió la comida, se dio
cuenta de que su esposo había vuelto. Fue a su habitación. Al entrar, lo vio tumbado en
la cama y hasta tenía los zapatos puestos, así que se acercó y se los quitó con
cuidado. Justo cuando estiró la mano y tomó la manta para cubrirlo, él de repente le
agarró la muñeca y la haló hacia la cama.

Delia se tambaleó y se golpeó las rodillas contra la cama. Entonces, cayó justo sobre el
pecho de Miguel y las puntas de sus narices se tocaron.

Los dos quedaron cara a cara. El delicado rostro de ella se reflejó en los ojos del
esposo. No se había maquillado y su belleza era natural. La fragancia del gel de baño
que usaba emanaba de su cuerpo. Su aroma era muy diferente al de los perfumes
fuertes de las mujeres comunes. Ante los ojos de él, tenía una inocencia infantil. Era
como una flor que necesitaba sus cálidos cuidados y su amor.

Se miraron durante unos segundos. Las mejillas de ella se enrojecieron al instante y su


corazón se aceleró como si un tambor resonara en su pecho. Cuando estaba con su
antiguo novio, Mario Herrera, nunca se había sonrojado tanto. Sin embargo, Miguel la
hizo sentir diferente. Quizás en ese entonces Mario solo le gustaba, pero ¿realmente
amaba a Miguel? Nunca se había planteado esta cuestión. ¿Lo amaba? Quizás sí. Al
final, era su marido. Debía amar a su marido y a su familia.

—¡Delia, a partir de ahora serás mi apoyo espiritual! —Miguel levantó la mano y le frotó
con suavidad la cabeza.

Ella sonrió con dulzura. Inclinó la cabeza y apretó sus mejillas contra el pecho de él
para ocultar su timidez mientras escuchaba los latidos de su corazón. Descubrió por
primera vez que el latido de un corazón podía ser tan hermoso como la voz de un
cantante.

—Delia, he tenido pérdidas en la bolsa... —La mano de Miguel se deslizó desde la parte
superior de la cabeza de su esposa hasta su espalda. Se puso una mano en la cabeza
y con la otra acarició con ternura la espalda de ella como si estuviera acariciando a su
mascota.
Ella se quedó sorprendida por un momento. Levantó la cabeza y volvió a mirarlo;
parecía impotente.

»…así que no puedo celebrar nuestra boda por ahora.

El día que Delia recibió el certificado de matrimonio, él le dio todos sus ahorros y ella, a
su vez, le dio el dinero a sus padres para que pagaran las deudas.

Ese dinero también lo había ganado con las acciones, pero ahora solo le quedaban 50
000. Los 20 000 de la tarjeta salarial que le dio a Delia el mes pasado, los había
agotado casi por completo antes de casarse. Todavía podían llevar una vida cómoda
con ese dinero, pero sería difícil celebrar una boda... Así pensaba Miguel.

Delia lo miró con seriedad y él pensó que lo criticaría. No obstante, ella solo sonrió.

—Está bien —le dijo.

—Lo siento —murmuró Miguel mientras acariciaba la cabeza de su amada.

Delia negó con la cabeza antes de inclinarse hacia sus brazos y abrazarlo con
suavidad. Apretó los labios y luego dijo con cariño:

—No hay nada que lamentar. Casarme contigo es lo mejor que me ha pasado.

Después de todo, fue él quien la salvó de una situación difícil. Si no hubiese aparecido
a tiempo, ella habría seguido teniendo citas a ciegas e incluso podría haberse casado
con un hombre solo para resolver su problema.

Aunque había un refrán que decía que las parejas pobres acababan mal, Delia pensaba
que no tenía importancia si un hombre era rico o no. Mientras sintiera algo por él y este
la tratara bien, la quisiera a ella y a su familia y nunca la traicionara, era suficiente si
solo tenían el dinero justo para vivir. Por eso no le importaba si Miguel era adinerado o
no. En la vida de una mujer, la mayor felicidad era casarse con el hombre adecuado. Y
ella deseaba vivir una vida feliz.

Aunque estuvieron acostados en la cama durante tanto tiempo, solo se abrazaron


porque Miguel no deseaba tener sexo con ella en lo absoluto. Una de las razones era
su edad, porque a pesar de todo, ella solo tenía 18 años. En segundo lugar, sentía que
debía esperar a la noche de su boda para que ella tuviera un bonito recuerdo.

—¡Vamos a cenar! ¡Los platos se están enfriando! —dijo Delia con una sonrisa.

Miguel aceptó. Luego, al sentarse, extendió la mano para que Delia se levantara.

Mientras estaban sentados a la mesa, ella le sirvió más comida en el plato a su


esposo, incluso le quitó las espinas al pescado antes de servírselo.

Él sonrió e hizo lo mismo. Tomó un trozo de pescado y le quitó las pequeñas espinas
antes de dárselo a ella. Quería emplear sus propios medios para amar a su esposa.

Delia lo miró y sus hermosos ojos formaron una media luna mientras masticaba el
pescado que él le daba y sus labios dibujaban una sonrisa de felicidad.

Aunque Miguel tuvo un mal día, eso no afectaría su estado de ánimo cuando fuera a la
oficina para trabajar la tarde siguiente. Después de todo, era arquitecto. Todo lo que
tenía que hacer era aceptar más proyectos y el dinero empezaría a fluir de nuevo de
forma natural. Simplemente tendría que trabajar un poco más que antes. Además,
después de pasar tiempo con Delia, sabía qué tipo de persona era. Aunque tenía 18
años, su madurez no se correspondía con su edad. Era amable y simpática con la
gente y no era una cazafortunas. Tampoco era débil, nunca se maquillaba y no le
gustaban las culturas extranjeras. Además, era diligente, ahorradora y seria para
trabajar.

Por otro lado, en la ciudad de Buenaventura, la mayoría de las chicas de su edad


acababan de entrar en la universidad y aún no habían experimentado muchas cosas.

«¿Será por su origen familiar?».

Miguel había oído decir al hermano adoptivo de Delia, Ernesto Lima, que su madre
adoptiva siempre había sido mezquina y cruel con ella. La hacía llevar la mayor parte
de las tareas de la casa e incluso la obligó a dejar la escuela para que pudiera empezar
a trabajar. En cuanto a su padre adoptivo, aunque era amable con ella, era débil e inútil.

Aunque Ernesto solía protegerla en el pasado, no era un hombre de éxito e incluso


tenía dificultades para cuidar de su propia novia. Mucho menos podía dar dinero a su
hermana adoptiva. Por eso Delia era fuerte e independiente. Cada vez que Miguel la
veía sufrir, le dolía el corazón.

«En algunos aspectos, su vida es bastante similar a la mía. Incluso si mi primer amor,
Sofía, vuelve y pide reconciliarse conmigo, sin dudas la rechazaré. No quiero defraudar
a esta joven que ha tenido un destino igual al mío».

—Delia, ¿quieres encontrar a tus padres biológicos? —preguntó de repente Miguel con
seriedad.

«Mi vida es en verdad un poco complicada. Definitivamente será muy difícil para mí
encontrar a mis verdaderos padres. Al fin y al cabo, han pasado muchos años y me
llevaron a la lejana Villa Occidental. No tengo ninguna pista, ¿por dónde voy a
empezar? Además, estoy en deuda con la Familia Lima por cuidar de mí durante tantos
años. En cuanto a la Familia Torres…».

Delia no pudo evitar recordar los días en que vivía con el Señor y la Señora Torres. Los
había tratado como si fueran sus verdaderos padres, pero ellos le guardaban un
secreto y en silencio la veían sacrificar su felicidad para pagar sus deudas. Por fortuna,
no fueron egoístas hasta el final y le contaron la verdad después de pagar sus deudas.

«¡Al menos me dieron mi apellido! El mundo es tan frío y cruel, y la gente también...».

Delia bajó la mirada. Mientras recogía los platos y los cubiertos de la mesa, apretó los
labios y negó con la cabeza. Luego, miró a Miguel y sonrió.

—¡Ya te tengo a ti!

Desde ese día, él era su familia.

Cuando Miguel supo lo que estaba pensando, la miró a los ojos y le dedicó una sonrisa
antes de comenzar a recoger la mesa junto a ella. Cuando terminaron, Miguel colocó
su brazo sobre los hombros de su esposa mientras se sentaban en el sofá para
descansar y de repente preguntó:

—¿Saliste con alguien antes de mí?


Por un momento, Delia se sobresaltó por su pregunta. Cuando pensó en su ex novio,
por alguna razón, sintió un dolor fuerte en su corazón. En aquel momento, cuando
estaba en la cita a ciegas con Miguel, le había dicho que nunca había salido con nadie,
pero él sabía que le había mentido.

Al fin y al cabo, Delia era una chica que tenía una belleza natural, por lo que no
necesitaba ningún tipo de maquillaje. Sabía que antes de conocerse, seguro había
otros chicos interesados en ella.

—Sí —susurró despacio tras un momento de silencio. Luego, tras una breve pausa,
como una niña culpable, intentó defenderse—: Pero nunca tuve relaciones sexuales
con él. Solo nos abrazamos y nos tomamos de la mano. Ni siquiera nos besamos...

Fue entonces cuando recordó de repente que su primer beso se lo había robado un
desconocido que entró en su apartamento alquilado a través del balcón. Ese hombre
incluso tocó su cuerpo sin su consentimiento... Aunque aún conservaba su virginidad,
la idea de aquel momento la hizo sentirse sucia, incluso se sintió un poco avergonzada
e indigna de su esposo.

En realidad, ella era más bien una persona tradicional y conservadora cuando se
trataba de esas cosas. Incluso insistió en que solo perdería su virginidad en el cuarto
nupcial la noche de su boda.

—Lo sé. Solo te preguntaba. Para ser honesto, ni siquiera me importa si no eres virgen.
Solo sé que, a partir de ahora, eres mía y solo mía. —Sonrió y extendió la mano para
frotarle con suavidad la cabeza.

De repente, Miguel comenzó a preguntarse por qué tenía tanta curiosidad por sus
relaciones pasadas.

Delia levantó la vista y vio que él realmente le creía. Incluso dijo que no le importaba si
era virgen o no, por lo que dejó escapar un suspiro de alivio al instante. En otras
palabras, para él no era importante si alguien más la había besado o tocado antes…,
siempre y cuando fuera suya a partir de ahora.

Delia pensó un poco más en eso y, de repente, deseó no tener que encontrarse nunca
más con el hombre que la había acosado.

—Esperaré hasta la noche de nuestra boda para nuestra primera vez —dijo Miguel con
cariño, mientras sostenía a Delia en sus brazos antes de inclinarse para darle un beso
tierno en la frente.

Con una mirada de felicidad en su rostro, Delia miró a Miguel a los ojos. De repente,
ella sintió que su corazón se aceleraba y sus mejillas empezaron a arder.

«¿Qué debo hacer? Creo... ¡que estoy a punto de enamorarme de él! ¡No, es probable
que ya esté enamorada! No sabía que el amor sería tan increíble. Se siente tan bien.
Creo que ha conseguido sanar mis cicatrices y ayudarme a olvidar el dolor. No puedo
creer que mis sentimientos por él sean tan fuertes como para hacerme creer otra vez
en el amor, incluso después del dolor que sufrí cuando descubrí que mi primer amor
me había engañado».
Era normal que una pareja tuviera el deseo de besarse después de mirarse a los ojos
por un largo tiempo. Sin embargo, incluso aunque ambos habían estado
contemplándose por más de diez segundos, nada sucedió entre ellos.

Miguel miró fijamente el rostro de Delia y, en ese momento, él comprendió por qué su
exnovio no había querido besarla. Era porque el rostro de Delia lucía tan inocente y
puro que ella parecía una diosa y las personas no podían soportar mancillar su
inocencia.

Sin embargo, él no sabía que la razón por la que el exnovio de Delia, Mario Herrera, no
la había besado era porque él no quería hacerse responsable de ella, así que él contuvo
sus deseos y nunca la tocó. Además, como nunca antes había tenido relaciones
sexuales con ella, él la engañó sin miedo y terminó con ella sin ninguna preocupación.
En su relación, Delia fue la única persona que fue sincera y la única que terminó
lastimada.

Entre tanto, había otro hombre en la misma ciudad que estaba soñando con ella.

Al inicio, el Grupo Larramendi comenzó sus negocios con las armas de fuego antes de
cambiar a la propiedad inmobiliaria. Sus negocios ahora cubrían servicios financieros,
aviación, transporte, defensa, investigación científica y venta minorista. Las únicas dos
industrias en las que ellos no habían incursionado eran la del entretenimiento y la del
cine y la televisión.

La razón por la cual el Grupo Larramendi no había incursionado en la industria del


entretenimiento era porque al abuelo de Manuel, Alberto Larramendi, quien dirigía el
grupo, no le interesaba eso. Ahora que Manuel iba a tomar las riendas del grupo, él, por
supuesto, pensaría en expandir los negocios.

Su asistente, Saúl Zulueta, sabía lo que tenía en mente. Además, Alberto Larramendi le
había dado permiso para hacer todo lo que él quisiera. En cuanto a Miguel
Larramendi…

Manuel recordó que su hermano, Miguel, era arquitecto; así que no planeaba contarle
sobre su idea de expandir el negocio familiar a la industria del entretenimiento.
Además, el propio trabajo de Miguel era suficiente para mantenerlo ocupado.

Decidió que sería mejor para él disminuir la carga de trabajo de su hermano. Después
de todo, Miguel todavía estaba ayudándolo con el proyecto de Villa Occidental.

Siempre que Manuel tenía tiempo libre, sacaba su teléfono y comenzaba a escribir un
mensaje de texto, pero nunca lo enviaba. Porque sabía que incluso si enviaba el
mensaje, Mariana no iba a saber quién era él.

Desde que Mariana se fue al País K, él le había pedido al Señor López que le dijera que
regresara lo antes posible, pero ella solo le dijo al Señor López que quería permanecer
allí por dos meses porque era un lugar divertido.

¿Qué más podía hacer él para persuadirla de que regresara a casa? La persona que
Manuel más quería en el mundo era Mariana, así que todo lo que él deseaba era que
ella fuera feliz. Incluso aunque la extrañaba muchísimo, ella solo estaba enfocada en
divertirse, así que él solo podía dejarla tranquila y controlar sus emociones.
Después de terminar el trabajo esa tarde, Saúl agarró una tableta en sus manos y con
meticulosidad informó el itinerario del día a Manuel.

—El director del Grupo Juárez hizo una cita para cenar con usted a las 6 de la tarde. Se
encontrará con él en la habitación VIP número 808, en el segundo piso del
popularidadel Ribera —dijo Saúl.

Al principio, Manuel no quería ocuparse de la invitación del Grupo Juárez, pero su


abuelo personalmente lo llamó y le dijo que ellos le debían un favor, y que el director
era un buen amigo suyo. Ahora que el Director Juárez quería verlo, Manuel debía
aceptar la invitación como un gesto de cortesía. Además, él acababa de entrar en el
mundo del negocio, por eso había aceptado esa invitación.

Cuando Manuel y Saúl entraron en la habitación 808 del segundo piso del
popularidadel Ribera, vieron que el Director Juárez ya estaba ahí y que había traído a
una mujer consigo.

El director vio que Manuel entró en la habitación, así que se levantó. La mujer a su lado
también se puso de pie con prisa mientras le sonreía a Manuel con amabilidad.

Sin embargo, Manuel solo miró a la mujer una vez antes de volverse hacia el Director
Juárez. La única razón por la que él se había molestado siquiera en mirarla fue porque
pensó que le resultaba familiar.

—Presidente Larramendi, mucho gusto. ¡Ella es mi hija mayor, Sofía Juárez! —dijo el
director mientras le extendía la mano a Manuel. Aunque era mayor que Manuel, él lo
trataba con respeto.

Era un hombre que pasaba los cincuenta años. Tenía varios mechones de canas en su
brillante cabello peinado y su rostro estaba marcado por los años de batallar en el
mundo del negocio.

Con las órdenes de su abuelo en la cabeza, Manuel tuvo que forzar una sonrisa y
estrechar la mano del director con educación, sin importar lo mucho que odiara lo que
estaba haciendo.

—Mucho gusto en conocerlos, Director Juárez, Señorita Juárez.

Sofía frunció sus rojos labios con ligereza. Las comisuras de estos se curvaron hacia
arriba, pero sin mostrar sus dientes. Tenía un aspecto reservado y elegante.

Esa noche ella se había puesto, a propósito, un vestido de noche morado, escotado y
con la espalda abierta, y llevaba su cabello recogido. La parte delantera del vestido
dejaba al descubierto su escote, mientras que la espalda se veía hermosa y sexy. Su
maquillaje era exquisito, pero sencillo, y su piel era tan blanca como la porcelana de la
mesa del comedor.

Incluso Saúl, quien estaba parado junto a Manuel, podía decir que la Señorita Juárez se
había tomado su tiempo para vestirse tan solo para verlo a él. «Estoy seguro de que
ella tiene motivos ocultos. ¡Seguro está aquí para seducir al Presidente Larramendi!».

Tan pronto se sentaron, el Director Juárez comenzó a enumerarle a Manuel las buenas
virtudes de su hija. Ella era inteligente, bella y provenía de una buena familia. ¿Qué
hombre no se sentiría atraído por una mujer como ella? Cuando él elogiaba a su hija,
era como si estuviera hablando de su enamorada.

—Mi hija sobresale en todo. Ella acaba de regresar porque culminó su maestría en otro
país, pero creo que no será capaz de crecer si se queda a mi lado. Quiero que deje la
empresa de la familia y que gane experiencia fuera de esta, pero me preocupa que sea
intimidada por hombres malvados. Sin embargo, con la garantía de Alberto
Larramendi, sé el tipo de persona que es usted. Es por eso que deseo encomendarle a
mi hija con la esperanza de que ella pueda adquirir más conocimientos profesionales
al trabajar con usted.

—Director Juárez, usted tiene un elevado concepto de mí. Solo soy un hombre que
acaba de entrar en el mundo de los negocios y existen todavía muchas cosas sobre las
que necesito pedirle consejo. No estoy calificado para enseñar a nadie. Señor, debería
buscar a alguien que tenga más experiencia para guiar a la Señorita Juárez —rechazó
Manuel con mucho tacto y una sonrisa cortés.

Al escuchar esto, la expresión del director cambió enseguida. Entonces, entrecerró sus
ojos e intercambió una mirada con Sofía.

Ella, al instante, tomó su copa de la mesa y se levantó para hacer un brindis por
Manuel.

Cuando Manuel vio esto, tomó la copa de la mesa con educación.

Entonces Sofía se inclinó para brindar con Manuel y con una suave sonrisa y una
agradable voz dijo:

—Manuel, el Grupo Larramendi es conocido a nivel mundial. La primera empresa que


yo deseo tener en mi currículum es esa. Además, se acerca mi cumpleaños, así que
espero pueda cumplir mi deseo.

Sus palabras demostraban que ella había investigado acerca de Manuel Larramendi,
incluso conocía su nombre completo. Además, lo había llamado «Manuel» en un tono
afectuoso.

Ni siquiera Saúl pudo evitar burlarse de ella en su interior. «El Joven Larramendi es
solo un año mayor que tú. ¿Por qué le hablas así? Lo haces lucir muy viejo».

Saúl estaba habituado a trabajar junto a Alberto Larramendi, por eso no sabía lo que
significaban el tono y las acciones de Sofía. De hecho, solo ella conocía que Manuel
era el hermano mayor de Miguel. Ni siquiera el Director Juárez sabía que Miguel era un
hijo bastardo. Para ser más exactos, las personas fuera de la familia Larramendi no
conocían esto.

—El Grupo Larramendi siempre le ha dejado el proceso de captación al Departamento


de Personal. Si la Señorita Juárez está en realidad interesada en trabajar en el grupo,
mañana puede llevar allí su currículum. —Aunque ellos estaban a la mesa, Saúl no
olvidó su deber y habló antes de que Manuel pudiera contestar.

Manuel solo sonrió con educación y no dijo nada.

Sofía se sintió un poco avergonzada y dijo con rapidez:


—Bien, entonces, prepararé mi currículum cuando regrese a casa luego. Con la ayuda
de Manuel creo que en el Departamento de Personal del Grupo Larramendi me tratarán
bien.

Saúl no supo cómo responderle.

Manuel levantó su copa y brindó con Sofía antes de beberse todo el vino tinto de un
solo trago. Ella levantó un poco su cabeza y, con elegancia, dio un pequeño sorbo.
Mientras bajaba la copa que tenía en su mano se sentó despacio en su asiento.

Entonces, el Director Juárez movió su mano para darle la vuelta a la bandeja giratoria y
se aseguró de que el plato más caro estuviera frente a Manuel. Con una sonrisa
halagadora, él dijo:

—Vamos, vamos. Presidente Larramendi, pruebe este plato. ¡Es el plato estrella del
chef del hotel!

Antes de que Manuel agarrara sus cubiertos, Sofía tomó la iniciativa y utilizó el cuchillo
y el tenedor comunes para seleccionar un trozo de trufa negra francesa antes de
servirlo en el tazón de Manuel. Mientras ella hacía esto, incluso se inclinó un poco con
intención. Su cuerpo rozó la mesa y reveló su bello escote.

Incluso Saúl, quien estaba sentado al otro lado de Manuel, pudo verlo con claridad.
Solo se podía imaginar la magnitud de las acciones de Sofía. «¡Esta mujer está
seduciendo descaradamente al Joven Larramendi!», pensó mientras le lanzaba una
mirada vacilante a Manuel.

Sin embargo, la concentración de Manuel no estaba en la joven en lo absoluto. Él


estaba mirando con calma la trufa negra francesa en su tazón, mientras fruncía el
ceño con suavidad. Después de que las trufas negras francesas se cocinan, emiten un
olor que provoca que las personas deseen tragarlas todas de un bocado. Era obvio que
el Director Juárez tenía motivos ocultos detrás de esta cena.

Manuel tenía la sensación de haber visto antes a Sofía, pero solo pensó que la había
visto en algún lugar público y no podía recordar quién era ella en ese momento.

—Manuel, ¿no le gusta? ¡Entonces cortaré un pedazo de paté de hígado para usted! —
Era como si Sofía fuera muy buena leyendo los rostros de las personas. Con rapidez,
ella tomó el plato vacío de porcelana que estaba frente a ella e hizo ademán de
cambiarlo por el de Manuel.

¿Cómo podría haber algún hombre que no estuviera tentado a estar con una mujer tan
considerada? Por desgracia para ella, Manuel era uno de ellos. Él no se burló de ella en
secreto, pero tampoco se dejó engañar fácilmente por sus acciones. La razón por la
que no se burló de ella fue porque la respetaba como mujer y no era alguien que se
dejara seducir con facilidad, pues tenía autocontrol.

Sofía era una mujer muy bella. Incluso Saúl no podía evitar lanzarle miradas y tragar en
seco.

—Gracias, yo mismo me serviré. Señorita Juárez, por favor disfrute la cena —la rechazó
con cortesía Manuel y tomó algunos bocados. En realidad, la alta cocina francesa no
era de su agrado.
Por supuesto, Sofía sabía que debía detenerse. Después de todo, ella sabía que, si
hacía demasiado, se estaría excediendo. Ningún hombre amaría a una mujer que fuera
controladora. ¡Era sentido común!

A mitad de la cena, la joven se levantó y fue al baño. Sin embargo, después de un largo
tiempo ella no regresaba; su padre, el Director Juárez, había comenzado a
preocuparse.

Cuando Manuel vio la mirada en el rostro del director, le ordenó a Saúl que saliera y la
buscara.

Cinco minutos después, Saúl regresó a la habitación, pero Sofía no volvió con él.

—Joven Larramendi, le pedí a una camarera que la buscara en el baño, pero no la vio —
reportó Saúl con seriedad.

Al escuchar esto, el Director Juárez comenzó a entrar en pánico con rapidez y frunció
el entrecejo. Luego, bajó el tenedor y el cuchillo que tenía en sus manos y sacó
apurado su teléfono para llamar a Sofía. Sin embargo, incluso cuando dio timbre, nadie
contestó. El director colgó y volvió a llamarla. Con una mano trataba de localizar a su
hija, mientras que con la otra se frotaba el muslo con ansiedad.

Manuel se percató de que el director no estaba fingiendo, por eso se levantó de su


asiento y lo consoló:

—No se preocupe, Director Juárez. Yo iré a buscarla.

—Pero… —El director miró a Manuel con una expresión de vergüenza en su rostro.

Manuel lo ignoró, se volvió hacia Saúl y ordenó:

—Quédate aquí y acompaña al Director Juárez.

—¡Sí, señor! —asintió Saúl con respeto.

Después de que Manuel dejó la habitación, el director miró a Saúl con ansiedad y
preguntó preocupado:

—¿Crees que el Presidente Larramendi…? ¿Puede encontrar de verdad a mi hija? —Por


dentro, él estaba temblando de miedo.

Con anterioridad, un secuestrador había raptado a su hija menor, Yamila Juárez, e


incluso lo amenazó para que pagara un rescate. Sin embargo, Yamila era su hija
ilegítima. Como su esposa legal lo estaba vigilando, él no se atrevió a sacar dinero
para pagar por su rescate, por lo que, al final, llamó a la policía.

Sin embargo, Sofía era diferente; ella era la hija adorada de su esposa. Si algo le
sucedía, ¿cómo sería capaz de enfrentar a su esposa? El director comenzó a aterrarse
en secreto. «¡¿Por qué estos secuestradores están tan obsesionados conmigo
últimamente?!».

—¡No se preocupe! Con el Joven Larramendi aquí, la Señorita Juárez estará bien —dijo
Saúl para consolarlo.

Manuel fue directo a la sala de vigilancia del hotel y revisó todas las cintas. Después
de averiguar el paradero de Sofía, le hizo una llamada a Karel.
—¡Karel, abre un canal verde para el propietario del auto con matrícula XX y ordena a
todos los autos de policía cercanos que escolten a ese auto!

Con solo una llamada telefónica y una orden de Manuel Larramendi, esa noche, la
autopista que conducía al Hospital Central se había llenado del sonido de las sirenas
de la policía.

Los autos de policía le abrían el camino a un auto de lujo. Cada vez que algo semejante
sucedía, los medios de comunicación tenían muchas maneras de contar la historia, e
incluso, podían llegar a los titulares de las noticias en tendencia en tiempo real.

Un camarero empujó y abrió la puerta de la habitación VIP y Manuel entró. Al verlo, el


Director Juárez se levantó con inmediatez y le preguntó preocupado:

—Presidente Larramendi, mi hija…

—Ella está bien. Estará pronto de regreso. Director Juárez, todo lo que tiene que hacer
es esperar con paciencia. —El tono de Manuel era más suave que antes. Ahora mismo,
si se comparaba con su anterior actitud fría, él parecía haber cambiado su opinión con
respecto al director y su hija.

Cuando Saúl notó la gran diferencia en la actitud de Manuel hacia la familia Juárez, no
pudo evitar preguntarse:

«No sé lo que hizo la Señorita Juárez. De alguna forma, su desaparición hizo que el
Señor Larramendi cambiara su opinión sobre ella».

Sofía volvió a la habitación una hora después… ¡Su padre estaba conmocionado
cuando la vio! Ella era un completo desastre cuando se apareció en la entrada de la
habitación VIP. El sudor de su rostro había arruinado su delicado maquillaje y su caro
vestido de noche morado estaba manchado de sangre.

Cuando su padre volvió en sí, corrió hacia ella con rapidez. Incluso cuando por
accidente se golpeó la rodilla con la silla, no se molestó en mirar. Él caminó directo
hacia su hija y sostuvo sus brazos. Con una mirada de angustia en su rostro,
tartamudeó:

—¡Cariño! ¿Q… Qué pasó…?

—¡Papá, estoy bien! —Sofía colocó su mano en el dorso de la áspera mano de su padre.
Después de que ella terminó de consolar a su padre, miró a Manuel para disculparse—:
Presidente Larramendi, lo siento tanto.

—¿Dónde estabas? Desapareciste por tanto tiempo. ¿Y por qué hay manchas de sangre
en tu vestido? —preguntó finalmente el Director Juárez, sin poder controlar su
curiosidad por más tiempo.

Sofía frunció sus labios antes de mirar a Manuel, quien lucía majestuoso y distante.
Entonces, con una sonrisa tímida, ella dijo con cortesía:

—Papá, ¡de verdad estoy bien! Presidente Larramendi, discúlpeme, me iré ahora. Siento
que haya tenido que verme así.
Ella, ahora, fue mucho más educada y distante en comparación con la manera en la
que lo había llamado: «Manuel». Después de todo, ella era una mujer consciente de sí
misma, que sabía cómo interpretar el ambiente y controlar sus acciones.

El director miró con impotencia a su hija antes de regresar a su asiento para


acompañar a Manuel. Después de todo, este era hoy su estimado huésped.

Aunque Manuel no miró más a Sofía, su fría actitud anterior había cambiado, en ese
momento, él parecía calentar el ambiente en la habitación VIP.

—¿En qué te especializas?

—En arquitectura, pero la escuela en la que estudié fuera del país no es tan buena, por
eso no tengo muchas habilidades. —Aunque ella no fue clara al respecto, le dijo lo más
importante.

Manuel entrecerró sus ojos y con calma dijo:

—Ve y preséntate mañana en el departamento de personal de la Empresa de Desarrollo


Inmobiliario Armonía. Voy a coordinar para que mi hermano te ayude.

—¡¿Tu hermano?! —Sofía pestañó con una mirada de asombro en su rostro. Ella ya
conocía sobre Miguel Larramendi, pero fingió no tener ni idea.

—Él es el director general allí y se especializó también en arquitectura. Aunque solo


tiene dos años de experiencia es realmente bueno. ¡Vas a aprender mucho de él! —dijo
despacio Manuel.

Sofía estaba tan feliz que saltó y aplaudió como una niña pequeña e inocente. Con una
dulce sonrisa y una voz suave, ella dijo:

—Manuel, ¡muchas gracias!

Él no le contestó. En su lugar, se levantó y, con educación, se inclinó delante del


director antes de decir:

—Director Juárez, muchas gracias por esta maravillosa cena. Me voy ahora.

—¡Lo acompañaré! —Los labios del director se curvaron en una sonrisa mientras se
levantaba con premura y le mostraba la salida.

Manuel asintió y lo rechazó con cortesía:

—Director Juárez, no es necesario que me acompañe. —Al decir esto, se volvió para
marcharse.

Saúl siguió su ejemplo sin vacilar.

Sofía observaba mientras Manuel se iba y una sonrisa maliciosa apareció en su rostro.

El Director Juárez caminó hacia ella y sin poder aguantar más su curiosidad, le
preguntó con impaciencia:

—Sofi, ¿qué te sucedió?

Ella miró a su padre y levantó sus cejas.

—Descifré la personalidad de Manuel antes de venir aquí.


—¿Qué tiene que ver eso con el desastre que eres ahora? —preguntó el director con
una confundida expresión en su rostro mientras utilizaba sus manos para frotar sus
sienes.

Sofía volteó los ojos y resopló antes de explicar:

—Con toda intención, busqué a una embarazada que estuviera a punto de dar a luz, a
un obstetra vestido como un huésped y a un par de transeúntes que esperarían a que
la embarazada comenzara su trabajo de parto en el hotel. A continuación, calculé la
hora y le pedí al obstetra que la inyectara para inducirle el parto. Entonces, la
embarazada, el doctor y los transeúntes irían al baño de forma intermitente alrededor
de la misma hora que yo. Sabía que te preocuparías si yo no regresaba por un largo
tiempo y que me llamarías lleno de ansiedad. Si nadie contestaba tu llamada,
definitivamente estarías tan nervioso que le pedirías ayuda a Manuel. Él es un hombre
inteligente, así que con rapidez pensaría en ir a revisar las cintas de vigilancia del hotel
para buscarme.

Lo que Manuel vio en las cintas fue que, después de que una embarazada salió del
baño, de repente, palideció y cayó al suelo. Cuando otras personas la vieron, todos se
fueron con rapidez, temerosos de meterse en problemas.

En el momento más crucial apareció Sofía. Después de que ella saliera del baño, vio a
la embarazada en cuclillas con una expresión de dolor en su rostro, así que con
premura se acercó a ella y le preguntó si estaba bien. Cuando supo que la mujer tenía
dolor abdominal y estaba a punto de dar a luz, Sofía tomó su teléfono e hizo una
llamada. Al mismo tiempo, ella miró alrededor para pedirle ayuda a quienes pasaban
por allí, mientras ella se quedaba al lado de la embarazada.

Cuando vio salir del baño al obstetra que ella había contratado, lo detuvo al instante y
le pidió ayuda.

Por supuesto, Manuel siguió sus movimientos en la cinta de vigilancia y los vio
ayudando a la embarazada a subir a su auto de lujo antes de dejar el hotel.

Desde el punto de vista de Sofía, todo esto fue planeado hasta el último segundo con
mucho cuidado. Sin embargo, para Manuel, lo que había sucedido había sido una total
coincidencia. Cada detalle reflejaba la calidez del corazón de Sofía al ayudar a otros.

Como era de esperar, las acciones heroicas de Sofía, sus locas habilidades para
conducir y el hecho de que incluso algunos autos de policía aparecieron y despejaron
el camino para que ella ayudara a llevar a la embarazada que estaba a punto de dar a
luz hacia el hospital, estaban en todos los titulares.

Generosa, perspicaz y decisiva, bondadosa, bella por fuera y por dentro… Durante la
noche, todos los elogios fueron empleados para describir a Sofía.

Sin embargo, la única desventaja había sido que Sofía nunca había esperado que la
embarazada diera a luz tan rápido y tuviera a su bebé en su auto de lujo. Por eso, el
asiento trasero de su auto estaba lleno de sangre, estaba sucio y asqueroso. Aunque
Sofía estaba asqueada, tuvo que tolerarlo y fingir que estaba muy preocupada por la
seguridad de la embarazada. Por fortuna, ella le había pedido al obstetra que
acompañara a la embarazada todo el tiempo y él había mantenido a la mujer y al bebé
a salvo. Sofía estaba dispuesta a cometer actos tan arriesgados y desesperados para
ganar el corazón de Manuel.

Después de que el Director Juárez escuchara la explicación de su hija, se quedó


boquiabierto y sin palabras. Él nunca imaginó que su hija pudiera tramar un plan tan
perfecto. Antes de ellos venir a cenar, su esposa le había ordenado que su hija, Sofía,
tenía que casarse con Manuel, el Señor de la familia Larramendi.

La posición de la familia Larramendi estaba casi en la cima de la pirámide social en la


Ciudad Buenaventura. Con su elevada y noble posición, ellos ni siquiera tenían que
preocuparse por casar a sus hijos con otras familias pudientes para consolidar su
fuerza y poder.

Por eso fue que la madre de Sofía le dijo que no debía mencionar el matrimonio. En
lugar de eso, ella debía aprender cómo conquistar el corazón de un hombre.

¿Qué hombre no estaría tentado a estar con una mujer que fuera bella, elegante, tierna
e inocente, bondadosa y atenta, bien educada, pero también dispuesta a trabajar y a
estudiar? ¡Ser parte de una familia pudiente también era una gran ventaja! ¡Ella era tan
perfecta, muchos hombres solo podían soñar estar con ella!

En un par de horas, Sofía había mostrado con éxito todas sus fortalezas frente a
Manuel.

De repente, el Director Juárez suspiró:

—Por desgracia, los rumores que hay sobre Manuel Larramendi, que dicen que no se
deja seducir con facilidad por una mujer parecen ser ciertos. ¡Es solo por esa razón
que pidió que tú te unieras a la filial del grupo e incluso le pidió a su hermano menor
que te guiara! No tengo idea de lo que está pensando.

Mientras Sofía escuchaba las tristes quejas de su padre, sus labios se curvaron con
ligereza; sus pensamientos eran indescifrables.

«¡Estoy segura de que esta noche Miguel Larramendi vio mis heroicas acciones en
televisión!».

No creía que Miguel sería tan cruel y malvado con ella. Al contrario, estaba segura de
que todavía estaba enamorado de ella. Después de todo, era perfecta. ¿Por quién más
se sentiría atraído que por ella?

En su interior, estaba segura de que solo la había rechazado porque estaba molesto
con ella. Por esto, mientras más frío era con ella, más sentía que él ocultaba su amor.
Aunque su madre le había ordenado que sedujera a Manuel, ella quería poseer los
corazones de ambos hermanos de la familia Larramendi.

«Manuel y Miguel, yo, Sofía, conquistaré sus corazones».

Si los dos hermanos estuvieran enamorados de ella y a sus pies, ella sería el centro de
atención. Este mero pensamiento la hizo sentir como una reina en la cima de la
pirámide social.

Después de todo, ella había conquistado los corazones de muchos hombres durante el
tiempo que estuvo fuera del país. Todosí había todo tipo de hombres, pero ninguno de
ellos consiguió conquistar su corazón. Ella era su diosa y ellos la amaban tanto, que
seguirían con obediencia cada una de sus órdenes.

En la televisión, el reportero estaba hablando sobre las noticias referentes a Sofía


Juárez. Aunque mostraban fotografías que fueron tomadas por teléfonos móviles, el
rostro de la joven era tan radiante como el de una popular estrella femenina.

Miguel tenía el mando a distancia en sus manos y cuando vio aparecer a Sofía en
televisión, no pudo evitar fruncir las cejas. Justo cuando estaba a punto de apagar el
televisor y dirigirse a la cama, Delia lo detuvo con rapidez y le arrebató el mando de las
manos.

Cuando Delia vio a Sofía en televisión, suspiró y la elogió con sinceridad:

—¡Esa muchacha es tan bonita y bondadosa! ¡Salvó a una mujer y a su bebé! Y su auto
luce muy caro, pero ella no se preocupa en lo absoluto por el desorden. Solo sigue
preguntando si la madre y el hijo están a salvo.

—Voy a dormir. También deberías ir a la cama temprano. —Miguel frunció las cejas y
se volteó antes de levantarse del sofá e irse.

Cuando Delia se viró para mirarlo, vio su alta figura caminando hacia su habitación.

En ese momento, Miguel tenía sentimientos encontrados.

«Han pasado cinco años y Sofía es todavía tan amable como la recuerdo. Ella nunca
cambió… Lo que ella me dijo ese día, de que todavía me ama… ¿Podría ser cierto?
Espera, es muy tarde ahora. ¿Por qué debería importarme si todavía me ama?».

Miguel se acostó en la cama y dio vueltas sin poder quedarse dormido.

Después que Delia terminó de ver las noticias, apagó la televisión y caminó rumbo al
dormitorio de Miguel para desearle las buenas noches.

Solo cuando Miguel escuchó su voz, dejó de pensar en su primer amor, Sofía.

—Buenas noches —contestó él con amabilidad.

Delia sonrió con dulzura antes de dirigirse despacio al dormitorio contiguo. Aunque
ellos dormían en habitaciones separadas, ambas puertas estaban abiertas.

Miguel nunca antes había cerrado su puerta, así que ella lo imitaba y mantenía su
puerta abierta. Estaban separados solo por una pared y ella incluso se sentía
bendecida de poder escuchar el ligero sonido de su respiración en la oscuridad de la
noche.

Mientras, Miguel seguía muy confundido. Acostado de lado en la cama, colocó la


cabeza sobre una mano; sus ojos oscuros brillaban en la poca iluminada habitación.
Tenía que admitir que después de ver la amabilidad de Sofía en televisión, de repente,
una oleada de tensión surgió y perturbó su calmado corazón. Sin embargo, el motivo
de la oleada apareció frente a él en poco tiempo.

Al día siguiente, en la oficina del director general en la Empresa de Desarrollo


Inmobiliario Armonía.
Sofía Juárez apareció en la puerta de la oficina con su cabello rizado recogido en una
coleta, luciendo un bonito flequillo ladeado, maquillaje delicado y labial rojo. Llevaba
una chaqueta blanca y negra con una falda ajustada a la piel, medias color carne y
tacones negros.

El corazón de Miguel se aceleró cuando la vio.

Sofía había logrado mezclar los encantos únicos de una muchacha joven y una mujer
madura, al mostrar con éxito toda su belleza frente a los hombres en la oficina.

Incluso el asistente de Miguel, Basilio, se sintió tan atraído por ella, que no se percató
de que su vaso de agua estaba lleno hasta el borde. Solo cuando el agua caliente
quemó su mano, su mirada y sus pensamientos se alejaron de la joven.

Al escuchar el sonido que provocó Basilio al quemarse con agua caliente, Miguel volvió
en sí. De reojo, vio a Basilio agarrar con apuro algunas toallas desechables para secar
el agua que se había derramado sobre la mesa del café.

—No tenemos nada de qué hablar. Por favor, márchate. —Miguel frunció los labios
mientras arrugaba el entrecejo ligeramente. Arrugó el entrecejo molesto, pero a la vez
parecía que trataba de ocultar su pánico.

—Querido señor, ¡estoy aquí para aprender de ti! —Los rojos labios de Sofía se curvaron
hacia arriba y, con la cabeza elevada, caminó con gracia hacia el escritorio de Miguel
paso a paso.

Él se sentó en su silla y miró hacia arriba, en dirección a Sofía, mientras continuaba


arrugando la frente.

Un timbre melodioso sonó… El timbre no era del teléfono de Delia, por eso ella buscó
alrededor y encontró el móvil de Miguel bajo la almohada en la cama de su habitación.
En el identificador de llamadas se podía leer «hermano».

Como Miguel todavía no había presentado a Delia en su familia de forma oficial, ella
pensó que era mejor si no contestaba.

«Miguel dejó su teléfono en casa. ¿No perderá llamadas importantes?». Agarró de


inmediato el celular, recogió sus llaves y su móvil y salió de la casa.

El Condominio Armonía no estaba lejos de la Empresa de Desarrollo Inmobiliario


Armonía. Solo estaba a veinte minutos a pie. Cuando Delia llegó a la empresa, había
una gran multitud frente a la entrada. Una docena de hombres y mujeres se empujaban
unos a otros. Todos vestían trajes formales y asentían y le hacían reverencias a la
persona parada en el centro.

Al moverse la multitud, Delia vio al hombre que ellos rodeaban. Era alto y delgado y
vestía un traje gris a la medida que hacía lucir sus piernas más largas.

Ella pensó que la silueta de ese hombre le parecía un poco familiar, pero estaba
apurada, por lo que no tenía tiempo de preocuparse por cosas como esas. Con rapidez
caminó detrás del grupo de personas y del hombre del traje gris que entraban en el
edificio.
Mientras caminaba, pudo escuchar que las personas saludaban con respeto:
«Presidente Larramendi». Pronto, logró entrar en el edificio, pero justo cuando estaba a
punto de dejar el grupo, vio sin querer el perfil del hombre que iba al frente.

«¡Es él!».

Al pensar en el hombre que salvó aquella noche y en cómo sus íntimas acciones la
hicieron sonrojar y su corazón palpitaba cada vez que se encontraban, Delia
instintivamente le dio la espalda y trató de escapar.

Manuel avanzaba y, de repente, vio de reojo una figura que lucía como «Mariana» y se
detuvo. Al hacerlo, todos los que estaban detrás también se detuvieron. Él se volvió y
todos permanecieron quietos, solo esa figura, con la que estaba muy familiarizado, se
alejaba de él poco a poco. No pudo evitar paralizarse y su corazón dio un vuelco.
Sentía que, si la dejaba ir, la perdería para siempre…

—¡Detente ahí!

Una orden fuerte resonó por todo el lugar. Aunque era él quien estaba ansioso por
impedir que la mujer desapareciera de su vista, la tranquilidad de su apuesto rostro
hacía imposible que alguien viera lo asustado que en realidad estaba.

Cuando Delia escuchó la orden, se detuvo, inquieta.

«¿Será posible que ese hombre me haya reconocido?».

¡Din!

Era el elevador. Cuando las puertas se abrieron, todos centraron su atención en las
personas que salieron de este.

—Manuel, ¿por qué no me dijiste que venías? —Miguel salió del elevador y de inmediato
vio a su hermano parado en el centro de la recepción, así que sonrió y lo saludó.

Manuel se volvió para mirar a Miguel, quien caminaba hacia él, pero cuando se giró
para buscar otra vez a esa muchacha, había desaparecido.

«¡¿Mariana?!».

Manuel miró entonces a su alrededor, tratando de encontrarla. Cuando Miguel vio que
su hermano lo ignoraba, no pudo evitar molestarse, pero ese sentimiento desapareció
rápido. En lugar de eso, se burló:

—Manuel, ¿buscas a alguien? ¿Necesitas mi ayuda?

—No, no es nada. Probablemente la confundí con otra persona —replicó Manuel


distraído.

«Mariana está en el País K y todavía no ha regresado. Aunque hubiera regresado,


estaría en la Mansión Colina en Ciudad Ribera. ¡¿Por qué estaría en Ciudad
Buenaventura?! La debo estar extrañando tanto que confundí a Mariana con una
muchacha de figura similar».

—Manuel, ahora que estás aquí, te haré un informe de la situación actual de la Empresa
de Desarrollo Inmobiliario Armonía —dijo Miguel con una sonrisa, su comportamiento
mostraba un profundo respeto hacia su hermano.
Quizás esta era la diferencia entre el hermano mayor y el menor. Todos podían
constatar que, frente a Manuel, el futuro heredero del Grupo Larramendi, Miguel tenía
que ser humilde.

Después que Manuel y los otros subieron al elevador, Delia salió despacio de atrás de
un inmenso jarrón en la esquina de la recepción. Como estaban tan alejados, ella no
oyó lo que esas personas conversaban y ni siquiera vio a Miguel.

«¡Por suerte logré escapar hace un momento! Parece que el hombre me vio…».

Delia quería salir y buscar a Miguel, pero tenía miedo de encontrarse otra vez con ese
hombre, por eso decidió rendirse y regresar a casa.

La razón por la que se ocultaba de ese hombre era porque estaba avergonzada.
Después de todo, era ahora una mujer casada. Debía mantener una distancia con otros
hombres y no debía tener ninguna relación ambigua. Sin embargo, ese señor siempre
era íntimo con ella cada vez que la veía y nunca tuvo la oportunidad de preguntarle la
razón. Tenía miedo de que el hombre la «acosara» de nuevo, por eso estaba
determinada a mantenerse alejada de él.

«¿Por qué no…?», Delia tuvo un pensamiento repentino. «La próxima vez que me
encuentre a ese hombre, voy a fingir que no lo conozco. ¡De esa manera es probable
que deje de meterse conmigo!».

Entretanto, Manuel, en su interior, tenía la sensación de que Mariana estaba bien cerca.

Miguel acompañó a Manuel a visitar cada departamento en la empresa para verificar


su trabajo. Sofía los siguió también. Cuando Manuel le dijo a su hermano que lo había
llamado, pero que nadie respondió, este se revisó los bolsillos y se percató de que
había dejado su teléfono en casa.

En cuanto a la repentina aparición de Sofía en la oficina esa mañana, cuando Miguel


supo que su hermano mayor la había ubicado allí, dejó de hablar sobre el asunto.
Después de todo, tenía que obedecer sus órdenes incluso si no quería. Por este
motivo, se vio forzado a permitir que Sofía se quedara y fuera su aprendiz.

Sofía trataba a los hermanos casi de la misma manera. Ella no alababa a Manuel ni
menospreciaba a Miguel. Trataba a ambos como sus superiores, lo que hacía que los
demás pensaran que era inteligente al manejar relaciones.

Sin embargo, a los ojos de Miranda, ella era una z*rra que estaba seduciendo a los dos
a la misma vez. Consideraba que Sofía era un adefesio y en secreto había comenzado
a pedir a otros colegas que la dejaran sola.

Sin embargo, ella nunca pensó que Sofía iba a superarla.

Sofía ya había hecho un regalo a sus colegas el primer día que se unió a la empresa.
Además, a causa de las noticias que circulaban sobre ella al ayudar a esa embarazada,
se había convertido en una sensación de las redes y los internautas incluso la habían
nombrado «la conductora más bella».

Ella les agradaba mucho a sus colegas femeninas y qué decir de los hombres. Por
supuesto, todos querían ser amigos de una mujer que era reconocida públicamente
por ser una persona bondadosa. Es por eso que los repentinos rumores que esparció
Miranda la hicieron parecer ridícula.

Aunque las personas simulaban estar de su lado, en secreto le contaban a Sofía. Ella
provenía de una familia adinerada y su trabajo en la Empresa de Desarrollo Inmobiliario
Armonía había sido coordinado de forma personal por Manuel, el futuro heredero del
Grupo Larramendi. Por supuesto, ella no era un blanco fácil como para que la
molestaran, al contrario de Miranda, quien solo podía trabajar duro para ser exitosa.

Miranda tenía tanta envidia, que no estaba usando su ingenio en lo absoluto.

Sofía se sentó en el pequeño comedor de la oficina e hizo café para sus colegas, y
cuando los escuchó decir que Miranda le tenía inquina, solo sonrió.

—El Director General Larramendi es atractivo, soltero y trata bien a sus subordinados.
¿No es algo positivo que sea tan agradable? Además, nuestra atracción por el Director
General Larramendi es pura estima. Somos prácticamente sus admiradores. Por eso,
no es necesario molestar a alguien por el bien del director. En lugar de eso,
deberíamos unirnos y realizar bien nuestro trabajo para mejorar el desempeño de
nuestro equipo y hacer que la empresa mejore.

—¡Tienes razón! En el pasado, la Señorita Salazar, con toda intención, le dificultó las
cosas a una colega cuando vio que se estaba acercando mucho al Director General
Larramendi y, al final, ¡se las ingenió para ahuyentarla! —dijo muy emocionada una
mujer sentada frente a la mesa redonda, mientras tomaba su café.

Otra colega también habló y cotilleó:

—Hace algún tiempo, una interna que todavía no se había graduado, vino al
Departamento de Diseño, como recomendación del Director General Larramendi.
Cuando la Señorita Salazar escuchó sobre esto, ¡le pidió a la Señorita Sánchez que le
dificultara las cosas a la interna!

—¿Qué pasó después? —preguntó Sofía, incapaz de aguantar su curiosidad. Ella no


podía creer que Miguel le diera un trabajo a una estudiante.

La colega continúo:

—Aunque la interna se las arregló para resolver las tareas de la Señorita Sánchez, ella
plagió un dibujo de Sara Cortez, otra colega del Departamento de Diseño. La Señorita
Sánchez estaba tan molesta, que la despidió de la empresa para poder proteger el
prestigio de la compañía.

—¡Entonces esa interna no tiene buena moral! —Sofía estaba complacida en secreto.
Sus labios se curvaron de forma inadvertida antes de tomar su café y dar un sorbo.

—¿El Director General Larramendi no ayudó a la interna a probar su inocencia? ¡Al final,
incluso le pidió al Departamento Legal que demandara a Sara Cortez! —agregó otra
colega.

—¡Oh, sí! ¡Tienes razón! ¡El Director General Larramendi personalmente ayudó a la
interna a demostrar su inocencia! ¡Él es, en verdad, una buena persona!

—¡El Director General Larramendi trata bien a sus subordinados!


El resto de las personas alrededor de la mesa estaban ocupados elogiando a Miguel,
mientras que Sofía estaba pensando en la interna de la que ellos acababan de hablar.

—¿Cuál era el nombre de la interna? —preguntó Sofía, simulando despreocupación.

La colega se detuvo y pensó por un momento antes de decir:

—Si no me equivoco, su nombre era De… ¡De y algo más!

—¡Su nombre es Delia Lima! —dijo otra colega con una risita.

—¡Así es! ¡Delia Lima!

—De hecho, ella es una persona muy agradable. Se comporta bien, es entusiasta,
trabajadora y ambiciosa.

—Por desgracia, ¡no tiene a nadie que la respalde!

—Escuché que ella es novia de Basilio, el asistente del Director General Larramendi.

—¡Creo que son solo falsos rumores! ¿Por qué le gustaría a Basilio?

—¡Escuché que es de una familia muy pobre!

Sofía sonrió y no dijo nada más.

«Delia Lima…». Por alguna razón, ella recordó el nombre al instante.

Delia fue al mercado, compró algunos víveres y estornudó en el momento en el que


salía del elevador. Mientras se frotaba la nariz, miró hacia arriba y vio a dos hombres
de traje parados frente a su casa y, de repente, tuvo una sensación inquietante.

Cuando uno de los hombres vio que Delia caminaba hacia ellos, con expresión seria en
su rostro, él preguntó:

—Disculpe, ¿es esta la casa del Señor Miguel Larramendi?

Delia frunció los labios y con voz suave preguntó:

—¿Quiénes son ustedes?

—Somos…

¡Din!

Ellos escucharon el sonido del elevador que llegaba, y cuando Delia vio a Miguel salir
de este, con rapidez fue hacia él.

Cuando su esposo vio a los dos hombres, frunció el entrecejo antes de sonreír con
tranquilidad y dijo:

—Entren.

Delia, al ver que Miguel parecía conocer a estos dos hombres, solo se atrevió a sacar
sus llaves y usar su huella dactilar para abrir la puerta. Después que Miguel dejara
pasar a los hombres a la casa, los llevó a la sala y les pidió que tomaran asiento.

Ella fue a la cocina y colocó los víveres dentro del refrigerador antes de preparar té
para los dos invitados. Después de servir el té y entregarle a Miguel su teléfono, este le
pidió que se quedara en su habitación. Ella no dijo nada. Solo asintió como respuesta
antes de regresar a su habitación.

Uno de los hombres no pudo evitar elogiar a Delia delante de Miguel por su inteligencia
y delicadeza. Incluso dijo que era un milagro que él hubiera encontrado con facilidad
una muchacha tan bella y educada después de haber estado soltero por tantos años.

Aunque había pensado que Delia era su novia, en ese momento, Miguel solo lo
escuchó con una sonrisa en el rostro mientras los dos hombres continuaban
conversando.

Naturalmente, Delia tenía curiosidad por saber de qué hablaban los tres hombres en la
sala, por eso ella permaneció cerca de la puerta y escuchó. Sin embargo, solo podía oír
sus voces; no podía entender lo que decían. En medio de la plática, ella incluso
escuchó a Miguel rugiendo y vociferando con furia. Parecía que algo terrible hubiera
pasado.

Delia estaba un poco preocupada por su esposo. Quería verlo, pero tenía miedo de
causarle problemas. Por eso, caminaba ansiosa de un lado a otro en su habitación.
Solo cuando oyó el sonido de la puerta que se abría y se cerraba, como si los invitados
se hubieran marchado, ella se apuró, abrió la puerta de su habitación y salió.

Caminó hacia la sala y vio a Miguel con la corbata zafada. Estaba acostado en el sofá,
desanimado. Miraba al techo con la vista perdida, sin ganas de moverse; por eso ella
se sentó junto a él.

—Miguel, ¿pasó algo? —preguntó inquieta.

Los oscuros ojos de Miguel se entrecerraron, su mirada profunda e ilegible. De repente,


dijo con frialdad:

—Delia, ¡vamos a divorciarnos!

—Entonces, vamos a dormir juntos. —Miguel sonrió con suavidad al ver las mejillas
sonrojadas de Delia.

De repente, ella miró a los ojos de Miguel y no pudo evitar sentirse emocionada, su
corazón comenzó a acelerarse. Ellos habían estado durmiendo separados desde el día
en que inscribieron su matrimonio. En ese instante, en lo profundo, Delia se ilusionó un
poco. Ella esperaba con ansias quedar dormida en sus brazos, cómoda en su cálido
abrazo.

Después de que terminaron de mudarse, Miguel limpió un poco antes de fijarse en el


reloj de su muñeca y le dejó el resto de las tareas a Delia. Él tenía que ir a trabajar a la
oficina. Aunque la puerta estaba solo a unos pasos, Delia sonrió y lo acompañó hasta
allí, como siempre.

En el camino a la oficina, Miguel pasó por una casa de empeño que llevaba diez años
funcionando. Se detuvo frente a esta y dudó un poco antes de entrar.

Mientras se quitaba el reloj de la muñeca, sacó una caja rectangular de regalo de su


maleta de trabajo y colocó ambos en el mostrador. El propietario de la casa de
empeño, que estaba sentado frente al mostrador, tomó las dos cosas. Después de
mirarlas fijamente, dijo:
—30 000 por el reloj y 15 000 por el bolígrafo.

—¿Esa es su mejor oferta? —Miguel frunció el entrecejo descontento.

—Su reloj y su bolígrafo son, de hecho, de una buena marca, pero el 30% del precio
original se considera una buena oferta. Otras casas de empeño es probable que no le
ofrezcan ni el 20%. ¡Le ofrecerían solo el 10% del precio! —El propietario tenía una
expresión de molestia en su rostro.

Miguel frunció el ceño y lo consideró por un rato. Tenía que comenzar a pagarle al
banco a partir del próximo mes. Incluso si le entregaba todo su salario, no era
suficiente para saldar la deuda. Además, él y Delia necesitarían algún dinero para
pagar sus gastos. Por ella, empeñó su reloj y bolígrafo.

El reloj se lo había dado el amigo que huyó, después de que ganó su primer salario. El
bolígrafo fue un regalo de Sofía, se lo había dado seis años atrás cuando estaban
saliendo. Aunque ella provenía de una familia adinerada, en ese entonces le había
dicho que el dinero que había utilizado para pagar su regalo eran los ahorros que tenía
desde joven. Incluso había dicho que valía la pena gastar ese dinero en él porque lo
amaba.

Ahora que él pensaba en eso, se sintió un ser despreciable. No podía creer que
estuviera tan desesperado por sobrevivir como para empeñar un regalo de
cumpleaños que había recibido de su primer amor.

Justo cuando salía de la casa de empeño, Sofía dobló la esquina cercana y con
atención lo observó marcharse.

«¿Qué está haciendo Miguel en una casa de empeño?».

Después que desapareció de su vista, ella dio la vuelta, entró al lugar del que Miguel
acababa de salir y le preguntó al propietario sobre él.

Al inicio, el dueño no quiso decirle nada. Solo cuando ella sacó su tarjeta de crédito y le
dijo que quería comprar lo que fuera que Miguel hubiera empeñado, el señor le sonrió
con calidez.

—¡Creo que ese hombre necesita dinero con urgencia! —murmuró él mientras pasaba
la tarjeta de Sofía.

Al mirar el reloj y el bolígrafo en sus manos, Sofía entristeció de repente. No le


interesaba el reloj, pero sí el bolígrafo.

«Migue acaba de empeñar un regalo de cumpleaños que le hice. ¿Acaso esto significa
que ya no le importo? ¡No! ¡No puede ser! Migue todavía me ama. Debe estar en una
situación difícil y se vio forzado a empeñar el regalo de cumpleaños que le hice, por
desesperación».

Después de que el propietario terminó de pasar su tarjeta, se la devolvió, le entregó el


recibo y con educación dijo:

—¡Vuelva pronto, por favor!

Ella colocó su tarjeta de vuelta en el monedero y luego llamó a su hermano, José. Una
vez que él le contestó, dijo con rapidez:
—José, ayúdame a averiguar si Migue ha tenido alguna dificultad financiera
recientemente.

—¡Mi querida hermana! ¡¿Por qué estás pensando todavía en ese hombre?! ¡Deberías
concentrar tu atención en su hermano! Miguel es solo el hijo bastardo de la familia
Larramendi y no heredará nada del grupo —parloteó José sin detenerse.

Francamente, la razón principal por la que no quería que su hermana desperdiciara su


tiempo con Miguel era porque él creía que este era inútil e inservible. Ella sabía lo que
él pensaba. Desde que se difundieron las noticias sobre Manuel, que se retiraba del
ejército y entraba en el mundo del negocio, toda mujer de la alta sociedad se moría por
estar con él.

¿Quién no querría convertirse en la Señora de la familia Larramendi y tener casi la


mitad del grupo en su bolsillo?

Dejando a un lado las fortalezas de Manuel y su trasfondo familiar, su apuesto rostro y


su aura majestuosa eran suficientes para ganar los corazones de innumerables
mujeres. Incluso Miguel no era competencia para él.

Sin embargo, aun así, en lo profundo, Sofía todavía no podía dejar ir a Miguel.

«¿Por qué no me puedo olvidar de él? No soy la muchacha ingenua que una vez fui.
Incluso quiero conquistar el corazón de Manuel y convertirme en la Señora de la
familia Larramendi, pero ¿por qué no quiero dejar ir a Miguel? Por alguna razón, mi
corazón me duele cuando pienso que él se está olvidando de mí y que ya no le
importo…».

Sofía respiró profundo antes de responderle molesta a José:

—José, si todavía deseas que obtenga la atención de Manuel y que me case con él,
será mejor que me ayudes a descubrir la situación de Migue.

—¡Bien, te ayudaré! Ah, una cosa más. ¿Crees que Yamila tenga un <i>sugar daddy</i>?
Mi amigo me dijo que la vio subirse a un auto de lujo que vale decenas de millones,
pero el auto tiene una matrícula extranjera, así que no pude descubrir la identidad del
propietario. —Una vez más, José no pudo evitar cotillear con Sofía sobre Yamila, su
media hermana.

Desde que Yamila regresó a casa después del secuestro, la relación con su familia se
volvió más distante que antes. Su madrastra había impedido que su padre pagara el
rescate, así que Yamila la odiaba a muerte.

—No sé. Solo la he visto una vez desde que regresé del extranjero. Todavía tiene mal
carácter. Creo que deberíamos dejar de prestarle tanta atención. De todos modos, ella
nunca se va a acordar de nuestras buenas acciones —dijo Sofía con indiferencia. «¿Por
qué deberíamos preocuparnos por la hija bastarda?».

—¡De acuerdo, entonces! Voy a colgar ahora. Te enviaré la información de Miguel


Larramendi cuando termine mi investigación —dijo José y colgó el teléfono.

En cuanto Sofía entró en la oficina, Miguel Larramendi le entregó un montón de


documentos y le pidió que los llevara a la Torre del Grupo Larramendi para que Manuel
los revisara y los firmara, y que los trajera de vuelta. Le acababa de dar la oportunidad
de acercarse a Manuel Larramendi.

Por lo general, Miguel Larramendi le encargaba este tipo de gestiones a Basilio, pero
en ese momento él estaba ocupado ayudándolo a recopilar información para un
proyecto. Como Sofía estaba allí para ser su aprendiz, pensó que debía empezar por
aprender a llevar recados.

A Sofía eso no le molestaba en lo absoluto. Después de recoger los documentos, le


regaló a Miguel una radiante sonrisa.

—Está bien. ¡Vuelvo enseguida! Estoy dispuesta a hacer todo lo que me pidas —le dijo
Sofía sonriendo, mientras sostenía los documentos en sus brazos.

Miguel apartó su vista de ella y siguió ocupado en su trabajo. «Ahora, por un instante,
al ver su sonrisa inocente, sentí que volvía a los tiempos en que iba al instituto», pensó.

—Director Larramendi, parece que usted le interesa a la Señorita Sofía, la muchacha


que envió el Presidente Larramendi. Usted realmente es un hombre con suerte —dijo
Basilio después de que Sofía salió.

—Ya tengo a Delia. A partir de ahora, tienes prohibido decir tonterías —replicó Miguel,
sin siquiera levantar la vista.

Basilio se calló de inmediato. No obstante, tenía la sensación de que había algo entre
Sofía y Miguel.

Cuando Sofía llegó a la Torre del Grupo Larramendi, fue directo al baño. De pie frente al
espejo que había sobre el lavamanos, se desabrochó los dos primeros botones de la
blusa y dejó al descubierto su hermoso escote. Frente a Miguel, se esforzaba por
mantener su apariencia inocente y dulce de hacía cinco años; pero, ante Manuel, tenía
que mostrar su lado más sensual. Después de todo, había investigado y sabía qué
clase de hombre era Manuel Larramendi. Se había enterado de que, en una ocasión,
cuando Manuel era más joven, se había infiltrado en una banda y había trabajado como
agente encubierto para la policía. Por eso, sabía que él se había topado con todo tipo
de mujeres. Si quería atraer su atención, no le serviría una apariencia dulce, inocente y
reservada. Después de arreglarse la blusa, Sofía se retocó el maquillaje, recogió los
documentos y salió del baño.

Había escuchado rumores de que Manuel estaba trabajando como presidente interino
y aún no había asumido el cargo de manera oficial; no obstante, él tenía el poder de
decisión del grupo en sus manos. Por mucho que el hermano de Sofía había
investigado, no habían podido encontrar más información sobre Manuel. Ante un
hombre tan misterioso, no sabían realmente cómo abordarlo, así que habían decidido
probar con la «tentación de la carne».

Absorta en sus pensamientos, Sofía entró al ascensor y subió directo al despacho del
presidente en la última planta. Saúl, el asistente de Manuel, salió a recibirla. Él ya había
trabajado para Alberto Larramendi, de modo que tenía experiencia en el sector
empresarial. Tomó los documentos que traía Sofía y le pidió que permaneciera en la
sala de espera exterior. No le dio ni una sola oportunidad de acercarse a Manuel.

Sofía quería entrar a su despacho, pero no se atrevía a importunarlo, así que aguardó
afuera pacientemente, sentada en el sofá de la sala de espera. Habían transcurrido
casi diez minutos y Saúl todavía no había regresado con los documentos, así que Sofía
se tumbó de lado y echó una siesta en el sofá. Se aseguró con toda intención de que
su postura al dormir fuera tan sensual como elegante. La apertura en forma de «V» de
su blusa dejaba entrever su pecho que se movía hacia arriba y hacia abajo al ritmo de
su respiración.

Cuando Manuel salió de la oficina, no se dio cuenta de que había una persona tendida
en el sofá de la sala de espera, sino que caminó derecho a la salida y se fue. Saúl, que
estaba detrás de él, fue quien le entregó los documentos a Sofía. Ella, que escuchó el
ruido a su alrededor, se apresuró a abrir los ojos y se sentó.

—Señorita Juárez, veo que no durmió bien anoche —le dijo Saúl con tranquilidad,
mientras le entregaba los documentos.

—¡Gracias! —Se limitó a decir Sofía apenada y tomó los documentos.

Era obvio que trataba de seducir a Manuel; pero, en definitiva, su escote quedó a la
vista de Saúl, ese viejo zorro. Cuando la vio entrar hacía un momento, había reparado
sin querer en sus pechos semidescubiertos. La única culpable de todo era la propia
Sofía. Bien podía haberse abotonado la blusa, pero la había dejado abierta a propósito
e incluso se había tumbado de lado en el sofá con el claro objetivo de seducir a
alguien. Como es natural, Saúl sabía a quién ella intentaba seducir. Estaba seguro de
que el escote era para el Joven Larramendi y no para él. Por desgracia para la chica,
Saúl sabía que el Joven Larramendi no tenía el menor interés por ella.

Luego de fracasar en su intento de seducción, Sofía se vio obligada a volver a


maquillarse y abrocharse la blusa antes de volver a la Empresa de Desarrollo
Inmobiliario Armonía, para conservar la apariencia dulce e inocente ante Miguel
Larramendi. Sin embargo, este estaba ocupado trabajando con la vista en sus papeles
y no tuvo ni tiempo de mirarla, lo cual la decepcionó.

«¿Qué les pasa hoy a estos dos?». Sofía regresó a su escritorio. Aunque estaba
decepcionada, tenía que recomponerse y seguir trabajando.

Durante los días siguientes, Miguel se mantuvo muy ocupado. Para ganar más
comisiones, comenzó también a diseñar. Sofía lo había escuchado decirle a José que
la razón por la que estaba tan obsesionado con el trabajo era porque tenía que pagar
una cuantiosa deuda. «Manuel siempre ha valorado el amor y la amistad; de seguro
está sufriendo por la traición de su amigo».

Sofía sintió que debía encontrar una forma de consolar a Miguel y hacerle sentir que
no estaba solo, que todavía la tenía a ella y que ella todavía sentía algo por él.

Delia, por su parte, había notado que Miguel salía temprano en la mañana y no
regresaba a casa hasta tarde en la noche. Cuando llegaba, se tiraba en el sofá y se
quedaba dormido. Todas las mañanas, salía de casa antes de que ella se despertara y
no regresaba ni siquiera a almorzar o a cenar. Lo más significativo era que había
encontrado por accidente el contrato de una casa de empeños en la gaveta, mientras
se ocupaba de los quehaceres de la casa. Él había empeñado algunas posesiones
valiosas suyas.

«Parece que realmente necesitamos dinero», pensó. Delia sabía que no podía seguir de
ama de casa y que tenía que encontrar un trabajo lo antes posible. De lo contrario,
¡Miguel se mataría trabajando para pagar la deuda él solo! «Compartir la carga de
Miguel es mi responsabilidad como esposa».

Delia puso freno a sus dudas y redactó su currículum actualizado antes de dirigirse al
mercado de talentos. Todavía era estudiante universitaria. Aún no se había graduado y
se había tomado un descanso para buscar trabajo; por eso, ninguna empresa estaba
dispuesta a contratarla. Suspiró y bajó la cabeza. Después de salir del mercado de
talentos, pensó en la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, pero enseguida
sacudió la cabeza negando ese pensamiento. La habían despedido de allí tras acusarla
de plagio, no tenía sentido que volviera a pedir trabajo allí.

Era la primera vez que se sentía tan inútil. Estaba llevando a Miguel al fondo del pozo.
Cuando estaba a punto de caer en la desesperación, alguien le vino a la mente. De
inmediato, sacó su teléfono para llamarla.

Cuando se encontraron, Delia pensó que Xiomara, la novia de su hermano, se sentiría


incómoda, pero se llevó una sorpresa al ver que seguía con el mismo entusiasmo de
siempre.

—Delia, ¡al fin te decidiste a venir a cantar a nuestro club! ¡Nuestro jefe, Fernando, ha
estado anhelando tu regreso! —le dijo Xiomara emocionada mientras le tomaba las
manos.

La última vez que Delia había cantado en el club, los invitados habían quedado
encantados con su voz y todos deseaban escucharla de nuevo, sobre todo los
hombres. Por desgracia, ella había dejado de cantar. Fernando, el jefe de Xiomara, se
lo había mencionado a Delia en varias ocasiones y le había pedido que siguiera
cantando en su club.

Al principio, Xiomara había hablado del tema con Delia, pero después de lo sucedido
con la Familia Lima, dejaron de tocar ese asunto. Xiomara sabía captar las señales.
Delia ya no quería cantar, así que ella dejó de intentar persuadirla. Sin embargo, nunca
pensó que Delia tendría la iniciativa de buscarla y decirle que quería cantar en su club.
Xiomara estaba entusiasmada, como era de esperar.

Aunque Delia se veía renuente, no tenía otra opción. Entonces, le sonrió a Xiomara y le
dijo:

—¡Tenemos que hablar de mis condiciones!

—Desde luego. Si estás dispuesta a cantar, ¡aceptaremos tus condiciones! —admitió


Xiomara sin dudarlo.

—Solo trabajaré hasta las once y media de la noche y solo voy a cantar. No voy a
acompañar a los invitados a beber y, definitivamente, ¡nada de sexo! —le exigió Delia
con firmeza.

Xiomara asentía vigorosamente con la cabeza cual pájaro carpintero.

—¡Acepto todas tus condiciones en nombre de mi jefe!

Esta vez, había sido Delia quien había tomado la iniciativa de ir a trabajar al club.
Cuando Xiomara la llevó ante su jefe, este le sacó un contrato que ya había redactado y
le pidió a Delia que lo firmara. Tenía una voz tan bonita que no quería que saliera
corriendo después de la primera canción, como había hecho la última vez.

Delia examinó minuciosamente el contrato y no pudo evitar fruncir el ceño.

—¡Cinco años es demasiado!

—¡Pues entonces lo cambiamos a dos años! —propuso Fernando mientras echaba las
cenizas de su tabaco en el cenicero.

Delia miró a Fernando, que estaba sentado en la silla del despacho, y frunció los labios
nerviosamente antes de preguntar:

—¿Podría ser por un año?

—Cantando en mi club…

—Jefe, ¿por qué no acepta sus condiciones! A fin de cuentas, ella todavía es
estudiante. —Xiomara se apresuró a hablar por Delia.

Fernando sabía que Delia Torres era valiosa, de modo que accedió y pidió a su
asistente que modificara el contrato antes de la firma.

A partir de ese día y durante un año, Delia tuvo que cantar cinco canciones cada noche,
desde las diez hasta las once y media. Fernando le pagaba cien por cada canción, así
que Delia ganaba quinientos por noche sin tener que acompañar a los invitados a
beber ni tener sexo con ellos. No iba a prestar ningún otro servicio que no fuera cantar.

De no ser por Xiomara, Fernando nunca habría firmado un contrato como aquel.
Después de todo, Delia era una muchacha bonita. Le parecía una lástima que ella no
estuviera dispuesta a acompañar a los invitados a beber.

Esa noche, Delia volvió a cantar con el sobrenombre artístico de «Sirena». Toda la ropa
que lucía en sus presentaciones se la proporcionaba Xiomara, junto con un antifaz que
llevaba para evitar que los hombres se sintieran atraídos por su belleza.

La primera noche que Delia cantó, apenas salieron de su boca las primeras palabras se
armó un pequeño revuelo en el público. Se oyeron silbidos, vítores y aplausos. Parecía
que a todos les gustaba mucho su voz.

Fernando estaba sentado en la sala de vigilancia y no pudo evitar suspirar al ver la


actuación de Delia en el escenario y escuchar su hermosa voz. Se dirigió a Xiomara,
que estaba a su lado y le dijo:

—¡Delia tiene potencial para ser cantante!

—¿Por qué lo dices? ¿Conoces a alguien que pueda ayudarla? ¿Por qué no la ayudas a
convertirse en una estrella? —Xiomara aprovechó la oportunidad para tratar de
persuadirlo. Al fin y al cabo, lo hacía por Delia, pues era mejor que se quedara en la
ciudad antes que volver a un lugar tan remoto como la Villa Occidental.

—¿Y qué pasa si quiero ayudarla? Parece que a Delia no le interesa ser cantante. —
Fernando extendió las manos y se encogió de hombros con impotencia.

Tenía razón. A Delia no le interesaba ser cantante. Si así fuera, habría tratado el tema
con Xiomara la primera vez que cantó en el escenario del club. Sin embargo, no lo hizo.
Parecía que Delia solo quería convertirse en una diseñadora de interiores corriente,
casarse con un esposo ordinario y entonces ser ama de casa a tiempo completo y
encargarse de cuidar de su marido y de sus hijos. Xiomara nunca trató de averiguar
por qué Delia tenía tan pocas aspiraciones.

Todo eso se debía al deseo de Delia de formar «un hogar». Al fin y al cabo, ella era una
muchacha común y corriente.

Delia comenzó a cantar una canción que le hizo recordar su pasado. No quería ni
fortuna ni fama; lo único que le interesaba era tener un hogar placentero. Lo que
estaba haciendo ahora era proteger su hogar. En su voz se reflejaba su añoranza. Los
clubes solían ser bulliciosos, pero este canto triste había llenado de melancolía la
atmósfera del aquel club.

Cuando terminó su trabajo, Delia fue tras bastidores, se desmaquilló y le pidió a


Xiomara que la llevara al departamento de contabilidad para cobrar sus honorarios.
Tomó el dinero en sus manos, pero no se sentía feliz. Miguel le había dicho que
esperaba que ella no volviera a pisar un lugar como aquel para cantar. Además, el
dinero que había recibido no alcanzaba para pagar la deuda de Miguel. Sin embargo,
era suficiente para cubrir los gastos corrientes de la casa.

Delia llegó a su casa a las doce y cinco minutos de la madrugada. Miguel no había
llegado aún, así que fue a tomar una ducha. Entretanto, Sofía Juárez acompañaba a
Miguel sin importar lo tarde que fuera. Se quedó incluso después de que Basilio se fue
a su casa. Simplemente, lo ayudaba a producir los diseños desde su escritorio.

Al ver a Miguel inmerso en su trabajo, Sofía revivió en su mente los días del instituto
cuando ella, desde su asiento, lo veía prepararse para los exámenes. Este hombre
había sido su primer amor y también ella había sido el suyo, pero estuvieron separados
durante cinco años.

Mientras Sofía dibujaba los diseños, apoyó su mejilla en una mano y levantó
ligeramente la vista. Sus ojos oscuros estudiaron a Miguel en detalle, en tanto
rememoraba su tiempo juntos. Aunque la oficina estaba muy iluminada, ellos estaban
solos.

Sofía pensó que debía aprovechar la oportunidad, ahora que estaban solos. Quizás
debería tomar ella la iniciativa, acercarse a Miguel y sentarse en su regazo, rodear su
cuello con sus brazos y darle un beso en los labios. Sin embargo, sabía que eso lo
pondría furioso, a juzgar por la actitud de Miguel hacia ella. Sofía lo pensó un poco
más antes de darse por vencida y seguir con los diseños en su computadora portátil.

Por otro lado, Delia, que había acabado de salir de la ducha, se percató de que Miguel
todavía no había llegado a casa. Se preocupó y decidió llamarlo.

El teléfono de Miguel vibró y eso despertó la curiosidad de Sofía, puesto que ya era
muy tarde. Entre ella y Miguel había una pared de vidrio, de modo que solo pudo
escucharlo decir con dulzura y delicadeza:

—¡Está bien! ¡Volveré pronto!

Tras colgar, Miguel empezó a ordenar los documentos encima de su mesa y apagó su
portátil. Al salir de su oficina con la maleta en la mano, se dio cuenta de que las luces
de la oficina de la secretaria seguían encendidas. Solo entonces reparó en que Sofía
todavía estaba allí. Esta, al ver que Miguel se marchaba, se apresuró a guardar el
archivo en la computadora y apagarla mientras le decía:

—Bajo contigo.

Al principio pensó que Miguel la ignoraría; pero, para su sorpresa, la esperó. A él le


preocupaba su seguridad. No quería dejar a una mujer sola en la oficina. Sofía ordenó
sus cosas, se colgó el bolso al hombro y siguió a Miguel hasta al ascensor.

En un espacio tan reducido, el tenue olor del perfume que ella llevaba impregnaba el
aire. De repente, Miguel se percató de que esa era la misma fragancia del perfume
barato que le había regalado hacía cinco años cuando eran novios. Nunca podría
olvidar ese olor y nunca pensó que volvería a sentirlo.

Cuando el ascensor llegó a la planta baja, Miguel salió primero y, antes de que
siguieran rumbo a la puerta principal, le dijo a Sofía:

—Ese perfume ya no te sienta. Deberías cambiar a uno más caro que se ajuste a tu
categoría.

—Yo… —Comenzó a decir Sofía, pero cambió de opinión. Solo pudo observar cómo
Miguel se alejaba de ella.

«¿Insinúa que debo olvidarme de él? ¿Quiere decir que él ya no es el apropiado para
mí? ¿Me está pidiendo que encuentre a alguien mejor que él? ¡¿Un hombre más digno
de mí?!». Sofía pensó en esto y sintió que el corazón se le hacía pedazos. Fue tan
doloroso que le brotaron las lágrimas. «Migue…, no puedo olvidarte… ¿qué debo
hacer?».

Sofía sentía que se contradecía a sí misma. Por un lado, tenía que seducir a Manuel
Larramendi por el bien del negocio familiar y, por otro, no podía olvidarse de su
exnovio. Sofía siempre había tenido ese aire de superioridad y confiaba en poder
conquistar el corazón de dos hombres a la vez, pero comenzó a dudar de lo que estaba
haciendo. Ya de mal humor, decidió caminar y regresó a tropezones a casa.

En cuanto Miguel entró a su casa, pudo percibir el agradable aroma de la carne


estofada y, casualmente, Delia salía de la cocina con un tazón de fragantes fideos de
arroz. Después de trabajar durante tantas horas, Miguel sentía hambre. Delia colocó el
tazón en la pequeña mesa cuadrada que tenía a su lado y le alcanzó los cubiertos a
Miguel.

—¿No vas a comer? —Miguel tomó los cubiertos y se sentó a la mesa.

Delia lo siguió y se sentó en el asiento de enfrente. Lo miró con alegría y, con una
sonrisa, le respondió:

—¡Estoy tratando de perder peso!

Miguel se levantó al instante y fue a la cocina a por otro tazón y un par de cubiertos.
Luego, dividió en dos el tazón de tallarines de arroz con carne estofada servido sobre
la mesa.

—No me preocupa que engordes. Me gusta que comas conmigo —le dijo Miguel con
una dulce sonrisa.
Delia ya no lo rechazó. Tomó el tazón y los cubiertos, y se dispuso a comer con él.

»Delia, tendrás que disculparme. Voy a estar muy ocupado en estos días, así que es
probable no tenga tiempo para acompañarte —se disculpó Miguel.

Delia negó con la cabeza y sonrió.

—¡No te preocupes por mí! Puedo cuidarme bien sola.

—Esto es para los gastos diarios. Tómalo. —Miguel sacó su billetera del bolsillo, tomó
todo el dinero que tenía y se lo entregó a Delia.

Delia negó con las manos y, con una sonrisa, le dijo:

—¡A partir de hoy, yo me encargaré de nuestros gastos diarios! Me contrataron como


diseñadora en una empresa de decoraciones, ¡así que cobraré todos los meses! —
Luego de decir esto, se sintió culpable por haber mentido, pero a Miguel no le gustaba
que frecuentara los clubes; por eso, tenía que ocultarle la verdad.

Solo en el club estaban dispuestos a aceptarla. Ninguna otra empresa se había


molestado siquiera en mirar su currículum. Delia frunció los labios y sonrió con
torpeza, tratando de que su sonrisa ocultara la mentira. No obstante, Miguel frunció el
ceño y puso el dinero sobre la mesa, sin pensar en retirarlo.

Delia vio que parecía molesto y quiso consolarlo:

»¡Sé que no quieres que trabaje, pero es solo por un tiempo! Quiero que compartas
conmigo todas tus responsabilidades.

—Por ahora, toma este dinero para los gastos de la casa de este mes —le dijo Miguel
mientras relajaba un poco el ceño.

—¡Está bien! —respondió Delia con una sonrisa y, después de titubear, tomó el dinero
de encima de la mesa.

Ella ya le había devuelto su tarjeta de salario, porque sabía que tenía que utilizar su
sueldo mensual para devolver el préstamo bancario. Delia se esforzaba por consolar a
un hombre de elevada autoestima, pero se dio cuenta de que lo que estaba haciendo
parecía ser contraproducente. En el fondo, Miguel se reprendía a sí mismo en secreto.
«Ni siquiera puedo cuidar bien de mi mujer. ¿Qué clase de hombre soy?».

Luego, los dos comieron sus tallarines de arroz en silencio. Después de comer, Miguel
se duchó y se quedó dormido en el sofá. Solo llevaba la bata de baño, por lo que lucía
muy atractivo. Delia limpió la cocina y, luego, al ver a Miguel dormido en el sofá sintió
un disgusto repentino. Se cercioró de que sus ojos estuviesen cerrados y, a
continuación, se fue sigilosa a la cama y apagó las luces.

Antes, cuando vivían en la <i>suite</i> de lujo del último piso, estaban separados por
una pared. Ahora que estaban los dos apretujados en una sola habitación, podían
verse apenas abrían los ojos y Delia se sentía más segura. Sin embargo, le preocupaba
que Miguel no pudiera dormir bien tirado en el sofá.

De pronto, el sonido de un teléfono vibrando irrumpió la paz y les perturbó el sueño.


Con los ojos cerrados, Miguel buscó a tientas su teléfono hasta que lo encontró. Sin
saber quién llamaba, contestó.
—¡Hola! —Aunque lo habían despertado en mitad de la noche, Miguel mantuvo su pose
de caballero al contestar.

—Hola. Llamamos de la Estación de Policía de la Calle Sur de Ciudad Buenaventura.


¿Es usted el novio de la Señorita Sofía Juárez? —le dijo en tono oficial la persona del
otro lado del teléfono.

—¡No! Se ha equivocado de número —respondió Miguel con seguridad.

—¡Disculpe la molestia! —Justo cuando la persona terminó de hablar, se escuchó el


sollozo impotente de una mujer a través del receptor.

—¡Él sí es mi novio! ¡Migue! ¿Vendrás a llevarme a casa? ¡Bua…! —El gemido de Sofía
Juárez se escuchó a través del auricular.

La somnolencia de Miguel desapareció por completo al instante, pero aun así colgó
con rabia el teléfono.

«Si Sofía está en la estación de policía, no corre peligro. Además, ella tiene un hermano
mayor. Si algo le hubiera pasado, su hermano se ocupará de ella». Así lo pensó Miguel,
pero no pudo conciliar el sueño por más vueltas que dio. Se sentó en el sofá y estuvo a
punto de levantarse para ponerse las pantuflas cuando levantó la vista y vio a Delia
tendida en la cama. Titubeó un poco hasta que por fin subió los pies al sofá de nuevo y
se acostó para seguir durmiendo. Ahora tenía a Delia. No podía seguir preocupándose
por los asuntos de Sofía. Así era, él ya tenía a Delia…

Miguel cerró los ojos y siguió repitiéndose la frase en su corazón y en su mente:


«Ahora tengo a Delia».

Cuando dos personas han vivido juntas durante mucho tiempo, es posible que se
forme un vínculo invisible entre ellas.

Delia abrió los ojos de repente. Se llevó las manos entreabiertas al pecho con suavidad
mientras gritaba con ternura:

—Miguel…

—¿Eh? ¿Todavía estás despierta? —preguntó Miguel sin salir de su asombro.

—Yo… —balbuceó Delia y continuó—: ¿Puedo dormir contigo? —Había un dejo de


timidez en su voz.

—Bobita, por supuesto. —Manuel no pudo evitar sonreír. Se sentó de nuevo en el sofá,
se puso las pantuflas y se dirigió a la cama.

Delia lo sintió detrás de ella y se dio vuelta en el acto para mirarlo. Se notaba el brillo
de los ojos grandes y húmedos de la joven en la oscuridad de la habitación. Sus ojos
brillaban de emoción por dormir junto a él. Entonces, Miguel se metió en la cama y se
acostó junto a Delia. Ella se inclinó hacia sus brazos y tomó la iniciativa de agarrarlo
por la cintura antes de que él la abrazara. Tenía esa fragancia que a ella le gustaba del
gel de baño que él usaba. Por alguna extraña razón, ella adoraba la sensación de estar
en sus brazos. Quería dormir en sus brazos para siempre y no despertar jamás.

Antes de que Miguel lo notara, Delia se había quedado dormida; sin embargo, él había
perdido el sueño. En ese momento, su teléfono volvió a vibrar en el sofá, pero esta vez
no se levantó para contestar. El teléfono estuvo vibrando un rato hasta que al fin se
detuvo. Miguel se sintió contrariado. Cuando su teléfono dejó de vibrar, abrazó a Delia
con más fuerza, le besó la frente y cerró lentamente los ojos.

«¿Habrá algún otro hombre en este mundo enredado entre su mujer y su ex como lo
estoy yo esta noche?», se preguntó. Sofía siempre había sido una espina en su
corazón. Le dolería si se la sacara, pero no estaría bien si no lo hiciera.

Después de llamar una y otra vez sin que nadie respondiera, Sofía se sentó en la
estación de policía con una expresión que pasaba de la decepción a la desesperación.
En realidad, no se esperaba que Miguel fuera tan cruel con ella.

—¿Qué otro miembro de su familia puede venir? —preguntó el policía frunciendo el


ceño.

—De todos modos, fue ella la que me derribó —gritaba un anciano que estaba a un lado
y continuó—: Tengo fracturas en los huesos, necesito ir al hospital y ella tiene que
pagar por esto.

—¡Oiga, señor! Tan mayor y tan sinvergüenza, ¿eh? Fui amable y traté de ayudarlo, ¡y
aún trata de estafarme! —Sofía se enfadó de pronto. Se levantó y comenzó a discutir
con el anciano.

Todo había sucedido cuando Sofía caminaba sola hacia su casa porque estaba de mal
humor. Iba rápido con la cabeza gacha pensando de nuevo en Miguel. De improviso,
alguien le golpeó el brazo. Cuando volvió en sí y levantó la vista, vio al anciano sentado
a sus pies gritando de dolor.

En aquel momento, Sofía no lo pensó mucho. Al ver que el anciano estaba adolorido,
se acercó de inmediato para ayudarlo a levantarse del suelo. En cambio, el anciano la
engañó y le pidió una compensación por un monto de cincuenta mil.

Al principio, pensó en llevarlo al hospital, pero el señor tenía tan mal carácter que hasta
discutió con ella. Sofía estaba tan molesta que desistió de la idea de llevarlo al hospital
y llamó directamente a la policía. Los oficiales la condujeron a la estación junto con el
anciano.

—¿Vendrá algún familiar suyo? —Volvió a preguntar impaciente el policía.

—Manuel Larramendi es mi prometido —respondió Sofía enfadada y le rogó—: Por


favor, llámelo de mi parte.

—¿Cómo? —Cuando el oficial escuchó el nombre de Manuel Larramendi, miró al


compañero que estaba sentado en el escritorio junto a él. Los dos se quedaron
atónitos por un momento y luego el oficial continuó—: Entonces, por favor, llame a su
prometido.

—Discutí con él y no quiero llamarlo. Encuentren ustedes la manera de que venga a


solucionar este problema. —Sofía se cruzó de brazos y piernas y se sentó con
arrogancia en la butaca.

El oficial le susurró algo al compañero que tenía a su lado y, al cabo de un rato, este se
levantó y salió.

Media hora después, un hombre alto entró jadeando en la estación.


—¡Mariana! —gritó apresurado. Su atractiva voz era muy agradable al oído, como
siempre.

Cuando Manuel Larramendi se enteró de que algo le había ocurrido a su prometida,


corrió a la estación a la velocidad del rayo sin pensarlo dos veces, sin molestarse
siguiera en aclarar primero la situación. Sofía, al ver a Manuel aparecer frente a ella
llamándola ansiosamente «Mariana», se quedó pasmada. No se esperaba que Manuel
acudiera a la estación.

—¿Eres tú? —Al ver que era Sofía la persona sentada en la butaca, Manuel frunció el
ceño con disgusto.

Sofía, al ver su actitud, de inmediato se hizo la inocente, dibujó un mohín lastimero y


dijo abatida:

—¡Manuel, fui amable y no retribuyeron mi amabilidad! Ayudé a este señor y no solo


resultó ser un malagradecido, sino que además intentó timarme.

—Pero, ¿por qué mientes? Obviamente, ¡tú me derribaste primero! Todavía estoy todo
adolorido y tú no me llevaste al hospital. —El anciano alzó la voz y comenzó a discutir
con Sofía de nuevo.

—¡Manuel, él está mintiendo! —Sofía frunció abatida sus labios rojos.

Manuel observó a Sofía antes de mirar al anciano con indiferencia. El anciano levantó
la vista y, sin querer, se encontró con la mirada de Manuel. De inmediato, dejó de gritar
y se calló. El oficial de policía se acercó a Manuel y, con respecto, le explicó lo
sucedido.

Era imposible saber cuál de los dos decía la verdad, porque el tramo de la calle donde
habían ocurrido los sucesos quedaba en el punto ciego de las cámaras de vigilancia.
Al entender lo que pasaba, Manuel sacó su teléfono móvil para hacer una llamada. En
menos de diez minutos, varios médicos llegaron a la estación y se llevaron al anciano.

—Esta vez, te he resuelto el problema. La próxima vez que te atrevas a fingir ser mi
prometida, te daré una lección. —Manuel miró a Sofía con rabia y, después de
advertirle impávido, se dio la vuelta y se marchó.

Sofía apretó los labios y lo siguió en silencio. De hecho, era muy probable que Sofía,
caminando a toda prisa y sin fijarse por donde iba, hubiera chocado con el anciano. Sin
embargo, había sido amable con él, lo había ayudado a levantarse y le había pedido
perdón; encima, el anciano había aprovechado la oportunidad para timarla. ¡Se había
equivocado con ella! Sofía quiso que el asunto tomara mayores dimensiones para que
Miguel Larramendi acudiera a la Estación en su ayuda, pero no pensó que este sería
tan duro con ella. Entonces, se las ingenió para llamar a Manuel.

Tan pronto como Manuel se subió al auto y se sentó en el asiento del conductor, Sofía
abrió la puerta y se sentó en el asiento delantero.

—Manuel, por favor, llévame a casa —le pidió con una sonrisa, esforzándose por
parecer alegre.

—¡Sal del auto y toma un taxi! —le dijo Manuel con un tono indiferente y cara de pocos
amigos.
Aun así, Sofía insistió. Tiró del cinturón de seguridad para abrochárselo y le dijo con
una sonrisa juguetona:

—¡De ninguna manera! Ese señor me ha timado, ¡así que yo haré lo mismo contigo! Ya
que viniste, ¡tienes que ayudarme hasta el final!

Manuel respiró hondo y de súbito gritó:

—¡Fuera!

Sofía se asustó con el grito y la sonrisa de su rostro desapareció al instante. No era


idiota y podía ver en el rostro de Manuel que este estaba de muy mal humor en ese
momento. No obstante, después de que se tranquilizó y lo pensó con calma, se
percató de que Manuel la había llamado «Mariana» al entrar en la Estación de Policía.
¿Sería que…?

—Manuel, discúlpame por lo que pasó esta noche. No te enfades conmigo, ¿sí? Por
favor, perdóname. Nuestros abuelos se conocen, ¿no es verdad? Por favor, perdóname
en nombre de esa amistad. —Sofía se serenó mientras decidía en su mente qué táctica
utilizar con Manuel Larramendi.

La relación entre las familias Larramendi y Juárez no pasaba de simples conocidos. En


realidad, Manuel no tenía por qué sacar la cara por Sofía. Además, el solo hecho de
que se hiciese pasar por su prometida lo enfurecía. Manuel echaba tanto de menos a
Mariana que una pequeña chispa podía avivar el fuego dormido en su corazón.

Al ver que Manuel se quedaba callado, Sofía fingió estar triste. Se quitó los tacones y
se acurrucó en el asiento. Se negaba a toda costa a salir del auto. Sus labios rojos
comenzaban a hacer un puchero y hasta tenía lágrimas en los ojos. A pesar de su
teatro, Manuel ni siquiera le prestó atención; miraba a través de ella como si fuera
invisible, pero no volvió a echarla del auto. Arrancó y se alejó con ella a su lado.

Manuel llevó a Sofía hasta la puerta de su casa. Tan pronto como ella se bajó del auto,
Manuel pisó el acelerador y se alejó a toda velocidad. Sofía entró en su casa y
encontró a su hermano mayor, José Juárez, que la aplaudía mientras bajaba las
escaleras felicitándola.

—¡Como se esperaba de mi hermana! ¡Conseguiste que Manuel Larramendi te trajera


personalmente a la casa! ¡Y en tan poco tiempo!

—Lo de hoy fue solo un malentendido. Ni siquiera le gusto.

Sofía se quitó los zapatos y siguió caminando descalza dentro de la casa. Al verla, la
sirvienta enseguida se agachó para alcanzarle las pantuflas.

—Señorita, ya regresó. ¿Le sirvo algo de comer? —preguntó la sirvienta con respeto.

—No. Puedes ir a descansar —respondió pausadamente Sofía.

—Muy bien —asintió la sirvienta y se fue.

José metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se dirigió al sofá que estaba en
el centro de la sala de estar. Se dejó caer con pereza y apuntó:

—Miguel Larramendi le debe una cuantiosa suma de dinero al banco, ¡así que ahora no
debe tener mucho dinero!
—¿Qué mala idea estarás rumiando esta vez? —Sofía bostezaba mientras se preparaba
para subir a descansar. Sin embargo, la respuesta de José hizo que se detuviera en el
acto.

—¿Te has puesto a pensar cuál es la razón por la que Miguel Larramendi no puede
amortizar la deuda que tiene con el banco, pese a tener un hermano mayor tan rico? —
José sonrió y agregó—: Seis millones es una cifra insignificante para su hermano; es
dinero de bolsillo para él.

—Aunque sean hermanos, ¡es obvio que los asuntos financieros los llevan por
separado! —respondió Sofía un tanto desaprobadora y con la intención de continuar
subiendo las escaleras e ignorar la malicia de su hermano.

—Mi querida hermana —le dijo José sonriendo—, no puedo creer que no te des cuenta
de lo que está pasando, pese a que ya estuviste saliendo con Miguel.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Sofía sobresaltada. De repente, se sintió intrigada y


turbada por el tema del que le hablaba su hermano.

—Miguel es el hijo ilegítimo de la Familia Larramendi. El patrón de la Familia


Larramendi no le presta mucha atención. Además, Miguel se separó de la familia
después de graduarse en la universidad. Aunque trabaja para el negocio familiar, ¡es un
hombre muy orgulloso y egoísta! —argumentó José deliberadamente, mientras
entrecerraba los ojos por la risa.

—¿Y qué? —preguntó Sofía, que parecía entender lo que escondían las palabras de su
hermano.

—Con el carácter de Miguel, seguro que no le iba a pedir dinero a su hermano mayor.
Por eso, a la larga, encontrará una manera de demostrar su valía y trabajar duro para
ganar dinero y pagar la deuda. Estoy seguro de que, por el momento, no aceptará
ayuda de nadie. ¿Por qué no aprovechamos la coyuntura? —incitó José triunfante.

—Si Migue no acepta el dinero de su hermano mayor, ¿por qué iba a aceptar el tuyo?
¡Creo que deberíamos olvidar ese asunto! —le dijo Sofía con sorna.

—¿Quién ha dicho que quiero darle dinero de gratis? Solo he pensado en un truco para
que Miguel Larramendi se convierta en mi peón. —José se estiró e hizo un ademán de
agarrar el aire, volvió a mirar a Sofía y le preguntó en broma—: Sofi, ya tú no estás
enamorada de Miguel, ¿verdad? ¿Por qué ibas a enamorarte de un hijo ilegítimo? Mi
consejo es que no te enamores de ningún hombre. No existe hombre bueno en este
mundo.

«¿De verdad? ¿No hay un solo hombre bueno en este mundo? ¡Aunque yo tampoco me
considero una buena mujer!», se burló Sofía de sí misma en silencio. Si ella no era una
buena mujer, entonces no importaría si Miguel Larramendi era un mal hombre, ¿o sí?

—Queda de tu parte, si tienes alguna idea sobre Miguel, pero no digas que no te avisé.
¡Miguel no se dejará manipular tan fácil! —Dicho esto, Sofía dio la vuelta y subió las
escaleras.

Había sido una noche agitada y estaba cansada. Sin siquiera secarse el cabello tras
ducharse, se fue a la cama. Al recordar lo ocurrido en los últimos días, su corazón se
estremecía al pensar en la frialdad con que Miguel la trataba. Él la rechazaba una y
otra vez, pero ella seguía intentando acercársele.

¿Sabía alguien qué clase de criatura era una mujer? Las mujeres eran criaturas
sensibles que, por un lado, se herían y desanimaban con facilidad y, por otro, les
encantaba contradecirse y exponerse a situaciones complicadas. O, quizás, ella era la
única con estas características. ¿Cómo se enfrentaría a Miguel al día siguiente?

En la mañana, Miguel Larramendi se despertó sobresaltado al verse solo en la cama.

—¿Ya estás despierto? ¡Ve a lavarte y ven a desayunar! ¡Tienes que desayunar antes de
irte para el trabajo! —le decía Delia sonriente desde la mesa, mientras servía dos tazas
de leche de soya bien caliente.

Desde que se habían mudado, él salía de casa temprano y regresaba tarde. Nunca
había tenido la oportunidad de comer con ella como era debido. Al ver los panecillos y
la leche servidos en la mesa, Miguel preguntó curioso:

—¿Te levantaste temprano para preparar el desayuno?

—¡Así es! —Delia tomó un panecillo del plato, lo partió en dos para mostrárselo y
continuó—: ¿No luce como los que venden en las tiendas?

—¡Boba, tendré que probarlo primero para saberlo! —le dijo sonriendo.

Curiosamente, Delia se sonrojó por lo que acababa de escuchar.

Sin pensarlo demasiado, Miguel se levantó de la cama y comenzó con su rutina


matutina. De repente, se dio cuenta de que había dormido muy profundamente
después de abrazar a Delia la noche anterior. Recordó que no podía descansar a causa
de Sofía, pero Delia parecía haber dormido bien en sus brazos.

Después de desayunar juntos, Miguel sacó la ropa del armario. Ahora solo había un
dormitorio y él no estaba acostumbrado a cambiarse en el baño, así que sin más se
desnudó delante de Delia. Esta se detuvo a mirarlo. Podía percibir con facilidad y sin
necesidad de tocarlos lo suave y fina que era su piel, y lo firme que era su pecho fuerte
y musculoso. Delia no pudo evitar dirigir su mirada hacia su abdomen y sus largas
piernas. Aunque el abdomen de Miguel no era tan marcado ni musculoso como el de
aquel hombre, Miguel sí tenía los segmentos definidos. Su abdomen era plano, pero
sensual. Su piel era muy blanca, quizás porque pasaba la mayor parte del tiempo en la
oficina. Después de aquel hombre, Miguel tenía el cuerpo más atractivo que ella
hubiera visto.

Sin quererlo, Miguel la sorprendió mirándolo fijamente como en trance. Trató de no


llamar su atención y se arrastró con sigilo hacia ella, le agarró las manos y las puso en
su pecho. Ella retiró las manos por la sorpresa, pero él la agarró por la cintura y apretó
su cuerpo contra el suyo. Miguel se había percatado de que cada vez que la provocaba
un poco, Delia se sonrojaba y a él le encantaba esa apariencia tímida.

El corazón de Delia se aceleró cuando levantó la vista y se encontró con la tierna


mirada de Miguel. De manera espontánea, Delia comenzó a sentir que un calor le
recorría el cuerpo e incluso que su garganta se volvía seca y ronca.
—Delia —la llamó Miguel por su nombre, mientras subía las manos con delicadeza
desde su cintura. Le sostuvo la mirada, inclinó sutilmente su cuerpo y acercó su
cabeza a la de ella. Cada movimiento que hacía era cómodo y suave como el agua que
fluye.

Delia lo miraba fijo a los ojos, mientras su bello rostro se acercaba. Su cuerpo
respondió cerrando la brecha entre los dos; ella, inconscientemente, se puso de
puntillas. Con el corazón acelerado, se anticipó al beso de él. Los ojos de Miguel se
oscurecieron y, justo cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, él levantó una
mano de pronto y le dio un golpecito en la frente.

—Bobita, ¿en qué estás pensando?

Como si hubiera sonado un timbre en su cabeza, Delia se sintió como si hubiera


despertado de un sueño. Se dio la vuela con las manos cubriendo su rostro escarlata y,
avergonzada, dio un fuerte golpe con los pies. Era la viva imagen de una colegiala
enamorada.

Divertido por su reacción, Miguel la observó con adoración y extendió su mano para
voltearla de nuevo hacia él, inclinó la cabeza y le plantó un beso intenso en la frente.
Delia estaba aturdida; una ola de calor la invadió y llenó su corazón. Aunque el beso
fue en la frente, le produjo un cosquilleo por todo el cuerpo como si la hubiese besado
en los labios.

Miguel la abrazó y le susurró al oído:

—Espérame Delia. Espera que las cosas mejoren para mí. Quiero regalarte una gran
boda.

La verdad, no es que él no quisiera besarla en los labios, sino que temía querer más
después de probarlos. No entendía por qué era tan conservador cuando se trataba de
Delia. Todo lo que quería era tratarla bien y darle lo mejor de sí. En los ojos de ella,
siempre encontraba esa admiración y felicidad que las palabras no pueden describir.
¿Cuándo sus sentimientos por ella habían dejado de ser pura compasión para
convertirse en algo más? Miguel le acarició el rostro con una sonrisa y le dijo con
dulzura:

—Ponme tú la corbata, Delia.

—¡Está bien! —Delia recobró la compostura después de aquel dulce beso en la frente y
lo miró con cariño, radiante.

A pesar del lugar donde se estuvieran alojando y de cuán funesta fuera la situación, los
días serían hermosos y radiantes mientras ella pudiera estar a su lado.

Después de que Miguel se fue a trabajar, Delia se estiró y se metió en la cama para
recuperar el sueño perdido. Aquella mañana, se había levantado antes del amanecer
para preparar ese desayuno de panecillos y leche de soya caliente. Por suerte, sus
esfuerzos no habían sido en vano, porque a Miguel le había gustado el desayuno que
ella había preparado.

Aunque no vivieran en una mansión, ni tuvieran mejores condiciones de vida, Delia


pensaba que todo no les podría ir mal, solo por ser pobres. Justo cuando estaba a
punto de dormirse, una notificación del grupo de amigos de WhatsApp sonó en su
teléfono móvil y, como un reflejo, extendió su mano para tomar el teléfono y ver el
mensaje.

Cuando Delia vio el nombre de Mariana Suárez en el mensaje de notificación,


desapareció toda su somnolencia. Una vez, habían sido las mejores amigas, pero de
repente su relación pasó a ser la de simples conocidas; quizás por eso Delia sentía que
había una brecha inexplicable entre ellas.

Al pulsar para ver los mensajes del grupo de sus amigos de la universidad, se percató
de que solo era Mariana presumiendo de su riqueza. Al parecer había ido de compras
al País K. Llevaba en los brazos bolsas de todos los tamaños y de tiendas exclusivas, y
sus muñecas estaban llenas de todo tipo de accesorios brillantes.

Otras dos muchachas del grupo se llenaron de envidia al ver las fotos. Pensaron que
Mariana se había encontrado un novio rico y pidieron a gritos que les enviara fotos de
él. Al final, para salir del paso, Mariana les respondió: «Él es muy tímido y no le gusta
que le tomen fotos».

Recostada en la cama, Delia leyó los mensajes en silencio, sin hacer ningún
comentario. Aunque Mariana exhibiera un bolso ridículamente caro o productos de
primera para el cuidado de la piel, Delia se sentía indiferente al respecto. No sentía ni
una pizca de envidia por ella. Tal vez era porque tenían valores diferentes.

A Delia no le interesaban los artículos de lujo. Sin embargo, sí sentía celos cuando
Mariana mostraba fotos de los manjares locales. Si ella contara con los recursos,
también le gustaría probar las exquisiteces de otras partes del mundo con Miguel.
Después, Mariana envió premios en línea al grupo para que todos los cobraran, pero
Delia se limitó a mirarlos y no aceptó ninguno.

Mariana estaba sentada en el tocador de una lujosa <i>suite</i> de un hotel en el País


K, a miles de kilómetros de distancia. Cuando vio que Delia no aceptaba los premios
que había enviado, la invadió un descontento inexplicable. Había presumido tanto de
sus riquezas en el chat y no había visto que Delia hiciera ningún comentario. Tenía la
seguridad de que Delia lo había visto todo, pero ¿por qué no había escrito ni una sola
palabra al respecto? Con certeza, estaba abrumada por los celos y la envidia.

Mariana hizo una mueca con sus labios rojos y se miró en el espejo. Sintió que, de
hecho, estaba mirando a Delia. Ahora, su rostro no se veía exactamente como el de
Delia; todavía necesitaba mucho tiempo para que lucieran idénticos. Tenía que
tomarse su tiempo y no apresurar las cosas.

Antes, Mariana pensaba que tenía el rostro más lindo del mundo. Sin embargo, el
hecho de que el cirujano plástico halagara la foto de Delia, hizo que se encendiera la
llama de los celos en su corazón. Según el cirujano, Delia tenía un rostro bello por
naturaleza, por lo que su madre debía ser también una mujer preciosa. Mariana no
había escuchado cosa más irónica que esa. Ella conocía a la madre de Delia. La
Señora Lima tenía fama de amargada y rencorosa. No solo tenía una personalidad
horrible, sino que también tenía un cuerpo regordete, nada más lejos de la belleza.
¿Cómo una mujer tan fea como esa había podido traer al mundo a una belleza como
Delia? Además, el Señor Lima tampoco era un hombre muy apuesto que digamos.

Mientras aumentaban sus celos por Delia, Mariana recibió otro mensaje de texto del
Señor López desde la Mansión Colina:
«Señorita Suárez, ¿cuándo regresa del País K? El Joven Larramendi ha dejado el
ejército para ocuparse del negocio familiar».

«Todavía me estoy divirtiendo por aquí! ¡Vuelvo cuando termine! ¿Podrías preguntarle
al Joven Larramendi cuáles son sus gustos? Quisiera llevarle un presente», escribió
Mariana como respuesta.

«Si es un regalo suyo, le gustará sin importar lo que sea», fue la respuesta del Señor
López.

Tras leer el último mensaje, sus labios se tensaron por la sorpresa. Ahora estaba más
convencida que nunca de que ese joven había visto a Delia antes, aunque no tenía la
más mínima idea de cuál era su verdadero nombre u origen familiar. De repente, una
sombra fría y asesina nubló sus ojos.

Delia era la piedra que tenía en su camino, una espina en el corazón de Mariana. Tenía
que deshacerse de ella. Si Delia estuviera muerta… Si Delia no existiera más en este
mundo, ¿no estaría su vida libre de preocupaciones? Pero el asesinato es penado por
la ley. Mariana pensaba en ello, aunque no tenía la intención de llevarlo a acabo.

Cuando el Señor López le dijo a Manuel que Mariana había preguntado por sus gustos,
Manuel no pudo ocultar su alegría y sonrió.

Miguel observaba a su hermano, que estaba sentado a la cabeza de la mesa, mientras


escuchaba la propuesta del jefe del Departamento de Planificación, en el salón de
conferencias. No importaba si su hermano estaba ocupado con su móvil bajo la mesa
o no; en ese momento, le daba la impresión de que era un hijo de papá a quien todo le
daba igual.

—Presidente Larramendi, ¿qué opina de nuestra propuesta? —le preguntó el jefe de


planificación al terminar su presentación.

Manuel Larramendi levantó la vista con calma y, con cara seria, señaló algunos puntos
débiles de la propuesta. Tras escuchar los señalamientos de su hermano, Miguel
asintió con la cabeza. Hace un rato, cuando escuchaba la presentación, también había
notado esas mismas debilidades.

El jefe del Departamento de Planificación quedó sin argumentos ante los


señalamientos de Manuel.

—Haré los ajustes pertinentes —reconoció obediente el jefe de planificación y se sentó


cabizbajo.

Manuel miró a todos los presentes y preguntó con tono firme:

—¿Algún otro departamento quiere presentar su informe?

Un silencio cayó sobre el salón; por tanto, Manuel dio la reunión por terminada con aire
de monarca que despide a su corte.

Al terminar la reunión, Sofía Juárez, que estaba sentada al lado de Miguel, recogió los
documentos y las actas. Miguel la ignoró y bromeó con su hermano:

—Hace un rato, durante la reunión, ¿estabas coqueteando con mi futura cuñada por
debajo de la mesa?
—¡Pudiera decirse eso! Pero creo que el afecto es solo de mi parte —le dijo con una
sonrisa irónica. ¡Mientras él la echaba de menos, ella se ocupaba de divertirse!

—Siempre pensé que no te enamorarías y resulta que hasta te pones sensible cuando
estás enamorado. —Miguel se echó a reír.

¿A cuántas muchachas había rechazado Manuel Larramendi en todos estos años?


¡Deben haber sido más de cien! Una en particular le había causado una impresión
profunda a Miguel: una muchacha llamada Yolanda Luaces, que seguía encaprichada
con Manuel, incluso después de que este la rechazara.

Recordaba vagamente que era la mejor amiga de Miranda Salazar, a quien había oído
mencionar que Yolanda seguía soltera porque no había podido olvidar a Manuel.
Cuando una mujer se encapricha con un hombre, se puede pasar la vida entera
esperando por él. Semejante determinación por un amor que se entrega de un solo
lado era, en verdad, una hazaña admirable. ¡Qué lástima que no fuera correspondido!
Lo más triste era que Manuel ya ni se acordaba de quién era Yolanda Luaces.

—Nunca pensé que alguna vez conocería el amor y, sin esperarlo, ¡me he enamorado
con tanta facilidad!

Manuel siempre había pensado que sus sentimientos por Mariana eran repentinos e
imprevisibles. Todavía recordaba vívidamente todo lo que había sucedido aquella
noche. Después de que habían descubierto su paradero, los mafiosos le seguían la
pista de cerca. Cuando se vio acorralado, optó por saltar. En aquel momento, pensó
que perdería la vida, pero cayó en un balcón que tenía una puerta de cristal con
cortinas.

Justo cuando se disponía a abrir la puerta para entrar, por casualidad, una muchacha
estiraba la mano para abrir las cortinas. La luna brillaba esa noche y, cuando esa luz
iluminó su rostro, Manuel descubrió un semblante en extremo soñador y seductor en
ella. La muchacha le había causado una fuerte impresión a primera vista.

Manuel Larramendi había conocido a todo tipo de mujeres hermosas cuando había
estado encubierto en la clandestinidad. Por eso, la razón principal por la que Mariana
había cautivado su atención no era su belleza, sino una especie de aura de paz que
emanaba de su cuerpo.

Era algo que él ya había sentido antes. Quizás esa extraña sensación había hecho que
se sintiera profundamente atraído por ella en el momento en que besó sus labios. Los
sentimientos humanos eran tan mágicos. No había palabras que pudieran describir lo
que había sentido en aquel momento.

Manuel seguía rememorando sus recuerdos de cuando conoció a Mariana. Miguel, al


verlo tan feliz, sonrió y le dijo:

—Manuel, parece que de verdad amas a tu prometida.

No obstante, Miguel recordó que el carácter de su futura cuñada era un poco inmoral.
Cuando ella quiso visitar Ciudad Buenaventura, Manuel no tenía tiempo para recibirla,
de modo que le pidió a Miguel que lo hiciera. Después de que Miguel le dio la
bienvenida, ella le coqueteó con toda intención y le mostró su escote para tratar de
seducirlo.
«Parece una mujer que ha estado con muchos hombres. ¿Cómo consiguió que Manuel
se enamorara de ella? Independientemente de su aspecto y de su carácter, es evidente
que Mariana no es tan buena como Yolanda, que siempre ha admirado a Manuel. ¿Será
posible que lo que dijo Manuel fuera cierto? ¿Se enamoró de ella porque le salvó la
vida? Tal vez por eso se dice que el amor es imprevisible y misterioso».

Miguel conversó un poco más con Manuel antes de salir de la Torre del Grupo
Larramendi. Al fin y al cabo, tenía varios proyectos que terminar.

Debido a lo ocurrido la noche anterior, Sofía estaba resentida con Miguel, por lo que no
se veía tan entusiasta como antes. En cambio, se concentró por completo en aprender
y trabajar. Para Miguel, era mejor así; de lo contrario, con Sofía como su subordinada,
tendrían que encontrarse muchas veces en el día y eso sería muy incómodo.

Antes, cada vez que Miguel tenía que asistir a una reunión, Basilio lo acompañaba.
Esta vez, en cambio, Sofía había pedido servir de asistente para poder aprender, de
modo que Basilio le cedió su lugar.

Miguel quedó muy satisfecho con el resumen de las actas de la reunión que redactó
Sofía y tuvo que admitir que ella era muy seria con su trabajo. Incluso, se había fijado
en detalles que ni siquiera Basilio, que había sido asistente de Miguel durante varios
años, había notado. De hecho, con la ayuda de Sofía, Miguel había trabajado con mayor
eficiencia.

Por lo general, le tomaba quince días terminar un proyecto; pero, desde la llegada de
Sofía, podía terminarlo en una semana. Por otro lado, frente a Miguel, Sofía era
obediente y nunca se quejaba ni mostraba actitud de niña rica. Concluían los proyectos
uno tras otro. Fue entonces cuando Miguel se dio cuenta de que podía recibir comisión
igual que los demás empleados.

Durante los últimos días, Miguel seguía saliendo temprano de casa y regresando tarde,
así que no tenía tiempo para hacerle compañía a Delia. Sin embargo, Delia tampoco
perdía el tiempo. Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana para prepararle
el desayuno a Miguel y esperaba a que él terminara y se fuera a trabajar. Luego, hacía
las tareas de la casa y tomaba una siesta. Ya hacia las ocho de la noche, se alistaba
para ir al club a cantar.

En los últimos días, cuando cantaba en el club, las noches transcurrían sin problemas.
Después de todo, con la protección de Xiomara, nadie se atrevía a molestarla. Hoy
había llegado dos horas antes, con toda intención. A pesar de que era temprano, el
club ya estaba lleno de clientes.

Delia nunca se había fijado en el nombre del club. Solo unos días después de
comenzar a trabajar, se había dado cuenta de que el lugar se llamaba «Club Nocturno
Tentación». Los clientes eran en su mayoría personas ricas que buscaban placer,
adictas al alcohol y a las mujeres.

En Ciudad Buenaventura, corría el rumor de que las mujeres más bellas, los manjares
más deliciosos y el vino más aromático de la ciudad se encontraban en el Club
Nocturno Tentación.

Xiomara se había tomado la noche libre. Cuando Delia fue a su camerino a buscarla, se
percató de que Xiomara no estaba allí. En ese momento, una mujer de curvas
pronunciadas, labios rojos y un copioso cabello ondulado, apareció del otro lado de la
habitación. Al salir, la mujer extendió las manos para abrir la cortina de cuentas. Delia
pudo notar que sus uñas estaban pintadas de blanco y llevaba unos tacones altos. La
mujer se acercó a Delia y, aunque esta llevaba zapatos bajos, estaban casi a la misma
altura.

—¿Tú eres Sirena? —La mujer miró a Delia, le pasó por delante y le dijo
tranquilamente—: ¡Sígueme!

Sirena era el nombre artístico de Delia; se le había ocurrido a Xiomara. Delia se volteó y
vio cómo la mujer se giró para hacerle señas y, de repente, se le puso la piel de gallina.

—¿Tú me conoces? —preguntó Delia mientras seguía a la mujer.

La mujer le reviró los ojos y resopló.

—Xiomara a menudo me habla de ti. Con tu belleza y si no fuera por tu hermosa voz de
cantante, creo que Fernando te habría convertido en prostituta.

—¿Qué es una prostituta? —preguntó Delia confundida.

La mujer volvió a revirarle los ojos y se burló:

—¡Deja de hacerte la inocente! Las prostitutas son mujeres que se acuestan con los
clientes. ¿Tengo que ser más explícita?

—No es necesario, gracias. —Avergonzada, Delia hizo una mueca con los labios y luego
de unos minutos le preguntó—: Disculpa, ¿cómo debo dirigirme a ti? ¿Y adónde me
llevas?

—Puedes llamarme «Selena», que es mi nombre artístico —le respondió antes de


llevarla a la pista de baile—. Según Eva Nocturna, hace varios días trabajas en el Club
Tentación, pero aún no conoces bien el lugar. Por eso, me pidió que te lo mostrara y te
explicara las normas de aquí. Otra cosa, como no eres prostituta, ¡recuerda llevar
siempre tu antifaz!

Al escuchar la advertencia de Selena, Delia se apresuró y sacó del bolsillo su antifaz de


plumas blancas para ponérselo.

Delia recordó de repente cuando Xiomara había mencionado que todas las
trabajadoras del Club Nocturno Tentación tenían nombres artísticos provenientes de
personajes femeninos de un famoso libro de cuentos. «Selena» era el nombre de la
protagonista del libro, un fantasma de mujer que sabía bailar. «¿Será que Selena
recibió ese nombre por sus dotes de baile?», pensó Delia, pero no le preguntó sobre su
trabajo en el club.

Selena le mostraba el Club Nocturno Tentación a Delia, mientas le explicaba todos los
detalles.

—El Club Nocturno Tentación tiene diez accionistas que llamamos «amos». El
encargado de administrarlo es Fernando. En cuanto a los diez accionistas, utilizan sus
contactos personales para negociar y proteger el club nocturno —explicó Selena
mientras guiaba a Delia por la pista de baile y se dirigían al «Club de las Chicas de
Oro».
El nombre hacía referencia a como se dice por ahí: la primera noche de una mujer vale
más que mil lingotes de oro. En pocas palabras, era un lugar para que las chicas
vendieran su virginidad.

—¿Todavía eres virgen? —le preguntó Selena de pronto.

Delia se sorprendió por un momento ante su pregunta. Luego, le respondió:

—Estoy casada.

—Es una pena. Si aún fueras virgen, podrías encontrar aquí un gran comprador. Con
suerte, podrías casarte con uno de los clientes ricos. Todos los que frecuentan este
club nocturno son adinerados —le aseguró Selena—. Las muchachas que forman parte
del «Club de las Chicas de Oro», sin lugar a dudas, son vírgenes, ¡pero no puedo
garantizar que sean puras e inocentes!

—¿Qué pasará con las que no puedan vender su virginidad? —Delia se fijó en la chica
que se encontraba de pie en la esquina del escenario, a la que nadie miraba.

—¡Bueno, tendremos que ver qué otra habilidad tiene! Si no tiene ningún talento,
probablemente será camarera. Si tiene buena apariencia, deberá aprender a complacer
a un hombre para prostituirse en el futuro —dijo Selena con toda tranquilidad.

Cuando Delia escuchó la explicación de Selena, se quedó boquiabierta. Nunca pensó


que ese club nocturno fuera un lugar tan turbio y sucio. Sin embargo, Selena le había
ocultado un secreto. Aunque las chicas de ese club eran vírgenes, todas tenían
motivos secretos.

Fernando había contratado entrenadores para preparar y convertir a algunas de ellas


en agentes secretas comerciales. Cuando los ricos empresarios las compraban, ellas
se convertían en espías y descubrían los secretos internos de las empresas. Por ese
motivo, había chicas que pasaban con éxito de amantes a esposas de ricos
empresarios. Sin olvidar el lugar de donde venían, traían nuevos clientes al Club
Nocturno Tentación. Esta era una de las razones por las que, después de tantos años,
el club seguía siendo tan popular en la ciudad.

—No importa si es hombre o mujer; cada trabajador del Club Nocturno Tentación tiene
un jefe. Fernando se encarga de los jefes de mayor nivel en el club. Por ejemplo,
además de los diez amos, Eva Nocturna y yo solo nos subordinamos a Fernando. Sin
embargo, tú tienes mucha suerte. Aunque no estás a mi nivel, Fernando te puso bajo la
dirección de Eva. Con su protección, nadie en el club se atreverá a hacerte daño.
Cuando Eva no se encuentre, yo te cuidaré en su lugar —dijo Selena y al instante
añadió—: Sin embargo, habrá momentos en los que ni Eva ni yo podremos garantizar tu
seguridad.

Delia le agradeció con un gesto de amabilidad y respeto.

—Selena, si te causo algún problema en el futuro, por favor, perdóname.

—Es mejor que no me causes ningún problema. ¡Vamos! Te mostraré el resto del lugar
—le dijo en tono poco amistoso.

Sin embargo, Delia no se molestó. La siguió y, cuando llegaron a la zona de


<i>karaoke</i>, Selena dijo de repente:
—Todas las habitaciones de <i>karaoke</i> pertenecen a los clientes VIP del club y son
privadas, así que no puedo mostrártelas.

—¡Deben ser igual que las otras salas de <i>karaoke</i>! —respondió Delia.

Justo en ese momento, escucharon un alboroto que venía del pasillo.

—¡Señor Juárez, lo siento! ¡Lo siento mucho! No lo hice a propósito —se lamentaba una
mujer.

—¡Lame mis zapatos hasta dejarlos limpios! —dijo un hombre con tono de regaño.

Delia se giró para mirar de dónde provenía la voz y vio una multitud que rodeaba a dos
personas. Entre los pies de la muchedumbre, pudo ver a una mujer, con uniforme de
camarera, arrodillada en el suelo secándose las lágrimas.

—¡Apresúrate y límpialos! —gritó el hombre.

Sollozando, la mujer se inclinó despacio hacia los zapatos del hombre.

Delia frunció el ceño y, justo cuando la iba a ayudar, Selena la tomó por la mano y le
advirtió:

—No intentes ser una santa en el Club Nocturno Tentación. Quien pretende serlo, no
dura mucho aquí.

Se notaba que Selena estaba acostumbrada a este tipo de situaciones. Delia la miró
antes de girarse hacia la mujer que lloraba. Luego, vio que esta se arrastraba hasta los
caros zapatos de cuero color vino del hombre y los lamía.

»¡Deja de mirar y vámonos! Será mejor que tengas cuidado en el futuro —murmuró
Selena mientras tomaba a Delia por la muñeca y la llevaba hacia el otro extremo del
pasillo.

Delia volvió en sí y siguió a Selena hasta una habitación. Había un tocador y dos filas
de ropa de diferentes estilos.

»A partir de ahora, este será tu camerino. Hay una zona de trabajo delante y una cama
detrás del armario para que descanses —le explicó Selena mientras le mostraba la
habitación a través de una puerta abierta—. La ropa de aquí la puedes usar en el
escenario, pero debes cuidarla bien y no dañarla. ¿Entiendes? —preguntó Selena y le
entregó una tarjeta—. Esta tarjeta funciona como tarjeta de comida, de tu habitación y
de acceso al club. Después del trabajo, puedes ir al restaurante del personal en el
primer piso para comer algo.

—De acuerdo, gracias. —Delia tomó la tarjeta y, de forma cortés, asintió con la cabeza
como muestra de su agradecimiento.

Luego, Selena añadió:

—Las habitaciones cercanas a la tuya son de los gerentes. Por eso, no hay mucha
seguridad aquí. Si quieres quedarte a dormir en el club por la noche, será mejor que
cierres las puertas con llave.

—Selena, gracias por el amable recordatorio —le agradeció Delia con un gesto.

Selena la miró y volvió a advertirle:


—¡Recuerda! Aquí, si te encuentras con los asuntos de otras personas, ¡no seas
entrometida, no interfieras y no intentes ser una santa ni salvar a nadie!

—Entendido. —Delia asintió con la cabeza.

Después de eso, Selena se dio la vuelta y se fue. Sin embargo, justo después de su
partida, Delia escuchó un alboroto en la habitación de al lado. Justo cuando estaba a
punto de entrar a su camerino, oyó una voz familiar procedente de la habitación más
cercana.

—Jefe, le ruego que no me descuente del sueldo.

—¡Si no lo hago, nunca aprenderás la lección! ¡¿Por qué tuviste que ofender al Señor
Juárez?! —la regañó el jefe con firmeza.

—¡Lo hizo a propósito! —replicó la mujer llorando.

Delia se dirigió hacia la puerta de la habitación de al lado y se asomó. Era la mujer a


quien el Señor Juárez había obligado a lamer sus zapatos. El hombre robusto con
quien hablaba, sentado frente a un escritorio con las piernas cruzadas, parecía ser su
jefe. Delia vio las lágrimas en el rostro de la mujer y, justo cuando iba a entrar a la
habitación para ayudarla, recordó la advertencia de Selena.

«Tiene razón. ¿Quién soy yo para ayudarla? Estoy en la base de la pirámide del Club
Nocturno Tentación como ella. ¿Con qué poder podría ayudarla?».

Delia, impotente, se dio la vuelta con tristeza y volvió a su camerino. Xiomara le había
dejado una nota en el espejo del tocador, donde le indicaba qué vestido debía usar
para su actuación de esa noche. Lo único que tenía que hacer era seguir las órdenes.

Delia cerró la puerta y tomó el vestido blanco de mangas largas al estilo oriental que
Xiomara mencionaba en la nota y se lo puso. Luego, miró la hora y se percató de que
ya casi era su turno, así que salió de la habitación y fue a esperar detrás del escenario.

El Club Nocturno Tentación tenía un antiguo ambiente oriental. Muchas de las mujeres
que trabajaban allí llevaban vestidos como ella al caminar por los pasillos. Había una
regla no escrita sobre las mujeres que trabajaban en el Club Nocturno Tentación. Las
que usaban antifaces eran artistas, no prostitutas, por lo que los hombres y los
clientes del club no podían molestarlas ni aprovecharse de ellas.

Un hombre llamado Yunior Gómez había estado a punto de acosar sexualmente a Delia
porque no llevaba el antifaz la última vez. Ella todavía recordaba que, en aquel
entonces, no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Por fortuna, Miguel Larramendi la
había salvado justo a tiempo. De lo contrario, habría perdido su virginidad con Yunior,
que tenía malas intenciones. Aunque el hombre que la había salvado era en realidad
Manuel Larramendi, ella seguía pensando que su salvador había sido Miguel.

«Miguel parece ser mi caballero de brillante armadura, quien me salva en situaciones


difíciles una y otra vez». Al pensar en él sintió una culpa inexplicable. «Si se entera de
que estoy cantando en un club nocturno, de seguro se pondrá furioso».

Delia esperó un rato tras bastidores y, cuando le pidieron que saliera a escena, subió al
escenario con el corazón encogido.
José Juárez llevaba un traje color vino que hacía juego con sus zapatos de cuero del
mismo color y estaba sentado en el sofá de cuero de una cabina con las piernas
cruzadas. Aunque tenía a dos hermosas mujeres a su lado, aún lucía insatisfecho y
parecía desear más de la cantante vestida de blanco en el escenario. Los labios de
José se curvaron en una sonrisa diabólica.

—¿Cómo se llama la cantante de esta noche?

El amigo sentado a su lado se giró para mirar a Delia. Con los ojos entrecerrados y una
sonrisa lasciva en el rostro, le respondió mientras tocaba el pecho de la mujer a su
lado:

—¡Se llama Sirena! Creo que solo lleva un par de días aquí, ¡pero su voz es
impresionante!

José estaba de mal humor después de que una camarera le había ensuciado los
zapatos de cuero. Sin embargo, la mujer del vestido blanco de mangas largas al estilo
oriental y el antifaz de plumas blancas en el rostro, que cantaba como un ángel,
despertó su interés en aquel momento. Hacía mucho tiempo que no visitaba el Club
Nocturno Tentación, pero nunca pensó que una camarera afectaría su buen humor ese
día. Aunque el supervisor del Club Nocturno Tentación se había disculpado y lo había
compensado, seguía molesto y de pésimo humor.

—Camarero, ven acá. Toma esta pulsera electrónica y dásela a Sirena —dijo José
mientras sacaba su teléfono y escaneaba el código QR de la caja de recompensas de
la mesa. Luego, tomó una pulsera electrónica, hizo clic en el nombre de Sirena e
introdujo el monto de la propina antes de entregársela al camarero para que se la diera
a la joven que estaba en el escenario.

En el Club Nocturno Tentación, los clientes que querían ofrecer propina al artista
debían pulsar su nombre en la pulsera electrónica e introducir la cantidad deseada.
Luego, se la entregaban al camarero y él se la daba al artista. Durante los últimos días
en que Delia había actuado en el club, rara vez los clientes le habían ofrecido propinas.
Sin embargo, esa noche recibió una pulsera electrónica con diez mil. La persona que le
dio la propina era un hombre llamado José Juárez, el mismo que había intimidado
antes a la camarera. No obstante, cuando el camarero le entregó la pulsera
electrónica, tuvo que ponérsela en la muñeca y se vio obligada a agradecer al joven
delante de todos.

Al terminar una canción, Delia forzó una sonrisa y dijo:

—Gracias, Señor Juárez, por la generosa propina.

Cuando terminó de agradecerle, escuchó a alguien del público silbar como si le


sugiriera que hiciera algo, pero no pudo entenderlo.

Al terminar de cantar cinco canciones, el camarero la condujo hasta el Señor Juárez,


quien le había dado la propina hacía un momento. Cuando el camarero la condujo
hasta él, este quedó sorprendido al instante por la belleza de Delia. Aunque su antifaz
blanco le cubría parte del rostro, con el vestido blanco que llevaba parecía una diosa
pura e inocente.

»Encantada de conocerlo, Señor Juárez —lo saludó Delia con un gesto de respeto.
En su primer día en el Club Nocturno Tentación, Xiomara le había dicho que los
clientes allí eran dioses y que debía tratarlos a todos con respeto.

Por lo general, podía salir del trabajo después de terminar de cantar cinco canciones,
pero Selena le dijo que tenía que obedecer, pues el Señor Juárez le había ofrecido diez
mil de propina y había pedido verla. Sin embargo, Delia no quería irse a casa más tarde
de lo habitual solo por los diez mil, así que Selena la obligó e hizo que el camarero la
arrastrara a ver al hombre.

Cuando José vio a Delia, de inmediato ahuyentó a las mujeres que lo rodeaban e hizo
un espacio a su lado. Luego, la miró fijamente con una sonrisa en el rostro y le indicó
con un gesto que se sentara a su lado. Después, le dijo con amabilidad:

—Sirena, ven aquí y conversa un rato conmigo.

Sin embargo, Delia se quedó quieta e hizo una reverencia respetuosa. Luego, lo
rechazó con tacto:

—Señor Juárez, lo siento, pero ya es mi hora de salir del trabajo y debo regresar a casa.
Gracias por su generosa propina. Espero que tenga una noche maravillosa. Si me
disculpa, ya me voy.

Acto seguido, dio la vuelta y se fue. Delia no quería crear ningún problema ni causarles
una mala impresión a los clientes, pero tampoco quería acompañarlos a beber ni a
conversar. Aunque era obvio que intentaba evitar a José, le dejó una impresión fría,
aunque refrescante. Cuanto más lo rechazaba, más se interesaba él por ella y, de
repente, José deseaba con ansias domar a aquella mujer llamada Sirena.

«Le ofrecí diez mil de propina, pero no parece importarle. Debe ser porque no fue
suficiente. Bueno, para que no le queden dudas, le mostraré mañana por la noche cuán
adinerado soy».

José solía cambiar de novia más rápido que de ropa. Solo salía con mujeres durante
un mes o dos antes de aburrirse de ellas. Ahora que una mujer lograba atraer su
atención, quería divertirse a toda costa.

Delia corrió todo el camino hasta su casa y, en cuanto llegó, recibió un mensaje de
texto con la notificación de que su salario de la noche era de cinco mil quinientos.
Antes de esto, no sabía que el club se quedaba con la mitad de las propinas que
recibía de los clientes. Justo cuando se había tranquilizado, la puerta se abrió. Delia se
apresuró a guardarse el teléfono en el bolsillo y se giró sonriente hacia Miguel. Con un
clic, toda la casa se iluminó de repente.

—¿Por qué no habías encendido las luces? —preguntó Miguel, quitándose los zapatos
—. Delia, ¿por qué estás tan sudada?

Delia se le acercó para tomar su maleta y, con una sonrisa en el rostro, le respondió:

—Acabo de regresar de correr.

—Ya es muy tarde. ¿Por qué saliste a correr? —preguntó Miguel desconfiado.

Los ojos de Delia recorrieron la habitación y los labios se le curvaron en una seca
sonrisa. Se sentía culpable por la mentira que estaba a punto de decirle.
—¡Quiero perder peso!

—¡Boba, ya estás muy delgada! No hay necesidad de que pierdas peso. —Miguel
extendió la mano y le acarició la cabeza. Después de una pausa, dijo—: Bueno, voy a
tomar una ducha.

—¡Está bien! Ve a darte una ducha relajante. Te ayudaré a buscar la ropa. —Delia
asintió con energía y vio a Miguel entrar en el baño. «Parece que tengo que salir del
trabajo a las once y media de la noche. De lo contrario, Miguel descubrirá mi secreto
algún día si llego a casa tan tarde como hoy».

Cuando Miguel terminó de ducharse, se secó el cabello y se fue directo a dormir.

Al terminar de ducharse, Delia vio a Miguel profundamente dormido y apagó las luces
del dormitorio. Para evitar que el ruido del secador lo despertara, tomó unas toallas de
papel, se escondió en el baño y las utilizó para secarse el cabello mojado. No sabía
que el amor podía hacerla tan humilde. Cuando su cabello estuvo medio seco, se
dirigió a la cama en puntillas de pie como un gato y se acostó junto a Miguel.

«¿Desde cuándo este hombre se convirtió en mi todo?».

—Miguel, ¿me amas? —susurró Delia, apoyando la barbilla en el dorso de su mano y


parpadeando con sus grandes y redondos ojos, mientras miraba el rostro de Miguel
dormido.

Solo escuchó su pesada respiración como respuesta y se sintió como una idiota. «Ya
está dormido. ¿Por qué sigo preguntando lo que no me responderá?». Poco a poco,
Delia se fue quedando dormida.

Cuando abrió los ojos, el sol ya brillaba. Delia no podía creer que hubiera dormido
hasta el mediodía. «Qué extraño, recuerdo que puse la alarma». Se apresuró a buscar
su teléfono y, cuando lo encontró en la mesita de noche, se dio cuenta de que otra
persona había apagado la alarma. Solo ella y Miguel vivían en la casa, así que debió
haber sido él.

Ya era mediodía y, como de costumbre, Miguel estaba en el trabajo. Delia se pasó los
dedos por el cabello con frustración y se levantó de la cama. «Ya había decidido que le
prepararía el desayuno todas las mañanas...». Justo cuando comenzaba a deprimirse,
se dio cuenta de que, en la mesa pequeña cuadrada, había un plato de una pasta
deliciosa con una nota al lado.

«Buenos días, Delia. De Miguel».

Cuando Delia leyó la nota, su corazón se llenó de calor al instante y corrió al baño para
lavarse los dientes y asearse.

Aunque la pasta se había enfriado, seguía estando deliciosa.

Durante los días siguientes, el Señor José continuó molestando a Delia. Cada vez que
se subía al escenario a cantar, él le ofrecía una pulsera electrónica con una propina
que oscilaba entre los treinta mil y los cincuenta mil. Lejos de alegrarse, Delia se
asustaba cada vez que esto sucedía, pues temía que le pidiera a cambio algo poco
razonable. Por eso, se sentía mucho más tranquila cuando él no la acosaba.
Gracias a «Sirena», su nombre artístico, y a las generosas propinas del Señor José, el
Club Nocturno Tentación se hizo famoso entre la alta sociedad. Hasta Lucas Ferrero,
médico personal y buen amigo de Manuel Larramendi, estaba intrigado por los
rumores. Cuando Manuel lo recogió en el aeropuerto, Lucas le pidió al instante que lo
llevara al Club Nocturno Tentación.

—Escuché que, en Ciudad Buenaventura, el Club Nocturno Tentación es famoso por su


deliciosa comida, su exquisito vino y sus hermosas mujeres. Es la primera vez que
vengo, así que tienes que llevarme a visitarlo —dijo Lucas entusiasmado en el asiento
del copiloto.

Lucas Ferrero era un obseso de la medicina. Según Manuel, se especializaba en virus y


bacterias, y su principal ocupación era tratar enfermedades y salvar vidas. En el
pasado, cuando Manuel todavía estaba en el ejército y tenía que ir a misiones
peligrosas, Lucas lo acompañaba. Sin embargo, hacía unos años que se había ido a
estudiar al extranjero y había dejado de hacerlo.

Ahora que Manuel se había retirado del ejército, Lucas también había terminado sus
estudios. Por eso, Lucas tomó la iniciativa de reunirse y llegaron al acuerdo de que, a
partir de ese día, él sería su médico personal, pero Manuel debería apoyar sus
investigaciones económicamente. Manuel aceptó sin dudarlo, pero Lucas le dijo en
tono de burla:

—¿No tienes miedo de que te haga daño o te robe tu dinero?

—¡Si quisieras hacerme daño, no habrías arriesgado tu vida para salvarme en cada
misión! —respondió Manuel con una sonrisa.

Lucas lo miró aliviado. Tenían grandes lazos de amistad y se conocían muy bien. Al fin
y al cabo, su amistad era en lo único que se apoyaban durante las misiones peligrosas
para poder enfrentar lo que viniera.

Cuando llegaron al Club Nocturno Tentación, el gerente los condujo a la cabina con
mejor vista. En ese momento, había un hombre cantando en el escenario y la mayoría
de las mujeres del público lo aplaudían.

—¿Cuándo empezará a cantar Sirena, su mejor cantante? —preguntó Lucas con


entusiasmo al camarero que había venido a tomar su pedido.

Cuando el camarero escuchó la pregunta, respiró profundo al ver que otro hombre más
visitaba el club solo por Sirena. Luego, sonrió y, con respeto, le respondió:

—A las diez de la noche.

—¿Tan tarde? —Lucas puso cara de melancolía.

En cambio, Manuel, sentado a su lado, bebía tranquilamente un té de frutas. Cuando


Lucas lo vio, extendió la mano y le arrebató la taza de té. Luego, frunció los labios y
dijo con desaprobación:

—¿Estás bromeando? Estamos en el Club Nocturno Tentación. ¿Por qué estás


bebiendo té de frutas en vez de alcohol?

—Tengo una reunión mañana por la mañana, así que...


—¿Tu reunión de trabajo es más importante que yo? ¡No puedo creerlo! ¡Tienes que
beber conmigo! —Luego, Lucas tomó una copa de vino limpia de la mesa para servirle
un coctel y se la alcanzó.

Manuel sonrió con impotencia por la obligación de tener que beber con su amigo.

Ante la insistente petición de los clientes de las cabinas VIP, Xiomara hizo que Delia
subiera antes a cantar al escenario. Como siempre, llevaba un antifaz con plumas
blancas y una falda del mismo color. En cuanto empezó a cantar, su voz atrajo la
atención de Manuel.

José Juárez era el nombre completo del Señor Juárez, hijo mayor del presidente del
Grupo Juárez. Tenía fama de gastar el dinero como si fuera agua y cambiar de novia
más rápido que de ropa. Por esa razón, Delia no creía en absoluto su confesión de
amor.

»Sirena, te pido que seas mi novia. Te daré todo lo que quieras del mundo. Solo debes
complacerme esta noche —le dijo José y se acercó de nuevo a Delia con una sonrisa
malintencionada en el rostro.

—Señor Juárez, lo siento, pero estoy casada, así que no puedo ser su novia —le
respondió ella con calma antes de darse la vuelta para irse.

—¡Suficiente! Sirena, ¡deja de inventar excusas de m*erda para rechazarme! Los dos
somos adultos, así que sé sincera conmigo. De cualquier modo, ¡serás mi novia esta
noche! —José no quería seguir perdiendo su tiempo con Delia y sonaba impaciente.

Aunque segundos atrás parecía amable, cambió de repente y reveló su naturaleza


lujuriosa y violenta. Luego, dio un paso hacia delante, extendió la mano para tomar la
muñeca de Delia y la empujó contra la pared. Con una mano, la haló por la ropa y, con
la otra, le sujetó el cuello para luego besarla frenéticamente.

»¡Sirena, te deseo! ¡Serás mía esta noche! ¡Te haré mi mujer! —murmuró José mientras
la besaba a la fuerza y con impaciencia—. Sirena, ¡cómo te gusta darme guerra,
pequeño demonio!

Delia intentaba escapar con todas sus fuerzas, pero fue en vano. Comparada con el
hombre que tenía delante, parecía una hormiga que intentaba sacudir un árbol. «¿Quién
me salvará ahora?».

Mientras tanto, en el baño del Club Nocturno Tentación, de pie frente a un lavabo de
color negro, se encontraba un hombre apuesto y refinado, con un temperamento
incompatible con aquel entorno, que se lavaba con suavidad sus finas y hermosas
manos. Solía tenerlas cubiertas de callos porque empuñaba armas todo el año; pero,
después de retirarse del ejército y empezar en los negocios, se pasaba el día sentado
en su oficina y se le habían recuperado.

Manuel se quitó la chaqueta gris hecha a su medida, se la puso sobre el brazo y dejó al
descubierto la camisa de seda blanca hecha a mano que mostraba a la perfección su
musculoso pecho.

«¿Qué me pasa hoy?». Manuel frunció el ceño y levantó despacio la vista para observar
su reflejo en el espejo. Otra vez, Sirena, que había cantado en el escenario esa noche,
pasó por su mente. Entrecerró los ojos y fue como si pudiera ver la sonrisa de Mariana
en el espejo. Mientras observaba a Delia cantar en el escenario hacía un momento,
imaginaba en ocasiones que era su amada Mariana. «Quizá esté enfermo de verdad.
¿Tendré que consultar a un psiquiatra?».

Manuel movió la cabeza para ordenar sus pensamientos. Luego, tomó una toalla de
papel, se secó las manos y salió del baño.

—¡Ayuda!

Manuel escuchó la voz de Mariana en su mente y se sorprendió.

Delia se estremeció de miedo cuando la mano tosca de José tocó su ropa interior.
Temblaba del susto.

»¡Ayuda! ¿Alguien me puede ayudar? ¡Por favor, deténganlo! —El cuerpo tenso de Delia
seguía resistiéndose a José. Intentaba por todos los medios apartarlo y no se atrevió a
relajarse ni por un segundo.

De repente, oyó el sonido de unos pasos lentos aproximarse al pasillo. Sus ojos se
iluminaron de inmediato y se giró con esperanza hacia donde venía el sonido. Estaban
cerca de la escalera de incendios y rara vez pasaba alguien por allí. Por ese motivo,
José se atrevía a actuar con tanta imprudencia.

Delia se sintió esperanzada con el sonido de los pasos. Entonces, notó la presencia de
una figura alta y esbelta en la escalera. Las luces del pasillo iluminaban desde arriba a
la persona, que se encontraba en una esquina oscura; pero, cuando caminó despacio
hacia ellos, su rostro apuesto salió poco a poco de las sombras.

«¡Es... él!». Delia nunca pensó que se encontraría, en un lugar como ese, al hombre que
había salvado. Aunque no esperaba volver a verlo, en ese momento rezó para que él
caminara en dirección suya.

El hombre los miró fijamente. La mayor parte de su apuesto rostro seguía en las
sombras, así que ella no podía ver su expresión. José se sorprendió al verlo y, de
inmediato, dejó lo que estaba haciendo. Estaba preocupado e intentaba adivinar lo que
el hombre estaba pensando. «Parece que está pasando por aquí de casualidad. No
creo que vaya a interferir en mis asuntos».

Cuando José estuvo seguro de que el hombre no iba a interferir, apretó con fuerza la
mano de Delia. Quería arrastrarla hasta una habitación para terminar lo que había
empezado.

—¡Señor Juárez, por favor, suélteme! —gritaba Delia mientras luchaba con todas sus
fuerzas. José le apretó las muñecas con tal brusquedad que su piel se enrojeció; pero,
aun así, ella no renunciaba a la oportunidad de escapar. De inmediato, aprovechó el
momento y le gritó a la sombra que estaba en la escalera—: ¡Señor, se lo ruego! ¡Por
favor, sálveme!

—¡Cállate la boca! —José la arrastró hasta la entrada del ascensor y le dijo con
maldad—: ¡He gastado tanto dinero en propinas para ti que deberás acostarte
conmigo! Estás aquí para vender tu cuerpo. ¿Por qué una prostituta como tú se hace la
inocente? ¡Eres de veras una p*ta! Si quieres gritar, ¡espera a estar en la cama
conmigo! —le dijo en voz alta a propósito. Al parecer, quería que el hombre escuchara
lo que estaba diciendo para advertirle de que se trataba de una prostituta a quien no
valía la pena salvar.

Cuando Manuel bajó con tranquilidad las escaleras, se quedó en silencio en el pasillo y
los vio marcharse poco a poco. Parecía que no pensaba interferir. Delia se sintió
desolada al ver que el hombre había ignorado su grito de ayuda. Aprovechó un
momento en que José estaba distraído, bajó la cabeza y mordió con fuerza el dorso de
su mano. José gritó de dolor y la soltó al instante. Al ver su reacción, Delia salió
corriendo, pero lo hizo tan rápido que tropezó y cayó al suelo ante los pies de Manuel.
José aprovechó la oportunidad para perseguirla, la levantó y le gritó lleno de ira:

—¡P*ta! ¿Cómo te atreves a morderme? ¡¿Tienes ganas de morir?! —Entonces, levantó


su otra mano para darle a una bofetada.

—¡Para!

Delia cerró los ojos asustada cuando vio que José estaba a punto de abofetearla. De
repente, una mano firme tomó sin esfuerzo la muñeca de José y la detuvo en el aire.
Manuel lo miró fijamente y sus labios finos se separaron para decirle con tranquilidad:

—Suéltala.

José se sorprendió y levantó la vista para ver de quién se trataba. Cuando sus ojos se
encontraron con los de Manuel, sintió que un escalofrío le recorría la columna
vertebral.

—¿Q… Quién eres? ¡¿Cómo te atreves a interferir en mis asuntos?! —José tragó en seco
y su actitud arrogante ya no era la misma al ver a Manuel.

Los ojos oscuros de Manuel se entrecerraron y sus labios finos se curvaron en una
mueca para burlarse. Al verlo, José se acobardó. Se sintió culpable y soltó la mano de
Delia. En cuanto Manuel vio que la había dejado libre, le soltó la mano y lo dejó ir
también.

Delia aprovechó la oportunidad y se alejó unos pasos para distanciarse de José. Sin
embargo, molesto por el atrevimiento de Manuel, José intentó darle una patada. Sus
habilidades de combate no eran nada comparadas con la destreza de Manuel, quien
había servido muchos años en el ejército y se acababa de retirar.

Dalia se sorprendió y gritó enseguida:

—¡Cuidado!

Manuel tenía vista de águila y su rápida respuesta tomó desprevenido por completo a
José. Lo tomó por la pierna y lo lanzó por encima de su hombro.

—¡Ah! —Cuando José cayó al suelo, estaba tan adolorido que comenzó a rodar. Sin
querer, llegó a los pies de Delia y ella se escondió de inmediato detrás de Manuel—. T…
Tú... —José sentía tanto dolor que parecía que estaba a punto de llorar.

—¡Largo! —le ordenó Manuel y lo miró con desprecio.

José se asustó y se levantó con prisa del suelo. Mientras frotaba su trasero para
calmar el dolor, apuntó al rostro de Manuel y le gritó:

—¡Hijo de p*ta! ¡Espera y verás! ¡Volveré!


—¿Por qué sigues aquí? —preguntó Manuel con una expresión fría en el rostro.

Manuel lo miró como si estuviera a punto de comérselo vivo y, cuando José vio su
aterradora expresión, se dirigió enseguida hacia el ascensor. De repente, se hizo un
profundo silencio en el pasillo.

Estaban en la escalera de incendios del Club Nocturno Tentación y, en comparación


con el ruido de afuera, se sentía una calma tal que parecían dos mundos diferentes.
Manuel se giró ligeramente hacia un lado, entrecerró los ojos y bajó la cabeza para
mirar a la pobre mujer afligida con antifaz de plumas blancas que tenía delante. El
cabello largo de ella caía desordenado sobre sus hombros y tenía varias marcas en el
cuello producto de los besos desaforados de José. Manuel recorrió su cuerpo con la
vista y, cuando llegó a los muslos, frunció molesto el ceño ante la desagradable
impresión de los moretones que tenía.

Al ver que el hombre la examinaba, Delia enseguida se cubrió el pecho y se alejó un


poco. Luego, juntó las piernas, bajó la cabeza y le dijo con la voz casi inaudible:

—Gracias.

De repente, notó algo gris ante sus ojos. Levantó la vista y vio que el hombre le había
colocado su chaqueta sobre los hombros.

Manuel observó a la pobre mujer que tenía delante y, al apartar sus manos, los dedos
le rozaron las mejillas durante un segundo, antes de bajarlas por completo. Luego, se
dio la vuelta con calma y se marchó.

«¿Qué me pasa? ¿Por qué tuve el impulso de tomar su rostro y besarla? ¿Por qué tuve
el impulso de estrecharla entre mis brazos y consolarla? Ella no es Mariana...». Con el
corazón apesadumbrado, Manuel salió de la escalera de incendios.

Delia se quedó de pie, boquiabierta, viendo cómo se marchaba. «Creo que... no me


reconoció. Probablemente fue por el antifaz», pensó y suspiró aliviada.

Cuando volvió a su camerino, se quitó el traje y entró al baño para ducharse. Quería
quitarse el olor de otros hombres y se frotó cada parte que José había manoseado.
Cuando terminó, se puso su ropa y se sentó frente al espejo. Luego, tomó la base de
maquillaje y trató de esconder las marcas del cuello y los moretones de los muslos.
Por último, antes de volver a casa, le entregó la chaqueta gris a Xiomara y le pidió que
se lo devolviera al amable hombre.

Por ese motivo, casi cuando Manuel había regresado a su cabina, un respetuoso
camarero le entregó su costosa chaqueta con ambas manos. Lucas también tenía
vista de águila y una gran intuición. Cuando vio a Manuel tan tranquilo, se acercó de
inmediato para oler bien la chaqueta. Luego, se burló:

—Manuel, puedo oler el aroma de una mujer en tu chaqueta y ¡tiene fragancia de virgen!

—¿Perdiste la cabeza por todo el estrés de los estudios de medicina? —Su rostro lucía
sombrío mientras miraba a Lucas con sus oscuros ojos.

Lucas sonrió:

—¡Claro que sí! Al fin y al cabo, ¡soy un ratón de biblioteca! ¡Mi sentido del olfato es
muy preciso! ¿No me crees?
—¡Qué pedante eres! —se burló Manuel y recogió su chaqueta para ponérsela.

En ese momento, Lucas se dejó caer de repente en el sofá de cuero y le preguntó con
seriedad:

—Manuel, ¿te importaría que tu mujer hubiese perdido su virginidad con otro?

Manuel se abrochó despacio los botones de la chaqueta y le respondió con


indiferencia:

—No, no me importaría.

—¿De verdad eres tan abierto de mente? —le preguntó y lo miró incrédulo.

—Si realmente estás enamorado de una mujer, nada más te importa. —Manuel
extendió la mano para tocar el hombro de Lucas en señal de aprobación.

Lucas forzó una sonrisa y no dijo nada. Manuel sabía que tenía algo en mente, pero no
indagaría si él no estaba dispuesto a decírselo. Cuando notó lo tarde que se estaba
haciendo, Manuel pagó la cuenta y salió del Club Nocturno Tentación con Lucas. Justo
cuando se dirigían al lujoso auto de Manuel, aparecieron seis hombres de la nada y los
rodearon.

Lucas los miró primero y luego se dirigió a Manuel. Entonces, se frotó las palmas de
las manos y se lamentó:

—Manuel, ¡parece que ofendiste a alguien en el Club Nocturno Tentación!

—¡Deja de decir estupideces y golpéalos! ¡No me avergüences!

Manuel entrecerró ligeramente los ojos, se quitó la chaqueta y se la colocó en el brazo


como protección. Luego, dio un paso adelante para luchar contra los seis hombres.
Después de un momento de caos, los dos consiguieron golpear a los seis hombres,
que terminaron huyendo asustados. Lucas levantó las manos y las agitó en el aire para
aliviar el dolor. Luego, se llevó el puño a los labios, lo sopló y comenzó a quejarse:

—¡Dios mío! ¡Eso sí que dolió!

—¡Aunque volviste más inteligente del extranjero, parece que tus habilidades de lucha
empeoraron! —dijo Manuel con calma y sacudió su chaqueta.

Con el rostro sombrío, Lucas lo miró y se lamentó:

—Eres casi de hierro. Has sobrevivido incendios, naufragios y hasta has escalado
montañas. ¿Cómo podría compararme contigo?

—¡Bueno, entonces deberás acompañarme al gimnasio para recuperar tu fuerza! —dijo


sonriente Manuel, que veía la decepción en el rostro de Lucas.

Lucas se estiró y no pudo evitar preguntar:

—¿Quién envió a esos tipos? ¿Cómo se atreven a provocarte? ¿No saben quién eres?

—Lo más seguro es que haya sido José Juárez —dijo Manuel pensativo.

Después de todo, no lo conocía bien. De hecho, hoy había sido la primera vez que se
veían. Solo supuso que el hombre atrevido a quien había golpeado era probablemente
José Juárez, el hijo mayor del director general del Grupo Juárez y hermano de Sofía
Juárez. Lo supo cuando escuchó a Sirena llamarlo Señor Juárez.

Manuel no estaba muy molesto por el intento de venganza de José; más bien le
preocupaba que siguiera acosando a Sirena. No pudo evitar fruncir el ceño cuando
intentaba dejar de pensar en ella. «¿Qué me pasa hoy? Por casualidad, Sirena tiene la
misma voz que Mariana; eso es todo. ¿Por qué estoy tan preocupado por ella?».

—¡Vamos! ¡Llévame a tu casa! ¡Desde hoy me pegaré a ti como si fuera un chicle en tu


zapato! ¡Tendrás que cuidar de mí para siempre! —bromeó Lucas.

Sus palabras hicieron que Manuel volviera en sí. Abrió la puerta del auto y se sentó en
el asiento del conductor. Al instante, Lucas pasó al otro lado y se sentó en el del
copiloto.

Cuando Delia regresó a casa, suspiró aliviada al notar que Miguel aún no había llegado.
Esa noche había ganado más de cien mil, pues el Señor Ferrero le había ofrecido una
generosa propina de doscientos mil. El club nocturno se quedaba con la mitad, así que
el Departamento de Contabilidad le transfirió los cien mil restantes a su cuenta
bancaria.

Cuando Delia vio su reflejo en el espejo del baño se burló de sí misma. «¡Delia Torres!».
Recordó todo lo que había sucedido esa noche, se arrodilló y no pudo evitar sollozar un
poco mientras se apretaba la cara. «Casi... casi pierdo mi virginidad... y todo es culpa
mía por haberlo provocado... Con mis actos, casi daño a Miguel..., pero ¿qué más
puedo hacer? No quiero que él trabaje tanto todos los días».

En ese instante, Delia sintió odio de sí misma por no tener una educación
suficientemente buena y no poder compartir la carga financiera con Miguel. «Sería
genial si supiera algo de arquitectura. Al menos podría ayudarlo, aunque solo fuera
para hacer trabajos sencillos. Pero, por desgracia, ¡no sé nada! No hay nada que pueda
hacer que sirva de ayuda. Todo lo que hago es verlo irse temprano y regresar tarde del
trabajo. Siempre está tan agotado que se queda dormido enseguida que regresa a
casa. ¡Me duele el corazón al verlo así!».

¡Toc, toc!

Delia oyó de repente que llamaban a la puerta del baño y se recompuso al instante. Se
apresuró a echarse un poco de agua en la cara.

—Delia, ¿estás ahí? —preguntó Miguel preocupado.

Ella se tranquilizó y respondió con una sonrisa:

—¡Sí, aquí estoy! ¡Salgo enseguida!

Luego, abrió la puerta y se encontró con Miguel de frente. Cuando él vio las gotas de
agua en su rostro, se dio la vuelta y tomó la caja de servilletas de la mesa del comedor.
Sacó algunas, fue hasta donde estaba ella y le secó el rostro con delicadeza.

—Tontita, ¿por qué no te secaste el rostro después de lavártelo? —preguntó Miguel


mientras la observaba con cariño.

Ella estiró la mano para tomar la suya y ponerla en su mejilla. Luego, con la voz
entrecortada, murmuró:
—Miguel, no trabajes demasiado, por favor. Yo... ¡estoy tan preocupada por ti!

Él se quedó atónito ante sus repentinas palabras y sintió una extraña sensación al ver
las lágrimas que brotaban de sus ojos.

—Delia, ¿qué te pasa hoy?

—¡Solo estoy preocupada por ti! —le respondió ella angustiada.

Sin decir más, Miguel la tomó en sus brazos. «¿Debería tomarme algún tiempo libre
para acompañarla más?».

Delia tuvo pesadillas durante toda esa noche. Soñó que el Señor Juárez había enviado
a alguien a matarla e incluso que el hombre a quien había salvado la encerraba. No fue
hasta las cuatro de la madrugada que concilió el sueño poco a poco, mientras
abrazaba con fuerza a Miguel.

A la mañana siguiente, la luz del sol brillaba a través de las cortinas de la habitación,
mientras Delia se despertaba todavía soñolienta. Al ver a Miguel, no logró contenerse y
le preguntó con curiosidad:

—¿N… No tienes que ir hoy a la oficina?

—¡Vaya, mi niñita por fin se despertó! —Miguel bajó la cabeza y le dio un beso en la
frente. Luego, con su atractiva voz, le respondió—: Me abrazaste tan fuerte toda la
noche que no pude desprenderme para ir al trabajo.

Al oír esto, Delia se terminó de despertar y lo soltó mientras lo miraba justificarse.


Cuando él vio la expresión de su rostro se echó a reír.

»¡Eres de veras una chica boba! Hoy es domingo, ¡no tengo que ir al trabajo!

—¡Ah... hoy es domingo! Domingo... ¡Qué maravilla! —murmuró Delia mientras se


estiraba y lo abrazaba de nuevo. Luego, se acurrucó en sus brazos como un gatito y se
quedó dormida.

Cuando Delia volvió en sí, ya eran las once de la mañana. Al principio, no quería salir de
la cama, pero la barriga le rugía en señal de protesta, así que se levantó y se aseó
antes de buscar algo para comer. En ese momento, Miguel no estaba en casa; pero,
justo cuando abría la nevera de la cocina, alguien llegó a la puerta. Se giró
instintivamente y, cuando vio a Miguel con ropa informal, como si acabara de llegar a
casa, se sorprendió por unos segundos y le preguntó:

—¿No fuiste hoy al trabajo?

Por lo general, Miguel usaba traje para trabajar; de ahí su sorpresa al verlo con ropa
informal. Miguel la notó confundida, sonrió y le dijo:

—Boba, hoy es domingo, mi día libre.

Fue entonces cuando Delia entendió lo que estaba sucediendo.

Cuando Miguel entró a la casa, se dirigió directo al baño. Al salir, vio a Delia aturdida
mirando la nevera, le sonrió y le dijo:

—Vamos a salir a almorzar hoy.


—¡Está bien! —Ella cerró de inmediato la puerta de la nevera y le sonrió. «Si salimos a
almorzar, ¿significa que es una cita?». Delia se sintió emocionada por un momento.

Cuando salieron de la casa, Miguel, con las manos al volante, le preguntó con dulzura:

—¿Qué quieres comer?

—Mmm... —Ella lo pensó por un momento, pero no se le ocurrió nada que se le antojara
mucho y le respondió—: En verdad, no sé qué comer.

—Pues entonces, vamos a probar la comida japonesa —le dijo Miguel con una sonrisa.

—De acuerdo —respondió Delia y asintió.

A decir verdad, a ella no le gustaba la comida japonesa; pero, si estaba con él, no le
importaba la comida.

Cuando Miguel aparcó su auto en el estacionamiento frente al Restaurante de los Mil


Sabores, la brisa hizo danzar en el aire a las flores de cerezo como mariposas en un
jardín. Cuando Delia se bajó del asiento del copiloto, le llegó la tenue fragancia floral,
refrescante y agradable, que inundaba el ambiente. En Ciudad Buenaventura, casi todo
el año era primavera y los cerezos siempre estaban florecidos.

Al salir del auto, Miguel miró por causalidad a Delia y se quedó atónito al instante. Una
flor de cerezo se había posado sobre su cabello, que le caía por la espalda como una
cascada negra. Con la cabeza inclinada, ella disfrutaba de la vista de los cerezos
florecidos, sin saber que su rostro desnudo, elegante y refinado los eclipsaba.

Al apartar la mirada, Delia notó que Miguel, parado junto al auto, la observaba.
Entonces, se acercó a él y recogió los pétalos de flor de cerezo de su hombro. Luego,
extendió la palma de la mano y los sopló en dirección de su apuesto rostro.

Pfff.

Su rostro sonriente era tan hermoso como una flor.

Miguel recobró al instante sus sentidos y sonrió también. Delia le coqueteaba y él la


tomó en sus brazos. Se inclinó ligeramente y giró la cabeza hacia un lado para besarla
con sutileza en la mejilla. Ella se sorprendió y dos círculos rojos se reflejaron al
instante en su rostro. Le estaba regalando el amor más puro y maravilloso de este
mundo.

Una dulce sonrisa se dibujó en el rostro de Miguel al tomar a Delia de la mano y


pasearse bajo los cerezos florecidos hasta llegar a la entrada del restaurante. En
cuanto entraron, el camarero que los recibió le entregó a cada uno un antifaz y les
informó que ese día se celebraría un evento. Delia estaba acostumbrada a llevar este
tipo de antifaces, así que se la puso de inmediato cuando el camarero se la entregó y
se la mostró a Miguel.

—Miguel, ¿cómo me veo? ¿Aún puedes reconocerme? —le preguntó Delia en tono de
juego con una amplia sonrisa en el rostro.

Miguel, que se divertía con ella, le respondió:

—Niña boba, ¡por supuesto que te reconozco!


¿Cómo no iba a reconocerla si se la había puesto delante de él? Sin embargo, si no lo
hubiera hecho ante sus ojos, lo más probable era que no la hubiera reconocido.
Después de todo, este tipo de antifaz solo dejaba ver los ojos y la boca de la persona y
eso dificultaba mucho reconocer a quien la llevara puesta.

El camarero les pidió que se quitaran los zapatos y los condujo a una pequeña mesa
cuadrada, en un salón cerca del estanque del patio trasero. Había un buen número de
invitados en la sala, en su mayoría hombres y mujeres jóvenes.

En cuanto Delia y Miguel se sentaron en el suelo frente a la pequeña mesa cuadrada.


Una mujer vestida con un kimono, parada frente a una gran rejilla de bambú, tomó en la
mano un micrófono y comenzó a pronunciar nombres con una sonrisa. Cuando señaló
a Delia de lejos, dos camareras se acercaron a su lado enseguida y la invitaron a pasar
detrás de la rejilla. Inconscientemente, Delia miró a Miguel y él asintió en forma de
aprobación con una sonrisa en el rostro. Luego, ella se levantó y siguió a las dos
camareras.

Al cabo de un rato, una hilera de mujeres que vestían el mismo kimono rosado, todas
con figuras y estaturas similares y con el cabello recogido, salieron de atrás de la
rejilla. Una a una, se fueron colocando de frente, todas con antifaces plateados. Al
instante, los hombres de la sala las observaron con asombro.

—Hoy es el día en que el Señor X le pedirá matrimonio a la Señorita X. Vamos a retar al


Señor X. ¿Cómo reconocerá a su amada Señorita X entre todas estas bellas damas? —
preguntó la presentadora con una sonrisa.

Los demás jóvenes, sentados en el tatami del salón, aplaudieron y vitorearon al


unísono. Hasta a Miguel, desde su asiento, le resultaba difícil distinguir a Delia en la
hilera de bellas mujeres, pues todas llevaban el mismo kimono, la misma máscara y
estaban de pie con la misma postura.

—Si el Señor X adivina correctamente en su primer intento, no deberá pagar la cuenta


hoy. Pero, si no lo hace a la primera, deberá comprar una tabla de <i>sashimi</i> de
salmón para cada mesa —dijo la presentadora con tono apasionado.

De inmediato, la sala se llenó de vítores y risas. Como era de esperar, el Señor X se


equivocó en su primer intento. Por esa razón, la sala entera estalló en fuertes
carcajadas ante el error tonto pero gracioso de equivocarse de novia.

Como el Señor X no encontró a su novia, la presentadora pidió a los hombres de la sala


que llevaran a sus novias a sus respectivos asientos. Sin más remedio, Miguel tuvo
que levantarse y traer de vuelta a Delia, que estaba de pie frente a la rejilla. Los demás
hombres que subieron al escenario con él, perplejos, se rascaban la cabeza mientras
miraban la fila de mujeres indistinguibles. No se atrevían a dar el primer paso por
miedo a equivocarse. Miguel analizó a todas las mujeres, se dirigió a la que estaba
más a la izquierda y la tomó de la mano sin decir una palabra, para luego llevarla a su
asiento.

Como alguien ya había dado el primer paso, de repente, los demás hombres se
decidieron a arriesgarse. Cada uno tomó a una mujer y la llevó a su asiento. Cuando la
presentadora dio la orden, las mujeres se quitaron los antifaces y enseguida la sala
estalló en estrepitosas carcajadas.
Después de que Delia se quitara el antifaz, le hizo una mueca a Miguel. Esto le resultó
muy gracioso al joven, quien levantó su mano y le regó el cabello a la muchacha de
forma cariñosa.

—¡Sabía que eras tú!

—¿Cómo me reconociste? Cuando fui tras bastidores, el maestro de ceremonias nos


rogó que no hiciéramos ruido y nos prohibió dar señales —le comentó Delia a Miguel
mientras lo miraba a los ojos con impaciencia.

—¡Seguí mi corazón! —respondió él con una sonrisa.

Por supuesto, hay quienes confunden a sus novias.

El pasillo rebosaba de diversión y alegría. En realidad, él tampoco sabía cómo la había


encontrado. Después de mirar de cerca a todas las mujeres, sintió un tirón que venía
de la mujer que estaba al extremo izquierdo. Dado que él sentía algo especial por ella,
bien podría traerla de vuelta. ¡Por suerte, había encontrado a Delia!

Miguel respiró aliviado sin que nadie se diera cuenta. De hecho, Delia también se sintió
feliz de verlo. Para ser precisos, no solo se sintió feliz, sino también eufórica.

Cuando sirvieron el <i>sashimi</i> de salmón gratis, Miguel tomó un pedazo y lo puso


en el tazón de Delia. A pesar de que a ella no le fascinaba el <i>sashimi</i>, lo tomó
con una sonrisa en sus labios, lo mojó en <i>wasabi</i> con calma y se lo llevó a la
boca. Aunque no le gustaba el sabor, igual le agradó el gesto de él. Por otro lado,
Miguel no se percató de que a Delia no le gustaba ese tipo de comida. Quizás las
personas pueden cambiar sus preferencias cuando están enamoradas de verdad.

Delia se dio cuenta de que ella podía cambiar por el bien de Miguel, que podía
contenerse y hacer cosas que jamás pensó que podría hacer.

Durante todo el día, Delia se sintió alegre estando con Miguel. Luego de la cena, él
incluso fue de compras con ella y la llevó al cine. Delia pensó que él se quedaría con
ella en casa después de la cena. Sin embargo…

Al final, él decidió ir a trabajar horas extra en su empresa. Resulta ser que él había
hecho tiempo dentro de su apretada agenda para acompañarla. Por alguna razón, Delia
todavía se sentía insatisfecha y hasta un poco culpable.

Después de que Miguel se fue a trabajar, ella limpió la casa y fue hacia el Club
Nocturno Tentación.

En ese momento, Delia no estaba de buen humor, por lo que no estaba muy
concentrada mientras cantaba.

Esa noche, como siempre, el Señor Ferrero fue el que más propina le dio. Al Señor
Juárez no parecía gustarle la idea de que alguien resaltara más que él y decidió darle a
la joven mucha más propina que antes.

Fernando no pudo contener su amplia sonrisa, pero a Delia no le asombró este dinero
en lo absoluto, a pesar de que ella era la que más lo necesitaba.

Manuel Larramendi estaba en una cabina lujosa. Él no tenía idea de por qué había ido
al Club Nocturno Tentación durante los últimos días solo para escuchar cantar a
Sirena. Él no bebía alcohol y solo ordenaba té de frutas y algunos aperitivos. El resto
del tiempo, solo le daba propina a la chica usando el nombre de Lucas Ferrero.

Los ojos de Manuel miraban fijo a Sirena, la mujer que estaba en el escenario. Cada
ceño fruncido y sonrisa, cada uno de los movimientos que ella hacía era un recuerdo
nuevo para él; y cada vez que terminaba de cantar, él se ponía de pie y se marchaba del
club enseguida.

A medida que pasaban los días, escucharla cantar cada noche parecía haberse
convertido en un hábito para él. Incluso Delia se dio cuenta de que el Señor Ferrero
venía a escucharla cantar todos los días. Sin embargo, él era distinto al Señor Juárez.
Solo se sentaba tranquilo en su cabina y nunca le hizo un pedido descabellado.

Por otro lado, el Señor Juárez la acosaba a cada rato e incluso coqueteaba con ella y le
decía obscenidades en público. Esto solo hacía que Delia se sintiera avergonzada y
que guardara rencor hacia él. Al principio, la chica le pedía a Xiomara que la protegiera;
sin embargo, luego de unas cuantas veces, ella se volvió inmune a las palabras de
José. Solo se hacía la de la vista gorda, lo ignoraba sin importar lo que ese
sinvergüenza hiciera frente a ella y seguía su camino. No obstante, cuando José
Juárez desapareció de pronto y no la acosó esa noche, ella se preocupó.

Tan pronto como Delia terminó de cantar y volvió a su camerino, sintió un aire frío
detrás de ella. Antes de poder darse la vuelta, alguien le cubrió la boca y la nariz con un
pañuelo. Enseguida perdió la conciencia y se desmayó.

En el parqueo del sótano del Club Nocturno Tentación.

Manuel estaba a punto de subir a su auto cuando divisó una sombra con el rabillo del
ojo. La sombra llevaba un objeto blanco y corría detrás de algunos autos. Todo esto
despertó su sentido detectivesco.

Como por instinto, guardó sus llaves y siguió aquella sombra rápidamente. Cuando se
acercó a los autos, vio a un hombre que llevaba a una mujer inconsciente sobre sus
hombros e intentaba entrar en un monovolumen. Enseguida dio un paso hacia
adelante y le dio unas palmadas al hombre en el hombro que tenía libre.

Este se dio la vuelta asustado. Manuel lo sorprendió con la guardia baja y le lanzó un
puñetazo en el rostro, lo que hizo que el hombre se quejara:

—¡Ay! ¡Hijo de p*ta!

Manuel aprovechó ese momento para agarrar a la mujer inconsciente de los hombros
del hombre. Mientras este se quejaba de dolor y se cubría los ojos, las puertas del
monovolumen se abrieron y al instante un grupo de hombres salió de adentro.

—¿Por qué tú de nuevo? —refunfuñó el hombre a cargo.

Mientras sostenía a la mujer inconsciente con un solo brazo, Manuel hizo un gesto de
combate con su otra mano. Fue entonces cuando recordó que esos eran los mismos
seis bandidos que los habían atacado a él y a Lucas aquel día.

Por supuesto, al que golpean no olvida. Cuando los seis bandidos vieron que la
persona que los había detenido esta vez era la misma que los había golpeado hasta
dejarlos sin conocimiento aquella noche, se miraron los unos a los otros. Ninguno se
atrevía a atacar primero.

—¡No se queden ahí parados! Está solo esta vez. ¡Rápido, devolvámosle la mujer a
nuestro jefe!

Manuel no tuvo tiempo de ver quién era la mujer que sostenía. Lo único que podía
hacer era comenzar a golpear a estos seis hombres hasta que se rindieran.

Al darse cuenta de que no podían derrotarlo solo con sus puños, uno de ellos
aprovechó la oportunidad para regresar al monovolumen y sacar varios bates de
béisbol. Una vez que los tuvieron en sus manos, estos seis hombres se volvieron aún
más insolentes.

Delia sintió que su cuerpo se quebraba a causa del enérgico movimiento. Mientras
abría los ojos despacio, vio a un hombre con un bate de béisbol que se abalanzaba
sobre ella, lo que la hizo comenzar a gritar de miedo.

Manuel la abrazó de inmediato y lanzó una patada giratoria. Mientras la protegía en


sus brazos, hizo que los hombres retrocedieran mientras se defendía con patadas; no
obstante, en ese momento, otro de ellos aprovechó para golpearlo en la espalda con el
bate sin misericordia.

Dado que Manuel tenía que proteger a la chica, no le era fácil pelear contra los seis
bandidos que le lanzaban batazos. Por lo tanto, como no lograría vencerlos, solo podía
cargar con ella y escapar. Después de agarrar a Delia con fuerza por la cintura y
confundir a los seis bandidos con sus puños, de inmediato la tomó por la muñeca y
salieron huyendo. No le daba tiempo para regresar a su lujoso auto, por lo que sujetó la
mano de la joven y juntos corrieron hacia la salida del sótano.

Detrás de ellos iban los seis hombres en el auto y los persiguieron alrededor de seis
cuadras. Ella ya no podía correr más, su respiración estaba muy agitada, así que soltó
su mano del agarre de Manuel.

Manuel miró a su alrededor y vio un callejón oscuro y estrecho entre dos tiendas.
Volvió a agarrar la mano de Delia y la arrastró hasta el callejón para esconderse.
Después de que los seis hombres pasaron de largo, suspiraron aliviados como si se
hubiesen quitado un gran peso de encima. También fue entonces cuando Manuel se
dio cuenta de que la mujer que había rescatado era Sirena, del Club Nocturno
Tentación. Su corazón, que todavía estaba acelerado por la enérgica pelea, aumentó
aún más el ritmo de sus latidos y su sangre hirvió al confirmar la identidad de la mujer.

La respiración de Manuel se hacía más pesada y su mirada fría y penetrante estaba fija
en la mujer frente a él, quien hacía que su corazón se acelerara.

Cuando Delia se volteó y su mirada se cruzó con la de él sin querer, de inmediato sintió
una atmósfera extraña entre ellos. Esto se debió a que el callejón era tan estrecho, que
sus cuerpos estaban apretados el uno contra el otro. Ella podía sentir el calor que
subía despacio desde su abdomen y se esparcía poco a poco por la parte superior de
su cuerpo.

Manuel la miró con osadía sin pronunciar una palabra ni moverse un centímetro. ¿Por
qué ella le había hecho creer que era Mariana?
Delia frunció un poco las cejas mientras decía con vergüenza:

—Gracias. —Aunque llevaba un antifaz, le preocupaba que él pudiera reconocerla.

Luego de mirarla fijo durante un rato, Manuel permaneció sin mostrar ninguna
expresión. Sin embargo, al final no pudo contenerse y agachó su cabeza. Delia, por
instinto, volteó su mirada y quiso marcharse.

Los labios delgados y abrasadores de Manuel rozaron el hermoso lóbulo de la oreja de


Delia. En aquel instante, un hormigueo que se sintió como una descarga eléctrica
recorrió todo el cuerpo de Manuel. De repente, estiró su brazo, la sostuvo por la cintura
para impedir que ella se fuera y luego la apretó fuerte contra su pecho. Antes de que
Delia pudiera empujarlo, él inclinó su cabeza de pronto y la besó en sus dulces labios
rosados. Ella solo pudo mascullar en señal de protesta.

Con una mano, Manuel agarraba las muñecas de la chica y la apretaba con fuerza por
su espalda para que no pudiera moverse. Debido a que el callejón era tan estrecho, ella
no podía ni siquiera levantar un pie para patearlo y no pudo evitar que la besara por la
fuerza.

De pronto, a Delia le dolía la nariz y le corrían lágrimas por sus mejillas. Él podía sentir
el suave cuerpo de la chica apretado contra su pecho. Mientras sus rostros se rozaban,
él sintió un sabor salado en su boca. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la
había hecho llorar.

Sus lágrimas hicieron que Manuel volviera en sí. En ese momento, él estaba
anonadado. Delia levantó su mano y, sin compasión, le dio una bofetada. Como
estaban en un callejón muy estrecho, el codo de la chica rozó la pared de cemento y se
lastimó, lo que provocó que sangrara.

Sumido en un estado de asombro, Manuel miró fijo a la mujer enmascarada frente a él


y pronunció un nombre en su mente: «Mariana». Sin embargo, ella no era su Mariana.
Ella era solo una cantante que trabajaba en el Club Nocturno Tentación.

Mientras se mordía su labio inferior, Delia le arrojó una mirada desafiante con
indignación y se arregló la blusa con ambas manos. Luego de salir del callejón, se
limpió los labios para borrar de ellos todo rastro de él y se marchó de prisa.

¡Delia había visto cómo era él en realidad! ¡Era un hombre lascivo, un pervertido! Ella
estaba segura de que él no la había reconocido. Sin embargo, él se comportaba de
manera frívola e insolente con ella. ¿Qué quería decir eso?

La joven lloraba mientras corría a casa. Al llegar, se dirigió enseguida hacia el baño y
se quitó toda la ropa. Se paró bajo la ducha y se restregó el cuerpo una y otra vez. Si
esto continuaba, ella sentiría cada vez más que no era digna de estar con Miguel.

El trabajar en lugares como el Club Nocturno Tentación le permitía ganar una


considerable cantidad de dinero, pero era difícil garantizar su seguridad, incluso si solo
se ganara la vida con el canto y no con la venta de su cuerpo.

Mientras tanto, cuando Manuel retornó hacia su auto, él también se dio una dura
bofetada.
¿Se había convertido en un canalla a quien las personas despreciaban? Su prometida,
Mariana, estaba en el país K. Sin embargo, casi se aprovecha de una cantante de un
club nocturno. Él no era esa clase de hombre…

En el pasado, muchas mujeres le jugaban malas pasadas para atraparlo, pero él se


limitaba a ignorarlas y a permanecer impasible, incluso si una belleza despampanante
se paraba desnuda frente a él. No obstante, él sentía hoy la necesidad de hacer suya a
Sirena. ¿Por qué? Cuando la besó, él sintió que besaba a Mariana. Lo que él sintió con
ella, su perfume, y toda aquella sensación era idéntica a cuando estaba con Mariana.

¿Sería posible que fuera en realidad Mariana? ¡No! ¡Imposible!

¡Él debe ser un canalla! «¡Manuel, cuán patético de tu parte caer tan bajo!». Quizá se
había enfermado y no tenía cura.

Cuando Manuel regresó a su casa, agotado física y mentalmente, Lucas aún estaba
despierto. Al darse cuenta de que Manuel había llegado, sacó dos botellas de vino y le
pidió que lo acompañara a beber alcohol en la azotea. Daba la casualidad de que
Manuel necesitaba ahogar su preocupación y su pena en alcohol.

Dos hombres adultos estaban sentados en la azotea, una luna llena colgaba a sus
espaldas y sus sombras se extendían frente a ellos.

—Lucas, me he enamorado de una mujer y he alcanzado el punto de no retorno. ¿Qué


debo hacer? —Sonrió Manuel con amargura mientras sostenía la botella de vino con
una mano y apoyaba la otra en la rodilla.

Lucas sonrió

―Deberías conquistarla.

―Pero esa mujer siempre se mantiene alejada de mí… ―La mirada de Manuel se volvió
tenue.

Lucas inclinó su cabeza y lo miró fijo con asombro. Conocía a Manuel desde hace
muchos años. Esta era la primera vez que lo veía preocupado por temas de mujeres.

—¿Es tu primer amor? —preguntó despacio Lucas.

Manuel movió sus delgados labios con sutileza:

—Sí.

Su primer beso y su primera reacción fisiológica hacia una mujer fueron con Mariana.
Si ella no hubiera aceptado ser su prometida, él nunca le haría nada. Sin embargo,
como ella aceptó, en la mente y el corazón de Manuel, ella le pertenecía desde aquel
día. Él la amaba; por lo tanto, deseaba besarla y tenerla.

Lucas sonrió y bebió un sorbo de vino directo de la botella.

—Tú tienes un nudo en tu corazón, que solo lo puede desatar un psicólogo. ¡Yo no
puedo curarte!

¿Eso quería decir que… él en verdad estaba enfermo?

Manuel sonrió con amargura, se echó hacia atrás y descansó su cabeza en sus manos
mientras observaba pensativo el cielo nocturno. Era una noche con una luna brillante y
diminutas estrellas. Mientras miraba hacia las pocas estrellas que había en el cielo,
sintió que veía los ojos de Mariana.

Ojos…

¡Sí!

¡Aquella cantante del club nocturno, Sirena, tenía los mismos ojos que Mariana!

Sirena…

Mariana…

—¿Delia?

Cuando Miguel llegó a casa y se dio cuenta de que Delia estaba acurrucada en la
cama, sin moverse ni un centímetro, se acercó a ella y pronunció su nombre. Al notar
que no respondía y que la chica tenía la cara colorada, levantó su mano y le tocó la
frente. ¡Estaba hirviendo! Miguel de inmediato la levantó de la cama, salió corriendo de
la casa y la llevó al hospital.

—Es solo fiebre a causa del resfriado. Después de pasar la noche con un suero
intravenoso, la fiebre disminuirá y ella estará bien —le explicó el doctor el estado de la
chica luego de examinarla.

Miguel le dio las gracias de manera educada:

—Gracias, doctor.

—Es mi trabajo. Le prescribiré algún medicamento y la enfermera vendrá más tarde a


inyectarla. —El doctor sonrió y asintió antes de marcharse.

Miguel se sentó junto a la cama de Delia. De pronto, notó que el codo de la chica
estaba raspado y sangraba, así que se puso de pie otra vez para tomar una curita e
hisopos del cuarto de enfermeras. Luego, le curó la herida en el codo con gentileza.

—¡No, no! ¡Miguel, sálvame! ¡Sálvame! —farfulló de repente Delia y asustó a Miguel.

Enseguida, él agarró las agitadas manos de Delia y las apretó con fuerza contra su
pecho. Luego, dijo preocupado:

—Delia, no tengas miedo. ¡Estoy aquí!

Después de calmarse, ella abrió sus ojos despacio. Al voltear su mirada y ver que el
hombre que extrañaba con todo su corazón estaba sentado junto a ella, saltó de la
cama y se arrojó a sus brazos.

Miguel sonrió y la abrazó mientras le daba palmaditas suaves en la espalda. La


consoló:

—Delia, no le tengas miedo a las pesadillas. Estoy aquí. ¡Yo siempre estoy aquí!

Pero en ese momento, ella se escondió entre los brazos del hombre y se disculpó
mientras lloraba:

—¡Lo siento, lo siento, lo siento!

—¿Qué sucedió, Delia? —Miguel frunció las cejas. Le dolía verla de ese modo.
Fue entonces que ella se percató de que había perdido el control, así que contuvo sus
palabras y se limitó a sollozar. No le podía contar que el hombre al que rescató la
había forzado a besarlo y que casi la viola. Todo lo que podía hacer era cargar con ese
tormento ella sola.

¿Fue su experiencia un intento de violación? ¿A quién podría contarle? Dado que no


dijo nada, Miguel no insistió en conseguir una respuesta. Solo la abrazó en silencio y le
permitió que llorara en sus brazos. Quizá se sentiría mejor después de soltar un mar de
lágrimas.

Miguel se quedó con ella en el hospital esa noche. A la mañana siguiente, la fiebre al
fin disminuyó. Después de que el doctor le prescribió algún medicamento a Delia, le dio
de alta del hospital.

Miguel no fue a trabajar después de llevarla a casa. En cambio, se quedó con ella para
hacerle compañía. Delia sabía que él debía tener un montón de proyectos por terminar,
así que fingió ser fuerte y le dijo que podía cuidarse sola. No obstante, Miguel no le
hizo caso. Se quedó con ella en casa para cocinarle y hacer las tareas del hogar. ¡Era
muy raro encontrar a un hombre tan bueno como él!

Justo cuando ella rebozaba de gratitud y alegría, como si estuviera en un sueño,


Basilio Zabala destrozó su fantasía con una llamada. Luego de decirle que no varias
veces, Miguel se dio cuenta de que no podía dejar de lado esa cantidad de trabajo, por
lo que la miró y su rostro expresó claramente que no tenía más remedio.

Delia estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas mientras sostenía un tazón
con papilla de arroz con pescado que Miguel recién le había preparado. Sonrió al ver a
Miguel fruncir la boca:

—Vete a trabajar. De veras estoy bien. Además, ya mi fiebre desapareció y recordaré


tomar mi medicina a la hora correcta.

—Tengo que ir a un viaje de negocios —dijo Miguel serio.

Delia preguntó:

—¿Por muchos días?

—Una semana —dijo Miguel encogiéndose de hombros.

A pesar de que no lo quería dejar marchar, ella forzó una sonrisa y dijo aliviada:

—Está bien, no es tanto tiempo. ¡Esperaré a que regreses!

—Me iré después de que te hayas recuperado. —Sonrió Miguel.

Cuando sacó su teléfono para llamar a Basilio, ella se lo arrebató de las manos.

—Ya soy adulta, no soy una niña. Puedes irte a trabajar sin preocuparte por mí. De
verdad estoy bien. Además, mi hermano y su novia están viviendo en el piso de arriba.
Aunque no es mi hermano biológico, siempre me ha cuidado desde que yo era joven. Él
no me abandonará —dijo Delia con una sonrisa en sus labios.

Luego de dudar por un rato, al final Miguel asintió. Acercó su mano al rostro de la joven
y se inclinó para besarla en la frente.
—Espera a que regrese.

—¡Está bien! —asintió ella de manera cariñosa.

Por la tarde, después de que Miguel le preparara la cena a Delia, hizo su maleta y se
marchó. Esa noche, ella le solicitó una licencia a Xiomara y a Fernando, jefe del Club
Nocturno Tentación. Xiomara aprobó la licencia, pero Fernando, quien ganaba dinero
sin esfuerzo alguno, parecía no estar convencido. Por suerte, Xiomara pudo
persuadirlo y al final aprobó la licencia de Delia.

Dado que ella no cantaba esa noche, las propinas disminuyeron a más de la mitad.
Manuel no sabía que Sirena no trabajaría esa noche, así que se sentó solo en el sofá
durante un largo rato. Al darse cuenta de que Sirena no había actuado después de
algún tiempo, se levantó para irse; pero, de pronto, un grupo de personas le bloquearon
la salida.

José Juárez había traído a sus despreciables amigos y levantaba de forma arrogante
la barbilla mientras le bloqueaba el camino a Manuel. José no tenía idea de quién era
este hombre. Solo sabía que lo llamaban «Señor Ferrero» y que al parecer también era
un hombre adinerado, porque siempre le daba a Sirena el doble de la propina que él.
Era obvio que trataba de provocar entre ellos una pelea a propósito.

—Eh, ¿qué intentas hacer? ¿Por qué siempre interfieres cuando trato de conquistar a la
mujer en la que estoy interesado? —José se balanceaba mientras caminaba de forma
arrogante alrededor de Manuel y lo miraba fijamente.

Este hombre medía 1,9 metros, tenía los hombros anchos y un pecho sólido. Poseía el
físico perfecto y su rostro era suave y limpio, pero con una mirada gélida y trazos bien
definidos, como la obra maestra de un artista famoso.

Con un traje negro a la moda, él irradiaba un aura majestuosa. ¡Parecía ser que este
hombre era alguien importante! Los subordinados de José le dijeron que este hombre
era un hábil peleador, por lo que era muy probable que hubiese sido miembro de
alguna pandilla en el pasado.

Debido a que José no había logrado descubrir la identidad de este hombre y lo había
rebatido en secreto dos veces, no tenía otra opción que enfrentarse a él de frente
ahora.

—Sirena es también la mujer que me interesa. ¿Crees que voy a ignorar cualquier cosa
que le suceda? —Manuel entrecerró sus ojos de un profundo color azabache. Un aura
fría provenía de su intensa mirada, como si pudiera succionar el alma de una persona.

De repente, José se dejó caer en el sofá detrás de Manuel. Con sus brazos y piernas
cruzados, decidió poner sus cartas sobre la mesa.

—No cabe duda de que seré yo quien conquiste a Sirena. Dime. ¿Cuánto necesitas para
renunciar a ella? Además, hay muchas mujeres hermosas en el Club Nocturno
Tentación. ¿Por qué tienes que competir conmigo por Sirena? ¡Y lo que más importa,
yo me fijé en ella primero!

—¿Así que intentas negociar conmigo ofreciéndome dinero porque no puedes


vencerme en una pelea? —Manuel levantó la nariz y alzó las cejas.
Sus palabras dieron justo en el clavo. En respuesta, José bajó la pierna y se levantó del
sofá. Luego, se acercó a Manuel y le preguntó otra vez:

—¡Dime tu precio!

Manuel solo resopló.

¿Como qué veía este hombre a Sirena? ¿Un objeto con valor que puede venderse por
cantidad y peso?

José, al ver que este hombre lo miraba con desprecio, se enfadó mucho y gritó:

—¡No des por sentada mi paciencia y mi amabilidad!

—¿Buscas pelea? ¡Puedes volver a intentarlo! —Manuel sonrió con malicia.

Sin embargo, su sonrisa hizo que José sintiera escalofríos. En un inicio, José había
traído a su pandilla para intimidarlo; no obstante, Manuel lo despreció por completo, lo
que le causó una inmensa molestia.

José no se atrevía a atacar a este hombre en el Club Nocturno Tentación; pero claro,
tampoco podía hacerle nada afuera. Envuelto en dudas, sintió que debía hacer algo al
menos. Entonces, uno de sus amigos agarró una botella de vino y la lanzó hacia donde
estaba Manuel.

La mirada de Manuel se oscureció mientras se inclinaba hacia un lado. Para sorpresa


de todos, la botella de vino golpeó a José justo entre sus cejas, lo que hizo que se
tambaleara.

—¡Señor José!

—¡Señor José!

—¡Señor José! ¿Está usted bien?

—¡Maldita sea! ¡Cómo te atreves a golpear al Señor José!

De inmediato, se produjo el caos. Una docena de personas vestidas de negro apareció


y comenzaron a pelear contra el grupo de amigos de José.

Manuel se apartó hacia un lado, se sentó con calma en la cabina y sacó una caja de
cigarrillos del bolsillo interior de su traje. Sacó uno y lo encendió con tranquilidad antes
de dar una pausada calada. Por suerte, se había retirado. Si no lo hubiera hecho, habría
tenido que preocuparse por si había violado o no la ley militar al pelear contra estas
personas.

Anoche, uno de los subordinados de José le lastimó la espalda con un bate y aún no
había ajustado esa cuenta con él. Ahora, podía vengarse de sus viejos y nuevos
rencores, lo cual quería decir que no tendría que preocuparse más por eso en el futuro.

Era obvio que la directiva del Club Nocturno Tentación no se quedaría de brazos
cruzados mientras estos hombres peleaban. Para no molestar a la policía, Fernando
envió guardaespaldas para que arreglaran este asunto. Sin embargo, los hombres de
Manuel también les dieron una paliza a los guardaespaldas.

—Señor, ¿qué deberíamos hacer con este grupo de escorias?


Después de que Julio Hernández sometiera al grupo de alborotadores con sus
hombres, agarró a José del cuello y lo tiró al suelo delante de Manuel.

Los agentes de las fuerzas especiales que pasaron por un infierno con Manuel, se
habían convertido en su equipo de guardaespaldas privado después de retirarse.
Todos fueron seleccionados de las fuerzas especiales y habían tenido que superar
muchas pruebas agotadoras.

¿Cómo podían estos míseros guardaespaldas y subordinados ser sus rivales? Cuando
Fernando se enteró de que los guardaespaldas que había enviado también habían sido
sometidos por aquel hombre tan dominante como un rey, se apresuró de inmediato a
halagarlo junto con las dos mujeres capaces que tenía a su lado, Xiomara y Selena.

Esta oscura cabina situada en el corredor, solo estaba iluminada por unas pocas luces
de escenario de color verde azulado. Manuel se sentó a la sombra de la cabina y
comenzó a echar anillos de humo con tranquilidad.

Las personas que se acercaban no podían ver en lo absoluto el verdadero rostro de


Manuel.

—Señor, hay un viejo proverbio que dice: «La paz trae riqueza». El Club Nocturno
Tentación siempre ha sido un lugar para que todos se diviertan. ¿Por qué comenzaron
a pelear entre ustedes hoy? —dijo Fernando con una sonrisa mientras permanecía de
manera respetuosa al lado de Manuel, asintió e incluso le hizo una reverencia.

Cuando Selena vio esto, comenzó a mover sus caderas de una forma cautivadora.
Mientras dejaba ver parte de su voluptuoso pecho, se sentó junto a Manuel y le habló
de manera seductora:

—Usted es joven Señor Ferrero, ¿verdad? Señor, un gran hombre rara vez se rebaja a la
mezquindad o guarda rencor por los errores del pasado. ¡Por favor, perdónelos!

El motivo por el cual lo llamaban «Señor Ferrero», era debido a que él había estado
utilizando últimamente el nombre de Lucas Ferrero para darle propinas a Sirena. Las
personas en el Club Nocturno Tentación desconocían el origen de este hombre. Lo
único que sabían sobre él era que tenía muchísimo dinero.

El problema ahora era que ellos habían provocado primero al hombre con poder, por lo
que se hacía muy difícil resolver la situación. Cuando Xiomara se dio cuenta de que «la
seducción de Selena» no daba resultado en lo absoluto, enseguida le vino un nombre a
la mente. Y ese nombre era… «¡Delia!».

¡El Señor Ferrero y el Señor Juárez estaban peleando a causa de Delia! Si ella le pedía a
la chica que viniera, ¿no se resolvería el asunto? Al ocurrírsele esta idea, Xiomara de
inmediato corrió hacia donde estaba el teléfono y la llamó a escondidas.

Delia ya dormía a esa hora, pero la llamada de Xiomara la despertó repentinamente.


Acababa de tomarse la medicina para el resfriado, así que aún se sentía un poco
mareada. Iba a presionar el botón de rechazar, pero sin querer vio el nombre de
Xiomara en la pantalla del identificador de llamada. Fue entonces que Delia respondió
al teléfono y la saludó:

—Xiomara, es muy tarde. ¿Por qué me llamas a esta hora?


—¡Sirena! ¡Deja que te cuente! ¡Algo horrible sucedió! —exclamó Xiomara de forma
exagerada.

Delia se sentía mareada y preguntó con voz débil:

—¿Qué sucede?

—Tienes que venir al Club Nocturno Tentación ahora. ¡De lo contrario, alguien saldrá
herido aquí! —exclamó Xiomara.

—¡Si lo que dices es cierto, deberías llamar a la policía! ¿Por qué me llamas a mí? ¡No
soy la policía! De acuerdo, colgaré ahora. Estoy enferma, tengo un resfriado. ¡Ahora lo
que quiero es dormir!

—¡Eh, eh, eh! ¡No cuelgues! Deli, mi dulce y hermosa Deli. Sabes muy bien que, si la
policía viene a un club como el nuestro esta noche, no podremos trabajar durante el
mes siguiente. Esta noche, el Señor Ferrero y el Señor Juárez han estado causando
revuelo por ti. ¡Si no vienes ahora, a juzgar por la actitud del Señor Ferrero, me temo
que matará al Señor Juárez! —Xiomara exageró la situación, pero tenía que hacerlo.

Delia de repente recordó las palabras de advertencia de Selena, así que le repitió esas
mismas palabras a Xiomara:

—Xiomara, Selena me dijo que no fuera tan buena y que no me inmiscuyera en los
asuntos de otras personas. ¡Por lo tanto, me quedaré en casa y dormiré!

—¡Eh, eh, eh! ¿Cómo puedes decir eso? ¡Este no es el asunto de otra persona! ¡Este
asunto es tuyo! ¡Tú eres la causa de todo esto, así que deberías venir e intentar
resolverlo! ¡Si no vienes, me temo que también me veré involucrada en todo esto! —
Xiomara, preocupada, dio una patada en el suelo.

Al final, la insistencia de Xiomara triunfó y logró convencerla. Luego de colgar el


teléfono, Delia no tuvo más remedio que levantarse de la cama, agarrar las llaves y el
celular, y guardar su antifaz blanco de plumas en su bolso antes de dirigirse hacia el
club.

Había transcurrido bastante tiempo y las tres partes involucradas estaban en un


callejón sin salida. Sin importar cuántas veces Fernando y José se disculparan, el
Señor Ferrero no tenía intenciones de dejarlos marchar.

El Señor Juárez lo había provocado en repetidas ocasiones. ¿Cómo podría dejarlo


marchar, así como si nada? Por otro lado, Fernando incluso había enviado a un grupo
de guardaespaldas mediocres a pelear contra ellos sin tratar de aclarar la situación.
Definitivamente, él tenía deseos de morir.

Justo cuando Fernando comenzaba a sentirse inquieto y la trampa sexual de Selena


no servía de nada, Xiomara agarró a Delia y gritó:

—Sirena, ven para que conozcas al Señor Ferrero. Él es el hombre adinerado que te ha
estado ayudando casi todas las noches.

Al escuchar el grito de Xiomara, todos le abrieron paso de inmediato a ella y a Delia.


Selena, que estaba sentada junto a Manuel, se levantó con rapidez y se apartó.
Luego de que Xiomara tirara de Delia, la arrojó hacia Manuel y la obligó a sentarse en
su muslo. Manuel quedó estupefacto por un momento al sentir el contacto con la
mujer y le volvió aquella extraña sensación.

Delia se levantó asustada, agachó su cabeza y se paró a un lado. Todos vieron cómo
las manos del adinerado benefactor, que sostuvieron a Sirena, se detuvieron en el aire
antes de que él las retirara de mala gana. Delia alzó su mirada muy despacio y miró al
Señor Ferrero. Ella se sorprendió al ver con claridad el rostro de aquel hombre en la luz
tenue. ¡Resulta ser que él era el Señor Ferrero! Durante todos estos días, ella no supo
que era él, el hombre que le daba propinas cada noche. Sin embargo, recordó que él la
había forzado a besarlo y que casi la viola la noche anterior, y al instante mostró un
gesto de desagrado.

—¡Di algo, Sirena! —le insinuó Xiomara a Delia mientras le mostraba una sonrisa a
Manuel.

Delia miró a Xiomara y le respondió a regañadientes:

—S… Señor Ferrero… Todo lo ocurrido hoy fue mi culpa. Y… Yo lo compensaré. Espero
que pueda ser bondadoso y perdone a estas personas… También espero que pueda
perdonar a los empleados del Club Nocturno Tentación.

—¿Cómo piensa compensarme? —Los ojos de Manuel se entrecerraron un poco,


escondía la hostilidad que había en su mirada. Sus labios dibujaron una sonrisa
burlona.

Delia se quedó sin palabras. Era como si su voz se hubiera atorado en su garganta y no
era capaz de pronunciar una palabra. Xiomara de inmediato le ordenó al mesero traer
una botella del vino que se fabricaba en el propio club, le sirvió una copa a Delia y le
pidió que se la llevara al Señor Ferrero.

Delia no pudo evitar fruncir sus cejas. Había tomado su medicina para el resfriado
hacía poco tiempo. ¿No le haría daño beber alcohol ahora?

—¡Sirena, no te quedes ahí parada! ¡Rápido, ve y compensa al Señor Ferrero! —insistió


Fernando.

Delia miró a Fernando con furia. Dado que no tenía elección, caminó hacia Manuel
mientras sostenía una copa en su mano, brindaron y le ofreció sus disculpas:

—¡Le pido disculpas, Señor Ferrero!

Después de estas palabras, Delia se bebió lo que quedaba de vino en la copa de un


sorbo.

Manuel asintió y Julio ordenó que liberaran a los guardaespaldas de Fernando. En


cuanto a José Juárez, Manuel le pidió a Julio que lo enviara junto a su grupo de
rufianes a la estación de policía.

Antes de que se lo llevaran, José miró a Delia con malicia. Sus miradas se encontraron
sin querer y ella frunció el ceño con una expresión de disgusto en su rostro. El asunto
se había resuelto finalmente. Se llevaron a José y liberaron a los guardaespaldas del
Club Nocturno Tentación.
Delia estaba a punto de marcharse, dado que sentía que no tenía más nada que hacer
aquí. De pronto, se sintió mareada y con náuseas. Se tambaleó y antes de que pudiera
orientarse, se desmayó.

Manuel reaccionó de prisa y extendió sus brazos para atraparla. Cuando la abrazó la
primera vez, se percató de que estaba helada y ahora cuando la volvió a abrazar, todo
su cuerpo estaba caliente. Manuel, preocupado, llevó a Delia en sus brazos sin
pronunciar una palabra.

A Xiomara le preocupaba que se «aprovecharan» de la chica, así que con rapidez dio
un paso al frente para detener a Manuel y dijo rápidamente:

—Lo siento, Señor Ferrero. Sirena no es una prostituta. ¡No importa cuánta propina
usted le dé, no se la puede llevar!

—¡Vete a la m*erda! —Los ojos de Manuel se oscurecieron y la reprendió enfadado.

Mientras llevaba a Delia, chocó con fuerza el hombro de Xiomara y siguió su camino.
Xiomara apretó los dientes y cerró los puños con fuerza. Ella iba a perseguirlos, pero
Fernando extendió sus brazos y la detuvo.

—¡Eva, no te preocupes por ella! —Fernando pausó antes de continuar—. ¡Creo que el
Señor Ferrero es un hombre poderoso! ¡Las personas ordinarias como nosotros no
pueden darse el lujo de ofenderlo!

—¡No puedo permitir que ese hombre le arruine la vida a Sirena! ¡Le prometí a su
hermano que cuidaría bien de ella! —Xiomara estaba angustiada.

Fernando la disuadió con amabilidad:

—¿No notaste la actitud del Señor Ferrero? ¿Pudieras haberlo detenido?

Xiomara dio una patada en el suelo y habló enojada:

―¡Tengo que intentarlo, aunque no pueda detenerlo!

¡Ella le había hecho una promesa a Ernesto, por lo cual debía cumplir con su palabra!

Delia no era la hermana biológica de Ernesto; sin embargo, él siempre la trató como si
lo fuera. Xiomara se sacudió las manos de Fernando de encima y se fue detrás de
ellos.

Aturdida, Delia volvió en sí. Al alzar su mirada y ver el hermoso rostro de aquel hombre,
entró en pánico y comenzó a forcejear.

Manuel no podía controlar los movimientos de la mujer, tuvo que bajarla y dejar que se
apoyara en sus brazos.

—¿Estás despierta? ¡Te llevaré a ver a un doctor! —le dijo en tono gentil. No obstante,
Delia no lo valoró.

—Gracias, pero yo puedo ir al médico sola.

Si él no la hubiera obligado a disculparse, ella no habría bebido aquella copa de vino.

No muy lejos, Xiomara los perseguía agitada.


—¡Sirena! ¡S… Señor Ferrero! ¡No puede llevarse a Sirena!

Ante los ojos de Xiomara, el Señor Ferrero se había llevado a Delia porque se sentía
atraído hacia ella y quería tener sexo con la muchacha. ¡Xiomara no podía permitir que
otros hombres arruinaran la vida de Delia! Por consiguiente, debía llevar a Delia a casa
sin importar lo que tuviera que hacer para lograrlo.

Al oír la voz de Xiomara, Delia trató de empujar a Manuel. Sin embargo, estaba tan
débil, que no tenía la fuerza suficiente para hacerlo.

—¡Xiomara! —exclamó Delia con una voz endeble.

Cuando vio que Delia parecía soltarse del abrazo de ese hombre, Xiomara enseguida la
arrebató de los brazos de Manuel. Mientras fruncía el ceño, se mordió el labio inferior y
dijo con respeto:

—Señor Ferrero, por favor, váyase a casa. Yo me haré cargo de Sirena.

Manuel miró el rostro de Delia y vio que sus ojos se cerraban bajo su antifaz. Ella ni
siquiera quería mirarlo. Como si hubiera comprendido algo, se volteó con
determinación y se marchó. Su grupo de subordinados también se fue con él.

Xiomara respiró aliviada.

Delia tomó la mano de Xiomara y dijo con debilidad:

—Xiomara, llévame al hospital. Me siento… muy mal…

Xiomara finalmente volvió en sí y se percató de que Delia estaba hirviendo. Así que
apresurada la ayudó a entrar en su auto.

Aquella noche, la familia Juárez estaba muy preocupada, porque por mucho que
intentaron persuadir a la policía, José Juárez y su grupo de amigos tenían que
permanecer en el centro de detención durante quince días.

Cuando Sofía acudió al centro de detención para ver a José y vio que tenía un moretón
en la comisura de la boca, supo que había estado bebiendo y peleando.

—José, ¿has estado haciendo tonterías en el Club Nocturno Tentación? Además, ¿a


quién ofendiste? ¿Por qué te han encerrado aquí? ¡Nuestros padres están muy
preocupados! —Sofía se quejaba una y otra vez con sus labios rojos fruncidos.

—Te pedí que me ayudaras a buscar información sobre el Señor Ferrero. ¿Lo has
investigado? —preguntó José con furia mientras se sentaba detrás de los barrotes
grises con los brazos cruzados.

Sofía negó con la cabeza y respondió molesta:

—Si tú no puedes encontrar nada sobre esta persona, ¿cómo podría hacerlo yo?
Además, tú eres de Ciudad Buenaventura y llevas muchos años aquí; sin embargo, ¡ni
siquiera puedes derrotar a un forastero!

Su hermano mayor solía ser un tirano en los clubes nocturnos. Siempre había
intimidado a los demás y no al revés. No obstante, por supuesto que José nunca le
contaría a su familia las cosas desagradables que había hecho. Si le hubiera dicho a su
hermana que esta vez había peleado con otros a causa de una cantante en el club
nocturno e incluso que había perdido, ¡se hubiese sentido muy avergonzado!

—¡Oh! ¡No digas tonterías! ¡Date prisa y piensa en algo para que papá pague mi fianza
pronto! ¡No quiero estar encerrado en este lugar de mala muerte durante quince días!
—dijo José con rabia.

Sofía frunció los labios y se dio la vuelta para acercarse a los dos policías que estaban
de guardia. Con discreción, sacó de su bolso dos paquetes de cigarrillos de buena
calidad y los metió en el cajón que había bajo el escritorio de los dos policías, con la
esperanza de que se ocuparan de su hermano. Sin embargo, los dos policías fueron
bastante honestos. Sacaron los cigarrillos que Sofía había colocado a la fuerza en el
cajón y se los devolvieron.

—¡Señorita Juárez, por favor, váyase a casa! Su permanencia aquí solo afectará
nuestra gestión del caso —la persuadió uno de los policías.

Sofía sonrió avergonzada. No tuvo más remedio que guardar los cigarrillos en su bolso
y se marchó con sus tacones.

Al volver a casa, Sofía escuchó a su padre quejarse de que los oficiales de alto rango
no aceptaban sus regalos. Dado que los superiores se negaban a aceptar los regalos,
era obvio que sus subordinados tampoco los aceptarían. Estaba claro que alguien
quería que José Juárez permaneciera en prisión durante más de diez días.

Ella estaba desconcertada y no conocía absolutamente nada sobre el «Señor Ferrero».


¿Podría ser el hijo de un alto funcionario del gobierno? Solo especulaba, debido a que
no podía pensar en alguien más al que su inútil hermano pudiera provocar. Sin
embargo, no podía dejar que José permaneciera en un centro de detención. Después
de todo, todavía había mucho trabajo en el Grupo Juárez que su hermano tenía que
hacer.

Lo pensó, sopesó las ventajas y desventajas y finalmente, luego de un dilema interno,


el nombre de una persona le vino a la mente. En Ciudad Buenaventura, solo él tenía el
poder necesario para liberar a su hermano del centro de detención antes de tiempo.

Al día siguiente.

Antes del amanecer, Sofía ya esperaba en la puerta de la oficina de Manuel en la Torre


del Grupo Larramendi.

Miguel Larramendi se había ido a un viaje de negocios con Basilio Zabala. Como aún
no confiaba lo suficiente en ella, Miguel no la llevó consigo en su viaje de negocios, por
lo que la dejó desatendida en la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía.

Sofía decidió aprovechar esta oportunidad para acercarse a Manuel. No obstante, en


realidad, el tratar con los dos hermanos la estresaba mucho. La dirección de la
residencia de Manuel era extremadamente confidencial. Ella le pagó a alguien para que
se pasara la noche buscándola; sin embargo, no consiguieron encontrarla.

Sofía solo se puso maquillaje ligero hoy para lucir más desarreglada, y ni siquiera
llevaba sus tacones. Luego, se arrodilló junto a la puerta de la oficina de Manuel y
esperó. ¡Ella tenía la esperanza de que él accediera a ayudarla al verla sufrir arrodillada
aquí!
Después de un rato, comenzó a sentir los efectos de estar en esa posición durante
mucho tiempo y sus pies comenzaron a entumecerse.

Justo cuando estaba a punto de rendirse, el sonido del elevador que llegaba al piso le
renovó sus esperanzas. Manuel no se sorprendió al ver a Sofía arrodillada en el suelo
frente a su oficina. Al ver a Manuel caminar hacia ella con su asistente personal, Saúl
Zulueta, Sofía se levantó de inmediato del suelo. Sin embargo, su visión se apagó por
un instante y se sintió mareada. Incapaz de orientarse, se tambaleó. Era obvio que ya
no controlaba las piernas. No obstante, aprovechó la oportunidad para arrojarse a los
brazos de Manuel.

Después de caer en su cálido abrazo, Sofía de inmediato lo abrazó de una manera


lamentable y frunció los labios mientras gritaba:

—Manuel, ¡tienes que salvar a mi inservible hermano!

—¡Señorita Juárez, compórtese! —De pronto se escuchó una voz desagradable junto a
su oído.

Al alzar su mirada y ver que aquella voz provenía de Saúl, se puso pálida del asombro.

Con el rabillo del ojo, vio a Manuel abrir la puerta de su oficina. Sofía con rapidez
empujó a Saúl y después de componerse, lo miró enfadada antes de seguir lo más
rápido posible a Manuel.

—Manuel, mi hermano ha ofendido a alguien. ¡Ahora está en un centro de detención y


no lo liberarán hasta dentro de quince días! ¡La empresa de mi papá no puede
sobrevivir sin mi hermano! Manuel, por favor, ¿podrías ayudarme?

Sofía corrió hacia delante, se detuvo frente a Manuel y extendió la mano. Haló con
gentileza los puños del traje de Manuel y los sacudió de forma coqueta. Frunció sus
labios rosados y sus ojos miraban al suelo con tristeza. Por su expresión, parecía que
estaba a punto de llorar.

Manuel levantó la mano y se deshizo con facilidad del agarre de Sofía. Se recostó en
su silla y le ordenó a Saúl, quien acababa de entrar:

—Acompáñala afuera.

Saúl asintió y se dirigió hacia Sofía mientras estiraba el brazo hacia ella:

—Señorita Juárez, por favor, sígame.

—¡Por favor, Manuel! —Sofía se mordió el labio inferior e intentó sacar alguna lágrima
de sus ojos.

Al ver su lamentable apariencia, Saúl volteó la cabeza y miró a Manuel para ver cómo
reaccionaría. Primero pensó que le tendría lástima a la hermosa mujer. Incluso que el
señor le diría algo agradable a la chica. Sin embargo…

Sin ninguna expresión en el rostro, Manuel dijo con crueldad:

—¡Piérdete!

Sus palabras asombraron mucho a Sofía. ¿Era su llanto muy falso? ¿O no fingió estar
lo suficientemente deprimida? ¿Qué le sucedía a Manuel? ¿Acaso no sabía cómo
reaccionar ante una mujer que llora? Sofía estaba muy molesta y llena de dudas, pero
no tenía cómo desahogar sus emociones, todo lo que podía hacer era contenerlas.

Saúl entendió lo que el Señor quiso decir, así que de inmediato le dijo sin piedad a la
chica:

—¡Señorita Juárez, por favor, márchese!

Sofía no tenía nada más que decir, pero no se podía ir con las manos vacías de esta
forma. Por lo que se armó de valor y tomó a ambos hombres por sorpresa cuando se
dirigió hacia la ventana.

Saúl estaba tan asustado que su rostro se tornó pálido. Reaccionó con rapidez y
abrazó a Sofía por la espalda sin decir otra palabra. No obstante, las manos de Saúl
fueron a parar justo al pecho de Sofía.

Saúl tuvo un mal presentimiento al sentir algo suave bajo su mano. Al segundo
siguiente, Sofía gritó tan fuerte que estremeció toda la edificación.

—¡Ah! ¡Pervertido! ¡¿Qué intentas hacerme?! —gritó Sofía enojada.

Saúl se veía muy avergonzado mientras soltaba con rapidez a Sofía y daba varios
pasos hacia atrás.

Ella se cubrió el pecho con ambas manos. Con lágrimas en los ojos, mordió sus labios
rosados, como si intentara proteger su castidad con todas sus fuerzas.

Manuel no pudo evitar fruncir el ceño y decir con indiferencia:

—¡Si no te marchas ahora, llamaré a los guardias de seguridad!

Sofía frunció los labios y cuando miró a Manuel, él aún estaba sentado en su silla
detrás del escritorio, observando con tranquilidad los documentos que tenía en sus
manos. Al darse cuenta de que este hombre no creería su actuación, sin importar lo
que hiciera; antes de marcharse, agitó los brazos con enojo y se secó las lágrimas,
mientras sollozaba como una niña pequeña a la que habían intimidado.

Saúl miró a su señor con una expresión de impotencia. ¿No habría sido muy
incomprensivo con la Señorita Juárez? ¿No deberían los hombres tratar a las mujeres
con más delicadeza? ¿Era su señor aún un hombre?

Manuel ignoró por completo la extraña mirada de Saúl, quien lo miraba fijo y, en
cambio, le recordó con calma:

—¡Ya casi termino con mis documentos!

—¡Sí, sí! ¡Prepararé de inmediato la información para su próxima reunión! —asintió con
respeto después de volver en sí y regresó a su oficina.

Debido a que Sofía comenzó a molestar a su señor, él pensó que estaban a punto de
catalogarlo como un «viejo pervertido». Luego de este pensamiento, Saúl se dio cuenta
de que su señor no tenía interés alguno en las mujeres. Era como si fuera inmune a
ellas. No importaba cuántas mujeres hermosas se le insinuaran, él las rechazaba a
todas.
Después de que Manuel revisara sus documentos, él y Saúl abandonaron la oficina y
se dirigieron hacia el parqueo. Iban a discutir un contrato de negocios.

Yamila llegó poco después de que Sofía se marchara. Saúl no conocía a esta joven
señorita de la familia Juárez, pero al ver que esta mujer se atrevió a detener el auto de
su señor, debía ser alguien muy importante.

—Mi salvador, ¡cuánto tiempo sin verlo! ¡Se ha vuelto aún más apuesto! —Yamila le
guiñó el ojo izquierdo de forma coqueta antes de sentarse en el capó del auto de
Manuel con una sonrisa juguetona.

Mientras Saúl abría la puerta del lado del conductor, miró a Manuel confundido.

—¡Conduce! —ordenó Manuel con frialdad mientras fruncía el ceño. Luego, abrió la
puerta de detrás del asiento del conductor y se sentó.

Al ver esto, Yamila se bajó con rapidez del frente del auto, trotó hacia el lado del
pasajero al otro lado del auto, abrió la puerta y entró a la velocidad de un rayo.

—Mi salvador, Señor Manuel, ¡tengo algo que darle a su adorada novia! —dijo Yamila
mientras se quitaba la mochila que llevaba en la espalda.

Manuel la miró. Luego, observó a esta joven chica sacar de la mochila una bolsa echa
a mano.

—¡Aquí tiene! ¡La hice especialmente para su novia! ¡Tiene perlas auténticas! ¡Tiene
tanto valor como otras bolsas de marca! —Yamila sonrió y le entregó la bolsa.

Manuel no la aceptó. En cambio, cruzó los brazos mientras miraba al frente y preguntó
con tranquilidad:

—Quieres algo de mí, ¿cierto?

—Señor Manuel, es usted en verdad inteligente. Como esperaba, no puedo esconderle


nada. —Debido a que no se movía, Yamila hizo presión para colocarle la bolsa de
perlas entre los brazos—. Señor Manuel, ¡en realidad la hice a mano! ¡E hice dos! Una
para mí y la otra quiero dársela a su enamorada. ¡Lo que dije es cierto! ¡Incluso si no
necesitara su ayuda, aún deseo dársela a su novia!

Manuel observó con cuidado la bolsa de perlas en sus brazos y notó que la calidad del
trabajo era, de hecho, exquisita. Las perlas en ella eran lisas y brillantes, por lo que
parecía auténtica.

«¡A Mariana le encantará!».

Mientras pensaba en esto, Manuel colocó la bolsa en el asiento junto a él. Después
agarró su billetera; de ella sacó una tarjeta de crédito y antes de entregársela a Yamila
dijo:

—Hay treinta mil en ella, lo que debe ser suficiente para comprarla.

—Señor Manuel, escuché que usted tiene muchas conexiones. Por favor, consiga que
liberen a mi medio hermano del centro de detención. ¡Por favor! —Yamila solo miraba
la tarjeta de crédito en la mano de Manuel y sonrió de una manera hermosa. Sus ojos
se curvaban en forma de media luna.
—Al parecer, la relación entre tú y la familia Juárez no es tan mala como me habías
dicho la vez anterior —respondió Manuel con indiferencia.

Yamila frunció los labios y masculló para sus adentros:

—¡Eh! Si no hubiera sido por mi buena madre que estaba muy triste y la escoria de mi
padre, quien estaba muy preocupado por el imbécil de mi hermano, porque no tiene
otros medios para salvarlo, ¡yo no habría venido a molestarle por esto!

—Eres muy honesta, ¿verdad? —Los ojos oscuros de Manuel se entrecerraron


ligeramente.

Yamila respiró profundo y le sonrió.

—¡Está bien! Ya le he entregado la bolsa, ¡así que no lo molestaré más! De todos


modos, esta bolsa hecha a mano es para su novia. En cuanto a si la va a aceptar, no es
su decisión. ¡Ahora me voy a la escuela! ¡Adiós!

Ella no tomó su tarjeta de crédito, pero él sí aceptó su bolsa. A Yamila le bastaba con
esto. En cuanto a si Manuel quería ayudarla a sacar a su medio hermano del centro de
detención, en realidad no importaba. La única razón por la cual le rogó a Manuel hoy,
fue para que su madre no estuviera tan preocupada por los asuntos de su padre.

Sin embargo, esa noche liberaron a José Juárez del centro de detención.

Sofía se sorprendió al ver que su hermano José regresaba abatido. Pensó que el haber
actuado de una manera tan lamentable en la oficina de Manuel, había tenido algo que
ver con esto.

Esto quería decir que Manuel aún sentía algo por ella, ¿no es así? Sofía rebosaba de
alegría. Parecía que su «seducción» durante todo este tiempo no había sido en vano.
En ese momento, se sintió insuperable. De inmediato, le pidió a la sirvienta que subiera
a llamar a sus padres para poder presumir delante de todos.

Su madre sonrió de oreja a oreja junto con Sofía. Su hijo era un inútil, pero su hija era
increíble.

—¡Sofi, en el futuro, serás la Señora de la Familia Larramendi! —presumió su madre.

Incluso José estaba impresionado con su hermana, pero aun así preguntó con
suspicacia:

—Sofi, ¿realmente fuiste a buscar a Manuel hoy?


Esta es la primera parte de Mí Dulce Tirano, para terminar
de leerla escríbeme por instagram: @teamklaynd

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—¡Por supuesto! —Sofía alzó la barbilla y respondió con plena confianza.

—Solo accedió a pagar mi fianza del centro de detención porque se acostó


contigo, ¿verdad? —José no pudo evitar pensar de ese modo.

Sofía frunció los labios y le lanzó una mirada furiosa a su hermano.

—José, ¿puedes dejar de pensar en cosas tan inapropiadas? ¿Crees que todos
los hombres son como tú, que solo ayudarían a una mujer mientras esta tenga
sexo con ellos?

—¿No es así? —José no pudo evitar poner los ojos en blanco ante Sofía.

Hablando de mujeres, él era todo un donjuán. Siempre que le gustaba una


mujer, la perseguía y la atrapaba con éxito. La única que lo había rechazado
hasta ahora era Sirena, del Club Nocturno Tentación.

Se preguntaba si ella se había acostado con el Señor Ferrero. Incluso si lo


hubiera hecho, le gustaría acostarse con ella. De lo contrario, José no estaba
para nada dispuesto a admitir la derrota de esa manera.

Sofía frotó sus puños y los lanzó hacia José. A pesar de que estaba distraído,
se las arregló para esquivar el ataque de Sofía. Esto demostró la poca destreza
de la chica para pelear.

Su padre estaba sentado en el sofá de la sala con las cejas fruncidas mientras
contemplaba la escena. Sin embargo, su madre no se preocupaba tanto como
él. Se limitó a pedirle a la sirvienta que trajera un poco de artemisa para que su
hijo se bañara con ella y ahuyentara los malos espíritus. Luego le pidió que
saltara a un brasero para espantar la mala suerte.

Aunque José consideraba que este tipo de cosas eran demasiado


supersticiosas, complació a su madre. Después, la madre y el hijo subieron
juntos. Solo Sofía y su padre se quedaron en la sala.

Su padre reflexionó un rato antes de decirle a Sofía:

—Acompáñame a Ciudad Ribera cuando tengas tiempo libre.

—Papá, ¿por qué quieres que vaya a Ciudad Ribera contigo? —preguntó Sofía
con curiosidad.

Su padre respondió pensativo:

—Vamos a ver al abuelo de Manuel y a hablar sobre el matrimonio entre


ustedes.
Esta vez, él había pedido ayuda durante un día y una noche para su hijo, pero
fue en vano. Sin embargo, su hija solo fue a suplicarle a Manuel y José fue
liberado esa misma noche. ¿Qué significaba esto?

Debido a que Manuel tenía una buena impresión de su hija, quería aprovecharse
de ello. Necesitaba convertir a Manuel en el yerno de la Familia Juárez antes de
que otra mujer se lo arrebatara. Esta era su ilusión.

Sofía se asombró y de repente pensó en Miguel. Quiso decir algo, pero se limitó
a bajar la mirada y acceder a lo que su padre le sugería.

En efecto, era mejor casarse con Manuel que con Miguel. La Familia
Larramendi seguía la estructura de la monarquía hereditaria, por lo que había
una diferencia entre el hijo de la esposa legal y el hijo de la amante. A pesar de
que Miguel también era de la Familia Larramendi, no tenía derecho a ninguna
de las riquezas de la familia.

Además, el Patrón Larramendi no le prestaba mucha atención a Miguel. Por


otra parte, ¿no sería incómodo para Migue llamarla «cuñada» llegado el
momento? Después de todo, ella fue su primer amor. Sofía se sentó inquieta al
lado de su padre; tanto el padre como la hija estaban sumidos en profundos
pensamientos sobre sus propios asuntos.

Delia estuvo hospitalizada durante tres días en esta ocasión. Solo le dieron el
alta cuando se recuperó por completo de su resfriado. Como era de esperarse,
Xiomara no se había quedado de brazos cruzados durante esos tres días. A
Delia le entregaban las tres comidas todos los días con puntualidad.

Lo que le ocurrió a Delia también fue culpa de Xiomara. Ella sabía que la chica
había tomado medicamentos para el resfriado; no obstante, le ordenó que
bebiera alcohol para enmendar su error ante el «Señor Ferrero». Por fortuna, la
envió al hospital a tiempo. De lo contrario, las consecuencias habrían sido
desastrosas. A pesar de que Xiomara se había pasado de la raya en aquel
momento, había logrado su objetivo. Delia conocía la personalidad de Xiomara,
así que no le guardó ningún rencor. Después de recibir el alta del hospital,
Xiomara fue a recogerla. De camino a casa, incluso bromeó con ella:

—El Señor Juárez y el Señor Ferrero no han venido al Club Nocturno Tentación
estos días. Supongo que después de la pelea que tuvieron esa noche, ¡no
volverán jamás a nuestro club nocturno! ¡Los ingresos de Fernando
disminuirán!

—¡Me alegra escuchar eso! —dijo Delia distraída.

¿No sería mejor dejarla cantar con tranquilidad?

Xiomara solo se encogió un poco de hombros al escuchar las palabras de


Delia. Dicho esto, Delia era en realidad una mujer encantadora. Xiomara se
dedicó a vestirla como un hada de otro mundo. A pesar de que llevaba un
antifaz de plumas blancas, consiguió encantar a dos hombres adinerados solo
con su voz.

Xiomara sentía que ella, como líder, merecía algo de crédito por su éxito. Por lo
tanto, su opinión sobre Delia era bastante acertada. Xiomara decidió permitir
que Delia siguiera con aquel personaje puro por el momento, y cuando los
hombres se cansaran de esto, la obligaría a tomar la ruta sexi.

A pesar de que Delia pasó los tres últimos días en el hospital, cada vez que
hablaba con Miguel por teléfono, le decía que estaba trabajando en la empresa.
Decía que le iba bien cada día, que sus compañeros la apreciaban mucho y que
también se había recuperado del resfriado.

Ella le había mentido tantas veces. Todavía conservaba el vago recuerdo de


que le había mentido el mismo día que se conocieron en una cita a ciegas.
Resultó ser que Delia también era una mujer muy «artificiosa». Sin embargo,
estas mentiras eran inevitables.

Delia no quería que Miguel se preocupara por ella, ni quería tampoco provocarle
tristeza; es por eso que le contó una mentirilla piadosa detrás de otra, y de otra.

Pero… y si un día sus mentiras piadosas llegaran a descubrirse…

¿Miguel sería capaz de perdonarla?

Tal vez…

Quizás…

¿La perdonaría?

¿O no…?

La voz de Miguel se materializó a través del auricular tan apacible como


siempre.

—¡Entonces tienes que descansar temprano!

—¡Entendido!

—Cuando regrese, pasaremos tiempo juntos.

—Estaré esperando.

—Buenas noches.

—Buenas noches.
Delia, cabizbaja y aturdida, se sentó a un lado de la cama con su teléfono
celular todavía en la mano. Acababa de hablar con Miguel y ya era tiempo de
regresar a su trabajo en el Club Nocturno Tentación.

Ya le habían dado algunas propinas, pero la cantidad no era comparable con la


propina que le daban los señores Lucas Ferrero y José Juárez. Sin embargo,
Delia se sintió más aliviada al recibir esas pequeñas propinas.

Después de cantar cinco canciones, Delia salió del escenario sin dudar. Se
subió el bajo de la saya; llevaba un chal sobre los hombros que la hacía lucir
como una nube de algodón blanco. El vestuario que Xiomara le pidió que se
pusiera más a menudo era una suerte de atuendo blanco como el vestido de un
hada. Por lo tanto, ella estaba en ese escandaloso y elegante club nocturno con
su vestimenta tan inusual. Delia lucía muy peculiar a los ojos de los demás.

Regresó al área de los empleados y cuando pasó por la despensa del personal
de servicio, la detuvo una joven que estaba allí. Era la muchacha responsable
de servir el agua y el té.

—Sirena, ven para que tomes una taza de té de jengibre.

En la despensa, una joven que parecía tener su misma edad la miró con una
sonrisa y le hizo una seña con la cabeza.

Ahora, todos en el Club Nocturno Tentación sabían quién era ella.

Ella tenía una voz grandiosa y un cuerpo estupendo, lo que hacía que luciera
bien con prácticamente cualquier ropa que vistiera. Muchos hombres estaban
ansiosos por recompensarla con propinas muy generosas, y hasta tenía dos
benefactores adinerados que se disputaban sus atenciones en el club.

Tch, tch. El Club Nocturno Tentación había estado abierto ya por muchos años
y ella era la primera que disfrutaba de tanta fama y la primera que había
causado tanto revuelo.

Delia detuvo su paso ante la puerta de la despensa y echó un vistazo hacia


dentro. Había cinco camareras, cada una de ellas sostenía una taza de té, y
conversaban animadamente de frente al mostrador.

Cuando cuatro de ellas vieron a Delia, la saludaron con efusividad.

—¡Buenos días Sirena!

Delia les dedicó una sonrisa amable. Justo en el momento en que se marchaba,
una de las camareras que había acabado de saludarla se le acercó rápido con
una taza de té de jengibre en la mano.
—Sirena, ya que terminaste tu actuación, ¿por qué no pruebas este té de
jengibre? Es una receta mía. —Con la taza entre las dos manos, la camarera le
alcanzó el té a Delia.

Las otras cuatro camareras intervinieron:

—¡El té de jengibre de Mirna es una delicia!

—¡En efecto!

—¡Sirena, tú también deberías probarlo!

—¡De veras que es una delicia!

—¡Gracias! —Con una sonrisa tímida, Delia tomó la taza. La temperatura del té
era perfecta, bebió un largo sorbo y elogió a Mirna por tan exquisito té—: Este té
de jengibre es fantástico. ¿Me darías la receta, por favor?

—¡Por supuesto! Primero tienes que preparar el jengibre, que sea lo más fresco
posible, y cortarlo bien fino. Después mezcla el jengibre con sésamo y
presérvalo en un recipiente. Cuando desees prepararlo, solo tienes que tomar
una cucharada, ponerlo en un vaso y mezclarlo con miel, un poco de azúcar
moreno y agua caliente. ¡Eso es todo!

Después de que Mirna explicara detalladamente los pasos para hacer el té,
animó a Delia a que terminara el suyo:

—Por favor, bébalo pronto para poder lavar la taza.

—Está bien. —Delia empinó su taza y bebió todo de un sorbo.

Mirna tomó la taza vacía que le devolvió Delia y regresó a la despensa para
limpiar el mostrador.

En lugar de quedarse a conversar con las chicas, Delia fue hacia su vestidor.
Deseaba cambiarse de ropa. Al llegar allí, comenzó a sentirse mareada y
confundida. Sostuvo la silla para sentarse y el mundo comenzó a girar en el
mismo instante en que miró hacia arriba e hizo un gesto de negación con la
cabeza. Poco a poco se fue sintiendo más débil y se desmayó sobre el tocador.

Al rato, empezó a recuperar la conciencia. Se sintió que estaba ardiendo. El


calor no venía de la habitación, sino de su propio cuerpo. Lo único que lograba
ver eran nubes de vapor blanco que inundaban la habitación como si algo
estuviera en llamas. Sintió que le ardían los ojos, le ardían como si se los
estuvieran cociendo en un fuego abrasador.

Se sentó derecha y miró a su alrededor. Se dio cuenta de que se encontraba en


una <i>suite</i> individual de un hotel y no en su vestidor.
—Estás despierta. —Era la voz de un hombre. Una voz familiar.

Buscó en la dirección desde donde venía la voz. Cerca de los ventanales de


cristal de estilo francés vio a un hombre de espaldas. Estaba sentado con las
piernas cruzadas en una butaca y sostenía una copa de vino.

Había una lámpara de pie al lado de los ventanales, pero ella no era capaz de
distinguir la cara del hombre porque la habitación estaba casi a oscuras. A
juzgar por la complexión del hombre, Delia pensó que se parecía al Señor José.
José Juárez.

Enseguida confirmó su suposición cuando el hombre volvió a hablar.

»¡Sirena, por favor, haz el amor conmigo! —José Juárez terminó su vino de un
sorbo y colocó la copa sobre una mesa de cristal redonda que tenía a su lado y
se levantó de la butaca.

De inmediato, Delia se quitó la manta de encima y trató de salir de la cama. Sin


embargo, todo alrededor comenzó a darle vueltas y el intenso calor que sentía
en todo su cuerpo le debilitó las piernas, no pudo ni tan siquiera ponerse de pie.

»No podrás escapar porque te he drogado. Doble dosis. No importa cuán


inocente y reservada seas, pronto te vas a convertir en una mujer muy amorosa.
—Con un movimiento lento, José comenzó a acercarse a ella.

Debajo de la cálida luz, la atmósfera era romántica e íntima. José hablaba


arrastrando las palabras.

Delia se arrastró de espaldas hasta chocar con el espaldar de la cama. La


frente la tenía llena de sudor. Las gotas le corrían por los mechones de cabello
hasta llegar a su cuello.

—¡M… Mi jefe no se tomará a la ligera esto que usted me está haciendo! Y… Yo


solo soy cantante. ¡Yo no soy una prostituta! —Delia luchó por conseguir al
menos una oportunidad de salir ilesa de esta situación.

Sin inmutarse, José se rio entre dientes mientras se aflojaba el nudo de la


corbata y dijo con cuidado:

—Sirena, te he dado muchas propinas y fui hasta detenido por tu causa. ¿No
crees que estás en deuda conmigo?

Delia intentó saltar de la cama, pero se desplomó en el suelo porque sus


extremidades estaban débiles. En una fracción de segundo, José estaba frente
a ella. Lentamente, él se puso en cuclillas y le pellizcó el mentón.

»Ya te dije que estás drogada. Una dosis doble. ¿Sientes cómo están
debilitadas tus piernas? —le preguntó José con una sonrisa de burla.
Delia le lanzó una mirada llena de odio al tiempo que le decía con voz débil:

—¡Eres aún más desagradable de lo que pensaba!

—¿Y eso qué importa? Yo no habría tenido que recurrir a semejante ardid si tú
hubieras sido complaciente conmigo desde el inicio. —Él comenzó a pellizcarle
el mentón con más fuerza y siguió apretando aún más. A Delia le ardía la
barbilla por los pellizcos—. Tienes la cara ardiendo. Parece que tú también
estás «ardiendo» de deseo.

Después de retirar su mano de la barbilla de ella, él la levanto del suelo sin


esfuerzo alguno.

Estaba horrorizada. La cara de Delia se volvió violácea por el horror. Trató de


protestar, aunque de manera poco convincente.

—¡José Juárez, d… déjame ir! ¡Si se atreve a tocarme, me mataré mordiéndome


la lengua!

—¡Guau! ¡Sirena, me sorprende que sepas cuál es mi nombre! ¡Parece que


todavía te importo, eh! —Después de ponerla sobre la cama, José se apoyó con
una de sus manos en una de las almohadas al lado de la cabeza de Delia,
mientras sacudía las plumas blancas del antifaz que ella llevaba en el rostro—.
No te preocupes, no te tocaré por ahora. Esperaré hasta que el efecto de las
drogas se active por completo y, para cuando eso pase, ¡me vas a suplicar!

Sus dedos, que se pasearon desde el antifaz hasta sus labios suaves y
ardientes, se sentían fríos, como si él estuviera avivando la pequeña llama de
deseo en ella.

Delia estaba totalmente desconcertada mientras sentía cómo perdía la razón.


El rostro de José fue pasando poco a poco de una imagen clara a una borrosa.

»¡Sirena, dilo! ¡Di que me quieres ahora! —Las líneas de sus labios se curvaron
hacia arriba mientras él la guiaba.

Los ojos de Delia se llenaron de lágrimas. Sus labios se movieron ligeramente,


pero no dijo nada.

Al notar que ella todavía conservaba algo de conciencia, José, con mucha
calma, tiró del cinto que ella tenía en su saya plisada.

»¡Sirena, tú eres la única mujer que me excita de esta manera! —Después de


quitarle el cinto, José le quitó la chaqueta de muselina con mucho cuidado. Se
dio cuenta de que la camiseta blanca que ella llevaba estaba empapada en
sudor—. ¿Te sientes muy excitada ahora?

Delia movió los ojos lentamente. Le costaba mucho enfocar la vista.


»¡Vamos, Sirena, di mi nombre! ¡Quiero oírte decir que me deseas! ¡Dilo! Di:
«Señor José, te deseo».

Con el dorso de la mano, José Juárez le secó el sudor de la frente a Delia.

Parecía que ella quisiera decir algo. Tenía los labios entreabiertos y
temblorosos. Al mismo tiempo, se notaba que estaba haciendo un gran
esfuerzo por contenerse, por no pronunciar ni una palabra. Con la sensación de
que su cuerpo había sido despojado de toda su energía, ella comenzó a
estremecerse de miedo. La sola presencia de José le causaba repulsión, todo
en él le provocaba asco. Sin embargo, en sus condiciones, ella no podía ni
moverse.

»¡Si te niegas a hacerlo, no vengas a estarme rogando después! —José sonrió


con lascivia.

Delia se sentía desvalida, su cuerpo no le respondía. No tenía fuerzas ni para


mover los dedos de las manos y mucho menos para defenderse de él.

José fue acercándosele con lentitud, su cara estaba tan cerca de la de ella que
podían sentir el aliento el uno del otro. El aire estaba cargado de excitación… de
tensión sexual. Él estaba peligrosamente cerca de ella.

Delia hizo un esfuerzo por hablar. Su voz era tan débil, que sonó como un
susurro entrecortado.

—N… No me toques…

—Sirena, déjame verte el rostro. Primero quiero asegurarme de que no me estoy


acostando con una chica horrorosa.

José levantó su mano para quitar el antifaz que Delia llevaba en el rostro. En
ese mismo instante, se sintió un estruendo. José abrió los ojos con una
expresión de alarma para luego cerrarlos con rapidez. Cayó desplomado
encima de ella, como un cadáver.

Delia, sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo, vio aparecer de la nada
una figura humana. La imagen era aún borrosa. El rostro le parecía familiar y al
mismo tiempo desconocido. De repente, ella sintió que flotaba. Su cuerpo se
movía ligero por los aires. Alguien la había levantado de la cama y ahora la
cargaba.

Mientras yacía en los brazos del hombre que la llevaba cargada, Delia no pudo
evitar pensar en su Miguel. Pensaba en lo bien que se sentía estar en los brazos
de Miguel Larramendi.
¿Por qué estaría anhelando ella esa sensación en esos momentos? Su abrazo
era tan cálido y seguro ¿Será Miguel? Ella lo extrañaba. Lo estaba extrañando
mucho…

«Miguel… Ya regresaste, ¿verdad? No quiero que te vayas otra vez. No quiero


que tengas ningún otro viaje de negocios en el futuro. ¿Podrías hacer eso por
mí? ¿Lo harías? ¿Podría ella ser persistente, aunque fuera solo esta vez?
Miguel… Te extraño mucho, no imaginas cuánto…».

—¿Sirena? ¿Sirena? ¡Por favor, despierta!

Pasado un rato, Delia comenzó a oír una voz. La oía de manera muy imprecisa,
pero agitada al mismo tiempo. Se parecía a la voz de Miguel Larramendi.
Lentamente abrió los ojos. Un rostro atractivo que se parecía mucho al de
Miguel estaba ante ella. ¿Sería de veras Miguel? ¿De verdad estaría su esposo…
de regreso?

Aunque sus ojos le ardían por el deseo abrasador que consumía su cuerpo,
Miguel Larramendi era el único hombre que a ella le importaba. En medio del
calor sofocante, su piel blanquísima como la nieve estaba toda cubierta de
sudor. Angustiada, Delia siguió llamando a su esposo.

—¡Amor mío, por favor, ayúdame! ¡Por favor, ayúdame, mi amor! —Fuera de sí
por completo, debido al efecto de las drogas, Delia estiró sus delgadas manos y
se abrazó al cuello del hombre.

—Sirena, por favor, despierta. ¡Voy a decirle a Lucas que te revise! ―La voz de
Manuel era indescriptiblemente seductora y atractiva.

De no haber sido porque Lucas lo arrastró al Club Nocturno Tentación esa


noche, él no se habría encontrado con José Juárez, quien hacía su entrada
triunfal, con mirada de júbilo y paso enérgico, al salón VIP del club. Manuel tuvo
el presentimiento de que algo extraño estaba por suceder. Fue por eso que
decidió seguirlo. Por fortuna, logró detenerlo justo a tiempo. De lo contrario, las
consecuencias habrían sido inimaginables.

Como sospechaba, ¡José Juárez se rehusó a dejar a Sirena tranquila!

Manuel estaba visiblemente molesto. Antes de levantar a Delia de la cama, le


dio una fuerte patada a José que yacía inconsciente en el suelo. ¡Qué imbécil!
¡Se merecía que alguien le diera una lección! Cuidar de Sirena era ahora su
prioridad. Enviaría a sus hombres más tarde para que se ocuparan de José
Juárez.

Al recibir la llamada de Manuel, Lucas condujo el auto hasta la entrada principal


del Club Nocturno Tentación y esperó por él. Cuando lo vio con Sirena cargada
en sus brazos, de inmediato salió para abrirle la puerta del auto.
—¡Manuel, ya veo que tu manera de hacer las cosas es mucho más directa que
la mía! —bromeó Lucas.

—¡No digas estupideces! ¡Entra en el auto y conduce! —gruñó Manuel con


irritación mientras entraba en el auto con Delia todavía en sus brazos.

Lucas se encogió de hombros con un gesto de indiferencia y no tuvo más


remedio que sentarse otra vez en el asiento del conductor y hacerles de chofer.

Delia tenía el cuerpo hirviendo. Sentada en el regazo de Manuel, ella se


acurrucó entre sus brazos mientras movía una mano juguetona por el pecho de
él. A través de la fina tela de la camisa, se podía notar la musculatura del pecho
del hombre. Ella lo sintió agradable al tacto. La piel de él le refrescaba la punta
de los dedos.

Manuel entró en razón después del bofetón que ella le diera aquella noche; por
lo tanto, él se encontraba mucho más sereno y tranquilo para lidiar con ella en
este momento. No se iba a permitir sentir deseo alguno hacia ella. Esa mujer no
era Mariana.

Una y otra vez, él se había recordado a sí mismo que él no era un donjuán que
se enamoraba de cualquier mujer que encontraba. ¡La mujer que él amaba era
Mariana! Por lo tanto, se mantuvo calmado y caballeroso, sin inmutarse ante
las caricias que ella le estaba haciendo.

Las pestañas de Delia temblaban sin cesar y una fina película de sudor le cubría
su nariz. Ella estaba totalmente fuera de sí. No tenía ni la más mínima idea de
lo que estaba haciendo.

Ella hizo un puchero con los labios, cruzó los brazos alrededor del cuello de
Manuel y comenzó a rozar sus delgadas piernas contra el cuerpo del hombre.
No dijo nada, no pronunció ni una palabra, pero sentía un deseo urgente de
besar a ese hombre que tenía delante.

Manuel ladeó la cabeza para esquivar el beso de ella. Sus ojos se oscurecieron
y su respiración se volvió jadeante. Sin darse cuenta, estaba apretando los
puños contra el asiento, en un gesto de dolorosa contención.

Delia estaba débil y sus extremidades no le respondían. La ropa se le ceñía a la


espalda, empapada de sudor. Sentirse tan pegajosa la hizo sentirse incómoda.
Sentía mucho calor. Se sentía en llamas...

Decidió dejar de intentar refrescarse tocando el cuerpo de Manuel. Se enderezó


y comenzó a tirar del vestido plisado que llevaba puesto; sus ojos seguían
vidriosos.

Como el cinto que llevaba ya estaba suelto, pues José Juárez se lo había
aflojado antes, el vestido comenzó a caérsele fácilmente después de uno o dos
tirones. A la vista de Manuel quedaron descubiertos su cuello níveo como la
más fina porcelana, sus atractivos hombros y sus clavículas. Las manos de
Delia hicieron un ademán de quitarse la camiseta.

Manuel, con un movimiento rápido y firme, se las agarró para impedírselo. Los
ojos de él, siempre profundos y oscuros, se estaban tornando rojos, como
inyectados de sangre. Fijó la vista en la mirada perdida de Delia y sintió como si
le costara trabajo respirar. Los ojos de ella se parecían mucho a los de Mariana.
Y para colmo de males, el cuerpo de ella se sentía justo como el de Mariana.

Delia se le quedó mirando a los ojos y sintió como si estuviera mirando los
tiernos ojos de Miguel Larramendi, lo que hizo que le preguntara de manera
cariñosa y romántica:

—¿Esposo mío… me amas? —A pesar de que ella había tratado una y mil veces
de no pensar en los problemas que le agobiaban, esa pregunta seguía
inquietándola desde lo más profundo de su corazón.

Esa pregunta fue lo único que la mantuvo serena. ¿Miguel de verdad la amaba?
Se moría por conocer la respuesta a esa pregunta, por conocer «su respuesta».

Con la mirada profunda clavada en los ojos de ella, Manuel no se pudo resistir a
la necesidad de quitarle el antifaz de plumas del rostro. Sintió un deseo
repentino de saber cómo lucía ella realmente. Aun así, logró controlar ese
pensamiento antes de llevar a cabo la acción. ¡No podía permitirse estar
interesado en esta mujer! Mariana era la mujer que él amaba y él tenía que serle
fiel. Entonces, con la mano que tenía levantada en el aire le propinó un golpe
rápido y contundente en la nuca. Delia cerró los ojos y sin oponer resistencia
cayó desmayada en sus brazos.

Ya en la residencia privada de Manuel Larramendi.

—¿Qué diablos le pasa a esta mujer? —preguntó Manuel con el ceño fruncido a
Lucas Ferrero.

—El informe médico ya está listo. La drogaron con una sustancia poco
convencional —respondió el doctor con un suspiro, mientras examinaba el
informe médico de Delia Torres.

—Le administraron una dosis elevada y ya su aparato digestivo absorbió toda la


droga que ahora se encuentra en su torrente sanguíneo, eso le provoca
debilidad y al mismo tiempo…

—¿Al mismo tiempo qué…?

—Lo que necesitará cuando se despierte será un hombre y una cama. ¡Va a
ponerse bien después de que los efectos de la droga pasen! —dijo Lucas con
vehemencia mientras le alzaba las cejas a Manuel en un gesto de complicidad.
—Lucas, como médico eres un fiasco —dijo Manuel con un claro gesto de
molestia que se le reflejaba en las venas de la frente.

—Si no la vas a aprovechar, entonces déjamela a mí. —Con una sonrisa de


satisfacción, Lucas miró a la mujer que yacía en la cama. El deseo emanaba de
sus ojos como si fueran llamaradas. Se mojó los labios con la punta de la
lengua y con un resoplido agregó—: Siento el aroma a virgen que desprende su
cuerpo.

Manuel lo fulminó con la mirada y lo reprendió:

—¡Lárgate de aquí!

—¡Bien! ¡Me las desquitaré la próxima vez! —Lucas ahogó una risa. Luego se
giró y tomó una jeringuilla de su botiquín. Con una sonrisa llena de malicia le
preguntó—: ¿Esto lo hago yo o también prefieres hacerlo tú?

Manuel lo fulminó con la mirada. El rostro se le ensombreció en un instante.

Cuando Delia abrió los ojos al día siguiente, ya el sol brillaba afuera. En la
habitación donde estaba, había una lámpara de estilo antiguo que colgaba del
techo con muchísimas velas. El techo tenía las cornisas doradas grabadas con
patrones complejos.

«¿Dónde estoy?».

Trató de incorporarse sobre la cama y se masajeó las sienes. Tenía un dolor de


cabeza terrible. La manta dorada que tenía encima era de seda auténtica. La
cama en la que estaba acostada era inmensa y tan suave como plumas de oca.
La habitación tenía una decoración al estilo clásico europeo y sus colores
deslumbrantes le daban la sensación al huésped de haber viajado en el tiempo.

—¡Señorita, ya despertó! El desayuno está listo.

Al lado de la puerta, donde colgaba una cortina de cuentas, estaba una señora
de mediana edad con una bandeja de comida en la mano. La señora apartó la
cortina y entró en la habitación.

A Delia esta señora se le hacía familiar. Después de mucho pensar tratando de


recordar quién era, se dio cuenta de que era el ama de llaves del hombre cuya
vida ella había salvado algún tiempo atrás. ¡Ya ella había estado en esa casa!
Lo que significaba que…

¡Esa era la casa de aquel hombre! Por instinto, se tocó la cara. Se dio cuenta de
que ya no tenía el antifaz puesto. ¡El pánico se apoderó de ella!
Al darse cuenta de que la joven se llevó la mano al rostro en busca de su antifaz
de plumas blancas, la Señora López dejó la bandeja encima de un mueble y
abrió la gaveta de una mesita de noche. Tomó el antifaz y se lo devolvió a Delia.

—Sirena, usted tiene un rostro tan bello. ¿Por qué lo esconde detrás de un
antifaz? —preguntó la Señora López con una sonrisa afable que le transformó
los ojos en dos medias lunas. La joven se colocó el antifaz en seguida—.
Anoche el señor me dio órdenes de que la ayudara a ducharse porque usted
estaba sucia y muy sudada. Fue por eso que le quité el antifaz —le explicó
amablemente la Señora López.

La señora no se dio cuenta de que la joven que tenía delante, Sirena, era la
misma señorita que ya había estado en esa casa con el Señor Manuel. A pesar
de que ella no recordaba a Delia Torres, Delia sí que recordaba a la Señora
López.

—¿Dónde está su señor? —preguntó Delia con cautela.

—Está desayunando junto al Doctor Ferrero —respondió la Señora López con


una leve sonrisa―. ¿Los quiere acompañar?

—No, desayunaré aquí. —Avergonzada, Delia agachó la cabeza. Por más que se
esforzara, no lograba recordar lo que había sucedido la noche anterior. No le
quedó otra alternativa que preguntarle a la Señora López—: ¿Por qué estoy
aquí?

—El doctor me dijo que anoche usted se desmayó porque estaba enferma, así
que el joven tuvo la amabilidad de traerla a la casa.

—Entiendo —asintió Delia, no muy convencida por la respuesta.

¿Su desmayo habrá tenido algo que ver con las fiebres de hacía pocos días?
¿Habrá sido porque no se había recuperado del todo?

En el comedor de la planta baja, Lucas Ferrero se encontraba poniendo unas


hojas de lechuga fresca y una tira de tocino en un pedazo de pan. Mientras le
agregaba un poco de mantequilla de maní, examinaba con detenimiento a
Manuel, quien estaba sentado al otro lado de la larga mesa.

Manuel Larramendi, con extrema elegancia, estaba rebanando un pan baguette


en un plato. Tomó una de las rebanadas con el tenedor y se la llevó a la boca.

—¡Oye! ¿Estás seguro de que no te interesa Sirena? —Lucas no podía reprimir el


deseo de bromear con su amigo.

Manuel miró a Lucas como si quisiera matarlo. Él se había sentido tan


preocupado por la joven la noche anterior, que la broma de su amigo no le hizo
ninguna gracia.
—¡Ya estoy comprometido con Mariana! —le repitió a Lucas.

Este contuvo una carcajada antes de agregar:

—Acaba de reconocer que eres un donjuán. ¡Aunque intentes hacer creer que le
eres fiel a tu prometida, te has enamorado de una cantante de un club
nocturno! Y mientras tanto, tu prometida sigue de viaje en el extranjero.

Otra vez, Manuel trató de defenderse:

—Lo que sucede es que esa joven se parece mucho a Mariana, es solo eso.

Lucas hizo un chasquido con la lengua.

—Deja ya de justificarte. ¿Te das cuenta de que mientras más te explicas, más
se nota que tratas de ocultar algo? Es evidente que no sientes nada por tu
prometida, quien, por cierto, está disfrutando tanto de su viaje en el extranjero
que no parece tener ningunos deseos de regresar. ¡Sin embargo, en realidad
quieres a la cantante, a Sirena, que está ahora mismo en la cama en el piso de
arriba!

—¿No crees que estás siendo demasiado entrometido? —Manuel apretó con
fuerza los cubiertos que tenía en las manos. Una vena de indignación surcó su
frente.

Sin dar señales de querer rendirse, Lucas agregó:

—¿Por qué no vamos allá arriba y le quitamos el antifaz a Sirena mientras está
dormida para acabar de verle el rostro? ¡Lo más seguro es que sea de una
belleza deslumbrante!

De hecho, Lucas, desde la noche anterior, no había dejado de preguntarse cómo


sería el rostro de Sirena. No se le quitaba de la mente la idea de quitarle ese
antifaz de plumas. Sin embargo, tampoco entendía la causa por la cual Manuel
no le permitía acercarse a la muchacha.

»¿No sientes curiosidad? ¿No quisieras saber cómo es su rostro? —intentó


persuadirlo.

Manuel dio un resoplido de fastidio.

—No estoy interesado —respondió con fingida calma.

—Creo que en realidad lo que no tienes es el coraje de hacerlo, porque temes


que puedas caer rendido a sus pies una vez que veas su rostro sin el antifaz.

En el pasado, Manuel se había distinguido por mantener siempre una expresión


inescrutable, aun ante la mejor de las bromas. Sin embargo, desde su regreso al
país, y en lo particular, desde su encuentro con Sirena en el Club Nocturno
Tentación…

Manuel se había convertido en una persona mucho más expresiva.

Lucas ya lo había notado. Mientras más analizaba la situación, más interesante


le parecía. Por cierto, de repente se acordó del asunto que más le importaba en
esos momentos.

—Manuel, anoche tus hombres me entregaron ejemplares vivos para mis


experimentos. ¿Es acaso una recompensa para mí por haberte ayudado a
salvar la vida de Sirena?

—Piensa lo que te parezca —respondió Manuel con indiferencia.

Lucas levantó una ceja y sonrió con malicia:

—¡Por mí está bien si no lo quieres reconocer! Después de todo, no te tienes


que preocupar, porque no pienso matar a nadie.

Manuel lo miró con desaprobación y no le respondió nada. Justo en el


momento en que la conversación entre ellos llegaba a un punto muerto, la
Señora López apareció con Delia en la planta baja.

Cuando Lucas alzó la mirada y vio el sedoso vestido violeta claro sin tirantes
que Delia tenía puesto, no pudo hacer otra cosa que sonreír. Echó un vistazo a
Manuel y rio con suficiencia. ¡Para ser un hombre que aseguraba no estar
interesado en la joven, conocía muy bien las tres medidas de su cuerpo!

Esa misma mañana, más temprano, Lucas había sorprendido a Manuel


mientras llamaba al dueño de una reconocida tienda de ropa de mujer para
solicitar que le enviaran un conjunto femenino con lencería incluida y todo. Le
había dado al hombre las tres medidas exactas de Sirena, incluido su estatura.
Gracias a eso, el vestido le quedaba perfecto y hasta resaltaba los atributos de
la muchacha. ¿Quién se iba a creer que Manuel no sentía nada por ella?

Manuel le dedicó una breve mirada a Delia y apartó la vista deliberadamente.

Ella todavía llevaba el antifaz puesto. Delia bajó las escaleras de caracol.
Cuando vio a los dos hombres sentados a la mesa del comedor, dudó un
instante; no sabía si debía ir a saludarlos o no.

En ese momento, la Señora López se le adelantó y la guio hasta los dos


señores. Con tono respetuoso, se dirigió a uno de ellos:

—Joven, Sirena me dijo que tiene que marcharse ya.


—Ya es hora de que yo también me vaya al trabajo. ¡Vayámonos juntos
entonces! —De inmediato, Manuel puso en la mesa los cubiertos y tomó una
servilleta para limpiarse la boca.

Con una reverencia, la Señora López indicó:

—¡Sí! ¡Le pediré a Chávez que le traiga el auto!

Una vez más, Lucas miró a Manuel y con una sonrisa socarrona dibujada en el
rostro tomó un vaso de jugo y bebió un sorbo.

Ya dentro del lujoso auto, Manuel reservó el asiento más seguro, que es el de
detrás del conductor, para Delia. La atmósfera dentro del auto se tornó algo
romántica. Cuando estuvo acomodado en el auto, Manuel se dio cuenta de que
había dejado ahí dentro el bolso de perlas hecho a mano que le había dado
Yamila Juárez.

Como Sirena estaba sentada a su lado, él tomó el bolso de perlas, se lo dio a


ella y se enderezó en su asiento. En lugar de tomar el bolso que él le ofrecía,
ella se quedó mirándolo con sospecha. Manuel simplemente le puso el bolso
entre los brazos y le dijo con indiferencia:

—Es un regalo de una niña. Puede quedárselo porque a mí no me sirve para


nada.

Fue entonces que Delia tomó el bolso de perlas y comenzó a examinarlo con
atención. Era un objeto de una calidad exquisita. Las perlas lisas y brillantes
emitían un tenue resplandor.

—¡Es un bolso muy bonito! —Delia elogió el bolso mientras lo examinaba, no


podía dejar de tocarlo.

Manuel la miró con disimulo y vio que sus labios esbozaban una auténtica
sonrisa. Por alguna razón, él también sintió surgir una oleada de felicidad. De
repente, se sintió ilusionado, lo que le hizo pensar que mientras ella fuera feliz,
él sería feliz también.

En cuanto Delia terminó de examinar el bolso, se lo devolvió a Manuel con


rapidez. Ella se dio cuenta de que al aceptarlo había actuado de forma
inapropiada.

—¡Creo que no debería quedármelo, parece ser un objeto muy caro!

—Si no lo quiere, sencillamente me desharé de él. —Manuel dio un resoplido con


indiferencia y actuó como si el bolso fuera algo horroroso.

Hizo un ademán de estirar la mano para tomar el bolso y Delia, como un gesto
instintivo de protección, cruzó los brazos para impedir que él se lo quitara.
—¡No! ¡Démelo! ¡No puedo permitir que deseche un bolso tan bonito! —reclamó
ella mientras fruncía los labios.

Manuel se giró hacia la ventanilla del auto para mirar hacia afuera; sus labios
dibujaban una ligera sonrisa de satisfacción. En ese momento, ni siquiera era
capaz de recordar que ese bolso era para Mariana.

La mirada de Delia se detuvo inconscientemente en la muñeca derecha de


Manuel. Un delicadísimo brazalete de seda negra llamó su atención.

«Ese es…».

Ella apenas frunció el ceño. Recordó el día en que él apareció de manera


inesperada cuando ella estaba trabajando en el diseño para la oficina del futuro
Director del Grupo Larramendi. Él la besó sin su consentimiento y le cortó un
mechón de cabello con su daga.

«¿Sería posible que ese brazalete de seda negra que él llevaba en su muñeca lo
hubieran hecho con su cabello?». ¡Tal vez ella solo estaba pensando sandeces!

Preocupada por esos pensamientos, Delia se mantuvo callada. Ninguno de los


dos dijo nada más. Continuaron el viaje en un silencio total.

Cuando el auto llegó al centro de la ciudad, Delia pidió bajarse. Manuel no trató
de persuadirla para que se quedara. Muy por el contrario, enseguida accedió a
su solicitud. Le indicó a Chávez, el chofer, que se arrimara a un lado de la vía
para que ella pudiera salir del auto.

Solo después que Delia salió, Manuel se atrevió a mirarla por detrás con
detenimiento. La observó mientras ella se mezclaba con la multitud, hasta que
la figura de la mujer quedó sumergida por completo en el ir y venir de los
transeúntes. Entonces, desvió la mirada y con voz indiferente le ordenó a
Chávez:

—Vamos.

Al llegar a la puerta de la casa, Delia recordó que tanto su móvil como sus
llaves se habían quedado en el club. Fue una suerte que pudiera usar sus
huellas digitales y su contraseña para abrir la puerta.

Una vez dentro, comenzó a rebuscar por toda la casa. Buscaba algo en
específico. Finalmente, después de registrar por un largo rato, encontró un
collar que tenía un colgante de aerolito. Estaba en un compartimento de su
maletín. El collar también había sido un regalo de ese hombre.

Delia estaba segura de que ese hombre no la había reconocido. Él continuaba


pensando que ella era una simple cantante que trabajaba en el Club Nocturno
Tentación. De pronto, se dio cuenta de que ese hombre era un donjuán. Por lo
tanto, no había necesidad de conservar los presentes que él le había dado. De
hecho, ella en ningún momento sintió la necesidad de conservarlos.

Delia tomó el collar con el colgante de aerolito y el bolso de perlas y se fue para
el club. Cuando le entregó ambos objetos a su jefe Fernando, este se mostró
muy curioso acerca de la identidad del enigmático benefactor.

—Señor Fernando, sé que el Club Tentación dirige una subasta clandestina. Por
favor, ayúdeme a vender estos dos objetos a un buen precio. Le daré el 30% de
la venta. ¿Qué le parece? —preguntó ella con complicidad.

—¡No es que sean piezas de mucho valor! —respondió Fernando con desdén y
fingido desinterés.

No obstante, Delia no cayó en la trampa, tomó el collar con el colgante de


aerolito y lo balanceó en el aire frente al rostro de Fernando.

—¡Tal vez el bolso valga nada más que unos diez mil, pero estoy segura de que
este colgante de aerolito es muy valioso!

¡Ella estaba en verdad necesitada de dinero!

Con una sonrisa burlona, Fernando reconoció que no había podido engañar a la
chica. Por lo tanto, optó por negociar las condiciones.

—¡Pondré estas dos piezas en la subasta clandestina del club para que se
vendan a un buen precio a cambio de que dividas el dinero a la mitad conmigo!

—¡De veras necesito ese dinero! ¡No permito que te aproveches de mí de esa
manera! —protestó Delia con un mohín en los labios y agregó—: Además,
bastantes comisiones que ganas gracias a mi trabajo. ¿No te es suficiente?

—¡Jamás es suficiente! ¡Ningún jefe va a reconocer nunca que ya ha ganado


suficiente dinero! —reconoció Fernando con burla.

Delia no se dio por vencida e intentó seguir negociando.

—Te quedarás con el 30% del dinero y yo con el 70%. ¡Es mi última palabra!
¿Aceptas o no?

—¡Está bien! ¡Deja las dos piezas aquí! Hablaré con los del Departamento de
Planificación para que busquen la manera de poner el bolso y el collar en venta.
Serán subastados a más tardar… mañana en la noche. —Fernando alzó los
brazos y luego dio golpecitos con los dedos sobre el escritorio.

De inmediato, Delia puso los dos objetos sobre el escritorio. Cuando dio media
vuelta para retirarse, volvió a mirar de soslayo el bolso de perlas y decidió
recuperarlo.
—¡Como usted me aseguró que este bolso no vale mucho, creo que es mejor
que me lo lleve!

—¡Haz como gustes! —respondió Fernando con indiferencia.

Delia tomó su bolso de perlas y se marchó. «¡Sería una pena subastar un bolso
tan bonito! ¡Está bien, lo conservaré para mí!». Con una sonrisa llena de
satisfacción, se colgó el bolso del brazo.

José Juárez llevaba desaparecido ya un día completo…

Cuando Sofía regresó a su casa después del trabajo, se sintió angustiada. El


ama de llaves le informó con preocupación que su hermano no había estado en
casa desde la noche anterior. En el preciso instante en que Sofía se disponía a
llamar a Manuel Larramendi para pedirle ayuda una vez más, los guardias de
seguridad comenzaron a gritar desde afuera de la casa.

—¡Ayuda! ¡El Señor Juárez está de vuelta!

Sofía se movió con paso firme y veloz hacia la puerta principal. Los guardias de
seguridad traían a su hermano cargado. Estaba ileso. Ella los dejó pasar y
acomodó el sofá de la sala para que pusieran a José ahí.

Mientras acostaban a José en el sofá, los guardias le contaron a Sofía cómo lo


habían encontrado.

—Ahora mismo estábamos dando un recorrido y vimos un zapato de piel en el


césped. Cuando nos acercamos, encontramos al joven tirado en el suelo. No
sabemos por cuánto tiempo ha estado ahí. Además, ¡todo su cuerpo apesta a
alcohol!

—Yo me encargo de él. Ustedes pueden regresar a su trabajo —indicó Sofía


molesta.

Después, con movimientos rápidos, golpeó el rostro de su hermano para tratar


de despertarlo.

—¿José? ¿José? ¡José! ¡Por favor, despierta ya!

El dolor que sentía en las mejillas por las cachetadas lo hizo removerse, empujó
las manos de Sofía y masculló:

—¡No me molestes! ¡Déjame seguir disfrutando de S… Sirena!

—¡¿Sirena?! —Sofía se quedó confundida por un instante, pero al darse cuenta


de lo que decía su hermano, se puso de pie con sus manos sobre las caderas
para enfrentarlo y le preguntó—: José, ¿a qué club nocturno has ido? ¿Has
salido de parranda con mujeres otra vez?
—¡Qué escandalosa eres! —protestó José moviendo los brazos alrededor como
un demente.

Sofía se sentía cada vez más irritada. Le ordenó al ama de llaves que le buscara
un cubo con agua fría. Tomó el cubo que le trajo la empleada y le salpicó la
cara a José con el agua.

¡Splash!

José se despertó de un tirón y se enderezó en el sofá, todavía con expresión


confundida.

—¡Hum! ¡Papá y mamá regresarán pronto y se encargarán de ti! —gruñó furiosa


Sofía.

Con los ojos desorbitados, José se limpió las gotas de agua que tenía en la
cara. De improviso, se le despejó la mente.

«¡Maldición! ¡Era solo un sueño!».

En realidad, él había estado soñando que estaba teniendo sexo con Sirena, la
cantante del Club Nocturno Tentación. ¿Sería porque llevaba ya muchísimo
tiempo sin tener sexo? Después de pensarlo, José buscó su móvil en un bolsillo
de sus pantalones y marcó el número de su «novia». Luego de la cena, volvió a
salir de fiesta.

Sofía no podía estar pendiente de la turbia vida privada de su hermano si ni


siquiera sus padres se preocupaban por eso.

Dentro de una de las habitaciones de los empleados del Club Tentación, Mirna
le estaba tomando las manos a José con fuerza, mientras con coquetería le
preguntaba:

—Señor Juárez, ¿entre Sirena y yo a quién usted prefiere? ¿Qué manos siente
más suaves?

La noche anterior, José le había pagado a ella para que pusiera una droga en el
té de Sirena.

Antes de que todo esto sucediera, Mirna consideraba a Sirena como una buena
mujer, una joven que respetaba sus votos de castidad y pureza. Sin embargo,
había resultado ser una zorra más que se ofrecía a cualquier hombre. Si no
fuera así, ¿cómo podría ella seguir cantando en el club y dando su espectáculo
como si nada hubiera pasado después de que el Señor Juárez la forzara la
noche anterior?

—¿Sirena? —repitió José confundido. Parecía estar acordándose de algo, pero


eran solo fragmentos de recuerdos borrosos.
Mirna asintió con una mirada astuta, le rodeó el cuello con sus brazos y le
preguntó coqueta:

—Señor Juárez, apuesto a que pasó una noche inolvidable con Sirena ayer. ¡La
droga que puse en el té de ella es una receta secreta!

Fue entonces que José recordó lo que había sucedido la noche anterior. ¿No
era un sueño? ¿Todo eso había sucedido de veras? Aun así, tuvo la sensación
de que había algo que no andaba bien. Lo único que recordaba era que estaba
en una habitación con Sirena. En ese momento, la droga estaba empezando a
surtir efecto en el cuerpo de ella. Entonces… Él la tenía entre sus brazos, en
espera de que la droga la dominara por completo, para así poder poseerla a su
gusto.

¿Qué sucedió después…? José Juárez tenía la impresión de que de alguna


forma había perdido la memoria.

»Señor Juárez, ¿en qué está pensando? —volvió a preguntar Mirna.

De vuelta a la realidad, José sonrió, entornó la cabeza y presionó sus labios


contra los de Mirna para besarla. Las manos de él se movieron descontroladas
por todo el cuerpo de la joven. José tuvo la sensación de estar volviéndose
loco.

Aunque sabía que la mujer que estaba besando era Mirna, en su mente era a
Sirena a quien veía con su antifaz de plumas blancas. Aun así, por mucho que
se esforzó para visualizar a Sirena, se dio cuenta, decepcionado, que no era
capaz de alcanzar una erección.

Mirna se estaba esforzando en frotar su cuerpo contra el de él y en hacer


movimientos sensuales para seducir al hombre que tenía delante. Ella era
consciente de que él no la amaba y que ella tampoco lo amaba a él. Ella solo lo
hacía por dinero… Sí, lo único que a ella le interesaba era el dinero. Por fortuna,
no consideraba que acostarse con él fuera un sacrificio, porque él no lucía nada
mal.

José estaba un tanto distraído, la atractiva mujer que tenía delante había
perdido todo el encanto para él.

Mirna ya estaba preparada para recibirlo dentro de ella. Sin embargo, él no se


atrevió a dar el siguiente paso. Lo que hizo que la mujer se sintiera
inesperadamente vacía.

—Señor Juárez, ¿qué le sucede? —le preguntó Mirna con timidez.

Cuando la muchacha estuvo a punto de tocar a José, recibió una fuerte


bofetada del hombre.
—¡P*rra! ¡Tú afirmas ser mejor que Sirena, pero en realidad no eres nada en
comparación con ella! —José se enfureció debido al bochorno.

De un salto, salió de la cama, se volvió a poner los pantalones y se sentó en una


silla. Tomó la caja de cigarrillos y el encendedor de encima de un mueble.
Encendió uno y tomó una bocanada con desánimo.

Arrodillada en la cama, Mirna se cubrió la cara con las manos e imploró con
tono afligido:

—¡Lo siento, Señor Juárez! ¡Es culpa mía! ¡Disculpe por no darle un servicio de
su agrado!

—¿En qué habitación se queda Sirena? —inquirió José molesto.

Mirna respondió entre sollozos:

—Sirena nunca se queda aquí. Ella regresa a su casa temprano todas las
noches.

—¿Tienes su dirección? —siguió insistiendo José en extremo molesto.

Mirna contestó que no con un movimiento de cabeza y los ojos llenos de


lágrimas. Y era cierto, porque ella no sabía absolutamente nada sobre la vida de
Sirena. Ella ni siquiera solía conversar con Sirena.

José apagó el cigarrillo en el cenicero, se levantó de la silla y terminó de


vestirse. Sacó varios billetes de cien de su billetera y se los lanzó a Mirna a la
cara antes de salir de la habitación.

Todavía de rodillas en la cama y sin siquiera levantar la vista para mirarlo, Mirna
se puso a recoger los billetes uno por uno.

Durante esa noche, José hizo varios intentos de tener sexo con otras jóvenes.
No importó cuán bellas fueran las chicas; ni cuán sensuales lucieran sus
cuerpos, ni cuán estimulantes fueran los juegos preliminares. José no logró
tener una erección.

¿Qué estaba sucediéndole? ¡Él era un hombre joven, vigoroso, lleno de energía!
¿Dónde quedaba su masculinidad si no era capaz de tener una erección? Una
vez que hubo llegado a su casa, trató de desahogar su frustración, su irritación
y su furia tirando todo lo que encontraba a su paso.

En medio de la noche, en lugar de dormir, José siguió destrozando su


dormitorio. Con tanto estruendo que hizo, destrozó también todas las
posibilidades de Sofía de quedarse dormida. Los dos hermanos se las
arreglaron para tener una pelea terrible incluso desde sus dormitorios
separados por una pared. La familia Juárez estuvo en estado de caos durante
toda la noche.

Era una noche de una quietud y una paz sorprendentes en la residencia de


Manuel Larramendi en Ciudad Buenaventura.

A la mañana siguiente, Manuel estaba tomando su desayuno sentado a la mesa


del comedor. Al levantar la vista, notó que Lucas lo observaba desde el extremo
opuesto de la mesa con una pícara sonrisa. Tuvo un mal presentimiento.

—Manuel, ¡estoy sorprendido de tus artimañas! ¿Es cierto eso que dicen que
cualquier hombre que ponga los ojos en una mujer que te interese termina muy
mal? ¿Será? —preguntó Lucas con las cejas arqueadas y un brillo de curiosidad
en los ojos.

Según Julio Hernández, quien fuera compañero de Manuel en las fuerzas


especiales y quien ahora se desempeñaba como el jefe de su equipo de
guardaespaldas, en una ocasión, Yunior Gómez, el hijo del alcalde de Ciudad
Buenaventura, drogó a Mariana, la prometida de Manuel, para tratar de violarla.
Justo después de ese incidente, Manuel envió a sus hombres para que
arrestaran a Yunior. Todavía Yunior estaba en prisión y no lo habían liberado.

En cuanto al padre de Yunior, este ni siquiera tuvo el valor de oponerse al


arresto de su hijo, aun siendo el alcalde de la ciudad. Lucas encontraba la
situación de lo más divertida.

Manuel estaba cortando con mucha elegancia la comida que tenía en su plato.
Mientras lo hacía, estaba pensando en José Juárez. Por eso, en lugar de
responder la pregunta de Lucas, preguntó con mucha curiosidad:

—¿Qué fue lo que hiciste con ese joven de la Familia Juárez?

—Después de una exhaustiva investigación, recién terminé la creación de una


droga que es capaz de hacer a un hombre impotente. Ya la he probado en
conejillos de Indias con resultados positivos. ¿Me pregunto si funcionará igual
con el Señor Juárez? —apuntó Lucas con un suspiro.

—¿Hay antídoto para esa droga? —preguntó Manuel imperturbable.

—¡Por supuesto que sí! Pero cuesta una fortuna, ¿estás interesado en
comprarlo? —respondió Lucas con una divertida sonrisa en el rostro.

—Resérvalo para el Señor Juárez. —Manuel colocó los cubiertos en la mesa,


tomó su taza de té, bebió un sorbo y se dispuso a prepararse para ir a la oficina.

Lucas chasqueó los dedos y sonrió.


—¡Es una magnífica idea! Cuando sea el momento, por favor, hazle la
recomendación de que me busque. ¡Voy a hacer una fortuna con él! —Lucas le
hizo un guiño.

Sin más comentarios y con una sonrisa de complicidad, Manuel se puso de pie
y salió caminando hacia la puerta.

Delia creyó que el colgante de aerolito le habría podido conseguir una suma
considerable de dinero para liquidar la deuda con Miguel. Fue por eso que, al
recibir la repentina llamada de Fernando, se le derrumbaron todas las
esperanzas.

—Sirena, ¿ese collar con el colgante de aerolito que trajiste ayer lo robaste o lo
encontraste tirado por la calle? —el tono de la voz de Fernando al otro lado del
teléfono fluctuaba entre altos y bajos, parecía dubitativo y tenso a la vez.

Con los labios fruncidos, Delia contuvo la indignación:

—¡Te he dicho antes que era un regalo que recibí de un hombre! ¡Él me dio ese
collar en agradecimiento por salvar su vida!

—Sirena, nadie se va a creer eso. El collar tiene un código, no puede venderse


en el mercado negro. El simple hecho de que lo tuvieras en tu poder implica
robo. Yo ya te cubrí las espaldas, tuve que mover algunos contactos míos y
tuve que decir que yo lo encontré por casualidad en el club. ¿Vas a decirme la
verdad o no? —Fernando no pudo ocultar su cólera.

Delia apretó los puños inconscientemente para contenerse:

—¡Te estoy diciendo la verdad! ¡Ya que no me crees, devuélveme el collar!

—¡Muchacha ingrata! ¡Deberías agradecer mi amabilidad contigo! —respondió


Fernando ofendido.

—Lo que me parece es que te adueñaste de mi collar —espetó Delia furibunda.

Irascible, Fernando explotó a gritos:

—¡Es cierto que me encanta hacer dinero, pero nunca he querido apoderarme de
las propiedades ajenas! ¡Te creí cuando me dijiste que querías vender el collar
porque necesitabas el dinero! ¡Por amabilidad te ayudé a poner el collar en la
subasta y me has causado un problema enorme! ¡De no haber sido por mí ya
estarías encerrada en prisión!

—Yo… —Delia quiso decir algo, pero al final decidió callar. Hizo un esfuerzo por
calmarse y con un tono más contenido agregó—: ¡Te estoy diciendo la verdad!
Te juro que ese collar me lo regaló un hombre al que le salvé la vida. ¿No sé
cómo ha pasado todo esto?
—Lo cierto es que tu collar de aerolito ha resultado ser una joya de
inconmensurable valor y tiene insertado un código perteneciente a un sistema
internacional de numeración. ¡Según este sistema, el collar tiene dueño, está
registrado a nombre de Mariana, no a nombre tuyo! ¡En otras palabras, visto
que tú no eres la dueña del collar, lo confiscaron! —Fernando suspiró
decepcionado.

La expresión de Delia se entristeció y bajó el rostro desilusionada. Ella había


llegado a pensar que había logrado encontrar una forma de ayudar a Miguel.

Al final, todo resultó ser un intento infructuoso…

Muy en el fondo, Fernando sabía que lo que Delia decía era cierto. Por eso, a
sabiendas de que ella debía de estar devastada por la pérdida del collar, le
habló de una forma más amable y trató de levantarle el ánimo, en
consideración a su cuñada, Xiomara Tabares.

—Sirena, estoy seguro de que lo que pasó fue que te relacionaste con la
persona equivocada. Quizás el hombre al que le salvaste la vida no era un tipo
decente. Vamos a olvidarnos de este asunto. No comentes con nadie que
alguna vez tuviste ese collar en tu poder. ¡Sí, eso es lo que vamos a hacer!

Delia escuchó lo que dijo Fernando y se mantuvo callada. Como ella no


respondió nada, Fernando corto la llamada.

Delia estiró los brazos, se recostó hacia atrás y se dejó caer sobre la cama con
los ojos fijos en el techo, completamente confundida. Al final no iba a poder
ayudar en nada. Pensó que podía haber ayudado a Miguel. Pensó que podía
haber sido una esposa útil para él…

Ja, ja, ja…

Parecía que siempre iba a ser ella la que recibiría la protección de Miguel y que
no había nada que ella pudiera hacer para ayudarlo a él. Sintió un nudo en la
garganta y ya no fue capaz de contener las lágrimas que salieron de sus ojos
como cascada. A ella no le importaba en absoluto si ese hombre al que ella
salvó y que le regaló el collar era un imbécil o no. Lo único que en realidad le
importaba era que ella no había sido capaz de hacer nada para ayudar a
Miguel…

Manuel Larramendi estaba en su oficina en la Torre del Grupo Larramendi.


Después de recibir el mando de la empresa de manos de su abuelo Alberto
Larramendi, Manuel iba mejorando en su trabajo cada día más. Siempre
contaba con la ayuda de su hombre de confianza, Saúl Zulueta.

Mientras Manuel estaba leyendo el informe financiero trimestral de la


compañía, Saúl entró en la oficina:
—Señor Larramendi, unos hombres del Centro de Verificación de Autenticidad
están aquí para devolverle un objeto valioso.

—Hazlos pasar. —Manuel cerró el archivo que contenía el informe financiero y


le pidió a Zulueta que preparara té.

Zulueta asintió e hizo pasar a los dos hombres del Centro de Verificación de
Autenticidad. Luego se dirigió a la despensa.

Los dos hombres solo estuvieron sentados un brevísimo tiempo, no más de


dos minutos. Devolvieron el objeto que trajeron consigo, hicieron una
reverencia a Manuel y salieron de la oficina.

Zulueta regresó de la despensa con dos tazas de té en las manos y las colocó
sobre la mesita de centro antes de sentarse de frente a Manuel.

—Señor, ¿qué es esto? —preguntó Saúl con curiosidad, al ver una finísima caja
de madera de forma rectangular sobre la mesita. Dentro, había un collar con un
colgante de aerolito que parecía ser en extremo valioso.

Manuel estaba sentado en el sofá. Descansaba la barbilla sobre sus dedos


entrecruzados y los codos se encontraban apoyados sobre sus rodillas. Tenía
las cejas fruncidas y examinaba atentamente el collar de aerolito sobre la
mesita de centro.

Ella había dicho que quería las estrellas del cielo… Por eso él se las había
traído.

Según lo que explicaron los hombres del Centro para la Verificación de


Autenticidad, Fernando, el gerente del Club Nocturno Tentación, había
encontrado el collar en las cercanías del club. Fernando había mandado el
collar al centro para que determinaran su valor, porque él tenía la intención de
venderlo en una subasta clandestina que se realizaba en el club. Debido a que
el collar ya aparecía registrado en el sistema, no podía venderse en el mercado
negro.

Según los registros, el comprador original del collar había sido Manuel
Larramendi, en tanto que la propietaria era Mariana Suárez. Le habían devuelto
el collar debido al inmenso poder y la influencia que tenía Manuel Larramendi
en Ciudad Buenaventura.

Mariana sí había visitado con anterioridad el Club Nocturno Tentación. Había


sido el mismo día que Yunior Gómez la había drogado y había intentado
violarla. Manuel supuso que ese debía haber sido el momento en que Mariana
había extraviado el collar.

Pero…
¿Por qué habría tardado tanto tiempo el gerente del club en querer vender el
collar? ¿Sería posible que existiera algún tipo de relación desconocida para él
entre el gerente del club y Mariana?

¡Imposible!

¿Cómo podría siquiera pensar algo así?

Manuel Larramendi pensó que él no tenía por qué dudar de Mariana. Después
de todo, ella le había salvado la vida. Él le había dado su primer beso y ya
conocía el contacto de su cuerpo…

¡Porque la amaba, tenía que confiar en ella!

Sin embargo, la imagen de Sirena apareció en su mente sin que se diera cuenta.
Él sentía exactamente lo mismo por Sirena y por Mariana. No entendía cómo
podía sentir lo mismo cuando era Mariana la chica que le había salvado la vida,
a la que él había besado y la chica a la que él amaba. ¿Qué le estaba
sucediendo?

—¿Señor? —lo llamó Saúl Zulueta.

Sus pensamientos regresaron a la realidad.

—Puedes regresar a tu trabajo —le indicó a Zulueta con aire distraído.

Sin decir nada más, Saúl se puso de pie para continuar con su trabajo.

Mientras tanto, Manuel regresó a su escritorio para revisar los documentos. Él


tenía mucho trabajo hoy. Tenía los ojos cansados y la vista borrosa después de
haber revisado todos los archivos que tenía sobre el escritorio. Decidió subir
hacia su salón privado.

Tan pronto hubo alcanzado el segundo piso, una sombra pasó por su lado. Fijó
la vista para tratar de ver mejor la sombra. Se quedó atónito con lo que vio, aun
así, preguntó con tono indiferente:

—¿Por qué está aquí? ¿Desde cuándo está aquí?

Al lado de su cama, había una joven que llevaba un vestido blanco de fina seda
que casi llegaba al suelo. Tenía largos y sedosos cabellos negros que le caían
como una cascada hasta la cintura. Un soplo de brisa fresca entró por la
ventana entreabierta, levantó el chal blanco que ella llevaba sobre los hombros
y este flotó en el aire con delicadeza. La mujer comenzó a girar elegantemente.
Sus labios rosados justo debajo del antifaz de plumas blancas, se veían
brillantes y su sonrisa era encantadora.

—¡Soy Sirena! ¿Cómo cree que entré aquí? —su voz pícara era tan atractiva
como la de un ruiseñor.
Con una ligera arruga entre sus cejas arqueadas, Manuel comenzó a acercarse
a la mujer.

—¿Hay algo que pueda hacer por usted?

—Es usted quien me estaba buscando a mí, no al revés.

—¿Que yo la estaba buscando? —Manuel se sorprendió al oír eso.

Sirena dio un paso hacia adelante para acercarse a Manuel y dijo con la cabeza
altiva:

—Sí, yo estoy aquí porque usted estaba buscándome.

—Usted… —Manuel hizo ademán de decir algo, pero no articuló palabra alguna.
Sus ojos negros, fríos, imperturbables se fijaron en los brillantes ojos de Sirena
por detrás del antifaz.

Se parecen tanto…

Sus ojos se parecen tanto a los de Mariana…

Incapaz de controlar sus deseos, Manuel alzó sus manos para tocar el antifaz
de plumas blancas que cubría el rostro de la joven, para luego quitarlo con
avidez. El temblor de sus manos hizo que se le cayera el antifaz al suelo. Lo que
vio después, lo sorprendió enormemente. Ella tenía un rostro dulce en forma de
corazón que lucía inocente y puro y estaba bendecida con rasgos faciales bien
definidos y atractivos.

La cara le pertenecía a la mujer que anhelaba durante el día y aparecía en sus


sueños durante la noche: Mariana.

Muy tranquila, delante de él, Sirena le sonreía con sutileza y sus ojos brillaban
como estrellas.

En ese momento, el corazón de Manuel latía descontrolado. No pudo evitar


alzar sus manos y rozar los labios de ella con la punta de los dedos, para luego
dibujar con ellos el contorno de su rostro, recorrer su barbilla y bajar hasta su
clavícula.

—Mariana… —la llamó él con cariño.

Ella de verdad estaba parada ahí frente a él. Mirándolo fijo a los ojos, Sirena le
sonrió con dulzura y le respondió con la voz más adorable del mundo:

—¿Sí?

—Te extraño tanto… —La tristeza oscureció el brillo de los profundos y sombríos
ojos de Manuel.
—Yo también te extraño mucho —afirmó ella y se lanzó a sus brazos con los
suyos abiertos de par en par, mientras las mangas de su vestido blanco
flotaban en el aire.

La respiración de Manuel se agitó. Se le hacía cada vez más difícil controlarse.


Estimulado por un impulso repentino, él levantó a Sirena del suelo, la puso en la
cama y la estrechó bajo su cuerpo. La estrechó en un abrazo fuerte y, para su
sorpresa, en lugar de resistirse, ella se acurrucó en sus brazos dócilmente.

—¡Te deseo! —exigió Manuel con voz profunda.

Una sonrisa dulce se reflejó en el bello rostro de Sirena.

La asió con ambas manos por su terso vientre y le soltó el cinto que llevaba
atado alrededor del talle. Entonces deslizó una mano por debajo de su vestido y
disfrutó la frescura que experimentaron sus dedos cuando se movieron sobre
su liso vientre.

Manuel no pudo contenerse más y comenzó a besar su cuello, mientras le


tiraba despacio del vestido y con la otra mano lo halaba hacia abajo para dejar
al descubierto los hombros.

Sus labios viajaron por todo su cuello y hacia los lóbulos de las orejas: trazó un
camino de fuego a su paso, una y otra vez. Su cuerpo cálido y musculoso subió
de temperatura drásticamente, como una llamarada, como un bólido.

Manuel abrazó con fuerza a la mujer. No importaba cuan frío se sintiera su


cuerpo, nada podía aplacar el calor y el creciente deseo que sentía por ella. Su
piel estaba helada. ¡Sí, estaba helada! ¿Por qué tenía el cuerpo tan frío?

Mientras la abrazaba, sus labios viajaron despacio desde el cuello hacia arriba
y, finalmente, se detuvieron para besar sus suaves labios. Debido a la coqueta
mirada de la chica, sus ojos comenzaron a rebosar de afecto, su respiración se
hizo más pesada e incluso el aire que exhalaba se sentía muy caliente...

—Mariana... —«¿Por qué Sirena tiene la misma cara que Mariana? ¿Mariana no
está todavía en el País K?».

Poco a poco, la lógica lo hizo volver a la realidad. Mientras apoyaba su cuerpo


en sus antebrazos, miró a la mujer que tenía debajo con ojos vidriosos. Ella
seguía sonriéndole con una pureza que parecía dulce y nada seductora. Cuando
levantó la mano para tocarle la cara de nuevo, la chica se transformó de
repente en miles de estrellas brillantes que se dispersaron por debajo de él
antes de elevarse de manera lenta en el aire. Manuel abrió los ojos al instante.

—¡Mariana! —gritó en sueños.


Sentado en la cama, observó a su alrededor y descubrió que estaba en su salón
privado, el cual permanecía tranquilo y silencioso como siempre. Una ráfaga de
brisa fresca entró en el salón a través de una de las ventanas que se había
quedado entreabierta, lo que le produjo una ligera sensación de frescor en la
cara. Al final, se dio cuenta de que había estado soñando...

Ja...

Al doblar las rodillas para apoyar el codo, Manuel se sujetó la frente mientras
se burlaba de sí mismo. ¿Será que estaba sufriendo un mal de amores que ya
no tenía cura? Después de todo, el asunto que lo molestaba lo tenía que
resolver la persona que lo causaba: Sirena. Absorto en sus pensamientos, se
levantó de inmediato de la cama, se puso los zapatos y salió de su despacho.

Por su parte, Mariana había comprado una lujosa casa en el País K con el
dinero de Manuel. Después de mudarse, había incluso contratado a un ama de
llaves para que la atendiera. Mientras cambiaba poco a poco su rostro
mediante la cirugía plástica, también se dedicaba a disfrutar los privilegios de
gastar a lo grande.

Debido a su derroche excesivo, el Señor López, que trabajaba en la Mansión


Colina en Ciudad Ribera, había puesto en secreto un límite a sus gastos
mensuales sin decírselo al Señor Larramendi. Aunque este le había confirmado
que Mariana podía gastar todo el dinero que deseara, el Señor López decidió
tomar cartas en el asunto pues no podía soportar tal comportamiento. Tarde o
temprano, el Señor Larramendi se convertiría en uno de los miembros del clan
Claro de Luna si ella seguía gastando a ese ritmo. De hecho, el Señor López
sentía una profunda aversión por Mariana, pero tenía que guardarse su opinión
porque Manuel la amaba mucho.

Por supuesto que Mariana no olvidó a sus parientes pobres cuando se hizo
rica. Cada vez que uno de sus primos se casaba, ella desembolsaba entre
cuatrocientos y quinientos mil, y se los entregaba para que pudieran enviar el
dinero como regalo de compromiso a las familias de sus esposas.

Mariana pensaba que sus gastos no quedaban registrados; pero, en realidad, el


Señor López había estado llevando la contabilidad en secreto. Incluso le
preguntaba en qué gastaba el dinero para poder elaborar un libro de cuentas
para ella. Mientras miraba las facturas de Mariana en la Mansión Colina, el
Señor López no pudo evitar lamentarse de que el Señor Larramendi había
estado, de hecho, manteniendo todo el tiempo a la familia de Mariana.

Mientras que Mariana no tenía problemas en cuanto a sus finanzas, Delia


necesitaba dinero desesperadamente. Como ya no tenía el collar con el
colgante de aerolito y, por tanto, no había podido ayudar a Miguel, Delia estaba
sola y deprimida en la casa alquilada.
En ese mismo momento, Mariana empezó a presumir una vez más de su
riqueza en el chat del grupo que compartían con otras dos chicas que solían ser
sus compañeras de habitación.

«Esta es una casa que acabo de comprar. ¿Está bonita? (Adjunto un breve
video)», publicó Mariana en el grupo. Poco después, envió más videos en los
que mostraba su nueva casa, lo que provocó un aluvión de mensajes de voz de
las otras chicas:

<i>—¡Es tan grande que parece una mansión! </i>

<i>—¡Seguro que es una casa lujosa!</i>

<i>—¡Es realmente muy hermosa!</i>

<i>—¡Qué bonita!</i>

<i>—¡Mariana, tu vida es tan perfecta!</i>

<i>—¡Tienes que traernos algunos regalos del País K!</i>

Después de escuchar los mensajes de voz, Delia decidió apagar las


notificaciones de mensajes del chat. Cuando pensaba que su mente estaría en
paz mientras los mensajes dejaran de aparecer en su pantalla, alguien etiquetó
su nombre en un mensaje. Supuso que habría sido una de las chicas, pero
cuando abrió el chat, descubrió para su sorpresa que Mariana era en realidad
quien había etiquetado su nombre.

«Delia, ¿por qué no dices nada? ¿Está bonita mi nueva casa?», escribió Mariana.

Delia no pudo evitar fruncir el ceño al ver el mensaje. Mariana era la que le
había propuesto poner fin a su amistad y también era la que le había advertido
que no volviera a contactar con ella. ¿Qué pretendía al aparecer de la nada en el
chat del grupo y etiquetarla en presencia de las otras chicas?

Aunque Delia la había visto alguna vez como una amiga, se preguntaba quién
era ella exactamente para Mariana. Cuando estaba de buen humor, era la mejor
amiga de Delia, pero cuando estaba enfadada, la echaba de su vida. Cuando
quería, hablaba de todo con ella, pero cuando no tenía ganas, la insultaba con
comentarios ofensivos. Delia permaneció en silencio.

«¿Qué regalos quieren, chicas? Puedo enviárselos por adelantado. No se


contengan porque mi prometido es muy generoso», continuó escribiendo
Mariana.

«Quiero productos para el cuidado de la piel», respondió Fernanda.

«Quiero un bolso de mano», pidió Francisca.


«Delia, ¿y tú? ¿Qué quieres?», insistió Mariana.

Una vez más, Mariana etiquetó el nombre de Delia en su mensaje. Delia salió de
la aplicación de chat al verlo. Estaba de muy mal humor. Extremadamente
molesta...

Al percibir la reticencia de Delia, Fernanda y Francisca trataron de justificarla.

«Delia ha suspendido sus estudios por causa del trabajo. Estoy segura de que
aún no ha leído nuestros mensajes porque todavía está en horario laboral»,
escribió Fernanda.

«Sí, ¡así es! Como Delia está trabajando ahora, estoy segura de que tiene
prohibido revisar su teléfono», añadió Francisca.

Al ver el fervor con el que sus amigas trataban de hablar bien de Delia, Mariana
hizo un mohín con sus labios rojos, muy molesta. En los días en que se
alojaban juntas en una habitación de la residencia universitaria, Fernanda y
Francisca siempre habían sido más cercanas a Delia que a ella, lo que la irritaba
sobremanera.

A pesar de que ahora trataba a Fernanda y Francisca muy bien, ellas habían
decidido hablar bien de Delia. ¿Qué pretendían con eso? ¿Acaso todos los
sobres rojos digitales que les había enviado al grupo y todos los regalos que les
iba a dar eran gestos dirigidos a un grupo de chicas desagradecidas? ¿En qué
estaban pensando Fernanda y Francisca? Con un poco de amargura, Mariana
decidió continuar con su plan de ganárselas con dinero, con la esperanza de
que le dieran la espalda a Delia.

Justo cuando Delia se sumía en el abatimiento, recibió una llamada de


Fernando, el gerente del Club Nocturno Tentación. Distraída, pulsó el botón para
atender la llamada y luego encendió el altavoz, ya que no tenía ganas de
levantar la mano.

—Sirena, por favor, ven a mi oficina en el club nocturno ahora. El Señor Ferrero
quiere verte —dijo Fernando con alegría, como si acabara de recibir una buena
noticia.

—¿Quién es el Señor Ferrero? —preguntó Delia sin pensarlo.

—¡Me sorprende tu mala memoria! ¿Cómo te atreves a olvidar al Señor Ferrero?


Él es quien te ha dado tantas propinas últimamente. ¿Te has olvidado de él
porque crees que lo que te ha dado es demasiado poco? —dijo Fernando con
fingida severidad.

A causa del recordatorio de Fernando, el apuesto rostro del Señor Ferrero


surgió de repente en la mente de Delia. ¿Cómo podría olvidarlo? Era el hombre
al que le había salvado la vida. ¡Un momento! ¿Por qué quería verla? Podría
ser... ¿Sabría ya quién era ella? ¿Fernando, el gerente del club nocturno, le
hablaría de su identidad?

Delia sacudió su cabeza con fuerza. Era imposible. Cuando firmó el contrato de
trabajo con Fernando, se acordó de que el club nocturno mantendría absoluta
confidencialidad con respecto a su información personal y esta no se revelaría
a nadie jamás. Comenzó a sentirse intranquila y preocupada.

—Sirena, vamos, di algo. ¿Por qué estás tan callada de repente? —preguntó
Fernando impaciente al otro lado del teléfono.

Su voz devolvió a Delia a la realidad.

—¡Oh! ¡Está bien, entiendo! —Fingió compostura después de respirar profundo.

—¡Ven al club lo antes posible, te estamos esperando! —dijo entonces Fernando


con alegría.

«¿Estamos?». Delia se quedó estupefacta. ¿El Señor Ferrero estaba ya en el


club nocturno?

Fernando colgó el teléfono sin esperar su respuesta. Después, miró a Manuel,


que estaba sentado en el sofá, y le dijo con una sonrisa tonta:

»Señor Ferrero, por favor, siéntese aquí primero. He llamado a Sirena y vendrá
enseguida.

Se preguntó qué habría traído hoy allí al «Señor Ferrero». Aparte del restaurante
y el hotel, el resto del Club Nocturno Tentación estaba cerrado durante el día.
Sin embargo, él había ido hasta allí y había pedido reunirse directamente con él.
Sin andarse con rodeos, exigió ver a Sirena.

Por causa de la lección que Fernando recibiera de los guardaespaldas que


trabajaban para el Señor Ferrero la última vez que se vieron, no pudo evitar
tratar al magnate con mucha más reverencia e intentar congraciarse con él esta
ocasión.

—¿Cuál es su verdadero nombre? —Manuel se sentó en el sofá con las piernas


cruzadas, mientras emanaba un aura noble.

Los rayos de sol se filtraban a través de la ventana y brillaban en su apuesto y


frío rostro, mientras lo bañaban con una capa dorada. Con una sonrisa de
picardía en el rostro, Fernando agitó los brazos y rechazó su petición con tacto:

—¡No puedo revelárselo! Después de todo, he firmado un acuerdo de


confidencialidad con Sirena. Señor Ferrero, usted puede preguntarle a Sirena
cuando esté aquí más tarde.
De repente, a Fernando le resultó difícil calcular la emoción que había detrás de
los ojos oscuros y profundos de Manuel y sus cejas levantadas. De hecho, José
Juárez le había ofrecido comprar parte del tiempo de Sirena antes de que el
Señor Ferrero lo hiciera. Estaba dispuesto a ofrecerle una buena suma a
cambio de pasar una noche con ella. Finalmente, Fernando tuvo que rechazar la
oferta ya que Sirena era la cuñada de Xiomara, a quien debía mostrarle respeto.
Por lo demás, Fernando llevaba tiempo albergando la intención de hacer
negocios utilizando a Sirena. José Juárez había decidido pedirles a sus
subordinados que drogaran en secreto a Sirena tras no conseguir lo que quería
a través de Fernando.

De repente, Fernando pensó que había tenido muy buen juicio al darse cuenta
hace mucho tiempo de que Delia era una mina de oro. En un inicio, había pedido
a Xiomara que convenciera a Delia para que trabajara en el club nocturno, pero
ella no cedió. Había pensado que ya no había posibilidad de reclutarla, pero
para su sorpresa, Delia acudió a él más tarde por iniciativa propia.

Sentados en la oficina, los dos hombres tenían pensamientos diferentes sobre


la misma chica. De hecho, Manuel se sentía un poco preocupado e impaciente,
pero no tuvo más remedio que sentarse y esperarla con tranquilidad. Sirena era
el tema que había estado rondando por su mente todo este tiempo; incluso
soñaba con ella durante el día. Si no fuera por ese sueño, tal vez no estaría allí
pidiendo un encuentro con ella para poder ser testigo de cómo se veía en
realidad.

El tiempo pasaba... Fernando se dio cuenta de que Sirena tardaba más de lo


habitual en llegar al club nocturno. El tiempo transcurrido desde que terminó la
llamada hasta ese momento era más que suficiente para que ya estuviese allí.
Sin embargo, todavía no había aparecido.

Mientras Fernando reflexionaba sobre el tema, sus ojos se volvieron para echar
un vistazo a Manuel. Con un aspecto tranquilo y sereno, este parecía no estar
molesto en absoluto por la larga espera.

—Fernando, tienes que pagarle a Sirena como corresponde para que asista a
una reunión durante el día. —En ese momento, se oyó una voz antes de que la
dueña de esta pudiera ser vista.

A continuación, Xiomara apareció en la puerta del despacho de Fernando.


Manuel, sin cambiar su expresión, levantó la cabeza para mirar hacia atrás.
Xiomara entró en el despacho con una sutil sonrisa y sus finas cejas se alzaron
de forma seductora.

Detrás de ella estaba Sirena, que llevaba un antifaz de plumas blanco y un


vestido largo blanco de seda fina con mangas anchas. Manuel se quedó atónito
al verla. Era exactamente igual a la chica que había aparecido en su sueño.
—He vestido a Sirena de manera muy especial para este encuentro con el Señor
Ferrero. —Mientras giraba su cuerpo hacia un lado, Xiomara sujetó la mano de
Sirena y la llevó hacia Manuel.

Con sus labios rosados medio fruncidos, Sirena juntó sus manos y luego las
colocó con delicadeza junto a su cintura antes de hacer a Manuel una
reverencia, que era un gesto tradicional de saludo. Sin embargo, lo había hecho
de forma incorrecta.

Los labios rojos de Xiomara se curvaron hacia arriba mientras continuaba:

—Acabo de enseñarle a Sirena algunos saludos para que podamos sorprender


al Señor Ferrero. Señor Ferrero, ¿le gusta?

En ese momento, Manuel se puso en pie de repente, lo que hizo que tanto
Xiomara como Fernando se llevaran un gran susto. Después de mirar a Manuel,
Sirena bajó la mirada y la cabeza.

Los labios de Manuel se curvaron hacia arriba y el reflejo de Sirena pudo verse
en sus oscuras pupilas.

—¡Quítate el antifaz! —exigió con una voz algo frígida.

Atónita, Sirena miró a Xiomara. Esta dio de inmediato un paso adelante y se


detuvo junto a Sirena mientras decía con una suave sonrisa:

—Señor Ferrero, ¡Sirena no puede quitarse el antifaz blanco de plumas de la


cara bajo ningún concepto! Ella aquí solo canta, no ofrece su cuerpo. Según la
norma de nuestro club nocturno, todos los empleados que solo actúan tienen
prohibido revelar sus rostros a los clientes.

—¡Solo di un precio! —Manuel sabía la razón por la que Xiomara le estaba


complicando las cosas a propósito en ese momento.

Antes de que Xiomara pudiera responder, Fernando mostró de inmediato cinco


de sus dedos a Manuel. Sin dudarlo, Manuel le quitó el antifaz de la cara a
Sirena. Ella entró en pánico y dio un paso atrás con rapidez.

Su cara...

Al ver su cara, Manuel no pudo evitar sujetar el antifaz con fuerza. De hecho, ya
se había advertido a sí mismo antes de llegar allí que no debía desear más a
Sirena porque ella no era Mariana, quien se había ido al País K. Sin embargo, su
cuerpo seguía traicionando a su mente y sus pies lo llevaron hasta allí. Solo
quería verificar si lo que había ocurrido en su sueño era cierto. Por lo tanto,
había decidido ir. Mientras miraba fijamente la cara de Sirena, Manuel se sintió
desalentado y su cara se tornó sombría de repente.
En efecto... ¡Ella no era Mariana!

»Le pediré a mi asistente que traiga cincuenta mil. —El antifaz blanco de
plumas se le escapó de las manos y cayó al suelo. Con una cara larga, Manuel
se fue sin dudar.

«¿Ci… Cincuenta mil?».

Instintivamente, Fernando y Xiomara intercambiaron una mirada. En realidad,


Fernando solo había pedido cinco mil al Señor Ferrero, pero su generosidad lo
sorprendió porque enseguida aceptó darle cincuenta mil.

Cuando estuvo segura de que Manuel se había ido, Xiomara cruzó los brazos y
sonrió.

—Fernando, supongo que Rebeca y yo también tendremos una parte de los


cincuenta mil.

Solo entonces Fernando miró de cerca a Rebeca, que se había hecho pasar por
Sirena. No pudo evitar preguntarse de qué se trataba todo aquello.

»Sirena me dijo que no se sentía bien porque tenía dolores menstruales. Para
no decepcionar al Señor Ferrero, no tuve más remedio que pedirle a Rebeca que
se hiciera pasar por Sirena. —Mientras entrecerraba los ojos, Xiomara soltó una
risita triunfal y dijo—: Fernando, ¿no fue inteligente lo que hice? Te conseguí un
dinero extra sin mucho esfuerzo.

—¡Ya veo! Entonces, está bien. Después de todo, Rebeca también lleva un
antifaz en el trabajo ya que al igual que Sirena, solo actúa. Supongo que el
Señor Ferrero no sabrá la verdad. —Fernando trató de convencerse a sí mismo,
pensando que tendría suerte y nadie se enteraría.

Xiomara se encogió de hombros y le hizo una señal a Rebeca para que


recogiera el antifaz y se lo volviera a poner antes de regresar a su habitación a
descansar. Rebeca asintió, se arrodilló para recogerlo, se lo volvió a poner en la
cara y les hizo una reverencia a ambos antes de salir del despacho de
Fernando.

A Fernando todavía le costaba entender el incidente. Preguntó confundido:

—Xiomi, ¿crees que hay algo sospechoso con este Señor Ferrero? Después de
derrochar tanto dinero en Sirena, solo quería saber cómo se veía. Si fuera el
Señor Juárez, ¡seguro que la habría llevado a un hotel!

—¿Qué necesidad hay de pensar en eso? Después de todo, estoy segura de que
ni el Señor Juárez ni el Señor Ferrero tienen buenas intenciones con Sirena —
resopló Xiomara con desprecio.
Cuando Delia la había llamado para pedirle ayuda, Xiomara había aceptado sin
dudarlo. Por fortuna, Rebeca era de altura, peso y figura similares a los de Delia.
Mientras Rebeca no dijera nada, estaba segura de que el plan funcionaría.

Sin embargo, Xiomara se sorprendió de la credulidad del Señor Ferrero. Lo


único que hizo después de quitarle el antifaz a Rebeca fue echarle una mirada y
marcharse sin decir nada. Aun así, dejó escapar un suspiro de alivio en secreto.

Manuel regresó a su lujoso auto con paso ligero. No podía calmarse y, además,
como si fuera poco, empezó a tener resentimiento hacia sí mismo por lo que
había hecho a espaldas de Mariana. Sin embargo, por alguna razón, se sentía
renuente a aceptar la verdad. ¿Por qué Sirena no era Mariana? ¿Por qué seguía
albergando ese deseo después de ver la cara de Sirena? ¡Algo no estaba bien!

Mientras su mente seguía confundida, de repente pensó en lo tímida que


parecía Sirena durante la reunión de hacía un momento. Su comportamiento
era muy diferente al que solía mostrar con anterioridad. Sirena mantenía la
cabeza baja. Ni siquiera se atrevía a mirarlo a los ojos y parecía que evitaba a
propósito su mirada. Algo andaba mal. De alguna manera, tenía la sensación de
que algo no había estado bien en esa reunión, pero no podía precisar el
problema. En ese momento, por causa de todo lo que había sucedido, se sintió
muy inquieto, nervioso e incluso frustrado.

Después de terminar el trabajo del día, Manuel volvió a su casa y se tiró en el


sofá de cuero de la sala de estar en cuanto entró. Estaba agotado tanto de
forma física como mental; nunca antes se había sentido tan exhausto
emocionalmente.

En ese momento, Lucas, su mejor amigo, su médico particular y al mismo


tiempo un profesional de ética dudosa, bajó del segundo piso con paso
tranquilo antes de tomar asiento junto a Manuel. A continuación, golpeó el
muslo de Manuel y no pudo evitar burlarse de él.

—¿Acaso el gran Señor Larramendi sufre algún tipo de enfermedad? Hoy


pareces tan deprimido.

—Aléjate de mí —resopló Manuel con fastidio mientras sus cejas arqueadas se


fruncían.

—¿Qué tal si vas a Tentación más tarde conmigo para divertirte un poco? —
Lucas sonrió.

—¡No voy a ir! —De un tirón, Manuel colocó una de sus manos bajo su cabeza y
le dio la espalda a Lucas.

—Parece que te acaban de romper el corazón. ¿Qué ocurre? ¿Fuiste a


confesarle tu amor a Sirena hoy mismo? ¿Rechazó ella tu confesión? —
preguntó Lucas pensativo con las cejas levantadas.
—¡No tienes que hablar solo para demostrar que no eres mudo! —Al volver a
sentarse de repente, Manuel dobló las piernas y apoyó uno de sus codos en las
rodillas mientras lo miraba de manera fija.

Lucas se echó a reír y dijo:

—¡Por favor, no me pongas esa cara larga! Si de verdad echas tanto de menos a
tu prometida, tómate una licencia de dos semanas y vuela al País K para viajar
con ella.

—Por supuesto que he pensado en eso antes. Sin embargo, ahora mismo sigo
en período de prueba tras asumir el mando del Grupo Larramendi y mi tío,
Carlos, siempre ha estado pendiente de la empresa. Si me fuera de vacaciones
ahora, estoy seguro de que me tendería alguna trampa. —Los ojos oscuros de
Manuel se volvieron poco a poco más intensos.

Era por esa razón que había asumido el control de la empresa hacía poco
tiempo. Esta no podía quedarse sin un líder en ese momento crucial.

A pesar de no tener una idea clara de lo complicado que podía ser el mundo
comercial, Lucas creyó lo que le decía Manuel. Con las cejas alzadas, intentó
ofrecer algo de ayuda al decir:

—Ya que tu tío está tan inconforme con lo que posee, ¿quieres que le ponga una
inyección en secreto para que sea obediente? Estoy seguro de que después de
eso no podrá hacer nada fuera de los límites.

—No es necesario. Probaré mi valor a través de mi talento y mi desempeño y él


no tendrá más remedio que aceptarlo. —Los ojos oscuros de Manuel brillaron
con una emoción desconocida antes de volver de forma gradual a su calma
habitual después de un rato.

Con sensatez, Lucas levantó una de sus manos para acariciar su hombro y le
mostró una sonrisa de complicidad.

—¡Tienes mi apoyo! Ya que no vas a ir a Tentación, iré yo solo entonces.

—De acuerdo —expresó Manuel con indiferencia y volvió a tumbarse en el sofá.

Antes de que Lucas se marchara, se desvió para preguntarle a Manuel:

—¿Estás seguro de que no te interesa Sirena?

Manuel permaneció en silencio y Lucas soltó una risita burlona.

»Si no estás interesado, la tendré entonces.

Aun así, Manuel no dijo una palabra. Solo después de que Lucas saliera de la
casa, pensó en el momento en el que conoció a Sirena ese mismo día. Durante
el encuentro, su corazón no parecía latir tan fuerte como de costumbre. ¿Qué le
pasaba hoy? Su corazón ya no palpitaba y también había perdido las ganas de
estar cerca de ella. Se había sentido así desde el momento en que ella entró en
el despacho de Fernando con el antifaz puesto, y no solamente después de
quitárselo.

Mientras sonreía decepcionado, sacó su teléfono del bolsillo del pantalón, sin
poder resistir el impulso de llamar a Mariana. Sin embargo, ella no contestó a
su llamada, ni siquiera después de que el tono sonara durante mucho tiempo.

Tal vez... ya se había dormido o quizás... no tenía ni idea de que era él; pensó
que la llamada era de algún estafador y la ignoró. Era la primera vez en su vida
que se sentía tan afectado por una mujer. Resultó que era miserable y
angustioso sufrir de mal de amores. «Mariana, te echo tanto de menos...».

¡Achís!

A pesar de ser solo un estornudo, fue suficiente para que Xiomara, que estaba
al lado de Delia eligiendo un atuendo para su presentación de esa noche,
preguntara con un poco de preocupación reflejada en su cara:

—¿Pescaste un resfriado de nuevo? ¿Estás en condiciones de actuar esta


noche?

—¡Claro que sí! —Delia sacó de inmediato un trozo de pañuelo de papel y se


limpió la nariz antes de esbozar una pequeña sonrisa.

Al mirarla, a Xiomara se le ocurrió una idea. Sonrió y no pudo evitar decir en


broma:

—¡Quizás alguien te está echando de menos!

—¿Eh? ¿Será verdad? —La primera persona en la que Delia pensó después de
escuchar las palabras de Xiomara fue Miguel.

Una vez más, Xiomara la miró y dijo con una carcajada, después de notar la
dulce sonrisa en el rostro bien definido de Delia:

—Oye, ¿en quién estás pensando? —Cuando Xiomara la miró, las comisuras de
la boca de Delia se curvaron ligeramente hacia arriba para formar una leve
sonrisa y sus bonitos ojos empezaron a brillar—. Estás sonriendo sin decir
nada. ¿Ya has encontrado a alguien? ¡Ah, sí! Ernesto me dijo que estabas
casada. ¿Es el hombre que te dejó pasar la noche en su casa y que dijo ser tu
novio una vez? —dijo Xiomara en tono de burla con sus cejas curvadas un tanto
levantadas.

Rebosante de alegría en su interior, Delia preguntó casi de forma reflexiva:


—¿Alguna vez Miguel ha afirmado ser mi novio? —Recordó que una ocasión le
había dicho en broma que quería ser su novio.

—Oh, ¡se llama Miguel! —exclamó Xiomara desconcertada. En realidad, se había


enterado por su novio, que también era hermano de Delia, de que un hombre
muy decente estaba interesado en ella. Sin embargo, no sabía su nombre.
Mientras seguía dándole vueltas al asunto, Xiomara pensó de repente en algo y
preguntó—: ¿Tienen algún problema económico para que estés dispuesta a
trabajar como cantante aquí?

—Yo… —Delia dudó. Con los labios fruncidos, tomó ambas manos de Xiomara
mientras le contaba con detalle lo que había ocurrido entre ella y Miguel.

Tras escuchar su narración, Xiomara la miró con simpatía y le prometió:

—¡No te preocupes, mantendré tu trabajo aquí en secreto!

—Gracias, Xiomara, aunque debería decir Señorita Xiomara. —Delia sonrió con
torpeza.

—Me he acostumbrado a que me llames Xiomara. Sigue llamándome así en el


futuro —dijo con una sonrisa, quitándole importancia al asunto con un ademán.

—¡Sí! —asintió Delia con alegría.

—Te sugiero que esta noche uses un vestido que imite un estilo antiguo. Todas
las canciones programadas para hoy son de hace muchos años. —Xiomara
tomó un vestido blanco plateado del perchero y lo colocó sobre el cuerpo de
Delia para comprobar que tal le quedaba.

De todos modos, Delia usaría cualquier cosa elegida por Xiomara para su
actuación. Después de ponerse el vestido, se puso el antifaz blanco de plumas
antes de salir del camerino junto a Xiomara.

Como aún faltaba media hora para que comenzara el espectáculo, Xiomara, un
tanto aburrida, comenzó a contarle a Delia cómo había conseguido que Rebeca
se hiciera pasar por ella para conocer al Señor Ferrero ese mismo día. Además,
Xiomara incluso se burló entre risas de lo crédulo que era el Señor Ferrero y le
dijo que Fernando haría que la gente del Departamento de Finanzas le enviara
una parte de los cincuenta mil después de que hicieran la contabilidad más
tarde por la noche. Sin embargo, Delia no pudo alegrarse en absoluto después
de escucharla porque la hizo sentir que era la líder de una banda de
estafadores.

Cuando pasaron por delante de una puerta que no estaba del todo cerrada en el
largo pasillo, oyeron el sonido de algún objeto hecho de porcelana que se
rompía en pedazos tras caer al suelo dentro de la habitación. De inmediato,
Xiomara hizo un gesto con la mano para que Delia se callara. Justo cuando
estaba a punto de alejar a Delia de la habitación, se oyó la voz de Rebeca desde
el interior.

—Décimo Jefe, ¿qué tengo que hacer para que me deje ir? —La voz de Rebeca
sonaba desesperada y un poco temblorosa.

El paso de Xiomara se detuvo mientras decidía quedarse con curiosidad cerca


de la puerta junto a Delia. Antes de esto, Selena le había contado a Delia sobre
los diez accionistas del Club Nocturno Tentación a los que se dirigían como
«Jefe». Xiomara ya había conocido a nueve de ellos, excepto al Décimo Jefe,
que era el más misterioso. Levantó las manos y empujó con delicadeza la
puerta para dejar al descubierto una pequeña grieta. A través de esta, vio a
Rebeca arrodillada en el suelo, encogida de miedo.

Como la habitación solo estaba iluminada por una tenue lámpara de noche, no
pudo ver la expresión del rostro del Décimo Jefe, que estaba sentado en el
sofá. Sin embargo, a través del brillo del cigarrillo encendido que sostenía entre
dos de sus dedos, la paciencia parecía agotarse poco a poco en él.

—¿Estás pidiendo que te perdone? En ese caso, ¿quién pagará por la muerte de
Nina? —Con un tono frío, cruel y espeluznante, el hombre continuó—: ¡No
pongas a prueba mi paciencia!

—¡Yo no causé la muerte de Nina! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo para que
me crea? ¡No fui yo! ¡Estoy diciendo la verdad! ¡Realmente no causé su muerte!
¡No fui yo! ¡No fui yo! —Mientras se cubría la cara, Rebeca empezó a sollozar sin
poder evitarlo.

¿Qué estaba pasando? De pie junto a la puerta, Delia y Xiomara intercambiaron


una mirada. Pero, ¿por qué la voz del Décimo Jefe sonaba tan parecida a la del
Señor Ferrero? La similitud probablemente había pasado desapercibida para
Xiomara, pero Delia logró captarla gracias al gran oído que tenía.

—¡No pienses nunca en dejar Tentación por el resto de tu vida! ¡Tendrás que
quedarte aquí para vender tu alma para siempre y así expiar tus pecados! —dijo
de forma brusca y con frialdad el hombre que estaba sentado en el sofá,
mientras todo su cuerpo exudaba un aura insensible.

—Yo... —Rebeca sintió deseos de decir algo, pero el resto de sus palabras se
ahogaron en sollozos.

En ese momento, las cejas curvadas de Xiomara se fruncieron con ligereza. Por
instinto, agarró a Delia con fuerza por la mano y la alejó de la habitación a paso
ligero.

—Xiomara, ¿a dónde vamos? —Una de las manos de Delia colgaba en el aire,


agarrada por la de Xiomara, y la otra se balanceaba mientras aceleraba el paso,
en un intento de alcanzarla.
Si el Décimo Jefe y Rebeca no hubieran mencionado a Nina Vargas, Xiomara
nunca habría pensado en el incidente que casi había hecho que el Club
Nocturno Tentación dejara de funcionar en Ciudad Buenaventura cinco años
atrás.

Con mucha curiosidad, Delia no pudo resistirse a preguntar:

»Xiomara, ¿asesinaron a alguien aquí? ¿Nina murió...?

—Delia, creo que Selena te ha enseñado a no ser entrometida y a no indagar en


asuntos que no son de tu incumbencia —le dijo Xiomara con severidad y
continuó tras una breve pausa—: Delia, ¡tienes que recordar que nunca debes
mostrar tu cara a nadie más aquí, excepto a mí y al Señor Fernando!

De hecho, había borrado de su mente durante los últimos cinco años un asunto
tan importante. Xiomara llevaba ya mucho tiempo trabajando en el club
nocturno, mientras que Fernando solo había asumido la dirección de este el
año pasado. Por lo tanto, Fernando no tenía ni idea del incidente de Nina.

En cuanto a Rebeca, también se había unido al club nocturno hacía poco


tiempo; pero, para el asombro de Xiomara, también conocía a Nina. A juzgar por
lo que dijo el Décimo Jefe, parecía que Rebeca estaba relacionada con la
muerte de Nina, pero se negaba a admitirlo debido a algún tipo de injusticia de
la que había sido víctima. Aunque su mente estaba llena de dudas, Xiomara
decidió no molestarse por ello porque, después de todo, era algo que había
sucedido hacía cinco años. Además, Nina nunca estuvo bajo su dirección por
aquel entonces.

Sin embargo, el Décimo Jefe parecía estar desquitándose a propósito con


Rebeca para vengar la muerte de Nina.

»Sirena, ¡prométeme que nunca te entrometerás en los asuntos de otros aquí! —


recalcó Xiomara de nuevo. Una vez más, Delia asintió con energía y, mientras
caminaba, Xiomara se detuvo de repente y le advirtió de nuevo en tono
solemne—: Nunca jamás reveles tu rostro al Décimo Jefe.

—¡Está bien, lo recordaré! —Delia continuó asintiendo.

«Rebeca, Nina y el Décimo Jefe... ¿Por qué Xiomara me advirtió que no revelara
mi rostro al Décimo Jefe?». De hecho, Delia tenía muchas preguntas en su
mente, pero le pareció inapropiado preguntarle directamente a Xiomara porque
no parecía querer compartir con ella los detalles del incidente. «Olvídalo... De
todos modos, no tengo nada que ver con el incidente». Tras decidirse, Delia
siguió a Xiomara entre bastidores.

Aunque aún había invitados que le daban propinas por su actuación, sus
ingresos de esa noche se redujeron de cifras que superaban los diez mil a solo
unos dos o tres mil porque los dos principales magnates, el Señor Ferrero y el
Señor Juárez, no estaban allí.

Sin embargo, se sentía más a gusto sin su presencia. Después de interpretar


cinco canciones, Delia abandonó el escenario a toda prisa como de costumbre,
pues ya había terminado su parte por esa noche. Rechazó con una sonrisa a
todos los hombres que intentaron acercarse a ella con mucho tacto y
educación.

De regreso a su camerino, se encontró con Mirna, la camarera, que sostenía


una bandeja con una de sus manos y con la otra cubría su estómago.

—¿Estás bien? —preguntó Delia con preocupación. Como Delia no tenía ni idea
de que José había mandado a Mirna a drogarla la vez anterior, no se alarmó
cuando la vio.

Con los labios fruncidos y con cara de agonía, Mirna dijo:

—M… Me duele mucho el estómago..., pero tengo que llevar esta botella de licor
al Salón VIP 202 de la sección de karaoke... No puedo hacer esperar a los
clientes.

—¡Puedo ayudarte con eso! Deberías ir a ver a un médico lo antes posible. —Sin
dudarlo, Delia tomó la bandeja con la botella de licor.

—¡Muchas gracias, Sirena! —dijo Mirna mientras la saludaba y asentía una y


otra vez.

—¡No te preocupes! Debería irme entonces. ¿Para qué salón es esto? —


preguntó Delia restándole importancia al asunto con un ademán.

—Salón VIP 202 en la sección de karaoke —respondió Mirna mientras fingía


estar agonizando.

Delia asintió antes de dirigirse a su destino con la bandeja y la botella. Las


comisuras de los labios de Mirna se curvaron hacia arriba en una sonrisa
maliciosa al observar la espalda de Delia mientras se iba. ¡Se sentía tan bien
tenerla como chivo expiatorio!

Con la bandeja y la botella de licor, Delia pulsó el timbre cuando llegó al salón
VIP 202 de la sección de karaoke. Cuando sintió el sonido de la puerta al
desbloquearse automáticamente, la empujó y entró. Lo que vio en cuanto cruzó
la puerta hizo que sus ojos se abrieran como platos por la sorpresa.

La atmósfera dentro de la habitación era muy romántica. La cálida iluminación


hacía que los rostros de los que estaban dentro se vieran borrosos, pero aun
así pudo distinguir a un grupo de unas siete u ocho personas de ambos sexos
sentadas en el largo sofá de cuero.
—¡Quítatela! ¡Quítatela! —gritaban todos excepto una chica que también llevaba
un antifaz de plumas como ella.

Con el cabello despeinado, la chica estaba aturdida frente a la mesa de cristal y


miraba en silencio un montón de dinero que había sobre ella. Sus dos manos
golpeaban con suavidad el costado de sus muslos. Delia no tenía ni idea de lo
que había sucedido antes de entrar y esa fue la escena que la recibió una vez
que entró en la habitación.

—Rebeca, ¡quítate la ropa ahora! Todos te estamos esperando —gritó a todo


pulmón una de las chicas sentadas en el sofá.

—¡Sí eso! ¡Quítatela ahora! Los jefes están esperando —instó otra mujer.

En ese momento, Rebeca cerró los puños. Era obvio que no estaba dispuesta a
acceder a su petición.

—¡Si te quitas la ropa, los diez mil de la mesa son tuyos! Por supuesto, si nos
ofreces un espectáculo de baile desnuda, añadiré otros veinte mil para ti —
propuso de forma lasciva uno de los hombres.

—¡Tiene razón! ¡Quítate la ropa ahora!

—¡Quítatela!

—¡Tienes que quitártela estés dispuesta a hacerlo o no!

De vez en cuando se oían las voces de otras mujeres. Estaban tan absortos en
la emoción de instar a Rebeca a desnudarse que no se dieron cuenta en
absoluto de la presencia de Delia, que estaba de pie junto a la puerta, medio
perdida, con una bandeja y una botella de licor en las manos.

—¡No voy a hacerlo! —En medio de las risas del grupo, Rebeca se mordió los
labios y rechazó la petición con voz temblorosa.

—¿Eh? ¿No lo vas a hacer? ¿Qué necesidad hay de hacerte la inocente si ya has
decidido venderte? —De repente, una voz masculina que sonaba con desdén se
escuchó desde algún lugar de la habitación—. ¿No quieres quitarte la ropa?
Bien. Te dejaremos ir si te tomas toda la botella de licor en la mano de esa
camarera.

Al final, alguien se fijó en Delia. Al volver en sí, tuvo que hacer de tripas corazón
y entregarles el licor. Se dirigió a la larga mesa de cristal, se inclinó y lo colocó
con delicadeza sobre la mesa.

La botella contenía un licor fuerte, del tipo que podría emborrachar a alguien
con solo una copa. Cualquiera podría morir después de beberlo todo.
Sin embargo, una voz en su mente le recordaba que no debía inmiscuirse en los
asuntos de otros y la instaba a salir de la habitación de inmediato después de
dejar la botella en la mesa. Mientras bajaba la cabeza, Delia sujetó la bandeja
con ambas manos y la colocó delante de sus muslos mientras los saludaba.
Justo cuando se disponía a salir de la habitación, sintió la voz de Rebeca
pidiéndole ayuda.

—¡Sirena, por favor, no te vayas! Te lo ruego... —gritó Rebeca de repente y


parecía estar a punto de llorar.

Asustada, Delia se puso tensa al instante. Tanto Selena como Xiomara le


habían advertido antes que no se entrometiera en los asuntos del Club
Nocturno Tentación. Delia frunció los labios, pero su cuerpo permaneció
inmóvil, más allá del control de su mente. Aquella voz la instaba claramente a
salir de la habitación lo antes posible o las consecuencias serían nefastas. Sin
embargo, sentía que sus piernas estaban pegadas al suelo, lo que le impedía
dar un paso adelante.

—¿Sirena? ¿Por qué me suena tanto ese nombre? —preguntó uno de los chicos
con curiosidad.

Una mujer que estaba acurrucada en los brazos de un hombre habló un tanto
celosa.

—¡Es Sirena la que canta en el Bar Puro! Director López, ¡no tiene ni idea de lo
famosa que es en Tentación! Antes había dos magnates que no paraban de
darle buenas propinas por sus actuaciones e incluso se vieron involucrados en
una pelea de grupo en el Bar Puro por ella. Los dos magnates no han visitado
Tentación en los últimos días. De hecho, Sirena ha estado recibiendo el apoyo
de la Señorita Xiomara y del Señor Fernando desde que se unió al club
nocturno. Todos tenemos que ser respetuosos con ella y nadie se atreve a
ofenderla.

Sí, esa fue exactamente la razón por la que Rebeca tuvo el valor de pedirle
ayuda a Sirena.

Todos los hombres y mujeres que trabajaban en el Club Nocturno Tentación


sabían que Sirena, que cantaba en el Bar Puro, trabajaba bajo la protección de
la Señorita Xiomara. Esta, a su vez, tenía una buena relación con su jefe,
Fernando; así que él, como es lógico, apoyaba a Sirena.

Ninguno de los recién llegados al Club Nocturno Tentación era tan afortunado
como Sirena, quien contó con el apoyo de mucha gente tan pronto como entró
en la industria. Tanto la mujer que presentó a Delia, como Rebeca y Nina, todas
envidiaban a Sirena. Ella era en verdad la única persona con suerte en el club.
Sin embargo, su suerte no significaba nada para los clientes, sobre todo para
los hombres arrogantes que iban allí por diversión. El personal del Club
Nocturno Tentación no se atrevía a provocar a Sirena, pero sus clientes no eran
como ellos. Venían a divertirse con su dinero.

La presentación de la chica no solo no intimidó a los clientes masculinos, sino


que la vieron como un desafío.

—¡Oye! ¿Tus cantantes femeninas también venden alcohol como segundo


empleo? ¡Parece que realmente necesitan el dinero! ¿Qué tal esto? Tú eres
Sirena, ¿verdad? Si te bebes esa botella de alcohol, te daré cincuenta mil.
Además, Rebeca, ¡quítate toda la ropa! Te daré cien mil. —El hombre cruzó las
piernas tranquilamente.

La mujer acurrucada en sus brazos sonrió triunfante.

Al oír esto, Delia tomó una fuerte bocanada de aire en un instante. Después de
calmarse, caminó despacio hacia Rebeca y dijo con una sonrisa:

—Jefe, no soy una vendedora de alcohol. La camarera que vende alcohol no se


siente bien, así que la ayudé y lo traje aquí. Además, nuestro jefe está buscando
a Rebeca así que nos iremos pronto.

—Oh, así que estás usando a tu jefe para presionarnos, ¿eh? ¿Por qué no echas
un vistazo a quién es el jefe aquí primero? —dijo el hombre con desdén.

Delia frunció el ceño y quiso ignorar las palabras del hombre. Sin embargo,
cuando extendió la mano y agarró a Rebeca para irse, se dio cuenta de que las
manos de esta estaban sudorosas y frías.

—¿Quién te ha permitido irte? —dijo con indiferencia una voz fría y grave desde
un rincón oscuro.

Cuando Rebeca escuchó esa voz, todo su cuerpo tembló de forma violenta e
incontrolable. Incluso la mano de Delia que sostenía la de Rebeca temblaba un
poco. Delia miró a Rebeca y pudo percibir que había pánico en sus ojos bajo el
antifaz blanco de plumas de su rostro. Además, su respiración se volvía poco a
poco más pesada.

—¿Están sordas? ¿No escucharon ambas al Director López pidiendo a una de


ustedes que bebiera y a la otra que se desvistiera? —La fría voz volvió a oírse.

Rebeca apretó con fuerza la mano de Delia, sin querer soltarla. Sabía que, al
hacerlo, implicaría a Sirena, pero en realidad no tenía otra opción. Con ella allí,
al menos todavía tenía la esperanza de escapar. La Señorita Xiomara y
Fernando no ignorarían a Sirena, pero si se quedaba sola, entonces estaría de
verdad en serios problemas.

Al darse cuenta del miedo de Rebeca, Delia miró en dirección a la voz y vio a un
hombre sentado en un sofá individual escondido en un rincón oscuro con las
piernas cruzadas y un puro en la boca. Cuando entró por primera vez, solo
había echado un vistazo superficial a su entorno. No había prestado mucha
atención a los hombres y mujeres que estaban sentados allí, así que no había
visto al hombre en el rincón.

En ese momento, alguien en la sala encendió otra luz que dio directamente en
el rostro del hombre e hizo que pareciera un rey vampiro en la oscuridad,
sanguinario y aristócrata. Entonces escupió el puro y apoyó el codo en el brazo
del sofá. Tenía la cara apoyada en el dorso de la mano y llevaba una máscara
dorada.

La tenue luz amarilla parecía haber cubierto el rostro del hombre con una capa
de oro. Sentado, con un aspecto tan atractivo como el de siempre, fruncía los
labios al mismo tiempo que emanaba un aura espeluznante. Mientras miraba a
Delia y Rebeca, sus profundos ojos negros bajo la máscara parecían las pupilas
doradas de un guepardo acechando a su presa. Parecía que las iba a destrozar
en cualquier momento.

Cuando Delia fijó sus ojos en el rostro del hombre, no pudo evitar asustarse.
¡Era él! ¡El Señor Ferrero! Él... ¿Cuántas identidades tenía? Antes solía darle
propinas y escucharla cantar. Sin embargo, ahora estaba allí con ese grupo de
hombres horrorosos, obligando a una mujer inocente a desnudarse. ¿A qué
clase de hombre había salvado? En este momento, se arrepintió de nuevo. No
solo lo lamentaba, sino que también estaba enojada.

«¡Maldita sea!».

Delia apretó los dientes y se dirigió hacia el hombre. Cuando llegó hasta donde
estaba sentado, le dio una bofetada en la mejilla sin previo aviso. La bofetada
resonó en toda la sala y, al segundo siguiente, todos guardaron silencio. Los
ojos de Rebeca se abrieron de par en par con asombro, mientras que los demás
contuvieron el aliento.

Después de retirar la mano, Delia gritó con rabia:

—¡Aunque tengas dinero, no puedes pisotear la dignidad de los demás! —«La


identidad e historia de este hombre son en realidad muy complicadas, ¿no es
así? No solo es complicado, sino que también tiene mal carácter», pensó y
luego dijo—: Rebeca, ¡vamos!

Cuando Delia terminó de sermonearlo, se dio la vuelta y tomó la mano de


Rebeca. Sin decir nada más, la condujo fuera del salón VIP número 202.

Rebeca la siguió. Aunque estaba a salvo, todavía se sentía perdida. «¿No habrá
sido Sirena demasiado atrevida? Y justo ahora...». Rebeca se sintió de repente
un poco extraña. Habían salido de la habitación, así como así, y nadie las había
detenido. Finalmente, no pudo evitarlo y preguntó con curiosidad en un tono
suave:
—Sirena..., ¿cuál es tu relación con el Décimo Jefe?

«¡¿D… Décimo Jefe?!». Delia se quedó atónita, lo que causó que se detuviera en
seco.

—¿Qué dijiste? —De repente, Delia se volvió hacia Rebeca y la miró fijo.

—¡Décimo Jefe! El hombre que acabas de golpear es el Décimo Jefe... —Cuando


Rebeca terminó de hablar, tragó saliva de forma inconsciente.

—¿Él es el Décimo Jefe? ¿No es el Señor Ferrero? ¡Él es el hombre que más
propinas me da! —El discurso de Delia era un poco incoherente.

Rebeca sacudió un poco la cabeza y respondió con voz débil:

—¡No es el Señor Ferrero! Es el Décimo Jefe, el más misterioso de nuestro Club


Nocturno Tentación. —Aunque nunca había visto al Señor Ferrero, sabía que el
Décimo Jefe no era el Señor Ferrero porque el Décimo Jefe no tenía el apellido
Ferrero; estaba segura de ello.

En ese momento, Delia sintió que el cielo estaba a punto de caerse. «¡M*erda!».
De repente soltó la mano de Rebeca y se agachó con una expresión de
frustración. «¿Por qué fui tan impulsiva?».

Sí, esa fue exactamente la razón por la que Rebeca tuvo el valor de pedirle
ayuda a Sirena.

Todos los hombres y mujeres que trabajaban en el Club Nocturno Tentación


sabían que Sirena, que cantaba en el Bar Puro, trabajaba bajo la protección de
la Señorita Xiomara. Esta, a su vez, tenía una buena relación con su jefe,
Fernando; así que él, como es lógico, apoyaba a Sirena.

Ninguno de los recién llegados al Club Nocturno Tentación era tan afortunado
como Sirena, quien contó con el apoyo de mucha gente tan pronto como entró
en la industria. Tanto la mujer que presentó a Delia, como Rebeca y Nina, todas
envidiaban a Sirena. Ella era en verdad la única persona con suerte en el club.
Sin embargo, su suerte no significaba nada para los clientes, sobre todo para
los hombres arrogantes que iban allí por diversión. El personal del Club
Nocturno Tentación no se atrevía a provocar a Sirena, pero sus clientes no eran
como ellos. Venían a divertirse con su dinero.

La presentación de la chica no solo no intimidó a los clientes masculinos, sino


que la vieron como un desafío.

—¡Oye! ¿Tus cantantes femeninas también venden alcohol como segundo


empleo? ¡Parece que realmente necesitan el dinero! ¿Qué tal esto? Tú eres
Sirena, ¿verdad? Si te bebes esa botella de alcohol, te daré cincuenta mil.
Además, Rebeca, ¡quítate toda la ropa! Te daré cien mil. —El hombre cruzó las
piernas tranquilamente.

La mujer acurrucada en sus brazos sonrió triunfante.

Al oír esto, Delia tomó una fuerte bocanada de aire en un instante. Después de
calmarse, caminó despacio hacia Rebeca y dijo con una sonrisa:

—Jefe, no soy una vendedora de alcohol. La camarera que vende alcohol no se


siente bien, así que la ayudé y lo traje aquí. Además, nuestro jefe está buscando
a Rebeca así que nos iremos pronto.

—Oh, así que estás usando a tu jefe para presionarnos, ¿eh? ¿Por qué no echas
un vistazo a quién es el jefe aquí primero? —dijo el hombre con desdén.

Delia frunció el ceño y quiso ignorar las palabras del hombre. Sin embargo,
cuando extendió la mano y agarró a Rebeca para irse, se dio cuenta de que las
manos de esta estaban sudorosas y frías.

—¿Quién te ha permitido irte? —dijo con indiferencia una voz fría y grave desde
un rincón oscuro.

Cuando Rebeca escuchó esa voz, todo su cuerpo tembló de forma violenta e
incontrolable. Incluso la mano de Delia que sostenía la de Rebeca temblaba un
poco. Delia miró a Rebeca y pudo percibir que había pánico en sus ojos bajo el
antifaz blanco de plumas de su rostro. Además, su respiración se volvía poco a
poco más pesada.

—¿Están sordas? ¿No escucharon ambas al Director López pidiendo a una de


ustedes que bebiera y a la otra que se desvistiera? —La fría voz volvió a oírse.

Rebeca apretó con fuerza la mano de Delia, sin querer soltarla. Sabía que, al
hacerlo, implicaría a Sirena, pero en realidad no tenía otra opción. Con ella allí,
al menos todavía tenía la esperanza de escapar. La Señorita Xiomara y
Fernando no ignorarían a Sirena, pero si se quedaba sola, entonces estaría de
verdad en serios problemas.

Al darse cuenta del miedo de Rebeca, Delia miró en dirección a la voz y vio a un
hombre sentado en un sofá individual escondido en un rincón oscuro con las
piernas cruzadas y un puro en la boca. Cuando entró por primera vez, solo
había echado un vistazo superficial a su entorno. No había prestado mucha
atención a los hombres y mujeres que estaban sentados allí, así que no había
visto al hombre en el rincón.

En ese momento, alguien en la sala encendió otra luz que dio directamente en
el rostro del hombre e hizo que pareciera un rey vampiro en la oscuridad,
sanguinario y aristócrata. Entonces escupió el puro y apoyó el codo en el brazo
del sofá. Tenía la cara apoyada en el dorso de la mano y llevaba una máscara
dorada.

La tenue luz amarilla parecía haber cubierto el rostro del hombre con una capa
de oro. Sentado, con un aspecto tan atractivo como el de siempre, fruncía los
labios al mismo tiempo que emanaba un aura espeluznante. Mientras miraba a
Delia y Rebeca, sus profundos ojos negros bajo la máscara parecían las pupilas
doradas de un guepardo acechando a su presa. Parecía que las iba a destrozar
en cualquier momento.

Cuando Delia fijó sus ojos en el rostro del hombre, no pudo evitar asustarse.
¡Era él! ¡El Señor Ferrero! Él... ¿Cuántas identidades tenía? Antes solía darle
propinas y escucharla cantar. Sin embargo, ahora estaba allí con ese grupo de
hombres horrorosos, obligando a una mujer inocente a desnudarse. ¿A qué
clase de hombre había salvado? En este momento, se arrepintió de nuevo. No
solo lo lamentaba, sino que también estaba enojada.

«¡Maldita sea!».

Delia apretó los dientes y se dirigió hacia el hombre. Cuando llegó hasta donde
estaba sentado, le dio una bofetada en la mejilla sin previo aviso. La bofetada
resonó en toda la sala y, al segundo siguiente, todos guardaron silencio. Los
ojos de Rebeca se abrieron de par en par con asombro, mientras que los demás
contuvieron el aliento.

Después de retirar la mano, Delia gritó con rabia:

—¡Aunque tengas dinero, no puedes pisotear la dignidad de los demás! —«La


identidad e historia de este hombre son en realidad muy complicadas, ¿no es
así? No solo es complicado, sino que también tiene mal carácter», pensó y
luego dijo—: Rebeca, ¡vamos!

Cuando Delia terminó de sermonearlo, se dio la vuelta y tomó la mano de


Rebeca. Sin decir nada más, la condujo fuera del salón VIP número 202.

Rebeca la siguió. Aunque estaba a salvo, todavía se sentía perdida. «¿No habrá
sido Sirena demasiado atrevida? Y justo ahora...». Rebeca se sintió de repente
un poco extraña. Habían salido de la habitación, así como así, y nadie las había
detenido. Finalmente, no pudo evitarlo y preguntó con curiosidad en un tono
suave:

—Sirena..., ¿cuál es tu relación con el Décimo Jefe?

«¡¿D… Décimo Jefe?!». Delia se quedó atónita, lo que causó que se detuviera en
seco.

—¿Qué dijiste? —De repente, Delia se volvió hacia Rebeca y la miró fijo.
—¡Décimo Jefe! El hombre que acabas de golpear es el Décimo Jefe... —Cuando
Rebeca terminó de hablar, tragó saliva de forma inconsciente.

—¿Él es el Décimo Jefe? ¿No es el Señor Ferrero? ¡Él es el hombre que más
propinas me da! —El discurso de Delia era un poco incoherente.

Rebeca sacudió un poco la cabeza y respondió con voz débil:

—¡No es el Señor Ferrero! Es el Décimo Jefe, el más misterioso de nuestro Club


Nocturno Tentación. —Aunque nunca había visto al Señor Ferrero, sabía que el
Décimo Jefe no era el Señor Ferrero porque el Décimo Jefe no tenía el apellido
Ferrero; estaba segura de ello.

En ese momento, Delia sintió que el cielo estaba a punto de caerse. «¡M*erda!».
De repente soltó la mano de Rebeca y se agachó con una expresión de
frustración. «¿Por qué fui tan impulsiva?».

Sin embargo, ¡sus ojos eran tan parecidos! Incluso su voz... ¿Cómo pudo
equivocarse? ¡Era sin dudas el Señor Ferrero!

Delia recordó la ocasión en la que terminó atada a una bomba cuando fue a
comprar una portátil al centro comercial. El Señor Ferrero había acudido a su
rescate y llevaba también una máscara. Cuando él estaba desactivando la
bomba, ella lo había reconocido al momento y él lo había admitido. ¿No era
entonces él ahora?

De hecho, Rebeca también se sorprendió. Sirena había golpeado al Décimo Jefe


delante de mucha gente, pero él no la había reprendido en absoluto.

—¿De verdad le salvaste la vida al Décimo Jefe? —Rebeca volvió a preguntar sin
darse cuenta.

Delia levantó su mano, golpeó su cabeza y respondió con una expresión


frustrada:

—No lo salvé. Debo haberlo confundido con otra persona.

—Siento haberte involucrado en esto. Deberías ir a buscar a la Señorita Xiomara


y a Fernando. No hay dudas de que te protegerán —dijo Rebeca en voz baja.

Delia levantó un poco la cabeza y miró a Rebeca, que estaba de pie frente a ella
con la suya agachada, y preguntó con una suave voz:

—¿Y tú?

—El Décimo Jefe me odia. En esta ocasión me escapé por casualidad, pero la
próxima vez pensará en otras formas de meterse conmigo. De todos modos,
hoy he mantenido mi castidad. Gracias. Siento haberte involucrado en esto. —
Sonrió Rebeca con amargura.
Era tan modesta; hasta tuvo que rogar a otros para mantenerse con vida. Se
había disculpado con un tono tan humilde, así que ¿qué más podía decir?

Delia se levantó y curvó las comisuras de sus labios antes de hacer un


movimiento con las manos y decir:

—¡También es mi culpa! ¡Fui demasiado impulsiva! No debí haber... «abofeteado


al Décimo Jefe». —Delia no terminó su frase porque cuando miró por
casualidad detrás de Rebeca, vio que el arrogante Décimo Jefe, que llevaba una
máscara dorada, las perseguía con dos guardaespaldas—. Eh…, Rebeca..., creo
que... nosotras... —Delia no pudo evitar tartamudear.

Al seguir la mirada de Delia, Rebeca se giró sin darse cuenta y se encontró con
los fríos ojos negros del Décimo Jefe.

¡Escapar era imposible en ese momento! Era el Club Nocturno Tentación. ¿A


qué otro lugar podrían ir? Rebeca frunció ligeramente el ceño. Se decidió y abrió
los brazos delante de Delia, para protegerla.

—Décimo Jefe, yo fui quien metió a Sirena en esto. Por favor, déjela ir... —
Rebeca se mordió el labio inferior y habló con miedo. Tenía un nudo en la
garganta y los ojos llenos de lágrimas.

Consciente de que no podía escapar, Delia se dio unas palmaditas en la frente


con fastidio y se arrepintió de haber sido tan impulsiva. Fue una verdadera
idiota por confundir al Décimo Jefe con otra persona y abofetearlo. Sin
embargo, no era demasiado tarde para remediarlo. ¿Pero cómo podría salvar la
situación? Estaba ansiosa y no se le ocurría ninguna idea. ¡Hay impulsos que
son del diablo!

Al ver que el Décimo Jefe se acercaba a ellas paso a paso, el cuerpo de Rebeca
temblaba cada vez más.

»¡Décimo Jefe!, Sirena es la hermana perdida de Nina. ¡N… No puede hacerle


daño! —gritó Rebeca de repente.

Sus palabras golpearon a Delia como un rayo, como si su peor pesadilla


acabara de hacerse realidad. «Rebeca, ¡tú!». ¡Ya tenía bastante mala suerte y
encima de eso Rebeca tuvo que decir una mentira en ese momento tan difícil!
Delia miró el rostro pálido de Rebeca con asombro, mientras deseaba con
desespero poder cavar un agujero y esconderse en él para siempre.

El Décimo Jefe se detuvo y sus finos labios se apretaron con fuerza. Rebeca
tomó la mano de Delia y la atrajo a su lado. Continuó mientras tartamudeaba:

»Décimo Jefe, a… ahora mismo, u… usted debe estar pensando que Sirena y
Nina se parecen mucho, ¿verdad?
Delia se sintió de repente avergonzada. Obviamente, ella era la que pensaba
que el Décimo Jefe se parecía al Señor Ferrero. ¿Por qué Rebeca decía ahora
que ella se parecía a Nina?

»¡Si no lo cree, puede preguntarle a la Señorita Xiomara! —Rebeca vio que el


Décimo Jefe se quedó quieto en silencio y al fin se armó de valor para
continuar con la mentira. Si mandaban a llamar a Xiomara, ella encontraría la
forma de ayudarlas a escapar del Décimo Jefe. De esta manera, al menos
podría salvar a Sirena. Rebeca pensó eso de corazón.

Sin embargo, Delia no sabía lo que pensaba Rebeca. En lugar de decir tonterías,
sería mejor que se callara y no dijera nada. «¡Debo ser cautelosa con mis
palabras!»: Este pensamiento surgió en la mente de Delia.

—Eres en verdad una zorra. ¿Cómo puedo creer lo que dice una zorra? —El
Décimo Jefe sonrió con desaprobación y ordenó—: Lleven a estas dos mujeres
a mi <i>suite</i> VIP.

—¡Sí, señor! —asintieron al unísono los dos guardaespaldas detrás del Décimo
Jefe.

Rebeca agarró el brazo de Delia y estaba a punto de darse la vuelta para


escapar; pero, para su consternación, la otra salida también estaba rodeada por
los hombres del Décimo Jefe.

¡Plaf!

Una bofetada resonó en toda la despensa. Varias empleadas se escondieron


fuera de la puerta; algunas susurraban mientras otras asomaban la cabeza en
secreto para ver lo que estaba sucediendo. Todas sentían curiosidad.

Xiomara retiró la mano y la sacudió con dolor, luego señaló con rabia a Mirna,
que había caído al suelo debido al impacto de la bofetada.

—¿Cómo te atreviste a pedirle a Sirena que llevara las bebidas por ti? —Ella
siempre defendía a Sirena, todos en el Club Nocturno Tentación lo sabían.
Xiomara protegía a Sirena y la trataba como a su propia hermana. Todo el
mundo sabía eso también. Sin embargo, a algunas personas les gustaba
causar problemas. Xiomara miró a Mirna con fiereza y con las manos en la
cintura.

—Yo no... Yo solo... Fue por un repentino dolor de estómago. Entonces, me


encontré a la Señorita Sirena... Ella fue amable y tomó la iniciativa de ayudarme
a entregar las bebidas... Señorita Xiomara, ¡realmente no tengo nada que ver
con esto! —explicó Mirna mientras se arrodillaba en el suelo, sollozando.

—¿Por qué le pediste específicamente a Sirena que fuera? Lo hiciste a


propósito, ¿no es así? —Xiomara estaba muy molesta.
La noticia de que el Décimo Jefe se había llevado a Rebeca y a Delia había
llegado a sus oídos. Otra razón por la que estaba tan enfadada era porque no
podía pensar en una forma de rescatar a Delia por el momento. El Décimo Jefe
era uno de los accionistas del Club Nocturno Tentación, así que no podía
ofenderlo. Fernando tampoco podía hacer nada al respecto, incluso la estaba
evitando y se negaba a ayudarla a interceder por Delia.

¿Quién era ese Décimo Jefe? Aunque nadie había visto su cara, todos sabían
que era cruel. Cualquiera que lo ofendiera tendría un final trágico. Si esto
hubiera sucedido en el pasado, cuando Nina aún estaba allí, le hubiera pedido
que aplacara al Décimo Jefe si surgía algún problema. Sin embargo, desde que
Nina murió, se había vuelto más cruel y despiadado. Ahora... ¡¿Qué debía hacer
ahora?!

—¡Xiomara!, ¿cómo te atreves a golpear a mi empleada? —La voz aguda de una


mujer se oyó al otro lado de la puerta.

Xiomara no necesitó girarse para saber quién venía.

Al ver a su jefa Selena que llegaba tarde a su rescate, Mirna, aunque se quejaba
en su corazón, tenía un rayo de esperanza en sus ojos. ¡Estaba a salvo!

Xiomara miró a Selena y se cruzó de brazos, con cara de descontento.

En el Club Nocturno Tentación había cinco mujeres que estaban en igualdad de


condiciones con Xiomara, pero ella era la más cercana a Selena. Al igual que
ella, Selena era una de las superiores del Club Nocturno Tentación y habían
comenzado allí juntas.

Los labios rojos de Selena se curvaron en una brillante sonrisa. Caminó hacia
Xiomara, se detuvo detrás de ella, estiró las manos y las colocó con suavidad
sobre los hombros de esta. Mientras le daba un masaje, la consoló:

—Xiomara, he pensado en un modo de salvar a Sirena. Si no te tranquilizas, no


te lo contaré.

—¿De verdad? —Xiomara se giró sorprendida, mientras miraba a Selena con


alegría.

Selena sonrió y asintió, luego miró a Mirna que estaba arrodillada en el suelo
antes de levantar las cejas hacia Xiomara. Esta miró a Mirna con complicidad,
luego volvió a mirar a Selena y sonrió con delicadeza.

»Si tienes una forma de ayudarme a rescatar a Sirena, dejaré que Mirna se vaya.

—¡Oh! ¡No he dicho que dejes ir a Mirna! Ella dejó su puesto sin permiso, así que
por supuesto debe ser castigada. Xiomara, dime, ¿cómo debo castigarla? —
Selena fingió una leve sonrisa.
Como habían sido amigas por años, Xiomara comprendió por supuesto el
mensaje oculto en lo que dijo Selena.

—Acabo de abofetearla y supongo que ya he vengado a Sirena. En cuanto a


cómo quieres castigarla, depende de ti. Es toda tuya —dijo Xiomara con
indiferencia.

Selena sonrió a propósito y luego dijo:

—Ya envié a alguien a pedir ayuda a la chica que puede persuadir al Décimo
Jefe. Pronto, Sirena podrá volver a salvo.

—¿Qué? ¿La chica que puede persuadir al Décimo Jefe? ¿Quién es ella? —
Xiomara tenía la mirada perdida.

Selena frunció los labios y levantó el dedo índice antes de agitarlo.

—Tengo que mantener esto en secreto. Te aseguro que pronto Sirena volverá a
ti.

—¡De acuerdo! —Aunque Xiomara se mostraba escéptica ante lo que decía


Selena, seguía teniendo la idea de seguir intentándolo todo y no tenía otra
opción que esperar a que volviera.

¡Plaf! ¡Plaf!

Un hombre abofeteó con fuerza a Delia dos veces. Ella sintió que toda su cara
ardía y tenía un dolor insoportable. De repente, un sabor metálico y salado llenó
su boca, y la sangre goteó de las comisuras de sus labios.

Mientras tanto, Rebeca se arrodilló en el suelo. Casi toda la parte superior de su


cuerpo estaba tendida en el suelo mientras rogaba al hombre sentado en el
sofá que tuviera piedad.

—Décimo Jefe, ¡por favor! ¡Por favor! ¡Deje de golpear a Sirena! ¡Pégueme a mí
en su lugar!

—¡Realmente sabes cómo actuar! ¿Por qué no te vi ser tan bondadosa cuando
estabas haciéndole daño a Nina? —resopló el Décimo Jefe con frialdad.

En cuanto él mencionó a Nina Vargas, Rebeca se echó a llorar en el suelo de


inmediato.

—Yo no maté a Nina… no fui yo… de verdad no fui yo… ¿Qué puedo hacer para
que me crea?

—Guardias, ¡traigan a Lucio! ¡Pongan salsa en la mano con la que esa mujer me
golpeó y luego dénsela de comer a Lucio! —ordenó el Décimo Jefe con frialdad
mientras ignoraba a Rebeca.
Cuando Rebeca escuchó esto, sintió tanto miedo que paró de llorar al
momento. La chica se arrastró con pavor hasta donde estaba el Décimo Jefe, le
abrazó las piernas al hombre y le rogó con desesperación que tuviese piedad
de Delia.

—Décimo Jefe, ¡no! ¡Por favor, no le haga esto a Sirena! ¡Me equivoqué!
¡Alimente a Lucio con mi mano, no con la de ella! ¡Sirena es inocente y… y en
realidad es la hermana perdida de Nina! ¡Si no me cree, puede comprobarlo y
castigarme cuando lo haya hecho, por favor! No puede maltratar así a la
hermana de Nina. ¡Nina no podrá descansar en paz en el cielo!

—¡Maldita p*rra! ¿Quién te crees que eres para mencionarme a Nina? —gritó el
Décimo Jefe antes de levantar su pie enojado y patear el pecho de Rebeca con
tanta violencia que la arrastró por suelo.

Mientras tanto, Delia hacía su mejor esfuerzo para forcejear; pero, aun así, sus
captores seguían inmovilizándole el cuerpo. Los hombres que la sostenían la
obligaron a arrodillarse en el suelo mientras le metían la mano a la fuerza en un
balde lleno de una salsa aceitosa.

En ese momento, un hombre que vestía traje, zapatos de cuero y gafas de sol
salió de la habitación interior con un enorme perro lobo que medía casi un
metro de altura. Rebeca se desmayó de miedo en cuanto vio al feroz perro lobo,
mientras que los ojos de Delia se abrieron como platos cuando se cruzaron con
los de Lucio.

Cuando la persona que estaba al lado de Delia retiró el balde en el cual había
introducido la mano de la chica, el enorme animal movió dos veces su negra
nariz, luego gruñó y sacó su gran lengua rosada.

«¡Sé obediente! ¡Sé obediente! Te llamas Lucio, ¿no es así? ¡Sé obediente, Lucio!
Somos amigos, no puedes hacerme daño. ¡Somos amigos! ¡Amigos! ¡Amigos!».
Delia sentía que se le quería salir el corazón por la boca mientras miraba fijo a
los ojos de Lucio para tratar de transmitirle con la mirada estas palabras que
repetía en su interior. Desde que era una niña, su abuela le había transmitido su
conocimiento sobre medicina y también le había enseñado el lenguaje de los
animales, pues la señora trataba tanto a los humanos como a los animales.

Las orejas de Lucio se irguieron, mientras él sacaba y volvía a meter su lengua


en su boca y meneaba la cola para intentar ser amigable con la chica.

En cuanto Delia se comenzó a sentir más relajada, el perro le ladró de forma


ruidosa y, un segundo más tarde, levantó sus dos patas delanteras y se
abalanzó hacia la chica sin que ella pudiese defenderse.

Este movimiento tan repentino del perro no lo esperaba ni el hombre que


sostenía la correa del animal, y la soga se le deslizó de la mano. El hombre solo
pudo quedarse ahí parado mientras veía cómo Lucio saltaba sobre la chica. Los
dos hombres que sostenían a Delia también retrocedieron conmocionados
cuando vieron al gigantesco perro lobo que se precipitaba hacia ellos a toda
velocidad. A Delia no le dio tiempo de correr y cerró los ojos aterrada cuando
vio a Lucio saltar sobre ella.

Casi todas las personas presentes en la habitación contuvieron la respiración,


excepto el Décimo Jefe, que estaba sentado con tranquilidad y entornó sus
negros ojos bajo su máscara dorada.

Al principio, Delia pensó que había llegado su fin. Sin embargo, para su
sorpresa, lo único que sintió fue calor y humedad en sus mejillas. Había algo
pesado encima de ella que le dificultaba un poco la respiración. Cuando volvió
a abrir los ojos, vio a Lucio, que estaba sonriéndole. La chica se sentó en el
suelo con prisa y se arrastró hacia atrás con dos movimientos rápidos de sus
manos.

El perro lobo de casi un metro de altura todavía la miraba a los ojos. De repente,
el animal se sentó en el suelo con obediencia y movió su enorme cola por el
suelo de un lado a otro como un trapeador.

Delia también estaba sobresaltada.

Al ver que la chica no se movía, Lucio rodó por el suelo y sacó su gran lengua
rosada. Delia se quedó pasmada por un momento y luego comenzó a darse
cuenta de lo que estaba sucediendo. Estiró su mano y la puso con cuidado
sobre la cabeza de Lucio para luego comenzar a acariciársela. Cuando todos
vieron esto, se quedaron asombrados.

—Lucio, ¡tienes un nombre muy bonito! ¡Hola, Lucio! Mi nombre es Delia. ¡Ahora
somos buenos amigos! —Finalmente, Delia se relajó y acunó el rostro del perro
en sus manos e incluso le besó su entrecejo.

Lucio permitió que Delia lo acariciara sin poner resistencia. El animal no le


lamió las manos a la chica, a pesar de que estas olían a salsa.

—¿Delia? ¿Eres Delia de verdad? —De repente, se escuchó la delicada voz de


una mujer que provenía de la entrada.

Delia siguió el sonido de esa voz y se encontró con una chica vestida de
colegiala en la puerta de la habitación en la que ellos estaban.

—¿Yamila? —Delia estaba sorprendida.

Yamila Juárez entró rápido y se acuclilló para acariciar a Lucio con una mano
mientras le quitaba el antifaz blanco de plumas que llevaba Delia en su rostro
con la otra mano.
—¡Eres tú de verdad! —Yamila se quedó pasmada. Al llegar a la puerta de la
habitación, había escuchado a alguien hablando con Lucio, y luego escuchó
decir «Mi nombre es Delia», así que se preguntó si había oído mal.

—¿Qué haces aquí? —preguntaron ambas casi a la vez.

En el preciso momento en que el Décimo Jefe vio el rostro de Delia sin antifaz,
sus ojos se abrieron en sorpresa.

—¿Qué le sucedió a tu rostro? ¿Quién te golpeó? —Yamila le tocó una mejilla a


su amiga con angustia cuando vio lo rojas e hinchadas que estaban.

Delia se limitó a sonreír con resentimiento. Ella había golpeado al Décimo Jefe
una vez y luego había recibido dos bofetadas como consecuencia. ¿Qué más
podría decir?

Yamila puso los ojos en blanco cuando comprendió algo. Luego se levantó
frente a Delia y caminó hacia el Décimo Jefe.

Mientras Delia se preguntaba el motivo por el cual Yamila estaba ahí, vio que la
chica se sentó de repente en el regazo del Décimo Jefe, le rodeó el cuello con
sus brazos y le dijo con coquetería:

—Diez, esa es mi buena amiga Delia. ¿Cómo puedes mandar a alguien a que la
golpee?

—¿Acaso no me habías dicho que nunca habías hecho amigos en el pasado? —


El Décimo Jefe dejó de mirar a Delia y luego rodeó la cintura de Yamila con sus
brazos para acercarla a sí.

—¡Eso es porque nadie quiere ser mi amigo! ¡Sin embargo, Delia sí quiso! —
Yamila batió sus pestañas de manera juguetona.

Los ojos del hombre se oscurecieron. Yamila se apresuró y le besó la mejilla


mientras le decía con sutileza en un tono gentil:

—Diez, ¿puedes soltar a Delia? ¡Y a su amiga también! ¡Delia es mi amiga, así


que sus amigos también son míos! Si ella o su amiga resultasen heridas, me
sentiría muy triste, y si lastiman a la otra muchacha, Delia se sentiría muy triste.
¡Entonces yo me molestaría si viera que Delia está así!

Cuando Yamila habló, Delia la miró como si no se creyera lo que estaba


sucediendo.

El Décimo Jefe se mantuvo sin decir ni una palabra y solo levantó su mano. El
guardaespaldas que tenía la correa de Lucio en su mano llevó al perro de vuelta
a la habitación interior. Al ver esto, Yamila continuó haciendo presión antes de
que se enfriara la situación.
—¡Mira eso! ¡Delia le cae muy bien hasta a Lucio y a él nunca le agradan los
extraños! Si no sueltas a Delia, Lucio también se molestará.

—¡Hoy no es el fin de semana! —El Décimo Jefe ignoró lo que la muchacha le


había dicho.

Claro, Yamila sabía muy bien a qué se refería el hombre con ese comentario; él
estaba en lo cierto, pues ella solo tenía permitido quedarse con él los fines de
semana. Sin embargo, ella se había aparecido aquí de repente. Además, ya era
muy tarde, así que era obvio que alguien la había enviado para allá.

Por supuesto, Yamila no iba a traicionar a quien le había dicho que viniera. Ella
se limitó a poner su mano en el cuello del Décimo Jefe con cariño y acomodó
su cabeza en el hombro del señor. Luego, sonrió y actuó con coquetería antes
de decirle:

—¡Te extraño! ¡Te extraño tanto que no puedo dormir! Así que vine para acá a
probar suerte, para ver si estabas aquí.

—Bien —dijo el Décimo Jefe sin emoción y le dio un apretón en la cintura a la


chica con sus grandes manos—. Parece que te he engordado. ¡Deberías hacer
ejercicios para que pierdas peso! Te quedarás aquí conmigo esta noche.

Al momento, el rostro de Yamila se congeló y su sonrisa comenzó a


desaparecer poco a poco. El guardaespaldas que estaba parado junto al
Décimo Jefe sacó a empujones de la habitación a Delia y a Rebeca antes de
que la primera se pudiera dar cuenta de lo que estaba sucediendo.

Los guardias se plantaron a custodiar la puerta. Yamila y el Décimo Jefe se


quedaron solos en la casa, con la única compañía de Lucio, el enorme perro
lobo.

De pronto, Delia se sintió angustiada.

Entonces… si ella había entendido bien… ¡Yamila no quería quedarse ahí por la
noche!

Delia bajó la cabeza. Quería llorar con todas sus fuerzas, pero no salió ni una
lágrima de sus ojos. A pesar de que le había dolido muchísimo cuando la
golpearon dos veces hacía un rato, por su cabeza nunca pasó la opción de
llorar. Sin embargo, ahora que había visto la renuente mirada de Yamila, sintió
como si le hubiesen clavado un puñal en el corazón.

En ese momento Rebeca se despertó y vio a Delia, que estaba sosteniéndola.


De inmediato, Rebeca tomó la mano de la otra chica y la observó con cuidado.

—Sirena, tu mano, tu mano…


—¡Mi mano está bien! —respondió Delia en voz baja.

Entonces Rebeca levantó la mirada, vio el rostro de Delia y se quedó muy


impactada con la imagen frente a sus ojos. ¡Cuánta similitud! Ese rostro… ¡Se
parecía tanto a Nina! Ella sabía que, si el Décimo Jefe veía el rostro de Sirena, la
dejaría ir de seguro.

Cuando Delia vio que Rebeca se le había quedado mirando, levantó su mano de
manera inconsciente para tocarse la mejilla, y luego le preguntó:

»¿Está inflamada?

—¡Lo siento! —Rebeca se echó al suelo de rodillas para pedirle perdón a Delia
una vez más.

Delia se apresuró y ayudó a Rebeca a levantarse, pues creía que era ella quien
debía disculparse. Si ella no hubiese confundido al Décimo Jefe con otra
persona y no lo hubiese golpeado, quizás nada de esto hubiese… Ella tampoco
hubiese lastimado a Yamila… Delia volvió a pensar en Yamila. En cuanto se dio
la vuelta para llamar a la puerta, los dos guardaespaldas que custodiaban la
entrada la detuvieron.

Yamila la había tratado como una amiga, pero Delia no había podido hacer
nada para ayudarla.

Al ver que Delia todavía quería provocar al Décimo Jefe, Rebeca fue hacia ella
de inmediato para detenerla y llevarla a rastras hacia el elevador.

—Sirena, ¡no vuelvas a provocar al Décimo Jefe! ¡Él de verdad no es alguien a


quien podamos ofender y salir ilesas! —Rebeca tomó a Delia de la mano con
firmeza y tiró de ella mientras la intentaba convencer.

De hecho, Rebeca había fingido desmayarse de pánico solo porque tenía miedo
y no quería enfrentar esa situación. Si Lucio, el perro lobo, le hubiese mordido la
mano a Sirena, Rebeca podía decir que no sabía nada o podía hacerse pasar
por loca después. Seguir con vida era más importante que cualquier otra cosa.

Rebeca escuchó con claridad todo lo que había sucedido después, incluso el
coqueteo entre una mujer llamada Yamila y el Décimo Jefe. Ella siempre había
creído que el Décimo Jefe amaba tanto a Nina que la aborrecía con todas sus
fuerzas incluso después de que Nina hubiese muerto, pero resulta ser que
todos los hombres son iguales al final; a pesar de que Nina ya no estaba, el
Décimo Jefe aún podía enamorarse de otras mujeres. Entonces, ¿qué fue del
amor que Nina sentía por él? Rebeca se burlaba en secreto del Décimo Jefe y
ahora se sentía mal por Nina de repente, pues ella había amado a ese hombre
con todo su corazón.
En cuanto Delia puso un pie en la sala de estar, Xiomara corrió hacia ella y la
abrazó. Luego, la miró de arriba a abajo y le acarició la mejilla con angustia, lo
que hizo que Delia apretara sus dientes y alejara el rostro por el dolor.

—¡Chica tonta! ¿Acaso no recuerdas lo que te dijimos Selena y yo? ¡Te


advertimos que no te metieras en lo que no te incumbe, que no interfirieras en
los asuntos de los demás! ¡Ahora, mira lo inflamado que tienes el rostro por los
golpes de los hombres del Décimo Jefe! —Xiomara no pudo contenerse y le dio
dos palmaditas de reproche en el hombro a Delia.

Delia no la eludió, sino que la reconfortó con una sonrisa juguetona:

—Xiomi, no te enojes. No te sientas mal por mí. Regresé sana y salva, ¿o no?

—¡¿Quién dice que me siento mal por ti?! ¡No me siento mal por ti! ¡Lo único que
lamento es que no tendré tanta comisión si no estás aquí para cantar! —mintió
Xiomara.

Delia solo pudo reírse, pero se sintió reconfortada en el fondo. Era grandioso
tener un «pariente» que la protegiera en un lugar como el Club Nocturno
Tentación. Por lo menos, no estaba sola.

—Señorita Xiomara, esto lo envió el Décimo Jefe. Debe aplicar el ungüento en el


rostro de Sirena para promover el flujo de la sangre y reducir la inflamación. —
Delia y Xiomara estaban hablando, cuando la doctora de la enfermería del Club
Tentación llamó a la puerta de la sala de estar mientras sostenía un frasco de
ungüento en su mano.

—¡Ponlo en la mesa cerca de la puerta! —espetó Xiomara con aspereza.

Entonces, la doctora dejó el frasco sobre la mesa; pero, antes de darse la


vuelta, vio que Delia se acercó de prisa, tomó el ungüento y lo tiró de manera
despiadada al cesto de la basura que había debajo de la mesa.

—¡Usted…! —La doctora quiso decir algo cuando vio lo que había hecho Delia,
pero se contuvo.

Delia frunció un poco el ceño y comenzó a recoger sus cosas para irse a casa.
Xiomara fingió no haber visto nada.

La doctora sabía que solo conseguiría abochornarse a sí misma si seguía


insistiendo, así que optó por encogerse de hombros y marcharse. Ella trabajaba
para el Décimo Jefe. La enfermería casi siempre estaba vacía, así que ella casi
nunca estaba en el Club Nocturno Tentación. El Décimo Jefe debió haberle
ordenado que viniera, pues ella se había aparecido allí de repente.

Después de que la doctora se marchó, Xiomara le dio un codazo en el brazo a


Delia y le preguntó:
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que el Décimo Jefe te haga daño?

Delia asintió con la cabeza y luego dibujó una alegre sonrisa en su rostro.

—Xiomara, ¡vámonos juntas a casa esta noche!

—¡Está bien! Mis niñas no tienen que trabajar esta noche de todas formas.
¡Puedes ir a casa temprano! —respondió Xiomara con una sonrisa.

Mientras iban de camino a casa, Xiomara le mencionó a Delia que Selena había
sido quien había buscado a alguien para que fuera a rescatarlas a ella y a
Rebeca de las garras del Décimo Jefe, y Xiomara quería saber quién era esta
persona que las salvó.

Al principio, Delia pensó que Xiomara ya sabía. Sin embargo, al ver que no era
así, pensó que quizás Yamila no quería que la gente supiera que había sido ella.
Por tanto, Delia tuvo que mentirle a Xiomara y negó con su cabeza para
indicarle que no sabía nada.

Xiomara frunció los labios y pensó que todo tenía sentido; después de todo,
Selena era la única que conocía a esa persona y se había negado a revelar su
identidad y la relación que tenía la desconocida con el Décimo Jefe. No
obstante, esa persona que había salvado a Delia y a Rebeca debía tener una
relación muy cercana con el Décimo Jefe.

La luz nocturna alumbraba el sofá donde un hombre estaba sentado mientras


sostenía un cigarrillo encendido entre sus dedos. Él levantó su mano y tomó
una calada, mientras sostenía el teléfono con su otra mano; estaba
respondiendo una llamada.

El blanco humo del cigarrillo flotaba por toda la habitación. La oscuridad


ocultaba partes del rostro del hombre, que era tan perfecto como si lo hubiese
tallado a mano el mismísimo Dios.

—¡La Doctora Lores dijo que Sirena tiró el frasco de ungüento a la basura!

Luego de que el Décimo Jefe escuchara lo que tenía que decir la persona del
otro lado del teléfono, colgó sin decir nada.

Incluso el temperamento de Sirena y su forma de ser eran muy similares a los


de Nina… «¿Será posible…?». El hombre miró su móvil una vez más, marcó un
número y ordenó:

—Ayúdame a encontrar toda la información sobre Sirena, hasta su pasado.


¡Investígalo todo a fondo!

Yamila estaba acostada en la cama de la habitación interior y fingía estar


dormida. Esa noche, el Décimo Jefe no había tenido relaciones sexuales con
ella. La chica se sentía muy agradecida de que él hubiese honrado su promesa,
pero… ¿El Décimo Jefe estaba interesado en Delia? ¿Él quería que Delia la
remplazara? De repente, Yamila se deprimió un poco. ¡Ella debería estar feliz!
Por fin podía dejar de ser su <i>sugar bapor</i>. Entonces, ¿por qué no estaba
feliz?

En realidad, la chica estaba viviendo muy bien como la <i>sugar bapor</i> del
Décimo Jefe; tenía mucha ropa y comida, y llevaba una vida llena de lujos. Él
también le compraba lo que ella deseara. Cada vez que ella le decía que quería
algo, él se lo conseguía. El hombre la mimaba mucho, ¿no es cierto?

Yamila no podía dormir y apretó con fuerza el edredón que tenía cerca de su
pecho. ¡Al parecer, el hombre que estaba afuera de la casa también tenía
dificultades para dormirse esa noche! Esto se debía a que él se preocupaba por
Delia y le interesaba lo que sucediera con ella. Lo que Yamila no lograba
comprender del todo era el motivo por el cual el Décimo Jefe se había
interesado en esa mujer de repente. ¿Él no quería alimentar a Lucio con la
mano de Delia al principio? ¡Sí! El Décimo Jefe siempre había tenido un rostro
inexpresivo, así que era muy difícil adivinar lo que estaba pensando. Yamila
había estado con él por un buen tiempo ya y todavía no lograba entender del
todo las preferencias del hombre. Tal vez aquella noche ella no iba a poder
conciliar el sueño en lo absoluto.

Al día siguiente.

Delia se despertó temprano por la mañana, se aseó, se vistió y fue a desayunar.


Luego se aplicó un poco de ungüento en el rostro y lo cubrió con gasa antes de
tomar su móvil y sus llaves para salir. Miguel regresaría por la tarde para
almorzar, así que ella tenía que salir a comprar alimentos frescos.

Se había aplicado en el rostro un ungüento casero a base de hierbas que era de


color negro. Si Miguel le preguntaba, Delia tenía planeado mentirle y decirle que
tenía alergias.

La chica estaba dando saltos de alegría de solo pensar que Miguel por fin
regresaría. Cuando salió de la casa, hasta su paso se aligeró.

Durante todo el camino, muchas personas se le quedaron mirando por el velo


que llevaba puesto para cubrir su rostro. Sin embargo, a Delia no le importaron
en lo absoluto las miradas de los extraños. Ella iba tarareando muy contenta
mientras balanceaba sus manos y caminaba hacia el mercado.

Justo cuando llegó a una intersección, un auto de lujo muy largo y brillante se
detuvo frente a ella y le bloqueó el camino. Delia se quedó mirando el auto
confundida. Luego, dio un paso atrás y se dio la vuelta. Cuando estaba a punto
de tomar otro camino, oyó de pronto una voz conocida que le dijo a sus
espaldas:
—¡Entra al auto!

Casi siempre un hombre con voz hermosa tiene un rostro apuesto que le
combina. Sin embargo, para Delia, este hombre era la encarnación del diablo.
Ella todavía podía recordar cómo le ardían sus mejillas de los golpes que había
recibido.

La puerta del asiento trasero del lustrosísimo y largo auto de lujo ya estaba
abierta. Delia pensó que la iban a dejar en paz si lograba escaparse de ellos y
estuvo a punto de desviarse de su camino. Sin embargo, un guardaespaldas
que vestía un traje y gafas de sol la detuvo.

—Señorita Sirena, el Décimo Jefe quiere verla —dijo el guardaespaldas con


respeto.

Delia lo ignoró; pero, en el momento en que se dio la vuelta para marcharse,


sintió un dolor punzante en el brazo mientras tiraban de ella a la fuerza hacia
atrás. En una fracción de segundo, el guardaespaldas arrojó a Delia dentro del
auto.

Además del conductor y el hombre que la había tirado dentro del auto, en el
vehículo, había dos hombres más; uno de ellos era el Décimo Jefe y el otro, que
estaba usando unas gafas sin armazón, parecía ser su asistente o secretario.

—¡Tienen a la persona equivocada! Yo no soy…

—Parece que las dos bofetadas que te di anoche no fueron suficientes para que
aprendieras la lección —dijo el Décimo Jefe con frialdad.

Él estaba usando una máscara dorada, como siempre, y a pesar de que le


cubría la mayor parte de su rostro, a Delia le pareció que su voz y sus ojos eran
muy parecidos a los del Señor Ferrero.

Al principio, Delia quería proferir unas cuantas cosas; pero, antes de que tuviese
la oportunidad de terminar de hablar, el Décimo Jefe ya la había descubierto y
se quedó muda sin saber qué decir.

»¿Todavía te duele el rostro? —preguntó el Décimo Jefe.

Al escuchar esto, Delia le lanzó una mirada iracunda con el ceño fruncido,
ignoró su pregunta y viró la cabeza para mirar a través de la ventanilla. «¿Qué
intenta hacer? ¿Está tratando de consolarme después de haberme
abofeteado?». Delia no quería ser el entretenimiento de este hombre. De hecho,
ella ni siquiera quería verlo.

—Sirena, 18 años y medio. Su nombre completo es Delia Torres y solía llamarse


Delia Lima. Unos traficantes de personas la vendieron a la Familia Torres y
estos la entregaron a los Lima para que la criaran, así que no tiene idea de
quiénes son sus padres biológicos. Desde que era pequeña, su abuela le
enseñó los aspectos básicos de la medicina y el cuidado a los pacientes. En el
instituto de enseñanza media, tenía muy buenas notas; pero, debido a que se
desvinculó de la escuela para trabajar y cuidar de su padre, no le fue bien en los
exámenes de ingreso a la universidad, así que solo la admitieron en la
universidad comunitaria y ahora cursa el primer año. Luego, debido a la deuda
que contrajo la Familia Torres, se tomó un año de licencia de la universidad
comunitaria para casarse, y su esposo es Miguel Larramendi. Sin embargo, en
estos momentos, su esposo también tiene una enorme deuda, así que usted
comenzó a trabajar para ayudarlo a pagarla —dijo el hombre que estaba
sentado en el asiento frente al de ella, mientras se acomodaba sus gafas que le
resbalaban por la nariz en la medida que leía los documentos que tenía en sus
manos.

Delia se quedó boquiabierta mientras escuchaba todo esto y se dio la vuelta de


inmediato para mirar al hombre que estaba leyendo. Luego miró al Décimo
Jefe, que estaba sentado al lado de ella. «¡Ellos investigaron todo sobre mi
vida!, pero ¿para qué?».

»Señorita Delia, ¿es precisa toda esta información que he dicho? —preguntó el
hombre con las gafas sin armazón.

Delia respiró hondo, frunció los labios y no respondió nada. El largo auto de lujo
era muy espacioso y tenía decoraciones en oro rosado, pero el ambiente en su
interior se tornó frío e inhóspito. Delia no pudo contener más su incertidumbre y
preguntó:

—¿Qué quieren de mí?

—¡Vamos a llevarla al hospital! —dijo el hombre de las gafas mientras sonreía.

Los ojos de la chica se abrieron como platos e intentó buscar un lugar para
esconderse por instinto, pero en ese auto ella no tenía escapatoria.

»Señorita Delia, no tiene nada que temer. Nosotros solo queremos llevarla al
hospital para hacerle una prueba de ADN. —El hombre continuó explicando.

Delia se viró para mirar al Décimo Jefe mientras este le devolvía la mirada
desde su asiento al lado de ella, y dijo:

—Yo… Yo estoy casada y no sé quiénes son mis padres, así que no hay nadie
con quien me pueda hacer esa prueba… Décimo Jefe, ¡por favor, déjeme ir!

—Si dices una sola palabra más, le ordenaré a mi guardaespaldas que te golpee
—la reprendió el Décimo Jefe de repente.

La chica sintió tanto miedo cuando escuchó esto que no dijo nada más.
Cuando llegaron al hospital, una enfermera tomó una muestra de sangre de
Delia. El Décimo Jefe no acompañó a la chica al hospital y, luego de que la
enfermera hiciera su trabajo, los subordinados del señor le dieron algunas
instrucciones al personal del hospital y abandonaron a Delia en ese lugar.

«¿Por qué el Décimo Jefe me trata de este modo?». Sin embargo, a Delia en
realidad no le importaba lo que había acabado de ocurrir y, en cuanto se dio la
vuelta para marcharse, vio un rostro familiar y le gritó de prisa:

—¿Yamila?

Yamila, que estaba a punto de entrar al elevador, se detuvo de inmediato y se


giró hacia el lugar de donde provenía la voz. Cuando vio que era Delia, fue hacia
ella.

—Delia, ¡qué coincidencia! ¿Qué haces en el hospital? ¿Estás enferma?

En realidad, Delia quería preguntarle lo mismo, pero Yamila se le había


adelantado.

—Los hombres del Décimo Jefe me trajeron a rastras para tomar una muestra
de mi sangre. —La chica no pudo evitar quejarse con Yamila.

Cuando Yamila escuchó esto, se le congeló la sonrisa. En ese momento fue que
Delia recordó la relación que tenía Yamila con el Décimo Jefe y frunció los
labios de manera incómoda sin saber qué debía decir a continuación.

—Tengamos esperanzas en que los resultados mostrarán que eres la hermana


de la difunta mujer de Diez… —masculló Yamila. Delia no entendía
absolutamente nada. Sin embargo, Yamila respiró hondo para calmarse, luego
tomó a Delia por el brazo y le dijo mientras sonreía—: ¡Vamos! ¡Muero de ganas
de comer algún postre!

—¡Pero yo necesito ir a comprar alimentos para mi casa!

—¿Acaso comprar alimentos es más importante que pasar tiempo conmigo?


¡Yo soy tu mejor amiga!

—Por supuesto que tú eres más importante.

—Entonces, acompáñame a comer un dulce.

Entonces, Delia y Yamila fueron a una tienda de dulces.

Delia aprovechó la oportunidad para agradecer a su amiga por su ayuda la


noche anterior, pero Yamila le dijo que esa era su responsabilidad.

De la nada, Yamila miró a Delia, que estaba sentada frente a ella, y tomó su
mano. Luego le dijo en tono serio:
—Delia, yo te aprecio mucho, así que, por favor, ¡no me odies!

—¿Por qué te odiaría? —le preguntó Delia sin titubear.

Solo entonces Yamila sonrió. Delia se relajó y le devolvió la sonrisa al ver que la
chica estaba feliz.

—Diez tuvo una esposa que murió en un accidente hace cinco años. Yo no sé
cómo se llamaba ella en realidad ni conozco nada sobre su pasado y mucho
menos sé cómo luce. Sin embargo, sé que todos le dicen Nina y que tiene una
hermana perdida. Antes de que Nina muriera, su mayor deseo era encontrar a
su hermana —murmuró Yamila con tristeza.

Ella no estaba afligida por sí misma, sino por Diez. «Por qué me siento triste por
él? Todo este tiempo he querido escapar de su lado». Los ojos de Yamila
reflejaban una mezcla de sentimientos complicados mientras se perdía en sus
profundos pensamientos.

A pesar de que Delia no podía comprender lo que Yamila sentía, desde su


posición de espectadora podía ver que a la chica le gustaba el Décimo Jefe.

—¿A ti te gusta el Décimo Jefe?

—¿A mí? ¡Qué va! ¡No me gusta! ¡Él es diez años mayor que yo! ¡Yo solo tengo
dieciocho! ¡No me gusta! —negó Yamila al momento.

Delia sonrió con complicidad. Apoyó su barbilla en una mano y removió el café
con una cucharilla con la otra, y dijo:

—Parece que lo conoces muy bien. ¡Cuando no te gusta alguien, no te esfuerzas


tanto por entender a esa persona! Sin embargo, conoces bien al Décimo Jefe.

—Yo... —Yamila no sabía qué decir.

Esa noche, aunque él había dormido con ella, no la obligó a tener sexo. Él había
cumplido su promesa y mientras Yamila descansaba en sus brazos, ella se
sentía segura; incluso le preocupaba que pudiera sustituirla con Delia. Yamila
temía que ella no fuera la mujer que durmiera a su lado en el futuro; temía que
Delia ocupara ese lugar. En el fondo, Yamila se encontraba en un extraño
dilema. A veces, pensaba que era genial que él estuviera dispuesto a liberarla;
pero otras veces, sentía pánico y no quería que ninguna otra mujer estuviera a
su lado.

»Delia, ¿de verdad estás casada? —preguntó Yamila con seriedad.

Con la misma seriedad, Delia asintió y respondió:

—¡Sí, ya soy una mujer casada!


—Eso es genial... —Yamila dejó escapar un suspiro de alivio en secreto. Ni ella
misma sabía por qué se sentía aliviada, porque aún no sabía lo que era el amor.

Desde que el Décimo Jefe se convirtió en su <i>sugar daddy</i>, él le había


dado todo lo que quería en términos materiales. Gastó tanto dinero en ella que
ni siquiera su hermanastra tenía lo que ella poseía. Lo único que ella nunca
pensó en conseguir fue el corazón de Décimo Jefe. Sin embargo, después de
escucharlo decir que iba a investigar a Delia anoche, la chica sintió una extraña
sensación de peligro de repente. Yamila se había contradicho a sí misma y
tenía sentimientos encontrados respecto a Décimo Jefe.

—No te preocupes, el Décimo Jefe no haría nada que me perjudicara realmente.


Después de todo, soy una mujer casada. Además, mi marido por fin vuelve hoy
a casa de un viaje de negocios —dijo Delia con una sonrisa.

Al ver la sonrisa en el rostro de Delia, Yamila apoyó su barbilla en las manos


sobre la mesa y preguntó con entusiasmo:

—Si tú y tu marido tienen un bebé en el futuro, ¿puedo ser la madrina del bebé?

—¡Claro que sí! Contigo como madrina de mi bebé, mi bebé tendrá dos madres
mimándolo. —Delia no pudo evitar empezar a imaginar: «En el futuro... estaré
mucho más cerca de Miguel y podríamos tener un hijo y una hija. Entonces,
envejeceremos juntos y tendremos muchos nietos».

Lo que más deseaba Delia Torres no era la riqueza ni el dinero; ella solo quería
una familia feliz. No deseaba formar parte de la élite en el trabajo ni ser una
gran mujer de negocios, ni tampoco quería ser una esposa adinerada. Todo lo
que quería era ser la buena y obediente esposa de Miguel.

Entonces, Yamila le contó a Delia todo lo que había estado pensando. Le contó
la historia de su nacimiento, sus antecedentes familiares y el motivo por el cual
se había convertido en la mantenida del Décimo Jefe. Después de contarle todo
eso a Delia, de repente se sintió libre y el peso sobre sus hombros se aligeró.
Delia había escuchado a Yamila con mucha paciencia. Luego, le contó su
historia a su amiga. Las dos mujeres llegaron a conocer los secretos de la otra
y se convirtieron en mejores amigas.

—Resulta que ambas damos pena. —Yamila no pudo evitar lamentarse.

Sin embargo, Delia contestó:

—Pero ahora mismo me siento muy feliz.

—¡Claro que eres feliz! ¡Tu marido te trata tan bien! —dijo Yamila mientras
sonreía con amabilidad.
Aunque Delia le había contado a Yamila la historia de su vida y sus
antecedentes familiares, no le dijo que había salvado a un hombre con una
identidad misteriosa ni le habló sobre la situación económica actual de su
marido. Yamila le había preguntado por qué cantaba en el Club Nocturno
Tentación, pero ella le había mentido y le había dicho que era un pasatiempo
que le ayudaba a ganar algo de dinero.

Al escuchar la respuesta de Delia, Yamila sintió de pronto que su vida era mejor
que la de su amiga. Por lo menos ella no tenía que preocuparse por el dinero,
pues tenía a su <i>sugar daddy. </i>Sin embargo, Delia nunca había comparado
a su pareja con la de nadie, ni siquiera con la de Mariana.

Cuando terminaron de comer el postre, se despidieron en la entrada de la


tienda de dulces y se fueron por caminos diferentes. Yamila dio unos pasos
antes de detenerse de repente y, con pesar en el corazón, se volvió para mirar a
Delia, que se alejaba poco a poco.

La razón por la que había ido al hospital hacía un momento era para sobornar al
médico del Departamento de Paternidad. El Décimo Jefe quería saber si Delia
era la hermana de Nina en realidad. Independientemente de los resultados, ella
le había pedido al médico que emitiría el informe que especificara que ambas
eran hermanas. De esta forma, Delia se convertiría en la hermana de la difunta
esposa del Décimo Jefe y este ya no tendría pensamientos equivocados sobre
Delia. Yamila pensó que lo que había hecho era por el bien de su amiga.

«Me pregunto si Diez se sorprenderá cuando descubra que Delia es su cuñada.


Por fin habrá cumplido el último deseo de su mujer y Delia tendrá por fin un
pariente cercano». Yamila esperaba que lo que había hecho pudiera matar dos
pájaros de un tiro.

Cuando Delia terminó de comprar los alimentos, limpió la pequeña casa


alquilada hasta dejarla reluciente; incluso se tomó esa noche libre en el trabajo
y preparó la cena. Luego, esperó con ansias el regreso de Miguel. Intentó
llamarlo, pero no logró comunicarse, lo que significaba que era muy probable
que todavía estuviese en el avión; así que le envió un mensaje de texto y pensó
que él seguro lo vería una vez que encendiera su teléfono después de aterrizar.

En el aeropuerto de Ciudad Buenaventura.

Miguel bajó del avión junto con su ayudante, Basilio, pero este tenía asuntos
familiares urgentes que atender, así que se subió a un taxi y se marchó primero.
En el momento en que Miguel estaba a punto de abrir la puerta del siguiente
taxi, una mano delgada le agarró de repente la muñeca para detenerlo.
Entonces, escuchó una voz suave.

—¡Migue, he venido en auto! —dijo Sofía con una sonrisa.

Miguel apartó la mano de Sofía y dijo con frialdad:


—Tomaré el taxi.

—Migue, ¿me estás evitando? Como mínimo, ¡ahora eres mi jefe! Ahora que tu
aprendiz está aquí para recogerte, ¿de verdad vas a ignorarme? —preguntó
Sofía.

Incluso el taxista se estaba impacientando. Bajó las ventanillas y gritó:

—Si no va a subir, por favor, abra paso. Hay otras personas que quieren subir y
tengo una fila de taxis esperando detrás.

Sofía se apresuró y se agachó un poco para dedicarle una dulce sonrisa al


taxista antes de decirle:

—¡Lo siento! Ya nos vamos.

Entonces, agarró con calma la mano de Miguel y lo arrastró hacia su auto. Él


retiró su mano de la de ella, pero Sofía no intentó tirar de él de nuevo; en
cambio, sonrió mientras caminaba junto a él.

»¡Durante el tiempo que estuviste fuera, hice mi trabajo con seriedad! —dijo
Sofía. Su tono serio la hacía parecer una niña bien educada.

Miguel la escuchó, pero no dijo nada. Sin embargo, Sofía era una chica
habladora, como lo había sido en el instituto. Aunque Miguel estaba callado
todo el tiempo, ella siempre encontraba algo de lo que hablar con él.

«Solíamos ser compañeros de clase en el instituto... Ella incluso fue mi primer


amor..., pero todos esos son recuerdos lejanos del pasado...».

Cuando Miguel tenía 18 años, después de que Sofía se marchara al extranjero,


él dejó de pensar en su pasado y no volvió a contactar con ninguno de sus
compañeros y profesores del instituto. Antes de conocer a Delia, lo único que
hacía era centrar toda su atención en sus estudios y su trabajo para no sentir el
dolor. Él era un hijo ilegítimo al que no querían ni cuidaban, y la mujer a la que
amaba profundamente lo había abandonado, por eso él siempre pensó que era
la persona más solitaria del mundo. Para su sorpresa, Delia había tenido la
misma experiencia lamentable que él; por tanto, la llegada de Delia a su vida fue
una hermosa casualidad.

Miguel se había sentido un poco mareado en el avión y ahora que estaba en el


auto de Sofía, no pudo evitar sentir sueño. Ella lo miraba de vez en cuando
mientras conducía; él estaba sentado en el asiento del lado del conductor y
cuando ella se dio cuenta de que él se estaba durmiendo, cambió rápido la
música <i>rock</i> que sonaba en los altavoces por música clásica. Miguel se
quedó dormido poco después. Cuando se despertó, Sofía acababa de
estacionar el auto.
—¿Estás despierto? —preguntó Sofía mientras sacaba dos sobres rojos de
guantera del auto.

Miguel miró a su alrededor y, cuando vio que Sofía le entregaba uno de los
sobres, se quedó perplejo, así que preguntó:

—¿Qué estás haciendo?

—¿Cuándo fue la última vez que prestaste atención a los mensajes de nuestro
grupo de chat del instituto? Hoy es el cumpleaños número 50 de nuestro
profesor principal en el instituto. Él ha preparado una cena en el hotel y ha
invitado a sus alumnos favoritos de nuestro curso a asistir a su fiesta de
cumpleaños —dijo Sofía con una sonrisa.

De no ser por eso, Sofía no habría ido de prisa al aeropuerto a recogerlo. Miguel
estaba confundido, pero decidió creer lo que decía Sofía. Después de tomar el
sobre de dinero de las manos de la chica, se dio cuenta de que este tenía 5000.

—De acuerdo, te lo devolveré más tarde —dijo Miguel con frialdad.

Con una sonrisa, Sofía respondió:

—¡Piensa que son honorarios por orientarme en el trabajo! —Sus palabras


daban a entender que no quería que él le pagara. Después de todo, ella sabía
que él tenía problemas económicos.

Miguel sabía que 5000 no era mucho para Sofía y que no le importaría. Después
de todo, era la hija del director del Grupo Juárez. En cambio, él no pudo evitar
burlarse de sí mismo por no poder pagar ni siquiera 5000. Su sueldo mensual lo
destinaba a pagar el préstamo del banco y tenía que cuidar de Delia, así que
tenía las manos atadas. Miguel no dijo nada más y Sofía tampoco añadió nada,
pues ella sabía que él tenía una gran autoestima.

Luego de esto, ambos salieron juntos del auto y entraron por la puerta del hotel.
La fiesta de cumpleaños del profesor estaba llena de alumnos a los que él les
había impartido clases en el pasado.

Cuando Miguel y Sofía iban caminando juntos hacia la mesa de su clase, los
demás alumnos empezaron a vitorear.

—Miguel, Sofía, ¿cuándo van a invitarnos a la cena de su boda?

—¡Estaba a punto de preguntar lo mismo! ¡Recuerdo que en el instituto ellos dos


eran algo así como la pareja perfecta!

—¡Ella tiene razón! Los dos son inteligentes y guapos. ¡No esperaba que
ustedes siguieran juntos después de tanto tiempo!
Todos empezaron a unirse a la discusión y cada palabra que decían era para
felicitarlos por ser una pareja tan dulce. Justo cuando Miguel estaba a punto de
explicar, Sofía se le adelantó y dijo con una sonrisa:

—En ese caso, cuando nos casemos, ¡más vale que todos preparen grandes
sobres de dinero! Si los sobres no son lo suficientemente gruesos, ¡Migue y yo
no lo aceptaremos!

—¡Claro que lo haremos!

—¡Él tiene razón! ¡Lo más importante es ver a los tortolitos de nuestra clase
casarse y tener hijos! ¡Los sobres son algo secundario!

—Deja de burlarte de Migue y de mí. ¡Vamos, háblanos de ti! —Sofía sonrió con
alegría mientras intentaba cambiar de tema.

Sofía solía ser muy popular en su clase y podía hablar con cualquiera, y Miguel
era uno de los estudiantes más guapos de su año. Él no solo era popular entre
las chicas, sino que también se llevaba bien con los chicos. Por este motivo,
todos se alegraban de verlos juntos.

Miguel se sentó junto a Sofía y permaneció en silencio. Cuando el profesor se


acercó a su mesa para brindar, el señor no pudo evitar bromear delante de
todos.

—De hecho, ya me había dado cuenta de que los dos estaban saliendo juntos en
el instituto. Por suerte, los dos son buenos chicos y no dejaron que sus
sentimientos por el otro afectaran sus notas. Me enteré de que habían admitido
a Miguel en la Universidad de Buenaventura y de que Sofía se había ido a
continuar sus estudios al extranjero. ¡Ya espero con ansias que me inviten a su
boda! —El profesor, como estaba borracho, estaba empezando a hablar de más.

El rostro de Miguel apenas mostraba algún tipo de emoción, incluso después


de escuchar lo que dijo el profesor. Por otro lado, Sofía continuó entreteniendo
a todo el mundo y después de escuchar lo que dijo el profesor, se apresuró a
darle las gracias.

—Señor Luaces, tengo que agradecerle que se haya hecho de la vista gorda
conmigo y con Miguel, y que no les haya pedido a nuestros padres que nos
separaran a la fuerza.

—Yo también les deseo a todos que tengan un matrimonio dichoso, una carrera
próspera y una familia feliz y armoniosa —dijo el profesor mientras levantaba
su copa con una sonrisa de oreja a oreja.

Luego, uno por uno, todos brindaron por el profesor y le desearon una larga
vida. Sin embargo, Miguel estaba molesto. Se vio obligado a acompañar a Sofía
y aparentar estar con ella durante toda la fiesta, pero no podía decir nada
porque tenía que proteger la reputación de la chica.

El tiempo pasó... Los humeantes platillos calientes de la mesa se fueron


enfriando poco a poco y Delia los recalentaba una y otra vez mientras intentaba
comunicarse con Miguel una y otra vez. Al final, no logró contactarlo y tiró los
platos de la mesa al cubo de la basura antes de ir a cocinar de nuevo. El
estómago de Delia comenzó a rugir a las diez de la noche, pero el teléfono de
Miguel seguía apagado.

«¿Es posible que haya ido directo a la oficina a trabajar en cuanto se bajó del
avión y se haya olvidado de encender el teléfono?». Con esto en mente, Delia
recogió sus llaves y su teléfono y se cambió de zapatos para dirigirse a la
Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía.

Delia corrió todo el camino hasta la torre y lo único en lo que podía pensar era
en Miguel. Llegó jadeando a la empresa, comprobó que la puerta de entrada
estaba cerrada por dentro y corrió hacia el jardín delantero del edificio. Cuando
se dio cuenta de que no había ni una sola luz encendida, se sintió de repente un
poco decepcionada.

«Si Miguel no está en su oficina, ¿dónde podría estar?». Esta era la primera vez
que Delia se daba cuenta de que no conocía en absoluto a su esposo. No tenía
ningún número de contacto de sus amigos ni de su asistente. En ese momento
crucial, no sabía a quién podía pedirle ayuda.

«¿Es posible que su vuelo se haya retrasado?». Al pensar en esto, Delia se subió
a un taxi y fue rápido hacia el aeropuerto. Sin embargo, se sintió más
desesperada al ver que ni siquiera sabía el número de vuelo de Miguel, así que
decidió esperar a la salida del aeropuerto. Estaba muy ansiosa y preocupada
mientras veía pasar a la gente. Lo único que quería era que Miguel apareciera
ante ella sano y salvo lo antes posible.

Delia se paseó de un lado a otro frente a la salida del aeropuerto durante una
hora y, en ese tiempo, lo único que vio fue rostros desconocidos que pasaban
frente a ella.

Cuando era casi medianoche, oyó de repente el sonido chirriante de las sirenas
de una ambulancia. En ese momento, el corazón le saltó a la garganta y miró
enseguida hacia el lugar de donde provenía el sonido. Al ver una ambulancia
estacionada junto a la carretera, fue como si sus piernas hubieran perdido el
control y se precipitó hacia esta de inmediato. Sin embargo, cuando se acercó,
vio que la ambulancia acababa de llegar para recoger a un paciente que había
sido trasladado en avión.

En aquel momento, Delia se sentía agotada por la espera. Después de


innumerables decepciones, sacó su teléfono y volvió a llamar a Miguel, pero
todavía no podía contactarlo. Se hacía tarde y cada vez había menos gente en
el aeropuerto.

Siguió paseando de un lado a otro de la salida del aeropuerto y, de vez en


cuando, sacaba el teléfono y llamaba a Miguel. Era la primera vez en su vida
que estaba tan asustada y su cuerpo se estremecía. A pesar de que la brisa
nocturna era suave, ella temblaba con el viento.

«Miguel..., ¿dónde estás?». De repente, se sintió vacía y entró en pánico. El reloj


marcaba la una de la madrugada. «¿Será que Miguel ya está en casa?». Ese
pensamiento cruzó de repente la mente de Delia, así que se apresuró a llamar a
un taxi y volvió a casa. Su estado de ánimo había sido como una montaña rusa
esa noche.

Abrió la puerta de su casa llena de esperanzas. Cuando vio que allí no había
nadie más que ella, sintió un nudo en la garganta y rompió a llorar. Se puso en
cuclillas junto a la puerta y lloró con amargura mientras su corazón se llenaba
de preocupación, miedo y decepción. «Miguel..., ¿dónde estás? Te echo tanto
de menos. Vuelve a casa, por favor».

No importaba cuántas veces lo llamara, no obtenía respuesta. Eran las seis de


la mañana y Delia seguía sentada en el umbral de la puerta con las manos
alrededor de las rodillas; llevaba cuatro horas allí sentada sin saber qué hacer.
Aunque estaba muy hambrienta, esto no le preocupaba en absoluto porque
solo podía pensar en Miguel. Ella nunca se había preocupado por nadie de esta
forma; amaba tanto a Miguel que tenía miedo de perderlo y de que él la
abandonara.

A las siete de la mañana.

—Delia... —murmuró Miguel antes de despertar de su sueño.

Acababa de tener un sueño muy extraño en el que su hermano mataba a Delia.


En su peculiar sueño, Delia llevaba un vestido de novia que la hacía parecer una
diosa, pero sus ojos estaban cerrados por completo y sus labios rojos estaban
un poco separados. Yacía en un ataúd de cristal lleno de rosas blancas, con un
aspecto dulce y tranquilo. Por otro lado, Manuel vestía un uniforme militar verde
oscuro y sostenía un afilado cuchillo del ejército. Sus ojos estaban llenos de
una furia aterradora mientras su cuchillo se clavaba directo en el corazón de
Delia.

Aunque había sido un sueño extraño, Miguel podía sentir el dolor en su pecho
incluso después de haberse despertado. Era como si solo pudiera ver morir a
Delia sin poder hacer nada para salvarla.

Miguel se llevó una mano a la frente y se incorporó de la cama. Cuando las


sábanas se deslizaron por su cuerpo fue que se dio cuenta de que estaba
desnudo.
—¡Buenos días, Migue!

En ese preciso momento, Sofía, que iba vestida con un camisón de seda blanco
crema ajustado, entró en la habitación con un par de zapatillas blancas y un
montón de ropa en las manos. Su cabello largo y liso, sus labios rojos y sus
dientes blancos a la luz del día le daban un aspecto impresionante.

Cuando Miguel vio que ella sostenía su ropa, recordó de repente lo que había
sucedido la noche anterior. Después de la fiesta de cumpleaños de su profesor,
sus compañeros de clase que estaban sentados con ellos en la misma mesa
los llevaron a rastras con su monitor de clase a una sesión de karaoke. Durante
la sesión de karaoke, lo habían obligado a brindar con algunos de los hombres
de su clase y, más tarde, se emborrachó y perdió el conocimiento.

Sofía se acercó a Miguel de forma seductora y se sentó junto a su cama.


Luego, con un tono suave, le dijo:

—¡Anoche te pusiste muy mal! Te vomitaste todo el cuerpo, así que tuve que
limpiarte y lavar tu ropa.

—Tú... —Miguel frunció el ceño; pero, tras una pausa, dijo con indiferencia—:
Gracias.

Sofía le guiñó el ojo de manera juguetona antes de reírse y decir:

—¡Deja tus pensamientos sucios! Estabas tan borracho que ni siquiera sabías
quién eras y mucho menos tenías la energía para tener relaciones sexuales
conmigo. Además, gasté toda mi energía nada más que cuidándote.

—Gracias. —Miguel le dio las gracias de nuevo antes de extender la mano para
tomar su ropa de los brazos de Sofía. Sin querer tocó su suave pecho y se
apresuró a retirar la mano.

Aunque Sofía sintió su contacto, fingió que no había pasado nada y le devolvió
la ropa con calma.

—Iré a preparar el desayuno. Cuando termines de cambiarte, ve al baño a


lavarte. La pasta de dientes, el cepillo y el vaso de enjuague bucal son nuevos —
dijo Sofía mientras se levantaba y salía de la habitación.

Solo entonces Miguel retiró las sábanas y se levantó de la cama para vestirse.
Cuando vio sin querer su móvil y las llaves de la casa en la mesita de noche, se
dio cuenta de que su móvil había estado apagado toda la noche y se preguntó
de repente si Delia lo habría llamado. En el momento en que encendió su móvil,
las notificaciones de llamadas perdidas y mensajes de texto comenzaron a
aparecer al instante en la pantalla. Al darse cuenta de que su esposa lo había
llamado muchas veces, Miguel se apresuró a tomar su móvil y sus llaves y salió
corriendo por la puerta.
Sofía vio a Miguel salir a toda velocidad y quiso decir algo, pero él corrió directo
a la puerta, se puso los zapatos y salió de la casa sin decir una palabra. Durante
todo el proceso, ni siquiera la miró. Era como si ella no existiera.

«Parece que tiene prisa. ¿Habrá sucedido algo malo en la empresa?».

Sofía no fue tras él. En cambio, continuó sentada en silencio en la mesa del
comedor y comió su desayuno.

«Está bien, no estoy apurada. Tengo que ir paso a paso. Estoy convencida de
que haré que Miguel se enamore de mí otra vez». De repente, el decepcionante
hermano de Sofía la llamó y perturbó sus pensamientos. La chica tomó el móvil
que estaba vibrando al lado de su plato y deslizó el dedo por la pantalla para
contestar la llamada.

—¿Hola? Habla ahora o si no colgaré.

—¿Es así como debes hablarle a tu hermano?

—Hola, mi querido hermano, ¿cómo puedo ayudarte? —Sofía estaba impaciente,


pero frunció los labios y cambió su tono.

Fue entonces que José le contestó con seriedad:

—Hay una cena de caridad esta noche y Manuel Larramendi estará allí.

—¿Y? —preguntó Sofía de manera distraída.

—Casi siempre eres inteligente, así que ¿por qué me haces una pregunta
estúpida? —José se molestó al instante.

Sofía respiró hondo y respondió despacio:

—Bien, iré a prepararme para la cena más tarde. ¿Hay algo más que quieras
decirme?

—Una cosa más, ¿conoces a algún andrólogo experimentado? —De repente,


José sonó muy afligido.

Sofía no pudo evitar resoplar.

—Mi querido hermano, ¿alguna de las tantas chicas con las que te has
acostado te ha contagiado alguna enfermedad? No puedo creer que quieras ver
a un andrólogo.

—Deja de decir tonterías y dime, ¿conoces a algún médico? —gritó José,


enfadado por la vergüenza.
—¡Buscaré entre mis contactos más tarde! Si encuentro alguno, te lo presentaré
—respondió Sofía de manera despreocupada.

Al escuchar esto, José colgó sin decir nada más.

Sofía se encogió de hombros, pues estaba acostumbrada al comportamiento


de su hermano. Luego, abrió la lista de contactos de su teléfono. No tenía
ningún amigo andrólogo, pero tenía un compañero de instituto que se
especializaba en medicina. Por casualidad, había intercambiado números con
él en la fiesta de cumpleaños del profesor la noche anterior. Nunca pensó que
le sería útil tan pronto.

Entonces, Sofía le envió un mensaje a su compañero de instituto y le preguntó


si conocía a algún andrólogo. Ella pensó que su hermano solo estaba buscando
afrodisíacos, pero lo que no sabía era que José buscaba en realidad un médico
para tratar su disfunción eréctil. Desde la última vez que intentó acostarse con
Sirena y no pudo lograrlo, se dio cuenta de que su pene no podía erguirse sin
importar con qué mujer intentara acostarse. José era un mujeriego que andaba
con muchas mujeres. ¡Si las mujeres descubrían que tenía disfunción eréctil, se
sentiría humillado!

Cuando Miguel llegó corriendo a su casa, abrió la puerta y vio a Delia parada
frente a él con ojeras y con un aspecto muy cansado.

—Delia... —la llamó Miguel con un grito ahogado.

Cuando Delia vio que Miguel había vuelto, sus ojos brillaron y sus labios
temblaron. Ella quería decirle algo; pero, en ese preciso momento, se dio cuenta
de que había perdido la voz. Había estado ansiosa, nerviosa y preocupada toda
la noche, por lo que estaba agotada física y mentalmente. En cuanto vio que
Miguel había regresado sano y salvo a casa, por fin se dibujó en su rostro una
sonrisa de alivio.

Al instante, Delia sintió que el mundo se volvía oscuro y que la silueta de Miguel
se desvanecía. Alargó la mano con debilidad para intentar tocar al hombre que
tan ansiosa estaba por ver. Sin embargo, debido a su agotamiento, todo se le
volvió borroso y se desmayó.

»¡Delia! —Miguel se apresuró para evitar que Delia se cayera, la levantó y la


colocó en la cama.

Delia estaba demasiado cansada y tenía mucho sueño, así que cuando vio que
Miguel había vuelto a casa sano y salvo, por fin se relajó y se quedó dormida.

»Delia, lo siento. —Después de colocar a Delia en la cama, Miguel se acercó y


besó su frente con ternura. Por accidente, vio los platos sin tocar en la mesa
del comedor. Se molestó, se metió en la cama y abrazó a Delia. «Chica tonta,
¿por qué eres siempre tan tonta? Se me parte el corazón de verte así».
—Miguel... te echo tanto de menos... —murmuró la chica en sueños después de
un tiempo.

Miguel la escuchó y la abrazó de inmediato con más fuerza. Para él, proteger a
Delia era como proteger a su yo más débil. Colocó su barbilla sobre la cabeza
de ella y cerró los ojos poco a poco.

Delia se despertó por el hambre y cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que
Miguel ya se había ido. Sin embargo, ella sabía que era que había ido a trabajar.
Para su sorpresa, los platos de la mesa del comedor estaban todos vacíos.
«¿Miguel se comió todo eso? ¡Pero si esa comida la cociné anoche!». Se
levantó de la cama y se dirigió a la mesa del comedor. Entonces, vio la nota que
Miguel le había dejado.

«Delia, tengo algunas cosas que hacer en la oficina, así que me he ido a
trabajar. No estaré en casa para la cena, pero volveré antes de las doce para
acompañarte. Miguel».

¡Ding, dong!

Justo cuando Delia terminó de leer la nota, escuchó el timbre de la puerta. Dejó
la nota y corrió a abrir la puerta. Para su sorpresa, era un repartidor de comida.
Ella pensó que se había equivocado de dirección, pero luego vio sin querer el
mensaje en la hoja de entrega, sonrió y le dio las gracias al repartidor. Su
esposo era muy considerado; él había encargado comida para ella porque sabía
que estaría hambrienta cuando se despertara. La comida que pidió Miguel
incluía todos los platillos favoritos de Delia. Aunque ella estaba comiendo sola,
se sentía feliz y bendecida.

Cuando terminó de comer, la chica comenzó a limpiar la casa como de


costumbre. Vio la camisa blanca y los pantalones de traje de Miguel sin lavar
en la cesta que había bajo el fregadero, buscó un cubo y los lavó a mano. Sin
embargo, notó algo extraño; la camisa blanca de Miguel estaba muy limpia y no
parecía que la hubiese usado durante todo un día. Además, había un ligero y
dulce olor a perfume en su camisa.

«¿Miguel suele usar perfume?». Delia comenzó a preguntarse por el aroma,


pero no sospechó que Miguel la engañara porque creía que él rechazaría a
cualquier otra mujer con tal de no serle infiel. Pensó que debía tenerle por lo
menos la mínima confianza y respeto ahora que eran marido y mujer. «Aunque
Miguel no me ame, estoy segura de que rechazará a cualquier mujer que intente
acercársele debido a su forma de ser». Confiaba plenamente en su esposo, así
que no sospechaba de él.

Al principio, Delia pensó que ella y Miguel podrían cenar juntos ahora que él
había regresado; pero, antes de que empezara a preparar la cena, Miguel le
había enviado un mensaje para comunicarle que esa noche tenía que asistir a
una cena de la empresa, por lo que no cenaría con ella.
En efecto, Miguel tenía una cena de la empresa a la que asistir después del
trabajo. Él quería recompensar a sus empleados que habían trabajado duro
para completar su proyecto. Durante su reciente viaje de negocios, no solo
consiguió ganar el proyecto de expansión de la Ciudad del Norte para el Grupo
Larramendi, sino que también se dio a conocer en el sector de la construcción.

Miguel estaba decidido a ascender en la pirámide social escalón a escalón,


pues él sabía que no era como su hermano, Manuel, que había llegado a la cima
de la pirámide sin esfuerzo. En el fondo, Miguel sabía que, comparado con su
hermano, su única desventaja era haber nacido como hijo ilegítimo.

«Tal vez sea porque soy demasiado mezquino...». Mientras Miguel estaba
sumido en sus pensamientos, su asistente, Basilio Zabala, que estaba sentado
en la misma mesa, preguntó de repente:

—Director Larramendi, los demás quieren que vayamos al Club Nocturno


Tentación para hacer karaoke.

—¡Vamos entonces! ¡Yo invito! —respondió Miguel con generosidad mientras


sonreía.

Basilio se sobresaltó y quiso decir algo, pero desistió de la idea. Dada la actual
situación económica de Miguel, gastar dinero en un club de entretenimiento de
alto nivel como el Club Nocturno Tentación era un gasto enorme. Sin embargo,
Basilio sabía que Miguel tenía una gran autoestima. Además, Sofía había
sugerido ir al Club Nocturno Tentación. Todo el mundo se había dado cuenta de
que Sofía estaba interesada en Miguel, pero ella tenía buenas relaciones con
todos sus colegas, así que nadie dijo nada al respecto.

Después de la cena, justo cuando Miguel había terminado de pagar la cuenta en


el mostrador del vestíbulo del hotel, Sofía se le acercó y le entregó una tarjeta
negra VIP del Club Nocturno Tentación. Él la miró de reojo y no tomó la tarjeta.
Cuando Sofía vio esto, agarró la mano de Miguel y le entregó la tarjeta un poco
enfadada.

—Mi hermano es un cliente VIP en el Club Nocturno Tentación y da la


casualidad que el club nocturno le ha obsequiado una sala de karaoke que está
disponible hasta las 12 de la madrugada esta noche —explicó Sofía con una
sonrisa—. Además, fui yo quien sugirió ir al karaoke.

Miguel frunció el ceño, pero guardó la tarjeta negra que la chica le había puesto
en la mano. «¿Desde cuándo he empezado a ser tan mezquino, solo para
ahorrar dinero?». Miguel no pudo evitar burlarse de sí mismo. Al final, tuvo que
enfrentarse a su triste realidad.

Había más de diez personas en su grupo. Después de entrar en el Club


Nocturno Tentación, atravesaron un magnífico pasillo y a la derecha de este
estaba el Bar Puro. Todo el que quería ir a la sección del karaoke tenía que
pasar por allí. De repente, todos escucharon una hermosa voz cantando y
Miguel se quedó atónito al escuchar esa voz tan familiar. Se detuvo por instinto,
miró hacia el lugar de donde provenía la voz y vio una silueta blanca y
resplandeciente de pie en el escenario.

Las demás personas que iban con Miguel también dejaron de caminar cuando
se dieron cuenta de que él se había detenido. En ese momento, un colega que
era cliente frecuente del Club Nocturno Tentación siguió la mirada de Miguel y
dijo con una sonrisa:

—El nombre artístico de esa mujer que está cantando en el escenario ahora
mismo es Sirena. Ella es muy popular en el Club Nocturno Tentación por su
dulce voz. He oído rumores de que dos clientes muy adinerados incluso
llegaron a pelear por ella.

Por alguna razón, Miguel frunció el ceño. La mujer que estaba en el escenario
llevaba un antifaz blanco con plumas y el cabello peinado hacia atrás. Estaba
usando un vestido blanco y cantaba una suave canción en inglés. Quizás nadie
más pudo ver el verdadero rostro de la mujer, pero Miguel lo supo con solo
echar un vistazo.

«¿Sirena? ¿Nombre artístico? ¡Esa es mi querida Delia! ¿Por qué Delia está
cantando en un club nocturno? A pesar de que solo esté cantando en el Bar
Puro...».

Miguel apartó la mirada disgustado, pero mantuvo una expresión de calma en


el rostro mientras continuaba avanzando.

Sin embargo, Sofía se había dado cuenta de cada una de sus acciones e
incluso tenía la sensación de que le importaba la cantante en el escenario. «Una
mujer que canta en un club nocturno no es ni inocente ni pura. ¡A Migue no le
gustaría una mujer como ella! ¡No le des tantas vueltas!», se consoló Sofía.

Entonces, todos entraron a la sala de karaoke y empezaron a cantar, pero


Miguel eligió sentarse en un sofá en un rincón oscuro para estar a solas con
sus pensamientos. «Si no me equivoco, la razón por la que Delia trabaja aquí es
porque quiere ayudarme a pagar mi deuda. Trabaja como diseñadora de día y
canta en un club de noche. ¿Piensa que no podré pagar las deudas? ¿Será
posible que haya empezado a trabajar porque cree que no puedo cuidar de
ella?».

Todos estos sentimientos complicados provocaron que al instante Miguel se


sintiera frustrado y molesto. «Delia es mi único apoyo espiritual, pero ni siquiera
ella cree en mis capacidades. ¿De qué sirve entonces todo el esfuerzo que he
realizado en los últimos días? Quizás soy demasiado machista. De hecho, me
gustaría que Delia no tuviera que trabajar en absoluto. Después de todo, soy un
hombre y se supone que sea yo el que gane dinero para mantener
económicamente a nuestra familia. Las mujeres deberían quedarse en casa».
Cuando Sofía vio a Miguel sentado solo en una esquina en silencio, tomó dos
cervezas y se sentó a su lado.

—Migue, ¡brindemos! —Sofía se acercó a su oído y le susurró con dulzura—: Por


tu brillante futuro y tu exitosa carrera.

Por fortuna para Sofía, Miguel no le pidió a Miranda, su amiga de la infancia,


que se les uniera esa noche. Si Miranda la viera ahora mismo, seguro que se
pondría celosa y haría todo lo posible por ganar la atención de Miguel.

En la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, Miranda a menudo volteaba


los ojos cuando veía a Sofía; en cambio, Sofía siempre le sonreía. Su reacción
solo hacía que Miranda pareciera más mezquina.

Aunque Sofía le ganó la pelea a la amiga de la infancia de Miguel en la


empresa, no sabía que ya había otra mujer en su corazón. Sin embargo, en ese
momento, cada vez que él pensaba en Delia, sentía el corazón destrozado.

Justo cuando Sofía estaba a punto de pegar su pecho al cuerpo de Miguel, él se


levantó de repente y dijo:

—Voy a salir a tomar el aire.

Ella frunció los labios en una sonrisa de amargura, pero no lo persiguió. Podía
notar que algo rondaba su mente, pero no sabía qué.

Miguel no sabía por qué sus piernas no le hacían caso mientras se dirigía al Bar
Puro. «Basilio y Sofía están en el karaoke, así que no hay nada de qué
preocuparse. Además, todos estarán más contentos sin el jefe presente».

Él tenía una tarjeta negra<i> </i>VIP del Club Nocturno Tentación, así que en
cuanto entró, un camarero lo condujo a un reservado VIP que estaba muy cerca
del escenario. No solo podía oír la voz de la cantante con claridad, sino que
también podía verla sin obstáculos.

Miguel miró con detenimiento a la mujer que cantaba sentada frente al


micrófono en el centro del escenario. Mientras la miraba, recordó de repente la
primera vez que la vio. En aquella ocasión, el tío Carlos lo había engañado para
que tuviera que regresar en tren a Ciudad Buenaventura desde un pequeño
pueblo. Había conocido a esta grácil joven en la ventanilla de venta de pasajes
y en aquel momento jamás pensó que se convertiría en su esposa.

«Delia, ¿por qué estás cantando en un club nocturno? Sabes que no quiero que
trabajes en un lugar así». Él seguía mirándola con una expresión sombría en el
rostro. De repente, una aguda voz masculina perturbó sus pensamientos y no
pudo evitar fruncir el ceño.
—¿Quién dijo que no me acosté con Sirena? ¡Le di tanta propina que tuvo sexo
conmigo de manera voluntaria hace tiempo! —gritó un hombre en el reservado
de al lado.

Miguel se levantó de inconscientemente para ver quién era y se dio cuenta de


que quien había hablado era José, el hermano de Sofía, a quien él conocía bien.
Era un <i>playboy</i> que gastaba el dinero como agua y cambiaba de novia
muy a menudo.

—¿Sirena era virgen cuando se acostó contigo? —le preguntó otro hombre con
curiosidad.

—¡Por supuesto! —se jactó José de forma ostentosa.

—¡¿Estás seguro?! Escuché que el Señor Ferrero se acostó con ella antes.
Entonces, ella ofendió al Décimo Jefe del Club Nocturno Tentación y sus
hombres se la llevaron. Aunque Sirena siempre canta canciones románticas en
el escenario, ¡no es la mujer inocente y pura que parece ser!

—¡Tienes razón! Señor Juárez, ¡no debería perseguir a una mujer como ella!

Un grupo de hombres y mujeres estaban cotilleando sobre Sirena y aunque solo


la estaban ridiculizando, para Miguel, sus palabras eran duras.

«¿Será cierto que mi querida Delia ya no es pura? Puede que tengan razón.
¿Cuántas mujeres pueden seguir siendo puras e inocentes después de trabajar
en un lugar como este?». Miguel apretó los puños con fuerza y salió del bar
enfadado.

Cuando volvió a la sala de karaoke, se tomó una cerveza tras otra. Cada vez
que alguien brindaba con él, se bebía la jarra de cerveza de un solo trago.

Al ver esto, Sofía intervino de inmediato para detenerlo.

—Migue, ¡deja de beber! —le dijo con tono suave.

—¡Vete a la m*erda!

Su repentino grito la dejó atónita. Sofía se dio cuenta de que él estaba de mal
humor. Frunció el ceño y dejó de intentar persuadirlo para que parara. «En el
peor de los casos, me lo llevo para mi casa más tarde».

Al final, Miguel bebió demasiado y quedó inconsciente. Con la ayuda de sus


compañeros, Sofía lo llevó hasta el auto de ella. Esa noche, lo cuidó de nuevo.
Se sentó junto a la cama y miró su rostro mientras se lo acariciaba con cariño.
Tenía la barbilla un poco áspera y le picaba al tacto. «Este hombre ya no es el
muchacho infantil de dieciocho años que conocí».
Entonces, ella se levantó y se inclinó para besar a Miguel en los labios. Justo
cuando iba a besarlo más fuerte, él pronunció entre dientes el nombre de Delia
y ella se quedó anonadada. «¿Delia? ¡¿Quién es Delia?!». Sofía estaba
confundida.

De repente, Miguel estiró el brazo, la agarró por la cintura y la envolvió en sus


brazos.

—Delia... ¿Por qué? ¿Por qué no crees en mí? ¿En verdad no soy tan capaz
como mi hermano? ¿Por qué? ¿Por qué te convertiste en prostituta…? ¿Es para
demostrar lo inútil que soy? Delia... ¿Por qué? —murmuró con el ceño fruncido.

Él estaba murmurando; por tanto, Sofía no entendió del todo lo que dijo, pero lo
escuchó bien claro murmurar el nombre de Delia, el cual no quería escuchar de
nuevo, por lo que se inclinó y lo silenció con un beso.

Delia regresó a casa cuando terminó de trabajar en el Club Nocturno Tentación.


Se sentía cansada, así que se dio una ducha rápida y fue directo a la cama.
Nunca esperó que Miguel no volviera a casa. Cuando despertó a la mañana
siguiente, vio la cama vacía y pensó que él se había ido a trabajar.

Esa mañana, no sospechó que no había regresado a casa la noche anterior. Por
la tarde, terminó de preparar el almuerzo y esperó a que Miguel llegara. Sin
embargo, había esperado hasta las 12:30 y no había recibido ninguna llamada
suya, así que lo llamó.

Mientras tanto, en un restaurante francés del centro de Ciudad Buenaventura.

Miguel sacó su teléfono y miró el identificador de llamadas en la pantalla. Dudó


un instante y luego contestó el teléfono, pero no dijo nada.

Al otro lado del teléfono, Delia tomó la iniciativa y dijo:

—Miguel, ¿vienes a comer a casa?

—No —le respondió con frialdad.

Al oír eso, Delia se sintió un poco decepcionada y no supo qué decir, así que se
limitó a contestar:

—¡Ah! Está bien...

—Muy bien entonces, voy a colgar.

Miguel solo dijo unas palabras antes de colgar, así que Sofía, que estaba
sentada frente a él, preguntó con curiosidad:
—¿Quién era? —Aunque no pudo escuchar si la persona al teléfono era un
hombre o una mujer, por alguna razón, tenía la sensación de que quien lo había
llamado hacía un momento era una mujer.

—Mi... —Miguel dudó. Tras una breve pausa, mintió—: Es solo una amiga.

—Migue, me alegra mucho que hayas aceptado salir a almorzar hoy —dijo ella
con dulzura.

Miguel parpadeó y sus ojos se encontraron con los de Sofía.

«Comparado con el joven que era hace cinco años, ahora es mucho más
maduro. Sin embargo, yo también he crecido y me he convertido en una mujer
sensual. Ya no soy la niña ingenua de hace cinco años».

«Sofía luce preciosa maquillada con su cabello largo y rizado; incluso puedo
oler el perfume <i>Chanel </i>que lleva. No es tan pura como Delia. Tal vez sea
porque Delia es cuatro años más joven que ella. Pero... ella ya no es pura e
inocente... Debido a mi deuda, se convirtió en prostituta para compartir la
carga...». Miguel no sabía por qué estaba comparando a Sofía con Delia en ese
momento. Solo le vino a la mente.

Desde la noche anterior, su corazón era un caos y no sabía cómo enfrentar a


Delia.

—Me mudo esta tarde, ¿puedes venir a ayudarme? —dijo Sofía. Sus palabras
perturbaron los pensamientos de Miguel quien de inmediato volvió en sí y
asintió con una sonrisa.

Después de pasar un rato juntos, Sofía notó que la atmósfera entre ellos no era
tan incómoda como antes. Ella lo había cuidado toda la noche anterior. Temía
que tuviera una pesadilla, por lo que se recostó a la cama y lo cuidó en silencio
toda la noche. Ella también se quedó dormida allí.

Cuando Miguel despertó a la mañana siguiente, la vio arrodillada junto a la


cama, dormida y con la cabeza apoyada en las manos. De repente, sintió una
sensación extraña. «Aunque fue muy cruel cuando me dejó hace cinco años,
ahora que ha vuelto ha sido muy cariñosa conmigo. ¿Debería dejar de tratarla
con frialdad?».

Miguel recordaba con imprecisión que Sofía lo había llevado a su casa y que lo
había cuidado toda la noche. ¡Ella estaba ahí cuando él vomitó y quedó
inconsciente!

Cuando ella vio que él había despertado, con sus labios rojos hizo un puchero
como una niña y se quejó:
—Es mejor que no bebas más. Tienes un estómago débil y beber demasiado
alcohol daña tu cuerpo. Además, tuve que prepararte una sopa para que se te
pasara la borrachera, ayudarte a cambiar y lavar tu ropa. Estoy en verdad
agotada por cuidarte toda la noche.

Miguel recordó que era la segunda vez que ella lo cuidaba desde que regresó
del extranjero. Estaba claro que todavía se sentía molesto por lo que ella había
hecho en el pasado; sin embargo, por alguna razón, después de verla prepararle
el desayuno de nuevo esa mañana, su corazón se ablandó y quiso invitarla a
comer para agradecerle por haberlo cuidado.

—Migue, ¿todavía me odias? —En ese momento, su pregunta lo sacó de los


recuerdos de la noche anterior.

Durante todo el almuerzo, ella fue la única que hizo preguntas y notó que él
estaba aún más callado que antes.

Miguel frunció los labios y sonrió.

—Ya me has dicho la verdad. ¿Por qué iba a odiarte? —«¡La única persona a la
que debería culpar es a mi abuelo! Querido abuelo, ¿de verdad te preocupa
tanto que tenga más éxito que Manuel? Tenías tanto miedo que obligaste a
Sofía a terminar conmigo hace cinco años. ¡Temías que estudiara en el
extranjero con ella y nos casáramos al graduarnos y entonces después usara el
poder y la influencia de la Familia Juárez para apoderarme del Grupo
Larramendi de Manuel!».

El abuelo de Miguel actuó como un emperador que eliminó todos los


obstáculos del camino de su nieto mayor para que subiera al trono sin
problemas.

Con una expresión de lástima, Sofía bajó la mirada y preguntó con voz débil:

—Bueno... ¿todavía me amas? —Habían pasado cinco años desde que lo dejó y
su pregunta sonaba ridícula. «¿Cómo podría Migue seguir enamorado de mí? Le
hice tanto daño en aquel entonces... Sin embargo, sé que aún siente algo por
mí».

—No lo sé —dijo calmado sin mirarla.

Su respuesta la sorprendió y de manera inconsciente se mordió el labio.


Después de un rato, dijo:

—Migue, no pude olvidarme de ti, así que he estado soltera durante los últimos
cinco años. No tuve ningún otro novio después que terminé contigo. ¡Me he
mantenido pura e inocente para ti!
«Pura e inocente...». Miguel pensó de nuevo en Delia. «Sofía sigue siendo pura e
inocente, pero ¿y Delia? ¡¿Ya no es la chica pura e inocente que conozco?!». Por
alguna razón, ese pensamiento hizo que le doliera el corazón.

—¡Migue, estoy siendo sincera! —Ella lo vio callado y dijo con una expresión
seria—: Hace cinco años, tu abuelo me dijo que llevaría a la quiebra al Grupo
Juárez si no terminaba contigo. Por eso... le pedí a mi primo que se hiciera
pasar por mi novio para que te olvidaras de mí... pero... yo nunca he podido
olvidarme de ti.

En aquel entonces, él le rogó que no lo dejara y que se quedara a estudiar en


una universidad local, pero ella se había empeñado en irse a Estados Unidos
con aquel hombre. En los cinco años que estuvo fuera, él había prohibido a todo
el mundo mencionar su nombre.

—¿Ese hombre es en verdad tu primo? —Miguel aún dudaba.

Al parecer, Sofía había venido preparada pues de inmediato abrió la galería de


su teléfono y buscó la foto de la familia en la boda de su primo.

—Mira, si fuéramos pareja, ¿por qué no soy yo la novia? ¿Y por qué mis padres,
mi hermano y yo nos tomamos una foto de grupo con su familia? —Sofía lo
miró con una expresión seria.

Miguel fingía estar tranquilo, pero cuando vio las lágrimas en sus ojos por
sentirse juzgada de manera injusta, no pudo seguir actuando. A pesar de que
habían pasado tantos años, en el fondo, todavía le importaba.

—Migue, ¡por favor, créeme! ¡La razón por la que me atrevo a decirte la verdad
ahora es porque el Grupo Juárez ya no le teme al Grupo Larramendi! ¡Ya no
tengo miedo de que el Patrón Larramendi me vuelva a amenazar con los
negocios de mi familia! Migue, he sido muy infeliz todos estos años. Siempre te
he amado, pero no podía decírtelo. Yo... —Ella lo miró a los ojos con afecto y
habló con sinceridad. Solo dejó de hablar porque se le hizo un nudo en la
garganta.

En ese momento, Miguel tenía sentimientos encontrados y no podía soportar


rechazar su amor. La miró, pero prefirió guardar silencio. Cuando terminaron de
almorzar, la acompañó al centro comercial a comprar algunos artículos
imprescindibles para después de la mudanza.

Al principio, los dos caminaron separados, pero sin darse cuenta Sofía lo tomó
de la mano despacio, como hacía cuando eran pareja. «Sus grandes manos
siguen siendo igual de cálidas, pero parece haber perdido peso».

Al ver que ella tomó la iniciativa de agarrar su mano, él no se resistió. Por el


contrario, la aceptó de buen grado. Poco a poco, pasaron de sentirse como
extraños a ser íntimos como si hubieran recuperado lo que sentían cuando
estaban enamorados.

—Esto luciría muy bien en mi dormitorio. —Sofía levantó un bonito gato de


cerámica e hizo un gesto lindo hacia él.

Miguel sonrió y asintió. Después de recorrer el centro comercial durante toda la


tarde, fueron al mercado a comprar algunos víveres. Esa noche, prepararon
juntos la cena en casa de Sofía. Él había olvidado por completo que estaba
recién casado y que su esposa lo esperaba en casa para cenar.

Delia se sentó en la mesa del comedor y esperó desde las cinco de la tarde
hasta las ocho de la noche. Miró aturdida los platos en la mesa. «¿Debería
llamar y preguntarle? Pero... ¿Y si está ocupado en el trabajo? ¿O si está en una
reunión? Aunque ya es bastante tarde. Lo más probable es que no esté en
ninguna reunión...». Comenzó a sentirse confundida.

Aunque se había casado y tenía un hogar, tenía la sensación de que aún estaba
sola. Entonces, recogió la mesa y se fue para el Club Nocturno Tentación a
trabajar.

Mientras tanto, cuando Sofía terminó de decorar la casa con la ayuda de


Miguel, se dio cuenta de que él estaba cubierto de polvo de pies a cabeza, así
que le sugirió que se duchara mientras ella lavaba y secaba su ropa. Ella sabía
que él estaba obsesionado con la limpieza y que no soportaba estar sucio.

Sin pensarlo, Miguel entró al baño a ducharse mientras ella empezó a lavar su
ropa y cuando terminó, la metió en la secadora. De repente, sintió que había
encontrado la felicidad que buscaba. Solo entonces se dio cuenta de que
siempre lo había amado.

Miguel salió del baño envuelto en una toalla y cuando la vio planchando su
camisa, se petrificó y de repente pensó en Delia.

«¿Qué hora es?». En ese momento, Miguel se acordó de mirar la hora y cuando
agarró su teléfono, ¡vio que eran casi las doce!

—Sofía, tengo que irme a casa ahora.

Al oír esto, ella ocultó detrás de su espalda la camisa que estaba casi seca. Se
acercó a él con una expresión dulce en el rostro y le dijo con timidez:

—Migue, ¿por qué no… te quedas aquí esta noche?

—Sofía, en realidad estoy casado —le confesó.


Aunque había tenido un día muy pleno, algo le preocupaba. Justo en ese
instante se dio cuenta de que ese algo era Delia. «¡Soy el esposo de Delia
Torres!».

—¡¿Estás casado?! —Sofía se quedó atónita y lo miró a los ojos boquiabierta.


Después de un momento de silencio, las lágrimas cayeron por sus mejillas y de
repente se lanzó a sus brazos.

Él se quedó inmóvil con las manos al lado del cuerpo mientras permitía que ella
lo abrazara por la cintura. Su expresión se tornó sombría al ver que los
hombros de Sofía temblaban. Entonces, sintió que unas cálidas lágrimas
empapaban su camisa.

—Migue... sé que es demasiado tarde para decir esto, aun así, quiero hacerlo.
Te amo... Siempre te he amado... Durante los cinco años que estuve en Estados
Unidos fui muy desdichada —le dijo entre sollozos.

Al final, Miguel no pudo contenerse más y la abrazó. La consoló durante mucho


tiempo. Su confesión y sus lágrimas solo hicieron que se sintiera aún más
desconsolado. Si su abuelo no hubiera interferido en su relación, su esposa
hubiera sido Sofía. Se sentía cada vez más confundido...

—Migue, ¡en verdad, en verdad te amo! —gritó ella mientras las lágrimas corrían
por su rostro.

Sin embargo, al final, Miguel mantuvo la cordura y no hizo nada que pudiera
herir a Delia. «Bueno... ¡¿Cómo se supone que me enfrente a Delia ahora?!».

Cuando Miguel llegó a su casa, ya era medianoche. Todo estaba muy oscuro.
Cerró la puerta y encendió la luz, pero no vio a Delia. Sin embargo, justo cuando
se dio la vuelta, se tropezó con ella que acababa de llegar. Sus mejillas estaban
enrojecidas y estaba empapada en sudor. Cuando Miguel la vio, su expresión se
tornó fría al instante.

—¿Dónde estabas?

—¡Estás en casa!

Los dos hablaron al mismo tiempo.

Ella peinó su desordenado cabello largo y secó el sudor de su frente; sonrió y


mintió:

—No podía dormir, así que salí a correr.

—Ah. —Su tono de voz era gélido y se sentía cada vez más molesto. Incluso
empezó a preguntarse si ella venía de prostituirse.

—¿Tienes hambre? ¿Por qué no voy y preparo…?


—Estoy cansado y quiero dormir —la interrumpió distraído antes de que
terminara la frase. Luego, se dirigió al sofá, se acostó, le dio la espalda a Delia y
se quedó dormido.

Ella se quedó anonadada y la sonrisa en su rostro desapareció lentamente.


Confundida, bajó la cabeza y fue en silencio a ducharse. No entendía por qué
había elegido dormir en el sofá hoy, pero se había quedado dormido así que no
quería molestarlo. «Tal vez esté exhausto por el trabajo».

Cuando Miguel despertó a la mañana siguiente, vio que ella ya había servido el
desayuno en la mesa del comedor.

—¡Buenos días! —lo saludó con una sonrisa. Estaba sirviendo la avena cocida
cuando lo vio salir del baño vestido impecable.

Miguel forzó una sonrisa y dijo:

—Buenos días. —Luego, se dirigió a la mesa del comedor y se sentó—. A partir


de mañana, deberías dormir la mañana. No tienes que levantarte tan temprano
para prepararme el desayuno —dijo como si estuviera preocupado por ella.

—No tengo la costumbre de dormir hasta tarde —le respondió con una sonrisa
de alivio.

«¡Verdad! En efecto, no tiene la costumbre de dormir hasta tarde. Aun cuando


se acuesta muy tarde, se levanta a tiempo por la mañana. Sin embargo, podría
levantarse tarde por alguna circunstancia especial».

—Como quieras. —Se limitó a responder antes de probar la avena—. Está un


poco insípida.

Delia de inmediato probó la suya. Luego, dijo en desacuerdo:

—¡No está insípida! ¡Creo que tiene el punto exacto!

—Por cierto, esto es para nuestros gastos diarios —murmuró mientras sacaba
su cartera de la chaqueta y ponía algunos billetes sobre la mesa.

—No hace falta que me des dinero. Tengo suficiente por ahora —dijo ella con
una sonrisa. Tras una breve pausa, añadió—: Aún no he gastado todo el que me
diste.

Al oír esto, Miguel tomó con calma el dinero y no dijo nada.

Cuando terminó de desayunar, Delia se apresuró a alcanzarle el maletín justo


cuando iba a salir para el trabajo. De repente, recordó algo y le dijo:

—¿Puedes ayudarme a conseguir una carta de culminación de pasantía? No me


he graduado todavía, así que tengo que volver a la universidad para terminar
mis clases el mes que viene. Como pedí una licencia para hacer la pasantía,
tengo que entregar una carta con el sello de la empresa cuando vuelva.

—¿Eso significa que no estarás en casa por un largo tiempo? —le preguntó.

Delia asintió y dijo:

—Pero volveré cada mes.

—De acuerdo, te traeré la carta esta noche —respondió él con una sonrisa
forzada. Entonces dio la vuelta y se fue.

Cuando Miguel se marchó, Delia se dio cuenta de que se había quedado sola
otra vez. Como de costumbre, cada vez que esto pasaba, se ponía a hacer los
quehaceres domésticos. Cuando terminaba, se aburría un poco, así que
buscaba un lápiz y un papel y se sentaba a dibujar algunos diseños de
interiores con temáticas especiales. Aunque ganaba bien en el Club Nocturno
Tentación, no se olvidaba de la carrera que estaba estudiando.

De repente, oyó el timbre, se levantó del escritorio con rapidez, se puso las
pantuflas y se dirigió a la puerta. Miró por la mirilla y vio a una elegante mujer
de cabello largo ondulado, muy maquillada y con los labios rojos. Una vez que
estuvo segura de que no era una mala persona, abrió la puerta y preguntó con
amabilidad:

—¿Puedo saber a quién busca?

La mujer miró a Delia de pies a cabeza, sonrió y dijo:

—Hola, soy la nueva secretaria de Miguel y me pidió que viniera a buscar un


documento.

—¿Dónde lo dejó? Iré a traérselo —dijo Delia con una sonrisa.

La mujer parecía obstinada. Sus labios se curvaron en una sonrisa y dijo:

—¡El lugar donde guarda los documentos de la empresa debe mantenerse en


secreto!

Atada de manos, a Delia no le quedó más remedio que dejarla pasar.

Cuando la mujer entró a la casa, Delia olió su perfume, que a pesar de ser
fuerte, olía muy bien. Delia no tenía ni idea de qué marca era. En resumen,
pensó que el perfume olía bien. «¡Lo más probable es que sea un perfume muy
caro!». De inmediato, recordó el olor.

Sin que Delia la guiara, después de que Sofía inspeccionó la pequeña casa de
alquiler, fue directo al armario junto al escritorio y empezó a hurgar. Delia no
sabía qué buscaba la mujer en el armario de ella y de Miguel. De espaldas a
ella, Sofía sacó a escondidas una carpeta de su bolso antes de cerrar la puerta
del armario y darse la vuelta.

—Ya lo tengo. Gracias —dijo con una sonrisa mientras agitaba la carpeta en su
mano.

Delia le devolvió la sonrisa con amabilidad, sin sospechar en absoluto de la


mujer.

Antes de marcharse, Sofía se giró de repente y preguntó:

—¿Eres la sirvienta que contrató Miguel? —La pregunta sobresaltó a Delia.


Justo cuando iba a negarlo, la mujer sonrió y se marchó.

Después de salir del condominio, Sofía no pudo evitar soltar una carcajada. «La
mujer de Migue no me llega ni a los tobillos. Pensaba que sería excepcional,
pero no es más que una sirvienta de la periferia».

Delia, aburrida, le envió un mensaje a su mejor amiga.

«Dunia, hay un perfume que huele muy bien, aun cuando no seas del tipo de
persona que le gusten los perfumes. ¿Qué marca es?».

«¿<i>Dior</i>? ¿<i>Chanel</i>? ¿<i>Lancôme</i>?», le respondió Dunia.

Al ver las marcas que Dunia le envió, Delia se sintió frustrada. No sabía nada de
artículos de marca. Entonces, decidió ir al centro comercial de artículos caros
del centro de la ciudad para echar un vistazo. Se cambió de ropa, agarró su
bolso, metió las llaves y el teléfono y se subió a un autobús público.

La primera planta del centro comercial estaba llena de mostradores de joyas y


productos de belleza, así que Delia no tardó en encontrar el mostrador de
perfumes. Entonces, bajó la cabeza y miró con detenimiento los pequeños
frascos que costaban miles en la vitrina.

—Señor, este centro comercial es uno de los más lujosos del Grupo Larramendi.

Ahora que Manuel empezaba a hacerse cargo del Grupo Larramendi, su abuelo
le envió a Saúl Zulueta como asistente para que lo llevara a «recorrer» los
negocios del grupo.

Su séquito le presentó con respeto cada departamento. Manuel estaba mirando


a su alrededor, pero no estaba prestando mucha atención. Por fortuna, se
adaptó bastante rápido al mundo de los negocios después de retirarse del
ejército.

Manuel recorría el centro comercial con la mirada y se detuvo de repente en un


mostrador de perfumes.
Delia estaba ligeramente inclinada, como si estuviera estudiando los perfumes
en la vitrina con gran interés.

—¡Hola, señorita, permítame recomendarle este perfume! Es de


<i>Lancôme</i>... —La vendedora empezó a soltar su discurso de venta.
Aunque habló hasta que se le secó la garganta, Delia no parecía tener
intenciones de comprar porque, para ella, ¡estos perfumes eran demasiado
caros!

Aunque Miguel le daba dinero para sus gastos, ella no lo gastaría en artículos
de lujo. Además, estaba aquí porque se aburría en casa, y por eso estaba
mirando las vidrieras.

—Lo siento. Solo estoy mirando —le informó a la vendedora con una sonrisa
porque no quería que perdiera el tiempo.

La expresión de la vendedora se avinagró de inmediato, miró a Delia y en su


mirada se reflejaban sus insultos hacia ella. «¿Por qué estás mirando si no
quieres comprar nada? ¡Qué fastidio!».

Entretanto, Delia se centró en los frascos de perfume. Le parecían maravillosos


porque eran coloridos y brillantes.

Manuel frunció el ceño de manera instintiva; no le gustó cuando la vendedora


menospreció a Delia con la mirada. «Yo adoro tanto a esa mujer. ¿Cómo puedo
permitir que una mujer cualquiera la trate con tanto desprecio?».

—Despide a esa vendedora —ordenó Manuel con frialdad.

El gerente de turno asintió de prisa, por supuesto, sin tener el valor de pedir una
explicación.

Saúl, el asistente de Manuel, explicó en un susurro:

—El cliente siempre tiene la razón. Hay que tratarlos a todos por igual sin
importar su estatus.

El gerente de turno se sorprendió. Entonces, hizo una ligera reverencia y se


retiró.

Delia todavía estaba curioseando cuando sustituyeron a la vendedora por una


nueva; esta vez, amable y aún más bonita que la anterior.

—Señorita, ¿le interesan los perfumes? —le preguntó con una sonrisa.

Delia asintió y añadió:

—Pero no voy a comprar.


—Puedo recomendarle algunos, aunque no esté interesada en comprar. —
Entonces, sacó algunas muestras de la vitrina y empezó a explicarle sobre cada
una.

Delia olió casi todos los perfumes. Sin embargo, ninguno olía similar al de
aquella mujer… la que había pasado por la casa para recoger los documentos.

Manuel no se marchó, en cambio, se quedó observando a Delia en silencio


desde una distancia prudencial.

—¿No le gusta ninguno? —le preguntó la vendedora con una sonrisa cortés.

Delia señaló inesperadamente un frasco azul claro y respondió:

—Me gusta este.

En ese momento, una seductora voz masculina se escuchó a su lado.

—Envuelva dos frascos de ese perfume.

—Por supuesto, señor. —La vendedora se dio la vuelta y tomó del mostrador
dos frascos sellados de perfumes.

Delia miró hacia el lugar de donde provenía la voz y se encontró frente a frente
con el apuesto rostro de Manuel.

—Eres tú... —«He vuelto a tropezarme con él».

—¿Cuándo regresaste del país K? —le preguntó él calmado. «¿Por qué el Señor
López no me informó que Mariana había regresado?», pensó.

—Yo nunca he ido al país K —murmuró ella en voz baja.

Debido al bullicio en el centro comercial, Manuel entendió lo contrario, que


acababa de regresar del país K.

—Señor, serían $5.600 —le informó la vendedora.

El secretario de Manuel de inmediato pagó la cuenta. Acto seguido la


vendedora entregó los perfumes al mismo Manuel, quien tomó la bolsa y se la
dio a Delia.

Ella lo miró con desconcierto porque no entendía lo que estaba haciendo.

—Esto es para ti —le dijo.

—¡No, gracias! No necesito perfume. —Delia agitó la mano con pánico.


«¿No necesita perfume?». Manuel le agarró las manos y colocó la bolsa en
ellas.

—Hemos terminado por hoy —le informó a su secretario que estaba esperando
a su lado.

—De acuerdo —asintió el secretario quien le indicó a los otros subordinados que
podían retirarse. «¿El Señor Larramendi no está comprometido? ¿Por qué está
coqueteando con una mujer cualquiera en un centro comercial?».

Manuel hacía caso omiso de lo que pensaran los demás. Solo sabía que le
costaba dejar ir a «Mariana» cada vez que se tropezaba con ella.

—Sígueme. —Manuel la agarró por la mano y se la llevó a rastras.

—¡Oye! ¡Oye! ¡Oye! —gritó Delia tres veces a todo pulmón.

Sin embargo, a Manuel no pareció importarle. «Tarde o temprano tendrá que


dirigirse a mí como "querido". Cuando recibamos el certificado oficial de
matrimonio, me pregunto si le parecerá una grata sorpresa que su prometido
esté delante de ella».

Luego arrastró a Delia hasta su enorme todoterreno negro. Ella se sentó en el


asiento del acompañante y él, en el asiento del conductor.

—¿A dónde me llevas esta vez? —le preguntó con angustia. «¿Por qué es tan
dominante cada vez que nos encontramos?».

Manuel se quedó sentado sin encender el auto. Tras una breve pausa, sacó el
frasco de perfume de la bolsa y se lo dio a Delia.

—Aplícate un poco. Déjame olerlo.

—Yo...

—¿Umm? —Manuel levantó una ceja, muy seguro de sí mismo.

Delia frunció los labios y sintió que su ímpetu se desvanecía. No tuvo más
remedio que abrir el frasco y hacer lo que le pidió. Sin embargo, no tenía ni idea
de cómo aplicar el perfume. Por tanto, se puso un poco en el dedo, le
embadurnó la mejilla a Manuel y se echó a reír a carcajadas.

Al principio, la expresión de Manuel era fría y distante, pero no pudo evitar


sonreír cuando la vio reír. «Se ve hermosa y adorable cuando ríe. Nunca se
maquilla, pero tiene la piel tan humectada que parece casi translúcida. De
hecho, parece que florece cuando sonríe con alegría».

De repente, Manuel le agarró las manos y ella se sobresaltó. Antes de que


pudiera responder, él la abrazó con fuerza.
—Suéltame ahora mismo... —Delia forcejeó para soltarse.

Manuel sujetó sus manos con firmeza. Entonces bajó la cabeza y selló sus
labios con un beso.

Delia se sintió abrumada por el olor del perfume que le había untado.

Él se levantó de repente mientras la besaba y se pasó para el asiento del


acompañante junto a ella.

De pronto, Delia sintió que el respaldo del asiento se reclinaba y cayó hacia
atrás, seguida por el pesado cuerpo de Manuel que la inmovilizaba.

A ella se le cayó el perfume de la mano mientras forcejeaba y se derramó en el


auto. La fragancia inundó todo el interior y estimuló algo en Manuel porque sus
besos se volvieron aún más agresivos y enérgicos.

Delia, conmocionada, abrió los ojos como platos y las lágrimas no tardaron en
rodar por sus mejillas.

Él la besó con más intensidad aún. Sus besos eran calientes como un volcán a
punto de entrar en erupción. Sujetó sus manos con firmeza para no dejarla ir y
sus labios tampoco se apartaron de los de ella. Delia tenía los ojos salidos de
las órbitas y Manuel confundió sus silenciados gritos de protesta con gemidos
de placer.

Ella estaba sufriendo tanto mental como físicamente. Su aliento abrasador la


estaba llevando a la desesperación.

El impresionante y apuesto rostro de Manuel era todo lo que veía. No se podía


negar que era atractivo, pero en ese momento, ella pensaba solo en su esposo
Miguel. ¡Cuánto deseaba que la salvara en ese momento! No podía dejar de
llorar.

Manuel sintió algo húmedo en su cara y levantó la mirada sorprendido. Vio que
ella estaba llorando y lo miraba con vehemencia. De repente, se sintió
confundido.

Ella aprovechó que él estaba distraído para liberar sus muñecas. Levantó la
mano y le dio una bofetada antes de empujarlo con toda la fuerza que tenía.
Luego, se subió el pantalón a toda prisa y escapó del auto.

Manuel sintió el ardor en su rostro y no podía entender por qué «Mariana» se


había resistido. Al verla escapar a toda prisa, su corazón palpitó con dolor.

Delia fue directo a ducharse en cuanto llegó a casa. «Aunque ese hombre no
invadió mi cuerpo, me tocó por todas partes e incluso...», cuanto más
recordaba lo sucedido, más asco sentía y más se angustiaba. «Salvé a un
demonio que no merecía ser salvado…».

No cocinó en todo el día porque estaba de mal humor. Sabía que, aunque
cocinara, comería sola porque Miguel no vendría a casa.

Delia notó que Miguel estaba diferente en los últimos días y que no era el
hombre con quien se había casado. No podía entender su repentino cambio.
Ella se sentía tan agraviada e impotente que quería llorar, pero no podía.

Por otro lado, Manuel continuaba conmocionado después de la bofetada de


«Mariana». No tenía ni idea de cómo enfrentarla ahora. Se quedó anonadado en
silencio en el auto, perdido en sus pensamientos.

La fragancia del perfume seguía impregnada en el auto, tan intensa como para
incitar a la lujuria. Sin embargo, lo que más extrañaba él era el aroma natural de
«Mariana».

Manuel no sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero salió de su estupor cuando el
Señor López lo llamó por teléfono de manera inesperada.

—Señor Larramendi, la Señorita Suárez acaba de regresar del país K, pero


compró un boleto de vuelta en el próximo vuelo cuando supo que usted quería
verla esta noche —le informó el Señor López con toda sinceridad.

«Mariana acaba de regresar del país K y tiene prisa por volver. Parece que lo
que hice la enfadó. ¡Debe estar evitándome con excusas!».

—En ese caso, ¡déjela! —respondió Manuel con una risa amarga.

No esperó comportarse como una bestia salvaje. Estaba actuando por puro
instinto primario, como si quisiera utilizarla para satisfacer sus necesidades
carnales. «¡Fui demasiado brusco con ella!». Manuel se arrepintió mucho de sus
actos, pero no se dio cuenta de que el perfume lo había estimulado.

Por otro lado, Sofía estaba molestando abiertamente a Miguel a pesar de saber
que estaba casado.

—Migue, te necesito. Jamás buscaré a otro hombre. Ni siquiera me importa que


estés casado —Sofía fue directa cuando le habló.

Miguel cenó en casa de ella.

Ella derramó un poco de sopa en su ropa por accidente, por lo que se excusó
para cambiarse en su dormitorio. Sin embargo, cuando salió de la habitación,
llevaba un camisón de tirantes de tela fina y semitransparente.

Miguel le lanzó una mirada lasciva y tragó en seco de forma instintiva.


Ella jugaba con su cabello mientras se acercaba a Miguel de manera seductora.

—Migue, ¿aún recuerdas... nuestra primera vez? —le preguntó con voz suave.

Se paró frente a él y tomó su mano para que explorara bajo su ropa.

Miguel sintió que le dio un vuelco el corazón. Una oración tan sencilla, pero le
traía muchos recuerdos.

«La primera vez... Nuestra primera vez... fue durante las vacaciones de verano
después de terminar la enseñanza media, en el hotel cerca de la casa de Sofía.
Fue algo similar a la situación actual pues nuestra primera vez… ella tomó la
iniciativa. Hace años, cuando salió del baño, también iba vestida de forma
similar con un camisón muy atractivo y semitransparente. Sin embargo, en
aquel momento solo tenía dieciocho años y no llevaba maquillaje. Su rostro era
tan puro como el de una niña. En cuanto a mí, tenía dieciocho años y aquel día
me limité a besarla y acariciarla. No me propasé con ella».

Ella, Sofía Juárez, podía considerarse su iniciación sexual. Esa fue la primera
vez que se dio cuenta de que el cuerpo de una mujer era tan suave y hermoso.

Sofía puso las manos de Miguel sobre su cuerpo y así invocó todos sus
recuerdos.

»Dijiste que... estaba deslumbrante... —pronunció ella con dulzura. Él bajó la


mirada—. Bésame, Migue… —Se sentó a horcajadas sobre sus muslos y tomó
su rostro entre sus manos. Ella desprendía una agradable fragancia; de hecho,
lucía encantadora y seductora, como una rosa roja floreciente.

Mientras tanto, él permaneció en silencio.

Ella tiró con suavidad de sus manos con la mirada fija en él, como si esperara
una reacción.

Bzz... Bzz...

En ese momento, el teléfono de Miguel vibró en su bolsillo. Lo sacó, miró el


identificador de llamadas y de manera instintiva frunció el ceño antes de
contestar.

—Bueno... Miguel... yo... yo... —La frágil voz de Delia se escuchó del otro lado de
la línea.

Él frunció el ceño aún más.

—¿Sí?

—Yo... tengo el período... Y me duele… mucho el vientre... —Delia tenía la mano


en el vientre y estaba tirada en la entrada del baño. Tenía cólicos menstruales.
No encontró ningún medicamento en la casa; para ser exactos, no compró
ningún medicamento para ella de antemano. Desde que tuvo su período por
primera vez, padecía de dismenorrea. Por tanto, sentía como si la estuvieran
apuñalando en el estómago innumerables veces y se retorcía en el suelo de
dolor.

Ella no quería molestarlo, pero no tenía otra opción.

—Aguanta. ¡Iré a casa enseguida! —Miguel se levantó de manera abrupta


después de colgar.

Sin embargo, Sofía se aferró a su mano y lo miró lastimosamente. Miguel le dio


unas palmaditas en la cabeza para tranquilizarla y la consoló con voz tierna:

—Sofía, hasta que no me divorcie de Delia, no me acostaré contigo. —Entonces,


tomó la llave de su auto y se marchó.

Ella se mordió el labio inferior y pisó con rabia el suelo. «Resulta que la mujer se
llama Delia. Es a quien él llama, ¡incluso en sueños!».

Miguel condujo como un loco y aceleró durante todo el trayecto. Después de


comprar algunos medicamentos en una farmacia cerca de su casa, regresó a
toda prisa.

—¿Delia? ¿Delia? —la llamó después de encender las luces.

Se sobresaltó cuando se dio cuenta de que estaba tirada en el suelo en la


entrada del baño. Se apresuró a levantarla y a colocarla en la cama. Después, le
preparó una infusión con algunos medicamentos. Delia estaba muy pálida,
como si estuviera a punto de desmayarse. Él le llevó la infusión al dormitorio y
la ayudó a levantarse; dejó que se recostara en su pecho para dársela con
suavidad.

Cuando se tomó todo el medicamento, se recostó a él muy débil y de repente


sonrió aliviada.

—Gracias...

—Boba, somos marido y mujer; no tienes que agradecerme —le respondió con
ternura.

Ella sonrió al oír eso. Él volvió a acostarla y la arropó.

Justo cuando se iba a levantar, Delia lo agarró por la muñeca de repente.

—No te vayas... —le suplicó.

Miguel se echó a reír.


—No me voy. Solo voy a ducharme y enseguida regreso a hacerte compañía. —
Sus palabras hicieron que el corazón de Delia se acelerara.

Era leve, pero percibió una fragancia familiar en su cuerpo. «Esa fragancia...
Cierto... Es de la mujer de esta mañana», comenzó a darle vueltas en la cabeza,
pero se detuvo de inmediato. «Esa mujer pasó a recoger unos documentos.
Deben tener una relación laboral, así que es normal que traiga su olor encima;
ellos interactúan en el trabajo».

Cuando Miguel salió del baño, fue a ver cómo se sentía Delia y la encontró
profundamente dormida. «Se ve igual que aquella noche en el tren cuando la vi
por primera vez. Dos mujeres... Delia y Sofía... Una acaba de convertirse en mi
esposa, mientras que la otra fue mi primer amor... ¿Cómo elijo?». Miguel sintió
que no tenía una respuesta.

Antes del regreso de Sofía, pensaba que podía vivir feliz con Delia para
siempre. Aunque estuvo cinco años sin Sofía, ahora podía pasarla bien con
Delia pues se sentía muy relajado y a gusto con ella.

No creyó que ella tuviera segundas intenciones cuando se acercó a él y por eso
nunca se le ocurrió levantar la guardia. Delia siempre le había parecido sencilla
y pura. Tenía la sensación de que era inmaculada, como Sofía en el pasado.
«Sin embargo... Delia ahora ya no lo era...».

Miguel se inclinó, acarició su frente y se acostó en el sofá a su lado.

No podía olvidar el hecho de que ella no solo cantaba en el club nocturno, sino
que también vendía su cuerpo. Le dolía el corazón, como si millones de
hormigas se lo estuvieran comiendo vivo por dentro.

Al día siguiente, cuando Delia despertó, se dio cuenta de que estaba acostada
en la cama y no pudo evitar sonrojarse. Sin embargo, justo cuando pensó que
esa noche había compartido la cama con Miguel, se sobresaltó al ver que no
había ni una sola arruga en el otro lado de la cama. Delia rara vez se movía
mientras dormía; solo ocupaba un área pequeña de la cama. Por lo tanto...

Cuando se levantó de la cama, notó que los cojines del sofá estaban arrugados,
pero Miguel no se veía por ninguna parte. Entonces supo que era como
pensaba… Miguel no había compartido la cama con ella.

«¿Por qué?». Esa pregunta la atormentaba. «¿Por qué siendo recién casados, mi
marido se niega a compartir la cama conmigo? ¿He hecho algo malo?».

«¿Por qué Miguel de repente está tan distante conmigo?», ese pensamiento la
deprimía.

Después de asearse, se dirigió a la mesa del comedor. Sin embargo, cuando vio
el desayuno sobre la mesa, no pudo evitar sonreír. Había dos tazones
preparados con una nota: «Acuérdate de desayunar y tomar la medicina a
tiempo. Esta noche vendré a cenar a casa».

Su escritura era inmaculada. Delia hizo a un lado la nota y observó el contenido


de los tazones: tacos de frijoles, huevos al vapor y una variedad de panes
rellenos. «Mi desayuno favorito...».

Sonrió. Se sentó en la mesa y comenzó a comer feliz. Ya había olvidado la


horrible experiencia de ayer cuando aquel hombre casi la viola en el auto.

Sin embargo, el sentimiento de felicidad duró poco… solo lo experimentó


durante el tiempo que pasó con Miguel la noche anterior. En los días siguientes,
él ni siquiera regresó a la casa, aunque no fue por Sofía, ni por Delia. Estaba
demasiado ocupado en el trabajo.

Delia se dio cuenta con tristeza de que, a pesar de estar casada, al final seguía
estando sola. «Sigo comiendo sola, durmiendo sola... y deambulando sola en
una casa grande y vacía». Con el tiempo, Delia corroboró su corazonada.
«¡Miguel se casó conmigo por lástima debido al calvario que he pasado! Es un
hombre amable y por eso...». Delia estaba segura de que esa era la razón. «En
ese caso, ¿no es patético mi matrimonio? Sin embargo, ya que estoy casada,
tengo responsabilidades con mi familia. Aun cuando él no me ama, me
esforzaré para que se enamore de mí porque ante la ley soy su esposa.». Al
decidir eso, Delia se animó al instante.

«¡Tengo que hacer algo!». Con ese pensamiento, encendió la computadora y


empezó a buscar en Internet métodos para mejorar las relaciones entre marido
y mujer. Antes, no tuvo el valor de comprar el perfume, pero esta vez, regresó a
la tienda y lo compró sin dudar. No solo eso, también compró un camisón muy
hermoso y sensual.

En cuanto llegó a casa, Delia redactó un mensaje en su teléfono: «Miguel,


¿puedes venir más temprano hoy?». Luego, cambió la palabra «Miguel» por
«Querido» antes de enviarlo.

En la oficina, Miguel oyó que su teléfono vibró dos veces, así que lo revisó con
una mano mientras seguía usando la computadora con la otra.

«Querido, ¿puedes venir más temprano hoy?», escribió Delia.

«Tengo que trabajar horas extras esta noche. Tengo que apresurarme para
terminar un diagrama de diseño», contestó Miguel.

Delia hizo un mohín de disgusto cuando recibió el mensaje. «¡He preparado


todo, hasta el más mínimo detalle! ¡No puedo permitir que sea en vano!».
Después de devanarse los sesos, por fin encontró una manera.
«Querido, no me has acompañado como es debido desde que legalizamos
nuestro matrimonio. ¿Por favor puedes venir más temprano a hacerme
compañía esta noche?», escribió ella.

Del otro lado, su teléfono volvió a vibrar. Miguel levantó una ceja en señal de
sospecha tras leer su mensaje. «¿La mujer que me envió este mensaje es la
Delia que conozco? ¿Por qué hoy me parece que es una persona muy diferente?
Quizás está tonteando conmigo porque está aburrida en casa». Él no la tomó en
serio; en cambio, le envió una respuesta breve.

«Haré todo lo posible», contestó él.

Cuando ella leyó su respuesta, sintió que su corazón daba saltos de alegría.
Después de cenar sola, Delia pidió permiso para faltar al Club Nocturno
Tentación esa noche y así poder prepararse. Sin embargo, ella terminó de ver
una serie dramática y Miguel aún no había regresado. «Parece que una vez más
no vendrá a casa». Se sentó en el sofá y abrazó una almohada. Ver la televisión
le dio sueño y pronto se quedó dormida.

Cuando Miguel terminó por fin de trabajar, recordó que le había prometido a
Delia volver a casa temprano. Por tanto, recogió sus cosas a toda prisa y salió
de la oficina, pero con el apuro dejó el teléfono.

Al llegar a casa, vio que el televisor de la pared estaba encendido. Supuso que
Delia seguía despierta, así que encendió las luces y entró en la casa. Sin
embargo, la vio profundamente dormida en el sofá.

Miguel apagó el televisor antes de agacharse para cargarla y de inmediato


percibió su aroma. Era seductor, pero para nada intenso. Era suave, pero
embriagador. Miguel no pensó demasiado en eso porque asumió que era la
fragancia de su gel de baño. Entonces, la llevó a la habitación de huéspedes.
Justo cuando la colocó en la cama con delicadeza, su bata se abrió y vio que
estaba vestida con un camisón blanco de tela fina que mostraba por completo
su torneado cuerpo. Él tragó en seco por reflejo.

—Umm... Hace frío... —murmuró ella mientras se acurrucaba de manera


instintiva.

Miguel recobró el sentido, pero en el momento en que iba a cubrirla con una
manta de lana, ella se despertó sobresaltada.

Cuando Delia vio a un hombre cubriéndola con la manta de lana, se sentó y


emocionada lo abrazó por el cuello.

Sus acciones asombraron a Miguel.

—Delia...
—¡Por fin estás en casa! —exclamó aliviada. «Pensé que no volvería a casa esta
noche».

Estaba arrodillada en la cama abrazándolo con fuerza mientras él permanecía


quieto junto a la cama. Su terso cuerpo y su fragancia suave hicieron que
Miguel subiera los brazos poco a poco hasta por fin abrazarla. Miguel respiraba
su aromático perfume. Ladeó la cabeza y le besó el lóbulo de la oreja.

Delia se estremeció; sintió como si un impulso eléctrico recorriera su cuerpo.

Su inexperiencia e incertidumbre lo excitaban. Él acariciaba su espalda con sus


grandes manos mientras sus besos se desplazaban desde el lóbulo de su oreja
hacia su cuello. Su piel tersa, su fragancia desbordante y la inseguridad que la
hacía temblar cautivaron su corazón. Los movimientos de Miguel eran certeros,
pero para ella todo era nuevo e incierto.

Delia no sabía cómo seguir a Miguel, por lo que se limitó a apretar los brazos
alrededor de su cuello mientras él la besaba y la acariciaba.

Él tomó sus manos y le enseñó a desabrochar la hebilla oculta del cinturón de


su pantalón. ¡Clic! Fue el suave sonido de la fricción entre dos piezas de metal.

Delia ya se estaba sonrojando con frenesí y ahora estaba tan nerviosa que se
quedó sin aliento.

—Delia... no tengas miedo...

Ella asintió nerviosa. «Lo que tenga que pasar, pasará después de todo...».

»Delia, abre los ojos y mírame —le dijo con dulzura.

Ella abrió los ojos y vio su apuesto rostro. Su mirada estaba llena de lujuria y se
le cortó la respiración al ver lo atractivo que era.

Sin embargo, en ese momento sonó el timbre de la puerta. ¡Din don! ¡Din don!
¡Din don!

Alguien estaba tocando el timbre con prisa y resultaba muy molesto dadas las
circunstancias. El ruido hizo que Miguel recobrara el sentido y lo devolvió a la
realidad.

—Bueno... ¿vemos quién está tocando la puerta? —preguntó ella con voz débil.

Miguel esbozó una sonrisa de impotencia antes de alejarse de ella y tuvo la


consideración de agarrar una manta de lana para cubrirla.

Delia agarró la manta de lana y no tuvo el valor de mirar a Miguel a los ojos, por
lo que se cubrió la cabeza con timidez.
Él se acomodó la ropa antes de salir de la habitación de huéspedes y se dirigió
a la entrada principal. Sintió que su corazón se detenía cuando vio quién era a
través de la mirilla. El timbre volvió a sonar. Miguel miró la puerta antes de
buscar sus llaves. Luego, se puso los zapatos para salir de la casa y cerró la
puerta tras de sí.

Sofía estaba al otro lado de la puerta y lo vio cerrarla y salir con vergüenza, lo
que provocó que a ella le doliera el corazón.

—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que tu mujer se entere?

—Sofía, ¿por qué viniste a buscarme? —Miguel cambió de tema enseguida.

Ella sacó el teléfono de Miguel de su bolso y se lo entregó.

—Pensé que estabas trabajando hasta tarde, así que fui a buscarte. Entonces,
me di cuenta de que se te había quedado el teléfono.

—Gracias. —Miguel lo tomó con una sonrisa.

De repente, los ojos de Sofía se enrojecieron por las lágrimas y se lanzó a sus
brazos.

Él actuó por reflejo y la condujo hacia un pasillo oculto en el lateral. Quiso


apartarla, pero ella se aferró aún más a él.

Sofía percibió una fragancia tenue. Este perfume... olía a almizcle.

—¿Tu mujer te sedujo esta noche? —le preguntó con frialdad. Su voz destilaba
celos. Antes de que él pudiera responder, añadió—: De hecho, lo consiguió. Le
respondiste... La deseabas, Migue. ¿Estoy en lo cierto?

Miguel frunció un poco el ceño y se quedó callado.

Sofía sintió que se le rompía el corazón. «Antes, ella también había usado un
perfume con olor a almizcle para seducirlo, pero él no había reaccionado en lo
más mínimo. Sin embargo, aquella mujer llamada Delia logró que regresara a
su casa con facilidad con solo algunos mensajes coquetos. Nuestros perfumes
se asemejan; no obstante, él reaccionó como un hombre con esa mujer llamada
Delia. ¿Se ha enamorado de otra?».

Los ojos de Sofía se llenaron de lágrimas y se puso de puntillas para besarlo en


los labios.

—Migue, estás enamorado de mí, ¿verdad? Todavía estás enamorado de mí,


¿verdad? Migue, te amo. ¡Te amo tanto! No puedes dejarme... Por favor, no me
dejes... —Ella sollozaba mientras lo besaba con fuerza.
Miguel sintió que sus pensamientos eran un embrollo en ese instante. «¿Qué
estoy haciendo? Hace un momento, estaba disfrutando un momento romántico
con mi nueva esposa. Sin embargo, aquí estoy ahora, enrollándome con mi
primer amor».

—¡Sofía! —La apartó de un empujón—. ¡Detente!

Ella se quedó asombrada y de inmediato dejó de llorar.

—Acompáñame esta noche... —le suplicó.

Miguel sacudió ligeramente la cabeza.

»¿Por qué? ¿Piensas volver a meterte en la cama con tu mujer? ¿No sabes que
se echó un tipo de perfume que se usa para seducir a los hombres? —le
preguntó con frustración. Él frunció el ceño por reflejo—. ¿Creíste que
reaccionaste así porque estabas enamorado de ella? ¡No! ¡No es así!
Reaccionaste porque el perfume de tu mujer te envenenó —siseó ella de
manera rotunda.

Miguel parecía enfadado después de escucharla.

—Sofía, deberías irte a casa ahora.

—Migue...

—¡Basta! —Su voz era indiferente y dura.

Sofía se quedó callada. «Después de todo, he ganado. No hay necesidad de


molestarlo más. Debo saber cuándo parar».

—En ese caso, me iré a casa... —dijo antes de dirigirse al ascensor.

Cuando Miguel regresó a su casa, fue directo al baño a ducharse. Quería


deshacerse de su lujuria por Delia.

Por otro lado, Delia estaba tumbada en la cama y su corazón se aceleró cuando
oyó el sonido de la ducha. Tras una larga pausa, lo oyó salir del baño. Su ritmo
cardíaco volvió por fin a la normalidad cuando oyó que sus pasos se dirigían al
sofá. «Pensé que terminaría lo que habíamos empezado, pero parece que he
fracasado... Con toda honestidad, estuvo tan cerca de poseerme».

Delia se vistió y salió de la cama para ir con él. Estaba a punto de tocarlo
cuando él le dijo:

—Deberías acostarte más temprano.


Ella se quedó con el brazo en el aire y sintió que su corazón palpitaba con dolor.
Delia sonrió con amargura. «¡En verdad no me ama! ¡Si me amara, seguiría
deseándome aun después de que regresó! Por desgracia, no es así».

Por tanto, Delia regresó a dormir sola.

Al día siguiente, cuando se despertó, saludó a Miguel con una agradable


sonrisa. Sin embargo, él respondió con una actitud fría y distante.

—Miguel, ¿hice algo mal? —preguntó Delia vacilante mientras se mordía el labio.

—Tú… —Miguel la miró como si no estuviera seguro de lo que iba a decir.

Delia lo miró también y, con paciencia, esperó a que él terminara su oración,


pero no lo hizo.

»Me voy a trabajar —continuó Miguel con rapidez, se volteó y luego caminó
hacia la puerta.

Delia frunció el ceño y dijo con tenacidad:

—Miguel, yo quiero tener un hijo contigo.

Miguel se quedó paralizado cuando la escuchó decir que quería tener un hijo.
Luego, se volteó ligeramente y aún con voz impasible y poco cordial dijo:

—Todavía eres joven. Más adelante hablaremos sobre tener hijos.

—¡Yo quiero un hijo en verdad! —dijo Delia con determinación. «Yo podría
cautivar su corazón si tuviéramos un hijo juntos».

—¿Qué edad tienes ahora? —preguntó de repente Miguel con severidad.

—Tengo veinte años —respondió ella enseguida.

—¡Tu verdadera edad!

—Dieciocho y medio —contestó Delia mientras hacía un puchero.

—Por eso digo que eres demasiado joven. —Entonces Miguel frunció un poco el
ceño—. Tengo que trabajar, así que me voy.

—Yo… —replicó Delia. Sin embargo, Miguel salió de la casa antes de que ella
pudiera terminar de hablar.

«Yo de veras quiero un hijo con él…, pero ni siquiera he pensado en la


posibilidad de que él no quiera tener un hijo conmigo. Seguro eso es lo que
sucede. Él no quiere». Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y corrieron
por sus mejillas mientras se agachaba despacio. Por primera vez, ella era
egoísta porque no se conformaba con la lástima de Miguel, quería su amor.

Quizás fue ese egoísmo lo que hizo que ella llamara a Miguel para acosarlo con
preguntas porque estaba desesperada.

Miguel estaba trabajando cuando recibió su llamada.

—¿Hola? —Él siempre contestaba las llamadas de esa forma. Al principio le


parecía bien, pero después de varias llamadas, comenzó a molestarse—. Delia,
exactamente, ¿qué quieres? —Miguel dejó lo que estaba haciendo, se paró,
caminó hacia una ventana que era casi tan grande como la pared y comenzó a
mirar el panorama grisáceo que tenía frente a sus ojos.

Delia ya lo había llamado más de diez veces esa misma mañana. Primero, le
preguntó cuáles eran sus gustos y preferencias y, después, ¡hasta le habló
sobre el precio que tenía la col china hoy en el mercado!

En ese momento, Miguel ya estaba a punto de perder la paciencia.

—Te vas temprano en la mañana y regresas tarde en la noche. Nunca he tenido


la oportunidad de hablar mucho contigo, me gustaría conversar más —
respondió Delia.

Miguel frunció el ceño.

—Delia, estoy muy ocupado. Si eso es todo, ¡voy a colgar! —En cuanto colgó,
oyó una voz grave y ronca.

—¿Quién es Delia?

Miguel miró hacia la puerta de la oficina al escuchar la voz. Manuel ya había


entrado y estaba relajado sentado en el sofá.

—Manuel. —Miguel tiró su teléfono sobre el escritorio antes de sentarse frente a


su hermano.

—¿Estás con alguien? —preguntó Manuel de forma jocosa. «Me acuerdo de que
mi hermanito estaba muy enamorado de su primera novia».

Miguel movió la cabeza y luego cambió rápido el tema.

—Te voy a actualizar sobre los avances del proyecto en Villa Occidental.

Después de discutir sobre el proyecto, Miguel tuvo que salir de la oficina


durante un rato para resolver unos asuntos. Cuando salió, su teléfono, que
estaba sobre el escritorio, comenzó a vibrar de pronto. Al principio Manuel lo
ignoró, pero el teléfono volvió a vibrar y estuvo así durante diez minutos.
«¡Qué persona tan insistente!». Manuel sonrió divertido; entonces soltó sus
documentos, se dirigió hacia el escritorio y tomó el teléfono de Miguel. El
nombre que aparecía en la pantalla era «Delia» y se acordó de que era el mismo
nombre que Miguel había dicho cuando él llegó a la oficina un rato antes.
«Delia. Es un nombre bastante lindo».

Entonces contestó la llamada.

—Miguel, ¿vas a venir a almorzar más tarde?

«Esta voz…». Manuel se quedó desconcertado y sin saber qué decir.

»¿Miguel? ¿Por qué no me respondes?

—No es Miguel —respondió Manuel.

Delia estaba sorprendida al escuchar la voz de otro hombre del otro lado del
teléfono.

—Entonces…, ¿quién eres?

—Soy su hermano mayor —respondió Manuel.

«¡Su hermano mayor!». Delia frunció los labios y no sabía qué decir en ese
momento.

»¿Qué relación tiene usted con Miguel? —preguntó Manuel. «Esta voz me
parece conocida. Recuerdo que una vez alguien con esta misma voz dijo que
era la asistente de Migue».

Delia se quedó en silencio durante un buen rato sin responder la pregunta que
él le había hecho. Ella sabía que el hermano de Miguel no le hubiera preguntado
eso si Miguel le hubiera contado a su familia que se había casado.

»¿Eres su novia? ¿Eres Sirena? —Manuel la bombardeó con preguntas, pero ni


siquiera sabía por qué le estaba preguntando tantas cosas. «Esta chica tiene
exactamente la misma voz que mi Mariana; de hecho, hasta se parece a la voz
de Sirena. Ahora, al fin me convenzo de que existen personas en el mundo que
pueden tener la misma voz».

Delia colgó enseguida cuando escuchó las palabras de Manuel. Ella conocía los
límites con respecto a lo que se debía decir o no.

Cuando Miguel regresó a la oficina y vio a Manuel con su teléfono en la mano,


se puso muy nervioso. Entonces Manuel le pasó el teléfono a su hermano y
luego se rio de manera burlona.

—¡Te llamó una chica que se llama Delia para preguntarte si ibas a ir a la casa a
almorzar!
—Oh. —Miguel tomó el teléfono y fingió una sonrisa. Manuel nunca le había
preguntado por su vida personal.

Miguel siempre había sido así desde que era un niño; no comentaba mucho
sobre las cosas de las que no le gustaba hablar, sin importar cuantas veces
alguien le preguntara.

Mientras tanto, en casa, Delia preparó almuerzo para los dos, pero al final
almorzó sola, y lo mismo pasó en el horario de la cena.

Miguel siempre se iba temprano en la mañana y regresaba tarde en la noche,


mientras que Delia se quedaba sola en casa. Después de una semana así, ella
decidió regresar a la escuela para continuar sus estudios. Entonces, cuando se
lo dijo a Miguel por teléfono, él mandó a su asistente, Basilio, a llevarle a la casa
el informe de su pasantía en la empresa. Además de ellos dos, por el momento,
Basilio era la única persona que sabía sobre su casamiento.

Delia empacó su maleta y tomó el informe que le había traído Basilio. Luego,
llamó a Xiomara para solicitar vacaciones y comenzó a preparar su regreso al
Instituto de Construcción de Cuidad Ribera.

Miguel ya había reservado pasaje para Delia en el tren de alta velocidad. Sin
embargo, Basilio fue quien la llevó a la estación.

Mientras Basilio conducía, Delia, sentada en el asiento del lado del conductor,
no pudo evitar preguntar por Miguel.

—¿Miguel ha estado… muy ocupado por estos días? —preguntó Delia con
vacilación.

Basilio asintió mientras conducía.

—Todos en la empresa han estado muy ocupados en esta etapa porque el


verdadero Señor Larramendi regresó. ¡Él es muy ambicioso! Como
subordinados, solo podemos obedecer sus órdenes. No tenemos otra opción,
¡debemos trabajar horas extra!

Basilio se refería a Manuel cuando dijo «el verdadero Señor Larramendi».


Manuel quería expandir más el Grupo Larramendi, así que con el objetivo de
ampliar el campo de negocios invirtió en proyectos mayores. Delia no sabía
nada sobre lo que le estaba contando Basilio, así que no tuvo más opción que
creerle.

En este período había comenzado, de manera oficial, el proyecto del Complejo


en Villa Occidental, en el cual Manuel había invertido. Esa también era una
razón por la que Miguel había estado muy ocupado.
Miguel se había acostumbrado tanto a estar solo que había olvidado cómo ser
un buen esposo. Por otra parte, Manuel era diferente por completo. Desde que
dejó el ejército y se convirtió en un hombre de negocios, había tenido una
relación de amor y odio con Mariana. Sin embargo, siempre que tenía tiempo,
hasta se ponía a imaginarse cómo ella lo sorprendería cuando regresara de su
viaje al País K. Estas eran dos actitudes muy diferentes; un hombre estaba
enamorado y el otro no.

El Complejo en Villa Occidental estaba en fase de diseño. Manuel dejó a Miguel


encargado de esa tarea y esperaba que él mismo diseñara el complejo. Villa
Occidental era un lugar lindo y, sobre todo, Manuel deseaba mucho que a
Mariana le gustara. «Después de casados, si ella queda embarazada, creo que
Villa Occidental es un lugar excelente, con un paisaje magnífico para que se
relaje durante el embarazo».

Miguel se había dado cuenta de que estaba perdiendo su lugar tanto en casa
como en el trabajo desde que su hermano mayor, Manuel, había regresado del
ejército. «Antes, yo tomaba todas las decisiones. Sin embargo, ahora, no decido
nada; no tengo voz ni voto porque todo lo decide Manuel. Hasta mi tío Carlos,
que disfruta llevarme la contraria abiertamente y que algunas veces, en secreto,
hasta planea en mi contra, se ha estado portando bastante bien desde que
Manuel regresó. La verdad es que el Grupo Larramendi siempre le ha
pertenecido a Manuel».

Por otra parte, ahora Delia estaba en Ciudad Ribera. Había pedido unas
vacaciones del Club Nocturno Tentación para poder recuperar las clases
perdidas sin preocupación. Antes ella tenía que ingeniárselas con un trabajo a
medio tiempo mientras estudiaba, pero ahora no. El dinero que había ganado
en el club era suficiente para pagar sus clases y los gastos diarios.

Todos los días Delia mandaba mensajes a Miguel para saludarlo. Siempre le
escribía en la mañana, en la tarde y en la noche. Ella no se daba por vencida;
continuó escribiéndole, aun cuando él no respondiera. Delia hacía esto porque
lo amaba y también porque quería proteger su matrimonio. De hecho, no solo
estaba tratando de protegerlo, sino que estaba poniendo todo su empeño en
esa relación, pero simplemente no sabía por qué Miguel seguía indiferente sin
importar lo que ella hiciera.

Más que proteger su matrimonio, sería mejor decir que ella deseaba mucho
proteger esa familia que había creado. «¿Qué es lo que más ansío? ¡Una familia!
Eso es, ¡yo ansío una familia! Sin embargo, también deseo el amor de Miguel
más que nada».

Delia siempre estaba en el aula garabateando y con la mente distraída. Estuvo


así durante un mes.

Un día, una agradable compañera de aula le dio unos golpecitos a Delia el


hombro.
—Delia, te buscan afuera.

Delia asintió y luego soltó el lápiz. Entonces salió del aula y vio dos
guardaespaldas vestidos con traje y zapatos de cuero parados al lado de un
hombre de mediana edad que tenía algunas canas en el cabello.

—¿Pudiera preguntarle si es usted la Señorita Delia Torres? —preguntó el


hombre de mediana edad.

Delia asintió sin comprender. El hombre asintió con delicadeza y luego la


saludó con respeto.

»Señorita Torres, ¿cómo está usted? Yo soy el asistente del Patrón Larramendi,
Guido Lezcano. Me puede decir Señor Lezcano.

—¡¿Patrón Larramendi?! —preguntó Delia desconcertada.

El Señor Lezcano agregó:

—¿Su esposo es el Joven Miguel Larramendi?

Delia asintió sin saber qué estaba pasando y el Señor Lezcano se rio.

»El Patrón Larramendi es el abuelo del Joven Miguel Larramendi.

—Ah. Usted es el asistente de su abuelo. Mucho gusto… —Delia, muy educada,


saludó cuando comprendió quién era él.

El Señor Lezcano continuó sonriente:

—El Patrón Larramendi quisiera que usted nos acompañara.

—¿Ahora?

—Ajá.

—Pero estoy en clases…

—No se preocupe por la escuela, Señorita Torres, yo me encargo de eso. ¡Usted


solo tiene que venir con nosotros! —El Señor Lezcano parecía muy atento y
amigable.

Delia asintió con una sonrisa y se marchó con el Señor Lezcano.

En la reunión del día de hoy los hermanos Larramendi habían trabajado en


equipo y habían dejado a Carlos Larramendi sin participación. Cuando se
terminó la reunión, Miguel dio unos golpecitos en el hombro de Manuel y le dijo:

—Manuel, esta noche deberíamos celebrar.


—No, tu cuñada regresa del País K esta noche. ¡Quiero sorprenderla! —Manuel
se rio muy contento. Al fin, su Mariana ya no se escondería más de él.

Miguel soltó una carcajada.

—Ya veo que tú, que normalmente eres sereno y estricto, tienes un lado
romántico. ¡Esto es algo muy raro!

—No tengo otra opción. ¡Estoy enamorado de ella! —anunció Manuel con
sinceridad.

Entonces Miguel pensó en su situación actual al ver lo sincero que era Manuel
con respecto a sus sentimientos.

Últimamente, Miguel se había estado encontrando todos los días con Sofía.
Siempre que tenía tiempo por la mañana, se encontraba con ella. Él se había
dado cuenta de que nada había cambiado entre los dos desde que habían
estado juntos hacía cinco años. Ellos tenían muchísimos temas en común de
los que conversar porque sus intereses eran similares.

«Mientras que Delia y yo… Después de que le conté la verdad a Sofía y le dije
que estaba casado, ella no se ha limitado en su forma de ser conmigo; por el
contrario, ha estado mucho más cercana».

—Migue, yo te amo. Estoy muy enamorada de ti. Por favor, no me dejes… Te


suplico que no me dejes… —le suplicaba ese día Sofía, con lágrimas en los ojos,
para que no la dejara.

De hecho, aquel día, ella lloró mucho delante de Miguel, a quien se le destrozó
el corazón al verla así. Ahora él no sabía qué hacer. «¿Debo divorciarme de
Delia? Solo llevamos dos meses de casados. Yo he rechazado a Delia durante
estos dos meses desde que nos casamos, pero ella nunca se ha quejado. Cada
vez que regreso a casa, ella me recibe con una sonrisa, y tiene la casa muy
organizada».

—Migue, ¿estás bien? —preguntó Manuel preocupado, pues Miguel, de pronto,


se había quedado con la mirada perdida, distraído y en silencio. «Parece que mi
hermano pequeño tiene problemas personales».

Cuando Miguel reaccionó, soltó una carcajada.

—No es nada. Estaba pensando en otra cosa. Vamos a celebrar otro día
entonces, ya que no vas a estar libre hoy.

—¡Claro! —asintió Manuel. Luego se despidió de Miguel y se marchó con su


asistente.
Esa noche él tenía pensado recoger a Mariana en el aeropuerto, pero el Señor
López le informó que el Patrón Larramendi ya había dado la orden de recoger a
Mariana y llevarla a Ciudad Ribera. En ese mismo momento, también estaban
llevando a Delia hacia allá.

El Patrón Larramendi solo tenía dos nietos. Sin embargo, ellos se comportaban
como si él no existiera. De hecho, no iban a verlo en todo el año.

«Ahora mis dos nietos están enamorados, pero ni siquiera se han preocupado
en traer a sus novias a la casa para conocerlas. Por parte de Manuel está bien
porque él siempre me dijo quién era la mujer de la que estaba enamorado, pero
mi nieto más pequeño, Miguel, está siendo muy irrespetuoso». Aunque Miguel
era un hijo bastardo en la Familia Larramendi y el Patrón Larramendi nunca se
había preocupado demasiado por él, seguía siendo parte de la familia después
de todo. «Es ridículo que él se haya casado con esa mujer en secreto sin decirle
nada a su familia».

El Patrón Larramendi ya había investigado bien la procedencia de Mariana y


Delia. Por suerte, sus familias eran normales. Lo único de interés que encontró
con respecto a Delia fue que tenía un pasado lamentable.

Delia, en el auto de lujo, estaba nerviosa y no dejaba de preguntarse: «¿Quién es


Miguel? ¿Será solo un simple arquitecto?».

—Bueno…, Señor Lezcano…, ¿puedo hacerle una pregunta? —Delia tenía muchas
preguntas en su cabeza y estaba inquieta, no paraba de tocar una punta de su
camisa, mientras miraba al Señor Lezcano quien estaba sentado a su lado.

El Señor Lezcano asintió.

—Señorita Torres, usted puede preguntar lo que sea.

—¿A qué se dedica la familia de Miguel? —Puede que Delia no haya reconocido
la marca del auto en que estaba, pero sí sabía que era un auto muy caro.

Entonces el Señor Lezcano preguntó:

—¿El Joven Larramendi no le dijo? —Delia negó con la cabeza y el Señor


Lezcano sonrió con educación antes de volver a preguntar—: Señorita Torres,
¿ha escuchado hablar del Grupo Larramendi? —Delia asintió y Guido continuó
hablando—: El Patrón Larramendi es el presidente del Grupo Larramendi.

Delia estaba sorprendida. «¿Eh? ¡Eso significa que Miguel es el nieto del
presidente del Grupo Larramendi!».

Guido no dijo nada más. Él no dijo que Miguel era un hijo bastardo y que tenía
poca relevancia en la Familia Larramendi. Miguel, no solo no tenía poder, sino
que algunas veces el Patrón y el Señor Larramendi lo controlaban. Por esa
razón, Miguel siempre estaba solitario pues él sentía que no tenía familia a
pesar de tener una.

En otro auto venía Mariana, quien también estaba muy nerviosa. La cara de
Mariana era casi idéntica a la de Delia, pero más bonita. Su cara se veía linda y
delicada; su nariz, sus labios y las facciones de su rostro eran casi perfectos.

«Yo no me habría torturado tanto si no estuviera haciendo esto para verme


igual a Delia. A pesar de que hacía poco tiempo que había regresado a casa,
tuve que volver rápido al País K, para retocarme. Yo hice todo eso para evitar
que el Señor Larramendi me descubriera».

Las dos estaban viajando en la noche desde Ciudad Buenaventura hacia Ciudad
Ribera, pero el Patrón Larramendi las había mandado a buscar en autos
diferentes.

La Familia Larramendi tenía una mansión antigua en Ciudad Ribera que tenía
más de un kilómetro cuadrado de extensión. Esa mansión provenía de los
tiempos de la dinastía y era un legado de los ancestros de la Familia
Larramendi.

Esta era la primera vez que Delia y Mariana entraban a una mansión tan antigua
como las que solo habían visto en televisión.

La Familia Larramendi tenía un gran negocio y una casa inmensa. Delia estaba
sorprendida con la casa de los Larramendi; ella sentía como si estuviera
visitando un inmenso jardín antiguo.

«Por lo que veo… ¡me imagino que el colgante de jade que llevo puesto también
tenga una gran historia! Ya que es un colgante ancestral, ¡es probable que sea
una antigüedad!».

El Patrón Larramendi vio primero a Mariana. Después de todo, ella era la mujer
de su adorado nieto mayor, así que no quería dejarla esperando. El Patrón
Larramendi se quedó muy satisfecho al ver a Mariana porque era muy linda.
Hasta él, que era un hombre mayor, tenía que reconocer su belleza. La invitó a
sentarse, pero ella había escuchado decir al Señor López que el Patrón
Larramendi era muy tradicional, así que ella se quedó parada frente a él con un
ligero saludo. En ese momento, ella parecía una persona muy refinada y
educada.

—Entonces, ¿tu familia tiene una tienda de antigüedades? ¿Cómo va el negocio


de tu padre? —preguntó el Patrón Larramendi con naturalidad.

Mariana pensó antes de responder un poco apenada:

—Para ser sincera, mis padres son dueños de una tienda de imitación de
antigüedades. Todo lo que se encuentra en la tienda es una imitación. —
Mariana sintió como si se estuviera burlando de ella misma en secreto al decir
eso. «La tienda de imitación de antigüedades que tiene mi familia no es
relevante; lo más importante es que yo también soy una imitación. Para hablar
sin rodeos, yo soy una copia».

Sin embargo, el Patrón Larramendi solo reflejó una leve sonrisa, como si ese
tipo de cosas no fueran significativas para él. Su familia era muy importante y
prestigiosa. Todo el tiempo, las personas trataban de acercarse a la Familia
Larramendi, nunca sería al revés. Por tanto, al Patrón Larramendi no le
importaba la posición social de la familia de esta mujer.

»Abuelo, le traje este regalo del País K. —De pronto, Mariana sacó una cajita de
regalo de su bolso de mano y se la entregó al Patrón Larramendi. Ella había
comprado ese regalo para su propio abuelo, pero quién iba a pensar que el
Patrón Larramendi la mandaría a buscar sin previo aviso.

El Patrón Larramendi no pudo evitar sonreír cuando la mujer de su nieto dijo


que tenía un regalo para él.

—Entonces tengo que aceptar este regalo.

De inmediato, la secretaria del Patrón Larramendi se acercó, tomó el regalo de


las manos de Mariana y se lo entregó al señor.

—Espero que le guste —dijo Mariana con una sonrisa.

El Patrón Larramendi abrió la caja de regalo para ver qué contenía. Era una
antigua pipa muy rara para fumar tabaco.

Mariana había comprado esta pipa carísima en una subasta en el País K. Había
costado tres millones porque era una antigüedad que se había tenido que
transportar de un país a otro. Ella conocía un poco sobre estos temas y
después de que un experto le confirmara, la compró sin dudar.

«Después de todo, Manuel me dio el dinero. Si no lo gasto, solo estaría tirado


por ahí».

El Patrón Larramendi no pudo evitar fruncir el ceño al ver la pipa.

Mariana se puso nerviosa al ver la cara del Patrón Larramendi. «¿No le habrá
gustado? ¿Qué hago si no le gusta?».

Después de mirar bien la pipa, el Patrón Larramendi la volvió a poner en la caja


con cuidado y acarició la caja varias veces.

—Hija mía, ¿dónde conseguiste esta pipa? —preguntó el Patrón Larramendi y


Mariana no sabía qué decir—. Puedes ser honesta conmigo —añadió.

Entonces Mariana respondió con honestidad:


—Yo… yo la compré en una subasta en el País K. —«Después de todo es el
dinero de Manuel, así que no afecta mi bolsillo. De hecho, ¡hasta puede que me
haga ganar algunos puntos!».

—Hija mía, muchas gracias —dijo el Patrón Larramendi con voz seria.

Mariana estaba desconcertada. «¿Por qué el Patrón Larramendi está tan


agradecido por algo tan insignificante?».

Entonces el señor comenzó a explicar el origen de esa pipa.

Después de escuchar la historia que contó el Patrón Larramendi, Mariana se


quedó en silencio.

«¡Resulta que los Larramendi habían sido la familia real de la dinastía que
estuvo en el poder entre los siglos XVII y XX! Después del colapso de esa
dinastía, la familia cambió su apellido. Algunos de ellos lo cambiaron por
Navarro, Aragón o Lobón<i>. </i>Sin embargo, su familia, en particular, lo
cambió por Larramendi. Además, ellos mandaron a hacer dos pendientes de
jade que formaban la palabra «Larramendi». Uno de los pendientes tiene un
dragón entrelazado, mientras que el otro tiene un ave fénix alrededor también
entrelazada».

De pronto, Mariana comprendió el origen del pendiente de jade; el dragón


representaba a la familia real. Ella era buena con las palabras, así que llenó de
halagos al Patrón Larramendi, lo cual lo hizo sentirse muy feliz.

Al mismo tiempo, indirectamente, ella también se enteró por el Patrón


Larramendi de que Delia había salvado al Señor Larramendi una vez. Por tanto,
él quiso casarse con Delia para retribuirle.

«El Señor Larramendi es bastante amable. Está dispuesto a dedicar su vida a


una mujer solo porque lo salvó. No solo casarse, sino que a él le parece bien
todo lo que yo digo. Me da todo lo que quiero y tengo muchísimo dinero para
gastar. Gracias a él, yo soy una señorita adinerada que ahora pertenece a una
familia rica». Al fin, Mariana había aclarado todas sus dudas. Ella no se había
atrevido a preguntarle al Señor López porque temía ser descubierta.

Durante el encuentro de Mariana con el Patrón Larramendi, ella estuvo dándole


vueltas a la conversación hasta que descubrió la verdad. Finalmente, el Patrón
Larramendi comenzó a hablar sobre el tema.

Mariana había actuado con inteligencia esta vez. Ella sabía que tenía que
comportarse de manera adecuada y aparentar ser obediente porque había
escuchado decir al Señor López que el Patrón Larramendi era la persona más
poderosa e influyente de la Familia Larramendi. Mariana pensaba que mientras
le cayera bien a la persona más poderosa de la familia, no tendría de qué
preocuparse en el futuro cuando formara parte de la Familia Larramendi.
Por otra parte, a Delia la dejaron sola en el patio, pero ella se entretuvo con las
plantas que había allí, que eran exóticas y caras. No debemos olvidar que la
abuela de Delia era curandera; por tanto, después de vivir tantos años con ella,
Delia conocía un poco sobre plantas.

Cuando el Patrón Larramendi terminó su encuentro con Mariana se fue a


descansar. Al día siguiente, continuó con sus tareas desde temprano. Se había
olvidado por completo que debía encontrarse con Delia.

Mariana durmió bien. Aunque era una mansión antigua, era muy cómoda. En
cuanto se despertó, su futura suegra la mandó llamar.

«Supongo que no es tan fácil ser la prometida de alguien que pertenece a una
familia adinerada. Además de adular al patrón, debo complacer a la señora».

Mientras tanto en Ciudad Buenaventura, Manuel se había enterado de que el


Patrón Larramendi había llevado a Mariana para su casa, así que él también se
dirigió hacia Ciudad Ribera.

Por otra parte, Miguel ni se había percatado de la ausencia de Delia. Después


de todo, él siempre se marchaba temprano en la mañana y no regresaba a casa
hasta bien tarde en la noche. Esa noche, cuando regresó, supuso que Delia
estaba acostada y en la mañana, pensó que ella seguía durmiendo, así que no
se le ocurrió despertarla.

Durante los últimos días, Delia había estado yendo a Ciudad Ribera para
recuperar las clases perdidas, pero ella le había estado enviando mensajes para
saludarlo. Sin embargo, él ni siquiera se había molestado en preguntarle cómo
le iba en la escuela.

Al día siguiente, Manuel fue rápido para la mansión de la Familia Larramendi.


Sin embargo, el Patrón Larramendi no estaba en casa porque había salido a
practicar taichí con un grupo de hombres mayores. Cuando Manuel estaba a
punto de mandar a buscar a Mariana, se volteó y la vio en una esquina del patio.
Ella tenía un cubo de madera en la mano y estaba regando las plantas.

Delia estaba demasiado aburrida, así que se entretuvo quitando las malas
hierbas y regando las plantas que, a pesar de estar bonitas, se veían
desatendidas. Ella estaba agachada cuando percibió la sombra de alguien que
se estaba acercando. Entonces se volteó por instinto.

—¿Quién es? —«Oh…».

Antes de que Delia pudiera terminar de hablar, Manuel la interrumpió con un


beso en los labios. Ni siquiera le dio tiempo de recuperar el aliento, él actuaba
como si quisiera fundirse en un solo ser con ella. La besó con intensidad
mientras la abrazaba con fuerza y succionaba sus labios con avidez.
«Al fin la veo. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la vi». Manuel
sentía como si Mariana lo hubiera estado torturando porque tenía muchas
ganas de verla, pero no podía. «Debo admitir que mientras estuvo en el País K,
he estado pensando en ella todo el tiempo. De hecho, tuve que aguantar las
ganas de llamarla cada vez que tenía el teléfono en mis manos. Sin embargo,
me di cuenta de que, si lo hubiera hecho, no hubiera sabido qué decirle».

El beso ya se había salido de control. Entonces Manuel tomó a Delia en brazos


como si fuera una princesa y fue hacia la casa. Delia no paraba de batallar y
gritaba con fuerza:

»¡Desgraciado! ¡Tú otra vez! ¡Suéltame! ¡Suéltame! —Delia, con sus pequeños
puños, golpeaba a Manuel en el pecho, pero eso solo lograba estimularlo más y
le daba más ganas de someterla.

Entonces Manuel la dejó que batallara entre sus brazos. Cuando entraron a la
habitación, el cerró la puerta de una patada, cargó a Delia hasta la cama y la
lanzó ahí. Antes de que ella pudiera protestar, él la volvió a atacar con un beso.
Mientras más ella batallaba, más fuerte la apretaba él. Manuel la tenía agarrada
con una sola mano y la besaba mientras sentía su inigualable aroma juvenil.
«Eso es; ella debe ser virgen todavía, pero quiero hacerla mía ahora».

Delia todavía estaba forcejeando con él y, en cuanto tuvo la oportunidad, lo


mordió en los labios.

Manuel se separó de la boca de Delia al sentir un dolor intenso y el sabor


metálico de la sangre, pero no se alejó de ella. En el ejército, él había recibido
entrenamiento relacionado con situaciones de vida o muerte, así que ese dolor
no representaba nada para él. Delia tenía los ojos llenos de lágrimas y lo estaba
mirando con miedo. Manuel estaba desconcertado con esa mirada de ella.
«Parece que ella me odia demasiado, como aquella otra vez que quise tocarla».

—No… No me toques… Te lo suplico… ¡Yo estoy casada! —Delia no podía


comprender por qué él estaba actuando así. De hecho, ella sentía tanto miedo
que estaba temblando sin control.

—Cariño no puedo esperar a nuestra noche de bodas. ¡Por eso es que necesito
estar contigo ahora! —dijo Manuel enérgico y, antes de que Delia pudiera decir
nada, la llenó de besos otra vez.

Delia quería empujarlo y gritar, pero sus besos eran tan intensos que casi la
dejaban sin aliento y sin voz. Ella estaba temblando, pero se resistía cada vez
más

»Cariño, yo te amo…, te deseo… Yo, Manuel, juro que te amaré por el resto de la
vida… ¡Siempre te cuidaré! —En ese momento, él estaba seguro de lo que
estaba diciendo; no trataba de persuadirla o engañarla. Eso era lo que él
realmente sentía. «Yo, Manuel, quiero a Mariana. No, no la quiero; de hecho,
estoy enamorado de ella».

Sin embargo, Delia estaba sorprendida. «¿Qué es lo que él acaba de decir? ¿Dijo
Manuel?».

Manuel pensó: «Ya me he aguantado tantas veces que no puedo seguirlo


soportando. Después de todo, ella va a ser mía tarde o temprano. Eso no va a
cambiar, no importa cuándo la haga mía. Soy un hombre adinerado, pero tengo
mis necesidades. ¿Cómo puedo estar calmado al ver a la mujer que amo
delante de mí?». En ese momento, él solo podía pensar en una cosa: «Necesito
hacerla mía completamente».

Mientras Delia batallaba, Manuel le quitó toda la ropa y ella lo pateó con fuerza.
«¿Por qué me trata así? ¿Por qué está pasando esto?».

Mientras más Delia se resistía, más determinado estaba Manuel a someterla.


Ella era como un caballo salvaje que no se podía domar y no había nada que
Manuel deseara más que dominarla. Él solo quería que ella se sometiera y que
lo aceptara.

Entonces Manuel comenzó a abrir las piernas de Delia, pero ella seguía
resistiéndose y se negaba a hacerle caso.

«¿Qué fue lo que él dijo? ¿Él dijo que era Manuel? Manuel… ¿Manuel no es el
hermano de Miguel? ¿Cómo me puede estar haciendo esto? ¡Yo soy su
cuñada!».

—¡Suéltame! Te lo suplico… Suéltame, yo soy tu… —«Oh…». Delia lo empujaba


mientras trataba de explicarle la relación que ellos tenían.

Sin embargo, Manuel la besó una vez más y no le dio oportunidad de hablar.

«Ya he soportado mucho tiempo, creo que ya es suficiente. ¿Debería cambiar


de posición?».

Cuando Manuel estaba pensando en cambiar de posición, Delia tenía las dos
manos libres y aprovechó la oportunidad para tomar la lámpara de noche.
Luego levantó el brazo y lo golpeó con fuerza en la cabeza. Ese fuerte golpe
detuvo a Manuel de manera impresionante; entonces comenzó a gotear sangre
por su frente. A él se le partió el corazón al ver Delia tan nerviosa.

«¿Por qué ella me hizo esto? ¿No he sido lo suficientemente bueno con ella en
todo este tiempo? Le di todo lo que ella quería. De hecho…, hasta acepté su
comportamiento descontrolado cada vez que salía. Lo que pasa es que la
extraño demasiado y por eso quería estar con ella. Sin embargo, ¿por qué ella
no me deja?».
En ese momento, Manuel no estaba seguro de cómo encarar la situación, así
que fingió desmayarse para que ella se encargara de él como quisiera.

Entonces Delia puso la lámpara en la mesita de noche otra vez y se vistió


rápido antes de escapar de ahí. Sin embargo, se detuvo en seco en la puerta.

«Su frente todavía está sangrando. En realidad, mi intención era darle en la


parte de atrás de la cabeza; pero, en medio del caos, él se levantó de pronto y le
di con la lámpara en la frente». Entonces Delia se decidió, abrió la puerta y salió.

Luego Manuel abrió los ojos y vio a Delia irse. De repente, se sintió terrible.

Entonces alguien apareció en la puerta otra vez. Manuel volvió a cerrar los ojos
rápido y Delia entró en la habitación con unas hierbas en la mano. Se sentó a su
lado, aplastó las hierbas y luego se las puso justo en la frente. Después, lo vistió
y cuando ya había curado sus heridas, comenzó a sentirse afligida mientras
miraba el rostro apuesto de Manuel. «¿Por qué este hombre me hizo esto? En
realidad, él no parece una mala persona, pero no me debo dejar engañar por su
apariencia. ¡Una persona no es necesariamente buena solo por ser linda!».

—Lo siento Manuel. ¡No te hubiera hecho daño si no me hubieras tratado así!
¡Lo siento mucho! —Delia miraba a Manuel, quien tenía los ojos cerrados,
mientras se disculpaba sin cesar.

Luego, ella se levantó para irse y cuando se marchó, Manuel no pudo evitar
sonreír de alegría. Él cubrió su frente y se sentó. «¡Parece que todavía se
preocupa por mí! De lo contrario, ¿por qué se habría disculpado?».

Cuando Manuel pensó en lo que había hecho, creyó que había sido muy
imprudente. «Quizás me apresuré. Debí haber esperado a la noche de nuestra
boda; eso hubiera sido lo mejor».

El Patrón Larramendi regresó rápido a casa cuando supo que su nieto mayor
estaba ahí.

Por otra parte, Delia no pudo soportar más esa situación, así que llamó a Miguel
por teléfono. Si ella no lo hubiera llamado, Miguel ni se hubiera enterado de que
su abuelo la había mandado a buscar. Él se enteró por esa llamada de que Delia
estaba en la casa de su abuelo, así que se fue del trabajo apurado y se dirigió a
Ciudad Ribera.

De repente, la mansión de la Familia Larramendi estaba llena. El Patrón


Larramendi se sintió satisfecho cuando se enteró de que su nieto menor
también estaba en camino. «Estos dos nietos míos por lo general no vienen a la
casa, pero ahora que tengo a sus mujeres aquí, vienen corriendo». De pronto, el
Patrón Larramendi se sintió realizado, pero a la misma vez estaba triste. «Como
soy un viejo, soy menos importante que esas dos mujeres que son dueñas de
los corazones de mis nietos».
Finalmente, Delia se encontró con Miguel en la entrada de la mansión de la
Familia Larramendi.

De casualidad, Mariana, que había acompañado a su futura suegra en una


caminata esa mañana, estaba regresando en un auto lujoso y se detuvieron en
la entrada principal de la mansión. Mariana se bajó del auto primero y se quedó
perpleja al ver a Delia. Luego se bajó del auto la Señora Larramendi y, en cuanto
vio a Miguel, su rostro se amargó.

—¿A qué debemos el honor de tu visita Miguel?

—Señora, ¡cuánto tiempo sin vernos! —Miguel la saludó con respeto a pesar del
evidente desprecio que reflejaba la Señora Larramendi hacia él.

Por otra parte, en ese momento, Delia observaba a Mariana asombrada porque
se parecía mucho a ella. De hecho, era hasta más bonita. Los rasgos de su
rostro eran delicados y se veía incluso más linda que los famosos que salían en
televisión.

—¿Quién es ella? —preguntó calmada la Señora Larramendi cuando vio a Delia.

El asistente de la señora, que estaba a un lado, la presentó.

—Señora, se debe haber olvidado. Ella es la Señorita Torres, la esposa del Joven
Larramendi.

«¡¿Señorita Torres?!». Mariana abrió los ojos y no podía creerlo. «¿Por qué Delia
se casó con Miguel?».

Después de que le presentaran a Delia, la Señora Larramendi la observó y


comentó con toda intención:

—¡Mariana! ¡Tu cuñada se parece mucho a ti!

«¡¿Mariana?!». Delia se quedó asombrada.

Miguel también estaba sorprendido y no podía evitar mirar a Mariana con


desconcierto. Entonces, la saludó con vacilación:

—¿Tú… eres… Mariana? —Miguel sí había visto el rostro de Mariana antes. «Yo
fui quien recogió a Mariana en Ciudad Buenaventura. Además, organicé todo
para su llegada. Aunque no hemos interactuado tanto, yo la he visto en
persona. ¡Mariana no se veía así antes! En vez de decir que Delia se parece a
ella, sería más apropiado decir que Mariana se parece a Delia».

Mientras tanto, Mariana evitaba mirar a Delia a los ojos. Era evidente que
estaba avergonzada.
Delia miraba a Mariana y todavía no se había percatado de que quien estaba
parada frente a ella era su antigua amiga Mariana Suárez.

Como habían llegado a este punto, Mariana se dio cuenta de que no tenía
escapatoria, así que le dijo a su futura suegra con gentileza:

—Madre, me gustaría hablar en privado con Delia.

—De acuerdo —asintió la Señora Larramendi.

Mariana, de inmediato, se aproximó a Delia y se la llevó sin decir nada más.

Delia, aturdida, la siguió. Ella no podía evitar sentir que Mariana era una copia
suya porque hasta hablaban muy parecido.

Mariana la llevó hacia una extensa área de césped que estaba cerca, donde no
había nadie más. De pronto se arrodilló frente a Delia, quien quedó
desconcertada después de ver esto.

Arrodillada en la hierba, Mariana sostuvo con fuerza las manos de Delia y


comenzó a llorar con frustración.

—Delia, ¡golpéame!

—Tú… —Delia estaba atónita porque no tenía idea de lo que estaba pasando.

Mariana levantó la vista para mirar a Delia y dijo:

—Yo robé tu colgante de jade y me hice pasar por ti para convertirme en la


prometida del Señor Larramendi.

«¡¿Colgante de jade?! ¡¿La prometida del Señor Larramendi?!». Delia no sabía


qué estaba sucediendo, pero después de procesar toda la información y mirar a
la mujer que estaba frente a ella, de pronto, entendió.

—¿Tú eres… Mariana? ¿Mariana Suárez? —preguntó Delia.

Mariana asintió con lágrimas en los ojos y, en ese momento, pensó en verdad
que era una lástima no ser una actriz profesional.

»¡Levántate y habla! —Delia trató de levantar a Mariana de un tirón.

Sin embargo, Mariana permaneció en el suelo y le rogaba:

—¡Primero perdóname!

—¿Por qué quieres que te perdone? —Delia todavía no sabía la razón por la cual
Mariana le estaba pidiendo perdón.
Entonces Mariana le contó lo que había pasado aquel día. Cuando Delia se fue
para el trabajo, Mariana tomó el colgante de jade por casualidad y el asistente
del Señor Larramendi se la llevó porque pensaba que ella era la persona que
estaba buscando. Sin embargo, Mariana no dijo que Delia había perdido el
empleo por su culpa y que por su culpa también Yunior casi la viola. Delia no
tenía idea de que Mariana era la culpable de muchas de las cosas horribles que
le habían pasado.

De pronto, Delia recordó algo. «Entonces el hombre que casi me viola hace un
rato es el Señor Larramendi. Significa que él es el hermano mayor de Miguel,
¡Manuel Larramendi! Sin embargo, ¡¿por qué se quiso aprovechar de mí si ya
había aceptado a Mariana como su prometida?!». Delia todavía no podía
entender por qué Manuel había actuado así.

Sin embargo, en ese momento, Delia no creía que estaba en condiciones de


decidir si perdonaba a Mariana, quien la estaba mirando con sinceridad. Ahora
ya ella era la esposa de Miguel y era imposible que pudiera convertirse en la
prometida de Manuel.

Mariana estaba llorando mucho.

—Delia, ¡ayúdame por favor! Por favor, ¡no cuentes mi secreto! ¡Estoy
enamorada en verdad del Señor Larramendi! ¡Estoy muy enamorada de él!

Delia frunció un poco el ceño. Mariana continuaba sollozando, pues Delia se


veía impasible.

»Además, yo me acosté con el Señor Larramendi. Si ahora se entera de que no


soy la persona que él estaba buscando, ¿qué… qué voy a hacer? —dijo Mariana
entre sollozos. Estaba mintiendo otra vez.

Ella nunca había visto a Manuel hasta ahora, ¿cómo pudo haberse acostado
con él? Esa mentira que ella estaba diciendo a Delia ahora no era más que un
intento desesperado para tratar de no perder la riqueza y la gloria que tanto
trabajo le había tomado alcanzar.

»Delia…, te lo suplico…, ¿puedes dar tu aprobación a mi relación con el Señor


Larramendi? —Mariana sollozaba intensamente con la esperanza de poder
engañar a Delia.

Delia no tuvo el valor de negarse cuando escuchó las explicaciones que le


había dado Mariana. Además, de repente, reparó en algo. «Por eso Manuel se
comportó con tanta intimidad conmigo. Él me debe haber confundido con
Mariana».

«Después de todo, Mariana se parece mucho a mí ahora; de hecho, ella es


hasta más bonita que yo». Ahora se habían disipado todas las dudas de Delia.
Entonces ayudó a Mariana a levantarse y le aseguró:
—Mariana, no te preocupes. Yo no voy a arruinar tu felicidad.

—Delia, muchas gracias. Por favor, perdóname… por robar todo lo que era tuyo.
—Mariana agradeció mientras sollozaba.

Delia sonrió impotente.

—Tú no robaste nada; para ser sincera, nunca quise nada de eso. —«Si hubiera
querido ese colgante de jade, ¿por qué lo habría botado? Yo sabía que el
colgante era muy importante y también me imaginé que Manuel debía ser
alguien muy poderoso, pero decidí no involucrarme desde el principio. No tengo
razón para culpar o regañar a Mariana por haberlo recogido».

—Bueno…, ¿no te interesa ni un poco? El Señor Larramendi es el heredero del


Grupo Larramendi. ¡Es rico y poderoso! —preguntó Mariana con vacilación.

Delia se rio un poco.

—Para ser sincera, no.

—Delia, ¿estás arrepentida? —Mariana estaba preocupada al ver la expresión


calmada que reflejaba Delia.

De pronto, Delia reaccionó y, con una amplia sonrisa, dijo:

—No pienses más en eso. Yo nunca me voy a arrepentir.

—Delia, por favor no me culpes si digo algo que no debería, pero debes saber
que Miguel es un hijo bastardo en la Familia Larramendi, así que él no tiene ni la
más mínima relevancia para la familia. ¿De verdad te casaste porque querías?
—preguntó Mariana mientras fruncía el ceño.

Delia se quedó en silencio por un rato, pero luego sonrió ligeramente.

—No me importa si él es bastardo o no. Solo me importa su forma de ser. En la


riqueza o la pobreza, en la salud o la enfermedad, él es mi esposo y no me
arrepiento de haberme casado con él.

Si Mariana no hubiera mencionado esto, Delia no se hubiera percatado de que


ella no conocía muy bien a su esposo.

De casualidad, Miguel escuchó lo que Delia dijo, pues él estaba yendo hacia
ellas en ese momento. Entonces miró a Delia completamente sorprendido; no
podía creerlo. No estaba seguro de lo que había escuchado. Él siempre supo
que Delia era una buena mujer; por eso, se había ofrecido con naturalidad para
ser su novio y hasta se casó con ella por compasión. Pensó que nunca más
volvería a encontrarse con Sofía, así que creyó que le daría igual casarse con
cualquier otra mujer. ¿Por qué no casarse con una mujer tan agradable y
delicada como Delia? Antes de que Sofía regresara, él pensó que pasaría toda
su vida al lado de Delia, pero…

«El otro día, Sofía me abrió su corazón: “Migue, yo sé que es demasiado tarde
para esto, pero tengo que decirte que te amo…, siempre te he amado…, no he
sido feliz en lo absoluto durante esos cinco años que pasé en Estados Unidos”.
Ella lloró mucho y se me partió el corazón al escucharla decir eso. Me di cuenta
de que, después de todo, nunca olvidé a Sofía por completo. Sin embargo, yo sé
muy bien que lo que siento por ella ya no es amor».

Cuando Mariana comenzó a sentirse aliviada, Delia añadió:

»A pesar de lo que dije, nuestra amistad termina aquí, Mariana.

Mariana se sorprendió cuando escuchó lo que había dicho Delia.

—D… Delia, ¿por qué? Pensé que me habías perdonado.

—No tengo nada que perdonarte con respecto a ese tema. Sin embargo,
teniendo en cuenta nuestra amistad, tú fuiste demasiado egoísta conmigo.

Mariana se quedó atónita con las palabras de Delia.

Ella era buena, pero sabía distinguir perfectamente entre lo que estaba bien y lo
que no. «Mariana y yo somos del mismo pueblo y también íbamos a la misma
universidad. Éramos compañeras de cuarto y mejores amigas. ¿Acaso Mariana
no me conoce bien a estas alturas? En aquel momento, ella se fue sin
explicación, todo a causa de ese colgante de jade. Ella me hirió con las cosas
horribles que dijo. Sin embargo, yo escogí sonreír y olvidar todo. Como mi
amiga, ¿ella pensó en algún momento en todo lo que yo pude haber sufrido?».

Entonces Delia se volteó y vio que Miguel estaba ahí. Mariana también lo vio en
ese momento y se puso muy nerviosa porque temía que él hubiera escuchado
la conversación.

—Ya casi es hora del almuerzo. Debemos volver a la mansión. No es correcto


que hagamos esperar al abuelo —recordó Miguel, quien parecía tan amable y
educado como siempre.

Delia asintió ligeramente y se fue con Miguel. Mientras que Mariana hizo un
mohín y luego salió caminando detrás de ellos.

En la mansión de la Familia Larramendi, el comedor era inmenso. De hecho,


parecía que había un gran festín por tantos platos que había en la mesa.

El Patrón Larramendi estaba sentado en un extremo de la mesa y los demás


también estaban en sus puestos. El único que faltaba era Manuel.

—¿Por qué Manu no ha regresado? —preguntó el Patrón Larramendi.


—El Señor Larramendi viene en un momento —respondió Guido con la cabeza
inclinada hacia abajo.

Antes de empezar a almorzar, el Patrón Larramendi le lanzó una mirada a Delia,


que estaba sentada a su izquierda.

—Migue, ¿ella es tu esposa Delia? —preguntó el Patrón Larramendi.

Miguel, respetuoso, asintió antes de responder:

—Sí, abuelo.

—¡Esto es ridículo! —reprochó el Patrón Larramendi con severidad y todos


guardaron silencio.

—Lo siento abuelo. Yo decidí casarme en privado sin su consentimiento —


respondió Miguel con sinceridad inclinando la cabeza hacia abajo.

Delia no sabía qué hacer cuando vio lo que estaba pasando; el ambiente se
sentía muy tenso.

Entonces el Patrón Larramendi miró a Delia, luego a Mariana y preguntó


desconcertado:

—¿Por qué ustedes dos se parecen tanto?

—Abuelo, hay muchas personas que se parecen. Es una casualidad que


nosotras nos parezcamos tanto. No solo somos del mismo pueblo, sino que
también nos parecemos. —Mariana, perspicaz, encontró una excusa de
inmediato.

La Señora Larramendi era la madre de Manuel, así que alardeó:

—Sin dudas mi nuera es más bonita.

«¿Cómo puede ser que una mujer que se haya hecho cirugías plásticas no se
vea bonita?». Miguel resopló mientras aguantaba la risa y Delia sonrió en
silencio.

—¡Abuelo! —Se oyó una voz ronca y, en unos segundos, Manuel entró al
comedor.

Todos lo miraron cuando entró. Delia abrió los ojos de par en par y bajó rápido
la cabeza.

Mariana lo miró impresionada. «¡Él es alto y fuerte! Además, ¡es muy apuesto!».
Esta fue la primera impresión que Mariana tuvo de Manuel.
—¿Qué te pasó en la frente? —El Patrón Larramendi se percató enseguida de la
venda que Manuel tenía en la frente.

Manuel se sentó al lado de Delia y se rio.

—Me di un golpe sin querer. ¡Nada serio!

—Señor Larramendi, ¡está en el asiento incorrecto! —señaló Guido con


naturalidad.

Manuel debió haberse sentado entre el Patrón Larramendi y Mariana, pero en


cuanto entró fue directo para donde estaba Delia y se sentó a su lado. De
hecho, era el segundo asiento que estaba al lado de la entrada del comedor.

—¿Que estoy en el asiento incorrecto? —Manuel miró a Delia y luego a Miguel.


Entonces miró a su madre, la Señora Larramendi, después se volteó hacia su
abuelo y por último…

Mariana sonrió cuando vio que Manuel la estaba mirando y luego lo saludó con
timidez:

—Manuel.

«Oh… esta mujer se parece a mi Mariana, ¡pero mi Mariana es más linda!».


Manuel ignoró a Mariana, se volteó hacia Delia y, amoroso, la miró.

En ese momento, Delia quería que la tierra se la tragara. «Este hombre es en


realidad el Señor Larramendi, ¡el hermano mayor de Miguel!». Delia no esperaba
haber estado en lo cierto, ni esperaba semejante coincidencia. «¡El hombre al
que salvé es en realidad el hermano mayor de Miguel!».

—Manu, ¡siéntate donde tú quieras! —El Patrón Larramendi rompió el silencio.


Era evidente cuánto él adoraba a Manuel, al punto de ignorar las tradiciones—.
¡Vamos a comer!

—Nunca debes haber probado este plato —dijo Manuel mientras le servía a
Delia.

Todos estaban sorprendidos por lo que él estaba haciendo. Su prometida


estaba ahí, pero ahora él estaba atendiendo a su cuñada.

Miguel miró a su hermano mayor desconcertado y luego, totalmente


confundido, miró a Mariana.

»Después de comer, te voy a llevar a los mejores lugares que hay en Ciudad
Ribera —añadió Manuel—. Todo esto ha sido mi culpa, no he pasado tiempo
contigo como es debido. De hoy en adelante, estaré más cerca de ti y te cuidaré
mucho.
Delia frunció los labios y susurró avergonzada:

—Manuel, me estás confundiendo. Yo no soy Mariana.

«¿Qué dijo ella?». Manuel la miró sorprendido.

Miguel también sonrió incómodo.

—Manuel, olvidé presentarla. Ella es mi esposa, Delia Torres.

«¡¿Esposa?! ¡¿Delia?!». Manuel los miró con los ojos muy abiertos y su rostro
comenzó a reflejar una mezcla de emociones encontradas.

—Manuel, yo soy Mariana. —Mariana sonrió con delicadeza, pero a la vez sintió
curiosidad por saber cuándo Delia se había cambiado el apellido a Torres.

De pronto, el ambiente se volvió un poco embarazoso.

—Es normal que las confundas ya que las dos parecen idénticas. —El Patrón
Larramendi quiso suavizar las cosas para su nieto mayor.

Entonces Manuel miró a Mariana y luego a Delia. «Las dos se parecen mucho,
pero yo no la confundiría con nadie. ¿Qué está pasando aquí?». En ese
momento, contuvo su molestia y confusión, se levantó y fue para el asiento que
estaba al lado de Mariana, quien sonrió complacida al momento.

A Miguel no le quedó más opción que terminar de servirle a Delia mientras le


sugería con cariño:

—Deberías probar este. Estoy seguro de que te encantará.

Delia miró a Miguel y asintió con una sonrisa fingida.

Por otra parte, Manuel no dejaba de mirar a Delia y le molestaba mucho ver la
forma cariñosa en que ella miraba a Miguel. «¡Delia… Delia! ¡Resulta que la Delia
con quien hablé el día que contesté el teléfono de Migue era la mujer que he
estado anhelando todo este tiempo! ¡¿Cómo puede ser que mi mujer termine
siendo la esposa de mi hermano menor?!».

Mariana se levantó de inmediato para servir un tazón de sopa para el Patrón


Larramendi y otro para su futura suegra y luego, sirvió otro tazón para Manuel y
se lo puso delante con delicadeza.

—Manuel, has trabajado mucho últimamente —comentó Mariana con gentileza,


pero Manuel la ignoró por completo; él continuaba mirando fijo a Delia.

Manuel sentía que le hervía la sangre al ver cuán enamorados parecían estar
Delia y Miguel.
Fue un almuerzo desagradable, así que Manuel se marchó molesto antes de
terminar de comer. Entonces regresó a su habitación y llamó al Señor López.

—Señor López, ¿qué pasa contigo? —gritó Manuel molesto por teléfono. Se
podían percibir unas venas gruesas que saltaban en su frente y estaba echando
fuego por los ojos mientras se reflejaba la desesperación en su rostro.

El Señor López preguntó con timidez:

—Señor Larramendi, ¿qué pasó? ¿Por qué está tan molesto?

Manuel caminaba por la habitación con el teléfono en la mano.

—¿Quién es esa mujer que me llevaste para la casa?

—Señor Larramendi, no sé a qué se refiere.

—Envíame por correo toda la información que tengas sobre Mariana, ¡incluidas
las fotos de cómo era antes! —gritó Manuel.

El Señor López hizo lo que el Señor Larramendi le había indicado. Muy pronto,
reunió toda la información que tenía sobre Mariana y se la envió por correo.

Cuando Manuel leyó toda la información sobre Mariana, tiró su teléfono contra
el piso. «Ya entiendo por qué Mariana, no, Delia se me resistía tanto cada vez
que quería estar con ella». Al fin había disipado todas las dudas que tuvo en su
mente todo este tiempo.

¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!

Alguien estaba tocando en la puerta de su habitación.

Manuel abrió frustrado. Era Mariana. Entonces la agarró por el cuello de la


blusa y la arrastró hacia adentro de la habitación.

Mariana estaba asustada, así que empezó a suplicar de inmediato:

—M… Manuel, ¿qué pasa?

—¡Dilo! ¿Qué hiciste para hacerte pasar por mi prometida? —preguntó Manuel
muy molesto mientras la apretaba contra una columna.

Mariana estaba atemorizada, pero respondió nerviosa:

—Manuel, yo… no sé de qué estás hablando…

—¡No me hagas golpearte! —Manuel apretó su puño de inmediato.

Mariana se mordió el labio y dijo:


—Aquella noche yo te salvé…

—¡Basta! ¡Deja de fingir! ¿Crees que no sé quién me salvó aquella noche? —gritó
Manuel.

Mariana se puso la mano en el rostro y sollozó:

—D… Delia me dio el colgante de jade. E… Ella dijo que… estaba enamorada de
otra persona y que no quería ser la novia de un hombre que provenía de una
familia adinerada.

«Ella estaba enamorada de otra persona…». A Manuel se le rompió el corazón al


pensar en eso. Entonces recordó la escena en la mesa del comedor un rato
antes. La mirada de Delia hacia Miguel era la de alguien que está enamorado.
«Ahora entiendo…».

Entonces Manuel soltó a Mariana, sonrió con amargura y metió la mano por
debajo del cuello de su blusa. Justo cuando ella pensó que él quería estar con
ella, sintió el dolor de un tirón en el cuello y, antes de que pudiera reaccionar, él
le había arrebatado el colgante de jade.

—Man…

—No vuelvas a mencionar mi nombre. ¡Me das asco! —Manuel miró a Mariana y
luego salió de la habitación aturdido con el colgante de jade en la mano.

Mientras tanto, Miguel había llevado a Delia a caminar por el inmenso jardín de
la mansión de la Familia Larramendi y de pronto preguntó:

—Delia, ¿tú conocías a mi hermano de antes?

—¿Cómo es posible? —respondió Delia enseguida. Sin embargo, su respuesta


no fue convincente.

—¿De verdad no lo conoces? —preguntó Miguel desconfiado. «Yo recuerdo que


Manuel me entregó a Delia una vez y me pidió de favor que la cuidara. Sin
embargo, la reacción de Manuel hoy no fue tan simple como la de alguien que
confunde a una persona con otra»—. También conoces a Mariana, ¿verdad? —
preguntó Miguel.

Delia titubeó:

—Yo… Yo iba a la misma universidad que Mariana y también somos del mismo
pueblo, de ahí es que conozco a Manuel. Eso es todo. ¡Yo no diría que eso es
conocerse!

«Ya veo». Entonces Miguel cambió el tema.

—¿Cómo te va en la universidad?
—Mmm, bastante bien.

—¿Te alcanza el dinero para tus gastos?

—Ajá, me alcanza.

—Bueno, Delia…

—¿Hice algo mal aquella noche? —interrumpió Delia a Miguel, que de pronto se
quedó desconcertado al ver lo seria que estaba ella—. Bueno, esa noche… yo…
—Delia se ruborizó bastante.

De repente Miguel recordó. «Ella se refiere a aquella noche en que casi estuve
con ella, pero Sofía llegó buscándome y todo quedó ahí».

Delia bajó la cabeza sin terminar la oración y Miguel no pudo evitar fruncir el
ceño.

—Delia, yo sé que quieres tener un hijo; pero, ¡no debiste haber usado ese
método!

«¡¿Método?! ¿Qué método yo usé?». Delia parecía estar confundida.

Entonces Miguel la miró y tuvo el presentimiento de que ella no se estaba


haciendo la inocente, así que le explicó con franqueza:

—Aquella noche, usaste… un perfume con propiedades afrodisíacas.

«¡Propiedades afrodisíacas!». De repente Delia entendió. «Por eso yo también


estaba un poco imprudente aquella noche… Así que, ¡era por eso!».

—Yo… Yo no sabía. ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! ¡No sabía que ese perfume
tenía esas propiedades! De hecho, yo quería… —Delia tenía la cabeza baja y
sentía tanta vergüenza que no pudo continuar hablando. «Yo solo quería que
nuestra relación de pareja funcionara. Solo quería proteger mi matrimonio. Solo
quería que él… se enamorara de mí. Sin embargo, ¿de qué sirve que yo diga
nada de eso? Miguel debe pensar que soy una mujer astuta».

—Delia…

—Dime.

—Vamos a... —«¡separarnos durante un tiempo por ahora!». Miguel quería decir
eso, pero no se atrevía ahora mismo a decirlo en voz alta. «¿Por qué no pude
decirlo?». Ni siquiera estaba seguro de por qué no podía. Sin embargo, su
corazón se derritió cuando vio lo triste que estaba Delia. «Siempre he sentido
que ella es muy fuerte. Sin embargo, ¿por qué siento como si tuviera ansias de
protegerla ahora mismo mientras la miro?».
—No volveré a hacerlo de nuevo. En el futuro, siempre te obedeceré. —Delia
levantó la vista y miró a Miguel a los ojos con sinceridad.

Él levantó su mano y acarició su cabeza con suavidad mientras sonreía sin


poder evitarlo. De repente, Miguel se sintió impotente ante ella. «¿No es cierto
que he estado a la espera de encontrar a alguien tan obediente y considerada
como Delia? Sin embargo... Me preocupa que Delia se venda en el Club
Nocturno Tentación... Olvídalo. No debería centrarme en esto ahora mismo.
¡Debería encontrar una oportunidad para hablar de ello con Delia en el futuro!».

Miguel decidió no sugerir la separación temporal. Después, la llevó a pasear por


la gran mansión mientras le contaba la historia de su vida. Así fue como Delia
se enteró de que Manuel y Miguel eran hermanos de distintas madres y que su
padre se había sacrificado por el país.

La madre de Miguel se había quitado la vida tras la muerte de su padre.


También le dijo a Delia, con toda franqueza, que la mujer a la que más había
amado su padre había sido la madre biológica de su hermano mayor.

Su madre era médico del ejército.

El padre de Manuel viajaba por el país todo el tiempo y la madre de Miguel iba
siempre con él. Por eso, ella llegó a tener sentimientos por él, sentimientos que
estaban prohibidos para ella. Se acostaron por accidente y después tuvieron a
Miguel.

Al principio, el padre de Manuel no sabía que la persona que estaba con él era
la madre de Miguel; pensaba que había pasado una noche junto a su esposa
legítima. Luego, la madre de Miguel dio a luz en secreto y volvió al lado del
padre de Manuel para luchar a su lado.

—Después de que mi madre muriera en nombre del amor por el padre de


Manuel, la madre de Manuel me trajo de vuelta a la Familia Larramendi desde el
orfanato. El abuelo tomó la sangre de mi padre y la mía e hizo una prueba de
paternidad. Solo después de confirmar que era pariente de la Familia
Larramendi, me aceptaron como su familia y me dieron la reliquia familiar: el
otro colgante de jade de fénix —repitió Miguel deprimido. Hizo una pausa antes
de continuar con voz ahogada—: Sin embargo, no soy más que un hijo ilegítimo,
así que el abuelo no me quiere.

Al escuchar su historia, Delia se quedó en silencio. «Estaba mal lo que la suegra


había hecho, pero haber muerto en nombre del amor era realmente
conmovedor. Supongo que la madre de Manuel se sintió conmovida por sus
acciones y, por lo tanto, ¡tomó la iniciativa de traer a Miguel del orfanato! De lo
contrario, no creo que hubiera ninguna mujer que estuviera dispuesta a aceptar
a un hijo ilegítimo como parte de su familia».

Al ver que Delia permanecía en silencio, Miguel suspiró y dijo:


—Lo siento, Delia. Como mi familia no me quiere, tú también te has visto
involucrada en esto. El abuelo favorece más a Manuel, no es de extrañar que
también favorezca a Mariana. Si él ha sido demasiado duro contigo, por favor
no te lo tomes a pecho.

—¡No, no lo haré! Creo que el abuelo es una persona amable. Si en realidad


favoreciera a Mariana, no me habría traído aquí —lo consoló Delia.

Miguel se limitó a sonreír y no dijo nada. Delia era todavía una chica inocente,
así que había muchas cosas que no podía entender. En cuanto a él, no se creía
nada de esto. ¿Su madre biológica había muerto por amor a su padre? ¿Era así
de simple? Estas eran solo algunas explicaciones que le dio y solo ella creería
en estas de forma tan inocente.

Guiada por Miguel, Delia echó un vistazo a la mansión de la Familia Larramendi.


Mientras paseaban y veían las viejas edificaciones de esta gran mansión, se
sentía como si hubiera viajado en el tiempo a visitar antiguas mansiones y esto
era algo nuevo para ella.

Por otro lado, Mariana no tuvo tanta suerte como ella; Manuel le había
prohibido salir del dormitorio. No fue hasta la hora de la cena, cuando el Patrón
Larramendi los llamó, que toda la familia se reunió.

En ese momento, cuando Manuel volvió a ver a Delia, se sintió inquieto e


incluso un poco molesto.

—Mariana y Delia, puesto que las dos son esposas de mis nietos, su nivel de
educación y carácter debe estar a la altura del de ellos. He leído sus perfiles y
parece que ambas son graduadas de enseñanza media. Por lo tanto, a partir de
mañana, contrataré a tutores privados para que las ayuden en sus estudios,
para que las dos puedan asistir al examen de ingreso a la universidad en
octubre. También he buscado una universidad adecuada para ustedes dos: el
instituto afiliado a la Universidad Ribera en Ciudad Ribera. Aunque se trata de
un instituto privado, se encuentra entre las mejores universidades de segundo
nivel de nuestro país. Además, este instituto comparte los mismos recursos
educativos que la Universidad Ribera —dijo el Patrón Alberto Larramendi, de
forma seria pero sincera.

De inmediato, Mariana preguntó incrédula:

—Abuelo, ¿en serio quiere que entremos en una universidad?

Él respondió con firmeza:

—Por supuesto. Esta universidad es una buena opción para las dos. En el
futuro, cuando se gradúen, podrán continuar su formación de postgrado en una
universidad de primer nivel. En cuanto a sus ceremonias de boda, las
organizaremos por todo lo alto cuando se hayan graduado y tengan un título
universitario—. Había hecho planes de futuro para las esposas de sus dos
nietos.

Los antecedentes familiares de estas chicas no encajaban bien con la Familia


Larramendi, pero al menos podían trabajar para mejorar su nivel educacional.
Sus dos nietos estaban enamorados de estas dos chicas; de lo contrario, nunca
aceptaría como parte de la Familia Larramendi a chicas que no fueran de un
entorno familiar compatible.

—¡Abuelo, tenga por seguro que no le defraudaré! No solo continuaré mi


formación de posgrado en una universidad de primer nivel, sino que también
estudiaré un doctorado después. Además, abuelo, ¡quiero presentarme al
examen de funcionario del estado nacional para que se sienta orgulloso! —
anunció Mariana con dulzura mientras sonreía en un intento de congraciarse
con él.

—Las dos harán lo que sea necesario a partir de mañana. ¡A partir de hoy, se
quedarán en esta mansión hasta que se gradúen en el instituto afiliado de la
Universidad de Ribera! —declaró el Patrón Larramendi.

Miguel miró a Mariana. Al ver que ella adulaba al abuelo para complacerlo, se
quedó sin palabras.

Mientras tanto, Manuel estaba sentado al lado del Patrón Larramendi, pero su
atención estaba completamente centrada en Delia. Al ver su expresión, se sintió
deprimido, pero no podía hacer nada.

Por otro lado, Delia estaba sentada a un lado. Después de permanecer callada
durante algún tiempo, dijo mientras miraba con sinceridad al Patrón
Larramendi:

—Abuelo, ¿puedo presentarme al examen de ingreso a la Universidad Nacional


el próximo mes de junio?

Desde que había suspendido el examen de ingreso a la Universidad Nacional el


año pasado, no había abandonado sus estudios hasta ahora. Quería volver a
hacer el examen, pero por desgracia, la Señora Lima no estaba dispuesta a
pagar sus estudios.

El Patrón Larramendi miró a Delia con sorpresa. «¡¿Esta chica quiere volver a
hacer el examen de ingreso a la Universidad Nacional?! ¡Debe tener mucho
valor y determinación para tomar una decisión así!».

Cuando Manuel recobró el sentido común, intervino de inmediato al observar la


situación:
—Abuelo, ya que Delia tiene la intención de volver a hacer el examen de ingreso
a la Universidad Nacional, usemos nuestras conexiones para que repita el curso
y se presente al examen de ingreso como estudiante.

—¡Claro, claro! Es bueno que tengas la intención de volver a hacer el examen de


ingreso para entrar a una universidad mejor. Ya estamos en abril, así que tienes
dos meses más para prepararte. —Como su nieto mayor, el favorito, la defendió,
el Patrón Larramendi también apoyó la idea.

Después de pensarlo un poco, Manuel sugirió:

—Abuelo, ya que está de acuerdo con la idea de que Delia vuelva a hacer el
examen de ingreso a la Universidad Nacional, puede contratar a tutores
privados que sean profesionales en la enseñanza de las seis asignaturas de los
exámenes de ingreso para que la ayuden con sus estudios en casa. De esa
manera, Delia podrá entrar en una universidad mejor.

Cuando Mariana vio que Delia iba a repetir el examen de ingreso a la


Universidad Nacional, se negó a que ella la superara. Por lo tanto, de inmediato
suplicó al Patrón Larramendi con una linda voz:

—Abuelo, ¡quiero repetir el curso y volver a hacer el examen de ingreso a la


Universidad Nacional también. ¡Quiero honrarlo!

—De acuerdo, ¡puedes repetir el curso y presentarte al examen de ingreso a la


Universidad Nacional junto con Delia! —El Patrón Larramendi sonreía al ver que
la esposa de su nieto mayor era ambiciosa.

Sin embargo, Manuel lo reprendió:

—Abuelo, no tiene que preocuparse demasiado respecto a Mariana. Es bueno


que Delia vuelva a hacer el examen de ingreso a la Universidad Nacional, pero
no es necesario que Mariana lo haga.

—¿Qué quieres decir? —El Patrón Larramendi frunció el ceño con disgusto.

Sin mirar a Mariana, respondió con indiferencia:

—A Mariana no le interesan los estudios.

—¿Quién te dijo que no me interesan los estudios? Aunque no me interesaran


los estudios en el pasado, ¡ahora sí me interesan! Por el bien del abuelo y la
abuela y en especial por el tuyo, estoy dispuesta a continuar mis estudios —
exclamó Mariana con firmeza.

El Patrón Larramendi admiró sus palabras y pensó: «Una chica que está
dispuesta a mejorar por el bien de la persona que ama es una buena chica». Por
lo tanto, el Patrón Larramendi dijo a favor de ella:
—Escucha lo que ha dicho. Está dispuesta a cambiar por ti.

Mientras charlaban, Miguel no se unió a la conversación en absoluto. De hecho,


no tenía derecho a decir o hacer nada en la Familia Larramendi.
«Afortunadamente, Manuel ayudó y apoyó a Delia para que volviera a
presentarse al examen de ingreso a la Universidad Nacional. Parece que solo él
nos trata bien en esta familia».

Sin embargo, Manuel se limitó a resoplar con frialdad cuando el Patrón


Larramendi elogió a Mariana. «Delia ya está casada con mi hermano Miguel,
pero si le dijera al abuelo la verdad, lo más probable es que obligara a Miguel a
divorciarse de Delia por mí».

Podía ver en sus ojos el amor de Delia hacia Miguel. Por lo tanto, no deseaba
destruir su felicidad. Después de todo lo sucedido, Manuel se veía en una
situación difícil: no sabía qué hacer con Mariana ni tampoco con Delia, a quien
amaba desde lo más profundo. Su corazón estaba más que dolido al pensar en
su amor no correspondido.

«Está bien. Solo seguiremos como hasta ahora. De todos modos, el abuelo no
insistirá en que se celebre su ceremonia de boda pronto».

Manuel decidió que cuando llegara el momento, usaría la excusa de que sus
personalidades no coincidían para romper con Mariana.

En cuanto a Mariana, después de saber que Manuel no pasaría por alto sus
faltas con facilidad, hizo todo lo posible por acercarse al Patrón Larramendi con
la esperanza de encontrar a alguien que tuviera más control sobre Manuel para
ayudarla.

Después de la cena, Miguel no se quedó en la mansión de la Familia


Larramendi porque tenía trabajo en su oficina, así que se apresuró a volver a
Ciudad Buenaventura.

Manuel aún no había sido ascendido de manera oficial como nuevo presidente
del Grupo Larramendi, por lo que no estaba nada ocupado. Hasta entonces, se
limitaba a ir a la empresa para conocer la situación de la misma por
adelantado.

Además, el Patrón Larramendi tenía la intención de presentarle a todos sus


contactos. Así, Manuel se ocupaba sobre todo de los asuntos de las relaciones
exteriores, mientras que Miguel se ocupaba del trabajo de gestión interna,
como si su único propósito fuera ayudar a Manuel.

Después de que Delia despidiera, a regañadientes, a Miguel en la puerta, se dio


la vuelta y encontró a Manuel detrás de ella. No tenía idea de cuánto tiempo
llevaba allí. Aturdida, dio un paso atrás inconscientemente y con la cabeza baja
lo llamó con voz suave:
—Cuñado.

Al oírla llamarlo «cuñado», Manuel se sintió molesto, pero solo pudo actuar con
indiferencia y murmurar una respuesta. Mientras trataba de entablar una
conversación con ella, señaló con preocupación:

—Hace viento afuera. Deberías retirarte a tu habitación a descansar más


temprano.

—¡De acuerdo! —Delia en respuesta asintió con suavidad y mientras evitaba su


mirada, pasó con rapidez a su lado. Cada vez que pensaba en la intimidad que
tuvo con ella, se sentía incómoda al verlo.

Una suave brisa lo rozó con su dulce aroma a limón. Esta era la esencia
aromática que él conocía, que anhelaba y que, a partir de hoy, nunca más
tendría la oportunidad de respirar ese dulce aroma.

Con el ceño un poco fruncido, se dio la vuelta para contemplar de forma


apasionada su figura que se marchaba mientras a él le dolía el corazón. A partir
de ahora, no tenía más remedio que ocultar en secreto su amor por ella en el
fondo de su corazón.

Por su parte, Delia volvió al ala lateral que le había asignado el Patrón
Larramendi. Cuando caía la noche, el patio estaba desolado; solo se oía el
sonido de los insectos y los pájaros, mientras se veían las sombras de los
árboles que se mecían bajo la luz de la luna. Esta escena le causaría
escalofríos a cualquiera.

Delia aceleró el paso y atravesó el patio hasta llegar a su dormitorio antes de


cerrar la puerta y asegurarla con un cerrojo de madera. «¿Por qué esta casa
centenaria es tan espeluznante por la noche?».

Sentada ante la mesa redonda de la habitación, no pudo contenerse, así que


sacó su teléfono y le envió un mensaje a Miguel para preguntar si había llegado
bien a casa, pero él no le respondió.

Por otro lado, Manuel regresó a su dormitorio. Justo después de cerrar la


puerta, se dio la vuelta y descubrió que Mariana se había soltado su largo
cabello y su cuerpo estaba envuelto en una toalla rosada. Sus pechos estaban
medio descubiertos, como si fueran a quedar expuestos por completo en
cualquier momento, mientras que sus largas piernas eran blancas como la
nieve y pisaban descalzas el suelo.

Abrió la cortina de cuentas y caminó hacia Manuel de forma sensual y


encantadora. Mariana tenía un rostro muy parecido al de Delia, como si fueran
un par de gemelas idénticas. Sin mirar de cerca, sería difícil para cualquiera
distinguirlas.
Al ver la cara de Mariana, Manuel se sintió bastante disgustado.

«Si no fuera por la codicia y la vanidad de esta mujer, que la hizo hacerse pasar
por Delia, ¡nunca la habría perdido! Todo fue culpa mía. En ese momento,
debería haber dedicado algo de tiempo a volver a la Mansión Colina para
confirmar mis dudas. Al menos, ¡habría tenido la oportunidad de estar con Delia
en ese momento! Y ahora, realmente he perdido todas las oportunidades de
estar junto a ella. ¡Delia se ha convertido en la esposa de mi hermano y todo fue
por culpa de esta mujer!».

Pensar que había perdido a Delia le rompía el corazón a Manuel y la rabia que
había guardado durante mucho tiempo dentro de su corazón lo hizo perder el
control. Entonces dio un paso adelante y levantó el brazo para darle una fuerte
bofetada a Mariana. Él tenía algunas habilidades de lucha y ya había golpeado
hasta la muerte a más de uno.

Mariana no pudo aguantar la fuerte bofetada y cayó al suelo de inmediato.


Mientras sollozaba, se arrodilló en el suelo con la mano cubriendo su dolorida
mejilla. Lloraba de dolor y la sangre le caía por la comisura de los labios.

—Mariana Suárez, escúchame bien. A partir de ahora, ¡no se te ocurra


aprovecharte de mí! Le pediré al Señor López que prepare una factura por el
dinero que me has quitado y la guarde como registro de lo que me debes. En el
futuro tendrás que devolverme la cantidad completa junto con los intereses.
Además, sé que tomaste mi dinero para comprar propiedades, artículos de lujo,
empresas y automóviles caros para ti. En estos días, le pediré al Señor López
que transfiera todas estas cosas que están a tu nombre a nombre de Delia —la
reprendió Manuel con frialdad, sin mostrarle ningún respeto.

Con los ojos llorosos, Mariana miró al hombre que tenía delante. Era honorable
y atractivo, pero también frío e inalcanzable. Sollozó mientras hablaba:

—Manuel, ¿por qué me tratas así? ¿Qué he hecho mal para merecer esto?

—¿No sabes lo que has hecho mal? —Con sus ojos oscuros, un poco
entrecerrados, ni siquiera la miró. Puso ambos brazos detrás de su espalda y
resopló de manera fría e indiferente.

Mariana se secó las lágrimas, pero continuó llorando.

—Delia es como una hermana para mí y yo también soy su mejor amiga. ¿Por
qué me tratas así? ¡Fue Delia quien eligió no estar contigo! ¡Fue Delia quien me
dio el colgante de jade! Todo lo que ha sucedido hasta ahora ha sido su propia
elección. Entonces, fue el Señor López quien me recogió personalmente porque
llevaba el colgante de jade conmigo, ¡así que no fue mi culpa! ¿Por qué insistes
en culparme por todo? Delia no te quiere, ¡pero yo sí! ¿Cómo puedes tratarme
así? ¿Cómo puedes hacerle esto a una chica que te ama? Snif...
—¿Eh? Mariana, ¡seca tus lágrimas baratas y deja de esperar que me
compadezca de ti! Tengo muy claro que amas más mi dinero y mi poder que a
mí. Te lo advierto, ¡será mejor que te mantengas al margen y no te metas en
problemas! Puedes quedarte en la mansión de la Familia Larramendi puesto
que el abuelo quiere que te quedes. ¡Pero no te atrevas a intentar ningún truco!
Pondré a alguien a vigilarte en secreto —gritó Manuel con rabia y salió de
inmediato de la habitación porque no quería seguir mirando a esa mujer
repugnante.

Mientras se iba, todo lo que Mariana podía ver era su espalda y al instante se
sintió deprimida. Estaba en esa situación por culpa de esa Delia.

«En aquel momento no debí haber sido compasiva con Delia. Debí haber
contratado en secreto a un asesino para matarla. ¿Por qué fui tan blanda de
corazón? ¿Por qué dejé que Delia siguiera viva? Si ella muere, Manuel será mío,
y el Grupo Larramendi será mío en el futuro. ¡Todo aquí me pertenecerá!».

Mariana estaba disgustada. Estaba decidida a encontrar una manera de salir


ganando.

Mientras tanto, Delia estaba tumbada en la cama con su teléfono en la mano y


sin dormirse, ni siquiera después de algún tiempo. Esperaba la respuesta de
Miguel, pero este aún no había contestado.

Miguel, por su lado, salió de la estación de trenes de Ciudad Buenaventura y


descubrió que era Sofía quien había venido en su auto a recogerlo. Después de
recogerlo, no lo llevó a su casa, sino que lo llevó al apartamento de ella.

—Migue, ayer descubrí algo sobre tu madre biológica. Dejé los documentos en
casa porque tenía dudas sobre si mostrártelos o no —dijo Sofía con suavidad
durante el viaje.

Si en realidad hubiera tenido dudas, no estaría conduciendo hacia su casa con


él en el auto. Con el ceño un poco fruncido, Miguel hizo una mueca con los
labios y permaneció en silencio.

—¡Te prepararé la cena! —Cuando llegaron a casa, Sofía empezó a servirle,


como si fuera su esposa. Tenía muy claros todos sus gustos y preferencias, por
lo tanto, Miguel se sintió satisfecho y cómodo con su servicio.

Ella no se parecía en nada a Delia, quien no entendía sus preferencias y


además, Sofía no actuaba de forma irracional. La falta de consideración de
Delia le hizo sentir que Sofía era más considerada y comprensiva.

La joven preparó gachas de bacalao como cena. Tenían un sabor ligero, que era
su favorito. Miguel comió con ganas ya que la comida lo hacía sentir bien. Sin
embargo, no había olvidado la razón por la que había venido a su casa.
—¿Dónde están los documentos sobre mi madre? —preguntó Miguel de manera
directa.

—Migue, ¿quieres convertirte en tu propio jefe? —Sofía estaba sentada frente a


él con las manos apoyadas sobre la mesa del comedor. Mientras lo miraba
comer las gachas, hizo la pregunta con la intención de tantear su opinión.

Miguel se quedó atónito ante su pregunta. Después de un rato, levantó la vista


hacia ella, pero siguió comiendo sus gachas sin decir nada.

Entonces, ella levantó las manos para ponerlas sobre sus mejillas y mientras lo
miraba de manera fija, cambió de tema:

»Migue, como director general de la Empresa de Desarrollo Inmobiliario


Armonía del Grupo Larramendi, ¿cuál es tu salario anual?

—¡600.000! —respondió Miguel sin preocupación.

—Te prestaré 100 millones y juntos fundaremos nuestra propia empresa y


seremos nuestros propios jefes. ¿Qué te parece? —Sofía sonrió mientras
preguntaba. Hizo una pausa antes de sacar dos regalos de su bolso y
entregárselos mientras anunciaba—: ¡Liquidaré todas tus deudas por ti!

Al ver las dos cosas que le entregaba, él frunció el ceño. Aquel día, cuando se
vio acorralado, no tuvo más remedio que empeñar su reloj y su bolígrafo. Nunca
pensó que ella se los devolvería.

Sofía Juárez era una de las herederas del Grupo Juárez. Tenía un hermano
mayor y una media hermana menor que compartía el mismo padre que ella,
pero solo ella y su hermano recibían el mismo trato. Por ello, era dueña de una
cuarta parte de las acciones del Grupo Juárez.

Al igual que el Grupo Larramendi, el Grupo Juárez también era una empresa que
cotizaba en bolsa. Sin embargo, el Grupo Larramendi era una empresa familiar
creada hacía muchos años y monopolizaba muchos sectores, por lo que las
utilidades anuales del Grupo Larramendi eran diez veces superiores a las del
Grupo Juárez.

No obstante, el Grupo Juárez era la única gran empresa que podía competir con
el Grupo Larramendi en Ciudad Buenaventura.

—¿Piensas trabajar bajo las órdenes de tu hermano el resto de tu vida? Tu


abuelo ni siquiera te valora. —Sofía intentaba agitar sus pensamientos.

Ella tenía muy clara la situación de Miguel en la Familia Larramendi. Hace unos
años, cuando le pidió que se fuera con ella a estudiar al extranjero, el Patrón
Larramendi no estuvo de acuerdo con la idea.
¿Por qué estaba el Patrón Larramendi en contra de eso? Es probable que fuera
porque no quería que Miguel se convirtiera en alguien demasiado sobresaliente.
Si Miguel sobresalía demasiado, opacaría a Manuel, su legítimo nieto mayor.

—Migue, para ser honesta, hace cinco años ¡me fui a estudiar a Estados Unidos
por tu futuro! —Sofía extendió su mano y tomó con suavidad la mano de Miguel
mientras lo miraba con sinceridad.

Al oír eso, Miguel frunció el ceño y dijo en un tono más frío:

—Solo estoy aquí para saber de mi madre.

Sofía sabía cuál era su lugar, así que se puso de pie y entró en su dormitorio.
Cuando regresó, traía un sobre marrón en la mano.

—Migue, conseguí este documento de manera ilegal. Sé que has estado


investigando en secreto la verdadera causa de la muerte de tu madre desde
hace años. Después de todo, que te dijeran que la razón fue «morir por amor»
es realmente poco convincente, ¿no? —Sus palabras tenían un significado
implícito.

Ella sabía un par de cosas sobre el incidente que había ocurrido entre los
padres de Miguel. Sin embargo, no creía que después de la muerte de un
hombre, la persona que moría en nombre de su amor hacia él no fuera la
esposa legítima, sino la amante.

«Oh, no. No debería llamar a la madre de Migue "amante" a sus espaldas.


Después de todo, la madre de Migue ni siquiera era una "amante"».

Se enteró de que, en aquella época, fue la madre de Miguel la que jugó sucio
con su padre; solo así se quedó embarazada de Miguel. Esto no era algo
agradable de lo que se pudiera hablar de forma abierta. Por lo tanto, Miguel
nunca se había sentido bienvenido en la Familia Larramendi.

Por su parte, Miguel tomó el sobre de papel marrón de la mano de Sofía. Rápido
y ansioso, tiró del cordón blanco del sobre para abrirlo.

Dentro del sobre había algunas fotos, documentos escritos y una grabadora de
voz. Uno por uno, Miguel revisó con cuidado los documentos y escuchó una y
otra vez las grabaciones de voz. Al final, se sintió lleno de rabia y tristeza.
Furioso y deprimido, arrugó el sobre que tenía en sus manos.

—Migue... si soy sincera, dudaba de la fiabilidad de estos documentos... Por


eso no estaba segura de mostrártelos... —declaró Sofía con vacilación.

Se veían venas de color rojo oscuro en los ojos de Miguel y sus finos labios
temblaban mientras su frente se crispaba, como si declarara la angustia y la
rabia que había en él.
—Migue, en realidad, ¡yo misma no tengo por qué creer que tu madre haya
muerto por culpa de la madre de tu hermano mayor! Sin embargo, estos
documentos me hicieron sospechar. —Sofía bajó los ojos y con voz suave,
sollozó—: Estoy segura de que tu hermano mayor y tu abuelo lo sabían. Tu
abuelo siempre ha estado del lado de la madre de tu hermano mayor. Además,
la razón por la que Manuel es amable contigo es porque te está compensando
en nombre de su madre.

Mientras Miguel escuchaba sus palabras, sus emociones estaban a punto de


derrumbarse en ese momento. Este sentimiento de desesperación se sentía
como si su cielo se hubiera desplomado de repente, como si la muerte hubiera
llegado para llevarse su alma y lo único que le quedaba era el dolor y el
sufrimiento.

«¿Por qué? He estado investigando este asunto en secreto durante mucho


tiempo, pero siempre que me acercaba a la verdad, las pistas se detenían ahí
de repente. Este documento que Sofía consiguió es la única pista que ha
aparecido después. ¿Es cierto que fue la madre de mi hermano quien mató a mi
madre? ¿Mi hermano y mi abuelo saben la verdad? Me parece bien que me
traten de manera injusta en la Familia Larramendi, pero ¡no puedo permitir que
mi madre haya muerto sin merecerlo!».

Al ver lo devastado que estaba, Sofía se sintió afligida por él, así que se levantó
de su asiento y se sentó en su regazo. Con los brazos alrededor de su cuello,
bajó la cabeza y sin previo aviso, lo besó en los labios. Mientras lamía sus
pálidos labios, le preguntó débilmente:

—Migue, ¿quieres cobrar venganza por tu madre?

«Mi madre no estaba en deuda con la Familia Larramendi. Era médico del
ejército y trabajó junto a mi padre durante mucho tiempo sin quejarse. Después
de sacrificar tanto por él en nombre del amor, al final, ¿qué obtuvo a cambio?
La madre de Manuel puede vivir de manera lujosa toda su vida y Manuel puede
heredar el negocio de nuestro padre. Él no solo tenía amplias conexiones tanto
en el ejército como en la política, sino que después de que le dieran de baja del
servicio militar y entrara en el mundo de los negocios, se hizo cargo de
inmediato del negocio familiar. ¿Y qué hay de mí? ¿Y qué pasa con mi madre?».

Mientras Sofía seguía hablando, tomó su mano mientras entrelazaba sus dedos
y dijo con firmeza:

»Migue, si quieres venganza, siempre estaré a tu lado. Estoy dispuesta a


sacrificar todo por ti. Aunque sea mi vida, estoy dispuesta a dártela. Quiero
convertirme en la mujer que está detrás de tu éxito, Migue.

Él levantó la vista un poco y se encontró con sus ojos. El blanco y el negro de


sus ojos se distinguían con claridad, con una determinación que brillaba como
las estrellas y él podía ver de forma clara su propio reflejo en los ojos de ella.
Sofía siguió tratando de consolarlo y dijo con cadencia:

»Mi querido Migue, has nacido para ser un líder. No deberías ser demasiado
duro contigo mismo e inclinarte ante los demás. Unamos nuestras fuerzas y
juntos nos encargaremos del proyecto de construcción del Ministerio de
Defensa en Ciudad Coral. He oído que se han destinado miles de millones a
este proyecto. Además de construir fábricas, hay planes para construir una
base militar.

—Ya veo. Tienes en mente este proyecto que el Grupo Larramendi está
preparando ahora. —Miguel frunció el ceño.

Aunque ahora el Grupo Larramendi era una empresa privada, hace muchos
años había sido una empresa estatal, por lo que siempre había participado en
proyectos del estado.

El Grupo Larramendi estaba decidido a aceptar este proyecto del Ministerio de


Defensa en Ciudad Coral. De lo contrario, Carlos Larramendi no habría
competido con él de forma agresiva por el puesto de director general en la
Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía.

Sofía se acurrucó en sus brazos con suavidad. Tenía ese aroma de su perfume
que él echaba de menos en ella. Tenía 18 años cuando lo había olido por
primera vez. Habían pasado cinco años y todavía tenía ese aroma que él
echaba de menos.

—Migue, ¿puedo ser tu amante? Sé que te cuesta elegir entre tu nueva esposa y
yo, y no quiero hacer esto difícil para ti también. Pero, durante todo este tiempo
te he amado mucho, ¡y no puedo aceptar a ningún otro hombre que no seas tú!
Después de pensar en esto durante algún tiempo, ahora sé lo que quiero en
realidad. No voy a pedirte que anuncies nuestra relación; solo deseo estar a tu
lado. Quiero convertirme en tu otra mitad, alguien que te ayude en todo sin
importar si es el trabajo, la relación o incluso las necesidades físicas. Quiero
convertirme en la mujer que esté detrás de tu éxito. —Sofía confesó su amor
por él de manera apasionada, pues deseaba compensar los cinco años que
habían perdido cuando ella se marchó en aquel entonces.

Miguel la miró sorprendido. Nunca pensó que ella sería tan comprensiva. «Si
Delia estuviera en su lugar, ¿también habría aceptado este acuerdo?».

—¿Estás dispuesta a aceptar a Delia? —Miguel seguía incrédulo.

Con los labios fruncidos, ella lo miró de manera seria y asintió.

—Sí. Es tu nueva esposa y ya que tú estás dispuesto a aceptarla, ¿por qué yo


no? Te amo, así que amaré todo lo tuyo desde el fondo de mi corazón. Migue, te
amo; te amo para siempre. Mi corazón, mi cuerpo y mi dinero, ¡son todos tuyos!
Siempre te pondré en primer lugar, ¿de acuerdo? ¡Migue, tú serás mi rey! ¡Delia
será la reina y yo estoy dispuesta a ser tu concubina! Migue, por favor hazme el
amor esta noche, ¿quieres?

Sus palabras terminaron con un tono que era como la magia de las hadas,
suave y gentil, parecida a una pluma que rozaba su corazón con suavidad.

Al escuchar la apasionada y amorosa confesión de Sofía, Miguel sintió que su


cuerpo se calentaba de repente. Sus orejas se pusieron coloradas y poco a
poco, su atractivo rostro también se enrojeció. De forma inconsciente, su
respiración ligeramente cálida se tornó agitada.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Sofía, que estaba complacida en secreto.
Sus labios se deslizaron desde su oreja a través de su rostro esculpido y al final
se posaron en la comisura de los labios de Miguel. Un ligero beso se plantó de
forma lenta en sus labios finos y ella apartó los suyos tras el suave tanteo.

La droga en su cuerpo por fin estaba haciendo efecto. Al principio, le


preocupaba que la pequeña cantidad de droga que le había dado fuera
demasiado suave para hacer efecto en él. No aumentó la dosis de ese tipo de
droga en sus gachas por miedo a que fuera demasiado fuerte. Le haría darse
cuenta de que algo iba mal y la odiaría por ello. En realidad, ella no quería hacer
esto, pero ya no tenía la confianza en sí misma que solía tener antes.

«Desde que esa "Delia" se convirtió en la esposa de Migue, su comportamiento


y su forma de hablar conmigo se han vuelto más reservados. ¡Apuesto a que la
razón por la que Migue se negó a cruzar la línea fue por ella! Por lo tanto, esa
"Delia" debe tener un lugar especial en su corazón. Por su bien, ni siquiera se
atrevió a dar un paso más allá de los límites».

Sofía quería hacer tambalear el lugar de «Delia» en el corazón de Miguel, y


como no podía poner sus manos sobre ella, tenía que encontrar una forma de
actuar sobre él. Su método era en realidad despreciable, pero lo aprendió de la
madre de Miguel. Si no podía tener su corazón, al menos podría tener su cuerpo
y él se sentiría culpable por ello.

—Migue, ¿quieres venganza? Solo yo puedo ayudarte. —Sofía continuó


moviendo su cuerpo mientras le besaba con suavidad el lóbulo de la oreja.
Cada uno de sus movimientos era seductor y sus dos manos hacían arder su
cuerpo de forma lenta.

Miguel se esforzaba por controlarse, pero su mente se nubló y, en un trance, vio


que la Sofía que tenía delante se había convertido en Delia.

«¿Qué está pasando? Delia...».

Al final, su última línea de defensa se rompió. Levantó la mano, la sujetó por la


parte de atrás de la cabeza y luego presionó sus labios sobre los de ella sin
previo aviso, así descargó sobre ella sus sentimientos, que habían estado
contenidos por largo tiempo...

De repente, un relámpago iluminó el cielo nocturno. El sonido del trueno lo sacó


de su trance y el hombre que estaba entrelazado con la mujer miró de reojo la
lluvia en el cielo nocturno fuera de la ventana. ¡Era como si Dios le advirtiera
que mirara con atención a la mujer que tenía delante!

Al ver que Miguel no se centraba en ella, Sofía se esforzó más en seducirlo. No


lo dejó pensar ni dudar. Entonces, sus movimientos incesantes sustituyeron
todas las palabras que no pronunció.

Mientras fruncía el ceño sin decir nada, Miguel entrecerró los ojos y miró a la
mujer, aunque su mente estaba en otra parte. Sin embargo, al mirar su rostro,
no pudo evitar volver a caer en trance. Aunque era apasionado con ella, el
rostro que vagaba ante sus ojos era el bonito e inocente rostro de Delia, el
rostro que decía: «Escucharé todo lo que digas a partir de ahora».

Aunque nunca había visto a Delia desnuda por completo, los momentos de
intimidad que se produjeron con anterioridad a causa del perfume de almizcle
habían hecho que casi hiciera el amor con ella.

El cuerpo de Delia era cálido y suave, y Miguel pudo acariciar su piel que era
delicada y tierna como las flores que brotaban por encima de su ropa y esta
sensación le dejó una profunda impresión.

«Delia... Delia... Delia…».

En su corazón y en su mente, la persona en la que pensaba era en Delia. En este


momento, la persona que anhelaba era Delia...

El calor en la habitación siguió aumentando hasta que una fuerte lluvia cayó del
cielo fuera de la ventana.

Después de que todo acabó, Sofía dijo con suavidad:

—Migue, no te preocupes, ahora no estoy en mi periodo de ovulación, así que no


me quedaré embarazada. Nunca tendré un hijo tuyo sin tu permiso.

Apoyado en la cabecera de la cama, Miguel abrió el primer cajón de la mesita


de noche y sacó los cigarrillos para damas que Sofía usaba rara vez. Encendió
uno y se quedó en la cama de manera tranquila.

Sofía levantó la cabeza y miró su rostro, que estaba girado hacia un lado, y vio
que parecía estar absorto en sus pensamientos. Asombrada, preguntó:

—¿Cómo sabes dónde he puesto mis cigarrillos? Y... tú... nunca has fumado
antes...
Sin embargo, Miguel permaneció en silencio mirando la fuerte lluvia que caía
por la ventana mientras fumaba. Ni siquiera tenía la intención de averiguar lo
que le había sucedido hace un momento. Sofía lo había llevado hasta un
abismo y no podía volver atrás una vez que había puesto un pie en él.

Pensó que ella era Delia, pero cuando al fin estuvo despierto, se dio cuenta de
que era Sofía. «¿Así que esta es mi verdadera cara?». Ni siquiera entendía su
propio corazón y mente. El espíritu de Miguel se desanimó. De hecho, él era una
persona ambiciosa, pero se había estado conteniendo, había estado
conteniendo al león orgulloso que llevaba dentro.

Mientras tanto, los pensamientos pasaron por los ojos de Sofía, pero se subió
encima de él con rapidez y alargó su mano para agarrar la de él que sostenía el
cigarrillo. Presionando sus labios sobre la punta del filtro que él había mordido,
inhaló del cigarrillo y luego exhaló el humo hacia él.

Mientras Miguel la miraba bajo la tenue luz, ella se inclinó para besarlo y
preguntó débilmente:

—Migue, dime, ¿qué tienes en la cabeza?

Sin decir una palabra, Miguel apartó la cabeza y presionó la punta del cigarrillo
en el cenicero de la mesa de noche. Luego hizo que la joven se metiera debajo
de la manta antes de levantarse de la cama.

Mientras se envolvía en la manta, ella lo llamó de forma ansiosa:

—Es tarde. Tú...

—¡Vuelvo a mi apartamento! —dijo Miguel mientras recogía su ropa que estaba


desparramada por el suelo.

Sofía abrió la boca como si fuera a decir algo, pero se limitó a moverse de
forma rápida hasta el borde de la cama.

—¡No te vayas! Quédate conmigo. —Le abrazó la cintura por detrás y le impidió
abrocharse la camisa.

Sin embargo, Miguel dijo con frialdad:

—Tengo que irme ya.

Al ver que recogía su cartera y su teléfono del suelo, ella se arrastró nerviosa
por el borde de la cama.

—Migue, ¿echas de menos a Delia?


Después de recoger todas sus cosas, él se colocó junto a la cama y le levantó
la barbilla, pero sus finos labios le dieron un beso en la mejilla. Con voz fría,
dijo:

—Duerme pronto. Prefiero dormir en mi propia cama.

—¡Migue!

Sorprendida y nerviosa, Sofía alargó la mano para tirar de él, pero ya se había
dado la vuelta.

Miguel abrió la puerta de su habitación delante de ella y salió de su


apartamento por la puerta principal sin dudarlo, mientras ignoraba sus
llamados detrás de él. Después de salir de su apartamento, se subió a un taxi.
Unas fuertes gotas de lluvia golpeaban el auto. En esta silenciosa noche de la
ciudad, era como si el único sonido que se oyera fuera el de las gotas de lluvia
que caían sobre el suelo y se dividían en gotas pequeñas.

Miguel sacó y revisó su teléfono de manera inconsciente y solo entonces se dio


cuenta de que Delia le había enviado un mensaje.

«Miguel, ¿has llegado a casa?», este fue el mensaje que había enviado hacía
una hora.

Respondió a su mensaje:

«Sí, estoy en casa. Pero está lloviendo mucho aquí, así que hay algo de tráfico
de camino a casa. Deberías dormir temprano. Buenas noches».

En la mansión de la Familia Larramendi, en Ciudad Ribera, Delia estaba


acurrucada en su cama. Cuando el teléfono que tenía en la mano vibró, se
sobresaltó y tocó la pantalla de inmediato.

«¡Miguel por fin ha respondido a mi mensaje! ¡Genial! Sí, ha llegado a casa sano
y salvo. Es un alivio». No pudo evitar sonreír y al instante siguiente lo llamó.
Esta vez, Miguel contestó a su llamada.

—Miguel, has llegado bien a casa. ¡Es un alivio! —exclamó Delia con voz suave y
gentil.

Su timidez e inocencia le recordaban a Sofía cuando tenía 18 años. Mientras


hablaba por teléfono, miró por la ventana y cambió casualmente de tema.

—¡Está lloviendo mucho en Ciudad Buenaventura!

—Ajá, puedo oír el sonido de la lluvia. Sin embargo, veo innumerables estrellas
en el cielo nocturno de este lado. —Delia sostenía su teléfono y se asomó a la
ventana mientras miraba el cielo estrellado.
—Delia.

—¿Eh?

—Espero que toleres y me perdones si hice algo que te perjudicó. Espero que no
me odies —dijo Miguel en tono sombrío—. Ahora mismo, yo... «Es difícil de
decir... Me arrepiento... Sin embargo, sé que no hay remedio para el
arrepentimiento».

—¡Debemos tolerarnos como marido y mujer, por supuesto! —Delia sonrió con
felicidad. Ni siquiera consideró la posibilidad de que hubiera algún significado
oculto en la declaración de Miguel.

Sin embargo, él reflexionó durante mucho tiempo antes de romper el silencio al


final:

—Ya es tarde. Deberías irte a dormir. Buenas noches.

—Hmm, buenas noches —dijo Delia con ternura. Tras una pausa añadió—: Te
echo de menos.

—Yo también —respondió Miguel con el corazón encogido.

Sabía que desde el momento en que puso las manos sobre Sofía, nada podría
volver atrás. Se sintió algo molesto cuando se enfrentó a las luces
parpadeantes de los automóviles en medio de la niebla. Su mente estaba en un
caos por el disgusto y no podía pensar con claridad.

«¿Está bien que haga esto? ¿Está bien tener una relación secreta con Sofía
mientras mantengo una relación cordial con Delia? Si soy sincero, sé que no
está bien, pero no puedo dejarlas ir. Si Sofía no hubiera cedido, lo más probable
es que siguiera atrapado entre las dos. Sin embargo, al mismo tiempo, al fin
entiendo lo que quiero, desde el fondo de mi corazón. No quiero ser un
seguidor. ¡Quiero ser el que manda! No estoy dispuesto a quedarme callado,
sino que quiero gritar a todo pulmón. Quiero venganza; ¡quiero venganza por mi
madre!».

Cuando Miguel se marchó, Sofía se quedó sola en la casa y no paró de reírse en


la cama.

«¿Cómo podría aceptar a Delia? Tarde o temprano, reemplazaré la posición de


ella en el corazón de Migue. Me aseguraré de que su corazón sea mío por
siempre. Ahora mismo he recuperado su cuerpo, pero esto es solo el primer
paso de mi plan. Luego, tengo que destruir a Delia poco a poco».

Delia estornudó de repente y pensó que podría haberse resfriado. Por eso, cerró
la ventana y volvió a la cama antes de tirar de la fina manta para cubrirse.
«Después de todo, esta sigue siendo Ciudad Ribera, pero ¡¿por qué la mansión
de la Familia Larramendi es especialmente fría por la noche?!». Ella no durmió
bien esa noche.

Se despertó a la mañana siguiente y se fue a duchar después de refrescarse. A


continuación, se puso un vestido que le había traído la sirvienta de la Familia
Larramendi y lo combinó con un par de zapatos de tacón.

El vestido era azul claro y estaba decorado con narcisos. Después de


ponérselo, Delia se recogió el cabello en una coleta inclinada. Se puso delante
del espejo y se dio cuenta de que el vestido le quedaba bien. «Sin embargo,
estos tacones altos...».

Delia estaba acostumbrada a llevar zapatos planos. Solo llevaba tacones


cuando trabajaba en grandes empresas. No podía soportar estos hermosos
tacones blancos, así que cuando empezaba a caminar cojeaba mientras
trataba de no perder el equilibrio.

Como el ama de llaves había enviado a alguien para informarle que la


esperaban para desayunar con el Patrón Larramendi a las siete de la mañana,
Delia no se atrevió a retrasarse. Trotó por el pasillo con los zapatos de tacón.
Intentaba maniobrar con cuidado con sus estos, pero al final se torció el tobillo
y cayó al suelo.

—¡Ay! ¡Me duele! —Un dolor agudo se apoderó de su tobillo y los ojos de Delia
se llenaron de lágrimas.

Por casualidad, dos sirvientes acompañaban a Manuel en el otro extremo del


pasillo. Él corrió hacia Delia cuando la vio medio arrodillada en el suelo.

—¡Delia! —Manuel la llamó, como si su corazón se destrozara por su dolor.

Cuando ella levantó la vista, ya Manuel la estaba cargando entre sus brazos
antes de ponerla con suavidad en uno de los largos bancos del pasillo. Se
agachó junto a ella y le sujetó el tobillo. Después de quitarle el tacón, examinó
su tobillo con detenimiento.

—Está dislocado. Lo reajustaré, ¡tienes que aguantar un poco! —Cuando estaba


distraída, Manuel dio un rápido giro a su tobillo.

—Ay... —Las lágrimas rodaron por las mejillas de Delia.

Manuel la miró y extendió la mano para limpiar sus lágrimas. Luego le acarició
la mejilla mientras la persuadía con ternura:

—Buena chica. Ya estás bien.

Delia frunció los labios cuando vio la mirada de Manuel. Entonces, asintió de
forma lastimosa en silencio.
Después, Manuel ordenó a los sirvientes que llamaran a su médico privado para
que le recetara algo y ordenó que enviaran el desayuno a su dormitorio en el ala
lateral.

Sin embargo, Delia lo detuvo de forma apresurada:

—¡No! Será mejor que me apresure a desayunar con el abuelo. «Sinceramente,


sé con claridad que al abuelo no le agrada mucho Miguel. Por eso, mientras
viva aquí, sé que no debo causarle ningún problema a mi esposo. No debo
molestar al abuelo ni a la Señora Larramendi».

Manuel no pudo evitar fruncir el ceño. Sabía que ella se molestaría si él se


oponía a su decisión. Entonces, él se levantó con brusquedad. Sin decir nada
más, levantó a Delia del banco y la llevó cargada directo hasta el comedor.

Los sirvientes se agacharon para recoger sus tacones antes de seguirlos.

—Manuel, ¡esto es inapropiado! ¡Bájame ya! ¡Manuel, te lo ruego! ¡Bájame! —


Delia golpeaba los hombros de Manuel y movía sus piernas de manera salvaje
para liberarse.

Manuel la abrazó con fuerza y justo cuando no pudo soportar más sus
forcejeos, la regañó con severidad:

—¡Delia Torres! ¡Será mejor que te comportes ahora mismo! Te estoy tratando
como mi cuñada, ¡así que deberías abstenerte de pensar demasiado!

Se estaba advirtiendo a sí mismo que no debía tener ningún pensamiento


inapropiado sobre ella, pero también lo decía pensando en los que le rodeaban.
Estaba advirtiéndoles que nunca debían iniciar rumores sobre Delia y él.

Snif... «¡Manuel es tan fuerte!». Delia dejó de luchar de inmediato.

Manuel bajó los ojos hacia Delia, que estaba en sus brazos y vio que ella estaba
haciendo un mohín después de su severo sermón de antes. Sin embargo, su
aspecto era tan adorable que no pudo evitar sonreír. «Al fin y al cabo, es una
preciosa mujer con carácter. La habría besado si fuera mi novia. Por desgracia,
no lo es. Es solo mi cuñada...».

El Patrón Larramendi, la Señora Larramendi y Mariana se voltearon para


mirarlos cuando Manuel llevó a Delia al comedor. Todos se quedaron
mirándolos atónitos.

—Delia se ha torcido el tobillo hace un momento cuando venía corriendo.


Pasaba por allí de casualidad y la he traído para que desayune con usted,
abuelo —explicó Manuel con calma.
La Señora Larramendi miró a su futura nuera Mariana y se dio cuenta de que
estaba bastante pálida; de hecho, sus celos eran palpables. Por esa razón,
regañó a su inconsciente hijo.

—No importa lo que haya pasado, Delia es tu cuñada. ¿Es apropiado que la
cargues?

Delia miró a la Señora Larramendi, pero cuando notó que esta no la miraba,
bajó la cabeza de inmediato.

El Patrón Larramendi siempre se ponía del lado de Manuel. Era evidente que le
disgustaba que su nuera regañara a su nieto, por lo que explicó en nombre de
Manuel:

—¡Manu solo está siendo amable! ¿No debería cuidar de su cuñada que está
herida, ya que Migue no está aquí?

—Sí, padre. —La Señora Larramendi no tuvo más remedio que guardar silencio.

El Patrón Larramendi miró a Delia y a Manuel antes de añadir:

—Llama al médico privado más tarde para que le eche un vistazo a la pierna de
Delia. Todavía es muy joven, por lo que debe asegurarse de que esto no le deje
ninguna secuela en el futuro.

—Sí, abuelo —respondió Manuel con una sonrisa de alivio.

Delia se mantuvo en silencio con la cabeza baja.

Los ojos de Mariana se llenaron de odio hacia Delia en ese momento.

Después de desayunar, el médico privado pasó a examinar la pierna de Delia.


Le recetó una pomada y le indicó que se la aplicara tres veces al día. También
le recordó que evitara llevar tacones altos durante un tiempo.

La Señora Larramendi ordenó entonces a sus subordinados que le trajeran un


par de sandalias planas.

Manuel se marchó tras confirmar que el pie de Delia estaba bien.

A Delia y Mariana las enviaron a un estudio, y bajo el asesoramiento de un tutor


comenzaron sus dos meses de clases intensivas para el examen de ingreso a
la universidad en junio.

«Normalmente, los demás estudiarían mucho durante tres años antes de


presentarse al examen. Ha pasado casi un año desde la última vez que tuvimos
un libro de texto de enseñanza media en las manos, pero esperan que lo
aprendamos todo en dos meses. ¿Cómo podemos alcanzar a los demás?»
A Mariana nunca se le habían dado bien los estudios y sus notas eran malas.
Apenas podía seguir el ritmo después de que la empujaran a estudiar los libros
de texto de enseñanza media.

Sin embargo, para Delia era diferente porque siempre tuvo buenas notas. Tenía
una base sólida, por lo que no tenía problemas para seguir el ritmo del tutor
durante sus clases.

No fue hasta el receso de la clase cuando Delia se dio cuenta de que Mariana
llevaba un vestido de seda dorado con una peonía. A decir verdad, la madre de
Manuel preparó los vestidos y zapatos de tacón de ambas. El vestido de
Mariana costaba decenas de miles, mientras que el de Delia cerca de mil. Todo
el mundo podía notar la gran diferencia en su estatus. Si fuera en la antigüedad,
habría sido fácil distinguir a la esposa y a la concubina.

De ahí que el tutor prestara mucha más atención a Mariana. Sin embargo, a
Delia no le importaba en absoluto. «Está bien mientras el tutor esté dispuesto a
enseñarnos sin reservas; de hecho, está bien mientras no me excluya».

Después de todo un día de intensas clases, el Patrón Larramendi le preguntó al


tutor por la situación de ellas en los estudios.

El tutor quería quedar bien con Mariana, pero no estaba permitido hacer
trampas en el examen de ingreso a la universidad, pues el examen expondría
sus habilidades de inmediato. No tuvo más remedio que informar al patrón
sobre la realidad de la situación y le explicó que la Señorita Torres tenía
posibilidades de entrar en la Universidad Ribera, pero en cuanto a la Señorita
Suárez...

El patrón se sintió bastante decepcionado tras conocer la verdad, pero no se


desesperó. «A decir verdad, Delia no es una aduladora, pero tiene los pies en la
tierra».

Después de la cena, los sirvientes ayudaron a Delia a volver al ala lateral.


Mientras memorizaba algunas palabras en inglés inclinada sobre la mesa
redonda, oyó los pasos de los criados desde el exterior de la puerta.

Delia puso el lápiz en la mesa y se acercó a la puerta para ver qué pasaba fuera.
Un criado empujaba una maleta hacia el dormitorio contiguo al suyo. El ala
lateral en la que vivía constaba de tres habitaciones. Aparte del dormitorio
principal en la que se alojaba, había dos más vacíos a cada lado.

Justo cuando se preguntaba quién se iba a mudar, Delia vio a Manuel aparecer
en la entrada del patio. Llevaba una bolsa de papel en la mano mientras
caminaba hacia ella.

Delia se dio la vuelta de inmediato al ver a Manuel y se dispuso a cerrar la


puerta. Sin embargo, él extendió la mano de repente y la detuvo justo a tiempo.
La puerta casi le atrapó la mano en medio y eso asustó a Delia. Por ello, soltó el
picaporte y dio un paso atrás.

Manuel frunció el ceño antes de empujar la puerta para abrirla y la interrogó con
tristeza:

—¿Soy la peste? ¿Por qué te escondes siempre de mí?

—M… Manuel... ¡Lo siento! Y… Yo no te vi hace un momento... —Delia no estaba


segura de por qué estaba mintiendo, pero sabía que debía evitar a este hombre
tanto como fuera posible.

—Migue te ha comprado un par de zapatos nuevos y me ha dicho que te los


traiga para que te los pruebes. Quiere que compruebes si ese número te queda
bien. —Manuel le entregó la bolsa de papel.

Delia se alegró al saber que Miguel le había comprado los zapatos. De


inmediato, tomó la bolsa y sacó una caja de zapatos. Abrió la caja con
entusiasmo y sacó los zapatos antes de ponérselos. Eran un par de zapatos
planos blancos y finos. De hecho, se sentía suave y cómoda después de
ponérselos. Levantó las piernas y sonrió felizmente mientras los miraba.

Manuel se alegró al ver que Delia sonreía contenta y no pudo evitar esbozar una
sonrisa de alivio. En realidad, Miguel no había comprado este par de zapatos.
Sin embargo, como temía que Delia pudiera rechazarlos, decidió hacer uso de
su nombre.

Por otro lado, justo al otro lado de la puerta, Mariana entraba con unos
sirvientes y su maleta.

«No entiendo qué está pasando. Yo estaba bien viviendo en el Jardín Ciruela y
estaba cerca de los aposentos de la Señora Larramendi. De alguna manera, el
Señor Larramendi quiere que me mude al ala lateral aislada. Además, tendré
que ser vecina de Delia».

Después de que Delia se pusiera sus zapatos nuevos, levantó la vista y vio a
Mariana entrar, lo que hizo que su sonrisa desapareciera de inmediato de su
rostro.

Manuel se dio cuenta del repentino cambio en su expresión porque era evidente
que se había alterado al ver a Mariana. Por lo tanto, sospechó de inmediato de
lo que le dijo Mariana. «¿Son las dos en realidad amigas íntimas? A juzgar por
la situación actual, su relación parece más bien...».

Manuel no podía entender la situación ni tenía idea de la verdad. Sin embargo,


se mudó aquí porque vio las sombras oscuras bajo los ojos de Delia esta
mañana. Supuso que ella no había dormido bien anoche, así que se trasladó
para hacerle compañía. Además, estaba seguro de que su madre le habría
reprendido por indecencia si se mudaba solo. Por ello, hizo que Mariana se
mudara con él.

El ala lateral tenía tres dormitorios, así que podían tener una cada uno.

—Tengo que hacer una revisión, Manuel, así que no te acompañaré a la puerta.
—Delia lo echó cuando recuperó la compostura.

Manuel tuvo mucho tacto y se marchó sin rechistar.

Delia cerró de inmediato las puertas del dormitorio una vez que Manuel se hubo
marchado e incluso puso el cerrojo.

Manuel se detuvo cuando oyó el crujido de las puertas al cerrarse, seguido por
el sonido de los cerrojos. Luego, sacudió la cabeza con impotencia antes de
alejarse.

Mariana corrió hacia Manuel y se agarró a su brazo cuando lo vio salir del
dormitorio de Delia. Manuel estuvo a punto de quitársela de encima, pero se
abstuvo de hacerlo porque había criados alrededor. No quería que comenzaran
los rumores porque sabía que afectarían a Delia y a Miguel. Por lo tanto,
permitió que Mariana se aferrara a él mientras entraba en el dormitorio.

—Manuel, ¡tomemos un baño juntos! Te cuidaré bien y me aseguraré de que


estés cómodo —sugirió Mariana con coquetería mientras intentaba
aprovecharse de la situación.

La mano de la mujer se deslizó por el brazo de Manuel hasta llegar a su palma


para así tirar de ella hacia su pecho. Sin embargo, él apartó su mano de la de
ella en el aire sin dudar.

—¡Ya se han ido todos y tú también puedes perderte! No me importa si tienes


algún plan, ¡pero no te atrevas a molestarme! —resopló Manuel con desprecio.

Mariana frunció los labios con disgusto, pero sabía que no era el momento, así
que hizo una reverencia antes de salir de su dormitorio. «Luzco igual que Delia.
¿Por qué no puede apreciarme como a ella? ¿Qué es exactamente lo que le
gusta de ella? ¡Debe haber algo que Delia tiene que yo no tengo! ¡Eso es! ¡Tengo
que encontrar la razón!».

Después de que Mariana se fuera, Manuel cerró las puertas. Sin embargo, abrió
la ventana de papel antes de sentarse en el sofá para observar la sala principal.
La lámpara incandescente iluminaba toda la habitación y así, a través de la
ventana de papel, pudo distinguir la sombra de Delia estudiando en la mesa.

Delia estaba memorizando y escribiendo algunas palabras en inglés e incluso


había terminado una serie de hojas de exámenes de matemáticas. Sin
embargo, no se había olvidado, en medio de todo, de llamar por teléfono a
Miguel para darle las buenas noches.

Miguel no había tenido la iniciativa de llamarla por teléfono en el tiempo en que


ella estaba recibiendo las clases intensivas en la mansión de la Familia
Larramendi. Ni pensar en visitarla, ni siquiera le había enviado un mensaje de
texto. Delia se sentía sola, pero no podía hacer nada al respecto. Le disgustaba
que Miguel fuese tan frío y distante con ella, pero no tenía más remedio que
soportarlo.

«Sinceramente, no debería anhelar su amor. Desde el principio, se casó


conmigo por compasión. Ayudó a saldar las deudas de los usureros de mis
padres no biológicos e incluso me sacó de aquel pequeño pueblo. De no ser por
él, no habría tenido la oportunidad de hacer el examen de ingreso a la
universidad. ¿De qué otra cosa podría estar insatisfecha? ¡Supongo que es
común que los humanos sean egoístas! Espero tener el corazón de Miguel.
Espero que, como mi marido, me ame de verdad y pase el resto de su vida
conmigo. Espero que mis esperanzas no sean solo ilusiones».

Aunque Delia se reunía a diario con Mariana, nunca había tomado la iniciativa
de charlar con ella. Sin embargo, cada vez que Mariana le hablaba, Delia
respondía con una sonrisa amable, pero era obvio que solo era por cortesía.

Mariana se dio cuenta de que Delia se estaba distanciando y por eso se quejó
delante de ella a propósito:

—Delia, ¡tú no eras así en el pasado!

—¿Cómo era, si no era así? —preguntó Delia.

«Antes, si Mariana me hubiera dicho cómo se hizo pasar por mí para ser la
señorita de la Familia Larramendi usando el colgante de jade que me dio
Manuel, le habría dado mis bendiciones como amiga íntima. Sin embargo, no
solo no me lo dijo, sino que incluso cortó los lazos conmigo para su beneficio
personal. Es una mujer tan vanidosa, pero espera que la trate con sinceridad.
¿Me toma por tonta? Además, si Mariana en realidad me tratara como a una
verdadera amiga, ¡no creo que me hubiera ocultado algo tan grande! A juzgar
por esto, estoy segura de que Mariana nunca me ha tratado como a una
verdadera amiga. En ese caso, ¿por qué debería tratarla con sinceridad después
de saber la verdad? Yo no puedo aprobar un comportamiento tan hipócrita».

—Delia, ¿te arrepientes de haberme cedido el puesto de señorita de la Familia


Larramendi? —Mariana le preguntó a Delia con pánico mientras agarraba su
muñeca.

Delia miró de reojo a Mariana antes de apartar su mano.

—Estás pensando más de la cuenta —respondió con calma.


—Pero tú…

—Mari, te traje té y unos bocadillos —La voz de la Señora Larramendi


interrumpió a Mariana antes de que ellos la vieran.

Delia y Mariana miraron al lugar de donde provenía la voz y vieron a la Señora


Larramendi con una sirvienta a la entrada del estudio, traían cuatro platos de
bocadillos y una tetera con cuatro tazas de té.

—Usted debe estar cansado, señor. ¡Tome un poco de té! —invitó con una
sonrisa la Señora Larramendi al tutor.

Él le agradeció con elegancia:

—Gracias por su hospitalidad, señora.

Delia y Mariana se levantaron a la vez y tomaron asiento alrededor de la mesa


redonda que estaba al lado.

La Señora Larramendi favorecía a Mariana, pero cuando se trataba de


necesidades diarias, como la comida, ropa y hospedaje, también se preocupaba
por Delia. Ella podía decir que la señora no era una persona cruel. Esa era solo
la forma en que trataba a Miguel y por eso la trataba de manera similar.

Mientras observaba a Delia que comía en silencio, la Señora Larramendi


comentó:

—Migue no ha pasado a visitarte estos días por la mansión. No importa lo


ocupado que esté un hombre, él debería visitar a su mujer. Migue puede tener
sus defectos, pero tú deberías estar al tanto de tus problemas también. Es
bueno que una mujer se supere, pero no deberías olvidar cómo mejorar tu
relación con tu esposo.

—Señora, es cierto. Tendré eso en cuenta —Delia asintió con la mirada baja.

—Aprende de Mari cuando tengas tiempo. Últimamente, Manu está deseoso de


regresar a casa y todo esto es gracias a Mari —mencionó la Señora Larramendi
con una gran sonrisa mientras miraba a Mariana.

Antes anhelaba que su hijo y esposo le hicieran compañía, pero las cosas
nunca salieron como ella quería.

«Sin embargo, ahora mi hijo ha madurado al fin y conoce la importancia de su


deber filial hacia mí. Manuel ha estado volviendo a casa a diario en los últimos
tiempos. Además de jugar ajedrez con el Señor Larramendi, él pasa incluso a
visitarme y a conversar un poco. Mari derritió el corazón frío e indiferente de mi
querido Manu».
En realidad, lo más importante fue que la primera vez que ella conoció a
Mariana, sintió que era parte de la familia y por eso le tenía mucho cariño.
Además, Mariana era buena haciendo feliz a la Señora Larramendi.

Delia sonrió sin decir una palabra después de escuchar a la Señora Larramendi.

—¡Mamá, basta! ¡Estoy avergonzada! —comentó con timidez Mariana. La


Señora Larramendi estalló en risas con su respuesta.

Delia se sintió aliviada cuando vio lo cercana que era su relación. Con toda
honestidad, la Señora Larramendi era considerada como una media suegra de
Delia. Después de todo, crio sola a Miguel.

Luego de las clases, Delia siguió el consejo de la Señora Larramendi.

Miguel la había estado descuidando porque cada vez que lo llamaba por
teléfono, él daba excusas de estar muy ocupado o de estar en medio de una
reunión. Incluso de noche, decía que estaba trabajando horas extras o que
estaba exhausto y que necesitaba dormir.

Delia comió distraída e incluso Manuel, que estaba sentado al frente, pudo
percatarse de que algo la estaba molestando.

El Patrón Larramendi carraspeó cuando se dio cuenta de que su nieto mayor


estaba mirando a su nuera más joven.

—Delia, ¿no te gustó la cena de hoy? —preguntó el Patrón Larramendi.

Ella volvió en sí antes de negar con la cabeza y responder con rapidez:

—No, abuelo. Los platos están deliciosos.

—En ese caso, come. No cabe dudas de que es un reto cuando se trata de la
matrícula y los exámenes, pero tú y Mariana deben cuidar bien de sus cuerpos
—aconsejó el Patrón Larramendi.

Delia respondió con una ligera sonrisa y asintió.

La Señora Larramendi no había notado nada raro en los últimos días. Sin
embargo, el Patrón Larramendi era un hombre experimentado y podía ver a
través de los pensamientos de su nieto mayor.

Después de cenar, Manuel jugó Go con él.

El Patrón Larramendi comentó mientras tomaba una piedra negra del envase:

—Delia y Mariana parecen gemelas. Es difícil diferenciarlas si no se presta


atención.
—Abuelo, ¿por qué saca eso de la nada? —Manuel tomó una piedra blanca
antes de ubicarla en la tabla, y rodeó con efectividad cinco piedras negras del
Patrón Larramendi.

Ese acarició su blanca barba de candado mientras analizaba la estrategia de su


nieto. Luego, comentó con una sonrisa:

—¡La experiencia le gana a la juventud después de todo!

Manuel observó cómo el abuelo puso el tablero a su favor y tomó diez de sus
piedras blancas. Entonces se lamentó:

—Abuelo, ¡me engañó!

—¡Creo que eres tú quien está jugando con trucos conmigo! Tu mamá podrá no
ver a través de tus pensamientos, y yo podré ser viejo, pero mi corazón no. —El
Patrón Larramendi miró a Manuel de manera triunfal.

Manuel se encontró con sus ojos antes de preguntar con una sonrisa:

—Abuelo, ¿me aclara los trucos que he estado usando con usted?

—¡La persona que amas es Delia! —El Señor Larramendi bajó la piedra que
sostenía antes de mirar con seriedad a Manuel.

Manuel quedó en silencio, pero respondió mintiendo de forma indiferente.

—Abuelo, tiene que estar volviéndose viejo y senil. Estoy enamorado de


Mariana, no de Delia.

—¡Ja! ¡Tú debes creer que soy un viejo tonto! En los últimos días, enviaste a
alguien a que transfiriera las propiedades de Mariana: el auto lujoso, la casa, el
capital y la empresa, a nombre de Delia. Cada vez que estamos cenando, solo
tienes ojos para ella y te mudaste al ala lateral porque estabas preocupado
porque no estuviera cómoda al quedarse aquí. Puede ser que logres esconder
ese secreto de tu mamá, pero no lo puedes esconder de mí —declaró con
firmeza el Patrón Larramendi.

Manuel reflexionó antes de romper el silencio de nuevo. Negó todo y dio


excusas convincentes:

—El auto de lujo, la casa, el capital y la empresa que estaban a nombre de


Mariana son los regalos de boda que le prometí a Miguel que le obsequiaría a él
y a Delia. Me mudé al ala lateral porque Mariana quería hacerle compañía y por
eso fue que acompañé a Mariana al trasladarse. En cuanto a la cena, solo
estaba mirando al frente y por casualidad Delia estaba sentada frente a mí.

—¡Eres bueno en tus respuestas! Sin embargo, tengo que recordarte que Miguel
no es un hombre simple, porque él es igual que tu tío Carlos. Ellos tienen
motivos ocultos y ambiciones hacia mi Grupo Larramendi. Miguel podrá ser el
hijo de tu padre, pero solo es un hijo ilegítimo. Tu madre se tragó su orgullo
durante años, pero no importa lo que suceda, no voy a estar al lado de él. De
hecho, nunca le entregaré el Grupo Larramendi a Miguel. Después que muera,
no va a heredar nada de mí. Por eso, espero que estés a cargo de su salario a
partir de ahora. ¿Entiendes lo que quiero decir? —preguntó el Patrón
Larramendi.

Manuel frunció un poco las cejas.

»En cuanto a Delia, sé que estás enamorado de ella. Al inicio, quería darle
instrucciones a Miguel para que se divorciara en privado de ella. Sin embargo,
después de observarlos durante este tiempo, puedo decir que Delia parece
estar enamorada de Miguel. Si fuerzo a una mujer, que no está enamorada de ti,
a quedarse a tu lado, solo causaría más daño que bien. Por eso, espero que
entierres bien profundo tus sentimientos en tu corazón y no destruyas a esa
pareja. Esto es lo menos que puedes hacer como una persona decente.
Asimismo, deberías tratar de aceptar a Mariana pues se parece a Delia.
Además, ella está enamorada de ti —añadió el Patrón Larramendi.

Manuel respondió con calma al escuchar esto:

—Abuelo, está pensando demasiado en ese tema de Delia. Yo solo la trato


como mi hermana menor y eso es todo. Por favor, no se preocupe, abuelo. Sé lo
que debe hacerse y lo que no debe suceder.

—Está bien siempre que sepas lo que es correcto hacer. No haré ningún otro
comentario. —El Patrón Larramendi tenía tacto. No insistió en el asunto porque
su nieto negó sus sentimientos respecto a Delia. Después de una pausa,
aconsejó con gravedad—: Manu, debes recordar lo que digo. Nunca debes
lastimar a los demás, pero siempre tienes que estar en guardia. Eso se aplica a
tu tío Carlos y a tu hermanastro menor Miguel. Frente al interés, uno siempre
tiene que estar en guardia, ¡incluso en la oscuridad!

—¡Siempre tendré eso en cuenta, abuelo! —Después de eso, Manuel se levantó


antes de saludar levemente con la cabeza al Patrón Larramendi.

Él podía haber estado de acuerdo con su abuelo en apariencia, pero en realidad


no coincidía con sus opiniones.

«Incluso sin el recordatorio de abuelo, siempre he estado en guardia cuando se


trata de mi tío Carlos. Sin embargo, confío en Migue porque tenemos una
conexión profunda como hermanos. Abuelo piensa demasiado con respecto a
ese asunto».

El Patrón Larramendi asumió que Manuel en realidad había tomado en serio su


consejo y se sintió aliviado.
Después de dejar al Patrón Larramendi, Manuel acompañó por un rato a su
madre, la Señora Larramendi.

Cada vez que Manuel visitaba a su madre, ella lo presionaba para que él y
Mariana registraran de forma legal su matrimonio, ya que lo que más quería era
un nieto.

Manuel se enfurecía cada vez que se mencionaba a Mariana, pero tenía que
actuar como si todo estuviera bien.

La Señora Larramendi se lamentaba mientras sostenía la mano de Manuel:

—Pensé de inmediato en la hija de tu madrina la primera vez que vi a Mari. Por


cierto, Manu, ¿recuerdas todavía a esa pequeña hermana que tu madrina dio a
luz? No la dejabas marchar mientras seguías besándola el día que ella nació, e
incluso dijiste que querías que fuera tu esposa.

—No recuerdo —respondió Manuel—. Mamá, si lo piensas, ¿Delia no se parece


más que Mariana a la niña de la madrina? —añadió.

«Mariana se sometió a cirugía para lucir como Delia. Aunque mamá no tiene
idea de esto, yo, por otro lado, estoy muy bien informado».

—¡¿Cómo se puede comparar a Delia con nuestra Mari?! Mari es mucho más
linda, ¡sin dudas! No tengo idea de qué está mal con tu hermano menor. ¿Por
qué no informó al abuelo sobre una cosa tan grande como casarse? ¡Él
básicamente se casó con una mujer de antecedentes desconocidos! —regañó
con seriedad la Señora Larramendi.

Sin embargo, Manuel se puso de parte de Miguel.

—Mamá, Migue tiene derecho a decidir por él mismo.

—¡Tienes razón! ¡Olvidemos a Migue! ¡Hablemos sobre tu madrina! Buscaré un


tiempo con ella para que regrese de afuera y vea a Mari, su ahijada-nuera. —La
Señora Larramendi suspiró y continuó muy sentimental—: Para ser honestos, tu
madrina es una mujer desafortunada.

Manuel la consoló con tranquilidad:

—Mamá, no debes estar tan triste. No dejes que afecte tu bienestar.

—Eso es verdad. Es solo que es una pena… Si esas malas personas no hubieran
secuestrado a la niña, tu madrina y su familia no hubieran emigrado fuera del
país, y tú hubieras seguido siendo amigo de ella —comentó la Señora
Larramendi y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

Aunque el niño de la Señora Larramendi no había sido el secuestrado, ella vio


cómo su amiga se fue destruyendo frente a ella en todos esos años. Al final, su
buena amiga perdió la cordura y casi la enviaron a un hospital psiquiátrico.
Como era su amiga íntima, a la Señora Larramendi le había afectado mucho.

Manuel sabía que su madre siempre había querido una hija, pero había perdido
la oportunidad.

—Manu, tienes que tratar bien a Mari —lo reprendió la Señora Larramendi.

En respuesta Manuel cambió el tema:

—Mamá, debes irte a descansar más temprano. Regresaré ahora al ala lateral.

—¡Está bien! —asintió la Señora Larramendi con una sonrisa cálida.

Después de dejar el patio de su madre, Manuel estaba a punto de entrar por la


puerta principal del ala lateral cuando vio a Delia que sostenía un balde de
madera bajo la tenue luz naranja. Estaba regando las plantas en el jardín.

Manuel recordó vagamente que las plantas se habían marchitado hacía mucho
tiempo, pero dio un vistazo rápido y, ahora parecían ser de un verde exuberante.

—Ya es bien tarde, ¿no vas a descansar? —preguntó Manuel con frialdad.

Delia se giró hacia un lado para mirarlo cuando oyó su voz y sus ojos se
encontraron.

—Manuel, buenas noches —lo saludó Delia con una leve sonrisa.

«Parece que después de nuestra interacción durante este tiempo, me trata ya


como a su hermano mayor. Soy mucho más reservado con respecto a ella que
antes, cuando mi primer pensamiento era besarla con fuerza cada vez que la
veía. De hecho, nada me apetecía más que inmovilizarla debajo de mí mientras
acariciaba cada centímetro de su cuerpo. Para ser exactos, ya no tengo
pensamientos impropios hacia ella desde que supe que se había convertido en
mi cuñada».

Manuel asintió con cortesía como respuesta. Justo cuando estaba a punto de
darse la vuelta para entrar en su dormitorio, ella lo llamó desde atrás:

—Manuel, ¡espera! —Su voz sonaba tan cálida y tierna como en sus sueños.

Él se volteó feliz y la vio caminando hacia él antes de entregarle una maceta de


cactus que tenía en sus manos.

—Manuel, los cactus absorben dióxido de carbono por la noche y emiten


oxígeno. Te ayudan a dormir. Deberías colocar esto en tu dormitorio —sugirió
ella con una sonrisa.
Manuel aceptó la maceta con una mano. Con todo propósito, había mantenido
ocultos sus sentimientos por ella y le mostró una ligera sonrisa mientras le
agradecía con calma.

—Gracias.

Ella se retiró y lo saludó antes de darse la vuelta para entrar en su dormitorio.

A decir verdad, Manuel no era el único que había recibido la planta porque
incluso le había dado una a Mariana también. Asimismo, lo hizo con las
habitaciones de la Señora Larramendi y del Patrón Larramendi; aunque envió a
los ancianos narcisos, que ayudaban a dormir por la noche.

Manuel miró a Delia mientras se marchaba. Luego, miró la maceta de cactus


que tenía en la mano. Estaba bastante molesto, pero al mismo tiempo se sentía
aliviado; de hecho, sentía envidia de Miguel. «Si un día Miguel hace realmente lo
que dice el abuelo y quiere quitarme el Grupo Larramendi, ¿me entregaría a
Delia a cambio?».

Era de noche y todos estaban en sus respectivos dormitorios. Delia estaba


haciendo una revisión como de costumbre, mientras que Mariana se retocaba
la piel. Por otro lado, Manuel estaba leyendo uno de los libros que le había
regalado su abuelo sobre alta dirección de empresas.

El teléfono de Delia sonó de repente a mitad de su revisión. Se sintió algo


decepcionada porque no era el tono específico de Miguel. De todos modos,
tomó el móvil y comprobó la pantalla antes de contestar.

—Hola, Xiomara.

Había pasado un mes desde que dejó la Familia Lima, pero Delia no había
cambiado la forma de dirigirse a Xiomara, la novia de su hermano Ernesto.

—Snif… Delia... Tu hermano... No consigo encontrarlo... —Xiomara empezó a


sollozar de inmediato por teléfono.

Delia se quedó atónita y preguntó con rapidez:

—¿Qué ha pasado?

—¡N… no lo sé! ¡Solo sé que volvió a su pueblo natal contigo! Después de eso,
vino a casa conmigo, pero no ha regresado a casa en los últimos días porque
volvió de nuevo a su pueblo. ¿Recuerdas que te pregunté antes sobre el regreso
de tu hermano? Ya ha pasado un mes, pero tu hermano aún no ha vuelto. No
puedo contactar con él por teléfono y no se ha conectado a través de ninguna
red social. Pidió una licencia de larga duración en su empresa y aún no ha
vuelto. Y... yo estoy muy preocupada y no sé qué hacer... —dijo sollozando
Xiomara y rompió a llorar tras explicarle la situación a Delia.
Delia de repente se preocupó por su hermano, así que tranquilizó a Xiomara con
rapidez:

—Xiomara, no llores. Por favor, mantente fuerte por ahora. Te voy a enviar la
dirección de mi pueblo natal; deberías pasar por allí.

—Delia, ¿puedes ir conmigo, por favor? Vamos esta noche, ¿de acuerdo? Me he
torturado esperando durante un mes, ¡y no puedo seguir así! ¡Necesito buscar a
tu hermano!... Delia, ¡te lo ruego! —suplicó ella.

El corazón de Delia se ablandó cuando escuchó las súplicas de Xiomara y


accedió pues no tenía corazón para rechazarla. Fue entonces cuando Xiomara
dejó de llorar y sonó aliviada.

Después de terminar su llamada con ella, Delia llamó a Miguel.

Él estaba en su oficina, apurado por cumplir el plazo del Proyecto del


Departamento Militar de Ciudad Coral. Él y Sofía habían estado ocupados
trabajando horas extras para cumplir en tiempo el plazo de este proyecto.

Por lo tanto, fue un mal momento cuando Delia le llamó por teléfono.

—Miguel, ¿podrías hacer un hueco esta noche para acompañarnos a mí y a mi


cuñada, Xiomara, de regreso a mi pueblo natal? Mi hermano Ernesto... Creo que
le ha pasado algo. Lleva un mes desaparecido... —Delia estaba muy ansiosa,
pero intentaba aparentar calma al hablar; por eso, hablaba despacio y con
suavidad.

A pesar de ello, Miguel frunció el ceño con disgusto al escuchar lo que ella
decía. Le preguntó:

—¿Por qué volverías allí si ya no tienes ningún parentesco con la Familia Lima?
Ernesto ni siquiera es tu hermano biológico. Además, Xiomara es una mujer
que trabaja en un club. Sin tu hermano, ¿no se buscaría ella otro hombre? ¿Por
qué volverías a tu supuesto pueblo natal con ella? ¿Por qué querrías
involucrarte en sus asuntos sin razón alguna?

—Es normal que ella no sepa dónde está el pueblo de mi hermano. Después de
todo, es un lugar pobre y está situado en una zona rural. Como hombre, es
normal que oculte el hecho de que proviene de orígenes humildes y por eso
intentó ocultarlo a su mujer. Sin embargo, mi hermano está realmente
enamorado de Xiomara y ella también lo está de él. ¿Cómo puede mi cuñada no
preocuparse de que le haya pasado algo a mi hermano? —Delia se sintió
bastante molesta por su reacción.

«Es cierto que no tengo ningún parentesco con la Familia Lima. Sin embargo,
dejando de lado los horribles tratos de la Señora Lima, tengo que decir que el
Señor Lima me crio con todo lo que tenía. No es mi padre, pero es incluso
mejor que un padre para mí, ¿no es así?».

«Aunque los hábitos derrochadores de mi hermano Ernesto son difíciles de


superar, siempre me ha protegido desde que era una niña. Siempre me daba los
mejores juguetes y comida que había, y nunca me intimidó. Es cierto que los
lazos de sangre son más fuertes que los de otro tipo, ¡pero es imposible cortar
dieciocho años de afecto familiar! ¿Por qué Miguel no entiende el afecto
familiar?».

¿Cómo podría Miguel entender el concepto de afecto familiar? Tanto la Señora


Larramendi como el Patrón Larramendi lo criaron, pero él nunca albergó afecto
por ellos. De hecho, Miguel tenía la sensación de que la única razón por la que
lo habían criado era por ser hijo biológico de su padre. Se vieron obligados a
hacerlo ya que tenía sangre de la Familia Larramendi.

—Delia, ¿por qué usas ese tono conmigo? ¿Me estás reprendiendo o te estás
quejando ahora mismo? —preguntó Miguel con severidad.

Delia se quedó sin habla de repente. Perdió su ventaja al enfrentarse al carácter


fuerte de Miguel.

—Lo siento. Estaba demasiado nerviosa.

—Delia, ¡sigue adelante si quieres buscar a Ernesto junto con Xiomara! Sin
embargo, con total honestidad, no tengo tiempo para acompañarte. Estoy
trabajando horas extras para cumplir el plazo de un diagrama de diseño. Estoy
muy ocupado —añadió Miguel.

«Sinceramente, no estaría dispuesto a acompañarla, aunque tuviera tiempo,


porque no estoy de acuerdo con ella en este momento. No creo que sea
necesario que se involucre en asuntos relacionados con Ernesto. Si insiste en ir,
solo significa que es una entrometida». Miguel fue claro con su postura.

Delia bajó los ojos, que se nublaron con lágrimas.

—De acuerdo, ¡sigue con el trabajo! Voy a colgar ahora.

—Espero que no vayas. ¡Acuéstate temprano! —Miguel le recordó con


amabilidad.

Después de terminar la llamada, Delia comenzó a hacer la maleta porque


decidió acompañar a Xiomara a Villa Occidental en Aguas Claras. «Xiomara me
pidió ayuda por desesperación, así que no le quedó más remedio. De lo
contrario, ella no habría llorado por teléfono. Antes sonaba desesperada».

Clac... Clac... Se oyó el ruido de la puerta abriéndose y cerrándose en el patio.


Manuel vio cómo se apagaban las luces del dormitorio de Delia. Entonces, vio
una sombra que salía corriendo de la habitación principal, por lo que dejó su
libro para perseguir a la figura.

—¡Delia! —Manuel la llamó.

Sin embargo, ella no se detuvo al oírle. Manuel se percató de que arrastraba


una maleta, así que caminó a paso ligero para alcanzarla. Extendió la mano,
alcanzó el brazo de Delia y la obligó a detenerse.

—Delia, ¿qué estás haciendo? ¿Qué ha pasado? —Manuel puso ambas manos
sobre sus hombros. Bajo las tenues lámparas del patio, se dio cuenta de que
sus ojos estaban enrojecidos por las lágrimas. Su corazón se apretó de dolor al
ver eso y entonces preguntó—: ¿Por qué lloras?

—¡Estoy bien! ¡Solo echo de menos mi pueblo natal! Manuel, por favor, informa
al Patrón Larramendi y a la Señora Larramendi de mi parte. Necesito volver a mi
pueblo por varios días. Después, volveré para continuar con mis estudios. —
Delia apartó las manos de Manuel antes de avanzar arrastrando su maleta.

Manuel dio varios pasos hacia delante y le bloqueó el paso.

—¿Sabe Miguel que vas a volver a tu pueblo? —le preguntó con severidad.

—Hmm, lo sabe. No te preocupes, Manuel. —Delia trató entonces de caminar a


su alrededor.

Manuel volvió a bloquear su camino antes de preguntar con firmeza:

—En ese caso, ¿por qué no te acompaña?

—Él... —Delia dudó y no pudo evitar mentir—: Dijo que me esperaría en la


estación de tren.

Manuel frunció el ceño antes de afirmar con disgusto:

—En ese caso, ¡le llamaré por teléfono para confirmarlo!

—¡No! —Delia extendió la mano para detenerlo.

Manuel frunció el ceño ya que la había atrapado mintiendo.

—¿Es que Miguel no quiere acompañarte? —preguntó. «Esta es la única razón


que pudiera herirla y hacerla llorar».

Delia no lo admitió ni lo negó. Se limitó a cambiar de tema.

—Basta, Manuel. ¡Deberías volver a tu habitación! ¡Ya me voy!


Él agarró su muñeca con obstinación. Luego, la arrastró a su habitación para
tomar su cartera, su teléfono y la llave del auto antes de salir del ala lateral con
ella. Agarró su maleta y la arrastró hasta el aparcamiento.

Manuel colocó la maleta en el maletero de su auto. Luego, la empujó con fuerza


en el asiento al lado del conductor antes de cerrar la puerta tras ella. Rodeó el
auto hasta el lado del conductor y cerró la puerta con un fuerte golpe. A
continuación, se giró para mirarla con indiferencia.

Delia se sorprendió de su actitud fría y dominante. El auto se quedó en silencio


de repente.

—Enciende el <i>GPS</i>. ¡Te llevaré de vuelta a tu pueblo natal! —Él rompió el


silencio al darle instrucciones con un tono duro.

Delia volvió a la realidad, y justo cuando estaba a punto de salir del auto,
Manuel extendió la mano y la agarró de la muñeca.

»Delia, ¡te lo ordeno! —gruñó Manuel con una voz sombría—. Su tono la asustó y
ya no se atrevió a moverse—. ¡Adelante entonces! —la regañó él.

Ella no tuvo más remedio que sacar su teléfono para encender el <i>GPS</i>.
Luego, tecleó la dirección de su antigua casa en su pueblo natal.

Permaneció callada durante todo el viaje. Mientras tanto, Manuel se concentró


en conducir en silencio. La mujer que daba las indicaciones del programa de
navegación era la única voz en la gélida y tensa atmósfera del auto.

Delia no se atrevió a dormir en el largo viaje, mientras que él manejó con


cuidado durante todo el trayecto. Sin embargo, los dos no intercambiaron ni
una sola palabra. Ella recordó que ese era el mismo auto en el que Manuel casi
la violó después de comprarle el perfume. «Ni siquiera puedo soportar recordar
el pasado...».

Delia no podía entender del todo a Manuel y su carácter. «Sin embargo, por lo
que he observado, debió confundirme con Mariana y por eso se aprovechó de
mí. Después de todo, ella luce igual a mí. Sin embargo, ¿qué pasa ahora? ¿Por
qué se preocupa por mis problemas? ¿Es por el bien de Miguel?». Ella no quería
pensar demasiado, así que se giró hacia un lado para mirar por la ventanilla del
auto.

Después de un largo rato, Manuel finalmente habló:

—¡Duerme si tienes sueño! No te preocupes por mí, porque mientras yo


conduzca, ¡nunca me quedaré dormido por muy tarde que sea!

—Está bien. No tengo sueño —respondió ella con voz débil.


Manuel llevó a Delia a la estación de trenes de alta velocidad de Ciudad Ribera y
en la estación compraron los billetes a Aguas Claras. Compró asientos VIP en
el compartimiento de primera clase y deberían llegar a Aguas Claras a las 7 de
la mañana del día siguiente.

Tras subir al tren, Delia no pudo más y se quedó dormida una vez que se acostó
en la cama. Él la cubrió con una manta con cariño. Contempló su rostro
apacible mientras dormía, y justo cuando iba a inclinarse para besar su frente,
se detuvo en seco.

«Es mi cuñada. ¡No puedo cruzar la línea!». Las alarmas sonaron en su cabeza y
se dio la vuelta para volver a su litera. «Es muy tarde. Yo también necesito
descansar bien esta noche. ¡Quién sabe qué retos nos esperan mañana!».

Estaban llegando a Aguas Claras cuando ella se despertó. Por casualidad,


Xiomara llamó por teléfono a Delia para comprobar dónde estaba. Manuel, que
dormía frente a ella, despertó sobresaltado cuando ella contestó la llamada. De
inmediato se levantó al verla sentada en la cama.

Al cabo de media hora, el tren llegó a la estación de Aguas Claras.

Delia se reunió con Xiomara a la salida de la estación. Manuel las hizo esperar
allí mismo y fue a alquilar un auto.

Xiomara observó lo apuesto que era Manuel, pero como estaba preocupada por
Ernesto, no estaba de humor para derretirse por Manuel.

—¿Por qué estás con Lucas? —preguntó Xiomara con curiosidad.

—No es Lucas; es mi cuñado, Manuel —contestó Delia sin convicción.

—¡¿Tu cuñado?! —exclamó Xiomara conmocionada.

Delia no tuvo más remedio que explicar la verdad:

—Es el hermano de mi esposo. Está ocupado y por eso él está aquí conmigo.

—¡¿El hermano con la cuñada?! Tu esposo es bastante relajado —comentó


Xiomara con descaro.

Xiomara se había enterado de su matrimonio relámpago a través de Ernesto.


Sinceramente, sabía que, aunque Ernesto y Delia no estaban emparentados era
imposible cortar el vínculo entre hermanos que, en su caso, había durado
dieciocho años. Ernesto todavía extrañaba mucho a Delia. Xiomara estaba
segura de que ella sentía lo mismo por Ernesto. Por ello, estaba convencida de
que aceptaría ayudarla.

Manuel consiguió alquilar un todoterreno y las ayudó a colocar sus maletas en


el maletero. Incluso les abrió la puerta trasera del auto.
Así, Xiomara pudo admirar su caballerosidad.

«Manuel es una persona tan buena, que estoy segura de que el esposo de Delia,
Miguel, al que Ernesto mencionó, también debe ser una buena persona». De
repente, Xiomara se sintió aliviada por Delia, pues se alegraba de que hubiera
encontrado un gran esposo.

Tardaron dos horas en viajar de Ciudad Cielo a Villa Occidental y en el camino


tuvieron que pasar por el centro de Ciudad Cielo. Tras varias vueltas y giros,
Delia llegó a la casa de la Familia Lima con Manuel y Xiomara. Sin embargo, la
tienda de la familia, que debía estar abierta, estaba cerrada.

Al ver esto, Delia sacó con rapidez su teléfono e hizo una llamada al Señor
Lima, pero lo que obtuvo fue la notificación de que su número no estaba en
uso. Desesperada, se vio obligada a preguntar a sus vecinos qué había pasado
con la Familia Lima. La respuesta de la vecina dejó a Delia y a Xiomara
estupefactas.

—No sé qué delito cometió tu hermano, pero lo arrestaron y lo enviaron a la


cárcel. Para pagar la fianza, tus padres vendieron la casa y la tienda y ambos se
mudaron al pueblo —le dijo el vecino a Delia.

Al oír esto, Delia llevó de inmediato a Manuel y a Xiomara a la vieja cabaña en el


pueblo. Tal y como esperaba, al llegar vio al Señor Lima clasificando hierbas
junto a la puerta de la casa y a la Señora Lima secándolas a su lado. Cuando la
vieron, ambos rompieron a llorar. Solo había pasado menos de un mes desde la
última vez que se vieron, pero Delia sintió que el Señor y la Señora Lima habían
envejecido unos cuantos años. En sus cabezas los cabellos plateados habían
aumentado de forma visible.

—Delia... ¿P…Por qué estás aquí? —preguntó el Señor Lima con voz temblorosa.
Mientras tanto, la Señora Lima solo lloraba y no decía nada.

—Papá, mamá, traje a la novia de Ernesto conmigo para encontrarlo. —Delia no


pudo evitar dirigirse a ellos como sus padres. Después de todo, los había
llamado papá y mamá durante dieciocho años. No podía cambiar con facilidad
su costumbre.

Después de que la Señora Lima oyera lo que dijo, corrió apresurada a la casa y
preparó un poco de té para servirles.

Xiomara les saludó con cortesía:

—¡Hola, Señor y Señora Lima!

Manuel estuvo todo el tiempo al lado de Delia, por lo que el Señor y la Señora
Lima lo confundieron con el esposo que había mencionado Ernesto. Sin
embargo, cuando este hombre se limitó a saludarlos como señor y señora,
llegaron a malinterpretar que estaba enfadado con ellos por causa de Delia,
porque ellos habían intercambiado a las hijas, sin tener en cuenta cómo la
habían cuidado durante tantos años.

Después de que todos se sentaron, la Señora Lima se secó las lágrimas


mientras le confiaba a Delia:

—Tu hermano es un b*stardo derrochador. ¿Cómo puede ser tan estúpido como
para involucrarse en el cultivo de amapolas?

—¡¿Ernesto se involucró en el cultivo de amapolas?! ¡¿Cómo es posible?! —Delia


estaba tan sorprendida que se levantó de su silla.

Incluso Xiomara se quedó boquiabierta. Sin embargo, Manuel solo frunció el


ceño.

—Hace un mes, un grupo de policías y fuerzas especiales llegó a la villa.


Quemaron una gran plantación de amapolas detrás de la montaña del sur e
incluso arrestaron a varios aldeanos. No sabíamos que tu hermano había
invertido en la plantación, ¡y que incluso recibía dividendos cada año! ¿Por qué
tu hermano es tan tonto? Nuestra familia está en el negocio de las hierbas, ¡así
que es imposible que no sepa que esas eran amapolas! —se lamentaba la
Señora Lima mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Mientras tanto, el Señor Lima se limitó a sacudir la cabeza continuamente con


una expresión de dolor en su rostro.

—Entonces, ¿qué debemos hacer ahora? —preguntó Xiomara con ansiedad.

El Señor Lima suspiró y contestó:

—Hemos oído que podemos sacar a Ernesto de la cárcel si pagamos dos


millones, pero... incluso después de vender todo lo que teníamos y utilizar el
dinero que fuimos guardando para que María estudiara en el extranjero, solo
conseguimos reunir medio millón.

—Tengo doscientos mil conmigo. Es todo lo que hemos ahorrado Ernesto y yo


durante años. —Sin decir nada más, Xiomara sacó al instante una tarjeta
bancaria de su bolso. Estos eran todos sus ahorros.

Al ver que Xiomara había dado dinero al Señor y la Señora Lima sin ninguna
duda, Delia bajó la cabeza avergonzada. Si quería darles dinero para ayudarles,
tenía que pedírselo a Miguel. En el fondo, sabía que si le decía a Miguel que
necesitaba dinero para salvar a su hermano adoptivo, que había cometido un
crimen, él nunca aceptaría.

Manuel vio cómo la Familia Lima caía en la desesperación. Sin poder


contenerse más, dijo:
—Guarden su dinero. Los ayudaré a pensar en una forma de sacar al hermano
de Delia de la cárcel. Solo hay una cosa...

—¿Qué es? ¡Aceptaré todo lo que digas! —La Señora Lima estaba más
desesperada que nadie.

Incluso los ojos del Señor Lima y de Xiomara estaban llenos de expectativa
mientras miraban fijo a Manuel.

Sin embargo, en ese momento, Delia pensó de repente en algo. «¡Debe haber
enviado a la policía y a las fuerzas especiales para arrestar a la gente después
de que le hablara del campo de amapolas!». Aunque sus bondadosas acciones
habían hecho que arrestaran a su hermano y lo enviaran a la cárcel, no se
arrepentía porque al menos había reducido el número de personas inocentes
que podían ser envenenadas por esas amapolas.

—¡Me temo que los dos tienen que llevarse a su hijo y abandonar el país! —
continuó Manuel.

La Señora Lima aceptó de inmediato.

Delia se giró entonces para mirar a Xiomara y, en un susurro, le preguntó:

—Xiomara, ¿y tú? ¿Estás dispuesta a dejar el país con mi hermano?

—¡Claro que sí! No importa a dónde vaya Ernesto, lo seguiré, ¡aunque sea al fin
del mundo! —dijo Xiomara con determinación mientras miraba los ojos de
Delia.

Manuel asintió y pidió a Delia y a Xiomara que se quedaran en la cabaña y


esperaran a que les informara. Con eso, se fue.

En resumen, Delia no sabía cómo Manuel había conseguido salvar a su


hermano, pero después de esperar en la cabaña durante dos días, Ernesto
finalmente regresó a casa sano y salvo.

Cuando el Señor y la Señora Lima lo vieron, lo abrazaron y lloraron mientras lo


regañaban por ser estúpido e irreverente.

Ernesto les prometió que nunca más haría nada ilegal. Cuando vio a Delia,
corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

—Mi querida hermana, por favor, cuídate mucho. ¡Gracias por salvarme la vida!

—Ernesto, yo...

—¡No tienes que decir nada! Debes cuidarte en Ciudad Ribera. —Después de
soltar a Delia, suspiró mientras le acariciaba los hombros. Luego, estiró su
mano para agarrar a Xiomara y juró en secreto que nunca más abandonaría a
su amada.

Esta vez, la Señora Lima supo que, de no ser por Delia, ni siquiera hubiera visto
a su hijo fuera de la cárcel. Tras el incidente, María había roto el contacto con
ellos después de que la Señora Lima tomara su dinero y había vuelto a la casa
de la Familia Torres. Como decía el refrán: «en la adversidad está la verdad». La
única persona que nunca los abandonó fue su hija adoptiva, Delia, a la que
habían criado durante dieciocho años.

La Señora Lima entró en la casa y salió con una pequeña caja de madera en las
manos. Luego, se acercó a Delia y se quitó el brazalete de oro que había llevado
en la muñeca durante más de cuarenta años antes de tomar la mano de Delia y
ponérselo.

Incluso después de lo que le ocurrió a su hijo, nunca pensó en vender este


brazalete, ni siquiera cuando la venta de la casa y la tienda no fue suficiente
para pagar la fianza. Este brazalete de oro había pertenecido a su familia
durante generaciones y solo lo heredaban las hijas de la familia. La Señora
Lima tenía la sensación de que tenía propiedades místicas que podían proteger
a su dueña. «Después de protegerme durante tantos años, creo que es hora de
pasárselo a mi hija, que ha tenido una vida dura».

—Este brazalete de oro me lo dio tu abuela y solo se lo pasamos a nuestras


hijas. Además, cuando tu abuela aún vivía, me dijo que te lo entregara... —dijo la
Señora Lima mientras sollozaba y se secaba las lágrimas.

Delia se limitó a mirarla en silencio con sentimientos encontrados. Entonces, la


Señora Lima puso la pequeña caja de madera en las manos de Delia. Con voz
entrecortada, dijo:

»Esta pequeña caja de madera contiene el trabajo y las habilidades de tu abuela


durante toda su vida. Tu abuela me dijo que te la entregara. Ahora, he cumplido
sus últimos deseos. A partir de hoy, serás mi única hija...

—¡Mamá...! —exclamó Delia emocionada y no pudo evitar abrazar a la Señora


Lima.

Siempre se había quejado de la forma en que su madre la había tratado, pero en


ese momento, no podía recordar nada de ese dolor. Todo lo que pensaba era
que estaba triste por verlos partir.

Era la última vez que se despedía de su familia y probablemente no volvería a


verlos nunca más porque, para protegerla, Manuel había ordenado a la Familia
Lima que rompiera el contacto con ella para siempre. Después de todo, el autor
intelectual del incidente en el campo de amapolas se había escapado durante
el arresto y continuaba libre.
Ernesto no sabía que fue Manuel quien lo había salvado. Todo lo que sabía era
que la persona que lo hizo se presentó en nombre de Delia y por su bien pidió a
los superiores que organizaran una muerte falsa para que escapara de la
prisión.

Después de que Ernesto fingiera su muerte para salir de la cárcel, se vio


obligado a dar los nombres de sus jefes. Al principio, tenía la intención de
aceptar la muerte, pero un guardia de la prisión le dijo en secreto que su
hermana, su novia y sus padres estaban esperando que regresara a salvo.

El guardia incluso le dijo que si quería salir vivo de la cárcel y ver a su familia,
tenía que contarles todo lo que sabía sobre el sindicato. Por tanto, Ernesto optó
por traicionar a sus «amigos». Al mismo tiempo, también confesó que utilizó su
posición como editor en jefe de una web de citas para ser un «casamentero» en
Ciudad Buenaventura.

Después de lo que sucedió, se vio obligado a llevarse a su familia con él y


trasladarse a otro lugar; para vivir así en el anonimato el resto de su vida.

Cuando Delia llevó su equipaje desde su casa en el pueblo hasta Villa


Occidental, Manuel ya la estaba esperando con su auto aparcado al borde de la
carretera.

Si la persona que la hubiera acompañado a Villa Occidental hubiera sido Miguel


en lugar de Manuel, no hubiese podido ayudarla a resolver el problema de la
Familia Lima.

Aunque Miguel estuviera dispuesto a pagar dos millones, no necesariamente


hubiera podido salvar a Ernesto de la cárcel. En resumen, en situaciones
difíciles como esta, el poder era más importante que el dinero.

Delia no se atrevía a pensar en la identidad secreta de Manuel y tampoco quería


hacerlo. De hecho, desde el primer día que lo conoció, sabía que lo de su
identidad no era algo sencillo.

Por medio del espejo retrovisor, Manuel vio a Delia arrastrando su equipaje
hacia su auto detenido al borde del camino, así que se apresuró a salir del
asiento del conductor para ayudarla.

Cuando volvieron al auto, ella guardó silencio durante mucho tiempo antes de,
en realidad, dar las gracias a Manuel. Sabía que las palabras no eran
suficientes para compensar todos los problemas en los que lo había metido.

Sin embargo, Manuel parecía estar tranquilo mientras le respondía:

—Solo estoy ayudando a Miguel. No lo hice por ti.

No quería que ella se sintiera agobiada.


Al oír esto, las comisuras de la boca de Delia se levantaron un poco. Se volvió
hacia él y le dedicó una sonrisa de alivio. Cuando Manuel vio su dulce
expresión, se quedó mirando su cara durante unos segundos antes de apartar
la vista a otro lado. Luego, arrancó el motor y volvió a mirar por el espejo
retrovisor.

Ella respiró profundo, levantó la mano y se quitó el brazalete de oro que le había
regalado la Señora Lima antes de tomar el pañuelo de seda de su bolso y
envolverlo.

Él vio con el rabillo del ojo que llevaba algo de oro en las manos, así que
preguntó:

»Te queda bien. ¿Por qué te lo quitas?

—Quiero mantenerlo a salvo para poder dárselo a la hija mía y de Miguel en el


futuro —respondió Delia con una sonrisa. La expresión de su bello rostro
mostraba lo mucho que anhelaba ese futuro.

Sin embargo, cuando Manuel escuchó lo que ella decía, sintió que le dolía el
pecho. En ese instante, esperaba que se le calmara el dolor, pero cada vez le
dolía más; tanto que le costaba incluso respirar.

—¿Esperas tener una niña? —Manuel intentó cambiar de tema.

Delia se tocó de manera inconsciente su vientre y se volvió para mirar por la


ventanilla. Luego, sonrió y dijo:

—¡Sí!

Deseó poder dar a luz a una niña de Miguel en el futuro. «En realidad, ¡no pasa
nada si doy a luz a un niño! Mientras sean nuestros hijos, su sexo no importa».
Eso era lo que pensaba.

Cuando salía con Mario, nunca había considerado tener un hijo con él. En ese
momento, lo único en lo que pensaba era en trabajar duro para ganar dinero y
apoyarlo económicamente para que terminara sus estudios. Además, tenía que
dedicar tiempo a estudiar para no quedarse atrás. Tal vez por la presión de la
vida, no había tenido tiempo para pensar en el futuro.

Sin embargo, ahora las cosas eran diferentes para ella. Miguel satisfacía sus
necesidades materiales y, ahora que ya tenía un hogar, quería tener un hijo.

Además, ahora podía concentrarse de lleno en sus estudios, así que en su


tiempo libre imaginaba cómo sería su futuro con Miguel. En su imaginación, su
futuro con él era hermoso.
Mientras estaba sentada en el asiento del lado del conductor, Delia tuvo el
impulso de abrir la pequeña caja de madera de su abuela que le había regalado
la Señora Lima. «La abuela dejó esto especialmente para mí. ¿Me pregunto qué
habrá dentro de esta cajita de madera?». Llena de curiosidad, Delia abrió
despacio la cajita.

En la caja, además de las copias manuscritas de los cuatro grandes libros de


medicina del mundo, había dos libros escritos por su propia abuela. Había una
copia del <i>Libro de las mil hierbas</i> que registraba las propiedades de cada
hierba medicinal que había en la montaña y una copia del <i>Diario médico</i>
que documentaba todos los detalles de cada enfermedad que su abuela había
curado.

«¿La abuela le pidió a mi madre que me dejara esto porque quería que estudiara
medicina?». Delia miró por la ventanilla con la cabeza llena de pensamientos.

Después de que Manuel y Delia regresaran a la residencia de la Familia


Larramendi, le informaron a Manuel que el Patrón Larramendi quería verlo.

En cuanto a Delia, poco después de entrar en su dormitorio, la Señora


Larramendi la siguió y le dio una bofetada delante de Mariana, que entró tras
ella.

—¡No me extraña que Miguel te ignore! ¡No puedo creer que no te conformes
con lo que tienes! ¡Sé que estás utilizando tu aspecto, que es idéntico al de
Mariana, para seducir a Manuel! —la regañó con rabia la Señora Larramendi.

Mariana se apresuró a correr hacia la Señora Larramendi y la sujetó del brazo


mientras fingía estar angustiada. Entonces, masajeó la mano de la Señora
Larramendi mientras la consolaba:

—Mamá, no hay necesidad de que la golpees con tu propia mano. ¿Te duele la
mano?

—No me duele. Le estoy dando una lección por ti —resopló la Señora


Larramendi.

Delia tocó su mejilla, que se había hinchado por la bofetada de la Señora


Larramendi, antes de enderezarse y mirar a las dos mientras se defendía:

—Señora, creo que me han malinterpretado. No usé mi apariencia para seducir


a Manuel.

—¿Qué quieres decir con que no lo hiciste? Entonces, ¿por qué llevaste a Manu
a la casa de tu familia? ¿No lo llevaste allí a conocer a tus padres? Delia, te he
tratado bien por Miguel, ¡pero nunca pensé que fueras tan desvergonzada! —
rugió la Señora Larramendi con su dedo apuntándole a la cara.
Al ver esto, Mariana se apresuró a añadir:

—Mamá, no le digas eso a Delia. Es posible que ella no lo haya hecho con
intención.

—¡¿Estás diciendo que ella no sedujo intencionalmente a Manuel?! ¡Eso es


absurdo! Mariana, ve a ver si ya llegó la ginecóloga que llamé —dijo la Señora
Larramendi.

Mariana asintió.

—Iré a preguntar a las criadas. —Dicho esto, se dio la vuelta y se fue.

Delia estaba confundida, ya que no sabía qué pretendían las dos. Cuando
Mariana regresó, la seguían una doctora con bata blanca y dos enfermeras.

—Señora, ¿qué piensa hacer? —Delia estaba desconcertada.

La Señora Larramendi puso los ojos en blanco ante Delia y respondió con
frialdad:

—¡Examinarte, por supuesto!

—¡¿Examinarme?! ¿Qué me van a hacer? —Delia estaba tan asustada que


tembló de miedo y retrocedió unos pasos.

La Señora Larramendi se dio la vuelta con rapidez, Mariana la tomó del brazo,
salió y cerró la puerta tras ella. Justo cuando Delia estaba a punto de
defenderse, la sujetaron las dos enfermeras que se habían acercado a ella.

—¿Qué me van a hacer? —Delia estaba tan nerviosa que le sudaban las manos.

Poco después de que la Señora Larramendi y Mariana salieran del dormitorio


de Delia, oyeron gritos detrás de ellas. Cuando Mariana oyó los gritos de dolor,
sonrió en secreto con alegría.

Sin embargo, la Señora Larramendi se burló.

—Es solo un simple examen. Viendo que se esfuerza tanto en resistir, estoy
segura de que ha hecho algo sucio.

En poco tiempo, la sala quedó en completo silencio. Entonces, la doctora y las


dos enfermeras salieron de la habitación.

La Señora Larramendi estaba de pie justo afuera, esperando que informaran


sobre la situación de Delia.

—Señora, Delia es una verdadera virgen —informó la doctora mientras se


inclinaba.
Sorprendida, la Señora Larramendi preguntó:

—¿Es posible que se lo haya reconstruido?

—¡No! ¡Es natural! —dijo tranquilamente la doctora.

Mariana se quedó boquiabierta al instante. Delia había salido con Mario y ahora
estaba casada con Miguel. Además, incluso salió durante tres días y tres
noches con Manuel. ¿Cómo era posible que aún fuera virgen?

La Señora Larramendi frunció los labios. Aunque sabía que había hecho daño a
Delia y se sentía culpable por ello, no quería disculparse con ella porque no
quería sentirse avergonzada. Así que decidió fingir que el incidente nunca había
ocurrido.

Sin embargo, se corrió la voz con rapidez. Al final, Manuel se enteró de que la
Señora Larramendi había pedido al médico de la familia que comprobara a la
fuerza la virginidad de Delia.

Furioso, Manuel le cuestionó a su madre por qué no creía en su propio hijo.

—Mamá, en los tres días que estuve fuera, te llamé para avisarte de que a la
familia de Delia le había pasado algo y Miguel no tuvo tiempo de acompañarme,
así que lo ayudé a arreglar los asuntos de la familia de ella. ¿Por qué no confías
en mí? Si no crees en mí e insistes en hacer un chequeo corporal, podrías haber
pedido a los médicos que me revisaran. ¿Por qué obligaste a Delia a pasar por
ese tipo de examen? Si Miguel se entera de esto, ¿cómo crees que se sentirá?
—preguntó Manuel con rabia.

Nunca pensó que su propia madre haría algo tan ridículo. No sabía que había
sido Mariana quien había convencido a la Señora Larramendi para que lo
hiciera.

Cuando Mariana se enteró de que Manuel había regañado a la Señora


Larramendi por causa de Delia, corrió y apareció en el momento perfecto para
asumir la culpa.

—Manuel, si quieres encontrar a alguien a quien culpar, ¡cúlpame a mí! ¡Esto no


tiene nada que ver con tu mamá! ¡Fui yo quien le pidió que lo hiciera! ¡Solo lo
hizo porque le daba pena! —La forma en que Mariana llamaba a la Señora
Larramendi hacía que pareciera que estaba muy unida a ella.

Al ver esto, Manuel agarró la mano de Mariana y la arrastró fuera de la


habitación de la Señora Larramendi.

—A partir de hoy, volverás a Jardín Ciruela. Ya no es necesario que vivas en el


ala lateral. Una cosa más, si te atreves a causar algún problema de nuevo, ¡no
me culpes por hacerte pagar por ello! —gritó Manuel después de arrojar a
Mariana al suelo del pasillo fuera de la habitación. Cuando terminó de
regañarla, se fue de inmediato.

Mariana se apoyó en la pared del pasillo y se agachó con lentitud. «¿Por qué
Manuel me trata tan mal? Aunque sea falsa, el Patrón Larramendi y la Señora
Larramendi me han aceptado en la familia, así que ya soy parte de la Familia
Larramendi, ¿no es así?».

Manuel se apresuró a volver al ala lateral. Cuando vio que la puerta del
dormitorio de Delia estaba abierta de par en par, entró directamente.

Ella estaba sentada en la esquina de la cama con el edredón cubriendo su


cuerpo. Las lágrimas rodaban por su rostro.

Cuando Manuel oyó los rumores de que seguía siendo virgen, se alegró un
poco. Sin embargo, cuando la vio sentada en la esquina de la cama, mirando al
vacío con lágrimas en las mejillas, sintió un dolor punzante en su pecho. Su
corazón solo dolía por ella.

—Delia... —Manuel se sentó junto a la cama y extendió la mano para secar sus
lágrimas, pero su mano se congeló en el aire. Quería consolarla, pero no sabía
qué decirle. En un momento así, la persona que ella más necesitaba era Miguel.

Manuel había ordenado a todos en la residencia de la Familia Larramendi que


mantuvieran el examen en secreto para que Miguel nunca se enterara de lo
sucedido. Así, el asunto no causaría problemas entre él y Delia.

»Ya has perdido tres días de estudio, así que deberías dejar de perder el tiempo
mirando al vacío. ¿No dijiste que querías volver a hacer el examen de ingreso
para entrar en una buena universidad? Miguel es una persona muy destacada,
así que tienes que convertirte tú misma en una persona destacada para ser
digna de él —dijo Manuel con seriedad.

Al escuchar esto, Delia despertó de inmediato de su estado de tristeza y


depresión.

»No ha pasado nada, así que Miguel nunca lo sabrá. Puedes estar tranquila —
dijo Manuel con expresividad después de suspirar aliviado.

Delia se secó las lágrimas. Luego, parpadeó con sus ojos cansados y le dijo a
Manuel:

—Bien, Manuel, por favor, vete. Quiero pasar un tiempo estudiando sola.

«Lo sabía. Estaba turbada porque se preocupaba por Miguel». Al ver que ella
había recuperado el ánimo, se sintió aliviado, así que se levantó y se fue.
«Él tiene razón. Debo entrar en una buena universidad para poder seguir los
pasos de Miguel». Desde el momento en que había decidido volver a hacer el
examen de ingreso a la universidad, había decidido que lo hacía para ser digna
de Miguel.

Que Delia se animara era algo que aterrorizaba a Mariana, ya que ese
entusiasmo por estudiar poco a poco la hacía parecer perezosa en
comparación.

Mientras tanto, la Señora Larramendi se sentía culpable por haber acusado


erróneamente a Delia, así que la trataba mucho mejor que antes.

En el fondo, Delia sabía que estaba demasiado avergonzada para disculparse


con ella cara a cara, así que no le puso las cosas difíciles. Ella no haría nada
que pudiera arruinar su relación mientras vivieran en armonía y se llevaran bien.

En un mes, con la ayuda de Sofía, Miguel había completado el primer borrador


del Proyecto del Departamento Militar de Ciudad Coral y había obtenido una
ganancia de doscientos mil.

Al principio, él quería darle a Sofía la mitad del dinero, pero ella no quería nada.
Le dijo que lo que era de él era de ella y que no había necesidad de dividirlo así.
Con una ayudante tan buena como ella, Miguel sentía que su trabajo era mucho
más fácil. Tanto en lo que respecta a sus diseños como a la gestión de su
empresa, ella lo había ayudado mucho; y lo que es más importante, incluso le
presentó muchos clientes nuevos para que su nueva empresa realizara
negocios durante los próximos diez años.

Miguel había puesto su plan en marcha hacía ya un mes, al día siguiente de que
Sofía sacara diez millones y le pidiera que se asociara con ella. Compró una
vieja empresa de construcción con calificación de grado A y se la entregó a ella
para que la dirigiera. Luego, planeó supervisar en secreto, desde la sombra,
todo el proceso del Proyecto del Departamento Militar de Ciudad Coral.

Persuadido por Sofía, su codicia crecía cada día más. Quería controlar con sus
propias manos los cuatro aspectos de este proyecto: la subcontratación, la
auditoría, la supervisión y la construcción. Ahora que había dado el primer paso,
tenía que continuar con su plan, porque ya no había vuelta atrás.

Durante el día, Miguel se sentaba en el despacho del director general de la


Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía y por la noche seguía trabajando
en el condominio de Sofía.

Miguel pasó todas las noches del último mes junto a ella. Ya fuera en la mesa
del comedor o en la cama, solo hablaban del Proyecto del Departamento Militar
de Ciudad Coral. Sin embargo, todos los días, por muy tarde que fuera, él
regresaba a su condominio para dormir y nunca pasaba la noche en casa de
Sofía.
Esa noche, como de costumbre, Miguel se vistió y tomó las llaves de su auto
antes de salir del condominio de Sofía.

Ella tomó un cigarrillo y justo cuando estaba fumando taciturna, José la llamó.

—Sofía, ¿cómo van las cosas con Miguel? —preguntó directamente.

Desde el principio, fue en realidad José quien le pidió a Sofía que discutiera con
Miguel una asociación sobre el Proyecto del Departamento Militar de Ciudad
Coral. Incluso le ordenó que utilizara cualquier estrategia que se le ocurriera
para persuadirlo, ya fuera mediante engaños o seducción.

Sofía exhaló una nube de humo blanco y la miró mientras sus labios rojos se
curvaban en una sonrisa.

—El equipo de Miguel y yo dibujamos el diseño. Luego, el coste de construcción


del proyecto será determinado por el Departamento de Presupuestos de la
Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía y la empresa constructora que
Miguel y yo compramos está cualificada para adquirir este proyecto. Estamos
planeando en secreto la licitación en este momento. Tarde o temprano, este
proyecto será nuestro.

Después de escuchar la explicación, él sonrió con alegría al otro lado de la línea


y la elogió:

—Mi querida hermana, ¡de verdad eres inteligente y capaz!

—José, ¡Miguel no es alguien fácil de controlar! Aunque se asocie conmigo, ¡sé


que no confía en mí! —expresó Sofía con impotencia.

Sin embargo, él descartó su preocupación y le dio una idea.

—¡Ya te sugerí que sedujeras a su hermano, Manuel, desde el principio, pero


dijiste que era difícil de manipular y preferiste seducir a Miguel y convertirlo en
nuestra marioneta! Sin embargo, ahora me dices que es difícil de controlar y
que es cauteloso contigo. Eso es porque aún no estás unida a él. Es inútil que
te acuestes con él. ¡Tienes que convertirte en su esposa legal! Querida
hermana, ¿piensas ser su amante el resto de tu vida?

—Entiendo. ¡Encontraré el momento perfecto para deshacerme de esa mujer


llamada «Delia»! —dijo Sofía mientras apagaba el cigarrillo en el cenicero de su
mesita de noche.

Mientras tanto, con la ayuda de sus tutores de varias asignaturas, Delia


consiguió aprenderlo todo. Durante los dos días del examen de ingreso a la
universidad, el Patrón Larramendi había enviado especialmente un auto para
recoger a Delia y a Mariana. Era como si las tratara a ambas como sus nietas.
Cuando terminó el examen de ingreso a la universidad, Delia y Mariana
evaluaron su desempeño. Los profesores no esperaban que Delia tuviera
problemas para acceder a una de las mejores universidades; en cuanto a
Mariana, vaticinaron que apenas podría obtener la puntuación necesaria para la
Universidad Afiliada de Ciudad Ribera, y el Señor Larramendi tendría que pedir
favores para que Mariana pudiera ingresar.

Ahora que los exámenes de ingreso habían terminado, Delia esperaba que
Miguel la recogiera y la llevara a casa. Sin embargo, sus expectativas se vieron
frustradas cuando él le envió un mensaje de texto donde le pedía que tomara el
tren de alta velocidad o un avión de vuelta a Ciudad Buenaventura que no
estaba lejos de Ciudad Ribera, solo a dos horas en auto. Delia recogió sus
cosas y se despidió del Patrón y la Señora Larramendi. Se preparó entonces
para regresar sola a Ciudad Ribera.

Por su parte, Mariana tenía tanto miedo de Manuel que insistió en quedarse en
la residencia de la Familia Larramendi para acompañar al Patrón y a la Señora
Larramendi. En el fondo, creía que Manuel no le haría nada si se mantenía cerca
de su madre y abuelo. Estaba en lo cierto. Mientras permaneciera en la
residencia Larramendi y no hiciera nada para provocar a Delia, con seguridad
Manuel no haría nada para deshacerse de ella.

Mariana tenía la certeza de que Manuel sentía algo por Delia; pero, ahora que
era cuñada de Manuel, él no se atrevía a hacer nada. Sin embargo, él tampoco
quería avivar las críticas, así que tan solo decidió utilizar a Mariana como
escudo e hizo todo para garantizar la seguridad de Delia.

Justo cuando Delia salía por la puerta principal de la residencia Larramendi


arrastrando su maleta, un vistoso todoterreno negro se detuvo frente a ella. El
auto le resultaba muy familiar. La ventanilla del asiento trasero se bajó y la voz
de Manuel se oyó desde el interior.

—Entra al auto.

—¿Manuel?

—Date prisa y entra.

—Puedo...

—Delia, ¿estás esperando a que te arrastre hasta aquí?

Aquella orden imperiosa hizo que Delia jadeara de miedo. De inmediato, el


chofer, que llevaba un traje negro, se bajó de su asiento, se acercó corriendo a
ella, le abrió la puerta del auto y guardó su equipaje en el maletero.
Delia frunció sus rosados labios con fuerza. Con una expresión de desagrado
en el rostro, subió al auto y en cuanto se sentó, escuchó a Manuel decir con
serenidad:

»Fue Migue quien me pidió que te llevara de vuelta a Ciudad Buenaventura.

Al oír que Miguel así lo disponía, Delia no pudo evitar sonreír.

Manuel la miró y se alegró al verla sonreír; pero, al mismo tiempo, su corazón


sufría. «Solo sonríe cuando se menciona el nombre de mi hermano. Parece que
lo ama con sinceridad. ¿Por qué no es a mí a quién ama? Aunque nos
conocimos primero, no se enamoró de mí». Aquellos pensamientos entristecían
su corazón.

»¿He oído que te especializaste en diseño de interiores? —En el camino de


vuelta, él siguió buscando temas de conversación para hablar con ella.

Ante los ojos del mundo, Manuel aparentaba ser una persona poco
conversadora. Nadie sabía que solo la presencia de Delia lo hacía más
conversador.

—Sí —respondió ella.

—¿Piensas hacer alguna pasantía este verano? —preguntó Manuel. «¿Por qué le
pregunto eso si ya sé la respuesta? Miguel está a cargo de la Empresa de
Desarrollo Inmobiliario Armonía, la empresa de construcción del Grupo
Larramendi. Es natural que Delia trabaje para Miguel después de graduarse».

—No iré a ninguna parte. Solo me quedaré en casa y seré ama de casa a tiempo
completo. —Delia únicamente sonrió con una expresión de impotencia. «En
realidad, tengo que regresar al Club Nocturno Tentación para continuar
cantando, pero... no puedo decírselo a Manuel. Si Miguel se entera, sería un
desastre».

Después de escucharla, él se mantuvo en silencio. Entonces, pareció recordar


algo de repente y sacó una caja decorada de su maletín para entregársela a
Delia. Ella la miró asombrada sin atreverse a sostenerla. En cambio, preguntó
con curiosidad:

»¿Qué es eso?

—Es un colgante de aerolito —respondió con serenidad Manuel.

—¡En realidad creo que deberías dárselo a Mariana! Sé que te equivocaste al


dármelo porque me confundiste con ella. Al fin y al cabo, somos exactamente
iguales —sugirió ella.
Manuel frunció el ceño al instante. «¡¿Ha dicho que se lo di a la persona
equivocada?! Se equivoca, ¡no se lo doy a la persona equivocada! Este colgante
de aerolito es para ella desde el principio. Sin embargo, piensa que se lo doy
por equivocación. No es la primera vez que mi corazón sufre por ella, así que
¿qué más da si sigue sufriendo?».

—Si no lo quieres, lo tiraré —aseguró Manuel mientras cerraba los ojos con
indiferencia.

Delia, que estaba desconcertada, vaciló al tomar la caja con el regalo y la


guardó en su bolso. No dijo nada más y se volvió en silencio para mirar por la
ventana.

Dos horas después...

Tras dejar a Delia en el Condominio Armonía, Manuel pidió al conductor que


regresara.

Delia abrió la puerta, entró a la casa y, de repente, se sintió perdida. «¿Seguiré


viviendo una vida en la que como, duermo, voy de compras y hago todo... sola?
Esa no es la vida de casada que quiero». Mientras pensaba en ello, se dirigió a
la cocina y abrió la nevera, donde solo había comida rápida y algunas bebidas.
«¿Será que, durante el tiempo que estuve fuera, Miguel no ha venido a casa a
cocinar? ¡No parece ser el comportamiento habitual de Miguel!».

Después que Delia cerrara la puerta de la nevera, decidió ir al mercado para


comprar algunos víveres.

En tanto, en la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, Miguel se


sorprendió con la repentina visita de Manuel a la oficina.

—¡Manuel, no esperaba que llegaras tan rápido! —bromeó Miguel.

—Me pediste que trajera a tu mujer. ¿No temes que la secuestre? —preguntó
Manuel también en broma.

—Manuel, sé que no lo harás —contestó Miguel sin tomar en serio sus palabras.

Además, Manuel tenía una prometida, Mariana, y estaba tan enamorado de ella
que era imposible que se interesara por una chica como Delia. Miguel estaba
tan seguro de eso, que no se molestó en pensar porqué Mariana se había hecho
la cirugía plástica para parecerse a Delia. Manuel sonrió con amargura.

En ese momento, el ayudante de Miguel, Basilio, llamó a la puerta y entró a la


oficina. Cuando vio a Manuel en la habitación, enseguida lo saludó:

—Buenas tardes, señor.


Manuel solo asintió como respuesta. Él estaba a cargo de la mayoría de los
asuntos del Grupo Larramendi, por lo que Basilio debía tratarlo con respeto. Por
eso, lo saludó en cuanto entró a la oficina y luego le informó a Miguel:

»Director Larramendi, la Directora Juárez está aquí.

—Dígale que me espere en la sala VIP —le ordenó Miguel.

Manuel dijo entonces con una sonrisa:

—Bueno, entonces, ya me voy. Sigue con tu trabajo.

—Adiós, Manuel. —Miguel hizo una leve reverencia mientras veía a Manuel
marcharse.

Manuel nunca imaginó que la Directora Juárez con la que Miguel se reuniría era
Sofía Juárez, a pesar de saber que Sofía ya no era una simple pasante en la
Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía.

Con el apoyo de su padre, Sofía había creado su propia empresa de


construcción. Después de llegar a un acuerdo con Miguel, se reunían con
frecuencia para hacer negocios, a menudo en privado.

En realidad, todo se supo gracias a la investigación de Guido, el asistente de


Alberto Larramendi. Cuando Guido informó lo que estaba sucediendo a su
patrón, este se lo contó en secreto a su nieto Manuel.

Después de todo, le preocupaba que el contacto frecuente entre Sofía y Miguel


se debiera al Proyecto del Departamento Militar de Ciudad Coral, que valía mil
millones. Con seguridad, tan delicioso trozo de pastel llamaría la atención. Sin
embargo, Manuel consideró que era normal. El Grupo Larramendi ya había
ganado los derechos de diseño para ese proyecto y Manuel también había
confesado a Miguel que quería ganar los derechos de construcción del
proyecto. Miguel solo le dijo que se esforzaría al máximo.

Cuando Manuel se marchó, Miguel se dirigió a la sala VIP. En cuanto abrió la


puerta, vio a Sofía levantarse y caminar hacia él, así que le preguntó:

—¿Por qué viniste hoy? —Sabía que ese día no tenía ningún asunto que tratar
con ella.

Sofía sacó su teléfono, miró a Miguel e hizo un mohín.

—¡Ni contestabas mis llamadas, ni me llamabas, así que solo pude usar los
negocios como excusa para verte!

Cuando ella mencionó las llamadas, a Miguel le vino a la mente su teléfono.


Entonces lo sacó con prisa y vio que se había cambiado por accidente a modo
silencioso mientras estaba en su bolsillo. Tocó la pantalla y de inmediato leyó
los mensajes que Delia había enviado. Como de costumbre, le preguntaba si iría
a casa para cenar.

»Cenemos en mi casa esta noche —sugirió de repente Sofía.

Miguel se sobresaltó por un momento. Luego, con una sonrisa, la rechazó:

—No puedo, tengo otra cosa que hacer esta noche.

—Regresó, ¿verdad? —preguntó Sofía con una expresión de tristeza en su


rostro.

Miguel frunció los labios y asintió. Desde el día en que le dijo que estaba
casado, nunca le había ocultado nada sobre Delia. Al contrario, le mentía a
Delia y pasaba mucho tiempo en secreto con su exnovia.

«En realidad, ¡no le oculto nada a Delia! A fin de cuentas, nunca le he hablado
sobre ella».

Sofía lo miró y justo cuando estaba a punto de preguntarle cuándo se


divorciaría de Delia, decidió no hacerlo. En el fondo, percibió que aquel era un
momento crucial, así que tenía que ser paciente y no presionarlo demasiado
pues él la había tratado como a una amante durante las últimas semanas. Se
tomaban de la mano, se abrazaban, se besaban e incluso tenían sexo; habían
hecho todo lo que haría una pareja de amantes.

»¡Está bien! Fijaremos una cita en otro momento —contestó Sofía con una
sonrisa forzada, luego se dio la vuelta y se marchó.

Miguel no le dio demasiadas vueltas al asunto y regresó enseguida a su oficina.

Sofía y Manuel llegaron por coincidencia al mismo tiempo a la primera planta.


El ascensor privado en el que bajaba Manuel estaba al lado del de Sofía. Los
dos salieron casi al mismo tiempo, aunque ella iba un paso más adelante que
él.

Manuel alcanzó a ver su perfil y su espalda, mientras que ella ni siquiera notó
su presencia. Después de salir del ascensor, intentó recordar quién era la mujer
que había salido del ascensor junto al suyo.

De hecho, cuando el Director Juárez lo invitó a cenar por primera vez, su hija
Sofía ya le parecía conocida. Fue entonces cuando, de repente, entendió por
qué le resultaba familiar. «Aunque han pasado cinco años, si no me equivoco,
¡Sofía fue el primer amor de Miguel! ¿Habrá venido para encontrarse con él?».

Manuel no pudo evitar fruncir el ceño. Le parecía estar dando demasiadas


vueltas a todo últimamente. Sin embargo, sabía que, si le preocupaba el hecho
de que Sofía estuviera allí para buscar a Miguel era solo porque pensaba en
Delia. «Miguel estuvo profundamente enamorado de Sofía... Ahora, aunque está
casado con Delia, ¿habrá olvidado en realidad a Sofía? ¿Sabrá Delia lo de Sofía?
¿Habrá roto Miguel todos los lazos con Sofía?».

—Señor, el Director Rodolfo lo ha invitado a cenar esta noche en el Gran


popularidadel Internacional. —Las palabras de Saúl interrumpieron sus
pensamientos sobre Delia. «No estaré tranquilo hasta que todo marche bien
con ella. Delia, debes ser feliz, si no…».

—De acuerdo —respondió Manuel con calma cuando volvió a la realidad.

Cuando una persona piensa en alguien, ese alguien en particular siempre


aparece de manera inadvertida frente a sus ojos.

Manuel se sentó en el asiento del lado del conductor, miró en silencio por la
ventanilla y de repente, vio caminando por la carretera, a la persona con la que
había estado soñando despierto. «Es Delia...».

El conductor debía pasar por el Condominio Armonía para llegar hasta el Gran
popularidadel Internacional.

Manuel vio que Delia andaba con prisa para llegar a casa. Llevaba dos grandes
bolsas con víveres que acababa de comprar en el mercado.

—¡Detén el auto! —ordenó Manuel de golpe. El conductor paró enseguida y


Manuel se bajó de un salto.

En ese momento, Delia estornudó de repente. «¿Quién estará hablando de mí a


mis espaldas?». Se detuvo para frotarse la nariz y, justo cuando estaba a punto
de seguir caminando, sintió de pronto que alguien le arrebataba las bolsas de la
compra de las manos. Levantó la vista sorprendida.

—¡¿M… Manuel?! —Se quedó mirándolo pues había aparecido de la nada.

Para él, las dos grandes bolsas eran bastante ligeras; pero, en verdad, eran un
poco pesadas para ella. Con un simple vistazo, Manuel pudo darse cuenta de
que la nevera de Delia y Miguel debía estar vacía; de lo contrario, ella no
compraría tantos víveres.

—Te acompaño a casa —dijo Manuel con indiferencia. Acto seguido, se dio la
vuelta y avanzó unos pasos.

Cuando Delia reaccionó, se apresuró para alcanzarlo y avergonzada le dijo:

—¡Manuel, puedo llevarlas yo sola!

—Ya tienes las manos rojas de cargar estas pesadas bolsas. Tómate un
descanso. —El tono de Manuel seguía siendo frío.
En ese instante, Delia miró sus manos y se percató de que sus palmas y sus
dedos estaban enrojecidos. «Manuel es... ¡cariñoso en verdad! ¡Mariana tiene
mucha suerte de estar casada con un hombre tan atento! Espera, ¿qué estoy
diciendo?».

—¡Manuel, espérame! —Manuel daba zancadas enormes, así que Delia tuvo que
llamarlo mientras aceleraba el paso.

Una vez que llegaron a la casa, Delia tomó las bolsas de las manos de Manuel y
le dijo con una sonrisa:

»Manuel, ¡vamos a cenar juntos!

—No puedo, tengo que ir a otro sitio —contestó Manuel con serenidad, luego se
dio la vuelta y se fue sin pronunciar palabra.

Al ver que se marchaba, Delia se despidió:

—¡Adiós, Manuel!

Sin embargo, él ignoró su despedida y se fue de inmediato.

De pronto, Delia se sintió algo extraña. «¿Estaré siendo demasiado sentimental


como dijo Manuel? ¡Creo que se preocupa por mí porque me parezco mucho a
Mariana! Debe ser eso. Él solo me ve como una hermana menor». Ese
pensamiento hizo sonreír a Delia, que se sintió feliz de tener otro «hermano
mayor» preocupándose por ella, tal como Ernesto había cuidado de ella cuando
era niña.

Cuando terminó de cocinar el arroz, fue a lavar las verduras. En ese momento,
se asustó al oír el sonido de la puerta de la sala abriéndose. Pensó que un
ladrón había entrado en la casa, así que agarró la escoba de la cocina y caminó
de puntillas hacia la puerta. Cuando vio que una figura entraba en la cocina,
levantó la escoba, pero al ver de quién se trataba, enseguida la escondió detrás
de la espalda.

—R… Regresaste… —Sonrojada, Delia sonrió con torpeza, lo que hizo que su
expresión luciera encantadora.

—¿Intentas matar a tu esposo? —preguntó Miguel en broma.

—¡N… No! —exclamó Delia a la vez que sacudía la cabeza y agitaba las manos.

—Lo siento, todo es culpa mía por no venir a casa más a menudo. ¡Vengo tan
poco, que pensaste que era un ladrón! —Miguel acarició la cabeza de Delia
entre sus manos.

—Sé y entiendo que estás ocupado —dijo Delia que suspiró aliviada mientras
sacudía la cabeza.
La comprensión de Delia hizo que Miguel se sintiera culpable por primera vez.
«¿Cómo podría soportar hacerle daño a una chica tan buena como Delia?».

Sin embargo, Miguel era un «sol» para Delia. Si algún día perdía su «sol», su
mundo se hundiría en la oscuridad.

—Cocinaré contigo. —Miguel cambió de tema.

Al escucharlo, Delia asintió con alegría. Aquella fue la cena más feliz que tuvo
en mucho tiempo.

Antes de ir a ducharse, después de la cena, Delia limpió el comedor y la cocina.


Quería ver una serie de televisión que emitían a las ocho de la noche; así que
salió de la ducha con el cabello aún mojado y se sentó en el sofá.

Delia estaba acostumbrada a ver la televisión sola en casa con el volumen muy
alto. Como a menudo pasaba los días sola, se había olvidado de bajar el
volumen. «Estoy segura de que Miguel no encendió la televisión ni una sola vez
mientras estuve fuera».

La televisión de la sala se oía tan alto que Miguel no podía concentrarse en su


libro, así que salió de su estudio. Una vez en la sala, vio a Delia que solo iba
vestida con una bata de baño y con el cabello aún mojado. Entonces fue al
dormitorio a por el secador.

Ella se sobresaltó pues estaba concentrada por completo en su serie de


televisión y no esperaba que Miguel apareciera de repente delante de ella. De
inmediato, levantó el mando a distancia y bajó el volumen.

Al verla, Miguel sonrió. Luego, se agachó, conectó el secador y lo encendió.

—Deja que te ayude a secarte el cabello —le pidió con ternura. Delia lo miró
sorprendida y accedió.

Después de encender el secador, se paró al lado de Delia y le secó el cabello


con suavidad. Su cabello era muy suave y parecía de seda al adherirse a la piel
de su cuello, blanca como la nieve.

«Debo admitir que Delia es en verdad hermosa. Cuanto más la miro, más
hermosa me parece. Sus cejas están arqueadas a la perfección, sus ojos brillan
como estrellas, sus labios poseen un rosa natural, sus dientes son níveos y su
piel es suave como el pétalo de una rosa».

Cuando su larga cabellera estaba casi seca, Miguel apagó el secador y le


acarició las mejillas. Luego se inclinó despacio.

Los ojos de Delia se abrieron de par en par cuando lo vio bajar la cabeza para
besarle la frente. Sus labios recorrieron su nariz, y a continuación...
Justo en ese instante, el teléfono sonó de pronto y los obligó a detenerse. Ella
se sentó de prisa con la espalda recta y Miguel tomó el teléfono del bolsillo del
pantalón y miró con serenidad el identificador de llamadas. Pensó que era una
llamada de Sofía, pero resultó ser Manuel.

—Hola, Manuel. —Aunque Miguel contestó el teléfono con cortesía, su voz no


era tan cálida como otras veces.

Al otro lado del teléfono, Manuel preguntó:

—Sofía es tu exnovia, ¿verdad?

Al oír eso, Miguel se inquietó por un momento. Tras una breve pausa, respondió
en voz baja:

—Sí. —Pensó que su hermano había olvidado por completo quién era Sofía, no
esperaba que la recordara de pronto.

—He oído que te has reunido mucho con ella últimamente —agregó Manuel con
tono serio.

—Sí... —respondió Miguel sin pensarlo mucho.

—¿De verdad solo hablan de negocios? —prosiguió Manuel.

—Sí —asintió Miguel con tranquilidad y sin vacilación.

—¿Aparte de los negocios qué te traes con ella? —Manuel lo había pensado
mucho antes de hacer la pregunta.

«¿Qué es lo que quiere en realidad?». De repente Miguel se sintió confundido.

Al ver el ceño fruncido en el rostro de Miguel, Delia se levantó y fue al baño.

Miguel la vio caminar hacia el baño; su deseo por ella había desaparecido por
completo por la llamada de Manuel. Poco a poco se fue recuperando de la
impresión a la vez que comenzaba a pensar con seriedad en la pregunta de
Manuel.

—Manuel, Sofía y yo solo hablamos de negocios.

—De acuerdo entonces.

Miguel colgó y las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa y su


dulce mirada se dirigió hacia la habitación de invitados. «¿Delia se fue porque
es... tímida?».

La mañana siguiente.
Cuando Delia terminó de servir el desayuno, Miguel salió del dormitorio
elegantemente vestido.

—Buenos días. —La sonrisa de Delia brillaba como siempre.

Con una corbata en cada mano, Miguel se acercó a ella y le preguntó con
dulzura:

—¿Cuál crees que me quedaría mejor? —Al ver que Delia se sorprendió y lo miró
confundida, sonrió y extendió la mano para tocarle la nariz—. ¿Estás soñando
despierta?

—¡Esta! —Delia tomó con rapidez la corbata de puntos blancos de la mano de


Miguel y la acercó al cuello de la camisa.

—Ayúdame a ponérmela —le pidió Miguel con una sonrisa.

—Es que... soy un poco torpe porque todavía no sé bien cómo hacerlo… —Delia
sonrió con impotencia.

—Entonces te enseñaré hasta que aprendas. —Acto seguido, Miguel tomó la


mano de Delia y le enseñó cómo anudarle la corbata a un hombre.

«En realidad, es bastante sencillo, pero sigo olvidando los pasos...». Delia
levantó las cejas mientras sonreía con alegría.

Al ver su bella sonrisa, de repente Miguel pensó en Sofía durante sus días en el
instituto. Quería tener a Delia a su lado para siempre, incluso se sorprendió al
pensar de manera tan egoísta. Deseaba que fuera siempre pura e inocente
como si él fuera su primer amor.

«Si no sintiera nada por ella, de seguro no querría mantenerla a mi lado. Sin
embargo, tengo que admitir que soy posesivo con ella. No importa si en aquel
entonces me casé con ella por lástima; ahora mismo, estoy convencido de que
siento algo por ella. De lo contrario, no desearía que nuestra relación
funcionara».

»Volveré a casa esta tarde para acompañarte a comer —dijo Miguel y le dio a
Delia un beso en la frente.

Al ver que estaba a punto de irse al trabajo, ella corrió con prisa a la mesa del
comedor, tomó una bolsa y puso el desayuno para él.

—Llévatelo y desayuna en la oficina —dijo Delia sonriendo.

Él asintió y tomó la bolsa. Antes de irse, se dio la vuelta y dijo:

—Deberías empacar, más tarde nos mudaremos a nuestro antiguo condominio.


Basilio vendrá y te entregará las llaves.
—¿De verdad vamos a regresar? —preguntó Delia desconcertada.

—Esta casa es demasiado vieja. Debo darte un hogar decente —dijo Miguel con
convicción.

—¿Pagaste toda la deuda? —preguntó Delia sonriendo con alegría.

—Ya pagué más de la mitad de la deuda. Compré nuestra antigua casa de


nuevo, ¡así que ya no tenemos que vivir en este espacio tan pequeño! —dijo
Miguel con una sonrisa. De hecho, ya había saldado su deuda, fue Sofía quien la
pagó.

«¿Puedo decir entonces que está empezando a aceptarme de verdad como su


esposa?». Después que Miguel se fuera a trabajar, Delia continuó riéndose sola
durante un buen rato en casa.

La noche anterior, ella había regresado en silencio al dormitorio, él ni siquiera le


deseó buenas noches y eso la decepcionó un tanto. Sin embargo, esa mañana
por fin percibía un destello de esperanza.

Miguel fue a su oficina a recoger unos documentos, luego se dirigió a la Torre


Larramendi para que Manuel los firmara. En la mañana se había retrasado al
dedicarle tiempo a Delia, entonces tuvo que apurarse para llegar a la sala de
reuniones después que Manuel le firmó los documentos. Dejó la bolsa en el
escritorio de Manuel.

—Migue olvidas esto…

—No tengo tiempo para desayunar. Delia me preparó algo, así que sería una
pena tirarlo a la basura. ¡Manuel, cómetelo tú! —sugirió Miguel que guardó los
documentos y salió apurado de la oficina.

«Un desayuno hecho por Delia...». Pensativo, Manuel tomó la bolsa y la abrió
para echarle un vistazo. Dentro había <i>sushi</i> de huevas de cangrejo
preparado a la perfección. «¿Por qué Delia prepararía <i>sushi</i> para Miguel
como desayuno? ¿Acaso no sabe que es alérgico a las huevas de cangrejo? Si
es así, ¿significa eso que Delia no sabe mucho sobre Miguel? ¿No están
casados?». Sumido en sus pensamientos, Manuel descolgó el teléfono de su
escritorio y llamó a su ayudante que entró apurado a la oficina.

Saúl lo saludó y preguntó:

—Señor, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Averigua por qué Miguel se casó de repente —ordenó Manuel con el ceño
fruncido.

—Entendido.
Cuando Saúl salió de la oficina, Manuel volvió a mirar la bolsa que tenía en las
manos. «Delia preparó esto...». Estaba en verdad triste, porque solo de esa
manera podría comer la comida que preparaba la mujer que amaba. Sonrió con
amargura, colocó la bolsa a un lado y se dispuso a trabajar.

Sin darse cuenta, mientras trabajaba, tomó una porción de <i>sushi</i> de la


bolsa. Cuando lo probó, se dio cuenta de que tenía muy buen sabor, así que
continuó comiendo poco a poco hasta que no quedó nada. Le encantó, no solo
porque estuviera hecho por la mujer que amaba, sino porque sentía que era un
manjar para su paladar.

Aunque se había comido todo el <i>sushi</i>, quedaba aún la mitad del trabajo
por completar. De pronto, Delia le vino a la mente. No había parado de pensar
en ella desde el día en que llegó a su vida.

Con la ayuda de Basilio, Delia terminó de hacer las maletas y por fin se mudó al
<i>penthouse</i> en el que había vivido con Miguel. Como dice el refrán: «La
verdad se conoce en la adversidad». Delia pronosticó que su relación con
Miguel seguiría siendo estable en el futuro.

En tanto Delia limpiaba la casa, se hizo de noche, así que fue al Club Nocturno
Tentación. Sin la ayuda de Xiomara, no sabía cuánto tiempo más podría seguir
trabajando allí. Sin embargo, para su sorpresa, al llegar al club, Fernando la hizo
pasar a su oficina y le informó en tono severo que estaba despedida.

—¿Por qué? —preguntó Delia desconcertada mientras Fernando, sentado con


las piernas cruzadas, sostenía un puro entre los dedos.

Le dio una calada y espiró un anillo de humo. Luego, abriendo las manos,
respondió:

—Yo tampoco lo sé. Son órdenes del Décimo Jefe.

—¡Firmamos un contrato! —Delia apretó los puños y golpeó el escritorio de


Fernando.

—¡Sirena, tienes que aprender a conformarte! ¡La culpa es tuya por ofender al
Décimo Jefe! ¡Tienes suerte de que solo te haya despedido! Podría haberte
matado —le advirtió Fernando sin inmutarse.

—Yo... —Delia quiso decirle algo, pero renunció a continuar culpándolo. «Tiene
razón, debería estar contenta. La razón por la que estoy molesta es porque
quería ganar más dinero estos dos meses de vacaciones de verano. Pero
bueno, de todas formas, es probable que en dos meses me vaya a alguna
universidad para continuar mis estudios».

Con la cabeza gacha, Delia salió de la oficina de Fernando y, al instante, un


hombre vestido de traje y zapatos de cuero la detuvo.
—El Décimo Jefe quiere verte. —El hombre fue directo al grano.

Cuando Delia escuchó mencionar al Décimo Jefe, revivió el dolor que él le había
dejado en las mejillas. «¡El Décimo Jefe golpearía hasta a las mujeres si lo
provocan!». Frunció los labios y fue tras él de mala gana.

El Décimo Jefe estaba sentado en la mejor cabina VIP. En ese momento, había
una cantante nueva sobre el escenario que también llevaba antifaz. Delia no
sabía quién era, pero no le pareció que fuera tan buena.

—Décimo Jefe, la Señorita Torres está aquí —informó el hombre con respeto.

El Décimo Jefe agitó la mano y cada uno de sus subordinados salió de la


cabina.

Delia solía pensar que el Décimo Jefe se parecía a Manuel, pero en ese
instante, sintió que los dos eran diferentes por completo. Manuel era justo; el
Décimo Jefe era malvado.

—Siéntate —ordenó con frialdad mientras le indicaba que tomara asiento.

Delia frunció los labios y se sentó nerviosa.

En la cabina solo estaban el Décimo Jefe y ella. Aunque los invitados que
estaban alrededor de ellos hablaban en voz alta, eso no afectó en absoluto la
atmósfera de seriedad que había entre ellos.

»Yamila me dijo que eres su mejor amiga. ¿Cómo se conocieron? —preguntó


con displicencia recostado con pereza en el sofá.

—¿Yamila no le dijo? —preguntó con calma Delia, que estaba sentada con la
espalda recta y con las manos cruzadas sobre las rodillas. «Este hombre tiene
con Yamila una relación compleja pero estrecha. ¿Cómo es posible que no sepa
cómo nos conocimos ella y yo?».

—¡Solo quiero ver si las historias coinciden! —agregó el hombre mientras


agitaba la copa de vino tinto que sostenía.

Como siempre, llevaba una máscara costosa. El borde de la máscara brillaba


bajo la cálida luz del bar. El Décimo Jefe siempre emitía un aura misteriosa.
Delia no tenía idea ni de su origen, ni de su poder; pero, por sus palabras, pudo
percibir que no confiaba en quienes le rodeaban. En pocas palabras,
sospechaba de todo y de todos. Delia no quería andarse por las ramas con él,
así que le contó cómo conoció a Yamila.

Después de escucharla, el Décimo Jefe sonrió enigmático. Delia no podía


imaginar lo que él estaba pensando, pero podía asegurar que era probable que
Yamila le hubiera contado la misma historia.
—Dado que eres hermana de Nina, en lo adelante, cuando me veas, debes
llamarme cuñado. Este es mi número de teléfono. Si tienes algún problema,
llámame —dijo el Décimo Jefe mientras sacaba de un bolsillo una tarjeta de
presentación y se la entregaba.

Delia dudó por un momento antes de tomar la tarjeta con respeto. Al mismo
tiempo, recordó de repente lo que le había dicho Yamila. «Recuerdo que ella
había mencionado que deseaba que yo fuera la hermana de Nina...».

—¿Por qué debería llamarlo cuñado? ¿Quién es Nina? —preguntó Delia con
curiosidad. En realidad, Yamila no le había contado mucho sobre Nina.

El Décimo Jefe cruzó las piernas y le dio una explicación sencilla:

—¿Recuerdas aquella vez que te llevé a hacer una prueba de ADN? El informe
dice que eres la hermana biológica de mi difunta esposa. Eres la única familia
que tiene mi difunta esposa en este mundo, así que tengo que tratarte bien en
nombre de ella.

—Décimo Jefe, ¿entonces por qué me despidió del Club Nocturno Tentación? —
se quejó Delia mientras fruncía el ceño.

—¿Cómo me acabas de llamar? —El Décimo Jefe parecía severo.

Su aura dominante confundía y asustaba a Delia. Temerosa, rectificó:

—Cuñado.

—¿De verdad crees que es bueno trabajar en el Club Nocturno Tentación? Delia,
déjame decirte que todos los hombres de Ciudad Buenaventura saben que,
excepto las integrantes del Club de las Chicas Puras que venden su virginidad,
¡el resto de las mujeres que trabajan aquí ni son puras, ni son inocentes! —
explicó el Décimo Jefe con una expresión fría en el rostro.

«¿Está diciendo que me despidió por mi propio bien?».

»Si tu marido se entera de que trabajas en el Club Nocturno Tentación, ¿creerá


que eres inocente? —replicó él. Delia no le contestó porque acababa de
mencionar lo que más le preocupaba—. Ya que me reconoces como tu cuñado,
me aseguraré de tratarte bien. Ayudaré a tu marido, Miguel, con sus negocios
para que los dos puedan llevar una vida mejor —continuó el Jefe.

Delia lo miró y parpadeó. «¿Me acaba de caer dinero del cielo? Acaba de
aparecer un “cuñado” mío de la nada…».

Al ver que Delia guardaba silencio, el Décimo Jefe le preguntó:

»¿Por qué no dices nada?


—Gracias Dec... Gracias, cuñado —agradeció Delia con torpeza luego de volver
en sí.

—Mañana a las nueve de la mañana, te llevaré a la tumba de tu hermana para


que pueda conocerte —dijo con seriedad el Décimo Jefe.

Ella asintió. Aunque todavía estaba un tanto confundida, le parecía que él era
una persona que valoraba mucho las relaciones. De lo contrario, no insistiría en
seguir buscando a la familia de su difunta esposa, ni cuidaría tan bien de su
familia. No obstante, sobre si ella era en verdad la hermana de Nina, Delia tenía
la extraña sensación de que algo andaba mal.

Cuando salió del club regresó a casa y llamó a Yamila. Cuando esta supo que el
Décimo Jefe había reconocido a Delia como la hermana de su difunta esposa,
se alegró mucho.

—¡Eso es genial! Delia, el Décimo Jefe nunca más te molestará.

—¿Soy en realidad la hermana menor de la difunta esposa del Décimo Jefe? —


preguntó Delia en voz baja.

Yamila se quedó en silencio de súbito. Luego sonrió y dijo:

—Si el Décimo Jefe lo dice, es porque lo eres. Delia, ¡no le des tantas vueltas al
asunto! A partir de hoy tendrás un cuñado que te cuidará. Eso es bueno, ¿no?

—El Décimo Jefe parece ser un hombre muy desconfiado... —comentó Delia
con mala cara.

—Sí, lo sé —contestó Yamila con voz dulce. En ese instante las dos callaron.
Entonces Yamila continuó—: Delia, de veras te considero mi mejor amiga.

—Yo también —respondió Delia con una sonrisa y, tras una breve pausa, decidió
cambiar de tema—. ¡Olvidé decirte que este año volví a hacer el examen de
ingreso a la universidad!

Yamila se sintió feliz por ella.

—¿En qué universidad piensas matricularte? Iremos a la misma universidad,


¿verdad?

—Estoy pensando en matricular en la Universidad de Buenaventura porque está


cerca de casa —dijo Delia con timidez.

—¡¿De veras quieres estar cerca de tu marido?! —Yamila no pudo evitar reírse.

—¡Por supuesto!
—¡Entonces, yo también matricularé en la Universidad de Buenaventura!
Simplemente me iré a la universidad que tú elijas —dijo Yamila con alegría.

—¡Está bien! —Delia también estaba emocionada.

—¿Por qué no me acompañas a hacer el examen de conducción durante estas


vacaciones de verano? Diez dijo que quiere regalarme un auto deportivo —dijo
Yamila.

—¡Es una gran idea! Te acompañaré a hacer el examen, pero después que lo
apruebes, ¡debes llevarme a dar un paseo en tu nuevo auto! —respondió Delia
algo celosa.

—¡Después que las dos tengamos licencia de conducción, hasta te prestaré mi


auto para que lo conduzcas si quieres! —dijo Yamila encantada.

Las dos demoraron en colgar pues siguieron charlando un rato.

La mañana siguiente, el Décimo Jefe envió a alguien a recoger a Delia y la llevó


a la tumba de Nina.

Muchos le habían dicho que se parecía a Nina, pero cuando Delia vio la foto en
blanco y negro de la tumba, se dio cuenta de que no existía parecido alguno.
«¿Será que todos en el Club Nocturno Tentación saben cuál es el punto débil
del Décimo Jefe? ¡Estoy segura de que esa noche en el club dijeron que me
parecía a Nina solo para salvar mi vida!».

Siempre que alguien lo afirmara, el Décimo Jefe llegaría a creerlo por completo.

—Saluda a tu hermana —dijo en tono frío el Décimo Jefe.

Al oír su orden, Delia colocó con prisa las margaritas blancas que traía en la
mano delante de la lápida y se inclinó tres veces.

»Nina, encontré a tu hermana. Ahora puedes descansar en paz —dijo de repente


con tono afectuoso el Décimo Jefe con la mirada fija en la imagen sobre la
lápida.

Delia lo miró antes de volver a observar la foto. De pronto, la invadió un


sentimiento de culpa. «Nina, que está en el cielo, seguro sabe si soy su
hermana biológica o no». Su intuición le decía que no era la hermana de Nina.
Sabía que Yamila había contratado a alguien para alterar los resultados del
análisis de ADN. Sin embargo, si le decía la verdad al Décimo Jefe, estaría
poniendo a Yamila en peligro.

Se sintió mal por mentirle a la difunta Nina, así que el remordimiento hizo que
se inclinara ante la lápida una vez más para disculparse. Esperaba que la
perdonara por lo que había hecho.
—Por favor, vete. ¡Quiero estar a solas con Nina un rato! —ordenó el Décimo
Jefe con displicencia.

Delia lo miró, se despidió y se dio la vuelta para marcharse. «Ese hombre


vestido de negro, de pie frente a esa fría lápida, llora con honda tristeza por su
esposa muerta. Sin embargo, si está tan enamorado de la difunta, ¿cómo es
amante de Yamila siendo él mucho mayor que ella? No, no debo pensar mal de
él. Tal vez en realidad le gusta Yamila. Aunque ella parezca superficial, tiene
buen corazón. Al menos, sabe ser agradecida».

Ella no lograba descifrarlo en lo absoluto, pero tampoco quería saber más


sobre él. Solo le importaba si trataba bien a Yamila. «Espero que el Décimo Jefe
se enamore de Yamila y le dé un futuro feliz y próspero».

Desde que volvió de la residencia de la Familia Larramendi en Ciudad Ribera,


Delia permanecía sola en casa y Miguel iba trabajar todos los días. Como
arquitecto de renombre en el país, Miguel tenía muchos compromisos. Ella
sabía que tenía un montón de proyectos en los que trabajar y que, para terminar
los diseños a tiempo, se quedaba a menudo en la oficina durante la noche. A
veces, ni siquiera tenía tiempo de ir a casa, pero Delia ya estaba acostumbrada.

Aun después de casada, Delia se sentía sola. Miguel estaba casi siempre
ocupado en sus labores, así que ella seguía una rutina solitaria. Comía, dormía,
veía la televisión e iba de compras sola. En la calle, tenía que enfrentarse a un
montón de gente extraña y escandalosa; pero, si se quedaba en el apartamento,
tenía que enfrentarse a una casa vacía.

Delia se preguntaba a menudo si Miguel la amaba. «¿Por qué se habrá casado


conmigo? Creo que solo le simpatizo. ¿Me habrá amado en algún momento?
¡Quizás... no me ama en lo absoluto! En verdad, nunca me ha dicho si me ama.
Ni cuando me propuso matrimonio, ni cuando recibimos el certificado de
matrimonio, ni siquiera después del matrimonio le he oído decir alguna vez que
me ama». Cuanto más pensaba en ello, más sufría su corazón.

Justo cuando más aburrida se sentía, una llamada telefónica de Miguel le hizo
sentir mejor al instante.

—Delia, por favor, ve al escritorio del estudio para ver si olvidé allí una unidad
USB azul. —Miguel parecía preocupado.

Con el teléfono al oído, Delia se dirigió al estudio. Cuando entró en el estudio,


miró encima del escritorio y encontró en la torre de la computadora la unidad
USB azul que Miguel necesitaba.

—¡La encontré!

—Delia, ¿puedes traérmela ahora mismo? La necesito con urgencia —dijo


Miguel con alegría.
—¡De acuerdo! —asintió—. ¿Adónde la llevo? —preguntó Delia.

—Tráela a mi oficina en la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía y


entrégasela a Basilio —respondió Miguel de prisa.

—¿Dónde está tu...? —Antes de que Delia terminara la frase, Miguel ya había
colgado el teléfono. «Siempre me cuelga el teléfono. ¡No importa, iré a la
empresa a preguntar!».

Enseguida, Delia desconectó la unidad USB azul de la torre de la computadora.


Tomó las llaves, el teléfono, se cambió de zapatos y salió corriendo por la
puerta.

Hacía poco que la habían echado de la Empresa de Desarrollo Inmobiliario


Armonía. Ahora que volvía a ese edificio todo parecía seguir igual, pero estar
allí ya no le hacía tanta ilusión como antes. Tomó su teléfono y llamó a Miguel,
pero lo único que escuchó fue el mensaje grabado que decía:

<i>La persona que usted llama no está localizable. </i>

Delia aún no sabía que Miguel era el Director General de la Empresa de


Desarrollo Inmobiliario Armonía. A decir verdad, él nunca hablaba de su trabajo
con ella y a ella nunca se le ocurrió preguntar. Lo único que sabía era que
estaba muy ocupado en el trabajo y que a menudo tenía que asistir a reuniones
y hacer horas extras. Siempre estaba atareado con sus quehaceres, pero ella no
sabía nada al respecto.

Sin más opción, Delia tuvo que preguntarle al guardia, que no recordaba que
ella había trabajado en el Departamento de Diseño de la empresa. Cuando supo
que buscaba a Miguel, el guardia le informó con amabilidad sobre todo lo que
necesitaba saber.

Si el guardia no hubiera mencionado que la oficina de Miguel estaba en el


último piso y que era la del director general, Delia no se hubiera enterado de que
él era el director general de la empresa. Todo el tiempo, ella creyó que Miguel
era solo un arquitecto más.

Delia se llevó las manos al rostro avergonzada por su ignorancia. Luego entró
en el ascensor y pulsó el número de la última planta. Cuando el ascensor llegó
arriba, sus labios se curvaron en una sonrisa al imaginarse su encuentro con
Miguel. Justo al salir del ascensor, allí estaba él.

—¡Miguel, te traje la unidad USB que me pediste! —le dijo en cuanto lo vio. Le
brillaban los ojos como estrellas y corría hacia él emocionada.

—¿Quién es?
Delia escuchó de repente a un desconocido preguntar. En ese momento se
percató de que había junto a Miguel un hombre de mediana edad vestido de
traje.

—Es mi prima, que acaba de hacer su examen de ingreso a la universidad.


Como son las vacaciones de verano, ha venido a quedarse en mi casa durante
un tiempo. Dejé mi unidad USB en casa y le pedí que la trajera —le explicó
Miguel despacio y con elegancia mientras le presentaba a Delia.

En ese momento, Delia se quedó desconcertada. «¿Prima? Hace tiempo,


alguien mintió también, me presentó como su prima y, en ese momento, me
sentí tan avergonzada como me siento ahora. Espera, ahora recuerdo. Fue mi
primer novio, Mario...». Su marido estaba utilizando el mismo término para
referirse a ella ante extraños, igual que había hecho su novio. Delia tuvo de
súbito un mal presentimiento.

Basilio, de pie detrás de Miguel, lo vio todo y enseguida se acercó a Delia.

—¡De prisa, entrégueme la unidad USB del Director General Larramendi! —le
pidió Basilio con una sonrisa y la mano extendida hacia ella.

Miguel ignoró por completo a Delia, en cambio, le sonreía al hombre que lo


acompañaba mientras le cedía el paso al entrar al ascensor.

—Director Juárez, por aquí, por favor.

—De acuerdo.

Delia no despertó curiosidad alguna en el Director Juárez que, sencillamente,


siguió a Miguel y entraron juntos al ascensor.

Ella tenía sentimientos encontrados pues se sintió ignorada por Miguel. Cuando
se cerraron las puertas del ascensor, se recompuso y le entregó a Basilio la
unidad USB.

Al ver a Delia disgustada, Basilio la consoló tratando de justificar a Miguel.

—Nadie aquí sabe que el Director General Larramendi está casado, así que tuvo
que decir que es su prima.

—¡Está bien, lo entiendo! —respondió ella obligándose a sonreír.

—Bien. Entonces volveré al trabajo. Señorita Torres, que tenga un buen viaje de
regreso a casa —se despidió de Delia con respeto y, con la unidad USB en la
mano, se dirigió al ascensor.

El Director Juárez que Delia acababa de ver era en realidad el padre de Sofía.
Aunque ella sabía del matrimonio de Miguel, su padre, el Director Juárez, no lo
sabía; y Sofía no pensaba permitir que se enterara.
Como asistente personal de Miguel, Basilio lo sabía todo, pero también sabía
que no debía contárselo a Delia. No obstante, ella no era ciega y se dio cuenta
de que Miguel estaba tratando de congraciarse con el Director Juárez. Por
alguna razón a veces sentía a Miguel un tanto distante.

Delia esperó el ascensor y entró en él con una expresión de tristeza en el rostro.


A mitad de camino, la puerta del ascensor se abrió. De repente, entró la
subdirectora del Departamento de Diseño, Lily, en zapatos de tacón y con
actitud soberbia.

En cuanto Lily vio a Delia, un gesto de sorpresa se dibujó de pronto en su rostro.


Luego, se paró avergonzada junto a ella.

Aunque Lily la había echado de la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía,


seguía siendo su exjefa después de todo, así que Delia la saludó con cortesía:

—¡Hola, Señorita Sánchez!

Lily se dio la vuelta y miró a Delia con una tenue sonrisa. Luego, de repente, la
asaltó un pensamiento, le tomó la mano y le dijo con gentileza:

—Delia, la empresa sabe que no eres culpable y fuiste acusada por error.
Además, el Departamento Jurídico también presentó una demanda contra Sara.
Ella recibió el castigo que se merecía y fue despedida de la empresa. Ahora
mismo, los bocetos del diseño de la oficina del nuevo presidente llevan tu
nombre. Sin embargo, aunque las renovaciones están listas, los trabajadores
del lugar nos piden que enviemos a alguien que le explique bien el diseño de la
oficina al presidente. ¿Crees que...?

—Señorita Sánchez, ¿me está pidiendo que yo vaya a explicarle el diseño? —


preguntó Delia después de escuchar a Lily que asintió en respuesta.

En un principio, Lily había decidido ir en persona a conversar del tema con el


presidente, pero al final solo el diseñador conocía las ideas tras el diseño. Si
por accidente decía algo incorrecto y ofendía al presidente, tendría que
enfrentar graves consecuencias.

Por fortuna, se encontró con Delia en el momento oportuno. Fue la primera vez
que Lily sintió que Delia era su amuleto de la suerte.

—¿Crees que puedas hacerlo? ¿Por qué no vas hoy mismo a la oficina del
presidente? A partir de mañana, puedes incorporarte al departamento y trabajar
para mí de nuevo. Redactaré una solicitud para que te aumenten el salario. Tu
salario original durante la pasantía era de 4000, ¿verdad? Lo aumentaré a 8000.
¿Qué te parece? —Lily le mostró la cifra con los dedos.
La oferta entusiasmó a Delia al instante. «Aunque Miguel no quiera que yo
trabaje, me aburro demasiado en casa. ¿Por qué no vuelvo a trabajar en la
Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía hasta que comiencen las clases?».

Lily vio que Delia aún dudaba, por tanto, le dijo de golpe:

»¡Entonces te pagaré 10 000! ¡Es lo máximo que puedo ofrecerte! ¡Es el salario
de un diseñador a tiempo completo!

—En ese caso, trato hecho —sentenció Delia con una radiante sonrisa.

Lily estaba tan contenta de que Delia aceptara que aplaudió de la emoción y le
dio unas palmaditas en el hombro.

—¡Si es así, debes ir cuanto antes a la Torre Larramendi! ¡Nos vemos mañana!

—¡De acuerdo! —exclamó Delia mientras asentía.

Lily respiró aliviada con discreción. También estaba feliz pues había logrado
mantener a la talentosa Delia en su departamento.

Delia se dirigió a la Torre Larramendi como había acordado. Después que el


guardia registrara su nombre, fue directo al ascensor para subir a la oficina del
presidente. Siempre deseó ver con sus propios ojos cómo quedaría la oficina
que ella había concebido. Comenzó a preguntarse si luciría igual que en sus
diseños.

Cuando llegó al último piso, un vigoroso joven rapado y vestido de traje, la


detuvo en cuanto salió del ascensor.

—¿Me puede decir a quién busca? —preguntó el joven con austeridad.

Delia pensó por un momento, luego sonrió y respondió:

—Me envía Lily Sánchez, subdirectora del Departamento de Diseño de la


Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía. He venido para reunirme con…
para reunirme con su presidente y explicarle las ideas del diseño de su oficina.

—Por favor, espere un momento, debo informarle al presidente —dijo el joven y,


con rostro serio, se dio la vuelta.

Delia frunció los labios y no pudo evitar pensar que la seguridad en la oficina
central era mucho más estricta que en las sucursales. Tuvo que registrar su
nombre justo al entrar al edificio. Después, para poder tomar el ascensor, le
entregaron una tarjeta con la que solo podía acceder a esa planta. Una vez allí
debía solicitar al asistente un encuentro con el presidente.

«El poder del Presidente Larramendi es en verdad extraordinario». Mientras


Delia divagaba en sus pensamientos, el hombre regresó y le dijo:
—Por favor, sígame.

«Vaya, por fin puedo entrar». Delia siguió al hombre a través de un pasillo y
luego entraron por una puerta de vidrio templado esmerilado. «¡Esta puerta se
ve bien!». Delia no pudo evitar asentir orgullosa de sí misma. «¡Estos azulejos
también se ven bien!». Volvió a alabar su propio trabajo. Los materiales que
había elegido no solo eran hermosos, también eran de buena calidad.

Después de pasar por delante de una moderna mampara, el hombre la anunció:

—Presidente Larramendi, la diseñadora de la Empresa de Desarrollo


Inmobiliario Armonía está aquí.

—¡Está bien, puedes retirarte!

En ese instante, a Delia le resultó familiar la voz que emergía de la oficina.

Cuando el asistente que la acompañó hasta la oficina se retiró, Delia se acercó


a aquel hombre que, sentado tras su escritorio, mantenía la cabeza enterrada
en unos documentos. Aun con la cabeza gacha, Delia podía entrever sus cejas
afiladas y su frente cubierta por un flequillo. Se veía cautivador.

—¿Manuel? —preguntó Delia con timidez.

Cuando Manuel escuchó aquella voz familiar pronunciar su nombre, enseguida


levantó la vista. Vio entonces el rostro dulce y puro de Delia. La luz del sol que
entraba por las puertas de cristal la iluminaba y la hacía parecer encantadora.

«En verdad parece salida de mis sueños...; no se equivoca quien dice que
aquello que piensas durante el día aparece en los sueños. Cada noche sueño
con Delia y siempre parece distante».

»¡Manuel! —Volvió a llamarlo en voz baja al notar que la miraba enmudecido y


con una expresión vacía. «No me esperaba que Manuel fuera el nuevo
presidente del Grupo Larramendi. Pero, claro, si ni siquiera sabía que mi esposo
es el director general de la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, ¿cómo
iba a imaginar que Manuel es el presidente?».

—Delia. —Cuando Manuel volvió en sí se alegró, pero tuvo que fingir serenidad—
. ¿Qué haces por aquí?

—¡Vine para explicarte la concepción del diseño de esta oficina! —dijo ella con
una sonrisa y fue entonces cuando Manuel recordó que había sido ella quien
había elaborado el diseño de su oficina.

—Estoy un poco ocupado ahora mismo. —Manuel apartó la mirada de Delia y se


concentró en los documentos sobre su escritorio. Luego, levantó la mano, se
desabrochó los dos botones de sus gemelos y sus delgados dedos señalaron
con elegancia el sillón que estaba a su lado—. Siéntate y espera un momento.

—De acuerdo. —Delia se sentó en el sillón que él le había indicado. Sin


pretenderlo, lo miró y vio que sus ojos eran oscuros. Observó cómo guardaba
unos documentos apilados y tomaba otros para revisarlos. Todos sus
movimientos eran muy elegantes y refinados. «Lo he visto desaliñado, con el
uniforme del ejército y también formalmente vestido... No sé cuántos atractivos
tiene Manuel. Solo sé que ahora es mi cuñado, mi pariente...».

Quizás el sillón estaba muy cómodo o tal vez Delia se aburría demasiado;
mientras esperaba, se quedó dormida por accidente.

Manuel soltó con delicadeza la carpeta que tenía en las manos, levantó las
cejas y miró en silencio con sus oscuros y penetrantes ojos a la chica que
estaba profundamente dormida a su lado. Sentía el deseo de precisar cada
centímetro de su rostro, como si contemplara un fuego hipnótico.

Al sentir que algo le rozaba los labios. Delia pensó que un mosquito intentaba
picarla. Frunció el ceño y alzó la mano para ahuyentarlo, pero cuando despertó
no había nadie. Miró al escritorio y vio que Manuel ya no estaba. No tenía ni
idea de cuándo se había ido; se había quedado sola en la oficina y una fina
manta cubría su cuerpo.

Miró su teléfono para comprobar la hora. Al ver que eran casi las doce del
mediodía, le envió apresurada un mensaje de texto a Miguel para preguntarle si
iba a almorzar en casa. En el fondo, aun sin preguntarle, sabía que él no iría a
casa. Sabía que almorzaría con aquel cliente de mediana edad que vio junto al
ascensor de la Empresa de Desarrollo Armonía. Delia tuvo la corazonada de
que Miguel asistiría a un almuerzo de negocios.

Su respuesta fue la que ella esperaba:

«Tengo que asistir a un almuerzo de negocios, así que no iré a casa para el
almuerzo. Miguel»<i>.</i>

Cuando Miguel respondió el mensaje de texto de Delia, guardó con serenidad


su teléfono.

—Director Larramendi, ¿puedo preguntarle si tiene novia? —preguntó con tono


serio el Director Juárez y tomó un sorbo de té de la taza de cerámica blanca
que había sobre la mesa.

Miguel miró con disimulo a Sofía que estaba sentada junto al Señor Juárez. Ella
sacudió ligeramente la cabeza para dejarle saber a Miguel que no debía
hablarle a su padre sobre ellos.

Solo entonces Miguel contestó con gracia:


—No, no tengo novia en estos momentos.

Miguel quería almorzar a solas con el Director Juárez; pero, cuando llegaron al
restaurante, se encontraron con Sofía que se disponía a almorzar sola.
Entonces, los tres se sentaron a la misma mesa.

En ocasiones, Sofía se comportaba como una niña mimada en presencia del


Señor Juárez.

—¡Papá!, ¿desde cuándo trabajas con un hombre tan apuesto? ¿Por qué no me
lo habías presentado?

El Señor Juárez no conocía a Miguel. Aunque Miguel y su hija habían sido


compañeros en el instituto e incluso salieron juntos, como padre de ella, no
tenía ni idea. Ella sabía guardar secretos. Además, él nunca le había preguntado
a su hija sobre su vida privada.

—Él es el director general de la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía del


Grupo Larramendi. Señor Miguel, ella es mi querida hija, Sofía —los presentó el
Director Juárez con una sonrisa.

—¡¿Tú eres Miguel?! —preguntó Sofía con sorpresa fingida.

Hasta Miguel quedó desconcertado con su pregunta y la miró desorientado.

»¡Fuimos compañeros de instituto! —Sofía entrecerró los ojos, tomó la mano de


su padre y sonriendo le susurró—: ¡Papá, él era el mejor estudiante de nuestra
clase! Es brillante. —Sofía continuó hablándole y se le acercó al oído para
susurrarle algo más.

Miguel no sabía lo que le estaba diciendo al Director Juárez, pero sí notó las
miradas de cariño entre padre e hija. El Director Juárez sonreía con cariño y le
acariciaba la mano.

—¡Firmemos el contrato después del almuerzo! —sugirió con serenidad el Señor


Juárez mirando a Miguel.

Miguel reaccionó al instante y enseguida le sirvió té al Señor Juárez. Sofía


aprovechó la ocasión para hacerle un guiño a Miguel.

Con la inversión de Juárez, el flujo de caja de la nueva empresa de Miguel sería


más seguro. Como veterano del mundo de los negocios, era obvio que el Señor
Juárez tenía que apoyar económicamente a un emprendedor novato y
prometedor como Miguel, aunque solo fuera por petición de su hija.

Sofía usaba su juventud, su dinero y su cuerpo para invertir en el futuro. Solo


esperaba que Miguel no la defraudara. Era mejor para ella esforzarse en ayudar
a Miguel, en lugar de seducir a Manuel.
En cuanto a José Juárez, el hermano de Sofía Juárez, utilizó a su hermana para
espiar al Grupo Larramendi.

¿Y Miguel Larramendi? No solo quería apoderarse del Grupo Larramendi;


pretendía incluso apoderarse del Grupo Juárez, propiedad del padre de Sofía.

Sofía le había sugerido una alianza con ella para controlar el Proyecto del
Departamento Militar de Ciudad Coral, que valía mil millones. Llegó incluso a
ofrecerle su cuerpo para demostrar su sinceridad. Sin embargo, Miguel podía
ver con claridad lo que ella planeaba hacer en secreto. Al fin y al cabo, él
siempre había competido con Carlos Larramendi, así que no temía trabajar con
Sofía.

Si no fuera porque Delia era tan diferente a Sofía, él no sería capaz de saber de
quién estaba enamorado en realidad.

Miguel Larramendi era un hombre nostálgico. Podía recordar siempre lo bueno


del pasado, pero no estaba dispuesto a aceptar a las personas que habían
cambiado. La mujer a la que siempre amó fue la Sofía Juárez pura e inocente
del pasado, como lo era Delia en ese momento. Sin embargo, no se daba
cuenta de que ya no era el mismo hombre de antes.

Delia se levantó del sillón. Dobló la manta que cubría su cuerpo y la colocó con
suavidad sobre la silla. Al darse la vuelta, el cuerpo de un hombre alto le
impedía el paso, así que tropezó con aquel muro humano.

—Estás despierta. —Se oyó una voz seductora.

Delia levantó la mirada, sorprendida. Sus ojos se encontraron con los ojos
oscuros de Manuel cuyo cuerpo emitía un aura fresca que hacía que la gente se
sintiera llena de energía, como el aire frío después de una tormenta en verano.

—Manuel, lo siento. Yo... —dijo ella.

—Ya que hay una cocina arriba que tú misma diseñaste, ¿por qué no cocinas
para mí hoy? —la interrumpió Manuel mientras pasaba por su lado hacia la
escalera de caracol.

Delia se quedó aturdida por un momento y luego fue tras él a toda prisa. Miró a
Manuel, que ya estaba en la escalera de caracol y gritó:

—¡Manuel, tengo que ir a casa a cocinar!

—Miguel tiene hoy un almuerzo de negocios, así que no estará en casa para
comer al mediodía —dijo con indiferencia Manuel mientras desaparecía al final
de la escalera.
Delia no tuvo más remedio que seguirlo. Sus pasos eran ligeros, pero hacían
mucho ruido al subir la escalera. Cuando llegó arriba, se detuvo y sostuvo el
pasamano. Manuel ya estaba de pie frente a la nevera.

»Entre las condiciones indispensables para el diseño de mi oficina, mencioné


que debía ser completamente silenciosa —dijo él con frialdad.

Delia se rascó la cabeza sorprendida por sus palabras. Nunca pensó que
hubiera algunos detalles que no había tenido en cuenta.

Manuel abrió la puerta de la nevera. La camisa, al igual que la nevera, era


blanca como la nieve. Tenía el cuello algo abierto y las mangas recogidas hasta
la mitad de los brazos, lo que dejaba ver una cicatriz de un tono más claro que
su piel bronceada.

Delia vio por casualidad la cicatriz en su brazo y se sorprendió. Quiso decir


algo, pero cambió de opinión. «¿Qué le sucedió antes de conocerme? ¿Tuvo una
vida marcada por la violencia? Recuerdo que Miguel mencionó que su padre era
un soldado que había muerto por su país. Me pregunto si Manuel llevaba una
vida peligrosa como soldado, al igual que su padre».

»No te quedes ahí parada —murmuró Manuel. Ya había escogido algunos


ingredientes y los había colocado sobre la encimera de la cocina.

Delia volvió a la realidad de inmediato y continuó con la conversación.

—Siento haber cometido un error en el diseño. Olvidé que las escaleras de


caracol de hierro hacen ruido con facilidad al subir y bajar. Volveré a hacer
algunas mejoras en el diseño y entregaré el informe para pedir que añadan una
alfombra apropiada para este tipo de escalera. —«Por el momento solo se me
ocurre esa idea para reducir el ruido. ¡No puedo pedir que retiren esta escalera
de caracol de hierro!».

—No soy meticuloso con la comida, así que prepara lo que mejor sepas cocinar
—dijo Manuel. De hecho, había comido alimentos que no le gustaban, como el
hígado de cerdo. Mientras Delia lo cocinara, lo comería gustoso, aunque no
fuera de su agrado.

Delia se le acercó. Mientras se recogía las mangas de su blusa, tomó el delantal


que colgaba de un gancho sobre la pared y se lo ató a la cintura. Se puso
delante del fregadero y empezó a lavar las verduras con destreza.

Al ver su comportamiento, Manuel no pudo evitar imaginarla cocinando para


Miguel en el condominio. «Si yo fuera Miguel, seguro me sentiría bendecido con
solo ver a la mujer que amo cocinar para mí. Justo como me siento ahora...».

—Manuel, ¿sabes cómo lavar el arroz? —le preguntó Delia sin siquiera mirarlo
mientras se preparaba para cortar las verduras que acababa de lavar.
Manuel no le respondió, sino que comenzó a hacerlo y así le demostraría si
sabía o no lavar el arroz.

—¿Cuántas tazas de arroz se necesitan para dos personas? ¿Cuántas veces


tengo que lavarlo hasta que esté limpio? ¿Cuánta agua debo añadir? —Manuel
lanzó una pregunta tras otra.

Delia lo miró asombrada y suspiró a continuación mientras soltaba el cuchillo.


Se limpió las manos en el delantal y le quitó de las manos la olla arrocera y el
vaso medidor.

»Si me preguntaras sobre cosas en las que me destaco, es más probable que te
responda con facilidad —dijo Manuel mientras se hacía a un lado para dejar
pasar a Delia.

—Manuel... —dijo ella.

—¿Sí? —respondió él.

—¿Por qué no bajas y lees un libro o haces algo en lo que te destaques? —le
preguntó ella con una sonrisa. Él inclinó la cabeza y la miró confundido—. No
sabes hacer nada, así que solo estorbas —agregó Delia.

«¿Está enojada conmigo?». Manuel se encogió de hombros y levantó las manos


en señal de rendición ante Delia. Acto seguido, sin dudarlo, se dio la vuelta, se
dirigió a la encimera y tomó el cuchillo de cocina.

Sucedió casi de manera instantánea. Delia levantó la vista y vio que Manuel
tomaba una zanahoria y la lanzaba al aire. Luego, movió el cuchillo de cocina en
el aire y cortó la zanahoria en cinco trozos antes de recibirlos con las manos.
Los colocó con destreza en la tabla de cortar con un golpe sordo.

«¡Gran técnica! ¡¡¡Pero!!!».

—Manuel, ¿crees que cortar vegetales es una forma de mostrar tu talento? —


Las comisuras de los labios de Delia se movían ligeramente.

Sus palabras sorprendieron a Manuel, que soltó el cuchillo de cocina.

—Entonces me quitaré de en medio —dijo.

Ella entornó los ojos, asintió y, con un gesto de la mano, le pidió que se fuera de
prisa. «Es mejor que este hombre que juega con pistolas y espadas no entre
nunca en una cocina porque es peligroso. ¡Podría hasta matar a alguien!».

Cuando Delia terminó con el arroz, se dirigió a la encimera y tomó las


zanahorias que Manuel había acabado de cortar. «Su técnica con los cuchillos
es bastante buena; pero, por desgracia, no adquirió esa habilidad para cortar
vegetales. Sin embargo, ahora que lo pienso...». Delia se giró de súbito y miró la
escalera. «¡¿Manuel sabrá de artes marciales?!».

Después de cocinar, mientras sostenía el plato de arroz y comía, con voz débil
le hizo la pregunta que le había pasado por la mente en la cocina hacía un
momento:

—Manuel, ¿sabes de artes marciales?

Él levantó la mirada y contestó con calma:

—Son técnicas de combate.

—¡Oh! —dijo Delia Torres con una sonrisa forzada. «Nunca he estado en el
ejército. ¡¿Cómo iba a saber de esas cosas?!».

—Sé luchar, usar cuchillos y pistolas, correr por la ciudad e incluso sé cómo...

—¡También sabes cómo desactivar bombas! —añadió Delia con una sonrisa
sutil.

Manuel sonrió pensativo al ver la deslumbrante sonrisa en su rostro. De hecho,


él también había matado, eliminaba matones sanguinarios y, también, había
salvado la vida de muchos rehenes indefensos.

Aunque su identidad era un secreto que no podía ser revelado, la mujer que
tenía delante ya tenía una respuesta casi segura sobre su identidad. Sin
embargo, él tenía otra que todos desconocían, incluso su abuelo. Todos,
excepto su superior.

En ese momento, sonó el teléfono de Delia: <i>La que amo, ya ama a


alguien</i>… La letra de la canción en su tono de llamada coincidía con lo que
Manuel sentía en ese momento.

Para evitar que él le dijera que su tono de llamada era ruidoso, Delia deslizó con
prisa el panel de la pantalla para aceptar la llamada antes de acomodarse el
teléfono al oído.

—¿Miguel? —Su voz sonaba tan tierna como el sonido del agua que fluye.

—¿Dónde estás? —le preguntó Miguel.

—Estoy en la oficina de Manuel —contestó ella.

—¿Por qué estás allí? —preguntó él.

—Después de enviarle tu unidad USB a Basilio, me encontré con Lily en el


ascensor y me pidió que le explicara a tu hermano el concepto de diseño de su
oficina y también que anotara cualquier modificación que él quisiera hacerle —
respondió Delia.

—¿Almorzaste? —preguntó él.

—Sí. Estoy almorzando ahora —contestó Delia.

—Por favor, regresa a casa pronto, en cuanto termines de comer —le pidió
Miguel.

—Está bien —asintió ella.

—¡Olvídalo, voy a buscarte! Iba a pasar por la Torre del Grupo Larramendi más
tarde de todos modos —añadió él.

—¡De acuerdo! —respondió Delia. Aunque Miguel colgó primero, su llamada la


alegró mucho.

Al ver que Delia había terminado de hablar por teléfono, Manuel le preguntó con
indiferencia:

—¿Ya Miguel terminó la reunión con su cliente?

—¡Sí! ¡Tengo que terminar de almorzar rápido porque pasará a recogerme!

Después de colgar el teléfono, levantó el plato y el cubierto y, con rapidez, se


llevó a la boca un gran bocado de arroz para luego engullir una enorme porción
de vegetales. No le preocupaban sus modales a la mesa pues solo pensaba en
Miguel.

—Come despacio para que no te atragantes —le aconsejó Manuel al ver cómo
devoraba la comida de forma graciosa.

En realidad, su abuelo había estado observando en secreto la labor de Miguel


en la empresa con ayuda de sus hombres. También sabía sobre la repentina
decisión de Miguel de firmar hoy un acuerdo con el director del Grupo Juárez, el
padre de Sofía. Sin embargo, ignoraba por completo los pormenores del
acuerdo.

Karel, a quien Alberto había asignado el papel de asistente especial secreto de


Manuel, le había informado al Patrón Larramendi sobre el acuerdo antes que a
Manuel. Alberto le había recordado a su nieto que debía tener cuidado con su
hermano, pues este podía albergar segundas intenciones. Aun así, Manuel se
mostró impasible ante su advertencia, pues para él Miguel era la última persona
de quien tendría que cuidarse.

Cuando Miguel llegó a la oficina de su hermano, Delia acababa de terminar su


almuerzo. Al entrar, saludó primero a Manuel y luego se acercó a Delia. Al notar
las manchas de aceite en su boca, sacó unas servilletas del bolsillo de su
camisa y la limpió con cuidado.

A Delia le pareció un gesto tan dulce, que sintió que su corazón se había
llenado de miel, lo que provocó que las comisuras de sus labios se alzaran un
tanto. Sonrió con sinceridad como un ángel inocente. Mientras romanceaban,
Manuel solo pudo hacerse a un lado y, en silencio, contemplar sus muestras de
afecto mutuo.

—Manuel, llevaré a Delia a casa primero —le dijo Miguel a su hermano luego de
limpiar la boca de Delia y tomarla de la mano.

Manuel se mostró indiferente. Hizo un gesto de desdén y dijo con frialdad:

—Entonces no los acompaño a la salida.

En cuanto a Delia, no volvió a mirar a Manuel desde el momento en que Miguel


entró en la oficina. Sus ojos y su mente estaban concentrados solo en él. Al
notarlo, Manuel sintió un sufrimiento insoportable en su corazón, tan intenso
que pensó que moriría. Ella debía haber sido suya desde el principio, pero… la
perdió solo por no esforzarse en comprobar su versión de los hechos. Ahora
solo podía ver cómo le sonreía con ternura a otro hombre y se convertía en su
esposa.

El rostro de Miguel cambió de forma repentina al abandonar la oficina de su


hermano.

—Delia, ¡no vuelvas a cocinar para mi hermano! —dijo él de forma brusca.


Parecía irritado y celoso.

—¿Eh? —Delia se sorprendió al escuchar sus palabras.

Entrecerró un tanto los ojos y levantó una de sus manos para darle un golpecito
suave en el puente de la nariz.

—Acabas de almorzar en la oficina de mi hermano. Como mi hermano no sabe


cocinar, ¿quién preparó la comida si no fuiste tú? Me provoca celos que cocines
para él.

—¡Lo entiendo! ¡No volveré a hacerlo! —asintió ella. Rodeó su brazo con ambas
manos y apoyó la cabeza en su hombro con cuidado.

—La petición de mi hermano de instalar una cocina en su oficina me parece un


poco extraña. Me pregunto para qué la necesita. —Miguel se encogió
ligeramente de hombros.

—Quizás tu hermano solo quiere una oficina cómoda donde poder pasar la
noche. Tal vez trabaja horas extras como tú. El segundo piso de su oficina
tendrá una cocina, un baño, un dormitorio, un balcón, así como un conjunto
completo de muebles y electrodomésticos; por lo tanto, será un buen lugar para
poder trabajar horas extras y pasar la noche —respondió ella con una sonrisa.

—¡Tienes razón! —asintió él sonriente.

—¿Para qué necesitas regresar a casa al mediodía? —le preguntó Delia con
curiosidad al abordar el ascensor.

—Voy a hacer un viaje de negocios más tarde, así que volví para hacer las
maletas —contestó mientras acariciaba su cabello con suavidad.

—¡Entonces te ayudaré a empacar! —Delia parpadeó mientras lo miraba con


resignación. Él asintió con la cabeza. Ella recordó algo de repente y añadió—:
¡Lily Sánchez se disculpó conmigo hoy! Además, me pidió que continuara
trabajando en el Departamento de Diseño. ¡Aumentó incluso mi sueldo a 10 000
al mes!

—Te prometí que te sustentaría. Así que no tienes que trabajar. —Miguel frunció
un tanto el ceño.

Con la espalda recta, ella le tomó las manos y las balanceó con coquetería.

—¡Lo sé, pero me aburre tanto quedarme sola en casa! Déjame aceptar el
trabajo, por favor. Dejaré de trabajar en cuanto reciba la carta de admisión a la
universidad.

—¡Entonces le diré a mi hermano que te consiga un puesto en el Departamento


de Diseño de la sede del Grupo Larramendi! —dijo Miguel pensativo.

—¿Por qué? —preguntó ella desconcertada—. Me fue bastante bien en el


Departamento de Diseño de la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía.
¿Por qué no puedo quedarme trabajando allí?

—Todavía no quiero hacer pública nuestra relación. Por eso me referí a ti hoy
como mi prima. Si en un futuro trabajamos en la misma empresa, será
inevitable que vivamos situaciones incómodas como la de hoy. Por eso
considero que lo mejor es que trabajes en la sede —le explicó Miguel con
paciencia.

En realidad, él no quería que conociera a Sofía Juárez. Como ya había firmado


un acuerdo de empresa mixta con el Grupo Juárez, con seguridad Sofía visitaría
la Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía para encontrarse con él. Ahora
que compartían tanto el trabajo como la cama, a ella la conocían como su
amante secreta; por lo tanto, prefería que Delia no supiera nada sobre Sofía.

Con los labios fruncidos, Delia asintió con la cabeza y mostró cierta reticencia.
»Le pediré a mi hermano que se asegure de que todos en la empresa te traten
bien. Estoy seguro de que nadie tendrá el valor de volver a aprovecharse de ti —
añadió Miguel.

Ella sonrió sin ganas.

Miguel nunca imaginó que su hermano albergara segundas intenciones con


Delia y estaba seguro de que nunca lo haría. Por eso, la idea de que ella
trabajara con él lo tranquilizaba.

Cuando llegaron a casa, Delia comenzó a preparar las maletas de Miguel. Él le


dijo que esta vez estaría fuera por dos semanas. También le comentó que
buscara a su hermano si necesitaba alguna ayuda. Le dio incluso el número de
teléfono personal de Manuel.

Ella lo miró con cara de resignación.

—Delia, no tienes permitido mirar fijo a mi hermano porque es un hombre muy


apuesto. ¿Está claro? —le dijo en broma, pues parecía desanimada.

Delia se levantó alegre de inmediato. Juntó los dedos de una mano y los colocó
junto a sus cejas en señal de saludo marcial.

—¡Sí, entendido! Prometo solemnemente no mirar fijo a tu hermano.

—Delia.

—¿Sí?

—¿Quién crees que es más atractivo, mi hermano o yo? —le preguntó de golpe.

Ella soltó una carcajada antes de responder:

—¡Por supuesto que mi marido siempre será el hombre más bien parecido del
mundo!

—Buena chica. Cuando regrese te traeré regalos. —Con una sonrisa, tomó su
maleta con una mano y con la otra la sujetó por la nuca. Luego la besó en el
rostro, justo entre las cejas.

—Está bien, te esperaré —dijo Delia, que mantuvo la cabeza baja mientras
sonreía con timidez.

Miguel le acarició con ternura el cabello y se marchó.

Después de llegar al vestíbulo del condominio, Miguel tuvo que caminar


bastante para llegar al auto de Sofía. Ella había sugerido recogerlo en el
vestíbulo, pero él no estuvo de acuerdo. Quizás se sentía culpable o tenía
alguna otra razón... Sofía solo podía ser un secreto oscuro oculto en su mente
para siempre.

Cuando estaba en el auto, llamó a su hermano en presencia de ella.

—Manuel, estaré fuera en un viaje de negocios por dos semanas. Como Delia
quiere trabajar, pedí que la incorporaran al Departamento de Diseño de la sede.
Estará allí mañana. Durante las dos semanas que estaré fuera, cuídala, por
favor —le pidió sin rodeos. Le pedía que cuidara de Delia al igual que su
hermano le había pedido que cuidara a Mariana cuando visitó Ciudad
Buenaventura durante las vacaciones.

—De acuerdo —accedió Manuel con tono despreocupado.

Cuando se terminó la conversación, Miguel colgó el teléfono.

Sofía lo miró y le preguntó pensativa:

—¿Crees que tu hermano confía en ti?

—¡Claro que confía en mí! —respondió sin titubear.

—¡Excelente! —exclamó ella.

Miguel se abrochó el cinturón de seguridad. Sofía sonrió y, sin decir más,


encendió el motor de su auto.

El propósito de aquel viaje de negocios era solo visitar su nueva empresa y


discutir su funcionamiento. En el trabajo, ellos no eran más que socios; pero en
la intimidad, eran amantes.

Entonces, ¿qué era Delia para Miguel? «¡Solo su esposa ante la justicia!».

Sofía se burlaba de Delia en su mente, pero olvidaba por completo que,


después de todo, Delia era la esposa legal de Miguel, mientras que ella se había
convertido en su amante secreta.

—Miguel, si... yo hubiera regresado antes, ¿aun así te hubieras casado con
Delia? —preguntó Sofía de forma un tanto distraída mientras conducía.

Sorprendido por la pregunta, Miguel frunció un poco el ceño y contestó después


de un largo rato:

—Tal vez no.

En vez de darle una respuesta definitiva, le contestó con ambigüedad. Era


evidente que Delia era en realidad muy importante para él. Por un momento,
sus palabras causaron gran dolor a Sofía; pero en solo un instante, dejó
escapar una sonrisa.
Esta vez su programa de empresa mixta era en otra provincia, por lo que el viaje
sería más largo y ella tendría mucho tiempo para estar a solas con él.
¿Entonces, por qué tendría que preocuparse por Delia?

Tras dos horas de viaje por la autopista, Sofía tomó un desvío hacia un área de
descanso. Cuando Miguel fue al baño, Sofía se sentó a esperarlo en la cafetería
y compró todos sus refrigerios favoritos.

Al volver del baño y ver lo que ella había comprado, Miguel no pudo evitar
sonreír de satisfacción. Sofía aún recordaba sus gustos a pesar de haber
pasado cinco años. Sus gustos no habían cambiado en todo este tiempo. Tal
vez era un hombre nostálgico en extremo.

—Reservé nuestro alojamiento en el hotel, pero solo está disponible la


<i>suite</i> presidencial. ¿Te parece bien? —preguntó Sofía con un tono tierno
mientras pinchaba con un tenedor un panecillo al vapor y se lo ofrecía.

Sin preocuparse por ser visto, Miguel mordió el panecillo y asintió. En


respuesta, Sofía frunció los labios en una sonrisa y se sintió extasiada.

Miguel condujo durante el resto del viaje. Cuando llegaron al hotel, ya eran más
de las siete de la noche. Luego de pedir comida al servicio de habitaciones,
Miguel buscó su pijama y se preparó para darse un baño. Mientras tanto, Sofía
ordenaba la ropa de ambos.

¡Bzzz... bzzz...!

De repente, el teléfono de Miguel en el bolsillo de su pantalón empezó a vibrar.


Sofía dejó lo que estaba haciendo. Recogió el pantalón que Miguel había dejado
en un banco junto a la puerta del baño y tomó el teléfono. Era Delia quien
llamaba. Justo cuando iba a responder el teléfono con dedos temblorosos, se
abrió la puerta del baño.

—Es Delia... —Al tomarla desprevenida, Sofía se sintió culpable y le entregó el


teléfono a través de la rendija de la puerta.

En cuanto tomó el teléfono, Miguel contestó de inmediato la llamada:

—Sí, ya llegué.

...

—De acuerdo.

...

—Tienes que tener cuidado cuando estás sola en casa.

...
—Puedes contar con mi hermano si tienes algún problema.

...

—Si no quieres llamarlo a él, también puedes buscar a Basilio.

...

—Eso es todo. Buenas noches.

De pie junto a la puerta, Sofía solo pudo escuchar las respuestas de Miguel e
ignoraba por completo lo que Delia había dicho. Sin embargo, a juzgar por lo
que escuchó, parecía ser una conversación trivial.

»Sofía, por favor, nunca contestes mis llamadas sin mi permiso. —Miguel le
devolvió el teléfono a través de la rendija de la puerta. Enseguida Sofía tomó el
teléfono y asintió con timidez con el ceño algo fruncido:

—Entendido.

Justo cuando Miguel estaba a punto de cerrar la puerta, ella la sostuvo para
impedirlo.

Él acarició su mano y luego la agarró por la muñeca y la hizo entrar. Con un


hábil movimiento, la abrazó por la cintura y la apretó contra la pared mientras la
besaba con pasión.

El agua tibia de la ducha eliminó por completo el cansancio del largo viaje y se
transformó en un vaho que envolvió sus cuerpos. Miguel le quitó la ropa y la
atrapó en un abrazo envuelto en aquel vapor.

Sofía inclinó su cuerpo despacio para disfrutar del beso mientras el agua corría
suavemente por su piel ardiente.

«Delia...». En ese momento, la imagen de Delia le pasó por la mente.

Era una sensación tan ardiente y empalagosa que lo dejó hipnotizado y le


resultó difícil detenerse.

Justo cuando Delia estaba a punto de abrir una olla, rozó por accidente el borde
de la tapa caliente con el dedo meñique. La quemadura fue tan dolorosa que se
vio obligada a soltar la tapa, que cayó al suelo con un estruendo. Tuvo la
sensación de que algo malo ocurriría...

¡Ding, dong…! ¡Ding, dong...!

En ese momento, sonó el timbre de la puerta.


Delia recogió la tapa del suelo con un paño y apagó la estufa antes de salir de
la cocina. Luego caminó hasta la puerta y encendió el intercomunicador para
ver quién llamaba a la puerta.

En la pantalla del intercomunicador apareció un joven vestido con el uniforme


de la empresa de gestión inmobiliaria.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarlo? —lo saludó Delia con afabilidad.

—Hola, soy de la empresa de gestión inmobiliaria. El vecino del piso inferior se


quejó de que el suelo de la cocina de este apartamento tiene un problema de
filtración. Vengo a informarle y a encontrar la fuente de la filtración para llamar
a un plomero —dijo el joven con amabilidad.

—¡Espere un momento, por favor! —Delia regresó a la cocina. Después de mirar


por todos lados, descubrió que el agua goteaba de las tuberías bajo el
fregadero.

Volvió a abrir la puerta y se disculpó:

—Siento haberlo hecho esperar tanto. Creo que necesito reparar las tuberías en
mi cocina.

—Permítame entrar para poder ver la filtración —pidió con amabilidad el joven—.
Traeré a un plomero para que lo arregle pronto.

Ella accedió y lo dejó entrar.

El hombre fue directo a la cocina y preguntó:

—¿Cuál es la tubería que gotea?

—La que está debajo del fregadero —respondió ella.

El joven se agachó y abrió el armario debajo del fregadero.

Unos segundos después de que ella bajara la guardia, al ir a cerrar la puerta


antirrobo, vio venir desde afuera una mano larga con un guante negro que le
cubrió la boca y la nariz. La tomó desprevenida y le causó un gran sobresalto.

—¡Mmm...! ¡Mmm…! —Luchó con todas sus fuerzas por liberarse e intentó hacer
ruido, con la esperanza de que el joven que revisaba las tuberías la oyera.

Sin embargo, cuando este se dio cuenta del revuelo, se levantó con calma y le
sonrió.

Poco después, ella sintió algo frío contra su cuello. La persona detrás de ella
cerró la puerta con suavidad y la sujetó para evitar que se moviera.
Mientras tanto, el joven que llevaba el uniforme de la empresa de gestión
inmobiliaria y que había fingido revisar las tuberías sacó unos guantes, un gorro
y un par de cubiertas para los zapatos. Cuando se los puso empezó a registrar
la casa.

Después de buscar por más de diez minutos y de dejar la casa patas arriba, el
joven solo encontró varios frascos sin terminar de unos perfumes de lujo que
su esposo le había comprado, la cartera de ella con el dinero que Miguel le
había dejado y su teléfono.

—¿De verdad tienes tan poco? —El joven chasqueó la lengua enojado.

Como la persona que la agarró por detrás no había hablado en todo ese tiempo,
Delia ignoraba por completo si era un hombre o una mujer.

El joven sostuvo su cartera y su teléfono y los sopesó en una mano mientras la


miraba de arriba abajo con lujuria.

—Mmm... ¡Eres en verdad una belleza natural!

—Yo… yo tengo una tarjeta bancaria..., puedo llevarlos al cajero automático para
sacar algo de dinero... —sugirió Delia con voz temblorosa.

El joven entreabrió los labios y dejó escapar una risa lasciva.

—¿Eh? ¿Quieres llevarnos al cajero para aprovechar y llamar a la policía? Ya que


eres tan linda, ¿por qué no dejas que mi hermano y yo nos divirtamos contigo?

¡Los ladrones eran dos hombres!

—Puedo darles la clave de mi tarjeta bancaria. Pueden sacar el dinero ustedes


mismos... Además..., ¿no es mejor que usen mi dinero para divertirse con las
chicas del club? —tartamudeó Delia horrorizada.

—Esas chicas nos costarán dinero, ¡pero tú nos saldrás gratis! —Mientras el
joven hablaba, intercambió una mirada con el hombre que retenía a Delia.

De repente, la mano del guante negro le cubrió la nariz y la boca con un paño
húmedo. Se sintió mareada, todo empezó a darle vueltas y su visión se
ennegreció enseguida.

Luego, el joven la cargó a hombros y la llevó al dormitorio. El hombre de los


guantes negros fue tras él.

En el momento más inoportuno, justo cuando se disponían a desnudarla, el


timbre de la puerta sonó. En el acto, los dos se miraron, abandonaron el
dormitorio y se pararon junto a la puerta principal asustados.
Delia, acostada en la cama, abrió los ojos muy despacio, pero aún se sentía
débil. Se movió con dificultad para alcanzar el teléfono fijo inalámbrico de la
mesita de noche y marcó el número de emergencias.

Si no fuera por los conocimientos básicos de medicina que tenía, el cloroformo


ya la habría... Solo aspiró un poco al contener la respiración. Si no, no se
hubiese podido despertar en ese momento.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarle? —Se oyó decir al otro lado de la línea.

—Ayuda... ayuda... —Alcanzó a decir Delia con voz débil.

Al escuchar pasos fuera de la habitación, se vio obligada a esconder el teléfono


bajo la almohada.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó intranquilo el joven.

—Es el guardia de seguridad del condominio. Debió notar algo sospechoso y


vino a llamar a la puerta. Ya no tenemos tiempo para ocuparnos de esa mujer.
Tenemos que ponernos las máscaras y huir —respondió el hombre de los
guantes negros con serenidad.

—¡De acuerdo! —asintió el joven.

¡Ñic…!

Se escuchó el rechinar de la puerta al abrirse.

—¿Quiénes son ustedes? —Se oyó preguntar al guardia de seguridad.

¡Pum!

¡Ay!

Una escena caótica tuvo lugar fuera del apartamento. Un rato después, se
oyeron las sirenas de la policía.

Mientras eso sucedía, Sofía salía del baño después de dar rienda suelta a su
pasión con Miguel. Tomó su teléfono y leyó un mensaje de un remitente
desconocido que contenía sólo una palabra: «Fracaso».

Luego de leer el mensaje, frunció el ceño y lo borró.

Delia yacía inmóvil sobre la cama. Solo cuando la policía y el personal médico
entraron a rescatarla, despertó del trance en que se encontraba.

Varios oficiales de la policía reunían pruebas en la casa, mientras otros dos le


tomaban declaración.
Delia solo les contó que la tubería debajo del fregadero estaba rota, lo que
provocó un salidero de agua que molestó a los vecinos del piso inferior. Luego
de verificar su declaración, la policía le informó que alguien había aflojado la
tubería a propósito.

—¿Qué alguien la aflojó a propósito? —Delia se sorprendió.

Después de reunir pruebas y consolarla, la policía se marchó.

Delia cerró la puerta y corrió hacia el dormitorio. Tomó el teléfono inalámbrico


que tenía escondido bajo la almohada, se sentó en la cama y se abrazó las
rodillas mientras llamaba a Miguel.

—¿Qué pasa? —contestó él con voz cansada después que el teléfono sonara
durante mucho tiempo.

—Miguel, estoy sola en casa... y tengo miedo... —dijo ella con voz temblorosa.
Se le hizo un nudo en la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas.

No le contó lo que había sucedido, ni cómo estuvo a punto de ser violada


porque no quería preocuparlo. Sin embargo, estaba ante un dilema porque
quería hablar con alguien por la extrema inseguridad que experimentaba en ese
momento.

—Ya eres una mujer, así que, ¿de qué tienes miedo? Además, el condominio es
muy seguro, los guardias de seguridad y el personal de la empresa de gestión
de la propiedad lo patrullan con bastante frecuencia —la consoló Miguel con
paciencia.

—Yo... —Intentó explicar Delia.

—Está bien, estoy cansado de tanto conducir hoy. Acuéstate temprano, Delia.
Buenas noches. —Antes que Delia pudiera responderle, él colgó.

—Buenas noches —respondió ella con voz débil.

Segundos después, solo se oía el sonido agudo, que desde el auricular del
teléfono indicaba que la llamada había terminado.

Por las preguntas que le hizo la policía, Delia dedujo que el robo había sido
planeado por los dos hombres. Sin embargo, ignoraba quién había podido
aflojar la tubería.

«¿Miguel? No, ¡imposible! No tiene ninguna razón para hacerlo. Entonces,


¿quién más pudo ser? ¡¿Acaso alguien entró a escondidas en la casa sin que
Miguel y yo lo supiéramos?!». Solo pensarlo le daba escalofríos. No pudo pegar
ojo en toda la noche y solo alcanzó a dormirse al amanecer. «¡Qué bueno sería
que Miguel estuviera en casa!».
¡Ding, dong…! ¡Ding, dong…! ¡Ding, dong...!

Delia se despertó sobresaltada por el insistente llamar del timbre. Como


todavía estaba afectada por el robo de la noche anterior, no quiso levantarse
para ver quien tocaba a la puerta y decidió dejar que sonara el timbre.

Cuando el teléfono inalámbrico empezó a sonar, Delia contestó de inmediato al


pensar que podía ser Miguel.

—¡Miguel! —respondió ansiosa.

—¡Soy yo! —contestó una voz gélida.

—¿Manuel? —preguntó ella al volver a la realidad.

—Abre la puerta —le ordenó Manuel. A juzgar por su voz, parecía un tanto
disgustado. De hecho, estaba ansioso y enojado porque estaba preocupado por
ella.

Cuando colgó el teléfono, Delia se vio obligada a levantarse de la cama para


abrir la puerta. Una vez más, encendió el intercomunicador y solo abrió la
puerta después de asegurarse de que la persona que aparecía en la pantalla era
de verdad Manuel.

—139xxxxxxx9 —dijo Manuel cuando ella le abrió la puerta.

Delia lo miró confundida.

Con una mano apoyada sobre el marco de la puerta, el rostro tenso y las cejas
arqueadas Manuel repitió:

—139xxxxxxx9. Es mi número personal y tienes que aprendértelo.

—Yo... —murmuró ella.

—Es 139xxxxxxx9. Por favor, recuérdalo —repitió una vez más sin dejar que ella
respondiera.

—¡139xxxxxxx9, listo! —Delia se quedó sin saber qué decir. ¿Era en realidad
necesario que fuera tan agresivo con ella?

Al ver que la mujer que amaba estaba sana y salva, se sintió muy aliviado.
Estaba tan preocupado por ella que incluso tuvo el impulso de abrazarla, pero
consiguió reprimirlo en el último momento.

Ahora mismo, era su cuñada, que era como si fuera su hermana. Por lo tanto,
no podía tener ninguna interacción íntima con ella. No podía contarle con
franqueza sobre sus preocupaciones. Se sentía desconsolado y cansado de
tener que ocultarle sus sentimientos.
Si no fuera porque Julio le comentó que había ocurrido un robo en el
Condominio Armonía, que podía estar relacionado con la persona que puso la
bomba de tiempo en el centro comercial la última vez; por el hecho de que Delia
debía dirigirse a la sede para su primer día de trabajo esa mañana; y por la
llamada que había recibido de Miguel para verificar la ocurrencia del robo, no
habría tomado la iniciativa de correr al condominio para visitarla.

—Prepara tus maletas y ven conmigo para mi casa hasta que Miguel regrese —
le ordenó Manuel y tras una breve pausa añadió—: Es lo que Miguel quiere que
hagas.

Justo mientras Delia se lo pensaba, el teléfono de la casa sonó, y fue a


contestarlo.

Manuel cerró la puerta y la siguió.

Delia entró en el dormitorio. Al ver el identificador de llamadas en la pantalla del


teléfono, pulsó con alegría el botón para aceptar la llamada.

—Miguel...

—Delia, ¿acaso eres tonta? ¿Cómo pudiste ocultarme algo tan importante? —
dijo Miguel enfurecido.

No se hubiera enterado del robo si no hubiera sido por una llamada del gerente
de la empresa de gestión inmobiliaria. Como no podía regresar por el momento,
solo podía llamar a su hermano para que la llevara con él a su casa para
garantizar su seguridad.

Delia se sintió abatida, pero se esforzó para evitar que se le salieran las
lágrimas. Habló más despacio y le contestó con ternura:

—Miguel, siento haberte preocupado… —Había decidido no decírselo


precisamente para que no se preocupara por ella.

Aun así, él estaba preocupado.

—Lo importante es que estás bien —respondió Miguel cuya furia se disipó al oír
la voz suave y tierna de Delia. Después de calmarse, dijo con entusiasmo—:
¡Solo te quedarás en casa de mi hermano por poco tiempo! Es un lugar muy
seguro con sirvientas que cuidarán de ti.

—Yo… De acuerdo —Delia intentó hablar, pero prefirió no hacerlo al final.


Primero, consideró rechazar la idea, pero después decidió aceptar para que
Miguel se quedara más tranquilo.

—Tengo que colgar. Hablaremos después —se despidió Miguel.

—De acuerdo, adiós —contestó Delia.


Biiip...

—Miguel, por favor... —«¡Regresa tan pronto como puedas!». Antes de que
pudiera terminar, Miguel ya había colgado.

De pie junto a la puerta, Manuel se afligió al ver lo angustiada, vulnerable y


preocupada que parecía Delia.

Ella dejó a un lado el teléfono, se dio la vuelta y abrió el armario para empezar a
preparar sus maletas. No quería quedarse en casa de Manuel a pesar de tener
sólidos motivos para hacerlo, pues le parecía más bien inapropiado y daría de
qué hablar a las malas lenguas. Después de todo, solo era su cuñada. De
repente le vino una idea a la mente que la hizo dar media vuelta.

Manuel permanecía de pie junto a la puerta de la habitación, esperándola.

—M… Manuel... —Con sus finas cejas algo temblorosas, continuó su pregunta
tras una breve pausa—: ¿Mariana... también se está quedando en tu casa?

—No está en Ciudad Buenaventura. Está en la mansión de nuestra familia en


Ciudad Ribera y les hace compañía todos los días a mi abuelo y a mi madre —
respondió Manuel con tono despreocupado. Hacía poco su madre
entusiasmada le había dado un discurso por teléfono sobre lo muy sensata y
simpática que era su nuera.

Durante su estancia en la mansión de la Familia Larramendi, Mariana no se


quedó holgazaneando después de terminar el examen nacional de ingreso a la
universidad. No solo aprendió a cocinar con cocineros profesionales, sino que
también aprendió de un experto a dominar el arte de imitar voces, que había
estado en la familia durante cien años.

Ahora no solo sabía preparar deliciosas comidas para complacer a los dos
señores de la casa; sino que también podía imitar animales como pájaros e
insectos y también las voces de hombres y mujeres de todas las edades.
Practicaba con su maestro y ofrecía espectáculos que alegraban mucho al
patrón.

Manuel sabía lo que pretendía. Como ella no era bien recibida en su casa, no
tenía más remedio que esforzarse por complacer a los dos señores de la
mansión para mantener su estatus de Señorita Larramendi. Él le había
advertido que mientras cumpliera con su promesa de mantenerse alejada de
Delia, seguiría siendo su prometida, aunque solo de nombre.

Delia parpadeó, frunció los labios y le preguntó con torpeza:

—Manuel, ¿podrías decirle a Mariana que me gustaría invitarla a Ciudad


Buenaventura?
Manuel sabía que Delia buscaba una solución para evitar malentendidos. Si
Mariana visitaba Ciudad Buenaventura, era lógico que se quedaría en su casa,
pero Delia también estaría allí. Lo último que Manuel quería era que Mariana se
quedara en su casa, pero por el bien de Delia, no tenía más remedio que
acceder a su pedido.

Al ver que Manuel se había quedado sin palabras, Delia pensó que quizás su
sugerencia no había sido una buena idea. Justo cuando estaba a punto de
retirar su petición, Manuel asintió con dulzura:

—De acuerdo.

—¡Gracias, Manuel! —Ella dejó escapar una sonrisa de alivio, vivo reflejo de su
verdadero sentir.

Después que Delia terminó de preparar las maletas, Manuel se ofreció para
llevarlas al auto.

Delia se sentó en el asiento del lado del conductor y la ruta a casa de Manuel le
hizo rememorar episodios desagradables del pasado.

De camino a su casa, pasaron por una zona residencial llena de mansiones


llamada «El Jardín». Tiempo atrás, Mariana había comprado en esa zona
residencial una mansión cuyo diseño interior fue realizado por Delia.

Ella recordaba haber visitado El Jardín aquel fatídico día. Después de tomar las
medidas de la mansión, comenzó a llover justo al marcharse. La lluvia la
empapó de pies a cabeza y un auto la salpicó de barro. En ese momento,
Manuel se bajó de un bonito todoterreno y, sin mediar palabra, la abrazó y la
besó con pasión.

Antes de saber que era su cuñada, él había intimado con ella, lo que había
dejado a Delia desconcertada. Manuel la había besado, tocado y le había dicho
cosas románticas con voz profunda.

Delia siempre se había sentido furiosa y, a la vez, avergonzada por lo que él le


hizo y nunca entendió el porqué de su proceder.

Al mirar a Manuel ahora mientras conducía concentrado, a Delia le seguía


pareciendo tan apuesto como siempre. Al verlo tan frío y distante, ella se dio
cuenta de que él estaba tratando de controlar sus propias emociones. Estaba
muy cambiado; antes la trataba con mucha pasión y ahora parecía darle igual.

Cuando pasaron por El Jardín, Manuel le dijo de repente:

—Mariana compró una mansión aquí completamente restaurada. Ahora, se ha


pasado la propiedad a tu nombre como regalo de bodas para ti y Miguel.
—¿Qué? —Delia se quedó desconcertada.

¿Será que Mariana es tan generosa en verdad?

Delia estaba en lo correcto al dudar de su generosidad, pues Manuel había


obligado Mariana a entregar tan espléndido regalo. A decir verdad, Delia era la
legítima propietaria de la mansión desde el principio. Para ser más precisos,
todo lo que Mariana poseía debería pertenecer a Delia. Si no fuera porque
Mariana intervino en los planes de Manuel... Al pensar en ello, Manuel apretó el
volante con las cejas un tanto fruncidas y descargó así su frustración y su odio.

Cuando Delia volvió a la realidad, le dijo con voz tímida:

—Gracias.

Cuando llegaron a casa de Manuel, una señora de mediana edad les abrió el
portón.

Delia recordó que la última vez que estuvo en esa casa, aquella señora la ayudó
a secar su ropa.

Al verlos, la señora de mediana edad de inmediato les saludó.

—Señor Larramendi, señorita —los saludó con cortesía.

—Ella no es la Señorita Larramendi. De ahora en adelante la llamarás jovencita.


—Después de quitarse los zapatos, Manuel se puso un par de zapatillas que ya
habían puesto a su disposición en el suelo.

—Sí, señor. Que tenga un buen día, jovencita —saludó sonriente una vez más la
señora de mediana edad a Delia, que permanecía parada detrás de Manuel.

Después de ponerse un par de zapatillas, Delia le dedicó una deslumbrante


sonrisa de forma algo tímida antes de preguntar con amabilidad:

—¡Hola! ¿Cómo te puedo llamar?

—Puede llamarme Señora López —respondió ella con cortesía.

La Señora López era la hermana del mayordomo de Manuel, el Señor López. Al


igual que su hermano, ella también había recibido formación profesional. No
solo hacía un buen trabajo en el mantenimiento de la casa, sino que también
era muy leal a Manuel.

Por aquel entonces, la Señora López solo venía a limpiar la casa una vez a la
semana, ya que Manuel rara vez regresaba. Ahora que Manuel había vuelto a
Ciudad Buenaventura para hacerse cargo de la dirección del Grupo Larramendi,
regresaba a la casa con más frecuencia. Por lo tanto, la Señora López decidió
quedarse para poder atenderlo mejor.
—¡Hola, Señora López! —Delia la trataba con mucho respeto y no la veía como
una sirvienta en lo absoluto.

—Joven, su habitación ya está lista. Permítame acompañarla —continuó la


Señora López.

En el momento en que la Señora López extendió sus manos para ayudar a Delia
con su maleta, esta la tomó con rapidez y la sostuvo frente a ella. Después de
agradecer a la Señora López, dijo con una sonrisa:

—Puedo llevarla yo misma.

Al ver que Delia era muy tímida para aceptar la ayuda de la Señora López,
Manuel se dio la vuelta y le arrebató la maleta con un ágil movimiento antes de
dirigirse hacia el final del pasillo.

A la Señora López le pareció gracioso. Cualquiera con suficiente sentido común


sería capaz de distinguir por un pequeño detalle cuando un hombre ama a una
mujer.

Manuel había llamado a la Señora López antes de regresar a la casa para que
limpiara el dormitorio contiguo al suyo para Delia. Sin embargo, la Señora
López estaba desconcertada porque Manuel le pidió que la llamara jovencita en
vez de señorita.

Después de ayudar a Delia a instalarse, Manuel llamó al mayordomo que


trabajaba en la mansión Larramendi para que trajeran a Mariana a su casa en
Ciudad Buenaventura. Sin embargo, su madre lo llamó poco después y le exigió
que pasara a recogerla él mismo.

Estaba seguro de que Mariana debía haberle dicho algo a su madre para que
estuviera tan molesta con él. Por otra parte, su madre tenía todo el derecho a
estar molesta, ya que desde que se llevó a Delia de la mansión Larramendi en
Ciudad Ribera, él nunca más había regresado.

En aquel momento, la Señora Larramendi había criticado a Delia delante de él


por no haber sido una buena esposa para Miguel. Según la Señora Larramendi,
el hecho de que Miguel no regresara a la mansión Larramendi después de tanto
tiempo y tratara a Delia con una actitud indiferente era porque Delia no era tan
buena esposa.

Ahora, el hecho de que Manuel tratara con la misma frialdad a su futura nuera,
Mariana, le demostró que estaba equivocada. Aunque Mariana consentía ese
trato indiferente, la Señora Larramendi no lo aceptaba.

Manuel rechazó de inmediato su petición, pero la Señora Larramendi amenazó


con impedir que Mariana viajara a Ciudad Buenaventura si no la recogía él en
persona.
Para que Delia tuviera una estancia cómoda y tranquila en su casa, se vio
obligado a acceder a la petición de su madre. Volver a Ciudad Ribera para
recoger a Mariana en la mansión Larramendi no era, en realidad, un gran
problema.

Después que Manuel aceptara, la Señora Larramendi hasta consoló a Mariana


diciéndole que ella todavía era importante para él.

Encantada de saber que Manuel venía a recogerla, Mariana se engalanó con


esmero para la ocasión.

A la hora del almuerzo, Delia se sentó frente a Manuel. Mantuvo la cabeza


agachada y comió en silencio. De vez en cuando, él la miraba de reojo. Eso era
señal de que estaban enamorados. Incluso la Señora López pudo darse cuenta
de que el Señor Larramendi estaba enamorado de la joven.

Después de comer, Manuel le pidió a Delia que se quedara en casa y que se


reportara ante él en la oficina a la mañana siguiente, a lo que ella accedió.
Luego se marchó después de dar algunas instrucciones a la Señora López.

A partir de ese momento, Delia ya no tendría que comer mirando el techo sola
en casa.

Luego, envió un mensaje a Miguel diciéndole que ya se había mudado a la casa


de su hermano, y que su cuñada, Mariana, regresaría pronto para acompañarla.
Él solo respondió a su mensaje con un «de acuerdo» y nada más.

Delia se preguntó qué la hacía comportarse así. Aunque sabía que Miguel no le
respondería más que eso, aún albergaba la esperanza de que sí lo hiciera. Solo
deseaba que se preocupara más por ella, que la mimara y le diera más amor. Al
final, sus esperanzas se desvanecieron de nuevo.

Durante el día, Miguel dialogaba con las personas más influyentes del mundo
de los negocios junto a Sofía, mientras que en la noche se acostaba con ella en
la espaciosa cama del hotel.

Cuando Manuel llegó a la mansión Larramendi en Ciudad Ribera, su madre lo


convenció para cenar juntos, pues Mariana había cocinado para ellos.

Al ver lo deliciosa que estaba la comida, Manuel notó que Mariana se había
esforzado en realidad. Sin embargo, no apreció su esfuerzo en absoluto. Para
él, Mariana no era más que una mujer falsa y materialista, una mujer podrida
hasta la médula. Nada podía hacerle cambiar de opinión, por muy bien que se
vistiera, o por mucho que fingiera ser inocente.

De repente, se dio cuenta de que no debía permitir que Mariana se quedara más
tiempo con su abuelo y su madre. ¿Y si los engañaba o les lavaba el cerebro
para obligarlo a casarse con ella? ¡Eso sería desastroso!
Sin embargo, en comparación con el aspecto que tenía la última vez que la vio
toda maquillada, ahora lucía mucho más fresca. Además, su rostro sin
maquillaje se veía exactamente igual al de Delia incluso al mirarla de cerca.
Cada expresión facial y cada gesto suyo hacía que se le pareciera mucho, tanto
como si fuera su vivo retrato.

—Manuel, por favor, prueba esto. —Mariana se sentó junto a él y usó los
cubiertos para servirle la comida con elegancia, justo como una joven que
había recibido una correcta formación de etiqueta. Incluso su voz se había
vuelto muy similar a la de Delia...

Puede que su madre y su abuelo no se percataran de que imitaba a propósito la


voz de Delia porque habían pasado demasiado tiempo con ella, pero Manuel sí
se dio cuenta.

—Quédate a dormir. Puedes regresar a Ciudad Buenaventura mañana —dijo la


Señora Larramendi y el patrón asintió con la cabeza.

Mientras que la Señora Larramendi quería que su hijo pasara más tiempo con
su futura nuera, el patrón solo pretendía que su nieto le hiciera compañía.

Manuel asintió con la cabeza, pero en lugar de hacer lo que su madre deseaba,
decidió pasar más tiempo con su abuelo. Después de la cena, dieron un paseo
por el patio. Una vez más, el patrón habló de Miguel y le dijo que su proceder
reciente le resultaba sospechoso. Manuel lo escuchó, pero no hizo ningún
comentario.

—Te acostumbraste tanto a la vida en el ejército que valoras la lealtad más que
cualquier otra cosa, pero no tienes ni idea de que el mundo de los negocios es
un lugar muy diferente al campo de batalla. No es fácil distinguir a tu amigo de
tu enemigo porque todos son egoístas y carecen de escrúpulos —se lamentó el
abuelo.

—Abuelo, Miguel es mi hermano y también su nieto. Incluso si en realidad tiene


sus propias ideas sobre lo que debe hacer, o si quiere construir su propia
empresa, solo demuestra que es una persona con mucho entusiasmo. ¿Es eso
malo acaso? —Manuel intentó defender a Miguel.

—No me preocupara tanto Miguel si fuera solo ambicioso. Lo que me inquieta


es la posibilidad de que quiera apoderarse del Grupo Larramendi —contestó el
patrón convencido.

—Abuelo, si Miguel está en realidad interesado en dirigir el Grupo Larramendi,


puedo simplemente darle la mitad de la empresa. ¿Hay algo malo en ello? Es el
hijo de mi padre, su nieto y mi hermano. Es legal, lógico y razonable que en un
futuro sea propietario de la mitad de la empresa —dijo Manuel con seguridad. Él
tenía una buena relación con su hermano y se preguntaba por qué su abuelo
seguía intentando sembrar la discordia entre ellos.
Después de escuchar sus palabras, el abuelo furioso golpeó con fuerza el
bastón que sostenía en su mano arrugada contra el mosaico del suelo.

Al escuchar el golpe, Manuel hizo silencio al instante.

—¿Sabes por qué tu padre es mi único hijo? ¡Porque lo último que quiero es que
los hermanos se conviertan en rivales! El Grupo Larramendi existe desde hace
más de cien años. En mis tiempos, aunque ya había sido designado como
sucesor de la empresa por ser el hijo mayor, aún tuve que luchar contra mis dos
hermanos que querían apoderarse de la empresa. Por lo tanto, sé muy bien qué
tipo de persona será Miguel en el futuro. Basta con mirar a tu tío, Carlos
Larramendi, cuyo padre todavía hoy me odia. Él todavía alienta a su hijo para
que se haga cargo de la empresa. Como siempre hicieron nuestros
antepasados, el Grupo Larramendi tendrá un solo sucesor, y la empresa nunca
será dividida. Si tu padre estuviera presente, estoy seguro de que estaría de
acuerdo con mi decisión de que seas tú quien dirija la empresa. Manuel,
recuerda bien esto: no seas indulgente con Miguel. El Grupo Larramendi te
pertenecerá solo a ti y después, a tu hijo mayor. ¡Nuestra tradición de dejarle la
empresa solo a los hijos mayores de cada generación no cambiará nunca! —
gritó exaltado el patrón.

Manuel solo pudo escuchar el sermón de su abuelo en silencio.

Al parecer, la razón por la que su abuelo desconfiaba de Miguel se debía a la


disputa que una vez tuvo con sus dos hermanos por dinero y poder.

Cuando el abuelo se calmó, dijo con una voz llana impregnada de tristeza:

»Manuel, esto es lo último que te pido y no quiero que me contradigas.

Manuel bajó la cabeza y prometió con tono decidido:

—¡Lo entiendo! Dirigiré como es debido el Grupo Larramendi y no permitiré que


nadie se apodere de él. —Su promesa sonaba muy convincente, pero en
realidad no lo decía en serio. De hecho, no le importaban en absoluto las reglas
establecidas por las generaciones más antiguas, pues él no era uno de ellos.
Sin embargo, no podía desobedecer las instrucciones de su abuelo.

Miguel también sabía que la tradición establecía que la empresa solo pasara a
manos de los hijos mayores de cada generación.

En ese caso, ¿era Miguel en realidad tan ambicioso? ¿Intentaría luchar contra
su propio hermano por una parte del Grupo Larramendi? Cuando esto
sucediera, ¿qué debía hacer Manuel? ¿Debía atenerse a los deseos de su
abuelo o debían ambos dirigir la empresa? Cuando su abuelo falleciera, ¿estaría
mal dirigir la empresa junto a Miguel mientras siguieran llevándose bien?

Al final, Manuel decidió ir en contra de los deseos de su abuelo.


Las reglas eran rígidas, pero no debían ser acatadas al pie de la letra. No quería
arruinar la relación con su hermano solo por las reglas.

Cuando pasaba por el jardín de regreso a la casa después de tener esa


conversación íntima con su abuelo, Manuel vio que las luces de la habitación de
Delia seguían encendidas. Durante los días en que Delia no estaba allí, el jardín
parecía tan abandonado y desolado como la fría mansión y el césped se cubría
de maleza. Se notaba que Mariana no visitaba el lugar después que Delia se
marchó.

Sin embargo, en ese momento, vio que las luces de la habitación de Delia
estaban encendidas. Como si estuviera poseído, sus piernas lo llevaron hasta
allí sin poder controlarlas. Cuando llegó a la habitación, llamó a la puerta con
amabilidad.

—Entra, la puerta está abierta. —La voz de Delia se sintió desde adentro.

Manuel se quedó atónito al escucharla, alzó las manos y empujó la puerta para
abrirla. Ese movimiento hizo que el aire fluyera y su rostro se perfumó con una
brisa impregnada de un aroma indescriptible. La fragancia era tan agradable
que cualquiera podría perderse en el aroma. Manuel se sintió un poco mareado,
alzó la vista y vio sobre una mesa redonda un candelabro con velas rojas que
ardían con brillantes llamas azules.

—Manuel... ¡Estás aquí! —Era la misma voz amable de Delia de nuevo. Sonaba
distante como si viniera de algún lugar en lo alto del cielo, pero al mismo
tiempo muy cercana, como si estuviera justo a su lado. Parecía que se
encontraba en un mundo de fantasía porque todo lucía borroso y confuso.

Manuel se giró para mirar en dirección de la voz mientras cerraba la puerta tras
él con ambas manos.

¡Chac!

Una ráfaga de viento en la habitación hizo que las llamas de las velas rojas se
balancearan y que el aroma fuera aún más fuerte en el momento en que se
cerró la puerta.

—Manuel... —Una seductora silueta de mujer salió de atrás de las cortinas de


perlas y muselina para acercarse a él de forma sensual.

«Delia...» Manuel miró a la mujer y se adelantó con pasos largos para abrir las
cortinas. «Delia», que llevaba un ligero maquillaje, levantó la vista hacia él para
mostrarle su rostro bello y encantador. Se veía espléndida con el cabello negro
y los labios rosados.
Lucía un vestido blanco, largo y con mangas anchas, que se ajustaba a su
menudo cuerpo a la perfección. El pecho, medio expuesto, se agitaba
ligeramente al ritmo de su respiración.

—Delia... —Manuel estuvo a punto de decir algo, pero se arrepintió y entrecerró


los ojos por instinto para ver si estaba alucinando.

«Delia» colocó ambas manos juntas a un lado de la cintura y se puso de


rodillas. Con una voz tímida y tierna lo saludó:

—Delia está aquí para presentar sus respetos al señor.

Una pequeña arruga se formó entre las arqueadas cejas de Manuel que estaba
asombrado por la imagen que tenía ante sí. «Delia» se puso de pie y se acercó a
él para abrazarle el cuello con sus suaves y delgados brazos. De puntillas, lo
miró y él no decía ni una palabra. El rostro de «Delia» brillaba en la luz que
proporcionaba la llama oscilante de la vela.

Manuel miró sin inmutarse a la mujer que tenía delante mientras inhalaba el
misterioso aroma. «Delia» atrajo el cuerpo hacia ella y con los ojos cerrados
acercó sus labios rosados a los sensuales y finos de él. Cuando estaban a
punto de rozarse, una mano enorme le cubrió la boca. Un movimiento enérgico
de Manuel la tomó desprevenida y la hizo girar. Con una mano le inmovilizó las
de ella en la espalda y con la otra la tomó por el cuello con fuerza.

—Mariana Suárez, ¿crees que puedes seducirme solo con un aroma afrodisíaco
y haciéndote pasar por Delia? —le dijo él con desprecio.

Mariana se sorprendió. Sintió que él le apretaba la garganta con dos de sus


callosos dedos con tanta fuerza, al punto de dejarla casi sin aire. ¿Cómo no
tuvo eso en cuenta?

Manuel debió recibir un entrenamiento especial porque fue militar antes de


hacerse empresario. Por lo tanto, los trucos que ella intentaba hacer eran del
tipo más básico e insignificante para él. Si hubiera sido la verdadera Delia, le
habría hecho el amor sin dudarlo, pero no lo era y por mucho que se pareciera a
ella, él podía percibir la diferencia.

—Manuel... He hecho tanto por ti. ¿No puedes aceptar un poco de mi amor?
Solo quisiera que pudieras...

—¡Cállate! —le gritó Manuel antes de que pudiera terminar sus palabras.

No le apetecía escuchar las excusas altisonantes de la mujer que solo tenía los
ojos puestos en su dinero. Sin dudas, su especulación era cierta. Tal y como él
pensaba, ella solo estaba interesada en su posición social como señor de la
Familia Larramendi y sucesor del Grupo Larramendi. Deseaba conquistarlo y
hacerlo suyo por el inmenso poder y riqueza que poseía. Mientras intentaba con
más vehemencia alejarla de él, más fuerte era su deseo de hacerlo suyo. Estaba
dispuesta a hacer hasta lo imposible para conseguir lo que quería.

—Manuel, me convertiré en la versión de Delia que amas —le prometió Mariana


con dulzura.

Él, con una ligera sonrisa en el rostro, le dijo con frialdad algo que no reflejaba
sus verdaderos pensamientos.

—¿Qué te hace pensar que estoy enamorado de Delia?

«¿Qué? ¿No está enamorado de Delia? ¿Cómo puede ser eso posible?» A
Mariana le resultaba difícil creerlo.

Manuel se giró hacia ella con una sonrisa burlona.

—Si estuviera de veras enamorado de Delia, ya te habría aceptado como su


alternativa, pues ella es mi cuñada y además se parecen mucho.

Sus palabras tenían sentido... ¡¿Estaba tratando de decirle que no estaba


enamorado de Delia?! Mariana de veras creyó su extravagante declaración.

Amar a alguien significaba aceptar todo de esa persona y no tenía nada que ver
con su apariencia y su posición social. En ese caso, ¿qué hacía a alguien
enamorarse de otra persona? De hecho, cuando uno estaba en realidad
enamorado, no podía señalar una razón exacta. Eso Mariana nunca lo
entendería porque ella jamás amaría a alguien de forma genuina.

Al ver que no pronunciaba ni una palabra, Manuel la soltó y le exigió con


frialdad:

—Limpia esta habitación y vuelve a la tuya.

—Manuel... —Mariana se cubrió el pecho y volvió a gritar su nombre con un tono


suave.

Manuel la ignoró, dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, que abrió de golpe
para irse de una vez. Aunque la habitación estaba inundada del aroma
afrodisíaco, él no podía tratar a otra mujer como a Delia. En efecto, ella era
insustituible y ninguna otra podría imitarla jamás. Solo deseaba poder
encontrar a quien la reemplazara en su corazón. En ese caso, se libraría de
experimentar tanta agonía, represión e impotencia en su vida amorosa.

Al día siguiente, Mariana arrastró su maleta fuera del dormitorio y siguió a


Manuel en silencio. Él no le ofreció ayuda en todo el trayecto hasta el maletero
de su todoterreno, pues no veía necesidad de ser caballeroso con ella. Solo
podía actuar así con Delia, que significaba todo para él.
Mariana era lo suficientemente inteligente como para saber el motivo de su
actitud. Sin embargo, no le molestaba porque conocía bien su posición. Tenía
todo el derecho de odiarla pues se había hecho pasar por Delia y le había
robado todo lo que se suponía que era de ella. Aun así, pensaba que él se
merecía ese sufrimiento. Todos los hombres tenían la misma mentalidad: las
mujeres más difíciles de alcanzar eran siempre las ideales.

Mariana se enteró de alguna manera que solo acompañaría a Manuel a Ciudad


Buenaventura porque Delia también se estaba quedando en su casa en estos
momentos. Supuestamente, Delia la había invitado para divertirse juntas allá,
pero en realidad solo la querían para que nadie sospechara de su relación.
Mariana no era tan tonta como para dejarse engañar por Delia. Debía
aprovechar su iniciativa para volver a ser su «mejor amiga». Tal vez Manuel
quedaría impresionado si lograba mantenerla contenta. Hizo todo para allanar
su camino y convertirse en la verdadera señorita de la Familia Larramendi. De
hecho, solo estaba interesada en el dinero y el poder de Manuel Larramendi, no
lo amaba en absoluto.

Para Mariana, que siempre había coqueteado con chicos, el dinero era mucho
más fiable que los hombres y nunca se establecería ni tendría una relación
seria con ninguno. La forma en que veía sus relaciones la diferenciaba de Delia.
Ella, por el contrario, una vez que comenzaba una relación, la protegía con
mucho cuidado e inclusive estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por amor.
Según Mariana, esa mentalidad era una tontería pues no valía la pena sacrificar
algo por amor. Para ella, ¡el dinero era lo más fiable en este mundo!

Cuando Manuel llevó a Mariana a su casa, la Señora López se quedó


boquiabierta al verla, pues lucía idéntica a Delia. Cuando se encontraban frente
a frente, era como si estuvieran mirando su propio reflejo en el espejo. Delia
también sabía que Mariana se había convertido en su viva imagen durante el
tiempo que estuvieron sin verse.

—Señora López, ella es la Joven Suárez. —Manuel la presentó con indiferencia.

Mariana, que ya estaba molesta, le dijo en tono cortante:

—¡Soy la prometida del señor!

La Señora López se sobresaltó por su repentino arrebato. Luego miró de forma


instintiva a Manuel y como él no dijo nada para corregirla, solo pudo cambiar su
forma de dirigirse a ella.

—¡Buenos días para usted, señorita!

—Delia, ¡cómo te he extrañado! —Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios


rojos. Luego se aproximó con pasos largos y con los dos brazos bien abiertos
hasta Delia, que se encontraba de pie junto a la Señora López en ese momento.
Se le acercó y la abrazó con fuerza. Delia dio un paso hacia atrás para
mantenerse firme y le sonrió con timidez.

—¡Hola, Mariana!

—Señora López, por favor, ¡lleve mi equipaje arriba porque tendré una larga
conversación con Delia aquí! —Cuando se separó de Delia, Mariana juntó con
fuerza sus manos como si fueran las mejores amigas.

Delia sospechó lo que ocurría ante sus ojos al ver a Mariana tan extraña y con
una personalidad diferente por completo a la de antes.

—Delia va conmigo a la oficina ahora. Habla con ella cuando regrese a casa
más tarde. —dijo Manuel con frialdad antes de darse la vuelta.

Delia retiró de inmediato sus manos de las de Mariana con prudencia y le dijo
de forma sutil:

—Mariana, iré primero a la oficina.

—¡Bien! ¡Adelante entonces! —Mariana sonrió y fingió que no le importaba.

Presenció cómo Manuel disminuía la velocidad de su paso para esperar a que


Delia lo alcanzara al salir. Manuel la trataba con mucho cuidado inclusive en
detalles muy pequeños. ¿Qué debía hacer para desviar su atención de Delia y
dirigirla hacia ella?

—Señora López, lleva mi equipaje al dormitorio del señor —ordenó al instante en


tono grosero.

La Señora López se mostró ofendida de inmediato. Aunque la habían


contratado para prestar sus servicios, hasta el señor le hablaba con mucha
cortesía y Delia también la trataba con respeto. Sin embargo, Mariana le daba
órdenes como si fuera su criada.

—¿Qué esperas? ¡Hazlo ya! Además, me muero de hambre. Primero tráeme algo
de comer. —Mariana no pudo evitar poner los ojos en blanco al dirigirse a la
Señora López.

Cuando volvió a mirarla con el rabillo del ojo, se dio cuenta de repente del ligero
parecido que tenían sus ojos y sus cejas con los del Señor López, el
mayordomo que trabajaba en la Mansión Colina. Como ambos compartían el
mismo apellido, se preguntó si estarían emparentados de alguna manera.

Mientras Mariana veía una película en el cine en casa, con un plato de ensalada
de frutas en las manos y en un sofá de cuero, la Señora López llamó a su
hermano, el Señor López, para quejarse del comportamiento de la chica. Al
mencionar el nombre de Mariana, el Señor López compartió con su hermana sin
tapujos, todo lo que sabía sobre ella. Ella se quedó boquiabierta al escucharlo.
Era la primera vez en su vida que se encontraba con una mujer tan
desvergonzada.

Después de haber robado el collar de jade y la identidad de su mejor amiga,


¡podía continuar siendo tan pedante y arrogante ahora! Aunque se sintió
afligida por la injusticia que había sufrido Delia y sintió pena por la pérdida del
señor, no había vuelta atrás y no tenía otra opción que servirle a Mariana con
atención. Aunque fuera una imitadora, seguía siendo la prometida del señor y,
como su ama de llaves, solo podía atenderla con profesionalidad.

Cuando terminó los deberes domésticos en otras zonas de la mansión, la


Señora López llevó un cubo de agua y un paño a la habitación. Se molestó un
poco al ver que la aspiradora robótica estaba atascada en medio de un montón
de cáscaras de frutas y restos de papel. Luego, vio a Mariana con ambas
piernas sobre la mesa de café y un plato de semillas de girasol tostadas en las
manos. Mientras las disfrutaba, lanzaba las cáscaras hacia la aspiradora. Esto
era demasiado difícil de soportar para la Señora López.

—Señorita, el cesto de la basura está justo al lado de sus pies. Por favor, tire
todos los residuos en él.

—¿Eres la dueña de este lugar? ¿Para qué mi marido te paga? —le dijo Mariana
con desprecio y agitó las manos con una expresión de disgusto en el rostro—.
¡Aléjate! ¡No te pongas delante de mí porque no me dejas ver!

—Señorita, por favor, ¡hable con más educación! De lo contrario...

—¿Si no qué? —Mariana alzó la vista y por su expresión parecía que iba a matar
a la Señora López, que estaba muy sorprendida por su actitud presumida y
decidió cerrar la boca.

Aunque Mariana era una imitadora, era la prometida del señor. Por eso, solo
podía permitir que la intimidara y no se atrevía a contestarle. Debió tragarse las
lágrimas amargas y sufrir en silencio. Tomó una escoba y un recogedor sin
pronunciar una palabra y se agachó para limpiar el desorden. Aunque Mariana
arrojó a propósito otro puñado de semillas al suelo cuando estaba barriendo, la
Señora López no se atrevió a abrir la boca de nuevo. En comparación con ella,
la Señora López tenía una opinión más favorable de la joven Delia. ¿Por qué ella
no se había casado con el Señor Manuel? Después de todo, el Señor Miguel no
ostentaba una posición respetable en la familia y no le agradaba al patrón
porque era hijo ilegítimo.

Delia siguió a Manuel hasta la Torre del Grupo Larramendi, pero él no tomó la
iniciativa de hablarle en todo el viaje. Cuando los dos se dirigían al ascensor
reservado para uso exclusivo del presidente, al atravesar la entrada principal, se
produjo un murmullo entre el personal que presenció la escena. Delia mantuvo
la cabeza baja con sigilo para evitar encontrarse con alguna mirada indeseada.
Por otro lado, Manuel desprendía un aire de autoridad, con un aspecto elegante
y vivaz a pesar de vestir de traje. Los chicos que pasaban junto a ellos se
sentían atraídos por Delia, mientras que todas las mujeres tenían los ojos
puestos en Manuel. Sin embargo, al notar la penetrante mirada con el rabillo del
ojo de Manuel, los que se fijaban en Delia al instante apartaban la vista. Aunque
ella no era su mujer, él seguía prohibiendo a cualquier hombre que no fuera
Miguel que la mirara fijamente.

Delia siguió a Manuel hasta su ascensor exclusivo. Cuando la puerta se cerró,


se quedaron de nuevo a solas en un espacio cerrado. Si hubiera ocurrido antes
de que él supiera que era su cuñada, se le habría aproximado, pero ahora se
limitaba a estar de pie frente a ella como un caballero. De repente, ella se dio
cuenta de que siempre se ponía nerviosa cuando se quedaba a solas con él. No
lo hacía porque estuviera enamorada, sino por respeto. Así era, lo respetaba.

Cuando el ascensor llegó a la última planta, un sonido indicó que la puerta se


abriría. Manuel fue el primero en salir y Delia lo siguió con la cabeza baja. El jefe
del Departamento de Recursos Humanos llevaba mucho tiempo esperando por
Manuel en su oficina. Su asistente, Saúl Zulueta, salió a recibirlo.

—Presidente Larramendi, según su agenda de hoy... —Saúl le entregó un


resumen de las tareas de trabajo dispuestas para el día de una manera muy
profesional y dedicada.

Manuel levantó su muñeca izquierda para comprobar la hora en el reloj cuando


escuchó el resumen. Después, se dirigió al jefe del Departamento de Recursos
Humanos y le indicó:

—Ella es mi hermana menor. Por favor, llévela al Departamento de Diseño. Su


salario durante su pasantía será de veinte mil al mes.

«¡¿Veinte mil?!».

Delia no fue la única que se quedó atónita con la cifra, pues el jefe del
Departamento de Recursos Humanos también parecía estupefacto. Después de
eso, Manuel tomó algunos documentos de su escritorio y salió de la oficina con
Saúl.

Delia y el jefe del Departamento de Recursos Humanos se quedaron en el


mismo lugar e intercambiaron miradas. Él de inmediato se inclinó y asintió a
Delia antes de saludarla:

—Jovencita, es un placer conocerla.

—Yo... —Delia parecía que iba a decir algo, pero luego lo pensó mejor. Al
principio, quiso rectificarlo, pero en realidad no había nada malo en la forma en
que Manuel la había presentado. Aunque era su cuñada, ¡también podía
considerarse su hermana menor! Al final, decidió dejar el tema a un lado y
aceptar lo que él decía. Estaba dispuesta a seguir sus indicaciones tal y como
él las había dispuesto, pero... ¿el salario mensual de veinte mil durante su
pasantía no era una cifra demasiado elevada? Esa cantidad le bastaba para
pagar la matrícula y los gastos de manutención durante un año en la
universidad.

—¡Jovencita, sígame por favor! —le dijo el jefe del Departamento de Recursos
Humanos con sumo respeto.

Delia volvió en sí cuando lo escuchó y con una sonrisa tímida añadió de


inmediato:

—Me llamo Delia Torres.

—Señorita Torres, por aquí por favor. —El jefe del Departamento de Recursos
Humanos se quedó perplejo.

«¿No es la hermana menor del Presidente Larramendi? ¿Por qué tiene un


apellido diferente? ¿Podría ser hija ilegítima de sus padres?».

Cuando el jefe la llevó al Departamento de Diseño, la información sobre su


identidad se extendió como un reguero de pólvora. Por ser la hermana del
Presidente Larramendi, todos sus colegas del Departamento de Diseño le
dieron una calurosa bienvenida. Casi todos los miembros del departamento se
disputaban un puesto para hacerse amigos de ella. Inclusive el jefe del
departamento le encargaba a propósito tareas sencillas, como la revisión de los
dibujos de diseño terminados, debido a su relación con el presidente.

Al ver el entusiasmo y la cordialidad con que la trataban todos en el


departamento, se dio cuenta de repente de que la posición social sí influía en
las relaciones con los demás. Cuando trabajaba como pasante, se sentía
inferior a todo el mundo en la empresa porque no tenía un historial
impresionante ni una posición social respetable. Llevaba la carga de trabajo
más pesada y tenía un pésimo salario.

Ahora seguía siendo pasante, pero todo el mundo la glorificaba y era amable
con ella por ser la hermana del presidente. Aunque la tarea que le asignaron fue
la más fácil del departamento, su sueldo era muy elevado. Sin embargo, no
deseaba dormirse en los laureles. No quería limitarse a trabajos como la
revisión de los planos de diseño porque prefería hacer su propio dibujo. Por
ello, tomó la iniciativa de expresar su intención al jefe del departamento. Quería
demostrar su valía a todo el mundo con su talento y rendimiento.

Todo era más fácil en la sede central que en el Departamento de Diseño de la


Empresa de Desarrollo Inmobiliario Armonía, porque todos los bocetos
preliminares los realizaban los diseñadores de allá, mientras que el borrador
final y el trabajo de revisión se hacían en la sede central.
El jefe del departamento era un hombre de unos cuarenta años que parecía
tener mucha experiencia. Usaba unos espejuelos plateados que descansaban
en su nariz aguileña y vestía con óptima pulcritud de traje y corbata de color
marrón. El jefe quedó impresionado por la dedicación de Delia cuando se puso
delante de su mesa.

—En ese caso, toma este boceto preliminar y hazle una optimización con
profundidad. ¿Podrías completarlo en tres días? —El jefe se subió más los
espejuelos a la nariz, sacó un archivo de una enorme pila de expedientes a su
derecha y se lo entregó.

Ella tomó el expediente con las dos manos y luego asintió con una sutil sonrisa.

—¡Vuelve al trabajo entonces! —El jefe le devolvió cortésmente el gesto con la


cabeza.

Después de asentir una vez más al jefe de departamento, ella volvió alegre a su
mesa con el expediente. No pudo evitar sonreír con complicidad ante el boceto
preliminar cuando lo sacó del expediente. Como era de esperar, el jefe le había
asignado un caso que no suponía ningún reto. De repente, pensó en Lily
Sánchez, la subdirectora del Departamento de Diseño de la Empresa de
Desarrollo Inmobiliario Armonía. Recordó cómo le había asignado de forma
malintencionada la tarea más difícil de todas desde su primer día de trabajo...

«Olvídalo...». Aunque en el fondo todavía se sentía abatida por la desagradable


experiencia, ahora que por fin había llegado la calma después de la tormenta,
debía centrarse en realizar la tarea que tenía entre manos.

Al mediodía, el timbre de la oficina sonó con puntualidad para indicar que era la
hora de la pausa para el almuerzo. Delia estuvo a punto de pensar que estaba
sentada dentro de un aula de su instituto cuando escuchó el sonido. Levantó la
vista de la pantalla de su ordenador y vio a sus compañeros de la oficina
centralizada levantarse de sus asientos uno tras otro para dirigirse a la entrada
principal para marcar la hora de la salida.

—Delia, ¿vas a volver a casa a comer o quieres unirte a nosotros en el comedor?


—le preguntó Laura Quirós, que se sentaba frente a Delia, cuando se puso de
pie.

En ese momento fue que Delia notó su presencia. Dejó a un lado la tarea que
tenía entre manos, le sonrió y le dijo:

—Los acompañaré al comedor.

—¡Vamos entonces! —le dijo Laura con una sonrisa.

Cuando sonreía entrecerraba los ojos y parecían dos adorables y atractivas


lunas crecientes.
Delia tardó unos segundos en recordar la cara de Laura. De forma instintiva,
miró la etiqueta con su nombre que llevaba en el pecho para recordarlo. Tras
una pequeña conversación, Delia se dirigió a ella como «Lau». Tenía veintitrés
años, cinco más que Delia, pero solo llevaba un año trabajando en el
Departamento de Diseño. Era soltera y no tenía novio. Por eso, su familia le
había organizado citas a ciegas, pero hasta ahora nadie le había llamado la
atención.

Cuando sirvieron su comida, Delia siguió a Laura para sentarse en una enorme
mesa redonda que compartían con otras chicas del Departamento de Diseño,
mientras comían, cotilleaban y conversaban de todo. Delia no sabía cómo
participar en la conversación y se limitó a comer en silencio y escuchar lo que
hablaban. No habría hablado de Manuel por su voluntad, pero una de las chicas
comenzó a preguntarle por él.

—Delia, tu hermano, el presidente, ¿tiene novia?

—¿Qué suele hacer el presidente Manuel en su tiempo libre?

—¿Dónde vive?

—¿Es fácil llevarse bien con su madre?

...

En apenas un minuto, las chicas de la mesa se interesaron tanto por él que ya


no podían hablar de otra cosa. Sin embargo, Delia solo respondió a una de sus
preguntas.

—Mi hermano ya está comprometido...

En un instante, todas hicieron silencio. Laura, que estaba sentada junto a Delia,
no pudo evitar soltar una carcajada porque era la única que no le había
preguntado nada sobre él. Al ver su comportamiento, el resto de las chicas de
la mesa comenzaron a burlarse de ella al mismo tiempo.

—Laura, parece que no te interesa ninguna de tus citas a ciegas hasta ahora.
Apuesto a que no rechazarías a un joven adinerado y atractivo como el
Presidente Manuel.

—No solo ella, si yo consigo a alguien así en una cita a ciegas también, ¡me
casaría con él de inmediato!

—¡Eh, yo también! ¡Me encantaría casarme con alguien así!

—No importa su fortuna o su apariencia, debe ser alguien con buena


personalidad y que me trate bien. De lo contrario, ¡mi vida sería una tortura sin
fin después de casarme con él! —Laura no pudo evitar interrumpir la animada
discusión.

—Puede que ustedes no sepan esto todavía, pero tengo una amiga de la
infancia que se casó con un hombre adinerado y apuesto. Él es machista y le
prometió proporcionarle un sustento para que ella no tuviera que trabajar, pero
¿adivinen qué? ¡Tuvo una aventura con su primera novia! Mi amiga no se atrevió
a divorciarse de él porque no tenía experiencia laboral y no podía mantenerse
económicamente. Por lo tanto, ¡lo único que podía hacer era tolerarlo!

—¡Qué tristeza!

—¡Su marido es un imbécil!

Mientras Delia escuchaba a sus compañeras hablar de este tema, por alguna
razón, pensó en Miguel. No solo era un hombre adinerado, también era muy
apuesto. En ese caso, ¿tendría una primera novia que ella ni se imaginaba?

—¡Las primeras novias siempre serán perfectas en las mentes de los hombres!

—¡Eso por supuesto no se aplica a todos! Yo no soy la primera novia de mi


marido, ¡pero él me ama mucho!

—Eso es solo porque te esmeras coqueteando. Además, sabes lo que él desea


y lo que debes hacer para mantener tu matrimonio.

Cada una tenía su propia opinión. Delia estaba perdida en sus pensamientos.
¿Qué debería hacer si la primera novia de Miguel apareciera de la nada algún
día para arrebatárselo? «¡Olvídalo! ¡Deja de pensar en eso!». Solo deseaba que
algo así nunca le ocurriera a ella.

Después de comer, Delia se dirigió sola al pasillo que conducía a la salida de


emergencia y sin querer, sacó su teléfono para llamar a Miguel. Él contestó
después de un largo rato. Al otro lado del teléfono se escuchaban las voces de
varios hombres que discutían en voz alta y algunas mujeres riendo. A juzgar por
el ruido, Delia podía percibir que estaba en medio de una reunión en el almuerzo
con clientes.

—Estoy un poco ocupado ahora mismo. Si no tienes nada muy importante que
contarme, hablaremos más tarde. —Su voz sonaba indiferente y hasta un poco
impaciente.

Con los labios fruncidos, Delia guardó silencio pues no tenía idea de qué iba a
decir en ese momento.

»Delia, tendré que terminar esta llamada si no hablas —añadió Miguel.

Al instante Delia le dijo lo que estaba pensando sin rodeos:


—Miguel, te extraño.

—Volveré para acompañarte cuando termine el trabajo. —Su tono de voz se


suavizó un poco.

Delia aparentó alegrarse y le respondió:

—¡Genial! Esperaré... —«¡A que vuelvas!». Bip...

Él le colgó antes de que terminara de hablar y se sintió terrible en ese


momento.

—¡Así que estás aquí! Te he estado buscando por todas partes, ¡pensaba que te
habías perdido! —La voz de Laura se escuchó por detrás.

Delia se sorprendió y se recompuso al instante. Cuando dio la vuelta para


mirarla ya tenía una sonrisa en el rostro.

—Vine a llamar a mi familia porque había demasiado ruido afuera —le explicó
en tono amable.

Laura, que era muy sensible y observadora, sonrió y se burló de ella al ver sus
ojos enrojecidos.

—¿Supongo que estabas discutiendo con tu novio?

—¡N… Nada de eso! —Delia sonrió con timidez.

—¡Está bien! No tienes que guardártelo para ti. Es muy probable que yo haya
experimentado cualquier problema que tengas ahora, así que puedes
preguntarme lo que desees sobre la relación. —Laura se acercó a Delia y le dio
unas palmaditas en el hombro para tranquilizarla.

Sin embargo, nadie podía ayudarla con sus problemas de pareja porque ni
siquiera Miguel la reconocía como su esposa en público.

Cuando Delia regresó a su mesa de trabajo luego de la pausa del almuerzo,


recibió la visita de unas chicas. A algunas las conocía y otras no, pero le
pidieron el favor de entregarle unos regalos a Manuel. Se trataba de un
bolígrafo, un poco de comida casera, una caja de puros y muchas otras cosas.

Delia frunció el ceño preocupada al ver esos regalos de mala calidad. Le


sorprendía cómo no renunciaban a Manuel aun cuando sabían que estaba
comprometido. Además, estaba segura de que esos regalos no estaban a su
altura. Delia deseaba rechazarlos con todas sus fuerzas, pero no le dieron la
oportunidad de hacerlo. Resignada, no tuvo más remedio que llevarlos a la
oficina del presidente en el último piso.
Como aún faltaban treinta minutos para que terminara la hora de almuerzo,
Delia tomó el ascensor de los empleados hasta el último piso. Justo cuando
salió, vio que Manuel estaba a punto de entrar al suyo exclusivo.

—Manuel —lo llamó al instante.

Al notar las bolsas de varios tamaños que colgaban de sus brazos y todas las
cajas que sostenía sobre su pecho, Manuel le ofreció de inmediato ayuda para
aliviarla.

—¿Vienes de compras ahora? ¿Por qué compraste tantas cosas? —le preguntó
en tono despreocupado.

Delia sonrió con timidez, miró su apuesto rostro y aclaró con torpeza:

—No compré nada de esto. Son regalos para ti de mis compañeras de trabajo.
A algunas las conozco y a otras no. Parece que están interesadas en...

Él jamás pensó que presenciaría un hecho como este. Creía que solo ocurría en
el instituto o en la universidad, pero nunca se imaginó que sucedería en el
trabajo. ¡Argh, era demasiado infantil!

—¿Creíste que me interesaría algo de esto? —El rostro de Manuel se mostró


decepcionado mientras le devolvía la caja que había tomado de nuevo a Delia.

Por supuesto, ella sabía que a él no le interesarían esos regalos. No obstante,


decidió llevárselos porque después de todo eran gestos de las mujeres que
estaban enamoradas de él.

—Manuel, ¿dónde debo colocar todo esto? —Los rosados labios de Delia lucían
provocativos y ella parecía estar en medio de un gran dilema.

En comparación con Delia, que recién alcanzaba la mayoría de edad y tenía


poca experiencia laboral, sus compañeras veteranas que tenían entre 20 y 30
años eran mucho más astutas. Si Manuel se negaba a aceptar los regalos, Delia
tendría que cargar con todo de vuelta y estaba seguro de que a sus
compañeras no le agradaría. Al ver su aspecto de impotencia, Manuel le indicó
a Saúl que se encontraba a su lado:

—Saúl, lleva todo al Departamento de Logística. ¡Pídele al jefe que envíe un


aviso para informar a las remitentes de estos regalos que los recuperen en el
departamento y que les prohíba actos como este en el futuro!

—¡Sí! —Saúl asintió antes de dar un paso adelante para tomar de inmediato todo
lo que Delia sujetaba.

Ella miró avergonzada a Manuel y justo cuando estaba a punto de acompañar a


Saúl al ascensor para llevar las cosas con él, Manuel la tomó por la muñeca.
—Delia —dijo su nombre con voz grave.

Su cuerpo se giró hacia un lado e hizo un recorrido con la mirada desde su


muñeca hasta encontrarse con su mirada profunda.

—Todavía no he almorzado. Por favor, prepara algo para mí —le pidió Manuel.

Ella abrió los ojos sorprendida por su petición, pero Manuel la llevó a su oficina
antes de que pudiera rechazarlo.

—Manuel, solo me resta media hora antes de tener que volver a la oficina. Si no
has almorzado, puedes pedirle a tu asistente que ordene algo para ti —dijo Delia
con un poco de molestia y los labios fruncidos.

¿Por qué iba a prepararle ella la comida? No era su criada.

—No estoy acostumbrado a comer comida de afuera. —Aunque su voz sonaba


tranquila, parecía que no iba a ceder.

De repente, a Delia se le ocurrió algo y se dibujó una sonrisa en su rostro.

—Manuel, ¿por qué no llamas a la Señora López y la dejas...

—Prefiero no pedirle que venga hasta aquí, pues cuento con todos los utensilios
necesarios en la cocina. Además, ¡prefiero la comida bien caliente servida
directamente de la cacerola! —Con el ceño un poco fruncido entre las cejas
arqueadas, le apretó la muñeca y la miró de repente con severidad.

—Manuel, ¿por qué no le pides a tu asistente especial que contrate a un chef de


hotel para que te prepare el almuerzo? —le sugirió Delia con una sonrisa
forzada.

Le había prometido a Miguel que no cocinaría nunca para Manuel en el futuro.

Sin decir una palabra, se negó a dejarla ir con una mirada sombría en el rostro.
¿Por qué era tan difícil que le prepararan algo para comer?

—¿Vas a cocinar o no? —Manuel se enfrentó a ella con frialdad.

Con el ceño un poco fruncido, Delia hizo una mueca y lo rechazó con firmeza:

—¡No voy a cocinar!

—¡Solo te veo como mi hermana menor! —enfatizó Manuel una vez más con los
músculos de su rostro totalmente tensos y al mismo tiempo, sintió un dolor
punzante en su corazón.

Sentía como si algo acabara de clavarse en él y le causaba un dolor tan intenso


que no podía ni siquiera quejarse.
—¿Cómo voy a cocinar si no me dejas ir? —Aturdida por su aire imponente, Delia
tuvo que ceder.

Manuel nació con un aire tan dominante y decidido que cada una de sus
acciones parecía tan directa y agresiva como el fuego violento. Ante él, Delia
sintió que ella era insignificante. Su opinión no importaba en absoluto porque lo
que pensaba el Señor Manuel era de suma importancia. ¡Era una tarea ardua
tratar de complacerlo!

Cuando por fin accedió a cocinar, los labios finos de Manuel dibujaron una sutil
sonrisa en su rostro y accedió a soltarla. Ella lamentó su desgracia y entró a la
oficina del presidente después de mirarlo. Manuel la siguió y una alegría
apenas perceptible apareció en su mirada sombría.

Cuando Delia se dirigió a la segunda planta de su oficina, comprobó que todos


los elementos que no le gustaban habían sido modificados según sus
preferencias. En efecto, era un hombre obstinado y egoísta. Sus preferencias
eran lo más importante en este mundo.

Delia no pudo descansar durante la pausa del almuerzo y además se vio


obligada a ocuparse de la cocina. Con mucho esfuerzo, arregló un plato y
preparó todos los cubiertos solo para que Manuel le pidiera que lo acompañara
mientras él disfrutaba la comida. La amenazó con presentarla como su
prometida a todos en la empresa si se negaba a hacerlo porque, al fin y al cabo,
era idéntica a Mariana.

Según Delia, ser la hermana del presidente haría su vida en la oficina mucho
más fácil que ser su prometida. Al menos, todo el mundo la trataría como si
fuera su cuñada en el primer caso, mientras que en el segundo, todas sus
compañeras la verían como una enemiga. Parecía que Manuel también lo sabía
bien y por eso, decidió amenazarla con toda intención.

Sin más opción, Delia tomó asiento en la mesa del comedor. Con los labios
fruncidos, apoyó la barbilla en una de sus manos y la otra descansaba en la
mesa. Tamborileó con los dedos sobre la superficie por aburrimiento y para
descargar la frustración que sentía en su interior.

Manuel se dio cuenta de su evidente estado de ánimo, claramente perceptible


en su rostro. Sin embargo, sus sentimientos en ese momento no le importaban
en absoluto mientras pudiera permanecer a su lado. Eso era lo que deseaba en
secreto y lo que quería hacer.

Sin darse cuenta, Delia empezó a bostezar y sus intentos por mantener los
párpados abiertos fracasaron. Al final, inclinó la cabeza hacia un lado y se
apoyó en los brazos que tenía cruzados sobre la mesa hasta quedarse
dormida.
Los rayos de sol del mediodía se filtraban en la oficina desde las ventanas
francesas situadas detrás de ella. Como por arte de magia, hacían que la piel
de su rostro se viera tan blanca e impecable como si brillara. Su rostro dulce y
apacible era tan tentador como un terrón de azúcar que desprendía un aroma
dulce y apetitoso.

Manuel se puso de pie, rodeó la mesa antes de acercársele y no logró contener


sus deseos por ella. Con suavidad y lentitud, se aproximó y solo se detuvo de
repente cuando quedaba un milímetro entre sus labios y los de ella. No podía ir
más allá... Era la esposa de Miguel y también su cuñada... La razón hizo que
volviera en sí. Enderezó la espalda, se aflojó un poco la corbata y se alejó con
tranquilidad.

Delia se despertó por el dolor en los brazos que tenía luego de haberse
quedado dormida sobre ellos. Le molestaba mucho la sensación de
entumecimiento y dolor.

—¡Ay!

«¡Voy a llegar tarde!». Sin pensar en nada más, se levantó y salió corriendo por
la puerta de la oficina del presidente. Su trabajo era lo que más le importaba en
ese momento.

Manuel sintió un vacío cuando regresó a la oficina después de terminar unos


trabajos y vio que ella no se encontraba. Deseaba mirarla cada segundo y cada
minuto de su vida porque nunca se cansaría de hacerlo. Si pudiera viajar en el
tiempo, lo primero que haría sería llamarse la atención y recordarse a sí mismo
que debía ir a buscarla lo antes posible para no perderla. Sin embargo, no servía
de nada lamentarse ahora porque su error ya le había causado una pérdida que
no podría redimir en toda su vida...

Cuando Saúl estaba ordenando algunos archivos junto a Manuel, notó por
casualidad una mirada de preocupación en su rostro.

Ni siquiera el propio Manuel había percibido que sus ojos oscuros, que solían
ser tan gélidos y penetrantes como si pudiera leer la mente de sus enemigos,
estaban ahora cubiertos por una capa de niebla turbia que impedía a cualquiera
saber lo que sentía.

—Delia, ¿no te gusta tu hermano, un hombre tan prominente? —Laura, que


estaba sentada al lado de ella, la visitó y le planteó la pregunta cuando apenas
había vuelto a la oficina y se había calmado.

—¡Es mi hermano! ¿Cómo podría gustarme? —le respondió Delia con una risa
seca.

A Laura le pareció muy divertida su reacción.


—No lo digo en plan romántico. ¿Por qué eres tan sensible?

—N… No lo soy. De todos modos, no me gusta mi hermano, ¡y punto! —Trató de


explicarle Delia con torpeza.

Por alguna razón, lo último que quería era que alguien sospechara de su
relación con Manuel. Se había esforzado por no tener nada que ver con él y se
negaba estrictamente a coquetearle.

—Solo estaba preguntando. —Con una sonrisa, Laura dio la vuelta, se sentó de
nuevo y continuó con su tarea sin preguntarle nada más a Delia.

El rumor de que Delia era hija ilegítima de la Familia Larramendi se había


extendido como un reguero de pólvora en el Grupo Larramendi. Hasta Miguel,
que estaba lejos en un viaje de trabajo, se había enterado. Lo supo en el chat
del grupo de la empresa cuando algunas de sus compañeras en puestos
directivos lo comentaron. No le molestó porque al menos eso era mejor que
decirles a todos que era su esposa. Con ese pensamiento, Miguel decidió dejar
el tema a un lado.

Cuando terminó una discusión de trabajo con Sofía Juárez, la llevó de vuelta al
hotel. Cuidó bien de ella cuando estuvieron fuera, como solía hacer siempre.
Sofía se sentaba en el asiento al lado del conductor y siempre era quien
comenzaba la conversación. Por alguna razón, sin darse cuenta tocaron de
nuevo el tema de Manuel.

—Según he escuchado, tu hermano solo tiene un ayudante, Saúl Zulueta, un


trabajador leal y con mucha experiencia que tu abuelo contrató para que
trabajara para él. Miguel, ¿quieres contratar una secretaria para tu hermano? —
le preguntó Sofía pensativa.

Miguel sabía el significado suporacente en sus palabras sin que ella lo hiciera
evidente. Mientras conducía, le contestó con tono de despreocupación:

—Si contrato una secretaria para mi hermano, no estoy seguro de que le


asignen tareas importantes. Como sabes, a Saúl lo buscó especialmente mi
abuelo para que trabajara para él.

—No necesitamos que haga eso, pues solo deberá ser nuestra informante.
Además, Miguel, solo podremos ganar la batalla si nos conocemos bien a
nosotros mismos y a nuestros enemigos. No seas débil con nadie, sobre todo
con tu hermano. La única forma de lograr algo grande es siendo despiadados.
—Una sutil sonrisa se dibujó en el rostro de Sofía.

Miguel frunció un poco el ceño como respuesta. Aunque sería fácil colocar un
informante al lado de su hermano, con Saúl cerca sería difícil espiarlo.

Sofía volvió a persuadirlo y agregó:


»¿Cómo sabes si el plan funcionará si no lo intentas? Miguel, ¡eres el rey
legítimo del Grupo Larramendi!

La línea dibujada en el entrecejo de Miguel se hizo más profunda mientras


parpadeaba con la mirada sombría.

Al ver que no había aprobado su sugerencia, Sofía dejó el tema por el momento,
pero no dejaría de intentarlo.

Cuando regresaron a la <i>suite</i> presidencial del hotel, Sofía tomó la


iniciativa de llenar la bañera. En los últimos días, no solo lo había ayudado en el
trabajo, sino que también lo cuidaba mucho. Después de tomar un baño, Miguel
se sentó en la cama para leer los documentos y solo llevaba puesta una bata
que le quedaba semidescubierta. Se veía muy sexy con su pecho musculoso y
su abdomen al descubierto. En comparación con cinco años atrás, ahora era
mucho más maduro y firme.

Sofía se dio una ducha rápida y salió desnuda del baño. Las gotas de agua
cristalina que se esparcían por toda su piel suave y elástica adornaban su
cuerpo. Cuando él levantó la vista hacia ella después de dejar los documentos a
un lado, su nuez subió y bajó sin querer. Despacio, se dirigió hacia él y se
encontró con su mirada llena de lujuria. Luego, ella estiró los brazos, se los
colocó en los hombros y se inclinó a darle un besito en los labios. La zona bajo
su cuello, que parecía blanca como la porcelana, avivaba el fuego del deseo en
los ojos de Miguel.

Ella se hizo la difícil. Se apartó después del beso y le funcionó muy bien.

Miguel extendió uno de sus brazos, la tomó por la cintura y la atrajo hacia él. La
colocó sobre sus muslos y sus manos recorrieron todo su cuerpo mientras la
besaba con más intensidad.

El beso era demasiado apasionado para su tolerancia, con la lengua casi


llegándole a la garganta. Ella sintió como si le hubiera sacado todo el aire de
los pulmones y se movió con incomodidad para apartarlo.

Al sentir su desagrado, Miguel detuvo el beso, pero no dejó de sujetarla. De


repente, el rostro de Sofía se transformó en la mirada dulce e inocente de Delia
en su pensamiento. La tomó y la acercó hacia su pecho con tanta fuerza como
si tratara de convertir sus cuerpos en solo uno. Luego le dijo:

—Te deseo... —«¡Delia!».

Con la mirada vidriosa y la voz estridente por el deseo, parecía una bestia que
estaba a punto de cazar a su presa. No tenía ni idea de por qué siempre
pensaba en Delia cada vez que hacía el amor con Sofía. Sus ojos lucían algo
sombríos.
—En cuanto al plan de contratar una secretaria para tu hermano... —Sofía se
detuvo a mitad de camino.

Miguel estaba cubierto de una fina capa de sudor y su respiración era más
rápida de lo habitual. En ese momento, Sofía estaba muy segura de que podía
lograr que el hombre hiciera lo que ella quisiera.

Miguel no tenía intención de dejarla ir, con el pecho agitado la abrazó con
fuerza. Ella podía sentir el deseo ardiente que había en él. En su rostro se
reflejaron distintas expresiones hasta que por fin le susurró con un tono un
poco coqueto:

»¿Le dirás que sí al plan?

Él sonrió con astucia y le dijo:

—Diré que sí, si consigues hacerme feliz de otra manera.

Ella frunció un poco el ceño y no le respondió.

»¿No estás dispuesta a hacerlo? —Con las cejas alzadas, él continuó—: En ese
caso...

Ella lo interrumpió antes de que terminara de hablar.

—Estoy dispuesta a hacerlo.

Estaba dispuesta a ofrecerle todo lo que tenía... Se levantó de sus muslos, se


agachó y deslizó las manos para desatar el cinturón de su bata.

Cuando terminaron, Miguel tuvo que sonreír con amargura al ver a Sofía
después de abrir los ojos. ¿En qué había estado pensando ahora? Pensaba en
Delia cada vez que estaba con Sofía. ¿Qué haría si Delia fuera infeliz?

Al notar que Sofía lucía un poco triste, decidió tratarla como si fuera Delia y la
acercó a su pecho mientras la persuadía con un tono tierno:

—Te prometo que haré todo lo posible para contratar a una secretaria que
trabaje para mi hermano.

En el momento en que él dijo eso, ella por fin se animó. Entonces se acercó a
sus finos labios y lo besó con alegría. Se miraron a los ojos profundamente y
sonrieron. Una vez más, se aproximaron y sus labios volvieron a unirse con
pasión. Ella se estremeció cuando él acarició su cuerpo despacio con sus
enormes manos. Sin decir nada, se dejó caer en la cama junto a él. Le abrazó el
cuello con sus delgados y suaves brazos, y rodeó su cintura con las largas
piernas, que se movían con suavidad hacia arriba y hacia abajo.
—Migue, ¿por qué no te divorcias de Delia? Ella no te ayuda en nada —le
preguntó con voz tenue.

Su respiración se hizo más fuerte y le respondió distraído:

—Es una chica pobre y se quedará sola si me voy...

¿Eso significaba que solo estaba con ella por compasión?

Él solo simpatizaba con Delia y no la amaba con sinceridad. Sofía estaba


encantada y una sonrisa vivaz se dibujó en su rostro. Luego abrazó el cuello de
Miguel y le dijo con dulzura:

—En el futuro, viviré en armonía con Delia.

Sus pensamientos eran simples. Mientras pudiera hacerlo feliz, el sufrimiento


de ella sería insignificante. Ahora, apostaba todo por Miguel. Sus esfuerzos
eran pensando en su futuro. Sofía cerró los ojos para liberar su mente por
completo. De hecho, ¡haría lo que fuera por él! Aunque había dudado entre
Miguel y Manuel al principio, terminó eligiéndolo a él.

Cuando Miguel cerró los ojos solo podía pensar en Delia. Delia... Delia, a quien
anhelaba... Su ceño y su sonrisa, su cuerpo cálido y tierno.

Sin embargo, poco a poco... Él y Delia entrelazaron las manos y juraron estar
juntos para siempre. Pero al final, Delia le soltó la mano y le dijo:

—Nunca podremos volver a estar juntos...

«Delia, ¿es de verdad imposible que volvamos a estar juntos?»

Cuando Miguel recobró el sentido, vio que la mujer que tenía delante era Sofía.
Al ver su mirada encantadora, los ojos se le ensombrecieron.

Sofía había cambiado... Ya no era la chica que solía amarlo con pureza e
inocencia. Para ser precisos, ya no era la chica que él solía admirar. Si no
hubieran pasado tiempo juntos estos días, quizás Sofía sería para siempre el
recuerdo que él atesoraba cuando le mostró lo mejor de ella en el pasado. Sin
embargo, ahora, él sabía que lo estaba utilizando para conspirar contra el Grupo
Larramendi y el amor era su excusa.

Después de todo, el Grupo Juárez era el único enemigo del Grupo Larramendi
en Ciudad Buenaventura. Cada proyecto en el que el Grupo Larramendi estaba
interesado, el otro siempre se entrometía para obstaculizarlo.

Puede que la Familia Juárez tenga ambiciones descabelladas, pero las de él,
Miguel Larramendi, eran aún mayores. La Familia Juárez planeaba acabar con
el Grupo Larramendi. Sin embargo, él planeaba salirse con la suya y tomar
posesión una vez que las familias se pelearan. Miguel poseía la semilla de una
ambición salvaje desde el principio, pero Sofía era su fertilizante, que aceleraba
la germinación y el brote de esa semilla en su corazón. Justo después que
terminaron, el teléfono de Miguel sonó en el momento menos oportuno.

Por reflejo, Sofía echó un vistazo al teléfono que Miguel había colocado en la
mesita de noche solo para ver el nombre de Delia en él y se clavó como
siempre en lo más profundo de su corazón.

Miguel tomó con tranquilidad el teléfono y contestó la llamada.

—Miguel, hoy fue mi primer día de trabajo en la sede. Todo el mundo fue
amable conmigo. —La voz de Delia era dulce y sonaba encantada. Se podía
percibir que estaba alegre.

—Sí, le dije a Manuel que te cuidara bien. En la sede, ya no te encontrarás con lo


que conociste en el Departamento de Diseño de la Empresa de Desarrollo
Inmobiliario Armonía. —Manuel frunció sus finos labios y no pudo evitar
mostrar una leve sonrisa.

Sofía analizaba cada uno de sus movimientos y acciones y le calaba hondo en


el corazón.

—Sí, todos fueron muy amables conmigo. Sin embargo, hoy he vuelto a cocinar
para Manuel. Dijo que tenía hambre y que no había almorzado, pero no le
gustaba la comida de afuera, así que me hizo cocinar para él. —Delia refunfuñó
y se quejó con Miguel.

Él se sintió animado y la consoló:

—Manuel es tan terco como siempre. Olvídate de él. No le diré nada, pues instó
a sus trabajadores a que se ocuparan de ti.

—Miguel, ¿cuándo regresas? T… Te extraño. —La voz de Delia se hizo más


grave, pero seguía siendo tan dulce como la miel y resultaba agradable de
escuchar.

Miguel recordaba que la voz tímida de Delia también era melodiosa, pero no
dejaba de sorprenderlo el hecho de que pudiera hipnotizarlo a través del
teléfono.

Sentada a su lado, a Sofía casi se le salen los ojos. ¿Desde cuándo coqueteaba
con Delia delante de ella abiertamente y sin escrúpulos? ¡Quizás era ella la que
había provocado esto al consentirlo! En el pasado, le había dicho que estaba
dispuesta a ser su amante secreta y a aceptar a Delia, así como el hecho de
que estuviera casado. Sofía pensó que podía ser de mente abierta y tolerar todo
esto. Sin embargo, después de todo no era una mujer de la antigüedad, así que
no podía soportar que el hombre que amaba estuviera con otra mujer.
—Volveré cuando arregle mis cosas. Voy a colgar ahora. —Miguel terminó la
llamada después de decir unas pocas cosas.

Por el rabillo del ojo, notó que la expresión de Sofía había cambiado. Por lo
tanto, se dio cuenta de que sus pensamientos podrían haber cambiado
también.

»Sofía, si no puedes aceptar el hecho de que estoy casado, terminemos esta


relación ahora —dijo Miguel con calma.

Sofía recobró el sentido y movió su cuerpo para acurrucarse en el pecho de él


mientras murmuraba con dulzura:

—Migue, no soy una santa. Solo soy egoísta porque te quiero y espero que solo
seas mío. Sin embargo, aceptaré a Delia. Migue, no te preocupes, no dejaré que
ella sepa de mi existencia. Como ella te agrada, yo también sentiré lo mismo y
la veré como mi hermana.

—¡Achís!

Después de estornudar, Delia se frotó la nariz mientras estaba de pie en la


entrada de la Torre del Grupo Larramendi y vio el cielo nublado. ¿Iba a llover?

Había llamado a Miguel nada más que salió del trabajo. Aunque había intentado
compartir su alegría con él de la forma más entusiasta, Miguel seguía
mostrándose indiferente por teléfono. Delia se sintió desanimada y bajó la
cabeza. Justo en ese momento, empezó a lloviznar, y parecía que el cielo
también estaba derramando lágrimas de compasión por su tristeza.

—¡Sube!

Justo cuando Delia se sentía deprimida, la puerta del asiento trasero de un


<i>Maybach</i> negro se abrió de repente.

—¿Manuel?

Delia se inclinó un poco y miró a la persona del auto que la había llamado.
Recordó que el auto de Manuel era un todoterreno imponente... ¿Cambió de
auto?

—Soy yo. Sube —dijo Manuel en tono llano.

Cuando se aseguró que era él, Delia al fin se subió al asiento de al lado y cerró
la puerta. El conductor pisó el acelerador y el elegante auto avanzó a un ritmo
constante.

En el espacioso auto, las dos personas del asiento trasero no se comunicaban


en absoluto y la atmósfera entre ellos parecía opresiva. Cuando Delia puso la
mano en el asiento, Manuel bajó la suya también. Inadvertidamente, sus dedos
se rozaron.

Como si se hubiera electrocutado, Delia se enderezó la ropa, se sentó recta y


mantuvo cierta distancia con Manuel. Recogió su mano y colocó una encima de
la otra sobre sus rodillas, agarrando con suavidad su falda. Se sintió un poco
incómoda y lo miró con el rabillo del ojo.

El rostro apuesto y refinado de Manuel parecía indiferente. Con sus delicados y


finos labios fruncidos, sus emociones quedaban ocultas para todo el mundo,
por lo que era difícil que adivinaran sus pensamientos. Delia percibió un aire
frío que se dispersaba en silencio por su cuerpo. Era como un rey noble pero
reservado, sentado con tranquilidad en su trono, alto y distante.

Llovió de forma intermitente hasta que llegó la noche. Después de que el lujoso
auto se aparcara en casa de Manuel, él se bajó primero. Cuando Delia abrió la
puerta del auto y salió, un paraguas azul oscuro ya estaba sobre ella. Delia
levantó la cabeza y miró el enorme paraguas antes mirar hacia abajo.

Los ojos fríos y los labios pálidos de Manuel no tenían expresión en su rostro
apuesto. Era muy atractivo y esto hacía que el entorno fuera mágico,
impresionante y encantador. Siempre que estaba con ella, parecía
imperturbable, hiciera lo que hiciera. Ella, por el contrario, siempre parecía
nerviosa y torpe.

Delia se sintió mal porque Manuel le sostenía el paraguas, levantó la mano y se


cubrió la cabeza con su bolso mientras subía corriendo los escalones. En ese
momento, la puerta se abrió justo a tiempo y Mariana salió por ella con un
paraguas en la mano. Al ver que Delia caminaba bajo la lluvia, se apresuró a
cubrirla con el paraguas.

—Delia, podrías resfriarte si te mojas bajo la lluvia —le dijo Mariana con
suavidad y cariño.

Por un segundo, sus palabras hicieron que Delia sintiera que habían regresado
al pasado, cuando todavía eran las mejores amigas.

Con calma, Manuel las siguió y subió los escalones con elegancia.

Después de acompañar a Delia a la puerta, Mariana se volvió y caminó hacia


Manuel.

—¡Manuel, has vuelto! Te echo mucho de menos y sé que tú también, ¿verdad?


—Se acercó a él y luego le rozó el brazo de manera íntima y apasionada con su
cuerpo.

En ese momento, Delia ya había entrado a la casa, así que Manuel apartó a
Mariana de manera brusca y comenzó a caminar sin decir nada.
Mientras fruncía los labios, Mariana lo siguió con resentimiento.

Durante la cena, la Señora López preparó una mesa llena de platos a petición
de Manuel. Eran todas las recetas favoritas de Delia. Al ver la suntuosa cena, a
Mariana le hirvió la sangre.

Delia también percibió algo extraño en la comida. Por ejemplo, Mariana odiaba
la sopa de pollo y setas. Sin embargo, tomó el cucharón y llenó su plato
mientras le hablaba a Manuel en un tono coqueto:

—Manuel, el pollo y las setas están frescos. En verdad te has esforzado para
alimentarme y cuidar mi salud. ―Él permaneció en silencio y se limitó a comer
con tranquilidad.

Delia tomó el plato para servirse y dijo con una sonrisa:

—Mariana, debes estar contenta.

—Por supuesto. Manuel me adora. —Levantó las cejas con suficiencia.

Al escuchar esto, la Señora López quiso refutar, pero pensó que no debía decir
la verdad.

En realidad, todas estas recetas fueron preparadas específicamente para la


joven Delia bajo las instrucciones del Señor Larramendi. No tenían nada que ver
con Mariana, pero si decía la verdad, la Joven Delia y el señor solo se sentirían
avergonzados.

En realidad, Delia sentía que era un desperdicio preparar una comida tan
magnífica si solo eran cuatro personas. Después de la cena, quiso ayudar a la
Señora López a limpiar, pero esta rechazó su oferta.

Como Manuel había subido a su dormitorio, Mariana cambió enseguida de


actitud y sermoneó a Delia:

—Delia, eres la esposa del Señor Miguel. Debes dejar que la criada haga las
tareas y mantenerte al margen. De lo contrario, Manuel estaría desperdiciando
su dinero al contratarla.

Al escuchar sus palabras, la Señora López se sintió bastante molesta.

Delia no se preocupó por las tonterías de Mariana y continuó ayudando a la


sirvienta. Al mismo tiempo, la consoló:

—Señora López, no pasa nada. Sé que te ha dolido la espalda estos días. Hay
muchos platos que lavar esta noche, así que te ayudaré a ponerlos en el
lavavajillas. No es gran cosa, así que no te preocupes.
—Oh, Señora López, ¿te duele la espalda? Bueno, entonces le diré a Manuel que
contrate a otra criada para que te ayude mañana. Después de todo, ha
aumentado el número de personas en casa, así que tu carga de trabajo debe
haber aumentado también. —Las palabras de Mariana estaban impregnadas de
sarcasmo y, de manera indirecta, estaba diciendo que Delia no tenía otro lugar
a dónde ir.

Delia comprendió muy bien lo que quiso decir Mariana con sus palabras, pero
se limitó a soportarlo en silencio, pues estaba viviendo bajo el techo de otra
persona.

La Señora López puso los ojos en blanco de furia antes de volverse hacia Delia
y decirle con delicadeza:

—Jovencita, más tarde le prepararé un postre delicioso de mi ciudad natal.

—¡Genial! Por suerte, no comí demasiado ahora, ¡así podré seguir disfrutando
de tu buena comida! —respondió con una sonrisa.

Luego, la ayudó a recoger los platos y cubiertos e iban riendo y charlando


alegres mientras se dirigían a la cocina. Ambas ignoraron por completo a
Mariana y la dejaron para que continuara su escena dramática a solas.

Mariana miró a Delia con rabia y no pudo evitar maldecirla en silencio. No podía
ser una señorita prestigiosa si era atenta y amable con una criada y desconocía
el límite entre un amo y una sirvienta. Después de burlarse en su corazón, se
sujetó de la barandilla, levantó la cabeza, puso los hombros hacia atrás y subió
las escaleras mientras contoneaba su trasero con gracia.

Cuando llegó al dormitorio de Manuel, no lo encontró, así que fue a la


habitación del gimnasio. Tampoco estaba allí, pero cuando pasó por la sala de
tiro, lo encontró sosteniendo un rifle de aire comprimido. Fue impresionante ver
sus diez disparos continuos, de los cuales nueve dieron justo en el centro de la
diana en movimiento. ¡Genial! Sus habilidades de tiro eran excelentes, como se
esperaba de un exsoldado. Mariana aplaudió asombrada mientras caminaba
hacia él.

Al notar su presencia, Manuel bajó el rifle y se quitó las orejeras antes de


preguntar con indiferencia:

—¿Por qué has entrado?

—¡Te extrañaba! —le respondió coqueta mientras se mordía los labios rojos e
imitaba la voz de Delia.

—Usa tu voz original cuando me hables. —Manuel contrajo las cejas con
desagrado.
Sin embargo, Mariana respondió con desaprobación:

—¡Esta es mi voz original!

—Mariana, ¡no intentes desafiar mi paciencia! —la regañó con severidad.

Mariana no pudo evitar sonreír con petulancia.

—No te enfades. Si me haces enojar, tal vez un día por accidente se me escape
frente a tu hermano Miguel que en realidad amas a Delia y entonces, ¿qué vas a
hacer?

—Puedes intentarlo. Veamos si Migue confía en ti o no —gruñó y permaneció


impasible.

Mariana se le acercó y se puso de puntillas para rodearle el cuello con sus


brazos mientras rozaba sus enormes pechos directamente contra el suyo.

—Manuel, ¿por qué eres tan terco? Delia es tu cuñada, no pueden estar juntos.
Además, yo luzco igual a ella, incluso tengo un cuerpo más sexi. ¿Por qué no
me das una oportunidad? —preguntó con tono coqueto mientras lo miraba con
amor y levantaba sus elegantes cejas.

Manuel frunció el ceño y estaba a punto de empujarla cuando la voz de Delia se


escuchó desde el otro lado de la puerta:

—Miguel, Mariana, ¿están en la sala de tiro? La Señora López hizo un postre y


dijo que era tu favorito, Manuel. Me pidió que lo trajera para que lo probaras —
dijo Delia con timidez. Ya los había buscado en varias habitaciones, pero aún no
los había encontrado.

Al darse cuenta de la situación, Mariana se quitó de repente el vestido y el


collar. Incluso se bajó los tirantes del sujetador, de modo que revelaba gran
parte de sus sensuales pechos.

—Tú... —Manuel solo alcanzó a decir una palabra. Como Delia lo escuchó, entró
en la habitación.

Mariana aprovechó la oportunidad y saltó sobre él mientras rodeaba su fuerte


cintura con las piernas y el cuello con los brazos. Al mismo tiempo, aun en esa
sugerente posición, gimió con placer a propósito.

Al ver esta escena, Delia se sonrojó al instante. De inmediato puso la bandeja


en el mueble que estaba a su lado y se cubrió los ojos con la mano mientras
murmuraba:

—Y… Yo dejaré el postre aquí... Pueden continuar...


Esta era la primera vez que Delia veía un momento tan erótico en la vida real,
aparte de las escenas de besos entre algún protagonista masculino y femenino
en la televisión. Después de decir eso, se dio la vuelta de inmediato y salió
corriendo.

Ese momento provocó en Manuel gracia y tristeza al mismo tiempo al ver la


expresión de Delia, pues su linda cara se sonrojaba y lucía adorable. Por otro
lado, veía frente a él a una mujer cuyas ansias de confabular eran mayores que
su sensualidad.

—Ya se fue. Puedes bajarte —dijo Manuel con calma.

Mariana se quedó mirándolo estupefacta. No había espacio entre su cuerpo y el


de él, ¡pero no había ninguna reacción! Se mordió el labio inferior con
frustración mientras lo soltaba y colocaba los pies en el suelo.

—¿Por qué no la persigues y le explicas? —le preguntó ella.

Manuel resopló:

—¿Por qué debería explicarle? Por cierto, si sientes demasiada hambre y sed,
¡puedo considerar la posibilidad de encontrar unos cuantos hombres para que
te sirvan!

—¡Tú! —Mariana apretó los dientes con rabia.

Manuel se impuso ante ella.

—¡Piérdete! —Su mirada se oscureció y la regañó con frialdad.

Mariana sintió el desaire, pero continuó con suficiencia:

—¡Parece que te has rendido! Está bien si no me aceptas. De todos modos, no


puedes tenerla. En comparación con mis deseos, ¡tú estás sufriendo más que
yo! La mujer que amas se ha convertido en tu cuñada y eso me satisface
mucho. Debe ser una tortura para ti verla todos los días y tener que ocultar tu
amor.

Manuel no se preocupó por lo que dijo Mariana. Después de todo, no se


enfadaría tan fácilmente por las palabras de una mujer.

Cuando Delia bajó las escaleras y volvió a la cocina para ayudar a la Señora
López con las tareas del hogar, esta se dio cuenta de que su cara estaba
sonrojada, así que le preguntó preocupada:

—Jovencita, ¿por qué está sonrojada?

La sirvienta le estaba haciendo una pregunta, pero ella estaba pensando en sí


misma y en Miguel.
En aquel momento, la forma en que Mariana se había subido encima de Manuel
era demasiado seductora. Sus pechos estaban expuestos mientras mostraba
sus piernas en una pose sexi. Lucía deslumbrante.

Delia sintió de repente que quizás era demasiado aburrida y sosa y por eso
Miguel no estaba interesado en ella. Antes, solo había tenido éxito porque aquel
frasco de perfume tenía ingredientes afrodisíacos. Además, solo consiguió su
objetivo a medias, porque Miguel no estaba feliz, pero ¿y la próxima vez?,
¿cómo debería servir a Miguel?

—Jovencita, ¿en qué está pensando? —la Señora López alzó la voz para atraer
su atención.

Al fin volvió a en sí y sonrió tímidamente a la Señora López.

—¡N… Nada!

—¡Ains! ¿Por qué se casó con el Joven Miguel? —la Señora López tomó un trozo
de tela y limpió las hornillas mientras se lamentaba.

Si Mariana no hubiera hablado de eso, la sirvienta de la casa del Señor


Larramendi ni siquiera hubiera sabido que ella era la esposa legal de Miguel.

Desconcertada, Delia preguntó:

—¿Por qué no debí casarme con Miguel?

—No es nada. El Joven Larramendi también es un gran hombre. Siempre ha


sido obediente y sensato desde que era adolescente. Es solo que no es el más
favorecido por el patrón. —La Señora López suspiró.

Delia no pudo contener la sonrisa.

—Lo que importa es que me gusta. No pasa nada si a los demás no les agrada,
porque a mí sí.

—Tonta. Los dos enamorados tendrán una vida feliz —no pudo evitar decir la
Señora López.

El amor de Delia por el Joven Miguel era puro y simple, pero también
simpatizaba con el Señor Manuel.

Aunque la sirvienta sabía cómo se sentía, no le dijo nada innecesario.

Cuando Delia terminó de ayudarla y salió de la cocina, se encontró con un


hombre que llevaba un abrigo blanco encima de una camisa negra y una
corbata, además de un monóculo colgado en el bolsillo del pecho. Delia lo
había visto antes. Cuando estuvo en coma y Manuel la trajo anteriormente, este
hombre también había estado presente.
—¡Oh, no ha pasado mucho tiempo desde que me fui de viaje de negocios y ya
Manuel ha traído a una mujer a casa! —dijo Lucas Ferrero en tono de broma.

La Señora López salió de la cocina tras Delia. Cuando vio a Lucas Ferrero, se
inclinó y saludó:

—Ha vuelto, Doctor Ferrero.

—Señora López, ¡rápido, preséntame a esta belleza! —Intrigado, Lucas examinó


a Delia.

—Esta es la Señorita Delia Torres, la esposa del Joven Miguel, lo que la


convierte en la señorita de la Familia Larramendi. Jovencita, este es Lucas
Ferrero, el Doctor Ferrero. Es el médico personal del Señor Manuel —los
presentó la Señora López.

—Doctor Ferrero, un placer —lo saludó Delia y asintió con la cabeza.

Lucas dio un paso más hacia Delia. Luego, se inclinó un poco y le olió el cuello.

Delia retrocedió avergonzada para esquivarlo.

Lucas sonrió de manera comprensiva y dijo sin rodeos:

—Puedo sentir «La fragancia de una virgen» en ti. Este olor me resulta familiar...
¿Eh? ¿Eres Sirena del Club Nocturno Tentación?

—¿Cómo? —Delia lo miró anonadada. «¿Cómo lo sabía?».

En ese momento, Manuel bajaba las escaleras. Cuando escuchó sin querer a
Lucas, se detuvo en su camino asombrado.

—Se ha equivocado de persona... —Sonrió avergonzada, pero en su corazón


estaba desconcertada. «¿Cómo lo sabía este hombre?». ¿Será que le quitó el
antifaz cuando había pasado la noche aquí anteriormente? Delia supuso en
silencio y se sintió perturbada.

Lucas levantó la mano y negó con el dedo índice.

—No, no, no. Tengo un olfato agudo. Cada persona tiene su aroma propio, único
y yo recuerdo el tuyo. Es una fragancia de chica y hierbas. Si no me equivoco, tu
familia debe tener un negocio de hierbas o en el pasado trataste con ellas
durante bastante tiempo.

Al escucharlo, Delia levantó de manera inconsciente el brazo para olerlo. Sin


embargo, lo único que su nariz captó fue el olor a detergente de su camisa.

—¡Parece que tengo razón! —Lucas sonrió con suficiencia—. En verdad eres
Sirena del Club Nocturno Tentación.
—Sí —asintió de manera involuntaria antes de responder mientras miraba a
Lucas admiración. Luego, preguntó con curiosidad—: ¿Me enseñarías a
diferenciar el olor de las personas?

—No puedo porque es una capacidad innata. Tengo una nariz muy sensible —
respondió él con una sonrisa.

Manuel estaba parado en las escaleras y no logró contener la sonrisa de


satisfacción. Resultó ser que no había besado a la persona equivocada. Aunque
no estaba dotado de la capacidad olfativa de Lucas, al menos sus sentimientos
hacia Delia siempre habían sido correctos. Su corazón entero se sentía atraído
por ella y esa intuición siempre empujaba a su cuerpo y su corazón hacia esa
mujer. Sus ojos captaban todas y cada una de sus expresiones y sonrisas, que
quedaban grabadas muy dentro de su mente. Quizás el amor más tormentoso
del mundo era el suyo: inalcanzable, inconfesable e irremediable.

En este momento, cuando Mariana siguió a Manuel y se percató de que había


un invitado en la planta baja, al instante se apresuró para agarrarle el brazo y
actuar como si fueran muy cercanos mientras bajaba las escaleras con él.

—¡Oh, mira, tenemos un invitado! ¡Es muy apuesto! Señora López, ¿qué esperas?
¿Por qué no le has servido un té? —Mariana daba órdenes como si fuese la
dueña de la casa.

—Sí. —Cuando la Señora López la vio, no se contuvo y puso los ojos en blanco
antes de darse la vuelta y entrar en la cocina.

Lucas oyó la voz de Mariana y, al verla, quedó sorprendido por completo pues
estaba abrazando a Manuel con intimidad. Supuso que era Mariana Suárez, la
mujer que Manuel siempre le mencionaba.

Mariana y Delia parecían gemelas.

—Hermosa dama, usted debe ser la Señorita Mariana, Manuel siempre la


menciona. —A diferencia de la forma en que se dirigió hacia Delia, Lucas saludó
a Mariana con mucha cortesía.

Mariana se sintió abrumada por los halagos y le preguntó alegre:

—¿Es cierto? ¿Manuel siempre me menciona?

—Por supuesto. Aquellos días en los que se fue al País K de vacaciones la


extrañó mucho. Por su bien, incluso... —Lucas miró a Delia mientras decía esto
y dudó.

No debería exponer el secreto de su mejor amigo, ¿verdad? No debería revelar


que durante esos días en que «la esposa» no estaba en casa, el Señor Manuel
había coqueteado con la cantante Sirena del Club Nocturno Tentación.
—¿Qué hizo por mi bien? —preguntó Mariana con curiosidad.

Lucas sonrió y miró hacia Manuel.

Él parecía tranquilo, aparentemente sin miedo a que se revelara el secreto.


Bueno, para eso estaban los mejores amigos, para cubrirse y mantener los
secretos que fueran necesarios para que todo saliera bien.

—Por su bien, me invitó a beber y me dijo lo mucho que la echaba de menos —


añadió Lucas.

Al escuchar estas palabras, Delia confirmó aún más su suposición.

Manuel debió pensar que ella era Mariana y por eso había sido más afectuoso
en aquel momento. Como era natural, no conocía la secuencia de la historia,
pero se alegraba de que Manuel amara de forma sincera a su esposa.

Aunque Mariana no era una buena persona, como era su ex mejor amiga, se
alegraba por ella si encontraba su felicidad.

Parecía que Manuel tampoco pensaba explicarle las cosas a Lucas, así que
dejó que este malinterpretara su relación con Mariana. Mientras más pensaran
los demás que Mariana era su verdadero amor, mejor sería para Delia. Al
menos no le traería problemas y aún podría estar cerca de ella como un
«hermano» para protegerla.

Mariana era la otra parte implicada en este asunto, pero ella sabía cuáles eran
los sentimientos de Manuel. Si estaba dispuesto a convertirla en la sustituta de
Delia, podría tener la oportunidad de revertir la situación a su favor, pero él no la
dejaba. Se limitaba a tenerla como fachada y no le daba la oportunidad de
robarle el corazón.

Mariana odiaba a Delia con ira. ¿Por qué pudo ganarse el corazón de Manuel y
ella no?

Lucas percibió un ligero olor a celos que emanaba de Mariana y eso lo


desconcertó. «¿Por qué está celosa de Delia?», pensó Lucas mientras miraba
de modo inconsciente a Manuel con sus ojos curiosos. De alguna manera,
sentía que algo había sucedido entre él y esas dos mujeres, algo que él, su
mejor amigo, ni siquiera conocía. Sin embargo, todo se tornaba aún más
interesante. La fría y sombría casa se había vuelto alegre de repente por la
presencia de estas mujeres.

—Delia, ya que conoces sobre las hierbas, ¿podrías aclararme algunas dudas?
—Lucas dejó de intentar ser amable con Mariana y desvió su mirada hacia Delia
mientras entraba en el asunto que le interesaba.

Ella sonrió y contestó con timidez:


—Es demasiado halagador decir que puedo aclararte, pero te diré lo que sé.

—Entonces vayamos a mi laboratorio y charlemos con tranquilidad. —Lucas


sonrió y levantó la mano para señalar la escalera. Luego, hizo un gesto a Delia y
dijo—: Después de ti.

Delia frunció los labios, asintió y subió con él.

En el momento en que Lucas pasó junto a Manuel, este le advirtió enseguida en


un tono bajo:

—No trates de cortejar a Delia.

A Lucas le resultó gracioso esto y le respondió:

—No te preocupes. No estoy interesado en una mujer casada. Solo me intriga


su conocimiento sobre las hierbas.

Una mujer casada. Estas tres palabras se sintieron como tres largas agujas
clavadas en el corazón de Manuel. Parecía que todo el mundo quería recordarle
que Delia era su cuñada y que debía dejar de desearla. Se sintió desconsolado y
no pronunció palabra alguna.

Por otro lado, Mariana se sorprendió al ver que Lucas también vivía allí, ¡incluso
tenía un laboratorio! Aunque sentía curiosidad por los antecedentes del doctor,
su intuición le decía que no era alguien con quien pudiera meterse. En la casa,
no agradaba a la Señora López, Delia ya no era tan cercana a ella como antes,
Manuel la trataba de modo indiferente y ahora debía estar atenta a Lucas. Al
verse aislada, se sintió molesta. Todo esto era culpa de Delia. En el futuro, la
haría pagar poco a poco.

Después de que Lucas y Delia subieran, Manuel retiró el brazo que Mariana le
sostenía.

Ella se negó a dejarlo ir y volvió a sujetarlo mientras hacía un puchero con sus
labios rojos y decía con suavidad:

—Manuel, déjame dormir contigo esta noche, ¿de acuerdo? Me da miedo dormir
sola.

—¡Fuera! —Una vez más, Manuel apartó el brazo, bajó las escaleras y se dirigió
a la puerta sin siquiera mirarla.

—Ya es muy tarde. ¿A dónde vas? —dijo ella con pesar mientras daba una
patada en el suelo con ansiedad.

Manuel la ignoró por completo y se fue.


Después de entrar detrás de Lucas en el laboratorio, Delia se quedó
boquiabierta al ver la habitación.

En una pizarra blanca estaban escritas ecuaciones de reacciones químicas de


descomposición que ella no entendía, los frascos de muestras de órganos
humanos estaban almacenados en estantes blancos ordenados y los tubos de
ensayo de todos los tamaños y longitudes estaban expuestos en sus gradillas
encima de varias mesas. Incluso había unos cuantos ratones adorables en dos
hileras de jaulas rectangulares de alambre blanco que estaban junto a la
ventana.

A Delia le interesaban mucho los animales pequeños. Cuando se acercó a la


jaula y estuvo a punto de agacharse y jugar con los ratones, Lucas la detuvo.

—No te acerques demasiado a ellos. Puede afectar a mi experimento —le


explicó con amabilidad.

Entonces Delia se enderezó y dio unos pasos hacia atrás para alejarse de los
ratones del experimento.

Lucas tuvo que decirle:

»Aunque tú y la Señora Suárez se parecen mucho, tu personalidad es diferente


a la de ella por completo.

—¡Incluso los gemelos tienen personalidades diferentes! —respondió Delia con


una sonrisa.

Al mirarla, Lucas pensó de repente en algo y exclamó sin rodeos:

—Es una pena que estés casada. Nunca he conocido al Joven Miguel, pero he
oído a la Señora López hablar sobre él. Dijo que es bastante poco sociable y
excéntrico y como es un hijo ilegítimo, de alguna manera siente pena de sí
mismo. Incluso se fue de la mansión de la Familia Larramendi hace mucho
tiempo, aparentemente desesperado por estar lejos de ellos.

—No creo que Miguel sea poco sociable o excéntrico y tampoco creo que sienta
pena por ser un hijo ilegítimo. Es trabajador, gentil y amable. Tiene sus propios
ideales, es una persona con una fuerte voluntad y valora la amistad. —Delia
refutó a Lucas sin dudar.

ÉL no pudo evitar sonreír de manera comprensiva.

—Lo apoyas mucho. Eres en verdad la mujer del Joven Miguel.

—¡Eso es porque es mi esposo! —Cada vez que mencionaba a Miguel, una dulce
sonrisa aparecía siempre en su rostro hermoso y encantador.
Cuando vio la sonrisa inocente en el rostro de Delia, Lucas recordó de repente
la frase: «ríndete ante una chica inocente». Todas las chicas anhelaban un
amor hermoso y puro, por lo que solo mostraban su parte más inocente a
alguien cuando estaban enamoradas en verdad. Sin embargo, si este amor
hermoso y puro era destruido...

Lucas volvió en sí de repente. Al darse cuenta de que se había dejado llevar por
sus pensamientos, sonrió mientras le decía a Delia:

—Solo les deseo felicidad a ambos.

—Gracias. —ella asintió y le agradeció con una sonrisa.

Después de eso, Lucas le mostró unas cuantas hierbas que no podía reconocer
para que lo ayudara a identificarlas. Ella no pudo nombrarlas todas y, para
ayudarlo con las que faltaban, se dirigió al dormitorio a buscar el <i>Libro de las
mil hierbas</i> y cuatro libros de medicina más grandes. Su abuela se los había
regalado todos. Por fortuna, encontró el nombre científico y los efectos de las
hierbas restantes.

Después de tomar prestado y examinar el libro gastado por el tiempo, Lucas no


pudo contener la curiosidad.

—¿De dónde sacaste este libro? —preguntó.

—Mi abuela lo escribió. Incluso escribió un <i>Diario médico</i> —respondió


Delia.

Lucas pensó por un momento y preguntó con amabilidad:

—¿Puedes prestarme el <i>Diario médico</i> de tu abuela para echarle un


vistazo también?

—¡Por supuesto! —Delia aceptó sin dudar. Entonces, volvió a su dormitorio para
tomarlo y se lo entregó.

Después de tener los dos manuscritos en sus manos, él se sentó frente a la


mesa y los leyó con cuidado.

Como estaba serio y concentrado en la lectura, Delia no quiso interrumpir, así


que fue a mirar los tubos de ensayo llenos de líquidos de colores que estaban
colocados en la mesa del laboratorio. Durante todo el tiempo que el doctor
estuvo leyendo, ella se paseó por el laboratorio. Solo miraba a su alrededor. Por
mucha curiosidad que tuviera, no tocó ni una sola cosa.

Después de revisar los manuscritos a grandes rasgos, Lucas preguntó:

—¿Tu abuela era una curandera mapuche que trataba tanto a humanos como a
animales? ¿Y hasta sabía de hechicería?
—Sí. —Delia volvió en sí, lo miró y asintió con la cabeza.

—¿Puedo tomar prestados estos manuscritos para hacerles una copia? Te


prometo que no infringiré los derechos de autor de tu abuela —pidió Lucas con
sinceridad.

Delia frunció el ceño pues tenía dudas y no aceptó de inmediato.

Al ver esto, Lucas añadió enseguida:

»¿Por qué no propones un precio? Te pagaré lo que me digas si me permites


hacer una copia.

—No es eso. Pienso que, si crees que estos manuscritos son útiles, puedes
tomarlos y hacer una copia. Espero que puedan ayudarte a tratar a más
pacientes. Además de no infringir los derechos de autor de mi abuela, espero
que no los utilices para obtener beneficios comerciales, incluida la venta
masiva de los remedios de mi abuela. Sé que en el <i>Diario médico</i> hay
algunos que pueden curar enfermedades difíciles de tratar —dijo Delia con
firmeza. Tras una pausa, continuó con impotencia—: Por desgracia, no he
heredado las habilidades de mi abuela.

—En otras palabras, ¿no conseguiste otro manuscrito de magia oriental escrito
por tu abuela? —dijo Lucas mientras fruncía un poco el ceño y miraba a Delia
confundido.

Delia, sorprendida, lo miró también, sin saber lo que acababa de decir.

Al ver que ella no tenía ni idea de lo que estaba hablando, le explicó:

»En el <i>Diario médico</i> de tu abuela había un caso en el que salvó a una


persona envenenada por magia oriental. Estaba registrado qué tipo era y el
antídoto. Mencionó que lo había incluido en el <i>Manuscrito de magia
oriental</i> que escribió.

—¿<i>Manuscrito de magia oriental</i>? —Delia se sobresaltó mientras hacía lo


posible por rememorar sus recuerdos con su abuela.

Si él no se lo hubiese recordado, lo habría olvidado.

—Mi abuela sí escribió un manuscrito como ese. Lo vi cuando era joven, pero
nunca me enseñó hechicería, aunque siempre estuve a su lado. Así que no sé
nada de magia oriental —dijo mientras levantaba la mano y se rascaba la nuca
de forma inconsciente—. No recuerdo dónde lo guardaba. Quizás ya lo quemó.
Dijo que era perjudicial para las personas.

—¿Sí? Entonces quizás esa fue la mejor decisión —dijo él pensativo.

Después de todo, la hechicería no era una buena práctica.


—Sí —Ella asintió con la cabeza.

Con una sonrisa gentil, la consoló.

—Al menos ahora hay alguien que heredará la consulta médica de tu abuela.

—Entonces desde el cielo se alegrará de saberlo —dijo ella sonriente.

Lucas, también con una sonrisa, añadió:

—Escojamos un día en que ambos estemos libres y vayamos a la tumba de tu


abuela para rendirle homenaje.

—Claro —aceptó ella.

—Sabes cocinar, ¿verdad? —preguntó él.

Delia asintió con la cabeza, pero no supo por qué se lo preguntó.

Con las cejas alzadas, Lucas preguntó:

—¿También aprendiste las habilidades culinarias de tu abuela?

—Mi abuela y mi madre me enseñaron, pero supongo que la abuela es mi


maestra principal. Sin embargo, ¡Miguel es mejor cocinero que yo! —dijo Delia
mientras empezaba a derretirse por su propio esposo.

No obstante, Lucas no tuvo paciencia para escuchar sus alabanzas sobre


Miguel y le pidió de manera directa:

—¿Por qué no me cocinas el plato «Tentación de los Dioses»?

Con una mirada de incredulidad, ella preguntó:

—¿Quieres comer eso?

—Cuando se levantó la tapa de la olla, el aroma se elevó. Olía tan bien que los
dioses del Olimpo bajaron a probarlo —asintió él mientras explicaba el origen
del nombre del plato. Mientras sonreía, continuó—: Es un plato tan delicioso.
¿No sabes cómo prepararlo?

—¡Claro que sí! Sin embargo, ya es bastante tarde... —Delia quería rechazar su
petición. La receta no solo era complicada, sino que además incluía un montón
de ingredientes y requería un largo tiempo de preparación.

Pero al parecer Lucas no captó la indirecta y comenzó a relatar incidentes


pasados sin formalismos.
—La última vez que te sentiste mal y Manuel te trajo, yo te traté y la medicina
que utilicé era muy cara.

En realidad, un hombre era todo lo que necesitaba para aliviar los efectos de la
droga en su sistema cuando ocurrió aquel incidente en el Club Nocturno
Tentación. Sin embargo, el problema era que, Manuel, al ser una persona
honrada, nunca se hubiese atrevido a arruinar su reputación. Así que Lucas no
tuvo otra opción que emplear una medicina especial que había creado con
mucho esfuerzo. ¡Pensar en ello ahora todavía le causaba dolor porque el
medicamento era caro en verdad!

—¡Aunque empiece a prepararlo ahora, no podrás comerlo hoy! —dijo Delia con
una sonrisa irónica.

Con las cejas ligeramente levantadas, él replicó:

—¿Quién dice que lo voy a comer esta noche? Esperaba que pudieras comenzar
a prepararlo ahora y así poder desayunarlo al despertar mañana.

—¿Quieres comerlo para el desayuno? —preguntó ella incrédula.

Este hombre era demasiado... Olvídalo, no quería seguir discutiendo con él.

—La nevera de la casa tiene de todo. Echa un vistazo abajo, seguro encuentras
todos los ingredientes que necesitas —le dijo con amabilidad.

Estas palabras la hicieron comprender el mensaje implícito: era obviamente


una orden de desalojo. Ese hombre era su salvador, así que decidió no
preocuparse más y se dio la vuelta para retirarse.

Mientras la veía marcharse, Lucas no pudo evitar sonreír. No entendía por qué
le resultaba divertido intimidar a esta chica de vez en cuando.

Cuando Delia llegó a la cocina, la Señora López ya había limpiado todo y estaba
lista para acostarse, pero cuando la vio entrar en la cocina pensó que aún tenía
hambre y le preguntó:

—¿Tiene hambre, jovencita? Le haré un poco de leche caliente.

—¡No hace falta! ¿Por qué no te vas a la cama? He perdido una apuesta con el
Doctor Lucas y ahora tengo que prepararle una comida —dijo Delia con una
sonrisa incómoda.

La Señora López, como siempre, le mostró su afecto y preguntó:

—¿Qué desea comer el Doctor Lucas? Yo se lo prepararé.

—¡No tienes que hacerlo, de verdad! Admito mi derrota y lo prepararé yo misma.


¡Descansa por hoy! No te preocupes, ¡limpiaré la cocina cuando termine! —
replicó Delia enseguida mientras rechazaba la amable oferta con un gesto de
negación de sus manos.

Al ver esto, la sirvienta no la presionó más, sino que se quitó el delantal y se lo


entregó.

—Póngase esto para que no se ensucie la ropa. ¡Cuando termine vaya a


descansar! —le recordó con amabilidad.

—¡Está bien! —Ella tomó el delantal y asintió con la cabeza de forma obediente.

Cuando la Señora López se fue a la cama, se quedó sola en la cocina para


comenzar la preparación. Según el Doctor Lucas, en la nevera de Manuel había
de todo. En efecto, cuando la abrió, pudo encontrar todos los ingredientes
necesarios para cocinar el plato «Tentación de los Dioses».

Había mejillones, cigalas, merluza, gambas, hinojo, tomates, zanahoria, puerro,


mantequilla, ajo, azafrán, vino blanco y tomillo. Como tenía todo lo necesario,
empezó a buscar los utensilios de cocina. Después de tener todos los
ingredientes listos comenzó a trabajar. Tenía que realizar diversos pasos para
lograr el delicioso plato y debía estar atenta durante varias horas a la
temperatura de la olla, por lo que tuvo que programar alarmas en su celular
para que quedara perfecto. No se percató de que ya era tarde.

Detrás de la cocina estaba el huerto de la Señora López. Al anochecer, el sonido


de las cigarras se oía a través de la ventana y ella lo sentía mientras vigilaba el
fuego. Pasó el tiempo y finalmente se quedó dormida en la encimera de la
cocina.

Al llegar a casa, Manuel pasó por la entrada de la cocina cuando se disponía a


subir y vio que las luces seguían encendidas. Pensó que la sirvienta estaba allí
ocupada y entró a echar un vistazo. En su lugar, vio a Delia sentada en un
taburete alto, dormida con el cuerpo desplomado sobre la encimera. También
allí había una olla y parecía que algo se estaba cocinando dentro. Un delicioso
aroma salía por los agujeros de la tapa y entraba en su nariz.

Sin siquiera pensarlo, se acercó y tomó a Delia en brazos con delicadeza. Era
tarde, debería estar durmiendo en su dormitorio. Dormía tan profundamente
que ni siquiera se dio cuenta de que alguien la había cargado. Con cuidado de
no despertarla, Manuel dio cada paso despacio mientras la sostenía en sus
brazos. La adoraba tanto que deseaba que el tiempo se detuviera en ese
momento para poder estar juntos un poco más, pero, por desgracia, el tiempo
no esperaba por nadie.

Al llegar al dormitorio, la colocó con delicadeza en la cama. Justo cuando


estaba a punto de cubrirla con la manta, se sobresaltó cuando ella extendió las
manos de repente y le rodeó el cuello con los brazos.
—Miguel, ¡te extraño tanto! —murmuró Delia.

Al mirarla, vio que sus ojos seguían cerrados y que en sus labios se dibujaba
una leve y dulce sonrisa. Era hermosa, pero no era suya. Él ni siquiera podía
estar en sus sueños. Desde que eran niños, siempre había sido superior a su
hermano menor, pero ahora se sentía más derrotado que nunca. Por primera
vez en su vida, sentía envidia de él, incluso celos.

«¿Por qué no soy Miguel?», pensó para sí mismo. Aunque perdiera años de su
vida, estaría dispuesto a intercambiarse con él. Por desgracia, solo pudo ver
cómo la mujer que amaba corría a los brazos de su propio hermano. «Delia, ¡te
amo!». Sin embargo, ni siquiera podía abrazarla para dormir.

Con mucho cuidado, apartó los brazos de ella de su cuello y los colocó sobre la
manta con mucha suavidad para no despertarla de sus dulces sueños.

—Buenas noches, Delia. —«Te amo...».

Se inclinó hacia delante para darle un beso en la frente, pero se contuvo. Dado
el estado actual de su relación, no debía sobrepasar los límites ni desearla más.
Se lo había advertido a sí mismo en innumerables ocasiones.

Apretó los puños con fuerza, se levantó y se fue. Cuando volvió a su dormitorio,
se aflojó la corbata y se quitó el traje sin encender las luces siquiera. Los puso
en un asiento junto a la puerta y se desabrochó la camisa mientras entraba en
el baño. Después de ducharse, comenzó a caminar hacia su cama cuando se
detuvo en seco de repente. Dejó de secarse el cabello con la toalla y con las
cejas un poco levantadas, miró como si hubiera visto algo que le molestara. En
su enorme cama, pudo ver a otra persona acostada. Con desagrado, frunció el
ceño y la miró con frialdad. Era una mujer, cuyo rostro dormido era igual al de
Delia.

No tuvo que pensarlo, sabía que era Mariana. ¿Quién más en esta casa se
atrevería a dormir en su cama excepto ella? Su mirada se tornó gélida y mortal
cuando confirmó que la mujer era, en efecto, Mariana.

Mientras fingía estar dormida, se dio la vuelta con tranquilidad, de manera que
su cuerpo desnudo se mostraba bajo la bata holgada que llevaba puesta.
Separó sus largas piernas y posó de forma sugerente mientras sus pechos
grandes y hermosos se movían al darse la vuelta en la cama. Pensó que él la
había visto, pero en realidad ya le había dado la espalda y estaba llamando a la
Señora López por el móvil para que fuera a su dormitorio.

Mariana abría y entrecerraba ligeramente los ojos y de repente vio a la Señora


López que, medio dormida, la miraba de una manera sombría, como si se la
fuera a comer. Sin dudar, la sirvienta la sacó de la cama con frustración y la
arrastró hacia la puerta. De inmediato, Mariana se despertó y gritó con fuerza
mientras actuaba como si estuviera sorprendida.
Cuando llegaron a la puerta, Manuel le habló a la Señora López con indiferencia,
sin siquiera mirar a Mariana:

—¡Señora López, envía a alguien a cambiar las sábanas!

¿Le estaba llamando sucia? Enfurecida, Mariana comenzó a gritar y a descargar


todas sus frustraciones sobre la Señora López.

—Señora López, ¿qué estás haciendo?

¡Clac! Un sonido procedente de la puerta del dormitorio contiguo puso fin al


instante al alboroto que se estaba produciendo en el pasillo.

Delia, que en realidad se había despertado por la alarma de su teléfono, salió de


la habitación bostezando. Aunque no sabía quién la había traído, tenía que bajar
a revisar lo que estaba cocinando.

—Ustedes... —Empezó a decir en su estado de sueño y confusión mientras


miraba a la Señora López y a Mariana, que parecían estar discutiendo.

Justo cuando esta última estaba a punto de enfocar su ira en Delia, Manuel la
interrumpió en el momento en que abrió la boca, antes de que pudiera decir una
palabra.

—¡Vuelve a dormir! —le dijo impasible a Delia a modo de regaño desde el interior
de la habitación.

Aunque no lo vio, ella se percató por el tono de su voz de que Manuel estaba
molesto en verdad.

Al oír eso, en el rostro siniestro de Mariana se dibujó enseguida una sonrisa y


se acomodó su largo cabello detrás de las orejas de forma coqueta. Después
de mirar a Delia, instruyó a la Señora López de un modo grosero:

—Manuel y yo ensuciamos las sábanas. Cámbialas por unas nuevas, ahora.

—De acuerdo —respondió la sirvienta molesta, pero aun así asintió.

Aunque no entendía toda la situación, Delia comprendió lo que Mariana quería


decir y bajó las escaleras sin hacer más preguntas.

Mariana volvió al dormitorio alegre. Nunca esperó que Manuel la envolviera en


las sábanas como una momia y la empujara a un pequeño compartimento de la
habitación.

—Ya que te gusta crear problemas, dormirás en este compartimento a partir de


ahora —dijo Manuel mientras la miraba con ojos sombríos. Luego, cerró
impasible la puerta del compartimento por fuera.
Mariana se quedó paralizada durante un rato antes de reaccionar y salir de las
sábanas. Se arrastró hasta la puerta, la golpeó con fuerza con los puños y gritó:

—Manuel, ¿qué significa esto? ¡Déjame salir ya!

Gracias a la magnífica habitación insonorizada, nadie podía oírla desde el


exterior a pesar de que estaba gritando muy alto.

Mientras tanto, la Señora López cambió las sábanas y se fue de manera


respetuosa sin decir nada.

En el compartimento, Mariana ardía de ira al ver cómo Manuel volvía a montar


un espectáculo para Delia. ¿Realmente tenía tanto miedo de que ella conociera
sus verdaderos sentimientos? Bueno, si era así, ¡entonces ella se lo revelaría!
Sin embargo, cuando lo pensó de nuevo, se dio cuenta de que no sería una
buena estrategia. Le había costado mucho esfuerzo hacer creer a Delia que él
la amaba a ella. Si iba a contarle la verdad, ¿no sería lo mismo que dispararse
en su propio pie?

Ahora Manuel ya no podía retractarse. Mariana ya había sido presentada al


Patrón y a la Señora Larramendi como la prometida. De hecho, a sus futuros
suegros les agradaba mucho, así que ¿de qué tenía que preocuparse? En vez de
tener una pelea a muerte con Manuel, podría intentar que Miguel y Delia se
unieran aún más para que tuvieran un hijo lo antes posible y así Manuel se
rendiría por completo. Con este pensamiento, estuvo calmada durante la
noche.

Al día siguiente, Delia colocó el plato «Tentación de los Dioses» en la mesa del
comedor.

Todas las mañanas, Manuel era siempre el primero en levantarse y bajaba


después de cambiarse, con pasos ligeros y silenciosos.

Delia, absorta en el arreglo de los platos, no se dio cuenta de que Manuel


estaba detrás de ella.

—¿Qué es eso? —preguntó él.

Sobresaltada por la voz que oyó de repente detrás de ella, exclamó:

—¡Manuel! —Sostuvo un plato para taparse la boca mientras lo saludaba—:


Buenos días.

—Buenos días, ¿qué has cocinado? Sírveme un plato —dijo él mientras agarraba
una silla y se sentaba a la mesa.

Ella enseguida llenó un plato de sopa y se lo alcanzó.

—Este es el plato «Tentación de los Dioses» que el Doctor Lucas quiere comer.
—¿Sabes cómo prepararlo? —La miró sorprendido.

Delia se sentó frente a él y sonrió mientras decía:

—Vi a mi abuela prepararlo cuando era niña, pero ella hacía una versión con
ingredientes silvestres. Utilizaba verduras silvestres, mariscos y pescado fresco
y los cocinaba en una olla. La que ella hacía era más deliciosa que la que acabo
de hacer.

—¿Tu abuela te educó cuando eras niña? —preguntó con tranquilidad.

Al mencionar a su abuela, no pudo evitar contarle los hermosos recuerdos que


compartió con ella.

—Cuando era joven, vivía con mi abuela al pie de una montaña. Había campos,
árboles frutales y una granja sembrada de verduras. Incluso tenía un gato, un
perro y dos cabras. Cuando subíamos a la montaña, además de enseñarme las
hierbas silvestres, la abuela también llevaba un arco y flechas. A menudo
cazaba y conseguía alimentos allí mismo: las palomas que volaban, los peces
del arroyo, las gambas y los cangrejos que se escondían en el barro, las liebres
que corrían por los alrededores, las verduras silvestres que crecían entre los
arbustos y las setas enterradas bajo las hojas podridas. Siempre que fueran
comestibles, las traía a casa y me preparaba una comida magnífica. Yo
encendía el fuego y lo vigilaba mientras ella cocinaba. Cuando la deliciosa
comida estaba lista, nos sentábamos a comer frente a la chimenea. Los platos
eran los más exquisitos y únicos del mundo...

Su infancia fue la época más feliz e inolvidable de su vida, pero de alguna


manera sentía que faltaba alguien en sus recuerdos. Alguien había estado allí
durante la época más feliz de su vida. Sin embargo, había olvidado quién era
esa persona. Mientras hablaba, comenzó a bajar la voz porque se dio cuenta de
que Manuel estaba concentrado en su desayuno y no parecía importarle
escuchar las historias de su pasado. De repente, el silencio se apoderó de la
habitación.

—¿Por qué has parado? —Él levantó la mirada y preguntó.

Ella se sobresaltó, esbozó una incómoda sonrisa y contestó:

—Ya terminé.

—Qué interesante —replicó él con calma.

Delia miró a Manuel y parpadeó.

¿Entonces estaba escuchando? Ella había pensado que...


Se dio cuenta de que Manuel, al igual que su hermano, nunca la había
despreciado porque vivió en el campo y eso la hizo sentirse feliz. De hecho,
aunque la Familia Larramendi tenía un enorme negocio familiar, aparte del
Patrón Larramendi y la Señora Larramendi, nadie había despreciado nunca sus
orígenes.

Aunque el patrón parecía indiferente, en realidad se preocupaba mucho por


Miguel. Por otra parte, este parecía estar resentido con él. Ni siquiera Delia
podía describir exactamente ese sentimiento.

Manuel bajó la cabeza, tenía miedo de mirarla, no poder contenerse más y


robársela a su hermano. Tenía que seguir resistiendo la tentación.

El ambiente jovial que había entre ellos se disipó cuando Mariana bajó las
escaleras. Si la Señora López no hubiese entrado a limpiar el dormitorio,
Manuel se habría olvidado de ella por completo.

—Manuel, ¿por qué te has levantado de la cama sin despertarme? Me sentí muy
vacía al abrir los ojos y no verte a mi lado —le dijo Mariana al oído de forma
insinuante y con los labios en forma de puchero, luego de acercarse a él
arrastrando las pantuflas y ponerle los brazos alrededor del cuello por detrás.
Su objetivo era actuar de forma seductora delante de Delia para que él no la
apartara.

Después de mirar a Mariana, Delia bajó la mirada y tomó su sopa en silencio. Se


preguntaba si debería comportarse como ella, de forma coqueta, con Miguel
para añadir intimidad a su relación.

Al ver cómo Mariana actuaba a propósito, Manuel se levantó con una mirada
inexpresiva en su rostro e ignoró por completo todo lo que ella decía.

—Te espero en el auto. Vayamos juntos a la oficina —le dijo él a Delia con voz
fría y se fue.

Después de que Mariana lo vio salir por la puerta principal, su expresión cambió
en un segundo y empezó a regañar a Delia.

—¿Estás dando por sentado el dinero de Manuel? ¿Crees que es fácil proveer
para esta casa? Es tan temprano y estás preparando este manjar tan pesado en
la mañana. ¿No sabes que es mejor para el cuerpo tomar comidas más ligeras
en el desayuno? ¿Tampoco sabes que un desayuno saludable tiene que tener
fibra dietética? En cambio, has preparado pescado y mariscos. ¿Acaso intentas
tomar mi lugar y despilfarrar el dinero a tu antojo?

No había oportunidad para refutar, Delia se quedó atónita con todo lo que dijo
Mariana. Después de todo, tenía razón, esta era su casa. No podía vivir aquí
tranquila como si fuera la suya solo porque Manuel era el hermano mayor de su
esposo; Mariana fue su mejor amiga, la Señora López y ella se llevaban bien y el
Doctor Lucas era amable con ella. Antes, siempre estaba sola, pero desde que
Miguel empezó a ocuparse del trabajo para pagar su deuda se había sentido
muy sola. Ahora, de repente, había mucha gente que vivía con ella. Ya no comía,
ni veía la televisión, ni hacía las tareas de la casa sola. El ambiente aquí era
animado y tenía la calidez de un hogar, tanto que casi se olvidaba del suyo. Las
palabras de Mariana fueron como una bofetada en la cara que la despertó.

—Lo siento —se disculpó sinceramente con la mirada baja.

Mariana cruzó los brazos y no pudo evitar levantar las cejas con aire triunfante.
De hecho, tenía que establecer su autoridad frente a Delia. Al fin y al cabo, ¡ella
era la señorita de la Familia Larramendi! Aunque no lo fuera en verdad, a los
ojos de todos, ¡era en efecto la futura esposa del Señor Larramendi! Aunque no
podía manejar a Manuel, no estaba de más minimizar a Delia. A partir de ahora,
por cada sufrimiento que Manuel le causara, ella reflejaría su frustración en
Delia.

—Lo dejaré pasar esta vez, pero te lo advierto, ¡nunca más vuelvas a hacer algo
así! Es una pena tener que lidiar con este asunto trivial tan temprano en la
mañana. Ni siquiera te has dado cuenta de que estás viviendo bajo el techo de
otra persona y ya te crees la dueña. —Puso los ojos en blanco, luego subió las
escaleras y gritó—: Señora López, baja rápido a preparar el desayuno. Tengo
hambre.

Con los labios contraídos, Delia llevó los platos y los cubiertos a la cocina,
subió a tomar su bolso y salió de la casa con seriedad.

Fue un descuido suyo. Por un momento, había olvidado cuál era su lugar. Con la
cabeza baja, bajó las escaleras y solo la levantó cuando llegó al final. El lujoso
auto de Manuel se detuvo justo delante de ella y el chofer ya había abierto la
puerta trasera para que entrara. Subió al auto de inmediato y dijo a modo de
disculpa:

—Siento haberte hecho esperar. —Manuel llevaba un rato esperando en el auto.

Él se limitó a echar un vistazo al espacio que había entre ellos y dijo con
indiferencia:

—¿Soy el diablo? Hay mucho espacio en el centro, pero aun así te sientas
pegada a la puerta.

Ella se sorprendió y se sintió un poco incómoda. Solo movió un poco el cuerpo


hacia él.

La puerta se cerró y el chofer corrió hacia el asiento del conductor, se subió y


arrancó el auto.
La noche anterior, Delia no consiguió dormir bien porque estaba cocinando y
ahora que estaban en camino, empezó a caer en un estado de somnolencia
involuntario mientras sostenía su bolso.

Manuel, que estaba leyendo una revista de finanzas en su tableta, al notar que
se había quedado dormida se movió para sentarse junto a ella. Al cabo de un
rato, se durmió por completo y el peso de su cuerpo la hizo inclinarse hacia la
ventana. Él, preocupado porque se sobresaltara y se despertara, de inmediato
la sujetó por el hombro para evitar que se inclinara más. Sin darse cuenta, su
cuerpo se inclinó hacia él hasta que apoyó la cabeza en su brazo de manera
natural. Manuel se acomodó despacio para que pudiera descansar sobre su
hombro y así pudiera dormir de forma más placentera. Con solo girar el cuello
un poco, pudo oler su cabello. Era el mismo aroma inolvidable que sintió la
primera vez que la besó, un ligero olor a cítricos, a limón...

Pronto llegaron a la entrada de la Torre del Grupo Larramendi, el chofer detuvo


el auto y se volvió para mirar a Manuel y esperar sus instrucciones.

Al ver que Delia seguía durmiendo, el Señor Larramendi levantó su otro brazo y
dibujó un círculo en el aire con su dedo índice. El chofer asintió para mostrar su
comprensión, volvió a poner en marcha el auto y condujo alrededor del edificio.

Estar así, quieto, no era una tarea difícil para Manuel. Solía sostener un arma de
francotirador y permanecer inmóvil en la selva durante horas junto a sus
camaradas. Aunque una serpiente venenosa o un insecto se arrastrara por su
cuerpo o su cara, podía permanecer calmado, sin moverse para esperar a que
su enemigo cayera en la trampa y acabar con él de un solo golpe.

Finalmente, comenzó a sentir que el brazo en el que Delia se apoyaba se le


entumecía. Aunque se suponía que debía estar incómodo, solo sentía como si
hubiese hormigas que caminaban por su brazo. Era una sensación de
adormecimiento diferente que le hacía querer rascarse, pero como tenía miedo
de despertarla, se aguantó y permaneció inmóvil.

Mientras soñaba, las cejas de Delia se relajaron y su boca formó una ligera
sonrisa, sus labios carnosos brillaban como la miel bajo la luz tenue que
entraba por la ventanilla. Manuel apartó la vista para mirar hacia afuera, no se
atrevió a seguir observando sus labios tentadores, pues temía no poder
resistirse.

Alrededor de la Torre del Grupo Larramendi había una amplia carretera


asfaltada y a lo largo de la acera estaban plantados varios pinos altos. Fue su
abuelo quien lo hizo plantarlos cuando era joven porque un soldado debía
mantenerse erguido como un pino. En aquel entonces, había dicho que quería
ser un soldado como su padre, que protegía el país. Su abuelo se lo permitió y
ahora, ya había crecido, así como los pinos, que estaban altos y frondosos.
Ese momento, con Delia a su lado, se sentía como una eternidad, como si el
tiempo se hubiera detenido. No quería moverse y prefería quedarse sentado allí
para siempre. Ahora, cada momento que pasaba con ella era algo que valía la
pena conservar.

Mientras tanto, en la casa de Manuel, el Doctor Ferrero pidió su plato


«Tentación de los Dioses» en cuanto se despertó, pues llevaba mucho tiempo
deseando comerlo.

En realidad, Mariana le había ordenado a la Señora López que tirara a la basura


la olla que había preparado Delia. Sin embargo, después de probar un plato, la
sirvienta lo encontró muy sabroso y no tuvo el valor de hacerlo, así que lo
guardó en secreto.

Cuando Lucas pidió el plato, la Señora López lo calentó de inmediato y se lo


sirvió. Delante de Mariana, elogió:

—¡La joven tiene muy buenas habilidades culinarias! Pruébelo, Doctor Ferrero.

—Señora López, ¿no te dije que lo tiraras? —preguntó Mariana molesta mientras
comía su sándwich en la mesa del comedor.

La sirvienta respondió:

—La joven se pasó toda la noche preparándolo para el Doctor Ferrero.

—Esa chica tonta es sincera en verdad —dijo él, conmovido por sus esfuerzos.

—No está bien que la llames chica tonta. Después de todo, está casada.
Aunque es la esposa de mi cuñado, debes dirigirte a ella como Señorita
Larramendi. Usted también, Señora López. ¿Qué es eso de dirigirse a ella como
joven? También deberías llamarla Señora Larramendi para recordarle
constantemente que es la esposa de Miguel. Es también una manera de que
conozca su posición y no sobrepase los límites en esta casa —dijo Mariana en
tono dominante y con la barbilla levantada.

Lucas y la Señora López se miraron y no pudieron evitar soltar una carcajada.

—Ya está ocupándose de esos asuntos incluso antes de estar casada con
Manuel. ¡Qué bien! ¡Tiene madera de señorita de la casa!

—Así es. Manuel me adora y escucha todo lo que le digo —respondió ella con
un aire aún más triunfante.

Al ver lo orgullosa que Mariana estaba de sí misma, la Señora López frunció los
labios y puso los ojos en blanco mientras se burlaba en silencio de sus
sentimientos ilusorios. «¡Es imposible que al Señor Larramendi le guste una
mujer como usted!».
Lucas preguntó en broma mientras reía:

—¿Y si un día Manuel cambia de opinión y decide no casarse con usted? ¿Qué
haría entonces?

—Él se casará conmigo. Después de todo, soy su salvadora. Además, ya ha


tomado mi cuerpo y mi corazón, no creo que quiera ser tildado de desalmado.
Si el presidente del Grupo Larramendi abandona a su salvadora y esposa, que
ha pasado por momentos difíciles con él, y se va con otras mujeres,
definitivamente el valor de las acciones del Grupo se verá afectado cuando
todos lo sepan. ¿No te parece, Lucas? —contestó ella de forma calculada e
maquinadora.

Cuando terminó de decir esto, sin querer sus miradas se encontraron y él vio en
sus ojos una malicia que lo hizo estremecerse.

La sonrisa de Lucas desapareció poco a poco ante la sorpresa que le causaron


sus palabras y no supo qué responder. Aunque su aspecto era idéntico al de
Delia, sus personalidades eran tan diferentes como el día y la noche. Delia tenía
una frescura natural, mientras que Mariana siempre estaba tramando algo en
su corazón. «¿Manuel en verdad se enamoró de una mujer así?». Tenía la
sensación de que, si se casaban, Mariana sería un gran problema en el futuro
para su amigo.

—¡Vaya, mira qué preocupado estás por Manuel! ¡Solo estaba bromeando
contigo! Él nunca me traicionará. —Fingió que se trataba de una broma en un
intento de suavizar el ambiente al ver que él se quedó callado durante un rato.

Con una sonrisa, Lucas contestó:

—No se preocupe. Mientras no le mienta, nunca la traicionará. Estuvimos en el


ejército, así que la lealtad nos importa mucho. No es necesario decir que
odiamos las mentiras y la traición.

De repente, ella se quedó sin palabras para responder.

Mentiras... Así es. Ella le había mentido primero al hacerse pasar por Delia y al
actuar de forma tan autoritaria en la Familia Larramendi. ¡No, ella no le mintió!
«¡Todo fue culpa de Manuel y Delia!», pensó enfurecida, mientras le echaba
toda la culpa a los demás. No estaba equivocada. De hecho, era la más
inocente.

Como no podía leer sus pensamientos, Lucas decidió que mantendría la


distancia con ella a partir de ahora.

Mientras tanto, por la empresa se había extendido la noticia de que el auto de


lujo del Presidente Larramendi estaba dando vueltas por el edificio. El trabajo
comenzó a las 9 de la mañana y su auto había entrado en el recinto del edificio
a las 8:30, pero no entró en el aparcamiento del sótano hasta las 10 de la
mañana.

Cuando se despertó y vio que se había quedado dormida sobre Manuel, Delia se
enderezó de inmediato y se apartó. Agachó la cabeza y dijo:

—¡Lo siento!

—Ya es tarde —dijo a propósito con voz fría mientras lucía inexpresivo.

Ella estaba un poco aturdida, cuando se recuperó tomó su bolso enseguida y


salió corriendo del auto.

Manuel también salió y giró el brazo para permitir que la sangre fluyera. Por fin
pudo volver a moverse.

El chofer lo miró, atónito. Le resultaba difícil imaginar que su jefe, que


normalmente era impasible, severo y reservado, tuviera una debilidad.

Delia estaba muy sofocada por la carrera y después de registrarse en su propia


oficina se percató de que llevaba más de una hora de retraso. ¡Ya eran las
10:30 de la mañana!

Con cara de asombro y aún jadeando con fuerza, se sentó en su escritorio. Su


colega Laura Quirós, que estaba sentada frente a ella, tomó un dibujo y rodó su
silla hasta ella con el pretexto de discutir una cuestión de trabajo.

—¡Delia, hoy tu cuñado se comportó como un loco! —dijo en voz baja mientras
se llevaba el dibujo a la boca.

—¿Cómo que se comportó como un loco? —preguntó Delia con una mirada de
desconcierto.

—Esta mañana, muchos vieron su auto entrar en el recinto del edificio a las
ocho y media de la mañana y, en lugar de estacionarse, siguió dándole vueltas
al edificio. Solo entró al estacionamiento del sótano cuando entraste a la
oficina —se explicó Laura dubitativa.

Delia estaba sorprendida. Tal vez Laura no conocía la razón suporacente, pero
ella sí. «Manuel quería dejarme dormir bien. ¿Sería por eso?». Delia sacudió la
cabeza con fuerza para negar aquel pensamiento. ¿Por qué haría eso? ¡No
había ninguna razón para que se comportara así! Quizás solo era de esa clase
de hombres considerados, a juzgar por cómo se comportaba con Mariana. Por
otra parte, Miguel también era un hombre muy considerado, así que ese debe
ser un rasgo común de los hermanos. Esa idea la puso de mejor humor. Cada
vez que pensaba en Miguel, sacaba el móvil para enviarle un mensaje
diciéndole lo mucho que lo echaba de menos.
»Ah, ¡y todavía no te he contado el resto! Ahora todos cuchichean. ¡Dicen que
hay algo raro con la orientación sexual del presidente! —continuó Laura
hablándole al oído en voz baja.

Lo dicho captó la atención de Delia, que la miró alarmada. Al ver la expresión de


sus ojos, Laura sacó su móvil para mostrarle los comentarios del grupo de
WhatsApp. Delia se divirtió leyendo los mensajes; pero, al mismo tiempo, vio
que los mensajes sobre Manuel no tenían fundamento.

Las muchachas que estaban cotilleando sobre él eran nada menos que las
mismas que Manuel había rechazado, y había sido precisamente Delia quien
había servido de intermediaria. Aunque las muchachas eran bonitas y tenían
estilo, al punto de ser admiradas como las bellezas de la empresa, no
necesitaban recurrir a tácticas tan maliciosas para destruir a una persona, solo
porque no hubieran sido correspondidas.

»¡No comentes con nadie que te he enseñado esto! —le pidió Laura muy seria—.
Como eres la cuñada del presidente, nadie te agregó al grupo. Temían que las
delataras.

Delia sonrió con desgano y asintió. De repente, sintió que debía solidarizarse
con Manuel y pensó en la noche anterior, cuando Mariana le había ordenado a
la Señora López que cambiara las sábanas.

—Él y Mariana se entienden bien. Anoche, le pidieron a la Señora López que les
cambiara las sábanas, incluso a media noche —pensó Delia en voz alta.

Al escucharla, Laura se sonrojó. Delia soltó una carcajada al ver su cara. Ahora,
los comentarios sobre la orientación sexual de Manuel Larramendi se
disiparían sin mucho esfuerzo.

—¿Tu cuñado ya está casado? —preguntó Laura curiosa.

—No se ha casado, pero está comprometido —le respondió Delia en tono serio y
negando con la cabeza, y añadió—: Viven juntos y él la trata de maravillas. Le da
todos los gustos. ¡A menudo ella presume de ser la mujer más feliz del mundo!

—¡Ya veo! —Laura parpadeó. No parecía haber quedado muy satisfecha. Frunció
los labios y los arqueó en un gesto de tristeza.

Delia dejó de cuchichear con Laura, se acomodó en su asiento y se puso a


trabajar en un borrador que debía cargar en la computadora más tarde. Laura,
por su parte, volvió a su escritorio decepcionada y comenzó a teclear distraída.

Delia prefería ocupar su tiempo en su diseño antes que en cotilleos inútiles.


Con sus palabras, había reparado la reputación de Manuel. Delia sabía
perfectamente que Laura correría la voz y, como esperaba, las trabajadoras
amantes del cotilleo no volverían a hablar sobre la orientación sexual de
Manuel. Las muchachas de la empresa tampoco volvieron a pedirle que le
llevara presentes a Manuel como muestras de su afecto.

Delia no sabía qué era odiar por no poder conquistar lo amado, así que no podía
entender los sentimientos de sus compañeras, que habían sido rechazadas por
Manuel. Sin embargo, no obtener lo que se ama no se comparaba con ser
traicionado en el amor. ¡Eso era aún más triste! Delia ya lo había experimentado
una vez y esperaba no vivirlo de nuevo. Ella estaba segura de que Miguel no la
traicionaría.

Durante el almuerzo, en la cafetería, pedía consejos a sus compañeras casadas


sobre cómo mantener una relación después del matrimonio. Al ver la
preocupación de Delia por la vida de casada, Laura comentó:

—El matrimonio es como el amor. A veces, mientras más te aferras a él, más
probable es que lo pierdas.

—Es que siento que se alejará más de mí, si no me aferro —se lamentó Delia.

—¿Tu esposo está de viaje por negocios? —preguntó Laura. Delia se limitó a
asentir con la cabeza—. ¡Si tantas ganas tienes de verlo, entonces deberías
tomarte un día libre e ir a su encuentro! —le dijo Laura sonriendo.

—¿Ir a verlo? —peguntó Delia sorprendida.

—¡Parece que, para ti, la relación con tu esposo es más importante que el
trabajo! Ya que lo echas tanto de menos —continuó Laura con una sonrisa—,
compra un boleto de avión y ve con él. El cariño se hace más fuerte con la
distancia. Si están juntos, el viaje de negocios podría convertirse en unas
vacaciones.

—¡Tienes razón! ¿Por qué no se me ocurrió antes? —admitió Delia mientras


aplaudía de la emoción.

Al ver el rostro puro de Delia, una sonrisa sincera se dibujó en los labios de
Laura. Después de tantos años de trabajo, se hacía difícil encontrar a una mujer
tan inocente en materia de relaciones. De hecho, mientras más inocente era
una mujer en una relación, más tonta era. Al principio, había querido burlarse de
los sentimientos de Delia, pero se había dado cuenta de que no tenía ningún
derecho a hacerlo.

Delia quería poner en marcha de inmediato lo que había decidido, de modo que,
después del almuerzo, comenzó a trabajar en sus diseños con ahínco. Solo si
terminaba las tareas a su cargo, podría ir al encuentro de Miguel sin
preocupaciones.

Al terminar la jornada laboral, a las cinco de la tarde, todos recogieron sus


cosas y se prepararon para dejar sus cubículos. Cuando Laura se disponía a
irse, solo quedaba Delia en la oficina. Antes de marcharse, le aconsejó que no
se quedara trabajando hasta muy tarde. Delia le sonrió, asintió con la cabeza y
continuó trabajando en sus proyectos de diseño.

Aunque quería terminar los proyectos lo más rápido posible, no se olvidó de sus
principios ni de la calidad del trabajo. Se puso en el lugar del cliente e incorporó
con cuidado los detalles en su diseño.

Entretanto, Manuel había estado desde las cinco hasta las seis de la tarde
esperando en la puerta principal del edificio y seguía sin ver a Delia salir.
Entonces, decidió bajar del auto y volver a entrar en el edificio. Los dos guardias
que allí se encontraban creyeron que Manuel había regresado para hacer una
verificación al azar, se sobresaltaron al saludarle y no se atrevieron a
holgazanear.

Manuel fue directo al Departamento de Diseño. Llegó a la puerta principal de la


oficina colectiva y miró a través del cristal. Todosí encontró a Delia, absorta en
el trabajo en su cubículo. Ya todos se habían marchado, pero ella seguía
ocupada. Manuel sacó su teléfono móvil y, con el ceño fruncido, llamó al jefe
del Departamento de Diseño.

—¿Por qué Delia Torres es la única trabajadora que hace horas extras? —
arremetió Manuel contra el jefe de departamento con voz fría y hostil.

—¿Cómo? No puede ser. No le he asignado tanto trabajo a la joven. De hecho, el


cliente que encargó su proyecto no tiene prisa y tenemos un plazo amplio para
completar ese trabajo. No hay necesidad de que ella haga horas extras.

El jefe del departamento estaba tan nervioso que su voz se sentía un poco
débil. Temía que el Presidente Larramendi pensara que estaba maltratando a
Delia. Manuel le colgó el teléfono sin dar más explicaciones.

Mientras tanto, Delia, ajena a lo que sucedía fuera de la oficina, encendió la


lámpara de su escritorio y continuó trabajando con diligencia en su diseño. Sin
percibirlo, las manecillas del reloj se desplazaron de las seis de la tarde a las
nueve de la noche. Después de cargar el trabajo en su computadora, suspiró
aliviada y se estiró en la silla. Guardó el archivo y apagó la computadora antes
de recoger su bolso y salir.

El rugido de su estómago hambriento se podía sentir en aquella oficina vacía


donde no se escuchaba más que sus pasos y su propia respiración. Los ruidos
esta vez retumbaban más que de costumbre y le daban escalofríos. Delia
aceleró el paso, llegó al ascensor y pulsó el botón a toda prisa.

Durante el día, el edificio estaba tan lleno de vida que era casi como un centro
comercial, pero cuando llegaba la noche… Delia tragó saliva inconscientemente
y, al ver que el ascensor no se movía después de un rato, volvió a pulsar el
botón varias veces. Aun así, todo seguía igual. De repente, oyó unos pasos
pesados que se acercaban a ella poco a poco. En esa planta no había nadie,
solo ella, y ya había dejado de caminar para esperar el ascensor. Así que
aquellos pasos detrás de ella…

Su corazón comenzó a acelerarse mientras agarraba con fuerza su bolso.


Sentía la sangre recorrer todo su cuerpo y un sudor frío le surcó la frente. El
sonido de los pasos se oía cada vez más cerca. Un destello de luz blanca la
iluminó de repente y agrandó su sombra en la pared. Asustadísima, se aferró a
su bolso y se marchó.

No había logrado ver a la persona que estaba detrás de ella; pero, cuando
corrió, la persona empezó a correr también. De inmediato, oyó otra serie de
pasos y, en su pánico, se tropezó con alguien. Una mano firme y cálida la
agarró del brazo con firmeza y amortiguó su caída. Todas las luces del pasillo
se encendieron. Delia levantó la vista confundida y sus ojos se encontraron con
el rostro apuesto y escultural de Manuel Larramendi.

—¡Presidente Larramendi, buenas noches! —lo saludó alguien que se


encontraba detrás de Delia.

Cuando Delia miró hacia atrás, vio a un guardia de seguridad con su uniforme y
una linterna en la mano que saludaba a Manuel con respeto. Manuel por
instinto sujetó a Delia, que había corrido a sus brazos, y miró al guardia de
seguridad.

—Haz tu ronda en otro sitio —le ordenó.

—¡Sí! —le respondió el guardia con un gesto de respeto y se marchó.

Durante toda la conversación, Delia parecía aterrorizada y se abrazaba a la


cintura de Manuel con fuerza. Todavía estaba asustada y confundida. Manuel
esperó a que el guardia se marchara para hablarle:

—Hace un rato se cortó la electricidad.

Después de recuperarse del susto y ver que había perdido la compostura, Delia
se apresuró a soltarlo.

—Manuel, ¿por qué sigues aquí? —preguntó para cambiar el tema, en su afán de
ocultar su vergüenza por lo que había pasado.

Manuel levantó la mano para ver la hora en su reloj y le respondió


despreocupado:

—Me quedé trabajando hasta tarde. —En realidad, no se había quedado


trabajando, sino que estaba esperando por ella.
En ese momento, el estómago de Delia comenzó a sonar otra vez y el ambiente
se tornó incómodo de nuevo.

Con el rostro inexpresivo, Manuel se dirigió al área de espera del ascensor y


presionó el botón. Ella se apresuró a seguirlo y, una vez dentro, se mantuvo
inconscientemente a cierta distancia de él, como hacía siempre. Delia no reparó
en que Manuel había pulsado el botón para subir y no para bajar.

La campana del ascensor sonó y las puertas se abrieron. Solo después de salir,
se dio cuenta de que habían llegado a la oficina del presidente en la última
planta.

»Tengo hambre, prepárame la cena —ordenó Manuel indiferente al salir del


ascensor.

Delia lo miró incrédula y preguntó con desconcierto:

—¿No es mejor cenar en casa? ¿Por qué quieres cenar en la oficina?

—El chofer pidió terminar hoy su jornada más temprano y no quiero conducir
porque estoy cansado —respondió Manuel con tranquilidad. ¿Significaba eso
que no pensaba volver a su casa esa noche? Las comisuras de sus labios se
crisparon.

Delia levantó un poco la cabeza para mirar al apuesto rostro de Manuel y le dijo
con timidez:

—Entonces pediré un taxi para ir a casa.

Sin decir nada más, Manuel decidió ignorarla y se dirigió directo a su despacho.
El segundo piso de su oficina estaba tan bien habilitado que ni siquiera
necesitaba ir a casa, ¡pero no se podía decir lo mismo de ella!

Estaba a punto de irse cuando de repente pensó en otro problema. Aunque


consiguiera un taxi para volver a casa esa noche, ¿cómo iba a llegar al trabajo
al día siguiente desde la casa de Manuel? Su casa estaba aislada y lejos del
centro de la ciudad. Sería difícil encontrar un taxi que estuviera dispuesto a ir
hasta allá a recogerla. Tras un breve debate interno, no tuvo más remedio que
seguirlo hasta su despacho.

Al igual que otras veces, ella cocinaba en el segundo piso, mientras él leía
tranquilo abajo. Cuando la comida estuvo lista, ella le avisó para que subiera. Ni
Mariana ni la Señora López ni Lucas Ferrero ni Miguel Larramendi estaban allí.
Solo estaban ellos dos, disfrutando de su cena en paz. Manuel estaba muy a
gusto con la situación, aunque no percibió que Delia no se sentía cómoda.

Mientras comía, Delia le enviaba mensajes a Miguel desde su móvil contándole


todo lo que le había pasado en el día. No recordaba cuándo había empezado a
hacerlo, pero ella solo le contaba las buenas noticias, todo lo que la hacía feliz;
las cosas que la entristecían, se las guardaba para sí misma.

Por otro lado, en la <i>suite</i> presidencial de un hotel, Miguel estaba de pie


junto al lavamanos con el cabello mojado y sonreía mientras leía los mensajes
de texto que le enviaba Delia. Sabía todo lo que le sucedía. En cambio, él nunca
le había contado nada de lo que le pasaba allí. Todo lo que le había pasado…
¿Por dónde debería empezar?

Miguel guardó el móvil, abrió el grifo de la ducha y continuó duchándose.


Cuando salió del baño, encontró a Sofía con su camisa blanca abotonada,
tumbada de lado de forma seductora en el diván. La camisa le quedaba
holgada y le cubría hasta la mitad de los muslos, lo que la hacía parecer
delgada y sexi a la vez.

—¡Quítate esa camisa! —le dijo Miguel mientras se secaba el cabello con una
toalla limpia.

Aunque no parecía molesto, lo dicho fue suficiente para causarle desasosiego.

—¡No! —replicó Sofía mientras levantaba las cejas. Se levantó del diván y
caminó hacia él. Cuando estuvo cerca le dijo—: No quiero hacerlo yo. Quiero
que me la quites tú.

Presionó y frotó su cuerpo contra él, le besó el cuello y luego mordió sus orejas
con dulzura. Manuel tiró la toalla a un lado, la cargó y la dejó caer sobre la
cama. Le arrancó la camisa y la rasgó en tiras que luego volaban como
mariposas antes de caer en la alfombra junto a la cama.

Cuando terminaron, ella se echó en sus brazos y le acarició su pecho


musculoso. Hacía un rato, cuando él tenía dificultades para terminar, ella había
tenido que cambiar de método para ayudarlo. Esta vez, Miguel Larramendi al fin
se dio cuenta de quién era la mujer que él quería en realidad. Si no se hubiera
imaginado que Sofía era Delia, no la habría llevado a la cama. De hecho, ni
siquiera la habría deseado. Al pensar en Delia, Miguel apartó a Sofía de sus
brazos y le dijo con tono de frustración:

—No vuelvas a ponerte mi ropa.

—¿Te molestaste? —le preguntó Sofía mientras se inclinaba de nuevo hacia él.
Hizo un mohín con sus labios rojos, le besó la mejilla y continuó—: No te
enfades. No lo volveré a hacer, ¿de acuerdo?

Sin decir más, Miguel se levantó de la cama, se dirigió hacia el bar de la


<i>suite</i> y se sirvió una copa de vino tinto. Luego fue al balcón y se sentó en
un mecedor, encendió un cigarrillo y se lo fumó despacio y en silencio.
En realidad, él no bebía ni fumaba; pero, desde que había sufrido la traición de
su amigo y había empezado a contraer deudas, la presión en su interior lo había
inflado como un globo que podía explotar en cualquier momento con el más
mínimo roce. Así, cuando empezó a quedarse hasta tarde trabajando, fumaba
mientras trabajaba en sus proyectos de diseño. Luego, Sofía le presentaba
proyectos y él necesitaba socializar con peces gordos. Por eso había
empezado a beber de nuevo.

Le llegó una ráfaga de viento vespertino y le pareció escuchar a lo lejos el canto


de Delia. Ella estaba viviendo ahora en casa de Manuel. Según Delia, Mariana
también se había mudado allí desde Ciudad Ribera. Eso quería decir que Delia
ya no cantaría más en el Club Nocturno Tentación.

Miguel sonrió con amargura y, de repente, sintió que se le apretaba el pecho. A


causa de las deudas, había empujado a ambos más allá de los límites. Delia se
estaba convirtiendo en una esclava, ¿y acaso no estaba él también haciendo lo
mismo? El aire del atardecer batía fresco en su rostro, pero se sentía más como
una bofetada que golpeaba sus mejillas.

Al ver la melancólica figura de Miguel desde el interior de la habitación, Sofía se


llenó de tristeza. Desde el principio, siempre era ella quien le servía a él. Miguel
nunca la había amado sinceramente ni la había tratado con delicadeza.
Sentada en la cama, Sofía dejó volar sus pensamientos. Se preguntó si también
era Delia quien servía a Migue cuando estaban juntos. O quizás era Miguel
quien servía a Delia. Todos aquellos pensamientos desordenados se
amontonaban en su cabeza y la llenaban de celos.

Después de fumarse el cigarrillo, Miguel volvió a entrar para darse otra ducha.
Cuando terminó, se puso de pie frente al espejo del baño una vez más. Se
quedó mirando su reflejo sin comprender, juzgándose a sí mismo como si
juzgara a un extraño. Aunque parecía íntegro por fuera, estaba podrido por
dentro. Poco a poco, su reflejo en el espejo parecía burlarse de él. Podía ver un
alma malsana, indecente, codiciosa y en descomposición, que lo devoraba
poco a poco.

«Delia, yo te he perdonado. ¿Me perdonarías tú también?».

Delia se cubrió la nariz y la boca al estornudar. Luego, con la otra mano, sacó
una servilleta de papel y corrió al baño a toda prisa.

Con la mirada baja, Manuel comía en silencio. Su mano parecía no responder a


sus órdenes al tomar el control remoto y, sin querer, ajustar el aire
acondicionado centralizado a una temperatura más elevada. Solo después de
que acabó la cena, le preguntó a Delia por qué se había quedado a hacer horas
extras.
Mientras guardaba los platos, Delia le respondió con una sonrisa:

—Quisiera terminar mi trabajo lo antes posible para poder estar con Miguel.

—¿Eso fue idea de él? —le preguntó Manuel con indiferencia.

—No. Además, él tampoco lo sabe. Lo que pasa es que… ¡quiero acompañarlo!


—Delia se sonrojó y sonrió, mientras una mirada de inocencia brillaba en sus
ojos.

Manuel bajó la mirada inconscientemente y no hizo más preguntas.

Delia terminó de lavar la vajilla y bajó las escaleras de caracol, cruzó los dedos
y se acercó a Manuel, que estaba sentado en su escritorio. Manuel vio con el
rabillo del ojo que ella se acercaba; entonces, puso en pausa el video de un
tutorial de gestión financiera que estaba viendo.

—Manuel, es que… yo…

—En el armario de arriba, la ropa que está al final es toda nueva. Nunca me las
he puesto. De momento, puedes elegir cualquiera y ponértela. Junto a la
lavadora está el estante donde se guarda la secadora. Esta noche, dormirás en
la cama de arriba y yo ocuparé el sofá de aquí abajo. ¿Tienes alguna otra
pregunta?

Manuel le había dicho todo lo que necesitaba saber antes de que ella dijera
nada. Atónita, Delia se quedó paralizada por un segundo antes de responder
con voz débil:

—Te dejo con tus estudios entonces.

Manuel pulsó el botón de reproducción y siguió viendo su tutorial. Aunque


parecía estar sosegado, su corazón latía con fuerza.

Delia, por otra parte, sentía que siempre actuaba de manera extraña cuando
estaba cerca de Manuel; en cambio, él no parecía inmutarse por ella en lo
absoluto. Respiró profundo y se recordó a sí misma que no debía cavilar
demasiado. Manuel amaba a Mariana y, solo por Miguel, la trataba como a una
hermana. Después de repetírselo varias veces, se sintió mucho mejor y, sin
pensarlo más, fue a buscar la ropa para usarla como pijama. Luego, entró en el
baño para ducharse y lavar su ropa.

Cuando Manuel terminó de ver el tutorial, apagó la computadora y fue a


ducharse. Al terminar, vio que la manta de la cama se había caído al suelo y fue
a recogerla. Delia, que estaba profundamente dormida, no tenía ni idea. Tal vez
porque había perdido la manta mientras dormía y sentía frío, se dio la vuelta en
la cama, se tumbó de lado y encogió las piernas.
La camisa de Manuel se ajustaba a Delia como una bata de dormir y
descansaba ligera sobre su cuerpo. El dobladillo de la camisa se había
levantado un poco debido a la posición de su cuerpo y dejaba al descubierto
sus muslos blancos como la nieve y las curvas de sus caderas. Todo aquello
quedó enmarcado en la vista de Manuel como un bello paisaje.

Manuel tragó por reflejo y comenzó a respirar con dificultad. Rígido y con la
manta en las manos, estaba maravillado, pero se apresuró a cubrirle el cuerpo
para tapar la visión que desbordaba sus pensamientos. Miró con detenimiento
su rostro dormido, mientras la Luna lo iluminaba con su brillo a través de la
ventana. Su piel era blanca como la nieve y brillaba como el jade. Sus labios
eran pequeños y formaban un arco tierno y hermoso.

Extendió una mano para apartarle el flequillo de la cara y le acarició la oreja con
cariño. Le tomó un mechón de cabello, se lo llevó a los labios y lo beso con
delicadeza. Esta era su Delia. Esta era la mujer que amaba y estaba a solo
centímetros de distancia. Cada vez que quería abrazarla y besarla, tenía que
reprimir su impulso para que no se notara su interés en lo absoluto. Ocultar su
amor era la manera más difícil de amar.

Levantó la mano y los mechones de cabello se escurrieron entre sus dedos y


cayeron despacio sobre el hombro de Delia. El brazalete de seda negro seguía
en su muñeca. Él mismo le había cortado el cabello y lo había trenzado para
hacer el brazalete, pero ya ella no era su mujer. Se dio la vuelta con agonía y fue
a acostarse en el sofá. No pudo conciliar el sueño, ni siquiera después de
mucho rato.

Delia había dicho que quería estar con Miguel. Miguel, en un viaje de negocios
en compañía de Delia. Cada noche, Delia se echaría en los brazos de Miguel y
dormirían abrazados. Cuanto más lo pensaba, más celoso estaba de su
hermano menor. ¿Qué otra cosa podría ser sino celos? No podía ser otra cosa
ni podía él hacer nada al respecto. Durante toda la noche, Manuel dio vueltas en
el sofá sin poder conciliar el sueño.

Por el contrario, en el piso de arriba, Delia estaba sumida en un sueño profundo.


A la mañana siguiente, se despertó y completó su rutina matutina. Se puso su
ropa limpia y seca, y luego comenzó a preparar el desayuno para ella y para
Manuel. Cuando terminó, bajó despacio la escalera y vio que Manuel seguía
durmiendo, así que volvió a subir a desayunar. Al terminar, tomó su bolso y le
dejó una nota antes de salir de su despacho.

Anoche, había sido la última en salir de la oficina y esa mañana era la primera
en llegar. Llena de energías, Delia siguió trabajando en su diseño. Calculó que
podría presentar su trabajo esa misma tarde.

Cuando Manuel despertó, ya eran las diez de la mañana. Saúl llevaba


trabajando en su despacho desde las primeras horas de la mañana y no lo
había despertado. Al verlo despierto, Saúl se levantó de su escritorio, se le
acercó y, desde su tableta, lo puso al corriente de su agenda para ese día.

Manuel asintió y subió a asearse. Cuando terminó, vio la camisa que Delia
había usado la noche anterior doblada sobre la cama. Sin pensarlo dos veces,
la tomó y se la puso. De súbito, recordó lo que Delia había dicho: quería ir al
encuentro de Miguel. De solo pensarlo, se le pusieron los pelos de punta y
volvió a llamar al jefe del Departamento de Diseño desde su teléfono móvil.

Justo antes de la hora de salida, Delia pudo presentar su diseño al jefe del
departamento, después de haber trabajado en él todo el día. Cuando estaba a
punto de pedirle una semana de vacaciones, él le quiso entregar otra carpeta y
le indicó que debía terminar un diseño para otro cliente.

—Señor, es posible que no tenga tiempo para terminar este proyecto, porque
quisiera pedirle una semana de vacaciones —le dijo Delia al ver la carpeta que
su jefe sujetaba en su mano. Delia no tomó la carpeta y se quedó de pie frente
a su escritorio.

Su jefe levantó la cabeza para mirarla. Se limitó a arrojar la carpeta sobre el


escritorio y la reprendió con severidad:

—Según la política de la empresa, no se puede pedir vacaciones sin tener una


razón de peso, a menos que sea por motivos funerarios o nupciales.
Deberíamos trabajar con más ahínco para alcanzar nuestra meta, pues
estamos a punto de cerrar el trimestre. En cambio, ¿tú pides vacaciones?

—Yo…

Ella trató de hablar, pero él continuó la reprimenda:

—No pienses que por ser la cuñada del presidente puedes hacer lo que quieras.
Ya que trabajas para la empresa, ¡deberías tomarte tu trabajo en serio y
responsabilizarte por él!

—Comprendo —respondió Delia obediente y asintió con un gesto de la cabeza,


mientras tomaba la carpeta de encima del escritorio para salir del despacho de
su jefe.

Laura, que la vio salir del despacho con cara sombría, se levantó a toda prisa
para conducirla a la despensa. Mientras le servía una taza de té, trató de
consolarla:

—¿El jefe rechazó tu solicitud de vacaciones? No te lo tomes a pecho. Dada tu


condición, ¡podrías ir directo a ver a tu cuñado!

—¿Tú crees que sea buena idea? —preguntó Delia y parpadeó.


—¿Por qué no? —replicó Laura con una sonrisa—. Es tu hermano político. Los
hermanos siempre se encariñan con sus hermanas menores. Pedirle
vacaciones a tu cuñado es mucho más eficaz que pedírselas al jefe del
departamento.

Delia sonrió con suavidad mientras miraba a Laura y le respondió distraída:

—¡Lo voy a intentar!

Ese día, Delia terminó puntual su trabajo. Cuando salió del edificio, se encontró
con el lujoso auto de Manuel, que esperaba por ella a la salida. En cuanto la vio,
el conductor bajó de inmediato para abrirle la puerta trasera. Delia agarró su
bolso y subió al auto. Al ver a Manuel, recordó la sugerencia de Laura.

Manuel era el presidente del Grupo Larramendi. Eso quería decir que tanto ella
como su jefe eran sus subordinados. Por lo tanto, sus palabras eran como las
de un emperador. ¡No había manera de que su jefe hiciera caso omiso de sus
palabras!

Las puertas del auto se cerraron y el vehículo comenzó a alejarse. El ambiente


se tornó silencioso, como siempre. Luego de guardar silencio durante un rato,
Delia frunció los labios y miró a Manuel. Lo vio apoyado a la ventanilla con los
ojos cerrados. No quería despertarlo, así que mantuvo la boca cerrada. En todo
el trayecto a casa, no tuvo oportunidad de preguntar nada en lo absoluto.

Después de la cena, Manuel salió con Lucas y de nuevo, para su frustración,


Delia no tuvo la oportunidad de sacar el tema a colación. Encima, ahora que ni
Manuel ni Lucas estaban en casa, Mariana comenzaba con su petulancia una
vez más.

Luego de ayudar a la Señora López con los quehaceres de la casa, Delia estaba
a punto de tomar una ducha y acostarse cuando Mariana la detuvo en la puerta
de su habitación.

Sin previo aviso, Mariana la abofeteó. El golpe la tomó por sorpresa y se mordió
por accidente el interior de la mejilla debido a la fuerza de la bofetada, de modo
que le corría la sangre por la comisura de sus labios. Delia miró furiosa a
Mariana mientras se llevaba la mano a su mejilla ardiente.

Mariana irguió el pecho, cruzó los brazos y le dijo displicente:

—Anoche usaste tu cara, que es igual a la mía, para seducir a Manuel y pasaron
la noche juntos en un hotel, ¿no es así?

—Mariana, tienes la mente podrida —la reprendió Delia con rabia sintiéndose
agraviada.
Enfurecida, Mariana la agarró por el cuello de la blusa y tiró de ella hasta que el
rostro de Delia casi tocaba el suyo. Con los ojos llenos de rabia, gritó enfadada:

—¡¿Tengo la mente podrida?! Delia, ¡eres una zorra! ¡Tienes agallas para hacerlo,
pero no para admitirlo! ¡Ya estás casada con Miguel, pero lo engañaste con mi
Manuel! Hoy, cuando llegó a casa, sentí tu olor en él y tú llevas la misma ropa
de ayer. ¿De verdad esperas que crea que no pasaron la noche juntos en un
hotel? Manuel me ama. Él siempre querrá tener intimidad conmigo cada vez
que me vea. Como tu cara es idéntica a la mía, usaste eso a tu favor, te
aprovechaste de su amor por mí y lo sedujiste, ¿no es cierto?

Al escuchar las palabras de Mariana, Delia no sabía si reír o llorar.

—¿Así que mi cara es idéntica a la tuya? ¿Seguro, Mariana? ¿No eres tú la


desvergonzada aquí?

Mariana era la prometida de Manuel. ¿Cómo era posible que no conociera su


forma de ser?

—Delia, ¡tan zorra! ¡Yo amo a Manuel y no permitiré que me lo arrebates! Te lo


advierto, si te atreves a seducir a mi Manuel otra vez, ¡te romperé la cara! —
maldijo Mariana, que apretaba los dientes mientras le hablaba a Delia.

De súbito, Delia advirtió que Mariana había cambiado. Cada vez se parecía
menos a la Mariana que ella había conocido. Esta mujer era demasiado
aterradora. Era evidente que Mariana se había sometido a una cirugía plástica
para parecerse a ella y, ahora, la acusaba de sacar ventaja de su propio rostro.

—¡Eres realmente irracional y loca! —Delia miró de reojo a Mariana. No quiso


prestarle más atención, así que se fue directo a su habitación. Cerró la puerta
de un tirón y pasó el cerrojo.

Mariana estaba tan furiosa que pateó la puerta, pero eso no bastó para calmar
su ira. Dio una patada en el suelo y dejó escapar un grito antes de bajar
corriendo las escaleras. Entonces, tropezó con la Señora López y la reprendió
sin ninguna razón.

La Señora López, por su parte, se quedó pasmada ante la reprimenda de


Mariana. Al ver que la Señora López aceptaba sumisa y en silencio su regaño,
Mariana terminó por aburrirse, así que solo pudo gritarle enfadada:

—¡Largo! ¡Fuera de aquí!

La Señora López le reviró los ojos mientras la maldecía para sus adentros y
regresaba a su habitación.

En el camino asfaltado afuera de la residencia privada, Lucas Ferrero jadeaba


con fuerza mientras le rogaba a Manuel que tuviera piedad.
—¡Manuel, por favor, déjame ir!

—¿Qué dices? —Manuel se limitó a levantar sus cejas arqueadas.

—Manuel… ¡No! ¡Ya no puedo seguir con esto! ¡No puedo seguir corriendo! Por
favor, ¡apiádate de mí! —Lucas se limpió el sudor de la frente, todavía jadeando
fuerte.

A su lado, Manuel seguía trotando en el lugar mientras le decía indiferente:

—Has comido muchos platillos con muchas calorías. Si no te ejercitas, ganarás


peso y, después de eso, ¿quién se casará contigo?

«¿Qué calorías son esas? ¿Se refiere al plato que preparó Delia, la “Tentación de
los dioses”?». Enseguida, Lucas se dio cuenta. «¡Se está vengando de mí y los
ejercicios le sirven de pretexto!».

Para preparar aquel plato, Delia se había quedado despierta toda la noche y no
había dormido bien. Así que Manuel lo castigaba haciéndole correr un maratón
con él. Lucas no pudo evitar quejarse y le dijo:

—Manuel, creo que Delia te interesa.

—Migue me pidió que cuidara de Delia. Si él se entera de que le pediste a Delia


que te hiciera ese plato en medio de la noche, es probable que saque el cuchillo
para matarte en vez de hacerte correr —replicó Manuel con indiferencia.

Al instante, Lucas miró a Manuel con temor en sus ojos y le preguntó:

—¿Tu hermano es así de terrorífico?

—¿Quién sabe? —Manuel sonrió vagamente y se adelantó en la carrera.

La expresión de Lucas cambió. Se apresuró para alcanzarlo y correr a su lado.

—¡¿Sabes?! ¡He curado a José Juárez de su enfermedad!

—¿En serio? ¿Cuánto te pagó para que aceptaras tratarlo? —Manuel sonrió
intencionadamente.

De inmediato, Lucas le enseñó los cinco dedos de su mano.

—¿Quinientos mil? —Manuel trató de adivinar sin inmutarse.

Lucas negó con la cabeza.

—¿Cinco millones? —Manuel seguía impasible.

Lucas le hizo un guiño a Manuel y sonrió de oreja a oreja.


—¿Qué te parece? ¿No soy genial?

—Una vez curado, volverá a acostarse con cualquier mujer. —Manuel suspiró
con indiferencia.

Lucas se echó a reír al escucharlo. Levantó la mano para darle unas palmaditas
en el hombro a Manuel y le dijo:

—¡No te preocupes! ¡Ya no será tan promiscuo!

—¿Por qué? ¿Te convertiste en Dios y salvaste a ese <i>playboy</i> de sus


costumbres adúlteras? —le preguntó Manuel curioso.

Lucas sonrió con picardía y respondió:

—Ese día, después de que la compañera de clase de su hermana me lo


presentó, le dije que, en el futuro, podía quedar impotente.

—¿Y entonces? —Manuel siguió preguntando.

—¡Adivina! —Lucas continuó con el suspenso.

—No estoy para adivinanzas. Ya dímelo —replicó Manuel.

Lucas soltó una carcajada y le contó:

—El hombre se arrodilló y me rogó que lo curara. Daba lástima. Le dije que solo
podría curarse si se abstenía de mantener relaciones sexuales antes del
matrimonio. Además, le dije que, después del matrimonio, solo podría tener
sexo con su esposa y que, si se acostaba con otra mujer, podría contraer…
Bueno, ¡ya sabes!

—¿Y se lo creyó? —Manuel miró a Lucas incrédulo.

—¡Claro que no! —respondió Lucas—. Cuando lo traté, ¡no lo curé del todo! Es
probable que haya tenido sexo con alguna mujer después de salir de la
consulta. Entonces, regresó a verme poco después. Esta vez, sí creyó todo lo
que le dije. ¡Hasta me prometió que dejaría de enredarse con las mujeres!

—Entonces, ¿aprovechaste la oportunidad para subir el precio del tratamiento,


que al inicio era de quinientos mil, a cinco millones? —Manuel le dirigió una
mirada cómplice. Lucas chasqueó los dedos y asintió. Manuel detuvo la carrera
y no pudo evitar darle unas palmaditas en el hombro a Lucas—. En el futuro,
deberías estafar a más hombres como ese. ¡Quizás hasta te vuelvas más rico
que yo en un año!

—¡Qué buena idea! —exclamó Lucas. De pronto, se puso serio—. Pero, si hago
muchas malas acciones, el karma se encargará de cobrármelo. Después de
todo, ¡soy médico!
Manuel, por su parte, se limitó a sonreír y no dijo nada más.

En aquel momento, algo pasó por la mente de Lucas y, al instante, dijo con
expresión seria:

»Manuel, ¿recuerdas que mi padre dijo que había encontrado una larva
desconocida en la sangre de tu padre, cuando le estaba haciendo la autopsia
en aquel entonces?

—¿Qué pasa con eso? —La expresión en el rostro de Manuel cambió y sus cejas
arqueadas se juntaron mientras le preguntaba.

—Encontré un caso similar en el <i>Diario médico</i> de la abuela de Delia —se


explicó Lucas—. Los síntomas del paciente que ella trató eran exactamente los
mismos que los de tu padre en aquel momento. Dicho sin rodeos, a tu padre lo
envenenaron con un tipo de veneno oriental.

—¿De qué estás hablando? —Las pupilas de Manuel se contrajeron mientras le


sostenía la mirada. Estaba conmocionado.

Lucas respiró profundo y le expuso sus deducciones:

—Sospecho que tu padre fue asesinado por personas cercanas a él y no…

—¡Imposible! —Manuel no pudo evitar apretar los puños.

Al verlo incrédulo, Lucas, ansioso, trató de revelarle lo que sabía:

—Se lee claramente en el <i>Diario médico</i> de la abuela de Delia. Solo una


persona muy cercana a él habría podido administrarle ese tipo de veneno.
Aquel paciente había sido envenenado por su esposa, que había ido donde un
hechicero en busca del gusano portador del veneno. El paciente tenía una
herida abierta y ella aprovechó para aplicar el polvo de ese gusano en la herida,
lo que provocó que su herida se infectara. En aquel entonces, las únicas
personas que podían tratar las heridas de tu padre eran…

—¡Basta! —estalló Manuel y obligó a Lucas a callarse.

Al ver que Manuel se negaba a aceptar los hechos, Lucas guardó silencio, se
despidió de él con un gesto de la mano y se marchó enfadado. Enseguida supo
que no debía haberle contado la verdad. No obstante, el Señor Larramendi
había muerto y no se había podido ofrecer una explicación válida. Ahora sabía
la verdad y, sin embargo, no podía decírselo a Manuel. Eso lo ponía incómodo.

Lucas llegó a la residencia y se fue directo a su habitación para descansar.


Cuando pasó por el segundo piso, pensó en Delia. Todavía tenía algo que
preguntarle, así que se dirigió a su habitación y llamó a su puerta.
Delia estaba sentada en la cama viendo una serie de televisión en su teléfono
móvil, cuando oyó que llamaban a la puerta. Pensó que era Mariana, que había
regresado a buscarle las cosquillas, así que lo ignoró y continuó viendo la serie.

—Delia, ¿estás dormida? —preguntó Lucas y volvió a llamar a la puerta.

Al oír la voz de Lucas al otro lado de la puerta, Delia dejó el teléfono de


inmediato y respondió:

—¡Todavía!

—Tengo algo que preguntarte —continuó Lucas—. ¿Me puedes abrir?

De un salto, Delia se bajó de la cama, se puso las zapatillas y corrió a abrir la


puerta.

—¿Qué pasa? —le preguntó Delia con una sonrisa, después de abrir la puerta.

Lucas la miró y se percató de que sus mejillas estaban un poco hinchadas. Su


instinto profesional lo llevó a preguntar inconscientemente:

—¿Te han abofeteado? ¿Fue la señorita?

Lucas había visto a Delia y a Manuel cuando regresaron para cenar hacía un
momento y Delia tenía buen aspecto. Sin embargo, ahora, después de que
había regresado de la carrera, su rostro se había hinchado. ¿En esta casa, quién
más, excepto Mariana, se atrevería a golpearla tan fuerte? ¡¿Quién más buscaría
problemas con Delia?!

—¡Estoy bien! —Delia frunció los labios y quiso cambiar de tema—. Lucas, ¿qué
puedo hacer por ti?

—Bueno, no mucho. Tengo la esperanza de que recuerdes algo que quiero


saber. ¿Sabes dónde está el <i>Manuscrito de magia oriental</i> que escribió
tu abuela? ¿Ella llegó a quemarlo en realidad o lo escondió? ¿O alguien lo tomó?

—¿Es importante para ti saberlo? —preguntó Delia serena.

—¡Muy importante! Se trata de la vida de una persona —le respondió Lucas con
sinceridad.

—Voy a hacer memoria esta noche —le prometió Delia en tono solemne al
escuchar que estaba en juego la vida de una persona.

—¡De acuerdo! Por favor, piensa bien. Espero que puedas recordar algo —le dijo
Lucas pensativo.

Delia asintió con la cabeza. Cuando Lucas se marchó, Delia cerró la puerta y se
volvió a tumbar en la cama. Ya no tenía deseos de continuar viendo la serie.
Tenía un vago recuerdo del manuscrito de su abuela, pero en cuanto a su
paradero… Eso no lo podía recordar con claridad.

El Doctor Ferrero había dicho que estaba en juego una vida y no parecía estar
mintiendo. Delia se puso a pensar con detenimiento dónde su abuela había
guardado el manuscrito cuando vivía con ella. Sumida en ese pensamiento,
Delia se quedó dormida sin darse cuenta.

Había dos maripositas blancas revoloteando en la oscuridad. Volaban en


círculos de un lado al otro. De improviso, salieron volando de la oscuridad hacia
el cielo azul. También oyó el canto de los pájaros y vio un arroyo de montaña. El
arroyo no tenía la insondable profundidad del mar ni la majestuosidad de una
cascada. Solo fluía en calma entre todas las cosas a través de la selva
montañosa, sorteaba la escarpada pared de la montaña y bajaba lentamente.

—¡Delia! ¡Delia! ¡Deja de jugar en el agua! ¡Nos vamos a casa! —El grito de la
abuela se escuchaba desde lejos.

Delia estaba de pie en el arroyo. Se sujetaba los pantalones remendados con


una manita y con la otra sostenía una carpa salvaje del tamaño de la palma de
su mano.

—¡Abuela! ¡Abuela! ¡Atrapé un pez! ¡Mira! ¡Atrapé un pez!

—Es demasiado pequeño. ¡Déjalo ir!

—¡Pero quiero comer pescado!

—Esta noche, comeremos lochas a la parrilla. ¡Ya atrapé algunas! —le gritó la
abuela con la cesta de bambú a cuestas mientras caminaba por el sendero de
grava junto al arroyo de la montaña, camino a la ladera de la orilla opuesta.

Delia soltó el pececito que tenía en la mano, vadeó el arroyo y llegó al camino
de grava. Luego, recogió las sandalias maltrechas que estaban en una roca
cercana y siguió a la abuela.

—Abuela, ¡espérame!

Delia por fin alcanzó a su abuela. La abuela le extendió un dedo. La manita de


Delia agarró con fuerza el dedo encallecido y lo agitó con ternura. Una niña y
una anciana caminaban por el sendero del bosque. Delia iba cantando con su
bella voz y apenas se le escuchaba.

—<i>La bahía de la abundancia, la bahía de la abundancia, la bahía de la


abundancia donde vive la abuela… guarda muchas de las fantasías de mi
infancia. Sol, laderas, arroyos, alcornoques y el Dios de la madre tierra junto al
mar…</i>
—Esa canción se llama «La bahía de la prosperidad de la abuela». ¿Por qué le
cambiaste la letra? —le preguntó la abuela con una sonrisa.

—¡Nunca he visto la bahía de la prosperidad, ni la playa, ni las olas, ni los cactus,


ni al viejo capitán junto al mar! Solo he visto la bahía de la abundancia, la ladera,
el arroyo, el alcornoque y el Dios de la madre tierra. —Delia comenzó a
contradecir a su abuela.

La abuela le alborotó el cabello con dulzura y sonrió al tiempo que le decía:

—¡Cuando crezcas, podrás ir al mundo exterior a ver la playa, las olas, los
cactus y al viejo capitán!

—¡Perfecto! Y quiero que vayas conmigo —le dijo Delia con la ingenuidad propia
de los niños.

En cuanto llegaron a la puerta del patio vallado, Delia vio a dos desconocidos
sentados en los escalones de piedra del frente de la casa.

—Mamá, ¡ya regresé!

Uno de los desconocidos era una mujer. Era linda como una flor y llevaba
puesto un uniforme militar verde oscuro y el cabello recogido en dos trenzas.
La mujer se dirigió con cariño a la abuela. Sin embargo, la abuela se puso seria.
Bajó la cesta de bambú que llevaba a la espalda y se la entregó a Delia para que
la llevara a la leñera. Junto a la mujer desconocida, había un niño pequeño con
un corte de cabello similar al de los militares. Llevaba una camisa blanca de
manga corta, un mono verde grisáceo y un par de zapatillas blancas.

—Mamá… —Volvió a decir la mujer con cariño.

La abuela seguía seria y la ignoraba. Después de que Delia puso la cesta de


bambú en la leñera, corrió hacia su abuela y le tiró del bajo de la ropa.

—Abuela, abuela, ¡tengo hambre!

—Mamá, ¿quién es esta niña? —preguntó la mujer con una sonrisa.

Solo entonces, la abuela la presentó:

—Ella es Delia Lima, la hija de tu hermana mayor. Delia, ella es tu tía.

—¡Hola, Delia! ¡Eres tan bonita! ¡Serás una mujer preciosa cuando crezcas! —La
mujer la colmó de elogios mientras la miraba.

Al ver a la niña tan hermosa que tenía delante, la mujer pensó en su hijo y volvió
la cabeza para mirar al niño, que estaba sentado en silencio en la escalera.
Tomó al niño y lo llevó hasta donde estaban Delia y la abuela.
»Mamá, su nombre es Diosdado Larrea, lleva mi apellido. Puedes decirle
Diosda. —La mujer acarició la cabeza del niño y le dijo—: Diosda, ¡sé bueno!
Saluda a tu abuela.

Diosdado no dijo nada y la mujer miró impotente a su madre.

»Mamá, quiero dejar a Diosda contigo. Por favor, ayúdame a criarlo durante un
tiempo. Vendré a buscarlo cuando llegue el momento correcto, ¿está bien?

—¡Como quieras! —respondió la abuela un poco irritada.

La mujer frunció los labios rojos y se agachó para tomar la manita de Delia.
Luego, se sacó un caramelo del bolsillo, se lo puso en la mano y le dijo con
dulzura:

—Delia, Diosda es tu primo. A partir de hoy, jugarás con él todos los días, ¿está
bien?

—¡Seguro! ¡Es genial! —aceptó Delia con obediencia.

—¡Qué obediente! —La mujer sonrió y se levantó.

—Delia, primero llévalo a encender el fuego. En un rato, iré a prepararles la cena


—le dijo la abuela con cariño.

—Está bien —aceptó Delia.

Ella tuvo la iniciativa de tomar la mano de su primo. Sin embargo, Diosdado se


sacudió la mano con disgusto y corrió enseguida a esconderse detrás de la
mujer. Con sus ojos negros y límpidos miraba a Delia con cara de pocos
amigos. Delia, por su parte, bajó la mano en señal de derrota. La abuela, que lo
vio, se dirigió a Delia con amabilidad:

—Delia, ve tú primero a encender el fuego. Yo iré más tarde.

Delia asintió y fue hacia la cocina. Sus manitas encendieron la cerilla con
destreza. Después de encender el fuego, tomó una caña de bambú y la apuntó
a la estufa. Comenzó a soplar a través de ella hasta que la leña comenzó a
crepitar.

—¡Mami! ¡Mami! ¡Bua…! Mami, ¡no te vayas! ¡No me dejes, mami!

Al otro lado de la cocina, se oyó el llanto desgarrador de un niño. Delia dejó la


caña de bambú y corrió a la puerta de la cocina para ver qué sucedía. Vio cómo
la mujer se alejaba rápidamente de la puerta del patio vallado y desaparecía al
doblar la esquina. La abuela sostenía al niño que lloraba y usaba su ropa para
secarle las lágrimas.
Delia nunca había experimentado el dolor de separarse de sus padres porque,
desde que tenía uso de razón, solo había estado con su abuela. No tenía lazos
afectivos ni con su madre ni con su padre. En el pequeño mundo de Delia de
entonces, solo estaban la abuela, el cachorro Lolo, la gata Primavera y los dos
corderos, Princesa y Lucero. Luego, llegó Diosdado, pero parecía haberse
olvidado de él. En su pequeño mundo, solo quedaban de nuevo ella, su abuela,
Lolo, Primavera, Princesa y Lucero.

La abuela tomó algunas ramas de bambú y preparó un fragante plato de locha


asada espolvoreada con un poco de chile. Delia comió jubilosa con su boquita.
Comía una brocheta tras otra. Para Delia, las lochas asadas por su abuela
estaban para chuparse los dedos; incluso las espinas estaban muy crujientes.
Sin embargo, Diosdado, sentado a la deteriorada mesa de madera, miraba
aturdido a Delia y se negaba a comer siquiera un grano de arroz.

—Diosda, ¡come algo para que puedas crecer sano y fuerte! —trató de
persuadirlo la abuela.

Diosdado la ignoró y se quedó sentado a la mesa del comedor, sin mostrar


interés por la comida que estaba servida encima. Al verlo, Delia tuvo la
gentileza de tomar una locha asada y acercársela a la boca, pero él estiró la
mano y de un manotazo tiró al suelo la locha que Delia le estaba ofreciendo.

La abuela, al ver lo sucedido, se apresuró a recoger la locha del suelo, le quitó el


polvo y se la comió. Luego, le pidió a Delia que comiera los trozos que estaban
en el plato.

—¡Si no comes ahora, me los comeré todos! —le dijo Delia en tono infantil.

Al oír eso, Diosdado miró a Delia, pero bajó la cabeza y no dijo nada.

Después de la cena, la abuela hirvió agua para bañar a Delia y le pidió a


Diosdado que se bañara junto con ella. Él se negó, de modo que la abuela lo
agarró, le quitó la ropa y lo metió en la bañera de madera donde estaba sentada
Delia. Diosdado gritó y su rostro se puso rojo mientras se apresuraba a cubrirse
sus partes privadas. Se sentía agraviado y rompió a llorar.

Delia, por su parte, se sentó en la bañera y se echó a reír. Incluso, lo salpicó con
agua sin parar, tratando de jugar con él.

—¡Los niños no pueden bañarse junto con las niñas! ¡La abuela es mala! —gritó
Diosdado entre sollozos amargos y tristes, como si se hubiera cometido un
gran ultraje.

Aunque la abuela estaba muy furiosa, soltó una carcajada.

—Delia solo tiene cuatro años, ¡así que no es para tanto! ¡Bañarlos juntos ahorra
mucho trabajo!
—¡Quiero bañarme solo! ¡Quiero bañarme solo! —gritaba Diosdado mientras
agitaba sus pequeños puños en señal de protesta.

A la abuela no le quedó otro remedio que terminar rápido de bañar a Delia.


Luego, la sacó de la bañera y dejó a Diosdado para que se bañara solo. Cuando
los dos niños terminaron de bañarse, se subieron a la cama. Entonces,
Diosdado tomó una almohada y la colocó entre Delia y él.

—¡Esta es mi parte, así que no puedes cruzar esta línea! ¿Entendido? —exigió
Diosdado en tono dominante.

Sin embargo, Delia lo ignoró por completo. Tomo el muñeco de tigre que su
abuela le había cosido y, mientras se acostaba en la cama, cantaba y hablaba
con ella misma.

Entretanto, la abuela seguía ocupada en la cocina. Una lámpara de aceite


iluminaba la atareada figura de la abuela mientras amasaba la masa, esperaba
a que creciera y la enrollaba para hacer empanadas de carne. «Este será el
desayuno para los niños mañana. A Delia le encantan las empanadas de carne,
¡así que a Diosdado le deben gustar también!».

Sin importar cuán pobres fueran, la abuela se las arreglaba para que los niños
se alimentaran con los nutrientes necesarios para su crecimiento. A la mañana
siguiente, después de que la abuela ayudara a los dos niños a asearse, sirvió
las empanadas de carne humeantes en la mesa junto con dos tazones de leche
de cabra.

Delia extendió su mano para tomar una, abrió su boquita todo lo que pudo y
empezó a masticarla. Al ver a Delia comer, Diosdado se tocó la barriga, que le
rugía del hambre, y decidió al fin dejar de resistirse. Tomó rápido una
empanada del plato y comenzó a comerla civilizadamente. Cuando la abuela
vio que Diosdado estaba dispuesto a comer, sonrió aliviada.

Delia terminó su empanada y se bebió toda la leche que había en su tazón;


incluso, lo lamió hasta dejarlo limpio. Diosdado, por otro lado, no estaba
dispuesto a beber leche de cabra, así que, cuando la abuela fue a alimentar a
los cerdos, Delia aprovechó la oportunidad para bebérsela.

Durante el día, si nadie del pueblo iba a pedir consejo médico, la abuela se
llevaba a los niños a las montañas a recolectar hierbas. Era la primera vez que
Diosdado subía a la montaña. Cuando regresó, sus brazos y sus pantorrillas tan
blancas estaban llenas de picaduras de insectos.

La abuela trató a Diosdado con hierbas y, cuando la hinchazón y el picor


cesaron, decidió no llevarlo más. En cambio, los dejaba jugar al pie de la
montaña y les advirtió que no corrieran por ahí. Junto al arroyo, al pie de la
montaña, Delia se quitó los zapatos y se metió en el agua para atrapar algunos
peces. Diosdado se sentó en una gran roca que estaba en la orilla y se puso a
tocar la armónica que le había dejado su madre.

La melodía de Diosdado era sencilla; pero, al mezclarse con los sonidos del
borboteo del arroyo, sonaba etérea y vívida. Delia recogía piedras para
colocarlas en círculo y rodear a los peces del arroyo, para luego estirar la mano
y atraparlos. Por lo general, solo podía atrapar uno o dos, pero ese día tuvo
suerte y consiguió capturar cuatro.

Al llegar a la orilla, los bajos de su pantalón y sus mangas estaban mojadas.


Diosdado la vio y le reviró los ojos. Pensó que se veía tonta. Sin embargo, Delia
lo ignoró. De la pequeña cesta que llevaba a la espalda, sacó un cuchillo, sal,
cerillas y palos de bambú, y encendió un fuego para cocinar el pescado.
Diosdado la miró incrédulo. Delia, que vio la expresión de su rostro, le dijo
encantada:

—¡Estos son solo para la merienda! ¡Más tarde, cuando la abuela regrese, me
traerá frutas del bosque!

Diosdado se guardó la armónica en el bolsillo antes de saltar de la gran roca y


correr hacia Delia. Luego, observó con curiosidad cómo Delia asaba el pescado.
Le pareció divertido. Para un niño de la ciudad como él, era como jugar a las
casitas. Para cuando se cocinó el pescado, ya las mangas de la blusa y los
bajos del pantalón estaban secos. Entonces, Delia le pidió a Diosdado que
tomara un poco de agua del arroyo para apagar el fuego, pero Diosdado no le
hizo caso y siguió sentado en la losa de piedra de la ribera.

—Si no apagas el fuego, no te dejaré probar el pescado —le dijo Delia con un
mohín de altivez.

Diosdado la ignoró y se quedó sentado a la mesa del comedor, sin mostrar


interés por la comida que estaba servida encima. Al verlo, Delia tuvo la
gentileza de tomar una locha asada y acercársela a la boca, pero él estiró la
mano y de un manotazo tiró al suelo la locha que Delia le estaba ofreciendo.

La abuela, al ver lo sucedido, se apresuró a recoger la locha del suelo, le quitó el


polvo y se la comió. Luego, le pidió a Delia que comiera los trozos que estaban
en el plato.

—¡Si no comes ahora, me los comeré todos! —le dijo Delia en tono infantil.

Al oír eso, Diosdado miró a Delia, pero bajó la cabeza y no dijo nada.

Después de la cena, la abuela hirvió agua para bañar a Delia y le pidió a


Diosdado que se bañara junto con ella. Él se negó, de modo que la abuela lo
agarró, le quitó la ropa y lo metió en la bañera de madera donde estaba sentada
Delia. Diosdado gritó y su rostro se puso rojo mientras se apresuraba a cubrirse
sus partes privadas. Se sentía agraviado y rompió a llorar.
Delia, por su parte, se sentó en la bañera y se echó a reír. Incluso, lo salpicó con
agua sin parar, tratando de jugar con él.

—¡Los niños no pueden bañarse junto con las niñas! ¡La abuela es mala! —gritó
Diosdado entre sollozos amargos y tristes, como si se hubiera cometido un
gran ultraje.

Aunque la abuela estaba muy furiosa, soltó una carcajada.

—Delia solo tiene cuatro años, ¡así que no es para tanto! ¡Bañarlos juntos ahorra
mucho trabajo!

—¡Quiero bañarme solo! ¡Quiero bañarme solo! —gritaba Diosdado mientras


agitaba sus pequeños puños en señal de protesta.

A la abuela no le quedó otro remedio que terminar rápido de bañar a Delia.


Luego, la sacó de la bañera y dejó a Diosdado para que se bañara solo. Cuando
los dos niños terminaron de bañarse, se subieron a la cama. Entonces,
Diosdado tomó una almohada y la colocó entre Delia y él.

—¡Esta es mi parte, así que no puedes cruzar esta línea! ¿Entendido? —exigió
Diosdado en tono dominante.

Sin embargo, Delia lo ignoró por completo. Tomo el muñeco de tigre que su
abuela le había cosido y, mientras se acostaba en la cama, cantaba y hablaba
con ella misma.

Entretanto, la abuela seguía ocupada en la cocina. Una lámpara de aceite


iluminaba la atareada figura de la abuela mientras amasaba la masa, esperaba
a que creciera y la enrollaba para hacer empanadas de carne. «Este será el
desayuno para los niños mañana. A Delia le encantan las empanadas de carne,
¡así que a Diosdado le deben gustar también!».

Sin importar cuán pobres fueran, la abuela se las arreglaba para que los niños
se alimentaran con los nutrientes necesarios para su crecimiento. A la mañana
siguiente, después de que la abuela ayudara a los dos niños a asearse, sirvió
las empanadas de carne humeantes en la mesa junto con dos tazones de leche
de cabra.

Delia extendió su mano para tomar una, abrió su boquita todo lo que pudo y
empezó a masticarla. Al ver a Delia comer, Diosdado se tocó la barriga, que le
rugía del hambre, y decidió al fin dejar de resistirse. Tomó rápido una
empanada del plato y comenzó a comerla civilizadamente. Cuando la abuela
vio que Diosdado estaba dispuesto a comer, sonrió aliviada.

Delia terminó su empanada y se bebió toda la leche que había en su tazón;


incluso, lo lamió hasta dejarlo limpio. Diosdado, por otro lado, no estaba
dispuesto a beber leche de cabra, así que, cuando la abuela fue a alimentar a
los cerdos, Delia aprovechó la oportunidad para bebérsela.

Durante el día, si nadie del pueblo iba a pedir consejo médico, la abuela se
llevaba a los niños a las montañas a recolectar hierbas. Era la primera vez que
Diosdado subía a la montaña. Cuando regresó, sus brazos y sus pantorrillas tan
blancas estaban llenas de picaduras de insectos.

La abuela trató a Diosdado con hierbas y, cuando la hinchazón y el picor


cesaron, decidió no llevarlo más. En cambio, los dejaba jugar al pie de la
montaña y les advirtió que no corrieran por ahí. Junto al arroyo, al pie de la
montaña, Delia se quitó los zapatos y se metió en el agua para atrapar algunos
peces. Diosdado se sentó en una gran roca que estaba en la orilla y se puso a
tocar la armónica que le había dejado su madre.

La melodía de Diosdado era sencilla; pero, al mezclarse con los sonidos del
borboteo del arroyo, sonaba etérea y vívida. Delia recogía piedras para
colocarlas en círculo y rodear a los peces del arroyo, para luego estirar la mano
y atraparlos. Por lo general, solo podía atrapar uno o dos, pero ese día tuvo
suerte y consiguió capturar cuatro.

Al llegar a la orilla, los bajos de su pantalón y sus mangas estaban mojadas.


Diosdado la vio y le reviró los ojos. Pensó que se veía tonta. Sin embargo, Delia
lo ignoró. De la pequeña cesta que llevaba a la espalda, sacó un cuchillo, sal,
cerillas y palos de bambú, y encendió un fuego para cocinar el pescado.
Diosdado la miró incrédulo. Delia, que vio la expresión de su rostro, le dijo
encantada:

—¡Estos son solo para la merienda! ¡Más tarde, cuando la abuela regrese, me
traerá frutas del bosque!

Diosdado se guardó la armónica en el bolsillo antes de saltar de la gran roca y


correr hacia Delia. Luego, observó con curiosidad cómo Delia asaba el pescado.
Le pareció divertido. Para un niño de la ciudad como él, era como jugar a las
casitas. Para cuando se cocinó el pescado, ya las mangas de la blusa y los
bajos del pantalón estaban secos. Entonces, Delia le pidió a Diosdado que
tomara un poco de agua del arroyo para apagar el fuego, pero Diosdado no le
hizo caso y siguió sentado en la losa de piedra de la ribera.

—Si no apagas el fuego, no te dejaré probar el pescado —le dijo Delia con un
mohín de altivez.

Tras recordar a Miguel, Delia caminó hasta llegar al lado de Manuel y, de


repente, tuvo el valor de expresar lo que había estado pensando:

―Manuel, me gustaría solicitar una licencia. No quiero ir a la oficina a trabajar


por el momento.
De un solo golpe, Manuel partió una estaca de madera a la mitad con la mano.
Ella se sobresaltó. Manuel sabía bien por qué solicitaba una licencia y se le
oprimió el corazón. Después de un momento de silencio, contestó con
indiferencia:

―Deberías ir a hablar con tu jefe para pedir la licencia.

Delia dio un paso adelante y se apresuró a explicarle:

—¡Ya se lo dije, pero no la aprobó!

―La empresa tiene reglas. Aunque seas de la familia, tienes que obedecer las
normas como todo el mundo. Dado que tu jefe no lo aprueba, es mejor que no
lo hagas ―respondió él con frialdad.

Al escuchar esto, Delia se enojó y solo contestó:

―¡Está bien!

―¿Hay algo más? ―preguntó él.

Delia negó con la cabeza, agachó la mirada y se giró para marcharse, llena de
rabia.

»¿Qué te pasó en la cara? ―preguntó Manuel al recordar que su rostro estaba


bien el día anterior, cuando la había traído a la residencia; pero, cuando la miró
hacía un momento, se percató de que tenía un moretón en la mejilla izquierda.

En cuanto ella lo oyó mencionar su mejilla, se la tocó sin darse cuenta y recordó
que había olvidado aplicarse alguna medicina después de que Mariana la
abofeteara la noche anterior. «Si le digo que Mariana me abofeteó porque nos
malinterpretó, nunca me creería». Delia dudó un momento antes de responder:

―¡Anoche tuve una pesadilla y me golpeé para despertarme! —«Espero que


Manuel crea mis mentiras».

Él no dijo nada más y siguió practicando artes marciales con el maniquí de


madera que tenía delante. Al ver que había terminado de hablar, ella se volteó y
se alejó despacio.

Mariana estaba en un sueño profundo cuando la Señora López la despertó.


Desde el día en que Manuel la había encerrado en una pequeña habitación por
una noche, había aprendido la lección y dormía siempre en la de huéspedes, sin
atreverse a provocarlo de nuevo. Cuando ni siquiera pensaba en despertarse, la
voz de la Señora López interrumpió su sueño.

―¡¿Qué m*erda te pasa?! —le gritó Mariana furiosa.

¡Paf!
La Señora López levantó su mano y golpeó con fuerza la cara de Mariana. Ella
se quedó completamente atónita y abrió los ojos de par en par por el
sobresalto. Cuando reaccionó, se abalanzó contra la Señora López.

―¡Ah! ¡P*rra loca! ¿Cómo te atreves a golpearme? ¿De dónde viene tu coraje? —
Mariana se sentó encima del estómago de la señora y levantó el puño.

Justo cuando estaba a punto de golpearla, esta gritó asustada:

―¡Fue el Señor Larramendi quien me ordenó que la golpeara! Incluso me pidió


que le advirtiera que, si se atreve a hacerle daño a la señorita de nuevo, ¡se
asegurará de que pague las consecuencias!

―¿Qué? ―Las palabras de la Señora López la dejaron atónita y su puño se


paralizó en el aire. «Delia, ¡maldita seas! ¡¿Cómo te atreves a sabotearme?!».

Cuando la Señora López se dio cuenta de que Mariana se había distraído, se


apresuró a apartarla y a ponerse de pie. Después de levantarse, la miró con
desdén y la reprendió:

―Jovencita, déjeme darle un consejo sano. Será mejor que aprenda cuál es su
lugar. Usted sabe mejor que nadie cómo consiguió su posición de señorita en la
Familia Larramendi. Si quiere cambiar su identidad de falsa señorita por una
real, ¡será mejor que cambie su comportamiento!

―¿Qué? ―Mariana se sentó en el suelo y sonrió con desprecio. Entonces, la


miró y preguntó—: Mi comportamiento es el que debe ser y no hay necesidad de
que lo cambie. Además, ¿por qué debería escuchar a una sirvienta como tú?

―Jovencita, está bien si no quiere escuchar mis consejos. Haga de cuenta que
nunca dije nada. ―La Señora López no quería que la molestaran más con
Mariana así que, dicho esto, se dio la vuelta y se fue.

Con una mirada de odio en su rostro, Mariana la miró mientras se marchaba y


clavó sus uñas bien profundo en la alfombra.

Sin embargo, por muy frustrada y enfadada que estuviera, ahora que alguien le
había dado un consejo, por supuesto, no era tan estúpida como para ignorarlo
por completo. Después de calmarse, entró al baño y, mientras observaba su
rostro frente al espejo, que era exactamente igual al de Delia, sus labios
dibujaron una sonrisa maliciosa.

Delia terminó su paseo por el jardín y, justo cuando estaba a punto de ayudar a
la Señora López a preparar el desayuno, Mariana bajaba de casualidad muy
airosa por la escalera principal.

Parecía la dueña de la casa con su largo cabello ondulado balanceándose.


Bostezó mientras se acercaba a Delia con pereza.
―¿Ya está listo el desayuno? ―le preguntó.

Delia la miró y no dijo nada. Cuando se dio la vuelta para ir a la cocina, Mariana
la agarró de repente por la muñeca y le dijo:

―Delia, discúlpame por lo que pasó anoche. Fui demasiado impulsiva porque
amo demasiado a Manuel y tengo mucho miedo de perderlo. ¿Entiendes lo que
siento? Perdóname. ¡No debí haberte malinterpretado! ¡Es todo culpa mía! Por
favor, discúlpame, ¿de acuerdo? ―El comportamiento de Mariana había
cambiado por completo. Parpadeó con sus grandes y redondos ojos, y la miró
arrepentida.

Al ver que Delia no decía nada, adoptó una actitud de niña mimada y continuó:

»Piénsalo. Solíamos ser las mejores amigas que se contaban todo. Siempre
que me enfermaba, estabas ahí para cuidarme y nunca te quejabas. Delia, sé lo
que hice mal. ¿Puedes, por favor, darme otra oportunidad? —Mariana pretendía
causar lástima en lugar de disculparse de verdad.

Delia la miró a la cara y apartó con frialdad su mano de la de Mariana.

―Voy a preparar el desayuno ―respondió con indiferencia y una mirada fría.


Luego, se volteó y se dirigió a la cocina.

Mariana frunció sus labios pintados de rojo y miró con rabia la figura de Delia
que entraba a la cocina. A partir de ese día, decidió cambiar su plan.

Poco a poco, todos los habitantes de la residencia se fueron sentando de uno


en uno a la mesa del comedor. Mariana eligió sentarse frente a Delia y,
mientras desayunaba, observó con cuidado cada uno de sus movimientos y
expresiones.

«Dado que ya me sometí a una cirugía plástica para parecerme a Delia y cambié
mi voz para hablar como ella, debería copiar sus movimientos y expresiones
para ser exactamente igual. Como Manuel la ama, me transformaré por
completo para ser como ella. Así, podré ocupar su lugar en el corazón de él.
Pase lo que pase, cuidaré mi posición como señorita de la Familia Larramendi.
Un día, Manuel se convertirá en el dueño del Grupo Larramendi. Si consigo
mantener mi lugar como señorita de la Familia Larramendi, el grupo también
me pertenecerá. Además, la residencia de la familia, que tiene más de cien
años, también será mía. Para poder disfrutar de la infinita gloria y riqueza que
tendré en el futuro, debo ser paciente y resistir».

Después de tomar esta decisión, Mariana empezó a cambiar realmente su


comportamiento. Ya no daba órdenes a la Señora López y hasta le hablaba con
educación.
Ese día, Delia y Manuel se habían ido a trabajar y hasta Lucas Ferrero había
salido a ocuparse de algunos asuntos, así que Mariana le pidió a la Señora
López que limpiara otras habitaciones, mientras ella se encargaba del
dormitorio de Manuel.

«Aunque el corazón de Manuel sea de piedra, estoy convencida de que, si


persevero, ¡algún día sentirá algo por mí!».

La Señora López vio que ella había reconocido por fin sus errores y observó
cómo limpiaba con cuidado la habitación del Señor. No pudo evitar sonreír
aliviada. «Nunca es demasiado tarde para corregir un error. De verdad espero
que ambos puedan tener una buena relación».

En realidad, la Señora López estaba segura de que la persona que le gustaba a


Manuel era Delia, pero ella ya era la esposa de Miguel. Por tanto, esperaba que
Manuel pudiera olvidarse de ella y tener una vida feliz con Mariana. Era anciana
y tenía experiencia, por lo que, como era lógico, deseaba un buen final para los
cuatro.

En el gran salón de reuniones, tenía lugar una intensa competencia. Miguel


Larramendi y Sofía Juárez dirigían el equipo de construcción y tenían los
documentos de licitación para presentar las capacidades del equipo al
propietario del proyecto.

«Ahora que tengo mi propia empresa de construcción, voy a ampliarla y


desarrollarla para que sea la mejor. A fin de cuentas, soy hombre, así que debo
ser ambicioso».

Sofía miraba a Miguel con una expresión de admiración en su rostro mientras él


aplastaba, de uno en uno, a sus oponentes en la licitación. Su comportamiento
era magnífico y resaltaba su masculinidad.

Después de terminar su presentación, tenían que esperar media hora por los
resultados. Sofía tomó ansiosa la mano de Miguel y lo miró con ojos
esperanzados. Sin embargo, él retiró su mano con frialdad y sacó el teléfono
inconscientemente para comprobar si había algún mensaje de texto de Delia.
Justo cuando la extrañaba, ella le envió un mensaje con una foto adjunta.

«Miguel, ¡mira! ¡Es un hermoso arcoíris! Hace un momento hubo una tormenta
en nuestra zona y ahora estoy en el balcón. ¿No es hermoso el arcoíris que hay
detrás de mí? Delia».

En la foto, el cielo estaba despejado, sin nubes y había un arcoíris en el centro.


Delia posaba sonriente, haciendo el signo de la paz con sus dedos y, con la luz
del sol que brillaba en su cara, tenía un aspecto muy dulce y bonito. Cuando
Miguel vio la foto, no pudo evitar sonreír.
Sofía miró la pantalla del teléfono y al momento sintió rabia. «¿Qué tiene Delia
que no tenga yo?».

Una vez listos los resultados del proceso de licitación, se dio a conocer que el
equipo de Miguel había ganado. Sin embargo, Sofía no se alegró en ese
momento.

Por su parte, Miguel se apresuró a contarle a Delia las buenas noticias. Al ver su
mensaje, se puso tan contenta que saltó de emoción. En el fondo, tenía el
maravilloso presentimiento de que su Migue se convertiría algún día en el jefe
de su propia empresa. Para Delia, él era un hombre ambicioso y trabajador.
«Las cosas buenas llegan a los que trabajan duro. Su esfuerzo no será en
vano».

Justo detrás de Delia se encontraba una ventana que abarcaba desde el suelo
hasta el techo y, al otro lado, estaba Manuel con una mano en el bolsillo y con
la otra sosteniendo el teléfono.

Manuel grababa un video de Delia y el arcoíris en el cielo con su teléfono. «He


decidido enterrar para siempre mi amor por ella en mi corazón. Como no puedo
pasar el resto de mi vida a su lado, me conformaré con verla envejecer».

De repente, una brisa fría despeinó a Delia. Como ya casi era hora de dirigirse a
la oficina para trabajar, se dio la vuelta y, al ver que la ventana del suelo al techo
podía servirle de espejo, se acercó confiada, se colocó enfrente y levantó la
mano para arreglarse el cabello.

Manuel observó cómo Delia se acercaba a él y su rostro se hacía cada vez más
grande ante sus ojos. Inconscientemente, extendió la mano para acariciar sus
cálidas mejillas, pero solo tocó la fría superficie de la ventana. Ella agitó su cola
de caballo y sonrió con confianza frente a la ventana. Sin embargo, a los ojos
de Manuel, parecía que le sonreía a él; pero no podía tenerla.

Mientras tanto, Sofía también sonreía frente al espejo. Ahora que Miguel había
ganado la puja, como era lógico, tenía que recompensarla.

La ciudad donde tenían sus negocios era un paraíso de compras para las
mujeres. Sofía llevaba un vestido de seda rosa y daba vueltas frente al espejo
del probador, hasta que se giró para mirar a Miguel y, con una sonrisa, le
preguntó:

―Migue, ¿me veo bien? Recuerdo cuando me dijiste que la primera vez que
sentiste atracción por mí fue cuando me veía hermosa como una princesa, con
un vestido rosa y el cabello recogido. ¿Qué te parece ahora? ¿Todavía piensas
que soy bonita como una princesa?

―Este vestido es demasiado juvenil para tu edad. No te queda bien. Ve y ponte


otro ―respondió él con indiferencia.
La sonrisa de Sofía se congeló. Extendió la mano para tomar otro vestido que le
ofrecía la vendedora y volvió a entrar al probador.

La mirada de Miguel recorrió toda la tienda de ropa femenina en busca del


vestido más bonito. Cuando vio otro de color rosa, le indicó a la vendedora la
talla que quería y le pidió que lo empaquetara.

Cuando Sofía terminó de elegir su ropa, Miguel pagó todos los vestidos juntos.
Al ver que él llevaba una bolsa más en la mano, le preguntó con curiosidad:

―Migue, ¿qué llevas en esa bolsa?

―Algo que compré para Delia ―respondió él con indiferencia mientras abría la
puerta del auto.

Sofía sintió que se le oprimía el corazón y, después de colocar todas las bolsas
de la compra en el maletero, se dirigió triste al asiento del lado del conductor.

Ese día, Miguel acompañó a Sofía a comer y a ir de compras, y lo pagó todo. Ya


fuera ropa o joyas, él siempre le llevaba algo de regalo a Delia. Siempre le
compraba lo que consideraba que era lo mejor y lo elegía con sumo cuidado. En
cambio, Sofía compraba las prendas que creía que le quedaban bien y él no le
daba ninguna sugerencia.

Siempre había pensado que Miguel se enamoraría de ella después de que


tuvieran sexo. Sin embargo, en ese momento, se dio cuenta de que todo no era
más que una fantasía suya. «¿Qué tiene de bueno Delia? ¿Por qué Migue se
está enamorando de ella poco a poco?».

Por su parte, Delia se sentía afligida porque no podía ausentarse del trabajo
para acompañar a Miguel en su viaje de negocios. Se sentó frente al escritorio
a diseñar muy desconcentrada. Además, por algún motivo, el jefe del
departamento le había asignado durante los últimos días algunas labores
insignificantes. En resumen, estaba muy ocupada en el trabajo.

Pensó que los demás empleados de la empresa la tratarían mejor después de


haberla confundido con la hermana de Manuel. Sin embargo, la tomó por
sorpresa que la trataran de la misma forma que la trataron durante su pasantía.

Delia recibía órdenes del jefe de departamento, pero se dio cuenta de que él era
el único que le pedía que realizara tareas insignificantes.

Cuando llegó el fin de semana, Delia y Yamila se inscribieron juntas en una


autoescuela para tomar clases de conducción. A ambas les asignaron el
mismo auto e incluso tenían un profesor personal, a petición de Yamila, solo
para ellas. Delia aprendió a conducir más rápido que Yamila, quien además la
felicitó por ser más inteligente. Incluso afirmó que, en comparación con ella, al
Décimo Jefe le agradaba más Delia.
Delia casi siempre ignoraba estas palabras cuando las decía una o dos veces,
pero las había repetido tanto que se sintió un poco molesta. Ante el
comportamiento inusual y poco sensato de Yamila ese día, decidió invitarla a
almorzar después de las clases de conducción, a lo que esta accedió de
inmediato.

Después de pedir la comida, Delia aprovechó la oportunidad mientras


esperaban y fue directo al grano:

—¿El Décimo Jefe y tú discutieron?

Yamila solo la miró con tristeza y se quedó callada.

Sin embargo, aunque ella no dijo una palabra, Delia pudo adivinar lo que había
ocurrido. Parpadeó y la miró con seriedad.

»Dime qué pasó —le pidió. Como amiga, era preferible escuchar con atención
que hacer preguntas al azar.

Yamila hizo una mueca de desagrado y respondió con amargura:

—¡El Décimo Jefe dejó de encontrarse conmigo justo después de aceptarte


como su cuñada! Aunque habíamos acordado que fuera a su bungaló todos los
fines de semana, nunca ha estado allí.

Al escuchar las palabras de Yamila, Delia recordó enseguida que la última vez
que había visto al Décimo Jefe había sido cuando visitaron la lápida de Nina
Vargas. «Recuerdo que, cuando el Décimo Jefe contemplaba la foto de ella en
su lápida, sus ojos reflejaban un profundo afecto y culpa. Es posible que él...».

—¿Intentaste llamarlo? —preguntó Delia.

Yamila negó con la cabeza y contestó en tono grave:

—No tengo ninguna forma de contactarlo. Siempre es él quien viene a


buscarme. Solo sabré de su paradero si sus subordinados me lo dicen.

De hecho, Delia también se había percatado de esto. Siempre que las buscaba,
el Décimo Jefe ya sabía dónde estaban sin necesidad de comunicarse con
ellas. Delia incluso tenía la ligera impresión de que los hombres del Décimo
Jefe las vigilaban a ella y a Yamila. «¡Espero que solo sea un presentimiento!».
Delia miró a Yamila y la consoló:

—Quizás el Décimo Jefe ha estado muy ocupado estos últimos días. ¡Igual que
mi marido! En este momento, se encuentra en un viaje de negocios y ni siquiera
tiene tiempo para acompañar a su mujer.
—¡¿Mujer?! —Yamila la miró, expectante, pero el brillo de la esperanza en sus
ojos se desvaneció poco a poco—. ¿Soy realmente su mujer? ¡Creo que la única
que ha tenido es su difunta esposa! —dijo con tristeza.

Sin embargo, Delia se echó a reír. Al verla, Yamila hizo una mueca de desagrado
y reclamó:

»¡¿Por qué te ríes?!

Al ver que estaba molesta, Delia se contuvo enseguida y respondió:

—Recuerdo que dijiste que no te gustaba el Décimo Jefe. ¡Creo que ya te has
enamorado de él!

—¡No es cierto! —mintió Yamila.

En pocas palabras, Yamila parecía una persona cerrada; pero, en el fondo,


sensible. Aunque le atraía el Décimo Jefe, se negaba a admitirlo.

—El Décimo Jefe siempre ha sido un hombre misterioso, así que no te


preocupes. Estoy segura de que te volverá a buscar tarde o temprano —afirmó
Delia con una sonrisa.

Yamila suspiró y dijo:

—¡Eso espero!

—¡Así que deberías dejar de estar tan molesta y ser feliz! —continuó Delia para
consolarla.

Sin embargo, Yamila volvió a mentir:

—La razón por la que quiero verlo no es porque me guste, es porque ya no


tengo dinero. Quiero verlo para pedirle más.

La seriedad de Delia la hizo reír y le levantó el ánimo. «Sin duda, desahogar mis
preocupaciones con Delia ha hecho que me sienta mucho mejor».

—Delia, nunca me has hablado de tus asuntos personales. ¿Por qué no me los
cuentas ahora? Dime todo lo que te ha estado preocupando estos últimos días
y te ayudaré a encontrar una forma de resolverlo —dijo Yamila.

Delia negó con una sonrisa y respondió:

—¡No hay nada especial en mi vida!

—Bueno, entonces, ¡cuéntame cómo se conocieron tu esposo y tú! —le dijo


Yamila solo para comenzar una conversación. A fin de cuentas, le había
contado todo sobre sí misma, pero no sabía nada sobre ella y eso la hacía ver
como una mala amiga.

Cuando Delia la escuchó mencionar a su esposo, recordó enseguida todo lo


que había sucedido con Miguel Larramendi. Tenía mucho que contarle.

Después de escuchar la historia de Delia, Yamila la miró con admiración y


exclamó:

»¡Los dos se ven muy felices! Han pasado juntos por lo bueno y lo malo.

—¡En realidad, no ha sido tan difícil como tú crees! ¡La única diferencia era que
teníamos una casa más pequeña y problemas económicos! —dijo Delia con una
elocuente sonrisa. «Soy feliz mientras esté junto a él».

—Tu esposo debe amarte de verdad —dijo Yamila con añoranza.

Sorprendida, Delia no pudo evitar preguntar:

—¿De verdad lo crees?

—Por supuesto —respondió Yamila—. Si no te amara, no habría tenido el valor


de casarse contigo y darte todo su dinero, aun sabiendo que tienes que pagar
las deudas de tus padres. Esa es la prueba de que te ama.

Sin embargo, Delia pensaba que él la había ayudado en aquella ocasión porque
era una persona muy amable y la consideraba una amiga. No estaba segura de
si la amaba de verdad.

Las dos conversaron un poco más y se tomaron un descanso en el restaurante


antes de dirigirse a la autoescuela para asistir por la tarde a sus clases de
conducción. Cuando terminó la clase, vieron una lujosa y deslumbrante
limusina estacionada delante de la autoescuela. El conductor, que esperaba
junto a la puerta del asiento trasero, la abrió al ver que la clase había terminado.

Delia reconoció el auto; pertenecía al Décimo Jefe. Rodeada de la envidia de


todas las alumnas, Yamila se despidió de ella antes de subir muy sonriente a la
limusina. Estaba muy emocionada antes de montarse, pero su expresión
cambió de repente cuando vio quién estaba dentro. Delia no sabía qué le había
ocurrido después de subir al auto, pero justo antes de que se cerrara la puerta,
notó que Yamila temblaba. El conductor regresó a su asiento y se alejó en la
limusina.

Alrededor de Delia comenzaron a oírse de inmediato murmuraciones,


calumnias, envidia y celos. Sin embargo, cuando escuchó que tres de las
mujeres, por envidia, decían que Yamila era una amante, no pudo contener su
ira, se acercó a ellas y las reprendió furiosa:
—Ese era el novio de mi amiga que vino a recogerla. Por favor, ¡tengan
educación y dejen de ser tan amargadas!

Las tres mujeres miraron a Delia con desprecio, ignoraron sus palabras y hasta
la chocaron a propósito en el hombro al pasar por su lado. Delia se dio la vuelta
y las miró con rabia mientras se alejaban. Sentía por primera vez que la envidia
de una mujer podía ser mortal. No obstante, las tres mujeres no se habían
alejado mucho cuando cuatro guardaespaldas con gafas de sol aparecieron de
repente de la nada y las detuvieron.

Delia también sintió curiosidad por saber quiénes eran aquellos cuatro
guardaespaldas; no supo qué les dijeron a las tres mujeres que hizo que se
dieran la vuelta al instante y se acercaran a ella. Con una expresión de pena en
sus rostros, agacharon la mirada y le dijeron:

—Señorita, sentimos haber chocado con usted. La culpa es nuestra.


¡Discúlpenos! Sabemos que hicimos mal. No debimos haber hablado mal de
usted ni de su amiga.

Las tres mujeres siguieron disculpándose, lo que hizo que Delia se sintiera muy
incómoda. «¿Desde cuándo me he convertido en una “señorita”? ¿Por qué de
repente son tan educadas? Además, no necesito sus hipócritas disculpas».
Decidió ignorarlas y, cuando se dio la vuelta para salir, notó que los cuatro
guardaespaldas comenzaron a seguirla a cierta distancia.

No fue hasta que llegó a la estación de autobuses que se dio cuenta de que los
cuatro guardaespaldas habían desaparecido. En ese momento, ya no le
apetecía volver a la casa de Manuel, así que tomó directamente el autobús
hacia el Condominio Harmonía, donde estaba su propia casa y de Miguel.
Después de todo, había pasado un tiempo desde la última vez que había estado
allí y recordó que había que regar las plantas del invernadero de Miguel en la
azotea.

Al llegar, se enfrascó tanto en la limpieza de la casa que olvidó llamar a la


Señora López para decirle que no iba a regresar para cenar. Cuando terminó de
hacer todas las labores domésticas y se acordó de llamar, ya eran las ocho de
la noche.

Sacó su teléfono, hizo una foto del jardín de la azotea y se la envió a Miguel,
pero él no respondió. En cambio, recibió un mensaje de texto de Yamila
diciéndole que estaba bebiendo en el Club Nocturno Tentación y quería que ella
la acompañara. Para comprobar la veracidad del mensaje de texto, la llamó.

—Delia, eres mi única amiga. Por favor, ven y acompáñame a tomar una copa —
contestó Yamila entre lágrimas.

—¿Qué sucedió? —Delia se preocupó al escuchar el llanto de Yamila.


—Ven, ven para que me acompañes, ¿sí? —Yamila siguió llorando con la voz
aún más ahogada.

«Ella estaba bien esta mañana. ¿Por qué de repente...?».

—¡Está bien! Ahora mismo voy —le respondió Delia de prisa—. ¿En qué área del
club nocturno estás? ¡Enseguida voy a verte!

Yamila le dijo dónde estaba y, al instante, colgó.

Delia no se preocupó por la cena. Tomó su bolso y salió corriendo por la puerta.
Después de salir del condominio, se subió a un taxi en dirección al Club
Nocturno Tentación para buscar a Yamila.

Por fortuna, ella estaba en una mesa VIP del Bar Puro. Sin embargo, cuando
Delia llegó, la vio reprendiendo a un camarero, quien asentía y se disculpaba
con una expresión lastimera en el rostro. Delia se acercó a él y le pidió que se
retirara. Luego, se sentó junto a Yamila y le quitó la botella de vino que tenía en
la mano. Yamila la miró sonriente, extendió el brazo, agarró la botella de vino de
la mano de Delia y se la puso en la boca.

—¡Ven, Delia! ¡Vamos a beber! —exclamó Yamila con una sonrisa mientras
trataba de persuadirla.

Aunque sonreía, Delia podía ver las lágrimas en los bordes de sus ojos. Apartó
la mano de Yamila y puso la botella a un lado antes de decir con suavidad:

—Yamila, ya has bebido suficiente por hoy.

—Eres mi amiga. La razón por la que te he invitado es para que bebas conmigo,
no para que me lo impidas —respondió la chica fingiendo enfado.

Delia sacudió la cabeza y explicó:

—Este lugar no es seguro. Si las dos estamos borrachas...

—¡Nadie se arriesgaría a tocarme aquí! ¡Soy la mujer del Décimo Jefe! ¿Quién se
atrevería a hacerme daño? —Yamila se levantó de repente y empezó a
parlotear.

Delia se apresuró a halarla del brazo para obligarla a sentarse. Sin embargo,
ella levantó la otra mano, agarró la otra botella de vino que había sobre la mesa
y la vertió en la boca de Delia sin que esta se lo esperara. Delia se atragantó y
tosió mientras el fuerte alcohol bajaba por su garganta. Al ver su reacción,
Yamila se echó a reír. Casi siempre, cuando alguien bebe, mientras más finge
estar contento, peor es su estado de ánimo.

Delia respiraba profundo mientras se daba palmadas en el pecho para


estabilizar su respiración.
»¿Puedes beber conmigo? Eso es todo lo que necesito ahora —le suplicó
Yamila con tristeza.

—¡Cuéntame primero lo que te ha pasado y después lo consideraré! —contestó


Delia con seriedad.

Yamila la miró herida. Luego, comenzó a sollozar.

—Diez me dijo que me dejaba ir. A partir de hoy, soy libre. Ya no me necesita.

—¿Te niegas a dejarlo ir? —preguntó Delia con voz suave.

Yamila movió la cabeza con energía y se apresuró a negarlo:

—¿Quién ha dicho que me resisto a dejarlo ir? Me alegro de que por fin me haya
liberado. Ahora que me gradué del instituto, podré salir con quien quiera
cuando vaya a la universidad y él ya no podrá controlarme. ¿Por qué iba a
resistirme a dejarlo?

Delia ignoró sus palabras e hizo la pregunta más importante:

—¿El Décimo Jefe no te dijo por qué?

Yamila siguió sacudiendo la cabeza mientras lloraba y respondió:

—Dijo que ya no me necesita.

Después de escuchar esto, Delia se quedó en silencio. Empezó a pensar que


podría tener algo que ver con Nina Vargas. «Pero ella ya está muerta... ¿Acaso
el Décimo Jefe se habrá sentido de pronto culpable?».

»Delia, ahora que te he dicho la razón, ¿no deberías empezar a beber conmigo?
—preguntó Yamila mientras le entregaba una vez más la botella de vino a su
amiga. Ella intentó rechazarla; pero, antes de que abriera la boca, Yamila
extendió su dedo índice y lo presionó sobre los labios rosados de Delia, y
continuó—: No necesito tus palabras de consuelo. Lo único que quiero es que
bebas conmigo en silencio.

Al escuchar esto, Delia respiró profundo y tomó la botella de vino que Yamila
sostenía en su mano.

Yamila sonrió, alzó su botella, que aún no había terminado, y brindó con Delia:

»¡Bebamos hasta que estemos completamente borrachas!

Delia frunció los labios y el ceño mientras bebía un trago.

Las dos se sentaron en la mesa a beber; pero, como eran hermosas hasta sin
maquillaje, unos cuantos hombres con segundas intenciones que estaban
sentados en las mesas de al lado las miraban fijamente. Uno de ellos era el
medio hermano de Yamila, José Juárez. Entre sus amigos, había dos hombres
interesados en ella. Sin embargo, como era su hermano, aunque de madres
diferentes, él ya les había advertido que no le pusieran un dedo encima.

En cuanto a la otra mujer junto a Yamila, José Juárez tuvo la sensación de que
su voz le resultaba muy familiar. «¡¿Sirena?!». José reflexionó por un momento
y no pudo evitar sospechar, aunque tampoco estaba del todo seguro. Había
escuchado rumores de que uno de los accionistas del Club Nocturno Tentación
había despedido a Sirena por alguna razón, por lo que llevaba mucho tiempo sin
cantar allí. José se había curado por fin de su enfermedad; pero, por desgracia,
no había encontrado ninguna mujer que le interesara.

En las mesas a ambos lados de la de Delia y Yamila, había un total de ocho


hombres esperando a que estuvieran borrachas para poder aprovecharse de
ellas. Yamila ya se había bebido dos botellas de vino. Tenía la cara enrojecida y
estaba ebria. Por su parte, Delia, después de terminar una botella, sintió tanto
dolor de cabeza que se acostó en el sofá y se quedó dormida. Yamila se inclinó
hacia ella y trató de sacudirla con suavidad para despertarla. Luego, sus labios
dibujaron una sonrisa antes de eructar, se recostó sobre ella y, poco después,
también se quedó dormida.

Los hombres de las mesas de al lado las vieron y, después de asegurarse de


que ambas estaban borrachas, se levantaron. Sin embargo, justo cuando
estaban a punto de hacerles algo, cuatro guardaespaldas vestidos de negro
aparecieron de repente desde el pasillo y detuvieron por completo su plan.

Entonces, un hombre de figura esbelta salió del oscuro pasillo. Cuando José vio
de quién se trataba, se reclinó rápido para esconderse. «¡Ese es Lucas Ferrero!
Si me ve, seguro me dará una paliza». José había aprendido la lección, por eso
esta vez se escondió de inmediato cuando vio a Manuel.

Manuel se dirigió a la mesa y ordenó a sus hombres que las separaran y luego
llevaran a Yamila a su casa sana y salva. Ese día, él estaba muy ocupado, por lo
que había enviado a sus guardaespaldas personales para que vigilaran a Delia,
por miedo a que le ocurriera algo malo. Eran ya las diez de la noche y acababa
de terminar su trabajo, cuando recibió un aviso de sus hombres y corrió al
lugar. El aura de Manuel siempre hacía que los que lo rodeaban se sintieran
avergonzados. Levantó a Delia del sofá con ambas manos y la sostuvo con
cuidado en sus brazos.

Mientras tanto, José, que estaba sentado en la mesa de al lado, observaba


cómo este hombre se llevaba a las dos mujeres. Aunque una de ellas era su
hermana, tenía miedo de salir a enfrentarse a él.

Después de enviar a Yamila a casa, Manuel llevó a Delia a su auto. Estaba


tranquila en sus brazos, tenía las mejillas sonrosadas y parecía dormir
profundamente.
—Miguel —murmuró ella de repente. Luego, extendió la mano y agarró con
fuerza el cuello de la camisa de Manuel.

«Se me oprime el corazón cada vez que la oigo murmurar el nombre de Miguel
mientras duerme. ¿Qué puedo hacer para calmar este dolor? Tal vez no estoy
dispuesto a aceptar la realidad o quizás mi obsesión por ella ya es demasiado
profunda. Sea lo que sea, todavía no puedo dejar ir a Delia y olvidarla. ¿Acaso
debo ser el único que le toca sufrir? ¡Ella debería haber sido mía!».

—¡Chávez, pon rumbo a la Torre del Grupo Larramendi! —le ordenó enseguida al
conductor.

Chávez no tuvo más remedio que girar el volante e ir en dirección contraria a la


casa de este.

Mientras tanto, en casa de Manuel, cuando Mariana se dio cuenta de que ni


Delia ni él habían regresado, se puso furiosa, pero tuvo que contener su ira.

Durante las últimas semanas, Mariana había imitado cada movimiento y


expresión de Delia. Incluso había aprendido a cocinar la comida favorita de
Manuel, pues supo de sus preferencias gracias a la Señora López. En resumen,
las palabras de la Señora López habían alumbrado a Mariana. Para mantener
su lugar como señorita de la Familia Larramendi, había decidido ir a por todas.
Iba a transformarse por completo en Delia. Desde su apariencia, su voz y hasta
su sonrisa, quería imitarlo todo a la perfección.

La Señora López no había percibido aún el extraño comportamiento de


Mariana. Creía que la señorita al fin había tomado conciencia y cambiado su
temperamento mezquino y arrogante. Vio que trataba a los demás con
amabilidad y pensó que era lo mejor. Después de todo, nadie es perfecto y todo
el mundo tiene un lado oscuro.

Manuel llevaba a Delia en brazos. Subió a su ascensor personal VIP en la Torre


del Grupo Larramendi y se dirigió hacia al despacho del presidente. Nunca se
había apresurado tanto. En cuanto salió del ascensor con ella en brazos, corrió
hasta el área de descanso en el segundo piso de su despacho. En ese
momento, la pureza de sus ojos había desaparecido y estos ardían de deseo.

Manuel colocó a Delia en su cama. Ella seguía ebria y en un sueño profundo.


Mientras contemplaba su rostro, Manuel enfocó su mirada en sus atractivos
labios rosados y carnosos, y apretó el abdomen sin darse cuenta.

Tuvo la sensación de que su lado oscuro lo controlaba cada vez más. Su


corazón sufría desde la vez que ella había aparecido en la mansión Larramendi
y él se había dado cuenta de que se había equivocado de persona y que la
verdadera ya era su cuñada. El dolor suele insensibilizar a la gente, pero él
sentía que el suyo era peor que la muerte.
«¡Delia, tú también eres culpable! Es tu culpa por hacer que me enamore de ti,
pero ¿por qué soy el único que debe sufrir?».

Manuel se inclinó y extendió la mano para desabrochar despacio todos los


botones de la blusa de Delia. Su piel, escondida bajo la blusa, era suave y
blanca como la nieve. Los ojos de Manuel, que observaban a Delia, se
ensombrecían cada vez más y parecía como si en su interior ardieran llamas de
fuego. Con las yemas de sus dedos, abrió la blusa de Delia y dejó al descubierto
su hermosa piel, brillante como el jade. Bajo su delicada clavícula, llevaba una
prenda de ropa interior blanca que envolvía sus pechos ligeramente redondos.

«Recuerdo que todavía es virgen. Por tanto, tomar su virginidad sería la forma
de curar mi dolor».

Entonces, Manuel se quitó la camisa y se inclinó hacia ella con el torso


desnudo. Ella seguía en un sueño profundo, sin saber que iba a ser «devorada»
por un hombre ardiendo de deseo. Manuel extendió su mano para acariciar con
cariño la mejilla de Delia. Sus dedos recorrieron sus cejas, sus ojos, su nariz y
terminaron en sus labios rosa cereza. Luego, le apretó la barbilla y la levantó
con cuidado para que se encontrara poco a poco con su beso. Sin embargo,
justo cuando sus labios estaban a punto de tocarse, Delia abrió de repente los
ojos. Él se paralizó al instante del susto.

—Migue, ¿cuándo regresaste? —Delia seguía dormida y no estaba del todo


consciente.

Manuel ya no sabía si ella seguía soñando o si lo había confundido con otra


persona, así que se limitó a mirarla a los ojos con ternura.

—Migue, acompáñame un rato, ¿sí? Me siento tan sola.

Entonces, extendió de repente la mano, rodeó el cuello de Manuel con sus


brazos y lo atrajo hacia sí. Manuel no esperaba que ella se comportara así, por
lo que se colocó encima de ella sin previo aviso. Su suave piel rozaba contra el
musculoso pecho de él y las gotas de sudor que empezaban a gotear de su
frente mojaban su cabello.

—Delia, ¿quién soy? —preguntó él, dolido.

Los ojos de Delia parecían desorientados y no podía centrar su mirada en el


rostro de Manuel.

—¡Eres Migue! ¡Mi único Migue! ¡Tú eres mi esposo! ¡Eres el mejor esposo del
mundo! Me siento bendecida por poder casarme contigo —dijo ella antes de
que sus labios dibujaran una sonrisa mientras cerraba poco a poco los ojos.
Con una voz cada vez más suave, murmuró—: Mi querido esposo, espero con
ansias el día en que tengamos nuestra ceremonia de boda. En mi habitación
nupcial, quiero una cama grande, redonda y llena de rosas. Querido, dijiste que
me darías la primera noche más hermosa de todas.

«¿Esto es lo que Miguel le prometió a Delia? ¿Es por esto que nunca se ha
acostado con ella hasta ahora?».

Después de escuchar el murmullo de Delia, además de dolor, Manuel sintió una


gran culpa en su corazón. El deseo ardiente en sus ojos desapareció. La
claridad y la calma volvieron a ocupar su lugar. Se levantó al instante y se
apartó de Delia.

«Nunca pensé que tuviera un lado oscuro. Casi arruino la felicidad de Delia y
Miguel. Resulta que él nunca se ha acostado con ella porque quiere darle la
primera noche perfecta después de su ceremonia de boda. Comparado con mi
hermano, solo soy un desgraciado. Miguel sabe respetar a Delia, a diferencia de
mí, quizás porque mi abuelo me consentía desde muy joven. Siempre me las he
arreglado para conseguir lo que quiero. Incluso cuando luchaba contra el
enemigo, siempre me confiaba y "jugaba" con él».

«¿Será que es más fácil para mí caer porque siempre he estado en la punta de
la pirámide?».

Manuel abrochó poco a poco todos los botones de la camisa de Delia, tomó la
manta que estaba a un lado y la colocó sobre ella. Luego, se giró para alcanzar
una toalla y limpiarle las gotas de sudor de la cara. «Lo siento. No has hecho
nada malo. La culpa es mía por ser demasiado egoísta». Sin embargo, solo
podía decir esto para sí mismo.

Después de ocuparse de ella, fue al baño a darse una ducha antes de bajar a
descansar en el sofá.

A la mañana siguiente cuando Delia se despertó, se dio cuenta de que su


cuerpo apestaba, pero su ropa limpia estaba en la mesilla de noche junto a ella
con una nota. Tomó la nota y la leyó. Era de la Señora López; le había dejado la
ropa allí para que pudiera ponérsela después de su ducha matutina y se había
ido a comprar víveres.

«¿Estoy en casa de Manuel Larramendi?». Miró de inmediato a su alrededor y se


dio cuenta de que estaba una vez más en la oficina de Manuel. Se frotó las
sienes para aliviarse el dolor de cabeza, tomó la ropa y se fue a duchar. Cuando
terminó, ni siquiera se molestó en secarse el cabello y se sentó en el suelo a
frotarse las sienes de nuevo.

«Me duele la cabeza. Lo único que recuerdo es que anoche me tomé unas
copas con Yamila en el Club Nocturno Tentación y me emborraché después de
una botella entera de vino. Luego, creo que soñé con Miguel». Su memoria
estaba revuelta y no podía recordar todo lo que había pasado esa noche.
Cuando Manuel regresó a la empresa después de una reunión de trabajo, se
enteró por el jefe del Departamento de Diseño de que Delia aún no se había
presentado, por lo que supuso que no se había despertado. Luego, se dirigió
enseguida al segundo piso de su oficina.

Al llegar, vio a Delia sentada en el suelo justo fuera del baño. Tenía el cabello
mojado y se masajeaba la cabeza con las manos por el dolor. Manuel hizo un
leve gesto con la cabeza antes de acercarse a Delia y levantarla del suelo de
inmediato. Ella se sobresaltó tanto que gritó. Cuando se fijó bien y vio que era
Manuel, se apresuró a decir:

—Manuel, ¡bájame!

Mientras la colocaba en la cama para que se sentara, él la regañó con frialdad:

—Ni siquiera sabes cuánto alcohol puedes tolerar y aun así acompañas a tu
amiga a beber. ¡Te mereces tener dolor de cabeza!

Ella sonrió con amargura, bajó la cabeza y se quedó callada. Entonces, Manuel
se dio la vuelta y se fue. Cuando regresó, le entregó dos píldoras blancas y un
vaso de agua, y le dijo:

»Esto es una medicina para la resaca. Te dejará de doler la cabeza cuando las
tomes.

Ella asintió y respondió con voz débil:

—Gracias, Manuel.

Justo después de que se tomara las píldoras, Manuel le colocó de pronto una
toalla blanca y limpia en la cabeza.

—¡Deprisa, sécate el cabello! Tómate el día libre hoy. —Tras una breve pausa,
continuó—: ¿No dijiste que querías tomarte unos días libres?

—¡¿Qué?! —Delia levantó la vista al instante sorprendida y abrió los ojos de par
en par mientras lo miraba fijo.

Él se puso al lado de la cama y, con tranquilidad y una mirada condescendiente,


le dijo:

—He aprobado tu licencia. Le pediré al jefe del Departamento de Diseño que


transfiera tu trabajo a tus colegas para que lo terminen.

—¡Gracias, Manuel! —Delia estaba encantada y sonrió con alegría. En ese


momento, sintió de repente que le había dejado de doler la cabeza. Después de
un momento emotivo, se acordó de Yamila y preguntó—: En cuanto a mi amiga
que se tomó una copa conmigo anoche…
—Ya envié a alguien para que la llevara a casa sana y salva, así que puedes
estar tranquila —respondió él con despreocupación. Entonces, se le ocurrió
algo y preguntó con naturalidad—: ¿Cómo se conocieron?

—Intercambiamos los números de teléfono después de un encuentro fortuito y


una cosa llevó a la otra, así que de forma muy espontánea nos hicimos amigas
—dijo ella con una sonrisa.

«Me acuerdo de esa muchacha, Yamila Juárez. Cuando aún estaba en las
Fuerzas Especiales, tuve que salvarla de sus secuestradores y casi pierdo la
vida en el acto. Si no fuera por el brazalete de seda negro de Delia, ninguno de
los dos habríamos sobrevivido. Después de salvarla, ella incluso descubrió
dónde vivía y me lo agradeció en persona. Tal vez es obra del destino».

—Manuel, ¿la conoces? —preguntó Delia.

Sin embargo, él le mintió:

—No, no sé quién es.

Para ella, solo había sido una pregunta hecha al pasar; por eso no le dio mucha
importancia. En cambio, empezó a reflexionar si debía aprovechar su día de
descanso para encontrarse con Miguel o acompañar a Yamila.

El Décimo Jefe le había dicho a Yamila que estaba libre y que ya no la


necesitaba. Si lo miraba desde otra perspectiva, significaba que había roto con
ella. Aunque en realidad quería encontrarse con Miguel, no podía ignorar a su
amiga, a quien le habían roto el corazón. Entonces, decidió que, como tenía
unos días libres, acompañaría a Yamila para ayudarla a sentirse mejor.

—¡Gracias, Manuel! —dijo ella mientras se secaba el cabello y le sonreía.

Él se dio la vuelta para no mirarla. Había cumplido los deseos de la persona que
amaba y sabía que nunca más en su vida podría sentir lo mismo por otra mujer.

«Por eso, a partir de hoy, he decidido que viviré el resto de mi vida en soledad,
como mi madre, que solo amó a mi padre en toda su vida. Ella aún era joven
cuando él falleció y, con su belleza y sus antecedentes familiares, podría
haberse casado con otra persona y formar otra familia. Sin embargo, no se
casó con nadie más para proteger su profundo amor por él. Tal vez heredé de
ella esta clase de amor, dedicación y encaprichamiento. En lo que me queda de
vida, nunca dejaré que Delia descubra que la amo a ella y solo a ella». Manuel
sonrió con amargura y se fue.

Delia estaba muy concentrada en su plan y no notó en lo absoluto su atención


hacia ella. En comparación con su esposo, su amiga era quien más la
necesitaba, por lo que eligió acompañarla. Después de contactar con Yamila,
esta le envió la dirección de su casa. Luego, fue al Departamento de Diseño
para terminar de solicitar la licencia antes de abandonar el Grupo Larramendi y
se dirigió a la casa de Yamila.

Ella vivía en una zona de villas de lujo en la Ciudad Buenaventura. Los visitantes
incluso tenían que registrar su nombre y esperar a que el guardia de seguridad
avisara al propietario de la casa. El guardia de seguridad solo le permitió entrar
después de que Yamila le dijera que la dejara pasar. Al llegar, Yamila le dijo que
la casa la había comprado el Décimo Jefe. Ahora que habían roto, se la había
regalado.

Delia se sentó en el alféizar de la ventana junto a ella. Yamila se abrazó las


rodillas, miró por la ventana y dijo con tristeza:

—Diez sí que me trató bien. ¡Me compró todo lo que quería! Todo lo que tenía
que hacer era dormir con él una vez cada fin de semana. ¡En realidad, él solo
me abrazaba para dormir! ¡Nunca me tocó en ningún otro lugar! Al principio le
tenía miedo, pero creo que poco a poco empecé a querer ser como él. ¿Qué
debo hacer?

La identidad del Décimo Jefe era un misterio e incluso Yamila no conocía


mucho sobre su origen. Lo único que sabía era que el Décimo Jefe era uno de
los accionistas del Club Nocturno Tentación. Tras un momento de silencio,
Delia le preguntó de pronto:

—¿Crees que el Décimo Jefe sea un miembro de la mafia?

Yamila la miró, sacudió levemente la cabeza y respondió:

—No sé.

—Yamila, sé que te gusta el Décimo Jefe, pero tienes que saber que él es de un
mundo muy diferente. Mantuvo su identidad en secreto por alguna razón. Ahora
que está dispuesto a dejarte ir y liberarte, significa que lo hace por tu propio
bien. Por eso, Yamila, a partir de hoy, tienes que vivir cada día con alegría y no
dejar que los esfuerzos del Décimo Jefe sean en vano —dijo Delia para
reconfortarla mientras sostenía su mano.

Yamila la miró y de repente extendió los brazos para abrazarla.

—Delia, tengo suerte de haberte conocido.

—¡Yo también! —Delia la estrechó entre sus brazos y acarició con suavidad la
espalda de Yamila mientras sonreía aliviada.

Después de la partida del Décimo Jefe, Yamila les había pedido a los sirvientes
de la casa que se fueran. Su madre no vivía con ella, sino en otra zona
residencial, y el Décimo Jefe incluso había contratado a alguien para que la
cuidara. Al principio, Yamila había pensado que el Décimo Jefe dejaría de
preocuparse por ellas después de la ruptura. Para su sorpresa, se había
enterado por el cuidador de su madre que el Décimo Jefe seguiría apoyándola
económicamente.

—Mi madre es adicta al juego, pero le tiene miedo a Diez porque, una vez que
salió a jugar, sus hombres la capturaron y casi pierde los dedos. Después de
eso, aprendió la lección y no volvió a apostar. Ahora, solo se queda en casa y
hace algunas artesanías; luego se las da a los hombres de Diez para que la
ayuden a venderlas. —Yamila suspiró.

Era la primera vez que Delia oía hablar de la otra cara del Décimo Jefe. Era
violento, pero también muy generoso con la gente que le importaba. Cuando
Delia recordó la vez que el Décimo Jefe la capturó y casi sirve de alimento para
su perro, volvió a sentir el mismo miedo. En ese momento, Delia se dio cuenta
de la clase de persona que era el Décimo Jefe. Trataba muy bien a la gente que
le agradaba, pero también podía matar con facilidad a la que no.

—Delia —le dijo Yamila de pronto con voz suave.

Delia volvió a la realidad y miró a Yamila.

—¿Sí? —le preguntó.

Yamila sonrió y anunció:

—¡He tomado mi decisión!

—¿Qué decidiste? —Delia se sobresaltó y tuvo un mal presentimiento.

—¡Voy a buscar a Diez! —exclamó ella con una brillante sonrisa.

Delia no supo qué decir. Después de una larga pausa, preguntó:

—¡¿Hablas en serio?!

—¡Sí! No me importa quién sea Diez en realidad. Lo único que quiero es estar a
su lado —dijo ella con firmeza.

«En este caso, como amiga, ¿qué debo decir? La verdadera identidad del
Décimo Jefe es, sin duda, complicada. Creo que debe haber ocurrido algo malo
para que desaparezca de repente y deje de ver a Yamila, o tal vez lo hace de
verdad por su bien. Siento que el Décimo Jefe ha tomado la decisión correcta al
dejarla ir, pero Yamila parece estar muy frustrada y molesta por esto. ¿Qué
pasa si la decisión que está tomando es entre un futuro brillante y una vida en
el infierno? ¿Y si elige el camino equivocado y entra en una vida de infierno?».
Delia no sabía qué hacer.

Al ver que Delia guardaba silencio, Yamila tomó su mano y le suplicó con total
franqueza:
—Delia, por favor, apóyame en mi decisión, ¿de acuerdo?

—Yo… —Delia quiso decir algo, pero cambió de opinión.

—¡Eres mi amiga! ¡Espero que me apoyes! ¡Por favor, te lo ruego! Delia, por
favor, ¡apóyame! —suplicó ella.

Delia no podía soportar verla enfadada, así que asintió y aceptó. Yamila se
inclinó hacia delante y volvió a abrazarla. Su sonrisa era cálida y brillante, como
la luz del sol que entraba por la ventana. Cuando una persona está de buen
humor, hasta el aire a su alrededor es cálido.

Después de enterarse de la decisión de Yamila, Delia se quedó acompañándola


hasta que esta se sintió completamente animada. Luego, se levantó y dijo:

—Yamila, es hora de irme a casa.

—Delia, ¡recuerda mantenerte en contacto! —Yamila levantó la mano y le hizo un


gesto para que la llamara.

Ella asintió con una sonrisa.

Yamila observó cómo Delia se daba la vuelta y se marchaba, y su sonrisa se


tiñó poco a poco de amargura. No le había contado la verdad. En realidad, a
Diez le había ocurrido algo. «Delia, siento haberte mentido. Solo quería que no
te preocuparas por mí».

Quizás era un tipo de telepatía entre amigas. Cuando salió de la casa, Delia no
pudo evitar detenerse al llegar al patio. Se dio la vuelta y miró en dirección a la
ventana del dormitorio de Yamila, que estaba en el segundo piso, y tuvo la
sensación de que iba a ser difícil volver a verla después de la despedida ese
día. «¿Estaré dándole demasiadas vueltas a las cosas?». Delia frunció el ceño y
se giró para seguir la marcha.

De camino a casa, llamó a Miguel para decirle que quería acompañarlo en su


viaje de negocios. Este aceptó sin dudarlo y ella se puso muy contenta. Se
dirigió a la casa de Manuel para hacer las maletas y mudarse por completo.
Después de acompañar a Miguel en su viaje de negocios, ya no necesitaría
quedarse más allí.

Cuando llegó a la casa de Manuel, él había detenido por casualidad el auto en el


patio delantero y ambos se saludaron en la puerta. Delia observó cómo Manuel
bajaba con elegancia de su lujoso auto. Luego, con una sonrisa, lo saludó:

—Hola, Manuel.

—Hola.

Él la miró antes de subir las escaleras. Ella lo siguió sin decir nada.
Cuando Mariana, que estaba en la casa, vio que ambos regresaban juntos
después de no haber vuelto a casa en toda la noche, se puso tan furiosa que
sintió que la ira la consumía por dentro. Sin embargo, solo pudo sonreír y darle
la bienvenida a Manuel a la casa, mientras se esforzaba por tragarse su furia.

—Manuel, ¡qué bien me tratas! No puedo creer que hoy hayas salido temprano
del trabajo para acompañarme. —Mariana se acercó a él y, con toda intención,
lo tomó del brazo con gran intimidad frente a Delia.

En el momento en que Mariana habló, Delia se giró de inmediato sorprendida


para mirarla. «¡La voz de Mariana suena igual que la mía!». Delia la miró con
incredulidad.

Mariana ignoró su mirada. En cambio, se lanzó a los brazos de Manuel y lo


abrazó con fuerza por la cintura, mientras actuaba como una niña mimada y
decía:

—Manuel, ¿puedes llevarme arriba, por favor? Mis rodillas son débiles.

Delia la miró y dibujó una sonrisa incómoda. Ver su demostración pública de


afecto una o dos veces estaba bien, pero hacerlo tan a menudo la hacía sentir,
naturalmente, que algo no estaba bien. Delia tenía la sensación de que algo
extraño ocurría entre Mariana y Manuel, pero no podía descubrir qué era.

Manuel miró a Delia con el rabillo del ojo y se dio cuenta de que ella tenía la
mirada fija en Mariana, así que con rapidez se agachó y levantó a Mariana con
una mano. Luego, se la echó al hombro y subió las escaleras.

«La forma que tiene Manuel de llevar a las mujeres parece muy dominante. Es
como si llevara una presa...». Los labios de Delia no pudieron evitar temblar.

Mientras tanto, Mariana regañaba a Manuel en sus pensamientos: «¿Será


Manuel un idiota? ¡¿Sabrá cómo llevar a una mujer?! ¡Espera, sí que sabe!
Recuerdo que este hombre llevaba a Delia con ambas manos cuando
estábamos en la mansión de la Familia Larramendi, pero ¡¿por qué me lleva
así?!».

Mariana apretó los dientes, pero antes de que pudiera volver a sus cabales,
Manuel ya la había arrojado sobre la alfombra, justo después de doblar la
esquina de las escaleras que conducían al segundo piso.

—¡Ay! ¡Eso duele! ¡Manuel, deberías ser más gentil! ¡No seas tan impaciente!
¡Me estás haciendo daño! —Mariana levantó la voz a propósito y fingió que
estaban teniendo sexo.

Abajo, Delia escuchó lo que dijo Mariana y se echó a reír. Después, fue a la
cocina para decirle a la Señora López que ya no iba a cenar en casa.
Manuel ni siquiera miró a Mariana y se fue directo a su dormitorio. Ella observó
cómo se marchaba y sus labios rojos se curvaron en una sonrisa astuta.

Unos veinte minutos después... Mariana salió de su dormitorio y bajó las


escaleras para dirigirse al de Manuel, que estaba en el segundo piso. Al llegar,
empujó la puerta y entró; luego la cerró sin hacer ruido.

Mariana observó toda la habitación antes de que su mirada se centrara en la


puerta del estudio. Caminó en esa dirección y al entrar vio a Manuel tumbado
en el sofá detrás de su escritorio con la camisa desarreglada y la corbata
suelta. Mariana sonrió con malicia al darse cuenta de que él tenía los ojos
cerrados y su respiración era estable. En ese momento, el cabello de Manuel,
como de costumbre bien peinado, estaba desordenado y eso lo hacía parecer
sexi. Además, su atractivo rostro estaba enrojecido de una manera inusual
debido a que la droga comenzaba a surtir efecto.

Mientras Mariana se le acercaba, se quitó el abrigo y reveló el vestido negro de


encaje que llevaba debajo. Era muy revelador y no cubría gran parte de su
cuerpo, por lo que no era muy distinto a estar desnuda. Como era de encaje, se
podían ver un poco sus partes íntimas, lo que provocaba pensamientos
lascivos. Quien la viera, de seguro iba a querer desnudarla.

Manuel no se quitó sus zapatos de cuero y sus pies quedaron colgando en el


aire. Su chaqueta estaba tirada a un lado de forma casual y los dos botones
superiores de su camisa estaban desabrochados, por lo que se podían ver sus
pronunciadas clavículas. Su pecho musculoso quedaba apretado contra la
camisa y se podía ver su piel. Esto lo hacía parecer un poco más sexi y menos
frío que de costumbre.

El corazón de Mariana latía increíblemente rápido y el sudor rodaba desde su


frente hasta las mejillas. El estado actual de inconsciencia de Manuel todavía la
ponía nerviosa y estresada. Respiró con profundidad y se agachó despacio para
aflojarle su cinturón de cuero con sus temblorosas manos. De repente, Manuel
abrió los ojos y Mariana sintió que el corazón se le quería salir del pecho. Se
apresuró a dar unos pasos hacia atrás, pero el hombre sobre el sofá la agarró
por la cintura.

Con un giro, Mariana cayó sobre el sofá y el cuerpo de Manuel quedó encima
del suyo. Su duro y musculoso pecho se pegaba al suave cuerpo de la chica y
ella podía sentir los rápidos latidos del corazón de Manuel. En ese momento,
ella estaba tan nerviosa que su corazón se aceleró aún más. «Este hombre es
tan guapo que cualquier mujer se enamoraría de él...».

Era la primera vez que Mariana estaba tan cerca de él. Estudió con detalle su
rostro. Tenía una frente prominente, las cejas tan oscuras como la tinta y la
nariz respingada. Las sencillas líneas de sus rasgos faciales emitían una
especie de aura fuerte y heroica. Después de todo, era un hombre que había
estado en las Fuerzas Especiales; no era de extrañar que fuera tan masculino y
varonil.

Manuel agarró con fuerza la mano de la joven y sus ojos, que casi siempre
mostraban una tonalidad clara, se habían enrojecido debido a los efectos de la
droga. Clavó la mirada en su rostro mientras respiraba con dificultad, como si
estuviera a punto de comérsela viva.

Mariana miró al hombre que estaba encima de ella y, aunque se esforzaba por
mantener la calma, no pudo evitar que su voz temblara. Habló a propósito con
una voz y un tono similares a los de Delia y dijo con suavidad:

—¡Manuel, soy Delia!

—Delia... —Los ojos de Manuel, que eran como los de un águila, la miraron fijo y
su voz era más ronca que de costumbre mientras decía—: ¿Por qué... Por qué
vendrías a buscarme?

Mariana se sintió de inmediato en la luna. Parecía que el incienso que había


colocado en su estudio estaba funcionando. Le había comprado el incienso a
un prostituto del Club Nocturno Tentación. Era incoloro y no tenía olor, por lo
que no sabía qué tan eficaz sería la droga. Sin embargo, en ese momento, el
cuerpo de Manuel ardía de la cabeza a los pies, como si cada célula de su
cuerpo gritara para liberarse. Solo las partes de su cuerpo que rozaban el de
ella estaban un poco frescas.

Las pestañas de Mariana temblaban mientras parpadeaba y una capa de sudor


aparecía en su nariz. No obstante, ahora que el daño estaba hecho, no tenía
más remedio que continuar con su plan. Si se arrepentía ahora, quizás no
tendría otra oportunidad como esta. Se mordió el labio antes de rodear el cuello
de Manuel con sus brazos y sus esbeltas piernas rozaron su cuerpo. Ella
permaneció en silencio y se inclinó para besarlo.

—¡Tú no eres Delia! —Manuel volteó la cabeza para evadir su beso. Su mirada
era oscura y su respiración más pesada que antes mientras gritaba—: ¡Delia
nunca me besaría!

«¡No puedo creer que este hombre siga siendo lo suficientemente racional
como para analizar estas cosas!». Mariana, sorprendida, miró a Manuel y sonrió
de manera leve. Luego, sus manos, que estaban enredadas alrededor de su
cuello, lo halaron hacia ella para que pudiera besar sus labios, pero él sin vacilar
se apartó de nuevo y se negó.

De hecho, el incienso devoraba su conciencia muy despacio. Mariana estaba


segura de ello, así que le dijo con suavidad:
—¡Manuel, soy de verdad Delia! Mariana me dijo que la persona que te gusta en
realidad soy yo. Manuel, ¿por qué no me lo dijiste antes? Para ser sincera,
tienes un lugar en mi corazón.

Al oír esto, Manuel hizo una mueca y el deseo ardiente de sus ojos se mezcló
con una ira y un dolor incontrolables mientras gritaba:

—¡Mariana, te estás volviendo muy buena en fingir ser Delia!

Ella no esperaba que le creyera, pero sabía que no podría resistirse por mucho
tiempo. Una vez que tuviera sexo con ella, se convertiría en la verdadera
señorita de la Familia Larramendi.

Mariana, que tenía las manos alrededor del cuello de Manuel, las bajó hasta la
cintura. Luego, con una fuerza repentina, le dio la vuelta y se sentó sobre él.
Debido a esto, su bello pecho se reveló frente a Manuel y su vestido se había
convertido por completo en una blusa corta: tenía solo la ropa interior para
cubrir la parte inferior de su cuerpo. Bajo la tenue luz interior, sin importar su
rostro, voz o cuerpo, esta mujer ya era idéntica a Delia.

Mariana tenía un extraño tipo de belleza que era capaz de encender el deseo en
el cuerpo de los hombres.

—Manuel, quieres tenerme, ¿verdad? Mientras lo desees, me entregaré a ti de


buena gana. —La mano de Mariana recorrió el estómago de Manuel y las yemas
de sus dedos se deslizaron con suavidad por sus pantalones.

Los ojos de Manuel estaban inyectados en sangre y su respiración era agitada.


La agarró por la cintura, la hizo girar y la puso debajo de él. Le apretó la barbilla
y se burló:

—¿Por qué eres tan malvada?

—Manuel, ¿cómo puedes decirme eso? —Mariana contuvo su ira y lo miró de


manera seductora. Al mismo tiempo, hizo todo lo posible por mover su cintura
para estimularlo—. ¡Manuel, soy Delia! ¡De veras soy Delia! En realidad, siempre
me has gustado. ¿No estás contento?

—¿Delia? —La mirada de Manuel se volvió más y más angustiada.

—Estoy aquí. Manuel... soy Delia. Tu Delia. —Los labios rojos de Mariana se
curvaron hacia arriba mientras sus manos temblorosas desabrochaban el
cinturón de cuero de Manuel.

—¿Eres en verdad Delia? ―El apuesto rostro de Manuel se tornó de un rojo


inusual y sus ojos oscuros parecían perdidos, pero no podía ocultar la
confusión y la duda en su mirada.
—Manuel, soy Delia. La Delia a la que le gustas, la Delia que te ama... —Mariana
imitó la voz de Delia y dijo esto para seducir de forma lenta y suave a Manuel.

Los labios de Manuel se apretaron en una fina línea y bajó la cabeza para mirar
la cara de Mariana mientras fruncía el ceño. «¡No! ¡Ella no es Delia! ¡Esta mujer
es Mariana! Delia no me pertenece... y nunca será mía... Delia le pertenece a
Miguel, no a mí...». El dolor que sentía hizo que Manuel volviera a sus cabales.
La mujer a la que amaba con locura no era su amante y eso le dolía tanto que
sentía que su corazón se deshacía.

De repente...

¡Plom! ¡Pum!

Con un movimiento de su brazo, los documentos y el portaplumas del escritorio


cayeron al suelo. El corazón de Mariana dio un vuelco y se hizo un ovillo sin
darse cuenta, pero sus ojos se abrieron al instante siguiente.

Sin dudarlo, Manuel se levantó del cuerpo de Mariana, se acercó al escritorio y


se agachó para recoger un bolígrafo del suelo. Luego, quitó la tapa del bolígrafo
con el pulgar y se lo clavó en el muslo sin piedad. Al cabo de un rato, la sangre
roja y brillante empapó sus pantalones. Aun así, aparte de ponerse pálido,
Manuel no mostró ninguna expresión de dolor. Ni siquiera emitió un sonido.

Mariana abrazó su propio cuerpo con fuerza. Estaba tan asustada que no podía
dejar de temblar y las gotas de sudor de su cara goteaban por su barbilla.
«¡Manuel siempre ha sido apático conmigo, pero nunca pensé que me odiaría
hasta el punto de ser tan cruel consigo mismo! Se apuñaló sin piedad en el
muslo solo para dejar de ser controlado por las drogas y volver a sus
cabales...».

¡Tap! ¡Tap!

El sonido de sus zapatos de cuero contra el suelo semejaba los pasos de la


Parca que venía del infierno.

Mariana miró horrorizada cómo Manuel se acercaba a ella paso a paso con una
expresión gélida en su rostro. Su cara se puso blanca como una sábana y cada
célula de su cuerpo le gritaba con desesperación que huyera, pero su cuerpo no
le respondía. Era como si sus miembros estuvieran pegados y no pudiera
mover ni un músculo.

Esta vez, estaba realmente asustada... Empezó a preguntarse si a continuación


Manuel usaría el bolígrafo en su mano para apuñalarla y darle una muestra del
dolor que él sentía...

El bolígrafo cayó de la mano de Manuel e hizo un estruendo al caer al suelo,


Mariana dio un brinco del susto. Su corazón comenzó a acelerarse muy rápido,
como si estuviera a punto de salirse de su pecho. Los labios le temblaban
mientras intentaba suplicarle, pero estaba tan asustada, que las palabras se le
atascaron en la garganta y no pudo decir nada.

—¡Largo! —Las venas de Manuel estaban a punto de estallar y sus ojos estaban
inyectados en sangre. Después de una breve pausa, se puso histérico de
repente—. ¡Largo! ¡Vete de aquí! ¡Vete o te mataré! ¡Te mataré!

Mariana se levantó con rapidez del sofá y estaba tan aterrorizada, que salió a
trompicones de la habitación de Manuel, presa del pánico. Sin detenerse ni un
segundo, corrió directamente a su dormitorio en el tercer piso y cerró la puerta
tras de sí. «¡Manuel es de veras una persona aterradora! ¿Cómo puede haber un
hombre tan fuerte en este mundo? Ya está drogado, y aun así podía...».

Mariana no se atrevió a seguir pensando en ello, porque sabía que una vez que
los efectos de las drogas hubieran pasado y él recuperara la conciencia, la
buscaría para vengarse. Llegado el momento, ¡tendría que enfrentar las graves
consecuencias!

Mariana entró en pánico de repente. Había vuelto a cometer un error. Si no


podía seducir a Manuel después de drogarlo e imitar la voz y el aspecto de
Delia, e incluso convertirse por completo en ella, no tendría la oportunidad de
volverse a acercar a él.

Se rascaba la cabeza preocupada y caminaba de un lado a otro de la


habitación. «¿Debería apresurarme y hacer las maletas para marcharme antes
de que Manuel recupere la conciencia por completo?».

Mientras tanto, Delia acababa de terminar de recoger sus cosas y arrastraba su


equipaje fuera de su habitación.

—¡Ah! —De repente, Delia oyó los gritos de Manuel que venían de la habitación
de al lado.

Delia se preocupó con solo escucharlo. Arrastró su equipaje con una sola mano
mientras caminaba alarmada hacia la puerta de la habitación de Manuel. La
puerta estaba abierta, pero la luz del interior era tenue, quizás porque las
cortinas estaban cerradas.

—¿Manuel? Manuel, ¿estás bien? —Delia seguía preguntando con timidez


mientras entraba.

Una vez dentro, no vio ningún rastro de él; pero justo cuando estaba a punto de
marcharse, tuvo una sensación de hormigueo y casi por reflejo se dio la vuelta
hacia la puerta del estudio de Manuel.

—¿Manuel? —llamó de nuevo.


Cuando llegó a la puerta, el grito impávido de Manuel se escuchó desde
adentro:

—¡Vete!

Delia se tambaleó y se quedó inmóvil frente a la puerta. No se atrevió a dar un


paso.

—Mmm... Manuel... ¿te ha pasado algo? ¿Por qué no llamo a la Señora López
para que te examine? —preguntó ella con impotencia, dado que podía oler la
sangre en el aire.

—Delia, ¿eres tú? —Manuel suavizó un poco su tono para que no sonara tan
insensible e indiferente como antes.

—Sí —respondió Delia con suavidad.

—Tú... no necesitas preocuparte por mí. —Su voz estaba un poco ronca.

—Manuel, ¿estás herido? —le preguntó antes de entrar en la habitación.

En el interior del estudio, la tenue luz amarilla brindaba una sensación de


calidez, pero desaparecía bajo el abrumador olor a sangre y le daba un
ambiente espectral a la habitación.

Manuel temblaba un poco mientras estaba sentado frente a las ventanas


francesas del estudio con las piernas cruzadas. Las pesadas cortinas ya
estaban corridas. Él tenía una expresión vaga bajo sus ojos caídos, pero el
rubor y las venas que le sobresalían en su pecho semidesnudo y en su rostro a
causa de su resistencia, hacían que se viera muy fuera de lo normal.

—¿Quién te dejó entrar? —Después de echar un vistazo a Delia, volteó con


rapidez la mirada. Se levantó del suelo, caminó hacia el sofá poco a poco, como
si le costara dar cada paso, y se sentó con cuidado.

Ella lo miró antes de que sus cejas curvadas se alzaran de repente y un rastro
de conmoción pasó por sus ojos llorosos. Vio el pantalón empapado en sangre
mientras esta corría por sus zapatos de cuero hasta el suelo y formaba un
charco. Era una escena horrible.

—Manuel, espera. ¡Iré a buscar algo para curarte! —Delia se dio la vuelta y corrió
en busca de su equipaje. Lo colocó en el suelo, lo abrió y de él sacó un pequeño
botiquín.

Ella tenía esta costumbre. Sin importar a dónde fuera, siempre llevaba su
botiquín por si acaso. Acercó el botiquín a Manuel y se puso en cuclillas junto a
él.
Tenía un agujero en el pantalón y a través de este se veía que tenía un corte.
Delia agarró unas tijeras del botiquín y le pellizcó el pantalón con gentileza.
Luego, cortó la tela alrededor de la herida y la trató con calma mientras él se
mantenía sentado en el sofá sin ni siquiera fruncir las cejas.

Manuel solo podía sentir las manos heladas de Delia tocando su piel, lo que lo
hacía sentirse cómodo. De repente, no pudo contener la inquietud que reprimía
en su interior y una sensación extraña rápidamente recorrió todo su cuerpo.
Poco a poco, fue perdiendo la cordura.

Fue entonces que le lanzó a Delia, que estaba cabizbaja curando su herida, una
mirada intensa con sus perceptivos ojos negros. Él se fijó en el lóbulo de su
oreja, en su blanca y delicada mejilla y en la suave línea de su mandíbula, que
se extendía de una manera hermosa bajo sus labios rosados. Tragó en seco y
su región inferior estaba en un estado tenso: era agonizante. Su ancha frente
volvía a exudar finas gotas de sudor mientras comenzaba a respirar con
dificultad. Poco a poco, la droga en su interior volvía a surtir efecto. Poco a
poco, engullía su racionalidad.

Manuel cerró los ojos, al borde de la inconsciencia, mientras apretaba los labios
para intentar contenerse:

—¡Fuera! —Quiso utilizar un tono más suave; pero, al final, siguió siendo cruel
con ella.

Delia mantuvo la cabeza baja y continuó vendando su herida. Luego, le dijo


enfadada:

—Me iré cuando termine de vendar tu herida, ¿de acuerdo? ¿Cómo te has
lastimado así el muslo? ¡Te perforaste una arteria! ¡Si no te curo la herida a
tiempo, te desmayarás por la excesiva pérdida de sangre!

En realidad, no importaba si sus ojos estaban cerrados o abiertos, la única


mujer que quería en su mente y su corazón era ella, Delia. Era mejor cuando
estaba callada, pero ahora que había hablado, él no podía contenerse por más
tiempo, dado que había llegado a su límite.

Manuel abrió los ojos de pronto. Luego, los abrió aún más y le lanzó a Delia una
mirada asesina, como si fuera un león que observaba a su presa. Su apuesto
rostro era de un rojo intenso y sus ojos estaban llenos de rastros de sangre. Su
cabeza estaba echando humo.

Cuando Delia terminó de vendarle la herida, sacó un pequeño frasco de


porcelana del botiquín. Tomó dos pequeñas pastillas de color chocolate y se
las entregó.

—Aquí tienes. ¡Tómatelas! Te ayudarán a detener el sangrado y el dolor —le


explicó.
Sin embargo, Manuel no tomó las pastillas que le entregó. Viendo que la
ignoraba, Delia se preparó para levantarse. De repente, una mano la tomó por
sorpresa y la rodeó por la cintura. Este repentino movimiento hizo que cayera
sobre la otra pierna de Manuel.

Los brazos de Manuel la rodeaban con fuerza. Los dos estaban tan cerca, que
sus respiraciones se mezclaban. Siempre tuvo madera de rey; sin importar a
quién tuviera en frente, no tenían otra opción que inclinarse ante él.

Todo el cuerpo de Delia temblaba mientras su corazón se aceleraba a una


velocidad desconcertante debido a su miedo. Intentó levantarse, pero una
fuerza la apretaba contra la pierna de Manuel, lo que la mantenía inmóvil.

—Mariana... —En realidad, le estaba llamando «Delia» por dentro, pero no podía
pronunciar su nombre. De veras quería llamarla por su nombre... De veras
quería hacerlo...

A Delia le cosquilleaba la sien al querer apartarlo; sin embargo, esta vez, él


ejerció más fuerza, lo que impidió que ella se soltara.

—¡Mariana, mírame! —le ordenó Manuel con autoridad.

Delia continuó empujando su pecho mientras le respondía en voz baja:

—¡Manuel, no soy Mariana!

«¡Sí! Claro que sé que no es Mariana. ¡Ella es Delia!». En aquel momento, no


pudo reprimir más los efectos de la droga y eso lo hizo entrar en un estado de
locura. «Solo sé que es Delia, la Delia que quiero, la Delia que amo, la Delia que
mimo. En cuanto a sus otras identidades, las he olvidado por completo».

De repente, los ojos de Manuel se volvieron más rojos, antes de que sus cálidos
labios besaran a Delia sin previo aviso. Ella sintió un escalofrío por todo el
cuerpo y empezó a temblar. Los labios de Manuel eran suaves y cálidos, e
incluso tenían una leve fragancia que ella no podía distinguir. Apretó los
dientes, pero él era hábil y le succionaba los labios mientras levantaba la mano
para sujetar su barbilla. Cuando la boca de la chica se abrió ligeramente, su
lengua se estiró dentro mientras la besaba con deseo.

Ella lo empujó con todas sus fuerzas, pero fue en vano; en cambio, Manuel la
apretó contra el sofá mientras le agarraba con facilidad las dos manos por
encima de la cabeza. Mientras tanto, Delia dejó escapar un grito. Para evitar
que lo mordiera, enredó su lengua con la de ella y se la llevó a la boca. Luego,
se desabrochó la corbata con una sola mano y la utilizó para atar las dos
muñecas de Delia con un nudo apretado.

Ella abrió los ojos con miedo. «¿Qué está tratando de hacer Manuel?». En
realidad, era obvio.
La besó en los labios durante un rato antes de enterrar su rostro en el de ella
para poder besarle las mejillas y las orejas. Él continuó besando el lóbulo de su
oreja mientras le susurraba al oído con voz ronca:

—¡Mariana, te deseo!

«No, ella no es Mariana. Es Delia». Manuel fluctuaba ahora entre la cordura y la


locura. «Solo quiero hacerlo con Delia».

Él podía contener sus impulsos frente a Mariana, pero frente a Delia era incapaz
de hacerlo. Incluso se había olvidado de que ella era la esposa de su medio
hermano, dado que todo lo demás quedaba relegado al fondo de su mente. «Si
puedo hacerle creer que la he confundido con Mariana, ¿significa que puedo
hacer lo que quiera con ella? ¿Quién puede entender de verdad el dolor que
siento?».

En ese momento, Delia rompió a llorar y gritó:

—¡No soy Mariana! ¡Déjame ir, déjame ir!

Manuel le tapó la boca mientras sus ojos oscuros se nublaban.

—¡Entrégate a mí, Mariana! —«¡Entrégate a mí, Delia!». Una voz salió de su boca,
pero otra le hablaba en su interior.

Él sabía a qué mujer deseaba, pero era porque la quería, que se veía obligado a
cambiarle el nombre por el de otra mujer, para ocultar la oscuridad que había
dentro de él. Las palmas de sus manos se calentaban mientras el deseo de
conquistarla se extendía por sus ojos. En su fosa nasal izquierda, un hilo de
sangre oscura se deslizaba muy despacio.

«¿Alguien... drogó a Manuel?». La mente de Delia se quedó en blanco y una


especie de temor la invadió como un torbellino de emociones.

Al ver que ella había dejado de forcejear, Manuel bajó la cabeza y besó el cuello
de la joven con más intensidad. Delia entró en una especie de trance. Cada
parte de ella que él besaba ahora ardía. Él no conseguía que ella le reciprocara
los besos, así que alejó los labios por un segundo y volvió a intentarlo. La besó
de una forma aún más apasionada mientras intentaba abrirle los labios en
busca de su lengua. La sostenía con fuerza entre sus brazos mientras sus
cuerpos se enredaban.

Las lágrimas de Delia seguían corriendo por su rostro. En realidad, nunca las
derramaba con facilidad, pero cuando él la besaba, ella se sentía impotente y
adolorida. Intentó liberarse varias veces, pero fue inútil. «¿Por qué alguien
drogaría a Manuel en su casa?».
El cuerpo de Manuel estaba hirviendo en ese momento. Delia apenas recordaba
haber visto síntomas como este en el <i>Diario médico</i> de su abuela. Había
un tipo de hierba que podía utilizarse, pero ella había olvidado el nombre.
Después de dejar esta hierba secar al sol y convertirla en polvo, su olor insípido
al quemarse podía estimular los deseos dentro del cuerpo de un hombre. Era un
estimulante utilizado para acelerar el instinto masculino.

Esta hierba era en realidad una especie de hierba mágica oriental. Las brujas de
la época de su abuela la vendían en ocasiones como droga afrodisíaca. Sin
embargo, la hierba era venenosa; si un hombre no liberaba su esencia después
de inhalar el polvo, poco después, la sangre empezaría a brotar por todo el
cuerpo del hombre debido a la rotura de los vasos sanguíneos y al aumento de
la presión arterial. Al final, también podría dañar los órganos internos de la
persona.

«En este momento, si no lo salvo, Manuel probablemente...».

Delia sintió que debía apartarlo y buscar a Mariana, en lugar de ayudarlo ella
misma. No obstante, Manuel no le dio ninguna oportunidad para escapar. De
hecho, no tenía intención alguna de dejarla ir. La encerró entre sus brazos con
fuerza y cuando ella intentaba pedir ayuda, él presionaba sus labios contra los
de ella o utilizaba su mano para taparle la boca.

Manuel notó el sabor salado de sus besos, lo que hizo que sintiera más afecto y
excitación hacia ella. Quería tener a esa mujer a toda costa, aunque tuviera que
ir al infierno por ello. Ahora sabía que, después que dejara atrás todas las
preocupaciones, sentiría una alegría y un placer que nunca antes había
experimentado; por lo tanto, la besó y se negó a soltarla.

Los besos de Manuel aturdieron a Delia hasta el punto de no saber dónde


estaba; pero, de repente, vio sin querer un rastro de sangre que corría por la
oreja de Manuel. Era de un rojo tan oscuro que parecía negra.

«Manuel está...». El corazón de Delia casi se detuvo cuando se dio cuenta de


que la vida de Manuel corría peligro. «El tiempo se agota...».

Los besos de Manuel eran agresivos y conquistaron sus labios, su cuello, su


clavícula y sus orejas muy despacio mientras las manos de él comenzaban a
indagar bajo la ropa de Delia y la acariciaban con suavidad.

Las acciones de Manuel la hicieron sisear mientras lo miraba fijo. Ella intentó
alejarlo con los pies, pero él le atrapó las dos piernas y la dejó inmóvil.

—No, ¡aj! —Antes de que Delia pudiera terminar sus palabras, Manuel le selló los
labios con un beso de manera dominante.

Acercó su cuerpo al de ella vagamente. Ella no era tonta, así que podía sentir
los cambios evidentes en el cuerpo de Manuel.
—Mariana... ayúdame... por favor... me estoy muriendo... —«Delia... ayúdame...
por favor... me estoy muriendo...».

Su conciencia se volvió más confusa, pero no olvidó utilizar palabras que le


salían del corazón para aliviar la incómoda relación entre ellos. «Delia, lo
siento... lo siento... lo siento...». Sin embargo, los pensamientos que resonaban
en su mente cambiaron: «Delia, te deseo... te deseo... te deseo...».

Delia comenzó a forcejear de nuevo. Lágrimas enormes escapaban de sus


brillantes ojos. A Manuel, que casi había perdido la razón, el forcejeo de la chica
le despertaba el deseo de conquistarla. Aunque estaba herido y la pierna de ella
golpeaba el corte en su muslo, no quería detener lo que estaba haciendo.

Cuando Delia se dio cuenta de que no tenía suficiente fuerza y que no podía en
absoluto escapar ni apartar a este hombre, las manos le temblaron un poco.

Al momento siguiente, justo cuando los besos de Manuel se deslizaban hacia


abajo, ella se agachó, bajó la cabeza y le mordió el hombro sin previo aviso. El
mordisco fue tan fuerte, que ella quedó con rastros de sangre en la boca; sin
embargo, él no mostró ningún signo de dolor.

La estaba obligando a hacer cosas que ella no quería. Su cuerpo, cálido y


suave, lo enamoró por completo. Los besos de Manuel se volvieron más
salvajes y prolongados.

Delia no tenía ni idea de cuánto duró este desagradable incidente. Esperó hasta
el momento en que el hombre que estaba encima de ella debilitara su agarre,
para tener al fin la oportunidad de patearlo con su pierna izquierda. Su patada
hizo que Manuel rodara con torpeza por el suelo.

Delia no se molestó en comprobar su estado. Tras levantarse del sofá, se zafó


con los dientes la corbata que llevaba atada a las muñecas y se puso la ropa
antes de salir corriendo sola, sin acordarse de tomar su equipaje.

Mientras tanto, Manuel yacía en el suelo. Aunque estaba cómodo ahí, con los
brazos y piernas extendidos, sentía que se le apretaba el pecho. Sus ojos
apenados miraban la espalda de la mujer a la que amaba con locura, cuando
vio temblar algo brillante con el rabillo del ojo.

De hecho, él también se odiaba a sí mismo; se odiaba a sí mismo por haber


perdido la cordura hace un momento; se odiaba a sí mismo por haber perdido
el rumbo; se odiaba a sí mismo por haber herido a la mujer que más amaba.

¿Por qué? ¿Por qué no podía renunciar a su amor por ella? ¿Por qué? ¿Por qué
su personalidad se enturbiaba al no lograr que ella lo amara? ¿Por qué? Podía
soportar lo insoportable, pero ¿por qué su autocontrol no tenía ningún efecto al
enfrentarse a ella?
Esta vez, Delia lo había vuelto a salvar, pero a partir de ahora, ¡él estaba seguro
de que ella lo despreciaría!

Por otro lado, Delia regresó corriendo a su dormitorio y se apresuró a entrar en


el cuarto de baño para quitarse la ropa mojada y pegajosa que llevaba encima.
Cuando estaba a punto de abrir el grifo del agua caliente, levantó la cabeza
para mirarse en el espejo.

Llevaba su larga cabellera, que estaba tan revuelta como la hierba salvaje,
casualmente colocada sobre el hombro. Su rostro estaba pálido y su ropa
interior estaba desordenada. Sus labios rosados estaban hinchados y
enrojecidos por los besos de Manuel. Debajo del cuello, tenía algunas marcas
de color púrpura oscuro, que causaron sus besos cuando perdió el control.

Las imágenes del incidente que acababa de ocurrir flotaban en su mente y le


provocaban náuseas. Agarrada al lavabo, vomitó hasta que su boca tuvo un
sabor amargo. Luego abrió la ducha para seguir lavando su cuerpo. Tomó un
poco de gel de baño y se frotó la parte interior de los muslos hasta que
estuvieron rojos e hinchados.

«Manuel no me quitó la virginidad, pero me agarró los muslos y me obligó...».


Delia sintió tanto asco que volvió a vomitar. Después se sentó en el suelo,
abrazó sus rodillas y lloró en silencio mientras el agua de la ducha le caía
encima. «Me da vergüenza incluso ver a Miguel en mi estado actual...».

«Aunque esto fue solo un accidente y el propio Manuel no sabía quién lo había
drogado, ni que me había confundido con Mariana...». Delia sintió que esta
desgracia era como un nudo en su corazón que no podía desatar, una espina
clavada que no podía quitar.

Por otro lado, después de pensarlo varias veces, Mariana decidió ir de nuevo a
la habitación de Manuel para comprobar su estado. El anfitrión del Club
Nocturno Tentación le había dicho que no había ningún antídoto para la droga,
aparte de acostarse con una mujer. Aunque Lucas estuviera aquí, no habría
podido hacer nada, menos aún podía hacer, dado que no estaba en esta
mansión privada.

«Si Manuel no consiguió hacer el amor con Delia, ¿cómo va a solucionar el


problema? ¿Piensa masturbarse él solo en la habitación?».

Por curiosidad, Mariana entró de nuevo en la habitación de Manuel. De repente,


una ráfaga de viento gélido sopló por detrás de ella y la hizo temblar. Antes de
que se percatara de lo sucedido, alguien comenzó a estrangularla y la estampó
contra la pared.

—Mariana. Pones a prueba mis límites una y otra vez. ¿Te has cansado de vivir?
—Escuchó la cruel voz de Manuel junto a sus oídos. Mientras alzaba la vista en
dirección a la voz, se encontró con la mirada fría y tenebrosa de él.
En ese momento, tenía una mirada perspicaz y una expresión amenazante en
su rostro. Gotas de agua caían de su cabello y resbalaban por la sien. Llevaba
una camisa blanca y limpia, que se ajustaba con exactitud a su musculoso
pecho, mientras su cuerpo exudaba la fragancia del gel de baño.

Por su aspecto, los efectos de la droga en su cuerpo habían desaparecido por


completo. Después de ese tipo de asuntos, a los hombres les gusta ducharse.

Con una aparente sonrisa en los labios, Mariana imitó la voz de Delia y le
preguntó con suavidad:

—Manuel, ¿qué estás haciendo? ¿Intentas estrangularme hasta que muera?

De todos modos, no podía voltearse, así que no tenía nada que perder.

Mientras fruncía las cejas, ejerció más fuerza y apretó poco a poco su agarre.
Mariana sintió cierta dificultad para respirar; su corazón se aceleró y miró con
los ojos muy abiertos a Manuel.

«¿Quiere matarme? ¡N… No! Él era militar, un soldado. ¿Cuál es la


responsabilidad de un soldado? ¡Proteger a su país y a sus ciudadanos! ¡Manuel
no va a cometer un asesinato!». Aunque ella creía con firmeza que él no lo
haría, a medida que Manuel apretaba su agarre, le era más difícil a Mariana
respirar.

¡Tap, tap, tap...!

De repente, el sonido de unos pasos, que iban a un ritmo moderado, se oyó


desde el exterior de la puerta. Enseguida, Manuel recordó que el equipaje de
Delia seguía en su habitación, así que soltó a Mariana. La colocó sobre sus
hombros y la llevó al estudio.

Cuando llegaron al estudio, la tiró al suelo y cerró la puerta. Mariana se levantó


del suelo de inmediato. Al notar el extraño comportamiento de Manuel, pensó
que podría ser Delia la que viniera, así que, sin pensar en las consecuencias, se
despojó con rapidez de toda su ropa y se lanzó sobre Manuel.

Mientras tanto, después de ducharse, Delia entró de puntillas en la habitación


de Manuel para recuperar su equipaje y poder salir de ese lugar. «Recuerdo que
dejé mi equipaje frente a la puerta del estudio de Manuel y creo que él se había
desmayado después del incidente de hace un momento. ¡Tal vez aún no ha
vuelto en sí!».

Nada más llegar a la puerta del estudio, oyó los jadeos de Mariana desde el
interior del mismo. La puerta del estudio estaba abierta de par en par. Aunque
no miró directamente hacia dentro, con el rabillo del ojo vio un cuerpo desnudo
y hermoso que se movía de arriba abajo contra una figura alta. Delia agarró con
rapidez su equipaje y se alejó en silencio.
Cuando Manuel vio a Delia tomar su equipaje y marcharse, estiró la mano para
apartar a Mariana de él. Manuel todavía llevaba su ropa puesta, inmaculada,
pero Mariana estaba desnuda en su totalidad. Ella aprovechó la oportunidad y
frotó su cuerpo contra el de él de forma seductora, pero su corazón seguía tan
tranquilo como un mar de verano, sin mostrar ninguna reacción a su seducción.

Mariana recogió su vestido del suelo y se lo puso muy despacio. Ahora estaba
de espaldas a la puerta, así que no sabía por qué había venido Delia. Tal vez,
Delia vino a decir algo, pero cuando vio las escenas íntimas entre ellos, no tuvo
más remedio que irse.

Sin importar el motivo, Mariana tenía una sensación de superioridad. Sin


embargo, al instante siguiente, Manuel sacó su teléfono y llamó al Señor López,
que estaba en la Mansión Colina en Ciudad Ribera.

—Señor López, envíe a alguien para que lleve a Mariana a donde tú estás y la
vigiles —le ordenó con frialdad.

Conmocionada, Mariana observó a Manuel y le preguntó:

—¿Vas a encarcelarme?

—Mariana, tú querías convertirte en la señorita de la Familia Larramendi, ¿no es


así? ¡Claro! ¡Cumpliré tu deseo! ¡A partir de ahora, serás la señorita de la Familia
Larramendi en la Mansión Colina! —Manuel habló con el Señor López por
teléfono antes de decirle con indiferencia.

Los ojos de Mariana miraban a todas partes y con los dientes apretados
reprendió:

—Manuel, déjame ir. ¡Ya no quiero ser la señorita de la Familia Larramendi!

—¿Eh? ¡Después de que ajuste las cuentas entre nosotros, sobre todo por
haberme drogado; entonces, ¡haré que te alejes de mí todo lo posible! —la
reprendió sin piedad con los ojos entrecerrados.

La mirada de Mariana se volvió a encontrar con la de Manuel, que la observaba


con indiferencia, y ella no pudo evitar temblar. Pensó que podía controlarlo con
facilidad, pero no esperaba que Manuel tuviera también un lado diabólico.

De repente, algo le pasó por la mente y la hizo reír de forma involuntaria.

—Manuel, aunque te haya drogado, todavía puedes usarme para engañar a


Delia y a Miguel. ¡Así que no hay nada que puedas hacerme! ¡Jum! ¡Solo por eso
te tengo dominado!

—Mariana, ni siquiera te conoces a ti misma, así que, ¿qué te hace pensar que
me conoces? ―Manuel no pudo reprimir su sonrisa de desprecio.
—¿Qué quieres decir? —De repente, Mariana tuvo un presentimiento.

En ese momento, Manuel estiró la mano para agarrarla por la ropa y la arrastró
fuera de su dormitorio antes de declarar con frialdad:

—¡Yo, Manuel Larramendi, puedo tener todas las mujeres que quiera! Puedes
irte y reflexionar sobre lo que acabo de decir.

Al instante siguiente, la puerta se cerró con un gran estruendo.

«Si no fuera porque al abuelo y a mi madre les gusta Mariana, y que yo quiero
utilizarla para ocultar mi amor por Delia, ya habría dejado a esa mujer. No me
importa que me llamen <i>playboy</i> o cruel; en definitiva, Mariana se ha
buscado todo esto».

Las palabras de Manuel dejaron a Mariana boquiabierta en la puerta. En


realidad, a pesar de que ella había sido despreciable, él no le había hecho nada.
«No me ama ni me toca; no obstante, me proporciona comida y alojamiento
decentes. ¿De verdad me está utilizando para engañar a Delia?», reflexionó
sobre ello mientras fruncía el ceño y, de repente, todo tuvo sentido y se dio
cuenta de algo. «¿Podría ser que Manuel realmente pretendiera que me
convirtiera en la señorita de la Familia Larramendi? Por lo tanto, ¡mi plan de
imitar la voz y la belleza de Delia ha tenido éxito!».

Una vez más, Mariana malinterpretó a Manuel, por lo que se volvió arrogante y
orgullosa de sí misma. Ella creía que había ganado la batalla.

Mientras tanto, abajo, Delia llamó un taxi, pero ya era tarde.

La Señora López vio la preocupación en el rostro de Delia, que parecía querer


salir de la mansión privada lo más pronto posible. Por consiguiente, subió a
informar a Manuel al respecto. El chofer, Chávez, estaba fuera de servicio, así
que los únicos que podían conducir eran Mariana y Manuel.

Mariana caminaba detrás de Manuel mientras él bajaba las escaleras. Sin


embargo, cuando estuvieron frente a Delia, Mariana lo tomó del brazo
inmediatamente.

Delia levantó la vista y sin querer, sus ojos se encontraron con la profunda
mirada de Manuel. Enseguida, le vino a la mente el recuerdo de cuando él la
forzó. Su corazón casi se detuvo y se le puso la piel de gallina por todo el
cuerpo. De inmediato, apartó la mirada.

Si esto hubiera ocurrido antes de que se conocieran, podría haber tolerado que
él la confundiera con Mariana y tratara de intimar con ella. Sin embargo, a pesar
de que Manuel estaba drogado, la confundió con Mariana e intimó con ella.
Esto le causaba un inmenso dolor.
Manuel era en efecto un hombre guapo y apuesto. Su rostro se veía impecable
incluso si se observaba de cerca. No obstante, por muy apuesto que fuera,
Manuel seguía siendo el hermano de su marido, Miguel, lo que hacía que fuera
como el propio hermano de Delia.

—¡Yo te llevaré! —En el momento en que Manuel se acercó a Delia para intentar
ayudarla a llevar su equipaje, vio que ella tenía la cabeza baja y con la mano
sostenía su equipaje, ella dio un paso atrás sin darse cuenta.

Manuel pudo sentir su resistencia hacia él, lo que le causó un dolor punzante en
su pecho, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. En el momento en
que levantó los ojos, su mirada se posó en el hermoso cuello de Delia. Oculto
bajo su larga cabellera, había una marca de color púrpura oscuro. Esta visión
hizo tambalear a Manuel y una imagen pasó por su mente. Ella estaba llorando
mucho, pero él le tapó la boca a la fuerza y siguió forzándola.

En ese momento, sintió como si le atravesaran el corazón con una daga y la


sangre brotara de la herida.

—No es necesario. He llamado un taxi. ―Justo cuando terminó de hablar, su


teléfono vibró. Cuando contestó, su rostro se volvió más pálido. El taxista le
había dicho que había tráfico y que no podía llegar a donde estaba por el
momento, así que cancelaría el servicio.

Al observar la situación, Mariana se acercó a ella con una sonrisa y le dijo con
sutileza:

—Delia, yo te llevaré.

—¡Perdón por las molestias! ¡Gracias! —Delia mantuvo la cabeza baja,


negándose a mirar a Manuel, y le hizo una leve reverencia a Mariana.

Mariana soltó el brazo de Manuel antes de lanzarle una inexplicable mirada.


Luego, tomó la iniciativa de tomar la mano de Delia y con una sonrisa dijo:

—No hay nada que agradecer, ¡somos familia!

«Familia...». Delia frunció el ceño.

»He oído que piensas ir a casa de Miguel. Eso es bueno. ¡Ah! Claro, si no
planeas tener hijos, ¡recuérdale que debe usar preservativo! —exclamó sin
vergüenza Mariana mientras se comportaba como una anciana…

Después de pronunciar estas palabras, ella miró a Manuel con discreción.


Como era de esperarse, la expresión de Manuel se volvió sombría.

Mariana no pudo evitar burlarse en su interior. «Por muy casta que sea Delia,
aún le pertenece a Miguel».
«Solo deja que Manuel la anhele con locura...». Al tener esos pensamientos, el
ánimo de Mariana mejoró, debido a que logró torturarlo por dentro.

Mientras tanto, Delia frunció las cejas sin decir una palabra. Ella no tenía ganas
de hablar con ninguno de los dos. Todo lo que quería hacer era salir de ese
lugar lo antes posible.

Mariana leyó la situación y no continuó. Le quitó las llaves del auto a Manuel,
tomó a Delia de la mano y la llevó afuera. En ese momento, Manuel por fin se
dio cuenta de que el incidente había destrozado su relación con Delia. «¡Delia
debe pensar que soy repugnante!». Él notó en sus ojos el asco que sentía hacia
él.

Poco después de que Mariana y Delia abandonaran la mansión privada, Lucas


regresó.

Su perceptibilidad de médico le hizo notar el rostro sombrío de Manuel, así que


le pidió que fuera a su laboratorio. Manuel, por su parte, había decidido no
informarle de su herida; pero Lucas, que era su médico personal, se negó a
ceder a su comportamiento superficial. Desinfectó con profesionalidad la
herida, detuvo la hemorragia y vendó la lesión en el muslo. Cuando descubrió
que la sangre de la gasa vieja era negra, tomó una muestra de esa sangre y le
realizó algunas pruebas.

Al cabo de un rato...

—¿Cómo te envenenaste con la Hierba del Sol Negro? —le preguntó sorprendido
mientras sostenía un tubo de ensayo en la mano y observaba cómo la gasa
ensangrentada del tubo de ensayo se volvía azul.

Manuel frunció el ceño sin responder.

Mientras Lucas colocaba el tubo de ensayo en la rejilla, dijo:

»He leído sobre la Hierba del Sol Negro en los libros de la abuela de Delia: el<i>
Libro de las </i><i>m</i><i>il </i><i>h</i><i>ierbas</i> y el <i>Diario médico</i>.
Esta hierba se puede secar antes de molerla hasta convertirla en polvo y luego
se puede encender, como se enciende el sándalo, para liberar un humo incoloro
e inodoro. El humo estimulará a cualquier mamífero macho que lo inhale a
tener el deseo de aparearse. Si el macho no eyacula a tiempo, los vasos
sanguíneos de la piel se dilatan, aumenta mucho el flujo sanguíneo y muere por
una hemorragia excesiva que sale por los ojos, la nariz, los oídos y la boca. Si el
macho envenenado por la Hierba del Sol Negro eyacula en el cuerpo de una
mujer, matará los óvulos en el cuerpo de la mujer y logrará hacer el mismo
efecto de los anticonceptivos. La sangre de una persona que ha sido
envenenada por la Hierba del Sol Negro es de un color rojo oscuro, casi negro, y
la sangre se tornará azul cuando se disuelva en agua salada. Además, esta
hierba también puede utilizarse para la brujería.
—¿Qué acabas de decir? —Manuel se quedó mirándolo petrificado, con los ojos
bien abiertos y las pupilas contraídas.

«Si esto figuraba en el <i>Libro de las </i><i>m</i><i>il </i><i>h</i><i>ierbas</i>


de la abuela de Delia y en el <i>Diario médico</i>, entonces Delia también debía
conocer esta hierba. Por lo tanto, ¡la razón por la que Delia dejó de resistirse a
mí en ese momento fue porque quería salvarme!». Al pensar en esto, Manuel se
sintió agradecido de no haber hecho el amor con ella. De lo contrario, podría
haberle dañado su cuerpo.

—¿Esto lo ha traído la Señorita Suárez para añadir algo de diversión? —preguntó


en broma Lucas mientras levantaba las cejas.

Manuel no asintió, pero tampoco lo negó.

Lucas frunció el ceño al comprender el significado suporacente de sus


reacciones. Le dijo preocupado:

»Parece que este veneno ha entrado en el mercado. ¿Quieres investigarlo? Sería


problemático si alguien perdiera la vida a causa de esto.

—De acuerdo. Lo tendré en cuenta. —Manuel se quedó pensativo.

Tenía la ligera sensación de que alguien estaba utilizando a Mariana para


acercarse a él indirectamente... Sin embargo, tal vez estaba pensando
demasiado en esto y todo era solo una coincidencia.

Mientras tanto, Mariana llevó a Delia a la estación de trenes de alta velocidad.

Después de salir del auto, Delia agradeció con cortesía a Mariana antes de
tomar su equipaje y entrar sola en la estación. De hecho, Mariana, que
observaba fijo a Delia por detrás, tuvo el impulso de atropellarla y matarla.
«Esta mujer, Delia, fue en realidad bendecida por los dioses; consiguió casarse
con el Señor Miguel de la Familia Larramendi».

Ante los ojos de Mariana, Delia solo era digna de un hombre que lo había
logrado todo por sí mismo, como Mario Herrera. Después de que Delia entrara
en la estación, ella encendió el auto y se marchó.

Delia ya había contactado con Miguel; él la recogería a la salida de la estación.


Ella fue al cuarto de baño del tren para lavarse las manos y, al salir, vio a una
joven a su lado maquillándose, así que le pidió prestada una base de maquillaje
con la intención de tapar la marca en su cuello, que le parecía un adefesio.
Mientras se lavaba la cara de nuevo, un hombre pasó por detrás de ella y, por
alguna razón inexplicable, la inquietó. Comenzó a sentir náuseas...

Con el ceño fruncido, corrió rápidamente hacia su asiento. Estaba traumatizada


por la experiencia con Manuel. Con tan solo ver a un hombre, sentía escalofríos.
Después de estar aturdida durante un rato, el tren llegó por fin a su destino.
Delia tomó su equipaje, siguió a la multitud y salió del tren. Recordó que antes
de subir, el sol poniente seguía colgado en el cielo; ahora, cuando salió de la
estación, estaba lleno de estrellas brillantes.

Esta era Ciudad Mimosa, un famoso paraíso para hacer compras.

Miguel aparcó su auto a un lado de la carretera. Se bajó y se apoyó en la parte


delantera. Iba vestido con ropa blanca informal, tan apuesto como siempre,
atraía las miradas de muchas mujeres.

En cuanto Delia salió de la estación, aunque estaban lejos el uno del otro, la
mirada de Miguel se fijó en ella casi al instante.

Al ver a Delia, Miguel le dedicó una sonrisa sincera antes de caminar hacia ella.

Al mismo tiempo, había unas cuantas chicas que se alentaban entre ellas para
ir a pedirle su número de teléfono; no obstante, cuando vieron a una mujer que
corría a lanzarse a los brazos de aquel hombre tan apuesto, todas se
detuvieron a la vez y miraron a la mujer con envidia.

Delia abrazaba a Miguel con fuerza, sin darse cuenta de que se había
convertido en el centro de atención. Como era de esperar, ella se sentía
incómoda con todos los hombres excepto con él. Miguel era el único hombre al
que abrazaba con ganas y con mucho cariño.

—Miguel, te extrañé mucho... Te extrañé muchísimo... —Al recordar los


desagradables días que pasó después de que él se fuera de viaje de negocios,
sintió un nudo en la garganta y de pronto sus ojos se llenaron de lágrimas. Solo
en su abrazo pudo sentir una pizca de alivio y calidez.

Mientras la estrechaba entre sus brazos apasionadamente, él notó el leve


temblor de su cuerpo. Bajó la cabeza para mirarla, levantó el brazo y le acarició
el rostro con delicadeza mientras lo inclinaba para que sus miradas se
encontraran.

—Mi niña tonta, ¿por qué lloras? ¿Quién te molestó? —le preguntó con gentileza.

Delia sacudió un poco la cabeza y lo miró a los ojos. Una sonrisa remplazó sus
lágrimas.

—Nadie me molestó. Solo te echaba de menos.

—Yo también te extrañé —le respondió con sinceridad mientras la miraba a los
ojos y bajó la cabeza para besarle la frente. Le dijo para consolarla—: Debes
tener hambre. Te llevaré a probar la comida más deliciosa de Ciudad Mimosa.

—¡Está bien! —asintió ella con gusto.


Mientras caminaban hacia el auto de Miguel, con una de sus manos, que eran
grandes y cálidas, sostenía la mano delgada de ella, y con la otra la ayudaba
con su equipaje.

Delia miró cómo él sostenía su mano y su corazón comenzó a latir con fuerza.
Ante sus ojos, él seguía siendo tan guapo y atractivo como siempre. Si tan solo
él pudiera sostener su mano por el resto de sus vidas, hasta que fueran viejos...
Mientras se perdía en sus propios pensamientos, se agarró a su brazo sin darse
cuenta y apoyó la cabeza en su hombro.

Los labios de Miguel dibujaron una media sonrisa, la miró antes de abrazarla y
avanzó con ella en brazos. Juntos, disfrutaron de las delicias de Ciudad
Mimosa y se fueron de compras al mercado nocturno local.

Delia estaba repleta y se había divertido, así que poco después de subir al auto,
se quedó profundamente dormida en el asiento del lado del conductor.
Mientras tanto, Miguel iba en el asiento del conductor y llevó a Delia directo
hacia el hotel.

Al principio, él se alojó con Sofía en la misma habitación, pero como Delia había
llegado, Sofía debía irse. Miguel le pidió que buscara una habitación en otro
hotel.

Sofía consiguió una habitación junto a la de Miguel y Delia a propósito. Cuando


ambos regresaron, ella salió de la habitación contigua y los tres se encontraron
en el pasillo «por casualidad».

Miguel no tenía la intención de presentarlas, pero de forma inesperada, Delia


tiró de la mano de Sofía y la estrechó con suavidad.

—Miguel, ella... —dijo Delia con timidez mientras sonreía.

Delia recordaba a esta mujer. Ella había ido a su casa en una ocasión para
recoger algunos documentos de Miguel. Él frunció el ceño y sin darse cuenta
miró a Sofía. Sin embargo, ella extendió sus manos hacia Delia con gracia.

—Hola. Soy Sofía Juárez, la secretaria del Director Larramendi —se presentó
con amabilidad.

Delia levantó su mano y la estrechó con la suya mientras le respondía con una
sonrisa:

—Hola, soy Delia.

—Mmm, Señorita Larramendi, es un placer conocerte. —Sofía asintió y una


mirada astuta apareció en sus ojos.
Delia se sintió algo incómoda al escuchar cómo la llamó y con una sonrisa,
señaló:

—Llámame Delia. Señorita Larramendi suena raro.

—¿Cómo va a sonar raro? Creo que está bien que te llame Señorita Larramendi.
Eres mi esposa, así que por supuesto que eres la Señorita Larramendi. —Miguel
la abrazó, sacó la llave de la habitación de su bolsillo y entró.

Sofía sintió que se le estrechaba un poco el corazón y, al instante, estalló a


causa de los celos:

—Señorita Larramendi, cuando no estabas, el Director Larramendi...

Miguel miró fijo a Sofía de inmediato. Sin embargo, la vista de Delia se había
centrado en Sofía, por lo que no notó la disconformidad de Miguel.

Cuando las miradas de Miguel y Sofía se encontraron, ella mostró una sonrisa
sincera y continuó:

—El Director Larramendi a menudo nos dice a nosotros, sus subordinados, que
tiene deseos de comer tu comida.

—¡Entonces te la prepararé todos los días cuando lleguemos a casa! —Delia


miró a Miguel con las dos manos alrededor de su cintura y una expresión de
placer apareció en su rostro.

Miguel sonrió a duras penas y asintió.

Sofía continuó:

—¡El Director Larramendi te compró muchos regalos, así que no te sorprendas


demasiado después!

—¿Qué regalos? —Delia miró a Sofía antes de levantar la cabeza para observar a
Miguel.

Él dejó de mirar a Sofía; en su lugar, bajó un poco la cabeza y miró a Delia a los
ojos mientras respondía con suavidad:

—Entremos y lo averiguarás.

—Claro. Buenas noches, Señorita Juárez —expresó Delia mientras le decía adiós
a Sofía con la mano.

Sofía le devolvió el gesto con cortesía mientras una sonrisa misteriosa se


dibujaba en sus labios.
Mientras entraba en la <i>suite</i>, Miguel reprimía su ira al mismo tiempo que
rodeaba a Delia con sus brazos. Antes de que ella llegara, ya había acordado
con Sofía que ella se alojaría en otro hotel. Sin embargo, jamás esperó que
Sofía no le hiciera caso. ¿Cuál era su intención al decidir reservar una
habitación justo al lado de la suya?

Cuando entraron en la <i>suite</i>, Delia preguntó con curiosidad:

—¿Basilio no viene?

Miguel se quedó atónito por un momento antes de responder:

—Todavía tenía que resolver algunos asuntos para la empresa, así que no vino
conmigo en este viaje. En su lugar, solo traje conmigo a una secretaria y a dos
asistentes de secretaría para que me ayudaran.

En realidad, la charla de negocios que mantenía con Sofía era un asunto


personal. Basilio era miembro del Grupo Larramendi. A pesar de que siempre
estaba al lado de Miguel ayudándolo, no eran amigos. Aunque Miguel siempre
lo había tratado como a un hermano, sabía con certeza a quién le era leal
Basilio. Él no sabía que Miguel y Sofía habían creado su propia empresa; por lo
tanto, Miguel planeaba manejar sus asuntos oficiales y privados en el mismo
viaje.

Después de entrar en la <i>suite</i>, Delia se percató de que la mesa de centro


de la zona común de la habitación estaba llena de documentos; había otra pila
de ropa sin lavar junto a la puerta del cuarto de baño. Al ver esto, tomó la
iniciativa de lavar la ropa de Miguel.

Sin duda, Delia era una mujer con cualidades de ama de casa para Miguel. Si él
iba a ser el sostén de la casa, ella sería perfectamente capaz de mantener la
casa en orden. Sin embargo, tareas domésticas como estas no eran del todo
adecuadas para una «princesa» como Sofía.

Cuando Delia terminó de lavar la ropa, la colgó en el balcón. Justo cuando


acabó de colgar la ropa, antes de darse la vuelta, sintió un cálido aliento que la
abanicaba por detrás. Al momento siguiente, Delia estaba envuelta en el
acogedor abrazo de Miguel.

El hombre abrazó a Delia por la espalda y la atrajo con suavidad hacia sus
brazos mientras sostenía una gigantesca caja de regalo de color rosa. Ella se
sorprendió al ver la caja y no pudo evitar preguntar:

—¿Qué es esto?

―Puedes abrirla y echar un vistazo —respondió Miguel en tono amable.


Delia asintió; comenzó a abrir la caja de regalo y quitó la tapa. Dentro, había un
elegante vestido rosa. Era de una marca internacional y parecía muy caro.

Miguel sacó el vestido de la caja antes de inclinarse un poco y susurrarle al


oído:

—Póntelo para mí.

Un cosquilleo se apoderó de ella al sentir su cálido aliento sobre sus orejas e


hizo que su corazón se acelerara. Delia se sonrojó y asintió con la cabeza;
luego, le quitó el vestido de las manos. Cuando estaba a punto de alejarse, él la
retuvo con su enorme mano, lo que la hizo girar y quedar frente a él.

—Te ayudaré... —Miguel habló con suavidad. Soltó la caja de regalo, la agarró
de la mano y la guio hasta la habitación.

Delia miró su apuesto rostro mientras su corazón se aceleraba con locura;


sintió que la sangre de su cuerpo hervía y, de pronto, su rostro pasó de estar
ruborizado a estar rojo escarlata.

Miguel sonrió con complicidad mientras levantaba las manos para alcanzar su
cuello. Cuando las yemas de sus dedos tocaron sin querer su clavícula, Delia,
aturdida, lo miró con timidez. Sin embargo, los apuestos rasgos de Manuel
aparecieron de repente en su mente. A continuación, él le ató las manos
mientras le tapaba la boca, impidiéndole hablar. Luego, la besó por todo el
cuerpo. Delia no se insensibilizó ante esa sensación, sino que se le puso la piel
de gallina. No era el tipo de mujer que diría que no, cuando en realidad quería
decir lo contrario.

Tan pronto como ella empezó a experimentar rechazo por la intimidad, su


cuerpo sintió el impulso de abstenerse.

—¡Yo misma lo haré! —Delia, sobresaltada, retrocedió un paso con un tropezón.

Cuando notó cómo ella se había alejado, Miguel pensó que Delia sentía timidez.
Entonces él juntó sus gigantescas manos para sostener con ellas las mejillas
ardientes de la joven y trató de controlar la risa cuando le dijo:

—Delia, tú eres mi esposa.

Ella estaba asustada mientras alzaba la vista para mirarlo a los ojos.

Todo estaba bien mientras no lo mirara a los ojos, pero cuando lo hizo, cuando
lo miró a los ojos, la atmósfera romántica entre ellos comenzó a surgir. La
mirada del hombre era agradable y penetrante. No solo era cálida y dulce,
también transmitía seguridad.
Miguel inclinó la cabeza despacio y se acercó a Delia; se acercó a sus labios sin
detenerse.

Ella se olvidó por completo de esos pensamientos que la estaban


atormentando. Cerró los ojos inconscientemente y esperó con ansias el tierno
beso de él. Sin embargo, en un momento tan inapropiado, sonó el timbre de la
puerta, justo cuando ambos corazones estaban a punto de estrellarse uno con
el otro.

Con tranquilidad, Miguel besó a Delia en la frente y agregó con tono afable:

—Ve a vestirte, yo atenderé la puerta.

Cuando abrió los ojos, Delia estaba ruborizada. Con la cabeza gacha, recogió el
vestido y fue al dormitorio.

Miguel la observó mientras ella se iba y cerró la puerta de la habitación. Su


sonrisa desapareció y frunció el ceño, mientras se dirigía a abrir la puerta de
entrada. No tuvo ni que mirar a través de la mirilla para saber quién era; como
ya suponía, era Sofía Juárez.

Sofía traía una bolsa enorme con frutas y otra igual de grande con dulces y
bebidas. Irrumpió en la habitación sin siquiera esperar la autorización de
Miguel. Sonreía de oreja a oreja.

—He traído un montón de comida y estaba pensando que podía compartirla


contigo y la Señorita Larramendi.

Sin embargo, tan pronto como Sofía entró en la habitación, Miguel la agarró por
el brazo y la empujó hacia afuera.

—¿Qué es lo que pretendes hacer? —inquirió en voz baja y con frialdad, mientras
que su cara se puso rígida de consternación.

Sofía se mantuvo firme y sonrió:

—Señor Larramendi, yo solo quiero ser amigable con la Señorita Larramendi.


Así nos podremos llevar bien en el futuro.

—Delia no necesita amigas como tú —respondió Miguel con severidad.

Sofía se mantuvo frente a él con aire desafiante; se elevó en puntas de pie para
acercarse a su oído y le respondió con tranquilidad:

—Migue, ¿no confías en mí? De veras quiero hacer amistad con Delia, lo digo de
corazón.
Miguel vaciló un momento después de oír lo que ella le dijo. Sin embargo,
mientras no se decidía aún a tomar una decisión firme, oyó la puerta del
dormitorio abrirse detrás de él.

—Miguel, ¿cómo me queda esto? —Delia salió del dormitorio.

Sofía se aprovechó de la situación y se deshizo de la mano de él que todavía


sostenía su brazo. Tomó las dos bolsas de comida e irrumpió en la habitación
tal y como había hecho antes.

—Señorita Larramendi, he comprado algo de comida y pensé que sería


agradable compartirla con ustedes.

Mientras hablaba, Sofía colocó las bolsas en la mesita de centro de la sala. Sin
embargo, cuando su mirada se posó en el rostro de Delia, se quedó
completamente deslumbrada.

En ese momento, Delia vestía un sedoso vestido rosa pálido que combinaba de
maravillas con su tez blanca. El vestido tenía un drapeado con una caída muy
elegante que resaltaba las largas y delgadas piernas de la joven.

Miguel entró y cerró la puerta. Con naturalidad levantó la vista para admirar a
Delia. Se quedó mudo de asombro, fascinado por completo ante su belleza.

En el momento en que Sofía vio a Delia así, tan deslumbrante, se acordó de sí


misma unos años atrás, cuando aún estaba en el instituto. Ella recordó muy
bien cómo Miguel solía decirle que parecía una princesa cada vez que se vestía
con una falda rosada.

En ese momento, cualquiera diría que Delia era una princesa.

—¡Llámame Delia, por favor! ¡Señorita Larramendi suena extraño! —contestó


Delia con una sonrisa.

Sofía se repuso de la impresión y tomó ventaja de su mayoría de edad para


decir:

—Yo soy mayor que tú, creo que estaría bien si me llamaras Señorita Juárez y
yo te llamaré Delia, ¿no crees?

Delia asintió y aceptó sin vacilar.

Dicho esto, Sofía se adelantó y llevó a Delia consigo a sentarse en el sofá que
estaba cerca de la mesita de centro.

Visto que los tres estaban confinados en la habitación, Miguel no pudo evitar
sentir que la atmósfera se volvía incómoda y extraña. Delia estaba a punto de
llamar a Miguel, pero Sofía aprovechó la oportunidad y se le adelantó; comenzó
una conversación para atraer la atención de Delia.
—Delia, supe por el Señor Larramendi que te gusta comer frutas y dulces. A mí
también me gusta. ¡Por lo tanto, compré suficiente para todos! —expresó Sofía
sonriente.

Mientras Delia estudiaba la apariencia de Sofía, pensó: «A pesar de que usa un


maquillaje delicado, sus cejas se parecen mucho a las de Yamila Juárez.
Además, ambas tienen el mismo apellido Juárez… ¿Será un castigo que todas
las mujeres que conozca tengan el apellido Juárez?».

Delia ni se imaginaba que Sofía era la media hermana de Yamila; ambas eran
hijas del mismo padre.

—Delia, tienes una piel excelente. No usas maquillaje, ¿cierto? —Sofía se inclinó
hacia adelante y le tocó una mejilla.

Delia sonrió. Pestañeó vanidosa con sus ojos relucientes y respondió:

—Es cierto, ¿verdad? ¡Mi piel es excelente!

—¿Cuál es tu secreto? —preguntó Sofía y sus ojos brillaron con expectación.

Delia comenzó a revelar todo lo que conocía sobre el cuidado de la piel.

Sofía había tomado la iniciativa de sacar un tema de conversación. Por eso,


estaba disfrutando sobremanera mientras conversaba y comía junto a Delia.
Como bien dice la frase: «Ten a tus amigos cerca, pero ten más cerca a tus
enemigos… para que puedas ganar la batalla». Sofía percibió que tenía que
conocer más detalles sobre la muchacha para poder aprovecharse de ella en el
futuro.

Desde el balcón, Miguel estiraba el cuello continuamente para asomarse y ver


qué sucedía dentro de la habitación. Las dos mujeres se estaban llevando de
maravillas y no parecía que hubiera ni una sola desavenencia entre ellas.
«¿Podrán la esposa y la amante llevarse bien y vivir juntas en armonía?».

Bzz… bzz…

El móvil en el bolsillo de su pantalón, de improviso, comenzó a vibrar. Miguel


dejó a un lado sus pensamientos y contestó el teléfono mientas disfrutaba del
cielo nocturno.

—Migue, ¿ya Delia llegó a tu casa? —espetó con voz impasible Manuel
Larramendi desde el otro lado de la línea.

—Sí, está aquí conmigo ahora.

—Mientras haya llegado sana y salva… —contestó Manuel con tranquilidad.


—Manuel, hay alg… —Miguel, con el teléfono al oído, de repente recordó la
información sobre la muerte de su madre que Sofía le había mostrado. Sin
embargo, en el mismo momento en que le iba a preguntar a Manuel sobre ese
asunto, vaciló y se retractó.

Manuel notó la duda inusual en la voz de su hermano, aun así, mantuvo su tono
imperturbable cuando preguntó:

—¿Qué pasa?

—Nada. Solo quería agradecerte por cuidar de Delia todo este tiempo —dijo
Miguel.

—No ha sido nada —respondió Manuel inconmovible.

Del otro lado de la línea telefónica, Manuel Larramendi estaba sentado en la


azotea, mientras observaba la luna llena que parecía flotar en el cielo nocturno;
se sentía culpable. Él le había prometido a Miguel que cuidaría de Delia, pero en
lugar de eso…

Manuel alzó sus manos y se las quedó mirando con la mente en blanco.

Hasta el momento, todo lo que tenía en sus manos eran las lágrimas de Delia.
Sus sentimientos de agravio, renuencia, aversión e impotencia… Él lo sabía
bien.

Manuel frunció el entrecejo. Se sentía arrepentido con respecto a Delia, pero lo


único que podía hacer era fingir que nada había pasado. Temía que de ahora en
adelante su relación con Delia solo se deterioraría.

—Manuel, tú eres el único miembro de la familia que se preocupa por mí. No


importa lo que suceda, tú siempre me vas a apoyar, ¿verdad? —preguntó Miguel
con un inusitado sentimentalismo.

Manuel no esperaba una pregunta de ese tipo y, desconcertado, demoró varios


minutos en responder.

»Manuel, ¿por qué no dices nada? —volvió a preguntar su hermano.

Manuel reaccionó y respondió:

—Por supuesto, yo siempre te apoyaré. Tú eres mi hermano y nuestra relación


es fuerte.

En lo referente a Delia, él solo podría disculparse desde lo más profundo de su


corazón.

Por otro lado, Miguel sonrió con vaguedad.


—¡Gracias, Manuel!

—Deberías ir a descansar temprano. Voy a colgar —continuó Manuel.

—Está bien —respondió Miguel.

Tan pronto terminó la llamada, Miguel miró el cielo nocturno y rio con
sarcasmo. «Debo tomar el mando del Grupo Larramendi, pase lo que pase»,
pensó.

Si Sofía no le hubiera mostrado la información, Miguel todavía creería de


manera errónea que su madre se había suicidado debido a su amor hacia su
padre. Él, en realidad, había subestimado a su hermano mayor, a su abuelo y a
su madrastra. Quería vengarse por todo el sufrimiento que su madrastra y su
abuelo le habían causado a su madre, paso a paso. «Ya es hora de que ellos
sientan en carne propia lo que significa perder un ser querido…».

Miguel Larramendi tenía ojos oscuros, profundos; parecía como si la oscuridad


de la noche se hubiera apoderado de ellos y despacio invadiera también su
corazón.

Bajo el mismo cielo nocturno, Manuel Larramendi estaba a punto de levantarse


cuando la figura de una persona apareció de repente debajo del reflejo de la luz
de la luna.

Lucas Ferrero apareció de un salto, traía dos botellas de cerveza. Se hizo sitio
al lado de Manuel y le ofreció una.

—¡Tómate una cerveza conmigo, hermano! —le pidió con una gran sonrisa.

Manuel lo miró antes de tomar la botella que él le ofrecía.

—Después de retirarme de la vida militar, mi única diversión es tomarme unos


tragos con mi hermano o trabajar en mi experimento —se lamentó Lucas.

—¿Piensas quedarte soltero toda la vida? —preguntó Manuel de pronto.

—¡Basta de hablar de mí! Deberías empezar a beberte eso que tienes en la


mano. Esa cerveza es especial, te ayudará a eliminar las toxinas que tienes en
el cuerpo. —Lucas alzó su botella y la chocó en un brindis con la de Manuel.

A pesar de eso, hablaron sobre el tema una vez más cuando Manuel de
improviso le preguntó con expresión seria:

—¿Obtuviste algo de Mariana Suárez?

—Es evidente que no puedo ocultarte nada. —Los labios de Lucas se curvaron
hacia arriba en una sonrisa.
Después de enviar a Delia de regreso a su casa, Lucas llamó inmediatamente a
Mariana para continuar su investigación.

A Manuel lo habían envenenado con Hierba del Sol Negro y, sin lugar a dudas, él
sabía con exactitud quién estaba detrás de ese «problema». Por supuesto que
Lucas aprovechó la oportunidad de tener «una charla casual» como excusa
para obtener información sobre Mariana.

Mariana era una mujer que no pensaba bien las cosas antes de decirlas; una
vez que se sentía en confianza con una persona, le contaba de todo siempre y
cuando la otra persona tuviera preguntas que hacer. En cuanto a la veracidad
de sus palabras, a Lucas no le importaba mucho porque lo único que
necesitaba era información que pudiera serle útil.

»El polvo de Hierba del Sol Negro salió de los empleados del Club Nocturno
Tentación, ellos a menudo lo usan como estimulante sexual y a veces como
anticonceptivo. Así que es probable que vayan a tener que cerrar el club como
medida correctiva.

Lucas hizo una pausa antes de preguntarle a Manuel:

»La Señorita Suárez, de hecho, tuvo una relación con uno de los hombres del
club… Oye, ¿tus habilidades en la cama son tan malas, Manuel? ¿Quieres que te
enseñe algunos videos para que las veas y aprendas algunas cositas?

Manuel miró a Lucas con una expresión furibunda, gélida y atemorizante.

Con mucha inteligencia, Lucas cambió de tema de conversación y continuó


hablando en broma:

»La Señorita Suárez me pidió que te suplicara que no la enviaras a la Mansión


Colina en Ciudad Ribera. Me dijo que ella solo quería quedarse y «servirte»;
también me confesó que sabía que había actuado mal y que jamás lo volverá a
hacer.

Manuel se quedó en silencio.

»Por lo que he podido ver, esta vez la señorita no lo hizo a propósito. Además,
todo eso te ha sido útil para desintoxicarte; ustedes probablemente deberían
darse un beso y hacer las paces. Por otro lado, no deberías guardarle rencor;
ella no sabía que la sustancia era venenosa —terminó de hablar entre risas.

La intención de Manuel no era que Lucas malinterpretara lo que había sucedido


ni que tuviera una idea errónea sobre él. Sin embargo, el hecho de que Lucas
hubiera creído que Mariana era su amante, probaba que él había sido capaz de
ocultar bien sus sentimientos hacia Delia.
Por otro lado, Delia había estornudado tres veces seguidas. Sofía no pudo
evitar bromear con ella:

—Delia, ¡parece que hay alguien que te está extrañando en secreto!

—¡Creo que en realidad ese alguien debe de estar echándome algún tipo de
maldición! —respondió Delia con una sonrisa.

—¡Eres tan encantadora! ¡Estoy segura de que nadie tendría el valor de echarte
ninguna maldición, Delia! —Como si fuera una hermana mayor, Sofía estiró un
brazo y le dio un toquecito a Delia en la punta de la nariz. Y agregó—: Creo que
cada vez me agradas más.

—¡Me siento igual! Conversar con usted me hace feliz —añadió Delia con una
sonrisa amable.

Delia y Sofía estaban conversando muy divertidas. Sofía le contó todos los
acontecimientos interesantes que le habían sucedido. Mientras hablaban, Sofía
de pronto sugirió:

—Delia, ¿no te gustaría ser mi «hermanita pequeña»? Tengo una hermana


menor que es más o menos de tu edad, pero no somos tan cercanas. ¡Para mí
es raro conectar con alguien y tener tantas cosas en común! ¡Por eso me
gustaría que fueras mi hermanita menor!

—¿Qué sea su hermana menor? —Delia se quedó impresionada. Prácticamente


se acababan de conocer, ¿y ella ya quería que fueran «hermanas»?

—¡Así es! ¡Seremos hermanas de corazón! ¡Hermanas con diferentes apellidos!

Sofía sostuvo la mano de Delia; sus rojos labios se curvaron hacia arriba y
dibujaron una auténtica sonrisa que se le reflejó en los ojos y le inundó la
mirada de añoranza.

Delia se quedó perpleja por un momento. No sabía cómo reaccionar ante las
palabras de Sofía; tuvo la impresión de que había algo extraño en todo aquello,
aunque no lograra aún identificar qué era. Ésta no era la primera vez que ella se
encontraba con Sofía. Sin embargo, durante su primer encuentro, Sofía no se
había mostrado tan amistosa con ella como ahora.

—¡Visto que no respondes nada, tomaré tu silencio por un sí! —Sofía continuó
hablando sola de manera despreocupada—: En lo adelante, llámame «hermana
mayor» y yo te llamaré «hermana menor». ¿No es fantástico?

Delia no era capaz de encontrar las palabras para responder y su expresión era
un tanto extraña. Sin embargo, Sofía no se detuvo y continuó hablando y
hablando sola de varios temas, en cambio Delia se comportaba como una
espectadora pasiva.
Con todo esto, mientras más animadas parecían ambas mujeres en su
conversación, más irritado se tornaba Miguel, quien estaba recostado sobre un
diván en el balcón. En ese preciso momento, él sentía una profunda aversión
hacia Sofía Juárez. Ella sabía muy bien que Delia era legalmente su esposa y,
aun así, se acercó a ella como si nada hubiera pasado; era obvio que ella tenía
segundas intenciones.

Él comprobó la hora en su teléfono y consideró que ya era momento de que


Sofía se fuera. Se levantó del diván del balcón, se dirigió hacia el interior de la
casa y con gesto implacable la invitó a que se retirara.

—Secretaria Juárez, usted debería regresar a su casa e irse a descansar


temprano.

—¡Ay! ¡Qué desconsiderado de mi parte! Ya es hora de que me marche. Delia, tú


y el Director Larramendi deben descansar temprano también. ¡Buenas noches!
—dijo Sofía y apretó sus labios en una sonrisa. Mientras se levantaba del sofá,
miró a Miguel con disimulo.

Él no la miró a ella, sus ojos estaban fijos en Delia.

Esta se levantó después de Sofía y la acompañó hasta la puerta.

—¡Tú también deberías irte a descansar temprano!

—¡Adiós! ¡Hasta mañana! —Sofía estaba mirando a Delia cuando dijo «adiós»,
pero cuando dijo «hasta mañana», sus ojos se posaron fijos en algo detrás de
Delia.

Coincidentemente, Miguel alzó la vista y sus miradas se encontraron. Ella


disimuló una sonrisa. Después de dedicarle una mirada seductora, dio media
vuelta y se marchó. Él se quedó molesto, con el ceño fruncido.

Después de que Delia vio irse a Sofía, se giró para ver a Miguel que estaba de
pie en la sala con los labios algo contraídos y el entrecejo fruncido. Parecía que
algún pensamiento lo estaba inquietando. Entonces, ella se le acercó:

—¿Qué sucede Miguel? ¿Hay algo que te esté molestando?

Ella se le acercó más hasta que estuvo delante de él y alzó la cabeza para
poder mirarlo bien. Su voz era suave y tierna; tenía una voz melodiosa,
estupenda para cantar. El alzó su mano y le sostuvo el rostro, con tono solemne
le dijo:

—Hay algo que me preocupa, pero no sé cómo decírtelo. Es mejor dejarlo así.

—Si es difícil para ti contármelo, entonces no me lo digas. Solo deseo que tú


estés feliz —expresó Delia con una sonrisa de amable consideración.
Miguel la miró y observó su desagradable reflejo en los ojos claros de ella. Se
sintió sucio y repulsivo. «Ella pensaría lo peor de mí».

»¿Miguel? —lo llamó con delicadeza al ver que él la miraba con intensidad.

Él salió de su ensimismamiento, vaciló unos segundos y luego continuó:

—Delia, no te apegues demasiado a Sofía. ¡Ella es la mujer de mi hermano!

—¿La mujer de tu hermano? —preguntó ella estupefacta. ¿Acaso Manuel no


estaba con Mariana Suárez? ¿Cómo podía Sofía Juárez también ser su mujer?

Él asintió. Al ver la cara de la joven llena de confusión y asombro, él suspiró y se


puso melancólico:

—Delia, tú debes de haber oído por otras personas algunos rumores acerca de
mi pasado y mi situación dentro de la Familia Larramendi. ¡Bueno, pues es todo
cierto! ¡Yo soy el hijo ilegítimo de la Familia Larramendi! Mi abuelo no me tiene
estima ni afecto y mucho menos mi tía, que es en realidad la madre biológica
de mi hermano. En estos momentos, estoy ganando poder y reconocimiento
por mi propio esfuerzo y mis habilidades. Por eso Manuel está comenzando a
desconfiar de mí. ¡Él envió a Sofía a que viniera para vigilarme!

—¡Pero ustedes son hermanos! ¿Por qué tienen que hacer esto? —Mientras más
se lo explicaba, menos entendía.

¿Será por el hecho de que ella nunca había sido rica que no lograba entender
las intrigas y las luchas internas en las familias ricas? ¿Será por eso que ella era
tan ignorante e inexperta? En el pasado, ella había oído hablar de hermanos que
habían ido a los tribunales en disputas por la herencia de su fallecido padre. Sin
embargo, nunca había conocido ningún caso real.

Fuera como fuera, su instinto le decía que Manuel Larramendi no era el tipo de
persona que pudiera hacer trucos como esos. «Pero ¡Miguel nunca me
mentiría!». Ahora que Miguel había confiado en ella y le había contado todo, ella
definitivamente tenía que llegar al fondo del asunto.

—Somos hermanos, pero tenemos diferentes madres. ¡Él es el hijo mayor del
matrimonio reconocido por la ley, en tanto yo, soy el hijo de la amante! De
hecho, ni siquiera cuento como el hijo de la amante —indicó con una sonrisa de
amargura.

Delia se entristeció y tomó sus manos para darle consuelo.

—Miguel, ¿tal vez todo esto podría ser un malentendido? ¡A fin de cuentas,
ustedes son hermanos! ¡Incluso si no son hijos de la misma madre, debe de
haber algún tipo de afecto entre hermanos! ¡La sangre llama! ¡Manuel no
necesita llegar a esos extremos!
—Sofía Juárez es la hija del Director del Grupo Juárez. Ella también es hermana
de José, el heredero del Grupo. Delia, analízalo bien. Sofía proviene de una
familia que tiene una excelente posición y excelentes antecedentes; yo ya tengo
a Basilio Zabala como mi asistente; aun así, mi hermano me asignó a Sofía
para que trabajara conmigo. ¿Por qué habría de hacer algo así? —enfatizó de
manera clara y lógica.

Ella se quedó atónita con sus palabras. Nunca habría imaginado que Sofía
Juárez fuera la hermana de José Juárez; ¡ese infame conocido por «Señor
Juárez» a quien le encantaba andar en enredos con las chicas del Club
Nocturno Tentación!

Cuando Miguel mencionó el nombre de José, él la observó con la intención de


ver qué reacción tenía ella.

Una noche, durante una cena de celebración con sus colegas en el Club
Nocturno Tentación, él se encontraba en un espacio reservado en el Bar Puro,
cuando oyó a José Juárez que estaba hablando en voz alta en el reservado
contiguo. Este estaba alardeando mientras contaba cómo Sirena le había
regalado a él su «primera vez». Además de eso, él también mencionó que
Sirena había dormido con un tal Señor Ferrero y con el Décimo Jefe.

«¿Quién es Sirena?». Ese día, mientras él estaba sentado en el reservado, vio a


Sirena y oyó su melodiosa voz. Sirena no era cualquiera, Sirena era Delia.
Incluso con un antifaz en el rostro, él podría reconocerla.

Una mirada extraña apareció de repente en los ojos de Delia, lo que le confirmó
a Miguel sus sospechas. Ella sí conocía a José Juárez porque ella, sin lugar a
dudas, era Sirena.

Él nunca pensó que una deuda enorme podría llevar a la ruina a una familia. A
causa de su deuda, Delia había perdido su castidad y él se había convertido en
un <i>playboy</i>. Él nunca había querido estar en esa situación… pero ¿por qué
se hacía cada vez mayor la brecha entre la realidad y el futuro que él tanto
había soñado?

En el momento en que él había adquirido la deuda, tenía que haber decidido


divorciarse de Delia. Al menos así, ella no habría tenido que vender su cuerpo
en el club por culpa suya. Al menos así, ella todavía seguiría siendo virgen. Al
menos así, él no habría tenido que involucrarse emocionalmente con Sofía
después de enterarse por casualidad que Delia había perdido su virginidad. Al
menos así, él sería ahora un hombre sin prejuicios y sin compromisos. «Al
menos así…».

Poco a poco, su corazón se estaba sintiendo perdido y confundido. ¿Por qué


había sido tan blando desde el principio? Había sido tan blando que ahora ya no
se atrevía a dejarla ir.
—No sé. No entiendo nada. —La joven agachó la mirada y negó con languidez.

Miguel abandonó sus cavilaciones y le explicó a Delia con paciencia:

—El Grupo Larramendi pertenece a mi abuelo. Mi padre se unió al ejército;


dedicó toda su vida a servir a la patria y al ejército. Esa es la razón por la que él
nunca iba a heredar ni un solo centavo del Grupo Larramendi. Tiempo después,
Manuel también decidió unirse al ejército. A pesar de eso, mi abuelo nunca ha
tenido intenciones de dejar el grupo en mis manos. En cambio, él decidió
esperar a que Manuel dejara la vida militar para entregarle la dirección de la
empresa. Sin embargo, después de que mi abuelo se retirara y antes de que
Manuel se hiciera cargo, el Grupo Larramendi lo dirigía mi tío, Carlos
Larramendi. Para contener al Tío Carlos, mi abuelo, de mala gana, me permitió
entrar a trabajar en el grupo. Ahora el abuelo utiliza a Manuel para contenernos
a ambos, al Tío Carlos y a mí. El Tío Carlos ha admitido la derrota y se ha
rendido; también me confesó que Manuel había puesto un espía para estar al
tanto de todos sus movimientos. En estos momentos, yo estoy en esa misma
situación. ¡Mi propio hermano me vigila!

Delia solo pudo entender la mitad de lo que Miguel le contó, pero estaba segura
de una cosa: Manuel Larramendi sabía de las intenciones de Miguel.

Ella recordó la vez que Manuel había querido que ella se quedara en la oficina
de la presidencia para cocinar. Ella había inventado una excusa y había dicho
que necesitaba regresar a casa para cocinar, pero Manuel le había informado
que Miguel tenía que acompañar a sus clientes y que por eso no le sería posible
regresar a casa.

En ese momento, ella solo pensó que Manuel sabía esos detalles porque él
mismo organizaba los compromisos sociales de Miguel. Después de todo, él
era su jefe en el trabajo, así que era natural que Manuel estuviera al tanto. Sin
embargo, ahora que lo pensaba bien, se daba cuenta de que tenía sentido lo
que Miguel le acababa de contar.

Para confirmar sus sospechas, miró a Miguel y le preguntó con brusquedad:

—Miguel, ¿recuerdas aquella vez que tenías que trabajar fuera de la ciudad y me
pediste que te alcanzara la unidad USB? Después, yo fui a la oficina de Manuel.
Esa tarde me dijiste que tenías que acompañar a unos clientes y que no ibas a
poder regresar para el almuerzo. ¿Tú le habías informado a Manuel sobre tus
compromisos sociales de ese día?

—¿El día que me llevaste la unidad USB? —Miguel se quedó mudo. ¿Cómo se
iba a olvidar de ese día? Ese fue el día en que él firmó el contrato con el Director
Juárez, el padre de Sofía, y luego lo había invitado a almorzar. Era un asunto
privado suyo. No le había informado nada a Manuel.

—¿Lo recuerdas? —repitió Delia al ver que él permanecía en silencio.


De repente, él la tomó bruscamente por el brazo y le preguntó con ansiedad:

—¿Qué fue lo que Manuel te dijo ese día?

—Manuel me dijo que tú tenías algunos clientes y que no te iba a ser posible
regresar a casa para el almuerzo. Por eso me pidió que me quedara en la
oficina de la presidencia para que cocinara para él —respondió Delia con
honestidad.

Miguel siempre había sido meticuloso, inteligente y perspicaz. Por eso cuando
Delia le contó, comprendió enseguida lo que estaba sucediendo.

«Pensé que Manuel era sincero conmigo; nunca pensé que…».

Miguel sonrió con frialdad:

—No informé a Manuel que tenía que acompañar a un cliente. Es más que
evidente cómo fue que se enteró.

Si no hubiera sido porque Delia se lo dijo, él nunca se habría enterado. Resulta


ser que ya Manuel estaba tomando medidas contra él; sin mencionar el hecho
de que estaba al tanto de todo cuanto sucedía en sus asuntos privados.
«Entonces, ¿quién era el que lo estaba traicionando?¡No me digas que es mi
ayudante, Basilio Zabala! ¡No, no puede ser!».

Basilio Zabala no sabía nada de su colaboración con Sofía Juárez, pero… si


Basilio era el espía de Manuel; entonces, era muy fácil que lo pudieran
investigar. Por alguna razón, se sintió muy contrariado ante esa idea. Él ni
siquiera había creado un plan para acabar con Manuel; sin embargo, Manuel sí
que ya había dado el primer paso.

Al principio, Miguel solo había querido crear un motivo para engañar a Delia y
mantenerla alejada de Sofía; sin embargo, se había enterado del secreto de
Manuel gracias a Delia.

»Me crees ahora, ¿verdad? —Miguel sonrió con amargura.

Al oír esas palabras, Delia se lanzó entre sus brazos y le prometió:

—No importa lo que digas, siempre creeré en ti. Solo que no quisiera que
existieran resentimientos entre ustedes porque son hermanos.

—Delia, no es que queramos desconfiar el uno del otro. Es que no nos queda
otra opción por el simple hecho de haber nacido en esta familia —dijo
exasperado.

Ella preguntó con tono inseguro:

—¿Manuel desconfía tanto de ti?


—Delia, pase lo que pase en el futuro, tú tienes que quedarte de mi lado, ¿de
acuerdo? No confío en nadie más en este mundo, solo en ti. Así que, espero
que puedas hacer lo mismo por mí —expresó con tristeza mientras la abrazaba
con fuerza.

Ella asintió con la cabeza mientras seguía entre sus brazos y respondió con
honestidad:

—De acuerdo, toda mi vida creeré solo en ti.

—Delia, escúchame bien. Sofía es la mujer de Manuel; tienes que mantenerte


alejada de ella. A partir de ahora, no debes creer nada de lo que ella diga, sea lo
que sea. Tu corazón y el mío siempre estarán unidos como si fueran uno solo —
agregó con aire apesadumbrado.

Delia volvió a asentir con la cabeza y se acurrucó en sus brazos enterrando el


rostro en el pecho del hombre.

—Está bien —aceptó con suavidad.

«Solo que...». Delia se preguntó: «Si Sofía Juárez es también mujer de Manuel,
¿estará Mariana al tanto de eso? Olvídalo, lo que sea que pase con Mariana es
asunto de ella, no tiene nada que ver conmigo».

Un hombre tan rico, carismático y atractivo como Manuel Larramendi


seguramente debe de tener un sinnúmero de mujeres interesadas en él. Era
casi inevitable que fuera un <i>playboy</i>.

Si Manuel no fuera todo un <i>playboy</i>, no hubiera gastado tanto dinero en


Sirena. Ella lo recordó con precisión; cuando se presentó ante él como Sirena, él
no se dio cuenta de su verdadera identidad. Además, él se mostró posesivo con
Sirena; por lo tanto, no era tan difícil creer que Sofía fuera también su mujer. Era
ese el camino que Mariana había elegido para sí misma.

De repente, Delia agradeció no haber conservado el colgante de jade que le


había dado Manuel en un principio; de lo contrario, ahora sería ella la que se
sentiría furibunda. Por fortuna, después de eso ella había conocido a Miguel y
se había sumergido feliz en la ternura que él desprendía, con la esperanza de
que esa ternura fuera para siempre un puerto seguro para ella.

—Deberías ir a ducharte. Yo tengo que salir; tengo algo que hacer —le indicó
Miguel.

Ella se soltó de su abrazo y asintió con obediencia.

Cuando Delia entró al baño para ducharse, él tomó su teléfono y salió. Llamó a
Sofía y la invitó a salir.
En un café en una esquina de la primera planta del hotel, Miguel se sentó con
las piernas cruzadas y su teléfono en mano. Posó su mirada indiferente en
Sofía, que estaba sentada frente a él y le dijo:

—Sofía, a partir de ahora solo seremos compañeros de trabajo; nada más.

—Migue, ¿de qué estás hablando? —Sofía se quedó atónita y dejó escapar un
jadeo de asombro.

Las finas cejas del hombre se fruncieron.

—Ya te lo había dicho antes: no quiero que Delia sepa nada de ti. Dime, ¿qué fue
todo eso hoy en el apartamento?

—Yo... —abrió la boca para hablar, pero vaciló. Tras una pausa, intentó
explicarse―: Migue, ¡no puedes esconderme de Delia para siempre! En lugar de
ocultarle lo nuestro, ¿no sería mejor que ella y yo nos lleváramos bien?

—¿Llevarse bien? —De repente sonrió con frialdad—. ¿Cuándo se llevaron bien
mi madre y la madre de mi hermano?

—Migue, ¡tienes que creerme! ¡Yo te quiero! ¡Nunca le haría daño a Delia! —juró.

Él ni se inmutó por sus palabras y se levantó para irse. Sin embargo, ella se
llenó de determinación y sin pensarlo dos veces lo amenazó:

»¿No temes que me niegue a colaborar contigo en el futuro si rompes ahora


conmigo?

—Incluso si tú no quisieras cooperar conmigo, tu hermano sí que me ayudaría.


—Él la miró desbordante de confianza.

Ella se quedó atónita por un instante y luego se percató de algo: ¡Él ya se había
anticipado a sus planes con su hermano! Ya que no podía coaccionarlo a seguir
con su relación, decidió intentar persuadirlo. Se levantó y se acercó a él:

—Migue, me equivoqué, lo sé. No quiero ser solo tu compañera. Por favor,


déjame seguir…

—Sofía, no fuerces las cosas —interrumpió Miguel con frialdad lo que Sofía
quería decir.

Ella analizó su actitud decidida; de repente comprendió lo que pasaba. Decidió


retirarse y desistir por ahora.

—Migue, haré lo que tú digas, ¿de acuerdo? Visto que quieres romper con
nuestra relación por el momento, haré lo que decidas.

Él le dirigió una mirada de indiferencia y se marchó.


«Delia... Delia... ¡Delia!».

Miguel y Delia estaban sentados frente a frente, encima de una cama blanca
como la nieve, y usaban batas níveas y holgadas. Ella lo miraba con cariño y
con los ojos desbordados de amor. De repente, él inclinó su rostro hacia ella y
con mucha delicadeza la besó ligeramente en los labios.

Luego, sus labios se apretaron más. Despacio, él saboreó sus labios y les hizo
una caricia leve con la lengua. Sus grandes manos acariciaron con suavidad el
largo cabello de ella y profundizó el beso con ternura. Poco a poco, se inclinó
hacia abajo mientras la besaba y empujó con lentitud su cuerpo hacia abajo.
Cuando sus labios se separaron un poco, ella lo miró con timidez mientras él
apretaba su cuerpo contra el suyo. Ella levantó las manos y sujetó el apuesto
rostro de él.

Miguel tenía una sonrisa en los labios mientras su mano se deslizaba por la
cintura de ella y le quitaba con lentitud la bata que cubría su cuerpo.

«¡No lo hagas! ¡No la toques!».

—¡D… Delia es mía! —gritó Manuel en sueños mientras abrazaba una botella de
alcohol contra su pecho al despertar sobresaltado de la desgarradora pesadilla.

Estaba rodeado de una oscuridad absoluta, sólo la luna llena colgaba en lo alto
del cielo.

Lucas se incorporó y miró confundido a Manuel. Manuel se dio cuenta por fin
de su error y se enfadó mucho.

—Siempre me he preguntado cómo tú, el cuarto descendiente de una gran


familia, con ese gusto refinado de «Joven Señor», pudiste enamorarte de
alguien como Mariana. Ahora entiendo por qué —insinuó Lucas con burla y con
sus finas cejas en forma de arco.

Manuel permaneció en silencio; no tenía ninguna intención de dar


explicaciones.

»Una persona que nunca ha hablado dormida acaba de dar un grito mientras
soñaba. Es fácil imaginarse que la persona que está en tus sueños es a la que
amas con todo tu corazón. En cualquier caso, somos hermanos; tú lo sabes
todo sobre mí. Ahora, ¡es tu turno! Hablemos de ti y de Delia —continuó Lucas.

Manuel frunció el entrecejo, pero no habló. Tras meditar un momento,


respondió:

—Es tarde, deberíamos regresar adentro.


—Si sigues guardándote y reprimiendo todo lo que le preocupa a tu corazón,
más tarde o más temprano terminarás «enfermo». Si lo exteriorizas, quizás te
sientas un poco mejor —dijo Lucas de manera reconfortante.

Manuel endureció la expresión de su rostro y frunció el ceño con fuerza. De


repente, estiró las manos para agarrar a Lucas por el cuello y lo haló. Estaban
uno frente al otro; tan cerca, que podían casi rozar sus narices.

—Aunque te lo contara todo, ¿de qué serviría? —preguntó Manuel con tono
cortante. Sus ojos negros estaban llenos de rabia, pesar, desesperación e
impotencia.

Lucas comprendía muy bien los sentimientos de su amigo. En efecto, ¿de qué
servía hablar de estos asuntos? Ya ella se había convertido en la esposa de otro
hombre.

—Los dos... somos hermanos que sufren la misma condena. —Sonrió Lucas
con amargura.

Manuel lo soltó; él conocía el pasado de su amigo. Lucas había amado a una


mujer, pero ella no le había correspondido y se había casado con otro hombre.
En aquel momento, él había visto el dolor de Lucas y se aconsejó a sí mismo no
entregar su corazón a ninguna mujer. Sin embargo, nunca pensó que podría
enamorarse de Delia con tanta facilidad. Delia fue la primera mujer que lo
cautivó. Precisamente por haberse enamorado con tanta facilidad, le resultaba
tan difícil olvidarse de ella.

Delia salió del baño después de ducharse. Se dirigió al dormitorio con una
toalla en las manos mientras se secaba el cabello. De repente, golpeó algo con
el pie, lo que le provocó un gran susto.

Al mirarlo más de cerca, descubrió que se trataba de una cartera. Se acercó y


se agachó para recogerla. Con el golpe, la cartera quedó abierta y había dejado
a la vista su interior. En uno de los compartimentos transparentes de la cartera,
había una foto que llamó su atención al instante, estaba tan bien conservada,
que parecía nueva.

En la foto aparecía una mujer vestida de uniforme militar que abrazaba a un


niño de unos siete u ocho años. Sonreían felices. La mujer era muy hermosa,
tenía ojos claros y una sonrisa brillante. El niño en sus brazos se parecía mucho
a ella: era un niño precioso.

Cuanto más estudiaba a la mujer y al niño en la foto, más familiares le parecían.


No pudo evitar sacar la foto del compartimento transparente y, sin darse
cuenta, le dio la vuelta para mirar el reverso. En el dorso de la foto, había una
frase escrita con tinta negra. Sin pensarlo, leyó las palabras en voz alta:

—Bárbara Larrea «ama» a Wilmer Larramendi.


«¿Samanta, Bárbara y Fabiana? Samanta Larrea es ahora la Señora Lima,
mientras que Fabiana Larrea es mi tía más joven, también conocida como la
Señora Torres, quien es la madre adoptiva de mi prima María Torres. Entonces,
Bárbara Larrea es... ¡¿mi otra tía?!».

Frunció el ceño mientras reflexionaba sobre sus recuerdos durante un rato.


Entonces, abrió los ojos al darse cuenta de que la mujer de la foto era su otra
tía. Se quedó paralizada por la conmoción.

¡Ñic! La puerta se abrió. Miguel entró en la casa y vio a Delia sosteniendo su


cartera. También tenía una foto en las manos y la miraba sorprendida.
Entonces él se acercó a ella.

—¿Delia? —la llamó Miguel en voz baja.

Delia, con sus pensamientos errantes, regresó al presente; se apresuró a meter


la foto donde mismo estaba y le devolvió la cartera a Miguel.

—¡Se te cayó la cartera! —dijo con una pequeña sonrisa mientras se la


alcanzaba con ambas manos.

Él tomó la cartera y la puso en el bolsillo. Luego sonrió.

—Gracias.

Ella negó con la cabeza y se quedó pensativa.

—Miguel, ¿quién te puso tu nombre? —preguntó con timidez.

—Mi abuelo —contestó él con cariño.

—Entonces… ¿has usado algún otro nombre antes? —no pudo evitar preguntar
con curiosidad.

Él sonrió con amargura y asintió.

—Sí, pero mi abuelo odiaba ese nombre. Decía que insultaba a mi padre.

—¿Te llamabas Diosdado Larrea? —volvió a preguntar ella expectante.

Miguel la miró con una expresión de absoluta sorpresa.

Delia se dio cuenta de la expresión incrédula del bello rostro de Miguel. Hizo un
gesto de desenfrenada emoción con las manos y con una amplia sonrisa
exclamó:

»¡Ja! Soy yo, ¡Delia! ¿No te acuerdas de mí? Diosda, ¿lo has olvidado? ¡Cuando
éramos pequeños, atrapé un pez para que te lo comieras en casa de la abuela!
Abuela solía bañarnos juntos, pero a ti no te gustaba porque decías que eras
varón. Decías que los niños y las niñas no podían bañarse juntos. Además,
odiabas la leche de cabra, ¡así que me la tomaba yo! Tocabas muy bien la
armónica, era muy agradable escucharte cuando tocabas y…

—Y tú siempre has sido la princesita enterrada en lo más profundo de mi


corazón, como un tesoro. —Él extendió la mano y de repente interrumpió sus
palabras mientras la abrazaba por la cintura y la atraía suavemente hacia su
cuerpo.

Ella se quedó estupefacta ante el inesperado abrazo; solo sintió sus brazos
robustos que la abrazaban cada vez más fuerte. «Veo que aún se acuerda de
mí…». Habían pasado tantos años… Ella había enterrado en sus sueños los
recuerdos sobre él. Todo este tiempo, ella había pensado que era solo un
sueño, y al despertar, nada quedó. ¡Nunca pensó que todo eso hubiese existido
de verdad!

Él también solía pensar así: él creía que todo era un lindo sueño que había
tenido durante su infancia. En su sueño, había una niña que era muy hermosa y
agradable y que usaba un vestido rosado.

—Cuando crezca, vendré a casarme contigo. Te llevaré lejos de esta montaña y


te enseñaré la gran ciudad que hay cerca de mi casa, ¿quieres? —de repente,
recordó lo que le había dicho de niño, antes de que sus caminos se separaran—
. Delia, he cumplido mi promesa: me he casado contigo —dijo satisfecho.

Aunque había ocurrido por accidente, la unión entre ellos parecía estar
predestinada.

Delia comprendió que disfrutaba estar entre sus brazos; sentía ternura y
seguridad infinitas.

Miguel la abrazó con fuerza. Una sonrisa que provenía desde lo más profundo
de su corazón se dibujó en sus labios. Delia era un legado de su madre. A partir
de ese momento, ella sería la única persona merecedora de su cariño.

...

Por primera vez, Sofía Juárez se sintió amenazada por la llegada de Delia. A
pesar de ser ella la intrusa en el matrimonio de Miguel y Delia, a sus ojos, era
Delia quien se inmiscuía en su relación con Miguel.

Es probable que, a causa de su estado mental en ese momento, creyera oír las
alegres risas de Miguel y Delia a través de la pared. Poco después, incluso
creyó oír el crujido de la cama al ser sacudida, así como el jadeo del hombre y
los gemidos de la mujer.

Sofía sintió que sus pensamientos estaban fuera de control. Se paseó de un


lado a otro en su dormitorio durante un largo rato. Ni siquiera pudo conciliar el
sueño, a pesar de que era muy tarde en la noche. Como era de esperar, no
soportaba que Miguel se acostara con otra mujer.

Miguel se despertó al oír el timbre de su teléfono. Se apresuró a silenciarlo y


miró instintivamente a Delia, que dormía a su lado. Ella estaba acostada de lado
y de frente a él. Tenía las comisuras de los labios curvadas en una sonrisa y
ambas manos sobre la almohada. Dormía serena; ni siquiera la llamada
telefónica la despertó.

Él sonrió con complicidad. Estiró la mano para apartar los flequillos que le
cubrían la frente, se inclinó y le dio un suave beso en la frente. Cuando estaba a
punto de volver a dormir, la pantalla de su teléfono se iluminó de nuevo. Tomó
el teléfono y lo miró. Abrió los ojos muy asustado y, de inmediato, se quitó la
manta de encima. Se levantó de la cama, se puso las zapatillas y salió de la
habitación.

Llegó a la habitación de Sofía y vio que la puerta no estaba bien cerrada. Tras
vacilar un momento, entró. Como esperaba, la vio sentada en la barandilla del
balcón, con los ojos llenos de lágrimas. Entonces, con largos pasos, se acercó
a ella.

Sofía había llorado a mares. Cuando levantó la vista, enseguida notó la


aparición de un hombre en la puerta del balcón. Dejó a un lado sus intenciones
suicidas, bajó de la barandilla y corrió hacia él. Lo abrazó con fuerza mientras
seguía llorando.

—Snif. ¡Migue! ¡No puedo vivir sin ti! Por favor, no me abandones, ¿está bien?
Migue… yo te quiero. ¡Te amo con todo mi corazón! Te lo ruego… ¡te lo ruego!
Por favor, ¡no me abandones! —dijo Sofía entre sollozos.
Está es la segunda parte de el amor fiel del ceo,
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